La conquista británica de España
Con mi agradecimiento a:
Francisco Núñez del Arco Proaño (Quito)
Patricio Lons (Buenos Aires)
Jaume Cortina Torrents (Gerona)
Mónica Nicoliello Ribeiro (Montevideo)
Augusto Bruyel Pérez (Santiago de Compostela)
Juan Álvarez (Oviedo)
Adrian Demoč (Eslovaquia)
Cesáreo Jarabo Jordán
Enero 2015
ÍNDICE:
América, parte sustancial de la patria hispánica……………….…. 2
La situación política en la Península……………………………... 18
Unos apuntes sobre el reinado de Carlos III……………………… 25
El reinado de Carlos IV………………….………………………... 41
El reinado de Fernando VII -1……………………………………. 57
El reinado de Fernando VII -2…………………………………......71
Aspectos económicos en el proceso separatista de América-1….....86
Aspectos económicos en el proceso separatista de América-2….....97
Aspectos sociales en el proceso separatista………………………115
La Masonería y los procesos secesionistas de América………….134
El movimiento juntero en América………………………………149
Rebeliones indigenistas…………………………………………..167
Los Comuneros…………………………………………………..174
Los próceres, su dependencia…………………………………….188
Los próceres, su dependencia-2…………………………………..203
Los próceres, su dependencia-3…………………………………..214
Evolución militar hasta la huida de Bolívar a Jamaica……………225
Evolución militar hasta Ayacucho………………………………...240
Evolución política del separatismo americano……………………254
Los realistas americanos…………………………………………..269
Los intereses europeos en la destrucción de España……………... 293
Consecuencias de la separación…………………………………... 305
Conclusiones finales……………………………………………….315
AMÉRICA, PARTE SUSTANCIAL DE LA
PATRIA HISPÁNICA
La separación de España en entidades menores que con el tiempo se van subdividiendo parece una maldición que pesa sobre España desde hace ya casi cuatro siglos. La pregunta es si esa realidad que nos tiene divididos en dos docenas de países «independientes» es positiva para alguno de nosotros, y si la misma es consecuencia de nuestra voluntad o acaso hemos sido abocados por los intereses de otros.
La primera gran división, la acaecida en 1640, es objeto de estudio aparte en el monográfico “La Crisis del Siglo XVII”. Ahora nos centraremos en la acaecida durante la segunda década del siglo XIX, que dio al traste con una organización jurídica global que garantizaba el bienestar y la prosperidad de medio mundo, y cuya acción significó la caída en el foso de la involución a todos los pueblos hispánicos.
América siempre fue una entidad política diferenciada y unida por la Corona a la España europea.
De hecho, a la Patria se la identificó como «Reino de Las Españas» hasta la constitución del año 1869, cuando finalmente pasó a denominarse Reino de España. Sin embargo, la propaganda ilustrada, base de los conceptos políticos e ideológicos de las potencias europeas, se esmera desde ya siglos en obviar este asunto, presentando los reinos de Indias como colonias, pero lo cierto es que las leyes siempre hablaron de «Provincias», «Reinos», «Señoríos», «Repúblicas», «Imperios» o «Territorios de Islas y Tierra Firme» incorporados a la Corona de Castilla, que no podían enajenarse. Así, en el libro tercero, título primero, ley primera de la Recopilación de Leyes de Indias puede leerse:
El Emperador Don Carlos, en Barcelona, á 14 de Septiembre de 1519. El mismo, y la Reina Doña Juana, en Valladolid á 9 de Julio de 1520. En Pamplona, á 22 de Octubre de 1523. Y el mismo Emperador, y el Príncipe Gobernador, en Monzón de Aragón á 7 de Diciembre de 1547. Don Felipe II, en Madrid, á 18 de Julio de 1563. Don Carlos II, y la Reina Gobernadora, en esta Recopilación. Que las Indias Occidentales estén siempre reunidas á la Corona de Castilla, y no se puedan enajenar.
Y mandamos que en ningún tiempo puedan ser separadas por nuestra real corona de Castilla, desunidas ni divididas en todo o en parte ni a favor de ninguna persona. Y considerando la fidelidad de nuestros vasallos y los trabajos que los descubridores y pobladores pasaron en su descubrimiento y población, para que tengan mayor certeza y confianza de que siempre estarán y permanecerán unidas a nuestra real corona, prometemos y damos nuestra fe y palabra real por Nos y los reyes nuestros sucesores de que para siempre jamás no serán enajenadas ni apartadas en todo o en parte sus ciudades ni poblaciones por ninguna causa o razón a favor de ninguna persona; y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos alguna donación contra lo susodicho, sea nula y por tal la declaramos. (Real Cédula de Carlos V. Año 1519)
Ese principio humanista que se refleja desde los primeros momentos del descubrimiento implicaba el reconocimiento de la igualdad que la Corona aplicaría en todo su imperio; aspecto que es reconocido por la Academia de la Historia de la República Argentina cuando señala:
El principio de la incorporación de estas Provincias implicaba el de la igualdad legal entre Castilla e Indias, amplio concepto que abarca la jerarquía y dignidad de sus instituciones, por ejemplo, la igualdad de los Consejos de Castilla y de Indias, como el reconocimiento de iguales derechos a sus naturales y la potestad legislativa de las autoridades de Indias, que crearon el nuevo Derecho Indiano, imagen fiel de las necesidades territoriales.
Idea que también es recogida por otros estudiosos del derecho hispánico, quienes, como Héctor Gros Espiell, nos señalan:
La tradición jurídica española en lo que se refiere a los derechos humanos, fruto de un proceso que afirmó en la Península ibérica, quizá antes que en otros estados europeos, las ideas de libertad e igualdad y aseguró su reconocimiento y protección jurídicos y que luego, en el momento del descubrimiento, reiteró y universalizó estos conceptos aplicándolos a la nueva situación, por obra, en especial, de los grandes teólogos católicos del siglo XVI, formó la base del pensamiento americano, fundado siempre en la afirmación teórica de la igualdad esencial de todos los seres humanos, sin distinción de origen, raza o color, en la libertad consustancial con la naturaleza del hombre y en la necesidad de procedimientos y garantías adecuados para la protección de estos derechos inalienables. (Gros)
Conforme a estos principios, una Ley de Indias mandaba que por justas causas convenía que en todas las capitulaciones que se hicieran para nuevos descubrimientos
Se excuse esta palabra conquista y en su lugar se use de las de «pacificación y población», para que aquella palabra no se interprete contra la intención superior (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título I, Ley VI).
Remarcando el hecho que venimos destacando, el profesor Bernardino Bravo Lira señala:
Políticamente las Indias fueron incorporadas a la Corona y no al reino de Castilla. Esto significa que no se las consideró como simple suelo, sin personalidad política propia y, por tanto, susceptible de sometimiento a una potencia extranjera. Antes bien, se las consideró como otros reinos, similares a Castilla y a los demás europeos, dotados de los mismos atributos que ellos. Por esta razón se las calificó y organizó bajo la forma de Estado —o Estados— de las Indias y no de colonias, sometidas a una metrópoli, como posteriormente lo hicieron otras potencias europeas en su expansión ultramarina desde el siglo XVII hasta el XX. Los reinos de Indias contaron con todos los elementos que entonces configuraban un Estado: territorio, población y naturaleza (es decir, nacionalidad), instituciones, gobierno y legislación propios. (Bravo. El derecho)
Ese reconocimiento de identidad es un hecho significativo propio de la tradición cristiana y de la cultura greco latina de la que España fue clara continuidad, y consiguientemente, calificar como “colonia” a la América española no es sino un anacronismo, un reduccionismo a intereses ajenos particularmente representados por las actuaciones llevadas a término por Francia y por Inglaterra desde el siglo XVII.
Y hasta se puede afirmar que un acto de mala fe por parte de quienes han tenido y tienen voluntad de mantener separado lo que por justicia histórica jamás debió separarse.
Así, el decreto de 22 de febrero de 1809, que es citado por los autores británicos como un logro de los constitucionalistas, en ningún momento representa una variación en el estatus de América, sino un nuevo reconocimiento de una realidad que venía siendo efectiva desde el descubrimiento.
Los vastos y preciosos dominios, dice, que la España posee en las Indias no son propiamente colonias ó factorías como las de otras naciones, sino una parte esencial é integrante de la monarquía española. (O’Leary: 58)
En ese orden de cosas, los autores que, como Cayetano Núñez Rivero, acuden a las fuentes historiográficas, no dudan en señalar que
La primera calificación que se da en Castilla a los territorios americanos es el de señorío de Islas y Tierra firme del Mar Océano, pasando a denominarse Reinos durante el mandato de Carlos I, denominación que se posibilitó en gran medida, en virtud de la transformación de la Monarquía hispánica en Imperio, primero con Carlos V, y posteriormente con el concepto de Monarquía Universal Católica, instaurado por Felipe II y continuado por los siguientes monarcas de la Casa de Habsburgo españoles. (Núñez Rivero)
Siendo así, nunca fueron entendidos los territorios conquistados por España como carentes de derechos, y sus habitantes fueron considerados, ya con la Reina Isabel, vasallos de la corona.
Por ello, las Indias, a las que desde el siglo XVII se las viene conociendo como América, debían fidelidad solo al Rey, que gobernaba a través de las instituciones creadas al efecto, regidas por los funcionarios designados a tal efecto.
Estos funcionarios, que no actuaban como posteriormente actuarían los funcionarios de Francia o de Inglaterra en sus dominios, que sí eran colonias, lo hacían como funcionarios de sus respectivos reinos, sujetos, no a una metrópoli, como era el caso de aquellos, sino a la autoridad del rey, al mismo nivel que lo hacían los demás Virreinatos que componían la Monarquía Hispánica, dentro y fuera de la Península Ibérica. Formaban parte del entramado administrativo de la Monarquía Hispánica, y los vasallos de los Virreinatos americanos no poseían derechos inferiores a los gozados por los vasallos de Cataluña o de Castilla.
Con esos principios, los caciques eran equiparados a los nobles o hijosdalgos de Castilla. Un derecho que nos confirma un hecho trascendente que no se limita a las más altas estructuras de los reinos prehispánicos, sino que permeabiliza toda la sociedad.
Por su parte, los funcionarios virreinales cumplirían su misión atendiendo la enorme extensión de las nuevas provincias, que iban creciendo al compás de los tiempos. En 1534 se creaba el Virreinato de Nueva España, que incluía la Capitanía General de Guatemala, cuya jurisdicción se extendía a toda la América Central; su extensión: sobre los 2,5 millones de km2. En 1542 fue creado el Virreinato del Perú, que con una extensión de unos dos millones de kilómetros cuadrados incluía la Capitanía General de Chile. El Virreinato de la Nueva Granada, con una extensión de dos millones de km2 incluía la Capitanía General de Venezuela. Finalmente en 1776 fue creado el Virreinato del Río de la Plata, que con una extensión de cinco millones de kilómetros cuadrados se extendía por los actuales Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y regiones del actual Brasil.
Es interesante volver a destacar la calificación jurídica de los territorios: Virreinatos, gobernados por un virrey. La misma calificación y la misma actuación que la llevada en la Península. Estamos reiterando algo que resulta evidente, pero la verdad es que resulta difícil dejar de caer en la reiteración al afirmar constantemente que no estamos hablando de «colonias» sino de «reinos», cuando ante semejantes evidencias, y de forma también reiterada, se viene insistiendo en el tratamiento contrario por parte de propagandistas, en ocasiones desinformados y en ocasiones desinformadores, que dan la sensación de servir a algo que no cuadra exactamente con la verdad histórica.
No obstante, algún cambio llegó a producirse tras la Guerra de Sucesión, en la segunda década del siglo XVIII. La estructura política que aportó la dinastía borbónica, en la Península, sustituiría los Virreinatos por las provincias, manteniendo y multiplicando aquellos en América.
Y como consecuencia, América no dependió nunca de España sino que, en igualdad jurídica con España, contaba con un mismo monarca, gozando todos los territorios de un estatus jurídico en igualdad de plano.
Esa verdad queda reflejada en el dilatado cuerpo legislativo generado a lo largo de los años en que fue formándose el corpus de las Leyes de Indias, producto del profundo debate jurídico que se formó desde el mismo momento del descubrimiento, y en el que ni tan solo una vez se ve reflejada la palabra «colonia» o «factoría».
Las leyes hablan siempre de Reinos, Provincias, Territorios, Virreinatos…Alguien puede argüir que ese estatus estaba reservado a los peninsulares. La respuesta, aún teniendo en cuenta los conflictos que inexcusablemente existieron, la dieron los indios con su actuación y confianza en el sistema legal, lo suficiente arraigada como para iniciar procesos en Cortes, donde con no poca frecuencia obtenían sanción favorable, dado que los tribunales, salvo en cuestiones de flagrante alteración del orden natural, reconocían la validez de las leyes nativas. Y no podía ser de otro modo, cuando las leyes recogían capítulos como las siguientes órdenes:
Tengan muy especial cuidado del buen tratamiento, conservación y aumento de los indios. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro III, Título III, Ley II)
Mandamos á los Virreyes, Presidentes y Oidores de nuestras Audiencias, que ordenen á los Alcaldes ordinarios de las ciudades donde residieren las Audiencias, que no cumplan ni ejecuten auxilio invocado por cualesquiera Jueces eclesiásticos contra indios ni otros, y los Jueces de los demás lugares vean si los autos están justificados por informaciones, y estándolo, los cumplan y ejecuten, y no de otra forma. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro III, Título I, Ley II)
Mandamos que los Visitadores jueces de grana en las visitas que hicieren no puedan vender ni comprar, ni hacer otros contratos con los indios sobre los frutos de sus cosechas ni otros ningunos, aunque representen que es conveniencia y utilidad de los indios, y los Virreyes de la Nueva España procuren excusar estos jueces y escribanos, y lo encarguen á los Corregidores, Alcaldes mayores y otras personas que tengan ministerios públicos. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXXI, Ley XLV)
Algunas estancias que los españoles tienen para sus ganados se les han dado en perjuicio de los indios por estar en sus tierras, ó muy cerca de sus labranzas y haciendas, y á esta causa los ganados les comen y destruyen los frutos y les hacen otros daños. Mandamos que los Oidores que salieren á la visita de la tierra lleven á su cargo visitar las estancias sin ser requeridos, y ver si están en perjuicio de los indios ó en sus tierras, y siendo así, llamadas y oídas las partes á quien tocare breve y sumariamente ó de oficio, como mejor les pareciere, las hagan quitar luego y pasar á otra parte, todo sin daño y perjuicio de tercero. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXXI, Ley XIII)
Cuando saliere el Visitador á cumplir su turno, visite con particular atención las encomiendas, minas, chacras y obrajes, é inquiera el tratamiento que los encomenderos, mineros y dueños de las demás haciendas hicieren á los indios de repartimiento ó voluntarios, y no consienta que los unos ni los otros padezcan violencia ni servidumbre, castigando los culpados, y ejecutando en sus personas y haciendas las penas impuestas. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXXI, Ley X)
Los Visitadores averigüen y sepan en el discurso de sus visitas el tratamiento que los caciques hacen á sus indios, y los castiguen si averiguaren que han cometido algunos excesos. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXXI, Ley XI)
Los Abogados no dilaten los pleitos, y procúrenles abreviar en cuanto fuere posible, especialmente los de indios, á los cuales lleven muy moderadas pagas, y les sean verdaderos protectores y defensores de personas y bienes sin perjuicio de lo proveído en cuanto á las protectorías. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXIV, Ley XXV)
Debe el Visitador procurar cuanto sea posible que los indios tengan bienes de comunidad, y planten árboles de estos y aquellos Reinos, porque no se hagan holgazanes, y se apliquen al trabajo para su aprovechamiento y buena policía, y la Audiencia le dé instrucción de todo lo que le pareciere conveniente y digno de remedio, aunque no esté prevenido por las leyes de este Título, y especialmente se la dé de lo contenido en esta nuestra ley. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXXI, Ley IX)
No han de tocar ni aprovecharse de la plata que estuviere en las cajas de comunidades de los indios, ni emplearla en ningún efecto, ni servirse de los dichos indios, ni ocuparlos en ningunos ministerios, pena de que se les hará cargo en sus residencias, y serán castigados con demostración. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro III, Título VI, Ley LXXVI)
La protección del indio, desde el momento del descubrimiento, fue función principal de la corona. No es de extrañar, así, que cuando era preciso, los indios respondiesen a favor de quienes les protegían. Y no es para menos, ya que eran tan vasallos como los habitantes de cualquier otro reino.
España trasplanta al continente americano su propia organización social y política como muestra de la cualidad que tenía el rey de España como rey de las Indias, y esto, no por derecho de conquista sino como resultado del pacto existente entre las élites indígenas con el rey, y no con el Estado. Pactos que llevaron a reconocer a las dinastías indígenas los mismos derechos que tenía la nobleza castellana. Si la dinastía Moctezuma llegó a dirigir el virreinato de México (José Sarmiento y Valladares, Conde de Moctezuma), la dinastía de los Incas fue asociada al trono en el mismo rango que la nobleza de la España europea.
En este sentido, el de la protección del indio, pero también en el sentido más amplio de defensa de los derechos de todos, Bernardino Bravo Lira señala que
La nota distintiva del Estado indiano es la juridicidad. Es decir, la sujeción de gobernantes y gobernados a un derecho que es supraestatal. Así se entendió el Estado y el gobierno en América, desde la llegada de Colón hasta la introducción del constitucionalismo. (Bravo Lira. Ejército)
Cuando tras la dislocación de la Patria, ya en el siglo XIX, los gobiernos liberales impuestos por la oligarquía al servicio de los colonialistas británicos introdujeron leyes de desamortización y abolieron fueros, no sólo en América sino también en la España europea.
Pactos que desde siempre se llevaban a efecto incluso con los llamados “indios bravos”, y que como en el caso de los mapuches, se concretarían en lo que es conocido como las Paces de Quilín, en las que se acordó:
Que los mapuches conservarían su absoluta libertad, sin que nadie pudiera molestarlos en su territorio ni esclavizarlos o entregarlos a encomenderos.
Que su territorio tenía como frontera norte el Biobío.
Que los españoles destruirían el fuerte de Angol, que quedaba dentro del territorio mapuche.
Que los mapuches debían liberar a los cautivos españoles que retenían.
Que dejarían entrar a sus tierras a los misioneros que fueran en son de paz a predicarles el cristianismo.
Que se comprometían a considerar como enemigos a los enemigos de España y que no se aliarían con extranjeros que llegaran a la costa. (Parlamento de Quilín (1641) 1
Estos tratados, y en concreto el firmado en tiempos de Felipe IV serían argumentados por los mapuches cuando los gobiernos chilenos y argentinos del siglo XX atacaron sus derechos. Es de destacar la actuación de los 8000 guerreros araucanos que combatieron junto al regimiento Talavera en defensa de los derechos de España contra los separatistas americanos (San Martín, O’Higgins) en las guerras separatistas que acabaron con España en 1822.
Algo que tiene reflejo en el derecho; y en un derecho que tenía presente la idiosincrasia de los administrados. Así, las Ordenanzas de 1573 sobre «descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias», reconocen aspectos que hoy parecen novedosos a la mayoría, y que hoy son reconocidos por historiadores como Mónica Nicoliello, quien señala:
La diversidad cultural, religiosa y política de las comunidades americanas, y se promueve la integración de las «Repúblicas» de «españoles» y de «indios» sobre la base del justo título de «sociedad y comunicación natural» (Nicoliello. Los héroes)
El fin principal reconocido era la evangelización y, al respecto, las Leyes imponían condiciones para llevarla a cabo. En las mismas se ordena:
Asienten amistad y alianza con los señores y principales.../… procuren los pobladores que se junten y comiencen los Predicadores…/… y no comiencen a reprenderles sus vicios, ni idolatrías, ni les quiten las mujeres, ni ídolos, porque no se escandalicen. (Leyes 1 y 2 del libro IV, Título IV de la recopilación de Leyes de Indias de 1680).
Todo ese derecho acabaría siendo eliminado por los «libertadores».
Curioso cuando menos es el hecho del presidente Benito Juárez, liberal y republicano mexicano de origen zapoteca, que acabó con los bienes comunales de los indios y de los mestizos mediante la imposición de una reforma agraria que solo beneficiaba a los ávidos por los territorios que bajo la Monarquía Hispánica eran privativos de aquellos.
Efectivamente, lo primero que hicieron los «libertadores» tras la separación fue quitar a los indios estas prerrogativas… con el sano fin de difundir la igualdad, lo que les permitió hacerse con las tierras de los indígenas.
Pero una de las cuestiones que aducían los «libertadores» para lanzarse a la aventura de la separación era que los altos cargos de administración no recaían en americanos; algo que es del todo falso. Como muestra, un botón: el primer mestizo que llegó a virrey en la Nueva España fue José Sarmiento y Valladares, Conde de Moctezuma y de Tula, quien gobernó de 1696 a 1701. Sarmiento obtuvo los títulos nobiliarios al casarse, en España, con María Andrea Jerónima Moctezuma, tercera condesa de Moctezuma.. La botonadura completa no podremos exponerla. Solo señalar lo apuntado tres párrafos atrás: ¡el 70% de los cargos más encumbrados de la administración provincial estaba detentado por indígenas!
Pero si de lo que hablamos es de la presencia de criollos en la administración, que parece era el argumento de los «libertadores», pueden encontrarse bastantes ejemplos que también tiran por tierra el argumento. Uno de ellos puede ser la familia Sánchez de Orellana, quizá la más poderosa de la Presidencia de Quito durante los siglos XVII Y XVIII.
Alcaldes ordinarios, Tenientes de Corregidores, Corregidores, Justicias Mayores, Regidores perpetuos, Maestres de Campo, Generales de Caballería, Capitanes de Caballería ligera de Milicias de Quito, etc. Remitámonos, nada más, a tres ejemplos de esta familia que figuraron como las máximas autoridades políticas en la Provincia de Quito. 1) Antonio Sánchez de Orellana y Ramírez de Arellano, I Marqués de Solanda, nacido en Zaruma (1651), fue Maestre de Campo, Gobernador y Capitán General de Mainas y Corregidor y Justicia Mayor de Loja. 2) Fernando Félix Sánchez de Orellana y Rada, III Marqués de Solanda, nacido en Latacunga (1723), fue el único quitense (criollos de otras partes de América los hubo) que ocupó la Presidencia de la Real Audiencia de Quito —a pesar de haber estado prohibido por la Corona que los nacidos en las jurisdicciones pudieran llegar a esos cargos en los mismos lugares a fin de evitar nepotismo y tráfico de influencias— (1745-1753), es decir, llegó a la presidencia a los 22 años, quizá el más joven en ese puesto, el máximo cargo político en nuestro territorio entonces. 3) Clemente Sánchez de Orellana y Ríofrío, I Marqués de Villa Orellana, nacido en Cuenca (1709), además de haber sido Alcalde Ordinario de su población natal varias veces, fue Corregidor de Cuenca, Gobernador del Cabildo de Quito, Alguacil Mayor de la Inquisición en Loja, además Maestre de Campo. Clemente Sánchez de Orellana sería uno de los más significados separatistas. (Núñez Proaño)
Lo que sí era corriente, con alguna excepción, desde tiempos de los Reyes Católicos, es que ningún virrey, de ningún Virreinato de la corona, ejerciese su función en el territorio del que era originario, y con el claro objetivo de minimizar la posibilidad de corruptelas.
Algo que, por cierto, hacía que los naturales se sintieran protegidos de las pretensiones de la oligarquía criolla, hasta el extremo de llegar a producirse conflictos sociales en defensa de esta medida. Así, el nombramiento de Diego de los Reyes Balmaceda dio lugar en 1717 a un levantamiento comunero en Asunción por considerar la población que el gobernador no podía ser originario del lugar.
Sin lugar a dudas, hay muestras de que se actuaba en orden al iusnaturalismo que siempre marcó las leyes, y que se refleja, en el siglo XVI, en la proclamación de los derechos del hombre y en la creación del derecho internacional, dos siglos antes de la Revolución Francesa. 2
Se podrá aducir sin embargo que estamos hablando de una época en la que el absolutismo era el sistema imperante en el Imperio. Pero resulta que el absolutismo no significa que el poder del rey sea ilimitado, siendo que el repaso de las anteriormente citadas Leyes de Indias puede resultar un buen ejercicio para abonar esta afirmación.
Monarquía absoluta existía en España y monarquía absoluta existía, por ejemplo, en Francia, pero no estamos hablando de la misma casuística, porque la monarquía absoluta española estaba mucho más limitada que la francesa. Por ejemplo, en el caso español, una eventual incapacidad del rey hacía que la soberanía recayese en el pueblo; algo que fue ampliamente utilizado en 1808, en toda la Nación, con el “secuestro” o sometimiento de la casa real a Napoleón.
Esa situación produjo que se creasen Juntas reasumiendo la soberanía de la Nación. Primero fue Asturias, y a ella se fueron sumando las otras regiones: Galicia, Murcia, Andalucía…; y, en América, Quito, Caracas, Buenos Aires…
Así, al hablar del absolutismo, debemos considerar el caso español en su casuística, del mismo modo que al estudiar la Edad Media no podemos aplicar la casuística europea, donde tomando sólo un aspecto llamativo como es el vasallaje, las diferencias son absolutas. Así, también en la Edad Moderna, en el régimen absolutista español, el poder real está encuadrado en un derecho que es anterior y superior al gobernante. 3Aspecto que además tiene reflejo en la literatura, de la que es un exponente de referencia Calderón de la Barca.
Y la legislación generada se precavía contra vicios como la prevaricación y el tráfico de influencias. Aspectos que quedan reflejados en las propias leyes cuando decretan:
Prohibimos, y expresamente defendemos, que ahora ni en ningún tiempo pueda ser Abogado en ninguna de nuestras Audiencias Reales de las Indias ningún Letrado donde fuere Oidor su padre, suegro, cuñado, hermano ó hijo, pena de que el Letrado que abogue contra esta prohibición, incurra por ello en pena de mil castellanos de oro para nuestra Cámara y fisco. Y mandamos que no sea admitido á la Abogacía el que estuviere impedido por esta razón; y todo lo susodicho también se entienda si fuere pariente en los grados referidos del Presidente ó Fiscal de la Audiencia. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro IV, Título XXV, Ley XXVIII.)
El derecho era la base de las relaciones dentro de la Corona, y tomó forma en las “Cortes de Indias”, similares a las cortes peninsulares, donde eran jurados los herederos del trono de las Españas. Estas cortes estaban extendidas por toda América, con cuatro sedes: Santo Domingo, Santiago de Cuba, México y Cuzco. Se argüirá que a las mismas tenían acceso las personas que estaban más de acuerdo con el poder establecido y cumplían las expectativas del sistema, pero esa es cuestión que merece tratamiento aparte.4
Vivimos en un mundo que desde la Ilustración tiende a la uniformidad. Frente a ella debe ser destacada la organización política de la Monarquía Española, que se basaba en la existencia de unos Virreinatos, dotados de gran autonomía para su funcionamiento, en los que el aparato del Estado tomaba cuerpo en la persona del virrey como representante directo, pero también en Consejos y órganos de gobierno con atribuciones concretas.
El virrey era el máximo representante de la Corona, pero con atribuciones de gobierno propio, separado del resto, y dependiente directamente del rey, con la asistencia especializada del Supremo Consejo de Indias, creado en 1524, y con atribuciones similares a las que tenía el Consejo de Castilla, el de Aragón o el de Sicilia.
En América, a lo largo de la Conquista, España literalmente se expandió en todos los ámbitos, incluidos los relativos a la organización social y política, justo en un momento de gran ebullición social que consiguientemente también propició en esencia los mismos grandes cambios en la propia península, en una acción que remarca la esencial unidad entre las Españas.
Y es que en esencia, ese trasplante que señalamos existió en América lo era de una esencia nueva, incluso en aquellos términos que, como la Encomienda, se implantaban en América mientras eran erradicados en la España peninsular.
La implantación del nuevo derecho no representó así la eliminación del derecho autóctono, sino la organización jurídica que acabó vertebrando toda la sociedad, y que procuraba facilitar la vida civil con el reconocimiento como “república de indios” a aquellos que deseaban permanecer más apegados a sus costumbres ancestrales.
Repúblicas de indios que, como las villas y las ciudades estaban dotadas de un Cabildo cuyas resoluciones tenían validez legal tras haber sido aprobadas por el Corregidor.
Contrariamente a lo que luego haría el espíritu de la Ilustración, tanto el derecho consuetudinario indígena como ciertos aspectos de la organización social y política de las comunidades eran debidamente atendidos y no en pocas ocasiones asumidos, aún chocando con los intereses de determinados sectores de la población española.
La ley era explícita al respecto:
Los Virreyes y Presidentes gobernadores hagan recoger y reconocer las Ordenanzas que hubieren hecho sus antecesores para el bueno y político gobierno de las repúblicas y comunidades de los indios, y se informen del modo y forma con que se han guardado. (Recopilación de las Leyes de Indias, Libro II, Título I, Ley LXIV)
Y este respeto por las leyes de las comunidades locales era llevado hasta el extremo de incumplir ordenanzas reales que pudiesen ser contrarias a las leyes propias de las poblaciones, hasta el extremo que existía un principio que marcaba que las disposiciones reales hechas contra derecho o contra ley o fuero no fuesen válidas ni fuesen cumplidas.
Se preservaba así, en todo lo que no contradecía el iusnaturalismo, las costumbres locales, que en no pocos casos prevalecían sobre la legislación específica para Indias.
Podrá argumentarse que, no obstante, todas estas medidas estaban dirigidas desde la España peninsular, ya que las leyes de las que dependían eran inequívocamente elaboradas a la sombra de la Corte. Y hay más, la propaganda británica de la segunda década del siglo XIX afirmaba:
Los sur-americanos no tenían existencia política, y casi se les negaba el derecho de pensar. (O’Leary: 37)
Ante semejante pensamiento, totalmente plausible, se impone la realidad, que ya ha sido expuesta párrafos más arriba, y que queda completada con el hecho de la redacción de las leyes, siendo que el estudio científico del derecho se inicia en 1551 en las Universidades de México y Lima fundadas ese mismo año. La de México contó con cátedras de Cánones, Decretos, Leyes e Institutas; y la de Lima, de Leyes, Institutas, Prima y Víspera de Cánones. Estudios que no tuvieron parangón en las universidades que los europeos fundaron en América… sencillamente porque no fundaron ninguna.
De todo lo expuesto, y siguiendo a Fernando Álvarez Balbuena, se deduce que, en 1808, como en 1520:
En aquellas tierras gobernaba el rey por medio de las mismas instituciones que en España: Virreinatos, capitanías generales, reales audiencias y reales chancillerías, igual que lo hacía en Valladolid, en Cataluña o en Sevilla, por lo tanto su separación de España fue una dolorosa y traumática ruptura de la gran unidad nacional que componía aquel imperio, hoy triste e injustamente denostado aún por los propios españoles. (Álvarez Balbuena)
Y en el momento de la invasión napoleónica, cuando las comunicaciones transatlánticas estaban casi decapitadas, los españoles americanos tuvieron especial significación en las instituciones, siendo que hasta seis de ellos fueron presidentes de las Cortes en otros tantos períodos; otros seis fueron vicepresidentes; y uno, secretario; y tres participaron en la redacción de la Constitución. (Ver anexo)
Trece novohispanos asumieron la más alta representatividad en las Cortes de Cádiz, en la explosión de la gran asonada francesa, y al mismo tiempo:
Los ayuntamientos de América del Sur expresaron de inmediato su lealtad y apoyo a la Monarquía española. En septiembre de 1808, el Ayuntamiento de Santiago de Chile, por ejemplo, declaró: «La lealtad de los habitantes de Chile en nada degenera de la de sus padres... Solo queremos ser españoles y la dominación de nuestro incomparable rey» (Collier, 1967, pp. 50). El 22 de noviembre de 1808, el Ayuntamiento de Guayaquil accedió a enviar comisionarios «a los pueblos de... esta provincia» con el fin de obtener ayuda para «nuestros hermanos españoles que se hallan peleando por la defensa de nuestra Religión Santa y del Rey legítimo que nos ha dado la Providencia». Los ayuntamientos de otras ciudades capitales y de pueblos más pequeños a lo largo y ancho de América del Sur también expresaron su compromiso con la fe, el rey y la patria, y recaudaron fondos para apoyar la lucha de las fuerzas españolas contra los franceses. (Rodríguez O.)
Pero no es solo la representación; no es solo el derecho de los españoles americanos (indios y criollos incluidos). También en el terreno de la cultura podemos citar a quienes forman parte del Siglo de Oro de la Literatura Española. El Inca Garcilaso de la Vega, mestizo que nace en América y va a morir a España… y otros apellidos nos muestran la grandeza: Tezozómoc, Ixtlilxochitl, Guaman Poma, Pachacuti Yamqui… Y Mateo Alemán... nacido en la España europea que terminó su vida en México.
¿Quién puede tener dudas al respecto de esa realidad? Parece manifiesto que, de no haber sido ese el sentimiento general, nunca España hubiese podido conformar el Imperio, porque como señala Felipe Ferreiro:
España no tenía tropas de ocupación en sus colonias y, por lo tanto, si antes de 1810 los americanos hubieran sentido verdaderos deseos de independizarse, no tenían por qué esperar a que España se hallara debilitada por la invasión napoleónica para proceder a un alzamiento. Otro ejemplo: a principios del siglo XIX, los peninsulares avecindados en la parte española del continente no alcanzaban a 300.000 mientras la población total en esa zona era de 15 a 16 millones de hombres. De modo que los peninsulares podían ser aplastados literalmente cuando quisieran los americanos; y si eso no ocurrió es también porque unos con otros se llevaban perfectamente. (Ferreiro)
Pero es que, además, conjeturas y demostraciones de hechos aparte, tenemos testimonios del momento:
El doctor Santiago Arroyo Valencia (1773-1845), abogado neogranadino establecido en Popayán, reconoció en sus Memorias personales que durante el año 1808 su provincia, y todas las del Virreinato de Santa Fé, gozaban de una paz tan completa «que parecía no poderse alterar jamás». Las periódicas ceremonias de jura de fidelidad a los reyes de las Españas, los besamanos de los virreyes, la sucesión ordenada de los gobernadores provinciales y la cotidianidad de las ceremonias eclesiásticas anunciaban un estado de reposo social que no parecía turbarse por suceso alguno. (Actas de formación de juntas)
Alguien tan poco dudoso como Alfonso López Michelsen, presidente de la República de Colombia entre 1974 y 1978, dejaría escrito para la posteridad en su obra «El Estado Fuerte»:
La paz, la cultura y el progreso de nuestro continente durante los siglos XVI, XVII y XVIII, fueron el fruto de un intervencionismo de estado anti-individualista en toda la acepción del vocablo. (Corsi: 48)
Pero en 1805 Trafalgar da el golpe de gracia a las comunicaciones atlánticas de España, a partir del cual se desarrolló todo el proceso posterior. La aniquilación de la flota española en Trafalgar tuvo consecuencias nefastas al dejar el mar expedito únicamente a los barcos británicos, quienes no encontraron obstáculos para difundir en América las noticias que resultaban más favorables para la consecución de sus objetivos, tergiversándolas a placer y con gran garantía de éxito.
Y llegó 1814. Los americanos pensaron en la Paz y la Unidad con la restauración de la Monarquía Tradicional. Consecuencia de ello fueron las misiones como la que desde Buenos Aires encabezaron Belgrano y Sarratea, portadora de un Memorial que decía:
El pueblo de España no tiene derechos sobre los Americanos. El Monarca es el único con el cual celebraron contratos los colonos de América; de él solo dependen y él solo es quien los une a España… La Ley de Indias es la mejor prueba del derecho de las Provincias del Río de la Plata… La Ley en cuestión es el contrato que el Emperador Carlos V firmó en Barcelona el 14 de setiembre de 1519 a favor de los conquistadores y colonos… (Andregnette)
Y a partir de entonces, la hecatombe.
ANEXO:
Entre 1810 y 1813, los presidentes de las Cortes fueron los siguientes:
Florencio del Castillo Solano, natural de Ujarrás de Cartago (Costa Rica), diputado por la jurisdicción de Oaxaca (México).
Pedro José Gordillo y Ramos: aunque nació en Canarias, representó a Cuba.
José Miguel Gordoa y Barrios, natural de Guadalajara (México), por el Reino de Nueva Galicia.
José Miguel Guridi y Alcocer, natural de San Felipe Iztacuixtla (Tlaxcala, México), por Reino de Tlaxcala.
José María Gutiérrez de Terán, natural de México, por el Reino de Nueva España.
Andrés de Jáuregui de Aróstegui, de Cuba.
Antonio Larrazábal y Arrivillaga, natural de Antigua (Guatemala), por la Capitanía General de Guatemala.
Joaquín Maniau Torquemada, natural de Xalapa, Veracruz, México, por el reino de Nueva España.
Andrés Morales de los Ríos y Gil, natural de Ciudad de México, por el Reino de la Nueva España.
Vicente Morales Duárez, natural de Lima, por el Reino del Perú.
Antonio Joaquín Pérez Martínez Robles, de Puebla de los Ángeles (México), por Reino de México/Nueva España. Presidente en Legislatura de 1810-1813 y 1813-14
José Pablo Valiente y Bravo, por la Capitanía General de Cuba
Legislatura de 1814:
Presidente: Antonio Joaquín Pérez Martínez Robles, natural de Puebla de los Ángeles (México), por el Reino de Nueva España
Legislatura de 1821:
Presidente: José María Gutiérrez de Terán, natural de México, por el Reino de la Nueva España (México).
Legislatura de 1823:
Se pactó la independencia de México, que se separa pacíficamente vía el Pacto Trigarante, el Plan de Iguala y el Abrazo de Córdoba. Cientos de miles de mexicanos se mudan a España, tras el colapso de los acuerdos por los golpes de estado en México en 1825.
Presidente: Tomás Gener y Buigas, de Matanzas (Cuba), Diputado por la (provincia de Ultramar) Isla de Cuba.
Lista de Diputados iberoamericanos en las Cortes de Cádiz, y sus jurisdicciones:
Por Puerto Rico: Ramón Power y Demetrio O'Dally.
Por Cuba: Pedro José Gordillo y Ramos, Pedro Pablo Valiente y Bravo, Andrés de Jáuregui de Aróstegui.
Por México/Nueva España (Reinos de Nueva Galicia, Nuevo León, Tlaxcala etc.): los Presidentes José María Gutiérrez de Terán, José María Couto, Andrés Savariego, Francisco Munilla, Salvador Sanmartín, Octavio Obregón y Máximo Maldonado.
Por el Reino de Santa Fe de Bogotá (jurisdicción del Nuevo Reino de Granada):
José Caicedo y Don José Mejía.
Por el Reino del Perú: Dionisio Inca Yupanqui (príncipe inca y representante de los Incas en las Cortes), Vicente Morales Duárez, Ramón Felíu, Antonio Zuazo, Blas Ostolaza, Francisco Salazar, José Antonio Navarrete y Pedro García.
Por el Reino del Río de la Plata (Gobernaciones de Alto Perú —hoy Bolivia—, Paraguay, Buenos Aires): Francisco López Lisperguer, Luís Velasco y Manuel Rodrigo.
Por la Capitanía General de Chile: Joaquín Leyva y Miguel Riesgo.
Por la Capitanía General de Guatemala: Andrés y Manuel del Llano y Antonio Larrazábal.
Por la Presidencia de Santo Domingo: José Álvarez de Toledo y Francisco de Mosquera.
Por la Presidencia de Montevideo —hoy Uruguay—, Francisco de Zufriategui.
Por la Capitanía General de Caracas: Esteban Palacios, Fermín de Clemente, Manuel Riesco y José Domingo Rus.
Para completar la lista, aunque acabamos saliéndonos de las fechas que nos marca el período, veamos la lista de Presidentes del Consejo de Ministros o Presidente de Gobierno de Las Españas que no eran peninsulares:
1. José Luyando, natural de Guadalajara, México. Presidente en 1813 y 1823
2. José Miguel de Carvajal y Manrique, de Lima, Perú, en 1814
3. José María Pando y Ramírez de Laredo, de Lima, Perú, en 1823
4. Carlos Martínez de Irujo y Mc Kean, de Washington, EEUU, en 1843
5. Fernando Fernández de Córdova, de Buenos Aires, en 1872
6. José Gutiérrez de la Concha, de Córdoba, Argentina, en 1863-64
7. Juan Bautista Topete y Carballo, de San Andrés Tutxla, México, en 1869 y 1870
8. Marcelo Azcárraga Palmero, de Manila, Filipinas, en 1897, 1901y 1904
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LA SITUACIÓN POLÍTICA EN LA PENÍNSULA
En 1808, la situación de España era de inexistencia. Las instituciones estaban dominadas por los franceses; y el pueblo, desorganizado, luchaba a muerte contra el invasor organizado, llevando a efecto una guerra de guerrillas y sin cuartel.
Las juntas locales, estructuradas gracias a la acción de personajes como el conde de Floridablanca, que fue el primero en intentar organizar la extinta organización política, acabarían conformando la Junta General de la que emanaría la nueva administración, si bien nació bajo la protección británica; lastre que garantizaba la destrucción de España, si no por los franceses y los afrancesados, por los ingleses y los anglófilos.
Ante la gravedad de la situación, en todo similar a la padecida el año 711, desde la «Asturias» del momento, pero sin la libertad que gozaba Pelayo en 721, se hizo una llamada a la unidad nacional.
El 10 de mayo de 1809 la Junta Central publicó su Manifiesto a los americanos, una exposición explícita de su propósito de integrarlos, tal como lo había hecho ya la Carta de Bayona. Unos días después, su convocatoria a unas Cortes de toda la nación española abrió más la puerta a los diputados americanos. Pero la llegada de las tropas de elite francesas, la Grande Armée, que desarticuló al ejército español y abrió el camino de la guerra de guerrillas, obligó a la Junta Central a refugiarse en Sevilla y posteriormente en Cádiz (17 de Diciembre de 1808). El mal recibimiento de la Junta en Sevilla y la presión francesa forzaron su disolución el 30 de enero de 1810. Nació entonces el Real Consejo de Regencia, integrado por cinco miembros, de los cuales uno era americano: el novohispano Miguel de Lardizábal y Uribe. Su primer decreto, dado el 14 de febrero de 1810, fijó las Instrucciones para la convocatoria de elecciones de América y Asia: además de los diputados de cada virreinato y capitanía general de América, las capitales cabeza de partido tendrían representación en las Cortes de Cádiz. Mientras se elegían y cruzaban el océano, se eligieron 28 diputados suplentes que ya estaban disponibles en esta ciudad. (Actas: 18)
No cabe duda de que esa decisión fue de una importancia capital. No obstante, ello no significaba que se reconociese a América un estatus superior al que gozaba hasta el momento; en todo caso ese reconocimiento era demostración de que las estructuras políticas habían cambiado, ya que tampoco la Península tenía con anterioridad esas instituciones. Hasta el momento, las cuestiones administrativas eran atendidas por los virreinatos. Como en el resto del mundo, no había elecciones populares a los cargos, si bien en España existía la reunión de Cortes, donde el brazo eclesiástico, el brazo militar o de la nobleza, y el brazo popular, exponían al rey sus quejas o demandas.
Ante la situación, era evidentemente necesaria la convocatoria de Cortes que, forzadas por esa misma situación, debía plasmar una nueva forma en su constitución, dando paso a la participación de las ciudades, quienes, en definitiva eran las que habían iniciado el proceso tras la asonada francesa.
La invasión de la Península había significado una evidente convulsión en la España libre, la americana, que se veía con la responsabilidad de resguardar lo que en la Península se había perdido. Pero quién convocó Cortes fue Cádiz, «protegida» por la armada británica.
En esta situación, se convocaron los respectivos representantes, si bien teniendo en cuenta los territorios, y sin tener en cuenta el número de sus habitantes; así, siendo que la mayoría de España era americana, el número de representantes americanos y filipinos era notablemente inferior al número de representantes peninsulares que, para mayor contrasentido, no tenían el control de sus territorios, contra lo que sí sucedía en América y Filipinas.
Esto provocó naturales disgustos, como el manifestado el 20 de Noviembre de 1809 por el cabildo de Bogotá, cuando presentó un memorial de agravios a la suprema junta central de España, que hubiese sido digno de mejor destino, y amparado en justas quejas proponía lo que hoy mismo algunos españoles de los dos hemisferios vienen reclamando en su afán de reunificación nacional.
El memorial, si bien redactado por «próceres» se quejaba, entre otras cosas, de la proporcionalidad de los representantes.
El Ayuntamiento de la capital del Nuevo Reino de Granada no ha podido ver sin un profundo dolor que, cuando de las provincias de España, aun las de menos consideración, se han enviado dos vocales a la suprema junta central, para los vastos, ricos y populosos dominios de América, solo se pida un diputado a cada uno de sus reinos y capitanías generales, de modo que resulte una tan notable diferencia como la que va de nueve a treinta y seis…/… ¿No deberán tomar una parte muy principal las Américas? ¿No se trata de su bien igualmente que del de España? y los males que han padecido ¿no son, tal vez, mayores en la distancia del soberano, y entregadas a los caprichos de un poder sin límites? (Memorial: 144)
De manera muy acertada protestaban:
Las Américas, señor, no están compuestas de extranjeros a la nación española. Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios a la corona de España; de los que han extendido sus límites y le han dado en la balanza política de la Europa una representación que por sí sola no podía tener. (Memorial: 147)
Si bien terminaban el aserto con una puya que, como analizamos en otro capítulo en absoluto responde a la realidad:
La continua emigración de España en tres siglos que han pasado desde el descubrimiento de la América; la provisión de casi todos sus oficios y empleos en españoles europeos, que han venido a establecerse sucesivamente, y que han dejado en ellas sus hijos y su posteridad. (Memorial: 147)
La semilla del veneno era dejada por estos agentes británicos mientras reconocían una realidad manifiesta:
Tan españoles somos como los descendientes de don Pelayo…/… (Memorial: 148)
Aprovechando la ocasión para apuntar lo que estaban buscando; a saber:
Y tan acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación, como los que, salidos de las montañas, expelieron a los moros y poblaron sucesivamente la Península; con esta diferencia, si hay alguna: que nuestros padres, como se ha dicho, por medio de indecibles trabajos y fatigas descubrieron, conquistaron y poblaron para España este Nuevo Mundo. (Memorial: 148)
No les faltaba razón en el aserto, pero no tenían en cuenta la verdad. Como queda señalado en otro lugar, era costumbre de la corona no permitir que los administradores de un territorio fuesen naturales de ese territorio… pero naturales de virreinatos americanos fueron administradores de otros virreinatos. Evidentemente, después de todo, el memorial no rendía culto a la verdad.
Pero la peor mentira es la que se basa en una verdad; así el manifiesto exponía que:
Población. La más numerosa de aquella es la de Galicia; y con todo, solo asciende a un millón trescientas cuarenta y cinco mil ochocientas tres almas, aunque tablas hay que solo le dan en 1804 un millón ciento cuarenta y dos mil seiscientas treinta; pero sea millón y medio de almas. Cataluña tenía en aquel año ochocientas cincuenta y ocho mil. Valencia, ochocientas veinticinco mil. Estos son los reinos más poblados de la Península. Pues el de la Nueva Granada pasa, según los cómputos más moderados, de dos millones de almas. Su extensión es de sesenta y siete mil doscientas leguas cuadradas, de seis mil seiscientas diez varas castellanas. Toda España no tiene sino quince mil setecientas, como se puede ver en El Mercurio de enero de 1803, o, cuando más, diez y nueve mil cuatrocientas setenta y una, según los cálculos más actuales. Resulta, pues, que el Nuevo Reino de Granada, tiene, por su extensión tres o cuatro tantos de toda España. (Memorial: 149-150)
Al amparo de exposición pedían un mayor número de representantes.
Debe ir un competente número de vocales, igual por lo menos al de las provincias de España, para evitar desconfianzas y recelos, y para que el mismo pueblo de América entienda que está suficiente y dignamente representado. Los cuatro virreinatos de América pueden enviar cada uno de ellos seis representantes, y dos cada una de las capitanías generales; a excepción de Filipinas, que debe nombrar cuatro, o seis, así por su numerosa población, que en el año de 1781 ascendía a dos millones y medio, como por su distancia y la dificultad de su reposición en caso de muerte. De este modo resultarán treinta y seis vocales, como parece son los que actualmente componen la suprema junta central de España; pues aunque en la Gaceta de Gobierno de Sevilla, 11 de enero del corriente, número 1º, solo se cuentan treinta y cuatro, no se incluye la provincia de Vizcaya, que habrá enviado después los que le corresponden. (Memorial: 167)
Es preciso tener presente que cada virreinato de América se compone de muchas provincias, que algunas de ellas valen más por sí solas que los reinos de España. La industriosa Quito cuenta por lo menos con medio millón de almas, y su capital sola, con setenta mil; es una presidencia y comandancia general: residen en ella el tribunal de la real Audiencia, el de cuentas y otras autoridades; hay silla episcopal, universidad y colegios; en fin, en nada cede a la capital, sino en esta razón, y en ser el centro del gobierno. ¿Por qué motivo, pues, no podrá o deberá tener a lo menos dos representantes de los que toquen al virreinato? Acaso con esta prudente medida se habrían conciliado sus ánimos y se habrían evitado las tristes consecuencias que hoy se experimentan en la turbación de aquel reino. Llamados sus representantes, habría concebido fundadas esperanzas de mejor suerte, cuya desconfianza tal vez lo enajenará para siempre de la monarquía. (Memorial: 167-168)
Y más hubiesen podido decir si hubiesen tocado asuntos como el nivel social y económico o la tranquilidad social existente en aquellos momentos.
Finalmente, acaban haciendo una llamada a la unidad, reconociendo que no había diferencias previas a su memorial:
El Ayuntamiento no halla otros medios de consolidar la unión entre América y España: representación justa y competente de sus pueblos, sin ninguna diferencia entre súbditos que no la tienen por sus leyes, por sus costumbres, por su origen y por sus derechos; juntas preventivas en que se discutan, se examinen y se sostengan estos contra los atentados y la usurpación de la autoridad y en que se den los debidos poderes e instrucciones a los representantes en las cortes nacionales, bien sean las generales de España, bien las particulares de América. (Memorial: 176)
El memorial, que dice cosas muy graves y muy ciertas, como queda expresado, es, no obstante, digno de ser tratado aparte, y siempre teniendo en cuenta que fue suscrito por Bolívar, Camilo Torres y Francisco Antonio Zea; los tres «próceres» o «agentes británicos».
Ciertamente la distribución de representantes era un dislate. Pero para mayor dislate, y en medio de una absoluta impotencia en todos los sentidos al encontrarse España sin el menor poderío naval y por lo tanto impedida de una comunicación mínimamente aceptable con América, llegaron a barajarse las más peregrinas soluciones; así, Julio M. Pautasso nos señala que en 1810,
La junta central quería vender América a Rusia a cambio de apoyo; y hasta se decía que las Cortes abandonarían a los Borbones y nombrarían un Rey Inglés (Lord Wellington?), o que la Regencia quería entregarse a José Napoleón a cambiado de dar por finalizada la guerra y sacudirse a los Borbones. Por todo ello se formaron diversas sociedades secretas de conspiradores, básicamente liberales y constitucionalistas, para protegerse de todos estos desastres y conspirar con distintos fines, los españoles por una constitución liberal y los americanos, para cuidarse a su vez del recelo de los españoles y las Cortes de Cádiz y por la independencia de América. (Pautasso)
Todo, en definitiva, señalaba el desmembramiento de España mientras los españoles se batían en los campos de batalla, ajenos a los manejos políticos de sus «representantes». Mientras el espíritu que movía al pueblo era el sentido tradicional de la vida y la salvaguarda de los valores hispánicos, según señala Jorge Núñez Sánchez:
Las Cortes de Cádiz (1811-1813) eran un escenario privilegiado para la difusión del pensamiento liberal-masónico, puesto que una amplia mayoría de diputados de ambos continentes participaba en las logias francmasónicas y había abrevado en ellas el ideario liberal. (Núñez. Fuerzas)
Las Juntas, en la Península, habían sido mediatizadas, anuladas o centralizadas en las Cortes de Cádiz. No acababa de suceder lo mismo en América, donde si bien los agentes británicos medraban a favor de lo que sucedería en pocos años, los cabildos se manifestaban fieles a la corona. Así, el Cabildo de Santa Fe revelaba sus sentimientos reclamando sus derechos, que coincidían con los derechos generales.
Considerando que todas las provincias de los dos continentes eran «independientes unas de otras y partes esenciales y constituyentes de la monarquía», argumentó que los americanos debían de reconocerse «tan españoles como los descendientes de don Pelayo, y tan acreedores, por esta razón, a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación, como los que, salidos de las montañas, expelieron a los moros y poblaron sucesivamente la Península». (Actas: 23)
Cierto que de la proclama se deduce cierta salida de tono al hacer mención a las distinciones, privilegios y prerrogativas, dando a entender que había diferencias, cuando no era exactamente así. Cierto que, por lo general, los cargos administrativos de cada reino no estaban atendidos por naturales del lugar, pero esa era una medida aplicada a todos los reinos (incluidos los peninsulares) desde tiempos de los Reyes Católicos, con el fin de evitar malos usos administrativos, pero en absoluto cierto que los naturales de cada uno de los reinos no pudiesen acceder a esos puestos… en otro reino.
Pero en el texto se observan distintas y veladas veleidades. Entre ellas es de destacar la anglofilia que se trasluce del siguiente párrafo:
No debe aguardar Fernando a que esta regeneración política, tan necesaria a la salud de España y a la tranquilidad de la Europa, sea obra del pueblo, que nada sabe hacer si no es anárquica y tumultuariamente, y dando siempre en los más opuestos extremos. Es él mismo el que cumpliendo, aunque forzadamente, su dolorosa promesa de Valencia, debe convocar las cortes para que den a la España una constitución; pero una constitución conforme al único modelo que en este género hay sobre la tierra: la de la Gran Bretaña. (Zea: 278)
Hubo proclamas en las diferentes ciudades; así, la de la Capitanía General de Venezuela de 29 de julio de 1809, publicada por José Antonio Felipe Borges y el alcalde segundo, Cristóbal de Goicoechea, en la que se rechazó la invasión de los franceses, se declaró la lealtad a la Monarquía y se reconoció la autoridad de la Junta Central como depositaria de la soberanía.
Las Cortes de Cádiz aprobaron, el 24 de Septiembre de 1810, la ley por la que se borraba la distinción y la extinción de los reinos de indias como reinos diferenciados de España, cuya interpretación significó la creación de un conflicto.
Al respecto, Felipe Ferreiro, nos señala en «La disgregación del reino de Indias»:
Cuando las «Cortes Generales y Extraordinarias», congregadas en su reunión inaugural de la noche del 24 de setiembre de 1810, dieron por aprobada la especie de ley fundamental que habían proyectado los diputados Muñoz, Torrero y Luxán, puede decirse que, por estar en dicha ley dispuesto que residía en ellas (las Cortes) la soberanía nacional y dispuesto, asimismo, la extinción del sistema de reinos y provincias diferenciados de España e Indias para dar cabida en su lugar a una sola «nación española», planteóse a los americanos, tanto a los que venían actuando en la Península como a aquellos que se habían dividido entre sí en juntistas y regentistas en las distintas regiones del continente, una situación dilemática bien difícil. (Ferreiro)
Dilema que abarcaba todos los aspectos, deviniendo en el verdugo de la Hispanidad.
Las Cortes de 1810 y 1812, pletóricas de iluminismo jacobino, y Fernando VII con su avaricia absolutista, precursora del liberalismo, sellaron la destrucción del Imperio Católico. Crimen incalificable porque la Revolución (en el sentido del verbo latino «volver hacia atrás») aspiró a una unión más perfecta con la Metrópoli. Tal como lo exponía el Restaurador el 25 de mayo de 1836 cuando, refiriéndose a 1810, afirmaba: «No [se hizo la Revolución] para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos por el amor y la gratitud…» (Andregnette)
Y eso lo decía Juan Manuel de Rosas…
Pero los políticos reunidos en Cádiz no estaban para atender estas cuestiones, sino para imprimir a España las directrices emanadas de los enemigos de España, fuesen franceses o ingleses, y su actuación condujo a la redacción de una constitución al gusto de los mismos y a la creación de un caldo de cultivo para desarrollar la destrucción de la Patria en todo el orbe.
España se vio sometida a un cúmulo de enfrentamientos que la mantuvo en guerra permanente durante la práctica totalidad del siglo XIX, obteniendo como resultado final la fragmentación más absoluta y la penuria de sus gentes.
La Constitución de Cádiz, así como la actuación de los políticos que la redactaron, y la corona, tienen gran parte de culpa en la deriva y posterior fragmentación de España, cuyas consecuencias las tenemos hoy vivas con la misma intensidad que fueron padecidas a lo largo de todo el siglo XIX.
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Zea, Francisco Antonio: Discurso de 19 de Enero de 1819. Bolívar, Camilo Torres y Francisco Antonio Zea.
http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/86834/brblaa95011.pdf
UNOS APUNTES SOBRE EL REINADO DE CARLOS III
Durante el siglo XVII había perdido España gran parte del prestigio internacional del que había gozado durante los siglos anteriores; la leyenda negra, propaganda antiespañola sembrada por las potencias europeas, comenzaba a tomar forma incluso dentro de la sociedad española, calando con inusitada fuerza que ha sido creciente hasta nuestros días al compás de la aculturación generalizada del pueblo, y los reinados de los austrias menores habían perdido el protagonismo incuestionado de los siglos anteriores.
En 1648 se había firmado el Tratado de Munster-Westfalia, con el que se ponía fin a la Guerra de los Treinta Años sin que España dejase sentir su opinión, cuando había sido parte principal en el desarrollo de la misma, porque continuaba la Guerra del Rosellón, que alcanzaría su fin, desastroso para España, con la firma del Tratado de los Pirineos. Pero la paz de Westfalia ya significó un mordisco al poderío español, que se vio forzado a reconocer la presencia de los holandeses en la Guayana.
Ya había perdido España, junto a gran parte de su prestigio, presencia importante en Europa. Sin embargo, y a pesar de todo ello, España continuaba pesando en el concierto internacional.
Desde cerca de 1650, hasta bien entrado el siglo XIX, España imperdonablemente continuó siendo un gran imperio e, imperdonablemente también, siguió en su papel de colosal paladín del catolicismo Romano, en época en que se adoptó como pauta intelectual un desdeñoso escepticismo en materia de religión en general. (Powell: 120)
Como consecuencia, a lo largo del siglo XVIII, las monarquías británica y española tuvieron enfrentamientos de envergadura en cuatro ocasiones: la Guerra de Sucesión española (1700-1714); la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1740); la Guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748); y la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que resultó desastrosa para la monarquía española. En dichos conflictos, los británicos intentaron controlar el comercio en los océanos Atlántico y Pacífico y obtener nuevos territorios en el Nuevo Mundo. Gran Bretaña había aumentado los agravios de modo considerable: apresamiento arbitrario de buques españoles, establecimiento en Honduras para la corta del palo campeche o el aumento del contrabando, entre otros.
Al respecto del comercio, en estos momentos se veía gravemente afectado en el tráfico transoceánico, lo que ocasionó un auge sin precedentes del contrabando.
El mercado hispanoamericano fue entonces abastecido en grado progresivamente creciente por el comercio de contrabando realizado tanto por mar como por tierra. Las necesidades de los colonos fueron cubiertas por ingleses y holandeses y, después de 1703, también por franceses de Saint-Malo. La posición de los comerciantes peruanos se vio minada, además, por el desafío lanzado por los comerciantes bonaerenses, cuyo comercio de contrabando por tierra hasta Potosí creció rápidamente en volumen, provocando la fuga del dinero a Buenos Aires y desde allí a Europa. El puerto portugués de Colonia do Sacramento fue un punto clave en el desarrollo de este contrabando. Este drenaje de dinero sirvió para compensar el déficit del intercambio entre la débil producción nativa y la importación de mercancías europeas, principalmente británicas. (Bonila: 34)
Y finalmente, los más importantes contrabandistas acabarían siendo los principales aliados de los británicos a la hora de los conflictos que, iniciados en 1810, acabarían cercenando España.
La decadencia de España era manifiesta, aunque su presencia en el mundo no dejaba de crecer; llegó 1713, y con él el tratado de Utrecht, que comportaba una nueva mutilación: Cerdeña y Nápoles, reinos que habían formado parte integrante de España ─desde 1420, Cerdeña; y, desde 1504, el Reino de Nápoles─ como parte sustancial del Reino de Aragón. Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV, cedería su soberanía tras la Guerra de Sucesión a cambio del reconocimiento internacional de su derecho al trono de España.
Y con esta trayectoria llegamos al inicio del momento que nos ocupa, al detonante de la destrucción total de España: la invasión napoleónica, culminación de una etapa de guerras en la que, no obstante su evidente debilidad (que es discutida por algún historiador independiente), España había seguido impidiendo las ansias depredadoras de Europa. Pero el final iba a ser funesto para España, que había perdido el ímpetu de los siglos anteriores.
El conjunto de guerras amenazaron gravemente al Imperio español, desequilibraron su hacienda, obligaron a un aumento de la presión fiscal y a incrementar expedientes financieros. La guerra obligó a alterar los principios básicos por los que se regía el comercio con América desde el siglo XVI. La contracción comercial incidió negativamente en las manufacturas con el consiguiente paro industrial. (Santana)
La situación propiciaba un funesto desánimo en el espíritu nacional; ya se hacía sentir el influjo de las mentiras vertidas por el materialismo europeo en relación a la historia negra contra España, cuyos relatos, lejos de poder aplicarse a la realidad española, se acoplan a la perfección a las actuaciones de ingleses y protestantes europeos en general. A pesar de algunos éxitos científicos (por ejemplo en 1722 Juan Antonio de Mendoza y González, observa y estudia con un telescopio un cometa no visible a simple vista), ya se hacía notar en exceso un creciente complejo de inferioridad y una cerrazón a las grandezas que indubitablemente habían hecho posible el hecho de España; su realidad como curso natural del clasicismo griego y seguimiento, también natural, del Imperio Romano. Un pesimismo letal que, a falta de mentes preclaras como las que habían existido hasta el momento, debía conducir a lo que condujo.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que, a pesar del pesimismo nacional que embarga a España desde estos tiempos, España mantenía una importancia militar, naval y económica de primerísimo orden, siendo, sin lugar a dudas, el primer imperio del mundo, cuyos territorios eran codiciados por los países europeos que, como lógica evolución de los movimientos protestantes de siglos anteriores, estaban cayendo aceleradamente en el materialismo y en el mercantilismo. Parecía, pues, que ─a pesar de todo─ el gigante podría sobrevivir. La realidad nos muestra que, finalmente, eso no fue así. Tristeza y alegría, porque si por una parte España cayó en el foso en que actualmente sigue, queda la esperanza, plausible, de que los hechos reviertan a su cauce lógico.
Pero en ese momento, cuando Inglaterra mostraba un poderío naval creciente en el Atlántico al mismo paso que se debilitaba el de España, la defensa del territorio se llevó a cabo de forma eficiente a lo largo de casi todo el siglo XVIII, reteniendo, no sin dificultades y aún sometida a humillantes tratados como el de Utrecht, no tanto el comercio, que se encontraba trufado de contrabandistas, como el control militar de todo el territorio nacional en los cinco continentes.
En gran medida, ello se debió al hecho de que la América hispánica seguía cumpliendo una función absolutamente crítica para la economía del mundo: los virreinatos de Perú y de la Nueva España proporcionaban los flujos de plata que servían como la base para la circulación monetaria metálica de prácticamente todos los países del globo. En especial, el sostenido aumento de la producción de plata en México durante la segunda mitad del siglo XVIII fue uno de los factores que no solo le imprimió una nueva dinámica económica y comercial al virreinato novohispano sino que además creaba las condiciones para un aumento espectacular de los ingresos tributarios de la administración colonial [sic], especialmente entre 1760 y 1785. Las reformas borbónicas en la América hispánica constituyeron, pues, un notable ejemplo de la capacidad para usar el auge minero de la plata para la creación de un Estado fiscal cada vez más productivo y eficiente a escala imperial. (Marichal)
Es el caso que las ambiciones británicas, manifestadas por la actividad de la piratería a lo largo de los siglos XVI y XVII, en el siglo XVIII empezaron a materializarse tras la Guerra de Sucesión, de cuyo tratado de paz obtuvieron una serie de ventajas que la consolidaron en el control comercial del Atlántico, teniendo acceso, además, al mercado hasta la fecha vetado de la España americana, y que desde ese momento pasó a ser esencial para el mantenimiento y desarrollo de las industrias textiles inglesas, que venían incrementado exponencialmente su producción como consecuencia de la revolución industrial.
La presencia de Inglaterra en el mercado hispanoamericano se realizó básicamente a través del contrabando, dado el control casi absoluto que ejerció España hasta mediados del siglo XVIII. Con el Tratado de Utrecht, 1713, al obtener Gran Bretaña el navío de permiso anual para introducir mercancías hasta un volumen de quinientas toneladas, además del tráfico de negros, su presencia en estos mercados se fortaleció. Durante los años en que el tráfico entre España y sus colonias estuvo interrumpido debido a los conflictos ya mencionados, el abastecimiento de los mercados ultramarinos fue asegurado por Inglaterra, a partir de las posiciones claves que controlaba esta potencia, fundamentalmente en las Antillas. (Bonilla: 28)
Consecuentemente, Inglaterra comenzó a tener éxito en su penetración en América, no sin que por ello dejase de llevar a efecto su política torticera, provocando incidentes que irremisiblemente acabarían con enfrentamientos armados en los que España no hizo mal papel.
Entre los años 1727 y 1729 tiene lugar la enésima guerra angloespañola, tras la cual, finalizada la actividad de corsarios al servicio de Inglaterra, los mismos continuaron con su actividad de piratas al servicio de los mismos, para volver a ejercer de corsarios entre 1739 y 1748 con motivo de la Guerra del Asiento ─Guerra de la oreja de Jenkins─ y Guerra de sucesión austriaca (1740-1748).
Entre 1756 y 1763 tiene lugar la guerra de los siete años. Señala Guadalupe Pinzón que durante este conflicto quedó patente el poderío naval inglés.
Hay que recordar que se trató de una guerra en gran medida con fines mercantiles en la que Inglaterra se hizo con dos puertos clave del comercio español, como fueron La Habana y Manila. La intervención sobre estos asentamientos fue desastrosa para España pues evidenció la poca posibilidad de esta corona de detener los avances ingleses, de que estos enemigos estaban apostados cerca de las colonias hispanas y de la necesidad de llevar a cabo cambios estructurales en las navegaciones, administración y defensa de sus posesiones de ultramar. (Pinzón)
Sin dejar de ser cierto el aserto, dieciséis años más tarde y entre 1779 y 1783, con el desarrollo de la Guerra de independencia de los EE UU, quedaría, no obstante, en entredicho, al conseguir la armada española neutralizar las acciones inglesas. Por otro lado, los intentos de recuperar Gibraltar durante el siglo XVIII fracasaron.
Hasta el momento el tráfico esclavista, que existió, era de un nivel menor, siendo que España nunca antes participó en el tráfico, si bien los compró y mantuvo esclavitud en unos términos de baja intensidad y con un alto índice de manumisiones.
Aunque Inglaterra había estado traficando ilegalmente con esclavos hacia los territorios españoles desde hacía casi un siglo, sus aspiraciones a hacerlo legalmente se vieron satisfechas con la Firma del Tratado de Asiento de Negros el 26 de marzo de 1713. Este tratado se ratificó posteriormente en Utrecht junto con el Tratado Preliminar de Comercio y el Tratado Preliminar de Paz y Amistad.
Pocos años antes, la guerra de Sucesión abrió en 1702 el comercio francés de esclavos y mercaderías con las provincias españolas de América.
Esta situación de postración no sobrevino casualmente si atendemos lo que señala Carlos Marichal en relación a la cualificación de las más altas estructuras de la monarquía. Al respecto señala el autor de «Entre Las Guerras Imperiales y Las Guerras de Independencia», la monarquía española se significó por la ineficacia.
Durante la segunda mitad del siglo XVII los monarcas de la dinastía de los Habsburgo españoles demostraron ser singularmente ineficaces. También es cierto que, a partir de la primera mitad del siglo XVIII, la nueva dinastía borbónica y su administración fueron lentas en la materialización de reformas que asegurasen un nuevo dinamismo tanto en la metrópolis como en las colonias [sic]. (Marichal)
En medio de esa mediocre administración, y entre 1739 y 1748, se desarrolló el enésimo enfrentamiento entre España e Inglaterra, en la que fue conocida como «Guerra del Asiento» o «Guerra de la oreja de Jenkins», que pasó a ser parte de la Guerra de Sucesión austríaca a partir de 1742. En el curso de esta guerra se desarrollaría el célebre asedio de Cartagena de Indias de 1741, que movilizó una armada británica cuyo número y potencia de guerra no sería superado hasta el desembarco de Normandía en 1945. La flota británica, compuesta por 186 naves y casi 27.000 hombres fue derrotada por una guarnición española compuesta por unos 3.500 hombres y 6 navíos… Y un capitán: Blas de Lezo.
Es de señalar que en la gesta de Cartagena participaron seiscientos indios flecheros, y voluntarios, mientras los británicos contaban entre sus filas con un importante contingente de esclavos.
Aunque languideciente, España seguía estando presente en Europa; así, en 1743 se firmó el Segundo Pacto de Familia entre Francia y España como acto de fuerza en el conflicto europeo que se daba en Austria con motivo de su Guerra de Sucesión, que se había iniciado en 1741 y conocería su final en 1748. Por este pacto de familia, el segundo hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, el infante don Felipe, se hizo con los ducados de Parma y Piacenza, si bien estos territorios no serían administrados por España.
A la muerte de Felipe V reinó Fernando VI entre 1746 y 1759, que, según Eduardo Montagut Contreras, se manifestaba más partidario de la neutralidad.
Se caracterizó por un menor protagonismo en los conflictos europeos y por una política de neutralidad. Se establecieron negociaciones con Inglaterra y Portugal para resolver algunos contenciosos. Destacaría la firma del Concordato de 1753 entre el Papa y España. Por otro lado, se estableció un plan para restaurar la potencia naval española. (Montagut)
También se intentó la recuperación de los territorios que habían sido perdidos ─el Rosellón, Gibraltar…─, logrando el éxito de la recuperación de Menorca, en el curso de la Guerra de los Siete Años.
Ya por esta época se hacía notar la actividad de la masonería, crisol de lo que se estaba gestando contra España, y la corona actuó en consecuencia. Por decreto de 2 de Julio de 1751, Fernando VI prohibió en el reino la masonería, que se había instalado, principalmente en las ciudades con puerto. El breve decreto señalaba que, como estaba prohibida por la Santa Sede y por las leyes, por tratarse de sociedad secreta, quedaba fuera de la ley.
Pero los esfuerzos quedarían diluidos. Según el periódico La Reforma de 18-10-1865, órgano de la francmasonería en España, la primera logia se estableció en 1726 en Gibraltar. Al año siguiente se estableció otra en Madrid, y en 1731 otra en Andalucía.
El decreto resultó de poca o nula efectividad, ya que, con el advenimiento de Carlos III, en 1759, la francmasonería se instaló en el mundo cortesano, que en torno al ministro Ricardo Wall, y conforme denuncia Vicente de la Fuente en su obra «Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas», llevó una política de docilidad a las instrucciones de Inglaterra. Tan es así que, no solo se permitió el tráfico negrero a los ingleses y franceses, sino que hasta en la misma España llegaron a crear una compañía negrera, algo que siempre había rechazado España.
A partir de 1760, España resurgió y materializó un importante refuerzo en el ejército y en la marina, ayudado por las medidas económico-fiscales puestas en marcha por los ilustrados; medidas fiscales que, por otra parte, ocasionarían disturbios en América; probablemente porque el espíritu ilustrado se distanciaba del espíritu humanista que había hecho posible, con un mínimo esfuerzo humano y un gran esfuerzo espiritual, conformar la estructura de los virreinatos americanos.
En este tiempo, se gestaban grandes descubrimientos científicos; así, en 1755, Kant publicaba su trabajo sobre la Génesis del sistema planetario mientras Joaquín Velázquez de León estudiaba, a través de telescopios, los eclipses de los satélites de Júpiter.
En 1759 accede al trono Carlos III.
A lo primero que tuvo que enfrentarse, en 1761, fue a la guerra de los Siete Años, como consecuencia de la invasión británica llevada a cabo en Honduras ese año, tras la firma del «pacto de familia» entre la corona española y la francesa.
Por primera vez Inglaterra había demostrado su capacidad operativa en el mar y su capacidad para la ocupación permanente de territorios españoles. La ocupación de la provincia francesa de Quebec (1759-1760), y la invasión de La Habana, iniciadas el 6 de junio de 1762, mostraron a España la necesidad de emprender reformas de profundidad en la Armada.
España, sin embargo, no reaccionaba ante los acontecimientos, a pesar de que, como queda señalado, mantuvo guerras contra Inglaterra a lo largo de todo el siglo, y contra Francia en los períodos de 1792 a 1795 y entre 1808 y 1814. Sin embargo, la invasión inglesa a Cádiz fue resistida y derrotada por la marina española, prueba de su capacidad defensiva y del mantenimiento del Imperio, pero poco más se hizo.
En esta época, y gracias a la acción del marqués de la Ensenada, España contaba con una armada acorde a sus necesidades; pero, a partir de este momento, nos señala Rafael Olaechea que las inversiones y dedicación que España prestaba a la modernización eran más bien escasas.
Mientras Inglaterra invertía al año 1.280 millones de reales en su Marina, España, que poseía la mitad de barcos, no gastaba anualmente sino 140 millones de reales. (Olaechea: 16)
Con esta actuación sin ambiciones llega la Paz de París, firmada en 1763, y con ella se pone fin a la guerra de los siete años; los ingleses se quedan con Canadá, España recupera la Habana y Manila, cede Florida a Inglaterra y recibe en compensación Luisiana; y a España no le reportó más ganancia que el conocimiento de su debilidad, y la vergüenza de aparecer ante toda Europa como una nación sumamente débil.
No obstante, hay quién afirma, a pesar de estos acontecimientos, que la decadencia española no era manifiesta, para lo que argumenta que la Real Armada llegó a su tope histórico de más de 240 buques en activo, que durante esa época se cosecharon las mayores victorias contra la Gran Bretaña, así como las mayores derrotas navales de ese país en toda su historia, como fueron la captura del doble convoy inglés en 1780 o el tema de Blas de Lezo en 1741. Se remodela la Armada con hombres como Mateo Mullán o Jorge Juan, el gran matemático, y aparecen los grandes capitanes que morirían en Trafalgar 1805. Es en ese reinado y en el de Carlos IV cuando se logra el mejor nivel de vida en España y en la América. Todo ello cierto, pero también cierto que en 1763, la Paz de París no fue beneficiosa para España, como también, a pesar de la actividad del Marqués de la Ensenada, y como ya ha quedado señalado, la inversión anual en las necesidades de la Armada Española apenas superaba la décima parte de lo que su enemigo natural, Inglaterra, invertía en la suya.
Por múltiples motivos, la España europea estaba convulsa. Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, español de Sicilia, favorito de Carlos III, era en aquellos momentos ministro de la guerra y ministro de Hacienda. Funciones que, según el diplomático danés Antón Larrey, siendo desempeñadas conforme marcaba la trayectoria del biministro, sería imposible que España saliera de su profundo anonadamiento. (Olaechea:8)
Esquilache centró su actividad en el control de las aduanas y en el establecimiento de estancos; aspectos que tendrían duras repercusiones no solo en la España peninsular, sino que serían el motivo principal de la rebelión comunera de América.
Las circunstancias del momento hicieron que el biministro Leopoldo de Gregorio y el ministro de estado, Jerónimo Grimaldi, se convirtiesen en personajes sobre los que la desazón popular, con mayor o menor razón, acabaría concentrando su ira. El embajador danés, en 1764 y en carta cifrada, daba su opinión sobre la situación española a su gobierno en estos términos:
Una Monarquía tal como está regida la de España, una Nación entera hundida en la más profunda miseria, agotada por las vejaciones y los impuestos, sin que estas contribuciones pongan al Soberano en estado de protegerla con suficiente eficacia, debido a los enormes abusos que se han ido acumulando en todas partes, y a la relajación general de toda la maquinaria; un pueblo que de un día a otro se ve en el triste estado de tener que combatir contra la más horrible carestía, es muy poco apto para producir celos a sus [países] vecinos, y apenas defendería sus propios hogares, que casi le resultan una tierra extraña, desde el momento en que cesa de suministrarle las [más elementales] necesidades de la vida. (Olaechea: 10)
Lamentable, máxime si tenemos en cuenta que las circunstancias de esas afirmaciones, realizadas como informe secreto para un gobierno extranjero, y no como declaraciones públicas, aparecen como certeras y carentes de otro ánimo que no sea el de informar los aspectos más cercanos a la verdad. La situación popular, así, era de penuria económica, lo que era aprovechado por los especuladores en beneficio propio; el comercio de granos constituía una de las actividades más lucrativas, con el consiguiente perjuicio para los consumidores finales. Rafael Olaechea señala al respecto:
Aun en los años de cosecha normal era necesario que España importara trigo del extranjero, pero en cualquiera de los casos, de diez partes de trigo vendido, nueve procedían de los graneros de los eclesiásticos, de los terratenientes y grandes arrendadores, o de los gremios. (Olaechea: 23)
La situación había llegado a esos extremos como consecuencia de la acumulación de tierras en las conocidas como manos muertas, grandes propietarios agrarios que sometían a la población rural a salarios de hambre, llegando a dejar improductivas grandes extensiones agrícolas. Ante esta situación, decía el embajador francés:
Los pueblos son laboriosos, activos e industriosos en Galicia, Vizcaya, Navarra, Cataluña y el reino de Aragón; solo en las Andalucías y las Castillas, sobre todo la Nueva, la pobreza del bajo pueblo es extrema, y esto viene principalmente de que la mayor parte de las tierras pertenecen directamente al rey, a los grandes señores y al clero secular y regular. Estos señores descuidan la agricultura; el clero, y especialmente los frailes, la explotan ellos mismos, y los campesinos que no tienen tierras en propiedad solamente pueden subsistir con el trabajo de sus manos o pidiendo limosna, y esto último es lo que de ordinario prefieren. (Ferrer, el motín)
Esta situación hacía que labradores sin trabajo se desplazase a las ciudades, contando Madrid en estas fechas con una población de 200.000 habitantes; población que, a pesar de ser años en los que la mortandad superaba a los nacimientos, la población madrileña crecía como consecuencia de la emigración procedente del campo, atraída por los puestos de trabajo que finalmente quedaban cortos ante la demanda existente.
En estas fechas, el precio del trigo había subido en Madrid de 8 a 26 reales, y los precios de los artículos de primera necesidad se habían quintuplicado en una década. La situación iba agravándose con el tiempo, hasta el extremo que a la salida del rey de un acto religioso, la población gritaba «danos pan y muera Esquilache». La quiebra del estado era manifiesta, y la Corona pagaba a sus acreedores con pagarés a cargo de los Reinos de Indias, de donde reiteradamente llegaban devueltos.
La efervescencia social se hacía notar en todos los ámbitos; la delincuencia se hacía dueña de las calles, y la medida adoptada por la corona para cortar esa situación de inseguridad que impedía un mínimo de normalidad en la vida cotidiana, y que se incrementaba considerablemente con la llegada de la noche, fue, primero, instalar cinco mil faroles en las calles de Madrid y, tras ello, ante la inutilidad de la medida, el decreto de 13 de Enero de 1766 sobre capas, sombreros y embozos, por el cual se procedió, de forma directa, en las calles, a cortar las capas y las alas de los sombreros de una población acostumbrada a los mismos, aduciendo que el sombrero de ala ancha y la capa larga facilitaban el embozo de los delincuentes, lo cual no dejaba de ser verdad, pero produjo en la población una sensación de malestar que la llevó al motín, dejando para la historia, como causa del mismo, la arbitraria medida en torno a la vestimenta de la población, cuando no dejó de ser la gota que colmó el vaso de la paciencia de quienes a duras penas podían sobrevivir a la miseria.
El 23 de marzo de 1766, la multitud rompió los cinco mil faroles que alumbraban las calles de Madrid, cercaron la casa de Esquilache y la destrozaron a pedradas.
Pero no acabó ahí el tumulto; al día siguiente, la soliviantada multitud asedió el palacio real pidiendo a gritos que saliera el rey para dirigirse a los concentrados, pero la guardia de palacio impidió el acceso de la multitud, rechazándolo de forma expedita con descargas de fusilería sobre los manifestantes. Fue el punto de inflexión que marcó el desastre.
Las turbas, azuzadas por los excesos de los privilegiados y finalmente desmandadas, se enfrentaron a los soldados, a los que les mataron hasta diez efectivos, que luego arrastraron por las calles, hasta que los quemaron. Fue el inicio de una escalada de motines que se sucedieron a lo largo y ancho de la España peninsular.
Finalmente habló Carlos III a la multitud, aceptando todas sus peticiones, bajando el precio del pan, aboliendo la Junta de Abastos, manteniendo el uso del traje que llamaban tradicional, aunque en purismo no lo era, y desterrando a Esquilache. Pero ante la huida de Carlos III a Aranjuez, se exasperaron los ánimos de la población, que inició una revuelta que se hizo con el depósito de pólvora y ordenó la vuelta del rey, amenazando con quemar el palacio real si no se cumplía ese deseo. En Junio, tres meses después, seguía sin volver a Madrid.
Los tumultos se reprodujeron en Aranjuez, donde el día 10 de abril fue apedreado el palacio, mientras se sospechaba que tras los amotinados se encontrase, manejando los hilos, el marqués de la Ensenada, bien relacionado con los jesuitas.
Por su parte, el embajador francés, marqués d’Ossun relata los hechos señalando:
Una revuelta en Madrid comenzada el 23 hacia la tarde por el pueblo más bajo, pero verosímilmente fomentada y sostenida por los sacerdotes, por los monjes y por gentes de una especie más considerable que el bajo pueblo o de simples artesanos. (Ferrer. Motín)
Los cortesanos, Ricardo Wall, el duque de Alba, el conde de Aranda, Roda, Campomanes, José Moñino Redondo, conde de Floridablanca, Azara, y otros, impidieron que se tomasen medidas para cortar el motín al tiempo que hicieron correr la voz de que el motín había sido promovido por los jesuitas, si bien hay historiadores, como Vicente de la Fuente, que en su Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas culpan del mismo al duque de Alba, quien habría usado como instrumento al conde de Aranda. El caso es que, el motín de Esquilache, como años después sucedería con el motín de Aranjuez con otros fines, parece que fue provocado con el objetivo de conseguir la expulsión de los jesuitas, que eran los valedores de la Contrarreforma y los únicos que se podían oponer intelectualmente a los masones, en cuyas filas militaban los cortesanos citados y otros de menor significación. Si Esquilache era o no era tan nefasto como nos ha llegado será cuestión de investigarlo aparte.
Al fin, el motín sirvió como excusa para proceder a la expulsión de los jesuitas, medida que se produjo en Portugal y Francia antes de producirse en España, de donde fueron expulsados según pragmática sanción de 1767.
La subida al poder de Aranda, Roda, Campomanes, Floridablanca y otras personalidades bajo el reinado de Carlos III, puede considerarse la frontera inicial de una etapa de decisivas transformaciones económicas, políticas, sociales e intelectuales. (Liern: 639)
La masonería iba asentando sus reales y la anarquía se apoderaba de todo el orden social; al respecto, el masón limeño Pablo de Olavide, residente en Madrid y posterior conspirador, escribía:
Parece que España es un Cuerpo compuesto de muchos Cuerpos pequeños, destacados y opuestos entre sí, que mutuamente se oprimen, desprecian y hacen una continua guerra civil. Cada provincia forma un cuerpo aparte, que solo se interesa por su propia conservación, aunque sea con perjuicio y depresión de las demás. Cada comunidad religiosa, cada colegio, cada gremio se separa del resto de la Nación, para reconcentrarse en sí mismo. (Olaechea: 34)
La actividad masónica se hacía evidente tanto en la organización de los motines como en la incriminación de otros en los mismos. La Iglesia en general, y los jesuitas en particular, eran presentados como los instigadores de los mismos.
Pero de esta situación parece que solo se daban cuenta los observadores de los gobiernos extranjeros, que observaban cómo en España todos los sectores se encontraban agotados: el ejército, la marina, la agricultura, la industria, el comercio…
El problema que agravaba todo era que el espíritu militar, emprendedor en todos los campos, había desaparecido del pueblo español, el cual había pasado a preferir los empleos administrativos en detrimento de todos los demás campos.
El mismo autor Olaechea remarca que en 1766 se le hacía un reproche a Carlos III:
Entregó V.M. las riendas del gobierno al Marqués de Esquilache con tanto despotismo que fue solo en determinar, sin que nadie fuese capaz de desimpresionar a V.M. de sus errores, calificando todos sus procederes como aciertos, y con seis años de manejo dexó a V.M. sin dinero, sin tropa y sin armas, pues no cuenta V.M. en el día en todo su Erario con 600 mil reales; en toda su tropa 25 mil hombres, y en toda su Armada 14 navíos. (Olaechea: 17)
Pero, como hemos señalado, no parece que todos los males que estaba padeciendo España puedan ser achacables a la acción errónea de un solo ministro.
Los motines, y la expulsión de los jesuitas, medida política conectada con aquellos, y directamente relacionada con los objetivos de los masones, fueron dos hechos de gran relevancia histórica, que tendría su manifiesto reflejo en las convulsiones que al otro lado del Atlántico generaría la revolución comunera. En ambos casos tenía reflejo la política fiscal borbónica.
En América, la expulsión de los jesuitas provocó revueltas y motines populares que fueron duramente reprimidos por el visitador real José de Gálvez, que ejercía la función de cumplir la orden de expulsión.
Por su parte, el conde de Aranda, de reconocida trayectoria masónica, pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla a raíz del motín de Esquilache, al tiempo que daba fin al motín, que se había extinguido tras haber conseguido de Carlos III la aceptación de las peticiones primarias, no sin que antes se hubiese ejecutado una feroz represión, no solo en Madrid, sino por toda España (con especial significación en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y Guipúzcoa) y que en Zaragoza costó la vida a ocho sediciosos, que fueron ejecutados en abril de 1766.
En medio de estas convulsiones, la vida científica proseguía su particular camino. Así, en 1769 fue observado por los astrónomos un tránsito venusino. En México fue observado por Joaquín Velázquez de León, quien lo hizo desde el sur de la Península de Baja California, y por José Antonio Alzate y por Ignacio Bartolache, que lo observaron desde el sur del Zócalo de la Ciudad de México. Alzate observó además el tránsito de Mercurio de noviembre de ese año y el eclipse lunar del 12 de diciembre. La observación científica continuaría desarrollándose, siendo que en 1778, Antonio de León y Gama calculaba las efemérides de un eclipse solar, lo observaba y publicaba en la Ciudad de México la descripción universal del eclipse de Sol del día 24 de Junio de 1778.
Otra marcha llevaba el movimiento secesionista, que comenzaba a ser alentado por algunos jesuitas expulsos. Comenzó a crearse un sentimiento nacionalista bastardo trufado con reivindicaciones del pasado indígena, acción de la que fue actor principal el arequipeño Juan Pablo Viscardo y Guzmán, el cual acabaría exiliado en Inglaterra, desde donde alentaría la rebelión de Túpac Amaru II en 1781 con la colaboración de aquella.
Resulta necesario señalar que Viscardo era jesuita, que la Inglaterra anglicana llevaba una persecución abierta y permanente del catolicismo… Y que Viscardo gozaba de todos los plácemes y apoyos de la corona británica.
La labor de Viscardo consistiría en la creación artificial de un sentimiento nacionalista en la población americana. No obstante, ese sentimiento nacionalista no cruzaba los umbrales que separan la ficción de la realidad. España, a pesar de los graves conflictos existentes en la Península, realizaba ejercicios de regeneración; así, se seguían realizando expediciones que reafirmaban la voluntad de supervivencia; una de especial significación fue la que en 1776 se hizo al Río de la Plata, que permitió la conquista de Colonia do Sacramento y la creación del Virreinato del Río de la Plata; otra, la ocupación de la Alta California.
En 1778, y mientras James Cook llega a Hawai, se forma la alianza entre España y Francia durante la guerra de independencia de los Estados Unidos, reforzando así la posición tomada en 1776, cuando Bernardo de Gálvez materializó la decidida ayuda española para la independencia de las 13 colonias de la Compañía de Indias Occidentales británicas, que daría lugar a los EE.UU. de Norteamérica.
Al respecto de esa ayuda, Patricio Lons señala que
Antes de la declaración de guerra España ya ayudaba a los norteamericanos secretamente. En 1777 Benjamín Franklin, el representante americano en Francia, pidió la ayuda secreta de España a las colonias, de la que obtuvo 215 cañones de bronce; 4.000 tiendas; 13.000 granadas; 30.000 mosquetes, bayonetas, y uniformes; más de 50.000 balas de mosquete y 300.000 libras de pólvora. Franklin agradeció por carta al Conde de Aranda toda esta ayuda, de la que posteriormente recibió 12.000 mosquetes más enviados a Boston desde España. Además España dio casi dos millones de libras a los insurrectos. (Lons)
Consecuencia directa de la actividad de España, en 1783, Gran Bretaña perdió las 13 colonias que conformarían los Estados Unidos. En contraste, el Imperio español en América siguió vigente hasta las guerras de independencia ocurridas entre 1810 y 1824. Pero, no obstante, los principios que guiaban a España en este empeño son bien diversos de los perseguidos por Gran Bretaña en su directísima participación en los procesos de disolución de España. Como muestra hay que señalar que en la tumba de Washington no existe ninguna placa del ejército español agradeciendo la colaboración de aquel, mientras en la catedral de Quito, en la tumba de Sucre existe una placa del ejército británico agradeciendo su colaboración. ¿Quién servía a quién? Evidentemente, España servía a los EE.UU. con el ánimo de debilitar a Gran Bretaña mientras Gran Bretaña urdió las guerras separatistas de América para destruir España… Pero parece evidente que los norteamericanos medían las contrapartidas de manera bien diversa a las aplicadas por los «libertadores» de Hispanoamérica.
Placa de homenaje del Imperio Británico a Sucre, ubicada en la tumba de este en la catedral de Quito
Dentro de la corte, y encabezados por el conde de Aranda, existían opiniones encontradas respecto a la participación de España en la independencia de los Estados Unidos. A ese respecto, Rafael Anes y Álvarez de Castrillón nos señala:
Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde Aranda, presenta al Rey una Memoria secreta, en la que dice que la independencia reconocida a las colonias inglesas es para él «motivo de dolor y de temor», por las dificultades que veía para que España conservase los dominios americanos, ya que «jamás unas posesiones tan extensas, colocadas a tan grandes distancias de la metrópoli, se han conservado por mucho tiempo», decía. Cabría pensar que el temor provenía que el ejemplo de las colonias británicas fuese seguido por las españolas; pero, sin negar que eso pudiese suceder, el peligro que contempla es otro, el poder que podía alcanzar la república federal norteamericana, el poder, señala, de la «nueva potencia que acabamos de reconocer». Añade, que esa «República federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha tenido necesidad de apoyo y de la fuerza de dos potencias tan poderosas como la España y la Francia para conseguir su independencia», pero llegará el día «en que será un gigante, un coloso terrible en esas comarcas» y «olvidará entonces los beneficios que ha recibido y no pensará más que en enriquecerse». (Anes: 208)
Pero, salvo en círculos masónicos manejados por Inglaterra, la independencia de Estados Unidos no tuvo ninguna consecuencia inicial en los hispanoamericanos, que siempre se mostraron como naturales miembros de la monarquía española, que seguían los acontecimientos de la guerra a través de la prensa que, como La Gaceta de Madrid o El Mercurio, circulaban profusamente en el mundo hispánico.
Eran bien otros los motivos y los intereses que propiciaron la separación de los reinos americanos.
Ya en 1600 se creó en Londres la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que perviviría como tal hasta 1858, cuando fue clausurada por el gobierno británico; Holanda hizo lo propio en 1602 con la Compañía Holandesas de las Indias Orientales (o VOC), mientras los franceses esperaron hasta 1664 para constituirla.
Con estas compañías de carácter marcadamente pirático, consiguieron asientos en Extremo Oriente e intentaron conseguir asentamientos en América. A punto estuvieron de conseguir sus objetivos en 1638 cuando fue descubierta La Complicidad Grande, que fue desarticulada por la Inquisición en el Auto de Fe de 23-1-1639.
Ya lo habían intentado en 1600 en su ataque a Chiloé los piratas Jacques Mahu y Simón de Cordes, quienes lograron implicar a los araucanos en la empresa, los cuales, finalmente, conocedores de las artes de sus aliados, acabaron por combatirles. Y otras acciones fueron llevadas a cabo por un ejército de piratas entre los que destacan Drake, Cavendish, Raleigh o Merlick.
Y por supuesto, seguirían intentándolo hasta conseguirlo.
El primer paso de envergadura dado en ese sentido fue, sin lugar a dudas el Tratado de Utrecht, por el cual tenía Inglaterra licencia para comerciar con América, sin que por ello renunciase a la actividad del contrabando. Y, sin lugar a dudas, ese sería el medio aplicado por Inglaterra para romper la unidad de España; el objetivo: la colonización del mismo, incluida la misma Península; y el modo, disolviendo el imperio en provincias cuyo comercio sería manejado por empresas inglesas. Y es que, como señala Carlos Marichal,
Las legislaturas en las 13 colonias en la América británica rechazaron las reformas fiscales e iniciaron su exitosa Guerra de Independencia en 1776, mientras que, al mismo tiempo, en el México borbónico, la política absolutista reconstruyó exitosamente una maquinaria fiscal formidable que proporcionó los recursos requeridos por las defensas militares de la América hispánica, tanto en el virreinato como en el extenso Caribe español. (Marichal)
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Abriendo un paréntesis a este respecto, hay que señalar que los políticos ilustrados de la monarquía hispánica llevaron a efecto una serie de profundas reformas en la economía transatlántica, suavizando el monopolio ejercido hasta ese momento por el puerto de Cádiz. Al respecto, Moisés Llordén Miñambres señala la importancia que tuvieron esas medidas:
La repercusión más acusada sobre las actividades marítimas comerciales de esta época ilustrada surge de la Real Instrucción de 16 de octubre de 1765 que autorizaba la salida y llegada directa desde los puertos españoles de Santander, Gijón, La Coruña, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona, además de los ya establecidos de Sevilla y Cádiz, hacia las islas de Barlovento, Trinidad, Margarita, Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Incrementándose más tarde la relación de puertos de partida con la inclusión de las Canarias (1772) y destinos americanos como Luisiana (1768), Campeche y Yucatán (1770), Santa Marta (1776). En febrero de 1778 se autorizó la navegación a los virreinatos de Perú, Chile y Buenos Aires desde los citados puertos españoles y la pragmática de 12 de octubre de 1778, además de fijar un Reglamento y Aranceles reales para el comercio con las Indias, aumentaba el número de puertos habilitados para su ejercicio. (Llordén: 307)
Esta actuación, de claro cariz mercantilista, representaba la adopción de los métodos aplicados por Francia y por Inglaterra, contrarios a la trayectoria hispánica, y venía a suprimir la primera idea de constituir tres reinos en América, ligados a España mediante el título de emperador que conservaría el rey de España, todo lo cual devino en un deterioro de la economía.
Retomando el relato, el apoyo que venía prestando España a los independentistas norteamericanos se perfeccionó en 1779 cuando España declaró la guerra a Inglaterra en apoyo de la independencia de los Estados Unidos. En el transcurso de esta campaña, que duró hasta 1783, se logró recuperar Menorca y la Florida, si bien se fracasó en la expulsión de los británicos enquistados en Gibraltar.
Entre las sonadas victorias de los ejércitos españoles que apoyaban la independencia de los Estados Unidos, destacan las obtenidas por el mariscal de campo Bernardo de Gálvez, que derrotó a la flota inglesa y tomó sus puertos en el Misisipi, las Floridas y la Luisiana, y libró una batalla de especial significado en la guerra: la de Pensacola. El 19 de octubre de 1781, venció en Yorktown al general Cornwallis, en la que fue la batalla definitiva de la Guerra de Independencia norteamericana.
El 3 de Septiembre de 1783 se firmaría el Tratado de París por el que se ponía fin a la guerra de la independencia de Estados Unidos. En el mismo se confirmaría la vuelta a la Corona española de las dos Floridas.
Sobre esta guerra dirá Godoy:
La guerra impolítica, y del todo impopular en España, á que por los años 1779 y siguientes concurrió esta con la Francia, protegiendo contra la Inglaterra la insurrección de sus colonias en el norte de América, agravó los atrasos de la hacienda pública, desequilibró las rentas del estado con sus obligaciones ordinarias, y otro tanto casi como en Francia, alteró el crédito y alejó la confianza. (Godoy: 45)
No fue el único que se manifestó contra el apoyo de España a la independencia norteamericana, ya que dentro del gobierno se analizó el hecho, y se acabó apoyando, no sin controversias.
No parecen existir datos fidedignos de la réplica inglesa consistente en el apoyo a las revueltas de los años 1781 y 1783 de Túpac Amaru en Perú y de los Comuneros en Nueva Granada, pero sí existen evidencias de que la corte inglesa, que perseguía a los católicos, acogió al jesuita Juan Pablo Viscardo, que llevaba una actuación manifiestamente antiespañola, justamente en esos momentos.
En 1782, el conde de Floridablanca ocupa el cargo de ministro de gracia y justicia, al frente del cual desarrolló una política reformista.
Tomó medidas para impedir el acaparamiento y la especulación de grano, derivados de las crisis agrícolas, fomentó la libertad industrial y comercial, y llevó a cabo la reforma en la educación tras ordenar la expulsión de los jesuitas que acaparaban la mayoría de las cátedras. (Menéndez)
José Moñino, conde de Floridablanca, era un gran reformador; además de la enseñanza, donde aplicó una profunda reforma de las universidades, y dedicó dinero y esfuerzos a las academias científicas así como a la creación de escuelas para la enseñanza gratuita, llevó a cabo la primera división de España en 38 provincias. Creó el Banco de San Carlos, que sería la base del Banco de España. La obra de Floridablanca se extendió también el ámbito de la obra pública: carreteras y canales se vieron multiplicados durante su gestión.
Floridablanca, hombre de luces y sombras, nos es presentado por el profesor Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo, como imaginativo.
Sabedor de que es imposible una modificación sustancial y completa del sistema fiscal, heterogéneo, confuso y desordenado, plantea modificaciones puntuales para los diversos ingresos de la Real Hacienda. Así propone medidas de saneamiento para las aduanas y los aranceles, la renta del tabaco, con un particular detenimiento en la persecución del contrabando, las rentas de las salinas, las siete rentillas, el estanco del aguardiente o las rentas provinciales, es decir las alcabalas y cientos, las tercias reales y los millones o sisas. (Abol-Brasón)
La aplicación de estos principios sería el motivo aducido en las revueltas americanas de los comuneros, y significó el auge del contrabando.
En estos momentos España ya no contaba como entidad decisiva en las relaciones internacionales y se encontraba mediatizada por Francia, cuyo poder era hegemónico en Europa y se servía de España para sus intereses, y por Inglaterra, cuya hegemonía en el mar era incuestionable.
Consciente de esta situación, y previendo las acciones que efectivamente llevaría a cabo Inglaterra en los inicios del siglo XIX, parece que el conde de Aranda propuso la creación de tres reinos, el de México, el de Perú y el de Costa Firme, poniendo en cada uno de ellos a un infante español a título de rey, siendo el rey de España emperador.
Pero la propuesta quedó en proyecto… o nunca existió en la mente de este reputado masón, según señalan expertos en estos asuntos.
En 1787 es promulgada la Constitución de los Estados Unidos al tiempo que en España, el conde de Floridablanca emite una instrucción reservada que toca todos los capítulos de la vida nacional e internacional. Hace hincapié en los aspectos más importantes de la vida nacional, empezando con la necesidad de estructurar un sistema educativo que ciertamente era de marcado matiz clasista; reforma de las órdenes religiosas, del ejército, de la marina, de las relaciones internacionales, con especial resquemor ante Francia, y sobre todo ante Inglaterra.
Y en el aspecto de relaciones internacionales, no se supo o no se quiso explotar el filón que representaba haber sido actor principal en la independencia de los Estados Unidos, con quienes se plantea una relación de amistad y de favor, dándole en lo comercial trato de nación preferente, y olvidándose de las compensaciones, morales y económicas, a la que la nueva nación estaba obligada por la decisiva participación en su guerra de independencia.
En España se padece la peste amarilla, lo que ocasionaría una importante expedición sanitaria a todos los virreinatos, ya iniciado el nuevo siglo, que viene a reafirmar el carácter generador de la monarquía hispánica, mientras otra peste, la del latifundio, que se había ido formando especialmente en Andalucía, estaba colapsando la producción agrícola, cuyas tierras estaban vinculadas a mayorazgos y a propiedades eclesiásticas, blindadas con privilegios.
En el campo científico en las postrimerías del año y del reinado de Carlos III, se iniciaría, en septiembre de 1788, un importantísimo viaje de exploración científica encabezado por el teniente de navío Alejandro Malaspina y por José de Bustamante Guerra, con el objetivo de dar la vuelta al mundo hispánico. En su curso llegaron a Alaska, buscando el paso hacia el Atlántico, tras visitar el puesto español de Nukta (actual Vancuver).
La población peninsular, según censo llevado a cabo por Floridablanca, ascendía a 10.409.879 habitantes.
Con esta situación, el 14 de Diciembre de 1788 fallece Carlos III y accede Carlos IV al trono.
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EL REINADO DE CARLOS IV
Concluyendo el año 1788 fallecía Carlos III y ascendía al trono Carlos IV, que desde el principio tuvo un reinado sumamente convulso.
La Revolución francesa rompía todos los esquemas conocidos cuando Carlos IV apenas llevaba siete meses reinando, y se encontró con que aquella abolió las instituciones del Antiguo Régimen en Francia, su principal aliado: se suprimieron los derechos de la nobleza y el clero, se redactó la declaración de derechos del hombre y finalmente se elaboró la Constitución de 1791, basada en la soberanía nacional y la división de poderes.
En la deriva de la monarquía francesa, la monarquía española, cada día más debilitada, veía tambalear su propio trono y comenzó a llevar un rumbo equívoco, dando lugar a tres fases en su actuación con Francia: la neutralidad entre 1789 y 1792, la guerra entre 1793 y 1795, y la alianza entre 1796 y 1808.
Muy pronto se trató de la sucesión de Felipe IV. Las Cortes de Castilla se reunieron a puerta cerrada y bajo la presidencia de Campomanes, pasando a jurar como heredero al futuro Fernando VII, que en ese momento tenía cuatro años, y aprobándose la supresión de la ley sálica de sucesión, que había sido introducida en el reinado de Felipe V. Decisiones que acabarían garantizando medio siglo de conflictos armados.
El 14 de Julio de 1789 estalla la Revolución Francesa con la toma de la Bastilla por el pueblo francés y se forma la asamblea nacional; se producen graves motines en París, y en España se recibe la noticia con una férrea censura, pero se mantiene la neutralidad hasta 1792 cuando Godoy, con 25 años, es nombrado primer secretario de estado. La carrera meteórica del «Príncipe de Paz», según las malas lenguas, tenía algo que ver con su relación, más que íntima, con la reina María Luisa.
Las circunstancias hicieron que Godoy fuese uno de los personajes más odiados de su tiempo, y sus actuaciones depararon para España la puntilla como imperio y como nación independiente.
Por otra parte, su fama de inculto, que también ha sido divulgada, parece que ─como en el caso de Pepe «Botella» su fama de bebedor─ no obedece a la estricta realidad.
Francisco Javier Pecellín Sayazo nos hace recapacitar sobre el asunto:
Realmente cuesta imaginar cómo un personaje sin formación pudiese dar rienda a numerosas actuaciones en favor de los más diversos campos en nuestro país: derecho (Novísima Recopilación), agricultura (ordenación de terrenos, roturaciones), medicina (introducción de la vacuna de Jenner, sección de Cirugía del Hospital Carlos III, Escuela de Veterinaria, Real Colegio de Medicina de Madrid), cultura (Biblioteca de la Real Academia de Bellas Artes, consecución del Atlas Geográfico de España)... (Pecellin)
A este respecto, es necesario señalar que entre los años 1803 a 1814 se llevó a cabo alrededor del mundo la primera expedición sanitaria internacional en la historia. Se trata de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, conocida como Expedición Balmis en referencia al médico Francisco Javier Balmis, con el objetivo de que la vacuna contra la viruela alcanzase a todo el Imperio. La misión consiguió llevar la vacuna hasta Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas y China. Asunto digno de estudio diferenciado y que marca también la diferencia existente entre un imperio generador, como el español, y un imperio depredador, como el británico, que en esos mismos momentos no se preocupaba, precisamente, de proteger la salud de los habitantes de sus dominios, sino más bien de proclamar, por boca de James Barnard, vicepresidente de la Sociedad Real de Tasmania, que «el proceso de exterminio es un axioma de la ley de la evolución y de la supervivencia del más apto».
Para hacerse cargo de la importancia humanitaria, en concreto de esta expedición, hay que ubicarse también en el tiempo que fue llevada a cabo. Es conveniente señalar que coincidió en el tiempo con la Guerra negra de Tasmania, y que no fue otra cosa que uno más de los genocidios llevados a cabo por la corona británica, en este caso en la Tierra de Van Diemen (actualmente Tasmania), donde los tasmanos fueron cazados como bestias, torturados y mutilados hasta que finalmente fueron exterminados, siendo los cazadores recompensados por el gobierno británico. Datos no contrastados por esta investigación señalan que en 1860 murió el último hombre tasmano. Un miembro de la Royal Society of Tasmania, George Stokell, mandó abrir su tumba para hacerse una petaca con su piel. La última mujer palawa (tasmana), una mujer llamada Truganini o Trugernanner murió en 1876.
Pero esos son otros aspectos… Ciñéndonos a los del reinado de Carlos IV, debemos tener en cuenta que en el segundo período del siglo XVIII, lamentablemente la acción política no es equiparable a lo que pudiera esperarse de un gobierno capaz de llevar a cabo algo tan importante como fue la campaña contra la viruela. Muy al contrario, las figuras políticas más representativas carecieron de la menor grandeza institucional y de la mínima capacidad humana y moral para dar la talla política necesaria en unos momentos de crisis. Estamos hablando de una generalización de la incompetencia, motivo por el que parece exagerado conceder fama de inculto a Manuel Godoy que en todo caso, y para mal de España, sería de lo mejor que había en el momento en el entorno del poder.
Tengamos también en cuenta que, por estos tiempos, la vida cultural e industrial continuaba evolucionando, y en México comenzaban las labores del Real Colegio de Minería, institución que por su estructura, cursos y nivel educativo, ha sido considerada la «Primera casa de las ciencias en México». Aquí se impartieron los primeros cursos formales modernos de astronomía.
Al fin, y en todo caso, Godoy fue un personaje peculiar cuyos errores se impusieron a sus aciertos, en ocasiones frustrados, para mal de España, por sus enemigos. En sus memorias dice que no podía presentar títulos académicos, pero que fue cultivado por sus padres
En lo muy tasado que la cortesía y el buen tono de la sociedad requería en nuestra clase…/… No frecuentábamos, en verdad, los bancos de las aulas donde el peripato y las glosas del derecho romano daban privilegios. (Godoy: 28)
Pero relata que tras la formación recibida por varios maestros estudió matemáticas, letras y filosofía, y ya en la corte aprendió francés e italiano, pero nada dice en lo relativo a las relaciones que, conforme se dice, tenía con la reina María Luisa de Parma, a las que se refiere de soslayo como «fábulas del vulgo».
Eran momentos de inestabilidad y de nerviosismo, de intrigas y de traiciones, y en ese entorno, José Moñino, conde de Floridablanca es despojado de su cargo de primer ministro el 28 de febrero de 1792, cargo que desempeñó desde febrero de 1777, y puesto preso. Le sustituyó el que era su enemigo desde hacía décadas: el conde de Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea, quien a su vez fue cesado a los nueve meses, relevado por el propio Godoy. Todo en un mar de intrigas.
José Moñino es puesto preso en Junio y son confiscados sus bienes. Sería liberado en 1795, como acto de gracia del nuevo jefe de gobierno: Godoy. Pero no sería rehabilitado hasta el 28 de Marzo de 1808, por el nuevo rey, Fernando VII, que le levantó el destierro al mismo tiempo que a Urquijo y a Saavedra. José Moñino moría el 30 de diciembre del mismo año, no sin haber tomado parte efectiva en la creación de Juntas.
Un levantamiento parisino acaba derrocando a Luis XVI de Francia, y eligiendo una asamblea constituyente conocida como la Convención. Es tomada presa la familia real, y ejecutados en la guillotina el 21 de enero de 1793, momento en el que Carlos IV declara la guerra a Francia, la que sería conocida como “Guerra de la Convención”, que duraría hasta 1795 y acabaría con victoria francesa. En la paz de Basilea que se firmaría tras la misma, se iniciaría un período de colaboración entre Francia y España que sumía a ésta en una dependencia de aquella, y Godoy, actor principal de la comedia, se presenta como un hombre hecho por los reyes. En sus memorias señala su megalomanía:
¡Mis destinos me condenaron á navegar á palo seco en la más dura de las épocas que ofrecieron los fastos de la Europa! (Godoy: 44)
Godoy, en sus memorias, hace una extensa exposición de estos hechos, afirmando que solo España realizó actuaciones tendentes a que no se ejecutase a la familia real francesa, a lo que respondió Francia
Con el embargo de nuestros buques en sus puertos, y por la expedición de un gran número de patentes de corso que despachó contra nosotros. (Godoy: 94)
Todo lo cual acabó con la declaración de guerra por parte de Francia.
En el ámbito internacional, como en el nacional, la marcha de España era acorde con la cualidad de sus gobernantes. El desarrollo y solución de la Guerra de la Convención lo dice todo, pero no es el único dato, pues el 27 de Octubre de ese mismo 1795 se firmó con los Estados Unidos un tratado de amistad y límites de navegación, por el que se permitía navegar el Misisipi a los Estados Unidos, así como procurar la paz y armonía con los indígenas, asilo a barcos en necesidad, protección de los bienes particulares; se prohibían mutuamente atender a los enemigos del otro; se instauraba el libre mercado y navegación, excepto contrabando y material de guerra. En principio una pequeña cesión… a cambio de nada, y sin que los Estados Unidos hubiesen iniciado la devolución de las deudas contraídas con España durante su guerra de independencia, que hoy siguen impagadas.
Siro Villas Tinoco señala que tras la guerra de la Convención, en 1795 la situación de España era de esperpento.
La situación interna de la monarquía hispana entró en una crisis permanente, con incesantes intercambios en las cinco secretarías y con presencia distorsionante de unas pugnas internas, escasamente sorteadas, entre los «golillas» del conde de Floridablanca, los «aragoneses» del conde de Aranda, los «persas» o «regeneracionistas tradicionales» de base aristocrática y los «fernandinos» nucleados en torno al cuarto del príncipe de Asturias (futuro Fernando VII), todos ellos empeñados en luchas intestinas y tan solo unidos por su odio al favorito Godoy. (Villas)
Pero Godoy demostraba ser un artista a la hora de interpretar los acontecimientos que protagonizaba; con gran imaginación trata así la guerra de la Convención:
Más que en ninguna otra parte aprendieron allí las dos naciones á estimarse, porque iguales en fuerzas los dos campos, otro tanto como en los bríos y las gentilezas marciales, se guerreó de entrambos lados con soberbia, mas con lealtad; con furor, mas sin odio; con las armas, no con injurias y denuestos bien mirada por los unos y por los otros la bandera enemiga sin distinción de emblemas y colores. (Godoy: 281)
Hay que reconocer en el personaje algo que lo señala como digno precursor de los políticos de siglos posteriores. La Guerra de la Convención fue un conflicto que también finalizó negativamente para España, por la Paz de Basilea. Pero si para España fue negativo, a Godoy le reportó el título de «Príncipe de la Paz», algo que no solo era título, sino que comportaba grandes beneficios económicos.
La paz, firmada en 1795, ponía fin a la ocupación por parte de Francia de Figueras, San Sebastián, Bilbao y Miranda de Ebro. Esta paz costó a España la cesión a Francia de las posesiones en Santo Domingo. Godoy justifica el hecho diciendo que la posesión de la isla era no tan solo inútil sino aún gravosa para España en aquella actualidad.
Señala Godoy que Santo Domingo era lugar infame.
Tierra de maldición para los blancos, y verdadero cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera que fuese su dueño en adelante. (Godoy: 311-312)
Vamos, que España salía ganando…, que el tratado de paz había sido un éxito rotundo de su labor. Todo justificaba las prebendas que el tratado le reportaría.
A partir de este momento se ponen las bases para la alianza hispano francesa, que culminaría el 18 de Agosto de 1796 con el tratado de San Ildefonso. A partir de este momento se produjo una mayor fluidez en las relaciones con Francia, lo que facilitó la difusión de las ideas liberales y masónicas en España.
Manifiestamente, España estaba cayendo en una dependencia absoluta de las potencias extranjeras, lo que quedó documentado en el tratado citado, con el que España se ponía al servicio de los intereses de Francia. En el título XVIII del mismo se hace referencia a los compromisos directos respecto a España en los siguientes términos:
XVIII. Siendo la Inglaterra la única potencia de quien la España ha recibido agravios directos, la presente alianza solo tendrá efecto contra ella en la guerra actual, y la España permanecerá neutral respecto á las demás potencias que están en guerra con la república.
Este tratado sería el motivo de la entrada de España en la guerra contra Inglaterra, lo que trajo como consecuencia la pérdida de Trinidad y de Menorca en 1798, los ataques a Ferrol y Cádiz en 1800, y el embargo comercial decretado por Inglaterra contra España, el cual vino a sumarse a una situación financiera maltrecha y cada vez más deficitaria. España entregaba la Luisiana a Francia con la condición de que no la vendiese a Estados Unidos; pero cuando se produjo la guerra entre Francia e Inglaterra, Napoleón actuó en contra de lo estipulado.
Godoy señala que España se alió con Francia dada la permanente hostilidad de los ingleses, que por su parte gestionaban que la alianza se realizase con ellos contra Francia. La posibilidad de permanecer neutrales fue desechada, devanándose el asunto desde una postura de sumisión y no de preponderancia, sin llegar a plantearse, dado el momento que se estaba viviendo, fortalecer la marina y el ejército en previsión de lo que era evidente para el consejo de estado: la invasión del territorio nacional, en Europa y en América, por parte de quienes reiteradamente a través de los siglos, y muy concretamente en esos momentos, habían manifestado su enemistad.
Lógicamente, los males no se limitaban a esto. La situación económica, por efecto de las malas cosechas y de los enfrentamientos bélicos, era deplorable. Exhaustas las arcas del estado, el gobierno se lanzaba a una desesperada búsqueda de formas de financiación que, como no podía ser de otro modo, desembocó en la emisión masiva de vales reales y en la aplicación de impuestos especiales. Los impuestos especiales forzaban a sus destinatarios, que estaban bajo el control directo del gobierno; el problema estaba en los vales reales, que eran pagaderos en los Virreinatos americanos, muy especialmente en el Virreinato de Nueva España, donde irremisiblemente era rechazado el pago.
La situación era de bancarrota y, sin embargo, bajo el reinado de Carlos IV, geográficamente España había alcanzado su máxima extensión, y en el Tratado de San Lorenzo de 27 de octubre de 1795, firmado con los jóvenes Estados Unidos, se fijaba la frontera entre ambas naciones en el río Misisipi.
Pero la incapacidad naval en la que aceleradamente estaba cayendo España le impedía mantener la fluidez de contactos marítimos a través del Atlántico, y el Pacífico estaba lo suficiente desatendido como para que la Gran Bretaña se aventurase a invadir las costas de Australia y de Nueva Zelanda, extendiendo el genocidio sobre sus habitantes, sin que España levantase un dedo para impedirlo.
Amparado en esa falta de capacidad de respuesta naval española, y con la colaboración de los comerciantes ilustrados americanos, seducidos por el materialismo británico, el negocio del contrabando alcanzó límites estratosféricos, y en el mismo estaban involucrados los mismos oficiales reales.
El comercio ilícito con las colonias aumentó significativamente en 1796-1801 y se estableció firmemente en Buenos Aires y Montevideo, a partir de 1807, con la complicidad del virrey. (Santana)
Esta actividad ilegal, esta falta de capacidad marítima, y las constantes guerras que estaba manteniendo España, tuvieron un inmediato efecto contra los intereses de España, tanto en lo relativo a las costas americanas como en la Península, ya que los bloqueos derivados de la guerra y su consiguiente pérdida de mercados afectaron directamente al desarrollo del textil catalán, que en aquel momento era el sector más dinámico de la industria nacional.
España, mediante el Tratado de San Ildefonso de 1796, había puesto al servicio de Francia sus tropas, que con 14000 unidades se desplegaron en Dinamarca comandadas por Pedro Caro y Sureda, con el objetivo de guarnecer las costas del mar Báltico y aumentar el bloqueo al que quería someter a Gran Bretaña. Iniciada la Guerra mal llamada de la Independencia, sería la propia armada británica la que embarcaría a los soldados españoles rumbo a La Coruña. Los necesitaba para llevar a cabo su conquista militar de España.
También, mediante el citado tratado, se puso al servicio de Francia la flota y, más adelante, las plazas. Esto conllevaría que el trato marítimo con América sufriera un importantísimo deterioro que se vería incrementado con la derrota de Trafalgar, que consolidó la absoluta supremacía marítima de Inglaterra.
Las guerras contra Inglaterra, que mientras España fue independiente eran la constante, se reprodujeron en 1796 con una derrota naval en el cabo de San Vicente que dejó maltrecha la armada española; la guerra finalizaría en 1802 con la paz de Amiens… firmada entre Francia y la Gran Bretaña. España solo estaba para servir los intereses franceses.
En esta guerra, que es declarada por España a Inglaterra, no para defender sus intereses, sino para defender los intereses de Francia, de quien era satélite, además de las derrotas citadas, se sufrió la pérdida de Trinidad, el bloqueo de Cádiz, el constante ataque a los mercantes españoles por la piratería al servicio de Gran Bretaña, y se vio forzada a permitir que los países neutrales iniciaran el comercio con el Imperio, mientras los ingleses tomaban posiciones y atacaban las Islas Canarias, donde el pirata Nelson sufrió una humillante derrota.
La victoria en Canarias no era más que un espejismo, porque la derrota de Trafalgar es el golpe de gracia a las comunicaciones transatlánticas españolas, y el desastre económico se hace evidente en ambas orillas. Tulio Halperin Donghi nos pinta la dramática situación padecida al otro lado del Atlántico:
En esa Buenos Aires que cree ser el centro del mundo comercial, se apilan los cueros sin vender; en Montevideo forman túmulos más altos que las modestas casas; en la campaña del litoral rioplatense los ganados, sacrificados a ritmo vertiginoso hasta 1795, vuelven luego de esa fecha a poblar la pampa con ritmo igualmente rápido. (Halperin: 72)
Lo mismo sucede en Cuba con el azúcar.
Las protestas de los virreinatos de América se hacían patentes. La incomunicación a que estaban sometidos posibilitaba el germen de la discordia y era caldo de cultivo para que los agentes británicos moviesen sus hilos. Fernando Hidalgo Nistri pinta la situación con el dramatismo del momento:
La falta de correos de la Península y mala disposición en que se halla su dirección a estos países y los dependientes que suele haber de poco mérito y ningunas circunstancias han causado y causan muy graves daños y perjuicios. Se pasan cuatro, cinco meses y aún más, en venir una correspondencia, que llegan aglomeradas; en estos meses maquinan los enemigos del Estado mil noticias y patrañas que extienden con mucha facilidad en gacetas y papeletas impresas en Jamaica, arraigando en los entendimientos y corazones bien dispuestos, todas sus ideas de subversión e independencia que no pueden desvanecerse con la llegada de un solo correo marítimo de la Península, las que pasado este vuelven a desenvolver los agentes de la desobediencia con otras nuevas que ya tienen preparadas. (Hidalgo: 62)
La acción británica contra España estaba desarrollándose a marchas aceleradas, tendente a completar el plan Pitt, que desarrollaba el planteado por el Foreing Office británico a principios de siglo en orden a apoderarse del imperio español. Así, andando el tiempo, a los pocos años, el 3 de febrero de 1807, los ingleses ocuparon Montevideo, desde donde organizarían el asalto a Buenos Aires del 7 de Julio del mismo año.
Tal era la situación que el mismo protegido de la reina acabó cayendo en desgracia: en marzo de 1798 dimitió Godoy presionado por la situación y, sobre todo, por la presión francesa, que sentía desconfianza de su adelantado. Sería sustituido por un equipo reformista compuesto por Francisco Saavedra, Gaspar Melchor de Jovellanos y Mariano Luis de Urquijo. El 28 de Marzo Saavedra accedió al cargo de primer ministro. Duraría nueve meses, siendo sustituido por José Antonio Caballero, con Mariano Luis de Urquijo como primer secretario de Estado, que en 1800 sería destituido y encarcelado por Napoleón.
Pero el cambio de medicina no implicó el cambio de sus componentes, porque Jovellanos potenció el libre comercio al gusto de Inglaterra y se opuso a la intervención del gobierno en la economía, aplicando el dejar hacer sin atender ningún aspecto moral o de interés colectivo.
Dentro del maremagno, se mantenía la voluntad de estar a la altura del momento, pero sin atender los aspectos que garantizaban el desarrollo. La situación económica seguía siendo de bancarrota, por lo que el 15 de septiembre de 1798, Carlos IV expropió los bienes de las instituciones benéficas y los convirtió en dinero contante en pública subasta. Pero siempre guardando las formas. Al respecto, Juan Manuel Santana Pérez analiza el asunto y señala que formalmente no se trataba de una expropiación.
Los fondos obtenidos serían depositados en la Caja de Amortización de Vales Reales a cambio de un interés anual. La situación financiera en los últimos diez años del reinado fue tan deficiente que los intereses solo fueron pagados esporádicamente y, en ocasiones, nunca se llegaron a saldar. La venta de estas propiedades avanzó lentamente en un primer momento, luego, a partir de 1805, progresó con rapidez y alcanzó proporciones considerables hacia 1808. Es decir, que al iniciarse el siglo XIX, el agresivo regalismo del Estado y sus apremiantes necesidades financieras habían tensado la relación entre el Trono y el Altar. (Santana)
La situación económica hizo que el reino fuese, también en este sentido, dependiente de Francia. Otra salida que comenzaba a barajarse era la desamortización de los bienes de la Iglesia.
Pero la actuación del reinado de Carlos IV recibiría importantes alabanzas. En orden a la actuación de la monarquía hispánica bajo la corona de Carlos IV, Alexander von Humboldt señalaba:
Ninguno de los monarcas que han ocupado el trono castellano ha difundido más liberalmente que Vuestra Majestad los conocimientos precisos sobre el estado de esta bella porción del globo, que obedece en ambos hemisferios a las leyes españolas. Las costas de América han sido levantadas por hábiles astrónomos, con munificencia digna de un gran soberano. Han sido publicadas a expensas de Vuestra Majestad cartas exactas de las mismas costas y así mismo planos detallados de varios puertos militares. También ha ordenado que anualmente se publiquen en un periódico peruano de Lima datos estadísticos sobre los progresos de la población, del comercio y de las finanzas. (Humboldt)
Alabanzas de quien servía a los enemigos de España, que fueron los primeros beneficiarios de la publicación de las cartas y planos de utilidad militar.
Se estaba urdiendo el fin de España, y sus gobernantes actuaban al compás que les era marcado; así, Napoleón toma el poder en 1799, mientras la inestabilidad va creciendo por momentos. En 1800 cae Urquijo y vuelve Godoy al palenque, con más poder y, cuentan, con más prudencia personal que antes.
En 1800 se firma el nuevo Tratado de San Ildefonso, un nuevo triunfo de Godoy reforzando el del mismo nombre firmado en 1796. A pesar de todo, y como señala Pierre Chaunu, no era suficiente para acabar con España.
La reacción imperial de las últimas décadas del siglo XVIII no es suficiente para eclipsar al Imperio español. Se necesitará que se añada la acción combinada del catastrófico corte virtual de las comunicaciones, casi ininterrumpidas de 1796 a 1808. (Chaunu: 145)
Mientras se producía la guerra de Francia contra la coalición formada por el Sacro imperio, Inglaterra y su aliada Portugal, guerra iniciada en 1799, el año 1801, e impuesta por Napoleón, España iniciaba una guerra con Portugal, la llamada «guerra de las naranjas», una breve confrontación que sirvió para lucimiento personal del «príncipe de la paz». El objetivo, claramente, era en exclusivo beneficio de los intereses franceses, quienes habían imaginado trocear el país hermano, dejando a Godoy como rey de uno de sus trozos.
La guerra franco-británica, como ya hemos señalado, terminaría por la paz de Amiens, firmada entre Francia e Inglaterra sin el menor concurso de España; pero los ingleses siguieron atacando embarcaciones españolas, mientras España de manera servil a los intereses de Francia, la cual había aceptado la neutralidad española a cambio del pago de un tributo, y soportaba los agravios ingleses sin capacidad alguna para contrarrestarlos.
El año 1804 se inició una nueva guerra entre Francia (y España de acompañante) e Inglaterra y sus aliados Austria, Rusia, Nápoles y Suecia en la que, el año 1805, se produjo la batalla de Trafalgar, que derivó en una total crisis del ejército español. España ya solo era una comparsa en el concierto internacional; una comparsa que estaba abriendo la feraz América a los intereses europeos al tiempo que sometía a los peninsulares a la más feroz presión fiscal, tal vez más aguda que la padecida en la crisis de 1640 con el conde duque de Olivares.
Ahora sí, lo que venía anunciándose quedó perfectamente cumplido. En este punto, España quedó hundida económicamente y con la armada totalmente destruida, quedaba incomunicada con América, cuyo comercio fue bloqueado por la armada británica.
Napoleón ansiaba controlar toda la Península Ibérica, por lo que, en marzo de 1807, hizo firmar a Godoy el tratado de Fontainebleau por el que Francia y España se aliaban para atacar Portugal que, aliado de Inglaterra, no cumplía el bloqueo de ésta decretado por Napoleón.
El tratado de Fontainebleau es la continuación de la política marcada por el primer tratado de San Ildefonso, firmado en 1796, usado por Napoleón para combatir a Inglaterra, tras la paz alcanzada con el zar Alejandro I de Rusia. Por este tratado, Portugal se partía en tres trozos que se repartirían entre el príncipe de Parma, Godoy y el tercer trozo quedaba por designar.
La influencia de Napoleón en España se vio reducida, no obstante, desde el momento en que su conflicto con la burguesía británica la forzó a organizar el bloqueo continental. Como España y muy particularmente Portugal constituían entonces una de las vías principales de penetración del comercio inglés en el Continente, y sus vastos imperios coloniales representaban un factor decisivo en la lucha por la hegemonía mundial, Napoleón se vio precisado a contemplar la necesidad de incorporar estas áreas geopolíticas a la zona de influencia del Imperio francés, y las gestiones diplomáticas realizadas en este sentido determinaron profundos cambios en la opinión peninsular. Las generosas ideas de la Revolución Francesa, que anteriormente despertaron grandes simpatías en el pueblo español y en sus intelectuales artistas, perdieron muchos de sus atractivos desde el momento en que se las identificó con la hegemonía política de Francia. La firma del Tratado de Fontainebleau, que autorizó el paso por territorio español, del ejército francés destinado a ocupar Portugal, causó grande indignación en la Península y quienes lo negociaron ─ el Rey Carlos IV y su Ministro Manuel Godoy─, fueron objeto de severas críticas. (Liévano: 54)
Por el citado tratado, España cedía el paso a las tropas francesas con destino a Portugal. Pero las tropas francesas, comandadas por los generales Junot y Murat, aprovecharon la oportunidad para ocupar las principales ciudades (Barcelona, Burgos, Salamanca, Valladolid, San Sebastián…); al tiempo exigían que la frontera franco-española fuese el río Ebro.
En el curso de estos enfrentamientos se produjo la penetración británica en el estuario de La Plata, con el ataque a Buenos Aires en 1806, y las expediciones separatistas, financiadas por Gran Bretaña, de Francisco Miranda en 1804 y 1806 que acabaron en un total fracaso.
El agente británico Daniel O’Leary, relata así el desarrollo de las actividades de Miranda:
El general D. Francisco Miranda, hijo de Caracas, que consagró su vida entera á obtener la independencia de su patria, había logrado en varias épocas interesar á los Gobiernos de Francia y de la Gran Bretaña en su mimado proyecto y conseguido ofertas de cooperación, que por una ú otra causa, desgraciadamente, no pudieron cumplirse. (O’Leary: 43)
Por su parte, el pueblo, a falta de otras armas, se dedicaba a realizar grotescas chanzas sobre la situación, llegando a ser popular el calificativo de «la trinidad» al grupo formado por Carlos IV, la reina María Luisa de Parma, y Manuel Godoy, mientras, ante tal sucesión de despropósitos, de los que se hacía responsable casi único a Godoy, la nobleza se ponía cada vez más en contra de este y denunciaba sus relaciones con Napoleón. Ese malestar se reflejó junto al Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, en lo que llegó a denominarse «camarilla», que llegó a organizar una conjura para destronar al rey Carlos IV y eliminar la influencia de Godoy, la cual estalló el 27 de Octubre de 1807 cuando un ejército francés compuesto por 28.000 soldados atravesaba la frontera de acuerdo con el tratado de Fontenebleau. Cuando la conjura fue descubierta, Fernando delató a sus seguidores en el Proceso de El Escorial, tras lo que el príncipe pidió perdón a sus padres y denunció a todos sus colaboradores, en un acto que inaugura lo que acabará siendo toda su vida. Fernando fue perdonado, aumentando así el desprestigio del favorito Godoy.
La conjura resultó fallida porque Carlos IV descubrió en los aposentos de su hijo Fernando documentos que la dejaban al descubierto, quedando demostrado que estaba organizada por la alta nobleza y el alto clero y al frente de la cual se encontraba Juan Escóiquiz, quien, curiosamente, había sido elegido por Godoy como preceptor del príncipe Fernando, por los condes de Teba y de Orgaz y el duque de Montemar, todos dirigidos por el embajador de Francia, François de Beauharnais, que seguía las instrucciones de Napoleón.
El príncipe Fernando, aquel ser tonto y ocioso, mentiroso, envilecido y solapado, según palabras de su suegra, Carolina de Nápoles, era la esperanza de un reino que de la cumbre de la Historia estaba cayendo irremisiblemente en su sentina, y quien primero fue denominado como «El deseado» y que luego acabaría siendo conocido como «El rey felón», sería el encargado de sumirlo en la misma.
El príncipe Fernando era visto como la esperanza mientras el desprestigio de Godoy era de una gran magnitud en estos momentos. Prácticamente solo era apoyado por los reyes, y esto fue lo que posibilitó las acciones del futuro Fernando VII.
Todos acusaban a Godoy; y sus enemigos, múltiples, estaban desde la alta nobleza y clero hasta el pueblo llano, sin fisuras; el mismo Godoy remarca en sus memorias:
Me encontré solo, y solo de tal manera que ni aún al mismo Carlos pude llegar a persuadirle del peligro que amenazaba a todo el Reino.
España estaba fuera de control, y en febrero de 1808, Murat, duque de Berg, fue nombrado lugarteniente de Napoleón en España y ocupó Madrid sin más complicaciones; si bien el 4 de Marzo entró Fernando VII en Madrid, mezclándose las expresiones de júbilo con la protesta por la presencia de las tropas francesas, mientras el general Castaños, por orden de Godoy, organizaba un ejército para enfrentarse a los invasores franceses, al tiempo que el propio Godoy trataba de llevarse la familia real a América.
Pero, cuando estaba desarrollando el intento, se produjo un motín popular, controlado por las sociedades secretas, que evitó la evacuación. Los días 17 a 19 de Marzo de 1808 se produce el motín de Aranjuez; el atizador del mismo era el conde de Montijo, por otro nombre conocido como «tío Perico». En el curso del motín Godoy es encarcelado y utilizado como moneda de cambio entre Fernando VII y Carlos IV. La reina le salva la vida y posteriormente es rescatado por Murat, que lo traslada a Francia. Carlos IV abdica en su hijo Fernando VII, aunque el día 21 se retractó en un manifiesto sin valor; mientras, en medio de un caluroso recibimiento, entraba Fernando VII en Madrid.
El 19 de Marzo, en el curso de estos acontecimientos, Carlos IV emitía un comunicado trascendental:
Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada; he determinado después de la más seria deliberaci6n, abdicar mi corona en mi heredero y mi mui caro hijo el PRÍNCIPE DE ASTURIAS. Por tanto es mi real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rei y señor natural de todos mis reinos y dominios. Y para que este mi real decreto de libre y espontanea abdicación tenga su exacto y debido cumplimiento, lo comunicaréis al consejo y demás a quien corresponda. Dado en Aranjuez a 19 de marzo de 1808. =YO EL REY.= A D. Pedro Cevallos. Pero tan solo dos días después se desdecía: «Protesto y declaro que todo lo que manifiesto en mi decreto del 19 de marzo abdicando la corona en mi hijo, fue forzado por precaver mayores males, y la efusi6n de sangre de mis queridos vasallos y por tanto de ningún valor. =YO EL REY.=
La propia mañana del 19 de marzo grupos de personas se dirigieron a la casa de Godoy, gritando vivas al Rey y mueras al Príncipe de la Paz; por la noche se gritaba en las calles: «muera Godoy por traidor y ladrón y que le traigan a Madrid, para ponerlo en un palo». Los desórdenes seguirían a la mañana siguiente, y en días sucesivos, presagiando el alzamiento que finalmente sucedería el dos de mayo.
Tras estos hechos Godoy es capturado, encarcelado y conducido por Murat –que le había salvado la vida– a Bayona, donde se reúne con la familia real.
Carlos IV, en claro signo de sumisión, ofreció el trono a Napoleón a cambio de asilo político para los reyes y para Godoy, así como una pensión de treinta millones de reales anuales. Y Fernando VII, también en claro signo de sumisión, solicitó el apoyo del emperador francés. En esta situación, Napoleón llamó a ambos a Bayona, donde con más humillación que resistencia abdicaron a favor del corso y este entregó el trono a su hermano José I. Este hecho, que para mayor escarnio sería vendido como el secuestro de los reyes, provocará el levantamiento popular y el inicio de la lucha contra los franceses, la que fue conocida como Guerra de la Independencia, aunque visto lo visto, podría ser llamada la «Guerra del cambio de dependencia».
Decía Carlos IV a Napoleón:
Señor mi hermano: V.M. sabrá sin duda (...) Yo no he renunciado a favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias, cuando el estruendo de las armas y los clamores de la guardia sublevada me hacían conocer bastante bien la necesidad de escoger entre la vida y la muerte (...) Dirijo a V.M.I. una protesta contra los sucesos de Aranjuez y contra mi abdicación.
A Fernando VII se le conoce como el rey felón; habría que pensar en el calificativo que merecía su padre, Carlos IV. ¿Espíritu de familia?
El día 21 el Ayuntamiento de Madrid convocaba pleno extraordinario a fin de recibir la comunicación oficial de la abdicación de Carlos IV y la consecuente subida al trono de Fernando VII, como si todo fuese normal.
Por su parte, Napoleón hizo viajar a Fernando VII hasta Bayona, donde ya se encontraba Carlos IV, María Luisa y Godoy. Una vez en Bayona organizó un sainete antológico.
Como fuese que Napoleón requirió la presencia de toda la familia real española en Bayona, el dos de mayo partían los infantes, pero la salida de la infanta María Luisa y del infante don Francisco de Paula provocaron el alzamiento del pueblo de Madrid del 2 de mayo de 1808 con la intención de impedir su marcha, lo que ocasionó su enfrentamiento con las tropas francesas acantonadas en la capital.
A lo largo del día los acontecimientos se sucedieron de forma frenética y generalizada, lo que ocasionó enfrentamientos que desembocaron en la terrible represión del día tres, mientras la Inquisición, que a todas luces había perdido ya el norte, condenaba el levantamiento.
La carga de los mamelucos, tan magistralmente representada por Goya en el cuadro del mismo nombre, reprimió ferozmente un levantamiento popular que, estando larvado desde tiempo atrás, estalló con el secuestro-traición de la familia real. La lucha feroz del pueblo, utilizando como armas cualquier instrumento que tenía al alcance, asaltaba a las tropas de élite francesas, mamelucos y lanceros, quienes, si sufrieron pérdidas, causaron estragos en la población.
Por su parte, los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, desoyendo las instrucciones emanadas del mando, y con los artilleros a sus órdenes, se enfrentaron a los invasores en una lucha desigual. Morirían en el enfrentamiento, tras haber rechazado una primera acometida.
El mismo 2 de mayo por la tarde llegó a Móstoles la noticia de la escabechina acaecida en Madrid. Fue en ese momento cuando Juan Pérez Villamil, Fiscal del Supremo Consejo de Guerra, animó a la lucha, lo que motivó que Andrés Torrejón y Simón Hernández, alcaldes de Móstoles ordenasen un bando en el que se llamaba a todos los españoles a empuñar las armas en contra del invasor.
Decía el bando:
Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mí el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.
Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Móstoles, dos de Mayo de mil ochocientos y ocho.
Andrés Torrejón
Simón Hernández
Mes y medio más tarde de los hechos de Aranjuez, el 5 de Mayo de 1808, en un acto grotesco celebrado en Bayona, abdicó Carlos IV y abdicó Fernando VII.
Napoleón no había reconocido a Fernando VII, por lo que seguía tratando a Carlos IV como rey de España; desde esa percepción y con la posición preeminente que ostentaba a todas luces, convence a Fernando VII para que acepte la exigencia de renuncia a la corona de España a favor de su padre para acto seguido, obligar a abdicar a Carlos IV en el propio Napoleón, que trasladaría el título a su hermano José Bonaparte.
Acto seguido, Carlos IV escribió un comunicado al pueblo español:
He tenido a bien dar a mis vasallos la última prueba de mi paternal amor (...) Así, pues, por un tratado firmado y ratificado he cedido a mi aliado y caro amigo, el Emperador de los franceses, todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra y que nuestra sagrada religión ha de ser la única que ha de observarse.
La actitud de toda la casa real borbónica ante tales hechos, por sí sola, es merecedora del desprecio de los españoles, ya que sin pérdida de tiempo, y tras la humillante nota de Carlos IV, el 12 de Mayo, Fernando VII y los infantes Don Carlos y Don Antonio expidieron una proclama al pueblo español en la que comunicaban la felonía perpetrada una semana antes, y ordenaban que se defendieran y acataran las órdenes de Napoleón.
La proclama quedaba redactada en los siguientes términos:
Creen SS.AA.RR. dar la mayor muestra de su generosidad, al amor que la profesan y del agradecimiento con que corresponden al efecto que le han debido, sacrificando en cuanto esté de su parte sus intereses propios y personales a beneficio suyo y adhiriendo para esto como han adherido por un convenio particular, a la cesión de sus derechos al trono; absolviendo a los españoles de sus obligaciones a esta parte y exhortándoles como lo hacen, a que miren por los intereses comunes de la Patria manteniéndose tranquilos, esperando su felicidad de las sabias disposiciones y del poder del Emperador Napoleón, y que prontos a conformarse con ellas, creen que darán a su Príncipe y a ambos Infantes el mayor testimonio de su lealtad, así como SS.AA.RR. se lo dan de su paternal cariño, cediendo todos sus derechos y olvidando sus propios intereses, por hacerle dichosa, que es el único objeto de sus deseos. Burdeos, 12 de mayo de 1808. Yo, el Príncipe, Carlos y Antonio.
Por su parte, Napoleón escribía al pueblo español presentándose como el salvador:
Españoles: después de una larga agonía, vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos. Vuestra grandeza y vuestro poder hacen parte del mío. Vuestros Príncipes me han cedido todos sus derechos a la Corona de España. Yo no quiero reinar en vuestras provincias, pero quiero adquirir derechos eternos al amor y reconocimiento de vuestra prosperidad. Vuestra Monarquía es vieja; mi misión es renovarla; mejoraré vuestras instituciones y os haré gozar, si me ayudáis, de los beneficios de una reforma, sin que experimentéis quebrantos, desórdenes y convulsiones. Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las Diputaciones de las provincias y ciudades. Quiero asegurarme por mí mismo de vuestros deseos y necesidades. Entonces depondré todos mis derechos y colocaré vuestra gloriosa Corona española en las sienes de otro Yo, garantizándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del soberano con las libertades y privilegios del pueblo. Españoles: recordad lo que han sido vuestros padres y contemplad vuestro estado. No es vuestra culpa, sino del mal gobierno que os ha regido: tened gran confianza en las circunstancias actuales, pues yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y exclamen: «es el regenerador de nuestra Patria».
Y también a través de su Ministro de Negocios Extranjeros, Conde de Champagny, escribió a los virreyes americanos garantizándoles la permanencia en sus puestos:
Señor, tengo la honra de enviar a usted el informe de los sucesos que han ocasionado la renuncia de la Corona por S.M. el Rey Carlos IV, el príncipe de Asturias y todos los príncipes de la familia real, quienes la han cedido con todos sus derechos a S.M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia... La independencia de España, la integridad de su territorio, la unidad de su religión le quedan garantizados... Persiguiendo este fin fue que el emperador llamó al trono de España a su hermano José Napoleón, Rey de Nápoles y Sicilia, quien por instantes debe llegar a Madrid. El Emperador confía en la lealtad de usted para secundar sus intenciones. El nuevo Soberano confirma a usted en el cargo que desempeña, confiando al mismo tiempo al honor y al patriotismo de usted la seguridad y guardia de la Colonia por Ud. gobernada... La dinastía ha cambiado, pero la monarquía subsiste. (Liévano: 55)
¿Y cómo se vivían estos hechos en la España americana? Las Actas de formación de Juntas nos lo relatan:
Las inquietudes por la suerte de la familia monárquica de las Españas fueron atizadas por las noticias de la ocupación de Madrid por el Duque de Berg (23 de marzo de 1808) y de la emigración de la familia monárquica de Portugal hacia el Brasil. Fueron entonces las novedades de las sucesivas cesiones de la Corona acaecidas en Bayona y la proclamación de José I Bonaparte como nuevo rey de España y las Indias (6 de junio de 1808) las que convirtieron la inicial perplejidad de los vasallos americanos en agitación espiritual. (Actas: 8)
En la España americana, como en la España peninsular, el descrédito de «la trinidad» era manifiesto, así que
Casi todos los americanos cerraron filas en torno de Fernando VII, «el rey deseado», a quien se le habían tributado ceremonias de jura de fidelidad en buena parte de las jurisdicciones indianas. (Actas: 8)
Pero Napoleón estaba decidido a llevar su proyecto político adelante con la connivencia de importantes sectores de la sociedad española; así, el 25 de mayo de 1808, convocó en Bayona la «Diputación General de Españoles», a la que dio el título de «Asamblea general de diputaciones de provincias y ciudades», cuyas deliberaciones debían producir «una constitución que concilie la santa autoridad del soberano con las libertades y privilegios del pueblo».
El proyecto de Estatuto Constitucional presentado por el emperador de los franceses a la Diputación que se reunió doce veces en Bayona, entre el 20 de junio y el 8 de julio de 1808, se transformó en la primera Constitución de los Estados de las Españas y de las Indias que fueron puestos bajo la soberanía de la Corona de José I Napoleón. (Actas: 9-10)
El texto fue redactado por juristas franceses con el visto bueno de Napoleón; y los representantes españoles, entre los que se encontraban americanos, se limitaban a aprobar lo que se les presentaba, si bien lo que se les presentaba no era disparatado. Dar por tanto el título de «Constitución» a este texto, no pasa de ser un anacronismo y la materialización de la atomización de España. Al amparo del mismo, en 1812, como el Rosellón en 1659, Cataluña pasaba a formar parte formal de Francia.
Los 146 artículos del estatuto de Bayona señalaban que debían existir nueve ministros (art. 27), un secretario de estado (art. 28), y todo atendido por un parlamento compuesto de 172 diputados (art. 61) en el que existirían seis diputados de Indias (art. 55) y un Consejo de Estado. Este último compuesto por un número de consejeros que podría variar entre un mínimo de 30 y un máximo de 60 (art. 52). El artículo 116 suprimía las aduanas interiores. Se marcaba un mes como límite a la prisión preventiva (Art. 41), y los artículos 45 a 49 velaban por la libertad de imprenta.
Pero si, dadas las circunstancias, el texto de la Constitución de Bayona no era disparatado, no deja de llamar la atención, amén de que la redacción de la misma fuese llevada a cabo por Napoleón, que de los 150 representantes convocados, solo asistiese la mitad de los mismos, destacando entre ellos Urquijo… y Juan Antonio Llorente, el secretario que fue de la Inquisición que con tanto gusto sirvió durante la invasión napoleónica y con quienes abandonó España cuando finalmente fueron expulsados. Era Llorente, un afrancesado, título tan mal traído en el siglo XIX como encomiado en la actualidad.
Pero el pueblo, sin dirigentes, sin reyes a quién servir, se organizaba para la resistencia al tiempo que permitía crecer en su propio seno el germen de lo que estaba combatiendo. La revuelta se había iniciado el dos de mayo, pero su generalización sería fruto de un largo proceso. Pronto se sucedieron las revueltas del pueblo, produciéndose levantamientos contra los franceses y formándose juntas soberanas… que recibían instrucciones de Lord Holland… España, la de este lado del Atlántico y la del otro lado del Atlántico, se preparaban para una larguísima etapa de enfrentamientos a la vez civiles y separatistas.
La invasión francesa fue el detonante de las guerras que se inauguraron en 1808, pero fueron las nefastas guerras internacionales, la crisis agrícola, el declive del comercio marítimo con América, con Europa y el Mediterráneo, la crisis financiera y fiscal, los extremos que propiciaron una serie de disturbios que desembocaron en la guerra de Independencia sin un claro objetivo a conseguir más allá de la expulsión del invasor francés.
El devenir histórico hizo que ni Carlos IV ni Godoy volviesen nunca más a España. No hubo la misma suerte con relación a sus herederos.
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Villas Tinoco, Siro: Andalucía en el tránsito a la edad contemporánea. (1998) Baetica. Estudios de arte, geografía e historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Málaga. ISSN: 0212-5099
EL REINADO DE FERNANDO VII (1)
De Bayona a Valençay
La abdicación de Carlos IV y de Fernando VII a favor de Napoleón, y la proclamación de José I Napoleón como rey de España dejó satisfecha a la oligarquía afrancesada, pero el pueblo optó por otros derroteros. Así, al reinado de José I, que no vamos a calificar peor que el de los Borbones, lo dejaremos diluido en el desarrollo del reinado del rey felón entregado, que no secuestrado.
La inexistencia de estructuras civiles y políticas en que se encontraba España como consecuencia de la situación de la casa real, dio paso a la atomización de una nación pluricontinental y multisecular.
Las instituciones del régimen no tomaron ninguna postura ante los hechos de Aranjuez y de Bayona, lo que provocó un vacío de poder que vino a ser cubierto por la creación de Juntas locales que acabaron componiendo la Junta General Central, sin que por ello dejase de ser cuestionada por las Juntas locales.
Establecida que fue la Junta de Oviedo, se constituyó como modelo de todas las demás, incluida la Junta Suprema Central Gubernativa de España de Indias, que tomó forma el 27 de Mayo de 1808 en Sevilla. Se constituían Juntas de defensa, y cada una de ellas se convertía en un pequeño estado, con sus tropas, sus tributos y sus relaciones diplomáticas. La Junta General de Murcia, que contaba con la presencia del conde de Floridablanca, fue la que redactó una circular solicitando la formación de una junta central, que fue seguida por todos los territorios. Conforme señala Mónica Nicoliello, fueron la continuidad de la antigua administración.
En la práctica, estas Juntas sustituyeron a la antigua administración: esto convirtió claramente al movimiento patriótico en Revolución Hispánica, como la llamó, en 1933, el historiador uruguayo Felipe Ferreiro. (Nicoliello)
Con el mismo modelo, también en América se constituyeron Juntas; en el Alto Perú, en Mayo de 1808; en Quito, en Agosto de 1809; en Caracas, en Abril de 1810; en Buenos Aires, en Mayo de 1810; en Santa Fe de Bogotá, en Julio de 1810; en Chile y en México, en Septiembre de 1810.
Hubo que esperar hasta Septiembre para que empezase a organizarse alguna estructura. Tras la batalla de Bailén del 19 de Julio de 1808, el 7 de Septiembre se reunió en Aranjuez la Junta Central y Gubernativa del Reino, que venía a suplir lo que hubiesen sido las Cortes y asumió los poderes soberanos. Floridablanca fue elegido presidente de la misma, en la que se encontraban antiguos personajes que no habían dejado mal recuerdo; entre ellos, Jovellanos.
La Junta Central lanzó un manifiesto a la nación, en el que considerándose depositaria interina de la autoridad suprema compelía a los españoles a la defensa de la patria frente al invasor. (Abol: 175)
El 17 de Diciembre se instituía la Junta en Sevilla y, tras la presión francesa, se trasladaba a Cádiz, al amparo de los ingleses. Los mismos miembros de la administración preexistente, encabezados por Moñino y Jovellanos, organizaron el nuevo sistema político.
En América, por su parte, procedieron del mismo modo constituyendo la Junta Suprema como gobierno interino. Actitud surgida ante el vacío de poder real en España, motor principal de la creación de juntas de defensa, como había sucedido en la Península, que inmediatamente enviaron importantes ayudas económicas para luchar contra la invasión francesa.
A nombre y como representante de nuestro soberano, el señor don Fernando Séptimo, y mientras Su Majestad recupere la Península o viniere a imperar en América; le encargaron sostener la pureza de la religión, los derechos del Rey, los de la Patria y hará guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses. (Viniachi)
Con tal actitud fueron desoídas las buenas palabras presentadas por los emisarios enviados por José I Bonaparte, flamante rey de España coronado por su hermano Napoleón.
Pero la realidad es que la invasión francesa y el sainete de Napoleón y los Borbones tenía el objetivo de disgregación de esa molesta España que durante siglos había mantenido el equilibrio en Europa y había evitado el imperialismo depredador de los europeos.
Era el modo perfecto para separar a las Españas de ambos lados del Atlántico, no solo de forma circunstancial, sino con vistas a lo que posteriormente sucedería.
Por otra parte, la rebelión contra los franceses no fue un movimiento homogéneo; en la Península (y en América) había colaboracionistas, ya que, según el colombiano Indalecio Liévano Aguirre, la Revolución Francesa había sembrado su impronta.
La Revolución francesa engendró en Europa un nuevo y formidable poder, y la dinámica expansiva del mismo estaba destinada a destruir las últimas soldaduras simbólicas que prolongaban difícilmente la vida del Imperio Español. Desde el momento en que Bonaparte se convirtió, con todas sus limitaciones, en el vocero de los radicales cambios ocurridos en la Revolución, en España se produjo una nueva distribución de las fuerzas políticas y Napoleón fue mirado como el símbolo de un orden nuevo, como la esperanza de quienes ambicionaban libertarse de las férreas ataduras del pasado. (Liévano: 53)
Un orden nuevo que significaba la destrucción de España; un orden nuevo que había minado las estructuras sociales españolas, entre las que, como cáncer, se había instalado con aureola de progreso y de libertad; liberales, masones, demócratas… José I Bonaparte contó con la ayuda de los llamados afrancesados; entre ellos destacaron los duques de Híjar y el Conde de Santa Coloma; así como funcionarios, entre los que sobresalían ministros como Cabarrús o Mazarredo, y multitud de funcionarios de provincias e intelectuales como José Mª Blanco (alias Blanco White), Meléndez Valdés o Leandro Fernández de Moratín.
No obstante, no se puede achacar a la asonada francesa la ruina de la monarquía tradicional española, sencillamente porque para esa fecha la monarquía tradicional no existía. Para la labor de su aniquilamiento había transcurrido todo un siglo desde la paz de Utrecht.
Pero si el concepto de España no desapareció como un anacronismo en estos momentos fue debido a la acción decidida del pueblo español, que se negó a morir. Fue el pueblo en armas quien dio un do de pecho, alejado de la acción de los políticos, al que finalmente le faltó la debida dirección y posibilitó que lo que debía haber sido una guerra de liberación haya pasado a la historia eufemísticamente como «guerra de la Independencia», cuando la triste realidad es que su denominación correcta sería «guerra franco-británica para la dominación de España», donde los españoles derramaron su sangre en beneficio de uno de sus enemigos.
Pronto se sucedieron las revueltas del pueblo, produciéndose levantamientos contra los franceses y formándose juntas soberanas… que recibían instrucciones de Lord Holland.
Las juntas autónomas proliferaban y atomizaban una nación que no tenía ninguna estructura, dando forma a un órgano federativo de las mismas.
El problema que encontró el pueblo español en ese momento, como en el actual, es la falta de cuadros y la falta de medios. El pueblo español supo sacar a relucir sus mejores cualidades bélicas y su ansia de sobrevivir, y ante un hecho tan incuestionable, los mismos enemigos facilitaron los medios para «conducir» esas ansias… en beneficio propio. Lo llevaron por la senda constitucional, como lo hacía Napoleón; lo trasladaron por la senda del liberalismo, como lo hacía Napoleón; lo arrastraron a la dependencia de potencias extranjeras, como lo hacía Napoleón. La diferencia estribaba en que, en vez de ser Francia la cabeza de la nueva etapa al frente de un ejército invasor, sería Inglaterra quien marcase la pauta con un ejército de mercaderes mercenarios en gran parte procedentes del mismo pueblo español. Habrá quien ante semejante situación, y aún a despecho de ser calificado como afrancesado, prefiera la opción napoleónica.
Por su parte, José Napoleón, el conocido con el desafortunado título de «Pepe Botella», procuraba hacerse un hueco en una España dividida en dos sectores: la oligarquía afrancesada y el pueblo en armas. La oligarquía no era suficiente aval para legitimarse cuando los desarrapados andaban por los caminos sacando las tripas a navajazos a los soldados franceses, e intentó poner en marcha el estatuto de Bayona. Pero al final no sería él quien lo hiciese, sino los liberales que se habían hecho con el control político de la España revolucionaria: las Cortes de Cádiz. No estaba claro qué podía hacer José Bonaparte, como no estaba claro nada.
Se había iniciado una guerra; era algo evidente, pero ¿dónde estaban los frentes? En todas partes. Y ¿quién era el enemigo?... En principio, el ejército francés, sí, pero había algo más que la guerra contra un ejército invasor: había un proceso revolucionario en que se enfrentaban los liberales (que nutrían las fuerzas del invasor y ocupaban escaños en las cortes de Cádiz) con los realistas; había una guerra internacional que enfrentaba a la España afrancesada, aliada con Francia, con la España tradicional que estaba aliada con Portugal y, curiosamente, con su enemigo tradicional, Inglaterra. Extrañas alianzas.
El 14 de Julio acaeció la batalla de Medina de Ríoseco (Valladolid), donde el mariscal Bessières venció a los generales García de la Cuesta y Joaquín Blake, que no presentaron una organización aceptable. La derrota supuso el paso franco para José Bonaparte y la ocupación francesa de Castilla, mientras la resistencia se hacía efectiva en Zaragoza y Gerona, lo que ocasionaría sendos sitios heroicos, y en el Bruc, lo que supuso el corte de los suministros a los franceses. Cinco días después de la jornada de Medina de Ríoseco se produciría la victoria del general Castaños en Bailén.
El 15 de julio de 1808 Inglaterra hizo una oferta de paz a España, y el 12 de julio desvió a La Coruña una flota, con 9.000 soldados a bordo y comandados por Sir Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington, que habían partido con el objetivo de atacar las posiciones españolas en América. América podía esperar.
¿Cómo pudo suceder un cambio tan radical de destino en la armada pirática británica? Evidentemente, por intereses británicos. Dice el profesor Rodolfo Terragno que se trató de una genial inspiración británica.
Fue el Secretario de Guerra George Canning, un discípulo de Pitt y un ardiente partidario de la independencia sudamericana, quien convenció al gobierno de la necesidad de cancelar la expedición a Suramérica hasta que Wellesley detuviera a Napoleón en la Península. (Terragno: 117)
Y sigue informando de cómo se desarrollaron estos acontecimientos.
Cuando se le ordenó dirigirse a la Península ibérica, Wellesley y 10.000 hombres estaban en Irlanda, esperando …/… la orden para unirse a otro ejército –el del general Brent Spencer, estacionado en Cádiz– y cruzar el Atlántico. El propósito era iniciar, en México, la conquista británica de Hispanoamérica. (Terragno: 124)
Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena… Pero se fue a la guerra, contra España, naturalmente; pero —curioso— disfrazado de aliado de España durante seis años. Las circunstancias propiciaron que el mismo ejército que estaba preparando el asalto a México abandonase momentáneamente su objetivo para, aparentando alianza con España, combatir a su enemigo más inmediato en territorio de su enemigo histórico, mientras debilitaba la capacidades de ese enemigo. Ese enemigo era, es y será España.
El primer objetivo británico había cambiado; así daría lugar a que el 14 de enero de 1809 se firmase el Tratado de Alianza entre España e Inglaterra. Lo firmaron por parte inglesa el primer ministro inglés, Canning, y por parte española el embajador Juan Ruiz de Apodaca. Se intercambiaron prisioneros, los ingleses reconocieron a Fernando VII como rey de España y se prometió ayuda militar mutua contra los franceses. La España que luchaba por su independencia la vendía antes de reconquistarla. Tras firmarse el Tratado de Alianza entre España e Inglaterra, Canning, presidente del gobierno inglés dice:
Desde ahora nuestras deficientes relaciones con España han terminado. Se trata ya para nosotros de una nación de Europa que se opone a una potencia que es la enemiga de todas las restantes; y, en tales circunstancias, España se convierte en nuestra aliada.
Finalmente el general Castaños consigue organizar un ejército regular; ya no son solo las guerrillas las encargadas de enfrentarse al invasor. 17.000 voluntarios lo seguirán hasta Bailén, donde el 19 de Julio de 1808 vencerían al ejército regular francés al mando del general Dupont, lo que significó que el ejército francés retrocediese hasta el Ebro. Tras la batalla huía José I a San Sebastián. Sería cuando se reuniría en Aranjuez la Junta Central.
Pero la respuesta de Napoleón no se hizo esperar, conquistando en octubre, y en persona con un ejército de 250.000 hombres, toda la Península a excepción de Cádiz y Lisboa, que curiosamente eran abastecidas por mar por los enemigos históricos de España: la marina inglesa.
La España libre de franceses concentraba sus instituciones en Cádiz, pero se daba la circunstancia que desde la derrota de Trafalgar en 1805 la flota británica estaba bloqueando la ciudad; y con la insurrección del dos de mayo, la flota francesa surta en Cádiz creó gran inestabilidad en la población, pero finalmente los franceses serían desalojados de la plaza, que resultaría «defendida» por la armada de los «amigos ingleses». La pregunta que surge es: ¿qué debía sentir un español mínimamente formado al sufrir esa situación?
El 13 de diciembre Madrid capitula ante los franceses, Napoleón entra en la ciudad y reinstaura en el trono a su hermano mientras la Junta huye.
El 17 de Diciembre de 1808 se instituía la Junta en Sevilla y, tras la presión francesa, se traslada a Cádiz.
A partir de 1809 los franceses consiguieron seguir hacia el sur, donde solo pudo resistir Cádiz, mientras las tropas nacionales destinaban sus esfuerzos a una guerra de guerrillas que resultó de suma efectividad.
Pero la resistencia contra el invasor era un asunto; la reconstrucción de la Patria, otro; y la Junta política, otro. Así, la Junta Central iba retrocediendo al compás del avance de las tropas francesas y acabó refugiándose en Cádiz, al amparo ¡oh misterio! de las tropas británicas; y allí, en Cádiz, al amparo de las tropas británicas, en enero de 1810 dio a luz una regencia compuesta por cinco miembros que, curiosamente, dio paso a una revolución liberal de corte, ¡qué casualidad!, británico.
Con una situación de España donde ninguna institución sobrevivía; donde el pueblo se batía con el invasor enfrentando armas rudimentarias y estrategias improvisadas ante un ejército profesional con una jerarquía y una estructura que podía calificarse como la mejor del mundo en ese momento, el Consejo de Regencia, autoconstituido por liberales que más tenían en común con el invasor que con el pueblo que se le estaba enfrentando, convocó Cortes Generales para el 24 de Septiembre de 1810, en Cádiz.
Y lo hizo en nombre de Fernando VII, que estaba ausente; no convocaron a los brazos tradicionales de las Cortes españolas, sino tan solo al «popular», constituido por personas que se habían autonombrado. Entre el centenar de diputados se contaban 27 americanos. Los cuatro regentes fueron forzados a jurar las cortes; pero el obispo de Orense, Quevedo, que no quiso jurar, nos señala el muy crítico Vicente de la Fuente que fue depuesto y perseguido mientras los liberales habían soltado ya su estrategia insultante.
Los que se apellidaban liberales habían lanzado ya á sus contrarios el apodo de «serviles», como si estos, que trabajaban por la libertad é independencia de España mucho más que ellos, fuesen enemigos de la libertad verdadera. (Fuente: 173)
Continúa el historiador bilbilitano señalando que la prensa liberal actuó del mismo modo que lo que conocemos de la prensa actual.
La prensa liberal de Cádiz abusó terrible é inútilmente de la libertad que se le daba, y además de enconar los ánimos y excitar malas pasiones, comenzó a practicar ese funesto sistema de pandillaje, aplaudiendo sistemáticamente á ciertos generales por poco y malo que hicieran, y rebajando á otros ó por lo menos callando sus fatigas y proezas. Así se formaron no pocas reputaciones falsas. Todo general que se fuese acreditando de algo impío y partidario de las ideas liberales, tenía seguros los elogios ó las disculpas en los periódicos de Cádiz; al paso que se negaban por sistema á los generales que se mostraban piadosos ó realistas. (Fuente: 173)
Este ardiente aragonés que sufría el momento vívidamente, denunciaba algo que nos resulta muy común a los españoles del siglo XXI:
Los liberales de Cádiz, charlando mucho y trabajando poco, perorando en los clubs en lugar de tomar un fusil en las guerrillas, hicieron muchísimo daño á la causa de la independencia, y hablando siempre de libertad fueron los primeros que desplegaron una intolerancia insoportable y fanática, hija de su furor sectario…/… los realistas principiaron á valerse de los mismos medios para combatir á los liberales, y á veces con tanta destemplanza, que sobrepujaron á estos…/… siguióse á esto la lucha en la prensa por medio de periódicos y folletos, escritos unos y otros con gran destemplanza y á veces grosería. (Fuente: 176-178)
Mientras, América hervía en preocupación por la situación creada en la Península, y se procuraba mantener la estabilidad inexistente aquí. El 1 de julio de 1809 llega a Buenos Aires el nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, y el 16 de Julio Pedro Domingo Murillo toma La Paz y declara un gobierno independiente en nombre de Fernando VII; pero Goyeneche restableció el orden en la ciudad y sometió a juicio a los responsables de la revuelta, siendo condenados ocho a pena de muerte; y los otros, quince en total, encarcelados. Murillo fue ejecutado.
El momento exigía ponderación y enérgica decisión, siempre con acendrado patriotismo. Pero la actuación del teniente general Baltasar Hidalgo de Cisneros no sería precisamente en ese orden. Digno funcionario de una institución que nació minada de intereses ajenos a la Patria, llevaría una actuación nefasta desde su llegada hasta su expulsión. La primera medida sería desarmar a los españoles fieles, armar a los revoltosos y crear en Buenos Aires una Junta Suprema, de la cual se erigió en presidente. Y cuando finalmente fue expulsado por los mismos a quienes apoyó, al regresar a la Península fue nombrado capitán general del departamento de Cádiz, y posteriormente llegó a ser ministro de Fernando VII.
La suerte estaba echada. Fuese cual fuese el resultado de la contienda, España quedaría fragmentada. En su mensaje anual al Congreso del 12 de diciembre de 1809, Napoleón proclamaba su deseo de que los virreinatos americanos se separasen de España y fuesen independientes.
En 1810, ante la arrolladora progresión de los franceses, la Junta Central se disolvió por propia decisión, no sin antes conceder su autoridad a una Regencia colectiva y llamar a una consulta popular que acabaría realizándose en Cádiz.
Estos acontecimientos, de por sí desconcertantes y muestra de la descomposición nacional, tuvieron lógica repercusión en todo el territorio español, también en el que no estaba ocupado por el enemigo; así, ocasionaron graves desconciertos en América, todo adobado con el añadido de la falta de noticias procedentes de la Península.
En medio de ese desconcierto, la Junta de Caracas de 19 de Abril de 1810, muestra su preocupación ante las noticias contradictorias llegadas de Cádiz y argumenta la misma:
Aunque, según las últimas o penúltimas noticias derivadas de Cádiz, parece haberse sustituido otra forma de gobierno con el título de Regencia, sea lo que fuese de la certeza o incertidumbre de este hecho, y de la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, una parte integrante de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional; y aunque pudiese prescindirse de esto, nunca podría hacerse de la impotencia en que ese mismo gobierno se halla de atender a la seguridad y prosperidad de estos territorios, y de administrarles cumplida justicia en los asuntos y causas propios de la suprema autoridad, en tales términos que por las circunstancias de la guerra, y de la conquista y usurpación de las armas francesas, no pueden valerse a sí mismos los miembros que compongan el indicado nuevo gobierno, en cuyo caso el derecho natural y todos los demás dictan la necesidad de procurar los medios de su conservación y defensa; y de erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España, y a las máximas que ha enseñado y publicado en innumerables papeles la Junta Suprema extinguida. (La independencia: 7)
Ante la conciencia cierta de la pérdida de la España peninsular, parece un acto de patriotismo el hecho de reorganizar la Patria desde los territorios libres de la invasión, máxime cuando la misma Junta Central emitía instrucciones contradictorias. Pero desde el principio se observan hechos contradictorios, como fue la expatriación del capitán general de Venezuela, Vicente Emparán, acusado de afrancesado, y las otras autoridades residentes en Caracas en aquellas fechas. Las fuerzas militares que debían apoyo al capitán general fueron seducidas con promesa de ascensos y beneficios varios, mientras el pueblo era manipulado por la acción de los agentes infiltrados, y vociferaba vivas y mueras, más proclives al capitán general que contra él, al tiempo que los junteros llevaban a cabo su particular empeño.
Cumaná, Barcelona, Margarita, Barinas, Trujillo, Mérida, etc., apoyaron la Junta de Caracas mientras Maracaibo, Coro y Guayana y otros se mantuvieron leales a la Monarquía. En cuanto a la paz social, en aquellos momentos, Venezuela, según Ángel Rafael Lombardi Boscán,
Era un espacio económicamente próspero y relativamente tranquilo de paz social. (Lombardi: 12-13)
No obstante, la creación de Juntas en América llevó, a la corta, a la creación de movimientos separatistas, y esto era lo que, evidentemente, era criticado y combatido por los patriotas de un lado y otro del Atlántico; esa crítica era combatida dialécticamente por los agentes británicos que, como sucede con el caso de Zea, se quejaban.
Se aplaude allá el establecimiento de juntas provinciales, como una medida saludable; y su imitación acá, en donde era necesaria, se declara rebelión. (Zea: 241)
No en vano, en América, los movimientos secesionistas iban tomando forma gracias a las actividades de las organizaciones masónicas y al influjo del liberalismo. El independentismo será de menor profundidad en las zonas de mayoría indígena o negra. Buenos Aires y Caracas serán los centros más activos y más tempranos, mientras México y Chile se unieron al movimiento separatista más adelante; por su parte, Centroamérica y la América andina se mantuvieron prácticamente aparte de la insurrección.
Alguna Junta, como la de Montevideo, cesó cuando llegó al Río de la Plata un nuevo virrey. Caso especial fue el de Perú, donde el enérgico virrey, José Abascal y Sousa, se pronunció por seguir recibiendo órdenes de las autoridades españolas con o sin rey. Pero el problema más grave que surgió en el seno de las Juntas fue el de la rivalidad entre criollos y peninsulares que formaban parte de ellas.
Mas la actitud enérgica del virrey Abascal contrastaba con la corrupción que, al amparo de la situación padecida por España en los últimos tiempos, se había instalado en muchos lugares. Al respecto nos señala el norteamericano Thimothi E. Anna, que el virrey acabó gobernando por su cuenta.
Entre 1808 y 1815 tanto el virrey Abascal como el gobierno peninsular hicieron repetidos intentos por disciplinar a la audiencia. En última instancia el rey mismo intervino. Todos sus esfuerzos fueron inútiles y en consecuencia el virrey Abascal se vio forzado a gobernar el Perú virtualmente por su cuenta, sin el consejo ni el consentimiento de una audiencia en la cual desconfiaba y que le disgustaba. (Anna: 112-113)
En audiencias, gobernaciones y virreinatos predominaban los peninsulares, mientras que en los cabildos lo hacían los criollos. Una forma de acceder al poder fue la convocatoria extraordinaria de Cabildo abierto o reunión de todos los ciudadanos, solución permitida por la ley en casos excepcionalmente graves, lo que posibilitó el acceso de prohombres criollos infectados de liberalismo, alterando la primitiva composición del órgano municipal. Finalmente, alguno de esos corruptos tendría una salida airosa; así, Valle y Postigo firmó la Declaración de Independencia y Palomeque fue uno de los seis oidores que pidió a San Martín que les permitiese permanecer en Lima, mientras Arredondo y Valle y Postigo fueron anotados como grandes terratenientes.
Sin embargo, tanto unos como otros proclamaron su lealtad a Fernando VII y se acusaron mutuamente de deslealtad a la Monarquía. Parece como si los fieles a la Patria pensasen que los criollos querían la ruina militar de España frente a Napoleón como medio de lograr la independencia, mientras los criollos liberales pensaban que eran los otros quienes deseaban la derrota para asegurar el dominio de las Indias a una España sometida a Francia.
Y en medio, Inglaterra, que, en boca de Daniel O’Leary, consejero de Bolívar, hace afirmaciones tan gratuitas como la que sigue:
Los historiadores españoles…/… les echan en cara haberla abandonado [a España] en los momentos de dura prueba. Pero son más bien las colonias [sic] las que pueden enrostrar á los españoles el haberles hecho traición, pretendiendo uncirlas al carro de Bonaparte, cuando ellas daban pruebas de fidelidad á Fernando. (O’Leary: 49)
Mientras tanto, un testigo del momento, Álvaro Flórez Estrada, redactor de la Proclama de la Junta y de la Carta de ésta pidiendo ayuda al rey de Inglaterra, relata lo acaecido en Cádiz:
Los hombres de Cádiz, para evitar en aquella ocasión los desastres con que los amenazaban la anarquía y la aproximación del enemigo, crearon una nueva Junta. Esta, o temerosa del pueblo excesivamente prevenido contra la Junta Central, o más bien por una política mal entendida, tardó una porción de días en reconocer la Regencia, lo que contribuyó en gran manera a agravar los males de la Nación tanto en la Península como en América. Al ver que la Autoridad más inmediata al pueblo donde residía el nuevo Gobierno no quería o retardaba reconocerlo, las Autoridades de las otras Provincias, siempre prontas a exercer todo el poder posible, imitaron su exemplo, y no quisieron reconocer la Regencia hasta pasados muchos días. La Junta de Cádiz había cerrado el Puerto, a fin de que no pudiese salir embarcación alguna para la América hasta que los negocios de la Península presentasen un aspecto más favorable, mas no cuidó cuando llegó el caso de abrirlo que solo saliesen los barcos Correos sin más correspondencia que la de oficio para hacer ver que se hallaba establecido un Gobierno legal y reconocido. En el mismo día en que se despachó el primer Correo a la América se abrió el Puerto a todas las embarcaciones detenidas, sin prever que podrían llegar estas antes, como sucedió, y causar el trastorno, por cuyo temor muy prudentemente se les había prohibido salir antes. (Ferreiro)
Consiguientemente, en Mayo de 1810 se produce la sublevación argentina y, a continuación, la chilena, venezolana, colombiana y, finalmente, la mexicana, el grito de Dolores de 16 de septiembre. Aunque el sentimiento español era manifiesto, los agentes británicos ya habían tomado puestos de control y comenzaban a dar a la rebelión un cariz separatista.
En relación a esta deriva, la prensa inglesa colaboraba. Así, en agosto de 1810, el «Times» de Londres escribía, al respecto:
Esta mudanza en sus sentimientos no ha sido tanto por mejoría de su fortuna, como por la experiencia que desde entonces han tenido de la perfidia y falta de fe de España, y el aborrecimiento que las crueldades atroces de los españoles han excitado en ellos contra este pueblo. De consiguiente, el tiempo de la negociación ya se ha pasado. (Zea: 204)
Y las palabras apoyaban los hechos cuando, el 8 de agosto de 1810, el ministerio británico respondía a la petición de ayuda de los comisionados separatistas de Venezuela:
La protección marítima de la Gran Bretaña contra la Francia será dada a Venezuela para que aquellas provincias puedan defender los derechos de su legítimo soberano y asegurarse contra los atentados del enemigo común. (Zea: 204)
Una respuesta que es obra maestra de la ambigüedad, al tiempo que una declaración de objetivos.
Pero en América hubo más. Francisco de Miranda, quien, a la sombra de Inglaterra, ya llevaba años urdiendo un movimiento separatista, llegó el 11 de diciembre de 1810 a Venezuela en el buque de guerra Avon de la corona británica cuando, según el masón grado 33 José Stevenson Collante, ya había sido investido Jefe de la Junta Revolucionaria.
Había aceptado el cargo de Jefe de la Junta Revolucionaria de Caracas. Ve-nía funcionando en esta ciudad una Logia con el nombre de Sociedad Patriótica dependiente de la Gran Logia Americana de Londres, que orientaba a los Hermanos patriotas revolucionarios agrupados con tan señalado propósito. (Stevenson)
También en 1810, en Buenos Aires, el virrey cedía el poder a la Junta Revolucionaria; y, al año siguiente, Simón Bolívar proclamaba la independencia de Venezuela, al tiempo que en México el cura Hidalgo hacía un amago de revolución, y Paraguay se declaraba independiente.
Por su parte, la masonería comenzaba a sembrar su labor por América.
Bolívar, en un convite que dio en Caracas, proclamó altamente que debía sus triunfos á la protección de Lord Cochrane, gobernador de Martinica. (Fuente: 225)
Este personaje tendrá significación especial más adelante, en el Pacífico.
Curiosamente el único amigo de España era, en este momento, su único, perfecto y eterno enemigo: Inglaterra. Era, evidentemente, la sentencia de muerte de España; una sentencia que, dadas las características del sentenciado, no significaría la muerte inmediata, sino que la aplicación duraría, como poco, dos siglos.
Pero su actuación no iba a dormirse durante ese tiempo. Así, el 5 de Julio de 1811, y orquestado por los agentes británicos encabezados por Bolívar, Venezuela se declaraba independiente. Entre los argumentos expuestos se decía:
Los intrusos gobiernos que se arrogaron la representación nacional, aprovecharon pérfidamente las disposiciones que la buena fe, la distancia, la opresión y la ignorancia daban a los americanos contra la nueva dinastía, que se introdujo en España por la fuerza y contra sus mismos principios, sostuvieron entre nosotros la ilusión a favor de Fernando, para devorarnos y vejarnos impunemente cuando más nos prometían la libertad, la igualdad y la fraternidad en discursos pomposos y frases estudiadas, para encubrir el lazo de una representación amañada, inútil y degradante. (La independencia: 13)
Entre 1809 y 1811 en América no se produjo un levantamiento contra España, sino la desaparición del ejercicio de la autoridad. La desafección entre los distintos órganos de gobierno acabó desencadenando un enfrentamiento armado que devino en guerra civil; con una particularidad: hasta 1813 no llegaron tropas desde España. La lucha se libró entre españoles que diferían en las ideas: los fieles a un rey que no podía reinar, y que había traicionado a la Patria, y los que no deseaban seguir las normas de una España dominada por el extranjero.
El problema surgió por los enfrentamientos entre los muñidores de la constitución de Cádiz. Los liberales de un lado y otro del Atlántico discrepaban en cuanto a la cuota de poder de cada uno. Los intereses de la oligarquía americana se oponían a los intereses de la oligarquía peninsular, que pretendía imponer a América unos métodos comerciales que estuvieron bien en siglos anteriores, pero que en el siglo XIX dejaban encorsetada la economía americana.
Entre tanto, la guerra en la Península, tras la victoria de Bailén devino en una guerra de desgaste que se vio favorecida con la retirada de unidades francesas destinadas al frente de Rusia, lo que ocasionó no pocos problemas a la dominación francesa, ya que, si bien el ejército francés dominaba la práctica totalidad del territorio nacional, menos Cádiz, se encontraba constantemente acosado por los ataques de la guerrilla.
Esta situación propició que en 1812-1813 se produjesen sonadas victorias del ejército en los Arapiles, en Vitoria y en San Marcial; las dos primeras siendo comandante el adelantado británico, y la tercera acción del ejército de Galicia que, venciendo al general Soult, libró del desastre al ejército combinado hispano-portugués-británico. Llegados a este punto, tras la batalla de San Sebastián, Napoleón se vio forzado a replantearse la situación en España, lo que provocó la firma del tratado de Valençay y la vuelta de Fernando VII.
Por estas fechas, los políticos reunidos en cortes habían redactado la que sería conocida como primera constitución española: la constitución de 1812, que fue conocida popularmente como «la Pepa», por haber sido sancionada el 19 de Marzo. En ella se definía en su artículo 1º a la nación española.
«La reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», siendo españoles «Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de estos».
Y en los apartados de este artículo se da también carta de naturaleza a los libertos y a cuantos extranjeros que llevasen viviendo en las Españas más de diez años. Las cortes eligieron como presidente al peruano Vicente Morales y Duárez, que moriría pocos días después, el 1 de Abril, supuestamente envenenado por diputados americanos que ambicionaban su puesto, aunque parece que fue víctima de la fiebre amarilla que en aquellos momentos asolaba la Península.
La Constitución de 1812 estableció que la representación popular sería de un diputado por cada 70.000 habitantes (artículo 31), y que aquellos serían elegidos por método indirecto. Las parroquias elegirían un elector por cada doscientos vecinos (art. 38); y, si pasaba de doscientos, sin llegar a 400, elegiría otro, y así sucesivamente (art. 39). Las parroquias que tuviesen 150 vecinos elegirían también un elector (Art. 40). Las disposiciones para la elección exigían que las parroquias con veinte vecinos elegirían un compromisario que se reuniría con los otras parroquias para determinar el elector; y las de menos, debían unirse a otras para la elección del compromisario (art. 43 y art. 44). Reunidos los electores parroquiales, elegirían a los electores que debían acudir a la capital de provincia para elegir a los diputados (Art. 59). Para ser diputado se requería tener una renta anual proporcionada, procedente de bienes propios (Art. 92). Los diputados elegirían presidente, vicepresidente y cuatro secretarios (Art. 119).
Al propio tiempo se suprimió la representación por estamentos que había tenido vigencia histórica en las cortes. Por su parte, el Rey gobernaría, aunque sería asistido por siete ministros y por un Consejo de Estado compuesto por 40 miembros, y no tendría potestad para enajenar patrimonio nacional; y para la concesión de cualquier privilegio o cualquier relación con el exterior debía supeditarse a las cortes (Art. 172). En cuanto a la sucesión, cualquier hijo del rey precedería a cualquier hija (Art. 176), y quedaban excluidos aquellos que fuesen incapaces para gobernar (Art. 180)
En otro orden de cosas se instituyó la generalización de los ayuntamientos (Art. 310), no pudiendo repetir mandato el personal elegido sino hasta pasados dos años de haber finalizado su mandato (Art. 316).
Las diferencias existentes entre la constitución de Cádiz y el Estatuto de Bayona son mínimas, pareciéndose entre sí como dignos hijos, una y otro, del liberalismo.
Por su parte, en América, «la Pepa» tuvo una importancia decisiva, no solo por la influencia que posteriormente dejaría marcada en los textos constitucionales, sino de forma prácticamente instantánea, ya que, como señalan Heraclio Bonilla y Karen Spalding:
La movilización de los grupos criollos se vio alentada aún más por una abierta invocación formulada por la Junta Central antes de disolverse en el sentido de que los criollos debían tomar en sus manos sus propios destinos. La Constitución de 1812, al establecer la libertad de prensa y la elección popular de los Cabildos, contribuyó a reforzar este proceso. Así, poco a poco, fue creándose en los grupos criollos de estas regiones la conciencia de su solidez y su fuerza, ante el vacuum político generado por la crisis de la metrópoli.
Perú no se unió a la creación de esas Juntas, y desde ahí salieron las tropas destinadas a reprimir las que se creaban en Quito y en la Paz. El virrey del Perú envió tropas que entraron en Quito el 8 de noviembre de 1812 y organizó la persecución de los últimos resistentes. Montúfar, marqués de Selva Alegre, y los principales implicados lograron escapar. La autoridad central no intervino, siendo un asunto dirimido entre los propios americanos.
También las cortes, conforme lo afirmado por el profesor Juan Velarde Fuertes, se sumaron al espíritu británico del libre comercio.
Abrieron el mercado interior en España, al proclamar el libre ejercicio de cualquier industria u oficio útil sin necesidad de examen, título o incorporación a los gremios respectivos. (Velarde)
Disposición que sería derogada en 1815 por Fernando VII y no sería rehabilitado el decreto de libertad de comercio hasta 1836.
Lo que quedó manifiesto en la España americana lo reconocen hasta los propios británicos:
Que las colonias no quisieron aprovecharse de la ocasión que los conflictos de España les presentaban, es otra prueba de la fuerza de los lazos que todavía las unía á la metrópoli, y manifiesta también su generosa lealtad el modo de probarla en los momentos en que la Península casi toda se sometía á la dominación extranjera. (O’Leary: 50)
Los años 1812 y 1813, tras ser retirados 50.000 soldados franceses, se dio el empuje final para la expulsión de estos. Con la ayuda de los ingleses se desbarataron varios ejércitos franceses, con importantes victorias militares en Badajoz, Ciudad Rodrigo y Arapiles. La guerra continuó hasta agosto de 1813.
Tras la batalla de Vitoria de 1813, José I abandonó España, lo que indujo a Napoleón a firmar el conocido como Tratado de Valençay, firmado el 11 de Diciembre de 1813, mediante el cual Napoleón, que se encontraba acosado, devolvía la titularidad de rey a Fernando VII, a quien sabía (?) enemigo de los liberales, y con cuyo concurso tranquilizaba la situación militar francesa por el sur. A pesar del tratado, Fernando VII siguió en poder de Napoleón hasta marzo de 1814 y, por otra parte, el tratado no tenía validez, ya que se requería la anuencia de las cortes.
Aún después de haber sido permitido el regreso de Fernando VII, el 10 de abril de 1814 se produciría la que sería la última Batalla de la Guerra franco británica para la dominación de España (conocida como de la Independencia), la batalla de Toulouse; una contienda casi olvidada, en la que participaron más de 10.000 soldados españoles, entre un ejército compuesto, además, por unos cuarenta mil británicos comandados por Wellington. En esta batalla tomó parte Beresford, el mismo que en 1806 había asaltado Buenos Aires, tomado preso y desterrado a Catamarca. El resultado fue la victoria de los ingleses. Una victoria acaecida cuando ya Napoleón había abdicado el día 6 del mismo mes.
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EL REINADO DE FERNANDO VII (2)
De 1813 a 1824 con la separación de América
Cuando tres meses después del tratado de Valençay entró Fernando VII en España (marzo de 1814), y para evitar tener que someterse a las cortes, inició un periplo que lo llevó a Valencia, en el curso del cual recibió el apoyo incondicional del pueblo y de la nobleza, así como los consejos del Embajador inglés en España, Henry Wellesley, hermano del Duque de Wellington. Tanto sus consejeros, los generales Eguía y Elío, como el Embajador se mostraron favorables a derogar la Constitución de Cádiz. El deseo del propio Wellington era la implantación en España de una Monarquía constitucional al estilo de la inglesa… pero acabaría conformándose con la propiedad de importantes bienes embargados a Godoy.
El pueblo lo recibió con gran alborozo, ya que en la vuelta del rey veía la vuelta de la libertad. Con este ambiente, el populacho desenganchó los caballos del carruaje y lo llevaron en brazos hasta palacio; la gente cruzaba los brazos y decía «Vivan las cadenas» en alusión a la vuelta del absolutismo y al genocidio que era la Ilustración.
Incluso cuando los franceses, atónitos, preguntaban por qué se alegraban de volver a estar encadenados, les contestaban que eran cadenas de plata «Ce sont des chains d´argent», tal era el clima favorable a la vuelta del absolutismo porque todo lo que parecía liberal era asociado a los franceses. Hasta se bautizaba a los niños con el nombre de «Deseado». A finales del siglo XIX todavía había quien se llamaba así; por ejemplo, Doña Deseada fue la mayordoma del famoso poeta catalán Jacinto Verdaguer.
Con este ambiente, el 12 de Abril de 1814, la nobleza le dirigió el que fue conocido como Manifiesto de los Persas, redactado por diputados de las cortes, en el que se apuntaba la nulidad de la nueva constitución y de las leyes promulgadas por los liberales, así como la presión que estaban sufriendo los disidentes y le solicitaba la derogación de las mismas.
Se le llama Manifiesto de los Persas porque el texto inicia como sigue:
Era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor…
El Manifiesto de los Persas sigue señalando:
Los que declaman contra el poder monárquico confunden el poder absoluto con el arbitrario; sin reflexionar que no hay Estado (sin exceptuar las mismas repúblicas) donde en lo constitutivo de la soberanía no se halle un poder absoluto.
Ante el manifiesto, Fernando VII adoptó las formas que le eran propias, asumiendo aquellos asuntos que se denunciaban y rechazando las ideas que para resolver los problemas se proponían, con lo que se dio lugar a lo que acabaría siendo el sexenio absolutista.
No era ese el objeto del manifiesto de los persas, ya que en el mismo se proponía la aplicación de reformas administrativas y políticas. Nada tenía de reaccionario ni de absolutista, salvo a la vista de los enemigos de la tradición. También se pedía el restablecimiento de la Inquisición, que había sido suprimida por decreto de las cortes de 28 de febrero de 1813. Prácticamente este fue el único extremo del manifiesto que tendría cumplimiento, pero de una institución que, ni remotamente, tenía parecido con el cometido para el que había sido creada.
El 4 de mayo de 1814, Fernando VII declaró nula la Constitución de Cádiz, así como toda la legislación elaborada por las Cortes, como si no hubieran pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo.
El decreto consta de tres partes: en la primera se relata negativamente las actividades de las Cortes, mientras en la segunda se expone un plan de reformas centradas en una convocatoria a Cortes con procuradores de la España europea y de las Indias en las que se conservaría el decoro de la dignidad real y sus derechos y los que pertenecen a los pueblos que son igualmente inviolables. El monarca se comprometía a defender la libertad y seguridad individual como muestra de un gobierno moderado, permitiría la libertad de prensa y establecería la separación entre las rentas del Estado y de la Corona. Las leyes se establecerían conjuntamente por el rey y las Cortes. En la tercera y última parte Fernando VII declara abiertamente que no piensa jurar la Constitución, valorando los decretos de las Cortes como nulos y de ningún valor ni efecto.
Y no hizo nada para justificar que durante seis años hubiese sido el deseado, sino un fracaso, pues el momento era lo suficientemente oportuno como para restablecer la unidad de España en los cinco continentes, ya que todas las acciones llevadas a cabo desde la invasión francesa, incluidos los movimientos autonomistas de América se ha-bían producido invocando a Fernando VII, quien, desoyendo las voces de la justicia, basó toda su autoridad en la fuerza y el despotismo.
En circunstancias normales, la España que debía haber surgido de la guerra era una España vital y convencida de sí misma; una España como la existente dos siglos antes; las acciones heroicas del pueblo así lo anunciaban… Pero las circunstancias en las que se movía la clase dirigente no eran precisamente esas, ya que hacía tiempo que habían dejado de ser pueblo y habían dejado de ser España para convertirse en agentes de potencias extranjeras; sin pasaporte extranjero, pero con actuaciones que manifiestamente se encontraban a su servicio. El resto del siglo XIX (y del XX… y del XXI), serviría para confirmar esa realidad.
Los sectores conservadores se echaron en manos de los ingleses, de los que esperaban su apoyo, mientras los liberales, que ya estaban en manos de Inglaterra desde mucho antes, laboraban para que Fernando VII ratificase la constitución de Cádiz, y determinaban que sería condenado a muerte cualquiera que propusiera el más mínimo cambio en el texto constitucional. Estas posturas acabarían encontrándose en el campo de batalla, luchando cada una por destruir España a su modo.
En lo económico, en 1814 la Corona española se encontraba nuevamente en bancarrota.
El Estado reconocía títulos por valor de 12.000 millones de reales, más de diez veces los ingresos anuales de la Hacienda, a pesar de haber aceptado solo una parte de la deuda generada durante la Guerra de Independencia. (López Morell)
Y en cuanto al conflicto familiar de la casa real, el 1 de Octubre de 1814, Carlos IV abdicó del trono en Roma, pero esa era una cuestión de importancia más que menor en la barahúnda que conformaba la triste realidad nacional.
En estos mismos momentos (1813-1814), fuerzas locales populares (los llaneros de José Tomás Boves) derrotaban a los separatistas venezolanos comandados por Bolívar y Miranda. La acción de Boves, llevada más de forma personal que bajo una estricta subordinación al estamento jerárquico español aplicó una feroz represión contra los insurgentes, lo que fue utilizado por la propaganda separatista en su contra y resulta de difícil defensa, pero en definitiva no era más que la réplica a la guerra a muerte proclamada por Bolívar al comienzo de su campaña. En esa acción, señala José Semprún Bullón, la lucha sin cuartel que se desarrolló:
Es usual la matanza de los jefes políticos y militares insurgentes que caen prisioneros, y la de casi todos los oficiales, y aun simples soldados. Aunque en ocasiones el jefe realista es generoso con los vencidos. (Semprún)
Ante esta situación, en la España peninsular, los sectores liberales alimentados por las sociedades secretas de la masonería se mostraron muy activos, provocaron la desestabilización política y pronunciamientos que se repitieron durante todo el sexenio absolutista. El 25 de Septiembre de 1814 Espoz y Mina intentó ocupar Pamplona; en 1815 se sublevó Porlier en La Coruña; en 1816 Richart en Madrid; en 1817 los generales Lacy y Milans del Bosch en Barcelona; la última en 1819 en Valencia... Todos eran masones.
Los levantamientos resultaron un fracaso por la falta de apoyo popular. Espoz huyó a Francia y los otros fueron ejecutados. Durante el sexenio llegarían a producirse hasta dieciocho conspiraciones liberales. Casi todas preparadas y dirigidas por sociedades secretas, y en especial la francmasonería. Alguna pretendía la entronización del depuesto Carlos IV.
Las causas que aducían los pronunciados podían ser de lo más variado, pero en el caso de Espoz y Mina parece ser el detonante el hecho de no haber sido nombrado virrey de Navarra, eligiendo en su lugar a un militar de tradición. Por otra parte, según Vicente de la Fuente, se trataba de un hombre sin muchos escrúpulos.
Entre aquellos que han querido aparecer héroes quemando pueblos, fusilando inocentes y degollando centenares de hombres indefensos para aterrar á un puñado de enemigos. (Fuente: 236)
En la formación del nuevo gobierno absolutista es nombrado ministro de la guerra el mexicano Miguel de Lardizábal y Uribe, quien, a indicación de Wellington, designa a Pablo Morillo, un antiguo suboficial de conocida trayectoria masónica, como comandante de la expedición que partiría a Venezuela y Nueva Granada para enfrentarse a las tropas de Bolívar, las cuales habían tomado Bogotá, y que aplicaría métodos de represión similares a los aplicados por Bolívar.
La llegada de Morillo obligó a Bolívar a huir, mientras las tropas realistas recuperaban casi todos los territorios, menos los del Río de la Plata. Mientras, la actividad diplomática se volcó en que las potencias existentes no reconociesen a los movimientos insurgentes.
La revuelta americana sería controlada, pero a partir de entonces la intervención de los Estados Unidos y de Inglaterra fue decisiva para dar un vuelco a la situación. Bolívar, refugiado en Jamaica, con material de guerra suministrado por sus aliados, preparaba expediciones al continente mientras la armada británica aseguraba las costas.
Al llegar el año 1815, año de la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo (18 de Junio), la restauración española de sus provincias continentales en América es casi completa, ya que solamente el Rio de la Plata permanece en poder de los separatistas; pero la cosa empezaría a cambiar, ya que después de la derrota de Napoleón en Waterloo, Inglaterra fomenta el reclutamiento de voluntarios para combatir a España en América.
Todo ello unido a las diferencias políticas entre los mandos realistas. Divididos entre liberales y tradicionales, acabarían con el buen fin de la empresa, propiciando que a partir de 1816 se reavivase con más fuerza el espíritu separatista, llegando a proclamarse este mismo año la independencia de las Provincias Unidas de Suramérica, que con el tiempo acabarían conformando Argentina.
Otros acontecimientos caldean el ambiente: en 1815 Fernando VII restablece la Compañía de Jesús, que había sido rehabilitada el 7 de Agosto de 1814 por el Papa Pío VII, según la Bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum; y el 19 de Septiembre de 1815 se produce el pronunciamiento del mariscal Juan Díaz Porlier en la Coruña en demanda de la constitución de 1812. Díaz Porlier sería fusilado.
En Mayo de 1816, el adelantado de Inglaterra, Simón Bolívar, desembarca en la Isla Margarita, iniciando la tercera y última revolución.
Los hechos se aceleran. En 1816 el Congreso de Tucumán declara nuevamente la independencia de las Provincias Unidas.
En enero de 1817, conforme al plan británico, José de San Martín cruza los Andes e inflige una derrota a los realistas en la Hacienda de Chacabuco, propiciando que el año 1818 se declare la independencia de Chile bajo la presidencia de Bernardo O’Higgins.
Estos éxitos propician que las tropas separatistas ocupen Bogotá, donde Bolívar, en enero de 1819, proclama la República Independiente de Colombia, que se confirma con la victoria sobre las tropas realistas en la batalla de Boyacá, que tuvo lugar en agosto de 1819.
De la Península se envió una expedición al Río de la Plata; pero, contra las indicaciones del ministro de Marina, José Vázquez de Figueroa, se efectuó en unos barcos destartalados y para desguace que se compraron a Rusia por 70.000.000 de reales de vellón. No obstante aceptar todas las fuentes las cualidades de estos barcos, también existen críticas por no haber realizado unas operaciones mínimas de carenado que hubiesen dejado las naves útiles al menos por un tiempo que resultaba absolutamente necesario, ya que, sin llegar a admitir en su totalidad las crudas críticas citadas, lo que parece cierto es que, en el mejor de los casos, la madera de la que estaban construidos no era apta para la navegación transatlántica. Es el caso que solo algunos buques estaban medianamente en buen estado para navegar; una de estas era la fragata renombrada María Isabel, de 50 cañones, que se aprestó para proteger el convoy de transportes con tropas que se enviaría a Chile, y cuyo resultado final sería penoso, cayendo en manos de los separatistas, presumiblemente gracias a una traición urdida en la España peninsular.
En cualquiera de los casos, según Feliciano Gámez Duarte, la operación no pasaba por ser un acto de malversación de fondos públicos.
Una monumental estafa ejecutada por el embajador ruso Tattischeff contra las arcas de la Real Hacienda española. La compra de los navíos rusos de 1817 tenía que haber paliado la situación de escasez de buques que presentaba la Real Armada después de la batalla de Trafalgar. Estos buques que, desde los medios oficiales, se describían como la panacea milagrosa para remediar los males de la armada, no pasaron de ser más que simples candidatos al desguace; por estos ocho cascarones se pagó un precio desorbitado; además su utilidad quedó bastante descartada, de ellos solo dos pudieron ser habilitados para la navegación, toda vez que su estado de conservación era deplorable. (Gámez)
Aunque, después de todo, parece que, según algunas fuentes, no llegó a efectuarse ningún desembolso por esta operación.
Pero, al fin, quizá lo menos importante es si llegó a ser un desfalco o no. Lo que realmente importa es que sucedan o puedan suceder semejantes cosas. Es el triunfo de la desazón, y el triunfo del enemigo. Es el momento en que las actividades tendentes a minar la moral de las gentes eran (y son) llevadas a cabo bajo la impunidad más absoluta. El 11-1-1817 publicaba el periódico «El Pueblo», de Cádiz, firmado por Guy de Maupasdsant:
Los guerreros son un azote. Luchamos contra las fuerzas naturales y la ignorancia, contra toda clase de obstáculos con objeto de aminorar las purezas de nuestra miserable existencia. Los bienhechores de la humanidad se pasan la vida trabajando para descubrir qué es lo que puede solazar y confortar a sus prójimos. Afanándose en su labor, a un descubrimiento sigue otro, ensanchan el campo del entendimiento, extienden la ciencia y cada día añaden algo al caudal de los conocimientos humanos para la comodidad y la fortaleza de su país. Pero viene la guerra. En seis meses destrozan 1os ejércitos el resultado de veinte años de esfuerzos pacientes y geniales. Y a esto se llama «no caer en el repugnante materialismo». (Guy)
Con ese espíritu, y en medio de la desolación nacional que comportaba la total descomposición de España, el 21 de Febrero de 1817, cuando la francmasonería tenía, según Vicente de la Fuente, minado todo el ejército y todo el país, se produce la conspiración del Triángulo, sociedad masónica, en la que el general Vicente Richard pretendió secuestrar a Fernando VII. El 4 de Abril, el general Luis Lacy y Gautier, el general Francisco Milans del Bosch y el general José María de Torrijos y Uriarte se levantaron en armas en Caldetas. El fracaso del levantamiento costó la vida al general Lacy.
Actos incluso más bochornosos se repitieron a lo largo de las costas americanas, hasta el extremo que el ministro del ramo, con fecha 11 de Abril de 1817 pasaba la siguiente nota:
Respecto á los males que afligen á los departamentos de marina, me veo en la precisión de decir a V.E. que nadie cumple con lo que se le manda… (Fuente: 229)
Los hechos se suceden de forma vertiginosa:
El 21 de Septiembre de 1817 se descubre la conspiración del general masón Juan Van Halen.
En 1818, la masonería cobra especial fuerza, rehecha de sus divisiones, y controla todos los resortes de la Nación.
El 1 de Enero de 1819 un nuevo pronunciamiento del coronel Joaquín Vidal, Félix Beltrán de Lis y Diego María Calatrava acaba con el fusilamiento de los tres.
El 22 de Febrero de 1819 se vende la Península de Florida a los Estados Unidos.
El 8 de Julio de 1819, nueva conjuración: la del Palmar, encabezada por Evaristo San Miguel y Valledor.
Que en España había descontento en 1819 es una verdad innegable; pero ese descontento era amañado, artificial, fomentado y sostenido exclusivamente por los revolucionarios, ansiosos de vivir sin trabajar, comiendo á costa del país, que es lo que en España y aun en otros países se apellida «libertad» hoy día. (Fuente: 284)
Los pronunciamientos marcaron un amplio espectro del siglo XIX, en parte motivado por las confrontaciones entre los militares de carrera y los que habían accedido al ejército tras haber destacado en la guerrilla. Los segundos acabaron siendo marginados.
Además, como señala Fernando Álvarez Balbuena:
Para mayor desdicha, las guerrillas primero (algunas acabaron en bandas de forajidos rurales) y las continuas sublevaciones, pronunciamientos y motines que se produjeron después de la guerra, acabaron con el espíritu nacional. Liberales exaltados, absolutistas, liberales moderados, bandoleros y la nefasta hipertrofia militar, terminaron por completo con la unidad de España. El siglo XIX no solamente destruyó a España y la convirtió en un país de tercer orden, sino que además nos costó la pérdida de América, cuando más la necesitábamos para podernos recuperar del desastre de la Guerra de la Independencia. (Álvarez)
Para rematar el cuadro, la situación en América se había vuelto muy espinosa con varios núcleos separatistas firmemente asentados en Chile, Argentina y Colombia, por lo que se procedió a la formación de un ejército que debía embarcar para restaurar el orden. Ese ejército iba bajo el mando de Rafael de Riego.
Pero el 1 de Enero de 1820, en Cabezas de San Juan (Sevilla), Rafael de Riego se negó a encabezar la expedición a América. Durante dos meses el ejército de Riego permaneció sublevado recorriendo Andalucía sin que el gobierno pudiera impedirlo, ya que por todo el país se multiplicaban los pronunciamientos liberales y los levantamientos campesinos. El 3 de enero, el coronel Antonio Quiroga, designado para encabezar el movimiento, tomaba San Fernando y se disponía a entrar en Cádiz, que era el objetivo más importante.
Casi dos meses después de la asonada de Riego, y cuando ya se encontraba derrotado y fugitivo, el 21 de Febrero, el coronel Azevedo siguió los pasos de aquel en la Coruña; y O’Donnell (masón), que partía con un ejército para reprimir a Riego, en Ocaña el 1 de Marzo. Siguieron Zaragoza el 5 de marzo, Barcelona el 10 y Pamplona el 11. La España de pandereta…
¿De dónde le llegó el adoctrinamiento a Riego? Durante la Guerra de la Independencia los franceses le hacen prisionero en la batalla de Espinosa de los Monteros y es enviado a Francia, en cuyas cárceles pasó seis años. Fue allí donde, al parecer, tuvo su primer contacto con la masonería, así como con las corrientes liberales de la época, que le llevaron a asumir los principios de la propia revolución francesa, los cuales tanto habrían de influir en su conducta posterior.
La sublevación de Riego, a la sazón tercer Gran Maestre de la Masonería, estaría activa hasta el 10 de Marzo, cuando Fernando VII reinstauró la Constitución de 1812, en cuyo momento El Deseado, desbordado, diría: Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional. Este levantamiento daría pie al período conocido como trienio liberal, que finalizó en 1823 con la irrupción de un cuerpo expedicionario francés conocido como los Cien mil hijos de San Luis.
Por otra parte, y respecto al levantamiento de Riego, cuentan las crónicas, por pluma de Vicente de la Fuente:
Ni un solo paisano se le unió. Es verdad que algún bandido apellidó Constitución, como suelen hacer en tales casos todos los ladrones, tahúres y contrabandistas…/… pero los jefes realistas desconfiaban también de sus soldados y aún más de sus compañeros, una gran parte de los cuales, aunque no se pronunciaban, sabíase que estaban afiliados a sociedades secretas. (Fuente: 286-287)
Riego fue la puntilla para el sexenio absolutista, en el que la capacidad operativa del gobierno se puede determinar si consideramos que en el sexenio hubo 28 ministros para cubrir la titularidad de cinco ministerios, y dio lugar al conocido como trienio liberal, durante el que la milicia nacional tendrá una importante presencia en la vida política, llegando a ser un verdadero bastión armado de los sectores liberales y burgueses que acabarían enfrentados a los voluntarios realistas que se estaban organizando contra el régimen liberal.
Consecuencia de todos estos movimientos fue que el 6 de marzo Fernando VII, el rey felón, publicó un decreto mandando celebrar Cortes con arreglo a la observancia de las Leyes fundamentales que tengo juradas; y a este seguiría otro el día 7 de marzo, en el que se decidía a jurar la Constitución de 1812 y convocar cortes con arreglo a lo en ella regulado.
El 8 de marzo se conoció en Madrid el decreto, que fue generalmente muy bien acogido, con demostraciones populares de alegría por el anuncio. El día siguiente, una importante manifestación popular se acercó al palacio real con la intención de exigir al Rey el cumplimiento del decreto, ante lo cual Fernando VII mandó que se formase el Ayuntamiento Constitucional de 1814, juró la Constitución y creó una Junta Provisional.
El levantamiento de Riego tuvo gravísimas consecuencias en América. No fue la menor la desmoralización de las tropas de Morillo, que se encontraban sin recibir los refuerzos que tanto necesitaban, y de exaltación de los insurgentes, que consiguientemente pudieron acometer Perú por el norte y por el sur. Ello posibilitaría de forma determinante la ruptura de la España americana.
Vicente de la Fuente denuncia las causas principales de la situación, y señala a la masonería como responsable directa de la situación.
Las sociedades secretas rivalizaban en poder con el gobierno, y á tal punto, que los ministros mismos tuvieron que buscar en ellas su apoyo personal, corriendo á los clubs para afiliarse a ellos. (Fuente: 295)
Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Fernando VII, como Carlos IV hizo en su momento, intentó retirarse a México en 1820 para librarse de los liberales, mientras las conspiraciones palaciegas venían a representar la contrapartida de las sublevaciones liberales. Así, llegaron a contabilizarse hasta nueve conspiraciones, entre las que la más seria fue la de Urgel en 1822.
En 1820, los liberales envían a O’Donojú a México en sustitución de Juan Ruiz de Apodaca, con el supuesto objetivo de frenar el grito de independencia que había declarado Iturbide, pero su única acción ante este fue la capitulación. Ambos eran masones.
Señala Vicente de la Fuente:
Era Itúrbide realista, pero estaba encausado por robos y excesos que había cometido en el Bajío. Encargósele la conducción y custodia de 800.000 duros del comercio de Filipinas, como un medio de proporcionarle recursos para pronunciarse contra la constitución. Itúrbide, poco después de haber salido de Méjico, en vez de dar el grito de «¡muera la constitución!», principió a gritar «¡viva la independencia!». Para reemplazar al virrey Apodaca, consiguieron aquí los diputados americanos que se enviase al hermano O’Donoju, á quien hemos visto ya perseguido y encausado como francmasón. (Fuente: 333)
Sigue relatando Vicente de la Fuente la situación, y señala la traición de que fue principal actor.
Llegado O’Donoju á México, investido con los empleos y funciones de Capitán General, Gobernador y Jefe Político, consumó en breves días la obra de Iturrigaray y Riego. Así que aportó á Vera Cruz, se puso á merced de los insurgentes…/… hizo con Itúrbide un convenio disparatado, echó de Méjico los batallones europeos, disolvió las milicias leales que aún había, y no se avergonzó de ocupar el segundo lugar en la junta soberana establecida en Tacubaya. (Fuente: 334)
Era la coreografía indispensable para llevar a cabo la tragedia de la desintegración nacional. La traición a la Patria llevada a cabo por Riego no pudo ser un hecho casual, sino una acción destinada a posibilitar lo que en breve sucedería de forma irremisible: la quiebra del Imperio y su fragmentación para uso y disfrute del imperio británico. Así, en 1821, Agustín de Iturbide consiguió organizar el movimiento separatista, que contó con el apoyo de los realistas, contrarios a la política liberal del gobierno, y declaró la independencia el 28 de Septiembre de 1821. En Setiembre de 1821 Centroamérica se declaraba también independiente. En 1821 Panamá se declara independiente y se adhiere a la Gran Colombia. Al año siguiente, 1822, se proclamaría Iturbide emperador de México. Le siguió en el ejemplo, de manera inmediata, Guatemala, que en principio de unió a México para abandonarlo después con la idea de formar parte de las Provincias Unidas de Centroamérica.
El 1 de Diciembre de 1821 se declaraba independiente la República Dominicana, cuyo presidente fue José Núñez de Cáceres; pero la independencia duraría setenta días, cuando el 9 de Febrero de 1822 Haití invadió la nueva república, que mantendría bajo su dominio hasta el 27 de febrero de 1844.
El 24 de Junio de este mismo año 1821, y tras la batalla de Carabobo, Venezuela se declaraba independiente, manteniendo la independencia hasta que el año 1822 fue anexionada a la Gran Colombia por Bolívar en el Congreso de Cúcuta celebrado entre el 30 de Agosto y el 3 de Octubre de 1821. También este año se declara la independencia de México.
Solo quedaba bajo la obediencia real el Perú, que caería en Julio bajo las tropas de San Martín, quien entraba en Lima, donde se declaraba la independencia el 15 de Julio de 1821. Las tropas de Bolívar tomaban Quito el 29 de Mayo del mismo año.
Bolívar invade el Ecuador y, tras la victoria de Pichincha de 24 de Mayo de 1822, declara la independencia.
Tras las segundas elecciones, que tuvieron lugar en marzo de 1822, las nuevas Cortes, presididas por Riego, estaban claramente dominadas por los exaltados. En julio de ese mismo año, las fuerzas fieles a Fernando VII se levantan en armas y, en un enfrentamiento con la milicia, son vencidas el 7 de Julio. Grandes fueron las fiestas, y la prensa liberal dedicó amplios capítulos para la explicación autocomplaciente, en los que queda manifiesto el espíritu de revancha liberal. Mientras, Fernando VII huía a Sevilla.
Los liberales se dividieron en dos obediencias: la de los moderados o doceañistas, y la de los exaltados o veinteañistas, mientras los enfrentamientos en todos los ámbitos se hacían habituales: huelgas, manifestaciones, guerrilla…
El gobierno tenía la siguiente composición:
Presidencia: Agustín Argüelles, Gran Maestre del Gran Oriente, Gran Comendador del Supremo Consejo, y Jefe y Gran Castellano de los Comuneros de Castilla.
Estado: Evaristo Pérez de Castro, masón.
Hacienda: (José) Canga Argüelles, masón.
Gracia y Justicia: Manuel García Herreros, masón.
Marina: Juan Rabat, masón.
Ultramar: Antonio Porcel, masón.
Guerra: Marqués de las Amarilla, masón.
Gracias a estos gobernantes, durante este período, y según la prensa liberal, la libertad de imprenta fue un hecho y el periodismo su natural consecuencia:
Dos periódicos absolutistas hay de aquella época, La Atalaya de la Mancha y El procurador general de la nación y del Rey, perfecto modelo de procacidad y desentono, como lo fue después El Restaurador en 1823. (Cosas de Madrid)
Pero la libertad, según Vicente de la Fuente, se convirtió en liberalidad a favor de los políticos.
El señor Argüelles apropióse de 720.000 reales del erario é, interpelado alguna vez por este motivo, contestó muy oportunamente que, suponiendo que él hubiera sido ministro desde que cayó la Constitución en 1814, le hubieran tocado 120.000 reales anuales de sueldo…/… cada ministro se cobró por sí solo el sueldo atrasado de 720.000 reales…/… al tesorero general D. Domingo Torres se le desaparecieron de las manos sin saber cómo ni cuándo unos 80 millones de reales…/… se nombra una comisión… y las cortes ¿qué hicieron entonces? Nada. (Fuente: 305)
Pero había más, otros que seguían la misma obediencia: Riego, Quiroga, San Miguel, O’Donojú, O’Dail, Mina…
Como consecuencia de estas generosas actuaciones se produjo una escisión en la masonería. Los escindidos formaron la sociedad secreta de los Anilleros y de los Comuneros de Castilla, donde militaría Riego, y los Carbonarios. Cada uno de estos grupos controlaría los distintos posicionamientos políticos que a partir de este momento enfrentarían al pueblo español. La corrupción se disparó en todos los ámbitos.
Finalmente, los escándalos hicieron caer a Argüelles, dando lugar a que entrase en el gobierno otro masón como secretario de Guerra, Antonio Olaguer Felíu, abierto partidario de la independencia de América.
La dilapidación de los caudales públicos, la centralización estricta de la administración, el nombramiento de obispos como privativo del gobierno y la persecución del espíritu religioso, unido a la sedición de algunos militares, acabó en guerra civil. En 1822 se condenaba a pena de muerte sin expresión del delito que la comportaba, como en el caso del general Elío, cuya sentencia rezaba:
Examinada la causa, se le condena por unanimidad a la pena de horca…/… En Manresa fueron fusilados veinticuatro hombres. En Madrid, Pamplona, Barcelona y Valencia, otras muchas personas. Mina, en La Coruña, asesina en masa. Riego hace lo mismo en Málaga. Vigodet, Ballesteros y Zayas acuchillan en Madrid mujeres y ancianos indefensos. Copóns manda ahorcar al oficial Goiffeu, para satisfacer el instinto de crueldad de las turbas. El Empecinado, en Cáceres, acuchilla hasta los niños. El coronel González fusila a trescientos prisioneros… La mayoría de las Cortes aprueba los asesinatos. (Karl: 51)
Y para redondear la actuación, redactan una ley de defensa de la democracia en la que se condena a muerte a quien intente alterar la Constitución.
La falta de autoridad del Gobierno se tradujo en un endurecimiento de la vida política, que adquirió las connotaciones propias de un ambiente de guerra civil con posturas irreconciliables y acciones extremistas como matanzas, deportaciones y destrucciones. Finalmente, el 7 de Julio de 1822 se subleva la guardia real en Madrid en defensa de Fernando VII.
La situación general de la nación era de alarma, descontento y descontrol; y, en esa situación, el 15 de Agosto de 1822 se produjo el Manifiesto de la regencia de Urgel en apoyo de Fernando VII. Empezaba diciendo:
Españoles: desde el 9 de Marzo de 1820, vuestro Rey Fernando VII está cautivo, impedido de hacer el bien de vuestro pueblo y regirlo por las antiguas leyes, Constitución, fueros y costumbres de la Península, dictadas por Cortes sabias, libres e imparciales. Esta novedad es obra de algunos que, anteponiendo sus intereses al honor español, se han prestado a ser instrumento para trastornar el altar, los tronos, el orden y la paz de Europa entera. Para haberos hecho con tal mudanza el escándalo del orbe, no tienen otro derecho que la fuerza adquirida por medios criminales, con la que, no contentos con los daños que hasta ahora os han causado, os van conduciendo en letargos a fines más espantosos. Las reales órdenes que se os comunican a nombre de Su Majestad, son sin su libertad ni consentimiento; su Real persona vive entre insultos y amarguras desde que, sublevada una parte de su ejército y amenazado de mayores males, se vio forzado a jurar una Constitución hecha durante su anterior cautiverio (contra el voto de la España), que despojaba a ésta de su antiguo sistema, y a los llamados a la sucesión del trono, de unos títulos de que S.M. no podía disponer, ni cabía en sus justos sentimientos sujetar esta preciosa parte de la Europa a la cadena de males que hoy arrastra, y del que al fin ha de ser la triste víctima, como lo fue su vecina Francia, por iguales pasos. (Manifiesto Urgel)
Seguía el manifiesto destacando el estado de postración en que se hallaba España y el engaño al que había sido sometido el pueblo español, al que el liberalismo le había prometido todos los bienes y en su lugar le había proporcionado todas las miserias.
Vuestra ruina es cierta si para el remedio no armáis vuestro brazo, en lo que usaréis del derecho que con razón nadie podrá negaros. (Manifiesto Urgel)
El manifiesto hacía un desglose de los males de la Patria; las cárceles y los cadalsos llenos de víctimas; las gentes, amenazadas y en la miseria; las cortes, usurpadas por los que tenían dinero; las contribuciones exigidas, desorbitadas; la inseguridad ciudadana, manifiesta; el territorio, desgajado de América; las leyes tradicionales, meditadas, habían sido sustituidas por ocurrencias de unas cortes que no representaban a nadie.
El pueblo recurrió a la guerrilla, en Galicia, Navarra, Vascongadas y Cataluña, donde el gobierno mandó un ejército de 20.000 soldados, con orden de fusilar, sin formación de causa, al que fuese sospechoso de realismo. En Octubre, Mina ordenaba el asesinato de los párrocos y regidores que no diesen noticia de la posición ocupada por los rebeldes en los alrededores de los pueblos.
Finalmente es saqueada Cervera; Castellfullit es quemado y fusilada la población que no había huido; La Bisbal, Montblanch, Valle Espinosa, Cornudella, Talarn, San Llorens dels Piteus (San Llorens de Morunys)… El gobierno masónico ascendió a teniente general a Mina, que el 20 de Enero de 1823 ordenó que San Llorens del Piteus no pudiese volver a ser reedificado, y que sus habitantes no podían permanecer en los partidos de Solsona y de Berga… excepción hecha de los liberales, amenazando con la ejecución a quienes no cumpliesen lo estipulado, incluyendo en la sentencia a las mujeres, a los niños y a los ancianos.
Las partidas también se vieron sometidas a la acción política de Fernando VII, quien acabó pidiendo ayuda extranjera; ayuda que, como ya hemos señalado, se materializó el 19 de Noviembre de 1822 cuando la Santa Alianza decidió intervenir en España mandando un ejército conocido como los cien mil hijos de San Luis, que acabó con la intentona liberal y dio lugar al período conocido como década ominosa, en la que fue perseguido todo pensamiento liberal, y que terminaría en 1833 con la muerte de Fernando VII, cuando subió al trono Isabel II, de dos años de edad.
Al mando del mismo, que al parecer rondaba un total de 70.000 combatientes de los que 40.000 eran españoles, figuraba el duque de Angulema. Inglaterra no apoyó la Santa Alianza, según Eric Hobsbawm, porque de este modo el absolutismo hubiera impregnado Suramérica, y precisamente los ingleses querían lo contrario.
Jesús Ángel Romero Aranda indica que fue Francia la instigadora de la Santa Alianza.
Será en el congreso de Verona de 1822 cuando Francia (la más interesada, por temor al contagio revolucionario) formule su deseo de intervenir, siendo apoyada por Prusia, Rusia y Austria, mientras Inglaterra, por medio de su representante, el Duque de Wellington, se negaba a participar o colaborar con la empresa. (Romero)
Pero, al parecer, y como siempre, Inglaterra jugaba con dos barajas, porque para la formación de este ejército fue concedida la ayuda financiera de banca Roschild, que la concedió ilimitada a Angulema, de la que este utilizó parte para sobornar a algunos parlamentarios liberales. El hecho de que posteriormente Fernando VII se negase a que la banca extranjera controlase las finanzas españolas significó, según Miguel A. López Morell, el cierre de la Bolsa de Londres a cualquier emisión de deuda española, y la dependencia de París para esos menesteres.
El 6 de Abril de 1823 entran en España los cien mil hijos de San Luis, que toman Madrid el 23 de mayo. Carlos IV, según relata Manuel Godoy en sus memorias, pidió al congreso de Viena:
Se entendiera con su hijo sin escrúpulo, y pudiera reconocerlo como verdadero y legítimo rey de España. (Godoy)
Al respecto de esta petición se hace necesario señalar la doblez de la misma, pues su redacción puede entenderse de dos maneras; a saber:
Que su hijo (Fernando VII), no tenía escrúpulos
Que tratasen el asunto libremente con Fernando VII
En esa frase quedan reflejadas demasiadas cosas…
En esto quedarían constreñidos los intentos de Fernando VII por conseguir la participación de la Santa Alianza en la pacificación de América, objetivo primordial de la misma. Y es que, si por una parte Inglaterra impuso sus principios en contra, Francia no llegó tampoco a tratar seriamente la cuestión, ya que también estaba preocupada por adquirir ventajas comerciales en Hispanoamérica.
Por su parte, Francia e Inglaterra llegarían a una entente plasmada en el Memorándum Polignac, mediante el cual Inglaterra se aseguraba la no intervención de Francia en Hispanoamérica.
Todo quedaría, así, reducido a una serie de rencillas y enfrentamientos de inte-reses espurios.
El gobierno liberal no supo afrontar la amenaza, y Espoz y Mina, al mando del ejército en Cataluña, disponía del mayor número de unidades, unos 25.000 hombres, pero al fin le resultaba insuficiente el número, al tener grandes contingentes destinados en la lucha contra el somatén tradicionalista, y los otros generales tenían su ejército disperso y desmotivado.
Por otra parte, como el pueblo catalán, el resto del pueblo español se mostraba ajeno a los ideales liberales y no hizo nada por defender el régimen constitucional, siendo que, bien al contrario, en múltiples situaciones, cuando no engrosaba directamente el ejército, recibía con entusiasmo a los mismos que diez años atrás combatía a muerte, los franceses, como restauradores del poder absoluto de su incomprensiblemente amado Fernando VII. Todo ello facilitó que la campaña de los Cien Mil Hijos de San Luis resultase extremadamente fácil.
Por su parte, el duque de Angulema, comandante del ejército de la Alianza, lanzó una proclama en la que señalaba que el único propósito de la expedición era restaurar el orden y las leyes, restablecer el Altar y el Trono, librar del destierro a los sacerdotes, del despojo a los propietarios, y al pueblo de todo dominio que, proclamando libertad, no preparan sino la destrucción de España.
En cuanto al juicio que puede generar la actitud del pueblo… sencillamente penosa. Según queda relatado en «Cosas de Madrid», actuando como chusma, jaleaba la llegada del ejército aliado, mientras el ejército liberal, al mando del general Zayas, obligaba a aquellos a refugiarse en el Retiro, de donde finalmente fueron expulsados.
Sería la única actuación gloriosa de los liberales. Su ejército se batió en retirada sin apenas combatir. Solo en Cataluña se produjo cierta resistencia, mientras en Zaragoza los invasores eran recibidos con vítores. Bisbal, el jefe del ejército del centro, se retiró, sin combatir, a Extremadura; y los Cien Mil Hijos de San Luis entraban en Madrid el 23 de Mayo, tras un breve combate. Ante esta situación, y ya con el ejército invasor en Despeñaperros, las Cortes, que se encontraban reunidas en Sevilla, marcharon a Cádiz llevándose secuestrado a Fernando VII. Pero el 24 de Junio era sitiado Cádiz por las tropas francesas al mando de Angulema.
Por su parte, las turbas aullaban en Madrid:
¡Viva el rey y muera la nación!, ¡quiero cadenas!, ¡que quiten ese comercio y pongan otro!... Se paraban al frente de una tienda: -¿quién sabe leer?- Voceaba el jefe; salía al frente el más entendido: géneros del reino, exclamaba; echaban la bendición al comercio y pasaban a otro, que si decía en la muestra: géneros nacionales, era irremisiblemente destrozada y hecha pedazos. (Cosas de Madrid: 47)
Los cantos del populacho respondían a su actuación:
Cantemos alegres,
á lo serení,
tengo a mucha honra
ser un gran servil. (Cosas de Madrid. Pag. 47)
El 14 de Septiembre, Riego se enfrenta a las tropas aliadas y es derrotado por los franceses en Mancha Real y Jódar (Jaén). Es capturado y conducido preso a Madrid, donde redactaría su retractación:
Yo, Rafael de Riego, preso y estando en la capilla de la Real Cárcel de Corte, publico el sentimiento que me asiste por la parte que he tenido en el sistema llamado constitucional en la revolución y en sus fatales consecuencias, por todo lo cual, así como he pedido y pido perdón a Dios de todos mis crímenes, igualmente pido la clemencia de mi santa religión, de mi rey y de todos los pueblos e individuos de la nación a quienes haya ofendido en vida, honra y hacienda. Suplicando como suplico a la Iglesia, al Trono y a todos los españoles, que no se acuerden tanto de mis excesos como de esta exposición sucinta y verdadera, la cual solicita por último, los auxilios de la caridad española para mi alma.
Cuando en Septiembre de 1823 cae la constitución liberal, el gobierno y las cortes masónicas, se reinstaura el absolutismo, mientras, estos acontecimientos provocaron que se encendiese una guerra civil entre los realistas.
Una descoordinación inexplicable pero algo, por lo demás, muy español. Por un lado estaban los absolutistas, acaudillados por el vizcaíno Pedro Antonio de Olañeta; por el otro, los constitucionalistas, cuya causa representaba De la Serna. Simón Bolívar, un criollo aburguesado de la Capitanía General de Venezuela con estudios en España, aprovechó la circunstancia y se valió de Olañeta para penetrar en Perú y hostigar a los realistas. En octubre de 1824 el virrey se encontraba en situación límite. Los rebeldes, por su parte, habían desplegado sus fuerzas en las tierras altas y preparaban la embestida final. (Díaz)
El 27 de Octubre de 1823 se procesó a Riego; la muchedumbre reclamaba su muerte, mientras el abogado defensor, ferviente realista, defendía sus derechos y señalaba que la condena a muerte estaba fuera de la ley. El 7 de noviembre sufrió suplicio y fue ejecutado en medio de un gentío que le insultaba.
Con el triunfo de los 100.000 hijos de San Luis, que se llevó a cabo tras una única batalla con título de tal, el asalto al fuerte del Trocadero, en Cádiz, Fernando VII organiza un gobierno variopinto: Tadeo Calomarde y el conde de Ofalia, supervivientes en todas circunstancias, que les hace ser de la ideología dominante en cada momento; Cea Bermúdez, liberal y absolutista a conveniencia; el duque del Infantado, afrancesado en 1808 y constitucional en 1812… y se inicia una dura represión que, bajo el mando del ministro de Gracia y Justicia, Calomarde, sería tan enorme como la de Mina.
Como podría deducirse de semejante cóctel, la política adoptada por Fernando VII no satisfizo ni a absolutistas ni a liberales, ni a un tercer bando que surgió, intermedio entre monárquicos reformistas y liberales moderados. La lucha entre estos tres bandos por el poder y la cuestión sucesoria son los problemas que mantenían la inestabilidad social y política.
Por otra parte, en agosto de 1824, Lima caía nuevamente bajo la órbita de Bolívar; la actividad masónica continuaba. Unos oficiales sobornados por Simón Bolívar destituyeron al virrey Joaquín de Pezuela y pusieron en su lugar a José de la Serna, quien procedió de inmediato a licenciar a los batallones leales. Pronto, el 9 de diciembre de 1824, ocurre la batalla pactada de Ayacucho, donde Sucre vence definitivamente a las tropas realistas; una farsa en la que tomaron parte, uno indirecta y otro directa, Espartero y Maroto, también masones, destinados a señalarse también en el futuro.
La batalla de Ayacucho será la que marque el punto final; la sentencia definitiva al desmembramiento de la Patria; sin embargo, no fue, como dice la historiografía oficial, la batalla de Ayacucho el fin de la presencia realista en América del Sur. Olañeta continuó manteniendo en Potosí la españolidad de América… y otros movimientos patriotas seguirían resistiendo durante décadas.
Tras conocerse en Londres el resultado de la batalla de Ayacucho, un jubiloso Canning dijo ante el Parlamento inglés:
El clavo está remachado. La América española es libre, y si no gobernamos tristemente nuestros asuntos, será inglesa.
A España ya no le quedaba nada más que la dependencia absoluta de la voluntad europea. Geográficamente solo quedaba la presencia en África, Filipinas y, en América, Cuba y Puerto Rico. ¿Y en lo tocante a la independencia de lo que quedaba de la España peninsular? Feliciano Gámez Duarte nos da una idea de la situación:
El estado de la Armada hacia 1826, momento en el que se alcanzó una especial virulencia en los ataques corsarios, era francamente descorazonador: entre 1795 y 1825 España perdía 22 navíos en acción de guerra, 10 en accidente de mar, 8 se transfirieron a Francia y 39 fueron dados de baja por su mal estado; es decir, que en treinta y dos años un total de 79 navíos desaparecieron de la flota. Por el contrario, durante esta etapa solo se pueden anotar 11 altas. (Gámez)
Pero a otros les quedó alguna prebenda; así lo señalaba el manifiesto de los realistas puros de 1 de Noviembre de 1826:
Sabed que Calomarde, ese ministro del Rey en quien todos los hombres de bien habían fijado los ojos, ese atleta de la lealtad, corrompido al fin con el ejemplo de su amo, acaba de hacer traición a sus propios principios, vendiéndose por veinte millones de reales a la influencia inglesa y acordando con el ministro británico residente en esta Corte el contribuir por su parte al deshonorable reconocimiento de los empréstitos que hicieron las llamadas Cortes durante el imperio de la revolución y al mucho más deshonorable reconocimiento de la independencia de América. Sabed que Fernando VII, insensible ya a toda clase de delicadeza y barrenando el principio de la legitimidad a que debe el trono, ha vendido su consentimiento para acceder a las expresadas medidas en la primera ocasión favorable que se le presente, resolviéndose de este modo a sacrificar el honor, los derechos de conquista y tantos otros intereses de este país, por el valor de quinientos millones de reales que el maquiavélico gabinete de Saint James [el gobierno británico tenía su sede en el palacio de Saint James], de acuerdo con los americanos, ha ofrecido depositar a las órdenes del Rey en el Banco de Inglaterra.
Las Hispanidad segmentada fue presa fácil del colonialismo anglonorteamericano, que fomentó, y sigue fomentando, disputas territoriales que inequívocamente van en perjuicio de todos, menos de los anglonorteamericanos.
A partir de esta fecha, España (y la Hispanidad, en conjunto o segmentada) no aparece en los libros de la historia mundial.
BIBLIOGRAFÍA
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http://nodulo.org/ec/2014/n152p10.htm
Cosas de Madrid.
http://bibliotecavirtualmadrid.org/bvmadrid_publicacion/i18n/catalogo_imagenes/imagen.cmd?path=1027104&posicion=5
Díaz Villanueva, Fernando: Ayacucho: el nacimiento de Hispanoamérica.
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Fuente, Vicente de la: Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas.
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Gámez Duarte, Feliciano: 1816, un año decisivo en las guerras de la independencia de Hispanoamérica.
http://www.auladeletras.net/revista/articulos/gamez.pdf
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Hobsbawm, Eric: La era de las revoluciones.
http://es.scribd.com/doc/41473561/E-hobsbawm-La-Era-de-Las-Revoluciones-1789-1848
Karl, Mauricio; Carcavilla, Mauricio: Asesinos de España.
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López Morell, Miguel A. (2004): El papel de los Rothschild en la evolución de las finanzas públicas españolas durante el siglo XIX. Universidad de Murcia. Revista de Historia Económica, Año XXII, otoño 2004, nº 3, pp. 597-636.
http://e-archivo.uc3m.es:8080/bitstream/handle/10016/2779/Lopez-Morell.pdf;jsessionid=F2529962ABFEC2A1341805F1F95F2385?sequence=5
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Romero Aranda, Jesús Ángel (1823): Batalla de Campillo de Arenas.
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Semprún Bullón, José: El esfuerzo bélico realista en América durante la Guerra de la Independencia. Revista de Historia Militar. Nº Extraordinario, año LI. ISSN 0482-5748,
Nº Extra 2, 2007.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2287605
ASPECTOS ECONÓMICOS EN EL PROCESO SEPARATISTA DE AMÉRICA (1)
No cabe la menor duda, y más en estos tiempos, de que la cuestión económica es un elemento esencial en el estudio de la historia de los pueblos. No obstante, tampoco cabe la menor duda de que este aspecto ha sido considerado vil durante mucho tiempo y en muchos lugares, siendo el lugar por excelencia el Imperio Hispánico.
A la hora de estudiar la historia de España, sobre todo hasta instantes antes de que la Ilustración lo inundase todo, nos aparece constantemente esa realidad en cada uno de los acontecimientos. Con ese espíritu debe ser atendida la cuestión económica en América, al menos hasta el reinado de Carlos III.
Dentro de ese aspecto se encuentra el desarrollo del comercio, que desde el principio de la Conquista estuvo centralizado. Cuestión que, también desde el principio, era asumida con total naturalidad, y no precisamente porque fuese signo de sumisión, sino porque el concepto de comercio existente en el mundo, hasta el siglo XVIII, era bien distinto del que hoy conocemos. Debemos tener en cuenta que el siglo XVIII es el momento histórico en el que, de forma violenta, estalla la Ilustración, el liberalismo político y el libre comercio. Haciéndose eco de esa realidad, la Real Cédula de 1778 permitió el libre comercio entre Buenos Aires, Chile y Perú. Cierto que con cierto retraso con relación a otras partes del mundo… pero también cierto que aún hoy es demasiado aventurado atreverse a abrazar como la panacea uno de los dos sistemas en liza, desechando la totalidad del otro y sin llevar antes a cabo un análisis sosegado, en cuyo caso nos podemos llevar alguna sorpresa que pueda conducirnos, no a una revolución liberal, sino a una reforma, todo lo profunda que se quiera, de los métodos aplicados hasta el momento.
Es el caso que los principios ilustrados se fueron imponiendo de manera irremisible e, imbuido de ellos, el Real Decreto de 2 de Febrero de 1778 decreta la libertad de comercio con América. Al respecto, Heraclio Bonilla y Karen Spalding señalan:
En la práctica esta medida significaba la apertura de los siguientes puertos españoles al comercio con América: Sevilla, Cádiz, Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Alfaques de Tortosa, Barcelona, Santander, Gijón y La Coruña; y los de Palma y Santa Cruz de Tenerife en las islas Mallorca y Canarias. En América, los puertos favorecidos con esta medida fueron: San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, Santiago de Cuba, Batabanó, La Habana, islas de la Margarita y Trinidad, Golfo de Santo Tomás de Castilla y Omoa en Guatemala, Cartagena, Santa Marta, Río de la Hacha, Portobelo, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, Concepción, Arica, Callao y Guayaquil. En una palabra, esta medida significaba la liquidación del monopolio comercial de Cádiz en España y de Lima en América. (Bonilla: 21)
Así, adelantándonos a los acontecimientos que vamos desarrollando, y entrando de lleno en el conflicto bélico que se produciría en la segunda década del siglo XIX, podemos aseverar que fueron justamente los Borbones, y más concretamente desde el reinado de Carlos III, cuando fue decretado el libre comercio, quienes favorecieron la economía de mercado.
Y la revolución en América no fue de la plebe contra la oligarquía, sino que estuvo organizada por la aristocracia criolla, imbuida del espíritu anglófilo, contra la burocracia peninsular. Finalmente, en el enfrentamiento que, lógicamente, acabaría produciéndose, los indios pelearon mayoritariamente por el rey, mientras los criollos y los peninsulares se repartieron entre unos y otros.
El libre comercio no solucionó los problemas existentes; no consiguió el desarrollo industrial y comercial que se pretendía, sino que, bien al contrario, provocó una crisis económica y degeneró:
En una violenta depresión, por lo menos desde el último tercio del siglo XVIII. Estas fueron décadas de catástrofes para la burguesía criolla…/… Las pequeñas industrias, por otra parte, sufrieron el duro impacto de la concurrencia de las mercancías europeas, que ingresaban por los puertos ahora abiertos al libre comercio y, sobre todo, por el nuevo circuito Buenos Aires-Alto Perú. (Bonilla: 23-24)
Se estaban señalando las líneas de penetración que pocos años después coparían los colonialistas británicos.
Y todo ello se hizo por influencia directa de la Ilustración; no porque no existiesen alternativas, sino porque ya España había perdido su capacidad de creer en sí misma y en la eficacia de los métodos desarrollados por mentes cultivadas en el humanismo. Existían autores que atendían el desarrollo de lo que debía ser el Estado Hispánico.
José del Campillo Cosío, en cuya obra Nuevo sistema económico de gobierno para la América, escrita en 1743, aparece con claridad la idea de un imperio basado en la preservación, y no en la expansión de sus límites. También introdujo novedosas ideas, como plantear la necesidad de incorporar tanto económica como socialmente a los indígenas, considerándolos consumidores potenciales que enriquecerían el mercado español; la idea de las visitas generales para conocer los territorios americanos, su gente, sus recursos, y la necesidad de establecer intendentes en América. (Llordén: 301)
Si se quiere, también se puede deducir de este texto que el liberalismo estaba tomando posiciones; que dejaba de verse en los indígenas a personas portadoras de valores eternos para verlos como consumidores potenciales, pero también se deduce la voluntad de preservar los valores con el desarrollo controlado de la economía. Pero en esa cuestión, en el desarrollo de la economía capitalista, Inglaterra llevaba ventaja, al haberse dado cuenta de que en el Imperio Español podrían llevar a cabo esa labor, sin miramientos, en unos inmensos territorios poblados por gentes por lo general pacíficas y acostumbradas a una vida en sociedad, y poseedoras de una economía boyante que marcaba, en América y en todo el Pacífico, el desarrollo económico de los pueblos, a ambos lados del océano, que se guiaban por el patrón del doblón español.
La apertura de mercados llevada a cabo por la Ilustración se manifestaba como completamente necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos de la economía, en gran parte marcada por la Revolución Industrial de la que Gran Bretaña era cabeza. España no podía quedarse rezagada. Otra cuestión es cómo se llevó a efecto, en gran medida calcando las formas británicas importadas por los ilustrados.
Las formas aplicadas acabaron creando conflictos: la crisis económica señalada más arriba, y profundos cambios en la economía que ya se venían gestando sin el concurso de las formas liberales, pero que con ellas son acelerados, según Tulio Halperin Donghi cuando señala:
La reforma comercial no solo consolida y promueve esos cambios en la economía indiana; se vincula además -tal como se ha señalado- con otros que se dan en la metrópoli. Esa nueva oleada de conquista mercantil que, desde Veracruz a Buenos Aires, va dando, a lo largo del siglo XVIII, el dominio de los mercados locales a comerciantes venidos de la Península (que desplazan a los criollos antes dominantes) es denunciada en todas partes como afirmación del monopolio de Cádiz. (Halperin: 25)
Las reformas económicas no afectaban solo al mercado, sino que se extendían a todas las estructuras; así, se discutió la posibilidad de adoptar otras medidas que iban contra los intereses de los criollos, y contra la política tradicional del Imperio, como era la sustitución de la burocracia indiana por peninsulares, cuando había sido atendida hasta la fecha por naturales.
Esa política, que hasta entonces se concretaba en que la cúpula del Virreinato no fuese natural del territorio administrado (no impedía que fuesen peninsulares; debían ser, sencillamente, de otro territorio), por iniciativa de José Moñino, conde de Floridablanca, comenzó a generalizarse a todos los puestos de la administración, tanto civil como militar y religiosa, destinando los puestos a peninsulares.
Era, en definitiva, la aplicación de los métodos de la Ilustración, acorde a los métodos e intereses del liberalismo, tan fervientemente defendido por los reinos europeos, y en especial por Inglaterra. Con este sistema empezaba a dejar de tener prioridad el hombre sobre las cosas. Al respecto señala Indalecio Liévano Aguirre:
En la medida en que proseguía el desarrollo de las doctrinas burguesas en el Viejo Mundo, y se desvanecía la influencia de las ideas morales y religiosas que inspiraron las Leyes de Indias, se acentuaba, también, la tendencia a transformar los Dominios en una zona subalterna de la economía española. Y la burguesía peninsular, mal equipada para comprometerse en una ofensiva frontal contra el añejo feudalismo de España, consiguió, en cambio, que la Corona le permitiera utilizar las posesiones americanas como el mercado colonial que necesitaba para apresurar su desarrollo y enriquecimiento en cuanto a la clase económica. (Liévano: 37)
En pocas palabras: era la ruptura del statu quo que había primado durante los siglos XVI y XVII, y medio siglo XVIII. La Ilustración, y sus representantes en España, si no desmontaban jurídicamente la estructura del Estado, que reconocía la condición de Reinos a los territorios españoles, de hecho y de palabra sí lo hacían. Así, en los tratados internacionales llegaba a hablarse de colonias al referirse a los reinos americanos.
Pero la política antiespañola y de carácter colonial aplicada sobre América por el Despotismo Ilustrado comenzó a hacer aguas cuando el monopolio del comercio, unido a la decadencia de la industria manufacturera nacional, acabó reportando un deficiente abastecimiento de los mercados, lo que ocasionó una invasión de productos extranjeros.
Una invasión de textiles, en su mayoría ingleses y alemanes, de Silesia, superó todas las proporciones conocidas hasta entonces... Ya en 1782 exigió el Gobernador de Quito que se suprimiera la importación de un setenta y cinco por ciento y se doblaran sus impuestos, para salvar de la ruina la producción autóctona de paños. El poderoso núcleo de comerciantes importadores del Nuevo Reyno inició su ataque frontal contra la organización gremial de la artesanía y la pequeña manufactura, utilizando los argumentos allegados contra los Gremios medioevales por los ideólogos de la burguesía europea. (Liévano: 49-50)
Pero no fue solo la decadencia, o la floja evolución, de la industria peninsular. Hubo más, porque esa decadencia se tradujo de inmediato en un deterioro de algo tan elemental como la Armada en unos momentos en los que el acoso de los corsarios europeos hostigaban de continuo a las naves mercantes españolas.
España perdía el control de los mares al tiempo que se involucraba en guerras mal planificadas con Francia y con Inglaterra, y dejaba sin la debida protección a las expediciones comerciales transatlánticas, cuyo número se vio drásticamente reducido, lo que ocasionaba un desabastecimiento de productos, tanto en la Península como en América, siendo que, si América acababa siendo suministrada por el tráfico ilegal, la Península se veía privada de los productos tropicales que la marina española no podía transportar como consecuencia de la labor de la piratería inglesa y francesa.
El tráfico comercial, sin embargo, no dejó de desarrollarse, ya que simultáneamente era cubierto por los contrabandistas, quienes acabaron teniendo la parte del león en el tráfico comercial.
Tráfico ilegítimo que en ese momento, la segunda mitad del siglo XVIII, posibilitó en el Virreinato de Nueva Granada el espejismo de un crecimiento económico que acabaría colapsado a principios del siglo XIX, dentro de la inestabilidad creada por los procesos separatistas, e inmediatamente sustituido por el aporte británico.
La importancia económica de América, entonces, decayó alarmantemente con relación a lo que había venido siendo tradicional. Tengamos en cuenta que al ser descubierta América, así como se importaron a la Península productos de las nuevas tierras de manera muy significativa, hubo un importantísimo aporte de España en todos los campos; desde la agricultura hasta la industria, pasando por la ganadería; lo que significó, además de acceder a productos anteriormente desconocidos, el desarrollo de todos los campos de producción, muy especialmente de la agricultura y la ganadería y, por supuesto, de la minería. Sin lugar a dudas, América era el lugar más próspero de la tierra, donde había un alto índice de industrialización; de la industrialización previa a la Revolución Industrial.
Pero esa cuantificación económica de los intercambios habidos entre la España descubridora y la España descubierta ha tenido una interpretación sumamente sesgada por parte de los enemigos de España, que han volcado sobre la explotación de las minas una importancia que nunca fue cierta durante el Imperio y que, sin embargo, sí lo fue tras la separación de la Patria y su dominación por el imperialismo europeo en general, y británico en particular.
Así, O’Leary, el asesor británico de Bolívar, proclama los argumentos que la Leyenda Negra contra España difundía en esos momentos.
Como España no estimaba sus posesiones en el Nuevo Mundo sino en proporción al número y calidad de sus minas, y no hallando en Venezuela esas fuentes de riqueza, miró su fértil suelo con indiferencia. De aquí el lento progreso que hicieron estas provincias, y sus tempranas relaciones con los extranjeros, que, por medio del contrabando y á despecho de reglamentos coercitivos, su-plían sus necesidades. (O’Leary: 40)
¿En base a qué dice semejante cosa O’Leary cuando, según cálculos últimamente realizados, desde el descubrimiento hasta la separación, España no llegó a extraer 200.000 kilos de oro, siendo que en 2015, solo Perú produjo 173.000 kilos al año? De aquel total, se calcula que solamente el 20% era llevado a España. ¿Dónde quedaba el resto?... En los virreinatos, que lo dedicaban, entre otras cosas, a la creación de infraestructuras de todo tipo; por ejemplo, de 25 universidades que animaron la vida cultural de las actuales República Dominicana, Perú, México, Bolivia, Colombia, Ecuador, Argentina, Chile, Guatemala, Cuba y Venezuela.
Como bien señala Luis Corsi Otálora:
En efecto, si bien es cierto que en comienzo se dio un fuerte flujo de oro y plata hacia la Península Ibérica, este -en sus cuatro quintas partes- estaba constituido por el pago de semillas, ganado, herramientas y mercancías indispensables a la puesta en valor del desarrollo económico en sus diferentes zonas; en un detallado cuadro que va de 1515 a 1600 Alberto Pardo muestra como la balanza comercial durante este período desde España fue de 67.637 toneladas de exportación contra 43.728 toneladas de importaciones. El impacto de las nuevas tecnologías transmitidas a través de ellas fue verdaderamente espectacular; pues, si un hombre con sus solas fuerzas necesita 40 días para preparar una hectárea, este tiempo se reduce a un día cuando lo hace con un arado y dos caballos; hasta el temprano 1570, de la Metrópoli se habían despachado 20.000 rejas para arados. El tiempo de corte de un árbol con hacha de acero descendía de dos meses a dos días, por lo cual los indígenas se batían a muerte por su adquisición; y una herradura de acero valía más que su peso en oro. (Corsi, Visión)
Ciertamente, y del mismo modo que en su momento España surtió de oro, plata, otros metales y otros recursos al Imperio Romano, también América surtió de los mismos elementos al Imperio Español, incluido el campo administrativo. Pero, en lo relativo al oro, ni fue suministrado todo el tiempo, ni todos los lugares de América tenían recursos auríferos o argentíferos; y, sin embargo, sí fueron suministrados de los productos que necesitaban, ya agrícolas, ya industriales, ya culturales…
Ciertamente, no eran las minas las principales generadoras de recursos. Debemos considerar que la maquinaria utilizada en aquellos momentos para extraer el mineral no podía ser, ni con mucho, tan efectiva como la que es hoy utilizada por quienes, a costa de los virreinatos, pasaron a explotar los recursos nacionales a partir de 1822.
Cierto es que existieron impuestos extraordinarios, derivados principalmente en la época borbónica por necesidades de la defensa, pero esos impuestos extraordinarios representarían, al fin, una pequeña parte de lo aportado.
Como consecuencia de la quiebra económica en que se encontraba España a caballo de los siglos XVIII y XIX, el gobierno acostumbraba a pagar con vales que debían ser hechos efectivos en México, de donde con mucha frecuencia eran devueltos sin ser atendidos.
Con las consideraciones señaladas, podemos afirmar que el mito de que España expolió de metales preciosos a América no es sino un capítulo más de la historia negra europea contra España, escudo utilizado para distraer del expolio que de toda la Hispanidad iniciaron a principios de un aciago siglo XIX, y continúan efectuando hoy a buen ritmo.
El asunto que sí marcó un antes y un después en el devenir de los conflictos fue el Real Decreto de 2 de Febrero de 1778, donde, además de abrir el comercio a más puertos del Imperio, se daba un sesgo que nunca antes tuvieron las relaciones comerciales entre la España de ambos lados del Atlántico; a saber: al estilo británico y liberal, se priorizaba el mercantilismo.
De hecho, desde el descubrimiento y hasta el siglo XVIII, el comercio había estado bajo un estricto control real; pero, a partir de 1765 se amplió, al ser habilitados al comercio transatlántico siete puertos de España: Málaga, Cartagena, Alicante, Barcelona, Coruña, Gijón y Santander; y en 1778 se abrieron cuatro más: Almería, Alfaques de Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife. Pero esto no colmaba las ambiciones de la oligarquía criolla ya que, en las circunstancias geopolíticas del momento, los comerciantes americanos se consideraron en inferioridad de condiciones respecto a los comerciantes peninsulares, al no poder acceder directamente al comercio extranjero; sin caer en la cuenta de que, de haberlo hecho, los resultados hubiesen resultado más contrarios, como lamentablemente la historia ha demostrado.
Ellos serían los que primero se acercarían a los piratas ingleses, holandeses y franceses con el objetivo de obtener un mayor beneficio económico, sin importarles, como más adelante demostrarían, ofrecer a aquellos no solo lo que negaban a la Patria, sino prácticamente todo lo que tenían a su alcance, fuese suyo o ajeno.
La aristocracia económica americana, así, fue el germen del separatismo. Pero además existieron otros acontecimientos que afectaron al pueblo: la reforma fiscal ilustrada, ávida de ingresos, cosía a impuestos al pueblo español… también al pueblo español americano, lo que motivó los levantamientos de los comuneros como consecuencia de la Real Orden del 17 de agosto de 1780, de cuya ejecución era responsable el Regente Visitador General, Juan Bautista Gutiérrez de Piñeres, y que implicaba el aumento de los impuestos.
En 2 reales cada libra de tabaco, y otros 2 al azumbre (medida de líquidos) de aguardiente. (Pérez)
Esta subida de impuestos significaría el inicio de la protesta de Socorro y el subsiguiente conflicto de los Comuneros.
Sin embargo, y si tenemos en cuenta los estudios realizados sobre la situación fiscal del Nuevo Reino de Granada, parece que la elevación de impuestos estaba, además, plenamente justificada por el hecho de que en aquellos momentos el déficit del Nuevo Reino alcanzaba los 170.000 pesos, cubiertos por el virreinato de Perú, que además debía apoyar también a Montevideo, México y Chile.
El Estado Hispánico invertía más en la Nueva Granada que lo recolectado en ella. (Corsi, Visión: 52)
Además, hablando en porcentajes, ¿de qué estamos hablando? Salomón Kalmanovitz responde a la pregunta:
En 1760 los impuestos podían llegar al 3% del PIB, mientras que en 1800 eran de un 10%, al que se debe sumar un 1,2% por los diezmos. (Kalmanovitz)
Que en 40 años suban los impuestos más de un trescientos por cien es realmente alarmante; pero también es alarmante que el pago de esos impuestos, una vez triplicados, sea irrisorio y deseable si lo comparamos con la escalada que sufrieron esos mismos impuestos tras la conquista inglesa de la Hispanidad, perfeccionada en 1822. Impuestos irrisorios que, sin embargo, coadyuvaron a la gran hecatombe, ya que propiciaron la pérdida de prestigio de la corona; y, al compás de esa pérdida, en la base popular de las sociedades americanas la oligarquía criolla anglófila fraguaba argumentos para defender sus prerrogativas feudales, imbuida además del disfraz de defensora desinteresada de los intereses comunes de la población, a partir de cuya posición instigaron las revueltas. Y, para mayor escarnio, fueron los causantes de su fracaso cuando el asunto se les fue de las manos.
Pero, si en la revuelta comunera esos terratenientes se vieron sin respaldo para perseverar en su intento, merced en gran parte a la falta de acuerdo entre Miranda y la Gran Bretaña, no sucedió lo mismo a partir de 1808, cuando la maquinaria inglesa, ya bien engrasada con la supeditación de los libertadores, volcó todos sus esfuerzos en el intento, reforzando sus lazos con la oligarquía criolla.
En un estudio al respecto, la Universidad de San Carlos de Guatemala destaca la deriva de la élite criolla.
El grupo de la élite que abraza ideales independentistas republicanos lo componen poderosos terratenientes, como era el caso salvadoreño, comerciantes/terratenientes en Granada; mineros y terratenientes en Tegucigalpa, medianos propietarios en San José, hasta los sectores medios de la provincia de Guatemala: terratenientes, comerciantes, visionarios, intelectuales, etc. (Universidad)
Imagen que se repite a lo largo y ancho de América.
La ocasión se presentaba óptima para el intento, ya que en ese momento se libraba en Europa una guerra en la que los principales contendientes eran Francia e Inglaterra.
Peleaban por definir cuál de los dos países se convertiría en la principal potencia industrial que controlara al resto del mundo, y la disputa se concretaba en la obtención de territorios donde poder colocar sus productos industriales.
Ningún territorio mejor que la Hispanidad (no había ningún otro preparado, aparte de Europa), que como poco desde la Guerra de Sucesión, estaba allanando el terreno para el fácil acceso de quienes hasta entonces habían sido frenados en sus ansias depredadoras, precisamente por la Hispanidad, y anhelaban una horrorosa venganza que ya se estaba desarrollando y no tardaría en plasmar sus peores consecuencias.
Estaban llegando unos momentos que hoy podemos considerar lógicos por la propia evolución del conocimiento: la revolución industrial; pero, desde otros puntos de vista, lo que podía haber sido y no fue es que en vez de tratarse de una revolución hubiese sido una evolución. Filosóficamente era lo que más cuadraba con el espíritu hispánico. Pero no fue así. Ciertamente los descubrimientos técnicos de envergadura se produjeron dentro del mundo europeo; ello no significa que la Hispanidad estuviese dormida. Ahí tenemos los avances en cuestiones astronómicas llevados a cabo en México en 1769, o la instauración del Real Colegio de Minería, un centro dedicado al estudio de las ciencias. Lo que es irrefutable es que, de acuerdo con lo señalado por Luis Bértola y José Antonio Ocampo, la Revolución industrial marcaría un antes y un después.
Desde el punto de vista económico-tecnológico, la gran novedad de la segunda mitad del siglo XVIII fue la revolución industrial en Inglaterra, que poco a poco se expandiría a otros países europeos. La revolución industrial no fue un hecho, sino que sería una transformación radical de la forma de funcionamiento de la economía capitalista que, de allí en adelante, habría de experimentar cambios tecnológicos frecuentes, viendo la sucesión de nuevos paradigmas tecno-económicos, con sus consiguientes ondas de difusión a otras economías y con un muy fuerte impacto no solo en el surgimiento de nuevos productos y procesos, sino también sobre los transportes y las infraestructuras…./… Este proceso de aceleración del cambio tecnológico, del que las potencias coloniales ibéricas apenas si participaron marginalmente, abrió nuevas posibilidades al comercio internacional y constituyó el entorno de lo que Lynch (1992) ha llamado «la segunda conquista» y el inicio de la gestación de un nuevo «pacto colonial». (Bértola: 59)
Esa revolución materialista, capitalista, mercantilista, había estallado y necesariamente debía invadir la Hispanidad, no solo para dar curso a sus productos, sino para dar curso a la problemática interna generada por la misma revolución industrial, que en Inglaterra, y de acuerdo con el profesor Corsi Otalora, tuvo especial significación.
Llevó a una caída de salarios del 20% entre 1795 y 1834, sin contar con un desempleo tan enorme que produjo la muerte física por hambre a 500.000 tejedores y les forzó a la aceptación de oficios tales como los de pulidores de metales, capaces de averiar los pulmones a casi todos los trabajadores mayores de 30 años, según cifras de Hobsbawn. (Corsi, Bolívar: 22)
Y el momento de expansión había llegado; Julio C. González nos informa de la presencia británica en Buenos Aires:
En 1804 había en Buenos Aires 47 comerciantes ingleses. En 1810, al estallar la Revolución de Mayo, 2000. Fracasadas las invasiones armadas, los buques de guerra de Su Majestad Británica se fueron. Pero los buques mercantes de los comerciantes de Londres, abarrotados de abalorios, se quedaron. Primero ejercieron el contrabando a la vista y paciencia de los españoles y ante la perplejidad del Ejército Argentino, de gauchos, de indios y de niños que los habían combatido. Luego el anglófilo Virrey Cisneros les otorgó, por un año, el comercio libre. (González)
Pero estas facilidades para la invasión económica no serían iniciativa personal de Cisneros, sino que se encontraban enmarcadas en el tratado de Apodaca-Canning firmado un año antes con la anuencia de la Junta de Cádiz.
Este sería el primer paso destinado a arruinar la pequeña industria y comercio locales, y con ellos lo que hasta entonces se había entendido como comercio y lo que se había entendido como libertad. El nuevo concepto de comercio —el imperio del mercantilismo— estaba a las puertas; y ello comportaría grandes cambios en todos los ámbitos y, con ellos, la pérdida de la libertad individual a cambio de la libertad de comercio, donde solo tiene libertad aquel que la mantiene en el poder económico.
Si esto era algo nuevo para el mundo hispánico, no lo era para los británicos, quienes ya contaban con experiencia en estos asuntos en Irlanda, donde con tales procedimientos llevaron a cabo un genocidio que costó la vida por efectos del hambre a un millón de personas. ¿Y qué pasaría en Hispanoamérica?... Algo similar y, en lo estrictamente económico, la aniquilación de las industrias existentes, que se concretaban en el campo de la artesanía y del textil.
El capitalismo, que ya había instalado su campamento base, estaba dispuesto a realizar todos los esfuerzos y a obtener el esfuerzo de los demás para imperar. En el terreno económico, el primer frente a batir sería la producción autóctona, aquella que se dedicaba a asistir las necesidades de la comunidad; y el modo sería la importación de productos manufacturados en la metrópoli: Inglaterra. Y es que, hasta entonces, América no había conocido metrópoli. Hasta entonces, los virreinatos, en lo económico, se habían limitado, como en el caso de los habitantes de la Península, a suministrar a la corona los impuestos sobre los bienes, los cuales venían a verse representados por el 20% de la producción, que se enviaba a la Península en oro. Ese oro tan codiciado por los europeos que, una vez asentados, se llevaron de los depósitos americanos con destino a Londres, dejando a cambio tratados de comercio y deudas por ayuda en la guerra de liberación, que aún hoy se están pagando. Finalmente, los beneficios económicos que se habían producido durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII, se paralizaron, primero, y se destruyeron después, merced en gran parte a las reformas borbónicas, sobre todo por la apertura del libre comercio, y luego gracias a la posterior secesión y a la sumisión a los intereses británicos por parte de los próceres.
El colombiano Indalecio Liévano Aguirre señala esa triste realidad y remarca que la quiebra del sistema no fue resultado de la casualidad, sino de la voluntad; de donde podemos inferir que es el resultado de una intención que sin duda podemos calificar de criminal.
En la América española, la quiebra, provocada deliberadamente, de la pequeña manufactura y de la artesanía, solo serviría para aumentar su dependencia colonial de los mercados mundiales. Los comerciantes importadores, que durante la etapa de dependencia de España fueron el instrumento operativo de una economía colonial, debían cumplir idéntica función al producirse la Independencia, con la sola variante de que ya no actuarían como servidores del monopolio español, sino como vehículo, igualmente eficaz, del monopolio mercantil y financiero de las potencias anglosajonas. Su interés, con respecto al fomento de la economía nativa, se reducía a estimular la exportación de metales preciosos y materias primas tropicales, a fin de aumentar los medios de pago internacional requeridos para mantener el ritmo del comercio de importación. (Liévano: 50)
Esta situación trajo como consecuencia la supeditación de toda la Hispanidad y la pérdida de su poder creativo… y de su poder adquisitivo, siendo que, como señala Luis Bértola en su Desarrollo, vaivenes y desigualdad, entre 1820 y 2008 la brecha entre Hispanoamérica y el mundo capitalista pasó de 0,9 a 2,8 veces el PIB per cápita de Hispanoamérica o, lo que es equivalente, la región pasó de tener algo más de la mitad del PIB per cápita de Occidente a solo una cuarta parte. El propio barón de Humboldt manifestó que si la riqueza per cápita en Francia era de 14 pesos, la de México era de 10, mientras en la Península era de siete.
Qué se destruyó con los procesos separatistas de América es muy largo de explicar, en lo político, en lo social, en lo económico… Hoy ningún país surgido tras la gran asonada del siglo XIX tiene significación alguna en ningún campo. Desde España hasta Filipinas, todos estamos sometidos al dictado de quienes procuraron y consiguieron romper lo que el pueblo español no supo mantener. Por ejemplo, debemos señalar que en el siglo XVIII la estructura política más extensa del mundo era China, cierto, y la segunda, el Virreinato de la Nueva España, con un ámbito territorial que abarcaba el actual territorio de México, toda América Central, Florida, Texas, Alabama, California, Misisipi, Alaska, Canadá Occidental, América Central, Caribe y Filipinas.
México conformaba, quizá, o ciertamente, la estructura más sólida del Imperio, y fue sustento indispensable en la lucha contra la invasión francesa en la Península. Económica, política y socialmente era ya entonces el buque insignia de la Hispanidad.
La economía de Nueva España era fuerte, se encontraba bien distribuida, y en su mayor parte funcionaba en forma independiente de la madre patria. Aunque los metales preciosos representaban el 84% de todas las exportaciones, la colonia no llegó a ser una simple monoproductora; y ello se explica en que, a pesar de su carácter predominante y dinámico, la minería solo constituía un segmento menor de la economía colonial. En 1800, la minería contribuyó con 27.95 millones de pesos, o el 13% de la producción anual de México, mientras que la industria manufacturera computó 55 millones, o el 25%; la agricultura 138.63 millones, o el 62%. (López: 54)
Se trataba de un sistema social destinado a encabezar el desarrollo del mundo, y esa era una cuestión que no escapaba a la atenta mirada de los enemigos históricos, volcados como estaban en controlar el comercio mundial, que inexorablemente empezaría con el triunfo de las revueltas secesionistas. Desde entonces, las exportaciones inglesas lo coparon todo; y, consiguientemente, el comercio interior de lo que antes había sido una nación, se vio notablemente deteriorado.
México acabaría siendo bocado apetitoso del imperialismo neobritánico, el cual acabaría mutilando el antiguo virreinato, dejándolo sometido a la voluntad de las potencias que con tanto ahínco procuraban la destrucción de España… y la libertad de sus territorios. Pero no fue suya la culpa, sino de quienes, desde dentro, posibilitaron su triunfo.
¿Y cuál fue en la población el resultado económico subsiguiente a la separación de México? Un período de deterioro y de miseria del que doscientos años después no se vislumbra el final.
El ingreso per cápita de México descendió de 116 pesos a fines del período colonial, a 56 pesos el año 1845. (Soldevilla: 74)
…Y nos imponen el uso de una terminología impropia que chirría al oído del iniciado en el conocimiento histórico, porque utilizar el término colonia para un territorio que, legal e históricamente, no lo ha sido nunca, es un anacronismo inaceptable.
BIBLIOGRAFÍA
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http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddtlibro11.pdf
Corsi Otalora, Luis: Bolívar, la fuerza del desarraigo. Ediciones Nueva Hispanidad. 2005. ISBN 987-1036-37-X
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González, Julio C: Hostilidades británicas al gobierno de Perón.
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Liévano Aguirre, Indalecio: Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Tomo II.
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López Soldevilla, Jerónimo: Ilustración e independencia en Nueva España.
http://acceda.ulpgc.es/bitstream/10553/4773/2/0620600_00000_0000.pdf
Llordén Miñambres, Moisés: El conde de Floridablanca y América.
FUNDACIÓN FORO JOVELLANOS DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS. Gijón, 2009
O’Leary, Daniel F: Bolívar y la emancipación de Sur-América.
http://scans.library.utoronto.ca/pdf/1/41/bolvarylaemanc01olea/bolvarylaemanc01olea.pdf
Pérez Silva, Vicente: Revolución de los comuneros.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/cseiii/cseiii01.htm
Universidad de San Carlos de Guatemala: Los centros urbanos y la independencia centroamericana de 1821.
http://ceur.usac.edu.gt/pdf/Boletin/Boletin_CEUR_05.pdf
ASPECTOS ECONÓMICOS EN EL PROCESO SEPARATISTA DE AMÉRICA (2)
El desarrollo sería parejo en el resto del antiguo Imperio. En lo tocante a Perú, señalan Heraclio Bonilla y Karen Spalding que los cambios tomaron cuerpo en el cambio de siglo:
Esta nueva situación intensificó e hizo más perceptibles los cambios ya latentes en el siglo XVIII. Entre estos debe mencionarse la profunda desarticulación del espacio peruano, la acentuación de la regionalización, la expansión en gran escala de los grandes dominios agrícolas, la destrucción de la producción interna, la extensión del caciquismo regional, la constitución de clientelas regionales a base de la incorporación de gran parte de la población nativa, con la consiguiente crisis de la fuerza de trabajo, y la conquista del mercado interno por los textiles británicos. Fueron estos, por otra parte, los factores mayores que generaron la perdurabilidad de la crisis interna de la economía peruana y que sustentaron la absoluta hegemonía de la economía británica. (Bonilla: 61)
Destrucción de la producción que sería debida, no solo a la paralización que pudiese provocar el estado de guerra, sino a la acción destructiva directa, provocada del mismo modo que lo hiciese Wellesley en la Península.
Los separatistas quemaban las haciendas, mataban el ganado, destruían las herramientas de la minería, paralizaban el comercio y sumían al pueblo en la miseria. Pero es que Morillo acabó haciendo exactamente lo mismo como réplica, aplicando tácticas contraterroristas y asolando los pueblos que habían apoyado a los insurgentes… Curiosamente, Morillo había sido designado para el puesto, en un ascenso profesional vertiginoso impuesto por el duque de Wellington. Con este aval y el de las logias masónicas, y desoyendo las instrucciones del ministro de la guerra, el flamante general tenía claro su objetivo:
Para subyugar a las provincias insurrectas, una sola medida: exterminarlas. (Corsi: 74)
Y todo para prestar un mejor servicio a Inglaterra, deseosa de encontrar núcleos de población necesitados de sus productos.
De hecho, según señala Tulio Halperin Donghi:
Hasta 1815, Inglaterra vuelca sobre Latinoamérica un abigarrado desborde de su producción industrial; ya en ese año los mercados latinoamericanos (sic) están abarrotados, y el comienzo de la concurrencia continental y el agudizarse de la estadounidense invitan a los intereses británicos a un balance -muy pesimista- de esa primera etapa. (Halperin: 148)
Hubo, no obstante, beneficiarios. Los criollos cipayos que vendieron la gran empresa común al objeto de beneficios materiales que, gracias a su colaboración con el invasor, obtendrían prerrogativas propias de tiranos.
Los grupos de criollos que gestaron la gran traición pronto recuperaron su vinculación con el mercado mundial de la mano de Inglaterra, al tiempo que comenzó a desarrollarse una primera fase de transición al subdesarrollo que, a la postre, es el resultado de la dependencia que a partir de ese momento padecen los países creados tras la diáspora. Y ahí permanecen dos siglos después de la gran traición.
Pero, así como no podemos hablar de la Hispanidad sin hablar de una unidad, tampoco podemos dejar caer sobre los hombros de las oligarquías americanas la culpabilidad de lo acaecido ─y, desde luego, no sobre la Gran Bretaña, que no hacía sino cumplir con la función que llevaba siglos cumpliendo (a un perro no se le puede reprochar que muerda; ni a una cigarra, que cante)─. Fueron las oligarquías españolas ─peninsulares y americanas─ las responsables de lo acaecido.
Inglaterra consiguió, por el momento, el mercado libre unidireccional, lo que le permitía distribuir en América sus manufacturas, cuya puerta ya había sido abierta por la Junta de Sevilla.
Había conseguido de la Junta de Sevilla, en enero de 1809, los adicionales al tratado Apodaca-Canning de alianza anglo-española contra Napoleón, donde España, a cambio del ejército de Wellington y la escuadra que protegía a Cádiz, abría América a la introducción de maquinofacturas inglesas. Aunque ese libre comercio significase la muerte de la industria artesanal criolla, que no podría competir contra los hilados, tejidos y zapatos a máquina de Manchester o Birmingham. En una palabra: España entregó en 1809 la dependencia económica de América a cambio de la independencia política de la metrópoli. Para cumplir lo dispuesto llegó en julio de 1809 a Buenos Aires el virrey Cisneros, y abrió el puerto de Buenos Aires a los productos ingleses el 6 de noviembre. Pero Cisneros no quiso dar una franca entrada a los ingleses (como lo había pedido Mariano Moreno, abogado de los comerciantes británicos, en su conocida Representación) y se limitó a entornar simplemente la puerta del monopolio. Hasta se atrevió a expulsar en diciembre a los ingleses entrados sin permiso y que, aprovechando la situación, manejaban bajo cuerda la plaza mercantil: les dio plazo hasta mayo de 1810 para irse con todas sus pertenencias. Pero en mayo de 1810 quien debió irse fue Cisneros, y los ingleses se quedaron para siempre. (Rosa)
Lo que quedó manifiesto, tanto por la actuación de las Cortes de Cádiz como por la oligarquía criolla, fue su voluntad de caer en los brazos del colonialismo británico, y además sin contraprestaciones. Para ello, el virrey Cisneros se apresuró a firmar el edicto de libre comercio firmado en beneficio de la Gran Bretaña. El tratado era escandaloso:
12 barcos de frutos del país por la carga de un barco inglés de bagatelas importadas. Libre Exportación del oro, de la plata y de todo el metálico rioplatense para pagar en dinero en efectivo las chucherías manufacturadas. (Rosa)
Pero eso solo sería el principio del gran expolio. Eric Hobsbawm señala más extremos del escándalo:
En 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. (Hobsbawm)
Y todo pagando precios desorbitados por bagatelas.
Consecuentemente, Argentina quedó descapitalizada y sin capacidad para atender los compromisos adquiridos, lo que llevó al gobierno a concertar nuevos endeudamientos… siendo que esta cadena de actuaciones perdura dos siglos después.
Es de destacar en qué condiciones se realizan esos empréstitos, y para ello nos remitiremos a lo actuado por el ministro de economía, Jorge Wehbe, en 1983.
Jorge Wehbe fue ministro de economía durante el gobierno de Arturo Frondizi, que sería derrocado por el golpe militar de marzo de 1962. Posteriormente sería nuevamente ministro de economía en 1982, y en enero de 1983, con las heridas sangrantes de la Guerra de las Malvinas del año anterior, y con la guerra declarada a Inglaterra, asumió un empréstito de 10.000 millones de dólares por parte del Fondo Monetario Internacional, 3.500 de los cuales fueron aportados por el Banco de Inglaterra.
Cuando menos, curioso.
Eso en las Provincias Unidas. Mientras, en la Gran Colombia, y según señala Luis Corsi, de 1822 a 1824 se obtuvieron recursos por más de 24 millones de pesos… que se utilizaron para pagar intereses de esos préstamos; armas compradas a los mismos acreedores, mordidas, gratificaciones a altos cargos civiles y militares… y promesas, que es lo que quedaba, para el desarrollo, lo que conllevaría vender las minas y todos los arbitrios del gobierno e hipotecar los recursos para el futuro.
Hasta el punto que hacia 1839, en el momento de su repartición entre Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, la suma adeudada llegaba ya a 103 millones de pesos; el 43% correspondía a intereses acumulados (Corsi)
Las derrotas sufridas por los ingleses en el Río de la Plata los años 1806 y 1807 significaron una lección que Inglaterra aprendió correctamente. Ya no intentaría la conquista militar, sino la dependencia económica, política y cultural. Y en ese sentido fueron criticados por el prócer Miranda aquellos intentos de 1806 y 1807. El propio Beresford señalaría en su informe:
A menos que vayamos a darles la independencia, será mejor no acercarnos. (Terragno: 115)
Pero antes de la opción definitiva, el duque de Wellington aún realizaría una tercera intentona militar, en 1808, que acabó siendo derivada a la Península para combatir a los franceses; si bien Wellesley, quien también había aprendido la lección del Río de la Plata, insistía:
El único modo de arrancarle las colonias a la corona de España es por una revolución y con el establecimiento de un gobierno independiente dentro de ellas. (Terragno: 116)
De hecho no se produjeron más intentos militares. En adelante, Inglaterra sustituirá la intervención abierta de fuerzas militares de ocupación por empréstitos, con los que obtenía resultados más satisfactorios.
Las acciones militares, que también serían llevadas a efecto con unidades militares británicas, se realizarían bajo el disfraz de colaboración individual en defensa de los libertadores.
Consumada la separación, en vez de la anhelada Independencia se había instalado una espantosa e irreversible dependencia económica hacia la Gran Bretaña.
Inglaterra se reservó el control de la política interior, reemplazando por adjetivos calificativos, los sustantivos y los verbos que conforman el lenguaje con que deben tratarse los grandes temas de un país…/… La eficiencia del sistema colonial inglés en el Río de la Plata fue, y es, el opus magnum de Canning, el estadista impecable. Inglaterra sería el taller del mundo y la América del Sur su granja. (González)
No obstante es muy optimista esta apreciación del profesor Julio C. González, porque la Gran Bretaña no se conformó con convertir América en su granja. También la Península, en una unión de destino con los hermanos americanos, cayó bajo su órbita… Y ahí seguimos todos.
El asunto es digno de un estudio pormenorizado sobre toda la Hispanidad, pero solo como una muestra de la actividad llevada por el mercantilismo británico tras haber conseguido sus objetivos militares (en los que, curiosamente, no participó ninguna unidad legalmente regular del ejército británico); fue la expansión comercial. Heraclio Bonilla y Karen Spalding nos facilitan el volumen del intercambio comercial de la Gran Bretaña.
Los valores de la exportación inglesa al Perú, en libras esterlinas, permiten medir los ritmos de esta expansión: 1818: 3,149 £.; 1819: 30,000; 1820: 39,322; 1821: 86,329; 1822: 111,509; 1823: 288,292; 1824: 401,695; 1825: 602,709, y así sucesivamente. (Bonilla, 1970: Vol, I, p. 56). Hacia 1824, cuando se silenciaron las armas en Junín y Ayacucho, en Lima había 20 casas comerciales británicas fuertemente establecidas, y 16 en Arequipa. (Public Record Office, Londres, 1826 ms). El control del mercado peruano fue suficiente para atenuar y compensar los fiascos y pérdidas considerables representadas por la inversión temprana de los capitales ingleses…/… los préstamos británicos al indefenso Estado peruano colocaban los primeros eslabones de su posterior encadenamiento financiero. (Bonilla: 59)
En esas mismas fechas, México y Colombia acaparaban en 1825 el 76% de los préstamos negociados en Londres, por un importe de 14 millones de libras. A pesar de lo cual las oligarquías criollas gestoras de los mismos, inmersas en la corrupción, llegaron a poner en peligro la estabilidad del mercado financiero londinense, arrastrando a la quiebra a más de uno de dichos prestamistas; todo lo cual provocó una grave crisis financiera internacional en 1825 que, como consecuencia, puso en entredicho a las nuevas colonias británicas (los países surgidos de la lapidación de España, incluida la colonia que perduró con este nombre).
A partir de entonces, la duda sobre la seriedad y la solvencia de los nuevos estados fue la causa de las recurrentes caídas y desvalorizaciones; y, sobre todo, especulación, a la que quedaron expuestos los títulos de la deuda de los mismos. La morosidad se arreglaría, en América, a base de bombardeos de sus principales puertos por parte de las flotas de las potencias acreedoras (Francia e Inglaterra); y, en la Península, donde los agentes británicos se mostraban más serviciales y efectivos, con el control directo de los recursos y la creación de leyes que les permitía explotarlos sin control alguno, incluido el de salubridad.
Es preciso señalar la diferencia de actuación llevada a cabo en ambas vertientes del Atlántico. En el mismo período que los empréstitos británicos fluían en América, la España peninsular obtenía con arduas dificultades un crédito de 10 millones de libras en Londres.
Es así como la economía americana (y la peninsular) pasó de la libertad con compromisos a la dominación británica, sin transición alguna, casi automática e inmediatamente.
Pero no serían estos todos los males. Las posibilidades americanas, en medio de un proceso de revolución industrial, tenían que haberse desarrollado de forma exponencial, caso de haberse aplicado con los propios recursos económicos existentes en los territorios; pero estos recursos fueron expoliados y enviados en cargamentos a la Gran Bretaña.
La dinámica de la expansión industrial inglesa no reposaba necesariamente en la inversión de capitales productivos en la periferia, sino en asegurar su propio abastecimiento de productos primarios. Por dicho motivo, y con relación a América Latina [sic], el capitalismo europeo del siglo XIX se caracterizó como un capitalismo comercial y financiero: las inversiones se orientaban principalmente hacia los sectores que las economías locales no estaban en condiciones de desarrollar; expresión de esta política fue el sistema de transportes. Y, aun en este sector, se tradujo en el financiamiento de empréstitos para la realización de obras locales, garantizados por el Estado, más que en inversiones directas. El centro hegemónico controlaba fundamentalmente la comercialización de la periferia. (Cardoso: 20)
Y podemos remarcar que en la Península pasaba algo similar. Se había pasado de la pertenencia a un Imperio generador a la dependencia de un Imperio depredador donde poco o nada importaban las personas, sino como meros clientes de las mercaderías producidas, transportadas y distribuidas por los comerciantes británicos.
Las prendas más tradicionales serían producidas en los telares británicos, que inundarían el mercado produciendo la ruina de los manufactureros locales. Y las acciones de destrucción directa de los medios de producción llevada a cabo por las tropas británicas durante la Guerra Francobritánica para la dominación de España (vulgo Guerra de la Independencia) se reprodujeron en América por parte de los libertadores… pero en la Península seguiría la actuación en ese mismo sentido, y muestra evidente de ello es, a modo de ejemplo no excluyente, la quema de la fábrica Bonaplata, de Barcelona, el año 1835.
La influencia de la nueva situación llegaba a todas las estructuras, y las dudas de cómo diseccionar el imperio para crear falsas fronteras y procurar que el comercio a través de las mismas estuviese controlado por mercaderes británicos imposibilitaron el resultado favorable de las actuaciones que, sin duda, existieron para instaurar un orden lógico.
Pero esas actuaciones estaban lastradas y sus posibilidades de éxito eran minúsculas, partiendo del hecho que estaban condicionadas por la existencia de un control comercial que manifestaba su presencia en el monopolio del sector productivo básico tanto como en el control de las exportaciones, y que tendía sus tentáculos hasta el control total del sistema político.
A pesar de ser la Ilustración motor principal de la situación, las ideas fiscales heredadas del Imperio Hispánico creaban conflictos con los amos recién instalados, lo que hacía necesaria una nueva concepción de la política fiscal, que permanecía lastrada con los usos anteriormente aplicados. Perú sería uno de los primeros lugares donde se plasmó una nueva legislación al respecto.
Con la ley de 1833, el gobierno peruano empezó a adoptar una política aduanera más liberal; redujo el impuesto sobre los tejidos importados al 45 por 100. Esta tendencia hacia la liberalización continuó con la ley de 1836 y se mantuvo durante la existencia de la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839), que redujo el arancel sobre los tejidos importados a un simple 20 por 100.
Ello representó una victoria para los comerciantes ingleses que comerciaban con el Perú, cuya influencia se evidencia en el hecho de que la reglamentación de 1836 no hacía sino sancionar las propuestas formuladas por la comunidad mercantil británica…/… El proceso que aceleró la expansión comercial británica, vía la masiva importación de textiles, al mismo tiempo hizo que, por un lado, la renta de las aduanas fuera uno de los sustentos del gasto público; y, por otro, que completara la ruina de la producción nativa. (Bethel: 208)
La realidad se impuso y con ella el deterioro de la vida. La oligarquía criolla ya no tenía excusas; ya no podía reclamar la posibilidad de comercial libremente allende las fronteras, pues el rígido control de la Corona había dejado de existir.
En cambio, la miseria del Estado crea en todas partes una nube de prestamistas a corto término, los agiotistas execrados de México a Buenos Aires, pero en todas partes utilizados: aparte los subidos intereses, las garantías increíbles (en medio de la guerra civil un Gobierno de Montevideo cedía desde las rentas de aduana hasta la propiedad de las plazas públicas de su capital para ganar la supervivencia y, a la vez, la interesada adhesión de esos financistas aldeanos a su causa política), era la voluntaria ceguera del Gobierno frente a las hazañas de esos reyes del mercado lo que esos préstamos garantizaban. (Halperin: 146)
La inmensa riqueza de América se volatilizaba al compás de los plácemes británicos, y las grandes expectativas que podían vislumbrarse años atrás desaparecían como por encantamiento. América había roto los lazos con España y ambas partes los habían estrechado con Europa, pero esos lazos eran lo fuertes que interesaba a los intereses económicos del capitalismo, padre y madre de quienes los implantaban, cuya única justificación era y es el lucro, que exigía configurar a las nuevas colonias como meras economías suministradoras de productos primarios al servicio de los intereses industriales de la metrópoli.
Curiosamente, un territorio prometedor en todos los campos, exuberante en producción de todo tipo, había devenido en un conglomerado de aldeanos en disputa que se veían incapaces de sobrevivir dignamente. Los entes creados se endeudaban más y más, hasta el infinito. Parece como si el afán de los nuevos administradores, a uno y otro lado del Atlántico, consistiese en incrementar in aeternum el endeudamiento, con el cual garantizan la dependencia del colonizador.
A modo de ejemplo, nada menos que en Perú, el sitio más próspero de la tierra antes de la separación…
En 1858, bajo el gobierno de Echenique, la deuda reconocida llegó a 23.211.400 pesos (aproximadamente 5 millones de libras esterlinas). (Bethel: 219)
Inglaterra medía bien los pasos; no dudaba en facilitar el crédito que fuese necesario para que sus títeres consiguiesen sus objetivos, ya que ello redundaba directísimamente en su beneficio. Por ello, y tras entregar todos los fondos existentes en los Virreinatos:
Los primeros gobiernos criollos consiguieron financiamiento inglés para la guerra de liberación [sic] pero no fueron capaces de pagar la deuda, de modo que se les cerró el crédito externo durante el resto del siglo XIX. En cada conflicto interno era frecuente que se recurriera a préstamos forzosos, y a veces voluntarios, o a las requisas de reses y cosechas para alimentar a la soldadesca a cambio de bonos o vales de deuda pública que eran descontados a favor de agiotistas y banqueros con la suficiente influencia política para hacerlos valer. (Kalmanovitz)
Toda esta debacle tiene responsables directos: los primeros, aquellos que, vendidos a intereses extranjeros, presentaron la cuestión como un acto de liberación de España; los primeros también, aquellos que, desde Madrid o desde Cádiz, remaron en esa misma dirección, alguno de cuyos nombres será expuesto a lo largo del presente trabajo; y, finalmente, en este caso comprendiendo su actuación, el imperio británico, el cual hizo los esfuerzos oportunos para combatir a su enemigo principal y obtuvo un éxito rotundo.
Entre otros que sirvieron a los intereses comerciales británicos durante los primeros treinta años de la independencia, encontramos a Thomas Manning, John Foster, Jonas Glenton y Walter Bridge en Nicaragua; William Barchard, Richard McNally, Frederick Lesperance, William Kilgour y Robert Parker, que operaron con menor éxito, en El Salvador; y Peter y Samuel Shepherd en la Costa de los Misquitos. Los hermanos Shepherd recibieron una donación de tierra del rey de los mísquitos como pago por unos cuantos cajones de whisky y rollos de calicó lustroso de algodón.
Las importaciones centroamericanas reflejaban sus estrechos lazos con el comercio británico. Ya en 1860, casi el 60 por 100 de las importaciones guatemaltecas llegaban vía la colonia de Belice, mientras que otro 20 por 100 llegaba directamente desde Gran Bretaña.
(Bethel: 165)
Y es solo un ejemplo, ya que Inglaterra, con los recursos, capital, flota y contactos con Europa de que disponían, asumieron el papel mercantil que la inexistencia de ellos dejaba abierta de par en par, la puerta que permitía el acceso a quien tuviese la astucia y los medios para hacerlo.
Si eso sucedía en Centroamérica, no era menor el efecto en Suramérica, donde la importación de productos de uso común fabricados en Inglaterra con materiales de segunda o tercera categoría desplazaba por precio los productos manufacturados y daba al traste con la industria local, al tiempo que segmentaba el territorio creando fronteras políticas entre los lugares de producción y los lugares de consumo, mientras se garantizaba el control del tráfico comercial entre los mismos.
Esta situación llegó a colapsar los mercados de Chile y Alto Perú, así como sumieron en la depresión la economía bonaerense.
La dependencia de la Gran Bretaña, en todos los campos, pesaba (y sigue pesando) como una losa sobre la actividad económica, de forma que en el último cuarto de siglo XIX, Perú era un estado quebrado, y hasta la fecha no ha salido de esa situación. ¡Perú, una de las joyas de la Corona!
La situación existente en el mercado monetario de Londres hacía imposible que el gobierno peruano pudiera continuar la anterior política de empréstitos, circunstancia que se agravó aún más cuando en 1874 Dreyfus anunció que solo atendería el pago de las obligaciones anteriores hasta fines de 1875. Los desesperados esfuerzos del gobierno peruano para encontrar un sustituto a Dreyfus a través de acuerdos comerciales firmados en 1876 con la Société Genérale de París y la Peruvian Guano fueron finalmente infructuosos. En 1876, una vez más, el Estado peruano hizo bancarrota financiera, encontrándose en la imposibilidad de suscribir nuevos empréstitos externos y de hacer frente al pago de los anteriores. (Bethel: 221)
Y los únicos argumentos de quienes estuvieron y están implicados en la permanente bancarrota siguen centrándose en que España se llevó el oro de América, extremo que, caso de haber sido cierto, que no lo fue, no hubiese sido sino un reflejo de lo que, tras 1820, sí llevó a cabo la flota británica.
Podemos seguir relatando los pormenores de la penetración británica en todos y cada uno de los territorios. Vamos a seguir desgranando algunos casos de la mano de Leslie Bethel.
La penetración inglesa en Bolivia, al igual que en el resto de América Latina [sic], tuvo lugar de dos maneras. La primera se dio en la coyuntura de la independencia, mediante la exportación de mercancías y el rápido control de los mercados. La segunda, más tardía, mediante la exportación de capitales, principalmente bajo la forma de inversiones directas o préstamos. Aquí es importante subrayar un hecho específico…/… En 1826, el valor de las exportaciones bolivianas ascendía a 722.750 libras esterlinas; el oro y la plata constituían su principal rubro de exportación y, a continuación, muy lejos, estaban la quina y el estaño. Por otra parte, las importaciones bolivianas en 1826 ascendieron a 637.407 libras esterlinas. Estas mercancías se introducían por el puerto de Buenos Aires (un tercio) y, sobre todo, por el de Arica (dos tercios). De este total, cerca de un 70 por 100 correspondía a las importaciones procedentes de Gran Bretaña, que básicamente consistían en telas. (Bethel: 224-234)
Hacia 1860, los principales yacimientos mineros del altiplano estaban concentrados en manos de una nueva élite procedente sobre todo de los comerciantes y hacendados de Cochabamba. Por ejemplo, la familia Aramayo controlaba las empresas Real Socavón de Potosí, Antequera y Carguaicollo. Aniceto Arce era el jefe de la compañía Huanchaca, mientras que Gregorio Pacheco era el propietario de los más importantes intereses mineros de Guadalupe. Pero estos propietarios, a su vez, dependían estrechamente del capital extranjero que controlaba la comercialización y proporcionaba los inputs. Esta dependencia terminó en una subordinación completa en los momentos de crisis. (Bethel: 234)
En toda América se observaba un gran cambio tras haber roto lazos con España. En lo tocante a América Central, hasta el tercer cuarto de siglo XIX la situación fue dramática. Los conflictos internos, la guerra civil, el intervencionismo de aventureros usenses sembraron una inestabilidad que aún hoy perdura.
El estancamiento económico, la separación y enfrentamiento entre clases sociales, el descontrol político y la anarquía fueron el aporte esencial de una independencia de España impuesta por quienes ahora demostraban quiénes eran los amos; la tranquilidad y estabilidad que gozaban en el seno de la Corona española, sencillamente desapareció y, en vez de ser la región próspera que su situación auguraba, se convirtió en un mosaico de pequeñas e inviables repúblicas que acabarían vendiendo contractualmente la independencia de la que de hecho carecían.
¿Y qué sucedía en otros lugares?
En 1825 Bolivia había roto con España. En ese momento contaba con 1.100.000 habitantes, de los cuales 800.000 eran indios, 200.000 blancos, 100.000 mestizos o cholos, 4.700 negros esclavos y 2.300 negros libres. El quechua y el aymara eran las lenguas de la inmensa mayoría.
En el terreno económico, la producción de plata, en los cinco años siguientes de la independencia, se redujo en un 30 por ciento con relación a los últimos diez años de pertenencia a la Corona española, como consecuencia del abandono de las labores de minería, a causa de las medidas tomadas por el gobierno, el cual pasaba a ser el único comprador legal de la misma. La producción no se recuperaría hasta que empresarios, curiosamente británicos, tomasen la iniciativa.
Por su parte, Argentina ya empezaba a desarrollar unos lazos económicos más estrechos con Gran Bretaña, siendo que, merced al tratado comercial firmado por las Provincias Unidas, según el cual sus barcos (si acaso los hubiesen tenido, que no era el caso) tenían libertad para atracar en Londres y, como contrapartida, los barcos ingleses tenían libertad para moverse por todos los puertos de las Provincias Unidas. El resultado fue que en los primeros años tras la independencia, los cargueros ingleses se hicieron con más del 60% del tráfico marítimo de Buenos Aires.
En los primeros años de la república los cargueros británicos transportaron un 60 por 100 de las mercancías que entraban y salían de Buenos Aires. Hacia mediados de siglo, y con una competencia creciente, la flota británica en Buenos Aires cargaba el 25 por 100 del total. La mayor parte del comercio se dirigía a Gran Bretaña (322 buques y el 22,8 por 100 del tonelaje en 1849-1851) y a los Estados Unidos (253 buques y el 21,6 por 100), aunque una porción considerable del comercio (33 por 100) todavía se destinaba a países menos desarrollados como Cuba, Brasil, Italia y España. (Bethel: 273)
Lazos económicos que, tras el expolio de la riqueza más llamativa representada por los metales preciosos, quedaba representada por la eliminación de la industria local en beneficio de la industria británica y en la conversión de América en comprador universal de productos manufacturados británicos sin tener en cuenta la calidad de los mismos. Así, Tulio Halperin señala:
Cuando el inglés Charles Mansfield visitó el Río de la Plata en 1852-1853, viajó como un embajador publicitario de los productos británicos: el poncho de algodón blanco que llevaba, aunque comprado en Corrientes, se había confeccionado en Manchester; y sus espuelas plateadas, compradas en Buenos Aires, se habían fabricado en Birmingham. Sarapes hechos en Glasgow al gusto mexicano, que son más baratos que los de Saltillo en el mismo Saltillo; esos ponchos hechos en Manchester al modo de la pampa, malos pero también baratos; la cuchillería «toledana» de Sheffield; el algodón ordinario de la Nueva Inglaterra que, antes que el británico, triunfa en los puertos sobre el de los obrajes del macizo andino. (Halperin: 151)
El aumento de las importaciones, naturalmente inglesas, como puede colegirse, representaba una enorme carga para la economía en su conjunto, sobre todo cuando, debido a la falta de marina mercante propia y a la dependencia asumida como pago de la ayuda recibida de Inglaterra para el logro de la independencia, no se daban los pasos oportunos para conseguir un aumento paralelo e igualmente rápido de las exportaciones. Y, por supuesto, no se atendía el valor de los materiales importados, los cuales eran pagados como si fuesen de primera calidad con productos de primera calidad a precio de desecho.
¿Y en la España europea? La acción británica contra España no se limitó a romper la Patria y a acaparar bajo su exclusivo dominio las fuentes de materias primas de América. También en la Península cumplió con sus objetivos.
España quedó destruida por la Guerra Francobritánica, que si causó un importantísimo número de muertos, instauró un sistema dedicado a consolidar la dependencia económica de los mismos enemigos que desde aquel momento comenzaron a esquilmar América… y España, en la que el siglo XIX significó, no ya la pérdida de lo que se tenía; ni tan siquiera la pérdida de lo que se podía haber hecho durante ese siglo, sino la ruina económica y social de España, al menos hasta nuestros días.
Cuando la industria moderna se estaba instaurando, esa dependencia forzó la paralización de la misma en España mientras en Europa los altos hornos se multiplicaban y la aplicación de tecnología a los distintos medios de producción se generalizaba.
Parece que la actuación estaba matemáticamente calculada en las cancillerías europeas y muy especialmente en Inglaterra. De ahí la destrucción de la fábrica Bonaplata… y de ahí la destrucción metódica de la industria incipiente española que llevó a cabo el ejército británico durante la guerra contra Napoleón… Y el movimiento cantonalista, que fue aprovechado en el mismo sentido.
Es necesario destacar que la destrucción de la industria por el ejército británico no se produjo como consecuencia de enfrentamientos, que también se producirían, sino como una acción directa contra la industria española, sin existencia de enemigos militares en la misma.
Pero la actuación en ese sentido no se limitaría a la destrucción de lo ya existente. Los agentes británicos encarnados en toda la clase política española se encargarían del resto. Por ejemplo, Espartero firmó el Tratado de Libre Comercio con Inglaterra en 1841. En el mismo se permitía la entrada libre de tejidos de algodón ingleses y perjudicaba a la industria textil y a la burguesía catalana, hasta entonces uno de los baluartes del progresismo. Como consecuencia de esa alianza de Espartero, el 75% de la industria textil se vio forzada a cerrar. Seis años antes, en 1835 había sido totalmente destruida la fábrica Bonaplata, que era el buque insignia de la industria española y firme competencia de los textiles ingleses.
La acción del Duque de Wellington; la acción de Inglaterra; la acción de los europeos fue unívoca: destrucción total de todos los medios españoles para conseguir la total sumisión de un pueblo orgulloso. Ejemplos se pueden encontrar en América con la destrucción de la pequeña industria naciente… Y ejemplos se pueden encontrar en España donde la deslealtad de quienes se presentaban como amigos queda patente, por ejemplo, en el bombardeo ordenado por Wellesley sobre la industria textil bejarana, fuerte competidora de la industria inglesa, cuando no existían enemigos que combatir, o en la destrucción de la fábrica de porcelanas del Buen Retiro, cuando los franceses ya habían evacuado la ciudad.
Pero siendo nefasto todo lo expuesto, hay un detalle que es más importante y que resultaba imprescindible para que Inglaterra tuviese todos los hilos en la mano: la separación de los territorios, que evitaba una fluida correspondencia de los bienes producido en cada uno de ellos hacia los otros. Ahora, el mercadeo de estos productos estaba en manos de británicos, únicos que tenían acceso a todos los puntos, por las relaciones de clientelismo creadas con la metrópoli (ahora sí podemos hablar de metrópoli).
La fragmentación de España significó la separación entre las zonas de producción y de consumo, trasvasando la iniciativa a círculos de interés británicos y anulando o reduciendo a mínimos la propia capacidad de exportación.
Aun en zonas que las habían conservado, el ritmo de la exportación, más rápido que el de producción, podía llevar al mismo resultado: así ocurría en Chile luego de la independencia; productor de plata y oro, el nuevo país no podía conservar la masa de moneda, sin embargo tan reducida, necesaria para los cambios internos. (Halperin: 152)
La situación creada con la separación era campo abonado para la actuación de los aventureros de baja estopa… y para el enfrentamiento entre ellos, pero estaba claro que Inglaterra no dejaría perder el control de la situación que tan generosamente le había sido proveído por sus agentes, los conocidos como libertadores. Ciertamente, Inglaterra se vería obligada a ceder algunas parcelas a la acción de sus aliados; así las actuaciones en Centroamérica, muy concretamente en Panamá, serían cedidas a los Estados Unidos; y en otras zonas, como en Chile, la beneficiaria sería Francia.
Entre los carroñeros se estaba produciendo una lucha frenética por obtener la mejor tajada, pero la experiencia es un grado. Así, Inglaterra se preocupó de consolidar los intereses de sus súbditos, que a poco de la separación se produjo en América, lo que la llevó a hacer firmar un rosario de tratados de amistad, comercio y navegación con cada uno de los estados en que había dividido los Virreinatos, en los que quedan reconocidos los privilegios a que se hacía acreedora como principal responsable de la situación, de la que la oligarquía criolla se creía dirigente.
Justo esos tratados, que con las preceptivas modificaciones y actualizaciones siguen vigentes hoy, son los medios de dominación utilizados. Gestionados por las nuevas generaciones de agentes y por las instituciones crediticias de ámbito mundial.
Unos tratados de amistad y comercio que hacen ruborizar a quién se toma la molestia de leerlos. Por ejemplo, y solo como ejemplo que da perfecta muestra del cariz del tratado, Inglaterra tendría acceso a todos los puertos marítimos y fluviales de las Provincias Unidas y, en justa reciprocidad, las Provincias Unidas podrían hacer lo mismo en los puertos ingleses siempre que lo hiciesen en barcos construidos en astilleros de las Provincias Unidas. Claro, da la casualidad que en esos momentos las Provincias Unidas carecían de embarcaciones; y los astilleros, tras la guerra, estaban por desarrollar. Con una particularidad, que cuando comenzasen a desarrollarse lo harían bajo la órbita inglesa.
Pero no se acaba en las Provincias Unidas esta actividad, sino que se extiende a lo largo de todo el continente. Así, el ministro británico Ward señala:
El México independiente deberá seguir importando más que el colonial, puesto que su producción artesanal textil no puede competir con la importada. (Halperin: 176)
Un México que, a principios del siglo XVIII, se autoabastecía de productos textiles y que contaba con un núcleo productivo en Puebla con una tradición de siglos.
Con la intervención británica, todos los inconvenientes que pudiese tener el sistema iban a desaparecer ante la inundación de productos confeccionados en Inglaterra y la eliminación de la producción propia.
En este mismo orden, cuando los movimientos separatistas comenzaron a sentirse en Perú, hubo una gran algazara entre los industriales ingleses, al entrever que el decurso de los acontecimientos les reportaría sensibles beneficios, pues les abriría las puertas para invertir sus capitales en los legendarios yacimientos auríferos.
En los años inmediatamente posteriores a la independencia se crearon cinco compañías con el propósito específico de dedicarse a esta actividad: la Chilean and Peruvian Association; Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association; Pasco Peruvian Mining Company; Peruvian Tra-ding and Mining Company, y la Anglo-Peruvian Mining Association. Las cuatro primeras contaban con un capital de 1.000.000 de libras esterlinas y la última con 600.000. (Bethel: 209)
Nada que, a la postre, no se reprodujese en la misma medida en la España europea.
Esta ayuda británica, además de los enfrentamientos entre pueblos hermanos, consiguió la total sumisión de todos ellos. Así, por ejemplo, sucedió en Perú.
Hasta la guerra con Chile en 1879 la exportación del capital normalmente se realizó bajo préstamos a largo plazo al gobierno peruano. El primero fue decidido por San Martín (agente británico) en 1822. Sus enviados especiales Juan García del Río y el general Diego de Paroissien obtuvieron de la casa Thomas Kinder un empréstito por 1.200.000 libras esterlinas. Se fijó un interés del 6 por 100, una comisión del 2 por 100, el precio de los bonos al 75 por 100 y un plazo de amortización de 30 años. La garantía de este empréstito estuvo constituida por las rentas de las aduanas y de la producción de plata. Dos años más tarde, Bolívar (agente británico) comisionó a Juan Parish para levantar un nuevo empréstito por 616.000 libras esterlinas, con un interés del 6 por 100 y un precio del 68 por 100. De este monto, la suma efectivamente recibida por el Perú fue solamente de 200.385 libras esterlinas, aunque quedaba obligado a devolver el monto del empréstito nominal. Estos empréstitos se gastaron básicamente en el mantenimiento del ejército extranjero que colaboró en las campañas por la independencia. El estancamiento de la economía peruana no permitió al gobierno atender la deuda exterior a partir de 1825. (Bethel: 209)
Como consecuencia de esta insolvencia, el primer país productor mundial de oro se encontró en situación de quiebra.
En 1848 los intereses acumulados ascendían a 2.564.532 libras esterlinas, es decir, que el monto global de la deuda era entonces de 4.380.530 libras esterlinas…/… Hacia 1872, pues, el Perú tenía una deuda extranjera de cerca de 35.000.000 de libras esterlinas que producían una carga de amortización anual de 2.500.000 de la misma moneda. (Bethel: 215)
Evidentemente, no fue solo Perú. Desde que se completó la destrucción del Reino de las Españas, comenzaron a sucederse las crisis económicas a uno y otro lado del Atlántico, con las consiguientes suspensiones de pagos.
La primera crisis no se hizo esperar mucho. Es a partir de 1826 cuando las naciones libres americanas producen una cadena de suspensiones de pagos, crisis que se prolonga durante más de dos décadas, cuando cierta estabilidad se impone y se mantiene hasta mediados de los años setenta, cuando once naciones independientes se ven nuevamente en la necesidad de llevar a cabo la misma medida, que de nuevo se reproduce en los años treinta del siglo veinte… y en 1982 se vuelve a producir algo similar… Y en la actualidad solo hay que enterarse de las noticias diarias.
Se sigue cumpliendo al dedillo el plan Maitland.
El historiador contemporáneo quiteño Francisco Núñez Proaño nos señala qué pasó en Quito en el inicio del proceso de destrucción nacional.
Sin dilaciones la industria quiteña había sido arruinada a lo largo del proceso de la guerra civil entre 1809 y 1824, curiosamente siguiendo los planes del mentado plan inglés de humillar a España. «Quito perdió su principal industria por razones fuera de su control… Los métodos tradicionales de producción y de transporte cayeron víctimas de la política liberal de intercambio transatlántico…» señalaría el investigador histórico Robson Brines Tyrer. Los datos de las exportaciones lo revelan; desde 1768 estas se redujeron en un 64%. Los astilleros de Guayaquil, floreciente durante los dos siglos anteriores, producían en 1822 un tonelaje inferior en dos tercios a su mejor período. Las armerías de Latacunga (cuya calidad de pólvora tanto admiraba Humboldt) y los obrajes de Otavalo no son más que sombras de lo que fueron hacia solo 40 años. (Núñez)
Las exportaciones comenzaron a limitarse a productos de tipo agrícola, y comenzaba la expansión del comercio inglés en Quito y toda Suramérica. La primera globalización económica. Las poderosas factorías británicas se encontraban paradójicamente necesitadas de conquistar el mundo para poder subsistir, consecuencia del capitalismo y de la ética protestante, que veía en el lucro el signo de predestinación. La economía debe subordinarse a la política, pero para la mentalidad moderna y capitalista la política debe someterse a la economía; la ayuda de la gran gerencia de las compañías comerciales anglosajonas, también conocida como corona británica, al prestar apoyo indispensable a la secesión o independencia intentaba no solo acabar con la geopolítica hispana sino y sobre todo alcanzar la hegemonía económica en el continente americano primero y en el mundo después. (Núñez)
Evidentemente, para la cumplimentación del plan Maitland se hacía necesario que toda esta situación estuviese muñida por los agentes británicos, gracias a cuya labor de zapa, desde los primeros años de la independencia fue instaurándose un sistema comercial regulado conforme a las instrucciones emanadas de Inglaterra, que lo respaldaba con una serie de tratados comerciales impuestos a las oligarquías gobernantes sin posibilidad de que estas los pudiesen negociar, como condición para que Inglaterra reconociese el hecho de su independencia.
Tratados comerciales que ya habían sido previstos en el memorando de Maitland, el cual destacaba sobre ellos los efectos beneficiosos que reportarían a la Gran Bretaña:
Desde un punto de vista comercial, esto no solo vertería sobre Inglaterra la masa de mercancías producidas y acumuladas en aquellos ricos territorios, sino que abriría una fuente de exportaciones para las manufacturas británicas, tan extensa como beneficiosa. Con la posesión de Buenos Aires, además de abastecer inmediatamente a todas las colonias españolas de este lado, infaliblemente nos abriríamos una vía indirecta hacia todos los asentamientos portugueses en Suramérica…/… El objetivo ulterior de alentar la declaración de independencia por parte de esas colonias debe ser materia de posterior consideración pues al presente no tenemos información para adentrarnos en eso ni base sólida para formarnos un juicio cuidadoso…/… El mejor, el más honorable y más seguro modo de asestar un golpe fatal a los intereses de España en el Nuevo Mundo sería simplemente crear una entrada libre a nuestras manufacturas. (Terragno: 68-79)
En el memorando definitivo, Maitland señala que en el primero se limitó:
A planear la mera obtención de un beneficio temporario, aunque considerable, y decliné entrar en la consideración de un proceso más amplio, que tuviera como objetivo la emancipación de esas inmensas y valiosas posesiones y la apertura de una fuente de permanente e incalculable beneficio para nosotros, resultado de inducir a los habitantes de los nuevos países a abrir sus puertos y recibir nuestras manufacturas, de Gran Bretaña y de la India. (Terragno: 81)
Tras reconocer la dificultad que significaba dar un asalto a América, a pesar de la debilidad militar de España, Maitland indica la posibilidad de acometer desde el Pacífico, ya que esos asentamientos eran los más importantes, siendo los occidentales meros muros de defensa de aquellos.
Finalmente la acción británica fue francamente exitosa. Su pacífica invasión se vio precedida de la acción de sus agentes, quienes sembraron un largo período de inestabilidad en todos los órdenes, merced a la creación de un clima de enfrentamiento que generalizó la debilidad institucional y el enfrentamiento social.
Los mercaderes-aventureros tuvieron una clara visión de las posibilidades que guardaba América para la realización de sus objetivos. Solo tenían que esperar para la obtención del fruto que sus agentes triunfasen en sus objetivos de alteración del orden. Luego, una correcta acción administrativa de la metrópoli londinense, creando fronteras artificiales donde antes existía libre paso, consolidaría su control sobre la situación.
En el Paraná, los hermanos Robertson corrieron a Santa Fe para vender la yerba mate del aislado Paraguay que, debido a su escasez, allí era mucho más cara. Encontramos otro ejemplo en 1821 cuando San Martín estaba en Chile preparando su campaña para ocupar Lima: Basil Hall fue secretamente comisionado por los comerciantes londinenses para llevar allí un cargamento antes de que lo hicieran otros comerciantes; así pudo espumar «la crema» de este mercado —capital del virreinato del Perú— que durante tantos años había estado aislado. (Bethel)
En 1825 España ya había sido rota de forma irremisible y hasta hoy mismo, de forma aparentemente definitiva y el panorama, a ambos lados del Atlántico, en los pedazos que resultaron de su ruptura, aniquiladas las estructuras sociales; algo que en la Península ya tenían una experiencia de diecisiete años. Y si en la España peninsular continuó una sucesión de pendencias, en los trozos de la España americana no sucedió algo distinto: la supeditación de las estructuras hispánicas, políticas y comerciales a los intereses primero británicos y progresivamente usenses; la persecución del enemigo político, personificado en quien tenía la osadía de discrepar con el poder liberal y de reivindicar el espíritu hispánico… y el enfrentamiento armado y la inseguridad física y jurídica. Solo quedaba claro que todos estaban supeditados al dictado de quienes controlaban el poder…
En ese estado de cosas, desaparecida por completo España, el foco inicial del desarrollo británico se centró en lo que posteriormente se denominaría República Argentina, lugar largamente codiciado por Inglaterra.
Con su Tratado de Amistad y Libre Comercio impuesto como primer paso para iniciar su peculiar conquista abría las puertas a una rápida expansión por el continente.
Ya en los momentos previos, y durante la Guerra Francobritánica en la Península, llegó la avanzadilla al Río de la Plata; y, pocos años después, Valparaíso se convertiría en el principal puerto del Pacífico al que arribarían los productos ingleses para ser distribuidos por todo el continente, lo que comportó la ruina de las economías locales, y el crecimiento ilimitado de la pobreza entre la población. Era el resultado lógico de la separación.
Eso sí, todos los territorios podían presumir de libre comercio… de los británicos y de su sección usense.
Esta situación comportó el necesario cambio de actividad en la población local. Muchos pueblos nativos encargados hasta el momento de suministrar bienes de consumo, productos agrícolas y ganaderos al resto de la población se vieron abocados a la miseria y a una economía de subsistencia.
Ahora no tenían a quién suministrar sus bienes, siendo que, si al comenzar el siglo XIX proporcionaban semovientes para abastecer todo el territorio, hacia 1850, el número había descendido a tan solo unos miles, circunstancia que repercutió directa y negativamente en las comunicaciones y en la agricultura.
Parece que, si para la población urbana la libertad significó el principio de la esclavitud, para los indígenas no fue sino el principio de su particular infierno. No bastaba con la quiebra de sus negocios. Pronto, las élites se fijaron en las propiedades rústicas de los indígenas, e iniciaron una campaña de reparto.
Y para justificar el mismo utilizaban los mismos argumentos que hoy utilizan para privarnos de los derechos y los bienes conseguidos fuera de su influencia… Directamente aseveraban que el reparto de tierras de los indios (tierras ajenas, al fin), cuya titularidad les había sido reconocida por la Monarquía española desde hacía tres siglos, se llevaba a cabo por el propio interés de los indios despojados. Vamos, que los terratenientes criollos que irremisiblemente se iban haciendo con ellas como pago británico por su participación en la conquista, hacían un gran sacrificio por la comunidad.
En este orden, en Argentina, entre 1824 y 1827, se hicieron varias concesiones extensísimas:
Algunas personas llegaron a recibir más de 10 leguas cuadradas (26.936 hectáreas) cada una. Hacia 1828 se habían concedido casi 1.000 leguas cuadradas (más de 2,6 millones de hectáreas) a 112 particulares y compañías, de los cuales diez recibieron 52.611 hectáreas cada uno. En la década de 1830, se habían transferido unos 8,5 millones de hectáreas de tierras públicas a 500 particulares, muchos de los cuales pertenecían a familias adineradas de la capital, como los Anchorena, los Santa Coloma, los Alzaga y los Sáenz Valiente, todos ellos miembros de la oligarquía terrateniente argentina. (Bethel: 266)
La administración también estaba dominada por los terratenientes. Juan N. Terrero, el consejero económico de Rosas, poseía 42 leguas cuadradas y dejó una fortuna de 53 millones de pesos. Ángel Pacheco, el principal general de Rosas, poseía 75 leguas cuadradas de tierra. Felipe Arana, ministro de Asuntos Exteriores, poseía 42. Incluso Vicente López, poeta, diputado y presidente del Tribunal Superior, tenía una propiedad de 12 leguas cuadradas. Pero los terratenientes más importantes de la provincia eran los Anchorena, primos de Rosas y sus consejeros más allegados; sus diferentes posesiones totalizaban 306 leguas cuadradas (824.241 hectáreas). En cuanto a Rosas, cabe decir que, en 1830, de entre un grupo de unos 17 propietarios que tenían propiedades de más de 50 leguas cuadradas (134.680 hectáreas), ocupaba la décima posición, poseyendo 70 leguas cuadradas, es decir, 188.552 hectáreas. Hacia 1852, según la estimación oficial de sus propiedades, Rosas había acumulado 136 leguas cuadradas (366.329 hectáreas). (Bethel: 283)
Pero esa actuación no era nueva. Lo que se hacía en 1824 en Argentina se había ensayado siete años antes en Venezuela con los territorios de los desadeptos al libertador, mayoritariamente compuestos por pequeñas propiedades, que finalmente quedaron aglutinadas en manos de unos pocos mediante una acción que habrá quien confunda con expolio puro y duro. Generales como Montilla se hicieron con 250.000 fanegadas; y Páez, conforme relata Luis Corsi, se vanagloriaba de haber adquirido un importante patrimonio.
Fincas que abarcaban 40 leguas de circunferencia con 12.000 cabezas de ganado, mediante desembolso de solo 9.000 dólares, es decir, pesos, al cambio del momento. (Corsi: 84)
Manifiestamente, Inglaterra se conformaba con el control económico; la tierra la dejaba para sus colaboradores locales, claro reflejo de lo que también había sucedido en Inglaterra, donde todavía en 1973 el 50% de la propiedad rústica estaba en manos de un exiguo 5% de la población. Pero eso sería de momento. Luego llegaría la apropiación de territorios; por circunstancias que exceden este trabajo, Inglaterra no se posesionó de California, según pretendían los gobernantes mexicanos como dación en pago por la ayuda recibida; tampoco se apropiaron de los territorios ofrecidos por Bolívar, pero llegarían nuevas situaciones en las que finalmente acabaría haciéndolo, como fue el caso de Ecuador Land Company Limited, en cuyo tratado, según relatan Ahmed Deidán de la Torre y Francisco Núñez del Arco Proaño, se señalaba:
Desde ahora y para siempre se desapropia y aparta a nombre del Gobierno del Ecuador del dominio, posesión, uso y más derechos que le han competido en dichos terrenos, y que todos los cede, renuncia y transmite en la compañía, con todas las acciones útiles, directas, reales, personales y mixtas. (Deidán)
Evidentemente, si no se materializó la creación de una colonia física (o política, ¿cuál falta?) británica, el motivo no fue que las autoridades libertadoras hubiesen tomado medidas al respecto. Sencillamente no resultó rentable a los británicos.
En cuanto a otros sectores de producción también sintieron la influencia de la libertad; así, tanto los comerciantes como los mineros sufrieron en primera persona la situación, por lo que se vieron abocados a la emigración.
Pero el predominio británico, que no ha cesado hasta hoy, a lo largo del siglo XIX fue cediendo parte del pastel a los Estados Unidos, que inició sus operaciones comerciales antes de la invasión que acabaría llevando a cabo con la consiguiente mutilación del territorio.
La primera incursión usense tuvo lugar con la adjudicación del cincuenta por ciento del territorio mexicano, y luego con la ocupación de Cuba… y con la intervención en el Caribe y Centro América.
Pero el asunto no se limitaba a la ocupación territorial, pues allí donde sustituía esta por la ocupación económica, a modo y manera de su mentora Inglaterra, a principios del siglo XX controlaba ya importantísimos sectores de América, ejerciendo un control político y militar sobre no pocos territorios.
Mientras esto sucedía, en Paraguay eran perseguidos los empresarios españoles, que materialmente eran acribillados a contribuciones y sometidos al aislamiento.
Los que quedaron se convirtieron en estancieros buscando refugio, si es que lo había. La confiscación de propiedades y, al no permitirse la libre exportación de sus productos, el impedimento para que se desarrollara una agricultura comercial, privaron a Paraguay del tipo de estancieros que había en el resto de países suramericanos. Cuando trataron de reaccionar en la conspiración de 1820, Francia los aplastó en un reinado de terror en el que los ejecutó, encarceló y los hizo desaparecer. (Bethel: 308)
Así las cosas, parece que los movimientos separatistas, si bien consiguieron romper España, no lo hicieron ni por sus propios medios ni para beneficio de la población. Bien al contrario, en lo económico, convirtieron los reinos en colonias que aún hoy perduran, y cuya metrópoli es Inglaterra, la potencia hegemónica del momento que, aparte la dominación, posibilitó una política genocida contra los indios, que posibilitaría acciones tan inhumanas como las llevadas a cabo por los cazadores de indígenas en Patagonia. En definitiva, era un asunto sobre el que tenían experiencia sobrada en Australia, Nueva Zelanda, India y Norte América.
Así las cosas, parece evidente que las guerras separatistas de América no obedecieron a una repulsa contra el sistema fiscal español; pues, si la cuestión hubiera sido una respuesta a los abusos del monopolio, se habría producido ya en el siglo XVI cuando sí existía y se ejercía un férreo control al mismo.
Respecto a la época y al método de explotación debemos resaltar que el monopolio, lejos de representar una actuación impropia e impuesta en exclusiva por España como un medio de dominio, era un método utilizado por la generalidad de los países, cuyos principios empezaron a cuestionarse en la Revolución Industrial… por intereses particulares de algunos de esos países, que veían en ese método, la perpetuación de su monopolio.
De ahí se infiere que no siempre el libre comercio es signo de libertad; es más, el libre comercio, al menos en el caso que nos ocupa, es síntoma de esclavitud.
En concreto en América, cuando esta formaba parte de la Monarquía española, y como sucedía en la misma Península, había regiones en que las trabas comerciales permitían el progreso de industrias rudimentarias o nacientes. Ahí tenemos el ejemplo de Cataluña que, si hoy conoce progreso, es merced a los esfuerzos seculares que fueron llevados a cabo para sacarla del marasmo en que, al menos desde el siglo XIV estaba sumida.
Pero si el libre comercio, por ejemplo en Buenos Aires, resultaba atractivo para los grandes ganaderos, ¿qué sucedía en otras zonas, las que eran receptoras de los productos de Buenos Aires y exportadoras de otros productos?
Sencillamente, que tenían que seguir comprando los productos de Buenos Aires; donde, sin embargo, con un régimen de libre comercio no tenían capacidad de colocar sus productos industriales que, a menor precio y muy inferior calidad, le eran suministrados desde la metrópoli: Inglaterra.
La dependencia de la corona británica perdura; el dominio y explotación económica que se inició con la separación de España queda manifestado en sucesivas actuaciones, entre las que destaca la disputa entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle. En 1971, ambos gobiernos convinieron en someterse al arbitraje de su majestad británica. Y en 1982, mientras Argentina libraba una heroica lucha por la recuperación de las Islas Malvinas, usurpadas por la misma potencia que colonizó Hispanoamérica en 1822 y firmó tratados de amistad de calificación incierta, Chile daba apoyo logístico a la Pérfida Albión.
Así nos va.
BIBLIOGRAFÍA
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Corsi Otalora, Luis: Bolívar, la fuerza del desarraigo. Ediciones Nueva Hispanidad. 2005. ISBN 987-1036-37-X
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http://www.economiainstitucional.com/pdf/no19/skalmanovitz19.pdf
Núñez del Arco Proaño, Francisco: Quito: de reino industrial a república bananera.
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Rosa, José María: Historia del revisionismo y otros ensayos.
http://www.latinoamericaviva.com.ar/texts/hantfolk/revi.pdf
Terragno, Rodolfo: Maitland & San Martín.
https://www.casadellibro.com/ebook-maitland-y-san-martin-ebook/9789500739900/2033833
ASPECTOS SOCIALES EN EL PROCESO SEPARATISTA
Si a la hora de estudiar los principios sociales y políticos que dieron lugar a la destrucción del Imperio Hispánico nos limitamos a quienes gozan del adjetivo de próceres, podemos incurrir en un gravísimo defecto reduccionista del asunto que nos lleva a seguir bebiendo de las fuentes de la Ilustración y que nos oculta la visión total de la realidad, presentándonos los acontecimientos como la expresión de la voluntad general por desasirse de la opresión de España; opresión externa caracterizada por la consideración de que América era una colonia y España era su metrópoli. Nada más alejado de la verdad.
La verdad nos resultará algo más accesible si nos remitimos al estudio de los documentos jurídicos que, desde el primer momento y hasta el triunfo de los movimientos separatistas se generaron a lo largo y ancho del Imperio Hispánico. Y ese ejercicio nos resultará altamente positivo, ya que la discusión de los acontecimientos que significaron la dislocación de la España del siglo XIX en los términos propuestos por la historiografía tradicional confunde la apariencia con la realidad e impide el análisis crítico de las raíces históricas en las que se asienta nuestro momento actual.
Con el análisis sosegado de esa documentación y con el estudio de los movimientos que acabaron convirtiéndose en verdugos de la unidad nacional, podemos observar que los acontecimientos que tuvieron lugar en América a partir de 1808 no son un proceso anti-hispánico en lo social, sino una variante de la revolución española que aspira a una unión más perfecta con la España europea.
Otro asunto es la deriva que finalmente tomó la iniciativa, como consecuencia de la acción proactiva llevada directamente por los enemigos históricos de España, en concreto por Inglaterra, que supo utilizar magistralmente a sus agentes, quienes, para mayor escarnio, han pasado a las generaciones como libertadores.
Pero no es solo el análisis sosegado de los documentos el que nos lleva a efectuar tales asertos. Son los propios verdugos los que nos lo dicen. Un informe de Beaufort Watte, encargado de Negocios de Estados Unidos en Colombia, a su Gobierno, fechado en Cartagena a 10 de Marzo de 1828, sobre el proceso de la revolución, decía:
En países donde surgen revoluciones, sus orígenes difieren esencialmente y varían tan materialmente en principio, como las costumbres y los hábitos de las diferentes naciones. Los regímenes tiránicos de poder arbitrario generalmente le proporcionan expresión a los gritos de libertad y despiertan las energías de un pueblo. Tal no ha sido el caso en Colombia y probablemente en ninguna parte de la América Española cuando estalló la revolución. No fue entonces la descendencia de injustas usurpaciones de la madre patria la que le dio nacimiento a su emancipación. No fue una revolución que surgió de su desarrollo intelectual, de la reflexión, de una fragancia del estado de la moral del pueblo ni de ningún examen de su capacidad o de su derecho para establecer gobiernos separados. Semejantes ideas no habían entrado en sus mentes, basadas en ningún principio de derecho, de probabilidad de éxito. Fue la invasión de España por Napoleón y la retención de su Rey como cautivo, lo que primero impulsó una separación de las colonias. Al comienzo de esa invasión no hubo sino un sentimiento general de simpatía y de sentimiento moral que obrara de la misma manera sobre todos los hispanoamericanos a favor de su rey y de la madre patria y un odio de lo más inexorable para el francés. (Ferreiro)
Pero en España existía una evidencia que no podemos obviar: la decadencia, que había ido creciendo con diversas intensidades desde la subida al trono de Felipe III y que tuvo varios puntos de referencia como la Guerra de los Treinta Años y la Guerra de Sucesión. No obstante, no podemos decir que durante esta época de decadencia fuese todo negativo ni mucho menos; Con Carlos IV España llegó a la cima de su presencia geográfica en el mundo, y su actividad fue decisiva, por ejemplo, en la independencia de los Estados Unidos.
La decadencia de España parece deberse al agotamiento social que representaron los extraordinarios esfuerzos realizados desde el reinado de los Reyes Católicos hasta bien entrado el siglo XVII, en cuyo espacio temporal presentó combate en todos los puntos de la tierra y del mar, contra herejes, contra flamencos, contra moros, contra turcos, contra ingleses, al tiempo que volcaba su humanidad en el descubrimiento de nuevos mundos y nuevas gentes
Se trata de un esfuerzo humano que no conocía respiro, que era creador y era gigantesco; un esfuerzo que, al no encontrar aliados con la capacidad militar y cultural necesarios para llevar a cabo la empresa, acabaron desgastando su espíritu, momento en que sus enemigos, unidos en su lucha contra el gigante, valiéndose además de los medios más viles, acabaron sobreponiéndose a su poder creador.
Poco a poco, ese poder es sustituido por el poder depredador de sus rivales, muy en concreto Francia y especialmente Inglaterra, quienes, aliados en su empeño, unas veces en alianza expresa y otras en alianza solapada, aun salvando sus rivalidades internas, atacan y acaban sometiendo a una nación cuya vitalidad se encontraba reducida en esos momentos y permite que se resquebraje toda la estructura humanista que estuvo conformando durante dos siglos.
Todo acabaría derrumbado, y no solo en el ámbito hispánico. El dominio de los principios filosóficos materialistas se adueñará y troceará España en dos docenas de estados fácilmente manipulables; pero ello, además, reportará para el resto del mundo la caída de su escudo protector y, para la propia España, la sumisión a los principios abyectos de sus vencedores, que nunca jamás le perdonarán la labor humanista llevada a cabo en los momentos de preponderancia hispánica, en los que ellos, evidentemente, estaban sometidos a un orden contrario a su espíritu depredador.
En la cumbre de esta situación se encuentra el funesto año 1808, pero fue años antes de la invasión napoleónica de España cuando al amparo de la masonería y de Inglaterra, y haciendo uso magistral de la mentira histórica plasmada en lo que hoy es conocida como leyenda negra, se comenzó a gestar la gran asonada.
Al respecto, el norteamericano Philip W Powell, en su magistral obra Árbol de Odio, deja señalado:
Con característico entusiasmo hispánico, algunos de los intelectuales criollos (Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Miguel Hidalgo son ejemplos bien conocidos) abrazaron especialmente la Ilustración francesa y, junto con ella, sus opiniones sobre las iniquidades españolas. Con grandioso desprecio por la verdad histórica, estos dirigentes criollos –y algunos peninsulares también– hicieron suyos tales conceptos de la Leyenda Negra para acusar a España de absoluta crueldad, tiranía y oscurantismo en su conquista y gobierno de las Américas. (Powell: 149)
Es el caso que en su imaginario contra España los agentes británicos (Viscardo, Nariño, Miranda, Bolívar…) ponían como referente la Revolución francesa y la independencia de los EE.UU., pero ni la independencia de Estados Unidos ni la Revolución francesa indujeron a los habitantes de la América española a cortar sus lazos con la Patria común.
Sin embargo, un inesperado levantamiento transformó de súbito la situación. En 1808, los franceses invadieron España; Napoleón llevó a la familia real a Francia; y Carlos IV primero, y su hijo Felipe después, abdicaron en su favor.
Esta situación de desamparo significó un fenómeno que amenazaba la legitimidad de la monarquía. El rey usurpador, José I, no fue aceptado porque representaba el ateísmo, que amenazaba los pilares de la sociedad española: la Iglesia, representante de Dios en la Tierra, y el rey legítimo Fernando VII, representante de los derechos y las libertades hispánicos.
Los españoles americanos se encontraron en un difícil dilema con el hecho consumado de la invasión francesa de la Península. Los dirigentes del movimiento separatista eran esencialmente criollos adoctrinados en la ideología liberal de la Ilustración; por lo que, al amparo de la invasión napoleónica, constituyeron Juntas como en la Península. Por su parte, la Masonería ejercería una importante labor en este momento, destacando en importancia la Logia Lautaro de Buenos Aires.
Pero de forma manifiesta, los españoles americanos respondieron a la crisis de la monarquía con patriotismo y determinación, y se mostraron unánimes en su lealtad a la Monarquía Hispánica y en su determinación a defender su fe y su patria frente a la dominación francesa. Reconocieron a Fernando VII como su legítimo rey, rechazaron a Napoleón, contribuyeron con fondos para apoyar la guerra en la Península y se aprestaron a enfrentarse al enemigo francés.
Como consecuencia de la invasión francesa de la Península y, al igual que en esta, al encontrarse sin rey, nació en América el movimiento juntero; en agosto, México; en septiembre, Montevideo. Ya en 1809, en mayo, Chuquisaca o Sucre; en julio, La Paz; en agosto, Quito; en 1810, en abril, Caracas; Buenos Aires, en mayo; Santiago de Cali, en julio; Santa Fe de Bogotá, en julio; Dolores, en México, en septiembre; Santiago de Chile, en septiembre; en 1811, Arroyo Asencio, en Uruguay, en febrero; Asunción, en mayo; San Salvador de Guatemala, en noviembre… siendo una de las últimas en sumarse Cusco, en agosto de 1814, ya al final del período. Todas, como señala la profesora Mónica Luar Nicoliello Ribeiro, con el mismo espíritu que sus juntas hermanas peninsulares.
La inexistencia de voluntades separatistas quedó manifiesta aún en estos momentos, por lo que en principio las Juntas reconocían la autoridad real, si bien pronto comenzaron los enfrentamientos entre varios sectores: afrancesados y patriotas; liberales y absolutistas; separatistas y unionistas; facciones raciales, regionales, grupales, en un totum revolutum que solo beneficiaba a quienes ansiaban hacerse con el control del mercadeo internacional. Los indígenas quedaron al margen, y posteriormente, por lo general, lucharon junto al ejército realista.
La gran eclosión que desembocó en la dispersión del Imperio Hispánico tuvo su último germen en las plumas de Viscardo, Miranda, Nariño y Zea; pero, al fin, no fueron sino la punta del iceberg, puesto que ya en el siglo XVIII las logias masónicas y la difusión de las ideas liberales habían iniciado su ataque a la Monarquía Católica.
Esos principios fueron comunes a la Ilustración gobernante y a los próceres separatistas; y ello nos permite señalar al menos dos etapas en el desarrollo del movimiento separatista. La primera, paralela al reformismo peninsular durante el reinado de Carlos IV, con gran influencia de la Ilustración, critica la actuación de España en América y justifica el levantamiento. Destaca en este sentido el jesuita Juan Pablo Viscardo, con su Carta a los españoles de América; y, sobre todo, Francisco de Miranda, quien ya en la última década del siglo XVIII estaba gestionando la alianza de Inglaterra desde el lobby que dirigía en Londres. La segunda coincidiría con el levantamiento de Riego y la situación convulsa que las logias mantenían también en la Península.
Francisco de Viscardo, en 1780, y mientras procuraba la intervención británica con motivo de la revuelta de Túpac Amaru, facilitó a la Gran Bretaña información muy precisa de los aspectos que interesaban para la invasión: aspectos sociales, aspectos económicos y aspectos geográficos.
Por otra parte, la insurrección americana tuvo un apoyo de primer orden en los liberales peninsulares, hasta el extremo que hubo una estrecha relación entre los militares pronunciados en España en 1820 y los diferentes caudillos separatistas. Pero todo estaba enmarcado en un proyecto en el que los liberales peninsulares no eran sino un peón más. En las guerras separatistas y en el posterior reconocimiento de los nuevos estados fue mucho más importante la actitud de Gran Bretaña y la influencia de la Ilustración.
La organización del separatismo tuvo lugar en Londres, donde se relacionaban personalmente y con frecuencia la práctica totalidad de los próceres separatistas, como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar y Vicente Rocafuerte; y más adelante otros, quienes además mantuvieron frecuentes contactos con los centros políticos de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Esa influencia queda reflejada en la práctica totalidad de las actuaciones, como iremos desgranando a través del presente trabajo, pero como muestra primera nos referiremos a la Constitución de 1811 proclamada en Venezuela.
En la misma queda manifiesto el espíritu liberal de sus redactores; pero, a su vez, reconoce a Fernando VII como soberano, aunque delegando su poder en un presidente llamado vicerregente, el cual sería designado por el Colegio Electoral, y restringiría el derecho al sufragio a los varones libres y que vivieran de sus rentas o, en todo caso, de una ocupación no dependiente de otro.
Finalmente, la idea de separación viene a tomar fuerza a base de la presión militar ejercida por los ejércitos separatistas, que en un porcentaje muy elevado estaban compuestos por británicos, cuya presencia es más notoria en lo que podemos calificar como segunda etapa de las revueltas, la cual coincide en el tiempo y en las motivaciones con el levantamiento de Riego, que, como en el caso de los próceres, también se basa en un liberalismo ideológico.
En casi todas partes la idea de la ruptura une a las mayorías criollas inmediatamente después de la revolución liberal que en 1820 afecta a la Península ibérica…/… En México, William Spencer Robertson ha mostrado en términos muy claros el cambio de los fidelistas vencedores y el triunfo de la revolución conservadora con Itúrbide. (Chaunu: 149)
Ese mismo liberalismo ideológico demuestra una voluntad de manipulación de la realidad que hace honor a lo que los mismos teóricos del liberalismo proclaman: el uso de la mentira. Como ejemplo, la cita de un eminente británico, John Knox:
En contra de nuestros malditos oponentes (es decir, los católicos), todos los medios están justificados: mentiras, traición (Ibíd., I, 194 and note 2), manipulación de las leyes aunque sean contradictorias. (Durant, 610; Knox, ibid. Introduction, 44. See also Edwin Muir, John Knox, London: 1920, 67, 300)
O de Diderot, cuando proclama:
La mentira es esencialmente tan poco condenable en sí misma por su naturaleza, que sería una virtud si pudiera ser útil.
El español, el católico, jamás ha usado esa arma. Es lo que diferencia a los filósofos de los sofistas desde hace milenios, y resulta inaceptable admitir a discusión a quien usa esos métodos.
En ese orden, ya en la introducción a su Historia de América, Henry C. Lea dice que los españoles que colonizaron el Nuevo Mundo fueron, en su mayoría, de la clase más vil, criminales escapados de la justicia o deportados por ella como castigo. Es evidente que confundía a los ingleses con los españoles… o que cumplía con las instrucciones de Knox.
En esa misma línea, la historiografía al uso, al servicio de los intereses británicos, como es el caso de Fernando Viniachi Romero, señala:
Los hombres y mujeres que comenzaron con la lucha independentista de Iberoamérica tenían en común su procedencia criolla, la mayoría de estas personas eran aristócratas que se revelaban ante la desigualdad entre peninsulares y criollos, ante el régimen que imposibilitaba el desarrollo comercial de América y ante la corrupción y burocracia administrativa. (Viniachi)
Y, a lo que parece, se ciñen a la exacta realidad tergiversando los conceptos. En lo que comienzan a existir abiertas discrepancias es en lo relativo a la afirmación del mismo Viniachi que afirma:
Las principales causas para que se hayan dado estos hechos fueron la indignación del pueblo al sentirse discriminados socialmente por los españoles. (Viniachi)
Dado que esa supuesta discriminación, como detalla el mismo Bolívar y los otros ideólogos del separatismo, se ciñe a que los americanos no tenían acceso a las altas magistraturas virreinales.
Afirmación que es totalmente falsa, siendo cierto que de esos puestos estaban prácticamente excluidos, sí, los naturales del lugar a gobernar, pero esos mismos naturales podían ser virreyes, y de hecho lo fueron, de otros territorios del Imperio. Pero, como hemos visto, para determinadas personas la mentira es un arma válida.
Lo que se deduce de los documentos es que esta desigualdad no existió jurídicamente nunca.
Y prácticamente solo se muestra en forma relativa como una cuestión de hecho dependiente de factores que nada tienen que ver con el «sistema de gobierno»; por ejemplo: el factor cultura o el factor ideas del gobernante. Con respecto al primero nos referimos a lugar y tiempo en que resulta evidente que los peninsulares están más capacitados para el manejo de la cosa pública. En cuanto al segundo, aludimos al hecho de que mientras algunos gobernantes preferían emplear solamente peninsulares, otros iban al sistema de mitad y mitad, y otros al de mayoría de americanos; y así nos encontramos con que en Méjico en 1810 el cuadro de empleados en las oficinas centrales del virreinato es como sigue: sobre un total de 414 empleados, 76 solamente eran europeos. Pero todavía cabe hacer otra observación nunca señalada por los clásicos, y es ésta: cuando se habla de españoles en la época colonial se sobreentiende no peninsulares sino blancos, sean criollos o europeos; y de ahí esta curiosa rectificación que podemos hacer a los clásicos: mientras ellos interpretan gruesamente que empleado español quiere decir peninsular, nosotros verificamos que tanto puede ser español como americano y que por tanto en todos los casos es necesario afirmar después de verificaciones atentas e individuales. (Ferreiro)
Centrándonos en los momentos en que se gesta, desarrolla y concluye el movimiento separatista americano, hay una crisis total de las instituciones españolas, con el rey secuestrado por Napoleón. En ausencia del Soberano, las juntas americanas asumieron la soberanía para resguardarla a favor de Fernando VII y para preservar la religión católica.
Y la situación se complica cuando el liberalismo se instaura en las Cortes Españolas, generando una desconfianza generalizada que finalmente fue el germen del movimiento separatista.
Estas situaciones se desarrollarían a lo largo de los siguientes años, al amparo de la propaganda separatista, a la que se sumaron los detritus sociales y los bandidos que asolaban el territorio, que en 1821 se unirían al ejército de San Martín cuando se dirigía a Lima.
Frente a estos ejércitos que no pasaban de ser bandas de forajidos reforzadas con aventureros ingleses, en Perú se encontraron con la oposición de los criollos, quienes en su mayor parte apoyaron al virrey hasta que se hizo cada vez más evidente que las tropas españolas no podrían defenderlos.
De hecho, la élite peruana no participó en la lucha separatista, sino que adoptó una posición de cobardía a la espera de acontecimientos. Quienes atizaron la guerra fueron militares relacionados directamente con Inglaterra que llevaban la consigna de derrotar a los ejércitos realistas en el Perú y que se enfrentaron a un ejército compuesto por naturales del lugar dispuestos a defender el ser y la esencia de la Patria Hispánica.
Que las guerras separatistas de América deben ser consideradas guerra civil es una idea que cada día aparece con mayor contundencia. Por ejemplo, en lo tocante a México, la historiografía señala que la Guerra de Independencia fue una guerra de mexicanos, separados solo por la causa que defendieron, es decir, la insurgente o la realista, puesto que la oficialidad española que luchó contra la insurgencia, en realidad fue muy reducida y solo ocupó los altos mandos. Y exactamente lo mismo sucedió en Suramérica. No obstante, a todo ello hay que añadir, no ya que el resultado hubiese sido otro, sino que ni tan siquiera se hubiese producido la guerra civil si la misma no hubiese sido buscada, promovida, mantenida y apoyada por Inglaterra.
América era en los primeros años del siglo XVIII lo que era dos siglos antes y sigue siendo dos siglos después: España.
España formó la sociedad americana y le dio sus leyes, su lengua, sus costumbres y, lo que es peor, hasta sus vicios. No hay parangón en ninguna otra conquista, salvo en la llevada a cabo por Roma. Al respecto, José Vasconcelos afirma:
El caso de América del Norte, como bien sabemos, fue muy diferente. Ese caso no fue el de una invasión –cuando menos, no una repentina y abrumadora invasión– sino el de una penetración lenta del territorio, sin que se conservara la raza nativa y, consecuentemente, sin contacto social o cualquier otra relación con el indio. (Vasconcelos)
Pero hay más… ¿Existe una identidad nacional estadounidense? Si existe, es jerárquica y fragmentada. Pero Estados Unidos, en contraste con Hispanoamérica acabó con las poblaciones indígenas en un inmenso genocidio. A finales del siglo XIX, todas las tierras indias habían sido expropiadas; algo que, con la excepción de La Patagonia argentina ‒y, por cierto, bajo la dirección británica tras la separación‒, no se dio en muchos rincones de América. Asimismo, el modelo racial norteamericano evitó el mestizaje e impuso la hegemonía WASP5; una hegemonía que no tuvo que buscar compromisos con sus raíces ancestrales o mirarse al espejo y explicar su mezcla racial en términos identitarios inseguros o esquizofrénicos.
No sucedió lo mismo en la América española; al respecto, el mismo Bolívar declara:
El Europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y este se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros Padres diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis: esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia. (Bolívar. Discurso)
Y Vasconcelos sentencia:
Por el otro lado tenemos, en el sur, una civilización que desde el principio aceptó el estándar social mixto, no solo como un hecho sino en la ley, pues el indio, después de ser bautizado, se volvía igual al español y podía casarse con el conquistador. (Vasconcelos)
Eso en cuanto a la ley, pero en cuanto a la realidad física nos encontramos con que, aun cuando hoy siguen existiendo blancos europeos y comunidades indias que no se han cruzado, José Mª. Rosa señala:
La unión del español con la masa india guaraní o quichua fue constante desde los días de la conquista. En las familias de abolengo se tuvo a honra la abuela «princesa incásica» que casó con el abuelo llegado de Andalucía. (Rosa: 38)
Y ese hecho se dio en todos los estratos sociales, hasta en la misma sede de los virreinatos.
Es el caso que si, por una parte, fue la oligarquía criolla la protagonista principal de la gran asonada del XIX, el legado hispánico sería defendido por otros grupos de la sociedad que incluían a los indígenas; a los mismos que ahora se encontraban desprotegidos al haber perdido el amparo de la Corona ante los abusos de la oligarquía criolla, con instituciones como el resguardo, el cabildo indígena y el derecho indiano que quienes se habían visto constreñidos por la legislación española se aprestaban ahora a desmontar.
Eran los indígenas los más adeptos a la Corona, en la que encontraban la protección frente a los abusos, realidad reconocida incluso por la historiografía marxista.
Los terratenientes criollos eran los más interesados en liquidar el sistema de Resguardos, que de alguna manera protegía a los indígenas; y redoblar la explotación de los esclavos y asalariados. (Vitale)
Otro dato a tener en cuenta, y que abona la afirmación de que los ejércitos patriotas estaban compuestos por una mayoría de americanos, es que, junto a la mínima presencia de unidades peninsulares, la realidad social americana nos indica que el número de peninsulares en unidades militares era, permítase la expresión, ridícula.
Los peninsulares eran muy pocos, apenas el 1% de la población, compuesta por blancos (≈20%), mestizos (≈24%), indios (≈38%) y negros (≈18%). Sociedad muy heterogénea y en la que la élite social la formaba la población blanca. (Cruz)
Traduciendo los datos a números absolutos, y por otro autor, Pierre Chaunu:
Hacia 1800, en América española apenas había alrededor de 150.000 peninsulares al lado de 2.900.000 criollos, 5% y 95% respectivamente, según el consenso general. (Chaunu: 133)
De aquí se puede deducir qué composición social tenían los ejércitos que se enfrentaron a los separatistas…
Tal era la situación que Daniel O’Leary, agente británico que ocupó altos cargos en la administración de Bolívar, escribía:
En verdad, la mayor parte de las fuerzas españolas se componían de venezolanos, lo que era para Bolívar motivo de no poca aflicción. (O’Leary: 243)
Todo ello fue posible debido a que los primeros pobladores españoles fueron los vecinos, que poseían las mismas condiciones jurídicas que los señores castellanos en la Edad Media, debiendo poseer caballo y acudir a la llamada de guerra. Su condición prevalecía sobre los nobles llegados de la Península, y el hijo de vecino, como el hijodalgo español, tiene privilegio por su nacimiento. Y, como queda señalado en otro lugar, ese mismo título podía ser esgrimido por nativos americanos, bajo una serie de condicionamientos.
Para los indios que preferían seguir más apegados a las costumbres de sus ancestros cabía la posibilidad de cumplir sus deseos; para ello existían las ciudades indianas; así, del mismo modo que en las ciudades castellanas hubo caballeros y villanos, en las indianas encontramos vecinos y estantes, que eran hombres libres que carecían del derecho de ciudad.
Esa existencia de ciudades indianas puede inducirnos a pensar que en contraposición a ellas existían las ciudades españolas, pero no acaba de ser cierto, porque la administración de la Corona se caracterizó por el envío de varones al nuevo mundo. El hombre soltero, en la mina o en la plantación, y pronto ansioso de echar raíces propias, cambió el rostro de la América al hacer nacer el mestizaje, ausente en muchos otros tipos de colonización no ibéricos.
Y el mestizaje no quedó en un una partícula enquistada en la sociedad, sino que, como hemos visto párrafos más arriba, en los años que nos ocupa representaba el 24% de la población, y permeabilizó toda la sociedad. El mestizaje de blancos, indios y negros llegó a generalizarse de tal manera que imposibilitó la adopción, por parte de las élites anglófilas y separatistas, de una identidad racial blanca.
Por todo ello, José Vasconcelos puede escribir su evangelio del mestizo y señalar:
Noten el hecho de que el mestizo representa un elemento completamente nuevo en la historia, pues si es cierto que en todas las eras el conquistador y el conquistado han mezclado su sangre, es incuestionablemente verdad que nunca antes se habían puesto en contacto y combinado dos razas tan separadas como la india y la española, y que nunca antes los procesos de fusión de dos castas tan diferentes fueron de tan gran escala. La historia nunca había sido testigo de un proceso en el que dos razas sin relación se hubieran mezclado y prácticamente desaparecido para crear una nueva. De acuerdo a algunos observadores, todo nuestro retraso, todas nuestras dificultades y nuestras luchas infructuosas se derivan de esta defectuosa e incluso despreciable mezcla de razas. Un destacado filósofo, que por algún tiempo fue maestro incluso en nuestras propias universidades mestizas, el inglés Spencer, nos señaló específicamente como un ejemplo del híbrido sin esperanza, producto de la violación de las sagradas leyes científicas de la purificación, de la evolución redentora. De cualquier modo, el inglés siempre ha estado por la conservación de una raza humana original, pura, y ha logrado mantenerla; y el español siempre ha menospreciado este prejuicio blanco y, de hecho, ha creado millones de mestizos en América y en las Filipinas. (Vasconcelos)
Habrá también argumentos que señalen marginación del segmento mestizo de la sociedad; como en los demás asuntos, no hay nada más demoledor que la realidad. Ya en tiempo tan temprano como el 12 de abril de 1539 nace un mestizo universal: Garcilaso de la Vega, el cual destacará al servicio de España no solo en el campo de la cultura, sino también como militar, en concreto participando, junto a Don Juan de Austria, en la pacificación de las Alpujarras. De él dice Vasconcelos:
En los días de Garcilaso no hubo mejor mente en el Nuevo Mundo, ni entre los indios ni entre los españoles, que la de este mestizo, quien luchaba por hacer de las dos mentalidades en conflicto una sola mente. Y con Garcilaso, la alianza espiritual, la mezcla espiritual del indio y del español, se selló para siempre. (Vasconcelos)
Evidentemente, Garcilaso es solo un ejemplo de lo que se repite hasta la saciedad. Con una particularidad que viene a repetir lo que ya había sucedido en Canarias: Muchos indígenas querían ser blancos, y no encontraron otro medio que el afirmar que lo eran… y, si era necesario, compraban un certificado de blancura; así, en México nos encontramos documentos que confirman el hecho; el doctor Jerónimo López Soldevilla nos los descubre:
Mientras que los Novo hispanos de la colonia consideraban el hecho de ser blancos como una característica positiva, los archivos de Nueva España proveen numerosos ejemplos de gente de color que ascendía en la escala social adquiriendo el status de elite a través del dinero y asumiendo el papel de blancos. Más aún, en el siglo XVIII eran tantos los que postulaban al status de blanco, que, en recompensa por una suma de dinero, su majestad concedió a sus súbditos americanos un certificado de blancura (la Cédula de Gracias al Sacar). Pero en Nueva España era mejor ser rico que blanco; los mestizos y mulatos ricos a menudo empleaban inmigrantes blancos pobres venidos de España como sirvientes. (López: 66)
El problema, así, no era tanto racial como de casta; de clase social. Algo que, si es merecedor de reproche, es algo que hoy mismo es nuestra realidad cotidiana. ¿Quién de nosotros no siente algún tipo de rechazo hacia algún sector de la población? ¿Quién no ha escuchado cómo se lanzan epítetos a personas que no comulgan en algo con otros? ¿Quién no ha escuchado significar, o ha significado él mismo de facha, de rojo, de perroflauta, de pijo, de cheli, de caló, de payo, de lumpen, de retrógrado, de indigente, de marginado… a otra persona? Lamentablemente, ese es un mal que todos padecemos… como lo padecía la sociedad del siglo XIX.
Lo importante, nos enseña el cristianismo, no es tanto el pecar sino la voluntad cierta de no querer hacerlo. Así, si bien parece evidente la existencia de ese rechazo, no es menos evidente la permeabilidad de las clases o de las castas en el Imperio Español. El rechazo desaparece en cuanto el rechazado manifiesta curiosidad por los modos del otro; así, el español, al revés que el inglés, el francés o el holandés, se mezcló con el indígena. Los conquistadores, contra lo que la Leyenda Negra proclama, tomaron por esposas a las indias y fundaron familias mestizas de que da muestra la realidad social de hoy mismo. También calla la leyenda negra que frente a la primera escuela primaria fundada por los ingleses en el siglo XVIII, España creó más de trsinta universidades; y extendieron por todas las Américas la civilización cristiana, no sin antes obligar a los misioneros el conocimiento de los idiomas indígenas, para los que llegaron a constituirse cátedras en las universidades.
Y ese mestizaje vio Dios que era bueno… Y si observamos su desarrollo observamos que, como sucede con las plantas, el mestizaje tiende a producir mejores genotipos y a rejuvenecerlos. Algo que, al fin es pura naturaleza, siendo un mito insostenible el de la raza pura, ya que todas, incluida la aria, la judía o la wasp, ejemplos máximos de la filosofía racista, son el resultado de mezcla. Con una peculiaridad: solo hace falta comparar la media de belleza de las mujeres españolas de cualquier latitud, con la media de belleza de, por ejemplo las neozelandesas, donde el racismo británico es manifiesto. Tras tres meses de estancia en Nueva Zelanda, observando esta cuestión entre otras, debo marcar esa diferencia, a favor de las mujeres hispánicas, de una forma más que significativa.
Solo los pobres diablos pueden jactarse de tener un pedigrí puro, porque solo las clases bajas en las naciones retiradas se casan entre ellas, mientras que los poderosos de cualquier grupo enriquecen su experiencia casándose con las más hermosas o atractivas mujeres de las tribus vecinas. (Vasconcelos)
En estos tiempos en los que, falsamente por cierto, parece que los principios humanistas hispánicos se han universalizado, la realidad es justamente la contraria cuando son presentados como principio presuntamente humanistas los derechos de cada raza a mantenerse independiente de los demás, creando para ello barreras sutiles pero infranqueables entre ellas,
La actitud de España, animada por las ideas de Isabel, fue mucho más valiente y humana al promover los matrimonios interraciales con los nativos, mientras que la de Inglaterra se manifestaba contraria al mestizaje porque entendía que, con él, sería absorbido el espíritu europeo y la siguiente generación estaría perdida para el Imperio.
La actitud de España ha permitido que los españoles hayan podido reproducir su sangre y su cultura en todo un continente que, aún dividido artificialmente en veinte naciones, es tan español en todos los conceptos como es la que subsiste con el nombre que por naturaleza debe ser común: España.
En el sentido contrario está Inglaterra, que, con su actitud segregacionista, son tan extraños hoy en India como lo fueron el día que llegaron, y no lo son en Australia y en Nueva Zelanda, sencillamente, porque exterminaron a sus habitantes. Y los que actualmente sobreviven, libres ya de ser entendidos como piezas de caza desde mediados del siglo XX, padecen otra segregación… Ahora resulta que por tener algo de sangre maorí en las venas, los neozelandeses tienen un sueldo… y el vicio y la degeneración arrasa lo poco que queda de su pueblo.
A pesar de todo eso, el espíritu cainita triunfó y destruyó España para mayor gloria del imperio británico, mediante la pasividad de las mayorías, ya que después de todo, la separación fue obra exclusivamente suya con la colaboración necesaria de unas minorías previamente adoctrinadas.
Unas minorías cuya lucha significaría la proscripción de una sociedad vital que conformaba la vida civil y política que sería perseguida política y económicamente desde el mismo momento de la ruptura patria, prohibiéndoles el comercio, que pasaba a manos británicas, e incrementándoles las contribuciones forzosas hasta obligarles a emigrar.
Pero esas medidas venían claramente marcadas desde fuera… Algo que no se puede negar a los británicos es su habilidad para engañar, y en América ensayarían lo que desde entonces han venido utilizando, hasta estos mismos momentos; fueron lo suficientemente hábiles como para presentar la esclavitud como libertad, y hasta para utilizar el argumentario religioso que ellos tanto despreciaban y que tan hondo calaba en el corazón del pueblo. Tan hábiles que si en Colombia el masón Nariño nombró generalísimo de los ejércitos a Jesús Nazareno, en México, como señala Vasconcelos:
La masa india de la revuelta cargaba, desde los días de Hidalgo [el cura masón Hidalgo], la imagen de la Virgen de Guadalupe como bandera. (Vasconcelos)
Al surgir el cura Hidalgo pensamos inmediatamente en la acción del clero, que aparece ocupando un lugar destacado entre los actores principales del proceso; unos del bando de los separatistas, como Hidalgo y Cuero y Caicedo, y otros del bando patriota.
Así, el 3 de diciembre de 1814, los Gobernadores eclesiásticos de Bogotá, lanzaron un edicto contra las tropas de Bolívar. Edicto que sería revocado trece días más tarde con otro edicto en el que se argumentaba todo lo contrario: que Bolívar era un buen y fiel católico, cuando era pública su pertenencia a la masonería.
La actuación de la Iglesia no fue uniforme, produciéndose la depuración de los desadeptos, que fueron reemplazados por curas separatistas designados por el poder civil emergente.
Pero no era solo la actuación de algunos obispos, sino la que también era llevada a cabo por algunos sectores de la propia Iglesia; así, en los colegios jesuitas se instalaban las ideas enciclopedistas y se desarrollaban tertulias donde se imaginaba una nación independiente de España. En estas tertulias personajes como el Antonio Nariño, Francisco de Paula Santander y Camilo Torres hablaban de los postulados del liberalismo y de las tesis separatistas.
También los jesuitas utilizaron argumentos que desnaturalizaban su esencia, y todo como consecuencia derivada de su expulsión en 1767. Abundantes publicaciones realizadas al amparo de Juan Pablo Viscardo, que ya actuaba como firme colaborador de Inglaterra, pugnaban por crear un clima de oposición a España entre la burguesía criolla.
Las universidades y las comunidades literarias, las sociedades económicas, dominadas por la masonería, hacían lo propio. Todo ello alcanzó una más que media difusión y ejerció una gran influencia en la formación de algunos de los principales instigadores del separatismo, cuya vinculación con la Logia Lautaro, les proporcionó el caldo de cultivo adecuado para cumplir la misión encomendada por Inglaterra.
En lo tocante al ejército, los diversos estudiosos del fenómeno que permanecen en la independencia intelectual y económica, como es el caso del ecuatoriano Francisco Núñez del Arco, afirman, frente al historicismo paniaguado mantenido por la oligarquía sumisa a la voluntad británica:
La gran masa del Ejército Realista del Virreinato del Perú durante toda la guerra (de independencia), la constituyó sin duda el grupo americano integrado por los mestizos con mayoría de sangre indígena, que en el Perú eran, y son, conocidos con el nombre de «cholos»…/… Entre los Caciques Realistas más destacados encontramos al Brigadier de los Reales Ejércitos Mateo García Pumacahua, Cacique de Chincheros, quien en 1780 fue con sus tropas uno de lo que contribuyó a la derrota del Cacique de Tinta, José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru. (Núñez)
Pero no son solo los historiadores libres los que señalan esos hechos; Indalecio Liévano Aguirre señala en su obra Los Grandes conflictos económicos de nuestra historia:
Un republicano tan destacado como el general Joaquín Posada Gutiérrez llegó a expresar: «He dicho poblaciones hostiles porque es preciso se sepa que la independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes… los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de los hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Rey, como que presentían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República». (Liévano: 115)
Parece evidente que en esta guerra civil, quienes defendían la unidad patria no eran otros, no podían ser otros dada la conformación social, que los propios americanos.
Desde el mismo momento en que se produjeron brotes de separatismo por parte de los criollos en la Nueva Granada, el clero y los indígenas del suroeste de Colombia, defendieron la causa de España, y a ellos se unieron los negros comandados por el General José María Obando. Juntos desarrollarían una encomiable barrera contra el ejército separatista que permitiría a la región seguir. Los indígenas tenían bien claro que, si se producía la separación, sus tierras serían ocupadas por los criollos. Algo que finalmente demostró ser verdad.
Un grano no hace granero, pero sirve de ejemplo a lo que sucedió con relativa frecuencia: el mismo Mateo Pumacahua que había combatido a Túpac Amaru; el mismo que en 1811 luchó al lado de las fuerzas patriotas, nos señala Francisco Núñez que en 1814 se sublevó contra España.
Se sublevó a favor de la independencia pretendiendo alzar a todo el Cuzco, siendo derrotado por sus propios compatriotas que permanecieron fieles hasta el final de la guerra. (Núñez)
Pero cabe, además, la duda respecto de esta afirmación; porque, si bien es cierto que pretendió alzar el Cuzco, el acabar comandando un ejército que se enfrentase al del Virrey Abascal estuvo motivado por el conflicto surgido cuando, siendo presidente interino del Cuzco, se vio forzado a presentar la Constitución de 1812; y, cuando finalmente se procedía al acto, un tumulto reclamaba la libertad de Rafael Ramírez de Arellano, jefe liberal de Cuzco que emitió una proclama contra Pumacahua, que lo encarceló por ser contrario a Dios, a la Patria y al Rey. Finalmente Ramírez de Arellano acabó haciéndose con el cabildo y Pumacahua dimitió y se retiró, para de pronto salir en 1814, a sus 73 años, a guerrear junto a los militares separatistas José Angulo Gabriel Béjar y Juan Carvajal. Pero a guerrear ¿contra quién?... La evolución de Pumacahua es un misterio, y si debemos creer en sus palabras, fue engañado por los separatistas señalados.
Dada la extrema confusión y el enfrentamiento entre tropas realistas y constitucionales, es muy factible que la actuación de Pumacahua estuviese inserta en ese conflicto y no en el separatista… aunque acabase beneficiando a este.
Pero, por supuesto, hubo granos para llenar el granero; así, podemos atender otro ejemplo:
El 24 de septiembre de 1817 se anotaba en el Libro Manual de la Tesorería del Ejército Real de Talcahuano que, «cuatro Caciques, nueve Mocetones y tres Lenguaraces, han venido a notificar su fidelidad al Soberano y a ver el modo de contribuir con las armas del Rey». El 7 de octubre hacen lo propio los dos Caciques de Tucapel, ofreciendo sus lanzas –guerreros‒ para pelear contra los independientes. (Núñez)
Y con esas fuerzas hizo España frente a los separatistas, ya que a partir del año 1817 no llegó ningún refuerzo peninsular para los realistas del Perú; y, desde el año 1820, para ningún lugar de América.
En el año 1820 las unidades expedicionarias tenían un 50% de europeos, en general, y Pablo Morillo afirma que en esa fecha tenía unos 2.000 europeos bajo su mando. En el año 1824 solo 500 españoles peninsulares formarán parte del ejército realista que combatió en la batalla de Ayacucho. Del mismo modo, el ejército realista de Costa Firme en 1821 estaba compuesto de 843 blancos americanos, 980 nativos indios y 5.378 mestizos y morenos. Por el bando separatista, a partir de 1817 dan comienzo las contrataciones de mercenarios por orden de Bolívar, que compondrán su ejército de patriotas cuyo número llega a ser, solo en lo que a británicos se refiere, en torno a 5500 unidades.
Es interesante destacar estos aspectos, porque resulta significativo que, en un territorio de las dimensiones del Alto Perú, con 500.000 habitantes en la época, las fuerzas realistas estuvieran formadas por poco más de 5.000 hombres, que atendían los frentes contra la Argentina y las zonas del Perú ocupadas por los separatistas.
Es también muy significativo que tuviesen capacidad para, en 1814, organizar una expedición de 4.000 hombres que dominó Chile, que en el momento tenía una población de 500.000 habitantes.
Pero es que resulta preciso recapitular sobre los acontecimientos que llevaron a término la atomización de la Patria, y sacar nuevas conclusiones. Entre los hechos patriotas heroicos que frente a la invasión británica se llevaron a cabo en esos momentos merece destacar la acción de los pastusos, asunto sobre el que Isidoro Medina Patiño, nos da luz:
En auto y proclama del Cabildo de Pasto de agosto 29 de 1809, podemos apreciar la visión clara y transparente de un pueblo que, adelantándose a los sucesos que posteriormente se presentarían en territorio colombiano, da muestras de su grandeza, pujanza e inteligencia. En dicho auto el Cabildo de Pasto se pregunta cómo se sostendrá la nueva república que se les quiere imponer a la fuerza, de dónde obtendrá los recursos para sostener a una clase que ha dado muestras de irracionalidad e injusticia y, en uso de sus principios intelectuales, opina: «veréis recargar los tributos con nuevas imposiciones que constituyan sus vasallos en desdichada esclavitud...» (Medina: 56-57)
En bien poco se equivocaron los pastusos; tal vez por ello merecerían el odio, el escarnio y el exterminio llevado sobre ellos por los libertadores. Odio, escarnio y exterminio extensible a todo el territorio, porque la realidad puede resumirse en una frase inserta en un informe que de Germán Roscio recibió Bolívar:
La España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos y con casi todo criollo.
En lo tocante al escabroso tema de la esclavitud que, a pesar de todo, existía en los territorios hispánicos y es digno de ser atendido en un trabajo aparte, los próceres llevaron una actuación ambigua. Y es que la realidad se impone a la ficción liberal.
Uno de los argumentos usados por Bolívar para pedir ayuda a su Inglaterra protectora era justamente contra la liberación de esclavos llevada a cabo por la administración española. Así, reclamaba ayuda al gobernador de Barbados aduciendo:
Estas desgracias que afligen la humanidad de estos países deben llamar por su propia conveniencia la atención del gobierno de S.M.B. El ejemplo fatal de los esclavos y el odio del hombre de color contra el blanco, promovido y fomentado por nuestros enemigos, van a contagiar a todas las provincias inglesas, si con tiempo no toman la parte que corresponde para atacar semejantes desórdenes. (Bolívar, Obras: 96)
Lo que desconocía Bolívar es que su patria británica se estaba planteando la supresión de la esclavitud al resultarle lesiva con los nuevos métodos de producción.
Esa desazón del agente Bolívar se enfrenta a la historiografía liberal clásica, según la cual, en los territorios donde triunfó la Revolución, los patriotas liberaron esclavos… Pero lo hicieron a cambio de prestar servicio gratuito en los ejércitos insurgentes, ya sea como combatientes como ‒en muchos casos‒ servidumbre de estos. Un cambio de amo, en todo caso. Y no todos los negros que engrosaban los ejércitos separatistas lo hacían voluntariamente; ya que un buen número de ellos eran esclavos comprados a sus dueños o aportados por estos. Tanto fue así que, de los poco más de 4.000 efectivos con los que San Martín invadió Perú desde Chile, casi la mitad eran negros, y solo la mitad eran libertos.
Y si consideramos además el número de ingleses que completaban la tropa, obtenemos un cuadro ejemplar del ejército libertador.
En otro capítulo de este trabajo nos encontramos con la relación nominal de los esclavos liberados por Bolívar, y ahí lo dejamos…; el caso es que, entre los decretos más importantes promulgados por Bolívar en pro de la abolición de la esclavitud, encontramos los del 2 de junio de 1816 en Carúpano y el del 16 de julio del mismo año en Ocumare de la Costa.
En el de Carúpano la abolición solo se aplicaría a los esclavizados que se incorporaran al servicio militar, y en el de Ocumare se garantizaba la libertad a toda la población sometida a esclavitud.
Posteriormente, en 1819, en su discurso al Congreso de Angostura, Bolívar expuso que la libertad absoluta de los esclavos era tan necesaria como su propia vida y la de la República, pero el planteamiento fue rechazado por los representantes.
Como consecuencia, la esclavitud seguiría vigente, y la tiranía sería agudizada por la acción de la oligarquía que las desarrolló a la sombra de los mercenarios condecorados por los libertadores. Los nuevos Estados acabarían surgiendo, en primer lugar, en función de los intereses de Inglaterra, que, como hemos señalado, necesitaba crear fronteras artificiales para el mejor control del comercio; y, en segundo lugar, en función de los intereses de esos sectores oligárquicos, y su actuación serviría para aquilatar el estado de esclavitud; primero, de esclavitud formal; y luego, lo que es peor, la esclavitud real; la que nos hace libres de hacer lo que queramos siempre que lo que queramos sea lo ordenado.
Y no es en nada extraño esa disposición racista; los libertadores estaban imbuidos de enciclopedismo, generador de juicios como el que sigue:
Si me viese precisado a defender el derecho que hemos tenido para reducir a esclavitud a los negros, he aquí cómo me expresaría: habiendo exterminado los pueblos de Europa a los de América, debieron hacer esclavos a los de África, a fin de desmontar tantas tierras. El azúcar sería muy caro si no se obligase a los negros a cultivar la planta que lo produce. Son los tales esclavos negros de los pies a la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerlos. No puede comprenderse cómo Dios, que es un ser sapientísimo, haya colocado un alma, sobre todo un alma buena, en un cuerpo completamente negro. (Montesquieu)
Esclavitud que, recuerda Isidoro Medina Patiño:
Nos persigue hasta nuestros días, infelicidad de pueblos y naciones que se sienten incapaces de sostener el esplendor de una casta que se autoerigió como libertadora y revolucionaria, pero que en el fondo no es más que una casta explotadora y opresora. Los paradigmas de la Libertad jamás fueron el sometimiento o la humillación; sus ideales se escriben en el corazón humano y buscan la redención, la justicia social y el crecimiento de los pueblos de una forma ordenada y solidaria. Si miramos a nuestro alrededor nos encontraremos con unas escenas deplorables donde los niños mueren en las calles, las mujeres aferradas a sus hijos buscan la clemencia de unos gobiernos indolentes y la masa de proletarios se desespera ante la frialdad de unas leyes que buscan la ganancia para unos cuantos privilegiados que han hecho de Colombia su negocio particular. (Medina: 56-57)
¿Retrato de Colombia?... Retrato de la Hispanidad.
Mientras Bolívar y Zea escribían unos panfletos insultantes contra España y enaltecedores de Inglaterra, en 1815 escribía Pedro Pérez Muñoz:
Cuando las naciones han procurado buscar motivos de enlaces con la España, cuando muchas provincias europeas se glorían de ser pobladas por españoles y descender de ellos, flamencos, irlandeses y otros, los americanos se apesadumbran y tienen en menos la sangre que corre por sus venas. (Hidalgo: 123)
Eso era solo el principio; doscientos años más tarde, los principios de Zea y de la Leyenda Negra contra España han sido asumidos como propios por la mayoría del pueblo hispánico en los cinco continentes, sumido en la indigencia espiritual y material, y paciendo lo que el invasor tiene a bien permitirle.
La separación de América, así, fue un amasijo de mentiras y traiciones muñidas por la acción de la masonería al servicio de Inglaterra, que, con un sistema de propaganda envidiable, erradicó, al menos hasta el momento, la cultura y la capacidad de crítica de las gentes, para cuyo manejo se amañó la historia y se asumió la leyenda negra creada por los enemigos de España como si se tratara del Santo Evangelio.
Y todo en beneficio de Inglaterra. Inglaterra se apoderó de todos los recursos naturales a uno y otro lado del Atlántico; Inglaterra se apoderó del comercio… Y todo a un moderado coste ajeno…. Medio millón de muertos que el agente Bolívar (al alimón con el coro de agentes enquistados en los órganos de poder de España) inmoló en honor de sus amos.
Las guerras separatistas de América tenían un fundamento claro: romper España y someterla mediante tratados de comercio. No fue una guerra buscada por el pueblo por la conquista de mejoras sociales, sino una guerra de aquellos a los que España les impedía llevar a cabo su tiranía.
La gente sencilla jamás se involucró en semejante aventura y, por eso, las levas de Bolívar en cada ciudad y pueblo eran sangrientas, porque nadie quería servir a su causa. Pero si no era por las buenas, lo era por las malas. Todos se vieron forzados a servir la causa británica.
Pero, además de lamentos, de lo relatado hasta el momento podemos sacar algunas conclusiones:
La primera, que las guerras de separación de América fueron auténticas guerras civiles, y no de liberación, ya que, como señala Philip W Powell:
Hubo españoles e hispanoamericanos, clérigos y todo tipo de indios, negros y mezclas de sangre en ambas partes y en todo momento y lugar. (Powell: 148)
La segunda, que, tomando como propia la sentencia de José Vasconcelos:
Para nosotros, solo hay una política racial sólida, y ésa es la política de ayer: la política del español y del cristiano que dieron por hecho que todos somos potencialmente iguales y que estamos destinados a responder de diferente manera de acuerdo al llamado que se nos hace, cada uno cargando un tesoro que cobra vida en el momento apropiado, cuando hay necesidad. El deber de toda gran cultura es, entonces, criar a los seres humanos todos juntos y llamar a todas las razas a unirse para que todas puedan colaborar en la tarea de construir una verdadera civilización, tanto material como espiritual. (Vasconcelos)
Y la tercera:
La civilización española perdura hoy en América, y no por los descendientes puros de los conquistadores, sino porque los españoles educaron y asimilaron a las razas mixtas y a los indios. Si los españoles no hubieran mezclado su sangre con la india, no habría hoy en el mapa esa gran área de países en donde el alma española está viva y progresando. Cuando, al contrario, la raza dominante se separa y no tiene interés en la vida de la raza inferior, esta última tiende instintivamente a incrementar su número para compensar con cantidad lo que la raza superior consigue con la calidad. (Vasconcelos)
Pero la pandemia de la haraganería espiritual en el pueblo hispánico está posibilitando que en toda América esté creciendo el espíritu racista que el liberalismo anglosajón ha aportado desde los años veinte del siglo XIX, y cada día con más vigor se puede oír
El eco de la voz india que reclama la vuelta al pasado de su raza para obtener fuerza e inspiración. Los reclamos de los indios puros suenan en ocasiones muy parecidos en su visión al credo de los más ardientes defensores de la pureza de la raza blanca en su propio país. Y la evidencia de que esto no es solo un sentimiento teórico se puede encontrar en la historia de nuestras revoluciones, que en algunos casos han desarrollado movimientos indios puros con la tendencia a querer restaurar estándares de pureza india. Los levantamientos indios de Yucatán (conocidos como la Guerra de Castas), el indio puro en contra del mestizo y del criollo, en contra del hispanoparlante, en contra de la población mexicana, es un viejo pero claro ejemplo. El movimiento de Zapata de la última revolución contenía claramente la semilla de un renacimiento indio en todo nuestro territorio. Hubo un tiempo en que el vestido europeo no se permitía en el territorio de Zapata; y aquellos mexicanos que tenían la piel blanca del español y se unieron a los ejércitos zapatistas tuvieron que adoptar la vestimenta y las costumbres del indio; de cierta manera tuvieron que indianizarse antes de que fueran aceptados. (Vasconcelos)
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La Masonería y los procesos secesionistas de América
Hablar de masonería es un asunto extremadamente espinoso y complicado, merced a la propia acción de esta organización secreta, experta en el arte de la confusión universal, creadora, dentro de su órbita, de diversas y aparentemente contrapuestas tendencias.
Con esa premisa, y convencido como estoy de que no voy a sacar luz sobre el asunto, me limitaré a recoger datos que parecen ciertos. Así, siguiendo a Emilio Ocampo, parece que la masonería hizo su aparición pública y oficial en 1717 con la fundación de la Gran Logia de Londres.
A partir de entonces se expandió rápidamente por el resto de Europa y también en Norteamérica, ganando adeptos en la aristocracia, la alta burguesía y los intelectuales. Aunque se trataba de una organización fraternal sin objetivos políticos, pronto se la responsabilizaría del evento político más trascendente de la edad moderna: la Revolución Francesa. Quien articuló de manera más efectiva la teoría del gran complot masónico revolucionario fue el Abate Augustin de Barruel (1741-1820) en sus Memorias para servir a la Historia del Jacobinismo. Según Barruel, la revolución no era más que una conspiración entre los masones franceses, los iluministas de Baviera, los sofistas y enciclopedistas (de Voltaire a Diderot). (Ocampo)
Como datos históricos sobre la sociedad secreta por excelencia, sabemos que en 1723 fueron redactadas las Constituciones de Anderson, las cuales contienen los primeros puntos programáticos de la organización en los que se basan la mayor parte de las formaciones masónicas, todavía hoy. Así, parece que la historia de la masonería se inicia en esta fecha. Dejamos lo de sus orígenes en el templo de Salomón para los aficionados al esoterismo.
Nosotros nos atendremos a aspectos más mundanos y nos limitaremos a resaltar las extrañas relaciones existentes entre estos benefactores de la Humanidad y los otros benefactores, con los que se encuentran notables coincidencias de actuación, de pensamiento y de militancia.
A partir de 1730, casi ininterrumpidamente, fueron designados Grandes Maestros de la Gran Logia de Inglaterra miembros de la familia real, creando unos vínculos que difícilmente dejan discernir cuándo un acto es propio de Inglaterra o cuándo lo es de la masonería; lo que, en principio, hace llegar al convencimiento de que la Masonería no es sino un instrumento más del estado inglés, como lo es el ejército o la marina.
Una vez conseguida la paz interior en el reino, con los consiguientes genocidios derivados, Inglaterra se volcó a su expansión exterior, misión en la que la masonería se significó de manera especial para difundir ideales políticos y económicos de carácter liberal a los que fueron especialmente receptivas las clases dirigentes de otros países.
La corona británica, así, aparece ligada a la masonería desde un primer momento. No vamos a afirmar que son la misma cosa, porque el hermetismo de unos y de otros no nos lo permite; solo nos limitamos a resaltar lo que es público y notorio.
Dentro del secretismo que inunda esta secta, y siempre basándonos más en los hechos que en las declaraciones, con el historiador quiteño Jorge Luna Yepes, podemos atisbar lo siguiente:
En la historia y en el espíritu de la masonería pueden anotarse estos caracteres: 1º Alianza con el judaísmo y con el imperio británico; 2º Anticlericalismo y anticatolicismo fanáticos en los países latinos; 3º Oposición a las formas tradicionales de vida de estos pueblos; 4º Secretismo y espíritu de grupo o círculo. De la relación de estos caracteres de la masonería puede deducirse mucho saber el porqué de su intervención activa en la Revolución francesa, de su apoyo a Napoleón en los primeros tiempos, para luego volver las espaldas y coadyuvar con Inglaterra para su caída; asimismo puede deducirse el porqué de la intervención masónica en la disolución del Imperio español; Imperio católico, el primero, a partir del siglo XV, en haber tratado radicalmente el problema judío (con la expulsión de estos de todos sus territorios), aferrado a las bases constitutivas de su grandeza, como todo gran pueblo, y representante de la antítesis de Inglaterra. (Luna)
Por lo que venimos señalando, la alianza de la masonería con Inglaterra tiene pocas dudas; ya que, si desde sus principios quedan manifiestas las alianzas, antes de finalizar el siglo XVIII, cuando en 1787 era iniciado el príncipe de Gales ‒el futuro Jorge IV‒ en la logia que ya llevaba su nombre, la iniciación fue llevada a cabo por su tío Henry Frederick, Duque de Cumberland. Y no fue casualidad ni ardor juvenil esta iniciación, porque en 1811 el príncipe era Gran Maestre de la Moderna Masonería Constitucional Inglesa.
De cara a lo que nos interesa en relación a los movimientos separatistas de América, justamente en esas fechas nos encontramos con el hecho de que Londres contaba con la presencia de Francisco de Miranda, quien crea la primera asociación secreta denominada Gran Reunión Americana, la cual llevaría a cabo una frenética actuación captando e iniciando a un importante número de personas que serían significativas en el desarrollo de los procesos separatistas americanos.
Por su parte, en España, el Tribunal de la Inquisición había prohibido la Masonería en 1738. Esta prohibición fue sancionada por el apoyo de la autoridad real, mediante un edicto del Rey Fernando VI, en 1751, y la sociedad secreta no actuó a cara descubierta durante todo el siglo XVIII, si bien la pertenencia de importantes personajes públicos a la secta nos manifiesta que no estuvo ausente en la política nacional durante este período.
Sin embargo, y a pesar de la clandestinidad, pronto se inició la extensión de la secta a un lado y otro del Atlántico, siendo que las logias masónicas fueron creándose a lo largo del siglo XVIII como sigue:
En 1763, en Cuba, Nicaragua y Belice.
En 1768, en México (Ciudad de México y Jalapa)
En 1773, en Lima
En 1776, en Honduras
En 1794, en Santa Fe de Bogotá
En 1795, en Río de la Plata (Logia Independencia)
Iniciado el siglo XIX, seguirían creándose nuevas logias, de entre las cuales, en 1812, la de mayor renombre, la logia Lautaro, en cuya formación tuvo especial relevancia la participación de José de San Martín a su llegada desde Londres, donde había sido debidamente adoctrinado.
En principio, la difusión de las ideas masónicas iban de la mano de agentes británicos que recorrían la España americana con una clara intención de espionaje que queda manifiesta en sus escritos y, curiosamente, con la anuencia de la administración española.
Tal es el caso de Alexander Humboldt; pero, como él, fueron otros; unos, como en el caso de Juan Bautista Picornell, con la excusa de ser desterrados de la Península; y otros con la excusa de expediciones geográficas que manifiestamente eran de claro espionaje, a juzgar por los comentarios relativos al modo y manera como un ejército podía acceder a un determinado lugar, como hace Humboldt.
La presencia documentada de masones en Venezuela es en el año 1796, cuando llegaron a Venezuela varios prisioneros acusados de conspiración en contra de la corona. Los nombres de estos revolucionarios eran: Manuel Cortes Campomanes, Juan Mariano Picornel, Juan Manzanares, José Lax, Bernardo Garaza, Juan Pons Izquierdo, Joaquín Villalba, y Sebastián Andrés, quienes participaron en la «Rebelión de San Blas» y fueron enviados a Venezuela para purgar la pena. Los venezolanos Manuel Gual Curbelo5 y José María España Rodríguez los conocieron y se familiarizaron con sus ideas, para luego ser iniciados como masones. (Mora)
Acudían para la creación de una estructura que ya tenía asentados los primeros pilares, que no eran otros que las vecinas colonias francesas y las británicas del Caribe, donde al fin acabaría huyendo Picornell de cara a mejor organizar las estructuras.
Y, en efecto, a poco de su llegada a aquella isla expidió su gobernador, Sir Thomas Picton, la famosa proclama, excitando a los habitantes de Costa-firme a insurreccionarse, ofreciéndoles, en nombre de Su Majestad Británica, armas, municiones o fuerzas para asegurar su independencia. (O’Leary: 41)
En 1813 se produjo la reunión de la masonería bajo los auspicios de la corona británica, que fuerza la unión de antiguos y modernos en la Gran Logia Unida de Inglaterra cuando el príncipe de Gales, hasta entonces Gran Maestre de la Gran Logia de los modernos, fue designado regente. Es entonces cuando la masonería se convierte en la argamasa del imperio británico y lo que posibilita que los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica y la Gran Bretaña recuperen las relaciones rotas en la guerra de independencia norteamericana.
Auspiciados por Inglaterra, un ejército de masones inundó España6. La actuación de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero quiero destacar, como muestra del espíritu que embargaba, como mínimo a un buen número de ellos, la acción que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas, llevó a efecto; algo complementario a lo realizado también por Simón Bolívar, el máximo ídolo del separatismo americano. Carlos María Alvear escribió dos cartas:
Una al gobierno de Gran Bretaña y otra a su representante en Río de Janeiro, Lord Strangford. Esas cartas, llevadas por Manuel García a Río, reclamaban el envío de «tropas y un jefe» porque, decía el Director Supremo: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso». (Terragno: 186)
En este adelanto de actuaciones, es también destacable la acción de O’Donoju, último virrey español en México, quien a su llegada a destino reavivó la actuación de la masonería, a pesar de haber sobrevivido tan solo diez días a su llegada a México.
Pero no se presentó en su destino él solo sino con un grupo de correligionarios, encabezados por un médico de nombre Manuel Codorníu, que obtuvo su título en el Cuerpo de Voluntarios de Honor de la Universidad de Toledo de una forma similar a como los presidentes de gobierno en España obtienen sus doctorados.
Cuerpo en el que se aprobaban los cursos por decreto, sin necesidad de examinarse. Así, el 18 de noviembre de 1810 obtuvo en Cervera el grado de bachiller en Medicina, doctorándose poco después.7
Ellos serían los responsables de la activación del movimiento separatista, para lo que contaban con un medio de propaganda propiedad del propio Codorníu, el periódico El Sol, cuyos objetivos eran defender el Plan de Iguala y difundir los principios liberales establecidos en España.
Y, finalmente, un apunte sobre Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Independencia Mexicana. Sobre él dice Rogelio Aragón:
No fue sino hasta 1884 que un ilustre masón del Rito Nacional Mexicano, José María Mateos, haría la primera mención sobre la pertenencia de Hidalgo a la organización. En ese año se publicó la Historia de la Masonería en México, donde Mateos afirmó categóricamente que Hidalgo fue iniciado en la primera logia establecida en la Ciudad de México, en el año de 1806. (Aragón)
Ciertamente, esta afirmación no es ni puede ser definitiva para la adscripción a la secta, máxime cuando la mentira es un arma por cuya utilización aboga, pero que este caso sea cierto explica muchas cosas…
Por otra parte, hay determinados personajes que son admirados por su integridad, cuando, a lo que parece, carecían de la misma. Es el caso, por ejemplo, de José de San Martín, que es presentado como ferviente católico, cuando no se deduce eso de su actuación; como muestra, en una de sus cartas a su correligionario Tomás Guido, fechada en Mendoza el 6 de mayo de 1816, escribía sobre la instauración de la masonería en lenguaje críptico:
Mucho me alegro de que el Establecimiento de Matemáticas progrese; si este está bien establecido, las ventajas serán ciertas. (Sturla)
Por supuesto es solo una cita, pero hay más que corroboran la realidad de una persona que sirvió como buen vasallo a la corona británica, tanto en su desarrollo de las campañas militares contra España en América como en otros servicios prestados a la Pérfida Albión, entre los que destaca su meritoria actividad llevada a cabo en los Países Bajos hasta conseguir la separación de Bélgica. La Separación de Bélgica del reino de Holanda era un objetivo que interesaba a Inglaterra, y de ese asunto estaría encargado José de San Martín, que residía en Inglaterra desde 1824, y marchó a Bruselas donde permaneció hasta 1830, después de la independencia de Bélgica. Leopoldo, futuro Rey de Bélgica que con el tiempo desarrollaría un enorme genocidio en sus posesiones en África, seria proclamado Protector de la Masonería Nacional por los masones belgas, una de cuyas logias, la Parfaitè Amitié, acuñó en 1825 una medalla con la imagen de San Martín.
Por otra parte, y en relación directa, el Congreso de Tucumán, que declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fue urgido a instancias de José de San Martín, el cual se dirigía así por carta al diputado Godoy Ruiz:
¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo; si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la soberanía, es una usurpación al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito. (Congreso de Tucumán)
Finalmente, el congreso se reunió el 9 de Julio de 1816 y estuvo bajo la presidencia del masón Juan Fco. Narciso de Laprida; su secretario, Juan José Paso, era masón adscrito a la logia Independencia… Al respecto, señala el gran maestre Ángel Jorge Clavero:
Disuelto el Congreso y el Directorio, a comienzos de 1820, no hubo gobierno nacional hasta la elección de nuestro hermano Bernardino Rivadavia como Presidente de la República, el 7 de Febrero de 1826. Rivadavia fue iniciado masón en Europa, actuó en las logias Aurora y Estrella Sureña, propició la fundación de la Logia Valeper y realizó trabajos masónicos en Uruguay y Brasil. (Clavero)
Centrándonos en lo que nos ocupa, fue en Cádiz donde se fundaron las primeras sociedades secretas de influencia masónica con vistas a la independencia de América, y en ese movimiento se encontraba involucrado quien luego llevaría el título de libertador, José de San Martín, en relación directa con la logia Caballeros Racionales, cuya sede central era… Londres, lugar donde Francisco de Miranda era el gran maestre.
Como no podía ser de otro modo, por la sede londinense pasarían todos los personajes que, a la corta, tendrían papel de primer orden en el drama que se estaba tramando: San Martín, Bolívar, O`Higgings, Alvear, Zapiola…
Fue en Cádiz, así, donde el 6 de mayo de 1808, San Martín era nombrado maestro masón, nada menos que de manos del general Francisco María Solano, Marqués del Socorro, que a la sazón era el Capitán General de Andalucía, y Gobernador Civil y Militar de Cádiz, compaginando empleo como maestro masón.
En esa situación permanecería hasta 1811, cuando pediría la baja del ejército español para atender sus asuntos en América… pasando primero, como mandaban las circunstancias y Jaime Duff, conde de Fife, por Londres, donde le serían entregados los oportunos pasaportes y pasajes, y con el tiempo el título de ciudadano honorífico del Condado de Banff, al norte de Escocia, donde Duff tenía un marquesado.
Respecto a la relación de San Martín con la masonería, José Matías Zapiola (dado de baja de la Armada Española tras los hechos de Mayo de 1810), estando en Cádiz, se unió a la logia de esa ciudad y acompañó a San Martín desde ese momento hasta que juntos regresaron a Buenos Aires a bordo de la fragata inglesa George Canning. Escribiría a Mitre:
En Londres asistí a la Sociedad establecida en la casa de los Diputados de Venezuela [Grafton Street]. Allí fui ascendido al 5° [grado] como lo fue el General San Martín. Ésta estaba relacionada con la de Cádiz y otras. Yo he creído que el General Bolívar ha sido el fundador de la Sociedad, o ha tenido una parte en su fundación. En Londres conocí al Diputado de Caracas [López] Méndez y al Secretario Bello, a [...] Manuel Moreno y otros más. (Terragno: 176)
Una vez en América, según Felipe Santiago del Solar, San Martín fue recibido con recelo hasta que la masonería lo introdujo como convenía en todos los ambientes, hasta el extremo de que en 1816, Carlos de Alvear le cedió, junto a Juan Martín de Pueyredon, el mando de la logia Lautaro.
Sergio Rodríguez Lascano señala la evolución hasta la creación de la logia Lautaro.
La Logia Lautaro se creó primero con el nombre de Logia de los Caballeros Racionales, en la ciudad de Londres, en 1797. Posteriormente se convirtió en la Logia Lautaro, tomando el nombre del gran luchador mapuche que, en el siglo XVI, organizó un levantamiento en contra de la dominación española. La ideología de dicha Logia expresaba la dinámica hacia el surgimiento de una nueva hegemonía, basada en una protoburguesía criolla, en América del Sur. (Rodríguez)
Podemos encontrar autores que sitúan la creación de la logia Lautaro en Cádiz; otros la sitúan en Londres. Procuremos que los árboles no nos impidan ver el bosque y orillemos lo marginal. San Martín, tomó parte en varias logias cuyo fin era conspirar contra España. Primero en la Península, y luego en América.
Estas logias fueron:
1. La Sociedad de Caballeros Racionales formada en CÁDIZ a principios del siglo XIX.
2. La Sociedad de Caballeros Racionales trasladada a LONDRES en 1810.
3. La Logia LAUTARO de BUENOS AIRES creada en 1812.
4. La Logia del EJÉRCITO DE LOS ANDES, o SEGUNDA LAUTARO, formada en MENDOZA en 1816, y
5. La Logia LAUTARINA de CHILE, creada para apoyar el gobierno de O´HIGGINS en 1818. (Luqui)
Todas estas circunstancias, sin embargo, son obviadas por muchos patriotas, luchadores por la reconstrucción de la Hispanidad que se obstinan en ver en San Martín un héroe. Pero, al respecto, el nombre de San Martín permanece en las referencias masónicas de forma reiterada, incluso después de su muerte y por circunstancias que, al fin, le resultan ajenas.
Zapiola, que fue secretario de la Logia Lautaro, aparecería años más tarde en distintos registros masónicos. La Gran Logia Central lo reconoció en 1860 como uno de los «fundadores de la Masonería en tierras de América»; y, a su muerte, en 1874, el Gran Maestre Nicanor Albarellos dictó un decreto de honores por «el Ilustre Hermano que nos dio la libertad junto al Gran Iniciado General San Martín». (Terragno: 177)
La masonería estaba enquistada en los órganos de poder y en las élites separatistas. También es cierto que, en el mundo británico, la misma masonería copaba esos mismos puestos; entonces, ¿qué diferencia hay entre una y otra? Parece evidente que la masonería ideológica estuvo siempre al servicio de la Corona británica desde la entronización de Jorge I en 1714. Por el contrario, los servicios prestados a España fueron destinados, exclusivamente, a combatir el espíritu de su obra universal.
Así, entre otros asuntos de mayor y de menor envergadura, controlarían el ejército que luchaba contra la invasión francesa y colocarían hombres de su confianza que alcanzarían prestigio en la defensa de Cádiz, siendo que ellos fueron quienes organizaron la revolución militar de Riego en 1820, cuyo desarrollo, como señalamos en otro lugar, tuvo un único beneficiario: Inglaterra.
Por otra parte, la actuación de sus miembros, en ocasiones, parece estar dirigida por un espíritu distinto a los objetivos marcados por la misma sociedad; por ejemplo, con motivo de la ayuda española a la independencia de las Trece Colonias inglesas, al parecer, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde Aranda, presentó al Rey una Memoria secreta, en la que señalaba que la independencia reconocida a las colonias inglesas le causaba temor por el ejemplo que podía significar para la España americana; pero sobre esta supuesta memoria, de la que no existe copia alguna que pueda verificar su autenticidad, caso de existir, si acaso es cierta la llamada de atención, ¿cuáles son las conclusiones que podemos sacar sobre este tipo de actuaciones?
Personalmente entiendo que nada más que otro servicio a Inglaterra, porque la rebelión de las Trece Colonias no produjo el menor movimiento en la España americana, siendo que la información de los acontecimientos era seguida ávidamente por la población a través de los periódicos como La Gaceta de Madrid o El Mercurio que en ese momento circulaban con profusión por toda América.
En cuanto a la identificación como miembro de la masonería, cuando no lo hace explícitamente el interesado, es complicado; para ello nos tendremos que remitir a la similitud de su actuación con la llevada a cabo por quienes sí son conocidos como masones. Algo similar sucede con las logias.
Por ese mismo motivo, en el tema que nos ocupa encontramos autores que afirman ‒hasta con fe ciega‒ que, por ejemplo, José de San Martín, no fue masón, mientras que otros autores dan datos corroborables de que sí lo era; otros afirman que, si bien es cierto que formó parte de la logia Lautaro, esta era una logia ‒sí‒ secreta ‒también‒ pero no masónica. Y lo mismo pasa con relación a otras logias que, como la de O’Higgins, se marcaban objetivos políticos; lo que, según criterio de otros autores, no entra en la filosofía de la masonería… Todo ello a mí me lleva a la conclusión de que no es sino una voluntad manifiesta de enmarañar la cuestión al objeto de que la verdad estricta solo sea conocida por los iniciados. Por lo que las conclusiones, necesariamente, resultarán de la comparación de todos los argumentos con las actuaciones reales, en las que deberá tenerse en cuenta la presencia efectiva de masones reconocidos en los puestos de control de las logias en disputa; y, a lo que parece, masones reconocidos había en la logia Lautaro, en la logia de los Caballeros Racionales, en la de la Gran Reunión Americana, en la número 7, en la logia San José, en la Beneficencia de Josefina, en la Ley Natural, en El Arcano Sublime de la Filantropía, en la Madre Hispanoamericana, en la Caballeros Racionales, y en la Unión Americana, por ejemplo.
De acuerdo con Mitre, a principios del siglo 19 la Sociedad de Lautaro, o de los Caballeros Racionales, tenía ramificaciones por toda España y estaba afiliada a la Gran Reunión Americana, establecida en Londres por Miranda. En Cádiz solamente –precisa Mitre– la sociedad tenía, en 1808, más de 40 miembros, incluyendo algunos notables españoles. Los del primer grado juraban trabajar por la independencia de Hispanoamérica; los de segundo grado se obligaban a no reconocer en Hispanoamérica otro gobierno que aquel establecido por la voluntad libre y espontánea de los pueblos, de acuerdo con los principios republicanos. Mitre nos asegura que San Martín fue miembro de esa sociedad. (Terragno: 175)
Del mismo modo que hay autores que niegan la pertenencia de San Martín a la masonería, hay autores que directamente niegan la intervención de la masonería en el separatismo americano; uno de ellos es José Antonio Ferrer Benimeli, cuya adscripción a la masonería, sorprendentemente, también está en el alero:
Curiosamente ‒al igual que ocurrió en la España de las Cortes de Cádiz‒ en la América insurgente, aunque no hubo masonería, sí existió una gran antimasonería que, aprovechando la libertad de prensa decretada en Cádiz, fue creando un fuerte y persistente imaginario popular antimasónico, que marcó no solo la historiografía decimonónica de las masonerías latinoamericanas, sino también la de los próceres de la independencia. (Ferrer)
También, y así como hay autores que niegan la pertenencia a la masonería de la logia Lautaro, hay otros, como León Zeldis Mandel, que dan pruebas y argumentos relativos a la no filiación masónica de esta logia en lo que respecta a la creada por O’Higgins. Lo que, sin embargo, queda manifiesto en lo que parece una maniobra voluntaria por crear confusionismo al respecto, es que, siendo o no masónica la logia Lautaro, sin embargo siempre estuvo controlada por masones.
A la hora de proseguir en la confusión, y a mí me parece que con el objetivo de seguir desviando el asunto de la cuestión, hay autores que pretenden distinguir entre lo que denominan logias formales y lo que denominan logias operativas.
Son las primeras las que esos autores, generalmente ligados a la masonería, reconocen como logias masónicas, afirmando que se desentienden de acciones sociopolíticas concretas, y por ese motivo definen como asociaciones filosóficas, filantrópicas y progresistas; mientras que las logias operativas tienen marcados objetivos políticos que las definen más como pre-partidos políticos. Pero también nos encontramos con autores, masones y no masones, que afirman lo contrario. Por todo ello habrá que remitirse a la máxima cristiana: por sus hechos los conoceréis.
Entre todo este embrollo ‒muy masónico, por cierto‒ lo que parece incontrastable es que la logia de los Caballeros Racionales de Cádiz era filial de la logia de la Gran Reunión Americana, que había fundado en Londres Francisco de Miranda, y es a aquella a la que se adscribe San Martín el año 1811, y donde traba relación con Zapiola, con Aldao, con Blanco Encalada, con el conde de Puñonrostro, que era amigo de Miranda, con el chileno José Miguel Carrera, con los miembros del clero Servando Mier y Ramón Anchoris…
Como queda más arriba señalado, también hay oscuridad en cuanto a la evolución de las logias; así, otras versiones, como la de Jorge Núñez Sánchez, aseveran que tras la disolución de la logia Caballeros Racionales:
San Martín fundó la logia «Lautaro», que avanzó con su ejército y que, a su vez, fundó nuevas logias de igual nombre en las ciudades de su paso: Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Santiago. Más tarde, la logia «Lautaro», avanzó a Lima junto con San Martín y el Ejército Libertador del Perú, y desde ahí coadyuvó a la independencia del actual Ecuador. (Núñez, Fuerzas)
Pero, recurriendo a Bartolomé Mitre, quien, además de presidente de la República Argentina e historiador, era miembro de la masonería argentina, observamos que menciona en su obra a esta logia americana:
Francisco Miranda tuvo la primera visión de los grandes destinos de la América republicana. Fundó en Londres a fines del siglo XVIII la primera asociación política a que se afiliaron todos ellos, con el objeto de preparar la empresa de la emancipación sobre la base del dogma republicano con la denominación de «Gran Reunión Americana». En ella fueron iniciados en los misterios de la libertad futura, O´Higgins, de Chile; Nariño, de Nueva Granada; Montufar y Rocafuerte, de Quito; Caro, de Cuba y representante de los patriotas del Perú; Alvear, argentino, y otros que debían ilustrarse más tarde confesando su credo y muriendo por él. Ante ella prestaron juramento de hacer triunfar la causa de la emancipación de la América Meridional, los dos grandes libertadores, Bolívar y San Martín. Esta asociación iniciadora de la revolución de Sud América fue el tipo de las sociedades secretas del mismo género, que trasplantadas al terreno de la acción, imprimieron su sello a los caracteres de los que después fueron llamados a dirigirla y decidir sus destinos. (Sturla)
Como vemos, no cita que fuese de carácter masónico… si bien sobre la logia Lautaro sabemos que fue fundada en Buenos Aires a mediados de 1812, reclutando miembros en el seno de los partidos políticos. La asociación tenía varios grados de iniciación y la parafernalia propia de esta secta. Primero los neófitos eran iniciados conforme a los rituales propios de la masonería, y los grados siguientes estaban en función del potencial político que tenía el postulante, y todo controlado por una logia desconocida para los interesados, que vigilaba el cumplimiento de los objetivos, los cuales no eran otros que la consecución de la independencia de América y su sumisión a los intereses de Inglaterra.
Puede que queden pocas o muchas dudas. Pero, si sobre la logia Lautaro no existen muchas dudas de su adscripción masónica, pocas hay de la adscripción de los jefes separatistas.
Miranda habíase afiliado en Estados Unidos, trabando allí amistad con Washington, Franklin, Adams, Hamilton y Lafayette, masones todo. El vínculo con la Orden le había franqueado en Europa amistad con hombres de la Revolución francesa y, en Inglaterra, con Pitt, Pophan, Cochrane y Lord Macduff, luego Conde de Fife, masones todos. Fue el mismo Miranda quien introdujo a Bolívar en la masonería; el 27 de Diciembre de 1805 en una rama Francesa de la Logia Escocesa S. T. Andrew. (Revisionistas)
Historiadores aventureros británicos (Daniel O’Leary) confirman que:
Mr. Pitt le consultó en más de una ocasión cuando pensó invadir la América española y le confío una misión de grande importancia. (O’Leary: 141)
En cuanto a Simón Bolívar, Isidoro Medina Patiño señala que ingresó:
En la logia masónica francesa San Alejandro de Escocia, el 27 de diciembre de 1805, en donde comenzó como Aprendiz; a las dos semanas pasó al grado de Compañero, cuando se requería por el Reglamento un mínimo de 5 meses (o 5 tenidas) en el grado de Aprendiz. Para llegar al grado de Maestro se exigía haber permanecido 7 meses en el grado de Compañero, a la cual escaló a principios de enero de 1806, y ya para este último año figuraba como Maestro, o sea, en el tercero de los grados simbólicos de la masonería. (Medina: 104)
Si bien, a lo que parece, acabó apartándose de la secta movido por la mala prensa que le reportaba frente a quienes quería liberar.
Miembro del Segundo Triunvirato de las Provincias Unidas fue el masón Gervasio Antonio de Posadas, tío de Carlos María de Alvear, quién al finalizar el año 1813 y con la mediación de la logia Lautaro acabó haciéndose con el poder absoluto y nombró a San Martín gobernador de Cuyo.
Por otra parte, en octubre de 1809 se funda, en el local de la Inquisición de Madrid, una logia para todas las Españas. El mismo año se establece la masonería escocesa con el título de La estrella. Todas se dispersarían en 1813, hasta que el 2 de Agosto de 1820 recobró su actividad el Gran Oriente español.
Pero, como hemos visto, parece que no es ese el momento de la creación de la masonería en la España americana, sino que se remonta a 1763. Siempre en el terreno de la elucubración, para su instauración en España, el masón grado 33 Ernesto Ahumada Trujillo, señala:
Algunos investigadores masónicos se remontan al año de 1770, otros a 1774, cuando para esa época, se ha escrito, que existió una Logia integrada por Masones Europeos, especialmente franceses e ingleses, y considerada como una Logia Provincial de Ocasión, congregada anteriormente en Cartagena de la Mar Española, bajo Dispensa, y denominada Logia Británica [BRITANIC N° 1]; se dice que funcionó desde 1770 hasta 1815 en esa forma, al parecer liderada por el Masón Inglés, Wellword Hyslop, residente en Jamaica. (Ahumada)
Y es justamente Jamaica la avanzadilla inglesa que jugará un papel de suma importancia en la proyección de la lucha separatista. El masón grado 33 José Stevenson Collante señala que
La isla de Jamaica, dependiente del gobierno inglés, era no solo un centro de abastecimiento comercial sino una importante sede Masónica británica en donde se respiraban los principios libertarios contra España y su tiranía. Con gran facilidad los criollos americanos ingresaban a las Logias de esa Isla al igual que muchos frailes dominicanos que salieran huyendo de Santa fe de Bogotá al tener conocimiento de la victoria en el Puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819. Algunos de estos frailes regresaron con ideas republicanas modernizantes y, lo más curioso, investidos con el título de masones. (Stevenson)
Lo que parece que no tiene discusión es que la actividad de los masones originarios de Hispanoamérica venía desarrollándose desde finales del siglo XVIII en Londres.
Al respecto, Jorge Núñez Sánchez señala:
En 1792, tras volver a su país natal, Espejo y Montúfar se abocaron a la tarea de constituir efectivamente la «Escuela de la Concordia», concebida como una sociedad secreta, destinada al cultivo del pensamiento libre y la fraternidad masónica. Contaron para ello con la colaboración de otros dos masones quiteños, iniciados en el Oriente de Francia: Miguel de Gijón y León, Conde de Casa Gijón, y su sobrino Joaquín Sánchez de Orellana, Marqués de Villa Orellana. (Núñez: Masonería)
El mismo autor señala que Nariño, junto al francés Luis de Rieux fundaría la llamada El Arcano Sublime de la Filantropía, donde se iniciaron los masones quiteños Juan Pío Montúfar y Eugenio Espejo, y se constituyó en los años ochenta, con la ayuda de ciertos notables hombres de ciencia españoles enviados a Santa Fe de Bogotá, quienes secretamente pertenecían a la Masonería. Uno de ellos fue el mineralogista Juan José D’Elhúyar, y otro el sabio naturalista José Celestino Mutis, quien había fundado toda una escuela de pensamiento científico en la Nueva Granada.
A los tres años, en 1795, Francisco de Miranda creó en Paría la Logia Madre Hispanoamericana, cuyos miembros asumieron el papel de diputados representantes de sus países y firmaron el 22 de diciembre de 1797 un pacto de 18 puntos, como acta constitutiva de una agrupación externa o pública denominada Junta de diputados de villas y provincias de la América Meridional, de la cual fueron nombrados directores principales Francisco de Miranda y Pablo de Olavide.
La actividad no cesaba; así, ante las expectativas creadas por Inglaterra, donde encontrarían el apoyo más completo al encontrarse en la «Roma» de la masonería, en 1798 la Logia Madre Hispanoamericana se trasladó a Londres y se constituyó como Gran Logia Hispanoamericana, quedando integrada por tres logias operativas: Lautaro, nº 1; Caballeros Racionales, nº 2; y Unión Americana, nº 3. Más tarde se les sumó la logia Caballeros Racionales, nº 4, que, según el testimonio del general peruano Rivadeneira, habría sido fundada originalmente en Madrid por Pablo de Olavide, trasladándose luego a Cádiz. (Núñez; Fuerzas)
Jorge Núñez Sánchez sigue señalando que:
Juan Pío Montúfar organizó en Quito, hacia los últimos años de aquel siglo, una logia masónica nombrada «Ley Natural», que tenía igualmente fines patrióticos. Sería precisamente esa logia el núcleo espiritual en el que se gestaría el llamado «Primer grito de la Independencia Americana», en 1809, a consecuencia del cual se constituyó la Junta Soberana de Quito, presidida por el marqués de Selva Alegre, que era, a la vez, Venerable Maestro de la logia «Ley Natural». La junta estaba integrada por otros destacados miembros de esa logia; entre ellos, Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga, José Javier Ascásubi, José Fernández Salvador y Víctor Félix de San Miguel. (Núñez: Fuerzas)
En México, en 1811, señala Regina Zamorano, la logia Los Guadalupes empezó a operar en la capital. En ese mismo año apoyaron a la Suprema Junta Nacional Americana, creada en agosto por López Rayón, colaborador cercano del cura Hidalgo y quien sería figura clave del grupo. La Junta buscaba dotar de una organización política, militar y legal al movimiento insurgente, para lo cual era indispensable establecer una red de información que facilitara la comunicación con los líderes rebeldes. Esa función la cubrirían los guadalupes.
Los guadalupes, como no podía ser menos en la situación que estamos tratando, actuaban informados de todas las medidas tomadas desde el Virreinato para combatir a los insurgentes, merced a que sus miembros formaban parte de la alta administración.
Por su parte, ya en 1825, Joel Poinsett, el primer embajador de los Estados Unidos en México, y conocido genocida de los indios residentes en las antiguas posesiones españolas del Misisipi, escribió una carta guardada en el archivo nacional de Washington en la que relata:
Con el objeto de contrarrestar en la Ciudad de México al partido fanático, y si es posible de alentar la difusión de los principios liberales entre quienes gobiernan, ayudé e impulsé a un número de gente respetable, hombres de alta posición, a que formarán una Gran Logia masónica del rito de York… (Frahm: 15)
Poinsett, según Sara A Frahm, fue apoyado por lo más granado de la aristocracia separatista: Ignacio Esteva, ministro de Hacienda; Miguel Ramos Arizpe, deán de la catedral de Puebla, y José Antonio Mejía. El presidente don Guadalupe Victoria también estaba involucrado. Después de que se establecieron cinco logias, se consultó a Poinsett para que proporcionara la autoridad necesaria de la Gran Logia de Nueva York.
Volviendo al año 1808, en la Península, Jorge Núñez Sánchez nos señala:
La participación de españoles ‒la mayoría de ellos «afrancesados»‒ se inició, de una manera definitiva, con la creación de siete logias madrileñas, ‒entre las que sobresalieron las logias «San José» y la «Beneficencia de Josefina»‒ y dos logias manchegas, en Almagro y Manzanares, impulsadas por Murat y José I. Estas logias fueron el primer núcleo organizado de la Masonería, y constituyeron la Gran Logia Nacional de España. (Morales)
Y ya en pleno desarrollo de las guerras separatistas:
En Lima, los Lautaríanos contaron con Riva Agüero, Francisco de Paula Quirós y Fernández López Aldana, entre ellos se encontraba una mujer, Brígida Silva…/… rápidamente tomarán sus miembros el mando de casi todas las tropas con Belgrano, Rondeau, Balcarce, Pueyrredón, Alvear, San Martín, Posadas, entre otros. (Revisionistas)
La masonería, así, había creado el caldo de cultivo de la Revolución Francesa y tenía ya actuando a sus agentes para la consecución de su objetivo principal: el dominio del Imperio Español. Así, del mismo modo que nadie puede decir que los ejércitos británicos, como tales, participaron en el expolio, nadie puede decir que la masonería británica fue la responsable del mismo. Y es que debemos convenir que la independencia hispanoamericana estuvo promovida y organizada por Inglaterra a través de los masones criollos, a quienes habían adiestrado convenientemente en la misma Inglaterra, justo en unos momentos que, dato curioso para la historia, España e Inglaterra estaban aliadas en su lucha contra Napoleón.
Por eso, en América, Inglaterra utilizará su brazo secreto, la masonería, y con ella abriría el camino para el expolio del continente.
Centrándonos en uno de los personajes, queda, no obstante, una última duda sobre la voluntad que al final de su vida primaba en el alma de Simón Bolívar.
En carta que el Libertador le dirige al General Santander el 21 de octubre de 1825, llegó a tildar a todos los que formaban parte de la misma (la masonería), como «malditos» y «charlatanes». Posteriormente, el 8 de noviembre de 1828, el Libertador emitió un decreto prohibiendo su funcionamiento en Colombia, alegando que las sociedades secretas servían solamente para preparar los trastornos públicos, turbando la tranquilidad y el orden establecido; que, ocultando ellas todas sus operaciones con el velo del misterio, hacen presumir fundadamente que no son buenas, ni útiles a la sociedad. Este decreto fue promulgado 1 mes y 13 días después del atentado en Bogotá contra Bolívar, en la noche del 25 de septiembre de 1828, y luego de haberse publicado, en el órgano de la logia de esa ciudad, una nota que decía: «Puede ser que Obando haga con Sucre lo que nosotros no pudimos hacer con Bolívar». Efectivamente, Sucre fue asesinado a los 20 meses y nueve días después (4 de junio de 1830) del atentado contra Bolívar, en Berruecos, a 13 leguas al Norte de Pasto (Colombia), bajo la responsabilidad de personas que pertenecían a la francmasonería. (Medina: 105)
Parece que la masonería no admite la menor disidencia…
Si fue por guardar las apariencias, o por sentimiento verdadero, no lo sabremos nunca; pero llama la atención el texto de la carta remitida por Bolívar al General Santander, suscrita en Potosí el 21 de octubre de 1825, en la que dice:
Malditos sean los masones y los tales filósofos charlatanes. Estos han de reunir los dos bellos partidos de cuervos blancos, con cuervos negros: al primero por quererlo humillar, y al segundo por quererlo ensalzar. (Medina: 108)
Conforme con Armando Aristizabal debemos concluir que
Tenemos ya una idea clara de la formidable participación del movimiento europeo masónico, especialmente el inglés, en el proceso emancipador de América; y la última cita constituye la partida para sospechar que la muerte de Antonio José de Sucre habría sido planificada en el misterioso silencio de una poderosa logia, a partir de «dividir y fraccionar territorios emancipados para poderlos dominar mejor». Sucre estaría en la mira del movimiento masónico por su irreductible empeño de mantener la unidad grancolombiana. El pensamiento de Bolívar, en la materia, era el pensamiento de Sucre. Si fatalmente Páez cercenó Venezuela, Sucre venía convencido, y lo habría logrado, de mantener la unidad entre Colombia y Ecuador, aspecto reñido con los propósitos ingleses, y secundados por sus logias, de crear repúblicas minúsculas para campear a su antojo. Fue en este ambiente esotérico, producto del hermetismo en el que actúan logias masónicas, que se desarrolló el proceso de conclusión colonial; dese por cierto, también, que en este contexto se realizaría la célebre entrevista de Guayaquil, entre dos hermanos, Bolívar y San Martín. (Aristizábal)
España e Inglaterra han escrito una historia secular de enfrentamientos militares donde ha estado en cuestión el humanismo cristiano y español frente al materialismo británico y protestante, y sumida como estaba España en su última agonía como Patria Común pluricontinental, parece evidente que los principios del siglo XIX eran los idóneos para llevar a efecto el proyecto Pitt de un siglo atrás.
El objetivo de Inglaterra y de las logias masónicas en América, en la Península y en Filipinas era y es desmontar España, dividir territorios y volver a dividirlos para poder dominarlos mejor.
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EL MOVIMIENTO JUNTERO EN AMÉRICA
El historiador y sociólogo argentino Enrique de Gandía señala:
La guerra en la Nueva España no fue ningún movimiento de tipo nacional, sino una verdadera guerra civil, culminada en el hecho representativo de que un criollo sea el que abandone México con la bandera rojo y gualda, y tres españoles los que hagan su entrada triunfal en la ciudad, portadores de la bandera tricolor. (Corsi)
Y ese aserto no es exclusivo para México; solo a modo de ejemplo, señalar que el último virrey de Perú fue el criollo Pío Tristán.
¿Qué instituciones gobernaban la España americana?
A lo largo del período que va desde la conquista hasta la separación, en las Indias se adaptaron las instituciones de gobierno de Castilla, con lo que se las integraba en el derecho que sirvió de base para organizar el gobierno. La figura que gobernaba sobre todas las instituciones era la del virrey, quien no tenía poder omnímodo sobre los territorios que gobernaba, sino que estaba controlado por las Audiencias, las cuales vigilaban que no se excediese en sus atribuciones y tenían capacidad de exponer los conflictos ante el Rey.
Los virreyes y los cargos de la administración, según ordenaban las Leyes de Indias, no podían tener negocios o propiedades en su jurisdicción, y no podían llevar con ellos a sus familiares (Ley 74 Título III. Libro III). Debían velar por el bien, aumento y conservación de los indios y, al finalizar su mandato, que no solía ser muy dilatado, tanto el virrey como los gobernadores, los corregidores y funcionarios de alta graduación, debían presentar una memoria dando cuenta de su actuación (Ley 5-6-14-15-24 Título XV. Libro V)
Por otra parte, el Virrey era sometido a lo que era conocido como Juicio de residencia, que se aplicaba a todos los Virreyes, Presidentes de Audiencia, alcaldes y alguaciles. Al concluir su mandato eran juzgados por su actuación en sus funciones de gobierno, tratando, de esta manera, de minimizar y evitar posibles abusos y corruptelas en el uso de su poder. El juicio de residencia a los Virreyes garantizaba la no prescripción de los posibles delitos.
La figura del Virrey y de los altos cargos administrativos ‒que, en cumplimiento de normas desarrolladas por los Reyes Católicos, salvo en ocasiones muy excepcionales siempre recaía en personas que no tuviesen intereses en los territorios administrados, fuesen peninsulares o de ultramar‒ fue completada con la creación del intendente, el cual, al objeto de modernizar la administración, se implantó con la administración borbónica en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo la primera instituida en la Habana el año 1764. Con su instauración se produciría la merma de importancia del Consejo de Indias.
De esta forma, aunque a la cabeza del Estado americano seguía estando el Virrey, como representante máximo del Monarca y nombrado directamente por él, estaba sujeto a dependencia del Secretario de Indias, al igual que los Intendentes. (Núñez)
Por su parte, el cabildo era un instrumento de representación donde se desarrollaba la vida política de los criollos y de los indígenas. Si los altos cargos estaban reservados a personal no natural del reino, que no podían ejercer plenamente sus derechos civiles y que desarrollaban los mismos por períodos pequeños, el cabildo era el órgano de expresión de los municipios, donde coincidía lo más variopinto de la sociedad, salvedad hecha del clero y de las profesiones de menor relumbre, debiendo resaltarse la importancia de los cabildos indígenas.
El Cabildo era el gobierno de la ciudad y estaba compuesto por el Regimiento y la Justicia. El Regimiento, estaba conformado por un equipo de regidores cuyo número variaba de acuerdo a las dimensiones de la ciudad, variando su número entre seis y doce miembros que tenían a su cargo la administración de la ciudad.
El pueblo se articula bajo la forma de una comunidad política o república. Es decir, según un símil familiar a los autores de la época, constituye un cuerpo organizado, compuesto por miembros diversos entre sí —mayores, medianos y menores—, así como por toda una gama de agrupaciones con vida propia que va desde la familia hasta la ciudad, pasando por gremios, corporaciones y demás. El pueblo, así conformado, tiene su propio modo de actuar políticamente, de ordinario a través de quienes, por su posición, talento o distinción, integran la sanior pars, la parte más connotada de la comunidad. El núcleo inicial de ella nace en toda América con la ciudad, a partir de su fundación. (Bravo)
El Cabildo saliente elige al entrante. Pero, tras el Tratado de Utrecht de 1713, la estructura del cabildo sufrirá un importante cambio. Los estantes (criollos no propietarios, profesiones liberales) han sido igualados en sus obligaciones militares a los propietarios, y ello les abre las puertas para formar parte del cabildo. Mas esto acabó ocasionando conflictos.
A poco la igualdad se trueca en otra desigualdad. El dinero está en manos de los comerciantes, y con él detentan las varas del regimiento. La sola condición para ocupar un escaño en el Cabildo es la de tener «posibles» y pujar más alto que otros en Potosí. Se adelantan los nuevos dueños del dinero, mientras quedan rezagados los hijos de los vecinos feudatarios en sus parcelas cada vez más divididas por las testamentarías. (Rosa: 32-33)
Esta realidad nos muestra que la medida de no admitir a los naturales de los reinos para el desarrollo de las altas funciones del estado había sido una sabia decisión.
A partir de este momento, los estantes serán los únicos que nutran los cargos de alcalde y aquellos que conllevaban algún tipo de beneficio, teniendo además la potestad de adjudicar las mercedes; con lo que se dio paso a una oligarquía que se blindaba en sus actividades ilegales, de entre las que destaca el contrabando, y finalmente tendrían especial importancia en el desarrollo del movimiento separatista.
Como se ve por lo expuesto, existía un entramado de control de arriba abajo, pero también de abajo arriba de la administración. Los altos administradores también estaban sujetos a unas normas no escritas y no actuaban a su arbitrio, sino que se veían forzados a adecuar las instrucciones recibidas de los diversos estamentos de la Corona con las peticiones-exigencias de los cabildos.
Por lo demás, la vida, a juzgar por las crónicas, era relativamente plácida, con los inconvenientes (y con las revueltas) que, como en toda sociedad humana, se producían, alguna de las cuales es tratada en otros capítulos. Pero, ¿qué evolución política sufrió el pueblo hispanoamericano? Forzosamente la misma que sufrió el resto del pueblo español al otro lado del océano.
En las postrimerías del siglo XVIII se estaba implantando la idea ilustrada del concepto de nación, de soberanía popular cuya voluntad podía modificar las estructuras, que estaban a su servicio.
Ese principio liberal acabaría calando hondo a base de la constante propaganda llevada a cabo por la Ilustración. Finalmente, los acontecimientos se aceleraron y con la abdicación forzada, primero, de Carlos IV y, seguidamente, de Fernando VII, acabarían rompiendo los vínculos tradicionales existentes con la Corona, forzados por la situación y al amparo de los fueros que históricamente escudaban a todos los súbditos.
La crisis procedía de la Guerra de Sucesión, cuyos vencedores eran portadores de unos principios ajenos a la tradición española. No es que el pretendiente austracista tuviese otros principios mejores, si no tal vez peores. El problema es que en ese momento, como ya sucedería en España en adelante, la elección no se efectuaba entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo peor.
En esa situación, la crisis social, política y económica se agudizó con la derrota de Trafalgar en 1805, que no fue el fin, sino tan solo el principio del fin, como se vería tan solo tres años más tarde, cuando en 1808 sucedió algo inaudito, no ya por el enfrentamiento insano entre padre e hijo, Carlos IV y el futuro Fernando VII, que terminó sin solución, sino porque si en 1700 malo era un pretendiente y peor otro, en 1808 malo era un rey y peor otro.
Las abdicaciones humillantes que ambos protagonizaron en Bayona frente a Napoleón produjeron un cambio de dinastía borbónica por otra napoleónica en la cabeza de José Napoleón, quien, conocido como Pepe Botella, parece ser que era abstemio.
Este cambio de dinastía fue aceptado, aplaudido y promovido por algunas autoridades de cuya condición patriótica hablaremos en otro lugar, al tiempo que en el pueblo concitó un fuerte rechazo a ambos lados del Atlántico que motivó, en la Península, graves levantamientos populares que acabaron produciendo la conocida como Guerra de la Independencia y cuyo calificativo más acertado parece ser Guerra franco británica para la dominación de España.
Pero en un primer momento, si bien Inglaterra estaba en guerra con Francia, no libraba batallas en España, con quién también estaba enfrentada.
La Península estaba en manos de los franceses, no solo militarmente, sino también políticamente como consecuencia de la dejación y venta que tanto Carlos IV como Fernando VII habían perpetrado en Bayona. Toda España, incluidos América y Pacífico, estaba en manos francesas... Nominalmente.
Sin embargo, lo mismo en la Península que en América, se formaron Juntas con distinto origen y objetivo, bajo una trilogía de motivaciones: por Dios, por la Patria y el Rey.
En la Península, estas Juntas crearon una Junta Central, mientras en América hacían lo propio, siendo que siguieron vigentes las estructuras de gobierno preexistentes, que reconocieron a la Junta Central como órgano de gobierno, la cual convocó Cortes en Cádiz.
La nueva administración francesa envió a los Virreinatos cartas intimando a aceptar la nueva monarquía de José I Napoleón.
Estas nuevas corrieron como la pólvora y provocaron que en todas las Españas se repudiara la nueva situación, empezando por Santa Fe, donde se impidió enviar representación del Virreinato a Bayona.
Ciertamente los acontecimientos se aceleraron, y lo hicieron muy especialmente a partir de la Constitución de Cádiz.
Por su parte, los párrocos atizaban el espíritu nacional desde los púlpitos, condenando a la nueva monarquía bonapartista y a los afrancesados como contrarios al espíritu tradicional y católico de España; y, temerosos de una intervención militar francesa, organizaron juntas en defensa de los derechos de Fernando VII.
Es importante señalar que lo que se nos ha presentado como el inicio de la independencia no fueron más que actos de apoyo a Fernando VII y en contra de las autoridades francesas impuestas verticalmente por el nuevo Rey José I, por lo que se llega a detener a los nuevos funcionarios y a proclamar la fidelidad a la Corona en el mayor acto patriótico de adhesión de la historia. En cambio, eso se presenta hoy como el inicio de la revuelta independentista.
Los acontecimientos eran seguidos muy de cerca por los británicos; así, el capitán Beaver pasó un informe a su gobierno en el que se expresaba en los siguientes términos:
Durante las veintitrés horas que estuve en esta ciudad (Caracas), no fuí indiferente espectador, ni observador descuidado del movimiento general en los ánimos y opiniones de los habitantes, y hasta donde en tan breve estancia puede formarse un juicio, me atrevo á asegurar que esta población es en extremo fiel y apasionadamente adicta á la rama española de la casa de Borbón, y que mientras haya una probabilidad de la vuelta de Fernando VII á Madrid permanecerá fiel al actual Gobierno. Pero si esto no sucede pronto, me atrevo, con igual seguridad, á decir que estos habitantes se declararán independientes, y en el uno ó en el otro caso, pero especialmente en el último, volverán la vista á Inglaterra como único medio de asegurar su libertad y de dar ensanche á su comercio. (O’leari: 54)
Del mismo modo que en la Península, y dada su condición de reinos entroncados en la unidad de la Monarquía, la soberanía usurpada en América recayó en el pueblo, y esa situación daría lugar a todo lo que aconteció después, pero no como consecuencia lógica, sino por la intervención de agentes servidores de intereses ajenos y contrarios a España.
Existía un problema de difícil solución. Por una parte, la administración nacional estaba en poder de los invasores franceses; pero, por otra, rebelarse contra la administración central corría el evidente peligro de una deriva separatista. No obstante, las declaraciones iniciales de los movimientos juntistas dejaban muy clara su postura al respecto. Así, el Ayuntamiento de Caracas ratificó su posición el 27 de julio de 1808.
Firme e invariable concepto de no reconocer otra soberanía que la del señor don Fernando VII, decretando no introducir novedad alguna en el gobierno hasta tanto que las posteriores noticias del estado de la Península brinden motivo a otra determinación. (Actas: 46)
Ese mismo día se constituía junta en Caracas, partiendo del principio del reconocimiento universal de los caraqueños al rey cautivo y a sus sucesores; proyecto que fue paralizado por el capitán general, Juan de Casas. El proyecto sería retomado sin su concurso en noviembre del mismo año, cuando fueron arrestados sus precursores.
Puede señalarse este momento como el punto de salida que los agentes británicos, a través de las logias masónicas, dieron al movimiento separatista, que conoció una clara deriva, con una primera etapa que duraría hasta 1814 en la que las Juntas toman claramente la iniciativa como continuadoras de la legalidad. A partir de este momento, y hasta la consecución de sus objetivos separatistas en 1824, se instaura la guerra abierta. Entre ellas destacan los levantamientos de Hidalgo y Morelos, en México, que obtuvieron un éxito arrasador.
La creación de las Juntas produjo inmediata alarma en las autoridades americanas; así, en Antioquia, en las Actas de Formación de Juntas queda reflejado:
En opinión del gobernador provincial, don Francisco de Ayala, los emisarios del emperador francés se habían introducido a todas la provincias de las Indias con el fin de separarlas de la obediencia de sus legítimos jefes y magistrados para levantar unos pueblos contra otros, los hermanos contra los hermanos, y los padres contra los hijos, para después que estén divididos, y que se hayan degollado los unos a los otros, poder entrar con sus tropas infernales, acabar con los pocos que queden, destruir la religión que profesamos, arrasar los pueblos en que adoráis a Dios, atar y despedazar vuestros sacerdotes, abusar de vuestras mujeres e hijas, y últimamente quitaros los bienes y la libertad. (Actas: 75)
Es de destacar que el pueblo, en los primeros momentos de la invasión francesa, si se encontraba alterado por los sucesos acaecidos en la Península, no por ello se alteraba la tranquilidad, como dejaron reflejado autores del momento.
En el discurso de las acciones que debían llevar ante el hecho consumado de la ocupación de la Península, las Audiencias estaban a favor de que se declarara al Virrey como la autoridad suprema, en lo necesario, y se creara una junta permanente que contrapesara su poder, y por parte del pueblo:
Casi todos los americanos cerraron filas en torno de Fernando VII, «el rey deseado», a quien se le habían tributado ceremonias de jura de fidelidad en buena parte de las jurisdicciones indiana. (Actas: 8)
Y algo similar sucede en Nueva España:
El 19 de julio, el Ayuntamiento de México desconoce la validez de las abdicaciones de los monarcas y sugiere que el virrey gobierne en representación del reino. (Arenal: 11)
Pero no sin discordias, porque el virrey Iturrigaray se había alineado con los juntistas que reclamaban un gobierno provisional.
Esta actitud del virrey ocasionó que, el 15 de septiembre de 1808, un golpe de mano de peninsulares capturase al virrey Iturrigaray y lo reemplazase por Pedro Garibay. La Audiencia, predominantemente peninsular, se apresuró a reconocer el cambio. Mientras, en Montevideo, los oficiales peninsulares establecieron una junta que desconocía al virrey y pretendía gobernar todo el virreinato; y en Chile, al morir el gobernador Muñoz de Guzmán en 1808, el coronel García Carrasca pasa ser elegido gobernador. El conflicto estaba servido.
Los motivos de alarma crecían por momentos.
Las dramáticas victorias francesas de 1809, que llevaron a la Junta Central a Cádiz, convencieron a muchos en el Nuevo Mundo de que España podría no sobrevivir como Estado independiente. Cuando la Junta Central se disolvió a finales de enero de 1810 y nombró a un Consejo de Regencia, los temores se vieron justificados. Muchos americanos que cuestionaron el proceder de la Junta Central formaron juntas autónomas para gobernar en nombre del rey cautivo, Fernando VII. (Rodríguez)
Mientras, en el Río de la Plata ocurren acontecimientos decisivos. En agosto, el virrey Liniers, héroe que había rechazado las intentonas inglesas de 1806 y de 1807, rechazaba reconocer a José Bonaparte como rey. En respuesta, el 21 de Septiembre de 1808, el general Francisco Javier Elío repudia desde Montevideo la autoridad del virrey Liniers, acusándolo de traidor y afrancesado, dando con ello lugar a un enfrentamiento y a la fragmentación del virreinato.
El 1 de enero de 1809 un cabildo abierto propiciado por Elío exigió la renuncia de Liniers, quien ejercía de virrey interino, y procedió a crear una Junta a nombre de Fernando VII, presidida por Alzaga. Parte de las milicias españolas apoyaron la rebelión, los tercios de gallegos, vizcaínos y miñones de Cataluña, pero las milicias criollas encabezadas por Saavedra y el tercio de andaluces, rodearon la plaza provocando la dispersión de los sublevados.
Durante ese mismo 1809 asumía el virreinato del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros (personaje que era aliado de los ingleses), designado por la Junta de Cádiz en sustitución de Santiago de Liniers, el cual ponía cortapisas a la actuación de los invasores. Liniers optó por quedarse en su casa de Córdoba, desoyendo las instrucciones recibidas de marchar a la Península. Ahí permanecería hasta ser asesinado.
Leslie Bethel señala que, a poco de asumir el cargo y siguiendo las instrucciones emanadas de Cádiz, Cisneros:
El último virrey español del Río de la Plata abrió el territorio que gobernaba al comercio inglés. La expansión posterior de este en la América del Sur española seguiría sobre todo la suerte de las armas revolucionarias; aunque quienes administraban las zonas realistas terminarían por manifestarse dispuestos a abrirlas a título excepcional al comercio directo con Gran Bretaña. (Bethel)
Inglaterra acababa de situar en el virreinato de la Plata un puntal de esencial importancia para la consecución de sus objetivos: el Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros sería el bastión con el que contaban los comerciantes ingleses en Londres y sus operadores en Cádiz y Buenos Aires, dedicados, como venía siendo tradicional, al contrabando de productos británicos de baja calidad y, a partir de ahora, al saqueo de la ganadería y al robo de la plata del Potosí.
Poco tardó Cisneros en cumplir con los primeros objetivos de su misión, decretando el libre comercio en el virreinato, que haría público el 6 de noviembre de 1809.
También durante este 1809 se presentó el Memorial de agravios o representación del cabildo de Bogotá a la suprema Junta Central de España compuesto por Bolívar, Camilo Torres y Zea. En el mismo señalan que:
América y España son dos partes integrantes y constituyentes de la monarquía española, y bajo este principio y el de sus mutuos y comunes intereses, jamás podrá haber un amor sincero y fraterno sino sobre la reciprocidad e igualdad de derechos. Cualquiera que piense de otro modo, no ama a su patria, ni desea íntima y sinceramente su bien. (Bolívar, memorial: 142)
Un extraordinario memorial que denuncia todas las lacras del despotismo sufrido por España entera, en los dos hemisferios, al tiempo que reclama más representación de la población americana en las Cortes de Cádiz, aduciendo que:
Un gobierno a dos y tres mil leguas de distancia, separado por un ancho mar, es preciso que vacile, y que, guiado por principios inadaptables en la enorme diferencia de las circunstancias, produzca verdaderos y más funestos males que los que intenta remediar. (Bolívar, memorial: 261)
Ya apunta el memorial la brillante idea del ancho mar que separa América de la España peninsular, y que será caballo de batalla esencial en la defensa de la separación. Habla el memorial también de la industria, de esa que en aquellos momentos se estaba desarrollando y que tanto daño podía haber hecho a los intereses británicos, señalando:
¿Esa naciente industria podrá perjudicar a la Europa? ¿No tardará largos años en llegar a la misma perfección? (Bolívar, memorial: 261)
Es de presumir que la respuesta la conocían los redactores del memorial tan ciertamente como sus protectores.
Habla de los altos cargos administrativos, a los que los naturales de un virreinato no tenían acceso… aunque sí lo tenían en otro virreinato…
España ha creído que deben estar cerradas las puertas de todos los honores y empleos para los americanos…/… que el español no entienda que tiene un derecho exclusivo para mandar a las Américas, y que los hijos de estas comprendan que pueden aspirar a los mismos premios y honores que aquellos. (Bolívar, memorial: 165)
Un memorial, en fin, lleno de cosas ciertas y, sobre todo, lleno de tergiversación de los hechos, expuesto en un momento de crisis extrema. Un memorial que anuncia el cambio de sentido patriótico a voluntad secesionista que estuvo perfectamente diseñado por los próceres, entre los que destaca Francisco Antonio Zea por su insolencia y odio a España. Bajo su influjo, el 19 de abril de 1810 la Sociedad Patriótica acabaría realizando la declaración de Independencia, y formando un gobierno con el nombre de Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, que tuvo como Presidente a José de las Llamosas.
La misma Junta nombraría a Simón Bolívar Teniente Coronel de Milicias; y lo destinaría a Londres, junto a Andrés Bello y Luís López Méndez en misión de manifiesta conspiración, que ya inició su periplo bajo pabellón británico al embarcar en la corbeta inglesa Wellington el 10 de junio de 1810.
Esa Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, que contaba con la presencia de José Cortés de Madariaga, clérigo chileno que mantenía contactos con Francisco de Miranda desde que formase parte de su núcleo en Londres, depuso al Capitán General Vicente Emparan, rompió con el Consejo de Regencia y asumió la soberanía.
A pesar de todo, la embajada separatista encabezada por Bolívar no alcanzaría en Londres los objetivos perseguidos. El motivo es evidente: caso de hacerlo, Inglaterra hubiese dejado su juego al descubierto en unos momentos en los que precisaba el apoyo de la Península en su guerra contra Napoleón, pero la misión retornó a Caracas con el refuerzo del principal agente británico del momento, Francisco de Miranda, como señal inequívoca de la decisión final.
En cualquier caso, todo este movimiento estaba controlado por los ingleses, que con sus buques tenían bloqueados todos los puertos desde las bocas del Orinoco hasta la Vela del Coro.
Los problemas entre afrancesados y patriotas surgieron en todos los ámbitos; también en los círculos de poder. Así, el 1 de julio del mismo 1810 queda manifiesta la división entre los que apoyaban a Napoleón y los que apoyaban a Fernando VII en la Junta general que el capitán general Juan de las Casas había convocado en Caracas.
En 1809 llegaron al Perú las noticias de la formación en España de la Junta Central, como respuesta a la invasión francesa. Mientras que en el Alto Perú y en Quito no se reconoció su autoridad y se formaron Juntas autónomas para sostener nominalmente a Fernando VII, todo el Perú proclamó su adhesión a la Junta Central. Los decretos del Consejo de Regencia, que en España sucedió a la Junta, llegaron al Perú poco tiempo después. (Bonilla: 47)
Pero los criollos se negaron a la participación de los indígenas, alegando que la misma ocasionaría graves dificultades.
Por su parte, las actividades de las asociaciones masónicas llevaban a efecto una actividad frenética en las principales ciudades, dando lugar a efectivos golpes de estado, si bien, ocultos bajo una supuesta capa de patriotismo y amparados en las leyes tradicionales.
En la noche del 9 de Agosto de 1809 un núcleo de intelectuales, doctores, marqueses y criollos complotados residentes en la ciudad de Quito se reunieron en la casa de Manuela Cañizares. Allí decidieron organizar una Junta Soberana de Gobierno, en la que actuaría como Presidente Juan Pío Montufar, Marqués de Selva Alegre; como Vicepresidente, el Obispo José Cuero y Caicedo; y, como Secretarios en los despachos del Interior, de Gracia y Justicia, y de Hacienda, los notables Juan de Dios Morales, Manuel Quiroga y Juan Larrea, respectivamente. (Viniachi)
Tan lejos de esa fecha como el 10 de Agosto, el agente masón Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, informó a los cabildos de la Audiencia de Quito de las razones que lo habían llevado a encabezarla y a destituir al presidente de la Audiencia.
Se trataba de las noticias llegadas de la Península, según las cuales José I Bonaparte había sido coronado en Madrid y las tropas francesas ya habían conquistado casi toda España, con la consiguiente extinción de la Junta Suprema Central de España. Ante esas novedades, el pueblo de Quito ‒«fiel a Dios, a la patria y al rey»‒ se había convencido de que ha llegado el caso de corresponderle la reasunción del poder soberano…/… para lo que tenía derecho el pueblo, a semejanza de las que en Europa se habían formado en Valencia, Aragón, Sevilla, etc., que, gobernando a nombre de nuestro soberano legítimo, el señor don Fernando 7º, defendiesen sus derechos, para lo que estaban autorizados los pueblos por la Junta Central, que mandaba que en los pueblos que pasasen de dos mil habitantes se formen juntas. (Actas: 30-32)
Remarcamos la fidelidad declarada a Dios, a la Patria y al Rey.
El Acta de Quito de 10 de Agosto de 1809 iniciaba su exposición de los hechos de la siguiente manera:
NOS, LOS INFRASCRITOS, diputados del pueblo, atendidas las presentes críticas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones los magistrados actuales de esta capital y sus provincias. (La Independencia: 1)
Tras señalar para ellos mismos cargos y prebendas que pueden ruborizar, termina diciendo:
El que disputase la legitimidad de la Junta Suprema constituida por esta acta, tendrá toda libertad, bajo la salvaguardia de las leyes, de presentar por escrito sus fundamentos y, una vez que se declaren fútiles, ratificada que sea la autoridad que le es conferida, se le intimará obediencia, lo cual no haciendo, se le tendrá y tratará como a reo de Estado. (La Independencia: 4)
La amenaza parece manifiesta.
Crearon un senado, ministros y demás que se contenían en el plan republicano que intentaron extender en toda la América, siendo la cuna Quito y el marqués encargado de extenderlo…/… Por el pronto pensaron en subyugar a Cuenca y Guayaquil por el sur, y a Pasto por el norte, valiéndose de la fuerza y de la intriga, más la firmeza que encontraron en los gobernadores Aymerich y Cucalón, acalorados con la entereza y patriotismo del reverendo obispo de ambas ciudades de Andrés Quintán y Ponte, detuvo sus soñadas ideas, al paso que la fidelidad y valor de los pastusos, deshizo sus huestes desordenadas y cobardes, dispersándolas en Guaitara y derrotando enteramente a los fanáticos quiteños. (Hidalgo: 67-68)
Evidentemente, las actuaciones estaban alejadas de sus declaraciones de fidelidad, pero justamente eran esas declaraciones las únicas que podían proporcionarles adeptos, con cuyo concurso apoyar sus proyectos secretos y el expolio que desde el primer momento infligieron a su gobernación.
En las Actas de Formación de Juntas queda reflejado:
El doctor Luis Quijano, quien se acostó durante la noche del 9 de agosto como «simple abogado» payanés y despertó a la mañana siguiente «de oidor decano de la Sala del Crimen», sin que ni esa noche, ni en todas las que he vivido hubiese soñado en semejante destino, relató a su hermano Manuel María que la Junta Suprema Gubernativa del Reino de Quito se había propuesto conservar la religión católica, el dominio absoluto de Fernando VII sobre este Reino, la adhesión a los principios de la Suprema Junta Central de Sevilla y procurar el bien de la Nación y de la Patria, «hasta la recuperación de la Península, restitución de nuestro rey a ella, o que venga a imperar en la América». (Actas: 36-37)
Queda manifiesto que en sus declaraciones políticas, las Juntas americanas se conformaron a imagen y semejanza de la Junta Central Suprema Gubernativa de España e Indias que el conde de Floridablanca había constituido en Aranjuez en mayo de 1808. ¿Estaba todo calculado para que la deriva de las mismas fuese el motor del separatismo? Tal vez. Difícil es pensar que José Moñino, Conde de Floridablanca, pudiese alejarse por un momento de las instrucciones recibidas de sus superiores masones.
Ante esas novedades, el pueblo de Quito ‒«fiel a Dios, a la patria y al rey»‒ se había convencido de que ha llegado el caso de corresponderle la reasunción del poder soberano…/… para lo que tenía derecho el pueblo, a semejanza de las que en Europa se habían formado en Valencia, Aragón, Sevilla, etc., que gobernando a nombre de nuestro soberano legítimo, el señor don Fernando 7º defendiesen sus derechos, para lo que estaban autorizados los pueblos por la Junta Central, que mandaba que en los pueblos que pasasen de dos mil habitantes se formen juntas. (Actas: 30-32)
Pero la actuación de la Junta, contraria a todo derecho y muestra de la codicia de los junteros, provocó enfrentamientos con Melchor Aymerich, gobernador de Cuenca, quien, conforme reflejan las mismas actas, replicó diciendo que el pueblo de Quito se había abrogado un derecho y poder que no le competía, e inició acciones judiciales contra los promotores.
Al fin todo fue una actuación audaz de la masonería dirigida por Carlos Montúfar, quien organizó militarmente la situación, alistó tropas que fueron destinadas a los distintos puntos de conflicto y logró triunfos de envergadura en Cuenca y en Pasto, donde la población era manifiestamente realista.
El resultado, de momento, no sería el triunfo sino la derrota; pues, tras una campaña victoriosa desde la costa, el general Toribio Montes acabaría entrando en Quito el ocho de noviembre de 1812, donde acabó persiguiendo los últimos reductos separatistas, entre los que no se encontraría Montúfar, principal responsable de la situación, que había huido con sus principales colaboradores.
No fue solo la actuación del virrey José Fernando de Abascal y la de las tropas por él enviadas. También la acción del pueblo se dejó sentir; así, los indios de Pasto, que se vieron agredidos por la junta quiteña, se opusieron a las pretensiones de esta señalando:
La Soberanía jamás recae en los pueblos y mucho menos en solo el de Quito. Esos son sentimientos de Regicidio sacrílego y asombroso. Pero lo más ignominioso es que con esto se afirma que aquel pueblo es fiel a Dios, al Rey y a la Patria. (Gutiérrez: 170)
Cuando en mayo de 1810 llegaban a América noticias de la toma de Sevilla por las tropas francesas y el consiguiente arrinconamiento de la Junta, el sentimiento de tenerlo todo perdido al haber desaparecido el único rincón de representación de la legalidad hizo que surgiesen sentimientos encontrados entre los partidarios del absolutismo y los llamados democráticos; y, a partir de este momento, arreció el sentimiento de creación de juntas en vista a la configuración de un gobierno autónomo, idea que iba generalizándose conforme llegaban nuevas noticias de la situación.
Por otra parte, la acción de los franceses había tomado fuerza en el sentido de crear enfrentamientos en el seno de la propia sociedad americana a fin y efecto de posibilitar su control.
Finalmente se establecen los cabildos abiertos, figura presente en la legislación, y en ellos se crean Juntas de Gobierno que acaban reemplazando a los anteriores gobernantes.
Los motines fueron sucediéndose en las poblaciones, donde los corregidores eran desposeídos de sus cargos por los amotinados, que en la mayoría de los casos estaban dirigidos por los curas, siempre manifestando que querían conservar los lugares a nombre de Fernando VII. Así, los Cabildos se convirtieron en el embrión de las Juntas.
La Junta de Caracas que tuvo lugar el 19 de abril de 1810 hizo que los movimientos autonomistas resurgieran en Quito y provocó que estallaran en otros reinos.
Todos planteaban la necesidad de crear gobiernos provisionales en nombre del rey Fernando VII, pero, a diferencia de lo ocurrido un año antes, al calor de la situación se desarrollaron otros postulados capitaneados por quienes sembraban la discordia, los agentes británicos, quienes en poco tiempo hicieron surgir guerras civiles que fueron el camino definitivo para romper España.
Siguiendo un estricto orden cronológico, podemos observar que el año de 1810 fue de gran actividad por parte de los separatistas en su labor de creación de juntas. Crearon las siguientes:
• Venezuela, Caracas, el 19 de Abril de 1810.
• Provincias Unidas (Argentina), el 25 de mayo de 1810
• Nueva Granada, Santafé de Bogotá, el 20 de julio de 1810
• México, con el grito de Dolores el 10 de septiembre de 1810
• Chile, el 18 de septiembre de 1810
• Nueva Granada, Cartagena de Indias, el 11 de noviembre de 1811.
El 13 de mayo de 1810, llegaron a Buenos Aires las noticias de que la Junta Central se había desbandado tras su huida a Cádiz. Los líderes de la ciudad porteña decidieron no reconocer al Consejo de Regencia y, una semana después, entre el 21 y el 25 de mayo, tuvo lugar en Buenos Aires la que pasaría a la historia como Revolución de Mayo.
La Junta de Buenos Aires, presidida por Cornelio de Saavedra, acabaría asumiendo el poder tras deponer a Hidalgo de Cisneros; pero esta medida no fue asumida por otros lugares como Paraguay, Uruguay, Salta, Córdoba o Charcas, que se alinearon con el Consejo de Regencia, con lo que se produjo un enfrentamiento militar en el que las fuerzas separatistas vencieron a los realistas dirigidos por el ex virrey Liniers, que desde su residencia y con el apoyo del cabildo de Córdoba se dispuso a neutralizar la revolución; no por apoyar a Hidalgo de Cisneros, que representaba intereses ajenos, sino por entender que los componentes de la Junta, a los que conocía perfectamente, eran elementos indeseables aliados de la masonería y, lógicamente, de los ingleses.
Nadie en Buenos Aires, ni aun la Real Audiencia, estaba entonces satisfecha con el gobierno de Cisneros; aunque es verdad también que por falta de motivo serio, nadie se resolvía a enfrentarlo franca y resueltamente. De todos modos la cuestión es, que al sonar la hora de Mayo el Virrey no gozaba de la confianza popular. Era pues de los jerarcas que debían caer por adecuada aplicación de la Regla de Cádiz. (Ferreiro)
Pero la Junta de Buenos Aires fue convocada atendiendo los intereses particulares.
Para la concurrencia se imprimieron 600 invitaciones, de las cuales se repartieron 450 y solo asistieron 250. ¿Cómo explicar esta fuerte ausencia en un momento donde se definiría el futuro de la patria? Es que muchos de los invitados pertenecían a las «familias decentes» y temían por su seguridad. El mismo Virrey Cisneros denuncia que el «vecindario, temiendo los insultos y aun la violencia» no se anima a salir de sus casas. El pueblo en las calles intentaba por todos los medios que el Cabildo se definiera a favor de una Junta democrática. De esta manera se logra que muchos absolutistas falten a la cita. En forma paralela, debían asegurar la concurrencia de los revolucionarios. Para esto resulta central la figura de Donado. Era un joven chispero que trabajaba en la imprenta donde se realizan las invitaciones, y fue quien facilitó las entradas a los revolucionarios. Finalmente entonces, la votación resulta favorable a los revolucionarios y se decide la destitución del Virrey Cisneros y la formación de una Junta de Gobierno. (Espasande)
Entre los que organizaron la encerrona, lógicamente, estaban los agentes británicos más significados: Belgrano, Rivadavia, Manuel García, Castelli, Mariano Moreno, en representación de los contrabandistas y, en general, de los intereses británicos.
Poco les importaba la representatividad que decían reclamar. En aquellos momentos, Buenos Aires contaba con una población que rondaba los 50.000 habitantes, y se abrogaron todos los derechos los 225 invitados, apoyados por 272 nuevos firmantes, a los que, según señala Roberto Marfany se sumaron los seiscientos encapuchados y armados suministrados por French y por Beruti.
Moreno tradujo el contrato social de Rousseau y se manifestaba como un adalid de Inglaterra al tiempo que señalaba la dependencia que de ésta tenía el movimiento secesionista, en cuyo beneficio señalaba que, como agradecimiento, debía serle entregada la isla Martín García, situada en medio del Río de la Plata, aspecto que, lógicamente, sería rechazado por Inglaterra, cuyas aspiraciones, como es evidente, eran mucho mayores.
Mariano Moreno ejercería una acción violenta contra sus adversarios, los partidarios del deán Funes, que en 1811 sufrieron una persecución en regla con juicios, destierros y proscripciones, seguidos de revoluciones, las cuales fueron apagadas con un alzamiento militar organizado por la logia Lautaro, entre los que se encontraban Alvear y San Martín, en octubre de 1812. Es de señalar que hay historiadores que sin dudar dan a la logia Lautaro el calificativo claro de masónica; autores que tan solo le reconocen conexiones con la masonería, y autores que afirman que no era masónica.
Fuese lo que fuese la Lautaro, lo cierto es que la Junta de Buenos Aires estaba compuesta por los siguientes miembros: Mariano Moreno, representante de los intereses ingleses; Castelli, primo de Belgrano, defensor de intereses ingleses; Manuel Belgrano, con intereses ganaderos; Miguel Azcuénaga, masón; Manuel Alberdi, masón; Domingo Matheu, comerciante catalán ligado a intereses ingleses; Juan Larrea, catalán, armador ligado a intereses ingleses; Juan José Paso, amigo íntimo de Moreno, representante de los intereses ingleses.
No obstante, tanto en esta acta como en la de Caracas de 19 de Abril de 1810, como en la de Buenos Aires de 25 de Mayo de 1810, como en la de Nueva Granada el 20 de Julio de 1810, la de Chile de 18 de Septiembre de 1810, como en la de México, las juntas actúan en defensa de Fernando VII.
Hay quien salva el buen nombre de algunos implicados en la revolución de Mayo indicando que lo que les movía era la defensa de la Patria frente a Napoleón. En ese grupo pueden encontrarse personas como Cornelio Saavedra, presidente de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata o Tomás Manuel de Anchorena, secretario que fue de Belgrano. Pero esa afirmación es más que dudosa.
Sin embargo, lo que resulta evidente es que la Revolución de Mayo no obtuvo la independencia efectiva del país, sino que sirvió de catapulta de los comerciantes británicos para romper la unidad nacional e imponer el dominio de Inglaterra.
El Virrey Cisneros fue obligado a dimitir el 25 de Mayo, y acto seguido comunicó lo sucedido a Liniers, ordenándole actuase en consecuencia, al tiempo que el Mutine fue invitado a anclar en el puerto de Buenos Aires, cuya fortaleza había arriado el Aspa de San Andrés española e izado la Union Jack británica… La buena fe de los buenistas no les hizo variar su actuación ante este hecho, que ya debían conocer de antemano, puesto que el acta de la Junta de Gobierno del Primer Gobierno de las Provincias Unidas fue redactada por Alexander Mackinnon.
No era cualquier inglés que buscaba quedar en la historia como liberador de Buenos Aires. Él había fundado la «British Commercial Room». (González)
Queda manifiesto que lo que no pudieron conseguir los piratas William Beresford en 1806 ni John Whitelocke en 1807, lo conseguían los agentes locales con la Revolución de Mayo: Buenos Aires se rendía a los británicos sin disparar un solo tiro.
Santiago de Liniers atendió la indicación de Cisneros, quien, a pesar de mantener con él una abismal diferencia, salió a combatir a los juntistas. Las tropas de Liniers fueron vencidas y él se refugió en Villa del Chañar, cerca de Córdoba, donde sería hecho prisionero junto al capitán de navío Gutiérrez de la Concha. Aquí empezaría su peculiar calvario que acabaría con su vida antes de que sus múltiples adeptos intentasen rescatarlo.
Era un prisionero peligroso que amenazaba levantamientos contra la Junta. La solución al problema la encontraron los próceres, que ya habían actuado en ese sentido desde la última intentona británica de 1807 confinando en Córdoba a un número importante de soldados ingleses que se habían integrado en la comunidad.
A los próceres no les resultó difícil implicarlos en el asesinato de Liniers, conociendo que era el responsable de su derrota vergonzosa; y, gustosos, el 26 de agosto de 1810 lo fusilaron junto a cinco de sus compañeros, a los que, como a Liniers, habían martirizado previamente. Los cadáveres fueron enterrados en una fosa común.
El tiro de gracia se lo dio Domingo French, a quien Liniers le había dado el grado de teniente coronel, y que era responsable de la comunicación entre las logias masónicas de Nicolás Rodríguez Peña y Julián Segundo de Agüero, el cura Agüero.
En las ropas de Liniers se encontró su despacho como Virrey firmado por el rey, que Castelli ordenó quemar: estaba el papel tinto en sangre. (Pampero)
Lo peor es que, a lo que parece, el beneficio del tiro de gracia le fue negado a Liniers. Los asesinos dejaron que se desangrase.
Y todo debía ir debidamente ordenado, pues el fusilamiento, ejecutado sin previo juicio, fue ordenado por el secretario de la Junta, Mariano Moreno, y se llevó a cabo en el lugar conocido como Monte de los Papagayos, cerca de Cabeza del Tigre (Córdoba).
La junta estaba dirigida por el presidente de la delegación británica, y la acusación que justificó el asesinato era de traición y deserción, pero Liniers no fue un traidor, sino un patriota que siempre fue fiel a la Corona Española y que solo cometió el error de fiarse del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, traidor a la Patria y aliado de los ingleses.
De los sucesos ocurridos con ocasión de la sublevación de mayo parece deducirse que su móvil no fue otro que el asesinato de quienes se habían levantado contra los ingleses en 1806 y 1807.
Los próceres hicieron barbaridades, entre las que el asesinato de Liniers no es de las mayores, pero el pueblo llano estaba con Liniers y con el Rey, y Mariano Moreno era perfectamente consciente de ello. Por eso, nos señala Horacio Vázquez-Rial que en su Plan de Operaciones marca que hay que actuar siempre en nombre de Fernando VII:
Últimamente, el misterio de Fernando es una circunstancia de las más importantes para llevarla siempre por delante, tanto en la boca como en los papeles públicos y decretos, pues es un ayudante a nuestra causa el más soberbio; porque aun cuando nuestras obras y conducta desmientan esta apariencia en muchas provincias, nos es muy del caso para con las extranjeras, así para contenerlas ayudados de muchas relaciones y exposiciones políticas, como igualmente para con la misma España, por algún tiempo, proporcionándonos, con la demora de los auxilios que debe prestar, si resistiese, el que vamos consolidando nuestro sistema, y consiguientemente nos da un margen absoluto para fundar ciertas gestiones y argumentos, así con las cortes extranjeras, como con la España, que podremos hacerles dudar cuál de ambos partidos sea el verdadero realista; estas circunstancias no admiten aquí otra explicación. (Vázquez)
En cuanto al resto de los territorios al margen del Virreinato del Río de la Plata, la muchedumbre se había contagiado de la lógica pesadumbre y exigía la creación de Juntas; finalmente, en Santa Fe (Colombia) el 28 de Mayo de 1810 quedó constituida la Junta Suprema Gubernativa del Reino.
Presidida por el virrey Amar y realmente dirigida por el doctor José Miguel Pey, a la sazón alcalde de primera vara en el Cabildo de Santa Fe y quien luego ordenó el apresamiento del virrey. Esta Junta se comprometió a: «1) Defender y sostener la religión católica, 2) defender la soberanía de Fernando 7° sobre sus territorios, 3) evitar la divisiones provinciales y los posibles conflictos entre los españoles europeos y americanos, 4) oír las peticiones del Pueblo a través de un síndico procurador general, elegido entre el pueblo; 5) vivirá el pueblo en seguridad interna y externa, 6) establecer un batallón de voluntarios, 7) hacer una iluminación general de la ciudad por tres noches a la instalación de la Junta Suprema, 8) (permitir que) el pueblo se haga un desaire a sí mismo, y 9) perseguir, asegurar y castigar a las personas sospechosas y criminales». (Actas: 73)
La creación de la Junta de Santa Fe sería el inicio de un rosario de nuevas juntas provinciales: Antioquia (30 de agosto), Popayán (11 de agosto), Neiva (17 de agosto) Chocó (31 de agosto) y Nóvita (27 de septiembre).
Tulio Halperin Donghi señala:
En Venezuela la revolución del Jueves Santo de 1810, que colocaba al frente de la capitanía a una junta de veintitrés miembros, encontraba finalmente una cabeza en Miranda, y en Julio de 1811 proclamaba la independencia. Esa revolución controlaba el litoral del cacao; el oeste y el interior seguían leales a la causa del rey, y en Coro, base naval al oeste de Caracas, el capitán Monteverde mantenía una resistencia armada, por el momento escasamente alarmante. (Halperin: 89)
Pero el 30 de junio se sublevó la guarnición revolucionaria de Puerto Cabello y en un proceso oscuro, parece que Bolívar, quien llevaba tiempo enfrentado con Miranda, entregó a este a los realistas, mientras él huía, para aparecer en 1813 en los Andes venezolanos, decretando la guerra a muerte, el exterminio de todos los peninsulares y canarios que pudiesen caer bajo la venganza revolucionaria. Pronto a estos los acompañarían los criollos, mestizos e indios, cuando Bolívar, constatando la falta de apoyo recibida de estos, proclamó la misma medida:
Para aquellos que antes han sido traidores a su patria a sus conciudadanos y reincidiesen en ello, bastarán sospechas vehementes para ser ejecutados.
Es en estos momentos cuando sale a la luz la verdadera cara de los agentes británicos, luego conocidos como próceres, quienes hasta la fecha habían declarado su fidelidad a la patria común.
No obstante, con el espíritu ilustrado, masónico y británico, se combinaba un discurso que tranquilizaba los espíritus. Así, en Cali se proclamaba el 3 de Julio de 1810:
Hemos de convenir en que Fernando Séptimo ha sido ya despojado violentamente de la Península; y si nosotros no le conservamos estos preciosos Dominios, depositarios de todas las riquezas y dones inestimables de la naturaleza, ¿no seremos unos infames traidores? Venga Fernando Séptimo, vengan nuestros hermanos los españoles a estos Reynos, donde se halla la paz y tranquilidad, y donde no podrá dominarnos todo el poder del Globo, como seamos fieles al Monarca que nos destinó Dios para nuestra felicidad. (Actas: 52)
El Cabildo de Cartagena ordenó el reclutamiento de dos batallones de milicias, uno de blancos y otro de pardos, titulados Voluntarios patriotas, conservadores de los augustos derechos de Fernando VII, y convocó al pueblo:
A mantenerse fiel al rey y adherir a «la justa causa de la metrópoli», fraternizando con «nuestros hermanos de la Península», pues «no es menos vasallo y miembro de la nación española el europeo que el que ha nacido en estas regiones». En la representación que dirigió a los demás cabildos del Nuevo Reino de Granada, la nueva Junta de Cartagena sostuvo que la destitución del gobernador había sido una medida adoptada como precaución ante «los horribles extremos del despotismo o de la anarquía» a los que estaba expuesta toda la América española en la circunstancia de la total subyugación de la «madre patria» por los ejércitos de Bonaparte. (Actas: 63)
El 11 de Septiembre de 1810, la Junta Superior Provincial de Antioquia señalaba que debían ser elegidos representantes del pueblo, y que elector sería todo vecino cabeza de familia, de condición libre y casa poblada, que contra sí no tenga nota de infamia o causa criminal abierta, que no sea vago notorio, ni viva a expensas de otro; todos estos tendrán voto en la elección del diputado de su departamento. La junta comenzó a trabajar para la constitución de unas nuevas cortes en el nuevo reino y la fidelidad a Fernando VII. Al proyecto se fueron uniendo otras ciudades.
Mientras tanto se formaba en Quito el Congreso Supremo Nacional, del que fue nombrado presidente el obispo José Cuero y Caicedo, bajo cuyo auspicio se ordenó asesinar al oidor Felipe Fuertes Amar y al administrador de correos, José de Vergara Gaviria, siendo el inicio de una sucesión de asesinatos. Mientras, el ejército nacional permanecía inactivo, a dos jornadas de Quito, sumido en la anarquía.
El 2 de agosto de 1810 se produjo en Quito la matanza de muchos de los apresados por el proceso seguido a quienes formaron la primera Junta… El 9 de octubre la segunda Junta de Quito declaró su autonomía respecto del Gobierno de Santa Fe, asumiendo todas las facultades de la capitanía general… El 20 de octubre siguiente, la Junta autorizó al Cabildo de Quito a elegir su diputado ante las Cortes de Cádiz, resultando elegido el conde de Puñonrostro, quien ya se encontraba en esa ciudad como diputado suplente.
Tal como había ocurrido con la primera Junta, las vecinas provincias de Loja, Guayaquil, Pasto y Cuenca se negaron a ponerse bajo su autoridad. La de Cuenca se convirtió en la sede de la oposición realista y el centro de la acción de los oidores de la antigua Audiencia. (Actas: 87-88)
En lo positivo, en el rechazo de la situación creada por la invasión francesa, la actuación tiene reflejo en otras partes.
En la ciudad de Pamplona (actual Colombia) se produjo, el 4 de julio de 1810, un motín que destituyó al corregidor Juan Bastús y Falla, un catalán que desde 1808 había reemplazado en este empleo al tunjano José Joaquín Camacho, gracias a un título despachado por el rey. (Actas: 64)
Y se constituyó una junta que acordó:
La conservación de la religión católica, la obediencia a Fernando VII, la adhesión «a la justa causa de la nación» y la «absoluta independencia de esta parte de las Américas de todo yugo extranjero». (Actas: 64)
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REBELIONES INDIGENISTAS
Durante todo el período en que la Monarquía Hispánica estuvo unida, hubo conflictos, y América no fue una excepción. Así, en Nueva España, hubo un rosario de conflictos entre los que podemos destacar los protagonizados por los tzeltales de Chiapas en 1712, la de los pericúes y coras de la Baja California en 1734, las de los yaquis, pimas y mayos de Sonora, que mantuvieron la inestabilidad entre 1740 y 1770, y las de los apaches, cochates y comanches de Texas, que se sublevaron en 1758.
En Suramérica destaca con brillo propio la rebelión de los araucanos, que con tanto arte fue relatada en La Araucana por Diego de Ercilla.
Otros alzamientos dignos de reseñar son el que en 1594 se produjo en Humahuaca (Argentina), donde una confederación indígena dirigida por el cacique Viltipoco sitió la ciudad de San Salvador de Jujuy; la sublevación de calchaquíes y diaguitas en el Tucumán, entre 1630 y 1635, debida a los abusos de los encomenderos; el alzamiento dirigido por Pedro Bohórquez (Pedro Chamijo), el falso Inca, en los años 1657 y 1658, un pícaro que logró engañar a todos y acaudilló a los calchaquíes, a quienes hizo creer que era la reencarnación del Inca…; y otros tantos, como puede deducirse de la amplitud de los dominios de España.
Las principales rebeliones fueron las de 1730 en Cochabamba y Oruro, la de Tarma y Jauja en 1742 y la de Huarochiri en 1750…/… La rebelión de 1742, que se prolongó hasta 1755, fue liderada por Juan Santos Atahualpa, quien se decía descendiente de los incas, hablaba latín, además del español y quechua. Y meses antes del gran levantamiento de Túpac Amaru se produjeron dos rebeliones: la de Arequipa el 1 de febrero de 1780 y la del Cuzco, encabezada por Lorenzo Farfán de los Godos el 13 de abril, donde participaron también artesanos. (Vitale)
Por su parte, Antonio Moreno Ruíz encuentra antecedentes separatistas y afirma que
La conspiración de los Tres Antonios en Chile (1780) fue también un movimiento precursor de la Independencia. Los franceses Antonio Gramusset y Antonio Berney, apoyados por José Antonio de Rojas, un criollo acaudalado y culto, concibieron un plan para emancipar a Chile del dominio colonial español…/… En Venezuela, uno de los movimientos más relevantes fue encabezado en 1797 por Picornell, Gual y España. (Moreno)
El estudio de la significación de esos levantamientos excede el ámbito de lo que ahora nos ocupa, que no es otra cosa que dar una visión general de la situación en los años previos a los movimientos separatistas que dieron lugar a la fragmentación del Imperio Español, pero cabe señalar que justo aquellos que provocaron uno de los peores conflictos, quizás el peor, los araucanos, se manifestaron como incondicionales defensores de España, y ofrecieron sus servicios garantizando que los pechos de sus guerreros frenarían el empuje de las bandas de rebeldes.
Por su parte, la revuelta de Túpac Amaru, que dio comienzo el 4 de Noviembre de 1780, tiene una importancia relativa, si bien significó un hecho desestabilizador de gran importancia. La revuelta estuvo efectiva a lo largo de cinco meses y tuvo especial significación, dado el carácter sanguinario que alcanzó; e importante, en tanto en cuanto significó la unión de diversas poblaciones y contó con el apoyo de determinados sectores de criollos y de mestizos.
El carácter sanguinario de la revuelta fue marcado desde el principio, cuando procedieron a apresar al corregidor Arriaga, al que ejecutarían seis días más tarde, supuestamente, según señala Manuel Lucena Salmoral, en nombre del rey y bajo la acusación de ser dañino para el reino. Es de destacar que, de forma reiterada, Túpac Amaru manifestó su lealtad al rey, al tiempo que no dejaba la lucha, que tuvo su punto culminante dos meses después de su inicio, con el sitio de Cuzco.
En principio, el levantamiento era como protesta por las nuevas imposiciones de la corona, por lo que la acción iba dirigida, como en el caso del corregidor Arriaga, contra los administradores reales. El marxista Luis Vitale nos pinta a Túpac Amaru, montado en su caballo blanco y vestido de terciopelo negro.
Dirigía la actividad insurreccional enviando cartas a los caciques principales en las cuales les encargaba (…) la detención de los corregidores. (Vitale)
¿Quién era Túpac Amaru? Era un comerciante mestizo, heredero de la nobleza inca, de nombre José Gabriel Condorcanqui Castro, que nació el 24 de mayo de 1740, hijo de Miguel Condorcanqui y Rosa Noguera, y se trataba de un cacique acaudalado que había sido educado con los jesuitas. Era, por tanto, noble de ascendencia india, y como tal tenía derecho a poseer tierras, como también podía estudiar en las escuelas y en las universidades, del mismo modo que sus hijos podían ingresar en un convento o ejercer funciones diversas. Tan es así que el conocimiento de la lectura y la escritura, tanto del español como de su lengua autóctona, era común.
También es digno de ser destacado que en la sociedad americana primaba la transversalidad social; cierto que las castas tenían su significado, pero, por el contrario, no se puede decir que había racismo, y la situación daba lugar a curiosidades que situaban a una persona en mejor posición que a otra que, a su vez, en otras situaciones, podía encontrarse en superioridad a la primera.
Una misma persona podía ser al mismo tiempo indio de casta, noble según su estamento (a veces dicho individuo era llamado «español») y pertenecer a la capa de hacendados bien situados, si era rico; por ejemplo, si tenía una empresa de transporte o tierras. Si era un pequeño propietario o funcionario pertenecía a las castas y, por último, según la cultura que compartía, podía ser denominado ladino, mestizo o criollo (español). (Szeminski)
Se trataba de una amalgama social permeable que permitía la traslación de sus miembros de una casta a otra, algo imposible de encontrar en una sociedad racista. Y es que los criollos vivían entre hombres de cultura indígena, la cual era asumida como propia, hasta el extremo de que, para muchos, idiomas como el quichua o el aymara eran su lengua materna, en justa reciprocidad con que el español era la lengua propia de tantos indígenas. Esa realidad cotidiana de relación hacía que unos y otros tuviesen a gala manifestar su parentesco con unos y con otros.
En el caso concreto de Túpac Amaru, es digno de ser destacada su condición social, su poder económico y su formación cultural (hablaba perfectamente latín y vestía como español). Era persona bien relacionada, tanto en los ámbitos indígenas como en los ámbitos administrativos, y se trataba de un comerciante con éxito.
Pero las ambiciones de Túpac Amaru lo llevaron a reclamar ante la Audiencia sus derechos como heredero del Inca, y esas aspiraciones, al parecer, fueron las que le indujeron a emprender una aventura que lo llevaría a perder la vida, arrastrando tras de sí a muchas otras personas. Pero como reacción personal suya, no como consecuencia de ninguna actuación procedente de las autoridades. Esta aventura se vio caldeada por la situación político-militar que tenía el imperio en aquel momento, en el que se estaba desarrollando un enfrentamiento bélico… casualmente con Inglaterra.
Otro factor que favorecía la acción era la zona geográfica de influencia comercial que tenía Túpac Amaru II, en el límite de influencia existente entre Lima y Buenos Aires, casualmente coincidente con la zona de influencia de la empresa de transporte regentada por Túpac Amaru. También casualmente, los segundos de la rebelión acostumbraban a ser gentes dedicadas a la misma labor de Túpac Amaru, por lo que debían ser conocidos de antiguo.
No cabe duda de que se trataba de un personaje con ascendencia sobre las gentes de su entorno. Al respecto, Vitale, con una visión que no parece adecuarse exactamente a una revuelta que tuvo una duración muy limitada, señala:
Túpac Amaru recibió el apoyo principal de su propia comunidad, para la cual constituía un líder notable, y de la masa de indios de los errantes, o que se habían establecido recientemente, o residían próximos a su influencia. Resulta bastante significativo que las rebeliones se extendieron como el fuego a través de aquellas regiones con una mayor proporción de indios forasteros, es decir, las zonas de La Paz, Chuquisaca y de las provincias del obispado de Cuzco que rodean al lago Titicaca (…) La gran movilidad geográfica de los indios más desarraigados era un factor esencial que posibilitó la rápida difusión de la revuelta. (Vitale)
Y tengamos en cuenta que su propia comunidad estaba compuesta por indios, mestizos y criollos; de todos ellos obtendría apoyo, y también de todos ellos obtendría resistencia.
Es de señalar significativamente que la gran mayoría de los involucrados en la rebelión eran pequeños propietarios de tierra, pequeños comerciantes, funcionarios de la administración, administradores en las haciendas, sacristanes… y criollos. Pero también contaban con el apoyo de personas importantes en la administración civil y eclesiástica, entre los que destaca el obispo del Cuzco, quién fue el adalid de Túpac Amaru II en las reclamaciones que llevó a cabo ante la Audiencia por sus derechos como Inca, aunque finalmente acabaron enfrentados.
También esa realidad, en la práctica, viene a señalar como mentira lo afirmado por la propaganda británica que, en boca de Daniel O’Leary, gratuitamente afirmaba:
Todo obispo que venía de la Península traía, además de sus parientes y ahijados, gran número de protegidos, que sin más mérito que haber nacido en España, eran colocados en el coro de las catedrales y en los principales curatos, sin consultar siquiera si entre los americanos había hombres que, además de la protección que las leyes les concedían, pudiesen por sus virtudes y sus luces optar a esos puestos. (O’Leary: 36)
Que la rebelión tuvo en principio un carácter fiscal queda reflejado en la crónica de Vitale, cuando señala:
La política de alianzas llevada adelante por Túpac Amaru y sus compañeros indígenas tenía por finalidad concretar un frente con los mestizos y los criollos, disconformes con las medidas que la administración colonial implementó a raíz de las reformas Borbónicas; sobre todo buscó acuerdos con los pequeños propietarios del campo, de minas, obrajes y comercios, afectados por el sistema de «repartimientos de efectos», impuesto por los corregidores, y por el aumento de las alcabalas. (Vitale)
Pero, en la corta vida del levantamiento llevado a término, varió en sus objetivos, y su discurso tomó cierto matiz racista y separatista, lo que provocó la defección de no pocos de sus seguidores. En esa rápida deriva (recordemos que el movimiento apenas duró cinco meses), en documentos oscuros cuya verosimilitud es puesta en duda por los historiadores, llegó a coronarse Inca y a desvincularse de la Monarquía Hispánica.
Manifiestamente, y muy probablemente gracias a la actividad que Viscardo llevaba desde Londres, el objetivo perseguido por Túpac Amaru se convirtió claramente en político.
Acabó proclamándose rey de Perú, Chile, Quito y Tucumán, lo que cuadra con la idea señalada, de la que difícilmente es posible obviar la influencia británica.
Pero la verdad es que no está nada claro el asunto, empezando por el hecho de cuándo y cómo se supo de la supuesta coronación: El bando de coronación como José I le fue encontrado al Inca, cuando fue detenido, en un bolsillo. El hecho, cuando menos, resulta extraño… aunque no imposible.
No en vano Inglaterra estaba al cabo de la cuestión, habiéndose planteado el envío de una expedición militar al Río de la Plata, extremo que no llegó a cumplimentar, muy a pesar de los intentos realizados por parte de Francisco de Miranda, que a la sazón se encontraba en Londres, al amparo de las asociaciones masónicas, y de Juan Pablo Viscardo, dada la prudencia británica, que estaba al tanto de los acontecimientos y tuvo conocimiento, antes que el propio Miranda, del resultado desastroso de la aventura iniciada por Túpac Amaru.
Cuando ya desfallecía el levantamiento, el 16 de marzo de 1781 estalló la rebelión de los comuneros en el Socorro, de donde huyeron las autoridades reales, mientras en Quito, el quintacolumnismo del empleado judicial Miguel Tovar y Ugarte le llevó a incitar a Túpac Amaru, mediante escrito, a extender su alzamiento a la Real Audiencia de Quito. El asunto no sirvió sino como amenaza de los comuneros, sin ningún otro resultado, pues la ayuda que pudieran esperar por parte del mestizo levantisco, si es que acaso llegó a planteárselo, ya no podía ser prestada.
Algo que ha permitido que este levantamiento pasase a la historia fue sin duda la crueldad aplicada en sus acciones; tanto contra aquellos a quienes combatía como en las medidas disciplinarias, o de simple aplicación de justicia ante los delitos cometidos en la comunidad que gobernaba. Según el historiador David Cahill:
Lo primero que nos llama la atención es la extrema brutalidad con que Túpac Amaru actuaba: asaltando, azotando, encarcelando y encepando a sus adversarios, sus parientes e «infinitos indios». Existen muchas pruebas de que tenía una noción autoritaria, y hasta despótica, de la justicia: en los primeros días de la rebelión reveló que su castigo ideal eran cincuenta azotes por la primera ofensa cometida por un delincuente, y la horca por la segunda. (Cahill)
Estos excesos y la deriva racista que acabó teniendo el movimiento serían los elementos que acarrearían el fracaso final de la aventura, cuyo principio del fin militar tendría lugar en lo que fue su acción más audaz: el asedio del Cuzco.
El combate decisivo por la posesión del Cuzco comenzó el 8 de enero de 1781. El informe de los sucesos los relata Boleslao Lewin:
Subió al cerro mucha gente suelta de esta ciudad, sin reservarse muchachos y mujeres, que auxiliaban con piedras, bastimento y bebidas a nuestros indios fieles que acompañaban a Laysequilla, quien, alentando a su tropa y la de los famosos caciques, hacía una vigorosa defensa contra la muchedumbre de los indios que lo fatigaban. Llegó a la cumbre del cerro la compañía del Comercio, y tomando la formación que convenía para operar contra el enemigo, adelantó una cuarta parte de ella por el más acomodado sitio para hacer sus descargas desde donde alcanzase el fusil. Y la ejecutó tan pronta y acorde que logró su empeño, lo que puso en confusión al enemigo…/… Todo lo cual propició la fuga del ejército indígena el 10 de enero de 1781 y conllevó una gran deserción en sus filas, tras lo cual reaccionaría el ejército, que comenzaría su ofensiva el 23 de febrero con la llegada al Cuzco del Visitador general José Antonio de Areche y del Inspector general José del Valle. (Lewin: 96)
La acción del ejército contra el rebelde partiría del mismo Cuzco a mediados de marzo; y con el objetivo claro de terminar con la rebelión salió el mariscal de campo José del Valle al mando de un impresionante ejército compuesto de 17.000 hombres, mayoritariamente indios.
Casi un mes de campaña acabaría con éxito el cinco de abril, cuando finalmente fue tomado preso el cabecilla de la rebelión. Ahí empezaría el particular calvario de Túpac Amaru II y, tal vez, parte de su leyenda.
Aquí surge la primera duda sobre su intento de coronación, pues obstinadamente negó haber tenido nunca esa pretensión ante el oidor encargado de su causa, Mata Linares, quién de forma obstinada intentó conseguir una confesión que corroborase la acusación.
Como consecuencia de esa negativa, el oidor no pudo sentenciar a Túpac Amaru por el delito de alta traición, sino como cabeza principal de la rebelión, y otros colaboradores fueron absueltos, como Ambrosio Pisco, acusado de proclamarse cacique de Chía que fue declarado inocente de los cargos. Túpac Catari murió ejerciendo como cobrador de los impuestos reales.
Túpac Amaru, su mujer, sus hijos y varios colaboradores, serían ejecutados con formas que hoy nos parecerán bárbaras: Túpac Amaru descuartizado; los otros, tras cortarles la lengua, a garrote vil o a horca, el día 18 de mayo de 1781, y sus restos enviados a distintos lugares, como escarmiento.
Tras la ejecución de Túpac Amaru se produjeron nuevas revueltas, como la de Julián Apasa ó Julián Túpac Catari en Bolivia, quien prohibió vestimenta española y obligaba a hablar aymará bajo pena de muerte.
Túpac Catari, con un gran ejército indígena, llegó a sitiar La Paz el 13 de marzo de 1781; también se le sumó Andrés Mandigure, sobrino de José Gabriel Condorcanqui, que se arrogó el mismo nombre que había adoptado su tío, Túpac Amaru, logrando mantener el cerco hasta el 17 de noviembre del mismo año.
El cerco de La Paz provocó una gran mortandad. Boleslao Lewin señala:
Según el cálculo del comandante Reseguín, no menos de 10.000 de sus habitantes perdieron la vida como consecuencia del largo asedio…/… El presidente de la Audiencia de Charcas, coronel Ignacio Flores, al tener noticias del peligro que corría La Paz de caer en manos de los tupamaristas, organizó un ejército para socorrerla. Con él se presentó en las inmediaciones de la ciudad sitiada el 1 de julio de 1781, rompiendo con su presencia ‒sin combate‒ el cerco de 109 días. (Lewin: 122)
Es el caso que, si los levantamientos fracasaron finalmente, fue debido principalmente a que la mayoría de los indígenas, como también de los mestizos, les resultaron adversos.
Otras revueltas fueron organizadas por criollos; así, en Oruro, fue su gobernador, Jacinto Gutiérrez, el instigador. El triunfo de la revuelta conllevó una serie de excesos por parte de los indígenas, que obligaron a los criollos a tomar las armas y a expulsar a sus antiguos aliados. Finalmente tuvieron que pedir ayuda a las tropas españolas.
La revuelta también se extendió a Argentina, donde el 28 de marzo de 1781 intentaron el asalto de Jujuy, y en abril la rebelión se extendió a Salta; la actividad terminó a fines de Junio, siendo que, conforme señala Manuel Lucena, las repercusiones del levantamiento de Túpac Amaru se hicieron sentir en Venezuela, según revelan las anotaciones del obispo Mariano Martí Estadella, encargado de la diócesis de Caracas de 1770 a 1784.
Luis Vitale dice que estas rebeliones se prolongaron hasta 1782 y ocasionaron un número incalculable de muertos. Escritores contemporáneos de los sucesos como Sahuaraura, estimaron las bajas en cerca de 100.000 personas. Solamente en el sitio de La Paz habrían muerto unos 6.000. Pero estas cifras, tanto las de muertos como las que componían los ejércitos, parecen un poco exageradas, muy al gusto de la época, como al gusto de la época era magnificar los actos de destrucción, cuando a resultas de datos económicos obtenidos pocos años después sobre la zona de conflicto nos señala que:
Una serie de indicadores económicos sobre el altiplano indica que, en algunos partidos, la destrucción de la propiedad fue mucho menos devastadora de lo que se podría suponer sobre la base de ciertas historias espeluznantes de un verdadero holocausto andino. (Cahill)
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O’Leary, Daniel F: Bolívar y la emancipación de Sur-América.
http://scans.library.utoronto.ca/pdf/1/41/bolvarylaemanc01olea/bolvarylaemanc01olea.pdf
Szeminski, Jan: La insurrección de Tupac Amaru II: ¿guerra de independencia o revolución?
http://www.ikl.org.pl/Estudios/EL02/el02_01_szem.pdf
Vitale, Luis: Historia Social comparada de los pueblos de América Latina.
http://adhilac.com.ar/?p=2012
LOS COMUNEROS
16 de marzo de 1781-30 de mayo de 1781
¿Cuál fue la génesis del movimiento comunero y su significación en los movimientos separatistas de América? Vamos a dar un repaso a los hechos al objeto de intentar obtener un criterio sobre el asunto. Para ello vamos a referirnos a los aspectos sociales y a los aspectos legales que pudieron dar lugar al movimiento.
Las leyes de Indias amparaban todos los ámbitos del derecho, y especialmente se centraban en la protección del indio. Así, Felipe II, en 1566, promulgó una ley que venía a perfeccionar las preexistentes, llevando a extremos que llaman la atención:
Nuestros Virreyes, Audiencias y Gobernadores de las Indias no consientan ni den lugar a que los Prelados apremien a los indios a que les traigan a cuestas los diezmos que les pertenecieren, aunque digan que lo quieren hacer de su voluntad, ni que lo haga otro ningún vecino, y tengan de ello muy gran cuidado, porque deseamos relevar a los indios del trabajo. (Guardia)
No era lo primero que se dictaba a este respecto; ya con Carlos I, y como consecuencia de las denuncias presentadas por Bartolomé de Las Casas, primero se paralizó la conquista, se ninguneó a Hernán Cortés, y se dio paso a la conocida Controversia de Valladolid, tras la cual se generó la declaración universal de los derechos del hombre y se dio paso a la creación del derecho internacional; algo que el ocultismo de la historia negra contra España ha obviado, haciendo que el conocimiento general se remita a la Revolución Francesa para hablar del inicio de la reivindicación de los derechos humanos, con el fin de dar a la sangrienta, materialista e inhumana revolución del XVIII un relumbrón que no le pertenece. Sin embargo quien preservó la vida de millones de personas fue justamente España con la creación del derecho de gentes, ya en el siglo XVI. La existencia de archivos históricos de la época y la existencia de poblaciones en la actualidad avala lo afirmado.
La preocupación por la justicia, por la libertad y por la dignidad humana fue un principio que quedó reflejado de forma manifiesta en la Monarquía Hispánica; aspectos que fueron muy especialmente atendidos por los Reyes Católicos, y cuya antorcha fue recogida por Carlos I, quienes con el descubrimiento de América comprendieron que se habría un nuevo mundo cuya estructura había que organizar y armonizar. Estaban ante una situación nunca antes conocida; se habían encontrado con una parte de la humanidad de la que hasta el momento el mundo occidental no había tenido la menor noticia.
Ese hecho hizo surgir en la intelectualidad española, en la Corona y en el pueblo, un problema ético de envergadura al que tendrían que dar solución teólogos y juristas… y lo hicieron de forma ejemplar, elaborando un cuerpo de leyes de gran carga moral, por la cual se reconocía algo que hoy nos parece normal, pero que en la época no lo era: la naturaleza humana ‒y, por lo tanto, como sujetos de deberes y derechos iguales por naturaleza a los de los demás‒ de los habitantes de los territorios descubiertos.
Y aún había más…: los indios podían solo ser sometidos por los reyes de España si se les trataba como seres humanos que eran, conforme a los preceptos del derecho natural; algo que en el mundo británico no sucedería sino hasta cuatro siglos y medio después… y como medida necesaria para justificarse ante el juicio de Nuremberg.
Este asunto no es baladí, sino, tal vez, la piedra angular del edificio hispánico. Ningún otro pueblo europeo ha reconocido a los naturales de las tierras conquistadas por ellos como sujetos de deberes y derechos iguales por naturaleza a los de los demás, sino que en demasiadas ocasiones los ha perseguido, literalmente, como alimañas, tras ser calificados como infrahumanos por gurús como Charles Darwin, quien estimaba que:
La selección natural, como se acaba de hacer observar, conduce a la divergencia de caracteres y a mucha extinción de las formas orgánicas menos perfeccionadas. (Darwin)
Completando la afirmación, para que no haya dudas, diciendo:
Hemos de creer que, si todos los animales y plantas de la Gran Bretaña fuesen puestos en libertad en Nueva Zelandia, una multitud de formas británicas llegaría, en el transcurso del tiempo, a naturalizarse allí por completo, y exterminaría a muchas de las formas indígenas… Por el contrario, por el hecho de que apenas ningún habitante del hemisferio Sur se haya hecho salvaje en ninguna parte de Europa, podemos muy bien dudar de que, en el caso de que todas las producciones de Nueva Zelandia se dejasen en libertad en la gran Bretaña, un número considerable fuese capaz de apoderarse de los puestos actualmente ocupados por nuestros animales y plantas indígenas. (Darwin: 333)
Por supuesto, los aborígenes, para Darwin, formaban parte de la zoología.
El pensamiento y la actuación de España fueron diversos. Gracias a la legislación de Indias se posibilitó que hoy, en el siglo XXI, y en lo que en su día fue Imperio Español, podamos contemplar una geografía humana que ni por asomo puede ser encontrada en el mundo anglosajón, donde como mucho podemos encontrar algún zoológico (reserva) con alguna muestra indígena. En el mundo hispánico no hay más que ver cómo hay indígenas que hubiesen preferido haber sido masacrados por los británicos antes que conquistados por los españoles. También eso es cualidad propia del mundo hispánico.
Y se cumplieron estas leyes, con todas sus excepciones, tan estrictamente que dieron lugar a denuncias por parte de españoles ante los excesos llevados a cabo por los indígenas; denuncias que eran atendidas con bastante más diligencia de la aplicada por la Inquisición ante una denuncia de herejía. Tan es así que era la oligarquía criolla la principal instigadora de los conflictos que se sucedieron en América desde el momento de la Conquista. Ninguno llegó a tener la entidad que alcanzó la revuelta de los comuneros, con toda seguridad motivado porque el descontento de que hicieron gala los oligarcas contra las autoridades fue sobradamente compensado por la lealtad a la Corona por parte de la población nativa, en justa reciprocidad a la protección que ella les brindaba frente a la oligarquía criolla, que veía como el aumento de la población blanca y mestiza sin tierras iba asentándose paulatinamente en los conocidos como resguardos desde los primeros años del siglo XVII; algo que acabaría concentrando su codicia, al verse imposibilitada de entrar en la explotación de esos territorios.
Con la irrupción de la Ilustración y, más concretamente, a partir de mediado el siglo XVIII, las autoridades virreinales comenzaron a restringir los derechos de los naturales. Pero esa sería cuestión de no tan fácil solución hasta que, deshecha la Monarquía Universal Hispánica, y con todo bajo control de los agentes británicos, fuesen privados los indígenas de sus derechos en aras de una igualdad que solo benefició a la oligarquía criolla.
Una oligarquía criolla que, según señala el historiador ecuatoriano Francisco Núñez del Arco, sufría como, bajo la legislación española, los indios escapaban a su control.
Los indios se gobernaban en sus propias comunidades bajo la institución denominada «república de indios», bajo sus propias autoridades y costumbres propias, en tanto no estuvieran en oposición con las Leyes de Indias y la religión católica. Se prohibió su esclavitud, so pena de muerte, y se reconocieron sus tierras comunales. Durante los tres siglos de Imperio español en América fueron considerados súbditos de la Corona de Castilla con los mismos derechos y obligaciones que los nacidos en la Península ibérica y en cualquier otra parte del Imperio, todos eran «españoles» y como tal pudieron elegir y ser elegidos para las Cortes de Cádiz. (Núñez, Cosas)
Pero, además, las condiciones sociales en que estaba dividida esta sociedad, que lo era por castas, no dependía en absoluto de la cuestión racial. Podemos decir que la sociedad española, en su gran mayoría, nunca ha sido racista… Pero sí clasista; así nos encontramos:
Los caciques, los descendientes de las monarquías indígenas, así como las mujeres, estaban exentos del pago de impuestos. Etnias como los tlascaltecas en México o los cañaris en el actual Ecuador, fueron reconocidos como hidalgos-nobles universales por su ayuda y colaboración en la conquista de sus respectivos territorios, es decir que todos los nacidos de esas tribus gozaban de los mismos fueros y prerrogativas que los hidalgos españoles; entre otras, tampoco pagaban impuestos ni podían ser enjuiciados comúnmente. Los indios estaban exentos del servicio militar. Los delitos contra estos se castigaban con más rigor que aquellos contra los españoles, criollos y demás castas; de hecho eran el único grupo humano de la Monarquía Universal Hispana (mal llamada «colonia») en América que tenía un abogado defensor gratuito para causas judiciales, llamado «protector de indios». La inquisición no tenía poder sobre ellos. Hubo grandes historiadores indios, ergo sabían leer y escribir gracias a la educación dada por los españoles, y así pudieron preservar y transmitir su legado milenario en muchos casos, entre los cuales destacan en México: Fernando de Alba Ixtlilxóchitl, descendiente de los reyes de Texcoco; Hernando de Alvarado Tezozómoc, de la casa real de los Acolhuas; Domingo de San Antón Muñoz Chimalpain Quauhtlehuanitzin. En Guatemala tenemos a Hernández Arana Xajila y Francisco Díaz Gebuta Quej; y en el Perú, el inca Titu Cusi Yupanqui, bautizado con el nombre de Diego de Castro; Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamayhua y Huamán Poma de Ayala. (Núñez, Cosas)
Prácticas que solo tienen parangón en la Historia si lo comparamos con la actuación del Imperio Romano, predecesor y modelo en todos los ámbitos del Imperio Hispánico. Y, como en el Imperio Romano, los naturales de estos territorios alcanzarían puestos de importancia en la administración.
Tras la conquista, los hijos de los conquistadores españoles que mantenían más o menos sin cruzar su sangre con los indígenas, eran conocidos como criollos, y acabarían constituyendo una casta. Por otra parte, estaban los funcionarios públicos enviados desde la Península, los cuales tenían prohibido el ejercicio de cualquier tipo de negocio en la jurisdicción a la que estaban adscritos; constituían su propia casta; los emigrantes que en número exiguo iban llegando a los virreinatos americanos, por lo general poseedores de pocos bienes y dedicados a trabajos manuales, compartían más intereses con los indios no nobles; quienes tenían título de nobleza española, los mestizos, los zambos y los negros formaban su propia casta.
Esta sociedad de castas, necesariamente, entraría en conflictos; así, entre criollos y españoles, y en torno a finales del siglo XVII, surgieron sensibles disensiones que, no obstante, no llegaron a significar hechos preocupantes para el desarrollo de la convivencia.
Como hemos visto en otro lugar, se organizaron encomiendas de cara a fomentar el espíritu de trabajo en común, lo que acabaría dando lugar a la creación de cabildos; y, como también hemos visto, no siempre el trato dado por los encomenderos fue el que exigían las leyes, lo que ocasionó conflictos que provocaron serios planteamientos entre los que destaca la celebérrima Controversia de Valladolid.
Ante las quejas por el mal trato que los encomenderos daban a los indios, la Corona ordenó la realización de una visita entre 1610 y 1612, tras la que se redactaron las Ordenanzas del Oidor Francisco de Alfaro, que había sido designado por la Audiencia de Charcas para su inspección. En estas ordenanzas se prohibía el servicio personal de los indios, que podían prestar el servicio de la mita y podían elegir a sus empleadores; el trabajo de los mitayos debía ser pagado por el encomendero, al que se le marcaba unos salarios mínimos, debiendo proporcionar también la comida y la atención médica ante cualquier enfermedad; debían mantener, a su costa, doctrineros que enseñasen la doctrina a los indios; y, finalmente, debían encargarse del entierro de los muertos.
La mita, que ha sido presentada como un método encubierto de esclavitud, es digna de un estudio pormenorizado que no entra dentro de los objetivos del presente trabajo. No obstante, es necesario señalar que se parecía más a un servicio militar obligatorio que a un régimen esclavista. Los indígenas, que, como hemos visto, estaban exonerados del servicio militar obligatorio, tenían por el contrario unas obligaciones de servicio civil temporal. En las regiones andinas lo cumplían en las encomiendas bajo el régimen de la mita, institución que no fue creada por el Imperio Español, sino que, como tantas otras cuestiones, fue heredada del Imperio Incaico y respetada en lo que no contradecía el derecho natural. Estaban obligados a cumplir con el régimen de la mita los hombres casados mayores de 18 años y menores de cincuenta, por un período de diez meses.
Con el advenimiento de los Borbones a la corona de España, el concepto europeo e ilustrado se iba apoderando de la jerarquía al mismo ritmo que erradicando el espíritu hispánico, lo cual significó un sensible cambio en las formas de la administración, y ello afectó, también sensiblemente, a la filosofía aplicada en América. Si, para los Austrias, los territorios americanos eran claramente provincias españolas con el mismo nivel de derechos que las peninsulares, para los Borbón eran colonias, con todo lo que eso implica. No obstante, la forma jurídica no cambiaría, pues desmontar el entramado jurídico forjado hasta el momento sería una tarea de imposible alcance para la administración ilustrada borbónica. De ello se encargarían las élites criollas.
Los criollos eran los descendientes de los conquistadores y encomenderos y de ellos habían heredado sus propiedades, al tiempo que los peninsulares eran fundamentalmente funcionarios públicos conforme a las formas adoptadas desde tiempo de los Reyes Católicos. Un pequeño colectivo de la alta estructura administrativa, a quienes la legislación indiana tenía prohibido tener negocios en la jurisdicción donde desempeñaban sus cargos, y de los emigrantes peninsulares que de manera tasada llegaban al Nuevo Mundo.
Sin embargo, la política borbónica, que en su ámbito interno lamentablemente pasó a denominar colonias a lo que siempre habían sido provincias, no se plasmó de manera especial salvo en los intentos de procurar más ingresos en las arcas reales, lo cual no era exclusivo de América, sino de todo el Imperio, incluida la Península. Por otra parte, y a pesar de lo que señala García Naranjo en lo relativo a la prohibición de ejercer cargo público a cualquiera que no hubiese nacido en suelo peninsular, no parece que se produjeran grandes cambios a nivel estructural, ya que durante este período fue virrey del Virreinato del Río de la Plata Juan José Vértiz, natural de Yucatán; Virrey del Virreinato de Perú, Álvaro de Ibarra, curiosamente, natural de Lima; Virrey del Virreinato de Nueva Granada, Francisco Montalvo y Ambulodi, natural de La Habana; Virrey del virreinato de Perú, Pío Tristán, curiosamente, natural de Arequipa; Virrey del Virreinato de Nueva España, Juan Vicente de Güemes, natural de la Habana.
Vista la lista de virreyes criollos que lo fueron durante el reinado borbónico, parece fuera de lugar el argumento de los separatistas en lo tocante a que los criollos no tenían acceso a la administración Virreinal.
Pero el malestar de la oligarquía criolla se agudizaba porque los indios, poseedores de tierras y cultivos, sabían defenderlos adecuadamente.
Y aún introducirse en los del vecino y formar pleitos que suelen ganar aun con la justicia obscura, porque las leyes favorecen mucho a los indios, y sus agentes y protectores abusan de la confianza que de ellos hacen las mismas leyes. (Hidalgo: 58)
Todo lo cual ayudaba a incrementar el malestar de los criollos.
Este malestar criollo tuvo varios puntos calientes, en los que podemos destacar la rebelión encomendera de Paraguay de 1723-1725, encaminada a usurpar tierras comunitarias indígenas.
Durante este período, hubo batallas en las calles y en los campos, entre Comuneros y Virreinalistas…/… se creará, con asombro de los tiempos, nada menos que una Junta Gubernativa, en pleno siglo XVIII, cuando aún no se había producido la Revolución francesa. Y esta Junta Gubernativa elegirá un Presidente de la Provincia del Paraguay; y aún hará algo más: expulsará violentamente a los jesuitas anticipándose al temerario acto de Carlos III. (Díaz: 35)
En 1763 la corona emprendió una profunda reforma tributaria, resultado de los pensamientos ilustrados afrancesados que habían tomado cuerpo en el gobierno monárquico. Pronto surgieron protestas. Las primeras en Madrid, donde con la excusa de la reforma de las vestimentas ordenadas por el marqués de Esquilache, se produjeron gravísimos conflictos en marzo de 1766 que quedan reseñados en el capítulo correspondiente al reinado de Carlos III. Conflictos que se reprodujeron en Quito, Puno, Guanajuato, motivados en cada caso por cuestiones concretas y con la base común de la reforma tributaria.
Las reformas en América se iniciaron en México, donde no provocaron graves revueltas. Otro resultado tendría en el Virreinato de Perú, donde se radicalizarían las cuestiones al aumentarse los gravámenes el 26 de Julio de 1766 y al ser enviados, en 1777, tres fiscales que portaban la consigna de vigilar la implantación de lo legislado.
La aplicación de impuestos hasta la fecha inexistentes para los grupos sociales más desfavorecidos provocó graves fricciones y descontento especialmente señalado entre los mestizos, principalmente entre los que vivían en los centros urbanos, así como entre los indios.
El problema existente en todo el imperio era en gran parte común: como en la Península, en Quito el problema eran las manos muertas. Al respecto, en 1765, el presidente de la Audiencia señalaba que todas las fincas pertenecían a personas eclesiásticas exentas.
Como consecuencia de la aplicación de la reforma, desde el 22 de mayo hasta el 3 de Julio de 1765, miles de criollos, mestizos e indígenas se amotinaron contra los establecimientos de las nuevas medidas fiscales.
El día miércoles 26 amanecieron los Mosos, más insolentes y atrevidos que nunca con el frenesí y empeño rabioso de matar a todos los Europeos o chapetones, assí vecinos desta ciudad, como forasteros. (…) Las capitulaciones que en este día se hicieron son estas:
1ª. Que se les entregassen a todos los Barrios las piezas todas de Artillería, los fusiles y lanzas de la Sala de Armas, para depocitarlas en los Conventos, o Yglessias, como también los informes = Concedido.
2ª. Que salgan todos los Europeos, solteros y no solteros, de Quito = Concedido lo primero= de los no solteros negado, y saldrán dentro del término de 8 días.
3a. Que se quite el Corregidor, y el fiscal de el Rey, y salgan también como que son Europeos = negado: pero si ellos pidiesen salir se les dará libre facultad, para asserlo en el modo, y por el tiempo que jusgaren conveniente los Señores de la Real Audiencia.
4ª. Que no haya soldados de guardia en Quito, y se quiten los 50 que hay con sus Oficiales = Concedido. (Vitale)
La inmensidad del imperio, así como el deterioro de los servicios (¿consecuencia de las políticas ilustradas?) ‒entre ellos, la comunicación‒ no era cosa baladí. De los disturbios de Quito tuvieron noticias en Madrid en Diciembre.
Pero no acabó el revuelo con estas concesiones, sino que se mantuvo largo tiempo.
En 1777, el omnipotente señor don José de Gálvez, Secretario de Estado en el Despacho Universal de Indias, envió tres fiscales a Suramérica para que realizaran una Reforma a imagen y semejanza de la que él había hecho en la Nueva España; don José de Areche, fiscal de la Audiencia de México, debía reformar el Perú; don Joseph García de León Pizarro, fiscal de la Audiencia de Sevilla, debía reformar Quito; don Francisco Gutiérrez de Piñeres, fiscal de la Audiencia y Casa de la Contratación de Cádiz, debía reformar el Nuevo Reino de Granada. (Lucena)
Mientras tanto, la reforma fiscal había levantado voluntades en todas partes; así, se recibían quejas de todos los estamentos, al tiempo que administradores de distintos lugares ofrecían servicios extraordinarios, como es el caso del ayuntamiento de Guatemala, que se ofrecía a mantener los arrendamientos de los estancos de materias primas con sus propios fondos… para el bien público de la Patria.
Quejas por los impuestos se reflejaron en todas partes; así, a los referidos, se les unían otros, como el relatado por José Andrés Gallego:
En 1766, cuando a los de Mendoza de Cuyo se les pidió que efectuaran un donativo como los demás súbditos del monarca por el alcance de los gastos que habían supuesto la guerra de 1762 y otras necesidades, los mendocinos ‒reunidos para ello‒ no dejaron de recordar que estaban muy cargados por las sisas que tenían que pagar en Buenos Aires, que era por donde habían de sacar sus productos a pesar de los ataques de los indios infieles. (Gallego: 85)
Pero lo que en principio eran quejas, ante la llegada de los tres fiscales encargados de llevar a cabo las medidas fiscales, se convirtieron en conflictos que podemos catalogar con los nombres de cada uno de ellos: Areche, García de León Pizarro y Gutiérrez de Piñeres.
A la llegada de los fiscales, en 1777, se produjeron levantamientos anti fiscales en Quito que crearon serias situaciones de revuelta popular.
Ante estas revueltas, un observador imparcial, Pedro Pérez Muñoz, alcalde que fue de Quito, relata el ambiente que se vivía, y no deja de señalar la igualdad existente entre los españoles de ambos hemisferios, siendo que él mismo estuvo en peligro cierto de muerte:
Los criollos están persuadidos a que son conquistados. Este error es común y de él se origina aquella natural aversión que hay entre el conquistador y el conquistado. Podían reflexionar que solo hubo indios en estas tierras, que fueron los subyugados, y que ellos descienden de los españoles y por eso son blancos. También podían ver las leyes que los mandan, que son iguales y las mismas que rigen en España. De la misma suerte podían saber que los españoles y ellos mismos gozan y viven con más desahogo y libertad que los que habitan en la Península. Sí, amigo mío, tanto en lo moral, como en lo político y civil, hay mucha más franquicia. Lo que se paga de contribuciones, fuera de aduanas, es muy poco y cuando se intenta imponer o aumentar algo sobre el cabezón de las haciendas o estancar algún ramo, para que alcance a subvenir a los gastos del Estado, les causa mucha novedad y luego empieza el fermento de la rebelión. (Hidalgo: 57)
Se extiende a mucho más la ignorancia del criollo. Dice y piensa que la plata que va a España es robada, sea de los comerciantes, sea la perteneciente al Erario Real; ni pretenden ni quieren saber la inversión de ella, ni lo que cuesta mantener estos dominios en paz y de las asechanzas de los extranjeros. (Hidalgo: 58)
Evidentemente, esta aseveración refleja el avance que ya estaba alcanzando la leyenda negra contra España, aunque el autor no llega a entrever la misma. Y en cuanto a la posesión de la tierra, el mismo Pedro Pérez Muñoz relata:
Legítimamente puestas estas tierras en dominio de los Reyes de España, las mandan dar graciosamente al que las denuncie, para su cultivo y labranza, sin exceptuar indio, blanco, ni clase alguna…/… El indio tiene tierras propias, aún más de las que puede cultivar. (Hidalgo: 57-58)
De estas consideraciones de Pedro Pérez podemos deducir varias conclusiones que vienen a confirmar lo que sabíamos sobre las Leyes de Indias, y es que en el siglo XVIII, en América, se hablaba de bien común y de buen gobierno. Y, lo que deja de ser tan benéfico: comenzaba a desarrollarse la política de expolio, en concreto de las comunidades indígenas, que con total profusión acabarían llevando a cabo los libertadores, todo lo cual era el principio de varios aspectos que interesa repasar, y que dejaban sin argumentos a la revuelta.
Pero estas eran cuestiones que los criollos obviaban mientras en el Nuevo Reino de Granada, según relata Federico García Naranjo,
Gutiérrez de Piñeres simboliza la momentánea sintonía entre criollos y el pueblo raso contra los españoles, porque él era el funcionario encargado de cambiar las cosas y, por consiguiente, el responsable de la indignación de los notables. En particular, para el Marqués de San Jorge, el visitador era un enemigo declarado ya que era evidente que una de sus principales funciones era la de cobrar los derechos adeudados por Lozano de Peralta o despojarle de su título. (García)
¿De dónde venía el conflicto? Parece que de la voluntad de imponer orden por parte del visitador. Pero el conflicto no surgiría entre él y el pueblo, sino entre él y el virrey Flórez; conflicto que sacaría a la luz Gutiérrez de Piñeres al calificar la administración del virreinato como el régimen de los cinco cuñados: una oligarquía familiar existente dentro de los altos funcionarios de la administración virreinal.
En el Tribunal de Cuentas —escribe a Gálvez— se hallan tres cuñados, el contador don Vicente Nariño y los ordenadores don José López Duro y don Manuel Álvarez. Es también cuñado de los tres el oficial real don Manuel de Revilla, e igual parentesco tiene con los cuatro cuñados el oidor don Benito Casal. Considérese, pues, qué seguridad puede haber en que asuntos que corren por las manos y dirección de estos empleados se manejen con la imparcialidad que recomiendan las leyes, el servicio del Rey y del público. ¿No es preciso que este desconfíe y murmure, como lo hace, de unas operaciones que se preparan, disponen y examinan y sentencian por cinco cuñados? (Jaramillo)
Asunto que contravenía de raíz las instrucciones relativas a las relaciones de parentesco de los funcionarios reales.
Uno de los cinco cuñados, Manuel García Olano, figuraría posteriormente como uno de los informantes y agentes de los comuneros en Santa Fe…. Y Vicente Nariño era el padre de Antonio Nariño, prócer separatista.
Es el caso que a partir de estos momentos se multiplicaron las protestas y las peticiones de todo tipo. Parece como si la sociedad entera hubiese sufrido una crisis de ansiedad que provocaba que los criollos y los mestizos, los comerciantes y los terratenientes, los cabildos y las parroquias, los indígenas, las cofradías, los mineros… presentasen continuas reclamaciones, súplicas y objeciones a las medidas administrativas.
En este tiempo, Salomón Kalmanovitz señala que la población de la Nueva Granada era de unas 800.000 personas, de las que el 46,5% eran mestizos. La región de Socorro había sido colonizada por emigrantes peninsulares pobres dedicados a la agricultura desde hacía un siglo, en el curso del cual había crecido la agricultura y la artesanía. Mientras, en México, la población indígena era el 60%; en Ecuador, el 65,2%; y en Perú, el 58,2%.
Estos acontecimientos nos hacen recapitular sobre el asunto. Fueron estos apartados de corrupción administrativa los que más influyeron en la oligarquía criolla a la hora de posibilitar el levantamiento comunero, ya que en realidad el fiscal Gutiérrez de Piñeres no creó nuevos gravámenes ni estableció nuevas instituciones recaudatorias.
En lo que innovó fue en la organización, control y forma de recaudo de las rentas virreinales y este aspecto de su gestión fue quizás el que mayores resistencias generó y lo que en las capitulaciones de Zipaquirá se calificaba como su «manera de aterrar la población con su despótica autoridad». Ni siquiera los estancos eran una institución nueva, si bien es verdad que los de tabaco y aguardiente fueron establecidos después de 1750. Pero estancos de azogue, naipes y papel sellado habían existido desde 1560. (Jaramillo)
Las reformas fiscales se habían implantado un año antes provocando algún disgusto, pero la revuelta se produjo cuando fueron denunciados los abusos de los administradores del Virreinato.
En cumplimiento de su misión, el Regente Visitador General, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, pone en ejecución la Real Orden del 17 de agosto de 1780 y, con motivo de las urgencias de la guerra entre España e Inglaterra, se aumenta en dos reales cada libra de tabaco y otros dos el azumbre (medida de líquidos) de aguardiente. Esta subida de impuestos sería la excusa aducida en el inicio de la protesta de Socorro y el subsiguiente conflicto.
Sea cual fuera el motivo, el conflicto estalló, no en 1777 sino el 16 de marzo de 1781 cuando en la población de Socorro, las turbas arrancaron el edicto que, en la puerta del ayuntamiento, anunciaba los nuevos impuestos.
Los amotinados gritaban ¡Viva el Rey, muera el mal gobierno!, al tiempo que marchaban hacia Santa Fe, capital del virreinato. Lo que había comenzado como una reivindicación popular contra los impuestos, terminó convirtiéndose en una revolución, dispuestos los revolucionarios a tomar el poder y a transformar las estructuras económicas, políticas y sociales, poniendo al frente a uno de los más exaltados, Juan Francisco Berbeo, quien, a lo que parece, tenía medidas sus aspiraciones.
Capitán de los comuneros, era un criollo por los cuatro costados, y su lealtad a la sublevación se mantuvo inalterable mientras ella no sobrepasó los linderos de una revuelta compatible con los intereses de la oligarquía criolla. (Liévano: 34)
El blanco de esta ira no era otro que Gutiérrez de Piñeres.
Las primeras convulsiones populares manifestando su disgusto por los nuevos tributos se produjeron en los primeros días del recién estrenado 1780 en Santa Fe, Tunja, Popayán, Pasto y Socorro, recrudeciéndose la situación diez meses después, el 21 de octubre, cuando se produjeron motines en Mogotes, Simacota, Barichara, Charalá, Onzaga y Tunja. Geográficamente significaba una gran extensión la que se sumaba a la revuelta. No obstante, sería de breve duración.
El día 14 de enero era asaltada la oficina de la aduana, consiguiendo que se suprimiese la reforma, pero los enfrentamientos se recrudecieron y las turbas saltaron la casa del corregidor Sentmenat, lo que ocasionó una represión que estuvo a cargo de una fuerza ridícula de alabarderos que tuvo que enfrentarse a una turba de unos cuatro mil insurgentes novogranadinos que salieron a su encuentro desde Santa Fe, y ante quienes se rindieron.
Todos los conflictos señalados marcarían el camino para la consolidación de la revuelta, que se produciría el 16 de marzo de 1781, cuando en un hecho accesorio, Manuela Beltrán rompió el edicto referente a las nuevas contribuciones, a los gritos de viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento, un impuesto extraordinario que gravaba los artículos de primera necesidad y que estaba inmerso dentro de la alcabala, el cual equivalía a un 4% del valor de las mercancías. Era el incremento del cien por cien sobre el impuesto preexistente, reduciéndose su aplicación a productos europeos.
Que no a los locales, en particular a la hilaza de algodón, que era utilizada como moneda por los pobres de Socorro y San Gil. Se exigía radicalmente la liquidación del estanco del tabaco, que lo fumaban pobres y ricos, y libertad de siembras. (Kalmanovitz: 73)
Por su parte, los Comuneros de Mérida en el pasquín de 5 de junio de 1781 exponían:
Hacemos saber a V.S. cómo los lugares principales de este Reino, cansados de sufrir el intolerable peso de alcabalas hasta de lo sagrado, rigurosos estamos aún de la tierra, etc., con amenazas de peores, si caben mayores; hemos resuelto todos a una voz sacudir tan pesado yugo, y tomar otros temperamentos para la conservación de nuestras vidas y viviendas. (Lucena: 9-10)
Lo que quedaba claro, en cualquier caso, es que la revuelta tenía motivaciones fiscales como reacción de la oligarquía criolla ante la limpieza administrativa organizada por el visitador Piñeres. El grito de guerra ¡Viva el Rey y abajo el mal gobierno!, parece prueba suficiente.
La oligarquía criolla no contaba entonces con los apoyos internacionales necesarios para ello. No obstante, en Londres, Francisco de Miranda ya estaba urdiendo el apoyo del gobierno de su majestad, instruidos por jesuitas que habían sido expulsados de los dominios españoles y que, extrañamente, no encontraban las cortapisas que sí encontraban los católicos en Gran Bretaña.
Otra de las causas principales de la revolución de los comuneros, según noticias del momento, fueron los progresos que Túpac Amaru hacía justamente en esos momentos (la revuelta había empezado el 4 de Noviembre del año anterior). Parece ser que los revoltosos difundían entre la población la idea de que el avance de Túpac Amaru era imparable, y que a él se iban uniendo una sucesión de pueblos.
Por ese motivo, o por otros, el motín tomó fuerza; los amotinados repartieron o quemaron el aguardiente y el tabaco, mientras crecían los ánimos contra Gutiérrez de Piñeres. Organizados en banda comandada por Francisco Berbeo, avanzaron hacia Santa Fe, derrotando a su paso a los destacamentos realistas que les hacían frente. Con un dato a resaltar:
En la región de Santander, de un total de 45 capitanes, 34 eran terratenientes, 5 pequeños comerciantes y 6 artesanos y jornaleros. (Vitale)
Las fuerzas virreinales daban la sensación de no controlar la situación, y los comuneros estaban amenazando ya la acometida a Santa Fe de Bogotá, por lo que se organizó una fuerza militar comandada por el oidor José Osorio para que fuera a contenerlos; pero finalmente, las tropas de Osorio se pasaron a los rebeldes en Puente Nacional y el ejército rebelde siguió avanzando hacia Bogotá.
Cuando uno de los ayudantes de Osorio, que logró escapar, condujo la noticia de la derrota a Santa Fe, el optimismo inicial de las autoridades desapareció y los relatos del ayudante con respecto al estado de ánimo de «la plebe alzada», atemorizaron a los magnates criollos de Santa Fe, pues todos se imaginaron que sus bienes estaban en peligro. Entonces el Marqués de San Jorge y el clan de grandes familias criollas de la capital corrieron a ofrecer sus servicios a la Audiencia, a sumarse a las fuerzas que protegían a la ciudad y a formar, por cuenta propia, algunos batallones. (García)
José Antonio Galán, un personaje oscuro, se puso al frente de la sublevación en las proximidades de Zipaquirá, que luchaba bajo el lema Unión de los oprimidos contra los opresores, y obtuvo una victoria en Villeta, siguiendo una retahíla de levantamientos donde los desposeídos se apoderaban de las grandes haciendas; y en el centro minero de Mariquita se levanta con el grito: ¡Se acabó la esclavitud!
En su avance hacia Zipaquirá, se enteraron de la partida del Visitador para Honda y sospecharon que pretendía llegar al Magdalena para reunirse con el Virrey en Cartagena. A fin de detenerlo, Berbeo designó un contingente de tropas comuneras y, acatando las exigencias de los sublevado, le otorgó su mando a un joven charaleño, quien se había distinguido en los últimos tiempos por su vigorosa personalidad de caudillo y la devoción con que defendía las aspiraciones de los desheredados: José Antonio Galán. (Liévano: 20)
A su paso levanta a 16.000 aldeanos, a una banda de indígenas provista de armas improvisadas o primitivas, pero tan unánimes que logran desbandar a las primeras tropas de represión. La ciudad de Bogotá se inquieta, se dice que «la plebe» urbana considera a los rebeldes de los pueblos como sus «redentores y amigos». (Vilar: 162)
Berbeo tenía razón en su predicción. El Virrey Flórez se encontraba en Cartagena. El Visitador, Gutiérrez de Piñeres, salió huyendo hacia Cartagena. Mientras, el Arzobispo Antonio Caballero y Góngora, con amplias facultades, se dirigió hacia Zipaquirá con el fin de evitar que la marcha comunera llegara a Santa Fe.
Pero pronto Juan Francisco Berbeo, principal implicado en la revuelta de Socorro, comenzó a demostrar que la revolución no era el objetivo de su actuación, sino, bien al contrario, la defensa de los intereses de la oligarquía criolla, y posibilitó que los regidores del Socorro se comunicasen con el Virrey Flórez para informarle de la gravedad de la situación, gestionar la obtención de algunas prebendas y, a cambio, calmar la revuelta.
Y es que, conforme sigue señalando Indalecio Liévano Aguirre:
Los grandes señores de la oligarquía criolla, lo mismo en el Socorro que en Santafé, formulaban severas críticas a las autoridades del Virreinato, pero en manera alguna estaban dispuestos a fraternizar con la plebe, como llamaban despectivamente al pueblo, ni a convertirse en los voceros de sus aspiraciones. Los desheredados querían tierras y esas tierras habían sido monopolizadas por las grandes familias criollas, tanto en la Sabana, como en el Socorro, el Saldaña, Neiva, Popayán y Tunja. (Liévano: 12)
Por su parte, los indígenas se encontraban en medio del conflicto creado por los criollos pudientes que habían prometido tierras a los criollos sin propiedades; tierras que irremisiblemente debían ser a costa de los resguardos de los indígenas, como acabaría sucediendo tras el éxito del movimiento separatista, en 1824.
Las conversaciones darían lugar a las capitulaciones que se firmarían en Zipaquirá el 30 de mayo siguiente (1781). Los Comuneros o, lo que es lo mismo, la oligarquía criolla que se sentía reprimida en sus abusos por las medidas de Piñeres, con fecha 7 de mayo de 1781 escribió una carta a la Audiencia señalando:
Han hecho un general levantamiento contra todos los pechos, sisas y determinaciones del Señor Regente. Porque sobre lo primero que hicieron repulsa fue sobre la orden de cobrarles un nuevo impuesto, titulado de barlovento, que recaía evidentemente contra todos los pobres, que son los que labran los algodones, hilos, tejidos, etc., y esto con un reglamento tan subido, que les dejaba el menor arbitrio para escapar de la contribución. (Lucena: 9-10)
Pero quedaba patente que ese ataque de populismo era desechado cuando quienes les seguían exigían reformas que afectaban directamente a sus intereses.
En las capitulaciones de Zipaquirá se acordó la aplicación de algunas medidas que beneficiaban a la oligarquía criolla, como era la abolición de algunos impuestos y la rebaja de otros; la extinción del estanco del tabaco, la eliminación de peajes.
También tuvo efectos positivos, como fue la garantía de los Resguardos, la rebaja de los tributos, la exoneración del pago de los servicios religiosos y el derecho de los indios a quedar como administradores y beneficiarios de las minas de sal.
Por su parte, los criollos lograron que, contrariamente a lo que la administración ilustrada estaba llevando a cabo, no fuesen marginados de la administración pública, respetando en ese sentido la política anterior a la Ilustración.
Mientras tanto, y ya en un estado tan avanzado de la revuelta, el 23 de junio ocasionó un nuevo levantamiento en Pasto que acabó con la vida del comisionado encargado de los impuestos.
Finalmente, como señala Luis Corsi, se había llegado a un callejón sin salida, porque las capitulaciones de Zipaquirá tienen reivindicaciones que resultaban difíciles e incluso imposibles de cumplir por parte de la Corona Española, que acabaría desatendiéndolas en aquellos aspectos que beneficiaban a los oligarcas, pero no en lo tocante a las justas demandas populares. Entre las peticiones de los comuneros nos encontramos la cláusula 7ª, donde se pedía la disolución de los resguardos de los indígenas, y la supresión de las visitas de residencia o, lo que es lo mismo, la supresión del control real sobre las actuaciones de los gobernantes. Finalmente, el 13 de octubre de 1871 se daría fin a la revuelta con el descuartizamiento de José Antonio Galán y la impunidad de Berbeo.
Si las capitulaciones no fueron atendidas por exorbitantes, los movimientos comuneros lograron paralizar las reformas que los ocasionaron… y perdieron de momento la desamortización de los Resguardos.
Respecto a este asunto, y contrariamente a lo que la historiografía separatista viene señalando:
Más que ofrecer un antecedente para las luchas de independencia, estos alzamientos parecen proporcionar una de las claves para entender la obstinación con que esta área iba a apegarse a la causa del rey: una parte de su población nativa iba a ver en el mantenimiento del orden colonial la mejor defensa de su propia hegemonía, y en esta la única garantía contra el exterminio a manos de las más numerosas castas indígenas y mezcladas. (Halperin: 81)
La historiografía neo-separatista ve en Berbeo a un traidor, que lo fue, pero no pasaba de representar los intereses de clase de la oligarquía criolla. Berbeo fue nombrado Corregidor de la recién creada jurisdicción de El Socorro; y sus descendientes, en puestos relevantes, dos de los cuales llegaron a la presidencia de la república de Colombia.
BIBLIOGRAFÍA
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Núñez del Arco, Francisco: Cosas de indios en la «colonia» que no sabías.
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Ordenanzas de Alfaro
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Vitale, Luis.: Historia Social comparada de los pueblos de América Latina.
http://adhilac.com.ar/?p=2012
LOS PRÓCERES, SU DEPENDENCIA (I)
La hecatombe que España sufrió en el siglo XIX no puede ser entendida sin haber analizado previamente los siglos anteriores, pero tampoco puede entenderse sin analizar la casuística de las personas que llevaron a término la destrucción del Imperio Humanista Hispánico.
¿Qué eran y a qué servían aquellos a quienes algunos llaman los libertadores? Desde la distancia de dos siglos; desde un mundo que en poco se parece a aquel; desde la estricta individualidad del interesado por conocer; con el dolor, eso sí, de no hacerlo desde una Patria unida y universal, vamos a intentar desentrañar qué motivaciones y ayudas tuvieron para conseguir la atomización de la Patria común.
En capítulos anteriores se ha procurado introducirnos en la situación política de España en los albores del siglo XIX; hemos tratado también la cuestión económica; la influencia de la invasión francesa de la Península; los conflictos sociales indigenistas y de los Comuneros, y la influencia de la masonería.
Todo ello, sin duda, influyó en el rompimiento de la Patria, pero hubo otros condicionantes, si cabe más importantes, a cuyo servicio laboraron algunos de los aspectos señalados. No vamos a adelantar cuáles fueron. Irán surgiendo a lo largo de la exposición.
En esos momentos, la Revolución Francesa y la Ilustración ocupaban lugar preeminente en cualquier charla, conversación o discusión, y los llamados próceres eran, sin lugar a dudas, gentes con ideas revolucionarias emanadas de aquellas. Y gentes que se estaban organizando al amparo de la Revolución Francesa y de Inglaterra. Así, en esos momentos ya se estaban gestando las acciones que se pondrían en marcha a comienzos del nuevo siglo.
A finales del siglo XVIII el venezolano Francisco de Miranda había fundado en Londres una logia masónica llamada La Gran Reunión Americana, cuyo objetivo era conspirar contra España ‒bajo los auspicios de la corona británica‒ al objeto de crear el caldo de cultivo necesario que facilitase el rompimiento de España. Esta logia, que, dada la estructura de la organización, obedecía a la Gran Logia de Londres, se expandió en España con el nombre de Sociedad de los Caballeros Racionales.
Todos los próceres separatistas acabarían perteneciendo a esta o a otras logias masónicas.
Según señala Antonio Moreno, Francisco de Miranda, que había servido en el ejército español, en concreto en Melilla, combatió en Valmy como mariscal de campo al servicio de la Revolución Francesa bajo las órdenes de Dumouriez, y permaneció años en Inglaterra prestando sus servicios como peón de la política británica en América, a la que exportaría el concepto parlamentario, amén de conceder a Inglaterra el estatus de nación favorecida en cuanto a lo comercial, una vez que se lograra la separación de España.
El 22 de Diciembre de 1797 se reunieron en París José del Pozo y Sucre, Francisco Miranda y Pablo de Olavide:
No solo para deliberar conjuntamente sobre el estado de las negociaciones seguidas con Inglaterra en diferentes épocas, para nuestra independencia absoluta. (Acta de París)
Sino para llegar a una serie de acuerdos que quedarían plasmados en un acta que resulta esclarecedora para entender lo que sucedería después. Se detecta en el acta la existencia de acuerdos previos con el reino de la Gran Bretaña, a la que se le abren las puertas sin cortapisa de ningún tipo en lo que se puede entender como pacto para la dominación colonial británica.
El artículo primero del acta en cuestión señala:
Habiendo resuelto, por unanimidad, las Colonias Hispano-Americanas [sic], proclamar su independencia y asentar su libertad sobre bases inquebrantables, se dirigen ahora aunque privadamente a la Gran Bretaña instándole para que las apoye en empresa tan justa como honrosa, pues si en estado de paz y sin provocación anterior, Francia y España favorecieron y reconocieron la independencia de los Anglo-Americanos, cuya opresión seguramente no era comparable a la de los Hispano-Americanos, Inglaterra no vacilará en ayudar la Independencia de las Colonias de la América Meridional.
En su artículo segundo es de destacar que reclaman a favor de Inglaterra condiciones de dominio en los territorios liberados; algo que jamás ofrecieron los independentistas norteamericanos como contrapartida hacia España por su apoyo a la independencia de las Trece Colonias. Dice así:
Se estipularán, en favor de Inglaterra, condiciones más ventajosas, más justas y más honrosas. Por una parte la Gran Bretaña debe comprometerse a suministrar a la América Meridional fuerzas marítimas y terrestres con el objeto de establecer la Independencia de ella y ponerla al abrigo de fuertes convulsiones políticas; por la otra parte, la América se compromete a pagar a su aliada una suma de consideración en metálico, no solo para indemnizarla de los gastos que haga por los auxilios prestados, hasta la terminación de la guerra, sino para que liquide también una buena parte de su deuda nacional. Y para recompensar hasta cierto punto, el beneficio recibido, la América Meridional pagará a Inglaterra inmediatamente después de establecida la Independencia, la suma de... millones de libras.
Se comprometían así a una hipoteca que sigue vigente doscientos años después de haber sido rota la unidad nacional española.
Y los términos de la mentada hipoteca comienzan a señalarse en su artículo quinto, donde se indica:
Se hará con Inglaterra un tratado de comercio, concebido en los términos más ventajosos a la nación británica; y aun cuando debe descartarse toda idea de monopolio, el trazado le asegurará naturalmente, y en términos ciertos, el consumo de la mayor parte de sus manufacturas.
Y en su artículo sexto se les regala Panamá:
El paso o navegación por el Istmo de Panamá, que de un momento a otro debe ser abierto, lo mismo que la navegación del lago de Nicaragua, que será igualmente abierto para facilitar la comunicación del mar del Sud con el Océano Atlántico, todo lo cual interesa altamente a Inglaterra, le será garantizado por la América Meridional durante cierto número de años, en condiciones que no por ser favorables lleguen a ser exclusivas.
De todos es conocido que, finalmente, el canal sería abierto por EE.UU. Pero eso no dependió de la inexistente independencia Hispanoamericana, sino de un pacto entre iguales: el tratado Clayton-Bówdler entre Estados Unidos de América e Inglaterra, firmado en 1850, en donde se le reconoce a la primera el derecho de hacer un canal.
Volviendo al acta de París, en el capítulo octavo se abren las puertas al banco de Inglaterra:
Las relaciones íntimas de asociación que el Banco de Londres pueda trabar enseguida con los de Lima y de México, para sostenerse mutuamente, no será una de las menores ventajas que procure a Inglaterra la independencia de la América Meridional y su alianza con ella. Por este medio el crédito monetario de Inglaterra quedará sentado sobre sólidas bases.
Y el noveno apunta una nueva hipoteca con los Estados Unidos:
Puede invitarse a los Estados Unidos de América a formar un tratado de amistad y alianza. Se le garantizará en este caso la posesión de las dos Floridas y aun la de la Louisiana, para que el Missisipi sea la mejor frontera que pueda establecerse entre las dos grandes naciones que ocupan el continente americano. En cambio los Estados Unidos suministrarán, a su costa, a la América Meridional un cuerpo auxiliar de 5.000 hombres de infantería y 2.000 de caballería mientras dure la guerra que es necesaria pata obtener su independencia.
En el artículo Once hay otra cesión territorial directa:
Respecto de las islas que poseen los hispano-americanos en el archipiélago americano, la América Meridional solo conservará la de Cuba, por el puerto de la Habana, cuya posesión —como la llave del Golfo de México— le es indispensable para su seguridad. Las otras islas de Puerto Rico, Trinidad y Margarita, por las cuales la América Meridional no tiene interés directo, podrán ser ocupadas por sus aliados, la Inglaterra y los Estados Unidos, que sacarán de ellas provechos considerables.
Destaquemos principalmente estos aspectos. Los hechos posteriores ‒los tratados comerciales, el expolio…‒ no han sido excesos de británicos y norteamericanos. Todo estaba pactado por los libertadores, sus agentes.
Pero este expolio no puede achacarse solo a los firmantes del Acta de París de 1797, puesto que la misma se llevó a efecto con la anuencia de las logias que laboraban por el rompimiento de España, y que en esos momentos se encontraban diseminados por toda Europa. Entre ellos no hay que olvidar a Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, a Manuel de Solar, a Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá, a Pedro José Caro, a Pablo de Olavide, a Antonio Nariño…
Pero, ¿quién era Francisco de Miranda?
Francisco de Miranda luchó en el norte de África a la orden del ejército español, hasta obtener el grado de capitán, siendo ascendido a teniente coronel en la batalla de Pensacola. Combatió en Pensacola en apoyo a la causa norteamericana. Tras abandonar el Ejército español, permaneció en los Estados Unidos, concretamente en Filadelfia, entre 1783 y 1784, donde trabó relaciones con la masonería local... Y que se vería forzado a abandonar tras haber sido condenado por delito de comercio ilegal y por haber desertado. Curiosamente, esta amistad por lo ajeno es común a varios próceres.
José Stevenson Collante, grado 33 de la masonería, dice sobre Miranda, insinuando que la traición era una invención de sus acusadores:
Por razones religiosas como anticristiano y por la manifiesta antipatía de los militares españoles, el General De Miranda es acusado de simpatizar en 1782 con los ingleses, lo que le ocasiona ser tomado prisionero y encarcelado en el Castillo del Príncipe en La Habana, de donde logró huir a Carolina del Sur en 1783 y conoce a Jorge Washington, victorioso de la Revolución Norte-americana. Lograda su independencia, con deseo de libertad realiza un viaje de observación por varios países de Europa, donde tuvo la oportunidad de conocer y tratar con varios personajes importantes del mundo Europeo, como Catalina II, zarina de Rusia, y Federico II de Prusia, quienes le prometieron ayuda para la puesta en marcha de sus aspiraciones libertarias de América Meridional. (Stevenson)
En relación a esta promesa, haremos caso a lo que nos indica el señor masón del grado 33; pero, a lo que parece, no fue más allá de la carta de crédito que le dio, a la que el mismo Miranda hace referencia en su carta de agradecimiento de 15 de Agosto de 1787, que termina diciendo:
La Letra de Crédito que V.M. ha tenido a bien agregar, será utilizada juiciosamente en caso de necesidad y siempre satisfecha por mi parte, teniendo el honor de considerarme con sincero agradecimiento y profundo respeto de V.M.I., el más humilde y muy obediente servidor.
Residiría tres años en Londres, de 1802 a 1805, donde regresaría en 1807, para marchar en 1812. En Londres, conforme relata el mismo José Stevenson Collante, entraría en la órbita de la masonería, bajo cuyo auspicio fundaría la logia La Gran Reunión Americana.
Allí adoctrinaba, como Gran Maestro, a los patriotas americanos y revolucionarios que venían de sus países de origen, destacándose entre ellos los chilenos Bernardo O'Higgins, José M. Carrera, Juan Martínez, Gregorio Argomedo, Juan A. Rojas; los argentinos José de San Martín, José Mª Zapiola, Carlos Mª de Alvear, Bernardo Monteagudo y Mariano Moreno, quienes en 1811 organizaron en Buenos Aires la Logia Lautaro, que luego fue extendida a Mendoza y a la ciudad de Santiago de Chile; de México, el fraile Bernardo Teresa de Mier, Vicente Rocafuerte, Carlos Montufar; de Cuba, Pedro Caro; de Venezuela, don Andrés Bello, Luís López Méndez y el Libertador Simón Bolívar; de Santafé, José Mª Vergara Lozano, eran los más asiduos contertulios a las famosas Tenidas. (Stevenson)
Allí tomaría contacto con alguien que le había precedido. El primero que en estas circunstancias y de forma manifiesta se presentó como enemigo del ser de España, fue el Jesuita Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, un personaje que, contando como católico, curiosamente, fue muy bien atendido por la corte británica. Llegó a Londres a requerimiento del gobierno británico; y, bajo su auspicio, en 1799 publicaba en Londres el manifiesto titulado Carta dirigida a los españoles americanos, donde, según señala Secundino José Gutiérrez Álvarez,:
Además de atacar a José Gálvez, ministro de Indias, por su «manifiesto y general odio a todos los criollos», es también un duro alegato reclamando el derecho de los criollos al gobierno americano. Por primera vez un criollo llama a sus compatriotas a rebelarse contra la Corona española y alcanzar su libertad, porque se la niega el gobierno de su propia patria…/… La Carta de Vizcardo, distribuida por Miranda, adquirió una amplia difusión en Venezuela, Colombia y Perú. Sucedió, igualmente, con los escritos de Juan de Velasco y Clavijero, dos jesuitas exiliados en Italia. (Gutiérrez)
La carta no era sino la expresión de la oligarquía criolla, que llevaba tiempo pretendiendo imponerse a las leyes, por lo general en detrimento de los otros sectores de la sociedad más deprimidos, y que contaban con el apoyo de la Corona. Para Edgar Montiel:
La estrategia discursiva de los independentistas americanos incluía promesas de una liberación de la fuerza de trabajo servil en aras de un estatuto ciudadano que diera la igualdad a blancos, ricos y pobres, indígenas y negros. Estos ideales tuvieron una gran resonancia en Europa, donde la lucha se planteaba en términos de un cambio de régimen: la caída de la monarquía liberaba al Hombre de su condición de súbdito y le permitía acceder, gracias a su trabajo y sus méritos, a la igualdad de oportunidades. La ecuación buscada era libertad con igualdad. Era la agenda de la revolución que se gestaba en Francia. (Montiel)
Los principios señalados no tienen discusión; ¿quién no quiere la igualdad?; ¿quién no desea la eliminación del trabajo servil? Pero esas eran cuestiones ‒la primera, de difícil solución‒ a la que no se puede acceder sino mediante un trabajo continuado, y no ya durante años…; y la segunda era una cuestión que, por el condicionamiento del Imperio Español, nunca fue, ni de lejos, tan significativa como era en otros ámbitos ‒en especial en el mundo anglosajón‒ y que, por la propia dinámica de los tiempos y con la necesaria intervención de las leyes, estaba en esos momentos, existente, sí, pero en franca vía de extinción. A pesar de la importancia que tiene el asunto por tratarse de personas, no era un asunto capital.
Sí lo había sido en el mundo anglosajón, que ahora estaba muy interesado en acabar con unos métodos esclavistas en los que siempre fue pionero; pero no porque la filosofía humanista imbuyese, de golpe, las formas que venían aplicando, sino porque la revolución industrial exigía nuevos métodos de esclavitud en los que esa palabra había dejado de tener relevancia. Las pruebas del aserto las puede encontrar cualquiera que se interese en el trato dado al asunto a lo largo y ancho del imperio británico.
Pero la independencia, para la oligarquía criolla, sí era de especial importancia, porque con ella podrían acceder a aquellos capítulos que las leyes salvaguardaban como exclusivos para los más desfavorecidos, porque no debemos olvidar que los gestores de la gran asonada americana, fueron, con escasas excepciones, terratenientes criollos cuya principal diferencia con los administradores era su lugar de nacimiento y su vínculo económico.
Al ver que el poder de España era cada vez más frágil y decadente, y que sus enemigos tradicionales, Francia e Inglaterra, así como la desagradecida Estados Unidos, tenían un empuje que ahora era inexistente en España, comenzaron a rebelarse animados con su apoyo económico y doctrinal, que aspiraban se convirtiese también en apoyo militar.
Y justamente esos precursores eran quienes menos respetaban la libertad humana de los desfavorecidos. ¿Dónde están los indígenas en Norte América o en Australia?... En el mismo lugar que, andando los años, bajo los dominios británico y norteamericano acabarían, por ejemplo, los selkman.
Pero la estrategia de la oligarquía obviaba las realidades; lo que el jacobinismo les hacía defender era exclusivamente sus prerrogativas; sus ansias de ser cabeza de ratón. Así, obviando que algo de lo que decía era cierto y que no hay mayor mentira que una verdad a medias, años más tarde, el 6 de septiembre de 1815, y fiel a su dependencia, Bolívar, en su Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, que es como Bolívar tituló a la comentada Carta de Jamaica, repite las vaciedades que sobre la actuación de España en América propalaron los eternos enemigos de España cuando contra esta no tenían más argumento que la imprenta. En ella se refiere a la Brevísima de Fray Bartolomé de las Casas, la cual curiosamente le reportó ser declarado defensor universal del indio por Carlos I y que dio lugar a un hecho de importancia jurídica internacional como es la Controversia de Valladolid y la subsiguiente redacción del derecho internacional, mientras en Europa seguían con el derecho feudal.
En cumplimiento de su labor, Miranda presentó en 1800 un memorando al gobierno británico que tenía en cuenta informaciones muy precisas sobre la geografía, clima, pasos estratégicos, idiosincrasia de los hispanoamericanos, etc.; datos que llegaron a su autor a través de los jesuitas expulsados del imperio español en 1767 por Carlos III. Consideraba asimismo la baja condición de la capacidad militar española y se planteaba un asalto en el Río de la Plata. Maitland señalaba en el proyecto subsiguiente:
Yo imaginaría que cualquier intento hecho con una fuerza racional habría de ser casi con certeza exitoso, y baso mi opinión en esta parte sobre la evidente certidumbre de que, malas como son las tropas españolas en Europa, tienen que ser aún de inferior calidad en el Nuevo Mundo. (Terragno: 66)
Curiosamente, tras estos servicios prestados a la Gran Bretaña, es el Arco del Triunfo de los Campos Elíseos parisinos el que presenta su nombre inscrito en piedra como recuerdo perdurable de su traición.
Aseveraría Bolívar en su Carta de Jamaica:
Estábamos, como acabo de exponer, abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos, pocas veces; diplomáticos, nunca; militares, solo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aún comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones. (Bolívar, Carta)
Aseveraciones literalmente contrarias a la verdad, pues los miembros de las familias criollas tan solo estuvieron excluidos de los más altos puestos de la administración y del gobierno virreinal, por política real llevada a cabo desde el último cuarto del siglo XV.
Además, Lima fue uno de los centros políticos más importantes de la Corona donde los criollos tenían acceso a los puestos burocráticos.
Pero para el caso todo daba lo mismo, porque lo que se buscaba era la imposición de una clase económicamente poderosa que desde siempre había lidiado con las leyes.
En los últimos momentos del reinado de Carlos IV, y a pesar de todo, cada plan era lógicamente estructurado en el marco de la Monarquía Hispánica. Señala Felipe Ferreiro que entre los criollos podían detectarse varias tendencias:
A- Partidarios de la supremacía de la ley y de su cumplimiento fiel como garantía esencial de la libertad. Este grupo sería el formado por los indianos adoctrinados en la «metafísica revolucionaria» de Rousseau y la Enciclopedia…/… Esta tendencia nace entre nosotros, como en la Península, en la segunda mitad del siglo XVIII. Es la de los doctrinarios y teóricos en auge después de 1810, desde Cádiz, en España; desde Caracas, desde Bogotá, desde Santiago, desde Buenos Aires, en Indias. Entre sus primeros propagandistas de América, advertimos –para citar algunos nombres‒ a Nariño y a Zea en Bogotá, al español Rubín de Celis en el Río de la Plata, a José Antonio Rojas en Chile, a los españoles Enderica y Ramírez de Arellano en Méjico, etc., etc.
B- Partidarios de que los cargos de representación y gobierno en cada comarca o región recayesen en personas de los respectivos vecindarios. En esta tendencia, como en la anterior, no se hacen diferencias entre peninsulares y americanos.../… Existía despotismo de parte de la corona ‒para los partidarios de esta corriente‒ cuando aquella llenaba los cargos públicos con hombres extraños al lugar, aun cuando estos resultasen gobernantes excelentes…/… (Y la medida venía siendo aplicada desde tiempo de los Reyes Católicos, en todos los reinos, peninsulares y ultramarinos, con el claro objetivo de limitar la corrupción).
C- Partidarios de que los cargos de representación y gobierno en cada comarca o región pertenecieran exclusivamente a los nativos de la misma. Esta tendencia que, a primera vista, se nos presenta como un perfeccionamiento de la anterior, en realidad importaba un regreso. Era de sentido oligárquico. No todos los nativos, sino solo los nativos de origen español o españoles americanos, se prometían sus ventajas…/…
D- Partidarios de que los cargos de representación y gobierno de cada comarca o región solo se distribuyan entre indianos sin distinción de lugares de nacimiento o de vecindad. (Ferreiro)
Elucubraciones… Pero, en cualquiera de los casos, ¿esas consideraciones pueden ser el germen de un movimiento separatista? Difícil conclusión.
La caja de los truenos se abrió con la invasión francesa de la Península, pero ya venía gestándose, como hemos visto con Vizcardo, desde tiempo atrás. Ya Francisco de Miranda había organizado en Londres un núcleo masónico que se encargaría del adoctrinamiento y sería la correa de transmisión de Inglaterra en el proceso separatista. La actividad de Miranda no era especulativa, sino que se materializaba en acciones concretas. Si el intento resultó fallido en el caso de Túpac Amaru, no sucedería lo mismo en adelante; así, Rodolfo Terragno informa:
Después de una reunión con Pitt, Dundas y Popham, el 12 de octubre de 1804, Popham quedó encargado de preparar un plan de ataque sobre Hispanoamérica: una tarea para la cual contó con la ayuda de Miranda. Además de desembarcos simultáneos en Nueva Granada y el Río de la Plata, ese plan incluyó una expedición a Valparaíso y Lima por una fuerza que debía llegar de India. (Terragno: 161)
Algo que venía a perfeccionar el proyecto nacido en 1711, por parte del Foreing Office británico, si bien realizado de forma anónima, titulado Una propuesta para humillar a España, en el que se relataba:
Dada la considerable falta (?) que tienen de estas mercaderías (textiles ingleses), que tanto necesitan el consumo de ellas, aumentaría, porque nuestros productos y tales son irrazonablemente caros (debido a la restricción del libre comercio en ese entonces), por las razones ya mencionadas, y así los pobres y aún los comerciantes, hacen uso de las telas de Quito para sus vestidos y solo los mejores usan géneros y telas inglesas. Pero si, de una vez, nosotros podemos fijar nuestro comercio, por el camino que yo propongo (directamente por Buenos Aires y a través del continente hacia el interior, sin tener que pasar por Cádiz), con seguridad, arruinaríamos, en pocos años, la manufactura de Quito. (Núñez)
No ocultaban sus intenciones…
Paralelamente ya comenzaban en América las actividades culturales, donde recalaron diversos personajes relacionados con la masonería. Al respecto, Pedro Pérez Muñoz señala:
Entre los emisarios que vinieron a la América fue uno un tal Munsiur los Ríos, francés de nación y de profesión médico. Llegó este a Cartagena de Indias el año 91 y desde luego fue preso por el Tribunal de la Inquisición, por las opiniones erróneas y seductoras que vino sembrando. Puesto en libertad, siguió viaje a Santa Fe, donde formó escuela y sus discípulos principales fueron Nariño, Cea, Cabal y otros que pasaron a España en partida de registro el año 93; llegaron a la Península y fueron puestos en libertad y aun premiados porque ya encontraron en la corte jacobinos protectores y más en la piedad falsa y carácter blando y compasivo del gobierno. El marqués de Selva Alegre, Don Juan Pío Montúfar, hizo viaje desde Quito a Santa Fe en unión de los Espejos para alistarse en la cofradía francmasónica y, regresados a su patria, fraguaron el año 93 los pasquines y plan de rebelión. (Hidalgo: 65)
Y es que las actividades de las logias eran cada vez más intensas, extremo que queda reflejado en los archivos de la Inquisición, en los que queda manifiesta la certeza que autores como Juan Jacobo Rousseau, el abate Pradt, el Barón de Montesquieu, Voltaire, Paine, Hume y Jeremías Benthan, habían sido los maestros ideológicos de los libertadores, que habían sembrado conceptos y doctrinas sociales como el pacto social, la soberanía popular, la división de poderes y la teoría de la representatividad.
En concreto Simón Bolívar se mostraría ferviente seguidor de las doctrinas de todos ellos, aspecto que deja reflejado en sus escritos, entre los que es destacable el siguiente juicio, por lo que lleva implícito:
Vea Ud. lo que dice De Pradt de la aristocracia en general, pues la británica está multiplicada por mil, pues se halla compuesta de cuantos elementos dominan y rigen al mundo: valor, riqueza, ciencia y virtudes; estas son las reinas del universo y a ellas debemos ligarnos o perecer. (Bolívar, OO.CC.: 492)
Estos valores serían perennes en los libertadores, siendo que, como señala Luis Corsi Otalora:
Durante el ensueño del Congreso de Panamá culminaría esta visión: «El carácter británico y sus costumbres las tomarían los americanos por objetos formales de su existencia futura». (Corsi: 40)8
Ya en 1781, Antonio Espejo se significaba como elemento subversivo, lo que le ocasionó conflictos jurídicos que lo retuvieron en Santa Fe de Bogotá. Señala Germán Rodas Chaves:
Llegó a Santa Fe de Bogotá en 1789. Permaneció en dicha ciudad hasta 1790. Durante ese tiempo desarrolló una fructífera relación con Antonio Nariño, quien le invitó a participar de las tertulias del núcleo denominado El Arcano Sublime de la Filantropía, a cuyo interior la aprehensión de las ideas de la Ilustración y la reflexión colectiva sobre tal marco ideológico favorecieron el compromiso de los dos patriotas con las causas de la independencia en sus países. (Rodas)
Y en 1793, Antonio Nariño traducía los principios de la Revolución Francesa. Acusado de desfalco realizado desde el puesto que ocupaba en la administración como tesorero de los diezmos, fue juzgado; y Camilo Torres se negó a ser su defensor. Condenado a embargo y exilio, consiguió escabullirse, con ayuda de los hermanos masones, hasta llegar a Cádiz, desde donde partió a París y a Londres. En proceso paralelo fue también condenado Francisco Antonio Zea.
Pero su ostracismo, el de Zea y el de Nariño, duraría poco gracias a la acción benéfica de los jacobinos, ya que fue liberado en 1798, permaneciendo en Francia hasta que en 1803 se estableció en Madrid sin muchas alharacas. Hasta que en 1808, con la invasión napoleónica, se manifestó ardiente partidario de José Bonaparte, durante cuyo reinado fue nombrado prefecto de Málaga. Mientras Nariño logró escapar, también por los mismos métodos, y regresó a Colombia en 1797, desde donde colaboró con los británicos.
Las acciones separatistas ya menudeaban en estos momentos; algo tuvieron que ver los intentos británicos de invadir el Río de la Plata. El 14 de Octubre de 1804 se reunía Miranda con Melville y Popham en Londres para tratar de la invasión que debía acometerse contra Hispanoamérica, quedando Miranda señalado como jefe de las fuerzas que debían invadir Venezuela, y con grado de general británico, siendo Popham el encargado de acometer Buenos Aires.
El propio Miranda intentó la invasión de Venezuela en 1806 al frente de una fuerza armada que zarpó de Estados Unidos; y en la isla de Granada recibió el apoyo de Frederick Maitland, primo de Sir Thomas y, curiosamente, gobernador de la isla. Posteriormente también recibió el apoyo del Almirante Thomas A. Cochrane, el mismo que posteriormente sería responsable de la Armada británica que condujo a San Martín en la toma de Perú.
Y confirma Daniel O’Leary, el asesor personal británico de Bolívar:
El 24 de Julio de 1806 se dio á la vela la expedición compuesta de 15 buques con 500 voluntarios, y en la mañana del 2 de Agosto desembarcaron en la Vela de Coro. Al día siguiente se emprendió la marcha sobre Coro, capital de la provincia del mismo nombre, que fué ocupada sin oposición por haberla evacuado, retirándose al interior, las autoridades españolas con cerca de 250 milicianos que formaban la guarnición, al saberse la aproximación de los patriotas. Los habitantes principales de ambos sexos desampararon también la ciudad y siguieron el movimiento de las tropas…/… El fracaso de esta expedición es otra prueba de que la América del Sur no estaba preparada para la independencia y de que la gran masa del pueblo era afecta al Gobierno real…/… debe también tenerse en cuenta que la franca protección del Gobierno británico daba á la expedición influjo y peso moral. (O’Leary: 45)
Ante semejante resultado, Miranda salió huyendo junto a su protector Cochrane, para pasar seguidamente a residir en Inglaterra.
El miércoles 25 de junio de 1806, Beresford y Popham desembarcaron en las costas de Quilmes. Tomaron Buenos Aires sin apenas lucha. El Times de 15 de Septiembre de 1806 proclamaba:
Mediante nuestro éxito en La Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las mayores y más ricas colonias de España, Bonaparte debe estar convencido de que nada sino una rápida paz puede impedir que toda Hispanoamérica le sea arrebatada a su influencia, y puesta bajo la protección del Imperio Británico. ¿Hacia qué región del mundo habitable podría él mirar entonces en busca de «barcos, colonias y comercio»? (Terragno: 109)
La verdad es que la generosidad británica no podía sufrir menoscabo, por lo que en breves fechas se transportaba a Gran Bretaña los productos de su comedimiento:
1.086.000 dólares, equivalentes a 30 toneladas de plata. El total de la captura hace unos 3.500.000 dólares. (Terragno: 110)
Un francés al servicio de España, Santiago de Liniers, el vasco Martín de Álzaga y el criollo Juan Martín de Pueyrredón comenzaron pronto la reconquista, que duró cuarenta y ocho días. El 12 de Agosto eran expulsados los ingleses, pero Beresford y los oficiales fueron enviados a Luján, Córdoba, San Luis y Santiago de Estero; tuvieron libertad de movimientos, lo que les permitió seguir conspirando con los representantes de Francisco de Miranda, en concreto con Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, este último, agente británico, quienes le propusieron liberar a los británicos y que Inglaterra se convirtiese en garante de la independencia, lo cual, detectado por Liniers, significó que Beresford y Pack fuesen desterrados a Catamarca, de donde fueron liberados gracias a la traición de Rodríguez Peña y de Padilla.
A lo que parece, y según señala Rodolfo Terragno:
Rodríguez Peña recibía «una asignación del General Whitelocke y una pensión del gobierno británico». (Terragno: 175)
Tras la abdicación de los Borbones en Napoleón y de este en su hermano José, el día 8 de Julio de 1808, representantes de los reinos americanos se sometieron a los invasores firmando en Madrid el Acta de Adhesión y Acatamiento al Rey José. Encabezaba la representación el conde de Casa Valencia… y Francisco Antonio Zea fue el encargado de dirigir un discurso a José Napoleón, en el que dijo:
Los representantes de vuestros vastos dominios de América no contentos con haber tributado a V.M., en unión con la Metrópoli, el homenaje debido a su soberanía, se apresuran a ofrecerle el de su reconocimiento por el aprecio que V.M. ha manifestado hacer de aquellos buenos vasallos en cuya suerte se interesa tan vivamente, de cuyas necesidades se ha informado y cuyas largas desgracias han conmovido su corazón paternal. Olvidados de su gobierno, excluidos de los altos empleos de la Monarquía, privados injustamente de la ciencia y de la ilustración y, por decirlo todo de una vez, compelidos a rehusar los dones que les ofrece la naturaleza con mano liberal, ¿podrían los americanos dejar de proclamar con entusiasmo una Monarquía que los saca del abatimiento y de la desgracia, los adopta por hijos y les promete la felicidad? No, señor. No se puede dudar de los sentimientos de nuestros compatriotas ‒los americanos‒ por más que los enemigos de V.M. se lisonjean de reducirlos; nosotros nos haríamos reos a su vista; todos unánimes nos desconocerían por hermanos y nos declararían indignos del nombre americano, si no protestáramos solemnemente a V.M. su fidelidad, su amor y su eterno reconocimiento». (Liévano: 56)
Y parece que esos eran sus sentimientos auténticos, a juzgar por su trayectoria. Completada la fragmentación de España, a Francisco Antonio Zea le tocó establecer las relaciones entre la República de Colombia y los reinos de Inglaterra y de Francia, como plenipotenciario de Colombia en aquellas naciones, y murió en Bath, Inglaterra, el 22 de noviembre de 1822.
Fiel servidor del imperio británico, destilaba un odio irracional hacia España. Decía Antonio Zea:
No, ya no puede haber ninguna relación entre la España y la América, un odio eterno nos separa, y el cielo y el infierno se unirían primero que nosotras…/… Todos los desastres, todos los crímenes de la conquista están presentes a mi imaginación. ¡Oh, memoria! ¡Oh, día de maldición aquel en que concedí la más generosa hospitalidad a esa miserable aventurera, que apenas recostada en mis brazos sacó del seno su pérfido puñal y me cubrió de heridas para robarme el oro que yo le prodigaba y hacerse la señora de mi casa, en que, la infame, era recibida como amiga!.../… caciques, todos los soberanos, todos los príncipes de un mundo, y sus esposas y sus tiernos hijos degollados, jefes, sacerdotes, magistrados, todo muere: ¡doce millones de hombres expiran bajo el cuchillo español! (Zea: 250-251)
Argumentaba sin rubor la fantasía de la historia negra contra España y afirmaba que las relaciones de España y América se rompían para siempre ya que todo lo destruye la mutua desconfianza entre pueblos que jamás volverán a estimarse. (Zea: 252)
Y hacía referencia a lo que había llevado a sus protectores británicos a América: el mercantilismo, con una afirmación presentada como pregunta:
¿Por qué razón una inmensidad de producciones, destinadas a engrandecer el imperio del comercio, una creación entera, que pertenece al género humano, ha de permanecer entre las manos imbéciles de la ignorancia y de la avaricia? (Zea: 259)
La inteligencia, según él, se encontraba en la colonización, como se deduce de los argumentos con los que adulaba a quienes acabarían siendo los únicos beneficiarios de la destrucción de la Patria.
¿Se aumenta rápidamente mi población? Rápidamente se aumenta vuestra industria, de que ella necesita. ¿Se benefician nuevas minas en mi territorio? Nuevas fábricas se levantan en el vuestro. ¿Se descubren en mis vastas selvas nuevas producciones que exportar? Nuevas casas de comercio se establecen en vuestras populosas ciudades, y vuestras artes hacen nuevos progresos con sus nuevas aplicaciones. Si mis hijos adelantan en la civilización, que multiplica a un tiempo los agrados y las necesidades de la vida, los vuestros adelantan en perfección y en inventos para satisfacer el gusto y estimular el lujo con la novedad. ¿Y qué será cuando una partícula del áurea celestial que rodea el instituto de París, la real sociedad de Londres y otros altares del genio, brille sobre los Andes y derrame en aquel hemisferio la beneficencia y la luz de las ciencias y de las bellas artes? No será ya solamente el mundo de Colón. Será el mundo de Jusien, el mundo de Cuvier, el mundo de Rauy, el mundo de Lacepede. (Zea: 262)
Será la interdicción del odio la que excluya para siempre el comercio español de nuestro continente…/… ¡Perezca el nombre del primer americano que no retrocediese de horror a la vista de vuestras telas espantosas y de vuestros vinos mezclados con la sangre misma de nuestros padres y de nuestros maestros! ¡Que esta idea se grabe profundamente en nuestra imaginación, que se trasmita a nuestra posteridad, y haga eterna la aversión a cuanto siquiera tocare vuestras manos asesinas! (Zea: 276)
El odio que Zea sentía hacia España solo podía proceder de la influencia británica:
Si tantos horrores y maldades no pueden leerse sin indignación y sin un secreto deseo de ver exterminada una raza tan perjudicial al género humano, ¡qué efectos no habrán producido en los mismos pueblos oprimidos, y pueblos extremadamente irritables, dotados de una imaginación ardiente, y penetrados de la justicia y de la importancia de su causa! Es imposible formarse fuera de nuestro territorio una idea, no digo ya del odio, sino del furor y de la rabia, que anima a los americanos contra los españoles. Esta animosidad domina todas las pasiones, subyuga todos los intereses, prevalece sobre el sentimiento mismo de la libertad y de la independencia. El Atlántico, que separa los dos mundos, no es tan extenso como el odio que separa los dos pueblos. (Zea: 235)
Si alguna duda cabe sobre la dependencia que Zea tenía de Inglaterra, esta sentencia la borra:
¡Que la España se persuada bien de esta verdad y pese las consecuencias de una aversión inmensa que se difunde a todo lo que lleva su nombre, a las producciones mismas de su industria y de su territorio! La opinión ha marcado entre nosotros con el sello de la infamia a todo lo que es español, como entre los mismos españoles a todo lo que es judío. Un botón, una cinta de sus fábricas, sería aquí lo mismo que en la salvaje Castilla un sambenito. (Zea: 235)
El mercado; ese era el interés de la Gran Bretaña, curiosa coincidencia con Zea, que no oculta el hecho cuando afirma:
Todo es ya inglés entre nosotros, y aun las producciones y mercancías de otros países nos viene por sus manos. La gratitud fortifica más, cada día este gusto y estas inclinaciones. El comercio inglés nos suministra con mano liberal todos los medios de conquistar nuestra independencia, y el comercio inglés obtendrá, sin necesidad de algún tratado, una preponderancia eterna en este continente. Es de toda justicia lleve el premio de los riesgos que ha corrido y de las dificultades que ha tenido que vencer en su propio país, cuyos grandes y permanentes intereses no han sido bastante conocidos de los que mejor debieran calcularlos. (Zea: 235-236)
BIBLIOGRAFÍA
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LOS PRÓCERES, SU DEPENDENCIA (II)
Recién conquistada España por Napoleón, el Barón de Humbold viajó a América, donde, en el orden del cometido de espionaje y conspiración que lo justificaba, tuvo tratos con los agentes británicos locales: el obispo Cuero y Caicedo, Selva Alegre, Larrea, Morales, Salinas, Quiroga, Mejía y el resto de principales responsables de la revolución.
Los frentes eran múltiples; así, José María Blanco, alias Blanco White, que lo habíamos visto en 1808 lamiendo a los franceses, en 1810 creó en Londres el periódico El Español, que se convertiría en el órgano de los separatistas americanos, mientras el 21 de Julio de 1810, y al amparo de la situación de España, comisionados de Venezuela en Londres hicieron unas proposiciones a los británicos en las que se sometían a la protección de Inglaterra e hipotecaban el comercio y las explotaciones mineras a favor de esta.
Por su parte, Simón Bolívar, al objeto de completar su educación, había sido enviado por sus familiares a la Península el año 1799. Paso previo a su destino fue la Nueva España, donde permanecería por un período de tres meses, tiempo en el que tuvo ocasión de entrevistarse con el virrey.
Volvió a Caracas en 1802, de donde partió a Europa en 1803; y, tras contactos con personajes de la masonería, volvería en 1805 con el grado de maestro masón, tras haber evolucionado, al compás de la misma masonería, de una acendrada admiración por Napoleón a una oposición contumaz, la cual lo había acercado a la órbita británica, tomando relación con Humboldt, Oudinot, Delagarde… En 1806 estaba de vuelta en Caracas dispuesto a colaborar con la intentona inglesa encabezada por Miranda; y en 1809, tras los sucesos del 19 de Abril, fue comisionado, junto a Andres Bello y Luis López Méndez, para informar al gobierno británico de las novedades ocurridas y para ponerse bajo su protección, según nos relata puntualmente Daniel O’Leary, el comisionado extraoficial británico para controlar los pasos del libertador.
Qué hizo brotar el odio contra España en Bolívar es cuestión que alguien podrá investigar; pero, en cualquier caso, no era compartido ese sentimiento en el seno familiar. La hermana de Bolívar, que acabaría siendo desterrada por el libertador, era monárquica y declaradamente patriótica; la cual se comprometió con la causa de España escondiendo en su casa a quienes huían del sanguinario Bolívar, a quien calificaba públicamente como loco.
En defensa de esta mujer tuvieron que salir algunas personalidades.
Don Alexo Ruiz, quien fuera Secretario de Estado y del Departamento de Hacienda de Indias, comunica a su Majestad las acciones de Bolívar ‒María Antonia‒, a la vez que aboga por ella en estos términos: «Señor: la desgraciada hermana del rebelde caudillo Simón Bolívar, contenida en esta instancia, es una heroína de la lealtad. Me consta y es bien notorio, y lo ha declarado la Real Audiencia de Caracas, que su hermano la maltrató y persiguió, la hizo emigrar con violencia, por haber sido siempre de conducta y opiniones contrarias a las suyas. Siempre unida a la causa de Vuestra Majestad, salvó la vida a muchos buenos españoles, refugiándolos en su casa y haciendas. Y con un mérito tan sobresaliente, y con bienes cuantiosos, que la están mandando desembargar y entregar, prefiere vivir pobremente del trabajo de sus manos en esta Isla fiel para no exponerse a los riesgos y convulsiones de su Patria, ni encontrarse con un hermano que la ha causado todos sus infortunios. (Núñez)
El odio que Bolívar destilaba contra España lo manifestaba en todos sus comunicados con expresiones insultantes, llamándoles bandidos. Así, en la arenga lanzada a los soldados que marchaban a Maracaibo el 6 de Octubre de 1813 decía:
Nuestras armas libertadoras han vengado a Venezuela, inmolando a los tiranos que tan pérfidamente la engañaron para sacrificarla a sus miras de ambición y avaricia. La sangre de estos monstruos apacigua el clamor de los manes de nuestras víctimas: ya ellas están satisfechas y el honor nacional vindicado. Mas nuevas glorias os esperan en los campos de Coro, Maracaibo y Guayana: partid, pues, a libertar a vuestros hermanos que gimen bajo el yugo español. (Bolívar: 43)
Esa misma idea era defendida por Camilo Torres, quien, como presidente del congreso de la Nueva Granada, emitió un comunicado el 20 de mayo de 1813 en el que afirmaba:
Sacrificad a cuantos se opongan a la libertad que les ha proclamado Venezuela y que ha jurado defender con los demás pueblos que habitan el universo de Colón, que solo pertenece a sí mismo y que ni por un momento debe consentir en depender de un pueblo ultramarino que ya no existe, por haber sido envuelto en otra nación…/… Levantaos contra vuestros opresores, abandonadlos a su perfidia, huid de la seducción y del engaño, que son los medios de que se valen para empeñaros en una guerra contra vosotros mismos. (Bolívar, Camilo: 183)
Ese odio por España tenía un compañero de viaje: el amor por Inglaterra.
Los ratos que Bolívar podía sustraer á sus urgentes ocupaciones los dedicaba diligentemente y con asidua aplicación al estudio de la constitución británica, y fué tanta su admiración por las instituciones inglesas, que formó la resolución, si alguna vez llegaba á obtener influencia suficiente en su patria, de trasplantar á ella esas instituciones, hasta donde lo permitiesen las diferencias de clima, costumbres é inveteradas preocupaciones. ( O’Leary: 99)
Envenenados por el odio, y abrazados a la masonería y a Inglaterra, los libertadores declaraban:
Independencia o guerra de exterminio. Es un delirio pensar jamás en reconciliación de la América con la España. (Bolívar, Camilo: 193)
Siguiendo esa consigna, el año 1813 dio comienzo a la guerra de exterminio que despobló al país llevándose la vida de unas doscientas mil personas, el veinte por ciento de la población existente en 1800, si damos crédito a las informaciones de los historiadores.
En el ínterin había llegado el momento del protagonismo de otro libertador, San Martín, que fue el encargado de perfeccionar el Acta de París de 1797. En cumplimiento de la misma obtuvo el reclutamiento de cerca de siete mil ingleses que, generosamente, sin ánimo de lucro, y como siempre ha sido proverbial en el espíritu británico (como aclaración para los incautos me permito señalar que se trata de ironía), aportaron también más de cincuenta barcos y gran cantidad de armas y municiones.
En mayo de 1815, tras la derrota de la Segunda República venezolana, Simón Bolívar se refugió en Jamaica, principal estación británica en el Caribe. Era, al mismo tiempo, epicentro y refugio de las fuerzas patriotas, no solo del norte de América del Sur, sino también de América Central y de México, y es ahí donde redactaría la famosa carta a la que hemos hecho referencia más arriba. En esa carta, además de un discurso lleno de las falsedades apuntadas, Bolívar no dejaría de señalar el camino de la sumisión a potencias extrajeras, cuando en la misma dice:
Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional. (Bolívar. Carta de Jamaica)
¿A qué nación liberal se refería?
Pero es que en su carta de Jamaica ya señala Bolívar la implantación de la voluntad británica, a la que servía; lo apunta cuando refuerza la idea británica de trocear América en naciones independientes que favoreciesen el control británico del continente:
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. (Bolívar. Carta de Jamaica)
Su dependencia de Gran Bretaña y Francia la deja patente en el discurso de Angostura de 15 de febrero de 1819:
Encontramos la Inglaterra y la Francia llamando la atención de todas las naciones, y dándoles lecciones eloqüentes, de todas especies en materias de Gobierno. La Revolución de estos dos grandes Pueblos, como un radiante meteoro, ha inundado el mundo con tal profusión de luces políticas, que ya todos los seres que piensan, han aprendido quáles son los derechos del hombre, y quáles sus deberes. (Bolívar, discurso)
Ese discurso fue publicado también en inglés, traducido por James Hamilton:
El 18 de marzo estaba en prensa la versión inglesa debida a James Hamilton. Lo atestigua Francisco Antonio Zea en la carta que dicho día dirige a Bolívar, desde Angostura, en la que le manifiesta: El discurso de U. en inglés se está imprimiendo ya. Mr. Hamilton, aunque resentido con U. a causa de la repartición de mulas, ha puesto su nombre en la traducción y cree que producirá en Inglaterra un grande efecto. Por esto se le ha dado la preferencia para la impresión, antes que otro haga por las gacetas una mala traducción. Va a remitirlo al Duque su amigo. (Grases)
La prensa inglesa añadió este comentario:
La lectura cuidadosa de estas páginas, por una parte demuestra con cuán liberales e ilustrados principios continúa aplicando el Jefe Supremo, Bolívar, el poder que le ha sido confiado. También prueba, al mismo tiempo, que el gobierno independiente ha alcanzado tal grado de estabilidad, que no solamente promete el rápido triunfo a los amigos de la humanidad y de la justicia en el Nuevo Mundo, sino que garantiza la perspectiva de realizar las esperanzas, tan justamente previstas por los intereses comerciales de ese país, en cuanto a las principalísimas ventajas que han de derivarse de su independencia, al ser finalmente reconocida. (Grases)
Gran servicio el que le hacía la prensa inglesa; y eso, la capacidad de tener prensa al servicio del separatismo, era una cuestión que los británicos se esmeraron en alimentar en el espíritu de sus agentes americanos, llegando a crear en ellos una honda preocupación por el asunto, que pronto vino a ser resuelta por ellos mismos, como no podía ser de otro modo. Así, en 1817, Bolívar se hizo con una que llevaba un rótulo: The Washington Press, que sería manejada por el inglés Andrés Roderick, ayudado por el también inglés Thomas Taverner. En 1821 Roderick cedería el puesto al también inglés Thomas Brandshaw, y este a Guillermo Burrell Stewart.
Quién sembró esta inquietud no fue otro que James Hamilton, el mismo que tradujo y divulgó el discurso de Angostura; era Hamilton, según Grases:
Comerciante inglés establecido en Angostura desde abril de 1818. El gobierno le concedió en arrendamiento extensas tierras en Cuasipati y en otros territorios de Misiones, y le confió además algunos encargos en las Antillas para conseguir elementos de guerra y vestuario para los ejércitos patriotas…/… Partidario de la liberación americana, desempeñaba Hamilton una suerte de agencia oficiosa en relación con Inglaterra. La Traducción del Discurso de Bolívar fue hecha por su propia iniciativa. Los asuntos comerciales y de explotación agrícola y ganadera de Hamilton suscitaron frecuentes reclamaciones, de que se habla en diversas sesiones del Congreso de Angostura.
El agradecimiento de Bolívar a los británicos se manifiesta con mucha frecuencia en concesiones de todo tipo, y públicamente no se recataba en exceso a la hora de manifestar su sometimiento; así, en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819 dice:
De los más remotos climas, una legión británica ha dejado la patria de la gloria por adquirirse el renombre de salvadores de la América. En vuestro seno, granadinos, tenéis ya este ejército de amigos y bienhechores, y el Dios que protege siempre la humanidad afligida, concederá el triunfo a sus armas redentoras. (Bolívar, Camilo: 76)
Armas redentoras que masacraron las poblaciones; armas redentoras que sometieron a la Hispanidad entera; armas redentoras que, literalmente, vaciaron las arcas de los virreinatos y transportaron los tesoros para mayor gloria de Inglaterra; armas redentoras que exterminaron pueblos indígenas; armas redentoras bajo cuyo auspicio se hundió el mercado de toda la Hispanidad en beneficio exclusivo del mercado británico; armas redentoras que, necesitando bases militares, no dudaron en quedarse gentilmente con las Islas Malvinas o con la Guayana. Lamentablemente en este caso no hablamos de historia negra inventada, sino de historia. Mejor tratada y con menos saña queda expuesta la idea por Pedro Muñoz, contemporáneo de los hechos, quien afirma:
Fotografía de la estatua de Simón Bolívar en la Belgrave Square, Londres.
La inscripción reza: «Estoy convencido de que únicamente Inglaterra es capaz de proteger los preciados derechos del mundo, ya que es grande, gloriosa y sabia.» Bolívar
También podría rezar una de sus mejores expresiones: «Yo no he podido hacer ni bien ni mal: fuerzas irresistibles (tal vez sería mejor decir ocultas) han dirigido la marcha de nuestros sucesos.» (Bolívar, Obras: 331)
Réstame hablar de los ingleses, que, llevados de su ambición e insaciable codicia, han animado, han mantenido y alimentado a los rebeldes vendiéndoles armas y municiones y mostrándoles un semblante de protectores para el caso de no poder conseguir cabalmente sus ideas. Se han llevado cuantos intereses hubo en ambas Américas y han arrastrado cuantas riquezas de plata y oro se habían podido reservar y guardar en mucho tiempo. (Hidalgo: 91)
El aporte de material de guerra y de contingentes militares británicos no se limitaría a los señalados. Más adelante llegarían a Venezuela más voluntarios en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson; y el Ejército del Sur, comandado por Sucre y conformado más por tropas inglesas que americanos, fue sin duda más vitoreado desde los balcones de Quito donde se concentraba la oligarquía criolla que en las comunidades andinas.
Y no es de extrañar que tal sucediera, cuando era en Londres, y muy en concreto en la parroquia anglicana de St. Agnes, en el centro de la ciudad, donde el 4 de mayo de 1817, y autorizado por el gobierno británico al tiempo que auspiciado entusiastamente por el vicario de St. Agnes, Henry Francis Todd, el agente personal del libertador, Luis López Méndez, organizó un reclutamiento masivo de desarrapados.
En diciembre de ese mismo año se embarcaron para la América cinco contingentes de voluntarios que desembarcarían en la isla de Margarita, el 21 de abril de 1818.
El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, más el mayor Plunket. El contingente contaba con un total de 127 oficiales, 3.840 soldados (entre lanceros, dragones, granaderos, cazadores, rifles, húsares y simples casacas rojas), y el apoyo naval de las cañoneras HMS Indian, HMS Prince, HMS Britannia, HMS Dawson y HMS Emerald.9
Se podrá argüir que esta intervención estaba meditada por la Gran Bretaña… algo de lo que no cabe la menor duda, pero la complicidad de los libertadores es manifiesta; así, en Julio de 1818, Bolívar escribía a su agente en Londres:
Con respecto á los buques Príncipe de Gales, Two Friends, Gladuvin, y Morgan Battlen no puedo decir á Usted otra cosa sino que ninguno de ellos ha entrado á este Puerto. De los oficiales que trahían, unos han venido en otros buques á que se han trasbordado en las Antillas, otros se han quedado en ellos ó han tomado los destinos que han querido. (Revelo)
El 15 de Agosto de 1818 hace una nueva declaración de sus principios:
Extranjeros generosos y aguerridos han venido a ponerse bajo los estandartes de Venezuela. ¿Y podrán los tiranos continuar la lucha, cuando nuestra resistencia ha disminuido su fuerza y ha aumentado la nuestra? La España, que aflige Fernando con su dominio exterminador, toca a su término. Enjambres de nuestros corsarios aniquilan su comercio; sus campos están desiertos, porque la muerte ha segado sus hijos; sus tesoros, agotados por veinte años de guerra; el espíritu nacional, anonadado por los impuestos, las levas, la inquisición y el despotismo. La catástrofe más espantosa corre rápidamente sobre la España. (Bolívar, Camilo: 66)
Ciertamente, los corsarios que operaban Cartagena eran normalmente usenses y franceses, y en ocasiones lo hacían con la cobertura de la marina inglesa con base en las Antillas, hacían que la catástrofe más espantosa se adueñase de toda España, siendo que donde más estragos acabarían haciendo sería en la España americana.
Por supuesto, a los libertadores no les quedaba más que echar flores a sus protectores británicos, quienes les suministraron toda la ayuda que necesitaron; primero ayuda económica y luego ayuda militar. Ayuda económica que tuvo varias vertientes; una de ellas, sin lugar a dudas la menos significativa, la de mantenimiento de los agentes antes de la separación; así, conforme a información personal facilitada en conversación por el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco (la referencia es etérea, pero viva):
Francisco de Miranda recibía un sueldo de 700 libras esterlinas anuales de la «Colonial Office». Los «próceres» argentinos Saturnino Rodríguez de la Peña y Manuel Aniceto Padilla recibían igualmente sueldo anual de 400 y 300 libras esterlinas, respectivamente, de manos de lord Castlereagh desde Río de Janeiro; posteriormente recibirían una pensión vitalicia del gobierno británico por sus servicios prestados. También recibieron dinero inglés los «argentinos» José (a este se le dio el grado de coronel en el ejército expedicionario de Belgrano) y Juan Antonio de Moldes, así como Manuel Pinto.
En cuanto a Francisco de Miranda, sus servicios fueron reconocidos por el gobierno francés, literalmente grabando su nombre en piedra en una urna vacía en el Arco del Triunfo de la Estrella que preside los Campos Elíseos de París, como Mariscal de Francia, único americano a quien le fue otorgado ese honor; por su parte, Sucre luce en su sepulcro en Quito una placa de agradecimiento por parte del ejército británico… Saturnino Rodríguez Peña, el agente de Miranda en el Río de la Plata que liberó a Beresford después de la capitulación en las invasiones Británicas en 1807, recibía una asignación del General Whitelocke y una pensión del Gobierno Británico… San Martín… etc.
Al hilo de todo lo relatado, es menester recordar las palabras pronunciadas el 25 de julio de 1819 por el coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor de Bolívar, durante la batalla del Pantano de Vargas, donde muchos de entre la minoría de neogranadinos que componían el ejército, acabaron desertando, siendo los ingleses, comandados por el coronel James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, quien reconoció:
Merecen una mención particular las Compañías Británicas a las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la «Estrella de los Libertadores» en premio de su constancia y de su valor.
Es conveniente destacar las acciones que merecieron ese reconocimiento: los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos. Hasta las iglesias fueron profanadas.
Y es que quien únicamente no daba puntada sin hilo era la Gran Bretaña, porque allí siempre han tenido muy claro que, aunque Inglaterra había ayudado a liberar la Península de las fuerzas de Napoleón, para la mayoría de los británicos España era y es el enemigo.
Inglaterra tenía muy claro, según se desprende de las sesiones de su parlamento, que no debía permitirse que España recuperase su antiguo esplendor, a pesar de los compromisos contraídos en el Congreso de Viena.
La propaganda de siglos había conseguido que en la población estuviese muy presente y cierta la leyenda negra, con lo que se conseguía que esa multitud de pobre gente que vivía y vive esclavizada bajo un régimen que no admite otro calificativo distinto al de británico reclamase la esclavización de España para adaptarla a su propia situación.
En una Inglaterra en plena revolución industrial, que Charles Dickens nos presenta con crudeza, con salarios de miseria y hacinamiento urbano, las historias de un continente extensísimo, rico y casi despoblado, iluminaban la imaginación de los más aventureros.
Y a todo ello se sumaba una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados, y a los que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli, objetivo que no acababa de conseguir a pesar de la gran actividad llevada a cabo por la enorme flota esclavista de que disponía que, paralizada en su función principal al haber decretado la supresión del tráfico de esclavos negros, estaba dedicada a trasladar a Australia y a Nueva Zelanda a su propia población, a la que esclavizaba y deportaba.
Para Inglaterra, lo que llevaba a Australia era basura, y basura era lo que enviaba a América; por ese motivo, al tiempo que denostaba a quienes se apuntaban como mercenarios, organizaba banderines de enganche y ponía a su servicio armamento y oficialidad que luego serían reincorporados con sus mismos rangos en el Ejército o la Armada, con lo que reconocían que habían estado cumpliendo servicios a Inglaterra durante su estancia en América.
Lo que a doscientos años de distancia y a la vista de los resultados parece evidente es que, el congreso de Viena para la Reconstrucción de Europa que tuvo lugar en 1817 tras las Guerras Napoleónicas, Inglaterra (EE.UU. es Inglaterra a todos los efectos) decide repartirse América: de Panamá al norte para EEUU; de Panamá hacia el Sur, Inglaterra. Europa sencillamente observa, exhausta por la guerra, y calla.
Inglaterra sí tenía y tiene muy claros sus objetivos, y se esmera con que, sutilmente, quede reflejada su impronta; así, el liberalismo y la dependencia europea, muy especialmente inglesa, quedaron plasmados desde los símbolos nacionales hasta las proclamas de los políticos separatistas.
Los gorros frigios, los triángulos, las pirámides presentes en los escudos de las naciones títere nacidas de la diáspora nacional son clara muestra de lo afirmado. Curiosamente, en lo que quedó con el nombre de España no figura semejante simbología.
Pero la cuestión no se limitaba a lo simbólico; pues, a cambio del apoyo de Inglaterra, Bolívar ofreció entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que le sirviese de centro comercial, de apertura hacia el Pacífico mediante la apertura de un canal en el istmo. Extremo que al final fue realizado por los Estados Unidos, por pacto que sellaba el acuerdo de reparto de América.
Y para no crear agravios comparativos que alterasen los ánimos de la oligarquía criolla, se procedió a la redacción de la Ley sobre la repartición de bienes nacionales entre los militares de todas clases de la República de Venezuela.
Simón Bolívar, Jefe Supremo de la República de Venezuela, […] considerando que el primer deber del gobierno es recompensar los servicios de los virtuosos defensores de la República, que sacrificando generosamente sus vidas y propiedades por la libertad y felicidad de la patria […]
Dada […] en el Cuartel General de Santo Tomás de la Nueva Guayana, a 10 de octubre de 1817. (Firmada) Bolívar, J. G. Pérez, Secretario. (Grases)
La riqueza quedaba repartida, como buen botín entre británicos y criollos… pero la mejor parte se la llevaron los británicos, que siempre buscaron más… Así, en 1826 se celebró en Panamá el congreso, denominado anfictiónico, convocado por Bolívar. En el mismo, el libertador rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. Planteó varios extremos que culminaban con que Inglaterra alcanzaría ventajas considerables por este arreglo; unas ventajas que se concretarían, en primer lugar, en la consolidación e incremento de su influencia en Europa; una circunstancia que se vería netamente apoyada por asentarse en América como árbitro económico y político, con lo que obtenía un lugar de privilegio para sus relaciones con Asia, y en esa dinámica, aseveraba Simón Bolívar, con los siglos llegaría a conformarse una nación cubriendo el universo.
Uno de los ideólogos liberales que desarrolló su actividad en Centroamérica, Pedro Molina, fue designado miembro del Supremo Poder ejecutivo en 1823, donde fue presidente al comienzo y, en 1824, operaba como embajador en Colombia y en el Congreso de Panamá que convocara Simón Bolívar. Imbuido de la doctrinas roussonianas, escribió lo siguiente:
Yo quiero, yo soy dueño de mí, dice el salvaje en sus bosques y el ciudadano en medio de la patria; mientras que el servil entre las hordas de imbéciles grita: el príncipe quiere por mí, el príncipe es dueño de la vida y de la libertad. (Delgado)
Y sentencia: «Ciudadano es el individuo de una nación que tiene voto en las deliberaciones públicas, o en el nombramiento de sus representantes…/… Sociedad —dice— es la reunión de muchos hombres que han contratado servirse mutuamente, no ofenderse y defender al que sea ofendido en su persona o propiedades.» (Delgado)
Calcando a Rousseau afirma:
El hombre nace libre, independiente, árbitro absoluto para el ejercicio de su voluntad y para hacer todo lo que pueda según la capacidad de sus fuerzas y la de su razón o instinto; pero la primera necesidad que reconoce es la de atender a su conservación: en breve le rodean obstáculos, peligros y calamidades que le hacen advertir la triste condición de vivir aislado. (Delgado)
Sigue afirmando, de acuerdo con la Ilustración francesa que
En el estado natural la libertad del hombre consiste en el ejercicio absoluto de su albedrío, y la que goza en el estado social se halla reducida al uso de sus acciones bajo el imperio de la voluntad general que es la ley. (Delgado)
Parece manifiesto que el racionalismo y la ilustración eran los progenitores de los nuevos gobiernos; y la Revolución Francesa, el modelo del que no se podían separar un ápice, y así plasmaron unas constituciones a las que debían ceñirse los nuevos estados. Palabras huecas para tapar las vergüenzas de una dependencia que los encadenaría por siglos en la dirección señalada por Bolívar en 1817.
Con estas premisas, el porvenir de la Hispanidad, de toda la Hispanidad, incluida por supuesto España, estaba determinado por intereses ajenos que los sometieron a la servidumbre.
La mentira, instrumento cuyo uso es aconsejado por los padres del liberalismo, sería el arma que lógicamente utilizarían los libertadores. ¿Dónde queda la igualdad que prometían?, ¿dónde el reparto de tierras que les prometieron?
El expolio de sus titulares sí se llevó a efecto. Los indios adquirieron la igualdad prometida cuando se les arrebataron las tierras, y los jerifaltes liberales les obsequiaron con esa igualdad haciéndose propietarios de inmensas haciendas.
Pero el pago que recibió el éxito de los libertadores quedaría expresado de forma manifiesta por John Adams, segundo presidente de los EE.UU:
Las gentes de Suramérica son las más ignorantes, las más intolerantes, las más supersticiosas de todos los católicos romanos de la Cristiandad […] Ningún católico en la Tierra mostró devoción tan abyecta para con sus sacerdotes, superstición tan ciega como ellos […] ¿Era acaso probable, era acaso posible que […] un gobierno libre […] fuese introducido y establecido entre tales gentes, sobre tan vasto continente, o en cualquier parte de él? Me parecía […] tan absurdo como […] [lo] sería establecer democracias entre las aves, las bestias y los peces.
Pero Bolívar no pudo ver culminada su carrera. William Pitt y Francisco Miranda dicen que, al haberse declarado católico por motivos políticos, no se le pudo nombrar Oficial del Ejército Británico.
BIBLIOGRAFÍA
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http://www.columbia.edu/cu/spanish/courses/spanish3350/02independencia/pdf/jamaica.pdf
Bolívar, Simón: Discurso al congreso. Correo del Orinoco nº 21 de 6-3-1819
Bolívar, Camilo Torres y Fco. Antonio Zea: Memorial de agravios o representación del cabildo de Bogotá a la suprema junta central.
https://archive.org/stream/Bolívarcamilotor00bol/Bolívarcamilotor00bol_djvu.txt
Delgado, Gerardo: El ideario independentista centroamericano.
http://www.una.ac.cr/bibliografia_/components/com_booklibrary/ebooks/el_ideario_independentista_JDelgado.pdf
Grases, Pedro: La independencia de Hispanoamérica a través de los textos impresos de Angostura.
http://revistahistoria.uc.cl/wp-content/uploads/2011/10/grases-pedro-8.pdf
Núñez Proaño, Francisco; María Antonia Bolívar y Josefa Sáenz: ¡Por Dios, por la Patria y el Rey! Historia secreta de América.
http://coterraneus.wordpress.com/2012/03/07/María-antonia-Bolívar-y-josefa-saenz-por-dios-por-la-patria-y-el-rey-historia-secreta-de-america-19/
O’Leary, Daniel F: Bolívar y la emancipación de Sur-América.
http://scans.library.utoronto.ca/pdf/1/41/bolvarylaemanc01olea/bolvarylaemanc01olea.pdf
Revelo, Luis Alberto: Bolívar y el financiamiento de la Independencia.
http://www.afese.com/img/revistas/revista49/Bolívarfinancia.pdf
LOS PRÓCERES, SU DEPENDENCIA (III)
UNOS APUNTES SOBRE JOSÉ DE SAN MARTÍN
Cuando los ingleses, al mando de Wellesley, entraron en la Península a combatir a Napoleón, San Martín formaba parte de un batallón que actuaría codo a codo con ellos y, en ocasiones, bajo mando británico. Trabó relación; hizo contacto con británicos que habían participado en planes para atacar Suramérica; entre ellos, con oficiales que habían participado en los intentos de controlar Buenos Aires: Duff, Whittingham, Pitt, Craufurd, Baird, Popham, Stuart, Beresford…
Tras haber combatido en la Guerra de Independencia, pidió la baja del ejército español en 1811, con la excusa de que debía acudir a Lima para atender asuntos de familia, cuando la verdad es que había nacido en 1778 en el Virreinato de la Plata, hijo de militar que había sido desplazado allí en 1765 y que regresaría a la Península en 1784 con toda su familia, y en América no le quedaba ningún lazo familiar.
El lunes 26 de agosto de 1811 fue retirado del ejército y, sin medios conocidos de vida, regresó a América; pero lo hizo vía Londres, donde estuvo cuatro meses. ¿Quién corrió con esos gastos cuando no poseía hacienda y siempre vivió apremiado económicamente? Juan Bautista Sejean nos lo aclara:
Por intermedio del noble escocés, lord Mac Duff, y por interposición de sir Charles Stuart, agente diplomático en España, pudo obtener un pasaporte para pasar subrepticiamente a Londres, recibiendo de sus amigos cartas de recomendación y letras de cambio a su favor. (Sejean: 35)
La verdad es que finalmente fue a Lima, haciendo verdad la excusa aducida para pedir la baja del ejército español, pero en cumplimiento del plan británico para la anexión del Imperio español. Todo señala en esta dirección, y confirma el doble juego británico, que en esos momentos estaban ayudando a expulsar a las tropas francesas de España.
Inglaterra contaba con los medios oportunos ajenos a sus compromisos internacionales, en los que el buque insignia era la Compañía de las Indias Orientales (East India Company), la cual contaba con ejército propio dispuesto para acometer cualquier cometido que le fuese asignado; y el citado Maitland había redactado un Plan para capturar Buenos Aires y Chile y, a partir de ahí, acometer la conquista del Perú y de México que, en realidad, era para emancipar Perú y Quito, según queda reflejado en el cuerpo del mismo. Ese era el último objetivo del Plan Maitland, y ese sería también el último objetivo que procuraría alcanzar San Martín.
Según Rodolfo Terragno:
A juicio de Maitland, la clave del poder español en América era la costa occidental. Como ya se vio, él sostenía que, una vez tomados los asentamientos del Río de la Plata, bastaría asegurarse el control de Perú para despojar a España, sin dificultad, de todas sus otras colonias americanas. (Terragno: 80)
Para conseguir esos objetivos precisaban de un general, y ese no era otro que José de San Martín.
El hombre que ayudó a San Martín a salir de España para ir a Londres, James Duff, era miembro de la masonería en la Logia St Andrew N° 52, en Banff, de la que el 30 de noviembre de 1814 sería elegido Gran Maestre Encargado de la Gran Logia de Escocia, cuyo Gran Maestre era el Príncipe Regente de Inglaterra.
En Londres, gracias a la influencia del hermano de aquel, Alexander Duff, quien había mandado el regimiento británico que ocupó Buenos Aires en 1806, recalaría en casa de Francisco de Miranda, el cual ya no vivía en Londres, pero mantenía la casa para otros menesteres. Para esos menesteres acudió San Martín, que ya era un hombre de confianza; al respecto, el gran maestre de la masonería, Ángel Jorge Clavero, señala:
Se había iniciado masón en la Logia Integridad de Cádiz, trabajó en la Logia Caballeros Racionales Nº 3 donde alcanzó el grado de Maestro Masón el 8 de mayo de 1808, participó de la fundación de la Logia Caballeros Racionales Nº 7 de Londres y de la Logia Lautaro. (Clavero)
El 13 de marzo de 1812 desembarcaba en Buenos Aires, llevado por ingleses y rodeado de ingleses.
Con San Martín llegaron a Buenos Aires otros militares a ofrecer sus servicios: Francisco Vera, José Zapiola, Francisco Chilavert, Carlos Alvear, Antonio Arellano, Barón de Holmberg... eran dieciocho en total. (Giorlandini)
Una vez desembarcado en Buenos Aires, era mirado con recelo por los separatistas, que veían en él a un militar fiel a la Patria; pero pronto los hermanos masones le abrieron las puertas y le acompañaron en sus acciones.
Al objeto de influir en los medios públicos, políticos y militares, San Martín funda en Buenos Aires la Logia Lautaro, que adoptaba ese nombre por el indio araucano que Ercilla cita en La Aruacana como caudillo de la rebelión que tuvo lugar en el siglo XVI en Chile.
Según Emilio Gouchón, que fuera Gran Maestre y Gran Comendador en la Masonería Argentina, adoptaron signos, fórmulas, grados (hasta cinco) y juramentos de tipo masónico. Lautaro empezó como un triángulo creado por Alvear, San Martín y Zapiola; y los hermanos, que así se llamaban entre ellos, utilizaban en su correspondencia el símbolo de la cadena de unión, abreviaturas y la firma acompañada por los tres puntos. (Campos)
¿Cuándo se unió San Martín a la masonería? Alcibíades Lappas sostiene que fue iniciado hacia 1808 en la Logia Integridad de Cádiz y que posteriormente se afilió a la Logia Caballeros Racionales Nº 3. Una vez en Londres, a la cual llegó después de pedir la baja del ejército español, participó de la fundación de la Logia Caballeros Racionales Nº 7. (Campos)
El general Zapiola abona esta militancia cuando señala:
En Londres asistí a la sociedad establecida en la casa de los diputados de Venezuela, allí fui ascendido al quinto grado como lo fue el general San Martín. (Toneli: 29)
Réplica del mandil que utilizó José de San Martín en la Logia Lautaro. Esta pieza se encuentra en el Museo de la Gran Logia del Perú, Lima.
Su trayectoria, no obstante, y según el maestre Ángel Jorge Clavero, sería más larga en la masonería…
Inspiró la Logia del Ejército de los Andes, de la que fue su Venerable Maestro (Presidente), la Logia Paz y Perfecta Unión (Lima), integró la Logia Perfecta Amistad (Bélgica) y la Logia de Ivry (Francia). (Clavero)
En 1813, lideró el regimiento Granaderos a Caballo que derrotó a los realistas en la batalla de San Lorenzo.
Mauricio Javier Campos, miembro del Centro Argentino de Estudios Masónicos señala:
En 1814 San Martín funda la Logia Lautaro de Córdoba y luego la Logia Lautaro de Mendoza. También funda la Logia del Ejército de los Andes y, en 1822, la Logia Paz y Perfecta Unión Nº 1 de Lima. (Campos)
En 1814 se aliaría con Pueyrredon y con O’Higgins, que era hijo del Marqués de Osorno, virrey que había sido de Perú y había pasado largas temporadas en Londres al amparo de Miranda; entraría en Chile, donde, siguiendo con el plan británico, organizó una armada suministrada por Inglaterra y servida por marinos británicos, cuyo comandante era Lord Cochrane, el cual se dirigió a la toma de Perú.
Los términos británico y masonería aparecen como sinónimos. Así, cuando en 1815 San Martín ejercía de gobernador intendente de Cuyo, un nutrido grupo de británicos que vivían en Mendoza, donde habían sido desterrados como consecuencia de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, formó la compañía de milicias patrióticas de cazadores, la cual formaría parte del Batallón de Cívicos Blancos, cuya misión era la defensa de los posibles ataques realistas, y finalmente conformaron el ejército de los Andes que en enero de 1817 cruzaría la cordillera conforme al plan británico que, como hemos visto, había sido gestado por Maitland, personaje con el que, al parecer, San Martín tuvo contactos durante su estancia en Inglaterra; plan que, según se desprende del desarrollo de la campaña de San Martín fue seguido al pie de la letra, pues coinciden en lo referente a la toma de Mendoza y en lo referente al paso de los Andes, a la campaña de Chile y la acometida marítima contra Perú. Los británicos, en el plan citado, entendían que
Un coup de main sobre el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña. (Terragno: 21)
Ese efecto quedaría contrarrestado si la acción era llevada a cabo por los libertadores. El primer paso se daría en Buenos Aires el 8 de octubre de 1812, deponiendo al cabildo que, de hecho, ya actuaba de forma independiente.
El cumplimiento del plan, por otra parte, y como ya venimos señalando en otros asuntos, como en el caso de Bolívar, por ejemplo, estaba supervisado por personal inglés cualificado; así, si Bolívar contaba con O’Leary:
En el Ejército de los Andes, San Martín contó además con los servicios del General William Miller, un inglés que había peleado bajo las órdenes de Wellington en Waterloo…/… (y) antes de iniciar la expedición a Chile, San Martín se mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, nuevo Comandante en Jefe de la estación sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió, en Buenos Aires, sus planes y problemas. (Terragno: 204)
Y, sobre ellos, San Martín estuvo asesorado por el agente británico James Paroissien, quien, cuando en 1824 el libertador pasó a servir a su majestad británica en Londres, lo acogería en su casa.
Posteriormente, Paroissien regresó al Perú; donde, siguiendo instrucciones de Bolívar, sería el asesor de Sucre en su campaña de invasión del Alto Perú. Paroissien desarrolló la segunda parte de su labor, la cual consistía en el control de las zonas mineras, lógicamente a favor de empresas británicas, de donde acabaría consiguiendo la recompensa más apetecida: ser director de las minas, cuya gestión había conseguido a favor de la Asociación de Minería de Potosí, La Paz y Perú, de capital británico, naturalmente.
Tras tomar el control de Chile el año 1817, envió el parte preceptivo a Londres, misión que le fue asignada a José Álvarez Condarco, quien volvió de la metrópoli con un regalo de enorme magnitud: el compromiso de la Corona Británica de aportar una escuadra que, comandada por Thomas Cochrane, sería la encargada de invadir Lima.10
El 17 de Abril de 1817 escribía San Martín una carta a Guillermo Bole, comandante británico, en la que entre otros asuntos señala el que le resultaba común con la Gran Bretaña:
Mr. Staples informará a Usted de todo y bajo estos principios haré cuanto esté a mis alcances para la terminación de una guerra desastrosa, y exterminación del poder español en esta América. (Terragno: 206)
En 1818 San Martín convenció a O’Higgins de dirigir, en su condición de jefe del estado chileno, una carta al Príncipe Regente británico, mientras él mismo envió una carta similar a Castlereagh, el 12 de enero de 1818, en la que decía:
La Inglaterra, que ha tenido la gloria inmortal de haber dado la paz al Antiguo Mundo, se cubriría de nuevos laureles prestando igual beneficio al nuestro. Son demasiado conocidos los sentimientos benéficos de Su Alteza Real el Príncipe Regente de Gran Bretaña para dejar gemir a la humanidad ultrajada de estos países. (Terragno: 208)
Según señala Rodolfo Terragno, San Martín informó a Bowles que el agente del gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el puerto de Valdivia, así como una reducción de derechos para todos los buques británicos durante 30 años, a cambio de asistencia militar. San Martín agregó que un príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuera de orden constitucional.
Entraría en Lima el 10 de Julio de 1821, desde donde proclamaría la independencia de Perú el 28 de Julio de 1821. Pero ya dos años antes, y como consecuencia de la presencia en las aguas de la escuadra británica, el día cinco de abril de 1819, el Ayuntamiento de Supe se adelantó en declarar su independencia.
Dice Juan Bautista Sejean:
No deberíamos ser nosotros los satisfechos, los gratificados, los orgullosos por la campaña de San Martín en Suramérica, sino los ingleses. No es casual que, al regresar a Londres en 1824, lord Duff lo haya homenajeado como a un compatriota que vuelve victorioso a casa; y de eso se trataba, porque su labor militar y política sirvió al engrandecimiento del imperio, mejor dicho, del emporio de su majestad. (Sejean: 42)
Pero la intervención británica era total y en todos los ámbitos, y los próceres actuaban al dictado del Foreing Office, como dejó plasmado San Martín en su campaña de los Andes; en ese orden, el 25 de mayo de 1817, el cónsul Staples comunicaba al Foreign Office que San Martín lo había visitado para informarle de la situación de Chile y de su proyecto sobre la campaña del Perú , así como para pedirle que el gobierno inglés le autorizase llevarla a efecto.
Cuatro años después, el 28 de julio de 1821, un Cabildo abierto proclamaba la Independencia del Perú y nombraba a José de San Martín su protector; y el 26 de Julio de 1822 San Martín se entrevistó con Bolívar para reclamarle Guayaquil y pedirle refuerzos militares. Lo que en principio era un éxito para San Martín, quien desde el 29 de Agosto de 1821 estaba intentando reunirse con Bolívar, acabó siendo la única reunión que tuvieron y ha estado rodeada de misterio. Nunca se supo exactamente de qué hablaron ni tampoco la postura que cada uno habría adoptado. Por lo que se trasluce de la carta de San Martín a Bolívar, era que Bolívar quería tener el campo libre en Perú y no admitía la posición que había alcanzado San Martín.
Pero el problema era Guayaquil.
Este puerto marítimo y su provincia se habían independizado de España el 28 de julio de 1821. Sus ciudadanos tenían tres tendencias políticas en su seno: proclamarse ciudad soberana (una suerte de ciudad-Estado), anexionarse a la Gran Colombia presidida por Bolívar, o bien unirse al Perú cuya liberación era conducida por San Martín. (Goedder)
Parece que la entrevista no fue todo lo cordial que podía esperarse, decidiendo San Martín retirarse dejando paso libre a Bolívar; tras lo cual, al siguiente día, se retiró primero a Mendoza y, en 1824, a Inglaterra, su patria de adopción, a la que tan fielmente sirvió.
El secretismo que cubrió la conferencia de Guayaquil lleva dos siglos levantando polémica, pero todo hace indicar que el asunto es lo suficientemente sencillo si nos basamos en lo que la Masonería viene sosteniendo de forma continuada:
Que la Conferencia de Guayaquil fue una «tenida» masónica, donde dialogaron «dos hermanos sobre objetivos ya impuestos por la masonería». (Castro: 92)
El secretismo del asunto nos hace suponer que, efectivamente, ese fue el centro de la reunión, donde San Martín tuvo que ceder, dado el mayor grado que ostentaba Bolívar.
Tras la tenida, y tras pasar por Buenos Aires, San Martín marcharía a Europa para no volver nunca más a América. No obstante, antes de dar este paso, desde su puesto de protector de Perú, tuvo una misión principal: buscar emperador. Los candidatos: Leopoldo, príncipe de Sajonia y protector de la masonería, y el duque de Sussex, Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra.
No eran todos los candidatos, pues según Emilio Ocampo, el plan de San Martín era que los Borbones de Francia coronasen a uno de sus príncipes en Buenos Aires.
E Inglaterra, por quien San Martín tenía especial simpatía, tendría el bocado más apetecible, ya que un príncipe de la familia real inglesa podría ser coronado en Santiago o en Lima. Como incentivo adicional, San Martín ofrecía al gobierno inglés ventajas comerciales y la posesión de la isla de Chiloé y el puerto de Valdivia, para que sirviera de base en el Pacífico para la Royal Navy. (Ocampo)
El mismo año regresó a Inglaterra, y allí fue homenajeado y nombrado ciudadano honorario. De allí, y al servicio de Inglaterra, partiría a Bruselas al objeto de caldear el ambiente para la independencia; y no marcharía hasta 1830, después de haber conseguido el objetivo para el que había sido destinado por el Foreig Office. Un año después, el rey Leopoldo (padre de Leopoldo II, el mismo que ocasionaría uno de los mayores genocidios en el Congo), tras ser proclamado protector de la masonería, acuñó en 1825 una medalla con la imagen de San Martín.
Con todos los servicios cumplidos, se instaló en Francia, donde fue el protegido del banquero y masón español Alejandro Aguado, y falleció en Boulogne-sur-Mer, el 17 de agosto de 1850. Bolívar intentaría emular esta misma solución eligiendo por destino Inglaterra –al menos esto anunciaba oficialmente‒, cuando le llegó la muerte en diciembre de 1830.
San Martín pasó veintiséis años en España y veintisiete entre Francia, Inglaterra, Bélgica, etc. Durante el tiempo que pasó en América se limitó, aparte de su infancia como hijo de militar destinado en Corrientes (Argentina), exclusivamente al cumplimiento del plan Maitland, al servicio de Inglaterra, tras lo cual volvió a Inglaterra, cumplió la misión que se le encomendó en los Países Bajos… Y nunca volvió a América. Se dedicó a vivir cómodamente con el dinero que los ingleses le habían dado de lo que ellos se llevaron de la nación caída y segmentada.
Llevaba San Martín en sus arcas seis mil pesos en dinero y quince mil en billetes de empréstito sobre Inglaterra… según liquidación realizada en Lima el 18 de diciembre de 1823. (Sejean: 43)
Evidentemente, todos somos hijos de nuestros actos. No obstante, San Martín fue hijo biológico de sus padres, de los que también tuvo hermanos: cuatro. Uno de ellos, Juan Fermín Rafael, nació en 1774 y, al igual que el prócer y los otros hermanos, fue militar. Desempeñó su carrera en Filipinas, donde murió el 17 de Julio de 1822, habiendo alcanzado el grado de coronel.
Todo lo señalado nos permite afirmar con Norberto Galazo:
San Martín es el padre de la patria, pero de esa patria inglesa, por cierto, que sirve para producir carnes y cereales y absorber la superproducción de la industria británica, esa patria que lleva a que Quintana en 1904 llegue a la presidencia de la Nación directamente desde el asesoramiento de las compañías inglesas, o que el Dr. Ortiz también llegue en 1938 a ser presidente siendo directamente asesor de las empresas ferroviarias inglesas. (Galazo)
No repasamos las vidas paralelas de todos los próceres, pero, para terminar, podemos continuar con alguno de los que les siguieron inmediatamente los pasos.
En esta España americana, en 1852, Juan Bautista Alberdi, autor intelectual de la constitución argentina de 1853 (otro masón patriota que prefirió vivir en Francia) publicaba la primera edición de Bases y Puntos de Partida para la Organización de la República Argentina, con perlas como la que sigue:
Con tres millones de indígenas, cristianos y católicos no realizaréis la República ciertamente. No la realizaréis tampoco con cuatro millones de españoles peninsulares, porque el español puro es incapaz de realizarla allá o acá. Si hemos de componer nuestra población para el sistema de gobierno; si ha de sernos más posible hacer la población para el sistema proclamado, que el sistema para la población, es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada al vapor, al comercio, a la libertad, y nos será imposible radicar estas cosas entre nosotros sin la cooperación activa de esta raza de progreso y de civilización. (Rosa)
Y seguía diciendo:
La libertad es una máquina que como el vapor requiere maquinistas ingleses de origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad en parte alguna de la tierra. (Rosa)
Para seguir afirmando:
Aunque pasen cien años, los rotos, los cholos o los gauchos no se convertirán en obreros ingleses... En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos?... ¿Quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés? (Rosa)
Su adscripción al modelo racista británico afirmaba:
Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de muestras masas populares por todas las transformaciones del mejor sistema de educación: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente. (Rosa)
Y menospreciando la realidad cultural que, a lo largo de los siglos, había marcado la Hispanidad como centro de la cultura que en las mismas ciudades americanas hoy pervive en el urbanismo hispánico y en las tres docenas de universidades dispersas por toda la geografía americana, afirmaba:
En Chiloé y en el Paraguay saben leer todos los hombres del pueblo y, sin embargo, son incultos y selváticos al lado de un obrero inglés o francés que muchas veces no conoce ni la o. (Rosa)
Evidentemente prefería la situación de Inglaterra, donde la asistencia en las escuelas de día había alcanzado a una persona de cada 8,36 del total de la población en 1851; y la de Estados Unidos, que, como señala Dulce María Granja Castro:
Para 1776, año de la independencia de las 13 colonias norteamericanas, estas solo habían fundado nueve colegios, ninguno de los cuales era una verdadera universidad; para esa fecha, la Universidad de México, después de haber funcionado sin interrupción durante 225 años, ya había otorgado más de 1200 grados de doctorado y maestría, y 30.000 grados de licenciatura. (Granja)
De una Inglaterra que, sin embargo, y en boca de Daniel O’Leary, se atrevía a proclamar que:
Fué especial cuidado de la política española, no solo mantener á los americanos en la ignorancia, sino aumentarla poniendo trabas á la inteligencia y perpetuándola por medio de la superstición. (O’Leary: 35)
La verdad es que todo hace indicar que ese aserto es radicalmente cierto, pero aplicado a la España de 2019, cuando se halla dominada por el espíritu británico.
La venta, que ya se había formalizado cuarenta años antes, era manifiestamente apoyada por los nuevos siervos:
Proteged empresas particulares (fiscales ¡jamás!) para la construcción de ferrocarriles. Colmadlas de ventajas, de privilegios, de todo favor imaginable sin deteneros en medios. Preferid este expediente a cualquier otro... Entregad todo a los capitales extranjeros. Dejad que los tesoros de fuera, como los hombres, se domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidades y de privilegios el tesoro extranjero para que se naturalice entre nosotros. (Rosa)
Un ministro británico no lo hubiese formulado mejor.
Las Bases de Alberdi para el desarrollo constitucional son esclarecedoras. Había que calmar los ánimos de un pueblo que era expoliado; por ello marcaba.
Ante los reclamos europeos por inobservancia de los tratados que firméis, no corráis a la espada ni gritéis: ¡Conquista! No va bien tanta susceptibilidad a pueblos nuevos, que para prosperar necesitan de todo el mundo. Cada edad tiene su honor peculiar. Comprendamos el que nos corresponde. Mirémonos mucho antes de desnudar la espada; no porque seamos débiles, sino porque nuestra inexperiencia y desorden normales nos dan la presunción de culpabilidad ante el mundo de nuestros caminos externos; y sobre todo porque la paz nos vale el doble que la gloria. (Rosa)
Mientras, la usurpación de Malvinas ya era un hecho consumado…
BIBLIOGRAFÍA
Campos, Mauricio Javier: El extraño caso de la logia Lautaro y el señor San Martín.
http://www.masoneria-liberal.com/2011/11/el-extrano-caso-de-la-logia-lautaro-y.html
Castro Olivas, Jorge Luis: Sociedades secretas y masonería en el proceso de emancipación peruano.
http://cybertesis.unmsm.edu.pe/bitstream/cybertesis/1369/1/castro_oj.pdf
Clavero, Ángel Jorge. Gran Maestre: El día de la independencia.
http://www.masoneria-argentina.org.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=59&Itemid=38
Galazo, Norberto: San Martín: mitos y realidades en torno a su figura.
http://www.cepag.com.ar/pdf/ca2.pdf
Ocampo, Emilio: Brayer, un general de Napoleón que desafió a San Martín.
http://entrelafabulaylahistoria.tumblr.com/post/23541968345/brayer-un-general-de-napoleon-que-desafio-a-san-martin
Rosa, José María: El fetiche de la constitución.
http://fhatzen.com.ar/libros/Rosa%20Jose%20María%20-%20El%20fetiche%20de%20la%20constitucion.pdf
San Martín, José: Carta de San Martín a Bolívar.
http://www.taringa.net/posts/info/1208102/Carta-de-San-Martin-a-Bolívar.html
Sejean, Juan Bautista: San Martín y la tercera invasión inglesa.
http://books.google.es/books?id=js-edq7iezYC&printsec=frontcover&hl=es#v=onepage&q&f=false
Terragno, Rodolfo: Maitland & San Martín.
http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=14&ved=0CHYQFjAN&url=http%3A%2F%2Fxa.yimg.com%2Fkq%2Fgroups%2F19558700%2F40779478%2Fname%2FMaitland%2B-%2BSan%2BMartin%2B%2B3a%2Bed.pdf&ei=vxyxU9vODKuT0AXGmYCwBw&usg=AFQjCNFx9K6AxYevCEptcRWnpQH2v3t6NA&sig2=b_zepgnAnu7XuIpF8lwt8w&bvm=bv.69837884,d.ZGU
EVOLUCIÓN MILITAR DEL SEPARATISMO AMERICANO DESDE SUS INICIOS HASTA LA HUIDA DE BOLÍVAR A JAMAICA
Mucho ha dicho la leyenda negra antiespañola sobre la conquista de América. Pero, mientras se ha dicho muy poco de la desmembración que representaron los acontecimientos del primer cuarto de siglo XIX, mucho se ha dicho de los agentes británicos que han pasado a la historia como libertadores; aunque la verdad es que las gestas españolas en los movimientos secesionistas de América son muy poco conocidas, al haber sido metódicamente, y por intereses espurios, ocultadas a los españoles, siendo, como fue el caso, tan admirables como admirables son las gestas de la Conquista.
Hecho fácilmente constatable, si somos conscientes de que España estaba presente desde Tierra del Fuego hasta Alaska; algo que hoy la mayoría de la población desconoce. Y algo más importante: la defensa de todo ese inmenso territorio estaba llevada a cabo por un número irrisorio de unidades militares que no superaba un total de veinticinco mil hombres.
Algo se deduce de ese hecho, a priori: la fidelidad y la españolidad, tanto de la población aborigen como de los criollos.
Pero, por otra parte, la actividad británica en torno a la piratería y acoso de los intereses hispánicos a lo largo del siglo XVIII era ya el modus vivendi del imperio británico naciente. Un nuevo ataque inglés que se produciría el 10 de mayo de 1807 al mando de John Whitelocke llegó a entrar en Buenos Aires. Los ingleses fueron recibidos por los porteños con lanzamiento de aceite hirviendo, capitulando los ingleses, finalmente, el día de San Fermín de 1807, en la plaza de toros.
Fue un rechazo popular forzado por la realidad, ya que los ejércitos españoles, tradicionalmente, nunca tuvieron especial significación en América, limitándose a estar compuestos por pequeñas unidades, ya que el esfuerzo militar estuvo volcado muy especialmente en los frentes europeos, y la Conquista de América fue más obra de religiosos y de legisladores que de militares.
Es necesario destacar que las defensas del territorio estaban estrictamente limitadas en las fronteras norte y sur para enfrentarse a posibles ataques de tribus no sometidas; y muy principalmente en la costa, para defender el territorio de las constantes agresiones llevadas a cabo por los enemigos tradicionales de España, muy especialmente Inglaterra, y Holanda.
En el interior los problemas eran de menor entidad, por lo que, como señala Francisco Núñez Proaño:
Una antigua práctica del «Sistema Borbónico de Defensa» consistía en integrar a las comunidades indígenas retiradas de las zonas más habitadas, en las tareas de la defensa y control de las fronteras. Ello se lograba nombrando jefes militares a los que eran de las tribus y clanes, reforzando su autoridad por diversos métodos, y así se podía contar con su movilización llegado el caso. Para ello se les entregaban, además de otros presentes, uniformes militares con divisas de empleo, medallones con el retrato del Rey, golas e incluso banderas…/… estos indígenas también fueron en su mayoría fieles a la Corona de España durante la guerra de independencia de América. (Núñez)
Abundando en todo lo señalado, José Manuel Restrepo, en su Historia de la Revolución de la República de Colombia señala:
El aparato militar del Estado Hispánico era simbólico en la práctica; se limitaba a la defensa de las plazas fuertes en las costas, porque en el interior era tal el consenso que bastaban unos cuantos voluntarios nativos agrupados en «milicias»; y sigue afirmando: «Las fuerzas que el Virrey de Santa Fe tenía a sus órdenes para defender el Virreinato eran harto insignificantes. Constaban de tres mil ochocientos hombres de tropa de línea de todas armas con nueve mil de milicias.» (Corsi, Visión )
Y no era muy diferente en otras partes. Así, en la defensa de Buenos Aires:
La milicia militar, tan reducida como era, estuvo compuesta, principalmente, por gente nacida en las colonias. Hasta la década de 1780, con la excepción de la guardia de honor del virrey, no hubo tropas españolas en el virreinato. La «militarización» de las colonias por España, después de la guerra en 1763, consistió más bien en el entrenamiento de las fuerzas de la milicia militar criolla que en el envío y mantenimiento de tropas españolas a América. Al comienzo de las guerras de la Independencia, el virrey Abascal tuvo un ejército español de apenas 1500 hombres. Las fuerzas leales a la Corona estuvieron compuestas de oficiales reclutados entre la élite criolla y de soldados que pertenecían a las capas populares de la sociedad colonial. (Bonilla: 42)
No obstante, en pocos años cambiaría esta actitud; en 1806 todo Buenos Aires se volcaba en la lucha contra los ingleses, pero en 1810, la población se dividió entre los postulados de los activistas criollos mientras los batallones de vascos, gallegos y catalanes se alineaban en favor de España. En estos dos hechos se basa la independencia Argentina, y los causantes de tal situación no serían otros que los agentes británicos que, adscritos a la masonería, acabarían convirtiendo su deportación en cabeza de puente de la invasión, militar y económica, que acabaría llevando a la Gran Bretaña a ser el amo del continente.
Con la participación directa de estos topos da comienzo el movimiento revolucionario de 1809. Y ya con carácter netamente separatista el de 1810, mientras las fuerzas del virrey José Fernando de Abascal se enfrentan a los insurgentes y reprimen los primeros alzamientos.
Al tiempo que arbitraba las medidas militares oportunas, dice Pedro Rodríguez Crespo:
El virrey Abascal hizo circular un manifiesto impreso, en que se daba noticia de agentes franceses que Napoleón había enviado a varias partes de América, con el detalle de los nombres y de las instrucciones que llevaban. Esto estaba dirigido a despertar en los americanos la necesidad de la separación. ¿En qué consistía el plan napoleónico, en el decir de Abascal? En primero lugar, propagar la noticia de que España ya estaba perdida y que la resistencia era inútil. En segundo lugar, convencer de que la independencia se justificaba, porque no había autoridad legítima en España; y, además, que Napoleón no quería más recompensa que la libertad de los países, para establecer luego libres relaciones de comercio con ellos. (Rodríguez: 666)
Es así como el virrey Abascal organiza la lucha anti separatista, no pudiendo ser de otro modo, siendo que en ese tiempo, y hasta 1814, no pueden acudir tropas peninsulares, que tan solo actuarían eficazmente en Venezuela y la Nueva Granada; y, como consecuencia, el grueso de las tropas estaría compuesto por americanos, situación que se alargaría hasta Ayacucho, representando el contingente español europeo una parte minoritaria entre los que defendían la Patria.
De esa reacción del virrey Abascal arranca, en la práctica, la creación del ejército español en América, ya que el ejército que había existido hasta el momento se había dedicado casi en exclusiva a la defensa exterior frente a la piratería europea. Así, la mayor parte de las agrupaciones militares patriotas fueron de nueva creación y fueron formadas por unidades americanas nuevas en su mayoría, con regimientos como Chancay, Huancavelica, Condesuyos o Arica, que, sin disciplina ni instrucción, hicieron frente a la única amenaza no prevista en el sistema de defensa de las Indias: el separatismo.
Siendo esta la situación, es difícil aceptar el calificativo de patriota al ejército de Bolívar, que contaba con un altísimo número de mercenarios extranjeros. Fue el ejército realista, denominado así al que se mantuvo fiel a España, el que estuvo integrado en su inmensa mayoría por patriotas españoles americanos, el 90 por cien de los cuales pertenecía a las diversas etnias: indios, mestizos, pardos, blancos y negros, siendo el 10 por cien restante de patriotas españoles peninsulares, y mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.
La respuesta a esta incógnita no debe buscarse fuera de la leyenda negra contra España que, desde el siglo XVI, viene gestándose por quienes encarnan los principios materialistas; una verdadera losa que el espíritu hispánico no supo contrarrestar en su momento, en la certeza de que no debía atender la mendacidad, «virtud» que no tiene cabida en un espíritu impregnado de humanismo cristiano. La realidad nos ha demostrado que fue un craso error, pues hoy mismo son los propios españoles quienes, ahítos de la incultura insuflada por los enemigos históricos, se creen, sin plantearse siquiera informarse, y sin tan siquiera comparar las realidades raciales actuales del mundo hispánico y de las colonias británicas, esa misma historia mendaz.
La cruda realidad es que la separación de América nunca fue una guerra de independencia. Y, contrariamente a lo que afirma el núcleo duro del pensamiento revisionista histórico, muy a pesar de haberse producido también enfrentamiento civil, tampoco se trató de una guerra civil entre españoles, sino una guerra de conquista británica que utilizó a un grupo de ilustrados, alguno de ellos acosado por la Justicia española y todos imbuidos del espíritu de la Ilustración y de la masonería, al servicio del mercantilismo británico.
¿Cómo se puede llamar guerra de Independencia cuando los ejércitos contendientes estaban conformados de la forma que queda señalada?
A modo de ejemplo, y en el momento cumbre de la desolación:
En una de sus importantes obras, Javier Ocampo López recuerda que en los 12.600 soldados realistas de la Batalla de Ayacucho, solo 600 eran peninsulares. (Corsi, Visión)
Finalizada la Guerra llamada de Independencia en España, llegaron, ahora sí, algunos contingentes de soldados procedentes de la España europea; al respecto, el historiador Restrepo señala:
Ahora bien, este aporte de ultramar no constituía un rasgo de las filas realistas. Por el contrario, su proporción fue mayor en las republicanas, a las cuales afluyeron miles de mercenarios, residuos de las conflagraciones napoleónicas, los Wilson, Ferguson, O’Leary, Lacroix, Miller, etc., etc.; en la sola Venezuela el imprescindible Restrepo contabiliza 5.088 entre oficiales y soldados. (Corsi, Visión)
En este punto puede aparecer la queja de la oligarquía criolla: la composición de los mandos era mayoritariamente española europea. En principio era cierto el aserto, pero ¿cuál era el motivo? Dentro de la dificultad que lleva la pregunta, cabe responder que la poca necesidad de atender los aspectos de guerra en una sociedad que durante trescientos años tan solo había conocido alguna escaramuza; algún levantamiento fácilmente controlado con las pocas fuerzas militares existentes. Es cierto, pues, que en el inicio del ejército, la alta oficialidad era mayoritariamente peninsular, pero esa circunstancia tiene una explicación que admite pocas dudas: trescientos años de paz es difícil que generen expertos militares… Y el desarrollo de la guerra demostraría que ese era, justamente, el motivo, ya que los ascensos proliferaron en el curso de la guerra, llegando a destacar el coronel de caballería llanera Rafael López, cuya cita viene al hilo de la entrevista mantenida con el general separatista José Antonio Páez, quien relata que aquel intercedía por los pobres europeos, quienes sufrían los rigores de un clima al que no estaban acostumbrados.
En 1810 la situación exigía la formación de unidades militares. ¿Qué sucedió entonces? Se formaron con los medios que había disponibles.
El Cabildo de Cartagena ordenó el reclutamiento de dos batallones de milicias, uno de blancos y otro de pardos, titulados «Voluntarios patriotas, conservadores de los augustos derechos de Fernando VII», y convocó al pueblo a mantenerse fiel al rey y adherirse a «la justa causa de la metrópoli», fraternizando con «nuestros hermanos de la Península», pues «no es menos vasallo y miembro de la nación española el europeo que el que ha nacido en estas regiones». En la representación que dirigió a los demás cabildos del Nuevo Reino de Granada, la nueva Junta de Cartagena sostuvo que la destitución del gobernador había sido una medida adoptada como precaución ante «los horribles extremos del despotismo o de la anarquía» a los que estaba expuesta toda la América española en la circunstancia de la total subyugación de la «madre patria» por los ejércitos de Bonaparte. (Actas: 63)
Por su parte, Ángel Rafael Lombardi Boscán señala:
La ciudad de Coro, la primera capital que tuvo Venezuela en su historia, fue el principal foco de la reacción realista contra la Primera República. Fueron las tropas corianas, al mando del gobernador militar D. José Cevallos, quienes causaron una vergonzosa derrota al ejército caraqueño bajo el mando del marqués del Toro en los meses últimos de 1810. (Lombardi: 70)
Pero en estos momentos ya se estaba pergeñando la gran hecatombe. Los hombres luchaban sin saber dónde tenían al enemigo en una guerra con una doble vertiente, la segunda ciertamente con carácter de guerra civil entre absolutistas y liberales.
En cuanto a la primera, estaba bien controlada por la Gran Bretaña, con sus adelantados que asesoraban y guiaban a la oligarquía criolla.
En mayo de 1810 se produce la revolución en las Trece Provincias Unidas Argentinas sin que los objetivos de la misma sean lo suficientemente claros. ¿Qué significaba la Revolución? Pocos sabían responder a la pregunta. Como ejemplo, el héroe Pedro Antonio de Olañeta, un terrateniente residente en Potosí que en Mayo de 1810, al producirse la revolución, se erigió en caudillo militar de sus hombres. En un principio, y como tantos otros, creyó que la revolución se hacía en defensa de Fernando VII. Pero al comprender la verdadera situación, de traición flagrante en beneficio de Inglaterra, tomó decidido partido por el bando realista, desarrollando su actividad en la defensa del Alto Perú, bajo las órdenes del criollo José Manuel de Goyeneche.
Nuevamente engañado, y perseguido con saña, combatió contra los ejércitos liberales, en cuya lucha se impuso en Potosí y en Charcas, exigiendo la deposición de los gobernadores.
En su guerra contra los liberales y contra los separatistas se le unieron importantes contingentes, llegando a componer un ejército de cinco mil voluntarios que se enfrentaron a los generales liberales Valdés y Carratalá. La evolución le era favorable hasta que la traición de Ignacio Rivas lo llevó a ser vencido por Valdés. Continuó la lucha haciéndose fuerte en el alto Perú hasta que los intereses mineros británicos propiciaron que, mediando nuevas traiciones, el 29 de enero de 1825 fuese expulsado de La Paz. Nuevamente traicionado, en esta ocasión por su propio sobrino, fue vencido y herido el 1 de abril en la batalla de Tumusla; y, al día siguiente, asesinado.
En el Virreinato del Río de la Plata, tras la Revolución de mayo de 1810, y como ya hemos visto, el 26 de agosto, la Junta de Buenos Aires derrota a los realistas en Cabeza de Tigre y ejecuta a Santiago de Liniers, siendo que, en palabras de Julián Kopecek:
Desde el comienzo del proceso, Moreno ha introducido el ideario jacobino en la mente y los corazones de las vanguardias criollas.../… la Sociedad Patriótica y la logia articularán una alianza de poder, un contrapoder paralelo al aparato institucional, que fijará el rumbo de la naciente situación política. (Kopecek: 15-16)
Rumbo que estaría marcado por la sangre de quienes presentaban alguna oposición a las instrucciones marcadas.
Liniers, el jefe militar que abatió a los ingleses, terminaría fusilado. Alzaga, el caudillo popular que armó al pueblo contra los ingleses, terminaría ahorcado. Saavedra, el jefe militar que se levantó contra el anglófilo Virrey Cisneros, terminaría exiliado y su memoria cubierta por un asombroso silencio. Moreno, el Secretario Técnico de la Junta que pretendía arreglar el problema con una reclamación diplomática, murió misteriosamente. Su deceso fue precipitado «por la administración de un emético que el Capitán del buque inglés le suministro imprudentemente», según las textuales palabras de su hermano Manuel Moreno, autor de «Vida y Memorias del Doctor Mariano Moreno», página 241. Agrega Manuel Moreno que el cadáver de su hermano «estuvo todo el día sobre la cubierta envuelto en la bandera inglesa». Larrea, proclive a negocios junto con los ingleses, se suicidó.
La lista es trágica, tanto por la ferocidad de los medios de eliminación como por la continuidad de fusilamientos y asesinatos y de suicidios que plagan el destino fatal de nuestros gobernantes y prohombres. Los nombres de Dorrego, Chilavert, de López Jordán, de Leandro Alem, de Lisandro de la Torre, de Belisario Roldán, de Leopoldo Lugones, del General Valle y tantísimos otros de plena actualidad, son testimonios extremadamente serios que nos llevan a una conclusión que causa espanto: los enemigos que se apoderaron sigilosamente de nuestro país siguen imperturbables y victoriosos, mientras que mitos, dogmas, esquemas, etiquetas, palabras y hasta letras siguen provocando el desencuentro de nuestras mentes más brillantes y de nuestros espíritus más lúcidos. (González)
Mientras tanto, en México, en septiembre de 1810 el cura Miguel Hidalgo proclamaba su revolución ‒por la independencia, por el rey, por la religión, por la Virgen india de Guadalupe‒ contra los peninsulares.
Con este banderín de enganche reunió un ejército de gañanes y de mineros que tomaron Guanajuato, donde llevaron a término la masacre de la Alhóndiga, lugar donde se había refugiado un importante número de personas.
Luego tomarían Querétaro, San Luis, Potosí, Guadalajara; pero, tras un enfrentamiento con unidades del ejército realista, se produjo una retirada descontrolada que acabó en fuga de los revoltosos, siendo hecho prisionero Hidalgo, quien, tras haber manifestado públicamente su arrepentimiento y animar a sus seguidores a deponer las armas, fue fusilado.
Los principales implicados en el movimiento de Hidalgo fueron los Capitanes Ignacio Allende, Mariano Abasolo y Juan Aldama, así como el Corregidor de la ciudad de Querétaro, Miguel Domínguez, y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez.
En su proclama, el cura Hidalgo argumentaba:
Estamos prontos a sacrificar gustosos nuestras vidas en su defensa, protestando delante del mundo entero, que no hubiéramos desenvainado la espada contra estos hombres, cuya soberbia y despotismo hemos sufrido con la mayor paciencia por espacio de casi trescientos años, en que hemos visto quebrantados los derechos de la hospitalidad, y rotos los vínculos más honestos que debieron unirnos, después de haber sido el juguete de su cruel ambición y víctimas desgraciadas de su codicia, insultados y provocados por una serie no interrumpida de desprecios y ultrajes, y degradados a la especie miserable de insectos, reptiles; si no nos constase que la nación iba a perecer irremediablemente, y nosotros a ser viles esclavos de nuestros mortales enemigos, perdiendo para siempre nuestra religión, nuestra ley, nuestra libertad, nuestras costumbres, y cuanto tenemos más sagrado y más precioso que custodiar. (La Independencia: 39)
Buenos argumentos que podían tapar el proceso judicial por el que le habían sido embargados los bienes que poseía en Valladolid, hoy Morella, en México.
Es de destacar que el avance de los insurgentes tuvo fin en la Batalla de Puente de Calderón, ocurrida el 17 de Enero de 1811, a unos sesenta kilómetros de Guadalajara. Un enfrentamiento protagonizado por 100.000 rebeldes contra 6000 patriotas, en el que fue el último episodio bélico de la primera etapa del movimiento secesionista mexicano.
Capturado Hidalgo, sería fusilado el 30 de Julio de 1811. Su sucesor, José María Morelos, con la colaboración del estadounidense Peter Ellis Bean, continuaría la guerra separatista hasta que fueron ambos tomados presos en noviembre de 1815, siendo que en este momento Morelos declaró las relaciones existentes entre los insurgentes y los Estados Unidos.
También Morelos acabaría retractándose de sus actos e informando de los lugares donde se asentaban los insurgentes, siendo fusilado el 22 de Diciembre. Agustín Iturbide, que había combatido a Morelos, acabaría relevándolo.
Mientras, los miembros de la orquesta que llevaban su función desde la Península, no tenían prisa en actuar. Las primeras fuerzas peninsulares que llegaron a contener el levantamiento de Hidalgo zarparían en noviembre de 1811, y hasta finales de 1812 compondrían un total de unos siete mil hombres, de infantería y artillería.
El caso de México fue sensiblemente diferente al del resto de América. Aquí, el 55 por ciento de los ejércitos revolucionarios estaban compuestos por indígenas, y el cariz que insuflaron los próceres al mismo le dieron unas características similares a las que revistieron la Revolución Francesa de 1789. Tan es así que el asalto a la alhóndiga de Granaditas, por su crueldad, es un remedo de la toma de La Bastilla.
El 19 de Abril de 1810 se tiene como la de declaración de independencia de Venezuela, que sería ratificada por los representantes de las provincias el 5 de Julio de 1811, cuando se constituyeron en la Confederación Americana de Venezuela.
En la capitanía general de Venezuela el movimiento de abril de 1810 triunfa sin dificultad en la mayor parte del territorio; si bien los realistas se imponen en las provincias de Coro, Maracaibo y la Guayana…/… Las fuerzas realistas son exiguas: apenas las unidades veteranas (siete compañías de infantería) y de milicias (dos batallones de infantería en Valencia, uno en Maracaibo y cuatro compañías en la Guayana) preexistentes en las zonas que quedaron inicialmente en su poder, complementadas y reforzadas por voluntarios, algunos de los cuales acuden desde las ciudades insurgentes, entre ellos una fracción del batallón veterano de Caracas. (Semprún)
Es el caso que, mediado el año 1810, la insurrección había alcanzado unas proporciones gigantescas con unos éxitos que auguraban un cercano final de la contienda con resultado favorable para los separatistas, quienes controlaban ciudades y territorio. Las fuerzas nacionales tan solo eran incontestables en el Perú y en algunos otros puntos de menor importancia.
Era el 16 de septiembre de 1810 cuando tuvo lugar el levantamiento armado en Dolores dirigido por Miguel Hidalgo; Ignacio Allende, Juan Aldama y José Mariano Abasolo lo secundaban. El 18 de septiembre se convocaba a un Cabildo abierto en Santiago de Chile, que estableció una Junta de Gobierno y convocó un Congreso general. El 20 de Octubre comenzaba en Quito la revolución autonomista. Los días 13 y 18 de noviembre, Miguel Hidalgo ordenaba degollar españoles en las barrancas de las Bateas, cerca de Valladolid (hoy Morelia). El 12 de diciembre, en la barranca de Oblatos, comienza la matanza de 360 españoles por parte del torero Marroquín y otros.
Mientras tanto, la descoordinación y el enfrentamiento entre las tropas leales a España era manifiesta, acorde con la situación sufrida en la España europea, por lo que, según relata Jaime del Arenal Fenochio:
Los ejércitos realistas fueron, en general, improvisados sobre la base de unidades de nueva creación y otras (las menos) recicladas del período prerrevolucionario o «colonial», puesto que los ejércitos virreinales (en su mayoría) se vieron desintegrados, cuando no se pasaron en bloque a los insurgentes. Pero también se sumaron a las tropas realistas numerosos criollos que reaccionaron en defensa de los legítimos derechos del Rey frente al estallido de la Revolución. No fue menor tampoco el influjo de revolucionarios arrepentidos o desengañados a lo largo de los años, luego de que la Revolución fuera mostrando, de a poco, sus verdaderas intenciones subversivas y rupturistas de la tradición católica. (Arenal)
Animando a revolver la situación, los ingleses transportan a Bolívar a La Guaira el 5 de Diciembre de 1810; y a Francisco de Miranda, cinco días después. Miranda sería designado comandante en jefe de los separatistas, y este nombraría coronel a Bolívar, con mando en Puerto Cabello.
La acción de los ejércitos realistas era débil, con lo que, a pesar de la debilidad manifiesta del movimiento separatista, se produjo una situación de equilibrio y estancamiento que se prolongó hasta febrero de 1812, cuando, al tiempo que llegaba algún contingente a México, el capitán de fragata Domingo Monteverde llevaba a Coro una compañía de infantería de marina con 130 hombres. Tan exigua dotación, comandada por quien demostró ser un gran estratega, pondría fin al experimento de la primera república venezolana.
La ciudad de Coro fue el verdadero epicentro de donde surgió la primera y más importante reacción realista en el año 1812, bajo el mando del capitán de fragata don Domingo de Monteverde. Su particular y favorable situación geográfica, a medio camino entre Caracas y Maracaibo, en la parte centro-occidental del país y con próximos contactos con las más importantes islas del Caribe occidental, tanto españolas como extranjeras, fueron factores que contribuyeron al protagonismo de Coro en los primeros años de la lucha. (Lombardi: 52)
Un solo destacamento y cinco meses de lucha de un ejército que fue creciendo a medida que iba ocupando los caseríos, forzó la capitulación de la república, firmada por Miranda el 26 de Julio de 1812, e Inglaterra no podía hacer nada al respecto ya que estaba comprometida en la España peninsular. Como consecuencia, Francisco de Miranda capitularía ante Monteverde y, tras ello, Bolívar, en un manifiesto acto de traición, lo capturaría y lo entregaría a los realistas, que lo remitieron a Cádiz. Miranda firmó la capitulación el 24 de julio de 1812, ante Monteverde, teniendo previsto embarcar en el buque inglés Shapphire al día 30 siguiente.
Teniendo ya a bordo del buque todo su «archivo», que, según una serie de conjeturas, se trataba de cajones con el oro que le había dado Monteverde por su rendición. Miranda se había alojado en una casa que era propiedad de un amigo de él y también de Monteverde, y además servidor de este. Bolívar, que tenía entonces veintisiete años de edad, lo pone preso a Miranda, con sus sesenta años de edad. Luego, Monteverde no lo libera y Miranda es enviado a España, preso, y allí muere, en la prisión de la Carraca, en Cádiz. (Giorlandini)
Esta traición le valió a Bolívar un salvoconducto de los militares realistas que le permitiría huir a Curazao, ocupada por los ingleses, quienes, por cierto, también se quedaron con el botín de Miranda. Aspectos que son reiteradamente acallados por la historiografía liberal, que deja en el aire cómo y por qué pudo salir de Caracas, y obviando la traición a Miranda, limitándose, en el mejor de los casos, a relatar lo que sigue:
Al no ver ninguna posibilidad de huir del país para ponerse a salvo del enemigo español, se refugia escondiéndose en Caracas, de donde, gracias a los buenos oficios e influencias del español don Francisco de Iturbe, obtuvo el pasaporte otorgado, nada menos, por el Brigadier General Domingo de Monteverde. (Stevenson)
La traición de Bolívar estaba justificada porque no tenía ninguna posibilidad de huir, y entregar a Miranda le reportó la obtención del pasaporte.
Y para lograr salir de La Guaira el 27 de agosto de 1812 para llegar a Curazao el 2 de Noviembre del mismo año. Para esos días de noviembre, procedente de esa Isla, el coronel Bolívar llegó a Cartagena, acompañado de varios oficiales venezolanos y extranjeros; entre ellos el Oficial francés capitán Antonio Leleux, un varón inquieto, de gran fe republicana y fervoroso Masón; como tal, hizo parte de la Logia Masónica en Cartagena Las Tres Virtudes Teologales, siendo Presidente el abogado y Hermano Manuel Rodríguez Torices. (Stevenson)
Pero la debilidad del gobierno se alargaba a todos los ámbitos de la nación, por lo que América en su conjunto se vio abandonada de la atención desde la España peninsular, lo que ocasionó anarquía y desconcierto en la sociedad… y en el ejército, donde se mostraba manifiesta y se encontraba agudizada por las disensiones existentes entre los distintos jefes, que evidenciaron la falta de autoridad y de servicio. Así, Monteverde se manifestó independiente en su actuación, mostrando clara insumisión ante sus superiores, en concreto ante su jefe, el Capitán General Miyares, que no llegó a imponer su autoridad por temor a una guerra civil dentro del bando patriota. En esa vorágine, y ante los hechos consumados, Monteverde sería nombrado Capitán General de Venezuela y Presidente de la Real Audiencia de Caracas.
Se consolidaba un período convulso, vacío de poder, que fue llenado por caudillos regionales que convirtieron sus respectivos territorios en auténticos feudos; los militares realistas se enfrentaron entre sí; algo que sería señalado en 1816 por el Capitán General, Presidente y Gobernador de la Provincia de Venezuela, Salvador de Moxó:
El general Emparan fue depuesto por los revolucionarios de Caracas: el general Miyares que le siguió fue echado del país por don Domingo Monteverde, que luego fue su sucesor y, al año y medio, fue este depuesto por el pueblo de Puerto Cabello y embarcado para una Isla extranjera. Enseguida fue nombrado el general Cajigal y no lo reconocieron los comandantes Boves y Morales, usurpándole el mando de la provincia y, al fin, lo hizo salir para España el general Morillo, igualmente que al brigadier Ceballos que ejercía la capitanía general interina; y, por fin, a mí, que he sucedido a todos estos despojos violentos, se me depone también en medio de provocaciones e insultos y se me obliga a dejar el pueblo que V.M. me confió. Y con estos ejemplos tan funestos ¿cuál puede ser el estado de la autoridad legítima?, ¿cuál el respeto? Si tan repetidos atentados quedaron hasta ahora impunes, ¿cuál será la esperanza del remedio en lo sucesivo? (Lombardi: 125)
Por su parte, Buenos Aires se mantenía independiente mientras, instigados por las acciones llevadas a cabo en la capital, en febrero de 1812 se produjo un levantamiento en Tacma y otro en Huanuco con vivas al rey que tuvo una duración de tres semanas en las que reinó la violencia.
Cuál fue el inicio de esta revuelta está todavía por determinar, siendo que los indios invadieron la ciudad de Huánuco, cuyos habitantes recabaron el auxilio del virrey, quien acabó militarmente con la sublevación.
La inestabilidad se iba generalizando y los sectores separatistas iban tomando cuerpo; Bolívar había vuelto y había sido nombrado brigadier en 1813, tras la batalla de Cúcuta, y entró en Caracas el 6 de agosto de 1813, donde sería nombrado capitán general y libertador. Por su parte, los separatistas controlaban la zona costera de Coro y Maracaibo, donde la población se mostraba adepta a sus ideas.
Es en estos momentos cuando Bolívar decreta la guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros, dirigido por el mismo Bolívar.
En febrero de 1814, en Valencia, ordena la ejecución, por supuesto sin juicio, de 800 prisioneros. Acto que se repetiría en La Guaira y Caracas, donde el número de asesinados se elevó a unos mil.
La orden era contundente:
Señor comandante de La Guaira, ciudadano José Leandro Palacios.
• Por el oficio de US., de 4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las criticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Cuartel General Libertador, en Valencia, 8 de Febrero de 1814.
A las ocho de la noche.
Simón Bolívar. (O’Leary: 259)
Para justificar esta actuación, el panegirista y controlador británico Daniel O’Leary no encuentra otro camino que el adentrarse en la historia negra creada por ellos mismos, y acto seguido pone en manos de españoles aquello que los británicos demostraron dominar a la perfección, y afirma:
Para establecer su poder, los conquistadores al llegar á la América, recurrieron al crimen y al derramamiento de sangre humana, y sangre y crimen fueron los medios que emplearon al cabo de tres siglos para sostener su vacilante poder. La índole del suramericano había sufrido un cambio sorprendente durante aquel largo intervalo. Ya no era el humilde indio, manso é incapaz de resistencia, del siglo decimosexto. Tan solo le quedaba de los aborígenes el recuerdo de sus sufrimientos y la conciencia de las injusticias, al par que del progenitor europeo había heredado el valor para vengarlos. (O’Leary: 262)
Claro, es un relato que, debiendo aplicarse a los territorios dominados por los británicos, lo cierto es que tampoco se puede emplear, porque, ¿dónde están los aborígenes para que se puedan lamentar?
Más adelante, una vez derogada la guerra a muerte, Bolívar llegaría a plantear un canje de prisioneros un tanto curioso:
Individuo por individuo, grado por grado, empleo por empleo…/… se cambiarían primero la oficialidad y tropa inglesa…/…, segundo la oficialidad y tropa prisioneras en Santa Marta y Cartagena, y tercero los paisanos condenados á presidio por sus opiniones patrióticas. (O’Leary: 690-691)
En el contexto de la guerra a muerte bolivariana es necesario señalar la actuación llevada a cabo.
En el curso de enero de 1813 el coronel republicano Antonio Nicolás Briceño, un verdadero delincuente, en asocio de algunos aventureros, principalmente extranjeros, lanzó el primer manifiesto de Guerra a Muerte en cuyo articulado se enuncia que para tener derecho a una recompensa o un grado bastará con presentar cierto número de cabezas en las siguientes proporciones: el soldado que presentase 20 cabezas sería hecho insignia en actividad, 30 le valdrían el grado de subteniente, 50 el de capitán, etc.; además, en la misma proporción se repartirían los bienes de las víctimas. Su texto fue enviado para ser refrendado a los generales Castillo y Bolívar, en sendas copias escritas con la sangre de dos ancianos peninsulares asesinados, cuyas cabezas adjuntó este «oficial de honor» como le denominó posteriormente Bolívar cuando a su vez supo de su fusilamiento por el «bárbaro y cobarde Tízcar». (Corsi, la fuerza: 76)
Pero la guerra a muerte, según los británicos, protectores de la buena fama de sus agentes, y en pluma de O’Leary, era repugnante para Bolívar, que se veía obligado a ejecutarla dada la terquedad de los patriotas.
Esa llamada a la guerra a muerte tenía ya sus antecedentes concretados el 13 de Agosto de 1811 cuando Miranda tomó Valencia por capitulación, tras lo cual procedió a ejecutar a sablazos a los cabecillas sublevados; una actuación que traería graves consecuencias también para Bolívar. La horma de su zapato la encontraría en el llanero José Tomás Boves, el cual llevó a cabo una feroz respuesta a la llamada de Bolívar.
El terror al genocidio iniciado por las tropas del agente Bolívar precedía a su llegada. La fama de sus asesinatos corría de boca en boca. El despotismo, el ultraje y el saqueo tomaron cuerpo donde imperaban los separatistas; quienes, para mayor escarnio, hacían ostentación de su poder al amparo de los excesos que sobre la población indefensa ejecutaba un ejército de desarrapados que llevaba hasta el extremo el edicto bolivariano, que destruían todo a su paso: obrajes, pequeñas industrias…, todo aquello que perjudicaba a los intereses del mercantilismo británico, preparando el terreno para lo que vendría después.
Mientras las tropas de Bolívar sembraban la barbarie y el terrorismo,
Los efectivos realistas en la zona, que no experimentarán grandes cambios hasta el final de la etapa en 1816, están formados por las llamadas «divisiones» de Lima y de Cuenca, también denominada de Pasto, sin que figure entre esas fuerzas prácticamente ninguna unidad veterana ni, desde luego, peninsular. Los contingentes más importantes, al menos numéricamente hablando, son las milicias de Pasto y del valle de Patia y las fuerzas irregulares levantadas en estas zonas. (Semprún)
Pero en este momento convulso, surgió el que sería el demonio más temido por Bolívar: un personaje que, a juzgar por las críticas bolivarianas, que lo acusan de las mayores atrocidades contra los vencidos, había bebido exactamente de las mismas fuentes que el libertador.
Boves aportaría a la guerra el carácter de la lucha social. Su lema, al frente de un ejército de marginados sociales, era muerte a los blancos. Los blancos manutanos eran identificados como los traidores a España, los señoritos cultos e ilustrados que habían apoyado las ideas liberales. Es cierto que sus capitanes, extraídos de entre la chusma, cometieron excesos; pero no más que los cometidos por Bolívar, y con el freno, si no firme, freno al fin, de Boves. El núcleo del ejército de Boves eran los guerreros del indio Vargas, más tarde integrados en el Batallón Numancia, y la infantería de marina de Monteverde, llegada de Cuba.
El primero de febrero de 1814, el realista Boves tomó rumbo a Caracas con su caballería, acompañado por Rosete, con quien competía en crueldad y sadismo, y caen con toda violencia sobre los Valles del Tuy. El patriota Campo Elías intenta detenerlos en La Puerta, pero sus esfuerzos resultan vanos y es derrotado. Simón Bolívar, al ser informado de este acontecimiento, concentra sus tropas en Valencia. Desesperado, busca frenar a la horda de asesinos que se dirige a Caracas. Entonces, en La Guaira, llena de prisioneros y pocas tropas, decide que el único camino es el fusilamiento, incluido el de los enfermos. Arismendi, aterrorizado por la magnitud de la masacre que se iba a perpetrar a instancias de Bolívar, amenaza con no cumplir la orden, pero el Libertador insiste en que todos deben ser fusilados, sin perdón para nadie. (Medina: 61)
Pero, ¿quién era José Tomás Boves? Si Bolívar era un señorito, un terrateniente, un ilustrado, fiel servidor de sus benefactores británicos, Boves no era nada de eso; era un honesto trabajador que las circunstancias lo llevaron a dejar su oficio de pulpero en los Llanos de Guárico, y a convertirse en jefe de los llaneros, con la única idea de combatir al tirano. Si cometió excesos no pueden recibir la misma condena que los cometidos por el señorito Bolívar; pero es que, llegado el caso, demostró una misericordia que no cabía en la mente del libertador, y con su espíritu llanero, a pesar de ser asturiano de nacimiento, consiguió poner a raya a los terroristas de Bolívar.
En este período la actividad militar del ejército patriota en el que, además de Boves, debemos reseñar la especial actuación de Francisco Morales y Francisco Rosete entre otros, acaba destruyendo la Segunda República separatista de Venezuela, cuyos generales, Santiago Mariño, José Félix Ribas, Rafael Urdaneta, y otros, con Simón Bolívar incluido, fueron sucumbiendo ante la acción de los ejércitos patriotas.
Ante esa situación, Antonio Nariño recibió autorización del Congreso Republicano para presentar la rendición, pero Bolívar se impuso ante el mismo congreso y, tras tomar Caracas, la sometió a saqueo, proliferando gran cantidad de asesinatos, lo que posteriormente daría pie a la acción que después desarrollaría el también masón Pablo Morillo.
La situación del momento la refleja el mismo Rafael Urdaneta:
De aquí para adelante (hacia Valencia) son tantos los ladrones cuantos habitantes tiene Venezuela. Los pueblos se oponen a su bien; el soldado republicano es mirado con horror, no hay un hombre que no sea un enemigo nuestro; voluntariamente se reúnen en los campos a hacernos la guerra; nuestras tropas transitan por los países más abundantes i no encuentran qué comer; los pueblos quedan desiertos al acercarse nuestras tropas, i sus habitantes se van a los montes, nos alejan los ganados i toda clase de víveres; i el soldado infeliz que se separa de sus camaradas, tal vez a buscar el alimento, es sacrificado. El país no presenta sino la imagen de la desolación. Las poblaciones incendiadas, los campos incultos, cadáveres por dondequiera, i el resto de los hombres reunidos por todas partes para destruir al patriota. (Baraya: 40)
Los años 1813 y 1814 también fueron de lucha militar en Chile. O’Higgins era vencido en Rancagua, y entraba en Santiago el general Osorio, realista, mientras los revolucionarios huían. El Cuzco fue el centro del levantamiento contra Lima y contra España en 1814; sin embargo, fue el sur quien en segundo término resultó más activo en la lucha separatista. Poco después, San Martín y O’Higgins, siempre conforme al plan inglés, formarían el ejército de los Andes, y vencerían en las batallas de Chacabuco y Maipú (1818), que pusieron fin al dominio español en Chile. Lo fundamental de la batalla de Maipú es que España pierde definitivamente el dominio de Chile y ve enormemente debilitado el poder militar del Virreinato del Perú. Por su parte, los separatistas comienzan a dar forma definitiva al proyecto británico de acometer la invasión del Perú.
Por fin, en la Península se decidieron a enviar un contingente militar. Sería comandado por el masón Pablo Morillo que, a la vuelta de Fernando VII, fue impuesto en el cometido por los ingleses, en concreto por Wellington. A lo largo del mes de febrero de 1815 partió de Cádiz la expedición del ya nombrado general Morillo hacia Montevideo; la componían 10.400 hombres. Pero en alta mar, al abrir las órdenes, se observa que su destino ha variado, debiendo dirigirse, no a Montevideo, donde existía resistencia separatista, sino a Venezuela, donde ya estaba controlada la situación. El motivo: controlar la represión ejercida por Boves; lo que, si no conllevó la prisión de este, sí significó el arresto de unos y la defección de otros, que pasaron a engrosar las filas separatistas. Con estas fuerzas, en unión de las de Boves, y otras fuerzas locales, se formó un ejército de 26.000 hombres que reconquistaron Caracas el 30 de marzo de 1815.
Otro asunto a destacar de la expedición de Pablo Morillo es el sabotaje sufrido en el buque San Pedro de Alcántara, portador de los fondos, que fue a pique, obligando con ello a la necesidad de establecer contribuciones especiales para el mantenimiento del ejército.
Tras reconquistar Venezuela y Nueva Granada, Morillo aplica unas duras represalias contra los insurrectos, muchos pertenecientes a familias bienestantes, como réplica a la Guerra a Muerte anteriormente decretada por Bolívar. Era una manifiesta desobediencia a las órdenes encomendadas, pero no sería depuesto por ello, como sí fueron depuestos algunos de sus subordinados.
La acción de Morillo es cuestionable en su totalidad, manifiestamente realizada contra los intereses de España, lo que le llevó, de forma deliberada, a dejar libres de acceso las Bocas del Orinoco, lugar por donde tenía entrada la ayuda británica a los separatistas; y por donde, por supuesto, entraron tanto las armas destinadas a Bolívar como la legión británica.
No se trató de falta de previsión, sino, sencillamente, justificada por el fracaso de una expedición enviada a auxiliar a la sitiada plaza de Puerto Ordaz/Ciudad Guayana, que es derrotada en la batalla de San Félix, destinada a tomar el control de las bocas del Orinoco.
La expedición de Morillo obtenía una sucesión de éxitos en el campo de batalla, que se completaba con la acción de los llaneros de Boves. La muerte de este en la batalla de Úrica de 5 de diciembre de 1814 significó una grave contrariedad en la campaña de Morillo; pero, a pesar de ello, las tropas nacionales acabarían anotándose la victoria en la misma infligiendo una contundente derrota a Bolívar.
Una vez derrotado por las tropas nacionales, Bolívar salió huyendo el 9 de junio de 1815 hacia Jamaica embarcado en un buque inglés. Allí redactaría su famosa carta y de allí volvería a la lucha bajo bandera británica. Esta huida le significaría el enfrentamiento con Santiago Mariño y Manuel Piar, quienes lo amenazaron con fusilarlo. Bolívar se retiraría nuevamente a Haití y, finalmente, sería él quien fusilase, tras un oscuro proceso, a Piar, en 1817, decretando, además, pena de muerte para el que pidiese benevolencia para el reo.
Posteriormente envió en auxilio al Perú por el istmo de Panamá a 1700 hombres, y sitió y ocupó Cartagena y Bogotá en febrero de 1816.
Parecía que, tras la batalla de Popayán de 29 de Junio de 1816 y ya con el rey deseado en el trono, el orden volvía a su curso normal, máxime cuando para estas fechas el movimiento de tropas experimentadas procedentes de la Península estaba llegando con normalidad.
La calma estaba asegurada.
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EVOLUCIÓN MILITAR DEL SEPARATISMO AMERICANO DESDE LA HUIDA DE BOLÍVAR A JAMAICA HASTA AYACUCHO
El 29 de Junio de 1816, en la Cuchilla del Tambo, cerca de Popayán, en la actual Colombia, se produjo el último encuentro entre las tropas de Morillo y los separatistas, que resultaron derrotados, dando con ello fin a la república.
Esta etapa, que dura hasta 1824 con la batalla de Ayacucho, conoce un restablecimiento de la situación por parte del teniente general Pablo Morillo, quien lleva una exitosa campaña entre 1814 y 1816. A partir de este momento, se aceleran los acontecimientos al amparo de los sucesivos pronunciamientos militares en la Península, resultando definitivo la traición que en 1820 llevó a efecto Riego cuando, con el ejército destinado a América, y a todas luces conducido por el espíritu de la sociedad secreta de la que formaba parte, inició su particular pronunciamiento en Cabezas de San Juan.
La revuelta estaba controlada en la Nueva Granada, pero esa era una situación que no podía perdurar cuando el rey deseado pasó a ser el rey felón, y el enemigo de la Hispanidad dejó de tener necesidad de la alianza con España, porque el peligro de Napoleón había desaparecido. Si hasta ahora Inglaterra había sido pieza esencial para la formación y para el mantenimiento de los separatistas, ahora sería pieza esencial en su imposición.
El gobierno británico, que hasta entonces se había movido en una ambigüedad inequívocamente británica, no iba ahora a destapar claramente sus intenciones, máxime cuando la labor de conquista no se limitaba a América, sino que era más que plausible en la Península después de haber derrotado a los ejércitos franceses.
Su actividad la desarrollaría facilitando combatientes voluntarios británicos y armas a los separatistas.
En este mismo año 1816, para auxilio de los separatistas, se produce gran afluencia de corsarios usenses, cuya labor, lógicamente, es amparada por la oligarquía separatista que, en las Provincias Unidas, dan lugar a unas ordenanzas del corso.
Las tropas nacionales estaban desarrollando una guerra sin el menor apoyo. Solo los insurgentes eran los beneficiarios de ayudas.
Los ejércitos patriotas, que en 1812 habían comenzado a recibir refuerzos mínimos, y con ellos controlaron la situación, más tarde no recibían ninguno, siendo que a partir de 1817 Perú no recibió ningún contingente, y los pocos que seguían llegando al resto de América cesaron por completo el año 1820.
En estas fechas, Pablo Morillo decía contar con unos dos mil europeos bajo sus órdenes, el cincuenta por cien del contingente, y ese porcentaje puede extrapolarse a los otros ejércitos… Pero esa situación se vería sensiblemente modificada, pues había tropas que se licenciaban y no eran repuestas, siendo que en 1824 solo 500 peninsulares formaban parte en la opereta de la batalla de Ayacucho.
No sucedía lo mismo en el bando separatista, donde miles de ingleses, pertrechados y mandados por oficiales ingleses enviados por la propia Inglaterra, combatían contra el abandonado ejército español.
Solo la facción de Bolívar contó con entre 7000 y 8000 soldados británicos, los cuales le hicieron alcanzar grado de general y hasta de embajador, compaginando estas funciones con las de representante diplomático de la Gran Bretaña, como señala y era el caso del mismo O’Leary.
De hecho, según se ha estudiado, las tropas insurgentes y leales tenían, en general, la misma proporción de oficiales peninsulares y americanos (criollos). Y en cuanto a la tropa, sabemos que los indígenas fueron en su mayoría leales al Rey.
Respecto a las gentes, Bolívar deja escrito en sus obras completas perlas como estas:
¡Al fin tengo el gusto de ver libre a Guayana!... una gran parte de la gente emigró con los españoles. La fortuna es que nuestra escuadra… debe apresar muchos buques y así restituiremos muchas familias a sus casas.
Aún no saldrá de su sorpresa en el cénit de Junio de 1825 cuando desde Cuzco reflexiona:
Es muy raro lo que sucede en el Alto Perú: él quiere ser independiente y todo el mundo lo quiere dejar con la independencia. (Corsi, Bolívar: 86)
Curiosas reflexiones que resultan difíciles de catalogar.
Por su parte, conforme relata el pluriempleado O’Leary:
La Gran Bretaña, satisfecha de la grande influencia que estaba llamada á ejercer en el continente sur-americano, no creyó llegado todavía el tiempo de alentar á los independientes, ni de darles la ayuda que en día no lejano debería inclinar la balanza en favor de estos. (O’Leary: 397)
Bolívar estuvo hasta marzo de 1816 entre Jamaica y Haití, de donde, con ayuda británica, partiría primero para isla Margarita, desembarcando en Ocumare el 16 de julio de 1816, cuando emitió un comunicado revocando su decreto de Guerra a Muerte que en 1814 había tenido tan dramáticas consecuencias, cuyo relato nos deja Pedro Pérez Muñoz en sus cartas:
No han perdonado al fiel patriota y al criollo ilustrado, pues víctimas del furor de sus paisanos, han perecido igualmente en los cadalsos y en las hogueras…/… Caracas… ha sido cubierta de luto enteramente, sin perdonar al laborioso isleño, a los padres europeos, y hasta los moribundos enfermos fueron amarrados con sogas contra unas tablas y arrojados a las violentas llamas. (Hidalgo: 88)
La libertad de acción de la Gran Bretaña queda manifiesta en estos momentos. En Junio de 1816 escribe Bolívar cartas al almirante inglés de Barbados y al gobernador de Trinidad informándoles de su arribo a Costa Firme. En febrero de 1817 iniciaba San Martín la campaña de Chile, tras la cual organizaba una armada al mando de Lord Cochrane, con la que atacaría Perú. Y los nombres como Mac Gregor, Soublette, Ardí, Dubouille, Rook, Foley, Mackintosh, Wilson, comienzan a repetirse en el curso de la guerra.
Desde Inglaterra, donde la desgracia siempre encuentra simpatías, comenzaban á venir armas y municiones, cuya falta hasta entonces había hecho infructuosos los esfuerzos de los patriotas. Venían además de allí algunos cuadros de cuerpos, precursores de más fuertes expediciones que en el año siguiente se presentaron en las costas de Venezuela…/… También el Gobierno de los Estados Unidos, que hasta entonces había visto con fría y desnaturalizada indiferencia los sufrimientos de los americanos del Sur, dio síntomas de naciente interés en su causa. (O’Leary: 565)
El 12 de Febrero de 1817, San Martín y O’Higgins obtuvieron la victoria de Chacabuco frente al Coronel Rafael Maroto, tras lo cual O’Higgins asumiría el gobierno de Chile y armaría la flota que debía dirigirse a Perú para completar el plan británico sobre América.
Cada día se hacía necesaria una mayor presencia británica; ahora con la marina; consiguientemente, y conforme señala el Dictionari of nacional biography:
En mayo de 1817 Cochrane aceptó la invitación del gobierno chileno para hacerse cargo de la organización y comando de su armada, aunque como consecuencia de varias demoras no dejó Inglaterra hasta agosto de 1818 …/… Arribó a Valparaíso el 28 de noviembre y de allí siguió de inmediato a Santiago, donde fue recibido con el mayor entusiasmo…/… La noche del 5 de noviembre los botes se internaron en el puerto; cerca de medianoche estaban al lado de la Esmeralda, que fue abordada por los chilenos en distintos puntos al mismo tiempo. El propio Cochrane fue seriamente herido, y las pérdidas totales de los vencedores fueron once muertos y treinta heridos…/… El fuego, sin embargo, hizo menos daño del que podía haberse esperado, siendo neutralizado por uno de esos simples pero ingeniosos expedientes en los cuales la mente de Cochrane era particularmente fértil y que, más aun que sus brillantes movimientos, marcaron sus éxitos…/… No solo la armada española fue reducida a la inacción, sino que Cochrane, después de un corto tiempo, advirtiendo que no había para él más trabajo a bordo, indujo a San Martín a prestarle seiscientos soldados, con los cuales y con los barcos de la escuadra tuvo bajo acoso las costas desde Callao hasta Arica, con lo que virtualmente obligó a Lima a capitular el 6 de julio de 1821. San Martín, aunque había hecho poco o nada, apareció entonces para recibir los honores y los premios. (Terragno: 28-29)
Evidentemente, para los ingleses el brillo de la victoria militar no era sino un brillo menor.
El año 1818 la situación giró a favor de los separatistas. Las tropas nacionales estaban desgastadas y eso dio pie a que en 1819, en Angostura, se proclamase el Supremo Congreso de la República al tiempo que el ejército separatista se iba haciendo con el control del territorio, siempre con el apoyo británico, el cual se fortaleció el 21 de enero de ese mismo año con el aporte de un cuerpo de voluntarios británicos al mando de James Rooke, que arribaron a bordo de dos barcos: el Perseverante y el Tartare.
Los separatistas ganan, el 5 de abril de 1818, una batalla naval en Maipú, en un acto naval producto de una traición urdida en Madrid. Las naves de los libertadores izaron la bandera inglesa y abordaron la fragata María Isabel. Una columna de 50 marineros se apoderó del buque. Tras la batalla, Mariano Osorio, de acuerdo con el virrey de Perú, se retiró al sur para mantener la guerra con el concurso del pueblo mapuche.
El 17 de julio de 1819, bajo el mando de Juan Saint Just, la guarnición del fuerte Magdalena, en Barcelona, se rinde ante la Legión Británica (en esta ocasión, compuesta principalmente por irlandeses) comandada por Rafael Urdaneta11. Acto seguido, en uno de los episodios más sangrientos y cobardes de la Guerra separatista americana, asesinaron a toda la guarnición, procediendo posteriormente al saqueo de la ciudad.
El 10 de agosto de 1819 Bolívar entra victorioso en Santa Fe de Bogotá, y el 11 de septiembre anuncia la creación de la Gran Colombia, de la unión de Nueva Granada y Venezuela.
El 28 de octubre de 1819, los realistas al mando de Ignacio Pérez recuperan Nacogdoches, que había sido ocupado por los estadounidenses dirigidos por James Long.
Pero el control sobre la mayoría del territorio y de los recursos seguía en manos de Morillo, y el ejército al servicio de Inglaterra se encontraba en situación tan lamentable que Bolívar escribió a Santander:
Casi todos los soldados se han ido a sus casas; las provisiones de boca se han reducido; los hombres están cansados de comer plátano: plátano en mañana, plátano en tarde y plátano en noche... Los enfermos se mueren de hambre... Nos vamos a ver en un conflicto del demonio. En una correspondencia fechada el 20 de mayo de 1820, se evidencia la desesperación del libertador cuando escribe: «Mi edecán Infante le ganó unos reales al cura de San Cayetano y con ellos me está manteniendo. Ya no tenemos sobre qué caernos muertos: todo se ha agotado, y ya nos morimos de miseria...» El tiempo trascurría y la inactividad consumía la intranquilidad de Bolívar: «Día a día lo paso en pensar y la noche en soñar... no hagamos castillos en el aire, aunque en esto nadie será mejor arquitecto que yo». (Julio Carlos González. Mensaje personal)
Todo apuntaba a que 1820 sería el año de la derrota definitiva de los rebeldes en Venezuela y Colombia. Calmada Nueva España y el Perú, casi pacificada Nueva Granada... Solo quedaba por silenciar el Cono Sur que había sido siempre el foco principal de la revuelta. Hacia allí se dirigiría por mar el Segundo Ejército Expedicionario y por vía terrestre otra masa de maniobra que se estaba formando en el Perú.
Ese era un extremo que Inglaterra no estaba dispuesta a admitir. Por lo que la actuación de las sociedades secretas no cejaron en su empeño hasta que en enero de 1820 impidieron, por la acción traidora de Rafael de Riego, cabeza de la expedición del Ejército Expedicionario, que esa misma expedición embarcase, iniciando en su lugar una nueva revuelta en la Península.
La actividad para la formación del contingente de apoyo a las tropas de Morillo concentró a la tropa expedicionaria a finales de 1819 en Cádiz, dispuesta a embarcar en los primeros días de enero. Pero el 1 de Enero de 1820 Riego arengó a las tropas:
España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la Nación. El Rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución, pacto entre el Monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimiento. Mas el Rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el Rey jure y respete esa Constitución de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles, de todos los españoles, desde el Rey al último labrador (...) Sí, sí, soldados; la Constitución. ¡Viva la Constitución!
El soborno estaba detrás de esta actuación criminal. Lo reconoce Juan Martín de Pueyrredón en carta al ministro plenipotenciario de los EE.UU, en estos términos:
D. Tomás Lezica y D. Andrés Arguibel, naturales de Buenos Aires y establecidos con crédito en la plaza de Cádiz, fueron los agentes que llevaron á su término aquella riesgosa empresa. Fueron facultados para invertir las sumas de dinero que fuesen necesarias, y autorizados para empeñar la responsabilidad del gobierno á todo lo que obrasen conducente al intento. (Julio Carlos González. Mensaje personal)
El acto de alta traición tendría frutos inmediatos. La sublevación de Riego inició en la Península un nuevo período de conflictividad, pero su efecto más importante lo tuvo en el desarrollo de la conquista británica de América, que contaba con varios frentes.
Tras la sublevación de Riego, el gobierno del Trienio liberal suprimió todo tipo de auxilio a los realistas americanos; paralizó las operaciones militares de forma unilateral, y envió negociadores a los separatistas, convirtiéndose, de hecho, en un aliado de los movimientos secesionistas.
Pero lo peor del caso es que la firma del armisticio, en el que se reconocía la soberanía nacional de Colombia, fue forzada por el nuevo gobierno liberal; se firmó en una etapa en que esa región estaba prácticamente pacificada y los rebeldes a poco de desintegrarse. Morillo, quien firmó a regañadientes y como estricto acto de disciplina, después de firmar el armisticio, dimitió y volvió a la España peninsular, al no poder mirar a sus oficiales a la cara, afirmación esta última literal. Con la marcha de Morillo algunas formaciones se alzaron; como, por ejemplo, el batallón de élite Numancia; o, incluso, caciques indios, como el indio Vargas. La historiografía oficial nos presenta la sublevación de esas unidades como paso al bando rebelde, cuando era todo lo contrario; precisamente lo que provoca su descontento es la obligación de firmar una paz con los rebeldes.
Por otra parte, la desintegración del II Ejército Expedicionario fue fundamental para el éxito de la empresa separatista americana. El Contingente concentrado en Cádiz contaba con la flor y nata de las mejores unidades del ejército español, compuesto por unos treinta mil soldados. Pero las consecuencias del pronunciamiento no se limitaron a la supresión del embarque, ya que el hecho tuvo repercusiones colaterales.
La sublevación de Riego no ocasionó la misma respuesta en todas partes; las fuerzas nacionales en América iniciaron una auténtica guerra civil ‒unos, por los principios liberales; y otros, por los valores tradicionales‒ en clara concomitancia con el enfrentamiento del mismo signo que se libraba en la España peninsular. En la Nueva España, los sectores criollos que se mantenían fieles a España cambiaron radicalmente de postura y pasaron a convertirse en independentistas… y la misma respuesta obtuvo en algunas unidades de Suramérica.
En un primer momento:
Cuando la noticia del levantamiento de Riego llegó a América, los capitanes rebeldes –libertadores los llamaban, aunque, en rigor, libertar no libertaron mucho, y al crudo malvivir hispanoamericano me remito– advirtieron que aquella era su oportunidad y aceleraron las campañas en marcha. Tenían, sin embargo, un problema, y no precisamente pequeño. En el virreinato del Perú la población indígena era muy numerosa, y a los indios les había dado por unirse en masa a la causa realista. En el bando que se proclamaba patriota lo único que veían era señoritos criollos atontolinados con la Revolución Francesa, poco amiga de observar ciertas peculiaridades locales, las mismas que los indios querían seguir manteniendo. (Díaz)
En esas mismas fechas de enero de 1820, Melchor Aymerich, presidente de la Audiencia de Quito, había reunido un numeroso ejército que se vio reforzado con las fuerzas de José María Obando, Simón Muñoz y otros caudillos de la región. Eran voluntarios americanos que no querían someterse al coloniaje que se anunciaba con el avance de los libertadores.
Pero la dislocación del Ejército Expedicionario posibilitaría que un año más tarde, el 24 de junio de 1821, se produjese la batalla de Carabobo, que sella la derrota en Venezuela. En ella las fuerzas nacionales estaban compuestas por 4000 soldados a una fuerza de aproximadamente 10.000 separatistas. De esos 4000 desertaría la caballería criolla a mitad de la batalla: aproximadamente 1500. Con ello, conforme relata Julio Carlos González, quedó probada la consecuencia de la traición de Riego.
Así, el levantamiento de Riego, y las consiguientes deserciones de unidades enteras por discrepancias con la política liberal, facilitó a los vasallos británicos en América la realización de las campañas militares que les llevarían al triunfo final y a la separación.
El 8 de septiembre de 1820, las tropas de José de San Martín desembarcan en la ciudad de Pisco; y el 10 de septiembre llegan a Perú. Acto seguido, las brigadas masónicas propician que el 9 de octubre de 1820 estalle la rebelión en Guayaquil contra el dominio español. La Junta que se establece decreta la Independencia del Ecuador.
El 4 de noviembre de 1820 Thomas Cochrane, al servicio de Inglaterra en el proyecto de San Martín, entra al puerto de El Callao y captura a la fragata española La Esmeralda.
El 29 de diciembre de 1820, Trujillo, en el Perú, declara su Independencia.
En 1820 había, como mucho, 10.000 soldados peninsulares en América; en toda América, si bien el baile de cifras puede incrementarlo hasta el doble:
En dicho año había en América, además de las tropas voluntarias, un ejército realista de 87.000 hombres: 41.000 en Nueva España, 19.000 en las Antillas y 27.000 en Suramérica. De los 87.000 hombres, solo cerca de un tercio eran europeos. De los 9.000 realistas que pelearon en Ayacucho, no más de 500 fueron españoles oriundos de la metrópoli. (Bonilla: 28)
En cualquiera de los casos, un porcentaje que confirma que el peso decisivo de los peninsulares no era, ni de lejos, definitivo.
Ese hecho se encuentra rubricado cuando constatamos que hay regiones donde los indígenas mantienen la resistencia y no se someten hasta finales del siglo XIX. ¡Setenta años después de Ayacucho!
El 24 de junio de 1821, Bolívar, Santiago Mariño y Páez derrotan a De la Torre en Carabobo. Esta victoria abría a Bolívar la entrada a Caracas, pero no a la Caracas que conocía, sino a una ciudad semidesierta. En ese mismo año entraba Antonio José de Sucre en Quito.
El 28 de julio de 1821, un Cabildo abierto proclamaba la Independencia del Perú y nombraba a José de San Martín su protector.
Tras la batalla de Carabobo, producto de la euforia, decretó Bolívar la libertad de los esclavos, siendo seis los únicos beneficiarios de la medida:
María Jacinta Bolívar. Hacienda de San Mateo
José de la Luz Bolívar. Hacienda de San Mateo
María Bartola Bolívar. Hacienda de San Mateo
Francisca Bárbara Bolívar. Hacienda de San Mateo
Juan de la Rosa Bolívar. Hacienda de San Mateo
Nicolaza Bolívar. Hacienda de San Mateo (Ramos)
Este mismo año de 1821, en México, Agustín de Iturbide publica el Plan de Iguala y se declara emperador, dando lugar a la independencia de México. Casi sin enfrentamientos. De forma política, los criollos se apartaron de la Monarquía Hispánica y convencieron a los militares para que cambiasen de bando. Y lo mismo sucedió en Centro América.
Iturbide proclamó el Plan de Iguala el 24 de Febrero de 1821, defendiendo un gobierno monárquico, garante de la religión y de los derechos, propiedades y privilegios de la clase alta. Este levantamiento contó con el apoyo de la élite, y obligó a España a reconocer la independencia de México tras firmar el Tratado de Córdoba el 24 de Agosto de 1821. Un mes más tarde las principales autoridades mexicanas firmaban la Declaración de Independencia del Imperio Mexicano, siendo Iturbide nombrado presidente. Posteriormente el Congreso Mexicano nombrará a Iturbide rey con el nombre de Agustín I. El reinado duraría hasta el 19 de Marzo de 1823.
Pero, a lo largo y ancho de toda América; en México o en Venezuela; en Perú, Chile o Panamá, ¿dónde estaba la movilización popular?
Existen pocos indicios de una movilización popular a gran escala en 1821 o más tarde. El ejército de Bolívar, por ejemplo, se vio obligado a recurrir a medidas propias del enganche para obtener de los pueblos los hombres que le eran necesarios. Estos fueron conducidos a los centros de operaciones bajo fuerte custodia para evitar su deserción. Pero, pese a esta vigilancia, los desertores fueron tan numerosos como los reclutas; los oficiales locales, en efecto, informaban continuamente que los indios desertaban de sus hogares y huían a las montañas. (Bonilla: 58)
Y Luis Corsi Otalora, remacha el clavo:
Los viajeros y observadores extranjeros consignaron en sus memorias de viaje que a los reclutas se ataba las manos durante las marchas y solo les eran entregados armas y caballos poco antes de entrar en combate. (Corsi: 87)
A estas alturas de los hechos, la suerte estaba echada. El 24 de mayo de 1822, se produjo la batalla de Pichincha:
Los 3000 mil efectivos que ganaron la Batalla del Pichincha eran mayormente soldados reclutados en Colombia, Venezuela e Inglaterra como correspondía al ejercito multinacional que había armado Bolívar; sin embargo, no se encontraban quiteños en el mismo. Julio Albi explica el siguiente dato fundamental acerca de la batalla de Pichincha: «El Ejército realista, en la que sería su última batalla en el reino de Quito, estaba formado sobre todo por americanos. Los jinetes procedían todos del reclutamiento local (criollos y quiteños, por tanto). En cuanto a los infantes, el batallón de Tiradores de Cádiz era casi todo de europeos… y los otros Cuerpos, españoles o realistas, compuestos de americanos». Ingleses versus quiteños. Papel destacado en esta batalla fue el protagonizado por el Batallón Albión, compuesto es su totalidad por británicos. (Trueba)
El 25 de mayo de 1822 se firmó la capitulación en Quito, tras la batalla acontecida el día anterior. El general Melchor de Aymerich, comandante del ejército realista, y Antonio José de Sucre, como Comandante General de la División Unida al sur de la república.
La suerte estaba echada, sí, pero:
La lealtad a España no desapareció con la derrota de las fuerzas virreinales en el Pichincha. Tampoco tranquilizaban al Ecuador las opresivas exacciones de dinero y propiedades llevadas a cabo por el Libertador y sus segundos mientras se preparaban para invadir al Perú en 1822-23. (Trueba)
Estaba tocando el final; de la Península no se recibían noticias, y a finales de 1823 los ejércitos nacionales carecían de suministros de guerra, lo que les llevó a capitular. No obstante, las guerrillas persistirían con fuerza hasta los años treinta, siendo que algunas, como queda señalado, llegaron casi al final del siglo XIX.
Y es que, como ya hemos señalado, a la desidia y a los enfrentamientos existentes en la Península se unía que, como fruto de esos mismos enfrentamientos, como ya hemos visto, los realistas también estaban divididos. Pedro Olañeta se oponía al Virrey La Serna y los liberales españoles; y cuando, en 1823, fue abolida la Constitución de Cádiz, se alzó nuevamente. Eran las consecuencias de unas actuaciones que parecen medidas y no casuales, tendentes a la derrota de España.
Pese a que las tropas del virrey lograron derrotar a Olañeta en el Alto Perú, esta campaña fratricida significó la desaparición de 10.000 veteranos soldados realistas de ambos bandos y el desmontaje del aparato defensivo realista. El virrey trató desesperadamente de organizar un nuevo ejército recurriendo a la recluta masiva de campesinos en la sierra pero estas tropas carentes de instrucción y disciplina no eran comparables a las que tantos triunfos habían obtenido en las campañas anteriores y que ahora se encontraban casi todas en el sepulcro o el hospital. Aun así el virrey obtuvo un sonado y último triunfo en Corpahuaico, que, de haber sido aprovechado, podría haber resuelto la campaña en su favor, pero sus tropas recibieron dos puntillas: en Junín y en Ayacucho, tras lo cual su bisoño ejército se dispersó por completo. Incapaz de continuar la lucha, el Ejército Real del Perú capituló tras la batalla.
El 6 de Agosto de 1824 tuvo efecto la batalla de Junín.
Al mando del realista José Canterac, 1300 hombres a caballo y 2700 de a pie; y los independistas, a las órdenes de Simón Bolívar, con 1000 hombres a caballo y 7900 a pie. En esta batalla, curiosidad de los tiempos, no se disparó ni un solo tiro, el combate se desarrolló con la caballería, a lanza de los llaneros venezolanos y a sable; y, a pesar del número de combatientes, y la duración del combate de 45 minutos, las bajas fueron 248 realistas y 148 independentistas, de los cuales, 64 pertenecían al regimiento Húsares del Perú que, después de la batalla, vio cambiado su nombre por Bolívar a Regimiento Húsares de Junín, actualmente guardia de honor de la Presidencia de la República Peruana. (Escalera)
Tras la batalla de Junín, Bolívar confió a Sucre la comandancia del ejército que acabará derrotando a las tropas españolas el 9 de diciembre del mismo año en la célebre batalla de Ayacucho, donde caería prisionero el propio virrey La Serna. Batalla que es conocida como la última de la emancipación americana, pero hay quien afirma que no fue ni lo uno ni lo otro. Es más, hay quién la califica como tragicomedia.
Podríamos decir que la batalla estaba decidida desde antes de empezar y no andaríamos muy desencaminados. De hecho duró muy poco y consistió, básicamente, en una gran carga de las tropas realistas sobre las rebeldes que se habían situado sobre el llano en la posición adecuada. El ejército del virrey estaba cansado, hambriento y falto de efectivos bregados, con experiencia: muchos de los que tenía se habían pasado al enemigo (no olvidemos que en los dos bandos eran igual de españoles: misma lengua, mismos uniformes y misma mala leche) o habían muerto en las sucesivas escaramuzas de la campaña. Además, andaba corto de intendencia y llevaba meses triscando por las sierras, enfrentándose primero a los absolutistas y luego a los independentistas. Era, en definitiva, un ejército condenado a la derrota. Hay incluso una teoría que afirma que el fatal desenlace estaba pactado. De la Serna simpatizaba con las ideas liberales y allí, en las remotas tierras del altiplano peruano, esas ideas las representaba Sucre y no Fernando VII. Evidentemente, es solo una teoría, pero abunda en la idea de que las guerras americanas fueron, en realidad, una gran confrontación civil entre españoles y no una guerra patriótica de liberación, que es como aquello ha pasado a la historia. (Díaz)
El ejército separatista era comandado por José de Sucre; y el realista, por el virrey José de la Serna.
Las tropas del Ejército Real del Perú, en realidad, estaban formadas por una gran mayoría de indígenas quechuas, aimaras y mestizos vencidos en encuentros anteriores. Soldados y montoneros patriotas cautivos fueron así arrastrados a combatir por el Rey. Por otro lado las fuerzas realistas hacía ya cuatro largos años que no recibían provisiones de España…/… tras una breve resistencia, los oficiales españoles comenzaron a rendirse ante el asombro de sus soldados peruanos. El Virrey de la Serna fue herido y hecho preso. Su lugarteniente le dijo abiertamente: «Esta farsa ha llegado demasiado lejos». Los primeros escarceos habían comenzado a las 9 de la mañana, y a la 1 de la tarde todo había concluido. Las cifras más creíbles nos dejan 1400 muertos realistas contra 300 muertos independentistas. Algunos autores defienden la tesis de que los jefes del ejército del Rey pactaron su propia derrota con los independentistas en la batalla de Ayacucho. El día de la batalla, a las nueve de la mañana, una hora y media antes de que comenzara la lucha, el general realista Juan Antonio Monet, liberal, acudió al campamento independentista y se reunió con varios jefes rebeldes. Después regresó al campamento realista. ¿Sobre qué versó la reunión? La versión oficial es que Monet fue a proponer un tratado de paz, pero como los generales independentistas pusieron como condición la emancipación del Perú, no llegaron a un acuerdo. La versión revisionista de la historia es que Monet fue a ofrecer la rendición del ejercito realista pero, eso sí, tras un simulacro de batalla. Esta tesis revisionista se ve sustentada por los benevolentes términos de la capitulación. (Escalera)
Luis Corsi Otalora, incide sobre lo mismo:
Luego de combates, maniobras y transacciones secretas entre masones de ambos bandos…/…, el criollo Pío Tristán, último virrey en Hispanoamérica se verá obligado a capitular; resulta altamente significativo que el último virrey de Hispanoamérica haya sido sudamericano. (Corsi, Cronología)
La capitulación de Ayacucho, firmada en fecha 9 de diciembre de 1824, contiene 18 artículos que parecen la redacción de un acuerdo entre amigos. Unos quedarán controlando el territorio, y otros podrán hacer lo que les plazca, manteniendo sus empleos o partiendo a otros lugares sin restricción de ningún tipo.
Pero la nota discordante llegaría de la mano del brigadier José Ramón Rodil, comandante militar de las fortalezas del Callao, que se negó a acogerse a la capitulación de Ayacucho confiando en que aún podría recibir refuerzos de España; y, asediado en los Castillos del puerto, resistió un sitio de casi dos años. Contaba para su defensa con los veteranos regimientos Real de Lima y Arequipa, junto a los soldados desertores de los ejércitos separatistas que se le habían unido. También había en el Callao millares de civiles realistas que perecieron en gran número por hambre y enfermedad. Finalmente, en 1826, cuando casi todos sus soldados habían muerto y los sobrevivientes se alimentaban de ratas, Rodil aceptó capitular ante el comandante del asedio, el general Bartolomé Salom, obteniendo condiciones honrosas y llevando consigo las banderas de sus regimientos, que fueron las últimas en abandonar el Perú.
Mientras, en la Península, la acción desnacionalizadora llevada a cabo por los agentes del liberalismo y la masonería alcanzaba todos sus objetivos. La España del siglo XIX ya no era la España emprendedora y orgullosa de los siglos anteriores, sino una colonia británica en desarrollo, donde, sin ambiciones de cosas grandes, sus gentes se desangraban en pequeñas rencillas mientras olvidaban el destino universal que los había hecho grandes. Ahora, con espíritu cicatero, las gentes preferían reírse de sus propias desgracias. En lugar de acoger el espíritu del Quijote que les había hecho grandes, preferían burlarse del héroe mientras comían sus propias heces.
Las noticias provenientes de América fueron recibidas con indiferencia; no fue distinto en esto Fernando VII, que poco había hecho por reforzar las tropas realistas. A los veteranos de la guerra se les empezó a conocer, con sorna y desprecio, como ayacuchos. Les acusaban de haberse dejado ganar. La batalla pronto fue olvidada y los españoles de los dos lados del océano se dedicaron a sus cosas, fundamentalmente a pelearse entre ellos, que es, con diferencia, lo que mejor se nos ha dado a los hispanos desde siempre. (Díaz)
Las consecuencias de Ayacucho fueron importantes: El General Sucre conquistó la Independencia de Bolivia el 6 de agosto de 1825. Sin embargo continuaron las divisiones internas que motivaron un atentado contra Bolívar en 1828. Al año siguiente, Perú y la Gran Colombia entraron en guerra, siendo ahora Sucre el vencedor.
La batalla de Ayacucho se tiene como la última de las batallas que marcó el fin de España y la victoria de los separatismos locales; pero, de hecho, tras la batalla de Ayacucho se levantaron nuevamente los pastusos, levantando varias guerrillas que no pasaron de ser un mal de cabeza para los adelantados del colonialismo británico en Hispanoamérica.
Los pastusos, como los hermanos Pincheira, no consiguieron nada, y acabaron siendo una excusa para justificar el genocidio llevado a cabo por los gobiernos surgidos de la separación. Violencia no solo improductiva sino profundamente lesiva de los intereses generales. La violencia se impuso como trato social, y la España americana que era posible recorrer sin apenas conocer el peligro de violencia se quedó en el recuerdo que los libertadores procurarían hacer olvidar con terror e incultura.
Pero resulta inaceptable hacer recaer la responsabilidad de la violencia sobre los pastusos, sobre los Pincheira, o sobre cualquier patriota que se negaba a contemplar pasivamente la caída de su mundo, cuando justamente su actitud fue provocada por quienes derrumbaron el orden y la paz.
Los enfrentamientos perdurarían muy largo tiempo, pero en lo relativo a la lucha por la integridad nacional, mantenida especialmente por indígenas, tendrían una vida más corta: unos cuarenta años. Francisco Núñez Proaño indica:
Las últimas guerrillas realistas durante la independencia en rendirse fueron: 1839, capitulación de las guerrillas realistas indias del Perú; 1845, rendición y exterminio de las guerrillas negras, pardas y mulatas dirigidas por un indio en Venezuela; 1861, derrota de los últimos reductos realistas de Suramérica en la región india de Araucanía al sur de Chile. (Núñez)
En el capítulo Los realistas americanos queda tratado el asunto de forma más personalizada.
Lo triste no es solo que con la laminación de España en dos docenas de estados inviables se esfumó en el mundo la referencia a los principios que permiten hoy encontrar la realidad racial existente en América, sino que nadie sabía por qué ni para qué ni contra quién luchaba.
Luego vendrían los comediógrafos inventando la historia oficial, distorsionando los hechos acaecidos. Pero la triste realidad de la conquista de América por parte de la Gran Bretaña tiene una consecuencia demográfica terrible: en la época de Rosas, en las Provincias Unidas, guerra, masacre y reemplazo de la población, con decenas de miles de asesinatos cometidos; en la época de Mitre, guerra, masacre y reemplazo de la población; masacre en la guerra de Paraguay con el exterminio de los negros.
Al final de la guerra quedan 200.000 mujeres y 13.000 chicos. (González)
A partir de este momento se acentuó la debilidad de la élite criolla. Sus miembros empezaron a sufrir dificultades económicas y, para salvar su estatus, subordinaron el control económico de Inglaterra, como también sucedía en la Península, y el estado, con el permiso británico, que premiaba así el apoyo recibido, pasó a manos de la oligarquía, la cual no tardó en establecer formas políticas despóticas.
Hay algo que en cualquier caso llama la atención sobre el verdadero color de los movimientos separatistas, y que, a pesar de haber sido señalado, conviene remarcarlo nuevamente: tanto en la batalla final de Ayacucho como en las otras batallas anteriores y posteriores, el concurso de peninsulares es poco más que testimonial; algo que merece la pena ser comparado con otros procesos.
Tómese muy en cuenta que, mientras el ejército español-peruano apenas contaba en diciembre de 1824 mil y quinientos europeos sobre las armas en toda la extensión de aquel virreinato, el ejército británico, que guarnecía los establecimientos del norte de América, se componía de 50.000 hombres auxiliados de una marina poderosa. (García)
BIBLIOGRAFÍA
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Trueba, Carlos D: Nosotros no lo celebramos.
http://coterraneus.wordpress.com/2012/05/23/nosotros-no-lo-celebramos/
EVOLUCIÓN POLÍTICA DEL SEPARATISMO AMERICANO
La acción de zapa llevada a cabo por los agentes británicos en el seno del movimiento juntero comenzó a obtener resultados a los dos años de ocultar los verdaderos intentos bajo una capa de patriotismo.
Así, mientras en Cali se proclamaba el 3 de Julio de 1810:
Hemos de convenir en que Fernando Séptimo ha sido ya despojado violentamente de la Península; y si nosotros no le conservamos estos preciosos Dominios, depositarios de todas las riquezas y dones inestimables de la naturaleza, ¿No seremos unos infames traidores? Venga Fernando Séptimo, vengan nuestros hermanos los españoles a estos Reynos, donde se halla la paz y tranquilidad, y donde no podrá dominarnos todo el poder del Globo, como seamos fieles al Monarca que nos destinó Dios para nuestra felicidad. (Actas: 52)
No pasaron tres semanas de la proclama de Cali, cuando el 20 de julio las juntas de Cartagena y Santa Fe de Bogotá depusieron al virrey y expidieron la primera Acta de Independencia.
Para el 2 de Agosto de 1810 se preparaba una conspiración en Quito, cuando un núcleo de la oligarquía criolla se reunió en la casa de Manuela Cañizares y organizaron una Junta Soberana de Gobierno que sería presidida por Juan Pío Montufar, Marqués de Selva Alegre, siendo vicepresidente el Obispo José Cuero y Caicedo, y secretarios de Interior, de Gracia y Justicia y de Hacienda, Juan de Dios Morales, Manuel Quiroga y Juan Larrea, respectivamente.
Pero los conspiradores:
Erraron el golpe principal por su cobardía. No obstante, algunos borrachos acometieron al cuartel desprevenido, dan muerte al capitán Galup dentro del mismo al tiempo de acudir al servicio de artillería de su mando. En la calle asesinan al capitán Villaespesa, que al toque de la generala acudía al punto de obligación, como también a otros veintitrés soldados a quienes desde las ventanas de las casas hicieron fuego.../... Reúnese la tropa del rey del modo posible y, viendo muerto a Galup, dan muerte a los presos del cuartel que fueron diecisiete, entre ellos Salinas, Quiroga, Morales, Ascázubi y los demás, todos de graves causas. Perecen en las calles ciento cuatro de los rebeldes…/… se volvió a echar bando de indulto general y hasta el que dio muerte a Galup, cogido aquella noche misma, fue puesto en libertad. (Hidalgo: 72)
El 11 de Septiembre de 1810, la Junta Superior Provincial de Antioquia señalaba que debían ser elegidos representantes del pueblo, y que elector sería:
Todo vecino cabeza de familia, de condición libre, y casa poblada, que contra sí no tenga nota de infamia o causa criminal abierta, que no sea vago notorio, ni viva a expensas de otro, tendrá voto en la elección del diputado de su departamento. (Actas: 78)
La junta comenzó a trabajar para la constitución de unas nuevas cortes en el nuevo reino y la supuesta fidelidad a Fernando VII. Al proyecto se fueron uniendo otras ciudades.
El 22 de diciembre de 1810 fue instalado en Santa Fe el primer Congreso Supremo del Nuevo Reino de Granada. Religión, Patria y Rey era la consigna general de las juntas neogranadinas de 1810.
Como se puede observar, los movimientos separatistas hacia 1810-1811 venían camuflados en envoltorios patrióticos que fácilmente daban lugar a confusión, y ello estaba motivado porque sencillamente no existía el sentimiento separatista. Este vendría de la mano de quienes manejaban la cuestión: Inglaterra.
Las guerras que siguieron, en ningún caso pueden ser interpretadas como de Independencia. Algo que nunca hubiese sucedido sin el conflicto previo mantenido en la Península en la Guerra franco británica para la dominación de España, vulgo Guerra de la Independencia.
El movimiento juntero se extendió de forma que cualquier entidad podía aspirar a autogobernarse, pero ya el 4 de Abril de 1811 se promulga la constitución de Cundinamarca.
El Colegio Constituyente de Cundinamarca examinó, el 7 de marzo de 1811, el tema de «la dimisión de la soberanía de esta Provincia en favor del Congreso general del Reyno». Fue entonces cuando, «reflexionando con toda madurez y prolijidad», la mayoría acordó que era importante y deseable la unión de todas las provincias que habían integrado el Virreinato, «comprendidas entre el mar del Sur y el Océano Atlántico, el río Amazonas y el Istmo de Panamá»…/… La carta constitucional de Cundinamarca, sancionada el 30 de marzo de 1811, determinó que la soberanía residía esencialmente «en la universalidad de los ciudadanos» (título XII, art. 15). (Actas: 107)
Al respecto de ésta, hay que señalar su apuesta por una monarquía constitucional dirigida por los criollos y donde quedaban excluidas las castas. Pero esta iniciativa se enfrentaba a otras teorías, no menos excluyentes que, basadas en los principios usenses, acabaron ocasionando enfrentamientos armados entre los separatistas, lo que facilitó los avances de las tropas nacionales en 1817.
Se sucederían las rebeliones de Huanuco, el año 1811; y la de Cuzco, el año 1814. Y las acciones tendentes a lograr la secesión concretaban sus aspectos jurídicos. Así, en 1811 fue publicada la constitución del estado de Quito, al tiempo que se negociaba, por parte del obispo José Cuero y Caicedo, la cesión de jurisdicción sobre Pasto a la junta de Santa Fe de Bogotá, extremo al que Pasto no estaba dispuesto, como no estaba dispuesto a los otros manejos separatistas.
En 1812 se produce un motín en Tegucigalpa.
El alcalde y los regidores trataban de reelegirse; el motín fue contra ellos, que eran criollos, y estaban dirigidos por Julián Francisco Romero, natural de Castilla. Romero sufrió proceso por infidencia, como cabecilla de la revuelta y por varias proclamas sediciosas, en que había pedido: igualdad de los ladinos y pardos con los españoles, supresión de la esclavitud, y escuelas para los negros. Es decir, fue un motín de la plebe, encabezada por un «español de Europa», contra los criollos. (Delgado)
Quedaba extendido en América el mismo clima, con características particulares, que el existente en la Península; y es que la enorme amplitud geográfica en la que se desarrolló el movimiento secesionista americano no fue óbice para que fuese reflejo de algo diferente, ya que fue una auténtica guerra civil en la que se repetía el enfrentamiento entre absolutistas y liberales.
El 7 de enero de 1811, en México, las tropas realistas de Cordero se pasan a las insurgentes de José Mariano Jiménez en bloque. Cordero huye, pero es apresado en la hacienda de Mesillas.
El 28 de Febrero de 1811, en el Uruguay, tras el grito de Asencio, la sublevación se extiende por toda la Banda Oriental, y el 2 de marzo, en Caracas, se reúne el Congreso Nacional que reemplaza a la Junta. La ruptura definitiva con las Provincias Unidas, como no podía ser de otro modo, vendría de la mano de Inglaterra, que impuso su criterio a las Provincias Unidas y a Brasil. El motivo de esta intervención tan directa no era otro que, para defender sus intereses comerciales, le parecía conveniente hacer del Uruguay un estado títere diferenciado. Tardaría dieciocho años en conseguirlo, pero al fin, en 1829 Uruguay podía expedir pasaportes propios.
El 14 de mayo de 1811 se inicia la independencia de Paraguay, que será reconocida el 12 de Octubre de 1815. Pero Paraguay no llegó a conocer una guerra como la que se libraba en el resto del territorio, ya que, tras rechazar a las tropas enviadas desde Buenos Aires en 1810, misteriosamente consiguieron mantenerse aislados. La interferencia de Inglaterra para que sucediese esto, si bien parece lógica y natural a la vista de las actuaciones y a la vista de la inacción de un Buenos Aires manifiestamente bajo la órbita inglesa, no puede ser confirmada en este relato.
El 5 de julio de 1811, el Congreso reunido en Caracas proclamaba la independencia de Venezuela. El manifiesto relata:
Olvidamos generosamente la larga serie de males, agravios y privaciones que el derecho funesto de conquista ha causado indistintamente a todos los descendientes de los descubridores, conquistadores y pobladores de estos países, hechos de peor condición por la misma razón que debía favorecerlos y corriendo un velo sobre los 300 años de dominación española en América, solo presentaremos los hechos auténticos y notorios que han debido desprender y han desprendido de derecho a un mundo de otro en el trastorno, desorden y conquista que tiene ya disuelta la nación española. (La Independencia: 12)
Luego que se disolvieron, sustituyeron y destruyeron las varias formas de gobierno de España y que la ley imperiosa de la necesidad, dictó a Venezuela el conservarse a sí misma para ventilar y conservar los derechos de su rey, y ofrecer un asilo a sus hermanos de Europa, contra los males que les amenazaban, se desconoció toda su anterior conducta, se borraron los principios y se llamó insurrección, perfidia e ingratitud, a lo mismo que sirvió de norma a los gobiernos de España, porque ya se les cerraba la puerta al monopolio de administración, que querían perpetuar a nombre de un rey imaginario. (La Independencia: 13)
El 30 de julio de 1811, Miguel Hidalgo es fusilado y decapitado en Chihuahua.
Desde el inicio del movimiento, surgieron diferencias entre sus líderes, lo que provocaría a la postre la fractura y debilitamiento del movimiento. Los graves errores tácticos de Hidalgo condujeron al fracaso la insurrección, sumados al desprestigio del movimiento causado por los desmanes de la muchedumbre.../... Muchos de los que en un inicio apoyaron el movimiento, al ver el desorden de este y los males que estaba causando, pasaron a apoyar la contrarrevolución; Calleja prometió restablecer el orden y con ello sus intereses materiales; a cambio, pidió el apoyo de las milicias cívicas; el general realista, con inteligencia y su fuerza armada, se apoyó principalmente en estas. (Grito: 14)
El 7 de Julio de 1811, todos los diputados neogranadinos se manifiestan por la independencia de las Provincias Unidas de Venezuela. Solo hubo una voz discordante: la del prelado Manuel Vicente Maya.
El 20 agosto de 1811, en México, se establece la Suprema Junta Nacional de América en Zitácuaro: la integran Ignacio López Rayón como presidente, José Sixto Verduzco y José María Liceaga como vocales.
El 23 septiembre de 1811, se forma el primer Triunvirato en Buenos Aires.
La caída del Primer Triunvirato y la asunción del mando por lo que se llamó el Segundo Triunvirato, impuesto por los revolucionarios, contenía una promesa de nacionalización de la Revolución de Mayo y la responsabilidad de su cumplimiento recaía ahora en la Logia Lautaro y en la Sociedad Patriótica, como inspiradoras de la revolución del 8 de octubre y soportes ideológicos del nuevo gobierno. (Cholvis)
El 21 de diciembre de 1811 se sanciona en Caracas la primera Constitución venezolana.
Las constituciones que fueron proclamando los próceres hacían especial mención a la catolicidad de la república, fuese esta Argentina, Chile… o Perú. El motivo no podía ser otro que el miedo al rechazo popular, y como medio de contrarrestar la propaganda que señalaba el carácter del movimiento masónico responsable de materializar el proyecto británico.
Lógicamente, Inglaterra apoya estos movimientos. Al respecto, Heraclio Bonilla y Karen Spalding nos señalan:
En esta segunda fase de la lucha de Hispanoamérica por su Independencia, la victoria finalmente fue obtenida por el desdoblamiento de una guerra social en una guerra colonial y militar y por la intervención discreta, pero eficiente, de comerciantes, prestamistas e industriales ingleses, quienes actuaron así en abierta contradicción con la política de neutralidad declarada por el gobierno británico. (Bonilla)
En 1812 Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva Alegre, se dirige a Quito, que se le entrega sin lucha, quedando al mando de la plaza, y procediendo a crear una nueva junta compuesta por los insurgentes.
El 15 de febrero de 1812 se promulgó la primera constitución ecuatoriana: la Constitución del Estado de Quito bajo la presidencia del obispo José Cuero y Caicedo, en la que Quito se declaró independiente de España y promulgó su propia Constitución, que declaró:
Unos Artículos del Pacto solemne de la Sociedad y Unión entre las provincias que formaron el Estado de Quito, reconociendo el derecho a la Monarquía de Fernando VII, «siempre que se libre de la dominación francesa». Un gobierno representativo fue establecido en la carta constitucional, con Tribunal Ejecutivo, un Tribunal Legislativo y un Tribunal Judicial. (Actas: 119)
El 24 de octubre de 1812 es convocada asamblea constituyente con la idea manifiesta de proclamar la independencia de las Provincias Unidas.
En medio de esa conflictividad hubo especial significación de algunos príncipes de la Iglesia, más atentos a intereses mundanos ligados a enemigos de la Iglesia que a intereses de la Patria y de la Iglesia misma.
En La Aurora, periódico chileno, del 12 de noviembre de 1812, se leía: «El Excelentísimo e Ilustrísimo S.D. José Cuero y Caicedo, dignísimo Obispo y Presidente del Estado de Quito, para consuelo de los fieles que tan heroicamente se han sacrificado por la salud y defensa de sus hermanos, se ha dignado conceder indulgencia plenaria a todos los que, confesando y comulgando, saliesen a auxiliar la defensa de la patria en la urgentísima expedición del Sud, en los puntos en que se halla el ejército.» Se refería a la defensa del Quito «independizado» contra la expedición de castigo enviada por el virrey peruano Abascal. Cuero y Caicedo se declaraba entonces «obispo por la gracia de Dios; y, por la voluntad de los pueblos, presidente del Estado». (Amores)
Las fuerzas nacionales habían entrado en Quito el 8 de noviembre de 1812.
El Virrey nombró a Toribio Montes presidente de la Audiencia de Quito, y contra él lanzó la Junta un ejército que, tras varias escaramuzas, fue vencido, tras lo cual Toribio Montes destruyó al ejército rebelde en la batalla de Ibarra el 1 de diciembre, poniendo con ello fin al estado independiente de Quito. Toribio Montes tuvo el defecto de querer contemporizar con los insurgentes, y gracias a ello Carlos Montúfar fue remitido a Guayaquil, y de ahí a Panamá, donde se le dejó libre para que posteriormente se incorporase a la misma labor de la que había sido privado.
Quien fue segundo alcalde de Quito, Pedro Pérez Muñoz, relata así los hechos:
Toma el presidente Montes el sistema de contemporizar con los rebeldes y deja libres a los mayores delincuentes. Su temor y cobardía le hacen tratarlos con las más grandes demostraciones de confianza y, riéndose ellos de su falsedad, solo esperan, manifestándole la más extraña sumisión, el que les acerque algún socorro para degollarlo. (Hidalgo: 86)
A partir de este momento, y a lo largo del año 1813, se aceleran los acontecimientos:
El 31 de enero se establecía en Buenos Aires la Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas.
El 1 de abril, José Bernardo Gutiérrez de Lara, a nombre de la insurgencia, toma San Antonio de Béjar y declara la independencia de Texas, que será recuperada el 18 de Agosto; Manuel María Salcedo y Simón de Herrera son degollados. El 6 de abril, la Junta insurgente de San Antonio Béjar declara la independencia de Texas.
El 16 de julio se emite la declaración de independencia de las Provincias Unidas de Nueva Granada.
El 1 de agosto fondean en Zihuatanejo, México, seis barcos estadounidenses que llevan armas.
El 30 de septiembre el Congreso paraguayo declara la independencia del país.
El 12 octubre, Paraguay se convierte en República independiente.
El 6 de noviembre se expide el acta solemne de la declaración de la independencia de la América Septentrional. El Congreso de Chilpancingo, México, decreta el restablecimiento de la Compañía de Jesús.
Con la llegada del año 1814 y la reinstauración del «deseado», y antes de ser reconocido como «el felón», sucederán nuevos y significativos acontecimientos.
El 22 de Marzo de 1814, tras el tratado de Valençay, queda restaurada la monarquía de Fernando VII, cuando entra en Madrid.
No fue gratuito para España el retorno de quién demostraría ser, posiblemente, y a pesar de sus sucesores, el peor de los reyes que jamás había tenido España. El precio pagado sería el recrudecimiento de los ataques contra la banda americana del reino, y ello porque la banda europea ya estaba bien controlada con una inestabilidad que imposibilitaba un mínimo de coordinación.
Ese mismo año de 1814 Felix Calleja, Virrey de la Nueva España, da la voz de alarma acerca del considerable crecimiento en el número de corsarios y contrabandistas procedentes de los puertos usenses y, en especial medida, del puerto de Nueva Orleans, en el Golfo de México, lo que suponía un incremento de la ayuda que estos transportaban para los separatistas.
Mientras, por el sur, los agentes británicos tampoco estaban parados en el acoso a los patriotas; así, el 4 de abril del año 1814 el Cabildo de Pasto, en respuesta a una misiva del General Antonio Nariño conminando a los pastusos a deponer las armas y a sumarse a la revuelta, amenazando de lo contrario con una incursión militar, estos responden con orgullo:
Sería impertinencia preguntar a Usía con qué autoridad viene a invadir a un pueblo que halla su conveniencia en vivir bajo las sabias y equitativas leyes del Gobierno Español; porque por lo mismo que se trata de invasión, no hay que hablar de otros derechos, de otra autoridad, ni de otra ley que la del más fuerte. (Corsi, Bolívar: 62)
Pasto sería vencida y sometida a todo tipo de vejámenes: fusilamientos, asesinatos, expropiaciones y destierros.
Pero si Pasto respondía con virilidad, no sucedía lo mismo en otras partes. Así, el 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán, presidido por el masón de la logia Lautaro Juan Francisco Narciso de Laprida, procedió a declarar la independencia de las Provincias Unidas.
En esos momentos, James Paroissien, quien había llegado a Buenos Aires como espía inglés, se había convertido en uno de los principales confidentes de San Martín. En enero de 1808 su periplo le llevó a Río de Janeiro, donde Inglaterra tenía instalado un centro estratégico, y es ahí, donde, junto a Saturnino Rodríguez Peña, el traidor que había puesto en libertad al pirata Beresford de la prisión a la que había sido confinado en 1806, recibió las últimas instrucciones del gobierno británico para la dominación de América.
Por otra parte, en la proclamación de independencia, y rezumando espíritu masónico (analícese el texto que sigue):
Los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo, la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. (La Independencia: 21)
Las Provincias Unidas declararon su independencia, pero ese hecho significó no la independencia, sino justamente lo contrario; la entrada en la sentina de Inglaterra.
1818 sería en gran parte parecido a 1813:
El 12 de febrero, Bernardo de O’Higgins proclama en Santiago la Independencia de Chile.
El 9 de marzo, Juan de Sámano toma posesión como último virrey de Nueva Granada.
El 5 de abril de 1818 se da la batalla y la derrota española en Maipú, donde José de San Martín vence al ejército español de Mariano Osorio en el que apenas un cuarto de sus componentes era peninsular. Chile queda totalmente controlado por los separatistas.
Como consecuencia de todos estos acontecimientos, a principios de septiembre de 1818 el agente inglés Hilaire Le Moyne, francés exiliado en Inglaterra enviado por ésta a Buenos Aires:
Reportó con satisfacción que el éxito de su misión había excedido todas las expectativas, ya que Pueyrredón había propuesto coronar al Duque de Orleáns, sobrino de Luis XVIII, como rey en Buenos Aires. (Ocampo)
En sostén de esta situación, en septiembre de 1818 llega a Venezuela una nueva legión de mercenarios británicos para apoyar a los insurgentes, lo cual facilita que el 15 de febrero de 1819 siguiente, Simón Bolívar pronuncie su célebre discurso en la instalación del Congreso de Angostura y presente un proyecto constitucional. Para divulgar sus ideas, Bolívar necesitaba de un instrumento indispensable: la imprenta, la cual había encargado a José Miguel Istúriz, enviado a Jamaica para adquirirla y traerla a su base de operaciones. En setiembre de 1817 llegaba el deseado taller a la ciudad de Angostura.
La marcha de los acontecimientos y la creciente debilidad general de España, en manos de personajes dependientes de intereses extranjeros, posibilita que el 22 de febrero de 1819, en Washington se firme el tratado Adams-Onís (el cual quedaría ratificado en 1821) por el que España cedía las dos Floridas (occidental y oriental) a los Estados Unidos, aparte de otras renuncias onerosas, entre las que, por el tema que tratamos, podemos destacar la que hace referencia el artículo noveno, y que dice textualmente:
Renunciar a las reclamaciones por los perjuicios causados por la expedición de Miranda, armada y equipada en Nueva York. (Cantillo: 819)
El tratado Adams-Onís es doblemente lesivo para España, ya que la cesión a los Estados Unidos de La Florida de 1819, además de ser ilegal al contravenir la legislación española que prohíbe enajenar ningún territorio, no significó ventaja alguna para España, sino una nueva injuria, pues desde los territorios perdidos por España y ganados por los Estados Unidos, los corsarios enemigos veían ampliada su zona protegida, llegando a actuar desde Cayo Hueso, a pocas millas de La Habana.
La actuación de las autoridades peninsulares, a la vista de estas acciones, y de otras que son tratadas en otros trabajos, eran propias de quien se sabía subordinado a la voluntad de los enemigos de España, y esa actuación hace que esos mismos corsarios extiendan su actividad incluso hasta la cota de las Islas Canarias.
En esa marcha acelerada a la hecatombe final, el 20 de noviembre de 1819, Simón Bolívar declara la independencia formal de Venezuela; y el 17 de diciembre del mismo año se erige la República de Bolivia, con Simón Bolívar como su primer presidente.
Pero estas situaciones no aportaron la paz, la libertad ni el progreso, sino la anarquía y el fraccionamiento de los territorios recién conquistados por los agentes británicos, con el fin de imposibilitar cualquier reunificación de los mismos por temor a la reconstrucción nacional. Bien al contrario, la flota británica permanecía anclada en los principales puertos liberados, como garantía del desarrollo de los acontecimientos, y las unidades británicas en los otros puntos de la antigua Ancha España garantizaban el predominio político y económico, y cuando fue necesario militar, de la Gran Bretaña.
Para acabar de significar lo pérfido e irracional que fue el separatismo, y como queda reiteradamente señalado, la independencia de los países americanos no culminó en la unidad nacional, sino en un desmembramiento general.
Como muestra, lo que hoy conocemos como Argentina, en el momento Provincias Unidas, conoció una década de enfrentamientos; un totum revolutum que hacía imposible la convivencia. Las repúblicas independientes fragmentaron aún más el territorio, y la guerra se prolongó, no solo por la actividad patriótica de los hermanos Pincheira, merecedores de ser tratados aparte, sino por la de los propios caudillos separatistas que, como Estanislao López de Santa Fe o Francisco Ramírez de Entre Ríos, no dudaron en dirigir sus gauchos contra Buenos Aires.
El año 1821 es otra sucesión de despropósitos, el asentamiento de la pérdida total del norte y el abandono en manos del enemigo. Así, mientras las fuerzas de Cochrane desembarcaban al sur de Lima en 1820, los jefes realistas, el 29 de enero de 1821, deponían como virrey de Lima a D. Joaquín de Pezuela, el cual tuvo que sufrir la sublevación de su Estado Mayor, incluyendo a su propio yerno.
En su lugar colocaron al Teniente General José de Laserna, que, como señala Vicente de la Fuente, tuvo la habilidad de disgustar a los americanos leales, y quien, optando por una nueva estrategia, se retiró al Cusco, ciudad a la que designó capital del virreinato.
Las fuerzas de Cochrane amenazaban la estabilidad marítima y manifestaban un control del océano por las fuerzas de su majestad británica, en su camino a la toma del Perú. La historiografía marxista nos presenta la situación señalando:
La llegada de San Martín en 1821, el paso del ejército libertador en su camino hacia Lima, fueron saludados con calor en las ciudades costeñas. Pero los propietarios de las haciendas del litoral huyeron con anterioridad al avance hacia Lima de dicho ejército, mientras que muchos de sus esclavos abandonaron las haciendas y se incorporaron o fueron reclutados a la fuerza a las filas del ejército. A los indios de las ciudades costeñas se les dijo que los patriotas habían venido para liberarlos del tributo y otros sacrificios. (Bonilla: 52)
En abril es comisionado por el gobierno de Madrid el capitán de la marina Manuel Abreu, con instrucciones para negociar un acuerdo con los rebeldes.
El 12 de Julio de 1821 entra San Martín en Lima, mientras el virrey José de la Serna huye en medio de las protestas de los limeños, que se ven abandonados. El 17 de julio fue recibido en la ciudad el almirante británico Lord Cochrane y, bajo su supervisión, José de San Martín proclamó la independencia del Perú el 28 de julio de 1821.
Basil Hall, capitán de la marina británica, jefe de la escuadra inglesa, al comentar la ceremonia culmina diciendo de San Martín:
Sus palabras fueron recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y las calles adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre aclamaciones como nunca se había oído en Lima. (Bonilla: 52)
Pero el proceso de separación del Perú no tendría efectos absolutos hasta el 9 de diciembre de 1824, con la farsa de Ayacucho.
El 20 de agosto de 1821, el Congreso de Cúcuta sancionaba una constitución liberal. Bolívar era elegido presidente de la Gran Colombia, y Francisco de Paula Santander, su vicepresidente.
Pero Santander también quería ser cabeza de ratón, y esto no disgustaba a Inglaterra, que prefería manejar colonias diferenciadas y más manejables; así, en Colombia, los partidarios de Bolívar se vieron obligados a ceder, constituyéndose en 1832 como República de la Nueva Granada, con lo que quedaba disuelta la Gran Colombia.
En 1830 se había desgajado como «estado soberano» el Ecuador, no sin antes haber firmado un tratado de amistad y comercio que aseguraba a Inglaterra la exclusividad en asuntos comerciales… y todo incluso antes de tener redactada su constitución.
La República de la Nueva Granada cambiaría de nombre en 1858, cuando pasó a denominarse Confederación Granadina, aglutinando los territorios de la actual Colombia y de Panamá, que perduró hasta el 8 de mayo de 1863, cuando pasó a denominarse Estados Unidos de Colombia. El 3 de noviembre de 1903 se separarían Panamá y Colombia… Pero esa historia, con el Canal y el tratado Clayton-Bówdler de 1850 entre Estados Unidos e Inglaterra, es para tratarlo aparte, por fechas y por circunstancias.
En esas mismas fechas, el 3 de agosto de 1821 llegaba a México, como nuevo gobernador general, Juan O’Donoju, cuya primera gran misión fue dar impulso a la masonería.
Las personas que fueron con él desde España se incorporaron en las logias ya existentes y formaron otras nuevas, todas bajo el rito Escocés. De estas últimas fue la de El Sol, de la que dependía el periódico a que se dio el mismo nombre, redactado por don Manuel Codorniú, médico que fue con O’Donojú; su objeto era sostener el Plan de Iguala, propagando los principios liberales establecidos en España, excluyendo al clero de toda intervención en la instrucción de la juventud, que es la base de la guerra al catolicismo, y fomentar las escuelas lancasterianas. (López: 127)
Con este nuevo personaje en el teatro mexicano, el 24 de agosto de 1821, se celebran en Córdoba los tratados de esta villa entre él, reconocido liberal, jefe político superior y capitán general de la Nueva España, y Agustín de Iturbide. Inmediatamente O’Donojú reconoce la Independencia de México, conforme al Plan de Iguala, pero las autoridades realistas de la Ciudad de México, encabezadas por Novella, niegan las facultades de O’Donojú para firmar los Tratados de Córdoba. Poco importaba el caso.
Y es que, con la aceptación de la independencia por parte de O'Donojú se facilitó el camino para que un mes después, el 27 de septiembre, entrase Iturbide en la Ciudad de México.
De inmediato se puso en ejecución el Plan de Iguala y se nombró a los treinta y ocho miembros de la junta gubernativa, que seguidamente declararon la independencia de México.
La jerarquía eclesiástica no quedó rezagada.
Los obispos de México, Puebla, Guadalajara y Durango firmaron el acta de independencia. El de Puebla, Pérez Martínez, había rechazado la constitución de 1812 y firmado el manifiesto de los persas, pero apoyó con entusiasmo el Pacto de Iturbide, precisamente porque anulaba los eventuales efectos de la política del gobierno liberal peninsular en México, y de hecho fue elegido presidente de la nueva Junta Gubernativa, mientras que el de Durango presidió la Junta Nacional Instituyente, las dos primeras instituciones de gobierno del México recién independizado. (Amores)
Lo curioso es que en estos momentos el movimiento independentista en Méjico había desaparecido. Y quien proclamaba la independencia era el mismo hombre que había aplastado el movimiento de independencia: Agustín de Iturbide.
El 15 de Septiembre de 1821 se declara en Guatemala la independencia, y el 5 de Enero de 1822 se proclama la unión de las provincias de Centro América al imperio mexicano, unión que duró hasta el 19 de Julio de 1823, cuando se constituyó las Provincias Unidas del Centro de América. Por su parte las Provincias Unidas de Centroamérica formadas por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, pusieron fin a su unidad a lo largo de la década de los 30 del siglo XIX. Nicaragua se separó de la República el 30 de abril de 1838; Honduras, el 6 de octubre; y el 14 de noviembre, Costa Rica. Guatemala se separó el 17 de abril de 1839.
No deja de llamar la atención la actuación de todos los prohombres del separatismo americano, y no iba a ser menos la deriva de Agustín de Iturbide, oficial del ejército nacional que combatió a Morelos, pero que en 1820, con el inicio del Trienio Liberal en España, se sumó a los conservadores mexicanos y, como reacción a ese giro liberal en la madre patria, a propugnar la independencia mexicana. Iturbide asumió el liderazgo del ejército, y se entrevistó con Guerrero y sus fuerzas radicales en la población de Iguala. Después de haber apartado a Guerrero y sus insurgentes, Iturbide se hizo proclamar emperador en la noche del 18 de marzo de 1822. Sin embargo, no logró crear estabilidad en México, y tuvo que exiliarse por causa de la oposición contra él, dirigida por Antonio López de Santa Anna. El 19 de marzo, Iturbide abdicó y se fue al exilio, primero a Italia y luego a Inglaterra (de nuevo Inglaterra). En 1824 regresó a México, donde fue capturado el 15 de julio. Por un decreto del congreso fue ejecutado cuatro días después.
Tras la caída de Iturbide cayó también el imperio mexicano. El 24 de junio de 1823 se declaró la independencia de las Provincias Unidas de Centro América: Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica, bajo la presidencia de Manuel Arce.
Ya habían logrado los próceres sus objetivos. Pero, ¿y el futuro?, ¿qué iba a pasar en adelante?, ¿dónde quedaba la idea de una gran nación libre de la opresión española?
Esa ya no era cuestión que pudiera ser decidida por los americanos, pues la constitución de entidades nacionales estuvo condicionada a las zonas de influencia que se había asignado Inglaterra y las que había destinado a que fuesen supervisadas por su sección americana, los Estados Unidos.
Así, los territorios que habían dejado de ser libres y, mediando su esfuerzo, se habían convertido en colonias, lo hicieron adoptando las formas de la metrópoli y se convirtieron en criollos, oligárquicos y terratenientes… y hasta llegaron a facilitar que sus señores llevasen a cabo algún genocidio, como el de los Selknam.
Los agentes más radicales como Morelos, Artigas, Bolívar o Sucre fueron útiles hasta Ayacucho, y se hacía menester dedicarlos a otros menesteres. No era tarea fácil, y solo de San Martín consiguieron grandes resultados en los Países Bajos.
Con los otros tuvieron que lidiar de otra forma, y en concreto supieron reconducir el conflicto entre Bolívar y Santander, siempre en beneficio propio, desmontando la Gran Colombia.
No faltaron mentes preclaras que entreveían el futuro de América, el mismo que el del resto de España:
Independientes en la apariencia, aún no hemos llegado a calcular los males terribles que se seguirán a esa libertad insignificante sin recursos para sostenerla, sin comercio, sin contacto político en las Naciones Europeas, indefensos nuestros puertos, sin un hombre que dirija las operaciones militares, sin gente, sin disciplina, y, sobre todo, sin dinero, es una quimera el creer que el Nuevo Reino de Granada pueda figurar como soberano y sostener todo el aparato de una nación independiente; él vendrá a ser, atendida su debilidad y miseria, la presa del primer pirata que se presente en nuestras costas; entonces, entregados como manadas de ovejas al extranjero, sentiremos todo el peso de las cadenas y un sistema bárbaramente colonial se dejará ver entre nosotros con todos sus horrores. Entonces sí conoceremos qué cosa es la opresión, entonces veremos cómo son las cadenas y la esclavitud. (Corsi, Visión)
Poco tardó Inglaterra en iniciar una serie de tratados comerciales que, desde entonces, tienen sometida América (y la Península) al colonialismo. El 18 de abril de 1824, tras ser la primera potencia en reconocer la independencia de Colombia, procedió a la firma de un tratado comercial.
En 1824 el «canto de sirenas» de las libras esterlinas de la Banca Baring al servicio de la Corona Británica, atrapa a las flamantes repúblicas americanas y, con sus intereses, comisiones y escandalosos negociados, el endeudamiento deviene en un proceso continuo. (Cholvis)
El 2 de Febrero de 1825 se firmó el Tratado de amistad, comercio y navegación entre los gobiernos de las Provincias Unidas del Río de la Plata y S.M. el Rey del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda.
Los puntos II y III del tratado marcan las diferencias. En el segundo se afirma que habrá una recíproca libertad de comercio. Los habitantes de los dos países podrán llegar segura y libremente con sus buques y cargas a todos los parajes, puertos y ríos, entrar en los mismos y permanecer y residir en cualquier parte de territorios de las Provincias Unidas. Mientras en el tercero se marca que los habitantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata podrán acceder a los dominios de S.M.B. fuera de Europa para realizar la misma libertad de comercio y navegación.
El «tratado» permitía también a los ingleses la introducción de manufacturas sin derechos de aduana; los buques británicos no pagarían otros derechos que los pagados por los buques de las Provincias Unidas; todo súbdito de S.M.B. tendría la misma libertad que los naturales; no se les podría obligar a emplear a naturales de las Provincias Unidas… Se concedía entera libertad para fijar precios; en caso de guerra, los ingleses tendrán el privilegio de permanecer y continuar el tráfico. Los ingleses podrán tener iglesias y capillas en las Provincias Unidas, mientras los argentinos, en los dominios británicos podrán gozar de «libertad limitada de conciencia».
Debemos prestar también especial atención sobre algunos aspectos de este tratado: a Inglaterra se la designa como Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, con claro carácter de estado organizado; pero las Provincias Unidas del Río de la Plata son señaladas como «territorios».
No es tema baladí, pues tal designación corresponde a un territorio sin jurisdicción reconocida, algo que en el derecho es conocido como res nullius, tierra de nadie. Una tierra de nadie que, merced a este tratado, queda ligada y sometida a Inglaterra. De tal manera que, según reza el tratado, se prohíbe que se interrumpa el comercio con Gran Bretaña aunque haya guerra entre esta y las Provincias Unidas.
Jorge Canning (1770-1827) fue el Primer Ministro Británico que, al haber logrado que se suscribieran tratados como el del 2 de febrero de 1825, sentó un principio basal para el Imperio Británico en el siglo XIX, para el Common Wealth en el siglo XX: TRADE NO COUNTRIES (Comercio, no Territorios). Fórmula con la cual, bajo la apariencia de una «igualitaria» relación comercial, Gran Bretaña tuvo colonias no ostensibles que, como territorios vasallos y tributarios, le permitieron extraer todas las ventajas, prescindiendo de la ingrata tarea de gobernar a las poblaciones sojuzgadas. Tal fue el caso de la República Argentina que, «si bien es cierto que no figura en los mapas, es una parte decisiva del Imperio Británico», según la terrible expresión de la delegación que presidía el Vicepresidente de la Nación, Don Julio A. Roca (h), para «mantener» y «perfeccionar» el Tratado del 2 de febrero de 1825, en Londres, en el año 1933. (Copa)
Acuerdos similares fueron firmados por Inglaterra con otros territorios; así, en términos similares a los señalados para el tratado con las Provincias Unidas, el 18 de abril de 1825 se firmó el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Inglaterra y la Gran Colombia. Luego se reproduciría la misma sumisión con Perú y con México.
Y Julio C. González, en su obra La Involución Hispanoamericana. De Provincias de las Españas a Territorios Tributarios, denuncia:
Dicho tratado establece que las relaciones comerciales entre los firmantes no cesarían ante un eventual rompimiento entre los gobiernos; ambas partes gozan de la libre navegabilidad y operabilidad comercial en todos los puertos, parajes y ríos (para esta época, las Provincias Unidas no contaban con flota suficiente para llegarse hasta el Támesis); los súbditos británicos tenían garantizados sus derechos civiles y comerciales, garantías de las que los propios nativos no gozaban. Algo más de cien años después, el Tratado es ratificado en el Pacto Roca-Runciman de 1933. (González)
Y ahí seguimos…
Resumiendo todo lo anterior, podemos llegar a las siguientes conclusiones, emanadas ‒cada una‒ de un estudioso distinto:
El quiebre de la unidad política de las Españas introdujo el germen de la discordia y la guerra fraternal entre americanos, rompiendo varios siglos de una «pax hispana» conservada casi sin ejércitos ni policías, sino por la simple existencia de la figura de un Rey que, a pesar de todos sus muchos defectos humanos, era padre de su pueblo. (Bicentenario)
El propósito separatista; el anhelo de independencia absoluta y de gobiernos propios definitivos, surge en América después de la revolución, debido a causas sobrevinientes a ella, perfectamente apreciables. (Ferreiro)
No debiera hablarse de la independencia de América sino de la catastrófica independencia de España. (Chaunu: 133)
La Independencia de América Latina no es producto de los «vicios» coloniales, que siempre existieron. (Vilar: 172)
Desde comienzos, hasta fines del siglo XIX, llevan al continente ibero-americano del esplendor de los últimos tiempos coloniales a la dura condición de continente subdesarrollado. (Chaunu)
Era el formidable Sacro Imperio Romano Hispánico que, extendiéndose desde California hasta la Antártida, resistiendo durante trescientos años los ataques del enemigo, se hundía para convertirse en veinte republiquetas balcanizadas orbitando en el Imperio Británico. En el derrumbe, asimismo, nuestro Río de la Plata con Montevideo y la Banda Oriental serían convertidos por más de un siglo en factoría informal de la City londinense, «Ad maiorem Gloriam Britaniae». (Andregnette)
Perú y Bolivia, que, desde el lejano pasado y hasta la crisis del sistema colonial, habían compartido una historia única, tras su independencia de España siguieron caminos distintos. Las continuas revueltas internas y las querellas entre sus ejércitos disiparon cualquier intento de reunificación y, al mismo tiempo, alimentaron un nacionalismo bastante estrecho, pero no por ello menos poderoso. A pesar de todo, su historia discurrió paralela en algunos aspectos. En ambos países los gobiernos fueron inestables. Descansaron sobre los intereses de un reducido grupo criollo que dependía de extorsionar fiscalmente a la masa indígena, a la que al mismo tiempo le negaba cualquier tipo de participación política. (Bethel)
¿Y qué podemos decir de Argentina y Chile?... ¿Y de Uruguay?... ¿Y de Paraguay?...
España tardó años en reconocer la independencia; incluso en 1829 se intentó la reconquista de México, comandada por Isidro Barradas, cuyo padre era primo hermano de Francisco de Miranda. Al frente de 3556 hombres llevó una intentona que acabó en capitulación el 11 de Septiembre de 1829.
La independencia de México acabaría siendo aceptada en 1836; de El Ecuador, en 1840; de Chile, en 1844; de Venezuela, en 1845; de Bolivia, en 1847 (aunque solo fue ratificado por España en 1861); de Costa Rica, en 1850; de Nicaragua, en 1850; de Argentina, en 1863, (aunque en 1857 y 1859 también se había hecho); de Guatemala, en 1863; de El Salvador, en 1865; del Uruguay, en 1870, (aunque hubo dos reconocimientos anteriores: en 1841 y en 1846); de la República Dominicana, en 1855; del Perú, en 1879; del Paraguay, en 1880; de Colombia, en 1881; de Honduras, en 1894; de Panamá, en 1904. Luego llegaría el resto.
Y los españoles seguimos sin entenderla y sin admitirla.
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LOS REALISTAS AMERICANOS
La historiografía dominante, la británica y britanizante, utiliza los argumentos que la Ilustración identifica como buenos; a saber: aquellos que le benefician, sean o no ciertos. Entiendo que nosotros debemos estar en otra esfera, y limitarnos a averiguar la verdad, beneficie a quien beneficie, en la certeza cristiana que nos asegura que la verdad nos hará libres.
Es por ello que, obviando la perfidia de la Ilustración, nos negamos a utilizar el lenguaje de la misma, que prostituye la verdad. Por ese motivo nos negamos a dar el adjetivo «patriota» a los separatistas, reservando el mismo estrictamente a quien corresponde; a saber: a quienes defienden la Patria y su unidad. Luego se verá si la acción del patriota es justa o injusta, pero salvando siempre la pureza del lenguaje, procurando identificar el adjetivo con su sustantivo.
Aunque los procesos separatistas de América tienen una unidad de acción, desarrollada en unos momentos determinados y con una estructura social equivalente, llama la atención que no en todos los lugares surgieron movimientos patrióticos armados claramente enfrentados a los separatistas. Así, no se formaron guerrillas realistas en Norte América, Centro América, ni Alto Perú. El motivo de esa inexistencia de guerrillas nacionales parece deberse a que en esos territorios, el ejército regular controlaba la situación de manera holgada.
En otros lugares, y en medio de los enjuagues de mercadeo entre los libertadores y los usurpadores británicos, surgían movimientos independientes que, al estilo de Boves mantenían la dignidad hispánica entre tanto traidor y tantísimo acomodaticio. Era el pueblo, a imagen y semejanza del que en la España europea se había enfrentado al francés y ahora se preparaba para luchar contra el liberalismo peninsular.
Y es que el temor a la pérdida de libertad, que en unos aletargaba su propio espíritu de supervivencia, en otros, lamentablemente en los menos, fomentaba su rebelión.
Así, los mapuches, que ya se habían integrado en la comunidad hispánica, y que había sido especialmente manifiesta con el Gobernador Ambrosio O’Higgins, el padre del separatista Bernardo O’Higgins, entendieron que el separatismo era contrario a sus intereses, y en concreto a su autonomía, por lo que tomarían parte en la lucha anti separatista y posteriormente formarían en las partidas de Benavides y de otros jefes guerrilleros que acabarían desarrollándose contra los gobiernos títere surgidos tras la derrota.
Y no se resiste al menor análisis la insinuación de que esa resistencia estaba siendo llevada a cabo por peninsulares descontentos. El ejército real del Perú, que en 1809 contaba con 5.000 hombres, dobló esa cifra en 1818, cifra que, a su vez, fue nuevamente doblada en 1820, cuando alcanzó el mayor número de efectivos (23.000); cantidad que, tras varios altibajos, se repetiría en febrero de 1823, para reducirse drásticamente a 9.000 efectivos en septiembre, y doblarse en 1824. Un movimiento de acordeón que no era el resultado del aporte humano peninsular, inexistente. Recordemos que desde el año 1817 no llegó ningún refuerzo europeo para los realistas del Perú.
Étnicamente la masa de las tropas reales estaba compuesta mayoritariamente por indios, y se componía de unidades permanentes de veteranos, y de milicias reclutadas según las necesidades, con ámbito local o provincial.
Indios combatieron en gran medida en el ejército español; en el Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, en los escuadrones de caballería aymara, en los Regimientos de Chumbivilcas, el Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco.
En Chile, los caciques araucanos se alinearon con el general Pareja en Talcahuano en 1812 para combatir a los «señoritos» de Santiago, arremetiendo la ferocidad inhumana de los separatistas.
En la Nueva España, donde el carácter de la Revolución se vistió de indigenista, el apoyo de los indios al ejército nacional se plasmó en la formación del Cuerpo Patriótico de Voluntarios de Fernando VII y resistiendo a los separatistas en los principales pueblos.
En la Puna los indígenas se mantuvieron neutrales, aunque mostrando cierta proximidad con los realistas…
Comparando con las guerrillas separatistas, por ejemplo las de Juana Azurduy y Manuel Ascensio Padilla, en la actual Bolivia, nos puede dar una idea del alineamiento de los indios.
En Venezuela y Nueva Granada, los negros apoyaron masivamente la causa del Rey.
Se ha probado la organización de las milicias realistas en «castas», como el famoso Batallón de Pardos de Arica o el Escuadrón de Dragones de Tinta. También sabemos que los negros de Chincha serían los preferidos para las unidades costeras. Sin embargo, tras las primeras bajas y ante la necesidad de cubrir la nómina de las distintas unidades, el sistema fue evolucionando hacia cuerpos amalgamados, compuestos en su mayoría de mestizos. (¿Españoles o criollos?)
Desde el principio, la proporción de americanos en las tropas españolas era abrumadora, y la traición de Riego no hizo sino confirmar lo que venía sucediendo y que nos presenta las guerras americanas sencillamente como un resultado de enfrentamiento entre patriotas, que luchaban a sus expensas, y separatistas, que combatían con el apoyo logístico, económico, político y militar del mundo anglosajón, que cobraría sus servicios con todo lo que había a su disposición: tierras, comercio, metales preciosos, productos naturales…
Y ya en plena derrota, esas fuerzas nacionales que nunca contaron con el apoyo desde la España europea, sencillamente porque se encontraba inmersa exactamente en el mismo proceso de descomposición que América, posibilitó el surgimiento de diversos movimientos autónomos decididos a morir en el empeño de defender la Patria. Así, en Chile, los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches y pehuenches, prosiguieron la lucha por la Patria, como en la Nueva Granada la prosiguió Agustín Agualongo, o en el Perú Antonio Huachaca.
Vamos a intentar brindar un pequeño homenaje a los patriotas más significativos que virilmente se negaron a admitir el sinsentido de la separación de la Patria. Se trata solo de una cita; o más una incitación a la investigación histórica de sus gestas, hasta hoy condenadas al calificativo de bandidaje por parte de los lacayos que vendieron la independencia patria por unos tratados comerciales que les beneficiaron a ellos en exclusiva.
AGUSTÍN AGUALONGO
Fue un líder de los realistas del alto Ecuador, nacido en la ciudad de San Juan de Pasto el 25 de agosto de 1780, líder criollo y militar realista durante la guerra de independencia d de la Nueva Granada (hoy Colombia). Resistente infatigable; el «indio, feo y de corta estatura» (según su biógrafo, el historiador pastuso Sergio Elías Ortiz), que puso en jaque a lo más granado de los ejércitos republicanos. En 1822, bajo el mando del español Benito Boves, (sobrino del llanero José Tomás Bobes), Agualongo le declaró la guerra a la república de Colombia, en defensa del rey Fernando VII y de la religión católica. (Soldados)
Tras la muerte de Boves, Agualongo pasó a liderar una guerra de guerrillas que lo haría legendario.
El 7 de Marzo de 1811, Agualongo, de 31 años de edad, ingresó a la tercera Compañía de Milicias del Rey.
El 13 de Agosto de 1812 el ejército nacional venció en Catambuco a las fuerzas del separatista Juan María de la Villota. La actuación de Agualongo le reportó el ascenso al grado de sargento. Sería su primer ascenso en la carrera militar. Como consecuencia de su actividad frente a los intentos separatistas por recuperar Pasto.
En 1822 ya era teniente coronel. Tras la batalla de Pichincha, donde no combatió, se unió a Benito Boves, Juan Muñoz y Estanislao Merchancano, reiniciando las operaciones militares, en una guerra de guerrillas que contó con el apoyo de las comunidades indígenas de los contornos, venciendo a Sucre en la Cuchilla del Tambo; pero el 25 de Diciembre, Sucre tomó Pasto imprimiendo una dura represión. Agualongo, ya coronel, retomó Pasto.
El caso de Pasto es digno de especial atención. Representó el primer lugar de actuación de Agualongo, pero es que Agualongo era pastuso, y los pastusos significaron siempre la piedra de escándalo del separatismo americano. Siempre fieles a la Patria, sufrieron el genocidio y el escarnio por parte de los agentes coautores de la secesión.
El tremendo odio que el Libertador Simón Bolívar sentía contra la ciudad de Pasto y sus moradores, por el apoyo a España, se desencadenó en la navidad de 1822, cuando las tropas patriotas (las tropas separatistas), al mando de Antonio José de Sucre, se tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de la guerra de la Independencia. Fue una verdadera orgía de muerte y violencia desatada, en la que hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos. Este hecho manchó sin duda alguna, la reputación de Sucre, quien de manera inexplicable permitió que la soldadesca se desbordara, sin ninguna clase de control. (Medina)
El 24 de diciembre de 1822 Antonio José de Sucre, como un acto de desprecio por el nacimiento de Nuestro Señor, masacró Pasto. El ejército separatista, al que comandaba, llegó a la ciudad. La población huyó o se refugió en las iglesias, y finalmente salió en procesión con la imagen de Santiago. Las tropas de Sucre no respetaron ni a los ancianos de 80 años ni a los niños de pecho. Quien más destacó fue Apolinar Morillo, el mismo que tiempo después sería la mano ejecutora en la conjura masónica dirigida por José María Obando, y que acabaría asesinando al propio Sucre, liberándolo así de los posibles remordimientos que la caridad cristiana insiste esperanzada en encontrar en la mente del autor material de tamaño genocidio que con toda justicia lo encumbra como Caín de América.
La orgía de sangre del ejército libertador, compuesto mayormente por mercenarios ingleses, no se detuvo ante nadie ni ante nada. Arrasaron los templos con sus caballos, arrastraron las imágenes con sogas, saquearon todos los bienes materiales, profanaron los sagrados, violaban a las mujeres para después degollarlas…
Los detalles dantescos serían anuncio del porvenir que le esperaba a la Patria tras la victoria de los libertadores: todas las mujeres que fueron sorprendidas en Pasto ese 24 de diciembre de 1822 fueron víctimas de vejámenes sexuales.
Abusos, robos, asesinatos, excesos de todo tipo… que el general José María Obando, oficial del ejército nacional y, posteriormente, en 1831, designado como Presidente de la República de la Nueva Granada, no vacila al encontrar un responsable directo: Antonio José de Sucre.
No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano (?) e ilustrado como el general Sucre la medida altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliose a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir tantos actos de inmoralidad… (Medina: 73)
Casualmente, y como había sucedido en la Península, tanto en las intervenciones de las tropas francesas como en las de las inglesas, los separatistas se entregaron al saqueo y al asesinato durante tres días que debieron parecer eternos a los pastusos, y de su acción, como también había sucedido en la Península, no se salvaron los archivos públicos y los libros parroquiales.
Bolívar, a lo que resulta de las opiniones vertidas sobre Pasto, habría deseado que nunca hubiese existido… o habría deseado exterminarlo como posteriormente sería exterminado el pueblo selkman en la Patagonia.
Pasto y su gente se convirtió, durante gran parte de la campaña Libertadora, en un tremendo dolor de cabeza para el Libertador Simón Bolívar. Fueron ocho años de sangrientos enfrentamientos, en los que nosotros podemos decir que Simón Bolívar demostró su estado bipolar al buscar en todo momento castigar de la manera más dura y salvaje a la ciudad y sus moradores, que en gran mayoría siempre insistieron en permanecer fieles a la corona española y, ante todo, a sus propios fueros. (Medina: 59)
Pero si los libertadores no fueron capaces de exterminar físicamente a los pastusos, no dudaron en intentar llevar esa labor en otros ámbitos; así, el imaginario forzado por los agentes británicos, como extensión de la Leyenda Negra contra España, ha condenado al pueblo de Pasto a ser la irrisión de quienes basan sus conocimientos en la propaganda.
¡Malditos! ¡Demonios! ¡Infames! ¡Malvados! ¡Infelices! ¡Desgraciados! Fueron entre otros los epítetos insultantes con que calificaría Bolívar a los Pastusos. No quería a este pueblo y su gente y por eso pretendía llevar a cabo su completa destrucción como se registra con las históricas ciudades de Numancia o Cartago, a las cuales él mismo hizo alusión en su oportunidad ponderando el valor y orgullo de los pastusos. En nuestro concepto, el clímax de ese odio desaforado fue el bárbaro ataque que Bolívar ordenó contra Pasto, el cual fue ejecutado bajo las órdenes de Antonio José de Sucre, constituyéndose en un espantoso cuadro de violencia y salvajismo desatados contra una población indefensa. En la historia tremenda de la independencia de América no hay hechos de mayor crueldad que los que se ejecutaron contra los vencidos pastusos: destierros en masa al Perú, a Guayaquil, a Cuenca; contribuciones forzosas, reclusión de mujeres, requisa de caballos, ejecuciones secretas, lanzando a los abismos del Guáitara amarrados por parejas las víctimas, despojos de bienes, redadas de hombres para formar batallones. Y esas bárbaras represiones tuvieron que soportarlas todos: los hombres del pueblo y los nobles, los clérigos y los labriegos, los indios, los mestizos y los blancos. «Los tiempos heroicos de Pasto están floridos de episodios de singular grandeza de ánimo. Cualquiera de ellos es sugestionante y revelador del carácter del pueblo pastuso», dice la historia. (Medina: 60)
Y la acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un ejemplo para el pueblo hispánico. Solo un genocida sin alma, o sencillamente un demente, pudo ordenar semejante actuación contra un pueblo.
Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, dejaron en Pasto muestras suficientes de su odio y su desprecio por la Humanidad.
El genocidio de Pasto, por otra parte, no fue sino una etapa más de la guerra a muerte que había decretado en 1813. Pero en la mente de Bolívar debió ser algo más. Su odio hacia los pastusos parece alcanzar un grado de enfermedad, a juzgar por lo descrito por Luis Perú de Lacroix, masón y edecán de Bolívar, que escribió en sus memorias algunas sentencias del libertador:
Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos. (Medina: 92)
Pero esa posible desviación mental encontraría apoyo en quienes se encontraban interesados, no por enfermedad, sino por codicia, en el exterminio de Pasto. Y es que Pasto representaba un excelente polo de desarrollo industrial y comercial, al margen de los intereses británicos; algo que era necesario allanar.
Si penoso es el genocidio per se, adquiere tintes incalificables cuando observamos que no es producto de enfermedad mental sino de codicia. ¿Qué actuación cabe al respecto?
Es el caso que, tras los estragos llevados a cabo sobre Pasto, la mayoría de los jefes patriotas cayeron en la pesadumbre. No es el caso de Agualongo, quien creía haber encontrado el momento de la revancha y se lanzó sobre Quito con un ejército de unas ochocientos voluntarios. En el curso de esta campaña tomó Ibarra el 12 de Julio de 1823; pero el 17 tuvo un nuevo encuentro que resultó fatal.
El enfrentamiento de Ibarra se convirtió en otra catástrofe a sumar en el triste balance de los pastusos y de la Hispanidad: en un acto de ¿suerte?, ¿astucia?... el ejército separatista, comandado por el agente británico Simón Bolívar, infligió una terrible derrota a los pastusos, de los que la práctica totalidad pagó con su vida la ilusión de la venganza.
Pero el odio de Bolívar no desapareció con esta nueva masacre. Muy al contrario, quedó reflejado en la orden que, tras la victoria de ese aciago día, dio al General Salom. Entre otras, marcaba las siguientes medidas:
Destruirá US. todos los bandidos que se han levantado contra la República.
Mandará US. partidas en todas direcciones a destruir estos facciosos.
Las familias de estos facciosos vendrán todas a Quito para destinarlas a Guayaquil.
Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados.
Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil.
No quedarán en Pasto más que las familias mártires por la libertad.
Se ofrecerá el territorio de Pasto a los habitantes patriotas [separatistas] que lo quieran habitar... (Varela: 42)
Odio que quedaría remarcado en su carta de 21 de Julio de 1823 al general Santander, en la que decía Simón Bolívar:
Pasto es la puerta del sur (decía) y si no la tenemos expedita, estamos siempre cortados, por consiguiente es de necesidad que no haya un solo enemigo nuestro en esa garganta (...) (los pastusos tienen) una alma de acero que no pliega por nada. Desde la conquista acá, ningún pueblo se ha mostrado más tenaz que ese. Acuérdese Vd. lo que le dije sobre la capitulación de Pasto, porque desde entonces conocí la importancia de ganar esos malvados. Ya está visto que no se pueden ganar y por lo mismo es preciso destruirlos hasta en sus elementos.
Era una guerra de reveses. Finalmente, José Mires tomaría Pasto, quedando Agualongo encerrado en el convento de las monjas Conceptas, de donde acabó huyendo para sufrir nueva derrota en Buenaventura, esta vez definitiva, a manos de Tomás Cipriano Mosquera. El 24 de Junio de l824 fue sorprendido por el General José María Obando, el mismo que acabaría asesinando a Sucre.
Agualongo fue tomado prisionero, sometido a juicio, curioso el dato para quienes actuaban como habían hecho en Pasto, y fue condenado a muerte, que fue ejecutada el trece de julio de 1824.
El héroe contaba cuarenta y cuatro años de edad, y justo en esos momentos llegaba la orden de ascenso a General de Brigada.
Ante el pelotón de fusilamiento exclamó que, si tuviese veinte vidas, estaba dispuesto a inmolarlas por su religión y por su Rey de España, suplicó que no le vendaran, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente, sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estirpe. (Soldados)
Gran espíritu hispánico de Agualongo, quien debe ser reconocido como héroe de la Hispanidad; un personaje visionario que supo detectar la mala fe en aquellos criollos que con tanto ardor buscaron y consiguieron la ruptura de la patria con el único objetivo de satisfacer sus ansias economicistas.
Agualongo se manifestó reiteradamente contra la actitud de los criollos separatistas, y en esas manifestaciones argüía aspectos que acabaron confirmándose tras la independencia… que los indígenas iban a perder sus tierras. Evidentemente era un visionario.
La marea de la tiranía no pudo ser contenida por el patriota Agualongo, que tuvo que sufrir la pasión y la muerte a manos del invasor sin que el coraje hispánico pudiese frenar la codicia de los agentes británicos, quienes encontraron su labor trillada por la indolencia del pueblo español, que sin remedio e incomprensiblemente incluso para ellos, sucumbiría ante su tiranía
Bolívar encontró en Pasto resistencia patriótica que arrasó a sangre y fuego, pero no fue Pasto el único lugar que el tirano miraba con desconfianza. Así, con relación a Coro, que tantas muestras había dado de mantenerse fiel a la Patria, manifestaba el genocida de Pasto en carta a Rafael Urdaneta el 24 de diciembre de 1826:
El resto del pueblo lo creo tan godo como antes. Ni aún por mi llegada se acercan a verme, como que sus pastores son jefes españoles. Yo creo que si los españoles se acercan a estas costas, levantarán 4 ó 5.000 indios en esta sola provincia. La nobleza de este país permanece renuente y abstraída de todo; pero cobrando millones y Coro no ha valido jamás un millón. (Bolívar: 9)
Pero España estaba perdida, y las peores pesadillas de sus enemigos no pudieron verse cumplidas, siendo que, además de ser el mejor sueño de los patriotas, hubiese sido la más lógica de las soluciones.
VICENTE BENAVIDES LLANOS. Chile
San Martín y O’Higgins vencieron en la batalla de Maipú, acaecida el cinco de Abril de 1818, lo que marcó la separación de Chile. Tras ese acontecimiento, los separatistas acometen la invasión de Perú conforme al proyecto británico.
Tras Maipú, Vicente Benavides, quien, tras la batalla de Chacabuco de 1817, dirigió una campaña de guerrillas apoyado por los mapuches, es tomado prisionero y sentenciado a muerte junto a su hermano. Ambos pudieron eludir la sentencia hasta que tres meses después fueron fusilados en Santiago, aunque Vicente salió milagrosamente vivo… y se incorporó al ejército separatista, del que acabaría desertando para organizar la guerrilla patriótica, ya iniciado el año 1819, con el grado de teniente coronel concedido por el virrey Joaquín de Pezuela, con unos 1.700 hombres a los que se sumaron miles de lanzas dirigidas por los caciques Mariluán, Maguin (wenteches o arribanos), Chuica (pehuenches) y Catrileo (de Huillío). Se había dado comienzo a la guerra a muerte, que duraría hasta el año 1832 con la desarticulación del ejército de los hermanos Pincheira.
Si las actividades tendentes a la fragmentación de España llevaban un paso firme y acelerado a ambos lados del Atlántico, espíritus patriotas independientes se negaban a morir sin batallar. Vicente Benavides, y con él otros patriotas, venderían cara su piel entre el Maule y la Araucanía. Desplazaron sus actividades al sur del Bio Bio, y organizaron una guerrilla con el apoyo de las comunidades indias, las cuales iniciaron una frenética acción militar que abarcaba desde el Pacífico hasta el Atlántico.
Ante esta situación desesperada, con las fuerzas fragmentadas, cuando no enfrentadas, en una estéril guerra civil entre conservadores y liberales, Benavides quedó desconectado del gobierno virreinal cuando ya había sido nombrado Comandante General de las Fronteras en los dominios del Sur por el virrey Pezuela.
Con ese título, Benavides se convirtió en el defensor de la tradición monárquica amenazada por los separatistas y controló los territorios fronterizos al sur del Biobio, a los que dividió en tres frentes. Los llanos centrales estaban a cargo de Benavides; el cura Juan Antonio Ferrebú defendió la costa y los hermanos Pincheira se dedicaron al sector andino, siendo que en su lucha contaba con el apoyo de gran parte de los grupos araucanos y pehuenches. Esta actuación sería heredada por su lugarteniente, José A. Pincheira.
En los tres sectores se contó con el apoyo de los indios. No era nada nueva la actuación hispánica de los indios.
A partir de 1783 los pehuenches malalquinos fueron una pieza clave en la administración hispana, lo cual garantizaba el control de los pasos andinos de Villacura, Antuco, Alico, Anegado, Cerro Colorado y Curico. Los sucesores de Ancán Amún fueron sucesivamente Pichintur, Millaquin y Pichi Colimilla. (Manara)
Y serían ellos quienes apoyarían decididamente la causa hispánica junto al caudillo Benavides, quien organizó una guerrilla que se impuso militarmente frente a las tropas separatistas, en una campaña de captación que iba alcanzando éxitos al compás de sus victorias.
No era la de Benavides la única actividad contraria a los acontecimientos que irremisiblemente tendían su negro porvenir sobre toda la América. Mientras, Benavides designaba a Juan Manuel Picó, y en el crescendo de la lucha acabaron tomando contacto con los hermanos Pincheira, quienes, apoyados por indios de la comarca, realizaban continuadas acciones de castigo contra el nuevo orden establecido.
La lucha sería sumamente encarnizada. Los patriotas tuvieron victorias y reveses, siendo perseguidos por las fuerzas del jefe separatista Pedro Nolasco Victoriano, quien, al servicio de la oligarquía victoriosa en Chile, sin piedad ni contemplaciones, exterminaba a todos los prisioneros. En una confrontación que tuvo lugar en Chillán el 22 de Septiembre de 1820, Juan Manuel Picó obtenía en la batalla de Pangal una victoria total sobre las tropas separatistas, y el sanguinario Victoriano, general de O’Higgins, sería ejecutado por los patriotas. También sería ejecutado el jefe del ejército del centro, el británico Carlos O'Carroll, por su condición de extranjero. Cuatro días más tarde, en Tarpellanca, las tropas nacionales obtenían una nueva victoria sobre los separatistas. Sería el momento cumbre de la resistencia hispánica en Chile ante el avance del colonialismo británico. Concepción, Los Ángeles, Chillán y San Carlos eran liberadas en Septiembre de 1820.
Pero la alegría duraría poco tiempo, dado que el nuevo orden que había dado al traste con España, con la seguridad y con la prosperidad, acabaría imponiéndose en Talcahuano el 25 de noviembre, y en la alameda de Concepción el día 27, a manos de un ejército compuesto en parte sensible por fuerzas británicas y comandado por el coronel Joaquín Prieto, quienes acabaron con la esperanza de Benavides. Prieto acabaría siendo presidente del gobierno.
Los agentes sanguinarios habían sido ejecutados, pero tras la derrota de Concepción tuvieron un relevo digno: el coronel Arriagada, quien es calificado por la misma historiografía separatista, en concreto por Adolfo Márquez Esparza, como uno de los más inflexibles ejecutores de fusilamientos en masa, sin ninguna clase de proceso... sin exceptuar al clero, porque muchos sacerdotes se habían alistado en el ejército realista y formaban al lado de Benavides.
El 9 de Octubre de 1821, a orillas del río Chillán se produjo la batalla definitiva de Benavides que fue conocida como de las Vegas de Saldías, donde el coronel Prieto acabó efectuando una feroz matanza de patriotas. Pero Benavides logró escapar junto a sus lugartenientes Bocardo, Ferrebú, Pico, Seoosiain y Carrero, que se desparramaron por la Araucanía, intentando zafarse de la implacable persecución de Prieto. La traición de Jorge Arévalo y de Dionisio Aguayo, obligó a Benavides a desistir de su empeño, por lo que embarcó para Perú, siendo finalmente apresado el 30 de enero de 1822, cuando tomó tierra para hacer aguada.
Conducido a Santiago para su suplicio, el 23 de febrero de 1822 sufría las mayores vejaciones; era arrastrado en un serón por las calles y, tras ser ahorcado, el cadáver quedó en la horca hasta el anochecer, cuando fue descuartizado; las extremidades fueron enviadas a los escenarios de sus actividades, mientras el tronco fue quemado. Un año más tarde, Concepción seguía siendo humillada con la cabeza del héroe encerrada en una jaula.
Benavides tuvo el honor de ser calificado por Lord Cochrane, principal representante de los intereses británicos del momento, y almirante de las fuerzas libertadoras, como «infame monstruo». A este respecto, en una edición extraordinaria de Gazeta Ministerial, del 23 de febrero de 1822, se señalaba:
Por la notoriedad de sus hechos aun el más imparcial extranjero lo condenaba al último suplicio; pero el Supremo Gobierno quiso oírle sus descargos y mandó se le juzgase conforme a las leyes, y resultando hallarse fuera de la protección del derecho de gentes, se le aplicó la pena que este,y las leyes de la República imponen a cada uno de sus delitos...
Le sucedió el general español Manuel Pico hasta 1824, cuando fueron derrotados los realistas del Perú en la batalla de Ayacucho. Es a partir de este momento cuando entraría en acción la facción de los hermanos Pincheira.
LOS HERMANOS PINCHEIRA
Los hermanos Pincheira recogieron los restos del ejército de Benavides, del que en alguna forma habían tomado parte. A ellos se unieron dos mil indios que anteriormente habían seguido a este, dedicando su labor a acosar la provincia de Buenos Aires.
La propaganda británica, como sucede hoy mismo, dominaba todos los ámbitos del nuevo estado independiente, por lo que si Benavides fue tratado como delincuente, los Pincheira no podían aspirar a algo mejor. Sin embargo, debe señalarse que las guerrillas contaban con una organización militar y con una jerarquía de mandos conforme a lo reglamentado en el ordenamiento del ejército español.
Cada grupo era comandado por un soldado de grado, subordinado al jefe de la partida, con el que mantenía la debida comunicación. El problema no era otro que la falta de referencia a una entidad superior: la Patria española. Pero ese problema no correspondía a los hermanos Pincheira, que atendían a la perfección esa referencia. El problema estaba en la misma estructura orgánica de España, que había caído, literalmente, en poder de sus enemigos; los cuales no la parasitaban, sino que la dominaban en todos los ámbitos, y para quienes los Pincheira, como Benavides, como Agualongo, como Vargas… no eran sino un problema.
El 12 de Febrero de 1818 O’Higgins había declarado la independencia de Chile, que se vio reforzada el 5 de Abril con la derrota de Osorio en Maipú a manos de San Martín.
Antes de esta derrota, la historiografía al servicio de intereses espurios nos relata con un lenguaje propio de quienes tienen a gala el uso de la mentira como argumento digno a tener en cuenta12 :
Los hermanos Antonio, Santos, Pablo y José Antonio Pincheira se alzaron contra las tropas patriotas [separatistas] en 1817, y durante 15 años mantuvieron una guerrilla en nombre del rey. Asaltaron, saquearon y robaron mujeres a cambio de recompensa. Sus correrías llegaron hasta Buenos Aires y fueron un problema sin solución para el gobierno. (San Martín)
Ciertamente, los hermanos Pincheira, primero en colaboración directa con Benavides y, tras la ejecución de este, como organización independiente, mantuvieron en jaque a los gobiernos neobritánicos de Chile y de las Provincias Unidas, en defensa, no solo de los derechos de España, sino en defensa de los derechos de los oprimidos; salvaguardando los derechos de los pueblos indios que, como los selkman, posteriormente caerían asesinados en una campaña dirigida desde Londres y por la que se pagaba una libra por cada oreja de selkman.
La historiografía dependiente de los gobiernos neobritánicos se obstina en presentar la lucha patriótica de los hermanos Pincheira, como antes la de Benavides o en otros lugares las de Agualongo o Vargas, como la actuación de un grupo de bandoleros. Bien otra parece la realidad, aun reconociendo que en alguna ocasión pudieron acometer alguna acción deleznable… No más que las acciones acometidas por los ejércitos neobritánicos dueños de la nueva situación. Debemos tener en cuenta que:
Si en un principio la banda la integraron principalmente campesinos, pronto se unieron otros miembros. La persecución de sospechosos realistas por parte de los patriotas [separatistas] y los infaltables abusos de poder llevaron a muchos a unirse a los rebeldes. Parte de la tropa independentista, «exasperada de la necesidad y falta de sueldo», según informes de la época, fue a dar también a sus filas…/… Los Pincheira fueron un problema sin solución para el gobierno. Además de los enfrentamientos armados, el Ejército recurrió a múltiples tácticas para destruirlos, desde infiltrar espías para crear intrigas entre los hermanos hasta introducir botellas de alcohol con el virus de la viruela en sus filas. Pero nada lograba resultados…/… Hacia 1832 Antonio había muerto en una batalla, y Santos en un accidente en la cordillera, y los Pincheira se mantenían como el último bastión realista de Suramérica. El gobierno propuso conversar de paz y José Antonio accedió. Fatal error; Manuel Bulnes aprovecho la confianza establecida y en una emboscada arrasó con ellos. Pablo fue fusilado y José Antonio escapó, pero al final se entregó. (San Martín)
Nuevamente la mentira, el engaño y traición fueron las armas victoriosas. Pero el caso de los hermanos Pincheira, que durante mucho tiempo ha estado condenado al ostracismo, surge hoy como un elemento digno de estudio.
Así, la historiografía chilena y argentina está sufriendo un cambio al respecto, conforme historiadores independientes van supliendo la acción de los historiadores neobritánicos o neomarxistas. Manuel Pérez Godoy señala que
Al hacer un balance bibliográfico sobre lo que fue el fenómeno de los hermanos Pincheira a través de la historiografía chilena, podemos ver que existen dos formas de representación sobre este grupo: por un lado, son tratados como una banda de carácter «delictivo» que utiliza el contexto de caos político y económico producido por el período post-independencia en Chile para llevar a cabo correrías y saqueos, sin tener mayores aspiraciones con su accionar más que el pillaje. Esta postura es expresada por la historiografía liberal del siglo XIX, siendo tomada también por conservadores y el marxismo clásico. Por otro lado, encontramos que posterior a esto se da un giro en torno a la forma de representación de estos hermanos y su accionar, pasando de ser «salteadores» a «bandidos sociales». Esta postura, utilizada a partir de los últimos años del siglo XX hasta el día de hoy, propone que los hermanos Pincheira fueron un grupo limitado ideológicamente por la defensa del realismo y que, en base a esto, sus acciones no trascendieron más allá como para desembocar en quiebres institucionales profundos como una rebelión generalizada o una revolución. (Pérez, Bajo )
Este principio es el que parece ser merecedor de mayor atención a la hora de tratar el fenómeno Pincheira. Será necesario hacer un trabajo de introspección en la biografía de los hermanos Pincheira y de las relaciones de estos, no solo con Benavides, sino muy especialmente con las tribus de indios con las que tuvieron tratados, y que posteriormente a la desaparición de los Pincheira padecieron graves persecuciones. Una investigación que excede los objetivos del presente trabajo.
Es el caso que, tras la batalla de Maipú, ocurrida el 12 de Febrero de 1818, Antonio Pincheira, que ostentaba el rango de cabo, volvió a su hogar en Chillán, al parecer con la intención de retirarse de la lucha. Pero los separatistas lo persiguieron, haciendo que huyese a la montaña, donde acabarían uniéndose sus tres hermanos y un conglomerado de gente de la más variopinta extracción.
En ese mismo período, Benavides había sufrido cárcel, fusilamiento, alistamiento en las tropas separatistas, fuga y creación del ejército nacional que hemos señalado más arriba. Sería el devenir de estos acontecimientos los que unirían en la acción a Benavides y a los hermanos Pincheira.
El inicio de la lucha, así, se presenta como una respuesta de supervivencia física que, lógicamente, y a la vista de los acontecimientos, debió dirigir a la formación de una resistencia a favor de los principios humanos y patrióticos conculcados por los nuevos señores de lo que antes habían sido las Españas.
Una lucha que marcaba los estertores de la muerte de la Patria, pero que podía haber marcado el resurgir de la misma. Situación ambivalente que ocasionó la persecución de estos ejércitos patriotas por parte de los gobiernos coloniales en el curso de lo que sería conocida como la guerra a muerte. En el curso de la misma no se permitían benevolencias y todo estaba permitido conforme imponía el estilo británico: desde la traición hasta los intentos de transmitir enfermedades. Y como no podía ser menos, la creación de una novela degradante, nos presenta a los Pincheira como seres sin entrañas especializados en «robar haciendas, violar mujeres y degollar niños y ancianos». (Márquez)
No vamos a defender que se tratase de ángeles caídos del cielo; no vamos a defender que todos sus actos fuesen inmaculados; vamos a defender que trataron a los enemigos de la Patria con la misma benevolencia que los enemigos de la Patria trataron a los patriotas, siendo que los hermanos Antonio, Santos, Pablo y José Antonio Pincheira se alzaron contra las tropas separatistas en 1817 y durante 15 años mantuvieron una guerrilla en nombre del rey, pero sin contacto con el rey; plenamente a sus expensas… y abandonados por quienes debían haberles prestado apoyo. Sus hermanas Rosario y Teresa darían apoyo en la retaguardia, mientras la represalia de las autoridades contra la población que les prestaba apoyo adquiriría un carácter feroz y sanguinario.
La propaganda liberal democrática de los gobiernos títeres mantenidos al calor de los intereses anglo-norteamericanos no dudaron en presentar a los Pincheira como banda de criminales, pero los hermanos Pincheira no eran un grupo de bandidos sino una guerrilla, y ello como consecuencia de que su actuación estaba movida por un ideal y por la defensa de la Patria que les había sido robada.
No faltaban las deserciones en el ejército separatista, que se sumaban al ejército patriota de los hermanos Pincheira, con los que acometían actos de envergadura, como la liberación de Chillán con las tropas de Benaviedes, el 18 de Septiembre de 1819, mientras el gobierno títere de Santiago celebraba, bajo la tutoría de las autoridades británicas, el primer aniversario de la secesión de Chile.
Según Manuel Pérez Godoy, la acción de los hermanos Pincheira muestra:
Una afinidad de los sectores plebeyos a la causa realista como contraposición a los patriotas [separatistas], debido a circunstancias puntuales donde aflora un descontento a esta nueva forma de hacer política, representada en la élite que se hacía cargo del país. (Pérez, Bajo)
Entre 1817 y 1832 asaltaron numerosas poblaciones chilenas; pero, viéndose acosados y reprimidos en la parte chilena, se radicaron en Argentina y sus correrías alcanzaron principalmente a Mendoza, pero también a San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
Estos ataques se veían facilitados por las alianzas con los caciques pehuenches, quienes controlaban los pasos de los Andes entre Chile y Argentina.
Pero es en 1820 cuando, en el curso de la campaña desarrollada contra Benavides, también se desenvuelve la misma contra los Pincheira.
Arriagada, con una fuerza regular de 200 soldados, emprende la primera persecución de la banda de Antonio Pincheira, entrando en campos neuquinos por el paso Epu Lafquen. Pincheira es alertado y huye a sus refugios de Butalón. Arriagada reduce a cenizas las tolderías y ranchos de Epu Lafquen y regresa a Chillán con algunos animales y cinco prisioneros a quienes hace ejecutar en la plaza pública. (Márquez)
Durante esta incursión, un tal Manuel Turra traicionará la acción de los Pincheira y dará al sanguinario Arriagada las claves de seguridad mantenidas por los patriotas: los refugios, los códigos de comunicación… Pero acabarán reorganizando la resistencia, de forma que mantenían viva la preocupación de las autoridades coloniales, las cuales buscaban el fin del conflicto utilizando todos los métodos a su alcance: desde los diplomáticos hasta los del asesinato indiscriminado. Utilizando los mismos métodos aplicados por los británicos contra los indios, los gobiernos de las nuevas colonias británicas intentaron acabar con la resistencia de los Pincheira introduciendo la viruela en sus filas.
En 1823 el gobierno chileno había iniciado acciones diplomáticas con las partidas patrióticas, ofreciéndoles indultos, a cambio de ser nombrados en las fuerzas regulares criollas como soldados o jefes, o retirarse a la vida civil. Pero el gobierno chileno no se había enterado de que no trataba con bandidos sino con patriotas que, lógicamente, rechazaron el ofrecimiento.
En abril de 1823, Antonio Pincheira cae sobre Linares y arrasa con el pueblo matando al Gobernador Sotomayor y llevándose como botín a las más bellas jóvenes del pueblo, entre ellas Clara, la hija del asesinado Gobernador. Victoriosos y confiados, emprenden la retirada hacia sus campos del Neuquén, pero la banda es sorprendida por el capitán Astete al frente de 350 hombres, quienes de un certero disparo de carabina en medio de la persecución, matan a Antonio. (Márquez)
A la muerte de Antonio le sucedió en el mando su hermano Santos, quien fallecería al poco, sucediendo en el mando Pablo, a quien la leyenda le hace forjador de un tesoro que todavía permanece oculto. Murió en 1828, siendo finalmente José Antonio, el último de los hermanos, también el último comandante, el que acabaría rindiéndose el 11 de marzo de 1832 ante el general Manuel Bulnes.
Fue durante el liderazgo del menor de los hermanos, con José Antonio Pincheira a la cabeza desde 1826, que los ataques se hacen constantes. Según Raúl Fradkin, en septiembre de dicho año el pueblo de Dolores fue atacado por un grupo de 300 indios liderados por un «teniente del Rey» llamado Francisco Moreno, capitán de Pincheira. Además de esto, «la alarma continuó por el temor a una invasión de 2000 chilenos y pampas y por un ataque a Chascomús», por lo que estos nuevos ataques indígenas encabezados por los Pincheira volvían a amenazar a Dolores y a toda la frontera sur. (Pérez, Tratado: 3)
Bajo el mando de Pablo, cuando en enero de 1827 el general Prieto arrasó el poblado de los patriotas, iniciaron estos su exilio, extendiendo la lucha patriota al otro lado de la cordillera y dando paso a correrías por la Pampa argentina, donde a lo largo del mismo 1827, ya bajo el mando del hermano menor, José Antonio, tuvieron bajo su influencia ciudades como Neuquén, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, Mendoza, Concepción, Chillán y Linares, controlando ambas vertientes de los Andes.
Con los hermanos Pincheira, la frontera argentino-chilena pasó a ser un lugar estratégico de acción, por el hecho de que se facilitaba el contacto rápido con los aliados pehuenche u otros grupos de indios al otro lado de la cordillera, mientras en el curso de esta actividad el movimiento tomaba fuerza suficiente como para que, en 1830, José Antonio llegue a tomar parte en las luchas políticas mendocinas tomando partido por el gobernador Rege Corvalán.
La triunfante incursión en la Pampa argentina ocasionó que las autoridades de Buenos Aires aceptasen que se firmase el que fue conocido como Tratado de Carrizal, que fue firmado por el gobernador de Mendoza –Juan Rege Corvalán– y José Antonio Pincheira en 1829. Este documento se realiza posterior a los constantes ataques hechos por la montonera del menor de los hermanos Pincheira a esta provincia, donde al gobernador de la época no le queda otra opción que capitular.
Por el mismo, se acuerdan tratados de comercio que en nada se parecen a los acordados por las Provincias Unidas con la Gran Bretaña. También se da paso a otros acuerdos, como el reconocimiento del empleo de coronel y jefe de la fuerza de la frontera del sur para José Antonio Pincheira. Este acuerdo sembraría la discordia dentro del propio movimiento de los Pincheira, ya que había sectores, como el representado por su hermano, el comandante Pablo Pincheira, y el capitán Julián Hermosilla, que preferían seguir en su lucha sin ataduras diplomáticas.
Para las autoridades coloniales:
Era de temer, particularmente, la alianza efectivizada entre Pincheira y los indios boroanos, pero más lo era aún la de estos con el Huilliche Llanquetruz y, por último, la del conjunto con los unitarios; y esto debido a que “Esta última eventualidad podría llegar a ser definitivamente insuperable para las armas de las provincias federales». (Pérez)
Juan Manuel de Rosas trabajaba para desarticular las alianzas de Pincheira con caciques boroanos y ranqueles, y colaboraba con Chile para tenderle una celada. Finalmente, el 14 de enero de 1832, los ardides tendrían éxito cuando en las lagunas Epulafquen, en la actual provincia argentina de Neuquén, y mediando la traición, lograron vencer al patriota rebelde.
El 14 de enero de 1832, el general Manuel Bulnes, bien instruido por los asesores británicos, y tras haber pactado paces con los Pincheira, las traicionó, llevando a cabo una feroz masacre sin enfrentamiento, donde los rebeldes fueron directamente asesinados. José Antonio Pincheira logró escapar, entregándose mediante pacto el 11 de marzo del mismo año.
La realidad había acabado dando la razón a Pablo Pincheira. El Tratado de Carrizal había acabado siendo el principio del fin de la resistencia. Antonio había muerto en una batalla; y Santos, en un accidente. El gobierno propuso conversaciones de paz y José Antonio accedió. Fatal error. Manuel Bulnes aprovechó la confianza establecida y en una emboscada acabó con ellos.
Los caciques Neculmán, Udalman, Coleto y Trenqueman, junto a sus seguidores, fueron asesinados sin piedad, mientras:
Bulnes, al saber que José Antonio se escapó, manda rápidamente en su persecución una partida de 80 hombres al mando del capitán Zañartu con la orden de matar a cuanto indio o cristiano sospechoso encuentre en su camino. (Márquez)
Esta acción depredadora de Bulnes sería posible gracias a la traición de Francisco Rojas, Martín del Carmen Gatica y José Antonio Zúñiga, tres comandantes de los Pincheira que traicionaron la causa.
Pablo fue fusilado y José Antonio escapó, pero al final se entregó para acabar muriendo de viejo sirviente.
Comunistas y liberales presentan a los hermanos Pincheira como simples delincuentes; pero, desde la bondad natural de Santos hasta la audacia de Antonio, así como las alianzas llevadas a cabo con los indios y la jerarquía y el orden que reinaba en sus dominios, nos señalan en otra dirección, algo que hasta en épocas recientes se podía observar a orillas de los caminos rurales, pequeñas capillitas en su honor, como un verdadero santo popular.
Lo que resulta evidente es que el liderazgo de Pincheira garantizó un territorio protegido que mantuvo el orden tradicional y la legitimidad del rey frente al desorden institucionalizado por los separatistas.
ANTONIO HUACHACA
Era Antonio Huachaca un indio peruano que acabó siendo caudillo de los rebeldes patriotas de San Juan de Iquicha, donde llegó a montar un estado y continuó hasta 1839 la guerra que se había dado por terminada en Ayacucho en 1824. Dicen los cronistas que siempre se distinguió por su serenidad, por arrojo, su audacia y su iniciativa en el combate, estando naturalmente dotado para organizar las guerrillas y dirigir los comandos.
Huachaca era indio; gran parte de sus huestes eran indias, pero no podemos entender el movimiento como indigenista, sino como patriótico; no solo por las manifestaciones en tal sentido, que sería suficiente, sino, y también, porque entre sus cuadros figuraban personas que no eran indias.
Entre los no indios que participaron militarmente en la guerra de Huanta, Nicolás Soregui aparece sin objeción posible como el personaje principal. Después de Antonio Huachaca, él se manifiesta como el segundo personaje de la guerra, quizás el doble o el simétrico de Huachaca para los no indios…/… La dirección militar e ideológica de la guerra fue efectuada por algunos jefes indios, tres antiguos militares del ejército real de un grado poco alto y por un cura que ni siquiera era titular en su función. El Estado Mayor político y militar del ejército de los iquichanos se componía, pues, de indios y de algunos representantes de los que se podría agrupar en la categoría de los pequeños blancos, todos ellos españoles, criollos o mestizos. (Institut)
Por otra parte, hablamos de Iquicha y de los iquichanos, pero es de señalar que Iquicha no responde a la identificación de un pueblo. Dice Cecilia Méndez Gastelu-mendi:
Fue solo en el transcurso de la rebelión de 1826-1828, y como resultado de la difusión de las primeras proclamas monarquistas, escritas principalmente por españoles capitulados, que los habitantes de las comunidades de las punas y valles de Huanta empezaron a ser llamados «iquichanos» indiscriminadamente…/… Los «iquichanos» no eran los habitantes de ningún pueblo hasta 1825; y, sin embargo, todos los campesinos que en adelante abrazaron la causa restauracionista se convirtieron en «iquichanos». (Méndez: 17)
Tras la derrota de Ayacucho, los indios, arrieros, hacendados, curas y campesinos de la provincia de Huanta se sublevaron en diversas ocasiones en 1825 y 1826, siendo hostilizados por el nuevo gobierno. Es en 1826 cuando Antonio Huachaca tomó la ciudad de Huanta, donde instaló su cuartel general, con el proyecto de atacar Ayacucho y cortar las comunicaciones con Lima.
Esta sublevación se irradió hacia los pueblos de Challhuamayo, Huayllay, Secce, Marccaraccay, Huay-chao, Ccarhuahurán, Cancaillo, Cunya, Ninaquiro y otros ubicados en las punas de Huanta, por encima de los 3.500 metros de altitud.
El levantamiento popular se vio reforzado cuando, a principios de Julio de 1826, los escuadrones de Húsares de Junín que permanecían acantonados en Huancayo controlando el desarrollo de las elecciones bolivarianas:
Se negaron a obedecer la orden de regresar a Lima; los soldados redujeron a sus oficiales, se apoderaron de las armas y de los fondos públicos y partieron para unirse al ejército de los campesinos de Huanta, que en ese momento controlaba ya toda la provincia. (Institut)
Con estas unidades se inició el intento de asalto de Ayacucho, que acabó en fracaso, y comportó la venganza de la administración imperante. El general Santa Cruz aplicó una dura represión a la población, incendiando poblaciones, destruyendo ganado, encarcelando mujeres y niños.
La represión fue dura como método disuasorio, y más duradera que el tiempo necesitado para expulsar de Huanta a los patriotas. Santa Cruz tardó un mes en esa labor; pero, antes de un año, Antonio Huachaca reanudaría las actividades.
Ante el rebrote de las actividades bélicas, la reacción del gobierno sería en principio conciliadora, proclamando un indulto y el reparto de semillas, pero el 12 de Noviembre de 1827, unos 1500 insurrectos atacaron y tomaron Huanta, en la que permaneció la mayor parte de la población, en claro signo de connivencia con los libertadores.
Pero, sin apoyos, y acusados por Domingo Tristán de pandilleros y de seducidos por intereses extraños, Antonio Huachaca le dio una contestación que deja al descubierto la decisión de los patriotas y su claridad de ideas cuando tratan de tiranos a aquellos que combatían:
Si cree que los que han levantado la voz de la revuelta son solo un reducido número de pandilleros, debo decirle que vive en el error o en la mentira... Nosotros estamos orgullosos de que esos pandilleros sean nuestros hermanos y de combatir con ellos por la defensa de la religión de los derechos de un soberano. Ustedes son más bien los usurpadores de la religión de la corona y del suelo patrio... ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante los tres años de nuestro poder? la tiranía el desconsuelo y la ruina de un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? ¡Nosotros no cargamos semejante tiranía! Nosotros amparamos a nuestros hermanos y a nuestros semejantes, y no queremos arrancarlos de nuestros corazones. La experiencia de los acontecimientos recientes acaecidos en nuestras punas es una prueba sin equívoco del valor de las tropas que nos glorificamos en dirigir en nombre del Rey. Más bien, vuestras tropas no se contentaron con robar, ¡redujeron a cenizas nuestras casas! ¿Cómo puede entonces tratarnos como hermanos?
Solo le pedimos dejar este lugar y firmar una capitulación duradera y honorable. Si no acepta, lanzaremos nuestras tropas sobre la ciudad y la pondremos a sangre y fuego...
Firma : Huachaca, Choque. (Institut)
Su intento de asalto a Ayacucho resultó un fracaso. La represión duró siete meses, tras la cual fue concedida la gracia por el gobierno, pero muchos iquichanos siguieron el comportamiento de su jefe Huachaca y no la aceptaron, mientras que continuaron los gobiernos usurpadores de la religión de la corona y del suelo patrio, según los había definido Antonio Huachaca.
La respuesta del gobierno fue de marcado cariz inglés: se inició una auténtica campaña de genocidio. La pacificación tomó muy a menudo la forma de una campaña de exterminio. Fue organizada por el prefecto del departamento: el general Domingo Tristán Moscoso –hermano del que había sido último virrey, Pio Tristán–, quien convirtió su tarea en un acto de genocidio propio de sus mentores.
La situación vejatoria llega a ser de tal magnitud que el alcalde de Huanta, Nicolás Gómez, acaba relatando a Domingo Tristán, jefe militar, en su carta de 5 de Febrero de 1828 una serie de excesos realizados por las tropas a cargo del comandante José Gullén, pero de nada le sirvió.
Finalmente el comandante Quintanilla acusó a todo el pueblo de complicidad con los iquichanos ya que: «los civiles de este pueblo desertaron de los puestos de avanzada en los días que precedieron al ataque. Estos desertores, cuyo número es de ciento diecisiete, partieron en pequeños grupos y se llevaron cada uno una lanza del estado. Además, ese mismo día, dos de febrero, cuando el pueblo de Tambo iba a ser atacado por los rebeldes de Iquicha, los ciudadanos de San Miguel, que está solo a tres leguas de Tambo, no solo parecían indiferentes sino que pasaban el tiempo en fiestas y diversiones...» (Institut)
La represión del gobierno se cebó muy especialmente en la familia del caudillo patriota el 25 de marzo de 1828, cuando tuvo lugar la batalla de Uchuraccay, donde Quintanilla venció a los partidarios de Huachaca, tomó prisioneros a su esposa y sus hijos y dio muerte a su hermano, acto que Huachaca no perdonará nunca a Quintanilla. De esta afrenta se resarciría en 1839 el general de hombres libres, Antonio Huachaca, cuando capturó y ejecutó a Quintanilla.
Antonio Huachaca pudo llevar a cabo esa acción porque, a pesar de que el cuatro de mayo de 1828 el coronel Vidal daba por finalizada la intentona, la verdad es que no había podido librarse del rebelde. A su persecución se dedicó Domingo Tristán.
JOSÉ DIONISIO CISNEROS
Indígena que, tras la derrota del ejército patriota, continuó la lucha guerrillera al mando de un ejército compuesto por mil voluntarios contra el nuevo orden establecido.
En 1830 se disuelve la Gran Colombia, y la disolución de las guerrillas realistas, al mando del mulato José Dionisio Cisneros, se produce con un armisticio del General Páez, que había desarrollado todo tipo de tretas para dominar al patriota.
El mismo Páez señala:
Viendo yo que la fuerza era impotente para destruir al bandido, y que la persecución le excitaba á nueva audacia y mayor energía, me propuse valerme del halago para atraerle á la vida civilizada. Si logro que el indio se ponga zapatos, decía yo á mis amigos, la cuestión está decidida á favor nuestro. Una de las guerrillas que le perseguían le cogió un hijo de pocos años, al cual hice yo bautizar sirviéndole de padrino y encargándome de darle educación. Favorable me pareció tal coyuntura para entrar en relaciones con el padre, y di principio á una curiosa correspondencia que conservo íntegra. Comencé por informarle del parentesco espiritual que habíamos contraído, y el cual nos obligaba á ambos á tener la mayor confianza mutua. Su respuesta fué más amable de lo que debí esperar de la rusticidad de su carácter, y ya cobré ánimo para proponerle que abandonase la vida errante por los bosques para buscar el reposo y tranquilidad de la vida civilizada protegida de las leyes. (Páez: 167)
La guerrilla a que hace referencia Páez estaba formada por británicos al mando del coronel Stopford, quien, con la ayuda de un guía, secuestró al hijo de Cisneros y se lo entregó a Páez, el cual, aun siendo masón, lo bautizó. Luego Páez escribió a Cisneros llamándolo compadre y amigo –vínculo que, significativamente, le permitirá eliminarlo–.
El coronel Edward Stoppford –curiosamente, inglés– llegó a la Isla Margarita en 1819 al mando de fuerzas de infantería para luchar junto a Bolívar por la Independencia. Fue el encargado de combatir al indio José Dionisio Cisneros.
El 1 de Septiembre de 1831 Páez proponía atraerse a Cisneros, sin pretender que asumiese los principios de la constitución gran colombiana; y, remarcando los gravísimos aprietos en que la actuación de este había puesto al triunfante separatismo, proponía poco menos que un chantaje con el ofrecimiento de tierras y dinero.
Téngasele si se quiere como una fiera que comienza a domesticarse, hasta que olvide sus caprichos y pierda sus recursos cambiándolos por otros que le proporcionen tranquilidad y el bienestar de su persona y de su familia; y entonces será la oportunidad de hacerle entrar en deberes como en el pleno goce de sus derechos. (Páez: 170)
Y Cisneros cayó en la trampa. Encuadrado en el ejército venezolano, sería fusilado en 1847. El presidente Páez relata el hecho:
El año 1846 me vi obligado á entregarle á un consejo de guerra que le condenó á ser pasado por las armas, con unánime aprobación de todos los ciudadanos, que nunca tuvieron mucha fe en la conversión de mi compadre. (Páez: 174)
DOS PERSONAJES DE ASIGNACIÓN DUDOSA
Dentro del capítulo que nos ocupa, a saber: Los realistas americanos, queremos incluir dos que por las circunstancias resultan «dudosos». No hay duda de que ambos combatieron en algún momento en el bando patriota… como no hay duda de que uno de ellos (Pumacahua) fue ejecutado por las tropas virreinales, tras enfrentamiento militar; mientras el otro, el Indio Vargas, fue asesinado por Páez… después de haber conseguido que aquel desertara del ejército nacional.
MATEO GARCÍA PUMACAHUA
Cacique de Chincheros y Brigadier de los Reales Ejércitos, fue ejecutado por los realistas el 17 de marzo de 1815. Su lucha, que siempre estuvo a favor de España, lo llevó a combatir al virrey Abascal en defensa de las órdenes recibidas de Cádiz; pero, a lo que parece, siempre por España. La historiografía separatista lo señala como un héroe del separatismo; pero, de forma más señalada que en el caso del indio Vargas, es menester concederle el beneficio de la duda, si tenemos en consideración su trayectoria personal.
En 1780 y 1781 destacó en la represión del levantamiento de Túpac Amaru II y fue un hombre de la causa nacional, cuyo gran prestigio lo llevó al grado de coronel del ejército. Colaborador directo del arequipeño José Manuel de Goyeneche, quien el 17 de Junio de 1808 había sido nombrado representante de la Junta Suprema de Sevilla. A sus órdenes sirvió Mateo García Pumacahua, en un ejército compuesto en su inmensa mayoría por indios.
El 9 de diciembre de 1812 llegó a Cuzco la Constitución de Cádiz. Como Presidente accidental de la Real Audiencia e Intendente Interino figuraba el Brigadier Mateo García Pumacahua. Cinco días después, el catorce de diciembre el abogado Rafael Ramírez de Arellano, junto a treinta vecinos de la ciudad, conminaba a las autoridades para la inmediata jura de la Constitución. Pumacahua, detectando la gestación de motines, encarceló a Ramírez de Arellano y a otros implicados, como Vicente Angulo, Gabriel Béjar, José Angulo y Manuel Hurtado de Mendoza.
El devenir de los acontecimientos hizo que, finalmente, se retirase de la vida pública; retiro del que lo remueve el levantamiento encabezado por los hermanos Angulo del 2 de agosto de 1814, donde tenía significación el Obispo Pérez Armendáriz, y el Coronel Saturnino Castro, jefe de los Dragones de Cusco, y temido por la inmisericordia de sus acciones.
En los mismos escenarios que diez años después contemplarán las acciones del patriota Antonio Huachaca contra los separatistas victoriosos, Mateo García Pumacahua, se sublevó en 1814 en defensa de la Constitución española de 1812, de corte liberal.
Detrás de esta sublevación parece encontrarse el hecho de que la oligarquía criolla se resistía a llamar españoles a los indios, aspiración manifiesta de estos, y en concreto de Mateo García Pumacahua; algo que en su caso se ve reforzado por el hecho que el virrey Fernando de Abascal no lo ratificó como Presidente de la Audiencia Real.
La historiografía separatista, y particularmente a partir del siglo XX, da a Pumacahua un cariz conforme a sus intereses. Aquí no vamos a intentar algo similar; solo nos limitamos a señalar que las circunstancias en que se vio envuelto Pumacahua lo forzaron a tomar unas decisiones que lo enfrentaron militarmente, no a España, sino al virrey Abascal. Dos concepciones enfrentadas del hecho de España.
JUAN DE DIOS DE LOS REYES VARGAS (El Indio Vargas)
Nació en Venezuela, mestizo, hijo del canario Juan Manuel Santeliz y una indígena de la etnia gayón. Criado por su padrastro Cecilio Vargas, organizó las guerrillas de Siquisique en la provincia de Coro, dando apoyo a la llegada de Monteverde. Tras su desaparición, los hombres acabaron reuniéndose en torno a José Tomás Boves, quien, sin apoyo de nadie, mantuvo en jaque a las unidades de los agentes británicos, dominando toda Venezuela antes de la expedición española de Morillo de 1815. Las guerrillas seguirían su acción hasta el año 1829, y apoyaron una última tentativa de organizarlas por el coronel Arizábalo. Pero eso sería ya sin el concurso del Indio Vargas, quien había cambiado de bando en 1821.
Antes de la deserción, en 1812, junto a Monteverde y con el respaldo del cura Andrés Torrellas, su director espiritual, había tomado Barquisimeto, San Carlos, Valencia, San Mateo y La Victoria, apoderándose de Caracas tras la capitulación de Miranda.
Otros movimientos contrarrevolucionarios populares se sucedían., entre ellos los llaneros de Eusebio Antoñanzas (1770-1813). La convergencia de estas fuerzas, el terremoto de 1812 y la rebelión de esclavos propiciaran el final de la primera república.
El indio Vargas se significó en varias acciones de envergadura; según relata Miguel Azpúrua:
Estuvo en «Cerritos blancos», en las escaramuzas de Baragüa –derrotando al general Rafael Urdaneta–; también en La Ceibita, recibiendo la «Cruz de Carlos III», otorgada por el propio rey Fernando VII; luchó contra el general José Antonio Páez en la Campaña de Apure, estuvo en Mantecal, Nutrias y Achaguas. (Azpurúa)
Pero su actividad, que se veía inspirada por el cura Torrellas, su director espiritual, acabaría defendiendo principios liberales. Partidario, al fin, de Quiroga y de Riego, arrastró tras de sí al indio Vargas, el cual acabaría militando en el bando separatista, siendo que el 5 de mayo de 1821 fue ratificado en su rango militar por Simón Bolívar, a cuyas órdenes derrotó en Baragua a las tropas patriotas al mando del coronel Lorenzo Morillo el 1 de Octubre de 1821 y el 16 de enero de 1822.
Pero las circunstancias que rodearon su actividad, oscuras como oscuras eran también las relaciones en el seno del propio ejército nacional, dividido entre liberales y conservadores, llevaron a que el 28 de marzo de 1823 el indio Vargas fuese asesinado a machetazos, por orden de José Antonio Páez.
¿Es digno el indio Vargas de formar en la nómina de los patriotas, siendo que acabó sometido a los enemigos de la Patria? Es difícil determinar el asunto, y todo apunta a que no. No obstante, aún cabe la duda, dado el fin que tuvo bajo la tiranía del retorcido masón José Antonio Páez.
BIBLIOGRAFÍA
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San Martín en San Juan. Los hermanos Pincheira.
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Varela Jara, Amílcar: Batalla de Ibarra.
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LOS INTERESES EUROPEOS EN LA DESTRUCCIÓN DE ESPAÑA
Los españoles del siglo XIX no podían concebir cómo pudo producirse la destrucción del Imperio; y en el siglo XXI, al menos este español, tampoco puede concebirlo… salvo para entender que lo que sucedió no es otra cosa que un proceso de metamorfosis. Ahora, según esa teoría, la Hispanidad está en estado de pupa, de la que necesariamente debe surgir una bella mariposa.
Mientras tanto, la situación de abatimiento da sensación de muerte. Pero la conformación de ese capullo en que la vida de la Hispanidad sigue latente está conformado por aspectos que ya han sido desarrollados en otros capítulos de este repaso histórico. Ahora vamos a intentar desentrañar los hilos con los que se conformó la pupa: los intereses europeos.
El 4 de Julio de 1808, después de la invasión napoleónica de España y Portugal, se firmó la paz entre España e Inglaterra. Inglaterra cesó las hostilidades contra España en América. Ahora le preocupaba, más que continuar en el acoso de su eterno enemigo, parar los pies al emergente peligro representado por Napoleón; sí, el ejército que debía invadir Hispanoamérica fue derivado a la Península para ayudar a la resistencia portuguesa y española. Curiosa situación que presentó como aliado a su eterno enemigo: España, postrada, e Inglaterra, triunfante.
¿Cuál era el fin de la ayuda inglesa? Torpes seríamos si por un momento creyésemos que se trataba de apoyar a España. Bien al contrario, sería una importante base para conseguir su destrucción.
Debemos ser conscientes de que el liberalismo y la masonería no solo actuaban influyendo intelectualmente sobre los separatistas, sino que se infiltraban en todos los órganos de la administración nacional, peninsular y americana, maniatando a España y haciéndola llevar una política errática, cuando no de abandono. Así vemos cómo provocan una sublevación como la de Riego, producida en el momento más crítico y cuando se disponía a embarcar hacia América en refuerzo del ejército que combatía a los separatistas.
El liberalismo y la masonería, que habían tomado las principales posiciones desde mediados del siglo XVIII, se desarrollaron en el XIX como lo que eran desde un principio: armas poderosas para someter la política española a los intereses de Francia y de Inglaterra. La misma expulsión de los jesuitas, llevada a cabo en el siglo XVIII fue una jugada magistral en ese sentido.
Pero no debemos ver una actuación macabra en el solo hecho de la expulsión de los jesuitas; también hubo actuaciones de la Compañía de Jesús que coadyuvaron a la adopción de posturas cercanas a la Ilustración y a los intereses de las potencias europeas enemigas de España, con un añadido que resultaba sumamente perjudicial: como consecuencia de una actuación encomiable durante los siglos anteriores, la Compañía tenía una alta credibilidad entre los creyentes, superior a la autoridad del rey y de la corona, que estaban infestados de Ilustración y liberalismo.
Al respecto, Yecyd Alfonso Pardo Villalba señala:
No es nada raro que ellos hubiesen colaborado con ideas de revolución en los criollos y se haya creado un ambiente de zozobra en el cual el rey está en contra de Dios y de sus ministros. (Pardo)
En otro ámbito, los criollos, como los ilustrados peninsulares, también se habían imbuido de las mismas ideas en Europa, bebiendo de las fuentes de la Ilustración y mi