Cesáreo Jarabo Jordán
Todo señala que la idiosincrasia de Fray Bartolomé de las casas era, cuando menos, peculiar. Su biografía nos lo presenta como auxiliar de las milicias que el año 1500 sofocaron en Granada la insurrección de los moriscos, tras lo cual, dos años más tarde, con la escuadra de Ovando, pasó como aventurero y buscador de oro a las Américas.
Recibió las órdenes menores en 1506, en Sevilla, y en 1507, fue ordenado presbítero en Roma. Sería el primero de sus seis viajes a la Península, donde permanecería dos años.
En ese periodo, en los primeros años del siglo XVI, tomó parte en campañas militares llevadas a cabo contra los indios hostiles, motivo por el cual le fueron asignados unos negros con los que, en Cibao (Puerto Rico) volvió a dedicarse a la busca de oro.
En 1512 participó en la conquista de Cuba, donde no había en toda la isla más clérigo que él. De modo que será tarea suya predicar para el Gobernador, Diego Velázquez, a quién había conocido y con el que había trabado amistad en el Tercer Viaje de Colón, y para su segundo, Pánfilo de Narváez. De Velázquez recibió un repartimiento de indios, que empleó para sacar oro de las minas y para el trabajo en granja.
En 1511 –el año del sermón de Montesinos– se alistó para la conquista de Cuba, y participó como capellán en la dura campaña de Pánfilo de Narváez contra los indios. Con los muchos indios que le tocaron en repartimiento, fue encomendero en Canarreo, hasta 1514, en que se produce su primera conversión, y renuncia a la encomienda. (Iraburu 2003: 17)
La toma de Cuba fue realizada con un solo hecho represivo: la muerte de Hatuey, pero posteriormente, Narváez, desobedeciendo órdenes expresas, atacó a los indios produciendo lo que pasó a la historia como “la matanza de Caonao” donde asesinó 2.000 indios según Las Casas, y 100, según informó Velázquez al rey.
En 1514 renunció a la encomienda de la que era beneficiario, dando paso así a la etapa por la que se haría su hueco en la Historia.
No cabe duda que el detonante que provocó esta nueva actitud del dominico fue comprobar una triste realidad: la evidente mortalidad masiva que venía produciéndose en los territorios conquistados, probablemente incluso antes de la llegada de los españoles, sin parar a considerar el motivo de la misma, que puede, y de hecho tiene, varias interpretaciones, posiblemente todas certeras, y que señalan como causa de la mortandad:
• Las prácticas de sacrificios humanos y el canibalismo de las tribus.
• La proliferación de enfermedades desconocidas en América, en justa reciprocidad a la mortalidad que los conquistadores sufrían como consecuencia de su exposición a nuevas enfermedades tropicales para las que carecían de defensas.
• La posible existencia de una degeneración natural entre los naturales.
• Y por supuesto los hechos de guerra.
Lo que escapaba a todos los análisis llevados a cabo por la Corona era la importancia que en el holocausto de nativos pudiera llegar a tener lo que quedaba fuera de control: la enfermedad. Sea como fuere, la alarma cundió y quién más hizo por alertar a la Corona, destacando los excesos llevados a cabo por los encomenderos, fue Fray Antonio de Montesinos. La Corona atendió la alerta dando lugar a la redacción de nuevas leyes. Luego sería Fray Bartolomé de las Casas, quién cargaría las tintas señalando a los españoles como responsables de la debacle indígena, y esa creencia fue la que llevó a la redacción de las Leyes Nuevas, Primero, a la celebración de la celebérrima Controversia de Valladolid, al nombramiento de Bartolomé de las Casas como ”Defensor universal del indio”, y a la creación de toda una legislación encaminada a proteger a los indígenas de abusos reales y supuestos, hasta tal extremo que llegaron a producirse quejas por parte de españoles, que señalaban abusos manifiestos por parte de indios en la aplicación de los derechos que tenían reconocidos.
Esas quejas las encontramos un siglo después, en 1628, cuando el padre Nicolás Durán Mastrilli provincial de la Provincia Jesuítica del Paraguay, expresa en sus ordenaciones:
hay muchos encomenderos que no hacen agravio a los indios y otros que no quieren encomendarse y otros se convertirán por medio de la exhortación del confesor....son los encomenderos tan pobres que no pueden restituir de lo pasado y porque los indios por ser tan pocos son ahora más bien tratados que nunca, y sirven de ordinario tan poco y con tantas faltas que apenas cumplen lo que deben. (Salinas 2009: 34)
Excepciones si se quiere, pero que van paralelas a los excesos que por su parte llevaron a cabo algunos encomenderos. Unos y otros rebasaban el ámbito de las leyes, y noticias hay del castigo aplicado a los encomenderos que infringían las ordenanzas.
Es el caso que, a cuenta del más que evidente retroceso de la población indígena,
Hubo grandes discusiones durante muchos días sobre este asunto y finalmente se sancionaron algunas leyes, por las cuales se prohibieron las expediciones bélicas de los españoles contra los indios, vulgarmente llamadas "conquistas", a la par que se mandó restablecer en su libertad a todos los indios sometidos a servidumbre por quienes hicieron las divisiones, esto es, el "repartimiento" o la "encomienda".” (Casas. Apología)
Pero para llegar a esas discusiones y a la redacción de esas leyes hubo un proceso previo del que, como queda indicado, fue iniciador Fray Antonio de Montesinos, una fecha, 30 de noviembre de 1511, y un lugar: La Española, donde, junto a Fray Pedro de Córdoba había encabezado la primera misión dominicana. El fraile puso en cuestión el desarrollo de las encomiendas.
Pero contra lo que se pueda suponer merced a la posterior actuación de Bartolomé de Las Casas, no quedó en nada la actuación de Montesinos. Recibió el respaldo del rey Fernando. Todo lo que después vendería Las Casas como propio no sería más que una repetición de las denuncias de Montesinos, solo que aderezado por sus propios delirios, invenciones y exageraciones.
El inexacto cumplimiento de las instrucciones dadas a los encomenderos no acababa de resolverse, como no acababa de resolverse la mortandad de indígenas, en general, no solo en las encomiendas, y sin excluir las que estuvieron bajo la titularidad de Bartolomé de las Casas. Por esos motivos, los dominicos elevaron unas protestas que encontraron respuesta por parte de la Monarquía Hispánica, y que se plasmaron en una nueva legislación: las Leyes de Burgos y Valladolid, de 1512 y 1513.
Mientras se desarrollaban estas denuncias y se redactaban estas legislaciones, Bartolomé de las Casas era encomendero. En 1512 era ordenado sacerdote por el obispo de Puerto Rico, don Alonso Manso, y seguidamente sería nombrado capellán de la expedición que Diego Colón organizó para la ocupación y colonización de la isla de Cuba, al frente de la cual iba el gobernador Diego Velázquez con sus capitanes Pánfilo de Narváez y Juan de Grijalba.
Tras seguir ejerciendo la encomienda en Cuba, acabó convirtiéndose en su peor enemigo y renunció a la que estaba explotando, contrariando la voluntad de su amigo Diego Velázquez.
En 1515 viajó por segunda vez a la Península, donde permanecería catorce meses, con la idea principal de exponer su visión del asunto al rey Fernando, regente de Castilla, pero la entrevista, que tuvo lugar el 23 de diciembre de 1515, no tuvo el éxito deseado dado que el rey, cercano ya a su muerte, carecía ya de ningún ánimo para atender nada salvo su tránsito. Tan fue así que nunca llegó a celebrarse la segunda entrevista que habían concertado, al haber fallecido en ese plazo.
A Las Casas le quedaba una segunda alternativa: los regentes Cisneros y Adriano de Utrecht, con quienes se entrevistó el 8 de marzo de 1516, y a quienes hizo entrega de un “Memorial de Agravios”.
En el mismo, el antiguo encomendero expone los abusos que bajo su entendimiento se estaban cometiendo en las encomiendas, y propone su disolución, al tiempo que propone también suprimir las guerras de conquista por considerarlas ilícitas.
Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores. (Las Casas. Brevísima Indias: 3)
Tuvo que escuchar Cisneros el acalorado relato de un sacerdote que le relataba una situación de inhumanidad sin parangón, llevada a cabo, precisamente, por cristianos españoles, dos extremos que caían dentro de su competencia, uno como regente y otro como cardenal. La muerte por enfermedad, que también cita Las Casas, parece no alarmar, cuando manifiestamente era la principal causa de mortandad. La situación debía ser aclarada cuanto antes, máximo cuando estaba esperando la llegada de Carlos, que venía de Flandes para ser coronado rey.
Y es que lo que contaba el futuro dominico (entraría en la orden en 1522, seis años después), rebasaba todos los límites aceptables. Estaba relatando las hazañas de una banda de asesinos sin ningún tipo de moral, control ni freno. ¿Cómo podía el cardenal dejar de investigar la verdad de lo que le era relatado cuando entre las afirmaciones se señalaban actuaciones propias de bestias?
Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas. (Las Casas. Brevísima, Indias: 4)
Un segundo memorial sería el “de remedios”, por el que señalaba caminos para mejorar la situación de los indios, y que consistía en enviar familias españolas para trabajar en igualdad con los indios, amén de señalar inspectores que vigilasen el cumplimiento estricto de las normas, y el establecimiento de un tribunal de la Inquisición.
Los cardenales quedaron lógicamente alarmados ante la situación presentada por tan vehemente y letrado personaje, por lo que pusieron a trabajar a un grupo de expertos entre los que se encontraba el propio arzobispo Adriano, al tiempo que le encargaban expusiese el asunto a Juan López de Palacios Rubios, quienes junto a Fray Antonio de Montesinos redactaron el memorial.
Por su parte, Cisneros, y en base a los informes recibidos, redactó unas Instrucciones destinadas a mejorar la situación de los indios, y considerando que las mismas iban a ir en contra de la voluntad de las autoridades de La Española, empezando por su gobernador, Diego Colón, encargó las reformas a tres frailes jerónimos, ajenos a su orden y ajenos a Bartolomé de Las Casas, garantizando con la medida un principio de ecuanimidad.
Los informes de los jerónimos, que acudieron acompañados de Las Casas, con quién estarían de regreso en junio de 1517, significarían un varapalo para la actuación de éste, más vehemente que atento a la realidad de lo que le rodeaba, pero no significó su abandono. En 1517 regresó a entrevistarse nuevamente con el cardenal, al que encontró enfermo de muerte en Aranda de Duero, cuando se desplazaba para encontrase con Carlos I, que venía de Flandes.
Una vez muerto el cardenal, Las Casas alardeó de que Cisneros lo había nombrado defensor universal del indio, pero ese extremo no se halla documentado.
Entonces entró en contacto con los flamencos y el canciller Jean de la Sauvage lo introdujo en la Corte para que expusiese sus opiniones al joven rey, quién quedó admirado y le animó para que redactase su “Brevísima”, que no vería la luz sino hasta treinta y cinco años más tarde. Desde entonces siempre estaría bajo su amparo.
También el señor de Chievres, Guillermo de Croy, ayo de Carlos I, prestó especial atención a Las Casas, mientras relegaba al también fraile Fr. Bernardino Manzanedo. Carlos tenía 16 años.
Con ese paraguas, ese mismo año 1517 inició Las Casas un período de planes utópicos de población pacífica semejante a la Utopía de Tomás Moro escrita el año anterior.
Colonos honestos y piadosos formarían una «hermandad religiosa», vestirían hábito blanco con cruz dorada al pecho, provista de unos ramillos que la harían «muy graciosa y adornada» –el detallismo es frecuente en el pensamiento utópico–, serían armados por el Rey «caballeros de espuela dorada», y esclavos negros colaborarían a sus labores. Estos planes no llegaron a realizarse, y el que se puso en práctica en Tierra Firme, en Cumaná, Venezuela, fracasó por distintas causas. (Iraburu 2003: 18)
Estaba Carlos recorriendo España buscando apoyos para su coronación como emperador, y a todos los lugares, arropado por la corte flamenca, acudía Las Casas en la confianza de recibir su apoyo, que finalmente consiguió el 19 de mayo de 1520, cuando, acosado por los levantamientos comuneros se encontraba en La Coruña.
Los flamencos defendían con ardor los asuntos propuestos por Las Casas manifestándose abiertamente en su favor, y Juan Rodríguez de Fonseca, presidente de los asuntos de Indias en el Consejo Real, sin duda por no enfrentarse con los protectores de Las Casas, cambió de actitud, en principio contraria a fray Bartolomé y se convirtió en colaborador para conseguir la resolución favorable de sus asuntos, complaciéndole en todo cuanto de él dependía, y pasando a ser su protector.
La Corona le concedió la provincia de Paría hasta la de Santa Marta exclusive, en la desembocadura del río Orinoco (doscientas sesenta leguas de la costa que corre del Este al Oeste de la Tierra Firme, y por el interior, siguiendo en línea recta desde ambos extremos, hasta la mar del Sur), un inmenso territorio, para desarrollar allí sus planes, consistentes en asentar agricultores, artesanos y religiosos, con los que aseguraba tener suficiente para instruir diez mil indios en un plazo de dos años, lo que además acarrearía una importante renta para la corona.
Se le había conferido el mando de ciento veinte soldados cuya labor estaría supeditada a las instrucciones de los frailes, que se dedicarían a la predicación,
y sólo lucharían contra ellos si Las Casas certificaba personalmente que eran caníbales o que se negaban a aceptar la fe. (Thomas, el imperio español)
Con estas instrucciones, y tras haberse licenciado en derecho canónico, partió para su misión pasado por Puerto Rico, donde se encontró que los indios de Chiribichi y Maracapana habían dado muerte a los frailes que tenían allí establecido un convento.
Embarcó en noviembre de 1520, dos años y medio después de su misión con los Jerónimos, con setenta labradores que debían completarse con otros cincuenta seleccionados de las Indias, llegando á Puerto Rico en febrero de 1521.
En agosto de 1521 llegaría a Cumaná para implantar su doctrina desde la desembocadura del río Orinoco hasta el Golfo de Maracaibo. La presencia española en el lugar se retrotraía hasta 1513, siendo que en el transcurso de esos años, la misión había sido destruida por los indios, y había sido vuelta a instaurar en 1515 por fray Pedro de Córdoba.
Pero las cosas no empezaron como el dominico había previsto, y sus tesis se enfrentaron con la negativa a apoyarle en los cambios que proponía por parte de los pocos españoles que encontró. Y es que, si las circunstancias eran penosas para los nativos, no eran mejores para los españoles, que por supuesto, si ya tenían pensado abandonar las Indias, veían reforzado su pensamiento si se aplicaban las reglas del dominico.
Las Casas no encontró esperándole a los «modestos e industriosos granjeros» que había traído de España para llevar a cabo su colonización, pues algunos de ellos habían muerto, otros se habían quedado sigilosamente en Puerto Rico y otros pocos se habían unido a Juan Ponce de León en un nuevo viaje a Florida y habían partido el 26 de febrero. (Thomas, el imperio español)
La experiencia tuvo un final poco acorde con las expectativas del dominico. La bondad natural del indio, base de los argumentos del fraile, no estaba en el espíritu de aquellos a quienes acudía a evangelizar. Los indios, caníbales, se habían sublevado y dado muerte a algunos misioneros. Las Casas se unió a una expedición militar de castigo. Mientras, los labradores se habían dispersado y ninguno quería quedarse.
Corría el año 1522. Amargado por la contrariedad, acabó ingresando en la Orden dominicana, en La Española, en septiembre de ese mismo año, profesando al año siguiente. Tenía cuarenta y ocho años.
Durante unos años, y como exigencia de la propia orden, permaneció en el convento, donde acabó adquiriendo grandes conocimientos de Teología, y dando forma a su producción literaria.
Con ese encargo principal, Las Casas escribió su Historia General de las Indias y su Apología o Declaración y defensa universal de los derechos del hombre y de los pueblos, que resulta un excelente tratado, y con la fe del nuevo converso que era, redactó un informe cargado de vaguedades e imprecisiones, su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en el que relata una serie de horrores supuestamente cometidos por españoles, pero sin indicar nunca el momento y el lugar donde tuvieron ocasión esos supuestos actos; sin señalar si esas habían sus actuaciones durante el tiempo que él mismo había sido titular de encomiendas, dando la sensación que tal era el modo habitual de proceder de todos los españoles desplazados a las Indias.
Unos horrores que el dominico se encarga de ampliar de forma panfletaria, sin duda en el conocimiento de que sus exposiciones alarmarían sobremanera a una sociedad educada en el humanismo cristiano que, carente de otras noticias y dado a creer los relatos más estrambóticos (recordemos que un siglo después Cervantes arremetería contra las novelas de caballería), creería a pie juntillas un argumento medianamente bien hilvanado.
Inventa un genocidio indígena, que, conforme se avanza en la lectura de su obra se cobra un número diferente de víctimas. Al principio, doce millones de muertos, luego asciende el número a quince millones, y finalmente asegura que pudieron llegar hasta los veinticuatro millones.
Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos. (Las Casas. Brevísima, Indias: 4)
Se refiere a la isla de La Española. Semejante barbaridad, además de señalar una superpoblación de la isla que de haber existido hubiese significado la aniquilación de todos los recursos y por consiguiente el exterminio de la población, la adoba con otra barbaridad y arremete contra el derecho natural cuando al atacar el permiso de esclavizar caníbales acaba afirmando:
Se prueba que la ley natural no prescribe nada determinado, en primer lugar, porque si en general algo es de derecho natural, la disposición y el orden, cuándo y cómo se debe hacer eso en materia de derecho positivo; esto no es otra cosa que cierta determinación del derecho natural que establece el soberano o el estado. (Las Casas, Apología: 230)
E incide sobre la materia de forma más explícita:
Cualquiera que inmola hombres a Dios, puede hacerlo llevado de su razón natural. (Las Casas, Apología: 235)
Y justifica el aserto mediante citas bíblicas. (Las Casas, Apología: 235-244)
Como otra muestra de la mente acalorada del fraile, cabe señalar, entre su mar de incongruencias, y por azar, una en la que afirma que de «los tres cientos (millones) de almas» que dice había en La Española «no hay hoy doscientas personas», y la isla de Cuba «está hoy casi toda despoblada». En las islas de Lucayos, donde había «más de quinientas, mil almas, no hay una sola criatura»… Y es destacable esta cita porque inmediatamente antes, en el mismo texto, recomendó que los habitantes de Lucayos fueran trasladados a La Española por la pobreza del terreno, el cual ahora lo hace «más fértil que huerta del rey de Sevilla».
De vuelta a la Península en 1539, en su cuarto viaje, al que dedicaría cuatro años, lejos de haber perdido la confianza de la Corona, fue encargado de una nueva misión e informado que los indios eran vasallos, recibiendo con ello el encargo de protegerlos como tales.
En 1531 había propuesto ante el Consejo de Indias que para liberar a los indios de sus trabajos deberían llevarse, desde África, 4000 negros. Tan buena idea le pareció que en 1542 volvió a insistir en la introducción de esclavos negros en las Indias. Cierto que posteriormente abominó de esta iniciativa.
Debido a lo que se planteaba, el 20 de noviembre de 1542 se promulgaron las Leyes Nuevas, en las que se prohibía la esclavitud de los indios y se ordenaba que todos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se ordenaba además que, en la exploración de nuevas tierras, deberían participar siempre dos religiosos, que vigilarían que los contactos con los indios se llevaran a cabo en forma pacífica dando lugar al diálogo que propiciara su conversión.
Fue durante esta estancia en la Península cuando, a finales de ese mismo año terminó de redactar en Valencia su obra más conocida, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, dirigida al príncipe Felipe (futuro Felipe II), entonces encargado de los asuntos de Indias.
En 1543, tras la publicación de las Leyes Nuevas, fue nombrado obispo de la pobre diócesis de Chiapa (sur de México/norte de Guatemala), cargo del que tomó posesión en Sevilla, y toma efectiva en 1545, al que renunció en 1550 (había regresado definitivamente en 1547), fracasada su obra pastoral tras dos años escasos de ejercicio. Curiosamente, y a pesar de su evidente fracaso, todos estaban dispuestos a creer su novelesca relación.
Tan es así que llevó a la Corona a convocar en Valladolid un encuentro de juristas que pasó a la historia como “Controversia de Valladolid”, celebrado en esa ciudad en dos periodos, Agosto-Septiembre de 1550 y Abril-Mayo de 1551, en el que confrontaron sus tesis, por una parte Fray Bartolomé de las Casas, y por otra Juan Ginés de Sepúlveda.
Hecho inaudito en la Historia de la Humanidad, el conquistador se cuestiona, con razonamientos profundamente jurídicos, su derecho a la conquista. España se planteaba cuales eran las funciones que el derecho le permitía desarrollar en esas nuevas tierras y con esas nuevas gentes. Ni Roma, madre de España y madre del derecho, había llevado a cabo algo semejante.
Con un añadido nada desdeñable: En aquellos momentos de eurocentrismo, de renacimiento cultural, se cuestionaba la naturaleza del indio; ¿era humano? Si lo era, ¿tenía derecho España a conquistarlo? ¿Podía España ejercer soberanía sobre unos pueblos tan distantes y tan desconocidos?, ¿era lícito hacerles la guerra?
Evidentemente, el descubrimiento de un nuevo mundo significó un revulsivo en la Historia de España y de la Humanidad; un hecho que significó un cuestionamiento de la vida y del derecho, y que daría lugar a la creación de un cuerpo jurídico sin precedentes y al nacimiento del derecho internacional.
La cuestión no era baladí, hasta el extremo estaba implicada en la vida intelectual de España, que Carlos I acabó prohibiendo la prosecución de la Conquista (otro hecho sin parangón en la Historia de la Humanidad), manteniéndose esa prohibición durante diez años, cuando comprendió que no conquistando las Indias bajo el paraguas del Humanismo cristiano, se dejaba la puerta abierta para que fuesen conquistadas por el materialismo europeo, lo que ocasionaría un genocidio sin precedentes, como efectivamente sucedería posteriormente con la entrada de los ingleses en Norteamérica.
Pero esa realidad se iría desarrollando con el tiempo, con sus errores y con sus aciertos.
No cabe duda que el inicial responsable de esas medidas, y sin olvidar como precursor a Montesinos, fue Fray Bartolomé de las Casas, pero tal vez, esa responsabilidad es sólo parcial, siendo mayor la responsabilidad de Carlos I, de Francisco de Vitoria, de Melchor Cano y de los otros juristas que tomaron cartas en el asunto a consecuencia de esta situación, sin olvidar la figura de Ginés de Sepúlveda, quién a pesar de sufrir el ninguneo de la Corona; a pesar de defender la acción de España con algunos argumentos que hoy nos pueden parecer fuera de lugar, defendía su postura también con otros argumentos sólidos, tanto y más que los de Bartolomé de las Casas, porque también es cierto que Fray Bartolomé de las Casas desarrolló su capacidad dialéctica muy por encima de la realidad que conocía de la población indígena. Su “buenismo” lo llevaba a insultar a los conquistadores españoles acusándolos de la hecatombe de la población indígena, cuando el hecho cierto es que, como ya queda señalado, la mortandad de indígenas era enorme, pero la de españoles, expuestos a unas condiciones climáticas como las del Caribe, también, y ni una ni otra se hubiese producido jamás si en aquellos momentos hubiese existido la penicilina.
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. (Las Casas. Brevísima, Indias: 4)
Cierto es que en algunas partes hubo una gran mortandad, derivada de las infecciones de enfermedades transportadas por los españoles. América fue un encuentro para todo; para lo bueno y para lo malo. Los españoles murieron por enfermedades tropicales a las que los indígenas eran inmunes, y contrajeron, entre otras cosas, la sífilis. Parece injusto acusar a los indígenas americanos de esa mortandad. En sentido contrario, sin embargo, y sin duda alarmado por la inmensa mortandad, señala Fray Bartolomé de las Casas:
La isla de Cuba es casi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy casi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura.” (Casas, Brevísima)
Las exageraciones que Las Casas deja patentes quedan expresadas de forma preclara en su “Apología” cuando, siendo que la obra está escrita a principios del siglo XVI, afirma:
Quizá les han hecho grandes injurias con violencia cruel y salvaje, como es el caso de los indios que mataron a algunos predicadores, no porque fueran predicadores, sino porque ellos y todos los pueblos indios habían recibido de los españoles injurias y daños inauditos DESDE HACE SIGLOS. (Las Casas, Apología: 168)
Dando por sentado que Las Casas decía verdad al asegurar que contra los indios se cometieron injurias generalizadas, ¿se venía haciendo desde hacía siglos?
Las exageraciones de Fray Bartolomé no se ceñían en exclusiva al maltrato de los indios, que como queda reflejado, existió, pero cabe preguntarse hasta dónde existió, si atendemos otras informaciones suministradas por el mismo relator, que presentaba la isla de Trinidad más grande que Sicilia así como otras exageraciones de ese mismo tenor, por ejemplo:
El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir. (Las Casas. Brevísima, Indias: 5)
Maguá es una región al nordeste de La Española. De ser cierta la afirmación del dominico, sencillamente no existiría esa superficie de tierra, ya que viene a ser la quinta parte de La Española, cuya superficie total es de 76.480 km2… Unos 15.000 km2 para 12 ríos tan grandes como el Ebro, cuya cuenca hidrográfica ocupa 86.100 km2.
Parece que en lo relativo a la geografía humana usaba de los mismos argumentos, siendo que de todo echaba la culpa el dominico a los españoles en general y a la encomienda en particular, con lo que generó un falso conocimiento de la realidad de los unos y de la otra, dando lugar a la idea inexacta de lo que era la encomienda.
Y en cuanto a otros aspectos…
han sacado de aquella provincia (de Nicaragua) indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo, más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo (como se dijo) una de las más pobladas del mundo. (Las Casas. Brevísima, Indias: 12)
Y más…
En este reino o en una provincia de la Nueva España, yendo cierto español con sus perros a caza de venados o de conejos, un día, no hallando qué cazar, parescióle que tenían hambre los perros, y toma un muchacho chiquito a su madre e con un puñal córtale a tarazones los brazos y las piernas, dando a cada perro su parte; y después de comidos aquellos tarazones échales todo el corpecito en el suelo a todos juntos. (Las Casas. Brevísima, Indias: 21)
Los escritos relativos al maltrato infligido a los indios son espeluznantes, pero, sin por ello quitar importancia al maltrato que realmente existió (pensemos en las denuncias de Fray Antonio de Montesinos), no pasan de ser un relato novelesco de terror. De otro modo, en lugar de ser intemporales, sin ubicación concreta y sin señalamiento de algún responsable, estarían plagados de nombres con los que relacionar los hechos.
Después de todo, lo curioso es que Las Casas admite contra los herejes los métodos que según él se aplicaban a los indios.
No obstante, parece que, efectivamente, en las encomiendas se producían excesos inaceptables, pero también es cierto que la sabiduría popular nos indica que no se pueden cazar moscas a cañonazos… Y a lo que parece, justo eso fue lo que hizo el buen dominico, obteniendo un crédito sin límites nada menos que en el Rey Carlos I, que no sólo protegió al autor de un libelo (la Brevísima relación de la destrucción de las Indias), sino que facilitó la difusión del mismo.
Es encomiable la labor de de las Casas. Su ardiente defensa del indio, que en gran parte no es más que muestra de la actitud desarrollada por España, ha servido para crear, junto a los dicterios de Antonio Pérez, la leyenda negra contra España que con tanta profusión fue divulgada por Europa… y que hoy nadie se cree, salvo los españoles, acomplejados de su ejemplar historia e incapaces de ver, hoy, la diferencia entre la realidad humana existente también hoy en el mundo hispánico y la existente en el mundo anglosajón. Argumento que no se sostiene tras una mera observación del mapa humano de América existente en 2018.
Por todo lo publicado, y sin lugar a dudas, Las Casas representa la piedra angular de la leyenda negra, que alcanza situaciones límite que sólo pueden encontrarse en lo acaecido en Australia con la dominación británica, donde se cazaba a los aborígenes hasta 1945.
Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. (Las Casas. Brevísima, Indias: 4)
Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. (Las Casas. Brevísima, Indias: 5)
Vide… ¿Dónde? Si tiene las agallas de decir semejante cosa, ¿por qué no dice dónde?, ¿por qué no dice quién? ¿Será mentira?
Pero las resultas de la publicación de la obra de Bartolomé de las Casas tuvo como consecuencia la reacción de los enemigos de España, que acogieron las barbaridades que con intención bondadosa dice el dominico como arma arrojadiza contra un imperio que amenazaba con expandirse sin límite por el mundo, difundiendo la doctrina cristiana en todas las latitudes. Los enemigos políticos del emperador Carlos y los partidarios de la Reforma religiosa, que acababan siendo la misma cosa, difundieron la obra proclamando la crueldad del pueblo español, que masacraba a los indígenas. Poco importa que el hecho fuese falso; poco importa que los europeos sí aplicasen el genocidio. Lo importante era, como hoy es, la propaganda… Y todo sin atender al hecho de que el Imperio Español apoyaba a quién tales barbaridades decía, y le daba un cargo político: el de Defensor Universal de Indio.
Y lo que es evidente es que «Las Casas se pierde siempre en vaguedades e imprecisiones. No dice nunca cuándo ni dónde se consumaron los horrores que denuncia, tampoco se ocupa de establecer si sus denuncias constituyen una excepción. Al contrario, en contra de toda verdad, da a entender que las atrocidades eran el único modo habitual de la Conquista.» (Messori:)
Y no fue sólo Carlos I. Felipe II, como su padre hizo toda la vida, confiaba en Las Casas; lo nombró miembro de su “consejo privado” y lo invitó a participar en los procedimientos diarios del Consejo de las Indias. El 18 de julio de 1566, a la edad de ochenta y dos años, Bartolomé de Las Casas murió en el convento dominico de Nuestra Señora de Atocha en Madrid.
El crédito del fraile, inconcebiblemente tras una lectura meditada de su “Brevísima”, era absoluto.
No obstante, las denuncias efectuadas por Fray Bartolomé de las Casas fueron respondidas por Juan Ginés de Sepúlveda, jurista de primer orden que frente a las teorías buenistas de Las Casas defendía el derecho de Conquista de España, basándose, entre otros argumentos, en que si no era España quién conquistase y expandiese la doctrina cristiana, serían los herejes europeos quienes conquistarían y someterían bajo un signo distinto. Sobre la licitud de la conquista de América publicó en Roma en 1550 Democrates alter, sive de iustis belli causis suscepti contra Indos, que curiosamente sería prohibido en España, mientras la obra de Bartolomé de las Casas fue editada en Sevilla con todos los plácemes.
Fr. Bartolomé de las Casas, que tenía más de filántropo que de tolerante, procuró acallar por todos los medios posibles la voz de Sepúlveda, impidiendo la impresión del Democrates alter en España y en Roma, concitando contra su autor a los teólogos y a las universidades, y haciendo que el nombre de tan inofensivo y egregio humanista llegase a la posteridad con los colores más odiosos, tildado de fautor de la esclavitud y de apologista mercenario e interesado de los excesos de los conquistadores. (M. Pelayo)
Lamentablemente este tipo de pago a sus grandes hombres no es extraño en España. El mismo Hernán Cortés, que en esas fechas se encontraba en España, fue manifiestamente desdeñado, despreciado y marginado después de haber llevado a efecto una de las hazañas más grandes jamás realizadas por el género humano, de la que España siempre deberá sentirse sumamente orgullosa. Evidentemente, Hernán Cortés pagó la culpa del sarampión y de la gripe, y Sepúlveda, también, y todo para que, además, España entera esté pagando durante cinco siglos su incompetencia al ser incapaz de poner a sus héroes y sus hazañas en el lugar que les corresponde, mientras ignora como perrito fiel los genocidios de sus eternos enemigos, a quienes sigue y obedece lacayunamente mientras digiere como ejemplos de perfección las mentiras que sobre la actitud de cada pueblo en la Historia han compuesto los ilustrados.
Es de destacar lo que el dominico decía sobre Hernán Cortés, sin llegar nunca a nombrarlo:
desde la entrada de la Nueva España, que fué a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles hicieron continuamente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico e a su alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes e harto más felices que España…/… Estas tierras todas eran las más pobladas e llenas de gentes que Toledo e Sevilla, y Valladolid, y Zaragoza juntamente con Barcelona, porque no hay ni hubo jamás tanta población en estas ciudades, cuando más pobladas estuvieron, que Dios puso e que había en todas las dichas leguas, que para andarlas en torno se han de andar más de mil e ochocientas leguas. Más han muerto los españoles dentro de los doce años dichos en las dichas cuatrocientas y cincuenta leguas, a cuchillo y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres e niños, y mozos, y viejos, de cuatro cuentos de ánimas. (Las Casas. Brevísima, Indias: 13)
Estas acusaciones debieron pesar en la orden de la que era portador el nuevo gobernador de la Nueva España, Diego Colón, que en 1522 estaba obligado a proceder con todo rigor contra Cortés, hasta matarle si ofrecía resistencia.
Parece como si la labor de Las Casas tuviese cierta relación con la amistad que le unía al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, que por su parte llevaba ejerciendo una guerra declarada a Hernán Cortés. En ese orden, el monje hace un relato de la “Noche Triste”, y de las acciones heroicas de Cortés, que podemos calificar de penoso, y por supuesto, de base para la leyenda negra.
Un hecho concreto, el de Cholula, puede servirnos de ejemplo. En este lugar presentaron una celada a Cortés, con ánimo de matar a todos los españoles que fue desarticulada por Malinche, que fue avisada por una india conspiradora para que abandonase la compañía de los españoles.
y si ella se quería salvar, que se fuese con ella, que ella la guarecería…. después que tuve los Señores dentro en aquella sala, los dejé atando, y cabalgué, e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano, que en dos horas murieron más de tres mil hombres. Y porque Vuestra Majestad vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposentamiento, tenían todas las calles tomadas, y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto, fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los Caudillos, porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres, y casas fuertes, donde se defendían, y nos ofendían. Y así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad, por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal, y otros cuatrocientos de Cempoal…./… Muteczuma tenía allí, en tal parte, que según después pareció, sería legua, y media, cincuenta mil hombres en guarnición para hacerlo. Pero que ya conocían cómo habían sido engañados, que soltase uno, o dos de ellos, y que harían recoger la gente de la ciudad, y tornar a ella todas las mujeres, y niños, y ropa que tenían fuera, y que me rogaban, que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban, que de allí adelante nadie los engañaría, y serían muy ciertos, y leales vasallos de Vuestra Alteza, y mis amigos. (Cortés: 56)
Las cosas empeorarían cuando Cortés estaba en Tenochitlán, ya que a socapa de la alianza que pactó con Moctezuma, se gestó una traición en Veracruz, donde los indios acabaron asesinando a unos españoles que, confiados en la alianza, acompañaron a servidores de Moctezuma.
En sus Cartas de relación, Cortés deja perfectamente expresada la situación, pero Las Casas, que demuestra conocer el texto, lo interpreta, como hace con las otras cuestiones, a su aire; obvia la retahíla de traiciones y celadas que Moctezuma hizo a Cortés; obvia que el ejército de Cortés estaba compuesto en porcentajes cercanos al 100% por indios; obvia que estos indios no pudieron entrar en Tenochitlan por expresa imposición de Moctezuma, y obvia la traición que directamente provocó su captura.
Las Casas relata así el hecho, prácticamente calcado del relato hecho por Cortés, salvo en el hecho, significativo por demás, que el plazo del prendimiento de Moctezuma lo reduce, de seis días, a prácticamente la inmediatez.
De Cholula caminaron hacia Méjico, y enviándoles el gran rey Motenzuma millares de presentes, e señores y gentes, e fiestas al camino, e a la entrada de la calzada de Méjico, que es a dos leguas, envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la ciudad, saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos. (Las Casas. Brevísima, Indias: 14)
No paró ahí en sus ataques a Cortés, a quién acusa de acosar a los indios y buscar esclavizarlos.
Pasó este gran tirano capitán, de la de Mechuacam a la provincia de Jalisco, que estaba entera e llena como una colmena de gente poblatísima e felicísima, porque es de las fértiles y admirables de las Indias; pueblo tenía que casi duraba siete leguas su población. Entrando en ella salen los señores y gente con presentes y alegría, como suelen todos los indios, a rescibir. Comenzó a hacer las crueldades y maldades que solía, e que todos allá tienen de costumbre, e muchas más, por conseguir el fin que tienen por dios, que es el oro. Quemaba los pueblos, prendía los caciques, dábales tormentos, hacía cuantos tomaba esclavos. Llevaba infinitos atados en cadenas; las mujeres paridas, yendo cargadas con cargas que de los malos cristianos llevaban, no pudiendo llevar las criaturas por el trabajo e flaqueza de hambre, arrojábanlas por los caminos, donde infinitas perecieron. (Las Casas. Brevísima, Indias: 19)
Pero por las leyes dictadas por el propio Cortés, y por la existencia de esclavos marcados en la cara con la “G” de guerra en los bienes que le restaban en la hora de su muerte se puede inferir que lo señalado por Las Casas a este respecto también es falso, porque si bien es cierto que esos esclavos existían, también es cierto que todos eran viejos, procedentes de las incursiones de primera hora.
Lo que es cierto es que la filosofía de Bartolomé de las Casas fue atendida y auspiciada por el Imperio español. Carlos I no fue ajeno a los escritos de las Casas, siendo que sus tesis, mucho antes que la “declaración universal de derechos”, de corte liberal, tuvieron reflejo en su “declaración y defensa universal de los derechos del hombre y de los pueblos”. Ciertamente, las explicaciones de Las Casas pasan de lo peregrino, sin embargo hay una cuestión que prima incluso sobre las fábulas que cuenta, y que primaron también sobre el Emperador: Lo primero era la defensa de los derechos del indio.
Y para ello se tomaron medidas jurídicas con todas las consecuencias. Pero después de todo, ¿es justificable la acción de Bartolomé de Las Casas? ¿No es suficiente la denuncia veraz?, ¿No basta con la pléyade de defensores honestos del indio que adornan la conquista?
Parece que el ardor de Bartolomé de las Casas hubiese estado mejor dedicado a otros objetivos, puesto que resulta evidente, a la vista de la relación de fuerzas existente en el momento de la Conquista que los conquistadores se apoyaron mucho en la fe cristiana en las distintas conquistas, lo que causó su triunfo.
Y tiene que ser un alemán quién ponga los puntos sobre las íes:
En mi obra sobre Méjico he probado, cuan equivocadamente se ha supuesto como un hecho general, la disminución y destrucción de los indios en las colonias españolas; todavía existen en las dos Américas mas de seis millones de raza bronceada, y aunque se hayan disuelto ó confundido una cantidad de tribus y de lenguas, no se podría dudar, sin embargo, que el número de indios ha aumentado considerablemente entre los trópicos, en aquella parte del Nuevo Mundo donde no habia penetrado la civilización hasta Cristóbal Colomb. (Humboldt, 1826 tomo II: 124)
Por otra parte, si el culpable de la mortandad indígena no fue otro que el sarampión y la gripe, el responsable del desarrollo de la vida cultural de los indígenas, sí fue el conquistador español; y es que, como nos recuerda Matthew Restall,
“el declive demográfico no supuso la decadencia de la cultura indígena en ningún sentido. Las culturas autóctonas evolucionaron de forma más rápida y radical durante el periodo colonial [sic], como consecuencia del contacto con la cultura española y la necesidad de adaptarse a las nuevas tecnologías, exigencias y métodos.” (Restall)
Todo señala a Bartolomé de las Casas como un majadero, pero a pesar de todas sus majaderías, y de acuerdo con la opinión de Ana Manero Salvador, Las Casas fue el gran defensor de la causa india. Bajo su presión se promulgaron leyes protectoras de los indios y los proyectos de colonización pacífica como los que se llevarían a cabo en Verapaz entre 1537 y 1550. Fue quién intentó que los reyes de Castilla se convencieran de la necesidad de que en la sociedad indiana los colonos y los indios pudieran llegar a tener una convivencia pacífica, en la medida en que ambos colectivos se componían de seres racionales y libres con los mismos derechos como súbditos de la corona de Castilla. Y legitimaba la conquista sólo por la necesidad de evangelización de los pueblos nativos” (Manero). Pero al fin, no hacía sino recordar la obligación de cumplir las instrucciones que sobre la conservación de las Indias ya había promulgado la reina a la que muchos consideran Santa: Isabel.
Lo que parece cierto es que Bartolomé de Las Casas es exagerado en extremo, tanto que el sentido común y la Historia no pueden considerar sino como imposibles y falsos la mayoría de los datos concretos que aporta, e inverosímiles las atrocidades contadas.
Hay quién afirma que necesitó hacerlo porque hacía falta llamar la atención. Representa la exaltación de la bondad indígena, y la representa machacada por parte de la población española explotadora. ¿Que es seguro que se dieron casos de explotación?, Si. ¿Que se puede decir lo que dice Las Casas?... Personalmente creo que es un insulto a la inteligencia y un ataque al ser y la esencia de España.
Con un añadido: Las Casas pasó a cobrar 100 pesos oro al año como procurador de los indios, y cuando fue nombrado obispo de Chiapas, medio millón de maravedís al año… Y cuando decidió dejar su cargo de obispo, pasó a cobrar una pensión de doscientos mil maravedís, y esto, que puede ser considerado lícito se une a que, según se cuenta, dedicó más tiempo a los viajes que a ejercer la caridad (hizo seis viajes a los que dedicó 29 años, siendo que de los treinta y dos años que pasó en América, doce los cumplió como encomendero y diez permaneció enclaustrado), que nunca aplicó, del mismo modo que nunca aprendió una lengua indígena ni trató como iguales a quienes pretendía defender, y se asegura que nunca hizo por educarles ni enseñarles algo de provecho. Fray Toribio de Benavente, clérigo misionero, llegó a escribir a Carlos I que Las Casas era un hombre bullicioso y pleitista, injuriador, “yo conozco a De Las Casas quince años (..) y siempre está escribiendo procesos y vidas ajenas, buscando los males y delitos”.
Podrá alegarse que el dominico se limitaba a aceptar las gracias que le eran concedidas, pero no es así. Directamente las buscaba, reclamando en los lugares que suponía provechosos. Así escribía al gran canciller Mercurio Gattinara cuando se estaba tratando en la Corte sus reclamaciones personales:
aún se duda ahora de si se me dará la províncía del cenu para poner en ella el remedío que por servir a Dios y al rey nuestro señor en ella y en las otras me profiero a poner/ por ende fuplico a v.s. muy humildemente que consideradas y vistas las razones e inconvenientes que aqui pongo que son verdaderas y justas que v.s con el muy alto real consejo quiten y pongan todo lo que fueren servidos y dese ya la final conclusión visto que la negociación sea y quede en sí con posible porque yo pueda hacer fruto, porque ya me caya a comenzar a servir a su alteza. (Las Casas: Gattinara)
En la misma carta a Gattinara se queja de que no le dieron una pesquería en Paría, por lo que no podría recoger perlas.
Sirva lo expuesto para hacerse una idea de quién era Fray Bartolomé de las Casas, un personaje que figura en el santoral protestante.
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