Es común, cuando se habla de masonería, enredarse en postulados esotéricos y perder absolutamente el norte a la hora de encontrar alguna explicación a los asuntos en los que se encuentra envuelta.
Por nuestra parte, vamos a ser justamente lo contrario, exotéricos. Vamos a analizar la organización para procurar entender su origen, a través de sus actuaciones.
En principio, la parafernalia de la que permanentemente hace gala, nos permite apuntar al origen de la misma. Es muy curioso observar la semejanza existente entre sus ritos y los ritos de la corona británica. Tal vez sólo sea casualidad, algo que sólo podremos dilucidar atendiendo las acciones que lleva a cabo.
Esta observación puede causarnos alguna contrariedad, porque esas actuaciones pueden ser, a primera vista, divergentes; así, en unos momentos puede propiciar el ascenso de unas ideas y unas actuaciones tendentes a unos objetivos, y en otras ocasiones hacer lo mismo con postulados contrarios… Pero esa actividad no tiene lugar en Inglaterra, sino en otros lugares donde tiene intereses Inglaterra… También puede ser casualidad.
Lo que no es casualidad, o tal vez sí, es que la masonería fue creada oficialmente en Londres el año 1717, teniendo entre sus objetivos la fraternidad, la libertad y la igualdad. Sin lugar a dudas tres grandes principios que, casualmente, coinciden con los postulados iniciales de la Revolución Francesa. En 1723 fueron redactadas las Constituciones de Anderson, que marcan los puntos programáticos de la organización en los que se basan la mayor parte de las formaciones masónicas.
También puede ser casualidad que seis años antes había sido firmado el humillante Tratado de Utrecht, como también puede ser casualidad que ese mismo año 1711 fue hecho público en Inglaterra un manifiesto titulado “una propuesta para la humillación de España”, que es la clave intelectual para determinar el nacimiento de la masonería.
La relación entre la masonería y la propuesta para la humillación de España, coinciden en el tiempo. También puede ser casualidad, como también puede ser que la redacción de la propuesta fuese el origen de la creación de aquella.
Lo que no es casualidad es que, tanto en la Revolución Francesa, como en las guerras separatistas de América, como en la Revolución Rusa, la masonería jugó un papel principalísimo… mientras Inglaterra se limita a beneficiarse de las actuaciones llevadas por la masonería, en cuya organización la casa real británica ocupa los primeros puestos.
La masonería, además, es dada a luz en unas fechas en las que la lucha contra España comenzaba a transformarse, de piratería física en piratería ilustrada, arma cuya introducción en España se llevaría a cabo mediante las ideas de la Ilustración, y contaría con una nutridísima nómina de agentes, cuya dependencia de los intereses británicos quedó (y queda), manifiestamente representada en sus actuaciones.
La figura más destacada en este desarrollo fue el conde de Aranda, que en 1780 fundó el Grande Oriente Nacional de España del que fue su primer Gran Maestro. Un importante elenco de personas con altas responsabilidades de estado pertenecieron a la misma, entre otros: el duque de Alba, el conde de Floridablanca, Argüelles, Riego, Torrijos, Lacy, Mendizábal, Espartero, Maroto, Narváez… y el mismo Fernando VII, que al parecer se inició durante el tiempo que estuvo bajo la autoridad de Napoleón.
Curiosas son las situaciones de todos ellos, y resulta particularmente destacable la de Juan Van Hallen, que se libró milagrosamente de los fusilamientos del tres de mayo de 1808 en Madrid, y habiendo capitulado en la Coruña, contando 19 años, en 1809, acabó de oficial de ordenanza de José I, a quién acompañó cuando fue expulsado de España en 1813. Posteriormente entraría a servir como espía, y acabaría teniendo una particular y sanguinaria significación en la guerra carlista.
Como curiosa es la actuación de Fernando VII, conocido como un gran represor de la masonería que siempre estaba rodeado de masones… Macanaz, Góngora, Salazar, Eguía, San Miguel, Argüelles o Martínez de la Rosa… Una incongruencia más del monarca, pero que demuestra la imbricación de la masonería en la política del Estado.
El caso es que, en 1823, se calcula que el 43,7% de los miembros del ejército pertenecían a la masonería, siendo que el 18,51% de los mismos eran generales y jefes; el 22,94, capitanes; el 19,69 tenientes, y el resto, oficiales subalternos, suboficiales y tropa. En lo tocante al clero, la muestra refleja que el 2,9% del mismo también estaba relacionado con la masonería, como así el 1,25% de la nobleza.
En cuanto a la clase política, podemos señalar que en 1820 había treinta y un masones en las cortes (el 20,5% de la cámara); cuarenta y tres en 1821 (el 26,6% de la cámara); cuarenta y uno en el bienio 1821-1822 (el 16,88% de la cámara); veintiséis en 1822 (el 19,2% de la cámara); veintiocho en el bienio 1822-1823, (el 18,2% de la cámara), siendo que de los 76 ministros contabilizados entre el 9 de marzo de 1820 y el 30 de septiembre de 1823, eran masones 21, (el 27,6%).
Teniendo claro el origen británico de la masonería puede deducirse el porqué de la decisiva intervención masónica en la disolución del Imperio español, que se puso al servicio del sistema liberal y mayormente desde la muerte Fernando VII cuando todos los hombres que rodeaban a María Cristina y a la Reina niña, contaron con el trabajo de las logias.
Algo que seguiría desarrollándose en un caldo de cultivo favorable durante la regencia, en la que las sociedades secretas eran el fiel de la balanza del sistema; así, en 1836 tras los sucesos de la Granja se movía una nueva sociedad secreta, la “sociedad española de Jovellanos”, que no dudaba en resaltar el agradecimiento a Inglaterra.
Quedan señalados los posicionamientos que fue adoptando la masonería en la Península. Merece la pena hacer la misma operación con la España transatlántica.
España e Inglaterra han escrito una historia secular de enfrentamientos militares donde ha estado en cuestión el humanismo cristiano y español frente al materialismo británico y protestante, y sumida como estaba España en su última agonía como Patria común pluricontinental, parece evidente que los principios del siglo XIX eran los idóneos para llevar a efecto el proyecto Pitt de un siglo atrás.
El objetivo de Inglaterra y de las logias masónicas en América, en la Península y en Filipinas era y es desmontar España, dividir territorios y volver a dividirlos para poder dominarlos mejor; así, con el conflicto americano en auge, la Península puede decirse que estaba en peor situación en 1822.
Francisco de Miranda había creado, lógicamente en Londres, la primera asociación secreta denominada Gran Reunión Americana, que desarrollaría una frenética actuación captando e iniciando a un importante número de personas que acabarían siendo de principal significación en el desarrollo de los procesos separatistas americanos.
Por su parte, en España, la Masonería sería prohibida por la Inquisición en 1738, siendo sancionada por Fernando VI en 1751, medida que tuvo más que relativa influencia, porque es público que importantes personajes del momento formaban parte de la secta, lo cual les facilitó, a lo largo del siglo, la creación de al menos diez logias en América, número que sufrió un espectacular crecimiento a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
El desarrollo de la masonería en América iba de la mano de agentes británicos y, curiosamente, con la anuencia de la administración española. Tal es el caso de Juan Bautista Picornell y otros desterrados de la Península; otros con la excusa de expediciones geográficas que manifiestamente eran de claro espionaje, como Alexander Humboldt.
Estos adelantados crearon la estructura que recibía apoyo de las vecinas colonias francesas y británicas del Caribe, donde al fin acabaría huyendo Picornell de cara a mejor organizar las estructuras.
Esas actividades estaban incardinadas en la superestructura de la organización, que en 1813 se fortalece con la creación de la Gran Logia Unida de Inglaterra, que posibilita que los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica y la Gran Bretaña recuperen las relaciones rotas en la guerra de independencia norteamericana.
Auspiciados por Inglaterra, un ejército de masones inundó España. La actuación de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero es conveniente destacar alguna de las acciones, significando que sólo es una muestra de multitud de otras acciones similares. Es así que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas reclamaba a Inglaterra el envío de tropas y un jefe porque, decía: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».
Actuaciones como esas podemos encontrar en los “libertadores”, hasta el tedio a lo largo de toda la geografía española a lo largo de los cinco continentes.
Actuaciones de unos agentes que en ocasiones, traspasan los límites de la geografía hispánica. Es el caso de José de San Martín, que tras servir con tanto éxito en América a los intereses británicos, hizo para Inglaterra otro servicio de envergadura, como fue la separación de Bélgica del reino de Holanda.
San Martín, que tenía una más que fluida relación con el duque de Wellinton, a la sazón capitán general de los ejércitos de España, fue nombrado maestro masón en Cádiz el 6 de mayo de 1808… de manos del capitán general de Andalucía, Francisco María Solano.
La masonería estaba enquistada en los órganos de poder de la Península y conformaba las élites separatistas. Tan es así que en octubre de 1809 se fundó, en el local de la Inquisición de Madrid, una logia para todas las Españas, y la actividad de los masones originarios de Hispanoamérica venía desarrollándose, como hemos señalado con Francisco de Miranda, desde finales del siglo XVIII, en Londres.
En 1820 Rafael de Riego había protagonizado en las Cabezas de San Juan un hecho que sería decisivo en la marcha de la guerra contra los separatistas en América. La masonería fue la encargada de la organización subvencionando el levantamiento.
Como consecuencia, Fernando VII marchó el primero por la senda constitucional el 9 de marzo de 1820, hasta tal extremo que se opuso a aquellos que, como la Junta de Urgel, lo defendían afirmando que estaba cautivo.
Las potencias europeas organizaron en 1823 el ejército conocido como de los Cien mil hijos de San Luis. Inglaterra estuvo presente, pero el mismo mes de abril, Sir Robert Wilson, encabezará un ejército británico, compuesto de voluntarios, que dará apoyo a los liberales, y que será recibido por el general Quiroga con palabras que recuerdan las proferidas por los agentes británicos que prestaron sus servicios en las guerras separatistas de América. Como ellos, Quiroga, que como San Martín, Bolivar y demás “próceres” era miembro de la masonería, hacía resaltar que nadie ignora los grandes servicios que Inglaterra ha prestado a la libertad de las naciones.
Los Cien mil hijos de San Luis, tropas de la Triple Alianza comandadas por el masón Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, fueron reforzados por guerrilleros españoles, entre los que destacaba el cura Merino. Se enfrentaron a los liberales, entre los que destacaban Espoz y Mina y Morillo. El ejército liberal fue barrido. El 24 de mayo entraba el ejército en Madrid, y el 24 de junio en Cádiz.
En Agosto del siguiente año, 1824, Lima caía bajo la órbita de Bolívar; la actividad masónica resultaba triunfante a ambos lados del Atlántico. Unos oficiales sobornados por Simón Bolívar destituyen al virrey Joaquín de Pezuela y ponen en su lugar a José de la Serna, que procede de inmediato a licenciar a los batallones leales. Pronto, el 9 de diciembre de 1824, ocurre la batalla pactada de Ayacucho, donde Sucre vence definitivamente a las tropas realistas; una farsa en la que no tomaron parte directa Espartero y Maroto, también masones, destinados a señalarse también en el futuro.
La capitulación fue firmada la noche anterior en una reunión masónica donde se acordó además que los hermanos masones, en la batalla, se reconocieran con los signos que le son comunes. Este hecho del acuerdo previo de capitulación queda corroborado por el hecho de que La Serna fue herido durante la batalla, precisamente en la mano derecha, dejándolo imposibilitado para la firma de la capitulación tras la batalla.
En 1830, Las intrigas de palacio, en esta ocasión llevadas a efecto por la cuñada del rey, Carlota (cuyo marido, el infante Francisco, era el cuarto gran maestre de la masonería española), en el lecho de muerte de Fernando VII, arrancan del moribundo la derogación de la ley sálica que vetaba la corona a don Carlos en beneficio de Isabel.
Esa actividad masónica perduraría, y perdura hasta hoy mismo.
En el devenir de lo que quedaba de España, continuaba su actuación. Así, en 1835 se creaban juntas cuya primera misión era exterminar a los religiosos… y todas dependían de la General de emigrados de Londres, que no era otra cosa que unión de masones, comuneros y carbonarios, según una especie de Constitución publicada en 1826 con el título de «Sistema adoptado para instalación y progresos de la gran fortaleza peninsular de españoles emigrados”.
Sería el mes de septiembre de 1868 cuando se consagró el apogeo de la masonería en España. En estos momentos, era el liberalismo radical el arma de combate de estos agentes británicos, que como hemos visto estaban ampliamente implantados entre los grupos militares y civiles más influyentes del país.
Parece evidente que el triunfo del golpe de estado que llevó a la Revolución del 68, se debió en gran medida a los grupos masónicos, que como consecuencia posibilitará el fortalecimiento del control británico sobre España, gracias al control masónico del sexenio revolucionario.
Y en 1869, como solución a la Revolución “gloriosa”, era nombrado rey Amadeo de Saboya, grado 33 de la masonería. Su valedor, Juan Prim, también era miembro de la masonería, pero eso ya es circunstancial, porque también era masón Pi y Margall, y el etcétera es infinito.
Ya con la monarquía reinstaurada en la cabeza de Alfonso XII, Sagasta fue el Gran Maestre y Soberano Comendador del Gran Oriente de España, y Ruiz Zorrilla era grado 33 y gran maestre.
Y ahí seguimos…
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