miércoles, julio 15, 2015

Don Quijote, el alma del caballero hispánico


Cesáreo Jarabo Jordán

Hace mucho tiempo que se viene hablando de Don Quijote, incluso antes de que D. Miguel de Cervantes tuviese la genial inspiración de transcribir a papel la  historia del mismo.

No es tema baladí tratar del Ingenioso Hidalgo, y el hacerlo me obliga a poner en un manifiesto segundo término al autor que más fama a tomado a su costa: D. Miguel de Cervantes.


Es necesario hablar de D. Miguel, pero sólo como introducción. Y es que Don Miguel y D. Alonso, tan sólo son conocidos; ni tan siquiera amigos.

Otro D. Miguel, D. Miguel de Unamuno, entendió el alma de Don Quijote y trató en múltiples ocasiones del caballero hispánico por excelencia. Le dedicó enjundiosos artículos, que lo llevaron desde el “muera Don Quijote” escrito en los peores momentos padecidos por España en vida de Don Miguel (el artículo fue escrito en Junio de 1898), hasta un amplio y documentado estudio que publicó bajo el título de “Vida de Don Quijote y Sancho”, coincidiendo con el tercer centenario de la publicación de la obra.

Si los grandes pensadores españoles han dedicado tiempo y esfuerzo a la comprensión de todas las facetas de nuestro generoso caballero, (ahí está Ortega y Gasset, Juan Valera, Revilla, Pereda, Menendez Pelayo, Ramiro de Maeztu…), por citar algunos, , Unamuno llega más allá; hasta el extremo de llegar a afirmar del otro D. Miguel, Don Miguel de Cervantes, que si fue capaz de escribir semejante obra fue debido a una “GENIAL INSPIRACIÓN INCONSCIENTE QUE JAMÁS VOLVIÓ A CONOCER Y, SI COMO PADRE ENGENDRÓ A DON QUIJOTE, ESTE TIENE MÁS DE SU MADRE, EL PUEBLO ESPAÑOL”


Unamuno afirma que Cervantes está incapacitado para conocer el alma del genial hidalgo; que la obra en sí supera ampliamente a quién la escribió, y que cuando comenta algo de D. Quijote lo hace para DECIR ALGUNA IMPERTINENCIA O PARA JUZGAR MALÉVOLAMENTE A SU HÉROE.

Y personalmente creo que esa afirmación es rigurosamente cierta.

Yo, como D. Miguel de Unamuno, me declaro abiertamente quijotista, y no cervantista. No por un intelectualismo del que carezco, sino por una declarada afinidad a las formas y a los pensamientos del genial hidalgo.

Desde muy joven (yo leí por primera vez la obra cervantina a los diez u once años), me ha atraído sobremanera la figura del caballero del honor.
Desde siempre me sedujo su filosofía de la vida; lo leía una y otra vez y siempre encontraba nuevos aspectos que me seducían; una admiración que, como digo, y aunque peque de injusta, no se circunscribía en Don Miguel de Cervantes, sino se centraba en el personaje que lo inmortalizó: Don Quijote de la Mancha.
Llegué incluso a tomar cierta manía a Cervantes, porque intuía en su relato cierta burla grotesca de un caballero que para mí ha sido ejemplo de vida.
D. Quijote, lejos de ser un personaje de novela, es un personaje histórico; repito; es un personaje histórico, al tiempo que vivo; un personaje que existía en tiempos de la Reconquista; en tiempos de la Conquista de América… en el siglo XX… y por supuesto hoy, si bien  enclaustrado por las artimañanas del barbero, del cura, de la sobrina, del aya y del bachiller Sansón Carrasco.

Pero Cervantes no escribió la genial obra filosófica, que no novela, por genial inspiración, como afirma Unamuno, sino por algo más.

El motivo de tal afirmación requiere un arduo estudio, que por el momento no está terminado, y que personalmente me extraña que pasase desapercibido ante una mente tan preclara como la de D. Miguel de Unamuno o de la de los otros quijotistas y cervantistas que han sido y son.

Yo afirmo que las distintas escenas señeras en la obra cervantina son interpretaciones negativas de las actuaciones reales, físicas, históricas… de un personaje también histórico: Hernán Cortés.
Lo que no acierto a descubrir es el motivo de semejante burla, totalmente gratuita, que Cervantes dice dirigir contra los libros de caballería (hoy sería contra las telenovelas), pero que realmente, siendo justificada desde todo punto, no se produce sino en muy contadas ocasiones, mientras que por el contrario saca a relucir en Don Quijote todas las virtudes, sin lugar a dudas cristianas, que lo adornan, y que me permiten identificarlo con el conquistador.

Me extraña profundamente que Unamuno pasase por alto un asunto que parece baladí y que resulta esencial.

Tesis que en principio parece peregrina, ya que ambas personalidades no coinciden en la Historia, puesto que Hernán Cortés murió en Castilleja de la Cuesta en 1547, el mismo año que nacía Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares

Entonces, ¿Qué me induce a proferir tal afirmación?

La dedicatoria de la obra, al Duque de Béjar, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañeres, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

Inmediatamente pensé que Hernán Cortés estuvo enemistado con el Duque de Béjar. ¡Eran tantos sus enemigos!…

Pero, ¿quién el era el Duque de Béjar?


El protector de Cervantes, cierto. Pero ¿Tiene alguna influencia en el hecho de que Cervantes escribiese tan genial obra?

El Duque de Béjar, reconocido como amigo incondicional de Hernán Cortés, que llegó a defender al héroe en los momentos más difíciles de enfrentamiento con distintos y poderosos partidarios de Diego Velazquez, a la sazón gobernador de Cuba, no parece estar alejado del fondo de la cuestión.

También el que fuera gobernador de Cuba cuando Hernán Cortés marchó a la conquista de México, pasó de ser íntimo de Hernán Cortés a ser enemigo mortal del mismo.

También es cierto que en el puñado de soldados españoles que acometieron la Conquista de México, había al menos uno apellidado de Stúñiga, o Zúñiga, casualmente el apellido de la casa de Béjar.

Y también es cierto que además de la Malinche, con quién tuvo un hijo, tuvo otra querida con quién tuvo otro hijo, una esposa legal, Catalina Juarez, cuñada del citado Diego Velazquez,  y otra esposa legal a la muerte de ésta, con quién también tuvo descendencia: Juana de Zúñiga…

¡Estaba emparentado con el Duque de Béjar!, y el matrimonio estuvo tratado directamente por el mismo, tío carnal de Juana.

Sin embargo, la dedicatoria al Duque de Béjar; la humillación del autor ante su protector; la referencia al “cortesísimo Cortés” que hace en la segunda parte de la obra, y las hazañas descabelladas y geniales que llevó a efecto Hernán Cortés, así como la oscuridad de los últimos años de su vida, me hacen perseverar en la idea de que algo de venganza hay implícito en la obra que nos ocupa.
Es algo que habrá que investigar. Deudos del Duque de Béjar participaron en la conquista de México, y la gran pregunta sigue rondando por mi cabeza: ¿Acabó enemistándose Hernán Cortés con la Casa de Béjar?.  Y en tal caso ¿Por qué?.
La duda no me la han borrado los herederos de la Casa de Béjar, con quienes he intentado ponerme en contacto sin conseguir respuesta.


Por su parte, la casa de Bejar tenía el condado de Monterrey, dio nombre a esta ciudad en México, eran Grandes de España, detentaron la gobernación de los Paises Bajos y el virreinato de Cataluña (en la persona de Luis de Requesens)… A la familia pertenece el Conde-Duque de Olivares…Y emparentaron con la Casa de Alba.

Juan de Zúñiga y Avellaneda fue capitán de la guardia personal de Carlos I, y ayo de Felipe II… Y Hernán Cortés murió solo y arruinado, acogido al amparo, no de sus familiares Zúñiga, sino de sus amigos de Medina Sidonia.

Aquí acaba todo mi conocimiento cierto al respecto de la relación que existió entre el Duque de Béjar y Hernán Cortés.

Entonces, ¿qué me induce a perseverar en la existencia de enemistad entre Hernán Cortés y la Casa de Béjar?

Ninguna otra cosa que la estructura de la obra de Cervantes, tan semejante a la vida heroica de Hernán Cortés, y a la muerte del mismo, sólo, en la miseria, él que había conquistado el reino más rico del Imperio.
Sólo esa cuestión y el hecho de que, a poco de casarse con Juana, marchase nuevamente a la conquista de nuevas tierras.
Volviendo a D. Quijote. Don Quijote, personaje literario, tiene claramente definido su momento histórico: Fue escrito por D. Miguel de Cervantes y publicado en 1605.
Don Quijote, personaje histórico, tiene, para mí, claramente definido su momento: Siglo XVI; y un lugar: México.
Don Quijote, personaje filosófico, tiene también su momento histórico: ayer, hoy, siempre.
Don Quijote representa la sublimación de las virtudes morales, éticas, sociales, culturales, militares…  que el pueblo español había desarrollado secularmente, y más puntualmente tras la asonada árabe del 711, y hasta ese mismo momento.
¿Marca  la obra de Cervantes el final de una época histórica? ¿Es el principio de otra época donde comenzaban a tener vigencia unos principios distintos a los que posibilitaron la existencia de España como nación? Puede ser.
Caso de que así sea, la diferencia principal entre quijotistas y cervantistas estaría precisamente ahí. Los quijotistas, hispanistas al fin,  asumimos como propias las “locuras” de Don Quijote, mientras los cervantistas se burlan y ridiculizan esas mismas locuras.
Sea como fuere, la obra deja magistralmente plasmado todo un ideal de vida que unos quieren ridiculizar y otros queremos exaltar.


Por otra parte, el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiere Cervantes acordarse, muy probablemente sea Madrid, donde Hernán Cortés pasó a residir al objeto de reclamar del emperador Carlos I justas recompensas a los inmensos servicios que a lo largo de su vida prestó a España y a la Humanidad.

El obispo de Burgos, Juan Rodriguez de Fonseca, Presidente del Consejo de Indias, era enemigo declarado de Hernán Cortés, quién tenía un ejército de enemigos entre la nobleza de la época. El obispo de Cuenca también se encontraba entre sus enemigos. El motivo procedía de la conquista de México.

Todo hace pensar que la actividad de la casa de Béjar deba desenvolverse amparando al héroe, pero lo que parece cuando menos extraño es que Cervantes, manifiesto lacayo de la casa de Béjar, ataque tan desmesuradamente la figura de Don Quijote, por otra parte tan similar, como digo, a Hernán Cortés.

Pero dejemos ya las suposiciones sobre las motivaciones que llevaron a Cervantes a escribir la obra que lo inmortalizaría. Dejemos de lado que la misma fuese escrita de manera burlesca para ridiculizar a un hombre excepcional. Dejemos de lado que esa burla fuese dirigida no sólo contra Hernán Cortés, sino contra todo lo que representa Hernán Cortés: Gloria, Justicia, Generosidad, Grandeza, Inteligencia, Despego por las cosas materiales, Diplomacia…

Vamos a interpretar la imagen de Don Quijote como lo que es en esencia: muestra de toda bondad y principio de todas las virtudes.

Las críticas que recibe Don Quijote, desde Cervantes hasta el último que trata su genialidad como locura no son sino muestras de la más profunda de las inculturas o de las animadversiones hacia lo que Don Quijote representa. Muestras de lo que Unamuno denomina “espíritus alcornoqueños”, “rebañiegos”, “modorros”, “hombres cuerdos” de “dura cerviz” que no suele tener “sino razón”, y que son incapaces de entender la “locura heroica” del “caballero de la fe”, que como Manuel Azaña se atreven a escribir artículos como “Cervantes y la invención del Quijote”, sin caer en la cuenta que en el mejor de los casos, es Don Quijote quién inventa a Cervantes.

Sí, cada vez que leo la obra encuentro nuevos motivos de admiración por el caballero del honor. Siempre me enseña algo nuevo
Mi aspiración final: montar a la grupa con él y lanzarme a deshacer entuertos; a deshacer todos los entuertos que hoy dominan el mundo.
Para ello es menester estar loco; totalmente loco, y esa es mi aspiración. Estar loco, no estar tonto.
Lo primero que debemos hacer es diferenciar “locura” de “tontería”.
Lo primero es decir que quién afirma que Don Quijote “hacía” locuras, está diciendo una soberana tontería, y sin embargo está apoyando mi tesis sobre Hernán Cortés.
Quién dice que Don Quijote “hacía” locuras se olvida que está hablando de una obra literaria; de una interpretación de hechos que yo considero reales, pero que son suministrados a través de lentes deformadoras de la realidad.
Por el contrario, yo proclamo que Don Quijote es eterno; que es el alma del caballero hispánico, presente en el siglo XVI, sí, y en el siglo IX, y en el siglo XII… y en el Siglo XXI….
Don Quijote es eterno, pero de una eternidad auténtica; de una eternidad cristiana; de una eternidad que no se consumirá definitivamente cuando definitivamente se consuma el mundo que conocemos; que no se difuminará en la nada cuando no sólo nuestra civilización desaparezca; ni tan siquiera cuando desaparezca nuestro mundo, nuestro sistema solar…
Es de una esencia eterna, cercana y sometida a la voluntad divina, y por tanto, en las antípodas de la concepción materialista de la vida hoy predominante.
Don Quijote no es en sí un fin; su filosofía no es, por tanto, un fin, sino un medio; creo que un extraordinario medio para explicar al hombre, y en concreto al hombre hispánico, el ser y la esencia de su propia existencia.
Su filosofía es entendida a la perfección en todo el mundo hispánico, no sólo en España, sino también, por ejemplo, en Venezuela o en Filipinas; en Guinea o en Texas, y de ello tengo personales muestras, además de las evidentes muestras que existen a lo largo de la Historia.

Y es que, como afirma Unamuno, “no puede contar tu vida ni puede explicarla ni comentarla, señor mío Don Quijote, sino quién esté tocado de tu misma locura de no morir”, porque “el ansia de gloria y renombre es el espíritu del quijotismo, su esencia y su razón de ser”.

Ese espíritu, esa voluntad de perdurar en el tiempo es lo que hizo un día que España fuese algo en el Mundo, y su falta es la que hace hoy que la Hispanidad en pleno esté sometida al imperio de fementidos follones, como calificaría Don Quijote.

Ya vamos a entrar en los principales aspectos de la obra literaria a la que no juzgo literariamente… pero sí lo hago filosóficamente, porque filosóficamente me identifico con el personaje, incluidos aquellos capítulos más estrafalarios.
Es justamente en esos capítulos donde incido de manera muy especial , porque no es sino mi propio pensamiento filosófico.
Pensamiento filosófico que si no tiene magisterio, porque el magisterio ya está proclamado a través de los siglos por filósofos que justamente tienen tal calificación, sí pretende tener su gracia al trasladar las hazañas de mi héroe, de manera literal, y sin respeto al tiempo ni al espacio, desde el siglo XVII hasta el siglo XXI.

Cuenta la historia de Don Quijote que al hidalgo se le secó el cerebro de tanto leer, y esa afirmación marca como una losa la totalidad de la historia. Pero una lectura pausada de la misma nos puede llevar a conclusiones bien distintas a las apuntadas por el autor.

¿Qué posibilita, sin embargo tal calificación?. Ninguna otra cosa que la carencia de valores sociales y humanos. Una sociedad vacía de contenido moral no puede ver en Don Quijote sino a un demente. Y es lógico, ya que se parte de principios antagónicos.

Quién desconoce el principio de plenitud no puede entender de medidas. Quién no sabe leer, cualquier escrito le parecerá una estupidez. Del mismo modo, quién se encuentra vacío espiritualmente no puede tener para Don Quijote sino supuestos sentimientos de piedad o de ira, sin caer en la cuenta que se encuentra incapacitado para esos mismos sentimientos que pretende manifestar, y de los que no puede ser origen, sino fin.

Don Quijote, cuando escucha que “se le secó el cerebro de tanto leer” siente una gran tristeza por el erial intelectual que le rodea, y es que es conocedor de que todo lo bueno, lo justo, lo armonioso, lo bello… es, para el común, cosa de locos, y Don  Quijote es el eterno buscador de esos principios; el eterno buscador de su máxima expresión… Dulcinea.

Y es que la locura, la verdadera locura, nos está haciendo mucha falta, a ver si nos cura de esta peste del sentido común que nos tiene a cada uno ahogado en el propio.

Cuando Don Quijote sale al mundo, como en su primera salida, va con una armadura que, contra lo generalmente opinado, no es de metal sino de espíritu, y va montado en un caballo que no es semobiente, sino cultural, intelectual, espiritual; caballo que a los ojos de la sociedad aparece como flaco y sin fuerzas, pero ciertamente bien nutrido con alimentos que cada día están más alejados del general alcance.

Cuando Don Quijote sale al mundo obtiene la misma respuesta que recibiera en el castillo que la incompetencia generalizada ha convertido en posada.

Ciertamente el castellano, el rector de Universidad o el director de periódico ya no son tales, sino que se han transmutado en mercachifles, vendedores de miseria, alquimios que han convertido la verdad en mentira; el honor en antigualla; la justicia en discusión…

Don Quijote, sin embargo, quedando como loco en lugares donde debería ser reconocido su ingenio, parte por los caminos a repartir justicia sin importarle ninguna anuencia.

Cree en la bondad de las personas, y como en el caso del niño apaleado, sin posibilidad de dejar quién controle que tales atropellos se sigan produciendo, confía en la efectividad de su recriminación, porque aunque el infractor “no tenga título de caballero yo le tengo por tal, porque la nobleza no se basa en los títulos, sino en la cualidad de la persona”.

Pero el caballero se encuentra rodeado de supersticiones y de vicios, hasta en lo más profundo de su intimidad. Le son ajenos, pero lo atan, le impiden desarrollar la función para la que está llamado.

Así, cuando recibe la paliza por parte de los mercaderes y es llevado a su casa cargado en un burro propiedad de un labriego vecino suyo, va relatando un discurso que al labriego le parecen delirios, lo cual, llenándolo de piedad, le hace recordar al caballero que no es sino Alonso Quijano.

Pero el caballero no duda en cortar el atrevimiento diciéndole “yo sé quién soy”.

Circunstancia que no es común al general de los mortales, disipados en mil y una ilusiones etéreas, falsas, y que a la postre, constituyen la realidad cotidiana de la que San Quijote de la Mancha se siente tan distante.

Circunstancias que le deparan una sobrina y un aya que desde lo más profundo de su inconsciencia pretenden atar en la rutina improductiva la mente de un alma libre y generosa como la del buen caballero.

¡Y creen que quemando los libros van a reconducir al redil al caballero del honor!.

La sociedad sin norte y sin ideales ve a Don Quijote acometiendo molinos. Ciegos de su soberbia; ciegos de su incultura, no se dan cuenta que los molinos acometidos por el genial caballero no son otros que los tiranos que esclavizan a la sociedad. Pobre sociedad, ¿qué será de ella si pueden domeñar el espíritu genial del caballero?

Y luego, cuando enfrascado en la lucha contra todos los vicios que tienen esclavizado a su pueblo, el genial caballero recibe un golpe, los beneficiarios de sus esfuerzos se ríen a mandíbula batiente del apaleado caballero. ¡Pobre sociedad!

Sólo las gentes sencillas, como los cabreros que acogieron al caballero tras el enfrentamiento con el vizcaíno, libres de la opresión de los dominantes, alejados de sus núcleos de poder, son capaces de comprender la grandeza de Don Quijote, y como el mismo Sancho, son capaces de seguirle en sus acometidas. Las gentes sencillas, que no las gentes menguadas.

Y las gentes sencillas de espíritu, que sin apearse de esa condición son capaces de alcanzar una formación intelectual, son las únicas que pueden dar pie a personajes como Santa Teresa, como San Juan de la Cruz, como San Ignacio, como el multinombrado Hernán Cortés. Todos, expresión auténtica de la idiosincrasia del caballero Don Quijote.

Gentes con gran corazón, pletóricas de generosidad y de santa ambición son imprescincibles para acometer hazañas similares a las acometidas por los personajes citados. Todos son Don Quijote… Y todos tienen su Dulcinea… y su Sancho… y por desgracia su barbero, su cura, su bachiller Sansón Carrasco y su Duque.

Gentes que no abandonan su lucha por encontrar contradicciones e incomprensiones para otros insalvables; gentes que no sucumben ante el ostracismo a que son condenadas por el sistema; gentes que ante las dificultades piensan que otros lo han  pasado peor que ellos y sin embargo han salido a flote.

En los momentos difíciles, Sancho se queja; Don Quijote no. Y es que Don Quijote sabe que esos momentos difíciles están ahí para ser superados y para salir con mejor disposición de espíritu de la inicial… Sabe que de no ser así jamás saldrá victorioso.

Don Quijote, visionario, es clarividente. Donde los demás, Sancho, la Humanidad, obnubilados por las luces de neón, la comodidad y la modorra sólo ven rebaños de ovejas, Don Quijote distingue con claridad un combate frenético entre dos poderosos ejércitos. Son el Bien y el Mal, ambos con mayúscula, y no duda en qué bando alistarse.

Las gentes, por el contrario, supuestos pastores de esos supuestos rebaños, acometen a pedradas contra el héroe, sin caer en la cuenta que con la derrota de aquel no llega su propia victoria, sino su propia derrota, su anulación como hombres libres.

Si los demás son incapaces de determinar el Bien y el Mal, lógicamente son incapaces de admirarse con la perfección de la sin par Dulcinea.

Dulcinea, rebautizada Gloria por D. Miguel de Unanumo, no es otra cosa que eso: la gloria, el honor, la Libertad, la Justicia, la perfección…. Dulcinea es, por debajo de Dios, la máxima expresión del bien. Es el ideal de perfección humana al que Don Quijote aspira. Y ciertamente, los espíritus ciegos ven en ella algo grotesco, zafio…, porque son incapaces de desentrañar  la esencia que sólo un espíritu generoso como el de Don Quijote es capaz de vislumbrar.

Por eso, cuando la incompetencia de Sancho alumbrada por un rayo de ruindad le hace presentar a unas zafias aldeanas como Dulcinea y sus damas, al objeto de engañar a su cándido señor, éste queda confundido. No identifica a su amor entre tanta ordinariez y fealdad. Tampoco en otras ocasiones de la historia se muestra capaz de reconocer la Justicia donde un simulacro de la misma pretende darse a conocer como aquella.

Don Quijote duda, porque no puede suponer que nadie intente engañarlo, a él, ejemplo de toda honradez y limpieza.

Pero Sancho, engañador reincidente, no lo hace con la maldad utilizada por duques, curas (mi discurso no pretende ser anticlerical, aviso. El nefasto es el cura del pueblo de Don Quijote…y los que sean como él. Para el resto del clero, mi máximo respeto y cariño). Duques, curas, barberos y bachilleres, sino como arma de buena gente para eludir responsabilidades que le son impuestas por sus señores naturales.

Sancho es bueno y sigue a su señor a las más descabelladas aventuras, y sufre y vibra con él, aunque sin entender lo que sucede. Sancho y Don Quijote son inseparables y su coexistencia es imprescindible.

Pero Sancho debe cuidarse de duques, curas, barberos y bachilleres… y no sabe… y cae en las trampas que le tienden… y provoca graves daños a Don Quijote…y a sí mismo.

Pero cuando se da cuenta de su error, corre a confesarse con su señor, y a sufrir con él la esclavitud provocada, al tiempo que a rogar que nuevamente se levante por sus fueros y azote debidamente a los delincuentes que permanente le atacan. Lo malo es que, en muchas ocasiones, el mal propinado es de tal envergadura que el espíritu esforzado de mi señor Don Quijote es incapaz de sobreponerse, y se ve obligado a permanecer atado, encarcelado, esclavizado junto a su fiel Sancho Panza.

Sancho Panza no se plantea su actuación; y cuando ocasiona algún mal no lo hace por maldad, sino por inocencia. Sancho mira el mundo con ojos de siervo y no con ojos de hombre libre; por eso se limita a contemplar la pura materialidad de las cosas, sin profundizar en las cuestiones que de verdad importan. Lo importante no es que Dulcinea sea labradora, pastora, abogado o reina. Lo importante es que Dulcinea es la expresión del amor humano. Es la expresión de las máximas aspiraciones de bien, de verdad, de Justicia y de Libertad.

Ella pelea en mí y vence en mí y yo vivo y respiro en ella y tengo vida y ser – dice D. Quijote-

Dulcinea es pura espiritualidad, y en esos términos, ¿qué más da bardas o ventanas?; ¿qué más da trigo que perlas?

Don Quijote lo tiene claro. Pero… ¿y Sancho? Si Don Quijote es el sol, Sancho es la luna… Tiene la virtud de reflejar la luz que le da el astro rey. Llega a intuir, pero es incapaz de entender. Su virtud, que cree; su vicio, que también cree a quién no es Don Quijote.

Sancho no entiende la belleza de la Gloria, la belleza de Dulcinea, y se queda en la materialidad de Aldonza Lorenzo, y cuando marcha con el mensaje para su señora, alterna sus recuerdos sarcásticos sobre la amada de su señor con la alegría de portar la cédula que le hacía dueño de tres pollinos. Roza la gloria y se contenta con los pollinos…

Y sin embargo, cree, y cuando cree, se eleva con su señor y acomete grandes hazañas, como demuestra siendo gobernador de la ínsula Barataria. Ahí demuestra que siguiendo a su señor, Sancho puede ser otro Quijote. Se supera a sí mismo y hace prevalecer el bien y la justicia.

Y es que lo que debemos conseguir, como dijo Jaime Balmes, es que el bien ahogue al mal; que la envidia, principio de toda maldad, desaparezca de allí donde podamos influir.

Sancho hace quedar en ridículo a su señor; Sancho llega a conchabarse con los enemigos de su señor… Y sin embargo Sancho cree, y por ello Sancho no es malo; Sancho es el pueblo, que requiere ser conducido; que merece ser conducido, y que tiene derecho a ser conducido por quienes, más formados que él no basen su autoridad solo en la formación humana, sino en la formación espiritual. Hay malas personas con mucha formación, y si las buenas personas con formación permiten que las malas personas dirijan a Sancho, lo único que conseguiremos es una sociedad pérfida, vacía de valores, que explotará a Sancho, al pueblo, haciéndole creer que el error y la perfidia son sus derechos, y presentando el bien como opresión.

Y mientras, el cura y el barbero, y el bachiller y el Duque, con el pretexto de ayudar al caballero y de salvar a Sancho, situados en una supuesta superioridad se mofan de los actos de generosidad infinita que, el caballero desde su iniciativa y el escudero desde su fe, acometen en beneficio de quienes les rodean.

Dice Unamuno que compadece con toda la fuerza de su corazón y tiene por miserables esclavos del sentido común a todos los que no sienten ardor de espíritu al revivir las hazañas del señor Don Quijote. Espíritus alcornoqueños irremisiblemente perdidos por su haraganería espiritual.

Don Quijote, su expresión más significativa del siglo XVI, Hernán Cortés, hundió los barcos, con lo que no dejó escapatoria posible a los acobardados Sanchos que le acompañaban, y los obligó a continuar una de las más grandes empresas de la Historia… si no la más grande de todos los tiempos. Y esos Sanchos, siguiendo a su jefe, siguiendo a su Don Quijote, sometieron, culturizaron, cristianizaron y liberaron el magnífico imperio de los aztecas; liberaron de la opresión a todos los pueblos, que se divertían comiéndose entre sí, y les mostraron que eran personas, criaturas de Dios, hermanos de aquellos extraños seres con barbas y cubiertos de metal que habían llegado desde Oriente, y que tras vencerlos, en vez de comérselos, como estaban acostumbrados hasta el momento, les decían que eran libres y les invitaban a ser sus amigos.

Esos Sanchos fueron  grandes, se hicieron ricos, murieron como héroes, y todo, como consecuencia de haber tenido la suerte de haber caído bajo las órdenes de un gran capitán, generoso, inteligente, sagaz, diplomático, elegante, cortés y comprensivo con las necesidades de quienes le rodeaban.

Era el mismo Don Quijote, y como tal, acabaría apaleado, engañado y olvidado en un rincón sin nombre. Y ese mismo hecho, irremediablemente se sucederá hasta nuestros días con las nuevas encarnaciones del Quijote.

Por esa grandeza y por esa generosidad quiero a Don Quijote.
Sí, el sentimiento que tengo por el caballero del honor es de amor; de amor por tantas virtudes que refleja en cada una de sus actuaciones; de amor por los pensamientos profundos, propios, auténticos y liberadores que proclama cuando habla con Sancho, con los cabreros… o con quién se le pone delante; sin respetos humanos; con una fe que mueve montañas y que arrastra a quién debe arrastrar; a Sancho, al pueblo español, aunque Sancho, el pueblo español, no acabe de entender exactamente lo que le dice el maestro.
Pero Sancho es la justificación de Don Quijote. Por él, por Sancho, acomete Don Quijote sus aventuras, y Sancho le sigue, porque Sancho debe seguirle aunque en muchas ocasiones no entienda el porqué.
Y Don Quijote precisa de Sancho como del aire para respirar… Pero es que, a su vez, Sancho necesita de Don Quijote, porque sin Don Quijote, Sancho no es nadie. Don Quijote necesita a Sancho para dirigirlo, para formarlo, para moldearlo, y Sancho necesita a Don Quijote para dejar de ser un trozo de barro informe, al albur de los vientos; al albur de alfareros que no lo modelan para el bien de Sancho, sino para aprovecharse de las cualidades de Sancho, para su único beneficio.
Sancho, con el tiempo, acabará siendo otro Don Quijote. Pero necesita formación; necesita fe, necesita obedecer las instrucciones de su señor, porque de otra forma estará perdido.
Esa fe y sumisión hace de Sancho un maestro; en la ínsula Barataria demuestra lo que ha aprendido de su maestro, y es bueno, muy bueno y muy justo.
Y Sancho, en el lecho de muerte de su señor, cuando éste es presentado por Cervantes recobrando la “cordura”, recrimina a Don Quijote, le exige que no se muera y le exige una cuarta salida. Sancho se ha convertido en Don Quijote.
No es cierto que haya muerto Don Quijote; Don Miguel de Unamuno se equivoca al ir en busca del sepulcro de Don Quijote, porque lo que ha muerto no ha sido el caballero, sino el hombre viejo, Alonso Quijano, dejando en plenas facultades la gloria y las promesas del caballero.
***
Soy consciente que cuando hablo de Don Quijote, lo hago de manera apasionada. Soy consciente que al hacerlo transmito a mis palabras principios estrictamente cristianos; casi casi diría que cuando hablo de Don Quijote estoy hablando de Nuestro Señor Jesucristo.
No creo que el hacerlo sea una herejía, y no lo creo porque si como he dicho, creo que la obra fue escrita para burlarse de Hernán Cortés, en la misma obra se transmiten principios, pensamientos, hechos, que superan ampliamente toda obra humana, incluida la inconmensurable obra de mi admiradísimo Hernán Cortés.
Don Quijote es, ante todo y sobre todo, filosofía. Y tan filosofía es, tales virtudes transmite, que me atrevo a aseverar que es una explicación de las virtudes cristianas.
Sí, Cervantes se burla de los hechos de Hernán Cortés, por las coincidencias que me tomo la licencia de encontrar, y al mismo tiempo defiende todo un cuerpo de doctrina inequívocamente cristiano, y por lo mismo, también entiendo que puede ser una perfecta explicación novelada de la doctrina cristiana.
Se burla de Hernán Cortés, y si profundizamos en otros aspectos de la Historia, se burla, por ejemplo, de los caballeros templarios y de la doctrina de San Bernardo de Claraval, y se burla de todos los quijotes, anteriores y posteriores.
Se burla… Pero para ello hace constante uso de las virtudes cristianas que a manos llenas derrocharon los citados.
Don Quijote no está muerto, no… Pero sí prisionero de sus enemigos, malandrines, traidores, sobrinas, bachilleres, barberos, curas sin fe… que ahora, muerto el primero, se niegan a reconocer las virtudes en quienes le han sustituido; se burlan de ellos, los callan, los ridiculizan.
Ellos, los malandrines, tienen todo el poder; ellos, los malandrines, son los molinos que ataca Don Quijote; ellos, los malandrines, son los rebaños…
Es necesario que Don Quijote se libere de las cadenas que lo oprimen, y salga nuevamente a cabalgar, y para ello es necesario que haya quién crea en él…
Es necesario que el mundo hispánico se encandile con la figura del héroe y se animen a montar a la grupa de Rocinante… O de Clavileño.

Y eso sucederá.

Porque la virtud es tan poderosa que por sí sola saldrá vencedora de todo trance

Para finalizar, la oración que escribiese Unamuno: “¡Oh Dios mío!. Tú que diste vida y espíritu a Don Quijote en la vida y en el espíritu de su pueblo. Tú que inspiraste a Cervantes esa epopeya profundamente cristiana. Tú, Dios de mis sueños ¿dónde acoges los espíritus de los que atravesamos este sueño de la vida tocados de la locura de vivir por los siglos de los siglos venideros?

He dicho


Los hidalgos españoles, que a centenares se alistaban en los tercios… representaban un imperialismo español, no un imperialismo universal. (HG KOENINGSBERGER. Universidad de Manchester)

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