jueves, septiembre 20, 2018

La esclavitud en España desde el siglo XVIII

Cesáreo Jarabo Jordán



A principios del siglo XVIII,  la llegada de los Borbones al trono español y el auge de las ideas ilustradas trajeron consigo transformaciones administrativas, económicas, políticas y sociales, así como un nuevo pensamiento basado en la ciencia y la razón, que daba al traste con el concepto de vida que se había tenido hasta el momento en las Españas.

El Humanismo cristiano daría paso en el siglo XVIII a la antesala del sistema capitalista que vivimos en el siglo XXI, lo cual acarrearía graves consecuencias en todos los campos.
La Ilustración imponía con fuerza sus teorías y arrumbaba las que precedieron; su obsesión por catalogar y clasificar aportaría a las relaciones humanas una de las más execrables consecuencias: el desarrollo de los conceptos de raza y los prejuicios que ello  comportaba; la presunción  de una supremacía racial que justificaba, entre otras cosas, el hecho de la esclavitud que estamos tratando; con un añadido: la esclavitud dejaba de ser un instrumento que mitigaba los rigores de la guerra y se convertía estrictamente en un  hecho mercantil que la raza superior  tenía derecho a ejecutar a costa de las razas inferiores, que siempre serían las no nórdicas.
 Todo comenzaría con el fin de la Casa de Austria. Las glorias de los Austrias mayores devinieron en un triste personaje, Carlos II, que a pesar de todo supo mantener los principios hispánicos, pero que tras su muerte daría paso a otro no mucho mejor que él en lo tocante a la salud, pero que aportaba a su reinado el complejo de superioridad de la Europa que desde hacía dos siglos había sido combatida por España.
Felipe V sería el chivo expiatorio de una política europea que había condenado a España a la fragmentación y reparto, y si en su dependencia de Francia posibilitó la mutilación de España, en su dependencia de Inglaterra posibilitó el desarrollo del ideal británico de liberalismo y sometimiento a tratados comerciales inhumanos, a los que tan proclive ha sido siempre la Pérfida Albión, y que si el fin último era el descuartizamiento de España, por ahora nos detendremos en los aspectos estrictamente esclavistas.
La decadencia de España era manifiesta aunque su presencia en el mundo no dejaba de crecer; llegó 1713, y con él el tratado de Utrecht, que comportaba una nueva mutilación: Cerdeña y Nápoles, reinos que habían formado parte integrante de España desde 1420 Cerdeña, y desde 1504 el Reino de Nápoles. Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV, cedería su soberanía tras la Guerra de Sucesión a cambio del reconocimiento internacional de su derecho al trono de España.
Y anexo al Tratado de Utrecht estaba el Tratado del Asiento, por el que Inglaterra vio conseguido uno de sus más ansiados logros: Tener acceso al mercado hispanoamericano; poder acceder a los puertos americanos y montar en ellos las bases de actuación que acabarían destruyendo la unidad de España.
Colaborador necesario en ese logro fue Felipe V, quién contraviniendo la opinión del Consejo de Indias impuso la firma del claudicante Tratado del Asiento por el que Inglaterra se quedaba con el monopolio del tráfico de esclavos a la España Americana; algo que, dicho así, parece que se trata de un simple cambio de proveedor. Pero no es eso lo que caía dando el asiento de negros a Inglaterra.
Tampoco era sólo el hecho que venía anexo al Tratado, de importancia menor y que consistía en que Inglaterra, además, podría vender otras mercaderías que en principio no podían exceder las quinientas toneladas que tenía de capacidad el navío que anualmente podría cumplir esta concesión graciosa, todo lo cual daba al traste con la política seguida al respecto hasta la fecha.

constituía una relajación sin precedentes de los principios estrictos que durante siglos habían mantenido alejados del imperio español a todo comerciante extranjero, legítimo o no. (Donoso: 58)

El hecho comercial, al fin, y con ser de importancia primordial, era un tema secundario. Lo que de verdad importaba era el cambio cualitativo (y secundariamente cuantitativo) en el tratamiento del hecho esclavista.
Con la nueva situación se daba comienzo a la implantación de la ideología liberal, inglesa al fin y al cabo, por la cual, el esclavo dejaba de ser un hombre que había tenido la desgracia de encontrarse en un momento concreto en un lugar y en una situación inconveniente, que tenía la posibilidad de alcanzar la libertad con algún esfuerzo… pero que en cualquier circunstancia era un hombre.
A partir de ahora, con el racismo inherente a la mentalidad liberal rampante, había razas que se imponían y razas que debían servir a aquellas en cualquier circunstancia y sin esperar nada a cambio.
Se abandonaba el concepto de esclavitud como alternativa benéfica en el resultado de una guerra para en su lugar instalar el utilitarismo por el que se justifica la explotación del prójimo por interés, por conveniencia y por poder.
El suministro de esclavos sería materialmente llevado a cabo por la South Sea Company, de Londres, que era quien detentaba la exclusiva de venta de esclavos en la España americana.
A pesar de las nuevas circunstancias que envolvían la política nacional e internacional desde el final de la Guerra de Sucesión,  España seguía sin mantener comercio con  África; seguía sin participar en el tráfico negrero, que era la parte más sucia de todo el entramado esclavista, y esa realidad era afeada por los adelantados ingleses en España, los agentes encargados de criticar que no se tuviese ese tipo de negocio que tanto lustre estaba dando a las ciudades inglesas. No obstante, el mercado negrero tenía muchos compradores en la España americana.

La compañía inglesa vendió unos 5000 esclavos (comprados en Jamaica, la mayoría) en Cuba, entre 1740 y 1760, a 144 pesos cada uno. El contrabando pudo proporcionar otros 5000 en el mismo período (Thomas 1971)

Y al amparo del tratado firmado con Inglaterra, desde 1714 Buenos Aires pasaba a convertirse en un importante centro de importación de esclavos para toda América del Sur, con especial incidencia en las zonas mineras y en las zonas agrícolas.
Pero a pesar de todo, el volumen de tráfico negrero no alcanzó las expectativas que el mercantilismo prometía. Y es que la evolución del esclavismo en América, dentro de su disparidad, había hecho que gran parte del trabajo que anteriormente había sido realizado por esclavos, a mediados del siglo XVIII hubiese sido prácticamente absorbido por trabajadores libres… o lo que es lo mismo, que muchos esclavos hubiesen alcanzado la libertad y siguiesen desarrollando las misma funciones laborales.

Sólo en aquellos lugares poco poblados, que habían permanecido rezagados en la evolución económica del reino, tales como las provincias de Tabasco y Campeche, pertenecientes a la gobernación de Yucatán, podían absorber cantidades limitadas de negros. El interior del país había superado ya la etapa esclavista, definitivamente. (Aguirre 1946: 85)


Entre 1739 y 1748, se desarrolló el enésimo enfrentamiento entre España e Inglaterra, en la que fue conocida como “Guerra del Asiento” o “Guerra de la oreja de Jenkins”. En todos los conflictos, los británicos intentaron controlar el comercio en los océanos Atlántico y Pacífico y obtener nuevos territorios en el Nuevo Mundo. Inglaterra había aumentado los agravios de modo considerable: apresamiento arbitrario de buques españoles, establecimiento en Honduras para la corta del palo campeche o el aumento del contrabando, entre otros.
Pero la guerra era librada no sólo en el mar, sino en los despachos. La invasión estaba siendo llevada a cabo desde la administración, donde los más altos cargos estaban siendo copados por quienes sin ambages pueden ser calificados de agentes de la Ilustración, en ocasiones servidores de Francia, en ocasiones servidores de Inglaterra, pero nunca servidores de España.
En 1759, con el advenimiento de Carlos III, la francmasonería se instaló abiertamente en el mundo cortesano, que en torno al ministro Ricardo Wall, y conforme denuncia Vicente de la Fuente en su obra “Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas”, llevó una política de docilidad a las instrucciones de Inglaterra. Tan es así que, no sólo se permitió el tráfico negrero a los ingleses y franceses, sino que hasta en la misma España llegaron a crear una compañía negrera.
En 1756 había dado comienzo una nueva guerra, la de los Siete Años, a la que España fue abocada por intereses ajenos, y cuya paz, firmada en París el año 1763, dio lugar a que los ingleses se quedan con Canadá, España recuperase la Habana y Manila, y a cambio cediese Florida a Inglaterra, recibiendo como compensación Luisiana… y a España no le reportó más ganancia que el conocimiento de su debilidad y la vergüenza de aparecer ante toda Europa como una nación sumamente débil.
Todo venía rodado para los planes de Inglaterra, que contaba con una excelente operatividad de sus agentes en España, que cumplían a plena satisfacción con sus objetivos, habiendo alcanzado capacidad suficiente como para procurar el nombramiento, precisamente el mismo año de la firma de la paz de París, por ejemplo del nuevo Gobernador y Capitán General de Cuba, conde de Ricla, a la sazón primo hermano del conde de Aranda, significado preboste de la Ilustración, quién desde su toma de posesión, y aún sin contar con autorización, permitió y protegió la introducción masiva de esclavos. La autorización llegaría después.
Pero esa tan sólo era una faceta de la actividad de los agentes “ilustrados”. En el desarrollo de actividades para la consecución de sus objetivos, una conspiración contra el ministro Esquilache ocasionó que el 23 de marzo de 1766, la multitud rompiese los cinco mil faroles que alumbraban las calles de Madrid, cercando posteriormente la casa de Esquilache, que acabaron destrozando a pedradas.
A la historia ha pasado que el motín fue espontáneo y dirigido contra el ministro que había ordenado cortar los sombreros y las capas… Pero es el caso que los cortesanos, Ricardo Wall, el duque de Alba, el conde de Aranda, Roda, Campomanes, José Moñino Redondo, conde de Floridablanca, Azara, y otros, impidieron que se tomasen medidas para cortar el motín al tiempo que hicieron correr la voz que había sido promovido por los jesuitas, si bien hay historiadores, como Vicente de la Fuente, que culpan del mismo al duque de Alba, quién habría usado como instrumento al conde de Aranda. (Fuente: 119)
El caso es que, el motín de Esquilache, como años después sucedería con el motín de Aranjuez con otros fines, parece que fue provocado con el objetivo de conseguir la expulsión de los jesuitas, que eran los valedores de la Contrarreforma y los únicos que se podían oponer intelectualmente a los masones, en cuyas filas militaban los cortesanos citados y otros de menor significación. Si Esquilache era o no era tan nefasto como nos ha llegado será cuestión de investigarlo aparte.
Por su parte, y a raíz del motín, el conde de Aranda, de reconocida trayectoria masónica, pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla al tiempo que daba fin a la revuelta, que según afirma José Antonio Ferrer Benimeli, muy conocedor de las vicisitudes de la masonería:

Había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III, que el pueblo consideraba una victoria. El espíritu de sedición se había extendido produciendo sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766), donde fueron ejecutados ocho sediciosos. (Ferrer)

Por supuesto, la maniobra tuvo el éxito deseado, y los jesuitas serían expulsados el año 1767. Lógicamente, sus autores no dejarían de obtener beneficios económicos concretos. Quienes recibirían los perjuicios serían otros… entre otros aquellas personas de color que, en el siglo XVIII, llegaron a estudiar en la Universidad de San Marcos, de Lima y alcanzaron, por ejemplo, a  ser cirujanos.

Al momento de ser expulsados del virreinato peruano (1767), los jesuitas tenían 5.224 esclavos trabajando en sus haciendas. La mayor parte trabajaba en la costa. (Gómez)

Es a partir de este momento cuando el gobierno de España declara oficialmente la necesidad de incrementar el aporte de esclavos africanos a las provincias españolas de América. Y es que en estos momentos, siguiendo la estela marcada por Inglaterra, sus agentes enquistados en el gobierno de España comenzaron el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar en el Caribe, lo cual permitía un  desarrollo mejor del tráfico negrero, que por supuesto estaba en manos inglesas.

Entre 1761 y 1810, fueron introducidos unos 300.000 africanos en Hispanoamérica, a razón de poco más de 6.000 anuales. Cuba y, en menor grado Puerto Rico monopolizaron casi por completo la totalidad de los arribos. (Bethell 1990: Sánchez 36)

El desarrollo tanto de las plantaciones azucareras como del tráfico negrero se vio favorecido de manera esencial con la toma de la Habana por parte de Inglaterra el año 1762. Esa influencia ya no dejaría nunca de existir, pues aún cuando Inglaterra abandonó militarmente la isla el año 1763, dejó tras de sí un ejército de comerciantes que controlaban el mundo económico de la isla. A ese hecho se le conoce como liberalización del comercio cubano, logro privativo del despotismo ilustrado que conocería una especial incidencia el año 1789, cuando fue liberalizado el comercio de esclavos junto a otras medidas liberadoras que permitieron a Inglaterra introducir en la isla maquinaria y bienes de consumo.

En 1764, 65 y 66, recibió La Habana por cuenta de la Compañía 4.957 negros. Según la contrata con el marqués de Casa Enrile se introdujeron 14.132 en los seis años corridos de 1773 a 1779. Declarose entonces la guerra entre España y la Inglaterra, interrumpiose el tráfico de negros, celebrose la paz en 1783, hízose una contrata con Baker y Dawson, y de 1786 a 1789 se importaron 5.786 negros. (Saco 1879 Vol II: 63)

La gran pregunta que de forma recurrente viene saliendo al compás que avanzamos el estudio del hecho esclavista, ¿cuántos esclavos?, surge nuevamente ahora, y para responderla tomamos la referencia que nos da un  hispanista reconocido:

En 1774 se elaboró el primer censo Cubano…/… El total oficial fue de 170.000 personas, de las que casi 100.000, es decir, el 60 por ciento, eran blancas, mientras que el resto estaba constituido por negros y mulatos. De los negros y mulatos, dos tercios eran esclavos, y de estos sólo una tercera parte eran mujeres. De los negros y mulatos libres, unos 2000 estaban en el ejército. En comparación con el resto del Caribe, Cuba era un caso aparte; las colonias británicas tenían una población blanca total de unas 60000 personas. Y en todas ellas la población negra libre era casi inexistente. (Thomas 1971)

Recapitulemos y pongamos cifras: Nos referimos a la región de España que mayor número de esclavos recibió, Cuba. El 40% de la población cubana, 70.000 personas, eran negros y mulatos, y de éstos, eran  esclavos entre 45.000 y 50.000. Los otros 20 o 25.000 eran libres.
Otro dato a remarcar es que sólo una tercera parte eran mujeres. Aquí hay que señalar que ya se reflejaba en el dato la táctica seguida por el liberalismo rampante desde primeros de siglo. Desde esta época, el único objetivo a cubrir era el de resultados económicos, siendo que salía más económico importar un esclavo que criarlo.
Además, la medida tenía un doble resultado económico, pues las mujeres tenían un precio superior al de los hombres, ya que los generadores africanos de esclavos, las tenían en mayor estima por las condiciones propias de su sexo.
En cualquier caso, en el Caribe español, de momento, la diferencia existente entre varones y mujeres esclavos no afectaba a los efectos de relaciones humanas, tanto por el número de gentes de color no esclava existente, como por la peculiar idiosincrasia hispánica que no hace remilgos al cruce de razas.
La política británica, que ya en los años setenta se había asentado cómodamente en el gobierno español compartiendo influencia con la política francesa, necesitaba allanar un obstáculo a sus intereses; necesitaba que se permitiese a los españoles endeudarse en los bancos británicos, lo que había sido conseguido en 1773.
Todo ese entramado, veinte años después había obtenido unos resultados poco halagüeños aunque realmente significativos. En 1792, la población cubana era de 273.729 personas, de las que la población blanca era el 49%, siendo que la población esclava había crecido hasta los 85.000 individuos y que la población libre de color alcanzaba el 20% del total. Porcentaje que seguía siendo incomparable con las sociedades esclavistas del Caribe británico y francés. Al mismo compás, lógicamente, había crecido el número de ingenios azucareros, que si en 1760 apenas eran doscientos, a principios de la década de los noventa se aproximaban a los quinientos. A ese ritmo en Cuba se fue pasando de una sociedad en la que había esclavos a una sociedad esclavista, que son dos aspectos bien distintos.
Pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. Cuba, es una pequeña parte de España donde tuvo lugar ese tránsito nefasto, pero hay mucho más territorio del que tratar.
En estos momentos, el año 1776 fue creado el Virreinato del Río de la Plata, con Buenos Aires como capital, que como hemos visto era, desde 1714, un importante centro de importación de esclavos para toda América del Sur, puesto que perdería en 1791 cuando fue liberalizada la introducción de esclavos al Rio de la Plata, Perú y Chile, y su entrada se centralizó en Montevideo.
Entre 1777 y 1812, al menos 60.000 esclavos fueron traídos al Río de la Plata desde África y Brasil por vía marítima. (Borucki 2009: 1)
En Cuba las cifras son otras. Líneas atrás señalábamos que la población esclava en 1792 estaba compuesta por 85.000 personas… Comparemos con Río de la Plata.
Pues en 1811, la población esclava de Cuba ascendía a más de doscientas mil personas, y a casi trescientas mil veinte años más tarde.
Pero es que, en México se calcula que hacia 1793 existía un máximo de 10.000 esclavos, la octava parte de los que se calcula que existían a mediados del siglo XVII.

Si deseamos conocer los resultados demográficos de más de 300 años de esclavitud en todo el imperio, sólo son posibles ilustradas conjeturas, pero parece razonable fijar la población esclava a principios del siglo XIX en unas 550.000 personas, con un número de negros libres que iguala y probablemente supera esa cifra. (Browser: 144)

Tras esa reseña, que viene a aclarar un aspecto interesante en lo relativo al total de esclavos existentes en un momento concreto, resulta cuando menos extraña la evolución del esclavismo en Cuba, radicalmente contraria a la evolución llevada en otros puntos de la España americana, y considerando que el mismo gobierno ilustrado era quién marcaba las pautas en un lugar y en otro. ¿Cómo es posible que Cuba, máxime comparando su extensión geográfica con la del resto de la España americana, acaparase el 40% de todos los esclavos?
Parece que el tráfico negrero debía haberse visto incrementado en  toda América cuando el primero de octubre de 1777 fue firmado el Tratado de San Ildefonso entre las coronas de España y Portugal, y por el cual se convenía el cambio de la colonia de Sacramento, en poder de Portugal, por las provincias de Santa Catalina y Río Grande del Sur en Brasil.

Portugal nos cedía además en el golfo de Guinea las islas de Fernando Póo, Annobón, Corisco y ambos Elobeyes, así como el litoral comprendido entre las desembocaduras de los ríos Níger y Ogoué, o lo que viene a ser lo mismo, entre los cabos Formoso y López . El Tratado fue ratificado en El Pardo en 24 de marzo de 1778. (tratados de paz. Tomo III: pp 236 y sig)

Parece lógico que con este asentamiento en África, la Monarquía española hubiese de desarrollar el tráfico negrero que hasta la fecha no había desarrollado, pero no sería así, aún a pesar de que, estando todo dominado por la Ilustración difícilmente podemos hablar de una monarquía española auténtica.
La producción azucarera cubana, que había alcanzado una importancia de primer orden, y todo, sin lugar a dudas, merced a la invasión inglesa de 1762, hizo posible que durante la guerra de independencia usense, en 1779, y como consecuencia del decisivo apoyo prestado por España, se abriese el mercado azucarero cubano a los Estados Unidos independientes, que cambiaban su tradicional proveedor, las Antillas británicas, por quienes hicieron posible su independencia de Inglaterra.
Pero la mentalidad británica no es la mentalidad hispánica, y esos Estados Unidos supieron aprovechar la dependencia comercial que significaba para Cuba haber sustituido a las Antillas británicas en el suministro de azúcar, y la falta de cálculo por parte de España (o el exacto cálculo por parte de los agentes extranjeros que la gobernaban), posibilitaron que a mediados de siglo XIX el 62% de las exportaciones cubanas tuviesen como destino los Estados Unidos, Inglaterra el 22%... y España un mísero 3%.
España ya no decidía por sí, y como consecuencia tuvo que servir los campos de cultivo que daban azúcar a los Estados Unidos y a Inglaterra.

En 1789, convencido del valor del azúcar en el mercado europeo, el gobierno español cambió drásticamente, reconociendo el potencial agrícola de Cuba y su necesidad de mano de obra. Abandonó el antiguo y vano esfuerzo por regular escrupulosamente la cantidad de negros importados a Hispanoamérica, y abrió el comercio de esclavos a todos los interesados. (Browser: 143)

Esa lectura tan comprensiva y comprometedora para el gobierno español, parece evidente que es radicalmente falsa. El mundo azucarero estaba utilizando el ámbito español, pero sólo en cuanto a la producción, porque tanto el mercado como el tráfico esclavista estaba en el ámbito británico. Era Inglaterra quien marcaba la necesidad de crear traficantes de esclavos originarios de Cuba en un momento en el que, por condicionantes económicos, estaba decidida a renunciar al monopolio del tráfico como titular, pero no como beneficiaria.
Siendo así la situación, parece evidente que la sentencia sobre Cuba se echaba justo en los momentos que aparentemente parecían ciertamente dulces para España.
Es cierto que la Real Cédula de 1789 no se limitaba a Cuba. A Cuba se limita la situación desde este trabajo, porque evidentemente la medida iba dirigida a Cuba, pero la ley supuestamente era para toda la España americana, donde todos los puertos acabaron teniendo libertad de comercio negrero, aunque ninguno, teniendo además en cuenta las dimensiones geográficas a las que servían, recibió el número de negros que recibió Cuba.
Esa apreciación, sin ser expuesta de manera tan cruda, parece estar implícita en los juicios que sobre estos momentos en Cuba hace el historiador Hug Thomas cuando afirma que

Además de permitir que cualquier negrero extranjero pudiera abrir establecimiento en La Habana (el más destacado fue William Woodville, de Londres), estas regulaciones contribuyeron a que Cuba se convirtiera, en el cambio de siglo, en el mejor mercado internacional de esclavos, siendo los beneficios por esclavo embarcado de 62 libras, en comparación con 56 o 58 libras, si eran comprados en otros lugares. (Thomas 1971)

También las apreciaciones de Alexander Humboldt parecen ir en ese sentido en el informe que realizó sobre su viaje por la España americana, supuestamente para realizar un estudio naturalista, y que manifiestamente tenía un carácter de espionaje, con informes exactos para el buen uso de un ejército invasor.
Tanto mas viva nos fué la impresión que nos hizo la primera venta de los negros en Cumaná, cuanto mas nos felicitamos de permanecer en una nación y en un continente, en donde este espectáculo es muy raro y donde el número de esclavos es en general poco considerable, puesto que en 1800 no excedía de seis mil en las dos provincias de Cumaná y Barcelona, cuando en la misma época, su población entera ascendía á ciento y diez mil habitantes. El comercio de los esclavos africanos, que las leyes españolas no han favorecido jamás, es casi nulo en unas costas en que se hacia el comercio de los esclavos Americanos en el siglo diez y seis con una espantosa actividad. Marcarapan, llamado antiguamente. (Humboldt, tomo I: 334)
Los últimos años del siglo XVIII conocieron una importante evolución del movimiento abolicionista, y en 1794 Toussaint Louverture liberó a los esclavos haitianos, lo que provocó una alarma en todo el mundo esclavista. Como consecuencia, el 15 de febrero de 1796 se prohibía en Cuba la importación de esclavos procedentes del Caribe no español.

Igual prohibición renovó el general Vives por la circular de 9 de julio de 1829, que fue aprobada por Real Orden de 8 de octubre del mismo año. Reiteráronse las prohibiciones en 6 de agosto de 1831, y en 28 de julio de 1832, a consecuencia de la alarma que difundió en Cuba la situación de Jamaica. Creciendo siempre los temores, la Real Orden de 12 de marzo de 1837 recomendó que por ningún motivo ni pretexto se introdujesen negros libres en Cuba. (Saco 1879 Vol II)

Pero la importancia esclavista que tenía Haití pasaría a ser detentada por Cuba, y la transición se produjo justo en el tiempo en que se desarrolló el conflicto haitiano, pues desde 1791 se produjo en Cuba un serio incremento de plantaciones azucareras y un incremento en el trasiego de esclavos.
Todo indicaba que España había pasado de ser la vanguardia del espíritu humanista que con el reconocimiento de derechos de los indios como súbditos de la Corona y las Leyes de Indias del siglo XVI marcaban una diferencia sideral con las formas europeas, a ser un mal remedo del espíritu de la Ilustración; alcantarilla de Francia y de Inglaterra que con el concurso exitoso de sus agentes habían conseguido, a lo largo de todo el siglo XVIII dar la vuelta a los principios que conformaban el ser y la esencia de España.
Serían Francia e Inglaterra quienes dirimiesen cual de ellas se quedaba definitivamente como metrópoli de España, y ese asunto no tardaría en llegar.
Tras la guerra franco-británica para la dominación de España, vulgo “guerra de la independencia, el avance de los intereses británicos en España y la consiguiente laminación de todo espíritu humanista, cristiano y español inició un crescendo que a estas alturas del siglo XXI no sólo no ha parado, sino que amenaza con conseguir sus últimos objetivos.
En esa órbita, consumadas las guerras separatistas americanas en base a traiciones manifiestas llevadas a cabo al gusto y conveniencia de Inglaterra por parte de sus agentes, unos denominados “libertadores”, otros generales del ejército español y otros clase política de todos los colores, los asuntos de la América no desgajada conocieron el crescendo de la corrupción que tan propia resulta del sistema político que con el beneplácito y el empuje necesario de Inglaterra se dio España a sí misma.
Así, los capitanes generales de Cuba pasaron a tener derecho a su particular mordida, que en el caso de los esclavos tendría una sensible importancia… Y el cargo era otorgado, justamente a quienes tuvieron una convenientemente dudosa actuación en las guerras separatistas del continente.
Y es que la suerte estaba echada. Hasta el extremo que la venta de la isla era una cuestión permanentemente barajada por parte de los distintos gobiernos españoles, que sin embargo, no tuvieron el valor de llevar a cabo… hasta 1898.

Bernabé Sánchez, un nativo de Camagüey, en representación de varios plantadores llegó a Washington, en septiembre de 1822, para ofrecer la anexión como un Estado. El gabinete norteamericano, reunido, nada decidió. John Quince Adams, secretario de Estado, escribió en su diario:
Se discutió sobre lo que debía hacerse. Mr. Calhoun desea ardientemente que la isla se convierta en parte de Estados Unidos, y dice que Mr. Jefferson lo desea también. Hay dos peligros que deben evitarse… uno, que la isla caiga en manos de la Gran Bretaña; el otro, que sea revolucionada por los negros. Calhoun afirma que Mr. Jefferson le dijo hace dos años que deberíamos, a la primera oportunidad, tomar Cuba, aunque fuera a costa de una guerra con Inglaterra; pero como no estamos preparados para la misma, y como nuestro gran objetivo debe ser el de ganar tiempo, piensa que deberíamos reaccionar [respecto a los plantadores] disuadiéndolos de su actual propósito y animándolos a adherirse a su conexión con España. (Thomas 1971)

Esas cuestiones eran las que estaban barajando mientras la discusión sobre el abolicionismo estaba sobre la mesa en todos los debates. Inglaterra, justa y curiosamente Inglaterra, la esclavista, era la abanderada del abolicionismo; ella, que justo en el  momento de la abolición, tenía el control de más de la mitad de la trata mundial. ¿Qué estaba pasando?
En esos momentos la revolución industrial exigía un nuevo concepto de la esclavitud, que a partir de entonces tendría que ser asalariada… Pero había más, mucho más, porque además de ser asalariada, para la atención de la industria, en Inglaterra sobraba mano de obra que debía ser enviada fuera a toda costa.
También en esos momentos, y como consecuencia de su posición en el mercado  mundial de esclavos, Inglaterra contaba con la mayor flota esclavista, por lo que la solución al excedente de mano de obra en Inglaterra podría ser regulado transportándolo a Australia y Nueva Zelanda en la flota que hasta entonces había estado enviando negros de África a América, sin que por ello fuesen mejoradas las condiciones de transporte. Y así se hizo, sin abandonar el negocio del tráfico negrero a sus nuevas colonias americanas, la principal de las cuales era provincia española: Cuba.
La forma para continuar con el negocio fue sencilla: algunos de los traficantes mutaron su nombre inglés por otro hispanizado, como por ejemplo Philip Drake, que se convirtió en don Felipe Drax, mientras a mediados del siglo, los bancos ingleses financiaban y aseguraban la carga a los traficantes de esclavos.

en 1837, el cónsul inglés, David Turnbull, calculó que de los setenta y un barcos esclavistas que operaban en las costas cubanas, cuarenta eran portugueses, diecinueve españoles, nueve eran de Estados Unidos, y uno era sueco; en 1820-1821, dieciocho habían sido españoles, por cinco franceses, dos portugueses y uno estadounidense, si es que había que hacer caso de sus banderas. No obstante, no puede darse demasiada importancia a las nacionalidades. A causa de la interferencia internacional de los ingleses, los barcos se hacían a la mar bajo diversas banderas. (Thomas 1971)

Pero la humillación a España no debía cesar, en esta ocasión a cuento de los derechos de los esclavos, cuando España lo tenía regulado desde el derecho visigodo.
Es el caso que en 1685 entró en vigor en las Antillas Francesas el Code Noir, que rápidamente se empezó a aplicar, con variantes más o menos significativas, en las demás regiones americanas. Lógicamente, a la historia ha pasado que el último código de comportamiento en la Antillas es el Reglamento de esclavos en Cuba, que data de 1842, y para nada se habla del Liber Iudiciorum, en que se basaba el derecho de los esclavos españoles, posteriormente actualizado por el Código de las Siete Partidas,  mientras en otros lugares carecían de código alguno, fuese negro o de otro color.
Sólo queda recurrir a investigadores ajenos, como el cubano José Antonio Saco… o mejor el británico Henry Kamen… de cuya lectura se puede inferir que, como en el caso de los nativos americanos, no existe parangón en el trato que España dio a los esclavos.
Y eso se puede decir incluso en el siglo XVIII… y hasta en el XIX, cuando manifiestamente el control absoluto de España ya estaba en manos de los enemigos de España, que pudieron, eso sí, acabar con la concepción de una sociedad con esclavos para transformarla en una sociedad esclavista, aumentando el número de esclavos al tiempo que suprimían las formas humanistas y aplicaban un sistema de producción que atendía exclusivamente al rendimiento y que suprimía el trato del amo.
De ese amo que ya no vivía en la plantación, y que ni tan siquiera visitaba, con el esclavo que permanecía en la misma sin tan siquiera llegar a conocer a quién se proclamaba su “amo”. Al fin y al cabo, igual que en una sociedad anónima, cumbre del mismo sistema liberal capitalista en que se había transformado la plantación de caña.
En esta época, la población esclava había sufrido un nuevo crecimiento, acorde con el desarrollo capitalista. Si la población esclava en 1792 estaba compuesta por 85.000 personas y en 1831 ascendía a casi trescientas mil, en 1860 nos da una población libre de 1.025.917 y una esclava de 370.553, es decir prácticamente había 1 esclavo por cada 3 hombres libres. En Puerto Rico la proporción era de 1 esclavo por cada 13 libres.

Sólo en el curso de treinta años, de 1792 a 1821, a Cuba llegó un promedio de 11.612 esclavos por año. De 1821 a 1865 llegarían todavía otros 300.000 más, en calidad de tráfico ilegal a un promedio de 6.818 por año. (Maríñez: 90)

¿Y qué pasaba en la España peninsular? La esclavitud había desaparecido en 1766, cuando el sultán de Marruecos compró la libertad de los esclavos musulmanes de Sevilla, Cádiz y Barcelona, aunque sería suprimida medio siglo después.
¿Y por qué no se acabó también en América con la lacra, cuando la trayectoria de la legislación y de las costumbres españolas auguraban la supresión de la esclavitud en tiempos en los que Europa no se cuestionaba su propia esclavitud?
Parece evidente que la Guerra de Sucesión, y el Tratado de Utrecht marcaron un antes y un después en España. Hasta el extremo que, desde entonces, si bien la legislación no variaba y el estatus jurídico seguía siendo el mismo que cuando España no dependía de intereses ajenos, lo cierto es que los comunicados, adolecían con frecuencia de un insulto al ser y a la forma de España, atreviéndose a calificar de “colonias” lo que en la legalidad era reconocido como provincias.
Tras las guerras separatistas del siglo XIX y la consiguiente atomización de España en diversos territorios que inexorablemente se convirtieron en colonias inglesas, incluida la Península, esos aspectos, que en otros tiempos tenían un tratamiento claro, dejaron de tenerlo ahora; por ello, quizás, la esclavitud en América, y muy especialmente en Cuba, acabaría adquiriendo caracteres épicos.
Son características propias de la involución que estaba afectando a España desde el advenimiento de la casa Borbón, cuando en la política y la cultura española irrumpió la Ilustración.
Pero a pesar de todo, a pesar de que económica y administrativamente hablando la política ilustrada, que muy certeramente era conocida como “afrancesada” estaba absolutamente impuesta, el espíritu hispánico, ocasionalmente, se marcaba un triunfo. Así sucedió entre los años 1803 a 1814, cuando se llevó a cabo alrededor del mundo la primera expedición sanitaria internacional en la historia.
Se trata de  la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, conocida como Expedición Balmis en referencia al médico Francisco Javier Balmis, con el objetivo de que la vacuna contra la viruela alcanzase a todas las Españas. La misión consiguió llevar la vacuna hasta Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas y China. Asunto digno de estudio diferenciado y que marca también la diferencia existente entre un imperio generador, como el español, y un imperio depredador, como el británico, que en esos mismos momentos no se preocupaba, precisamente, de proteger la salud de los habitantes de sus dominios, sino más bien de proclamar, por boca de James Barnard, vicepresidente de la Sociedad Real de Tasmania,  que “el proceso de exterminio es un axioma de la ley de la evolución y de la supervivencia del más apto”.
Cuestión la de la vacuna que tiene una relación marginal con la esclavitud, pero que sirve de ejemplo  para no perder la esperanza en lo tocante a una reconstrucción nacional que repare todo el daño causado durante tres siglos por el espíritu de la Ilustración.
Esa Ilustración que justo en el periodo que estamos tratando posibilitó las guerras separatistas en América, a la que aportó más miseria que la que ha sido capaz de acumular la España europea. Una separación que destruyó, al menos por un periodo de dos siglos (y está por ver cuanto más), la seguridad y la prosperidad que si causaba admiración y envidia en una Europa sumida en la miseria de los siglos XVI y XVII, no dejaba de causarla en la Europa de la Ilustración y el engaño del siglo XVIII.
Discretos y cortos, y tal vez no en plural, han sido los momentos en los que los principios de la Ilustración han quedado, no eliminados, sino compartiendo protagonismo en la marcha social y política de España desde el advenimiento de Felipe V hasta nuestros días.
En este periodo mucho más destacables son sus éxitos en todos los campos y siempre a costa de España, habiendo sabido encuadrar entre sus servidores a las persona más influyentes, entre las que podemos poner un ejemplo de primer orden: la reina Maria Cristina, la mujer de Fernando VII, que adornaba todos sus títulos con el no poco lucrativo  del tráfico negrero, para lo que tenía dos agentes: Juan Antonio Parejo y Julián de Zulueta, que acabaron formando sociedad con Fernando Muñoz, duque de Riansares y amante, y posteriormente marido de la regente.
Eso sí, conforme al espíritu de la Ilustración, la representación teatral era para la consecución de un oscar. Así, en 1817, y respondiendo a los requerimientos del Congreso de Viena de 1815, Fernando VII firmaba el compromiso de abolición de la esclavitud en Cuba, mientras su mujer organizaba el entramado esclavista… Al fin, nada que objetar. A lo largo del siglo XIX arribarían a Cuba no menos de 600.000 esclavos, y todo a pesar de que en 1835 fue promulgada en España la Ley de Represión del Tráfico, y de que en 1837 se abolió la esclavitud en España, excepto en Cuba y Puerto Rico.
Excepciones éstas que no tienen nada de particular si tenemos en cuenta que Cuba y Puerto Rico, por obra y gracia de la monarquía constitucional, habían dejado de ser lo que habían sido siempre, provincias, y se habían convertido en colonias. Desde 1834, y a partir de ahí en la constitución de 1837 y sucesivas, se mutilaron sus derechos, pasando a ser regidas por leyes especiales que para mayor injuria nunca llegaron a proclamarse.
Pero en esta época, como venimos señalando, ya no hablamos de España salvo en honrosísimas excepciones. Y desde 1812 podemos hablar literalmente de colonia británica, siendo que los métodos aplicados consigo misma, desde entonces y hasta ahora mismo, obedecen literalmente a las formas y a los intereses ingleses.
Las referencias que abonan esa afirmación son múltiples. Ahora nos estamos limitando exclusivamente a las relacionadas con el esclavismo, y cabe señalar que tras la victoria británica sobre Francia en 1814 en la eufemísticamente conocida en España como “Guerra de la Independencia”, los capitanes generales de Cuba se convirtieron en comisionistas del tráfico negrero, existiendo una salvedad en ese asunto, Juan de la Pezuela que catalizó las enemistades de los esclavistas y de los Estados Unidos, donde los anexionistas proponían el bloqueo de la isla.
Al de los raros casos que se enfrentaron clara y abiertamente a la trata pertenecen hombres como Juan de la Pezuela, sabiendo además el rentable negocio al que se resistía:
«El sueldo de gobernador de Cuba —le escribía a su hermano— es de 5.000 pesos, que se gastan todos en vivir. Lo que enriquece es el tráfico clandestino de negros, perseguido por los ingleses pero protegido por nuestro Gobierno. Cada negro deja al gobernador una onza de 16 pesos. El año que entran muchos se arma el gobernador. (Espadas 1999: 45)

Y en Puerto Rico, en 1848, se llevó a término una de las felonías más destacables al ser impuesto el “Código Negro”, unas ordenanzas que supuestamente venían a cubrir los derechos de los esclavos, cuando lo que hacían era revocar los derechos que les eran reconocidos en base al derecho secular español.



Ese año, Juan Prim, a la sazón capitán general de Puerto Rico, y para algunos el menos deshonesto de las figuras políticas del siglo XIX, dio luz a las ordenanzas citadas, que dejaban  a los esclavos en situación parecida a la que habían tenido en las posesiones británicas: Los amos podían castigarlos hasta la muerte sin que el poder judicial tuviese que intervenir.
En 1868, al alimón de la Revolución Gloriosa en la península, dio comienzo en Cuba la Guerra de los Diez años.
Al año siguiente, los separatistas cubanos plantearon una constitución en cuyo  artículo 24 se declaraba:

Todos los habitantes de la República son totalmente libres

Pero finalmente el Parlamento rebelde estipuló que tras la esclavitud habría un reglamento de libertos por el cual se estipulaba que los libertos trabajarían para su amo anterior, que tendría derecho, no sólo a no pagarles, sino también a exigirles alimento y vestido.
De hecho, la alternativa planteada por el gobierno era más ventajosa que la planteada por los separatistas. Se trata de la “Ley de vientres libres”, proclamada en julio de 1870, y por la cual, en su artículo tercero se disponía que todos los esclavos que hubiesen servido bajo la bandera española, o de cualquier manera hubiesen auxiliado a las tropas durante la insurrección eran declarados libres.
Con esa contraoferta se iniciaba una “negociación” peculiar.  En diciembre de 1870, Carlos Manuel de Céspedes hizo la siguiente proclama:

El timbre más glorioso de nuestra Revolución a los ojos del mundo entero, ha sido la emancipación de los esclavos que, no encontrándose en plena capacidad durante los primeros tiempos de su libertad para ejercer ciertas funciones, a causa de la ignorancia en que el despotismo español los mantenía, habían sido dedicados, casi exclusivamente al servicio doméstico y al de la agricultura por medio de consignaciones forzosas; el transcurso de dos años ante el espectáculo de nuestras libertades, es suficiente para considerarlos ya regenerados, y franquearles toda la independencia, a que con sujeción a las leyes, tienen indisputable derecho. Se hace, pues, necesario completar su redención, si es posible emplear esta frase, y a la vez emanciparnos de sus servicios forzosos. Por ello es que, desde la publicación de esta circular, cesarán esas consignaciones, quedando en libertad de prestarlos como lo tengan por conveniente, y consagrarse como los demás ciudadanos a aquellas ocupaciones, que según su aptitud, les sean más propias en cualquiera de las esferas de actividad de la República, sin que, bajo concepto ninguno, puedan permanecer ociosos. Para la explotación de fincas y demás trabajos a que estaban dedicados, pueden los gobernadores y demás funcionarios indistintamente, destinar a los libertos y a los demás ciudadanos, pues aquellos entran con iguales condiciones que éstos a formar parte de la comunidad republicana. (Motta 2003: 16-17)
El final de la esclavitud conforme era conocida en el siglo XIX estaba cantado. Sólo Cuba, Puerto Rico y Brasil la tenían vigente, y la presión contra el tráfico era dura y certera.
Con esas premisas, el veintidós de marzo de 1873 el parlamento, a propuesta del gobierno de Ruiz Zorrilla, aprobaba la supresión de la esclavitud en Puerto Rico.
Diez años más tarde, el trece de febrero de 1880, se decreta la abolición de la esclavitud en Cuba, pero se crea un sistema de transición de patronato, que acaba no satisfaciendo a nadie, y es en 1886 cuando también queda suspendido el sistema de patronato, y con él, definitivamente, la esclavitud.
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Tratados de paz, alianza, comercio, ajustados por la corona de España con las potencias extranjeras, Colección de los. Tomo III








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