Cesáreo Jarabo Jordán y Sebastián Donoso Bustamante
ÍNDICE
Los piratas del pacífico
A modo de introducción………...………………………………………..….Pag. 2
Sir Richar Hawkins………………………………………………………..…Pag 12
Corsarios de la Guerra de Sucesión Española…………………………….…Pag. 19
La piratería, arma contra el catolicismo…………………..………………....Pag. 33
Piratas del Pacífico y la Inquisición de Lima………………………………. Pag. 43
Consideraciones generales sobre el Tribunal del Santo Oficio…………….. Pag. 59
Inquisidores del Tribunal de Lima…………………………………………...Pag. 68
Los procesos del Tribunal de Lima………………………….……………….Pag. 84
Los Autos de Fe del Tribunal de Lima………………………….……………Pag. 98
La Complicidad Grande. El Auto de Fe de 23-1-1639..………………….....Pag. 114
Piratas, corsarios, ingleses, bucaneros y filibusteros…………………………Pag. 123
Las relaciones internacionales y la piratería………………………………….Pag. 137
Supersticiones europeas. Base ideológica del colonialismo……………….…Pag. 147
Unos apuntes sobre la tortura………………………..……………………….Pag. 155
Bibliografía…………………………………………...………………………Pag. 162
A MODO DE INTRODUCCIÓN: EL QUÉ, EL CÓMO Y EL PORQUÉ DEL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN DE LIMA
La preocupación por la Conquista de América fue un hecho que marcó la España del siglo XVI. Todos se preguntaban si tenían derecho a la misma; si el hecho de abordar aquellas tierras no iba contra el derecho divino y contra el derecho humano, y esa pregunta no estaba sólo en el pensamiento de un determinado sector no representativo de la población, sino que invadía todos los ámbitos de la vida social española, siendo que el propio Emperador Carlos llegó a paralizar las labores de Conquista y Descubrimiento por decreto de 3 de Julio de 1549, sentando también en estos momentos lo que podemos calificar de reglamento laboral a aplicar a los naturales de América, con aplicación del descanso semanal obligatorio (Guardia). La paralización duraría hasta 1556, a instancias del marqués de Cañete, virrey de Perú.
No cabe duda que esas cuitas provocasen que la implantación de la Inquisición en América se demorase setenta y siete años después del descubrimiento. Estas cuitas… y el hecho significativo que entre 1509 y 1559, cuando se formalizó la conquista desde Florida hasta el estrecho de Magallanes, sólo llegaron 27787 españoles a América, quinientos por año (Messori) cuya relación nominal está al alcance de los curiosos.
Sería la actividad de Fray Bartolomé de las Casas la que posibilitaría que finalmente se implantase el Tribunal también en la España americana, como ya lo estaba en todos los dominios, salvo en Flandes.
Fray Bartolomé tuvo una gran influencia en el espíritu de Carlos I, que se cegaba por los relatos fantásticos del dominico, quien en su “Brevísima” se pierde siempre en vaguedades e imprecisiones, sin llegar a concretar cuándo o dónde se consumaron los horrores que denunciaba.
Fray Bartolomé de las Casas “solicitaba el envío de la Inquisición ante la presencia de herejes y el riesgo que corrían los indígenas de ser persuadidos por estos personajes de caer en la herética pravedad”.(Ruiz)
Lo que parece cierto es que “Bartolomé de Las Casas es exagerado pero necesitó hacerlo porque hacía falta llamar la atención. La Brevísima relación fue una obra de batalla que incurre en exageración y falta de objetividad, pero sobre un fondo de verdad histórica, permitió muchos cambios en cuanto al trato de los indios. El libro representa la exaltación de la bondad indígena, bondad machacada por parte de la población española explotadora.” Y lo que resulta significativo es que la obra de fray Bartolomé fue protegida y divulgada por la corona mientras él mismo fue nombrado “defensor universal del indio” y obispo de Chiapas, al tiempo que su opositor en la Controversia de Valladolid (Agosto-Septiembre de 1550 y Abril-Mayo de 1551), Juan Ginés de Sepúlveda, vería prohibida su “Democrates alter”, donde no hacía sino defender los derechos de conquista basándose en que el espíritu cristiano de España impediría el genocidio que de otra forma llevarían a cabo las potencias protestantes europeas… Como así acabaría sucediendo allí donde dominaron los europeos.
El propósito declarado de la discusión era cómo se debía proceder en los descubrimientos, conquistas y población del Nuevo Mundo frente a los nativos. Algo que no conocía parangón en ninguna parte del mundo, ni en el mundo europeo, ni por supuesto en el mundo musulmán. Y el resultado jurídico de la “Controversia” fue que mucho antes que la “declaración universal de derechos”, de corte liberal, fuese proclamada por la Revolución Francesa, España proclamase la “declaración y defensa universal de los derechos del hombre y de los pueblos”. Ciertamente, las explicaciones de Las Casas pasan de lo peregrino, sin embargo hay una cuestión que prima incluso sobre las fábulas que cuenta: Lo primero era la defensa de los derechos del indio.
El origen de la Inquisición en América, así, podemos encontrarlo en la actividad del dominico, pero además tiene dos fases; la primera nos indica que fue instituida con el descubrimiento, ya que los misioneros, bajo la autoridad del benedictino Bernat de Boïl, tenían título de inquisidores, pero ejercían su función como inquisición “ordinaria”, aspecto que se vería reforzado en 1519 cuando Adriano de Utrecht nombró los primeros inquisidores apostólicos. No obstante, no se puede hablar de la instauración de la Inquisición en América hasta el 25 de enero de 1569, cuando así lo dispuso la cédula librada por Felipe II, siendo el de Lima el primer tribunal de América, al frente del cual sirvió Serván de Cerezuela, que a su vez dependía, no del secretario de Castilla, sino del secretario de Aragón. Este tribunal se desgajaría en dos el 8 de mayo de 1610, cuando se crea el tribunal de Cartagena de Indias. (Jarabo)
La creación de los tribunales de la Inquisición de México y Lima fue convenida por la Junta Magna celebrada el año 1568, bajo la presidencia del cardenal Diego de Espinosa, siendo que en esos momentos se estaba viviendo una importante actividad de la piratería en el Caribe. Su objetivo era salvaguardar las costumbres y controlar las desviaciones ideológicas que pudieran aparecer. En lo tocante al virreinato del Perú, sería el quinto virrey del Perú, don Francisco de Toledo, y la Inquisición, quienes actuarían conjuntamente para garantizar la salvaguarda del principio de autoridad.
La jurisdicción del tribunal de Lima comprendía desde el istmo de Panamá hasta la Tierra de Fuego, comprendiendo los territorios del Virreinato, constituido en 1542. Es decir, Panamá, Santa Fe de Bogotá, Quito, los Charcas, y Chile, o lo que es actualmente Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay.
Por lo que respecta al tema que nos ocupa, los inquisidores limeños se hospedaron en el convento de los agustinos (actual templo de San Marcelo). Poco después se mudaron a las moradas del oidor Paredes, frente al templo de la Merced.
Fig.: Francisco de Toledo
Como los otros tribunales, el de Lima estaba compuesto por dos inquisidores, uno jurista y uno teólogo, tres secretarios (el de secuestros, el de secreto y el general), alguacil, tesorero, y familiares, y dependía de la Suprema, que había sido creada el año 1483, y estaba compuesta por seis miembros designados por el rey, presididos por el Inquisidor General. Otros cargos eran los comisarios, el nuncio, el alcalde, el portero, el curador y letrado, médico, partera, cirujano.
¿Qué preocupaba a la administración española?; ¿Quiénes acabarían nutriendo la actividad del tribunal inquisitorial americano? Lógicamente los mismos que nutrían los peninsulares, pero profundizando en el asunto nos encontramos con una consigna de Legazpi que nos puede dar algo de luz: “guerra sin cuartel a los piratas y ladrones; respeto absoluto a los nativos”. Las instrucciones debían ser aplicadas en Filipinas, cierto… ámbito de los piratas del Pacífico.
José Toribio Medina señala las dificultades en el control que pretendía ser ejercido, y las cortapisas que al respecto eran impuestas por la propia administración inquisitorial: “Como muchos de los extranjeros que llegaban a las costas del Perú se iban adentro, se dispuso que cuando algunos arribasen al Callao, los maestres los presentasen en el Tribunal para obligarlos a salir inmediatamente; pero como de ordinario las naves en que venían partían a otros puertos del virreinato, los más de ellos quedaban al fin en el país, por lo cual proponían los inquisidores que los comisarios de Panamá y Cartagena, por el mero hecho de ser extranjeros, no les permitiesen pasar adelante. En el Consejo, sin embargo, no se aprobó esta idea, y por el contrario se ordenó que, salvo en el caso en que hubiesen hecho alguna cosa contra la fe, o introducido libros prohibidos, no se entrometiesen en esto.” (Medina)
Esa política de respeto es la que posibilitó que en la historia del tribunal de Lima hubiera treinta y dos víctimas, de las cuales veintitrés fueron procesadas por judaizantes, seis por protestantes – en su mayoría piratas capturados en actos de guerra –, dos por explícita herejía y una por “alumbrado” o falsa santidad. También se actuó sobre luteranos franceses o flamencos, además de algún dominico de bragueta ligera o cristianos viejos de conducta escandalosa.
Carolina González Undurraga indica que“El Tribunal se instaló en el Nuevo Mundo para prevenir la herejía extranjera – luteranismo, específicamente– en las provincias “que con tanto cuidado y fe ha procurado fuesen pobladas de nuestros súbditos y naturales no sospechosos.”
“En ese sentido la Corona consideró la labor inquisitorial como santo negocio y ordenó a las demás instituciones que “inquisidores, oficiales y ministros sean favorecidos y honrados como la dignidad y calidad del oficio que les está cometido lo requiere.” (Medina)
Pero la actividad inquisitorial en América se nutrió en gran medida de piratas al servicio de su majestad británica (como fueron John Butler y el sobrino de Francis Drake, John Drake).
Por otra parte, la tranquilidad era el método aplicado por la Inquisición; así, sería Antonio Gutiérrez de Ulloa, segundo inquisidor general de Lima, quién celebraría el primer Auto de Fe en el Nuevo Mundo el 15 de Noviembre de 1573, con una persona relajada (Medina). En el Auto de Fe fueron penitenciados cinco reos más; uno, corregidor de las provincias del Callao. Las penas oscilaron entre 200 azotes y la asistencia a misa, y multas.
Resulta escalofriante el peso de la leyenda negra, a la que durante siglos, sin el menor rubor y sin la menor preocupación por contrastar las aseveraciones de la misma, se ha tenido como fuente fidedigna. En esa dirección, Ricardo Palma, en los “Anales de la Inquisición de Lima” sigue las estructuras de la leyenda negra, dando varias referencias del siguiente tenor: “Este hecho, que algunos dudan, lo encontramos referido por Dafont, Voyage á l’Amerique, y por Stevenson, secretario de lord Cochrane.” (Palma)
Nosotros no nos vamos a referir a las opiniones o aportaciones de un determinado tipo de autores o investigadores, sino que tratamos autores de todos los posicionamientos, y documentos, instrucciones, leyes, juicios, Autos de Fe, y actuaciones de las potencias europeas. En esos análisis podemos determinar que la enorme mayoría de los enjuiciados por la Inquisición por causas relacionadas con la piratería fueron sentenciados a un periodo de prisión. En cambio, los piratas procesados por los tribunales civiles eran condenados a la horca.
El distrito de Lima, cuya jurisdicción abarcaba los obispados de Panamá, Quito, el Cuzco, los Charcas, Río de Plata, Tucumán, Concepción y Santiago de Chile y de todos los reinos, estados y señoríos de las provincias de Perú y su virreinato y gobernación y distrito de las audiencias reales que en las dichas ciudades, reinos, provincias y estado residen por autoridad apostólica (Medina), en el momento de mayor actividad contó con cuatro inquisidores (entre 1625 y 1651 hubo permanentemente tres y entre 1625 y 1631, cuatro -también hubo cuatro entre 1675 y 1688-), siendo que durante 53 años no consecutivos el tribunal contó tan sólo con un inquisidor, y siendo también que la exigencia era que fuesen dos.
También contaría con 250 comisarios (los sacerdotes), encargados no de denunciar y mucho menos perseguir, sino de recoger las denuncias que pudiesen generarse e interrogar a los testigos, y 12 familiares, lo que contrasta con los 1215 familiares del distrito de Zaragoza, destacando la advertencia: «se os advierte -señalaban las Instrucciones- que no habéis de proceder contra los indios... es nuestra voluntad que sólo uséis de ello contra los cristianos viejos y sus descendientes, y las otras personas contra quien en estos reinos se suele proceder...» ” (Luque) No obstante, luego se clamó porque se derogase esta excepción, debido al uso de la coca, pero la Inquisición se mantuvo firme en lo instruido.
La actuación de los comisarios, recordemos que no eran otros que los sacerdotes, además, se limitaba a escuchar en confesión a acusados y testigos, sin iniciar ningún procedimiento, y derivando las cuestiones que estimase graves a instancias superiores.
El resultado de todo este gran aparato era que, como sucedía en el mundo agrícola de la España peninsular, pero en mucha más medida, la presión de la Inquisición era inexistente, ya que en la práctica el peso de ésta residía en el párroco, cuyas funciones principales no eran las de la Inquisición, y a ello se sumaba el condicionante indígena, que excluía de su actuación a más del 80% de la población.
Actuación que no se limitó a un momento concreto, ya que en el momento álgido de la institución, entre 1571 y 1646, había 314 familiares en toda América. (Miranda) A partir de esta fecha experimenta la Inquisición un proceso de debilitamiento que hizo reducir considerablemente el número de familiares. Debemos tener en cuenta que en la historia de la Inquisición, el periodo de mayor actividad corresponde a las primeras décadas de su instauración, donde se concentra el 50% de los procesos, sufriendo los mismos una disminución notable y ascendente en los años sucesivos, algo que adquiere algún matiz distorsionador en el Tribunal de Lima como consecuencia de la actividad de la piratería.
Con la Inquisición, España estableció, como señala Pedro Gringoire “un cordón sanitario ideológico, a fin de protegerla contra las corrientes políticas y religiosas diferentes de las oficializadas allá. De una manera especial, se procuró impedir la difusión de las ideas de la Reforma protestante, que desde el siglo XVI sacudía la conciencia europea…/… A pesar de todo, no pocos protestantes consiguieron pisar tierras de la Nueva España, si bien prácticamente todos eran prontamente localizados, identificados y traídos a proceso bajo la Inquisición. Eran en su abrumadora mayoría nativos de los países en que había cundido más la Reforma, y más en particular de Holanda, Inglaterra y Francia.”
La leyenda negra contra España, creada precisamente en esos tres núcleos citados, Francia, Inglaterra y Holanda, no duda en recurrir a la mentira a la hora de exponer su ataque a su enemigo. Así, Pedro Gringoire, el autor de la cita anterior, se limita a decir que la Reforma protestante sacudía la conciencia europea, cuando de lo que se trata es que esa “sacudida” no era otra cosa que el ejercicio del más depurado terrorismo de estado.
Además, estaban convencidos que su lucha contra España estaba justificada desde el entendimiento de sí mismos como raza superior que estaba siendo desplazada por alguien inferior como España, pues según detalla C.H. Haring, entendían que“según la ha observado Leroy-Beaulieu, los españoles eran acaso menos aptos que cualquiera otra nación de la Europa occidental para emprender la colonización del Nuevo Mundo. Sea cual haya sido el rôle político impuesto a ellos en el siglo XVI por los enlaces con los Habsburgos, y digan lo que digan ciertos historiadores sobre la grandeza y nobleza del carácter nacional hispano, España no era entonces ni rica, ni populosa ni laboriosa. Por siglos se había visto obligada a mantener guerra contínua contra el moro, y durante este período no sólo tuvo poco vagar para el cultivo de las artes de la paz, sino que hubo de adquirir el desdén por el trabajo manual que contribuyó a moldear su administración colonial e influyó luego en toda su historia. Y cuando el remate de la última de estas guerras la hizo dueña de una España unida y el beneficio de sus propios recursos parecía requerir todas las energías que ella pudiese desarrollar, le fue deparado todo un nuevo hemisferio, que para poseerlo y poblarlo, le adjudicó una bula pontificia. Ya debilitada por la expulsión de la parte más sobria y laboriosa de su población, los judíos; arrastrada a una política extranjera para la cual no tenía los recursos ni la inclinación, y estableciendo en casa una política económica casi epiléptica en sus consecuencias, vió disiparse sus fuerzas y descendió gradualmente a un estado de impotencia económica y política.” (Haring)
Pero España seguía la marcha de don Quijote, y podía decir “ladran, luego cabalgamos”. Con ese espíritu, y en defensa de los valores que la hicieron grande, extendía sus instituciones de justicia por los dos hemisferios. Señala Ruth Magali que “la Inquisición se creó en el Virreinato del Perú, y en el de Nueva España, como órgano dependiente del Secretario de Aragón, por orden de Felipe II según Real Cédula fechada el 25 de enero de 1569. Esta dependencia se refleja en el número reducido de funcionarios destinados a estos dos tribunales, aproximadamente la mitad o un tercio de lo que asignaban al Tribunal de Toledo” (Splendiani). Aún así, podemos decir que poco debe significar esa dependencia si comparamos el número de familiares de Lima con el de Zaragoza, líneas arriba expresado.
Debemos señalar que la Inquisición fue una institución benéfica cuya actuación estaba muy determinada, lo que evitó los ríos de sangre que en esa misma época inundaron Europa; una institución metódicamente reglada, cuya misión era la salvaguarda de la Fe, sí, pero que tejas abajo podemos entender como la salvaguarda de los derechos del más débil, siendo radicalmente mentira la leyenda que le asigna la capacidad de persecución sin control. En este sentido, recuerda Anna María Splendiani que “según una instrucción de 1654, el tribunal no podía prender a extranjeros simplemente por haber sido condenados en Europa por delitos de fe (contrario a lo que se establecía para los españoles) ni por piratear en el mar sin acercarse a puertos, ni por traer mercancías de contrabando” (Splendiani)No obstante, un importante número de procesados eran extranjeros. El motivo no era otro que sí se acercaban a la costa con intenciones aviesas.
Pero además, la Inquisición fue la tabla de salvación de muchos de estos delincuentes, porque mientras la justicia civil condenaba a la horca a los piratas, al extranjero que era detenido sospechoso de herejía se le remitía a la Inquisición, ante la que “el remedio que le quedaba para recortar sus años de prisión, era el de pedir su conversión al catolicismo previa instrucción impartida por religiosos presentes en Cartagena. La Inquisición examinaba si la solicitud del hereje protestante era sincera o falsa, y siempre optó por considerarla sincera.”(Splendiani)
Un hecho importante hay que tener en consideración, y es que raro era el europeo no español que arribaba a América con fines lícitos. Señala Anna María Splendiani que“los prejuicios existentes en la sociedad americana llevaban a considerar a los comerciantes y marineros no provenientes de los territorios católicos europeos, como espías y personas pecaminosas, capaces de alterar el orden y la disciplina religiosa en la que la fe cristiana, impuesta por el papado y por la corona española, se constituían en el único credo verdadero. A ésto se sumaba que los piratas y los protestantes se consideraban una sola cosa; todos llegaban a América como contrabandistas y, además, su extraña forma de vestir, actuar y hablar hacía que todos fueran calificados como enemigos”(Splendiani). Y a todo ello se unía la actividad de rapiña llevada a efecto por las potencias europeas.
El crecimiento de la piratería, llevado a efecto al amparo de los países europeos alteró muy profundamente la convivencia en la España americana, y será el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, quién posibilitará “soluciones tajantes a la problemática que ocasionaban los piratas, bucaneros, corsarios y filibusteros en las Indias. Sin embargo debemos dejar claro que los mismos serán sentenciados en el presente tribunal no tanto por los robos, homicidios, contrabando, sino por los delitos que la Iglesia Católica tiene considerados como tan en su ámbito, como lo era la herejía, destrucción, robo, de imágenes religiosas, violentar las iglesias, y blasfemar contra el rey y las autoridades católicas” (Magali). Así, para un espíritu crítico, casi se puede entender que la Inquisición acabó siendo el último refugio de estos delincuentes. Curiosamente, era España la que proporcionaba el mejor asilo a aquellos que venían a saquearla.
No obstante, y justo por esa actuación, la Inquisición demostró ser un bastión esencial en la defensa de los valores hispánicos, esencialmente cristianos.
Y es que, las razones esenciales para la implantación del Santo Tribunal, tanto por motivaciones religiosas como políticas, fueron, como señala Gabriel Bernat, “evitar la propagación de las sectas protestantes. Desde el punto de vista religioso, podrían ocasionar un grave perjuicio a la población indígena dificultando, cuando no impidiendo, su conversión a la Religión Católica, con el consiguiente detrimento de sus almas. Desde un enfoque político, si estas sectas se lograban difundir en las colonias hubiera llevado al estallido de revueltas religiosas, semejantes a las que enfrentó el Emperador Carlos V en Alemania, que hubiesen puesto en riesgo el dominio español. No era otra la intención de los continuos ataques de los corsarios y piratas protestantes -principalmente ingleses, holandeses y franceses- en los cuales las atrocidades que cometían eran alimentadas por sus convicciones religiosas anticatólicas.” (Bernat)
A este mismo respecto, Herlinda Ruiz Martínez señala los motivos que ella entiende como base de la instauración del Tribunal en América. Afirma que “ cuatro fueron las principales razones para fundar tribunales en Iberoamérica desde inicios del siglo XVI, siendo ellas: el modo escandaloso de la vida de los españoles que se encontraban en las Indias, los casos de idolatría, brujería, blasfemia y poligamia por parte de los indígenas, el arribo de judíos conversos (tras su expulsión de España) quienes buscaron en territorios caribeños libertad para seguir practicando sus costumbres, ritos, creencias y finalmente la difusión de la herejía luterana, a través de partidas de corsarios y piratas naturales de reinos donde la Reforma Protestante había incursionado, mismos que atacaban las costas de las islas y tierra firme.” (Ruiz).
No obstante, se hace necesario volver a remarcar que la Inquisición jamás actuó sobre los indígenas. La cita nos sirve para reafirmar los otros aspectos señalados, al tiempo que nos sirve para insistir en el daño que sobre la verdad y sobre la Inquisición ha provocado la leyenda negra, que lleva a perpetuar sus falacias al amasar mentiras con verdades.
El estado, lógicamente, había desarrollado otros métodos de defensa contra los piratas: Armada real de la carrera de Indias, establecimiento de flotas protegidas; la armada del Mar Océano, creada en 1580 para proteger el Virreinato del Perú, de la que dependía la Armada del Mar del Sur… Algo que en un principio no existía, sencillamente porque no hacía falta, y de ello se aprovechó el pirata Drake en su primera incursión en el Pacífico.
A partir de entonces se organizó la defensa, que con altibajos de importancia, se encargó del asunto. Nancy Magali señala que “en la segunda mitad del siglo XVIII, se dio una nueva organización a la armada en el virreinato del Perú, donde se creó una Capitanía de Puerto en El Callao, entidad que pasó a ejercer el control marítimo y naval del área. La Armada del Mar del Sur funcionó hasta 1778, año en que se suprimió definitivamente el sistema de flotas.” (Magali)
La Armada de Barlovento, para proteger el Mar Caribe funcionó con anterioridad. La fortificación de poblaciones costeras, iniciada en 1526 y terminada en pleno siglo XVIII, se componía principalmente del puerto de San Agustín de la Florida, San Juan de Ulúa, Campeche, Panamá, Portobelo, Cartagena de Indias, Santo Domingo, Puerto Rico y la Habana. Guarda Costas Reales, con estructura militar, eran los encargados de la vigilancia de las costas y tenían patente de corso.
Con todo, quedaba señalada la necesidad de dar patentes de corso para la defensa de la costa, sin embargo, llevando también en esta capítulo una actuación radicalmente distinta a la de las potencias europeas, la Monarquía Hispánica dilató ésta medida, por lo que señala Guillermo Céspedes que “hasta 1674 no se conceden las primeras patentes de corso a marinos indianos, por temor a que la actuación de estos resultase en un aumento del contrabando.” (Céspedes)
Sobre el acierto o desacierto de la medida hay opiniones diversas. El mismo Céspedes nos informa que “en La Habana, Guayaquil y otros lugares, los astilleros fueron suficientes para construir y reparar buques con destino a las flotas y armadas, y repostarlas, pero no recibieron estímulo para hacer mucho más. La defensa más efectiva y barata contra ataques extranjeros hubiera sido el responderles con sus propias armas antes de que consolidasen bases en América, concediendo a cada marino castellano que lo solicitase (y hubieran sido muchos a ambos lados del Atlántico) patentes de corso y represalia y derecho al botín que como corsarios les hubiese correspondido. Esto no se realizó más que en último extremo, y con timidez, hasta 1674, cuando la navegación fuera de flota y la seguridad de las costas indianas se habían reducido hasta niveles peligrosos.” (Céspedes)
Esos medios, que también acabaron implantándose en el Pacífico, tenían necesariamente que ser complementados con actuaciones en tierra que no sólo fuesen de carácter militar. Algo que era denunciado por las autoridades virreinales, como la de la Audiencia de Charcas de 28 de abril de 1600, cuando comunicaba a Felipe III que, "como hemos dado cuenta larga a Vuestra Majestad, todos o la mayor parte de los daños que los corsarios ingleses han hecho en las costas del Mar del Norte y Perú, han sido guiados por pilotos portugueses" (Rivanera) , debiendo ser señalado muy especialmente que en estos momentos, “portugués” era sinónimo de “judío converso”.
Llama la atención a nuestra mentalidad del siglo XXI que esas cuestiones llevasen a estas actuaciones, y resulta sumamente cómodo criticar por ello la actuación de la Inquisición, pero es el caso que, como venimos señalando, los ríos de sangre que corrían por Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia… eran de sangre católica.
Pero la actividad la desarrollaría la Inquisición, además de la llevada sobre los piratas al servicio de sus majestades europeas, se centraría en instaurar el orden, inexistente en muchos aspectos, principalmente el moral, ya que muchos, amparados en la distancia geográfica que los separaba de sus obligaciones en la península, incidían manifiestamente en la bigamia; Fray Pedro de la Peña, obispo de Quito escribía que “casados dos veces hay muchos, una en España y otra por acá” (Medina)
Parece que lo que se perseguía era la bigamia, no las relaciones extramatrimoniales, sobre las que, parece, se hacía un tanto la vista gorda, a tenor de las noticias que la Historia nos da, sin ir más lejos, de las existentes entre Hernán Cortés y Malinche. “El Tribunal de la Fe defendía celosamente el sacramento del matrimonio y, al hacerlo, se constituía en el protector de la familia, en especial, las mujeres y los hijos. Recordemos que los bígamos solían dejar en total abandono material y espiritual a sus hogares. Ante ello el Tribunal actuaba con un evidente y loable sentido humanitario.”27
Por la misma lógica, otras cuestiones que hoy son de jurisdicción civil o penal, por la comprensión del mundo en esos momentos, en aquellos caían dentro del ámbito de la Inquisición. Por ejemplo, Federico Rivanera Carles nos hace caer en la cuenta que “al estudiar el período de Felipe IV, Caro Baroja ha hecho notar que en la península los conversos monopolizaban tanto el tráfico legal como el ilícito. "Las aduanas terrestres y marítimas, almojarifazgos, puertos secos y diezmos de la mar, fueron lugares en que los cristianos nuevos hicieron fortunas bastante grandes. Pero, por paradoja también resultaba que asimismo otros cristianos nuevos hacían fortunas aun mayores con el contrabando y los movimientos de los productos en las fronteras" (Rivanera). La Inquisición se encargaría del asunto como lucha contra la herejía, aportando a los delincuentes las mismas ventajas que aportaba a los piratas, que de haber caído en manos de la justicia ordinaria hubiesen obtenido sanciones mucho más severas.
El Inquisidor y su ayudante [Guaman Poma de Ayala, 1615, fig 480.]
SIR RICHARD HAWKINS
Confirma lo que te señalo: más las expediciones de coso al Pacífico.
Sobre los juicios que se siguieron en contra de estos corsarios, señaló Fernández Duro, “Los prisioneros dieron origen á cuestiones complicadas y enojosas por la injerencia de la Inquisición y su empeño en juzgarlos, alegando jurisdicción debatiendo si debía ó no respetarse palabra dada en la guerra, por la entereza con que D. Beltrán de la Cueva mantuvo el cumplimiento de la suya acudiendo al Rey, poco deseoso de inclinarse á uno otro lado. Casi todos se destinaron a las galeras de Cartagena, dejando trece, por manera de transacción, entregados al Santo Oficio de Lima. (Fernández 1895: 100).
Sir Richard Hawkins (1593-1594).
Richarte el pirata se decía,
Aquines por blasón, de clara gente.
Mozo gallardo, próspero, valiente,
De proceder hidalgo en cuanto hacía,
Y acá, según moral filosofía
(Dejando lo que allá su ley consiente).
Afable, generoso, noble, humano,
No siendo riguroso ni tirano.
Pedro de Oña, Arauco domado, canto XVIII.
El cuarto y último corsario de la era isabelina en el Pacífico, también el último del siglo XVI en enfrentarse con la Inquisición de Lima, fue Richard Hawkins. Hijo del célebre corsario y traficante de esclavos Sir John Hawkins, y emparentado con el más famoso de todos los lobos de mar isabelinos: Sir Francis Drake, nació para seguir una carrera marítima. En 1582, a la edad de veinte años, cruzó el Atlántico por vez primera en compañía de su tío William. Volvió con Drake en 1585, y fue capitán de la nao real Victory en la batalla contra la Armada Invencible de 1588, donde ocupó el tercer lugar de mando de la flota inglesa.
A inicios de la década de 1590, decidió organizar y dirigir un viaje de exploración y comercio a China e India por vía del estrecho de Magallanes, también anhelando hacerse con galeones de tesoros en las aguas del Perú. Con esos propósitos hizo construir en el río Támesis un navío de trescientas a cuatrocientas toneladas, que la propia Reina Isabel bautizó como Dainty. Zarpó del Támesis hacia Plymouth el 8 de abril de 1593 en compañía de la pinaza Fancy de sesenta toneladas y el transporte Hawk, que abandonaría en Brasil o la costa magallánica, una vez concluida su tarea de transportar provisiones. La expedición contaba con ciento sesenta y cuatro tripulantes.
Por temor a las fiebres tropicales, Hawkins evitó hacer escalas en las Canarias y Cabo Verde, pero a la altura de la línea ecuatorial aparecieron signos de escorbuto. Al respecto, el historiador Peter T. Bradley recogió estas reflexiones:
Según Hawkins, algunos atribuían la enfermedad a la pereza, a la soberbia o a un cambio de régimen en climas tropicales. Los remedios que propone en The Observations of Sir Richard Hawkins (1622) consistían en limpiar sus navíos con vinagre, no comer carne salada ni pescado, hacer ejercicio con regularidad, y comer naranjas y limones amargos, con los que se curaron algunos en el primer puerto de arribada, Espíritu Santo, a fines de octubre. (Bradley 1992: 244).
El gobernador se negó a comerciar con ellos, y siguieron el viaje hasta las islas de Santa Ana, al norte de Río de Janeiro, donde el 5 de noviembre levantaron tiendas para los enfermos. El 18 de diciembre pusieron rumbo al estrecho de Magallanes tras quemar el Hawk. Pero a la altura del Río de la Plata les alcanzó un viento pampero, que el capitán del Fancy aprovechó para regresar a Inglaterra. Hawkins se lamentó: “Lo que significaba el desbaratamiento de nuestro viaje, porque no teníamos pinaza para ir en adelante, descubrir cualquier peligro, buscar las radas y los fondeaderos y para ayudarnos a hacer aguada y abastecernos”. (Ídem).
La mañana del 1 de febrero de 1594, divisaron una tierra inexistente en sus cartas náuticas por los cuarenta y ocho grados sur. Según Hawkins, se trataba de “un país magnífico y poblado: vimos muchos fuegos, tiene grandes ríos de agua fresca, no es montañoso”. (Ídem: 244-245). Tal vez imitando a Raleigh cuando bautizó a “Virginia” para honrar a la reina, Hawkins dio a esta tierra el nombre de “Maidenland”, hecho que algunos juzgan como el descubrimiento inglés de las islas Malvinas, que en realidad se ubican a los cincuenta y dos grados. (Bradley 1992: 244-245).
El 10 de febrero, el Dainty dobló cabo Vírgenes y entró en el estrecho de Magallanes. Salió al Mar del Sur cuarenta y seis días después, el 29 de marzo de 1594. Con tacto y diplomacia, Hawkins logró aplacar los ánimos de quienes deseaban volver al Brasil, aplicando las consultas y las decisiones de mayoría democrática a bordo.
El 19 de abril fondeó cerca de la isla Mocha. La prudente intención de Hawkins era navegar lejos de la costa hasta llegar a la altura de Lima, para que no se advierta su presencia en el Pacífico hasta estar en la latitud más frecuentada por galeones con plata. Pero sus tripulantes, ansiosos de satisfacer sus deseos de botín, presionaron para comenzar en Valparaíso los asaltos. Apresaron cuatro barcos cargadas de provisiones y vinos. De la quinta presa, proveniente de Valdivia, se hicieron con una buena cantidad de oro y un piloto: Alonso Pérez Bueno, que les guiaría a lo largo de la costa. Pero “el reciente robo del oro había avivado tanto la codicia que algunos desconfiados tripulantes temían que Hawkins les robara su tercera parte del botín. Por tanto, se acordó guardar este en una caja que solo podía abrirse con tres llaves, una de las cuales debía estar en manos de una persona nombrada por los marineros”. (Bradley 1992: 245).
Con la llegada desde Valparaíso de la presencia de intrusos, el Virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, despachó de inmediato dos pataches con orden de patrullar la costa hasta Panamá. Y en ocho días armó tres navíos: capitana y almiranta, armadas con sesenta piezas entre las dos, y el galeón San Juan con catorce, con trescientos tripulantes al mando de Beltrán de Castro y de la Cueva, hijo del conde de Lemos y cuñado del Virrey, que había militado en Milán como general. (Fernández 1895: 97).
Mientras tanto, los ingleses hicieron escalas en Coquimbo y Arica, puerto famoso por sus embarques de plata, en donde solo se hicieron con un navío cargado de pescado. Su suerte hasta entonces medianamente halagadora cambió a mediados de mayo a la altura de Cañete, donde apareció la armada enviada tras ellos desde El Callao.
En este primer encuentro, Hawkins tuvo suerte, pues en seguida le desconcertó descubrir que los españoles no solo le superaban en número de navíos y tripulantes, sino que las naves peruanas estaban mucho mejor adaptadas a las condiciones predominantes en esas aguas, especialmente para la navegación de bolina. Eran de líneas afiladas, de palos ligeros y de una extensa envergadura de velas, de modo que lograron colarse a barlovento del Dainty. Sin embargo, antes de que pudieran aprovechar esta ventaja, el viento arreció mucho más que lo normal en esta zona, partiendo el palo mayor de la capitana peruana, y rompiendo vergas y velas de otros navíos. Así, el Dainty escapó durante la noche y la flota peruana volvió con dificultad a El Callao, donde se burlaron de su desgraciado almirante. Como no quería tentar a la suerte por segunda vez, Hawkins resolvió entonces dirigirse a las Indias Orientales o a China. (Ídem: 246).
Pero los codiciosos ingleses querían más oro antes de cruzar el Pacífico. Y la codicia fue causa de su perdición. Al norte del Callao capturaron un barco que hacía agua y navegaba mal y persiguieron otros dos que lograron huir. El 10 de junio se refugiaron en la bahía de Atacames, costa norte del actual Ecuador, para cargar agua y carenar el Dainty.
Entretanto, el virrey preparó una “…galizabra, bajel pequeño, pero fuerte ligero, un bergantín propósito para reconocer calas bajos fondos”. (Fernández 1895: 98). Castro dejó atrás la capitana, y zarpó al cabo de tres días en pos de los corsarios a bordo de la almiranta (luego de cambiar sus vergas), junto con la galizabra y un bergantín “llevando por almirante a Lorenzo de Heredia y a Miguel Filipón por piloto mayor”. (Ídem). Hallaron a los corsarios en Atacames el 1 de julio (19 de junio según Hawkins), y les cerraron el paso. Al principio Hawkins no sospechó el peligro, y creyendo que eran mercantes, envió una lancha armada tras ellos, que no tardó en volver para alertarle del peligro.
Picó entonces el cable, tratando de ponerse barlovento con todas sus velas, sin conseguirlo; la nave de D. Beltrán le disparó andanada, segundando la galizabra con acierto de echarle abajo la vela de mesaría. Heredia fue entonces resueltamente al abordaje, sucediéndole mal por llevarle una bala el palo mayor catorce hombres, quedando apartado, mientras con furia se cañoneaban su General Hawkins en lo que duró el día.
En la obscuridad atendieron los heridos y remediaron las averías, cuidando mucho de que el inglés no se escurriera con los cambios de dirección velamen que ensayaba. Renovaron al amanecer la pelea, padeciendo la nao de Castro de los certeros tiros con que los enemigos le partieron el espolón el bauprés, hasta ponerse bordo a bordo ejercitando los mosquetes y armas blancas. Entonces fue muy obstinada la refriega, defendiendo los ingleses palmo a palmo la cubierta y atrincherándose en la cámara de popa por último recurso.
Escribió Hawkins que, estando malamente herido, el barco destrozado y sin esperanza de remedio, se rindió a condición de que serían respetadas las vidas por los vencedores, y que D. Beltrán de Castro, caballero de noble condición, lo otorgó, dándole en prenda un guante. Varios escritores del tiempo lo confirman, ocupándose de esta brillante acción militar en que se mostraron los contendientes dignos unos de otros. (Fernández 1895: 98-99).
Según Fernández, los ingleses se mostraron superiores en el manejo de la nave y como artilleros, mientras que los españoles tenían el número a su favor. Los muertos ingleses fueron veintisiete, diecisiete los heridos y noventa y tres el total de prisioneros. Los españoles muertos fueron veintiocho y veintidós heridos “o chamuscados con las alcancías y arpones de fuego que arrojaron”. (Fernández 1895: 99-100). Castro le ofreció términos de rendición honorables, incluida la promesa de permitirle volver a Inglaterra. En su libro The Observations of Sir Richard Hawkins
Hawkins elogia con entusiasmo a su adversario, pero los tripulantes del Dainty tardaron tres años en volver a Inglaterra, y él no se reunió con sus amigos y su familia hasta 1602, después de estar encarcelado en Perú y España y de haber pagado un rescate. Al año siguiente, el rey Jacobo I le armó caballero. (Ídem: 246-247).
El Dainty fue salvado de hundirse, “destrozado, inútiles los palos, bombas, obras muertas y con catorce balazos bajo la línea de flotación”, y remolcado a Panamá, donde lo repararon e incorporaron a la Armada del Mar del Sur, en donde sirvió hasta 1615 con el nombre de Nuestra Señora de la Visitación, apodada comúnmente como “La Inglesa”. (Fernández 1895: 100).
Sesenta y dos tripulantes fueron enviados presos a las galeras a Cartagena, y Hawkins con otros dieciséis remitidos a Lima para ser juzgados por la justicia criminal y por la Inquisición.
La intervención de Richard Hawkins fue la última expedición inglesa que llegó al Mar del Sur en el siglo XVI. Durante los veinte años anteriores, los navegantes británicos se familiarizaron con el estrecho de Magallanes y con el litoral atlántico y pacífico de Sudamérica. En dos ocasiones regresaron con botines de extraordinario valor. Sin embargo, con el advenimiento de Jacobo I, en una época en que los viajes de corso todavía dominaban la empresa marítima inglesa de ultramar, las Antillas ofrecían perspectivas más seguras de enriquecerse con una inversión menor. Además, el viaje a las Indias Orientales por el cabo de Buena Esperanza intimidaba menos a los navegantes. Y cuando los ingleses empezaron a interesarse por la fundación de colonias, Norteamérica tenía la ventaja de no estar tan lejos y de gozar de un clima templado. Durante algunas décadas, no se presentaron más las expediciones de coso al Pacífico.
Sobre los juicios que se siguieron en contra de estos corsarios, señaló Fernández Duro, “Los prisioneros dieron origen á cuestiones complicadas y enojosas por la injerencia de la Inquisición y su empeño en juzgarlos, alegando jurisdicción debatiendo si debía ó no respetarse palabra dada en la guerra, por la entereza con que D. Beltrán de la Cueva mantuvo el cumplimiento de la suya acudiendo al Rey, poco deseoso de inclinarse á uno otro lado. Casi todos se destinaron a las galeras de Cartagena, dejando trece, por manera de transacción, entregados al Santo Oficio de Lima. (Fernández 1895: 100).
Richard Hawkins fue llevado prisionero a Lima, donde la audiencia lo sentenció a muerte, pero apeló al Consejo Supremo, que finalmente hizo valer la palabra dada por Don Beltrán y lo envió a Inglaterra. Mientras se desarrollaba el juicio, “…tuvo alojamiento en casa de D. Beltrán de Castro, que le hizo curar y asistir con esmero, recibiendo en la ciudad las marcas de simpatía merecida por su juventud, valor y comportamiento”. (Ídem).
Paralelamente tuvo lugar su juicio ante la Inquisición, que terminó el 17 de julio de 1595 con su conversión al catolicismo. Por entonces se hallaba muy enfermo, fue asilado en un colegio jesuita y luego puesto a disposición del virrey. “Según carta del Consejo a los inquisidores de Lima, en octubre de 1595, Hawkins había declarado ‘que desde que nació fue criado y enseñado en la secta de los protestantes que se guarda en su tierra, sin haber estado instruido en nuestra Santa Fe Católica y confiesa sus errores y da muestras de que está reducido y pide ser instruido en las cosas de nuestra religión cristiana y que en ella quiere vivir’”. (Báez 1960: 41.42).
El inquisidor Ordóñez escribió al Consejo de la Inquisición el 4 de noviembre de 1595 sobre Hawkins: “da grandes muestras que su conversión es verdadera y no fingida”. Este inquisidor escribió que el proceso de la Inquisición de Lima en contra de estos reos no fue aprobado en España, “pues se mandó que fuesen absueltos ad cautelam, se les alzase la reclusión y devolviesen sus bienes, y que la abjuración que habían hecho no los constituyese en relapsos”. Báez Camargo no se explica los motivos de esta extraña revocación, y supone que la causa puede haber sido la conversión al catolicismo de un corsario tan famoso como Hawkins. (Báez 1960: 41-42).
Junto con el comandante Richard Hawkins, dieciséis hombres de su tripulación capturada en Atacames fueron encausados por la Inquisición limeña: William Bries, Hugh Carnix, Francisco Cornieles, Enrique Chefre, Richard Davis, Tomás Gre, Enrique Grin, Nicolás Hans, Joan Helix, Arli Heliz, Richard Jacques, Guillermo Leigh, Cristóbal Palar, Thomas Reid, Juan Toquer, Juan Ullen. Sus casos se resumen así:
William Bries (¿William Bryce?), inglés, “…consignado a Lima y reconciliado, con pena de reclusión, hábito y prácticas religiosas menores…”; Hugh Carnix (Hugo, Hir, o Diego Cornex, ¿Cornish?), “inglés, maestre de la nao capitana de… Hawkins. …reconciliado y con pena de reclusión, hábito y prácticas religiosas menores”; Richard Davis (Richarte de Avis, Richarte David), inglés de cuarenta y seis años de edad, casado y con hijos en Londres, herrero de profesión.
En su deposición ante el tribunal, afirmó que era protestante y que había de serlo hasta morir. Le asignaron unos jesuitas para que trataran de convertirlo, pero no lográndolo éstos, lo engrillaron fuertemente, con lo que al siguiente día,…pidió reconciliación. …condenado a cuatro años de reclusión en un convento, y a cárcel y hábito perpetuos. (Báez, 1960: 31-32, 35, 37).
Joan Helix, (¿John Ellis?), inglés de cuarenta y cuatro años de edad, oriundo de Plymouth (en los documentos Pleuma),
Católico hasta los doce años, se había convertido al protestantismo, porque según dijo era la religión que se enseñaba en Inglaterra. Añadió que si se le convencía de que el catolicismo era mejor que su religión, estaba dispuesto a volver a é1. Lo calificaron como apóstata, por cuanto había sido bautizado católico, pero lo reconciliaron con pena de hábito, reclusión por diez años y ciertas penitencias, entre las cuales estaban las de acudir a las procesiones e ir todos los sábados en romería a una ermita. (Báez 1960: 43).
Carnix, Davis y Helix debían ser enviados presos a España, pero los retuvieron en Perú “por ser los tres de ellos… inteligentes en las cosas de la mar, y el Richarte David por ser útil en su oficio (de herrero).” Más tarde, sin embargo, por disposición real se les dio licencia para irse a España en la flota de galeones, carta de la Audiencia de Lima del 21 de mayo de 1607. (Ídem: 37). Enrique Chefre (¿Henry Jeffries?), inglés, de treinta años de edad y tonelero de profesión,
Declaró al principio que él guardaba la religión que mandaba su reina, que no sabía que hubiese religión católica, ni quería saber si era contraria a la suya. Después que habían fallado otros esfuerzos por convertirlo al catolicismo, los jesuitas Juan Sebastián y Esteban de Ávila lograron catequizarlo y reconciliarlo. Dijo que estaba ya convertido de corazón. Lo sentenciaron a cuatro años de reclusión en un convento, y hábito y cárcel perpetuos. (Ídem: 36).
Otros procesados fueron los ingleses Tomás Gre (Thomas Gray), Arli Heliz (Helix, Herliz, ¿Harley Ellis?) de dieciocho años al momento de su captura, “…fue reconciliado con pena de dos años de hábito y prácticas menores”; Enrique Grin (Henry Green) “…de cuarenta años, condestable de la armada de…Hawkins… reconciliado (confesó haber sido bautizado católico, antes de ser protestante) y sentenciado a seis años de cárcel”; Richard Jacques, “De poca edad, quizá grumete, …Salió reconciliado…sentenciado, como otros de sus compañeros, a reclusión en un convento de la Compañía de Jesús”; Guillermo Li (o Leigh), “Condenado a seis años de galeras y cárcel perpetua irremisible”; Thomas Reid, “trompeta de la expedición…fue reconciliado con algún castigo”; Juan Toquer (John Tucker) “…procesado por luterano, fue reconciliado con pena de seis años de galeras y cárcel perpetua irremisible”; John o Juan Ullen, inglés de dieciocho años de edad al momento de su captura, “procesado por luterano, salió reconciliado …bajo condena de dos años de hábito y otras prácticas menores. Dijo haberse convertido al catolicismo mientras estaba en la cárcel, por influencia de un compañero español de prisión”. (Báez 1960: 39, 43, 44, 45, 55, 63, 66).
Tres tripulantes procesados, pero de nación distinta a la inglesa, fueron: el flamenco Francisco Cornieles, “…procesado por luterano… Salió reconciliado…sentenciado a seis años de galeras y cárcel perpetua irremisible…”; el muchacho también flamenco Nicolás Hans de quince años y paje de Richard Hawkins. “Como dijo que quería hacerse católico, lo entregaron a los jesuitas para instruirlo, y fue reconciliado con pena de dos años de hábito y prácticas menores”; y el irlandés Cristóbal Palar (¿Christopher Pollard?). (Báez 1960: 40, 49).
El virrey quiso enviar a los presos a España, pero los inquisidores limeños se opusieron alegando que no habían acabado de cumplir sus penitencias. Ante la consulta del virrey, el rey contestó el 17 de diciembre de 1595 “recomendando que se procurara dilatar el sacar al general Hawkins en auto del Santo Oficio, ‘por haber entendido que es persona de calidad’”. El conde de Miranda, al asumir la presidencia del Consejo “…puso en libertad a Hawkins, cumpliendo así tardíamente el pacto de capitulación. Hawkins había sido caballeroso y humanitario en el trato de sus prisioneros, y despertó por ello simpatías en Lima, ‘donde fue muy regalado… …de los caballeros de aquella ciudad’, y después lo remitieron a España; a los demás ingleses concedieron libertad, algunos se quedaron en el Perú y otros se fueron a donde quisieron”. (Báez 1960: 41-42).
De estos dieciséis corsarios, hay constancia de diez que salieron en el Auto de Fe de 17 de diciembre de 1595: Hugh Carnix, Enrique Chefre, Richard Davis, Enrique Grin, Nicolás Hans, Arli Heliz, Richard Jacques, Guillermo Leigh y Juan Ullen. Y también de que cuatro: William Bries, Francisco Cornieles, Cristóbal Palar y Juan Toquer, fueron enviados a cumplir su condena de galeras y prisión en Santo Domingo.
CORSARIOS DE LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1703-1711).
En 1701 estalló en Europa la Guerra de Sucesión Española a resultas de la muerte sin sucesión de Carlos II, último monarca español de la Casa de Habsburgo. En su testamento, Carlos nombró como heredero a Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV, que reinó en España como Felipe V. Austria, Inglaterra, Países Bajos, Dinamarca, Portugal y Saboya rechazaron la coronación de Felipe. La cabeza de esta alianza fue el Sacro Emperador Romano Germánico Leopoldo I, cabeza de la familia Habsburgo, que pretendía la Corona Española para el archiduque Carlos, su hijo.
En esta coyuntura, Inglaterra envió corsarios al Pacífico con patentes del Almirantazgo que autorizaban atacar a españoles y franceses, cuyos reinos estaban oficialmente en guerra con Inglaterra. Tres expediciones inglesas se han registrado durante este periodo. Dos de ellas, dirigidas por William Dampier (1703-1707) y por Woodes Rogers (1708-1711) respectivamente, tienen relación con el Tribunal de la Inquisición de Lima porque varios de sus hombres cayeron prisioneros de los españoles, y dieciséis fueron juzgados en ese fuero. La segunda fue infinitamente más exitosa que la primera como se verá más adelante.
Entre 1707 y 1713, por lo menos dos decenas de marineros extranjeros, en su mayoría ingleses, y todos corsarios al servicio de la Corona de Inglaterra, fueron conducidos a Lima en calidad de prisioneros de guerra, y dieciséis de ellos presentados al Santo Oficio por los jesuitas, y procesados en ese fuero.
“Declararon que estaban errados en el protestantismo y pidieron ser admitidos en la Iglesia Católica Romana. Después de reconciliados circa relapsia fueron absueltos ad cautelam”. Sus nombres quedaron consignados así: Felipe Bernard, probablemente francés, y los demás quizás todos ingleses: Tomás Brayer, Juan de Bruss, Guillermo Gullen, Juan Debaistre, Guillermo Estragente, Jacobo Gillis, Simón Hatrey (Simon Hatley), Samuel Hendy, Juan Keyby, Roberto Lanfort, Cristóbal Leech, Tomás Porter, Tomás Sterling (Thomas Stradlina), Jacobo Van Espen y Guillermo Waters. (Báez 1960: 91).
El viaje de William Dampier y Thomas Stradling (1703-1707).
William Dampier se hizo famoso por haber publicado A new voyage round the world (1697), obra basada en su minucioso y fascinante diario, escrito entre 1680 y 1691, tiempo en el que viajó al Mar del Sur y las Indias Orientales con los bucaneros del Caribe. Según varios historiadores, “…sus fieles observaciones manifiestan que es un precursor de los viajeros científicos del siglo XVIII”. (Bradley 1992: 277). Nunca ostentó posiciones de mando entre los piratas, pero su fama como escritor, piloto y viajero, y sus inigualables conocimientos de las rutas marítimas le significaron el nombramiento de capitán del buque de la marina real Roebuck, de doscientas noventa toneladas, con la misión de explorar las costas de Nueva Holanda (Australia) y Nueva Guinea. Sin embargo, su primer mando oficial fue desafortunado: el barco se fue a pique, y de vuelta Inglaterra en 1701 enfrentó a una corte marcial que sentenció que “no era capaz de ser empleado como comandante de ninguno de los buques de su majestad”. (Ídem).
Aunque este juicio ponía en cuestión sus aptitudes como comandante, no disminuía, con razón, su fama como navegante, ni ponía en duda sus conocimientos sobre el Pacífico, sin par entre los ingleses. Como importaban más estas buenas cualidades que sus defectos, últimamente con tristes resultados, un sindicato de mercaderes de Londres y Bristol le ofreció en 1703 el mando de una nueva empresa con destino al Mar del Sur. Por tanto, iba a volver al escenario de sus famosas hazañas en las costas de Chile, Perú y México, pero ahora con la autorización de una patente de corso para apresar barcos españoles y franceses, tras el comienzo de la Guerra de Sucesión de España...
Dampier comandaría el Saint George de doscientas toneladas, veintiséis cañones y ciento veinte tripulantes. Zarpó el 30 de abril de 1703, y fondeó en Kinsale (Irlanda) el 18 de mayo, donde se unió a la empresa la galera Cinque Ports, de noventa toneladas, dieciséis cañones y sesenta y tres marineros al mando de Charles Pickering. Dejaron puerto el 11 de septiembre, y pronto “aparecieron las primeras señales de que Dampier no era un comandante comprensivo ni digno de respeto”. (Ídem: 278). Tras una discusión, abandonó a su primer teniente en Cabo Verde, y otros nueve marineros, acusados de sedición, desembarcaron voluntariamente en Río de Janeiro a fines de noviembre.
Para entonces, el escorbuto y las fiebres tropicales hacían estragos en la tripulación, y a fines de noviembre murió el capitán Pickering en la isla Grande, frente a las costas del Brasil. Su primer oficial, Thomas Stradling, un caballero de sólo veintiún años de edad tomó el mando del Cinque Ports y fue confirmado por Dampier en el grado de capitán. Stradling demostró ser una persona arrogante y un comandante desastroso.
Tomaron la ruta del cabo de Hornos, donde los navíos se separaron el 20 de enero de 1704. El Cinque Ports ancló, como habían convenido, en la isla de Juan Fernández el 4 de febrero. Para entonces solo tenía cuarenta y dos tripulantes.
Vestían ropas hechas jirones, estaban hambrientos y enfermos. Arremetieron contra Stradling y le acusaron de mando incompetente, injusticia y engaño. Selkirk azuzó la disensión. Le disgustaba el despotismo de clase alta del que hacía gala Stradling. Dijo que tras la muerte de Pickering, Stradling no había consultado nada con los hombres y que había ignorado por completo las cláusulas de compromiso. (Souhami 2002: 70).
Stradling perdió el mando. Todos los tripulantes desembarcaron en los botes y durante dos días el barco permaneció anclado a una milla de la costa, como si no tuviera tripulación. A bordo solo se quedó Stradling con la mascota del barco: un mono. Cuando llegó el Saint George el 10 de febrero, las dos terceras partes de la tripulación del Cinque Ports seguían negándose a aceptar el mando de Stradling. Dampier logró apaciguar el descontento asegurando que controlaría a Stradling, pero la continua discordia a bordo de ambos barcos sería la tónica del viaje.
El 29 de febrero se lanzaron al ataque de un gran navío francés: el Saint Joseph de cuatrocientas toneladas y treinta y seis cañones. No lograron vencerlo, y al siguiente día la marinería quería reanudar el combate temiendo que si escapaba delatara su presencia en el Mar del Sur. Sin embargo, Dampier prefirió dejarlo ir, quizás por temor a verse reducido por un enemigo de fuerza superior. Volvían a Juan Fernández para recoger a cinco marineros, provisiones, anclas, lanchas, y pertrechos, y se toparon con la ingrata sorpresa de que dos buques franceses estaban anclados en la isla. Todos los pertrechos, provisiones y los cinco ingleses cayeron en poder de los franceses.
Tuvieron que abandonar su propósito y continuar rumbo al norte. En Arica no pudieron desembarcar por falta de lanchas y en las cercanías de El Callao el 23 de marzo volvieron a encontrarse con el Saint Joseph, que Dampier nuevamente eludió atacar. Al día siguiente capturaron un navío de ciento cincuenta toneladas cargado de rapé, tabaco, canela, pimienta, carey, sedas y encajes de Flandes. Pero Dampier impidió que sus hombres lo saquearan libremente y solo tomaron mercancías por el valor de unas cuatro mil libras y dos de sus cuarenta esclavos africanos. Los hombres, molestos y decepcionados, se quejaron además de que no exigiera rescate por la nave y los esclavos. Lo mismo sucedió días después, cuando capturaron el galeón Santa María de doscientas toneladas, a la altura de Paita.
Cerca de la isla Gallo capturaron otras dos presas de poco valor el 10 y el 17 de abril, y entonces se concentraron en el proyecto más importante del viaje, concebido por Dampier en sus tiempos de bucanero, que consistía en apoderarse de las minas de oro de Santa María en el Darién. A bordo de lanchas españolas, con Stradling y ciento dos corsarios, fueron en busca de la desembocadura del río en cuyas orillas estaba el poblado. Pero por falta de cuidado y mala suerte alertaron a los españoles, y aunque e 30 de abril expulsaron a los defensores que les habían tendido una emboscada, Dampier prefirió regresar, pues no valía la pena atacar un pueblo prevenido, del cual sus habitantes ya habrían sacado lo más valioso. Volvieron frustrados al golfo de San Miguel el 1 de mayo.
Cinco días después se les acercó el galeón Asunción de quinientas cincuenta toneladas sin sospechar ningún peligro y lo abordaron por sorpresa. Llevaba víveres suficientes para cuatro o cinco años de travesía, y entre el 15 y el 18 de mayo lo saquearon, pero nuevamente surgieron quejas contra Dampier, que les impidió buscar un tesoro de ochenta mil pesos que según unos prisioneros estaba escondido en la bodega y pedir rescate por el galeón y una embarcación más pequeña que habían capturado.
Estos últimos acontecimientos provocaron fuertes discusiones entre los dos comandantes y finalmente la deserción de Stradling, y el Cinque Ports partió con rumbo a Juan Fernández. Mientras tanto, el Saint George hizo algunas presas menores en las costas peruanas por junio y julio, y el 22 de julio intercambió cañonazos con una fragata de treinta y dos cañones. El 28 de julio, en la bahía de Atacames (actual Ecuador) capturaron una embarcación de dieciséis toneladas, que bautizaron como Dragon, y a mediados de agosto en el golfo de Nicoya otra de cuarenta toneladas, de la que se apropiaron veintidós amotinados, que eligieron por capitán al irlandés John Clipperton. Aparentemente luego de descubrir la isla que lleva su nombre, Clipperton guió la embarcación a través del Pacífico hasta la China, donde sus tripulantes se dispersaron.
Dampier propuso a los sesenta y cuatro tripulantes que le quedaban en el Saint George y el Dragon apresar el galeón de Manila. Lo avistaron la mañana del 6 de diciembre de 1704 a la altura de Colima, “pero el retraso ocasionado por las riñas entre los que querían abordarlo inmediatamente y los que no se atrevían (entre ellos Dampier) fue tan largo que se perdió la ventaja, y los marineros españoles lograron sacar una banda de cañones para bombardearlos”. (Bradley 1992: 281).
Al cabo de un mes se produjo la última división del grupo: William Funnell y treinta y dos amotinados zarparon en el Dragon el 1 de febrero de 1705, rumbo de la China desde el golfo de Amapala. Funnell volvió a Inglaterra el 26 de agosto de 1706, donde publicó su narración del viaje: A voyage round the world, en 1707 criticando duramente a Dampier. Los veintisiete hombres que se quedaron con Dampier en el Saint George poco podían hacer por una empresa que había fracasado estrepitosamente. Patrullaron las costas del virreinato peruano por su cuenta, como simples piratas, dejando de lado los compromisos con los promotores de la empresa. Saquearon la aldea de la isla Puná (actual Ecuador), días después detuvieron un navío y se pasaron a él para la travesía transpacífica, dejando que el viejo y carcomido Saint George se hundiera. Dampier volvió a Inglaterra en 1707 y publicó un corto panfleto: Vindication of his voyage to the South Sea para contestar a sus críticos y salvar su reputación.
Mientras tanto, el Cinque Ports echó anclas en Juan Fernández por octubre de 1704. Ahí ocurrió un episodio que en ese momento no podía preverse la fama mundial que alcanzaría, y que dio origen a una de las más fascinantes historias reales de mar, y a sus igualmente célebres y numerosas leyendas y novelas. El capitán Stradling y su oficial, el escocés Alexander Selkirk tuvieron una discusión que versaba, entre otros asuntos, acerca del estado del barco.
En un momento dado, el imprudente Selkirk le espetó a su capitán que prefería quedarse sólo en la isla antes que navegar un día más en el carcomido Cinque Ports, “pasado ya de broma”, es decir con el casco destruido por acción de la broma y otros moluscos de aguas tropicales. En opinión de Selkirk el barco estaba en pésimo estado, prácticamente por zozobrar.
El indignado capitán, al ver de esa forma retada su autoridad, dispuso que Selkirk fuese inmediatamente conducido a la playa con su baúl y sus cosas. Al calor del debate, y quizás suponiendo que el capitán lo recibiría de nuevo a bordo, o que el motín recibiera el apoyo de otros compañeros de tripulación, Selkirk se quedó en la isla. Pero la realidad fue distinta: no recibió adhesiones, y el capitán se mostró decidido a cumplir con su palabra y abandonarlo. De nada sirvieron las súplicas desesperadas del escocés, escuchadas con desdén desde la proa del Cinque Ports.
El barco levó anclas y desapareció en el horizonte, así como poco a poco desaparecieron las esperanzas de Selkirk de ser rescatado en pocos días por el Saint George. Lo cierto es que los días se volvieron semanas, meses y años, hasta que otro barco inglés recalara en la isla.
Sin embargo, la peor ironía de la historia estaba aún por suceder. Lo cierto es que aunque Stradling no quisiera admitirlo, o no supiera realmente cuan mala era la condición de su navío, el Cinque Ports sí estaba a punto de zozobrar. Pocas semanas después de dejar Juan Fernández condujo el barco ya inservible hasta la isla Malpelo (costas de la actual Colombia).
Y el desafortunado Stradling con los treinta y un tripulantes que quedaban, vivieron al límite lo mejor que pudieron en la isla sin agua dulce por algún tiempo, comiendo los peces y aves que eventualmente pudieron cazar y bebiendo sangre de tortuga. Finalmente los encontraron los guardacostas y dieciocho sobrevivientes se entregaron.
Su historia fue fragmentariamente recogida por el corsario Woodes Rogers, y consignada en su obra A cruising voyage round the world de 1712. Las primeras noticias que Rogers tuvo sobre la suerte de Stradling datan del 16 de marzo de 1709 (C. J.), cuando capturó una pequeña embarcación de dieciséis toneladas que iba de Paita con una pequeña cantidad de dinero a bordo para comprar harina en Chérrepe. El maestre, Antonio Villegas y sus ocho tripulantes le contaron que “…el barco del capitán Stradling, el Cinque Ports, que fue consorte de Dampier, zozobró en la costa de Barbacoas, en donde sólo él con seis o siete de sus hombres fueron salvados, y siendo capturados en su bote, habían estado cuatro años prisioneros en Lima, en donde vivieron mucho peor que nuestro ‘gobernador Selkirk’, a quien abandonaron en la isla Juan Fernández”. (Rogers 1928: 106-107).
Sin embargo, antes de la publicación de su libro, Rogers tuvo la oportunidad de entrevistarse con Thomas Stradling y consignó en la obra lo que este último le contó de su periplo en el Mar del Sur. Había viajado hasta Francia en calidad de prisionero a bordo de un barco francés. Luego escapó de Francia y logró llegar a Inglaterra en 1711, unos meses después del regreso de Rogers. Ahí le aclaró su historia: “…llevaron su barco a una isla, y luego se rindieron y fueron apresados por los españoles para salvar sus vidas, el barco listo para hundirse; de forma que el reporte que antes mencioné de que parte de su tripulación se ahogó en el barco -aclaró Rogers-, prueba ser falsa”. (Rogers 1928: 243).
También contó Stradling que desde la costa fue conducido a Quito, desde donde
…viajó la gran calzada de Quito hacia Cuzco en su camino a Lima, que tiene pilas de piedras en cada lado por algunos cientos de millas. Cuando él y sus hombres fueron llevados prisioneros a Lima los españoles les pusieron en un calabozo cerrado, les trataron muy bárbaramente, y amenazaron con enviarles a las minas, porque intentó escapar, y navegó en una canoa desde Lima hacia Panamá cerca de cuatrocientas millas, con la intención de cruzar el istmo, y llegar a Jamaica en alguna de nuestras balandras de comercio, pero fue capturado y llevado nuevamente a Lima… (Rogers 1928: 247).
Así, Stradling y sus hombres estuvieron presos en Quito por algún tiempo y luego recorrieron el antiguo camino de los Incas hasta Cuzco y Lima. Encarcelados en Lima como prisioneros de guerra durante cuatro años, algunos de ellos fueron juzgados por la Inquisición. Stradling escapó, tal como se lo contó a Rogers, fue recapturado y llevado nuevamente a Lima.
Luego fue puesto en calidad de prisionero a bordo de un barco francés que volvía a Europa, y desembarcó en Saint Malo en 1710. Al ser interrogado en el castillo, contó falsas historias de un tesoro que supuestamente había enterrado en Perú o el Río de la Plata, ofreciendo un porcentaje a quien quisiera ir con él a recuperarlo. Increíblemente, la historia llegó hasta los oídos del Ministro Pontchartrain antes de ser desechada.
Posteriormente fue transferido a Dinan (al noreste de la Bretaña), donde junto con otros diecisiete reos logró escapar de prisión trenzando sábanas hasta tener un atado suficientemente largo y fuerte como para poder descender por las paredes de la prisión, y en 1711 llegó finalmente a Jersey, Inglaterra, enfermo y sin un céntimo. (Souhami, Diana 2002. La isla de Selkirk, Barcelona: Tusquets Editores: 103).
El viaje de Woodes Rogers (1707-1711).
Un cambio en la ley de concesión de patentes de corso de 26 de marzo de 1708 implicó la renuncia de la Corona a su tradicional quinta parte del botín, que desde entonces se repartiría entre armadores capitanes y tripulantes. Esta legislación favorable a los corsarios puede haber ayudado a Woodes Rogers y sus socios a persuadir a un grupo de empresarios de Bristol para que contribuyeran con su empresa. (Bradley 1992: 281-82).
La expedición estaba compuesta por dos mercantes armados: el Duke de trescientas veinte toneladas, treinta cañones y ciento diecisiete tripulantes bajo su mando, asistido por el Dr. Thomas Dover como segundo capitán; y la Duchess de doscientas sesenta toneladas, veintiséis cañones y ciento ocho hombres, cuyo capitán era Stephen Courtney y segundo capitán Edward Cooke, quien llevaba un diario minucioso del viaje. Y como piloto principal iba William Dampier, mientras que Edward Cooke era segundo capitán de la Duchess. Las fuentes principales del viaje son los diarios de Rogers y Cooke.
Para evitar al máximo los disturbios y motines que eran comunes en alta mar durante los viajes largos, esta expedición llevaba el doble de oficiales que lo acostumbrado. Uno de ellos era William Dampier, embarcado como piloto, pues a pesar de su mal desempeño como capitán, contaba con más experiencia en el Mar del Sur que ningún otro navegante británico.
El 14 de julio de 1708 se firmó la Constitución del viaje, según la cual cualquier acción que se tomara contra el enemigo debía tratarse y aprobarse previamente por un consejo de oficiales, encargado también de los asuntos disciplinarios. (Bradley 1992: 282).
La expedición zarpó de Bristol el 2 de agosto, rumbo a Cork (Irlanda), donde terminaron de avituallarse y aumentaron la dotación a trescientos treinta y cuatro tripulantes, de los cuales un tercio era extranjero. Dejaron Irlanda el 1 de septiembre, y diez días después Rogers sofocó las primeras señales de motín encadenando a los diez cabecillas y haciendo que públicamente se azotasen entre sí los amotinados. Actuando rápida y decisivamente a lo largo del viaje, Rogers mantuvo su firme autoridad y evitó toda disensión. A fines de mes arribaron a Cabo Verde, y una semana después, el apresamiento de dos navíos en la costa africana encendió la habitual fuente de discordias que significaba el equitativo reparto del botín. Rogers llegó a un acuerdo con oficiales y tripulantes, que contemplaba castigos para quienes escondieran riquezas y premio de veinte pesos para el que avistara una presa de más de cincuenta toneladas. Por una de las naves obtuvieron rescate en La Orotava (Tenerife).
Dejaron esa isla el 8 de octubre bien provistos de frutas y otros víveres; cruzaron la línea equinoccial veinte días después, y el 19 de noviembre fondearon cerca de Isla Grande, en la costa brasileña. Ahí celebraron una fiesta religiosa, repararon los barcos y atendieron a los aquejados de escorbuto. Zarparon el 3 de diciembre, avistaron las Malvinas el 23 y a principios de enero de 1709 doblaron el cabo de Hornos bajo la guía de Dampier. Las tormentas los llevaron hasta los sesenta y un grados y cincuenta y tres minutos de latitud sur, que Rogers creía el punto más meridional alcanzado por seres humanos hasta entonces. El 13 de enero entraron al Mar del Sur, y a fin de mes anclaron frente a la isla Juan Fernández. Al atardecer, una pinaza que fue a tierra volvió precipitadamente a dar la alarma, pues vieron una luz en la orilla. Obviamente los marineros supusieron que se trataba de franceses o españoles listos para emboscarlos. Pero cuando un grupo de gente armada saltó a tierra el 2 de febrero, se les acercó haciendo gestos frenéticos un hombre vestido con pieles de cabra, “que parecía ser más salvaje que sus primeros dueños”. Por supuesto que se trataba de Alexander Selkirk, abandonado cuatro años y cuatro meses atrás por el desafortunado capitán Stradling. La historia de su solitaria vida en la isla, escrita por Rogers y otros, sirvió a Daniel Defoe para concebir su famosa obra Robinson Crusoe, publicada en 1719. (Bradley 1992: 283).
Dejaron la isla llevándose a bordo al “gobernador” Selkirk el 14 de febrero. Aumentaron el número de sus navíos, pero pocas de las presas que hicieron eran de valor. El 16 de marzo apresaron La Asunción de dieciséis toneladas capitaneada por Antonio Villegas, que venía de Paita para comprar harina en Chérrepe. En las islas Lobos de Afuera, los carpinteros la transformaron en fragata, con cuatro cañones y treinta y dos tripulantes al mando de Edward Cooke, apropiadamente rebautizada como Beginning. Diez días después la Duchess regresó a Lobos con otra presa: la Santa Josefa de cincuenta toneladas, cargada con madera, cacao, cocos y tabaco en viaje de Guayaquil a Trujillo. Al mando de Selkirk, fue bautizada como Increase. Los prisioneros les informaron de que un galeón cargado de los caudales de una familia de alcurnia iba a hacer escala en Paita, y patrullaron las cercanías del puerto. No dieron con la rica presa, pero si con tres mercantes: el 2 de abril la Ascensión de más de cuatrocientas toneladas, con mercaderías finas y cincuenta esclavos dirigiéndose a El Callao desde Panamá; al día siguiente el Jesús, María y José de treinta y cinco toneladas, que llevaba madera de Guayaquil a Chancay; y el 15 el francés Havre de Grace de doscientas sesenta toneladas, cargado con perlas y setenta esclavos, al que algún tiempo después, en la isla Gorgona, dieron el nombre de Marquis, armado con veinte cañones. (Bradley 1992: 281-84).
El 12 de abril el consejo de oficiales decidió apoderarse de la isla Puná, y avanzar por el río Guayas hasta Guayaquil, tomar la ciudad y pedir rescate. Estos corsarios -bastante más respetables que los bucaneros que saquearon Guayaquil en 1687- se presentaron en Puná el 19 de abril. Les fue fácil ocupar la isla, pero unos ciento diez hombres en lanchas y botes, tardaron hasta la medianoche del día 22 en alcanzar Guayaquil remando contra la corriente. Como suponían que las autoridades estaban advertidas y preparadas para rechazar el desembarco, Dampier, Dover y otros se oponían a atacar. Pero Rogers se impuso: entabló negociaciones con el corregidor, Jerónimo Bosa y Solís, para venderle las mercancías y los ciento cincuenta esclavos capturados, y pedir cincuenta mil pesos de rescate por los rehenes. Toda la negociación no era más que una treta para comprobar las fuerzas con que contaba la ciudad y la determinación de Boza para defenderla.
El 24 de abril los ingleses desembarcaron, tomaron posiciones y se adueñaron de Guayaquil. Las autoridades aceptaron pagar treinta mil pesos por los rehenes, la ciudad y los navíos anclados o en los astilleros, y pagaron efectivamente veintiséis mil ochocientos diez a principios de mayo. Además de víveres y pertrechos navales, el botín incluyó joyas por un valor de mil doscientas libras. (Ídem: 284).
En Guayaquil, Woodes Rogers notó la presencia de enfermedades: “Pocos de aquellos prisioneros que cayeron en nuestras manos estaban saludables y sanos; casi la mitad de los españoles descubrieron públicamente a nuestros doctores su enfermedad para poder obtener purgante de ellos contra ‘la enfermedad francesa (sífilis)’ que es tan común aquí que no consideran escándalo el sumergirse en la bañera de polvos, y como el calor del país facilita la cura, lo hacen de forma muy liviana”. (Rogers 1928: 150).
El 11 de mayo de 1709 la flotilla corsaria abandonó Guayaquil, con buen viento del sur-suroeste. Mientras dejaban el golfo aparecieron los primeros brotes de una enfermedad que se expandió rápidamente por los barcos:
Teníamos sobre los veinte hombres que cayeron enfermos dentro de estas veinticuatro horas -y nuestro consorte cerca de cincuenta- de una fiebre maligna contraída -como yo supongo- en Guayaquil, donde fui informado que como un mes o cinco semanas antes de que la tomáramos, una enfermedad contagiosa que atacó ahí barrió diez o doce personas cada día por un tiempo considerable; de forma que los pisos de las iglesias -que son sus lugares usuales de entierro- se llenaron tan rápido que se vieron obligados a cavar un hueco ancho y hondo de como una vara cuadrada cerca por la iglesia grande donde yo mantuve guardia. Y este hueco casi se llenó con cadáveres medio podridos. La mortalidad fue tan grande que mucha de la gente había dejado la ciudad, y nuestra permanencia tan larga en la iglesia -rodeados de olores tan malsanos-, fue suficiente para infectarnos también. (Ídem: 150-51).
Iban rumbo a las islas Galápagos “...donde nuestro designio era coger agua, reparar los barcos y refrescar a nuestros hombres, que continuaban muy enfermos...”. (Ídem: 145). Buscaban la isla Santa María de la Aguada -famosa por su fuente de agua dulce, donde esperaban reparar los barcos, ocultarse por un tiempo y proveerse del líquido vital.
A mediodía del 13 de mayo viraron al noroeste calculando que ahí estarían las islas. Para entonces los contagiados a bordo del Duke sumaban casi cincuenta, y setenta en la Duchess, “pero yo espero que el aire del mar -que es muy fresco- hará del clima más saludable”, escribió Rogers. (Rogers 1928: 151). Al siguiente día, sábado 14, las islas no aparecieron, y esto aumentó la angustia a bordo, además de que una fuerte corriente impulsó los barcos hacia el norte.
Todavía demoraron un día más en llegar. Todos los días Rogers apuntaba en el libro de bitácora los nombres de los marineros que dejaban este mundo aquejados de la fiebre contraída en Guayaquil. La flota compuesta de unas seis embarcaciones se reunió y echó anclas en la costa nor-occidental de la isla Charles (hoy San Cristóbal), a la vista de una “extraordinaria roca” (hoy llamada “León Dormido”), lugar en donde hicieron su base.
Rogers mandó el bote del Duke a buscar agua dulce y subió con Dover a la Duchess, “...donde fue acordado que el capitán Rogers con las tres presas se mantuvieran a barlovento de esa isla hasta nuestro regreso, los botes en busca de agua y nosotros con el Havre de Grace, para doblar arriba hacia sotavento, para ver si podíamos encontrar un puerto y agua, y luego reunirnos con ellos lo más pronto posible...”. (Cooke 1712: 147).
Desde ahí zarparon el bote del Duke, la Duchess y el Havre de Grace a explorar varias islas en busca de agua dulce, una apremiante necesidad. La pinaza de la Duchess y el Havre de Grace navegaron al occidente y exploraron las islas Norfolk y Dassigny (actuales Santa Cruz y Santa Fe).
Acordaron reunirse junto a la “extraordinaria roca”, cerca de donde los esperarían al ancla el Duke y las presas (Rogers 1928: 151). Y esa tarde la Duchess y el Havre de Grace -comandado por Cooke- navegaron a barlovento hacia la otra isla. A mediodía del jueves 19 de mayo, los de la Duchess advirtieron otra isla al sur de aquella a donde se dirigían. La gran isla de dónde venían se veía por el sur poblada de árboles, pero aquella a donde iban aparecía yerma. El viernes, sábado y domingo pasaron navegando entre estas islas, donde desembarcaron partidas de corsarios que hallaron abundantes peces, tortugas e iguanas. (Cooke 1712: 148). Los marineros cazaron iguanas para comer, y ponderaron el buen sabor de su carne. (Ídem).
La pinaza de la Duchess fue hasta la orilla de la isla grande a buscar agua, sin encontrar más que un suelo rocoso y seco, donde parecía haber habido un reciente terremoto. Algunos árboles con buen olor, pero sin hojas, crecían en medio de las rocas. A pesar del esfuerzo, nunca lograron hallar el lugar reportado en los diarios del bucanero Cowley donde había una vertiente de agua dulce. (Ídem: 148).
Entretanto, el bote del Duke volvió de la primera isla el 19 de mayo, “...con el melancólico informe de que no podía hallarse agua”. (Rogers 1928: 151). Habían acordado que las cuatro presas permanecieran con el Duke a dos leguas de la orilla, cerca de “la roca”. Pero cuando regresó el bote se percataron de que no aparecían ni el Havre de Grace ni el pequeño velero de Simon Hatley, y solo se veían en el horizonte el galeón y la barca de Selkirk. Rogers no se alarmó al principio, asumiendo que siguieron la estela de la Duchess. Sin embargo, comenzó a preocuparse cuando llegó la noche. Con la esperanza de localizarlas, dispuso que el Duke permaneciera “...navegando hacia barlovento toda la noche con una luz fuera...”. (Ídem: 152).
La Duchess y el Havre de Grace volvieron al punto de encuentro. La barca de la Duchess trajo tortugas y pescado para los enfermos del Duke, muy útiles porque se habían terminado las provisiones frescas de Guayaquil. (Ídem). Todos se sorprendieron al conocer que nadie sabía del paradero del galeón y el velero de Hatley. En efecto, los del Duke asumieron que habían seguido a la Duchess, y estos que permanecieron anclados junto al Duke. El velero llevaba cinco ingleses a bordo, dos prisioneros españoles y tres afrodescendientes con provisiones y agua para dos días. Rogers escribió: “Algunos temen que hayan ido contra rocas y se perdieran en la noche; otros que dos prisioneros y tres negros los hayan asesinado mientras dormían...”. Con la esperanza de hallarlos: “Mantuvimos luces en la punta de nuestros mástiles mayores y disparamos cañones toda la noche, para que ellos oigan o vean cómo unírsenos, pero sin resultado alguno”. (Ídem: 152-53).
Resolvieron que esta vez la Duchess permaneciera al ancla con el velero de Selkirk y el Havre de Grace, mientras el Duke iba en busca de los perdidos. Zarpó con rumbo este a las seis de la mañana del 21 de mayo, juzgando que se extraviaron por ese lado. Rogers notó las características corrientes del mar de Galápagos: “Aquí hay corrientes muy extrañas entre estas islas, y comúnmente corren hacia sotavento, excepto en la luna llena (cuando) yo observé que corrían fuerte a barlovento...”. (Ídem). Como a las tres de la tarde fue grande el alivio cuando el Duke halló al galeón cerca de la isla del este, “... pero nada... de la barca de Hatley”. (Ídem).
La mañana del 22 el Duke siguió con la búsqueda de la barca de Hatley por la isla grande, mientras el galeón se dirigió hacia la “roca de encuentro”. Hacia media tarde estaban muy cerca de la isla, pero no apareció vela alguna por ese lado. Se alejaron nuevamente a la vista de la gran roca, pero no vieron más que el galeón. Esto alarmó a Rogers, que desconocía el paradero de la Duchess y las otras dos presas, pero afortunadamente aparecieron cerca de la orilla a barlovento de la roca, hacia las cinco. Esa noche se reunieron para analizar la situación: “...todos nos lamentábamos por el Sr. Hatley, y temíamos que estuviera perdido...”. (Ídem: 153).
A las cinco de la tarde del 23 de mayo, el Duke navegó al norte y dio con otra isla. Por la mañana envió el bote a tierra en busca de la barca perdida, agua, pescado y tortugas. Al caer la noche del 24 de mayo, el bote regresó de la isla sin haber encontrado agua dulce ni el velero de Hatley. Alrededor de las cuatro de la mañana el Duke se dirigió a una isla distante cuatro leguas al noreste, mientras la Duchess fue a explorar otra al suroeste. En la mañana el bote del Duke y el velero de Selkirk fueron a explorar una isla más. La rodearon y hallaron muchas tortugas y pescado, pero nada de agua ni de Hatley, y regresaron por la noche.
La mañana del martes 26 de mayo Rogers y Dover subieron a la Duchess para conferenciar con Courtney y Cooke. Preferían no acercarse al continente, pues temían toparse con los dos buques de guerra franceses -uno de sesenta y el otro de cuarenta cañones-, y otros españoles que sabían que los buscaban. Lo más prudente era quedarse en Galápagos por algún tiempo, pues muchos hombres seguían enfermos y débiles y los barcos necesitaban reparaciones. Pero no podían hacerlo si no encontraban agua dulce. Revisaron hacia medianoche las reservas de agua y concluyeron que era imprescindible ir por ella al continente. Se proveerían en isla de la Plata o Gorgona, donde intentarían capturar algún navío desprevenido y comerciar con los indígenas, poco amigos de los españoles. Luego regresarían a Galápagos para ocultarse de los barcos de guerra. (Ídem: 154).
Resultaba angustioso el extravío de la barca de Hatley, que no perdían la esperanza de hallar. Todas las noches dispararon cañones y mantuvieron luces encendidas para ser escuchados por los perdidos. Pero el esfuerzo resultó en vano: el mar galapaguense se los había tragado sin dejar rastro. Las muertes de peste continuaban y parecía no haber agua dulce en ninguna isla. Definitivamente no estaban en capacidad de continuar la búsqueda, por lo que, según Rogers: “...resolvimos dejar estas desafortunadas islas, luego de que hubimos visto dos o tres más hacia sotavento”. (Ídem).
La flotilla zarpó de la isla Charles el 27 de mayo. Tenían tan poca agua que a lo largo del viaje el Duke y la Duchess tuvieron que proveer todos los días al galeón y al velero de Selkirk. Según Rogers, era agotador “... el levantar el bote diariamente, ahora que nuestros hombres están tan débiles”. (Ídem). Rogers escribió lamentándose por no haber hallado la isla Santa María de la Aguada:
Si nos hubiéramos provisto bien en punta Arena (isla Puná), hubiéramos tenido, sin duda, tiempo suficiente para encontrar la isla Santa María de la Aguada, reportada por ser una de las Galápagos donde hay abundancia de buena agua, madera, tortugas terrestres y marinas, y un puerto seguro para barcos. Ese era el lugar de nuestro destino, y hubiera sido muy adecuado para nuestro propósito, que era permanecer algún tiempo escondidos. (Rogers 1928: 154-55).
Llegaron al continente el 5 de junio, día en que capturaron el Santo Tomás de Villanueva y San Dimas de noventa toneladas en viaje de Panamá a Guayaquil, con pasajeros y esclavos, donde iba el nuevo gobernador de Valdivia, Juan Cardoso. Echaron anclas en isla Gorgona el 7, y al siguiente día capturaron un pequeño velero. En la isla cargaron los depósitos de agua, carenaron el Duke y la Duchess y repararon el Havre de Grace -rebautizado Marquis-, dotándole de veinte cañones y una tripulación de setenta y siete bajo el mando de Edward Cooke. Además, armaron un campamento para los enfermos, que se repusieron lentamente. El 11 de julio liberaron a algunos prisioneros y permanecieron en el lugar sin ser molestados hasta el 7 de agosto, cuando zarparon hacia el sur.
El 18 de agosto capturaron otra embarcación en ruta de Panamá a Guayaquil con veinticuatro esclavos, y nuevamente oyeron de los dos barcos franceses de guerra que los buscaban. El 24 anclaron en la bahía de Atacames, donde se proveyeron de agua y comerciaron con españoles y nativos. En la costa entre Atacames y Manta, les pagaron quince mil pesos de rescate por los setenta y dos prisioneros que les quedaban, traficaron con aldeas indias y prendieron varios barcos. En uno de ellos, el Sol Dorado de veinticinco toneladas, robaron pesos y cadenas de oro valoradas en unas quinientas libras. Cooke calculó el costo del botín hasta entonces en veinte mil libras en oro, plata y joyas, y diez mil en otras mercancías.
Mientras tanto, el virrey despachó desde el Callao una flota de cinco barcos -tres españoles y dos franceses- tripulados por ochocientos veintiún marineros y soldados al mando del general de la Armada del Mar del Sur Pablo de Alzamora. La flota se dirigió al golfo de Guayaquil, donde buscó en vano a los corsarios, y al saber que huyeron hacia Galápagos, partió con ese rumbo el 16 de julio y registró el archipiélago, pero no dio con ellos. (Larrea 81).
Al amanecer del 1 de septiembre de 1709, la flotilla de tres barcos y un velero zarpó de cabo San Francisco con rumbo a Galápagos, para esconderse, cazar tortugas y hacer el último intento por hallar el velero de Hatley y la mítica isla Santa María de la Aguada. (Rogers 1928: 190). La silueta rocosa de una de las Galápagos apareció el viernes 9 de septiembre, pero la fuerte corriente contraria les impidió llegar hasta entrada la mañana, cuando bajaron a tierra a buscar tortugas en la pinaza de la Duchess (a isla Charles). Ese día se acabaron los plátanos, de los que cada tripulante disfrutó cuatro al día desde que dejaron Atacames. (Cooke 1712: 302-03).
A media tarde del sábado 10 de septiembre los barcos anclaron a dos millas de la costa en una bahía, sobre unas treinta brazas de profundidad y suelo rocoso, con viento desde la orilla. Al bajar el ancla del Duke, la soga de la boya se rompió y el navío comenzó a moverse. Creyeron que se había roto el cable del ancla, pero el barco quedó estabilizado luego de deslizarse una media milla. Anclados finalmente, bajaron botes con marineros para explorar la isla, buscar agua y tortugas. Regresaron por la tarde cargados con tortugas. (Rogers 1928: 191).
Cooke bautizó a la isla como Marquese’s Island (Charles), en honor de su barco. (Ídem). Un bote regresó esa noche con trece tortugas marinas, algunas de doscientas libras de peso. Otros botes capturaron cerca de cincuenta tortugas, y el de la Duchess volvió con varias terrestres. También hallaron un pozo lleno de sal que trajeron a bordo, pero nada de agua. (Ídem).
En busca de un lugar más apropiado para anclar, el Duke zarpó guiado por la pinaza. Echó el ancla por segunda vez a las diez de la mañana, a menos de una milla de la playa. Según Cooke, estaban en el punto más austral de la isla al sur-suroeste. (Cooke 1712: 303).
Luego de comprobar que las anclas estaban bien agarradas al fondo marino, Rogers decidió desembarcar por vez primera en Galápagos. Bajó a tierra en la pinaza acompañado de algunos hombres a explorar la bahía de arena y cazar tortugas. (Rogers 1928: 191).
El sábado y domingo 11 y 12 de septiembre capturaron más tortugas en la playa. Dover dijo a Cooke que tenían más de cien a bordo de la Duchess, y creía que las bodegas del Duke guardaban aún más. Rogers envió el bote del Duke a la Duchess en la mañana del 12 de septiembre para averiguar sobre su provisión de tortugas. El bote volvió hacia las diez para reportar que tenían como ciento cincuenta tortugas marinas y terrestres, pero no tan grandes como las del Duke, que tenía unas ciento cincuenta marinas y ninguna terrestre.
Informado del lugar en donde los hombres de la Duchess hallaron tortugas terrestres, el lunes 13 de septiembre Rogers envió al sitio la pinaza, que esa noche volvió con treinta y siete y un poco de sal encontrada en un pozo. El bote del Duke regresó con otras veinte tortugas marinas. (Ídem). El mismo día, el bote de la Duchess dejó dos hombres en la playa con orden de dar vuelta a las tortugas marinas que hallaran. Volvieron a bordo con veintiocho, algunas de cuatrocientas libras de peso y un pez desconocido. (Cooke 1712: 304).
La pinaza del Duke trajo a bordo otras dieciocho fanegas de sal e igual número de tortugas terrestres. La carne de tortuga resultó ser un alimento apetitoso. En la isla se dedicaron también a la necesaria reparación del casco del Duke, perforado por gusanos marinos como la broma.
Los hombres que bajaron a tierra descubrieron vestigios humanos. Por un momento tuvieron la esperanza de que pertenecieran al extraviado Hatley y su tripulación, pero eran mucho más antiguos: “En la orilla nuestros hombres vieron varias vasijas, y algunos de los restos y timón de una embarcación (que) supusimos... fueron arrojados (contra la costa), y adivinábamos que era la presa perdida cuando antes aquí, pero ...el timón era muy pequeño para ella”. (Cooke 1712: 303). Según Rogers, fue la noche del 13 de septiembre cuando los tripulantes de un bote que fue en busca de madera “...trajeron el timón y bauprés de una barca pequeña... Nos imaginamos que podía ser (del) señor Hatley, que perdimos en estas islas cuando estuvimos antes aquí, pero a la vista percibimos que eran mucho más viejas. También encontramos dos botijas y un lugar donde se había prendido fuego en la orilla, pero nada que nos diera nuevas esperanzas del pobre señor Hatley”. (Rogers 1928: 192).
Cerca del lugar en donde buscaron agua y el velero de Hatley la última vez, Rogers ordenó “… disparar un cañón... para ver si fuera posible que el señor Hatley pudiera estar vivo ahí, y viéndonos u oyéndonos pueda hacer humo en la orilla como señal, pero no tuvimos tal... suerte; de manera que todas nuestras esperanzas... se han desvanecido, y finalmente concluimos que no podemos hacer nada más por él que lo que ya hemos hecho”. (Ídem).
A media tarde del 18 de septiembre pasaron a sotavento de una isla pequeña pero alta, con muchas aves volando sobre ella, y a las cuatro vieron otra al noroeste. La primera estaba a unas seis leguas de distancia, y navegaron para alcanzarla antes del anochecer. (Cooke 305). Vieron varias islas más, y el 19 se alejaron de Galápagos para siempre, con rumbo a las costas mexicanas, que avistaron el 1 de octubre con miras a capturar el codiciado galeón de Manila. Patrullaron pacientemente el océano desde el 4 de octubre, hasta que la mañana del 21 de diciembre apareció una vela cerca de puerto Seguro, en la punta de Baja California. (Bradley 1992: 285).
Se trataba del Nuestra Señora de la Encarnación de cuatrocientas toneladas, veinte cañones y ciento noventa y tres tripulantes al mando del francés Jean Pichberty; el menor de dos galeones que venían de Manila. Se rindió al siguiente día luego de un combate con el Duke y la Duchess. Se trató de la vigésima presa de la expedición. Sus bodegas llevaban enormes cantidades de seda, zarazas, rasos y piedras preciosas en bruto. “Rogers fue uno de los dos ingleses heridos, pues una bala le destrozó el lado izquierdo de la mandíbula superior”. (Ídem).
Al cabo de cuatro días la Duchess y el Marquis lanzaron un temerario ataque en contra del segundo galeón: Nuestra Señora de Begoña de novecientas toneladas, sesenta cañones y cuatrocientos cincuenta hombres. Aunque el Duke se incorporó a la batalla al día siguiente, sus cañonazos fueron incapaces de perforar el casco del galeón, de modo que al cabo de siete horas de combate y con treinta ingleses muertos, Rogers (herido en el tobillo y el talón) y su consejo optaron por abandonar la lucha ante un adversario dotado de una fuerza abrumadora. (Ídem).
En Puerto Seguro se reunió la flota el 1 de enero de 1711, incluyendo al galeón más pequeño, rebautizado Bachelor, desembarcar a los rehenes, y el día 10 el consejo resolvió viajar a las Indias Orientales. “Llegaron a Guam el 11 de marzo, subsistiendo con una ración de poco más de medio kilo de harina, un pequeño pedazo de carne para cinco hombres al día y litro y medio de agua para cada hombre”. (Bradley 1992: 286). Vendieron el Marquis en Batavia por unas ciento quince libras, aguardaron tres meses por una flota holandesa que los escolte con el tesoro hasta Europa, hicieron escala en Texel el 23 de julio, y anclaron en el río Támesis el 14 de octubre. Woodes Rogers se convirtió en el primer navegante británico que dio la vuelta al mundo desde el viaje de Cavendish en 1588. (Ídem).
El apresto de la expedición costó ciento trece mil ciento ochenta y ocho libras, y el botín ascendió a ciento cuarenta y siete mil novecientos setenta y cuatro. Según lo acordado, debía dividirse entre los tripulantes a razón de un tercio y dos tercios, respectivamente. Pero la realidad es que después de pagar todos los gastos, los primeros solo cobraron unas cincuenta mil libras. Parece ser que Rogers, personalmente, recibió mil quinientos treinta libras como sueldo además de su parte del botín, una cantidad respetable. Fue la primera vez desde el tiempo de los corsarios isabelinos que una expedición británica volvió del Mar del Sur con importantes ganancias. Según Bradley:
Sin duda la combinación de talento y la experiencia de Dampier como piloto y Woodes Rogers como almirante, sofocando los últimos disturbios tan firmemente como lo hizo el primero, contribuyó con mucho al éxito del viaje. Rogers prestó atención escrupulosamente a los pequeños detalles y anotó de modo diligente todos los sucesos, especialmente las resoluciones del consejo de oficiales”. (Ídem).
En 1712 sobre la base de sus diarios de a bordo, Rogers publicó A cruising voyage round the world y Edward Cooke A Voyage to the South Sea, and Round the World, Perform’d in the Years 1708, 1709, 1710, and 1711, by the Ships Duke and Dutchess of Bristol, que quedan como testimonio de su periplo.
Antes de la publicación de su libro, por su entrevista con Thomas Stradling, Rogers supo el desenlace de la trágica historia del velero perdido en Galápagos al mando de Simon Hatley -que previamente había navegado por el Pacífico con Dampier en 1703-1704-, con cuatro o cinco ingleses, dos prisioneros españoles y tres afrodescendientes. Tenían agua y provisiones para apenas dos días, y no advirtieron oportunamente la corriente que los arrastró el 19 de mayo. Repentinamente se hallaron en mar abierto, lejos de las islas y de sus compañeros. Permanecieron catorce angustiosos días perdidos en el mar, en la más miserable condición de hambre y deshidratación. Increíblemente, sobrevivieron y llegaron exhaustos a playas cercanas al cabo Pasado, donde se entregaron.
…El Sr. Hatley y sus cuatro hombres, que perdieron compañía con nosotros en las islas Galápagos, estando necesitados de provisiones, y sin haber bebido agua por catorce días, se dirigieron al continente, y desembarcaron cerca de cabo Pasado, casi sobre el Equinoccio, entre un tipo de gente bárbara, que son una mezcla racial de negros e indios. Se rindieron voluntariamente, hallándose en situación de inanición, sin embargo esa gente salvaje, en lugar de darles comida, ató sus manos, luego los azotó y colgó, de forma que inevitablemente hubieran perdido sus vidas, de no haber sido por un padre, que vivía en los alrededores, llegó con tiempo suficiente gracias a la providencia, para cortar las cuerdas y salvarlos. Hay varias cartas del Sr. Hatley desde entonces, que prueban que está prisionero en Lima. (Rogers 1928: 243).
Así, llenos de rencor hacia los piratas, los habitantes liberaron a los suyos, pero amarraron y golpearon cruelmente a los ingleses, para luego dejarlos a su suerte colgados de árboles por los brazos. De no ser por la oportuna intervención de un cura, los desdichados hubieran muerto. El religioso les procuró agua y alimento, y los entregó a las autoridades. Fueron remitidos en calidad de prisioneros de guerra y herejes a Lima, donde los inquisidores se dieron a la tarea de convertirlos. Con ese propósito los colgaban durante horas, para luego bajarlos y preguntarles si se habían convertido. (Hickman 1988: 49). Permanecieron cautivos hasta 1714, cuando terminó oficialmente la Guerra de Sucesión Española.
LA PIRATERÍA, ARMA CONTRA EL CATOLICISMO
La piratería, aunque magistralmente utilizada en la edad moderna por ingleses y protestantes, no es ni creación británica, ni creación protestante. En principio fue un elemento de estricta delincuencia que actuaba en perjuicio de todos y en beneficio exclusivo de los propios delincuentes, y su existencia se remonta al principio de los tiempos.
No vamos a hacer una historia de la piratería. No es, ni de lejos, nuestro objetivo, por lo que no vamos a hacer mención a otros asuntos que los directamente ligados a la piratería llevada a cabo en los siglos XVI, XVII y XVIII… Y tampoco vamos a abarcar todo el ámbito de actuación de la piratería en este periodo, sino exclusivamente aquellas actuaciones que tuvieron una relación directa contra Las Españas, y en concreto en el ámbito estricto de las que dependían administrativamente del Virreinato del Perú.
Centrados en lo que vamos a tratar, encontramos que, entre otras posibilidades, podemos analizar si el fenómeno guardaba un aspecto ideológico religioso que, dado por sobreentendido en el caso de la actuación del Tribunal de la Santa Inquisición, no parece a priori suficientemente claro que la misma circunstancia pueda a aplicarse en el caso de los piratas. Pero, ¿tenían los piratas un principio de actuación ideológico-religioso?, o ¿acaso actuaban en el puro ámbito de la estricta delincuencia desarrollada por Inglaterra, Holanda y Francia?
Vamos a intentar desentrañar el asunto.
Señala Gianandrea Nelly que “entre las primeras pruebas de la gravedad que la relación entre piratería y protestantismo representaba para España, encontramos la Real Cédula del 10 de julio de 1561, en la cual Felipe II formalizaba la existencia del sistema de las flotas y al mismo tiempo autorizaba y exhortaba a su comandante, Pedro Menéndez de Avilés, a ahorcar sistemáticamente a todos los piratas sospechosos de ser luteranos. El 25 de enero de 1569, Felipe II ordenó el establecimiento de los Tribunales de la Inquisición de Lima y Méjico, y en septiembre de 1571, el Inquisidor General Pedro Moya de Contreras llega a Méjico. El primer Auto de Fe mexicano tiene lugar en 1574, y prácticamente todos los condenados en él son corsarios ingleses y piratas franceses capturados en las costas de Yucatán y Centroamérica.”29
En principio, y atendiendo a lo apuntado por Gianandrea Nelly, parece que, ciertamente, había relación entre piratería y luteranismo. Pero por supuesto no se trata sino de una cita marginal; algo que no nos aclara nada, ya que podía tratarse de un hecho totalmente circunstancial si tenemos en cuenta que el luteranismo estaba triunfante en los reinos de los que los piratas aprehendidos eran naturales.
Puede tratarse, ciertamente, de una concepción estrictamente española, en una monarquía que llevaba décadas enfrascada en Europa en una guerra de religión que enfrentaba no sólo a España, sino al catolicismo, con las violentas acciones de los “reformados”.
Es lógico, pues, que para la corona se tratase de un elemento esencial a tener en cuenta; por lo tanto, y como señala Ruth Magali Rosas Navarro, “La introducción del luteranismo en los territorios de la Monarquía Hispánica, es una substancial razón de Estado. Esta batalla se desarrolla principalmente en el Atlántico. El comercio, el contrabando, la piratería y el corso son vehículos de penetración de ideas heréticas y de planteamientos políticos subversivos.
En consecuencia, por todas las razones expuestas y por la coyuntura político-religiosa, se hace absolutamente necesario el establecimiento de tribunales inquisitoriales en Lima y en México.”30
Seguimos en el camino de confirmar la más inocente de las sospechas, por la cual, el protestantismo intentaba entrar en América, sí, pero, ¿por qué no?, de una forma natural, transmitido por el sentimiento de aquellos que eran portadores.
Esta idea puede incluso verse fortalecida cuando nos fijamos en las actuaciones de los piratas, que efectuaban ataques realmente crueles y sanguinarios, a los que, con esa misma mirada complaciente, podemos entender si estimamos, con Nancy Magali que “literalmente se jugaban la vida si los españoles los atrapaban” 31; idea que se refuerza si además consideramos que “este grupo estaba conformado con personas de distinta condición social y económica, pues encontramos desde pordioseros, criminales, inadaptados sociales, hasta personas con educación con una situación económica buena, la cual deseaban incrementar.” 32
En la espiral de violencia, los piratas atacaban despiadadamente, y eran repelidos de forma despiadada; no se les perdonaba la vida, y no sólo porque resultasen enemigos de lo ajeno y extremadamente violentos e inmisericordes, sino que, como señala José Toribio Medina, el espíritu del tiempo era común a ambos contendientes, por lo que “se comprende fácilmente que, con el espíritu de aquellos tiempos, no era lo más grave que los enemigos viniesen a turbar la paz y el comercio de estos países, sino las ideas que consigo traían.”33
Digamos que ya empieza a señalarse la existencia de un principio ideológico que mueve la acción de los piratas. Sus deseos de apropiarse por cualquier medio de lo ajeno llevaban, así, anejo, un principio ideológico motor de sus actuaciones.
Pero volviendo la vista tejas abajo, además nos encontramos con casos como el denunciado en 1685 por Gabriel Fernández de Villalobos, que deja al descubierto la falta de celo por parte de los gobernantes; dice el cronista: “yo he visto, por falta de gobierno y no de poder, á los herejes piratas de Indias, profanar los templos y hacerlos cárceles y mazmorras peores que las de Argel; pues éstas sólo sirven á los cautivos de calabozos; pero los templos en las Indias, en donde V. M. es patrono, dedicados á Dios, sirven de establos y lugares aún más inmundos! …/…las mujeres, viudas, doncellas y casadas, violadas y deshonradas en el templo á vista de sus maridos y padres. ¡Qué ser á ver las monjas de Trujillo y Panamá, dedicadas á Dios, sueltas de sus clausuras por los montes, durmiendo en despoblados entre fieras, huyendo de caer en las manos de estos sacrilegos lobos voraces, que, según sus obras, proceden más inhumanamente que las bestias irracionales!”34
Vuelve a surgir el concepto de las ideas, que unos querían sustituir, y otros se negaban a que tal sucediese. Tan es así que ya en vida de la Reina Isabel escribía ésta a los oficiales de la Casa de la Contratación: “Yo he sido informada que se pasan a las Indias muchos libros de romances de historias vanas e de profanidad, como son de Amadís e otras desta calidad; e porque este es mal ejercicio para los indios e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean; por ende, yo vos mando que de aquí adelante no consistáis ni deis lugar a persona alguna pasar a las Indias libros ningunos de historias e cosas profanas, salvo tocantes a la religión cristiana e de virtud en que se ejerciten e ocupen los dichos indios e los otros pobladores de las dichas Indias.” Cuestión que fue atendida también en el reinado de Carlos I y de Felipe II en el sentido de impedir que viajasen a América moros judíos, protestantes y reconciliados.
Lo que parece evidente es que, como señala Gianandrea Nelli Feroci, “se puede afirmar que, de una u otra forma, la religión protestante estaba presente en las vidas de los piratas, y no sólo desde un punto de vista de costumbres y prácticas cotidianas, sino también como elemento de distinción y contraposición respecto al catolicismo y España.”35
Pero no sólo desde el aspecto individual de cada uno de ellos, sino como organización superior. Así, sigue señalando Nelli Feroci, “los corsarios ingleses, financiados por la monarquía inglesa protestante, eran muy organizados desde un punto de vista religioso, y la vida a bordo era reglamentada por una disciplina militar. Los discursos contra España y la propaganda anti católica se repetían a menudo a bordo de las naves, y los corsarios eran adoctrinados por ministros del culto.”36
Y es que, señala C.H. Haring, “La protestante Inglaterra, poseída del arrebato e intolerancia de una nueva fe, no vacilaba en despojar a los españoles, especialmente cuando era probable que el servicio de Dios fuese recompensado con el pillaje…/… Muchos anglicanos, hugonotes y calvinistas (diferentes ramas de protestantismo), vieron en la piratería la manera de combatir con éxito a los papistas privando al rey de España, el monarca más odiado de la comunidad protestante, de los tesoros con los que sustentaban las tropas que luchaban contra sus correligionarios de Alemania, Flandes y Francia”. 37
En este contexto, y como señala Hamish I Stewart Stokes, “en 1577, mientras que Oxenham seguía prisionero en los calabozos de la Inquisición, Drake penetró en el Pacifico a través del Estrecho de Magallanes, tomando totalmente por sorpresa a las autoridades españolas. La expedición de Drake no fue una simple operación de piratería, sino una expedición cuidadosamente planeada en las esferas más altas del gobierno inglés. Drake venía con una comisión de la Reina de Inglaterra que le servía como patente de corso para tomar represalias en contra de Felipe II, por el ataque que Drake y Sir John Hawkins habían sufrido de la flota española en San Juan de Ulúa en 1568. Las instrucciones de Drake le ordenaban explorar las costas de Chile, averiguar cuales eran las posibilidades comerciales y hacer contactos con los indígenas que peleaban contra los Españoles, con la intención de establecer una alianza militar anti-hispánica, que podría amenazar las riquezas mineras de Perú. Este viaje iba a ser el primer paso hacia un imperio sudamericano, ganado por medio de una alianza con el pueblo de Arauco y otros enemigos similares de los Españoles.”38
El asunto se recrudeció en 1603, cuando a la muerte de Isabel I de Inglaterra, accedió al trono Jacobo I, que centró su reinado en la lucha contra el catolicismo.
Fue durante su reinado cuando Thomas Cavendish, que ya llevaba décadas pirateando, dio perfectas muestras de ser un claro instrumento del relativismo británico. Al respecto, señala Javier de Navascués que “Pedro Fernández Quirós escribe en un memorial al rey que el intento de Cavendish era juntarse con los indios araucanos y pregonar allí la libertad de conciencia, libertad a todos los indios y negros de la América, acogimiento a los retraídos y perdidos y, a todos cuantos la quisiesen, seguridad de vidas, honras y haciendas, buena compañía y esperanzas, y por remate soltar presos.”39 No fue el único intento británico por consolidar una posición en América, pero como en otras ocasiones, dieron muestras ciertas de que sus intenciones reales no coincidían con sus promesas (véase la actuación llevada en Nortemérica, Australia…), motivo por el que los araucanos acabaron combatiéndolo.
Así, los esfuerzos por señalar al catolicismo como enemigo partían de antes de formarse las escuadras de piratas, financiadas como empresas legales que eran en sus puertos de origen. Así, “fe reformada y anti catolicismo caracterizaban a la mayoría de los corsarios ingleses que, adoctrinados atentamente, una vez llegados en las Indias Occidentales atacaban símbolos y representantes de la iglesia romana. Obviamente no se trataba de teólogos expertos, pero los conocimientos religiosos de los piratas seguramente no eran inferiores a los del grueso de la población de los países reformados, mayoritariamente analfabeta como en toda Europa, cuya cultura religiosa se basaba sobre pocos preceptos inculcados por los predicadores y ministros del culto. Estas enseñanzas se desarrollaban en un contexto de participación popular, por lo cual la vida religiosa de un corsario inglés del siglo XVI no era tan diferente a la de un soldado protestante, alistado en los ejércitos reformados que combatían las guerras de religión en el mismo período.”40
Con esas premisas, y según señala Gabriel Bernat, “Los piratas tenían como común denominador ser protestantes extranjeros animados por una insaciable sed de riquezas sólo comparable a su odio a España y a la Iglesia Católica. La enorme mayoría de los enjuiciados por tales motivos fueron reconciliados y tratados benignamente. La Inquisición en América fue menos perseguidora que en Europa occidental. Entre 1570 y 1820 las inquisiciones americanas actuaron sobre 6.000 casos y de éstos un centenar aproximádamente fueron conducidos a la hoguera.”41 En cualquier caso estos datos, los de la actuación inquisitorial, y a la vista de lo sucedido en Lima, parecen sensiblemente abultados.
A pesar de estas circunstancias, a principios del siglo XVIII, se instauró el comercio libre a favor de Francia (no de Inglaterra ni de Holanda). Ello fue consecuencia del cambio de dinastía, con la entrada de Felipe V, cuya dependencia de su abuelo Luis XIV de Francia, le llevó a firmar un tratado gracias al cual “entre 1700 y 1725, unos 150 buques franceses fondearon en puertos del Pacífico, consiguiendo lo que no habían logrado los piratas ingleses y holandeses. De forma pacífica consiguieron su pastel en el comercio con América. Aunque en un principio la acogida de buques franceses en los puertos fue buena, no sólo por hacerles salir del aislamiento comercial sino por órdenes expresas de la corona de acogerles con cortesía, con el tiempo, el consulado de Lima pidió la supresión de este contrabando que escapaba cada vez más de su control, ingresando cada vez menos dinero en las arcas. Los buques franceses partían al Pacífico fuertemente armados para defender las costas de piratas ingleses como Dampier en 1703, pero cargaban sus bodegas de mercancías. Otros navíos entraban en los puertos con el pretexto de reparar averías causadas en la persecución de los piratas y corsarios enemigos, estableciéndose en ellos para vender todo lo que podían, pues era ésta su principal intención.”42
Al amparo del mismo llegaron estudiosos franceses, y con ellos, luteranos y calvinistas dispuestos a difundir las ideas religiosas de sus estados; ideas que, como sus estados, y en justa reciprocidad a las Españas, debían atenerse a un modo de actuación que salvaguardase la naturaleza de cada uno. No lo hicieron así, por lo que, habiendo sido detectados, fueron debidamente castigados… Nos dice José Toribio Medina que fueron entregados “a un colegio de padres de la Compañía, donde quedaron catequizándose.”43 No recibieron ningún castigo, sino que se les catequizó, ejerciendo para ello la aplicación del derecho nacional. Algo que no se cumplía exactamente a la recíproca cuando las autoridades de los estados protestantes perseguían a los católicos.
El caso es que, como consecuencia de estas actividades contra la Corona, que como tal deben ser entendidas, y con el ánimo de evitar la proliferación de nuevos casos como los tratados, se impuso la visita de navíos, en las cuales, los oficiales de la Inquisición procedían a averiguar si se transportaban libros que no estuviesen autorizados o cualquier elemento contrario a la religión católica.
Por acuerdos internacionales, la responsabilidad de las personas que viajaban en los navíos se limitaba a las actuaciones que pudiesen observar en territorio español; así, no podían actuar contra alguien que en su estancia en Holanda o en Inglaterra hubiese asistido a actividades de los protestantes, pero sí podían actuar sobre quienes contraviniesen las ordenanzas nacionales. Por ese mismo motivo, no podían permitir la entrada de textos o imágenes que fuesen en contra de la ortodoxia católica. Mediante esa normativa lo único que hacía la Inquisición era realizar una labor que en la Europa protestante era llevada a cabo, en sentido inverso por las autoridades protestantes.
Como en el resto de cuestiones, la efectividad de las medidas dependía en gran medida de la voluntad puesta por los oficiales encargados de llevar a cabo las inspecciones, y la actuación no pasa de ser la de un cuerpo dedicado al control de aduanas, que tiene sus informadores y controla, como hoy la Guardia Civil, los puntos de entrada de mercaderías y de personas.
En el curso de estas actividades, a mediados de 1725 fue apresado en Coquimbo y trasladado al Callao el navío holandés “San Luis”, de donde fueron apresados “diversos hugonotes de Francia, junto con otros de las provincias de Holanda y algunos judíos.”44 Ninguno de ellos aparece en el siguiente (y último) Auto de Fe celebrado el 23 de diciembre de 1736.
En relación a estos apresamientos es de señalar que la actividad de los judíos no estaba alejada de la actividad de los piratas. El hecho de haber sido España el último refugio del que habían sido expulsados no les resultaba tan doloroso como el hecho de que una parte muy significativa había abandonado el credo rabínico para abrazar el catolicismo, con el doloroso añadido que muchas personas que anteriormente habían sido miembros de la comunidad judía, no sólo habían abrazado el catolicismo, sino que, además, eran miembros muy destacados de la religión católica; baste señalar en este sentido que Fray Tomás de Torquemada, Inquisidor General, era judío converso.
Es el caso que la reacción del pueblo judío ante el decreto de los Reyes Católicos parece que resultó mucho más dolorosa que la expulsión en sí, ya que a expulsiones estaban acostumbrados, pues como señala Lenka Galovska, con la expulsión “no se trataba ni de racismo ni de antisemitismo en el sentido moderno de la palabra sino de antijudaísmo. Lo que querían expulsar no era una raza sino un convencimiento religioso”45, y lo consiguieron.
Ese, al parecer, fue el sustrato por el que “numerosas comunidades judías se unían por rutas de piratería, pues ser israelita en un país gobernado por España o Portugal era ilegal. Por esta razón, cuando Jamaica pasó a manos de la corona británica, en 1670, muchos judíos se radicaron allí. Ya el almirante inglés William Penn (padre del predicador William Penn) al invadir la isla, en 1655, informó que en su tarea invasora tuvo la ayuda de los marranos locales. Para el año 1720, casi el 20% de los residentes de Kingston eran judíos.”46 Y serían el principio del esclavismo en América y del tráfico de esclavos negros de África.
La expulsión de los judíos motivó, ¡qué duda hay!, las acciones contra España por parte de los judíos expulsados. A ese respecto, dice Günter Bohm que “los judíos sefardíes o también de «nación portuguesa» como se autodesignaron en Holanda y en otros países europeos, estaban al tanto de los diversos intentos de invadir la costa chilena y peruana, no sólo a través de su participación en la Compañía de las Indias Occidentales sino también gracias a diferentes informes secretos o confidenciales que viajeros judíos les entregaron al regresar a Amsterdam desde las colonias españolas y portuguesas de las Américas. En uno de estos informes, un manuscrito en Amsterdam alrededor de 1630, un judío anónimo describe la vida, la gente y las costumbres de Perú Colonial, del «Reyno de Chile» (fo. 181), como también de las ciudades de Buenos Aires y Tucumán (fols. 173-178). Posiblemente residía ya en el Perú en 1605, puesto que menciona el terremoto que asoló el país en este año y todavía se encontraba en Lima en 1615, año del ataque de Spilbergen al puerto del Callao, hecho que también relata en su narración. Del manuscrito, redactado en Holanda y dirigido a los accionistas judíos de la «Compañía de las Indias», se desprende que trabajaba en Lima con uno de los muchos comerciantes cripto-judíos o «portugueses» ganando un salario de nueve mil reales al año y, además, aparentemente había contraído matrimonio en esta ciudad…/… No cabe duda que este personaje anónimo actuaba al mismo tiempo de informante para las tropas holandesas, ya que se refiere a las ventajas que se podrían obtener mediante un desembarco en la costa peruana la cual, según él, se hallaba desguarnecida, defendida por escasas fuerzas. También menciona que los habitantes de aquellas tierras tenían poca destreza en el manejo de las armas y propone, al mismo tiempo, valerse de los esclavos negros como auxiliares en caso de una invasión armada, la cual debía, según su opinión, concentrarse en el valle de Pachamac, ya que aquí haze la mar buena playa, cómodo para poder saltar gente en tierra, y de aquí a Lima ay cuatro leguas...”47
Corría el año 1621, y la Corona española esta al tanto de estas circunstancias. A este respecto señala José Toribio Medina: “Es conveniente señalar que, por entonces, se denunció la participación de la comunidad judía internacional y de Holanda en una conspiración para adueñarse de las colonias hispanoamericanas. Los miembros de la primera darían su apoyo a la segunda, a cambio de que esta les concediese libertad para realizar sus prácticas religiosas así como otros beneficios de carácter político, social y económico. Con dicho motivo se constituyó la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, financiada, en su mayoría, por judíos con quienes tenían tratos y contratos los judaizantes portugueses que controlaban una gran parte del comercio de Lima. Asimismo, existían rivalidades evidentes entre portugueses y españoles por la conquista de América, las cuales se incrementarían con la declaración de independencia realizada por Portugal.”48
En esa labor, señala Federico Rivanera,“los marranos no se limitaron a guiar a los corsarios, sino que emplearon también ellos los medios piratescos a que aludía Shatzky. Subatol Deul y parte de los hombres que integraban su Hermandad de la Bandera Negra, se presume que descendían de marranos españoles. Este famoso delincuente judío, "el pirata del Guayacán", alrededor del año 1600 formó dicha banda con Henry Drake -el hijo de Francis- y otro sujeto llamado Ruhual Dayo, eligiendo como cuartel general la bahía chilena de Guayacán. El hebreo Kohler destaca las relaciones comerciales entre los marranos de Cuba y los bucaneros, que tuvieron sus bases durante muchos años en el Caribe, señalando que hay alguna razón para creer que hubiera algunos judíos entre ellos. El contrabando marrano en las Indias, al margen de las fabulosas ganancias que reportaba, constituyó otro instrumento en la guerra contra el imperio español.”49
Mª Cristina Navarrete abunda sobre lo mismo cuando señala que “la diáspora de los judíos sefarditas y posteriormente de los cristianos nuevos portugueses fue de tal índole que arribaron a lugares distantes del continente europeo. Natalie Zemon Davis da cuenta de la presencia de una comunidad de judíos portugueses, banqueros y comerciantes, que se había afincado en Hamburgo con la anuencia del Senado de la ciudad. Con éste firmaron un acuerdo en 1612 permitiéndoles su vecindad. Sin embargo, su vida transcurrió en medio de la tensión y la incertidumbre hasta que parte de los residentes de la ciudad y el clero luterano presionaron para que el Senado adoptara medidas que debilitaran su estancia. Se ordenó el cierre de su sinagoga y el alto costo del impuesto de permanencia hizo que abandonaran la ciudad y se dirigieran a Ámsterdam. La inmigración a Hispanoamérica de los descendientes de estos hebreos antiguos tuvo idéntico origen y se constituyó especialmente de cristianos nuevos portugueses, algunos de ellos con origen remoto español. Se establecieron en lugares de agitado comercio o en remotas regiones viviendo como los de Hamburgo entre la aceptación y el rechazo.”50
Por otra parte, y como señala Günter Bohm, “la preocupación de los españoles sobre la participación judía en las excursiones holandesas a las Américas, queda atestiguada por numerosos informes confidenciales. Uno de ellos, entregado en Madrid, el 23 de abril de 1634, por Esteban de Ares Fonseca, guardado en los Archivos Generales de Simancas, Consejo de la Inquisición, Libro 49, folio 45, detalla la participación de judíos en diversas expediciones holandesas organizadas por la Compañía Occidental de las Indias y su ayuda en la conquista de Brasil. Ares Fonseca denuncia a Antonio Vaez Henriquez alias Mosen Coen de Pernambuco y a Manuel Torres alias Isaac Torres en La Habana como informantes y espías de los holandeses, al capitán judío Diego Peixotto, del buque «Las Tres Torres», de una flota holandesa hacia Pernambuco, dando nombres y grados militares de otros judíos que debían participar en esta expedición. Relata, además, que no sólo los judíos de Amsterdam estaban financiando estas empresas sino también los de Hamburgo, con un total de doce o trece mil ducados.”51
También en esta época comenzaba a hablarse en Europa de los derechos del hombre (en las Españas hacía siglos que habían sido proclamados) y todavía se quemaban brujos. En ese sentido, recuerda José Chocrón Cohen que “en Burdeos fue ejecutado uno en 1718; en 1749 fue decapitada por bruja la priora de un monasterio de Untergell; en 1785 quemaron á varias hechiceras en Glaris; en 1793 se hizo otro tanto en Posen; á mediados del siglo XVIII, la aldea de Mohra, en Suecia, presenció escenas demoníacas que acarrearon la muerte de 23 personas y el castigo de 36, y acusadas más tarde por unos niños, fueron condenadas á muerte 84 personas sospechosas de pacto tácito y expreso con el demonio (Walter Scout, Demonology).52
A este respecto, un anónimo curioso se muestra extrañado de la actuación que la Inquisición tuvo para el fenómeno de la brujería, sin percatarse que la interpretación científica de la misma le hizo deducir que la brujería no pasaba de ser una enfermedad o una estafa. Así, el anónimo señala que“en cuanto a los casos de brujería y sortilegios el Santo Oficio resultó sorprendentemente benigno para su época. Mientras en los países protestantes se cuentan por decenas y aún cientos de miles las víctimas de la caza de brujas que terminaron sus días en la hoguera, el Tribunal consideraba que se trataba de un delito debido a la ignorancia de las gentes y no tenía más realidad que la que sus mentes le asignaban. A los culpables se les sentenciaba a recibir una cantidad variable de azotes que fluctuaba entre los 50 y los 200. Se podía añadir, dependiendo de la gravedad de los hechos, el destierro por tiempo determinado, la prestación de servicios en hospitales y presidios, el pago de alguna multa e, inclusive, la confiscación de bienes.”53 Y el tratamiento por enfermedad mental.
Pero estas prácticas, que fueron aplicadas en las 13 colonias británicas (recordemos las brujas de Salem), no lograron trasplantarse a la generalidad de América gracias al celo de la administración española. Dice Gianandrea Nelli Feroci que “aunque el luteranismo era cuantitativamente poco relevante para la Inquisición Americana, estaba severamente punido, sobre todo en los primeros treinta años de actividad de los Tribunales. El 5% de los imputados fue relajado en persona, por lo cual fueron condenados a la hoguera, porcentaje superado sólo por los acusados de ser judaizantes. La mayoría fue reconciliada, o sea condenada a un número de latigazos seguido por el ergástulo o las galeras; y sólo una minoría fue absuelta ad cautelam, es decir destinada a la reeducación a la fe católica al interior de estructuras religiosas por un breve período de tiempo. La mayoría de los juzgados eran franceses e ingleses, seguidos por holandeses y unos cuantos alemanes y flamencos. Muchos eran piratas, corsarios o filibusteros capturados en Méjico, América Central y Antillas.”54 Y a la mayoría, dadas las condicionantes señaladas, se les puede suponer, con pequeño margen de error, su relación directa con los delincuentes del mar. Pero al limitarse la actuación de la Inquisición al terreno de la protección de la fe, desestimando cualquier otra circunstancia, no nos han llegado pruebas fehacientes que nos hagan confirmar sin lugar a réplica la adscripción de éstos a la piratería.
No obstante, los protestantes tenían permiso para repostar en América. Al respecto, señala Anna María Splendiani que “los comerciantes protestantes podían llegar a América con la condición de que se quedaran el tiempo indispensable entre la llegada y la salida de la flota; sólo podían tener trato con las personas con las cuales negociaban y debían permanecer aislados en las casas donde se alojaban. Sus negocios los obligaban a violar tales reglas y las estrategias para evadirlas fueron diferentes: utilizaban rutas desconocidas, permanecían en zonas inhóspitas o apartadas donde no llegara la autoridad real o la Inquisición. Algunos protestantes españolizaban sus nombres para mimetizarse entre la población colona.”55
En octubre de 1567 se produjo la tercera expedición pirática de John Hawkins, que proporcionaría reos a la Inquisición. Sobre ella, señala Gianandrea Nelli Feroci que “según la declaración de William Collins – marino que participó en dicha expedición – al Tribunal de la Inquisición de Méjico, todos los miembros de la flota, reunidos en el puerto de Plymouth, ya dos meses antes de zarpar, escucharon continuamente sermones de un ministro luterano que defendía y enseñaba la doctrina protestante. Añadía Collins que, en observancia de dicha doctrina, se llevaron a bordo libros luteranos en lengua vulgar inglesa y que, una vez embarcados, el contramaestre utilizó dichos libros para predicar y enseñar el credo protestante, e invitar a los tripulantes a cantar los salmos y a hacer otras ceremonias luteranas, sin invocar la Virgen ni los santos. Morgan Tiller, otro miembro de la expedición juzgado por el Santo Oficio Méjicano, confirmó que en la flota iban John Hawkins y Francis Drake, y que ellos eran notoriamente conocidos como grandes luteranos, que decían públicamente cosas malas y feas sobre la iglesia romana. Se trataba no sólo de corsarios y aventureros, sino también de fervientes protestantes, que practicaban regularmente los ritos reformados (muy probablemente anglicanos en este caso), y atacaban verbalmente a la iglesia católica antes y durante el viaje hacia las Américas.”56… Y cuando tomaban tierra, los ataques no se limitaban a lo verbal, sino también específicamente al saqueo de templos, como complemento al resto de su actividad.
Parece confirmarse, así, que los ataques de piratas y corsarios, británicos y holandeses en su mayoría, junto a sus ansias de rapiña aportaban una fuerte motivación de odio al catolicismo generado desde el protestantismo. Consiguientemente, señala Fermina Álvarez que “en América se creó pronto un clima de opinión de que extranjero —mercader o pirata—, hereje y enemigo político eran sinónimos.”57
Todo ello hace que, según señala Ruth Magali Rosas Navarro, “la introducción del luteranismo en los territorios de la Monarquía Hispánica, es una substancial razón de Estado. Esta batalla se desarrolla principalmente en el Atlántico. El comercio, el contrabando, la piratería y el corso son vehículos de penetración de ideas heréticas y de planteamientos políticos subversivos.”58
Para finalizar, señalar que entre los procesados por el Tribunal de Lima identificamos como piratas cincuenta y ocho individuos; de ellos, tan sólo seis fueron ajusticiados (relajados), lo que representa el 18% del total de los 32 ajusticiados en la historia del Tribunal, siendo que 23 más, en este caso, todos españoles y portugueses, son firmes candidatos a figurar también como piratas, o al menos como firmes colaboradores necesarios de los mismos por su condición de judaizantes o protestantes. Y es que, como señala Javier de Navascués, “no faltaron gentes de muy distintos estamentos, incluso españoles, que se alegraron de la llegada de unos británicos que habrían de libertarlos del yugo inquisitorial o de los moldes de una sociedad en la que no se encontraban a su gusto: presos de la Inquisición, monjas deseosas de vivir en el mundo o simplemente hijos rebeldes de hacendados, todos ellos vieron en las incursiones piráticas una posibilidad liberadora de sus frustraciones.” 59
PIRATAS DEL PACÍFICO Y LA INQUISICIÓN DE LIMA
La incursión en el océano Pacífico o Mar del Sur de piratas, corsarios y bucaneros, tres categorías de un oficio común -tan inmemorial como lo es el comercio por vía marítima-, entre 1575 y 1744 obedece en líneas generales a razones políticas y guerras en el viejo continente.
Los primeros enemigos que invadieron esas aguas fueron los corsarios isabelinos, llamados así por haber actuado durante el reinado y bajo el auspicio (a veces frontal y otras solapado) de Isabel I de Inglaterra, en pugna personal con su antiguo cuñado Felipe II de España, que llegaron a sostener una guerra abierta que enfrentó a entre 1585 y 1604, que solo terminó cuando murió Isabel. Fueron cuatro las expediciones corsarias de este período, dirigidas por los siguientes capitanes: John Oxenham (también llamado Oxnam) (1575-1577), Sir Francis Drake (1577-1580), Thomas Cavendish (1586-1588) y Sir Richard Hawkins (1593-1594). Miembros de tres de las cuatro expediciones, con la notable excepción de la de Drake, fueron capturados en el curso de sus correrías en diversas circunstancias, casi todas acciones bélicas, y algunos de ellos tuvieron que enfrentar procesos ante el tribunal de la Inquisición en Lima.
El advenimiento de Jacobo I Estuardo (James I Stuart) al trono de Inglaterra significó un acercamiento en busca de mejores relaciones con España, y el fin de los ataques de corsarios ingleses en el Pacífico. Sin embargo, la guerra de independencia de los Países Bajos, que estalló en 1568, trajo en pocos años nuevos intrusos al Mar del Sur. Jacob Mahu y Simon de Cordes (1598-1600), Oliver van Noort (1598-1601), Shouten y Lemaire (), Joris van Spilbergen (1614-1617), Jacob L’Hermite (1622-1625) y Hendrick Brower (1643). Algunos miembros de estas expediciones también fueron juzgados por la Inquisición limeña.
La paz reinó en el Pacífico hasta 1669, cuando cundió nuevamente la alarma por la presencia de un inglés: Sir John Narborough, que más que piratear buscaba entablar relaciones comerciales con el virreinato peruano, e información sobre las costas pacíficas de Sudamérica. Esta expedición dejó atrás algunos hombres en Valdivia.
En la década de 1680 el Mar del Sur se vio invadido por hordas de bucaneros, especialmente ingleses y franceses, en diáspora temporal de sus tradicionales bases del Caribe, donde la política colonial se había volcado contra ellos, para volver cuando la marea les fuera de nuevo favorable. Se puede identificar tres oleadas de bucaneros: la primera de 1679 a 1681, cuyo líder más notable fue Bartholomew Sharp, la segunda de 1684 a 1688, cuyo clímax fue el asalto de Guayaquil de 20 de abril de 1687, y la tercera de 1687 a 1695. Los bucaneros llegaron a sumar más de mil hombres en las tres oleadas, pero fueron muy cuidadosos de no caer prisioneros, de forma que solo un puñado de ellos tuvo que vérselas con la justicia virreinal.
El advenimiento de la Guerra de Sucesión Española en 1700 trajo nuevos corsarios ingleses en tres expediciones reconocidas: la dirigida por William Dampier y Thomas Stradling (1701-1704), la de Woodes Rogers y Stephen Courtney (1708-1712) y una en 1713 bajo el mando de un enigmático “capitán Charpes”, que podría no ser otro que John Clipperton. Thomas Stradling fue capturado y juzgado por la Inquisición, junto con Simon Hatley (miembro del grupo de Rogers) y otros catorce súbditos británicos.
Entre 1719 y 1722, durante la guerra de XX, Clipperton volvió al Mar del Sur acompañado por George Shelvocke. De estas tripulaciones hubo otros tantos miembros juzgados por la Inquisición.
Y finalmente, entre 1741 y 1744, navegó el comodoro George Anson, que atacó el Pacífico en el marco de la guerra de XX. Con él se cerró el capítulo de la época de “piratería clásica” en el Mar del Sur.
Esta sección plantea pasar revista a la historia de estos aventureros, especialmente sus motivaciones para atacar las posesiones del Imperio Español, el desarrollo de sus viajes y correrías, hasta el encuentro de quienes no lograron volver a sus países con tesoros, y más bien tuvieron que enfrentar procesos ante el Tribunal de la Santa Inquisición en Lima.
Los corsarios isabelinos.
La envidia y la codicia al ver que España expandía su poder por el mundo y se convertía en potencia de primer orden, a partir de la reconquista de Granada y los viajes de Colón; junto con el odio, y el temor de tener que enfrentar un poder semejante, son tres elementos que fueron creciendo en el ideario europeo del siglo XVI.
Pero si el odio y la envidia perduraron y se materializaron en la creación de una absurda leyenda negra contra España, alimentada por las ideas y publicaciones de personajes como Thomas Gage, el temor fue, poco a poco, sustituido por la confianza al compás que en España se transformaba en desidia.
Puesto que el Caribe y sus alrededores fueron los primeros territorios que España colonizó, ahí comenzó la piratería, inicialmente a cargo de franceses, pero pronto se sumaron los ingleses y los neerlandeses. Y desde el Caribe fueron los ingleses quienes se lanzaron a retar el poder español en otras latitudes, notablemente el Pacífico o Mar del Sur, donde incursionaron cuatro corsarios isabelinos entre 1576 y 1594.
Antes de incursionar en el Pacífico, John Hawkins el primer traficante de esclavos y corsario inglés de la era isabelina atacó islas Canarias, Puerto Rico y Panamá, pero sufrió un importante revés en San Juan de Ulúa, en puerto de Veracruz en México, en 1568, y ese revés sirvió como detonante justificativo de posteriores acciones bélicas, desde el punto de vista inglés. A la sombra de Hawkins se formó Francis Drake, su sobrino, que en poco tiempo llegó a eclipsarlo por la audacia de sus hazañas en la guerra contra España.
En este periodo ocurrió el desastre de la Grande e Felicísima Armada, destruida por los elementos de la naturaleza mientras cruzaba las aguas del Mar del Norte rumbo a Inglaterra, que tuvo su contrapartida en la neutralización de los piratas reconvertidos en corsarios, y en lo que implicó la victoria inglesa sobre la Invencible, con la que quedó sentenciado el enfrentamiento. Ciertamente muchos historiadores consideran que este es un punto de inflexión en la historia del Imperio Español, que nunca llegó a recuperar el poderío y esplendor de antaño.
Pero no fueron Hawkins ni Drake quienes inauguraron la guerra de corso en el Pacífico sino John Oxenham, lugarteniente del segundo en sus correrías por las costas de Panamá. A la postre, Oxenham y sus hombres resultaron ser los primeros corsarios ajusticiados en el Pacífico, el propio Oxenham y unos pocos más reservados para la Inquisición.
John Oxenham (1576-1577).
El capitán John Oxenham tiene los méritos piráticos de ser el primer inglés que incursionó en el Pacífico y retó la autoridad española en ese mar, alistó a los cimarrones -antiguos esclavos renegados y huidos de los españoles-, desafió el control español sobre el istmo de Panamá (junto con Francis Drake en 152-73), construyó una pinaza con madera americana, navegó el Pacífico en ella, se apoderó de barcos cargados con tesoros provenientes del Perú, y tuvo a las autoridades panameñas y virreinales del Perú en estado de alerta por medio año, siguiéndole la pista con soldados por las indómitas selvas panameñas. También, junto con cuatro compañeros de tripulación, fue el primer pirata juzgado por el Tribunal de la Santa Inquisición de Lima.
El 9 de abril de 1576 Oxenham, de unos cuarenta años de edad, dejó Plymouth con cincuenta y siete hombres en un navío de mil toneladas y otro más pequeño, llevando consigo dos pinazas desarmadas. Fue una empresa privada e individual en busca de botín, sin autorización formal de la Corona ni adscrita a ningún proyecto oficial coordinado de asentamiento inglés. Oxenham concibió el plan de cruzar el Darién y asediar el Mar del Sur apoyado por los afroamericanos cimarrones de Panamá, con quienes hizo amistad en previas correrías junto a Drake. Su máximo objetivo era interceptar en Panamá a la Armada del Mar del Sur, que viajaba anualmente cargada de plata desde El Callao. En algún momento del viaje, el jactancioso capitán prometió que volvería a colonizar esa tierra en nombre de su reina con dos mil ingleses.
Llegaron a Panamá en época lluviosa, hacia finales del verano de 1576, lo que dificultó su penetración en el istmo. Pasaron la mayor parte del resto del año merodeando cerca del golfo de Acla, donde escondieron sus navíos para recorrer la costa en las pinazas, y atacaron Veragua. En septiembre sufrieron el primer revés cuando una partida de soldados enviados por el presidente de la Audiencia de Panamá Dr. Gabriel de Loarte halló escondidos los dos navíos ingleses y tomó sus cañones, municiones y mercancías europeas destinadas a comprar la lealtad de los cimarrones y otros aliados potenciales. Este fue el principio del fin para la primera empresa corsaria del Mar del Sur.
En las primeras semanas de 1577, los ingleses construyeron una pinaza de unos catorce metros de eslora con doce remos por banda, con la que se transportaron junto con una decena de cimarrones al golfo de San Miguel, probablemente por el río Chucunaque. En febrero fondearon en las islas de las Perlas. En palabras del historiador inglés Peter T. Bradley: “…se distinguieron por sus barbaridades, robaron perlas, piedras preciosas, oro y plata, se burlaron de libros e imágenes religiosas, así como de otros objetos sagrados de la religión católica; también humillaron despiadadamente a un fraile golpeándole, forzándole a ponerse un orinal en la cabeza e incendiando su iglesia”. (Bradley, 1992: 68).
Oxenham y sus hombres avanzaron por el golfo tan cerca de la ciudad de Panamá que pudieron ver los ejercicios militares que se preparaban defender la jurisdicción. Sin embargo, limitaron las operaciones a la zona de las islas Perlas, que usaron de base para atacar barcos que traficaban entre Perú y Panamá. Hicieron dos presas notables y dieciocho prisioneros: un navío de Guayaquil con sesenta mil pesos de oro, y uno de El Callao con barras de plata valoradas en cien mil pesos.
Entretanto, el presidente Loarte aprestaba dos escuadras para combatirlos. La primera estaba compuesta por seis navíos y doscientos hombres al mando de Pedro de Ortega, y zarpó de Panamá el 18 de agosto para cruzar el golfo y perseguirlos por el río Santa María. Los cogieron por sorpresa y recuperaron mucho del botín. Al mismo tiempo, otra expedición a las órdenes de Luis Guzmán de Melo navegó al este por la costa septentrional del istmo desde Nombre de Dios hasta Acla. Tomaron unas pinazas escondidas y marcharon al interior para hallar y someter por la fuerza a los cimarrones.
Oxenham y la treintena de hombres que le quedaban, carentes de armas, pólvora y barcos, y totalmente dependientes de la buena voluntad de los cimarrones, estaban cada vez más acorralados. En febrero de 1577 la mayoría cayó prisionera de una partida de soldados enviados del Perú por el virrey Francisco de Toledo. Dieciocho fueron conducidos a Panamá, donde la mayoría fue ahorcada. Unos doce que lograron huir, se hicieron con una pequeña embarcación y pusieron rumbo a Inglaterra, pero se desconoce su suerte.
A los cinco reos principales se los reservó para juzgamiento bajo la jurisdicción del Tribunal de la Santa Inquisición en Lima. Se trataba del comandante John Oxenham, el piloto e intérprete John Butler, apodado ‘Chalona’ en los documentos españoles, a quien en ocasiones conceden igual importancia que al capitán y le llaman ‘navegante admirable’; su hermano Henry Butler y Juan Bernal. (Bradley 1992: 68-69).
Los famosos y temidos corsarios llegaron a la prisión de Lima el 13 de febrero de 1577 a esperar su juzgamiento, que llegó poco después. Según el historiador Báez Camargo,
En su causa… se distinguen dos jurisdicciones, dos procesos y dos sentencias: los de la Inquisición, por una parte, y los de las autoridades civiles, por la otra. Como reos de orden religioso, es decir por luteranos, la Inquisición los juzgó, pero los admitió a reconciliación, sometidos a ciertas penas. (Báez Camargo 1960: 49).
El Tribunal de la Inquisición los hizo abjurar de su herejía y los condenó a las galeras de por vida, pero salieron reconciliados en el Auto de Fe del 29 de octubre de 1581, “con pena de hábito, cárcel perpetua irremisible en galeras y confiscación de bienes”. (Ídem).
Después del auto mencionado, volvieron a la jurisdicción civil, por lo cual fueron devueltos luego a la cárcel de El Ballano, ‘adonde habiendo estado algunos días, por sentencia que contra ellos dieron los alcaldes del crimen, fueron ahorcados’, según reza la relación del mencionado Auto de Fe, con excepción de uno: Henry Butler.
El cambio de sentencia se explica por la incursión de Drake al Mar del Sur y sus consecuencias (1577-1580), que llevaron a las autoridades civiles, excepto por Henry Butler dada su juventud, a adoptar una posición más dura en contra de los piratas ingleses, sustituyendo las galeras por la pena capital. Y en consecuencia, los primeros corsarios del Pacífico murieron ahorcados poco después del Auto de Fe de 1581. Con respecto a Henry Butler, el único que se salvó, escribió Báez Camargo:
Se le llama ‘mozo’ en el proceso, probablemente porque sería menor de edad. Tal vez por la misma razón, la Inquisición no hizo otra cosa que tenerlo detenido en la cárcel mientras se terminaba el proceso (de Oxenham, John Butler) y de Thomas Xervel. Salió reconciliado en el Auto de Fe de 29 de octubre de 1581 en Lima. Las autoridades civiles lo condenaron a galeras perpetuas. (Báez Camargo 1960: 32).
Por otra parte, John Butler -inglés y piloto de la nave de Oxenham-, fue juzgado por la Inquisición por luteranismo y hacer proselitismo a favor de las sectas protestantes. En palabras de Báez Camargo: “Sufrió tormento y salió en el Auto de Fe de 29 de octubre de l581, en Lima, reconciliado por abjuración de vehemente y con pena de seis años en galeras. Con su hermano, Oxnam y Xervel, la Inquisición lo devolvió a las autoridades civiles, las cuales lo mandaron ahorcar.” (Ídem: 32).
El cuarto corsario ajusticiado aparece en los documentos como Thomas Xervel, y no hay certeza sobre su verdadero apellido inglés. Fue procesado bajo los mismos supuestos que John Butler, reconciliado en el mismo Auto de Fe y, según Báez Camargo: “devuelto después del auto a los alcaldes del crimen, fue ahorcado por éstos, junto con Oxnam y sus compañeros”. (Ídem: 64).
La intervención de Richard Hawkins fue la última expedición inglesa que llegó al Mar del Sur en el siglo XVI. Durante unos 20 años, los piratas británicos habían violado unos mares que eran conocidos como el “lago español”, y en dos ocasiones consiguieron botines de extraordinario valor. Pero poco más consiguieron, salvo ver ricos mercados en los que expandir su codicia mercantilista.
Hawkins, a bordo del Victory, ocupó el tercer lugar en el mando durante el enfrentamiento con la Grande e Felicísima Armada.
Las actividades de los piratas franceses, ingleses, y principalmente holandeses que aprovechaban la Tregua de los Doce Años firmada con España, continuarían. Van Noort, Van Spilbergen, Jackes L’Heremite, Schouten… encabezarían la nómina.
Señala Clicie Nunes Andao que “la creación de la Compañía Magallánica propicia la segunda expedición (1598 – 1601), comandada por Olivier Van Noort. Establece contacto con indígenas en la Isla Mocha y Santa María, atacan Valparaíso y El Callao, en el Perú, apoderándose de cinco naves españolas. Se dirige al Oriente, con éxito. Llega a Rotterdam con 60 toneladas de botín y especias.”
Convirtiéndose van Noort en el cuarto piloto en el mundo en dar la vuelta al mundo y significándose en el saqueo, pero sin conseguir objetivo alguno en lo tocante al establecimiento de colonias. Llegó al Pacífico el 29 de Febrero de 1600, dando comienzo en Valparaíso a sus acciones piráticas.
Embarcó en campaña el mismo día que fallecía Felipe II (13-9-1598). Su primer destino, el puerto de Plymouth, donde embarcaría como piloto Mellish, que había formado parte de la tripulación de Cavendish. “Esta expedición, como la de Mahú, llevaba por objeto comerciar con las Indias y hostilizar las posesiones españolas y portuguesas.”
Un nuevo conflicto de guerra declarada con Inglaterra se produciría entre 1625 y 1630, y otro entre 1655 y 1660.
Entre guerras, los corsarios volvían a ejercer su sempiterna misión, en esta ocasión como piratas. En esta etapa destacaron Hendrik Broker, William Dampier, Bartolomé Sharp y Juan Warlen.
Nuevamente encendió la guerra en 1700. En esta ocasión fue la Guerra de Sucesión, donde Inglaterra apoyó al archiduque Carlos y aprovechó para seguir hostigando las provincias americanas, hasta que en 1713 se firmó el humillante tratado de Utrecht.
Siendo aliada España de Francia, o más exactamente, sometida España a Francia, es de destacar que el Tribunal de Lima se encargó de juzgar a 16 “marineros extranjeros”, la mayoría ingleses, pero también holandeses, y un francés, Felipe Bernard.
La dependencia de Felipe V respecto a Francia hizo posible que el zorro se colase en el gallinero. Los manejos de Francia con Inglaterra tenían una moneda de cambio: las Españas. La situación prometía ser comprometida, por lo que, conforme señala Santiago Gómez, “la Corona española, acabada la guerra, vio la presencia francesa como un peligro a sus intereses, no sólo comerciales, pues hay que tener en cuenta que ya en diciembre de 1713, que llega al Pacífico la noticia de la paz de Utrecht, había más de 15 buques franceses, con más de 250 cañones y casi 3.000 hombres, ante cuya fuerza nada podía hacer la Armada del mar del Sur. Posteriormente siguieron llegando más buques, como se ilustra en este listado, incompleto, pero clarificador.”
Nombre
Procedencia
Año
Llegada
Cañones
Capitán
Aurore
Saint Maló
1704
M. Rogodier
Saint Charles
Saint Maló
1704
40
Perré Du Coudray
Murinet
Saint Maló
1704
36
Fontaine Bouquet
Jacques
1704
Harrington
Saint Louis
1706
Saint Joseph
1704
36
Nermont Trublet
Le Baron de Breteuil
1704
Aulnais Bécard
Saint Spirit
1704
Nicol Grout
Maurepas
1706
50
Saint Perré
Saint Maló
1706
Eon de Carman
Notre Dame de la
L’Assomption
1707
Alonso Porcel
Saint Jean Baptiste
Marsella
1709
Jean Doublet
Saint Antoine
Saint Maló
1709
Nicol Fraudac
Sólide
Saint Maló
1709
50
M. Rageuine de Muriel
Le Clerc
Saint Maló
1709
Jean Baptiste Boislovet
Saint Rose
1709
Jean de Saint Jean
Saint Francois
Nantes
1709
Vierge de Grâce
Saint Maló
1709
Príncipe de Asturias
1709
Julian Chivilla
Mariana
Marsella
1713
Pisson
Concord
1713
Pradel
Saint Clement
1713
50
Jacinto Gardin
L’Assomption
Saint Maló
1713
Champloret Le Brun
Phelipéaux
1714
44
Nogal du Parc
Aurore
1714
M. de la Rigaudiére
Marcial
1714
50
Chancelier
1714
César
1714
Bien Aimé
1714
Bertrand Joseph Hardouin
Aimable
1714
Oriflamme
1714
L’Assomption
1714
Alain Porée
Margarita
1714
Ste. Barbe
1714
Mr. Marcand
Poisson Volant
1714
Saint Francois
Saint Maló
1716
Baurais le Fer
Ante este panorama la situación se anunciaba comprometida, y las actividades de piratería, lógicamente, continuaban. En el Pacífico destaca John Clipperton y George Shelvocke, y la corona española tuvo la brillante idea de reorganizar la armada del Pacífico con Bartolomé de Urdinzu y con Blas de Lezo.
Entre los años 1727 y 1729 tiene lugar la enésima guerra anglo española, tras la cual, finalizada la actividad de corsarios al servicio de Inglaterra, los mismos continuaron con su actividad de piratas al servicio de los mismos, para volver a ejercer de corsarios entre 1739 y 1748 con motivo de la Guerra del Asiento- Guerra de la oreja de Jenkins- Guerra de sucesión austriaca (1740-1748).
En el curso de la Guerra de Sucesión austriaca, Richard Norris amenazó las costas de Patagonia, y en 1741 George Anson protagonizó la última incursión pirata en los mares del Sur.
“Respecto al viaje de Anson, éste partió de Inglaterra en septiembre de 1740 con seis embarcaciones más dos pataches con abastecimientos. Su flota paró en las costas brasileñas para reabastecerse y posteriormente se adentró en Tierra de Fuego, donde los vientos contrarios y el desconocimiento de la zona alargaron la travesía. Tras grandes penalidades sólo cuatro de sus naves alcanzaron el Pacífico (Centurión, Gloucester, Tryal y Anna) y en junio arribaron a las islas Juan Fernández.”
A su vuelta a Inglaterra, tras haber asaltado al “Nuestra Señora de Covadonga”, fue ascendido en el almirantazgo, donde laboró en la misma dirección, dado que la corona británica era cada vez más consciente de que ese era un lugar preeminente para llevar a cabo sus actividades delictivas. Remarca Guadalupe Pinzón que “en primer lugar, era necesario que los ingleses contaran con una base en Sudamérica que les permitiera hacer escala antes de dirigirse al Mar del Sur. Se consideró que dicha base podría establecerse en las islas ubicadas frente a las costas de Río de la Plata, las cuales fueron registradas en los mapas ingleses desde fines del siglo XVI y llamadas Falklands por John Hawkins y Maiden-Land por John Davis.”
Entre 1756 y 1763 tiene lugar la guerra de los siete años. Señala Guadalupe Pinzón que durante este conflicto quedó patente “el poderío naval inglés tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Hay que recordar que se trató de una guerra en gran medida con fines mercantiles en la que Inglaterra se hizo de dos puertos clave del comercio español, como fueron La Habana y Manila. La intervención sobre estos asentamientos fue desastrosa para España pues evidenció la poca posibilidad de esta corona de detener los avances ingleses, de que estos enemigos estaban apostados cerca de las colonias hispanas y de la necesidad de llevar a cabo cambios estructurales en las navegaciones, administración y defensa de sus posesiones de ultramar.”
Sin dejar de ser cierto el aserto, dieciséis años más tarde y entre 1779 y 1783, con el desarrollo de la Guerra de independencia de los EE UU, quedaría, no obstante, en entredicho, al conseguir la armada española neutralizar las acciones inglesas.
Aunque hemos señalado que con Anson se dio fin a las campañas piratas, la piratería, aunque en actos menores, continuó existiendo; así, en la guerra del Pacífico, que se produjo para posibilitar el control británico sobre la extracción del guano, buques británicos participaron en diversas operaciones, si no militares, si de carácter paralelo, no dudando en izar bandera boliviana o peruana para salvaguardar sus operaciones ilícitas.
Y es que los británicos llevaban ya siglos mostrando su absoluto desprecio por el honor y el respeto a lo ajeno, lo que les llevó a ser soporte y esencia de la piratería, siendo, como señala Nancy Magali Díaz León, que “la piratería inglesa fue creada y sostenida por el capitalismo del país, con el beneplácito y ayuda de la Corona. En esto residió su triunfo,” y sus ataques, como señala Víctor Atencio, no sólo consistían en actos violentos; “significaban en realidad actos de connotaciones políticas, que atentaban directamente contra valores esenciales para la subsistencia del Estado español como tal.” Y otros actos, como el señalado de la guerra del guano, quedaron incrustados en su actuar.
Señala Guadalupe Pinzón que “los navegantes británicos intentaron hacerse del territorio centroamericano a fin de usarlo de plataforma para expandir sus rutas mercantiles al Pacífico. Hay que señalar que no les interesó tomar cualquier territorio, sino únicamente aquellos que pudieran servir a sus fines comerciales, como el istmo de Panamá, zona que facilitaría las comunicaciones entre el Mar del Norte y el del Sur. Así, para hacerse de esta zona, se organizaron dos expediciones que atacarían tanto Portobelo (Edward Vernon) como Panamá (George Anson). Estas acciones no tenían únicamente por fin tomar por la fuerza alguna posesión hispánica, sino que a través de proclamas se intentaría convencer a los colonos americanos de sublevarse contra los españoles a cambio de recibir protección de la corona británica y concesiones como mayor libertad comercial, posibilidad de adquirir manufacturas inglesas a bajo costo, menores tributaciones, tolerancia religiosa, entre otros. Pese a lo anterior, para los ingleses fue imposible socavar a las colonias desde dentro como habían pensado, pues no hubo respuesta a su llamado.”
Abundando en la misma cuestión, C. H. Haring señala que “los dos primeros Estuardos, a semejanza de la gran reina predecesora de ellos, y no obstante una poderosa facci6n española existente en la corte británica, contemplaban a las Indias con ojos envidiosos, como fuente de perennes riquezas para cualquier nación que pudiese apoderarse de ellas.”
Por su parte, Francia inició sus actividades piráticas en 1506, atacando el área de las Antillas. Pero su principal “hazaña” la llevó a cabo en 1521, cuando el pirata Jean Florin, al servicio de Francisco I, capturó a la altura del cabo de San Vicente una embarcación procedente de América.
En cuanto a Holanda, señala Nancy Magali Díaz que “iniciaba una lucha contra el monarca español, para obtener su independencia de un imperio del cual no se sentía parte.”
En cuanto a la extracción social de los piratas, ya hemos hecho referencia en otra ocasión, pero merece la pena recordar con Nancy Magali Díaz que “la piratería acogía no sólo a aventureros y marinos ambiciosos, sino también a personas honorables y hasta nobles protestantes.” Con lo cual queda reforzada la idea que determina la piratería (haría falta un estudio sobre la utilización de otro tipo de delincuencia), como un elemento propio de la política que contra España han venido ejerciendo las potencias europeas.
En el desarrollo de esa política, es necesario destacar que en 1621 se creaba la Compañía de las Indias Occidentales en Ámsterdam. Su objetivo: el contrabando y el comercio de esclavos… Y la piratería, que la desarrollarían principalmente a lo largo del siglo XVII. Tres actividades de por sí delictivas, que se desarrollaron en contra de los intereses de España.
Es el establecimiento del relativismo en las relaciones internacionales el que hace que una actividad tenga justificación si reporta beneficio a quien la desarrolla, sin tener en cuenta la moralidad de los actos. Con esa premisa, “la piratería estaba respaldada por el Estado, que encontró en ella la solución perfecta para liberarse de un sector de la población económicamente improductivo.” Un sector de la población que les resultaba molesto, y que, acabadas las actuaciones de piratería a gran escala, mostraría en Inglaterra las lacras de un sistema antihumano, el liberalismo, que con la Revolución Industrial crearía unas bolsas de miseria de las que tan magistralmente sirvió de notario Carlos Dickens.
A este respecto, merece la pena dar un repaso a la actuación británica sobre su propia población. Así, “entre 1845 y 1849 mueren cerca de 2 millones y medio de irlandeses en la hambruna provocada por la política colonial británica”; algo que contrasta muy significativamente y resulta ofensivo comparar con la actuación de ejemplaridad jurídica llevada a cabo por el Tribunal de la Santa Inquisición.
¿Y las explotaciones y las deportaciones llevadas a cabo? Inglaterra es una experta en estos asuntos. En la ciudad de York existe un museo esclarecedor de cómo la legislación británica deportaba a sus súbditos a los territorios de Australia y Nueva Zelanda. Al ganado destinado al matadero no se le trata así. Una población expulsada del mundo rural deambulaba, inculta y sin esperanza de ningún tipo de formación por las grandes urbes que estaban iniciando la revolución industrial. Condenada a la miseria era perseguida, maltratada, sometida a un juicio rápido y encadenada a un receptáculo del tamaño de un ataúd, construido en los sollaos de un barco que los transportaría a Australia o a Nueva Zelanda donde, si llegaban vivos, estaban condenados a vivir como esclavos.
Si eso hacían con sus propios súbditos, ¿Qué sucedía con el trato a los aborígenes? Señala Darwin que “La selección natural, como se acaba de hacer observar, conduce a la divergencia de caracteres y a mucha extinción de las formas orgánicas menos perfeccionadas.” Idea que daría soporte a la actuación llevada, y que queda perfectamente plasmada en lo que en 1890 dejaría escrito el vicepresidente de la Sociedad Real de Tasmania, James Barnard, y que se concreta en que “el proceso de exterminio es un axioma de la ley de la evolución y de la supervivencia del más apto. Por ello concluía que no había ninguna razón para suponer que hubo alguna negligencia culposa en el asesinato de los aborígenes australianos. Ante estos planteamientos racistas darvinistas se inició una terrible masacre con el objetivo de exterminar a los aborígenes. A las familias nativas se les daba alimento envenenado, y las cabezas de los muertos eran clavadas a las entradas de los campos. En el transcurso de 50 años la mayoría de los poblados aborígenes de Australia desaparecieron de manera cruel y brutal.”
¿Y en la India?.. “30 millones de muertos de hambre en la India colonial británica en la década de 1870 ante la mirada indolente y la inacción del gobierno colonial inglés, que veía morir a millones mientras tenía enormes graneros repletos de cereales para la exportación y organizaba los mayores banquetes de la historia de la humanidad celebrando de la coronación de la Reina Victoria (hay datos de que alguno de aquellos banquetes llegó a reunir 60.000 comensales invitados entre las clases altas de distintas naciones ¡y cuya duración llegaba a ser de una semana! )”
Hay más… “En 1902 los británicos invaden Sudáfrica, para arrebatársela a otros imperialistas, los holandeses. La guerra provoca más de 100.000 muertes. Los británicos utilizaron campos de concentración, que servirían de ejemplo a Hitler para sus campos de exterminio.”
Pero no acaba ahí la labor WASP (acrónimo en ingles de Blanco, anglosajón y protestante); nos dejamos en el tintero muchos casos, pero por cercanía y volumen debemos tratar el caso de Filipinas. “Entre los años 1899 y 1913 los Estados Unidos de América escribió las páginas más negras de su historia. La invasión de Filipinas por ninguna otra razón que la adquisición de posesiones imperiales, provocó una feroz reacción del pueblo filipino. 126.000 soldados estadounidenses fueron traídos para sofocar la resistencia. Como resultado, 400,000 Filipinos "insurrectos" murieron bajo el fuego estadounidense y un millón de civiles filipinos murieron a causa de las dificultades, los asesinatos en masa y las tácticas de tierra arrasada llevadas a cabo por los estadounidenses.”
Unas pequeñas muestras de la actuación llevada por el mundo por quienes en los momentos que nos ocupan desarrollaban una actividad frenética contra España y difundían una estúpida leyenda negra que el menos sagaz de los espíritus curiosos puede desmontar. La piratería sería un arma más para la consecución de su objetivo, y la leyenda negra, en la que ocupa lugar preeminente la Santa Inquisición, otra.
Pero volviendo al hecho concreto que nos ocupa, la actuación de los piratas en América tuvo unos inicios muy tempranos. En la segunda mitad del siglo XVI, “la piratería norteafricana y europea, por entonces endémica, intentó cebarse muy pronto en la ruta trasatlántica de regreso desde América y desde la India, surcada por buques castellanos o portugueses respectivamente, que llegaban maltrechos tras un largo viaje, pero con ricas mercancías en sus bodegas; las guerras europeas, en especial las hispano-francesas del reinado de Carlos I, agravaron el peligro mediante la acción de corsarios, siendo los franceses los más activos.” En estos tiempos, no obstante, la actividad pirática más intensa se desarrollaba en el Caribe, llegando en 1555 a saquear La Habana, así como a llevar actos contra Río de Janeriro o las costas de Florida.
Señala C. H. Haring que “Hacia finales de la década de 1560, Iberoamérica era un blanco fácil para incursiones francesas o inglesas. Se aprovechaba cualquier ocasión para enviar expediciones de piratas y corsarios a dichos litorales para causar estragos en la economía ibera y explorar regiones posibles de colonizar.”
En los siglos XVI y XVII, vencidos en todos los campos de batalla, buscaban justificaciones ficticias a su situación. “Francia e Inglaterra celaban temerosas el predominio español en Europa y tenían los ojos obstinadamente puestos en los inagotables ríos de oro y plata que permitían a España mantener sus ejércitos y escuadras. Mientras excusaba o desaprobaba públicamente ante Felipe II las violencias cometidas por Hawkins y Drake, condenando las turbulencias de la época y prometiendo hacer cuanto estuviera a su alcance para impedir los desórdenes, la reina Isabel era a socapa una de las principales accionistas en las empresas de esos piratas.”
Isabel I y Jacobo I ensalzaban las acciones del pirata Francis Drake, a quién colmaron de honores. Rebeca Cuevas indica que, “entre las empresas más exitosas de Drake, destacan la campaña de 1572, cuando en Panamá intentó apoderarse de la plata que provenía del Perú. Aunque falló en este intento, consiguió seguir navegando por la zona, y hacerse aliado de unos enemigos de los españoles, los llamados cimarrones. Tras algunos intentos fallidos de hacerse con el valioso metal, finalmente con la ayuda de los hugonotes consiguieron obtener un botín de plata. Pero su gran expedición llegaría en 1577, cuando llegó al Pacífico. Esta vez Drake partió como un auténtico perro del mar, con las bendiciones de la reina, y la patente de corso, además de cuatro barcos. Su plan era cruzar el estrecho de Magallanes consiguiendo buques, productos, sembrando el terror en las ciudades americanas, y de hecho lo consiguió. A su vuelta, fue recibido con honores, y la reina propagó que había sido el primer comandante que había dado la vuelta al mundo. En 1585 Drake volvió al Caribe por encargo de la reina que quería hostigar las posesiones americanas de Felipe II. Drake comenzó su ruta saqueando lugares de la costa gallega, para llegar a las costas de las Islas Canarias, y de esta forma llegar a los territorios americanos saqueándolas y sembrando el terror.”
Pero las actividades de los piratas en tiempo de paz se trocaban en acciones corsarias en tiempos de guerra; los mismos barcos, los mismos capitanes, los mismos tripulantes…Guillermo Céspedes nos recuerda que “los ingleses se limitaron a actuar como piratas en tiempo de paz o corsarios en años de guerra, sin que variasen por ello sus objetivos y métodos: atacar buques y puertos españoles del Caribe, saquear y destruir. Por parte española, fueron tratados como tales en toda América a partir de la unión de las Coronas de España y Portugal (1580). El más famoso de estos sea dogs ingleses iba a ser Francis Drake, quien por primera vez atacó puertos indianos del Pacífico en una provechosa expedición que dio la vuelta al mundo (1578-1580).”
La isla de la Mocha, Valparaíso y Coquimbo sufrirían las acciones del mismo. Señala José Toribio Medina que Drake llegaba “el 25 de noviembre a la Isla de la Mocha, en la bahía de Arauco, donde los indios le mataron dos de sus marineros; el 5 de diciembre tomaba en Valparaíso una nave cargada con bastimentos y algunos miles de pesos en oro, y saqueaba en seguida la ciudad, sin perdonar la pequeña iglesia que allí había y cuyos vasos sagrados se dieron como parte del botín al capellán de la armada. Recalando luego en el puerto de Coquimbo, saltaron en tierra algunos de los expedicionarios, pero atacados por los del pueblo hubieron de retirarse precipitadamente a bordo, dejando muerto entre los peñascos de la playa al que hacía de cabecilla.”
Esta actividad conllevó un “estado de guerra continua en el Caribe desde 1568 y en las costas del Brasil desde 1580, con eventuales extensiones al litoral americano del Pacífico desde esa fecha. La acción defensiva española no careció de eficacia; las flotas de la plata quedaron a salvo; se inició la construcción de fortificaciones y defensas en las ciudades portuarias importantes, tanto del Pacífico como del Atlántico; se emprendieron acciones ofensivas, siempre con éxito, pero su discontinuidad —por los eternos problemas de financiación— hizo posible que los núcleos de bucaneros se rehicieran una y otra vez.”
Gracias a esas defensas, y como queda señalado, las acciones de las potencias europeas no alcanzaron los éxitos que deseaban; ciertamente hicieron daños de importancia y consiguieron objetivos de mucha envergadura, como el Galeón de Manila, pero el costo en vidas británicas fue elevado. Pero la codicia les hacía sobreponerse. J. S. Dean, en su “Bearding the Spaniard: Captain John Oxnam in the Pacific”, además de señalar que las fuentes españolas son más fiables, también señala que en la Inglaterra de 1570 era común pensar que si un capitán Inglés pudiese doblar el Cabo de Hornos, podría hacerse rico tan sólo tomando un barco del tesoro peruano que costease hacia el norte de Panamá, siendo una presa fácil para un buque inglés fuertemente armado. No parece que otras consideraciones fuesen dignas de ser tenidas en cuenta. Y siendo así, no es de extrañar que, según Guadalupe Pinzón, “podían ser bucaneros, corsarios y oficiales reales; algunos de ellos incluso llegaron a desempeñarse en todas estas actividades en distintos momentos, como se vio con el caso de William Dampier.” Tal vez por esto, avanzada la campaña pirática en el Pacífico, el adjetivo “pirata” era tenido por los americanos como sinónimo de “inglés”, algo que perdura en el imaginario popular de nuestros días.
Por otra parte, como sigue señalando Guadalupe Pinzón, “los ingleses no entraban ciegamente a los litorales novohispanos, sino que contaban con referencias precisas de los lugares en los que podrían hacer parada para conseguir bastimentos, pero además si esas informaciones no se adecuaban a lo que ellos veían les hacían modificaciones para que así en posteriores travesías se contara con datos precisos de los lugares dónde arribar y que desde altamar se podían reconocer con los detalles señalados.”
Que el adjetivo “inglés” se convirtiese en sinónimo de “pirata” no es una casualidad; sin embargo, señala C. H. Harina que “con todo, los ingleses del siglo XVII no ejercían el monopolio de esta caza pirática: los franceses metían la mano por cuenta propia y los holandeses no iban muy a la zaga. En realidad, los franceses pueden alegar que abrieron el camino a los filibusteros isabelinos, porque en la primera mitad del siglo XVII los corsarios salían en enjambre para las Indias españolas desde Dieppe, Brest y las Ciudades de la costa vasca.”
La jauría aumentaba al brillo de la rapiña sin tener en cuenta que las tripulaciones acababan en no pocas ocasiones diezmadas, haciendo crecer la inseguridad en lo que hasta entonces había sido conocido como “el lago español”. Al respecto, nos dice Guillermo Céspedes del Castillo que “desde 1595, con la entrada en escena de corsarios holandeses —que en ese año inician su primer viaje por mar a Oriente y en los siguientes actúan en el Nuevo Mundo con más vigor y eficacia que sus predecesores franceses y británicos—, la situación empeora. En 1607 los holandeses atacan con éxito varios puertos peruanos y en 1616 descubren el cabo de Hornos.”
Las expediciones menudeaban con ánimos declarados de afincarse en algún lugar desde donde proseguir sus saqueos, pero debían conformarse con profundizar en la leyenda negra contra España. En ese sentido, en diciembre de 1696 una incursión pirática francesa encabezada por el conde de Gennes llevaba un ingeniero llamado Froger que, tras su fracasada expedición hizo el siguiente relato: “Todo el mundo sabe que los españoles no pueden hacernos guerra si no es con los inmensos tesoros que sacan cada día de la Nueva España y del Perú. Hanse hecho dueños de estas pacíficas tierras, derramando la sangre de innumerables pobres indios, que no buscaban otra cosa más que la amistad y la alianza de esta soberbia nación, la cual, para causarles más terror, les decía descendía de los dioses. Además de los tormentos y suplicios que se pudieran imaginar para destruir á estos infelices, pasó su crueldad á matar y vender algunos de ellos en la carnicería pública, para dar de comer á aquellos que les servían, y más de cien franceses pueden dar testimonio de cómo las riberas del Perú están aún hoy día cubiertas de esqueletos de estas desgraciadas víctimas, que piden á Dios venganza de su muerte y la libertad de su patria. No hay, pues, cosa capaz ni suficiente que se pueda oponer á la destrucción de estos enemigos de Dios y de la Naturaleza, que disfrazados con el nombre de cristianos hacen renacer la idolatría y viven en medio de sus tesoros en una molicie ó flojedad común á los animales.”
Algo habrá de distinto a lo relatado cuando los indígenas de Chiloé celebraron misas por Fernando VII hasta bien entrado el siglo XX todos los años, y durante la llamada Guerra del Pacífico se ofrecieron formalmente a las autoridades españolas para ayudar a un desembarco peninsular en territorio chileno.
El conde de Gennes había propuesto un «proyecto de colonia en el Estrecho de Magallanes y las costas deshabitadas de Chile». La expedición fue fallida al no haber sido capaz de llegar al Pacífico.
Venimos hablando de envidia; por qué no, parecida a la que puede sentir las Españas hoy, después de haber perdido todo su poder y su influencia. “Un panfleto escrito por Dalby Thomas en 1690 expresa con cierta propiedad la actitud del promedio de los ingleses hacia los españoles durante el siglo precedente: Dedicaremos breves reflexiones a la desmedida negligencia, o mejor dicho estupidez de esta nación, bajo los reinados de Enrique VII, Enrique VIlI, Eduardo VI y la reina María, los cuales veían en santa calma cómo los españoles robaban, pillaban y trasportaban tranquilos a su país todas las riquezas de aquel áureo mundo, y soportaban que ellos cerrasen con fuertes y castillos las puertas y entradas de todas las opulentas provincias de América, sin poseer título alguno a pretensión de derecho mejor que el de otras naciones, salvo el de haber sido incidentalmente los primeros descubridores de parte de ella, donde las crueldades, excesos y barbaridades sin precedentes, atestiguadas por sus propias historias, cometidas sobre un pueblo pobre, desnudo e inocente que habitaba las islas, la mismo que contra aquellos verdaderamente civilizados y poderosos imperios del Perú y México, invocaban el socorro y ayuda de todo el género humano contra su desenfrenada avaricia y hórridas matanzas ... Nosotros dormimos hasta que el ambicioso español, usando aquella fuente inagotable de tesoros, hubo corrompido a la mayor parte de las cortes y senados de Europa, e incendiado con disensiones y discordias civiles, a todas las naciones vecinas de nosotros, a sujetándolas a su yugo; maquinando también hacemos arrastrar sus cadenas para incorporarnos en el triunfo de la monarquía universal no sólo proyectada sino casi cumplida cuando Isabel ciñó la corona… y a los opuestos intereses de Felipe II y de la Reina Isabel, en asuntos más personales que nacionales, debemos que ella favoreciera y le azuzase aquellos intrépidos aventureros Drake, Hawkins, Raleigh, lord Clifford y muchos otros valientes que produjo aquella edad, los cuales con sus piraterías y atrevidas empresas (semejantes a las que practican los bucaneros) abrieron la vía de nuestros descubrimientos y fructuosos establecimientos en América.”
Desmedida negligencia, o mejor dicho estupidez… Ahí, hoy, es más que probable que tengan razón, pero difícilmente pueden aplicarse esos conceptos a la España Imperial, que sabía mantener a raya la voracidad de los sistemas predominantes allende los Pirineos.
Para satisfacer esa voracidad, y con los objetivos muy claros, en 1621 se constituyó la Compañía holandesa de las Indias Occidentales, y pocos años después se proyectó en Inglaterra la creación de una Compañía semejante.
La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales era, para los holandeses, una empresa comercial que atacaba al enemigo, y por lo tanto de corso legítimo, para los españoles fue una gigantesca empresa de piratas dueña de centenares de barcos tripulados por más de 67.000 marineros, que en 1628 logró capturar la flota de la plata, por primera vez en la historia de la Carrera de Indias.
Dos años tardaron los holandeses en enviar su primera expedición. Señala Geofrey Parker que “en 1623, una flota [holandesa] de cinco navíos fuertemente armados fue enviada a Chile y Perú con la intención de provocar un alzamiento de los nativos contra los españoles. No lo logró, pero más adelante, en ese mismo año, una flota de 26 barcos, con 3 310 hombres y 450 cañones, fue enviada para apoderarse del Brasil portugués. El gobierno colonial no pudo hacer frente a esta demostración de fuerza y su capital, Bahía, cayó en mayo de 1624. No obstante, justo un año más tarde, apareció una flota luso-española con fuerzas irresistibles (52 barcos, 12 566 hombres y 1 185 cañones) que reconquistó Bahía y alejó a una expedición de refuerzo holandesa.”
Como vemos, la piratería en los territorios hispánicos no es cuestión de mera delincuencia. Primero era Inglaterra y Francia los promotores. Desde el segundo cuarto del siglo XVII, los piratas reciben apoyo de potencias europeas como Holanda, quién tras el ataque fallido a Cádiz llevado a cabo por la armada inglesa en 1625 se unió a estos en sus labores de piratería, al tiempo que también se aliaban con Francia, a la que facilitaban barcos destinados combatir intereses españoles.
Y es que la desastrosa política internacional que llevó a cabo el duque de Lerma, le llevó a firmar el tratado de los Doce Años con los rebeldes holandeses, que fue aprovechada por éstos para desarrollar fuertemente su armada, lanzándola a hostigar las posesiones españolas (en muy especial grado las portuguesas) en Asia y en América, consiguiendo desarrollar asentamientos en Pernambuco, el litoral noroeste de Brasil, Curaçao, Aruba, desde donde gestionarían las actividades piráticas en el Atlántico, en connivencia con Inglaterra y con Francia. Holanda perdería la iniciativa, a favor de Inglaterra tras la guerra anglo-holandesa de 1652-1654, cuando Cromwell logró la conquista de Jamaica, Bahamas, Mosquitos, y Francia se asentó en Santo Domingo en 1697, en Guayana y en las Pequeñas Antillas. Es en estos momentos cuando se hace sentir la presión judía sobre las potencias europeas; así, señala Clicie Nunes Andao, “Simon de Cáceres, mercader judío, plantea a Cromwell la conquista de Chile, en 1655”.
En unos momentos en que el prestigio de España permanecía intacto, mientras Bosnia y Albania pedían integrarse a la monarquía hispánica, señala Günter Bohm que “la corona española, en vez de reconocer explícitamente la independencia de los Países Bajos, sólo se limitó a firmar, en 1609, un tratado de tregua por un período de doce años, el cual, sin embargo, no permitió viajar ni comerciar a los súbditos holandeses en los dominios coloniales españoles. La expansión comercial de los Países Bajos fue canalizada a través de las Compañías de las Indias Orientales y Occidentales, las cuales tenían como finalidad primordial la de asestar un golpe definitivo tanto al comercio como al catolicismo reinante en los dominios españoles y portugueses.”
No es asunto de pequeña importancia este hecho en el desarrollo de la piratería en el Pacífico (y en el Atlántico). En 1621, al terminar la tregua de los 12 años, se reiniciaría la guerra con las Provincias Unidas; algo que atraería demasiado esfuerzo español en beneficio de los intereses franceses e ingleses. Con el recrudecimiento de este conflicto, mantenido por España como recuerdo de Carlos I, en 1628 se perdió la flota de Indias a manos del pirata Piet Heyn, con cuya plata se financió la flota que acabó tomando Pernambuco, en Brasil, dos años más tarde.
Y es que, como venimos señalando, los gobiernos de los países enemigos de España no paraban en mientes sobre la honestidad o deshonestidad de sus actuaciones, por lo que abiertamente colaboraban con los actos de piratería; así, nos señala Clicie Nunes Andao, “la expedición de Jacques L’Eremite y Huygen Schapenham (1623 – 1626), compuesta de 11 naves, es un ejemplo de colaboración entre empresa privada y pública. Los Estados Generales financian las naves, la V.O.C. la alimentación y los sueldos son compartidos. Conocida como la flota de Nassaovia, ya que el Príncipe de Nassau gesta la expedición, está compuesta de 1637 hombres, entre ellos un fiscal y un matemático.
Facultados para ocupar territorios, fortificarlos y dejar personal, son instruidos para retomar los acercamientos con los indígenas, además de apoderarse de la plata de Potosí en Bolivia…/… Enfrentan a los españoles en El Callao. Vuelven a Holanda después de tres años, sin hacer daño a las posesiones españolas del sur de América.”
De hecho, nos señala Reinhard Augustin Burneo que “la flota armada de Clerk, al igual que todas las principales expediciones holandesas hacia América de la época, fue financiada por el príncipe Mauricio de Orange, quien formó la poderosa Armada de Nassau de la Compañía de las Islas Orientales., con el fin de arrebatar a España sus conquistas en el nuevo continente. La armada de Nassau llegaría a tener hasta diez mil barcos y doscientos cincuenta mil navegantes durante su apogeo, a mediados del siglo XVII.”
Esa actividad piratesca llevada a cabo durante los siglos XVI y XVII exacerbó la codicia de sus promotores, aún a pesar de las grandes pérdidas humanas que sufrieron.
Por otra parte, aunque los males que ocasionaron no son de la envergadura que sus promotores quisieron infligirles (tengamos en cuenta que la derrota que padeció ante Lisboa la armada inglesa en 1589 fue de un valor superior al desastre de la Grande e Felicísima Armada del año anterior y que los enfrentamientos con las flotas americanas no permitieron asentamientos permanentes a los piratas en este siglo), sí eran un grave problema para la seguridad del tráfico marítimo y de los puertos.
Por encima de los inconvenientes graves que sin duda tenían los piratas en sus fechorías, señala Guadalupe Pinzón que “desde principios del siglo XVIII fue evidente que los mercados americanos eran de gran interés para las coronas europeas, y que extender el comercio hacia el Pacífico podría generar importantes ganancias para quienes lo llevaran a cabo. En el caso de los ingleses, si bien su avanzada comenzó con navegantes particulares que buscaban botines propios, en especial al Galeón de Manila, paulatinamente la misma corona se interesó, ordenó y financió incursiones por el Mar del Sur, haciendo de estas expediciones políticas reales a cargo de su propia marina oficial.”
El galeón de Manila (o de Acapulco) hizo su último viaje en 1815.
De las actividades desarrolladas por las potencias europeas enemigas de España se deduce el relativismo que ya hemos señalado más arriba, y que deja en segundo orden lo que el derecho natural conoce como justicia y respeto a lo ajeno. No obstante, algún autor ve en los piratas a personas honradas, que animadas por un sentimiento de justicia, abandonaron los hogares propios para vengar a Europa de la insolente prepotencia de España.
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Existen diferencias de fecha en los relatos de los hechos según se trate de fuentes inglesas o españolas. El motivo es que los ingleses, hasta 1752, utilizaban el calendario juliano mientras España utilizaba el calendario gregoriano, dando lugar a una diferencia de diez días.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO
Abstraídos de la realidad gracias al éxito que la leyenda negra ha tenido en nuestros ámbitos, nos resulta extraño comprobar, con datos en la mano, el número de Autos de Fe (en Lima veintidos, contando entre ellos también los “autillos”) que llegó a realizar la Inquisición. Mucho más nos extraña comprobar que los tales Autos de Fe, no se convocaban con el objeto de quemar a nadie, sino que en no pocas ocasiones servían para agasajar a algún personaje de mucha relevancia pública. Eran, así, ante todo, una exaltación de la Fe católica, seguida por la práctica totalidad de la población.
De hecho el Auto de Fe “era el acto solemne en que se leían las sentencias que declaraban la inocencia de los reos falsamente acusados y en que se reconciliaba con la Iglesia a los culpables arrepentidos.”60
Pero eso era una parte del Auto de Fe, que podía tener lugar, o no, porque “el auto era fundamentalmente lo que dice el nombre: una ceremonia religiosa fastuosa cuyo objetivo era ensalzar la religión católica.”61 D. Juan de Austria, el hijo bastardo de Carlos I y héroe nacional, gobernador general de los Países Bajos, fue reconocido hijo natural del emperador en el Auto de Fe de mayo de 1559 celebrado en Valladolid.
Es necesario remarcar que el Auto de Fe era, ante todo, una afirmación de fe religiosa, de catolicismo, y de nada más. Algo similar a lo que actualmente sucede con las elecciones democráticas. Sería inaceptable afirmar que las elecciones democráticas son un acto de exaltación del genocidio del aborto, por mucho que la democracia garantice la impunidad de estos actos.
No obstante, hay que reconocer que a los inculpados se les sometía a actos vejatorios; por ejemplo, “el día antes de salir al auto se les cortaba el cabello al rape y se les afeitaba la cara completamente.”62 Evidentemente es un acto vejatorio llevado a cabo contra los enemigos del sistema; algo que difícilmente podemos asimilar; un exceso que lamentablemente, en el siglo XXI tiene parangón en la discriminación social que recibe todo heterodoxo del sistema. Es, por tanto, una vez más, la expresión del vicio de los tiempos.
Ese hecho, el del puro escarnio, se llevaba a cabo en el Imperio español; en Europa no, en Europa, además, los reos eran quemados a centenares. La Inquisición, por tanto, marca el camino para salir de la barbarie.
Sólo se celebraban Autos de Fe cuando había un número importante de casos, siendo éstos ceremonias solemnes llevadas a cabo en las plazas públicas, en las que desfilaban los condenados vistiendo el sambenito, consistente en sayos, que podía llevar una tira o un aspa, dependiendo de la penitencia, con capirotes en los que iban dibujadas llamas que en el caso de los condenados a hoguera estaban dibujadas hacia arriba, y en el resto, hacia abajo. Los que habían abjurado de vehemendi llevaban, además, un cirio encendido.
El Auto de Fe era el final de los procesos, por lo que resulta preciso dar una pincelada a lo que se pretendía con ellos. Al respecto, Elisa Luque Alcalde nos señala que “por ser la finalidad del Tribunal más bien medicinal que vindicativa, su acción se encaminaba a que el reo reconociera y se retractara de su error. Por ello se procedía a un careo entre el tribunal y el imputado a discreción de los inquisidores, que gozaban de un fuerte poder decisorio: admitir o rechazar a los testigos, dictaminar de la suficiencia de las pruebas y de la posible aplicación de la tortura.
Entre los medios de que disponía el Tribunal para llegar a la confesión del reo figuraba el de la tortura, recurso que se tiende a considerar como específico de la Inquisición sin tener en cuenta que hasta época muy reciente ha sido una práctica generalizada de la humanidad, de la que aún hoy mismo no ha sido totalmente desterrada.
Kamen afirma, citando las Instrucciones de 1561 que venimos considerando, que su aplicación debía estar de acuerdo con la conciencia y arbitrio de los jueces, regulados según derecho, razón y buena conciencia. Deben los Inquisidores mirar mucho que la sentencia del tormento sea justificada y precediendo legítimos indicios. El mismo Kamen llega a la conclusión de que, teniendo en cuenta la praxis procesal de la época, la Inquisición española siguió una política de benignidad y circunspección que la deja en lugar favorable si se la compara con cualquier otra institución. A este respecto proporciona algunos datos sobre la misma. Por ejemplo, el de que en Granada, de 1573 a 1577, se aplicó a un siete por ciento de acusados y en Sevilla, de 1606 a 1612, a un once por ciento. En Lima, durante el siglo XVIII, sólo se aplicó en el dos por ciento de los casos.”63
Hecha la salvedad, retomamos la exposición. Siguiendo con la misma, Cecil Roth nos refiere la indumentaria que vestían los penados: “En los casos en que el hereje había escapado de la hoguera mediante confesión, llevaba pintadas en el vestido unas llamas dirigidas hacia abajo (fuego revuelto), y el tejido del ropón solía ser negro. Los condenados a la pira llevaban el ropón cubierto con unas figuras de demonios arrojando herejes al fuego del infierno. Todos llevaban, además, altas mitras con los mismos adornos.”64 El resto de penas eran de lo más variado: desde pena de cárcel hasta azotes, confiscación de bienes, vestir un sambenito o rezar unas oraciones.
También nos preguntamos quién asistía como “protagonista” al Auto de Fe. No lo hacían todos los procesados, sino tan sólo aquellos cuya causa se había hecho pública, siendo que el secreto era una máxima de la Inquisición. Ricardo Cappa nos recuerda cómo desfilaba quién era absuelto: “montado en un caballo blanco y llevando en la mano una hermosa palma, símbolo de su inocencia y de su victoria. Era recibido con grandes aplausos por los espectadores, y se le prodigaban atenciones y plácemes sin cuento.”65
La verdad es que la propaganda antihistórica y anti inquisitorial, servidora de los intereses europeos y protestantes, en unos momentos en los que desarrollaban un genocidio rampante en medio de un pueblo sometido, casualmente el inglés, el holandés o el alemán, nos ha presentado unos autos de fe en los que se ejecutaba a la gente en medio del jolgorio de un populacho despreciable, casualmente el pueblo español, cuando la realidad es que la Inquisición salvó a España del baño de sangre que asoló Europa, siendo que, además, “sus autos públicos son muy raros y de tarde en tarde.”66
No obstante, algún auto, efectivamente contó con sentenciados a la pena capital; el de mayor renombre, sin duda es el auto de Valladolid, que según Ricardo Cappa, “ha espasmodizado a muchos protestantes y católicos. Tuvo lugar el 8 de Octubre de 1559, y según el obispo de Zamora, D. Diego de Simancas, pasaron de doscientas mil las personas que acudieron a él. Los reos fueron muchos, pero sólo doce los relajados, y de estos fueron quemados vivos solamente dos: D. Carlos de Seso y Juan Sánchez.”67
Tras lo señalado hasta el momento, debemos convenir con José Antonio Escudero que no se debe “identificar los autos de fe con las ejecuciones, pues muchísimos de ellos se celebraron sin víctima alguna. La quema en la hoguera tenía, además, lugar en un sitio apartado, adonde acudía el secretario del tribunal para certificar la ejecución de la sentencia que, como hemos dicho, corría a cargo de las autoridades seculares. Algún defensor a ultranza de la Inquisición ha intentado por ello descargarla de esa responsabilidad, pero el argumento es banal, pues la autoridad secular sólo ejecutaba al relajado por el Santo Oficio.”68
Tras todo lo señalado, podemos aseverar con Ricardo Cappa que “los Autos de Fe eran ceremonias religiosas destinadas a impresionar a las personas e intimidar a futuros detractores. Hasta el último minuto se podía salvar la vida haciendo pública declaración de arrepentimiento”69, siendo que “los impenitentes y relapsos presenciaban todas las ceremonias, con el fin de que se excitaran a penitencia los primeros y a mayor dolor los segundos.”70 Algo que, insistimos, nada tenía que ver con la actuación de las inquisiciones protestantes en Europa.
Ya centrándonos en el caso del Tribunal de la Inquisición de Lima, es de destacar el número de judaizantes, así como el número de los procesos, que se centran en siete, y entre éstos es de destacar el proceso de 23-1-1639, donde se concentraron once del total de los 23 judaizantes ajusticiados a lo largo de todos los años de actuación del Tribunal. Le sigue en importancia los procesos de 1595 y de 1605, en los que fueron ajusticiados tres judaizantes en cada caso.
En lo referente al número de procesados, es necesario señalar que “en el período 1621-1700 aumentó la represión contra los judíos los que, comparativamente, recibían las penas más drásticas. De un total de 395 procesados, 137 lo fueron por judaizantes y 6 por luteranos. El punto más álgido fue el proceso seguido a los comerciantes lusitanos que controlaban la mayor parte del comercio de la ciudad. Además de su conducta religiosa dual, el mayor problema para la corona se debía a su poderío económico y a sus múltiples conexiones con la comunidad judía internacional y con Holanda. Ello implicaba intereses políticos que comprometían la estabilidad del dominio hispano sobre estas tierras. En cuanto a los delitos contra la moral -considerando como tales a la bigamia, las solicitaciones en confesión, la blasfemia, la hechicería y las adivinaciones- alcanzan en conjunto los 206 casos.”71
Teniendo en cuenta que el presente trabajo se ha realizado para determinar la relación que pudo existir entre la piratería y el Tribunal de la Inquisición de Lima, de esta referencia se pueden inferir varias cosas: una, que en ningún caso la Inquisición intervino por la condición de delito común aplicable a los reos, sino exclusivamente en persecución de la herejía; y dos, que aunque la Inquisición obviase la condición de pirata o de aliado de los piratas en los reos, podemos inferir que la mayoría de éstos, tenían una relación directa con la piratería. Esa relación que mantenían con Holanda los procesados puede hacernos suponer que, si Holanda promovía escuadras piratas para atacar los puertos españoles y los procesados estaban en relación con Holanda, es difícil pensar que no fuesen colaboradores necesarios de los piratas.
Algo que reafirma esta creencia es que el 17 de diciembre de 1595 (proceso iniciado en 1594) fueron relajados tres judaizantes (Jorge Núñez, Francisco Rodríguez, y Pedro de Contreras). En el mismo auto salieron varios piratas ingleses y flamencos miembros de la expedición de Richard Hawkins (Hagh Carnix, Enrique Chefre, Francisco Cornielles, Richard Davis, Henry Green, Thomas Gray, Nicolas Hans, Arli Heliz, Richard Jacques, Pedro de Lint y John Ullen)
El 10 de diciembre de 1600 fueron relajados dos judaizantes (Baltasar de Lucena y Duarte Núñez de Cea). Como en el caso de quienes conocemos que lo eran, no son señalados como piratas, pero en el mismo proceso tomaron parte Adrián Rodríguez y Pedro Ioanes, de la armada de Simón de Cordes, apresados en 1599 en Valparaíso.
Al respecto, es necesario señalar que en 1600, la armada de Simón de Cordes hizo incursiones y él pereció a manos de los indios. También es conveniente remarcar que Simón de Cordes era judío, y que “ la Compañía armadora de Rotterdam aspiraba á fundar establecimiento en el litoral de Chile, creyendo no fuera empresa difícil, así por el abandono en que lo tenían los españoles, como por la condición de los indios araucanos, cuya hostilidad contra los dominadores se podría utilizar dándoles armas de fuego, pólvora y auxilio material, entablando amistosas relaciones que trajeran consigo el comercio en el país. Se dejaba la elección del lugar de asiento al arbitrio del General, recomendándole la isla de Santa María y el puerto de Valdivia con preferencia.”72 A este respecto no hemos encontrado más detalles, pero en marzo de 1605 fueron relajados tres judaizantes: Duarte Enríquez, Diego López de Vargas y Gregorio Díaz Tavares. ¿Tuvieron tratos con los piratas? No podemos afirmarlo, pero su condición de judaizantes y la proximidad de las fechas nos hacen pensar que, al menos cabe la posibilidad.
En 1624 Jacob Clerc asolaba las costas pacíficas y murió en el intento. El 21 de diciembre de 1625 eran relajados Juan Acuña de Noroña, y Manuel Tavares, judaizantes. En el mismo Auto salía reconciliado Adrián Rodríguez, que ya había salido en el auto de 1599. Nos seguimos haciendo la misma pregunta: ¿Tuvieron relación con la piratería?... La respuesta sigue siendo la misma…
Con una circunstancia digna de ser resaltada que Günter Bohm nos hace al respecto del Auto de Fe de 1639 en el que fueron relajados 11 judaizantes: “Doña Isabel Antonia, reconciliada, hija del capitán Antonio Morón, [la que] comunicó que el agujero que se habia comenzado a hacer en el almacén de la pólvora de Guadalupe había sido por orden de sus deudos, y para volar la ciudad, y que se comunicaban con los holandeses, y que los aguardaban.”73 Isabel Antonia era la mujer de Rodrigo Váez Pereyra, relajado.
No obstante, para poder alcanzar una respuesta en relación a los judaizantes, hay que convenir que “el mayor problema para la corona se debía a su poderío económico y a sus múltiples conexiones con la comunidad judía internacional y con Holanda. Ello implicaba intereses políticos que comprometían la estabilidad del dominio hispano sobre estas tierras.”74
Pasemos ahora a analizar la actividad del Santo Tribunal.
Gobernando el Virrey Francisco de Toledo, en el reinado de Felipe II, se procede a la instauración de tres tribunales para atender las necesidades del Nuevo Mundo; sus sedes, Lima, México y Cartagena. “La implantación del Tribunal de la Inquisición en América se realizó el 29 de enero de 1570, en Lima, por el Inquisidor Servan de Cerezuela, y el 4 de noviembre de 1571, en México, por Pedro Moya de Contreras, que sería el tercer arzobispo mexicano. Ante la dificultad de atender el enorme distrito que abarcaban, una real cédula del 8 de mayo de 1610 erige un tercer tribunal con sede en Cartagena de Indias, que cubriría las Antillas, Venezuela y Colombia; éste inicia sus tareas el 30 de noviembre del mismo año con Juan de Mañozca y Pedro Mateo de Salcedo como inquisidores.”75
En el orden administrativo, Ruth Magali señala que “La Inquisición se creó en el Virreinato del Perú, y en el de Nueva España, como órgano dependiente del Secretario de Aragón, por orden de Felipe II según Real Cédula fechada el 25 de enero de 1569. Esta dependencia se refleja en el número reducido de funcionarios destinados a estos dos tribunales, aproximadamente la mitad o un tercio de lo que asignaban al Tribunal de Toledo.”76 Y Elisa Luque Alcalde abunda sobre el tema, señalando que “el aparato inquisitorial en Indias se adapta a la estructura de la administración civil y eclesiástica. Se erigen dos tribunales, que abarcarían los territorios de los dos virreinatos existentes en el Nuevo Mundo -Nueva España y Perú- y que tendrían su sede en las capitales respectivas, México y Lima…Se establece así una red que es exigua comparada con la peninsular (250 comisarios y familiares para el distrito limeño, frente a los 1.215 del distrito de Zaragoza; 12 familiares en Lima, frente a 78 en Córdoba o 57 en Valencia).” 77
Y sobre el mismo asunto, Pedro Miranda Ojeda nos hace recapacitar señalando que el número de familiares en América fue exiguo, ya que “Los registros estadísticos de la Inquisición del periodo comprendido entre 1571 y 1646 únicamente enumeran 314 familiares en todo el territorio.”78
Puede entenderse esta medida si tomamos en consideración que la preocupación de la Corona por dejar fuera del ámbito inquisitorial a los indígenas. Preocupación que está presente desde el momento del descubrimiento, y que es remarcada nuevamente por el monarca prudente. Así, el 16 de Agosto de 1570, la real cédula de Felipe II creando el Tribunal de Nueva España, disponía: “no habéis de proceder contra los indios del dicho vuestro distrito”.79 Con lo que venía a apoyar las medidas que ya se venían aplicando. Algo que recogerían las instrucciones. “Se os advierte -señalaban las Instrucciones- que no habéis de proceder contra los indios... es nuestra voluntad que sólo uséis de ello contra los cristianos viejos y sus descendientes, y las otras personas contra quien en estos reinos se suele proceder...” 80
En la número 36 de aquellas instrucciones se lee textualmente: “Ítem se os advierte que por virtud de vuestros poderes no habéis de proceder contra los indios del dicho nuestro distrito, porque por ahora hasta que otra cosa se ordene, es nuestra voluntad que sólo uséis dellos contra los cristianos viejos y sus descendientes y las otras personas contra quien en estos reinos de España se suele proceder, y en los casos de que conociéredes iréis con toda templanza y suavidad y con mucha consideración, porque así conviene que se haga de manera que la Inquisición sea muy temida y respetada y no se de ocasión para que con razón se le pueda tener odio.”81 No obstante, luego se clamó porque se derogase esta excepción, debido al uso de la coca, pero la Inquisición se mantuvo firme en lo instruido.
Como consecuencia de estas medidas, Solange Alberro, señala para la Inquisición de México algo que es extrapolable a los otros tribunales americanos; a saber: “La mayor parte de la población, de hecho el 80%, permanece ajena al procedimiento inquisitorial por dos razones: al quedar exentos del fuero del Santo Oficio, los indígenas no pueden ser inculpados y, por otra parte, el peso del contexto sociocultural los excluye prácticamente de la función de denunciantes. Así es que la Inquisición mexicana funciona por y para el 20% de la población, unas 450000 personas aproximadamente entre españoles -metropolitanos y criollos-, europeos en general, mestizos, africanos, mulatos y asiáticos, puesto que la única condición para que interviniera el Santo Oficio era que el sujeto fuese cristiano.”82
Centrado ya el campo social de actuación del Tribunal, resulta curioso que la Inquisición no persiguiese la fornicación, que es un delito ligado estrictamente con la concepción espiritual, y que sí persiguiese, por ejemplo, la bigamia, que es un delito social, y muy especialmente la solicitud de relaciones sexuales de clérigos a sus feligresas. De hecho, “en América predominan los procesos por bigamia, hechicería, supersticiones varias y también hubo una gran proporción de causas contra clérigos solicitantes. No obstante, hubo un porcentaje bajo de procesados por judaísmo.” 83
Respecto a los procesos de hechicería, es necesario señalar que sólo trató un caso de brujería, y eso fue en el tribunal de Logroño; algo que es conocido mundialmente: las brujas de Zugarramurdi, en el valle del Baztan. Los días 7 y 8 de Septiembre de 1610 se celebró en Logroño Auto de Fe en que fueron relajadas once personas por brujería. Ese hecho movió a la Inquisición a realizar un estudio en profundidad sobre la brujería, lo que condujo a determinar que la brujería era un fenómeno que acontecía a personas enfermas, que como tal debían ser tratadas por especialistas. Ejemplar la actuación del Inquisidor de Logroño, Alonso de Salazar Frías que, mientras en Europa y sus dominios se quemarían brujas hasta un siglo después de que él hubiese fallecido, salvó del martirio a un número indeterminado de infelices.
Los inquisidores determinaron que estas actividades eran alucinaciones provocadas por la ingesta de determinadas drogas, y propio de gentes con salud mental deteriorada. Pedro de Valencia, teólogo, manifestó que “No debe hacerse gran caso de los testigos en estas materias aunque sean muchos y graves, porque sabemos que cuando los emperadores romanos perseguían a los cristianos, se justificó contra ellos con muchos testigos conformes que mataban niños, se juntaban de noche a comerlos y se mezclaban hombres y mujeres a oscuras para obscenidades horrendas….Pedro de Valencia concluyó manifestando que para ningunas causas necesitaba tanta crítica el santo oficio como para las de brujos y magos ; que seria conveniente se formase instruccion particular que sirviera de gobierno á los inquisidores en adelante, y que nunca le parecería seguro condenar á relajacion los negativos de este crimen por mas pruebas que hubiere, mediante ser todas ellas muy falibles, y que es mejor en caso de duda dejar sin la condena a un culpado, que castigar un inocente, ó imponerle mayor que la merecida.”84
Estos informes emitidos por especialistas no pasaron desapercibidos en la Inquisición. Consecuencia de ellos, “los Inquisidores españoles adoptaron frente a la brujería una actitud escéptica, y se las persiguió más por presuntos engaños o supercherías que por que creyeran seriamente en sus contactos con el demonio y que hubiese componente herético en sus actividades.”85
Como consecuencia, y al considerar a la brujería como un acto de debilidad mental, “mientras que la Inquisición solía mostrarse dura y tajante con judios, mahometanos y protestantes, se mostró inusitadamente blanda en cuanto al castigo de la brujería y otras formas de delitos mágicos. Tan blanda, que considerado con los ojos de un europeo del norte o del centro de Europa, debió resultar un escándalo.”86
Obviando estos datos, siguen existiendo autores que hacen afirmaciones como la que sigue: “Durante la Edad Media la Iglesia reinventó la brujería como significante antagónico a la voluntad de Dios y como desafío a sus representantes legítimos en la tierra. La bruja mala, un invento de la teología cristiana. Todo lo contrario a su ordenamiento caería bajo el signo del pecado, estigma por excelencia de la violencia política de la Iglesia. Bajo sus fueros quedarían proscritos los conocimientos sobre el cuerpo y la sexualidad sometida al dominio del tabú; sobre todo la de la mujer, sometida irremediablemente a una cultura de subordinación patriarcal por encargo o maldición del Dios- Padre en Génesis.”87
Esas cosas y otras, como el caso de Rodrigo de Xerez, el “importador” del tabaco de América, son usadas de forma aviesa por quienes desconocen o niegan con dolo la verdad histórica.
Rodrigo de Xerez, a lo que parece (no podemos dar fe documental mínimamente fundada), fue procesado por la Inquisición cuando lo vieron echar humo por la nariz y por la boca. Los alegres historiadores traducen el hecho como sigue: “El tabaco es originario de América. El mismo día de su desembarco en Cuba, en ese año especial de 1492, Colón y sus compañeros Rodrigo de Jerez y Luis de la Torre, observaron a los indios fumando tabaco. El primero de estos fue quien se encargó de llevar esta hierba a Europa; con tan mala fortuna que fue juzgado por la Inquisición y condenado a muerte.”88 “En España, la Inquisición dejó bien claro, desde el episodio antes referido de Rodrigo de Jerez, que sólo Satanás podía conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la nariz y la boca. De esta manera, la Iglesia podía acusar a un fumador de pactar con el diablo, lo que en aquellos años equivalía a morir quemado en la hoguera.” 89
Otros no tan drásticos aseguran que “Rodrigo regresó a España en La Niña, llevando a Ayamonte su gusto por el tabaco. Sus vecinos, escandalizados por verle echar humo por la boca, lo denunciaron a la Inquisición, que lo detuvo y encarceló por espacio de siete años, por sus hábitos paganos y diabólicos, dado que sólo el diablo podía dar al hombre el poder de arrojar humo por la boca. Cuando fue liberado, el uso del tabaco se había extendido ya por media Europa.”90; otros aseguran que la denunciante fue su propia mujer... La literatura al respecto es muy amplia; las referencias en Internet, muchísimas, pero todas coinciden en algo esencial: falta de rigor.
Después de todo, parece que, efectivamente, algo tuvo que ver Rodrigo de Xerez con la Inquisición por cuenta del tabaco, pero lo que también parece cierto es que, a pesar de quienes no dudan en aseverar que fue “quemado en la hoguera casi al mismo tiempo que Sir Walter Raleigh, que fue decapitado por el mismo motivo en la Inglaterra de Jacobo Estuardo”91, tuvo que ser un cadáver que gozó de muy buena salud cuando en 1514 aparece como arrendador en Casarabonela (Málaga)92, y más adelante, con fecha 18 de Septiembre de 1536 se efectúa en Sevilla el secuestro de una remesa enviada de América a nombre de Rodrigo de Jerez, hijo de Fernando de Jerez.93
Para estudiosos de ésta categoría, ahítos de leyenda negra, de nada vale remarcar que fue el poder civil y el protestantismo, y en Europa, que no en España, quién se llevó la parte del león en la persecución de brujas.
Así, podemos decir que, aparte el caso de Zugarramurdi, los otros casos, que los hubo, no pasaron de ser tratados como asuntos de debilidad mental o de estafa.
Este, el del trato a los reos, es un asunto que ha dado lugar a que se derramen verdaderos ríos de tinta sin atender a la verdad histórica. ¿Qué la Inquisición condenó a muerte?, si, condenó. ¿Y a galeras?, si, condenó… Pero para analizar los hechos tendremos que situarnos en la mentalidad de la época y en lo que se hacía en todo el mundo. Entonces descubriremos que la acción de la Inquisición puede calificarse, sin la menor duda, como benéfica, ya que significó una cortapisa de vital envergadura a los castigos desmedidos, a las persecuciones que hasta entonces se hacían sobre grupos determinados acusados de algo que al fin podía ser real o etéreo… Al respecto, señala Percy Zapata Mendo que “las mayores sanciones que aplicó el Tribunal durante sus años iniciales recayeron generalmente en protestantes extranjeros hacia los cuales existía no sólo animadversión religiosa sino, sobre todo, política. El primer condenado al quemadero fue el francés Mateo Salado en el Auto de Fe del 15 de noviembre de 1573. Otros condenados a igual pena, por el mismo motivo, fueron los flamencos Juan Bernal y Miguel del Pilar. Muchos de los procesados como luteranos en realidad eran piratas. Cabe recordar que, por aquel entonces, Inglaterra y otras potencias europeas los utilizaba en su lucha contra España para destruir su poderío económico y militar, establecer puntos de penetración en el Nuevo Mundo y asegurar su control sobre los mares. A la Inquisición fueron llevados algunos como Juan Drake (sobrino del famoso Francisco Drake), Juan Butler, Juan Exnem, Thomas Xeroel, Richard Ferruel, etc. Ellos fueron acusados de luteranismo así como de realizar proselitismo a favor de las sectas protestantes. La mayoría de ellos terminó reconciliada mientras que tres acabaron sus días en la hoguera: Walter Tiller, Eduardo Tiller y Enrique Oxley (05-04-1592).”94
Las aseveraciones de Percy Zapata son rigurosamente ciertas; no obstante, es necesario comentar la afirmación relativa a la animadversión religiosa y política generada por los piratas. Esa afirmación parece que la animadversión sea elemento principal en los procesos de la Inquisición, algo que no tiene reflejo en los procesos y mucho menos en las condenas, siendo que, a la vista de los procesos podemos afirmar que la voluntad del Tribunal era buscar el arrepentimiento de los reos, lo que queda manifiestamente reflejado en las sentencias. Al respecto, recordemos que, habiendo sido juzgadas por el Tribunal de Lima 58 personas con adscripción explícita a la piratería, sólo 6 fueron condenadas a relajación. Que sobre los otros relajados podamos estimar que tuvieron relación directa con la piratería no hace cambiar sensiblemente el porcentaje, porque también se incrementa el número de procesados.
INQUISIDORES DEL TRIBUNAL DE LIMA
Los Inquisidores residentes en los Tribunales de distrito, normalmente tres (En Lima durante 128 años no consecutivos fueron dos, durante 57 años fueron tres, y durante 12 años fueron cuatro), eran quienes realizaban toda la tarea a la hora de procesar y juzgar. El Inquisidor, como juez y en uso de la autoridad delegada por el Papa, fue quien se tuvo que enfrentar con el reo y con la herejía.
El perfil de los Inquisidores fue uniformándose ya desde el principio. Serían ministros del Monarca y actuarían a su servicio. Por ello se eligió siempre a juristas, condición básica, formados en los primeros Colegios Mayores del Reino, donde se licenciaron o doctoraron en derecho civil o derecho canónico. Los Inquisidores eran a su vez hombres de Iglesia, frailes de alguna orden religiosa en los primeros años, aunque después se escogieron preferentemente entre clérigos seculares vinculados a los obispados y cabildos.
Formaron parte de las elites locales. Procedentes de familias de elevado status social, en su oficio alcanzaban un extraordinario prestigio dentro de la administración y en la propia ciudad donde se ubicaba su tribunal correspondiente. Además, su posición sirvió algunas veces de trampolín desde donde saltar a los niveles superiores de la administración regia -a los Consejos- o de la propia Iglesia. Los aciertos en sus carreras, la influencia de la familia a la que pertenecían o de la clientela en la que estuviesen incluidos determinarían dónde finalizaba la carrera de estos ministros.
La tarea de los Inquisidores fue siempre aplicar la ley: la ley del Rey, la ley eclesiástica y la ley de la propia institución inquisitorial. La Inquisición era un Tribunal y en él los Inquisidores juzgaban, en principio, causas de fe. Pero también se vieron obligados a tomar parte en pleitos de diferente naturaleza: defendiendo los intereses económicos de la propia institución cuando éstos se veían lesionados; defendiendo la jurisdicción del Tribunal cuando se producían injerencias por parte de otros poderes; defendiendo a los oficiales y ministros de la Inquisición frente a otras justicias ordinarias o frente a individuos particulares.
Esta generalidad con la que nos ilustra la erudita finlandesa Inger Keränen en sus aportaciones divulgadas por internet, nos da luz sobre la tarea y la formación de los inquisidores.
Bástenos lo señalado para introducirnos en este capítulo, y pasemos a desarrollar otros aspectos.
Para hacernos una idea de cómo era cubierto el servicio, hemos confeccionado un cuadro en el que se muestra la coincidencia de cada uno de los inquisidores con otros que desarrollaban la misma función.
Observaremos que son pocos los periodos en los que sólo figura un inquisidor, y podemos determinar que en los momentos de mayor actividad del tribunal es cuando mayor número de inquisidores figuraban en activo, siendo que alcanzaron a ser cuatro en tres momentos históricos:
Entre 1625 y 1631, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
21 de diciembre de 1625, Auto con veinticuatro penitenciados.
27 de febrero de 1631, autillo con siete penitenciados
Entre 1637 y 1638, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe, pero se tramitó el de 23 de enero de 1639, con ochenta penitenciados.
Entre 1657 y 1658, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1744 y 1748, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Tres inquisidores ejercieron en los siguientes periodos:
Entre 1596 y 1597, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1631 y 1637, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
27 de febrero de 1631, autillo con siete penitenciados.
17 de agosto de 1635, autillo con doce `penitenciados.
Entre 1639 y 1640, periodo en el que tuvo lugar el siguiente Auto de Fe:
23 de enero de 1639, con ochenta penitenciados.
Entre 1642 y 1648, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1649 y 1657, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1664 y 1666, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
23 de enero de 1664, con veintitrés penitenciados.
16 de febrero de 1666, con siete penitenciados.
Entre 1680 y 1688, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1707 y 1712, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1735 y 1737, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
23 de diciembre de 1736, con veinticinco penitenciados.
11 de noviembre de 1737, auto particular, con ocho penitenciados.
Entre 1766 y 1777, periodo en el que tuvo lugar el último Auto de Fe.
1 de septiembre de 1733, con ocho penitenciados.
Entre 1803 y 1820, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Dos inquisidores desarrollaron su función en los siguientes periodos:
Entre 1571 y 1596, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
15 de noviembre de 1573, con ocho penitenciados.
13 de abril de 1578, con tres penitenciados.
29 de octubre de 1581, con veintiún penitenciados.
30 de noviembre de 1587, con treinta y dos penitenciados
5 de abril de 1592, con cuarenta y un penitenciados.
17 de diciembre de 1595, con treinta y seis penitenciados.
Entre 1597 y 1599, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1601 y 1625, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
13 de marzo de 1605, con cuarenta y siete penitenciados.
1 de junio de 1608, con treinta y seis penitenciados.
17 de junio de 1612, con nueve penitenciados.
Entre 1640 y 1642 hubo un autillo, con dieciséis penitenciados.
Entre 1648 y 1649, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1658 y 1664, tuvo lugar el Auto de Fe de
23 de enero de 1664, con veintitrés penitenciados.
Entre 1666 y 1669, periodo en el que se sucedieron los siguientes Autos de Fe:
16 de febrero de 1666, con siete penitenciados.
28 de junio de 1667, auto particular, con tres penitenciados.
8 de octubre de 1667, auto particular, con cuatro penitenciados.
Entre 1670 y 1682, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1697 y 1702, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1706 y 1707, periodo en el que no tuvieron lugar Autos de Fe.
Entre 1712 y 1735, tuvo lugar el Auto de Fe de
12 de julio de 1733, con 12 penitenciados.
Entre 1737 y 1744, tuvo lugar el Auto de Fe particular de
11 de noviembre de 1737, con ocho penitenciados.
Entre 1748 y 1757, tuvo lugar el Auto particular de
19 de octubre de 1749, con diez penitenciados
Entre 1759 y 1766, tuvo lugar el Auto particular de
6 de abril de 1761, con un penitenciado.
Pasemos ahora, tras la relación histórica y nominal de los inquisidores, a hacer un breve currículo de los mismos.
Relación histórica de inquisidores efectivos (dos no llegaron a ejercer) señalando la coincidencia de cada uno de ellos con relación a los demás.
1570-1571
Serván de Cerezuela
1571-1582
Antonio Gutiérrez de Ulloa
1582-1587
1587-1594
Juan Ruiz de Prado
1594-1596
Pedro Ordóñez Flórez
1596-1597
Juan Ruiz de Prado
1597-1599
1599-1601
1601-1613
Francisco Verdugo
1611-1623
Andrés Juan Gaitán
1624-1625
Juan de Mañozca
1625-1627
Juan Gutiérrez Flórez
1627-1631
Antonio de Castro y del Castillo
1631-1637
1637-1639
León de Alcayaga
1639-1640
1640-1642
1642-1648
Luis de Betancourt y Figueroa
1648-1649
1649-1651
García Martínez Cabezas
1651-1657
Bernardo Izaguirre
1657-1658
Cristóbal de Castilla y Zamora
1658-1659
1659-1664
Álvaro de Ibarra
1664-1666
Juan de Huerta Gutiérrez
1666-1669
1669-1670
1670-1674
Bartolomé González Poveda
1674-1675
Juan Queipo de Llano
1675-1678
Fco. Luis Bruna Rico
1678-1680
1680-1682
Juan Bautista Cantera
1682-1688
Álvaro Bernatrdo de Quirós
1688-1692
Francisco Valera Coronel
1692-1697
1697-1702
Gómez Suárez de Figueroa
1702-1706
1706-1707
Gaspar Ibáñez de Segovia
Gaspar Ibáñez de Segovia
1707-1712
Fco. de Ponte Andrade
1712-1718
1718-1720
José García Gutierrez
1720-1730
1730-1735
Cristóbal Sánchez Calderón
1735-1737
Diego de Unda
1737-1744
1744-1748
Pedro A. de Arenaza
Mateo de Amusquívar
1748-1751
1751-1756
Diego Rodríguez
1757
José de Salazar
1757-1759
1759-1763
Juan Ignacio de Obiaga
1763-1766
Bartolomé López Grillo
1766-1777
Francisco Matienzo Bravo de Rivero
1777-1779
1779-1796
Francisco Abarca Calderón
1796-1798
1798-1803
José Ruiz Sobrino
1803-1816
Pedro de Zalduegui
1816
José de Oyague
1816-1817
José Sebastián de Goyeneche
1817-1819
Cristóbal de Ortegón
1819-1820
1820
José Mariano Larrea
SERVÁN DE CEREZUELA
El 28 de enero de 1569, durante el reinado de Felipe II, el Inquisidor General Diego de Espinosa Arévalo cursaba al licenciado Serván de Cerezuela el siguiente escrito: “Entre otras cosas que S.M. ha mandado componer en el Nuevo Mundo de las Indias para servicio de Dios y suyo y aumento de nuestra religión cristiana, ha ordenado que se plante en ellas el Santo Oficio de la Inquisición, como cosa que ha parecido muy conveniente y que en estos reinos lo es”. Era la justificación para el nombramiento de Inquisidor del destinatario del escrito, que debería cumplir sus servicios en Lima, y se le asignaba un sueldo de tres mil pesos, debiendo ser acompañado por otro inquisidor (Andrés de Bustamante), un fiscal y un notario… y a Francisco de Toledo, que el 30 de noviembre de ese mismo año accedería al cargo de Virrey.
Era Serván de Cerezuela licenciado en Cánones y Leyes.
Llegó a su destino el 28 de noviembre y estableció el Tribunal limeño en 1570. Fue promovido al obispado de Charcas pero, alegando razones de salud, no aceptó. Falleció cuando se hallaba de viaje de retorno a España, en 1582, siendo enterrado en la catedral de Cartagena de Indias.
Con el inquisidor Serván de Cerezuela viajaba también a Perú, y también con el oficio de inquisidor, el Dr. Andrés de Bustamante, que anteriormente fue fiscal del Santo Oficio en Toledo. Tras haber enfermado, falleció en Panamá en 1569 sin conseguir llegar a su destino.
Y con ellos viajó el fiscal Alcedo y el secretario Eusebio de Arrieta.
En Lima no fueron bien recibidos por el Arzobispo, quién llegó a prohibir libros que habían superado la censura inquisitorial. Las actuaciones acarrearían diversos enfrentamientos, cuya revisión correspondería efectuar al nuevo inquisidor que venía a suplir al fallecido Andrés de Bustamante.
ANTONIO GUTIÉRREZ DE ULLOA
El 31 de marzo de 1571 hizo su entrada en Lima el Licenciado Antonio Gutiérrez de Ulloa. Es considerado como el más importante inquisidor del siglo XVI, si bien su gestión fue muy polémica. A la Suprema llegaron numerosas quejas en su contra, habiendo acumulado multitud de demandas realizadas por un buen número de comisarios, por lo cual se envió al visitador Juan Ruiz de Prado, que lo acusó de negligencia, irregularidades en los procesos y tratos deshonestos con mujeres.
El 19 de marzo de 1590 acababa su labor Ruiz de Prado y sacaba unas conclusiones alarmantes: En materia procesal no se respetaba el modo de proceder fijado por las Instrucciones del Tribunal y se ejercía una “privatización” de los cargos.
Al fiscal interino Antonio de Arpide, que servía el puesto por muerte de Alcedo, ocurrida por los años de 1585, le reprochaba haber sido descuidado en su oficio y de ser por naturaleza de mala condición, mozo en todo; indicando que convendría se le mandase vestir hábito clerical y aun que tratase de ordenarse, «porque tengo, decía, por indecentísima cosa que el Fiscal del Santo Oficio traiga hábito de lego».
Al secretario Eugui lo presentaba como áspero de condición, que estaba casado con mujer hija de un hombre que no tuvo opinión de cristiano viejo, sin que faltase testigo que lo hubiese notado de confeso; de que hacía mal las informaciones, y finalmente, del mucho desorden con que llevaba los derechos de familiatura.
Al alguacil Juan Gutiérrez de Ulloa le achacaba no haberse descargado de las imputaciones que se le hicieran, las que, aunque en rigor no merecían privación de oficio, eran bastantes para ordenarle que no lo ejerciese más.
A Juan de Saracho le disculpaba en atención a lo que había servido con su persona y dineros, y aun recomendaba al notario Pérez de Maridueña por su habilidad y suficiencia.
Entrando a ocuparse Ruiz de Prado de lo relativo a Gutiérrez de Ulloa, expresaba que los cargos que se le habían hecho montaban a doscientos dieciséis, muchos de comunes a su colega Cerezuela y otros particulares suyos, «los seis con mujeres, con mucha publicidad y escándalo, pudieran ser más estos, si yo hubiera sido más escrupuloso inquisidor de lo que lo he sido».95
Fue condenado a suspensión del cargo por cinco años, reprensión grave, comparecencia ante la Suprema y penas pecuniarias. Salía de Lima el 10 de diciembre de 1594
JUAN RUIZ DE PRADO
El Dr. Juan Ruiz de Prado Canónigo de Tarazona y oficial eclesiástico de la sede vacante de Calatayud, llegó a Lima como visitador, también llegó como Inquisidor, labor que desarrolló en dos periodos. El primero, entre 1587 y 1594, compaginando ambas funciones, y el segundo entre 1596 y 1599.
Señala José Toribio Medina que Ruiz de Prado no dejaba su destino en Lima muy a pesar de ser requerido desde la Suprema, y habiendo llegado a expedir los expedientes con el secretario Martínez de Mecolaeta, en mayo de 1592, porque según Gutiérrez de Ulloa, pretendía quedar en Lima ocupando su cargo (el de Gutiérrez de Ulloa).
Las quejas de Gutiérrez de Ulloa eran apoyadas por otros que resultaron imputados por Ruiz de Prado.
Por otra parte, las diferencias existentes entre ambos inquisidores afectaron al propio Virrey, Fernando de Torres y Portugal, que estuvo amenazado de excomunión.
Abandonaría Lima en abril de 1594, siendo que en diciembre lo hacía su enemigo, el inquisidor Gutiérrez de Ulloa.
A finales de 1596 volvería a Lima, no sin una reprensión de la Suprema, para proseguir con su labor, lo que determinó la suspensión de aquel por un plazo de cinco años, así como diversas multas, pero la sentencia no pudo ser cumplida porque mientras tanto había fallecido Gutiérrez de Ulloa.
Antes de finalizar el siglo, el asunto quedaría para la historia, porque Juan Ruiz de Prado fallecía en el desarrollo de sus funciones, en Lima, el 19 de enero de 1599.
PEDRO ORDÓÑEZ FLOREZ
Fue inquisidor de Lima entre 1594 y 1613, siéndolo en solitario desde 1599 hasta 1601, cuando se le unió Francisco Verdugo Carmona.
Fue Rector del Colegio de la Orden de Alcántara en Salamanca. Llegó a Lima como confesor y ayudante del Virrey Toledo, participando en la visita del valle de Yucay y en la pacificación de los chiriguanos; asimismo, se desempeñó como consultor del virrey en las materias de jurisprudencia para la formación de los códigos y ordenanzas.
Se doctoró en Cánones en la Universidad de San Marcos, donde en 1580 fue elegido rector. Después fue presidente del Tribunal de Contratación de Sevilla y consejero de Indias. En 1613 tomó posesión del cargo de Arzobispo de Santa Fe, en cuya condición falleció.
FRANCISCO VERDUGO CARMONA
Dr. Francisco Verdugo Carmona (1601-1623). Nació el 25 de julio de 1561 en
Carmona (Andalucía). Hijo de Alonso de Rueda Verdugo y Juana de Cabrera Barba. Realizó sus estudios en el Maese Rodrigo de Sevilla doctorándose en ambos derechos. Luego enseñó Cánones y Leyes, llegando a ser rector de la Universidad de Sevilla. Asimismo, fue abogado y fiscal del Santo Oficio en dicha ciudad, desde la cual fue trasladado a Murcia con igual cargo. Luego fue promovido a inquisidor de Lima. Como tal, mandó suspender más de un centenar de informaciones que se habían tramitado sobre supuestos herejes. Fue designado para algunos obispados en España pero los rechazó. En cambio, aceptó el Obispo de Huamanga (1620), siendo consagrado como tal en Lima por Luis Jerónimo de Oré, Obispo de la Imperial (27/dic/1621), pero sólo pudo tomar posesión de su sede en 1623. Efectuó cuatro visitas a su diócesis, llamando la atención de las autoridades por la disminución de la población indígena producida por la mita. Inició la construcción de la Catedral. Estableció el Seminario y el Colegio de San Francisco; construyó el palacio episcopal y apoyó al hospital. Falleció el 6 de agosto de 1636 en Julcamarca cuando estaba iniciando la quinta visita a su diócesis. Fue sepultado en Huamanga.
ANDRÉS DE JUAN GAITÁN
Designado para suceder a Ordóñez Flores el 12 de octubre de 1611. Sería co-inquisidor con Francisco Verdugo hasta 1623; desde entonces hasta 1639, con Juan de Mañozca; entre 1625 y 1631 sería también inquisidor Juan Gutiérrez Florez; entre 1627 y 1648, Antonio de Castro; entre 1637 y 1640, León de Alcayaga y Lartaun; y desde 1642 hasta su fallecimiento en 1651, Luis de Betancourt y Figueroa, que seguiría de inquisidor hasta 1659.
Andrés Juan Gaitán era sacerdote graduado en Sigüenza, doctor en derecho penal y derecho eclesiástico por la Universidad de Salamanca. Fue fiscal de la Inquisición en Cuenca y Sevilla. Falleció en Panamá, cuando se hallaba en viaje a España.
Con este inquisidor se inicia un largo periodo en que, siendo lo normal la existencia de dos inquisidores, nos encontramos momentos en los que existen hasta cuatro titulares, siendo que eso sucede entre los años 1627 y 1639, cuando acaba produciéndose una baja, quedando tres inquisidores, y sigue bajando hasta quedar tan sólo uno en 1651.
Lo estipulado era que fuesen dos, pero nos encontramos con este incremento en uno momentos en los que la actividad del Tribunal se incrementa y alcanza su punto más álgido en 1639. Hasta ese momento, y desde 1625 es cuando observamos esa inflación de funcionarios. Hasta el momento se habían producido largos periodos en los que, por circunstancias, actuaba un inquisidor en solitario. La envergadura de lo acaecido en este periodo hace, no sólo que se cubra lo estipulado, sino que se doble el número de inquisidores requerido.
En el cuadro de inicial queda señalado en colores este periodo.
El resto de inquisidores lo compone el siguiente listado:
“Lic. Juan de Mañozca (1624-1639). Se graduó en Artes en la Universidad de México y se licenció en Cánones en la Universidad de Salamanca. Fue uno de los fundadores del Tribunal de Cartagena de Indias (1610-1623). Después de desempeñarse como inquisidor en Lima fue promovido a consiliario de la Suprema y luego al Arzobispado de México (1645), donde concluyó la construcción de la catedral.
Dr. Juan Gutiérrez Flórez (1625-1631). Profeso de la Orden de San Juan y colegial del Mayor de San Bernardino de Toledo. Fiscal de la Inquisición de Sicilia (1600-1605); inquisidor de Mallorca (1605-1612) y de México (1613-1625), desde donde fue trasladado a Lima con igual cargo y el de visitador de la Audiencia. Elegido Obispo coadjutor de La Paz, murió en Lima, el 22 de setiembre de 1631, sin haber llegado a tomar posesión del cargo. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Lic. Antonio de Castro y del Castillo (1627-1648). Nació en Castrojeris (Burgos). Hijo del licenciado Alonso del Castillo -corregidor de Alcalá la Real- y de Inés de Padilla. Estudió Leyes en Alcalá y en Salamanca, donde se graduó de bachiller en Cánones. Se licenció en la Universidad de San Marcos. Fue comisario de la Inquisición en Potosí y del Tribunal de Cruzada así como gobernador del obispado de Charcas. Reedificó a sus costas la capilla denominada de las Cabezas, que había sido destruida por un desborde del río Rímac (1634), nombrando por patrones de ella a los inquisidores (1639). Rehusó el obispado de Huamanga, pero, en cambio, aceptó el de La Paz en
1648, alejándose así del Tribunal limeño. Hizo la visita de su diócesis y con su peculio contribuyó a la construcción de la catedral de aquella ciudad.
Lic. León de Alcayaga y Lartaun (1637-1640). Clérigo. Se graduó de bachiller en Artes y Teología y se licenció en Cánones en la Universidad de San Marcos. Anteriormente fue vicario de la diócesis del Cuzco, comisario y luego fiscal del Santo Oficio (1628-1637). Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Lic. Luis de Betancourt y Figueroa (1642-1659). Primer inquisidor criollo, era natural de Cáceres en la provincia de Antioquía de Nueva Granada. Se licenció en Derecho en la Universidad de San Marcos. Chantre de Quito; cura de la Parroquia de San Sebastián de Lima y de la Catedral; visitador de los arzobispados de Santa Fe y Lima; consultor de la Inquisición en Cartagena y fiscal en Canarias. Nombrado en esta última condición para el Tribunal limeño, salió de Cádiz en 1637, enfermando gravemente durante el viaje, por lo que en Cartagena le bajaron desahuciado. Una vez restablecido, hizo por tierra la jornada de novecientas leguas que le restaban hasta Lima, donde llegó por mayo de 1639. Recibió el título de inquisidor el 29 de junio de 1642. Electo Obispo de Popayán, falleció en Lima, el 16 de mayo de 1659, sin haber tomado posesión del cargo. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Lic. García Martínez Cabezas (1649-1658). Natural de don Benito en Extremadura. Estudió Leyes y Cánones en la Universidad de Salamanca, donde se graduó de bachiller. Se licenció en la Universidad de Sevilla, donde también fue catedrático de Instituta, Digesto Viejo, Decreto y Prima de Cánones. En 1625 vino al Perú acompañando al Arzobispo de Lima Gonzalo de Ocampo. Se desempeño como gobernador del Arzobispado. Fue canónigo doctoral, tesorero y maestrescuela del Cuzco y arcediano de la iglesia de Chuquisaca. Su nombramiento como inquisidor se produjo después de haber servido varios cargos en el Cabildo Eclesiástico de La Paz. Presentado a la diócesis de Cartagena, falleció en Lima sin haber tomado posesión del cargo (1658). Fue enterrado en el convento de los agustinos.
Dr. Bernardo Izaguirre (1651-1658). Natural de Toledo. Se graduó de Doctor en
Leyes y Cánones en la Universidad de San Marcos. Corregidor de la provincia de Quispicanchi. Regresó a España. Fue secretario de la Inquisición de Lima y fiscal de la de Cartagena. Se alejó del Tribunal limeño al ser nombrado Obispo de Panamá (1658). Promovido a la diócesis del Cuzco (1662). Falleció en dicha ciudad, siendo Arzobispo electo de Charcas, el 17 de marzo de 1670.
Dr. Cristóbal de Castilla y Zamora (1657-1669). Hijo natural del Rey Felipe IV.
Catedrático de la Universidad de Granada, donde también fue rector (1651). Abogado de la Real Chancillería y abogado de presos de la Inquisición. En Lima fue fiscal e inquisidor. Favoreció la creación del Colegio de Santa Cruz de Nuestra Señora de Atocha de niñas expósitas y reedificó la capilla de San Pedro Mártir. Dejó el cargo de inquisidor al ser nombrado Obispo de Huamanga (1669). Se le considera uno de los mejores prelados de esta diócesis, en la que consagró la Catedral (19/may/1671) y fundó el Seminario diocesano. Además, estableció la Universidad de San Cristóbal (3/jul/1677) y un hospital en Huanta, cuyos locales construyó con su peculio. Se dedicó con loable esfuerzo a la evangelización de gentiles, para lo cual recorrió territorios selvícolas hasta entonces virtualmente desconocidos. En el Sínodo que celebró tomó muchas disposiciones para lograr la instrucción de los indígenas y evitar los abusos en su contra (1672). Fue promovido al Arzobispado de Charcas, lugar en que murió (1683).
Dr. Álvaro de Ibarra Merodio (1659-1666). Natural de Lima, donde se educó, fue alumno del Colegio de San Martín y regentó, por más de once años, la cátedra de Código y la de Prima de Leyes en la Universidad de San Marcos, donde se doctoró en Cánones y Leyes. Como decía Mendiburu: "Fue uno de los peruanos que en el siglo XVII subieron a las grandes dignidades del Estado por su extraordinario saber. D. Álvaro tenía un talento brillante: juicio y discreción que igualaba a su probidad. Docto como pocos en materia de jurisprudencia, era solicitado para la decisión de los casos más espinosos y arduos". Asimismo, colaboró con el Virrey Conde de Alba de Aliste, quien lo nombró protector de los naturales del Perú y visitador del reino de Chile. Por otra parte, en el Tribunal, se desempeñó como familiar, abogado de presos e inquisidor, asumiendo este último cargo en setiembre de 1659, a su retorno del referido lugar. Era un hombre muy ilustrado y religioso, que solía confesarse todas las noches y celebrar misa todos los días de madrugada. Asesoró a los virreyes condes de Santisteban y de Lemos. En 1667 fue nombrado Presidente de la Audiencia de Quito, más, cuando iba a asumir tal cargo, el Virrey Conde de Lemos le solicitó que le sirviera de consejero. Fue nombrado oidor de la Real Audiencia de Lima y visitador de la misma. Al morir el Conde de Lemos asumió las funciones de Presidente de la Real Audiencia, Gobernador y Capitán General del Virreinato, lo que lo convirtió en el primer criollo que condujo el gobierno del país. Luego asesoró al Virrey Conde de Castellar. En 1675 el Rey lo presentó para el obispado de Trujillo, del que no llegó a tomar posesión a causa de su muerte, ocurrida en 1677, siendo enterrado en el Colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús.
Dr. Juan de Huerta Gutiérrez (1664-1678). Criollo, natural de Trujillo, cursó estudios en el Seminario Conciliar de Santo Toribio donde fue vicerrector. Se doctoró en Derecho en la Universidad de San Marcos en la que se desempeñó como catedrático de Decreto y Prima de Leyes. Además, fue abogado de la Audiencia; asesor del Virrey Marqués de Mancera; consultor, abogado del fisco y de presos del Santo Oficio de Lima; asimismo, oidor, fiscal y visitador de la Audiencia en Chile. Hallándose en este sitio, rehusó ir a fundar la Audiencia de Buenos Aires y, más tarde, la presidencia del Nuevo Reino, a causa de una enfermedad a la vejiga de que sufría. Regresó a Lima al ser nombrado, a propuesta de los inquisidores Castillo e Ibarra, como inquisidor (1664), para lo cual se ordenó. Tiempo después fue designado Presidente, Gobernador y Capitán General del Nuevo Reino de Granada (1674) pero su avanzada edad lo hizo declinar, continuando en su condición de inquisidor hasta su fallecimiento el 26 de junio de 1678.
Lic. Bartolomé González Poveda (1670-1674). Abogado de los Reales Consejos y miembro del Tribunal de Corte. Llegó a Lima a fines de marzo de 1670. , fue nombrado luego Presidente de la Audiencia de Charcas y, finalmente, Arzobispo de aquella diócesis.
Lic. Juan Queipo de Llano y Valdes (1674-1682). Natural de Oviedo (Asturias).
Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares. Se graduó en la Universidad de Salamanca. Se alejó del Tribunal limeño al ser designado Obispo de La Paz, cargo para el cual fue consagrado por el Arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros el 21 de diciembre de 1681. Tomó posesión de su Obispado el 2 de junio de 1682. Realizó la visita de su diócesis en dos oportunidades, favoreciendo a los misioneros. Con su peculio reedificó la Universidad de Chuquisaca y el palacio episcopal de La Paz. Finalmente se desempeñó como Arzobispo de La Plata, donde falleció en 1709. Sus bienes los legó para la fundación de un colegio jesuita en su tierra natal.
Dr. Francisco Luis Bruna Rico (1675-1688). Catedrático de Instituta, Vísperas de Leyes, Cánones y Decreto en la Universidad de Sevilla. En tres oportunidades fue rector del Colegio de Santa María de aquella ciudad; y fiscal de la Inquisición en Cartagena. Asumió el cargo de inquisidor de Lima el 2 de enero de 1675. Electo Obispo de Huamanga murió sin haber tomado posesión del cargo (1688). Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Lic. Juan Bautista Cantera y Solórzano (1680-1692). Fundó el Monasterio de Santa Teresa (1656). Falleció el 15 de setiembre de 1692. Fue enterrado en el monasterio de Santa Teresa, fundado por él en 1656.
Lic. Alvaro Bernardo de Quirós y Tineo (1682-1688). Catedrático de Instituta de la Universidad de Oviedo; catedrático de Instituta y Prima de Cánones de la Universidad de Alcalá; y fiscal de la Inquisición en Cartagena. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Dr. Francisco Valera Coronel (1688-1702). Natural de Lima. Cura de la Catedral. Se doctoró en Cánones en la Universidad de San Marcos, donde actuó como catedrático de Instituta, consiliario mayor, juez del claustro y, por dos veces, rector. Asimismo, se desempeñó como abogado de la Real Audiencia de Lima, asesor del Virrey, abogado de presos de la Inquisición y asesor del Arzobispo de Lima. En 1680 escribió un informe al Arzobispo Virrey Melchor de Liñán sobre la situación de los indígenas enviados a la mina de Potosí. Luego fue designado inquisidor de Cartagena desde donde se le trasladó a Lima con igual cargo. Protegió la erección del Monasterio de Santa Teresa o Carmen Bajo, logrando la autorización para su fundación. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Bach. Gómez Suárez de Figueroa (1697-1720). Se graduó en Cánones en la
Universidad de Valladolid y ejerció los cargos de fiscal y luego inquisidor en
Cartagena. Desde que llegó a Lima vio su salud resquebrajada por su avanzada edad y el asma, razón esta última que lo llevó a abandonar la ciudad en busca de mejores condiciones climáticas. Falleció en setiembre de 1720. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Dr. José de Burrelo (1701). Falleció el el pueblo de Sinsicapa, en el obispado de Trujillo, sin haber llegado a tomar posesión del cargo.
Lic. Francisco de Ponte Andrade (1707-1712). Se licenció en Derecho Canónico en la Universidad de Santiago. Prebendado de la catedral de Orense y abogado en Santiago de Compostela. Desde que llegó a Lima su salud fue afectada por la gota, que lo tuvo postrado en cama. Fue enterrado en la capilla del Tribunal.
Dr. Gaspar Ibáñez de Segovia (1706-1737). Natural de Lima (1669-1737). Clérigo, doctorado en Leyes y Cánones en la Universidad de San Marcos. Fue dos veces rector del Colegio Real de San Felipe y San Marcos. Regentó la cátedra de Digesto Viejo en la referida universidad. Era caballero de la Orden de Calatrava. Se apartó de la vida académica para hacer profesión religiosa. Hechos sus votos se retiró al curato de Chilca. En 1701 fue trasladado a la parroquia del Callao -donde fue vicario y juez eclesiástico- y a la iglesia limeña de San Marcelo. En 1706 fue nombrado fiscal e inquisidor, cargo que ejerció hasta su muerte. Poco antes de ella ingresó a la Compañía de Jesús.
Lic. José García Gutiérrez de Cevallos (1718-1730). Miembro de la orden de
Santiago. Se licenció en Cánones en la Universidad de Salamanca. Fue nombrado fiscal en el Tribunal de Cartagena, lugar desde donde fue promovido a Lima como inquisidor. En 1730 fue nombrado Obispo de Tucumán, lugar en que se hizo famoso por la conversión de los indios vilelas. Promovido al Arzobispado de Lima tomó posesión del cargo el 10 de setiembre de 1742. Se dedicó al fomento del Seminario. Falleció el 16 de enero de 1745. Fue sepultado en la catedral, en la bóveda del cabildo.
Dr. Cristóbal Sánchez Calderón (1730-1748). Graduado en Cánones en la
Universidad de Alcalá, donde regentó durante tres años la cátedra de Prima de
Cánones. Desde agosto de 1722 se desempeñó como fiscal del Santo Oficio de Lima. El visitador Arenaza lo suspendió en sus funciones de inquisidor, le embargó sus bienes, lo incomunicó y lo desterró a la hacienda Limatambo el 3 de abril de 1745 y a Huaura el 3 de mayo del mismo año. El Consejo de la Suprema lo repuso en abril de 1747.
Bach. Diego de Unda (1735-1748). Se graduó en Cánones en la Universidad de Salamanca. Se recibió de abogado en el Consejo de Castilla, ejerciendo como tal en Madrid y en Villanueva de La Serena desde 1712 hasta 1735. A inicios de abril de 1745 el visitador Arenaza lo suspendió en sus funciones de inquisidor, le embargó sus bienes, lo incomunicó y lo desterró al convento de los franciscanos en Magdalena. El Consejo lo repuso en abril de 1747. Falleció a consecuencia de un ataque de apoplejía el 27 de mayo de 1748.
Dr. Pedro Antonio de Arenaza y Gárate (1744-1751). Graduado en Cánones en la Universidad de Alcalá. Vicario general del obispado de Valencia, lugar en que fue designado inquisidor. Miembro del Consejo de la Suprema y General Inquisición, vino al Perú como visitador del Santo Oficio. Por temor a la escuadra inglesa, con permiso del Rey, se embarcó en un navío en Lisboa con rumbo a Río de Janeiro, donde llegó a mediados de 1744, continuando hacía Buenos Aires, arribando a inicios de noviembre, siguiendo por tierra a Santiago, desde donde se dirigió a Lima, haciendo su ingreso a la ciudad a inicios de mayo de 1745. Durante el viaje de la Península a Lima se había provisto de mercaderías y esclavos, los que al llegar los vendió. Al asumir el cargo de visitador e inquisidor suspendió, embargó y desterró a los inquisidores Cristóbal Sánchez Calderón y Diego de Unda, cuyas irregularidades habían originado su designación. El Consejo de la Suprema restituyó a los inquisidores. Finalmente Arenaza quedó presidiendo el Tribunal acompañado por sus dos colegas. El 12 de diciembre de 1749 el Consejo de la Suprema ordenó suspender definitivamente la visita. El 11 de agosto de 1751 se embarcó en el Callao con rumbo a la Península, pero falleció en Cartagena de Indias.
Dr. Mateo de Amusquívar (1744-1763). Graduado en Cánones en la Universidad de Valencia. En 1738 se recibió de abogado en el Consejo de Castilla. Fue uno de los inquisidores más jóvenes que tuvo el Tribunal de Lima, inclusive tuvo que esperar cumplir los 30 años en setiembre de 1744 para ejercerlo. Llegó a mostrar tal desinterés por las funciones del cargo que, estando como único inquisidor en el Tribunal de Lima, pretextando motivos de salud salió fuera de la ciudad y le encargó su puesto al fiscal Bartolomé López Grillo, figura que no tenía precedentes. En una queja presentada por el Arzobispo de Lima en su contra por la difusión que había realizado de unas profecías que anunciaban la destrucción de Lima, dice que: “No hay duda que este caballero en todo lo demás es muy arreglado y ejemplar eclesiástico”. El 21 de abril de 1763 falleció con fama de hombre justo y caritativo, víctima de las tercianas, disentería y fiebres.
Dr. Diego Rodríguez Delgado (1751-1756). En 1713 vino a América como secretario del Obispo de Cartagena. Luego desempeñó igual cargo en Panamá. Entre 1725 y 1728 fue tesorero y chantre de la catedral de Santa Marta. Se doctoró en Teología en la Universidad de San Ignacio del Cuzco y en Cánones en la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca. Asimismo, era canónigo de la catedral de La Plata, vicario y visitador de dicho obispado así como comisario del Santo Oficio. Murió repentinamente el 31 de octubre de 1756.
Dr. José de Salazar y Cevallos (1757). Natural de Arequipa. Fue canónigo doctoral y arcediano de aquella iglesia. Promovido a inquisidor de Lima falleció antes de tomar posesión del cargo. Su hermano Alonso Eduardo fue rector de la Universidad de San Marcos.
Dr. Juan Ignacio de Obiaga (1759-1777). Se doctoró en Cánones en la Universidad de San Marcos. Se recibió de abogado en la Real Audiencia de Lima. En esta misma ciudad fue asesor del juzgado de los alcaldes ordinarios y del Tribunal del Consulado. Su carrera en la Inquisición la inició como abogado de presos. Asimismo, fue administrador de las obras pías del Tribunal y fiscal. Falleció el 19 de junio de 1777.
Dr. Bartolomé López Grillo (1763-1777). Natural de Panamá. Estudio en Lima en el colegio Real de San Martín y en el de San Felipe. Se doctoró en Cánones en la Universidad de San Marcos, donde regentó la cátedra de Digesto Viejo. En 1723 se recibió de abogado en la Real Audiencia de Lima. Desde 1737 se desempeñó como abogado de presos y, a partir de 1745, notario del secreto, con cargo de servir la fiscalía del Tribunal. En este último año Arenaza lo nombró fiscal de la visita y en 1755 fue nombrado fiscal titular. Después de 20 días de parálisis falleció el 2 de febrero de 1777.
Dr. Francisco Matienzo Bravo de Rivero (1766-1796). Nació en Chuquisaca en 1728. Fue hijo de Gabriel Matienzo, Presidente de la Audiencia de Charcas. En 1743 ingresó al Colegio de San Martín. Se licenció y doctoró en Leyes y cánones en la Universidad de San Marcos. En 1753 se recibió de abogado en la Real Audiencia de Lima. Ordenado sacerdote se hizo cargo del curato de Tacna, lugar en que actuó como juez eclesiástico. En 1761 fue incorporado al cabildo diocesano de Arequipa en calidad de canónigo doctoral. Ejerció las funciones de provisor de la diócesis y vicario general. Pocos años después, designado inquisidor de Lima, ejerció ese cargo hasta 1796 en que fue nombrado Obispo de Huamanga. Falleció en 1800.
Lic. Francisco Abarca Calderón (1779-1816). Natural de Santander. Graduado en Cánones en la Universidad de Oñate. En el Colegio Mayor del Espíritu Santo regentó, durante tres años, la cátedra de Cánones. Fue abogado del Colegio de Madrid y ejerció como tal entre 1776 y 1778. Era pensionado de la Orden de Carlos III, del Consejo y Cámara de Indias y honorario del Consejo de la Suprema y General Inquisición. Manuel de Mendiburu dijo que: "Asegúrase que Abarca en las juntas que el Virrey Abascal celebraba frecuentemente con motivo de la guerra de la Independencia, opinó siempre porque el Gobierno se limitara a sostener el territorio del Virreinato, sin emprender fuera de él ninguna operación militar. Creía quede esta manera los
Estados vecinos se anarquizarían agotando en breve sus recursos".
Dr. José Ruiz Sobrino (1798-1819). Se doctoró en Cánones en la Universidad de Santo Tomás de Quito. En 1778 fue nombrado sacristán de la iglesia matriz de Guayaquil, lugar en que se desempeñó posteriormente como secretario del obispo de la diócesis. Entre 1784 y 1787 fue cura y juez eclesiástico del pueblo de Machachi, sitio desde el cual fue promovido al curato de Quisapincha, donde también ejerció como juez eclesiástico. Asimismo, fue canónigo doctoral de Trujillo. En 1797 fue nombrado fiscal del Tribunal.
Dr. Pedro de Zalduegui (1803-1820). Licenciado y doctorado en Cánones en la
Universidad de San Marcos. Su carrera en la Inquisición la inició en 1774 como sacristán de la capilla de San Pedro Mártir. Sucesivamente ejerció los siguientes cargos: capellán mayor (1779), secretario del secreto (1787), fiscal (1792) e inquisidor (1803).
Dr. José Sebastián de Goyeneche y Barreda (1816-1820). Canónigo de la catedral de Arequipa, metropolitano de la de Lima y decano de los obispos católicos. El nombramiento de un joven sacerdote peruano generó suspicacias a los inquisidores.
Dr. José de Oyague (1816). Su nombramiento fue observado por los inquisidores de Lima porque fue uno de los catedráticos de la Universidad de San Marcos que firmó la felicitación hecha por esta casa de estudios a las Cortes de Cádiz cuando éstas proclamaron la abolición del Tribunal.
Dr. Cristóbal de Ortegón (1817-1820). Licenciado y doctorado en Cánones en la Universidad de San Marcos. Dr. Anselmo Pérez de la Canal (1820). Asumió su cargo en enero de este año, pero tan sólo duró en el mismo unos meses, en los cuales se limitó a publicar un edicto contra los francmasones y dos sobre libros prohibidos. El golpe de estado contra el Virrey Pezuela y la declaración de la independencia del Perú llevaron a la abolición definitiva del Tribunal.
Dr. José Mariano Larrea (1820). Asumió su cargo en enero de este año y compartió las mismas vicisitudes que su colega.” 96
LOS PROCESOS DEL TRIBUNAL DE LIMA
El 28 de Enero de 1569 se instaura el tribunal de la Inquisición en Lima, siendo nombrado inquisidor Serván de Cerezuela (junto a Andrés de Bustamente, que falleció antes de llegar a Lima). Debió “nombrar doce familiares para Lima, cuatro en las ciudades cabezas de obispado y uno en cada pueblo de españoles”.97 Su jurisdicción abarcaba los obispados de Panamá, Quito, el Cuzco, los Charcas, Río de Plata, Tucumán, Concepción y Santiago de Chile y de todos los reinos, estados y señoríos de las provincias de Perú y su virreinato y gobernación y distrito de las audiencias reales que en las dichas ciudades, reinos, provincias y estado residen por autoridad apostólica.98
Su obligación primera fue abrir los siguientes libros:
Asiento de cédulas reales
Provisiones del Consejo de Inquisición
Títulos y juramentos de los inquisidores
Títulos y juramentos de los familiares y subalternos
Testificaciones
Sentencias de prisión, de tormento y definitivas
Visitas de cárceles
Libramientos, penas y penitencias pecuniarias
Autos de Fe
De presos, con la ropa, cama y vestidos que llevasen
De dineros que trajesen los reos para sus alimentos
De los relajados, reconciliados y penitenciados
Y abrir una “Cámara del Secreto”, donde debían custodiarse los procesos y registros del Santo Oficio, debiendo existir cuatro apartados:
Para los procesos pendientes
Para los procesos suspensos
Para los fenecidos, poniendo en primer lugar el de los relajados
Para los comisarios y familiares
Las Instrucciones debían ser leídas, por lo menos, dos veces al año.
La relación del estado de las causas debían ser enviadas a la Suprema dos veces al año.
El Tribunal, una vez asentado, procedería a visitar su demarcación, enviando comisarios allí donde no pudiese ir con comodidad.
Los comisarios de los puertos debían tener especial atención en examinar los libros que pudiesen entrar.
Debieron nombrarse doce familiares para Lima; cuatro en las ciudades cabezas de obispado y uno en cada pueblo de españoles.
Atendiendo a lo remoto de los lugares que debía atender el Tribunal de Lima, sólo se exigiría consulta al Consejo en caso de que el reo fuese sentenciado a relajación.
En cuanto a los métodos aplicados, comunes a toda la Inquisición, y por tanto de aplicación en el Tribunal de Lima, señala la erudita Inger Keränen, que “a partir de las Instrucciones de Tomás de Torquemada se generalizó que la inocencia o culpabilidad de los procesados NO era fijada por los Inquisidores (como generalmente se cree) sino por sus Asesores. De este modo los Inquisidores vieron reducidas sus atribuciones a DIRIGIR los procedimientos y los Asesores a DETERMINAR las RESPONSABILIDADES. Los Asesores eran tanto religiosos como civiles, especialistas en Teología o Derecho. El número de miembros de la Junta de Asesores era variable, llegando en muchos casos hasta diez. La relación de sus integrantes aparecía detallada en las actas de los procesos y muchas veces incluía a los Inquisidores.- Cuando se condenaba a un procesado a muerte, la decisión debía ser tomada por unanimidad. Si uno solo de los Asesores votaba en contra, NO se le sentenciaba a tal pena. Esta es una de las razones que explica por qué, a partir de las Instrucciones de Torquemada, se redujo el número de condenados a muerte.- En las sentencias que NO incluían la Pena de Muerte el veredicto se decidía por mayoría simple. En general se establecían cuatro posibles VEREDICTOS:
1.- Si no se habían hallado pruebas concretas de la culpabilidad del procesado este tenía que ser absuelto.
2.- Cuando no existían pruebas formalmente acusatorias pero sí indicios: Si se sustentaban en rumores se debía someter al reo a una compurgación. Si el acusado se había contradicho en sus declaraciones los Inquisidores podían someterlo a tormento para despejar las dudas en torno a su inocencia o culpabilidad.
3.- Cuando los indicios eran más consistentes -más o menos inculpatorios- debían condenarlo a que abjure como sospechoso de herejía leve, fuerte o violento.
4.- En las oportunidades en que existían pruebas concretas, se procedía a imponer las respectivas sanciones canónicas. La gravedad de las mismas dependía del arrepentimiento o persistencia del reo así como de que fuese o no reincidente. Con el tiempo se generalizó la remisión de las actuaciones a La Suprema.”99
Ese orden, por tanto, sería el que marcaría la pauta en Lima. Pero la actividad de Serván de Cerezuela produjo gran malestar en el virreinato dado que al albur de la Inquisición se llevaban a efecto abusos administrativos, lo que ocasionó quejas a la Corona por parte del virrey Fernando Torres y Portugal, que llegó a ser excomulgado por haber dado tormento al doctor Salinas, abogado de la Inquisición. Las protestas continuaron en 1590 cuando el nuevo virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, denunciaba intereses ocultos en aquellos que buscaban la familiatura de la Inquisición.
Es el caso que la actividad de Serván de Cerezuela arrastró una larga serie de enfrentamiento con la administración civil. Llevó a efecto 28 procesos contra veintiséis reos. El inquisidor general acabaría siendo procesado por más de un centenar de irregularidades, pero no en la persona de Serván de Cerezuela, sino en la de su sucesor como Inquisidor General del Perú, Antonio Gutiérrez de Ulloa, que continuó en el mismo orden. Las irregularidades procesales de las que fue acusado fueron: por actuaciones ilegales, (el 34%); por quebrantamiento de forma en la aplicación del procedimiento (el 65,2%); por lo que acabaría siendo condenado a suspensión del cargo por cinco años, reprensión grave, comparecencia ante la Suprema y penas pecuniarias.
Sería Antonio Gutiérrez de Ulloa, que llegó a Lima el último día de marzo de 1571 quién celebraría el primer Auto de Fe en el Nuevo Mundo el 15 de Noviembre de 1573, con una persona relajada100: Un francés luterano, Mateo Salado, al que no podemos adscribir de manera absolutamente cierta a la piratería porque faltan datos, pero que manifestó en varias ocasiones que esperaba la venida de piratas, con los que se sentía identificado. Su mujer sería la denunciante. En el mismo Auto de Fe salió también Jean Baptiste y Jean de Lions, que resultaron reconciliados.
A partir de este momento, y hasta finalizar el siglo XVI hubo “un total de 45 juzgados por herejía luterana, siendo ellos, 24 ingleses, 9 flamencos, 5 franceses, 3 irlandeses, 2 holandeses y una mujer oriunda de Guinea.”101
Pero si 1573 conoció el primer Auto de Fe en Lima, señala Fernando Ayllón Dulanto que “la etapa comprendida entre 1622 y 1641 fue la de mayor actividad del Tribunal en este siglo. Se vieron 199 causas. Los procesos a judaizantes fueron los más numerosos e importantes, 127 casos; los sortilegios y brujerías, 29. Los judaizantes portugueses siguieron siendo los que recibían las más drásticas sanciones. Así, en el Auto de Fe del 21 de diciembre de 1625, dos de ellos fueron conducidos al quemadero: Juan Acuña de Noroña y Manuel Tavares; otros tantos fueron quemados en huesos y estatuas: Manuel Núñez Magro de Almeida y Garci Méndez de Dueñas. En la década de los treinta revistieron especial interés estos procesos, los que aumentaron a raíz del descubrimiento del principal grupo de judaizantes de que se tenga conocimiento en toda la historia del Virreinato del Perú. Estos controlaban buena parte del comercio de la Ciudad de los Reyes, con múltiples conexiones, inclusive más allá de la jurisdicción del distrito limeño. Los juicios seguidos en su contra llegaron a totalizar, incluyendo a sus familiares, 74 en sólo dos años (1634-1636). Las sentencias de la mayor parte de estas causas fueron dadas a conocer en el Auto de Fe del 23 de enero de 1639, en el que 11 judaizantes portugueses fueron llevados al quemadero: Antonio de Vega, Antonio de Espinosa, Diego López de Fonseca, Francisco Maldonado da Silva, Juan Rodríguez da Silva, Juan de Azevedo, Luis de Lima, Manuel Bautista Pérez, Rodrigo Vaez Pereira, Sebastián Duarte y Tomé Cuaresma; además, Manuel de Paz fue quemado en huesos y estatua. Es conveniente señalar que, por entonces, se denunció la participación de la comunidad judía internacional y de Holanda en una conspiración para adueñarse de las colonias hispanoamericanas. Los miembros de la primera darían su apoyo a la segunda, a cambio de que esta les concediese libertad para realizar sus prácticas religiosas así como otros beneficios de carácter político, social y económico. Con dicho motivo se constituyó la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, financiada, en su mayoría, por judíos con quienes tenían tratos y contratos los judaizantes portugueses que controlaban una gran parte del comercio de Lima. Asimismo, existían rivalidades evidentes entre portugueses y españoles por la conquista de América, las cuales se incrementarían con la declaración de independencia realizada por Portugal. ”102
En cualquier caso, son los primeros encausados por el Tribunal de Lima, que según refiere Ruth Magali Rosas “desde el momento de su fundación, en 1570 (sic), hasta 1820, en que fue abolido, sentenció, según René Millar Carvacho, aproximadamente a 1700 reos, de ellos condenó a muerte a unas cincuenta personas, de las cuales 30 fueron condenadas a la hoguera y el resto salieron en estatua… El período de mayor actividad corresponde a las primeras décadas de la institución, como ya vimos, en las que se concentra cerca del 45% de todas las causas sentenciadas por el Tribunal en su historia... En la última fase, que comprende desde mediados del siglo XVIII hasta su extinción, la actividad disminuye de manera sustancial; en este período fueron sentenciados un aproximado de una causa y fracción al año, cifra bastante inferior a la de la primera mitad del XVII que era de 5 causas al año”103
En 1587, en tiempos del Virrey Torres y Portugal, fue traído un grupo de piratas ingleses capturados en el estuario del Plata. Por habérseles probado hechos delictivos, fueron pasados al Santo Oficio, que los juzgó como enemigos de la Iglesia. Del grupo en cuestión, John Drake y Richard Ferrell fueron condenados a tres años de prisión, pero sus compañeros Henry Oxley y Walter y Eduard Tiller, fueron ajusticiados como luteranos en 1592.
El proceso contra John Drake, primo hermano de Francis Drake, y que comúnmente llaman a este confessante sobrino del dicho capitán Francisco104 se inició el 8 de enero de 1587 bajo la presidencia de Antonio Gutiérrez de Ulloa, a los seis días de haber sido detenido. Hizo un relato fantástico en el que decía haber tratado con unos gigantes en Tierra de Fuego.
En el siglo XVIII, investigadores de la Inquisición en América cifran las sentencias del tribunal de Lima “en 28 relajaciones, 359 abjuraciones, 124 reconciliaciones, 34 absoluciones y 54 causas suspendidas”105, siendo que entre 1570 y 1635 hubo 790 procesos, debiendo señalarse que los historiadores señalan que el número de relajaciones en toda Hispanoamérica fue de 25 o 30 penitenciados, cuestión que es remarcada por Salvador de Madariaga, quién señala que “Sólo en Inglaterra, bajo la dinastía de los Tudor, las víctimas de la persecución religiosa, ya de católicos, ya de reformados, exceden de quinientas» (El auge del imperio español en América, Buenos Aires, 207-208).106
Datos contrastados nos hacen aseverar que el tribunal de Lima sustanció 1474 procesos, cuya relación nominal es transcrita por José Toribio Medina en su Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima, tomo II. El número total de relajados es de 32.
Y si atendemos al sexo de los encausados, observamos que los varones son mayoría absoluta:
Procesados por el Tribunal de Lima según sexos (1569-1820) 107
Sexo Número %
Hombres 1294 87.79
Mujeres 180 12,21
Totales 1474 100.00
Los datos de otros autores modifican ligeramente las cifras, si bien, como queda señalado, Toribio Medina da una relación nominal. Las diferencias, no obstante, son de menor importancia y pueden representar, al fin, un error de cálculo de Toribio Medina, o un error de cálculo de quién repasa el listado, ya que revisado por nosotros contamos 1318 procesados, de los que 173 son mujeres. Parece una importante diferencia que es debida, con toda probabilidad, a que un mismo reo fuese procesado en varias ocasiones.
En este orden, Elisa Luque Alcaide, en la Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas dirigida por Pedro Borges, señala para el Tribunal de Lima un total de 1359 casos para los siglos XVI y XVII, comparándolos con los de los tribunales de Cartagena y de México. Los delitos tramitados tendrían el siguiente desglose:
Delitos S-XVI y XVII108
México
Cartagena
Lima
Total
Protestantes
97
70
62
229
Judaizantes
158
59
215
432
Bigamia
198
56
252
506
Proposiciones/blasfemias
233
97
396
726
Delitos del clero
76
19
98
193
Brujería, hechicería, etc
74
169
136
379
Varios
114
90
200
404
TOTAL
950
560
1.359
2.869
Centrándonos en nuestro caso, el Tribunal de Lima, observamos que de los 1359 casos tratados, apenas recibieron algún tipo de condena 790, el 58% de los procesados, según el siguiente detalle:
Penitenciados del Tribunal de Lima109
Delitos 1570-1602 Porcentaje 1603-1635 Porcentaje
Bigamia 49 8,64 54 24,41
Hechicería 42 7,4 21 9,41
Delitos del clero 61 10,75 14 6,27
Proposiciones 134 23,63 43 19,28
Blasfemias 97 17,10 29 13,00
Luteranismo 41 7,23 4 1,79
Judaísmo 31 5,46 53 23,76
Varios 112 19,75 5 2,24
TOTAL 567 223
Por otra parte, el objeto del Tribunal nos lo señala Gabriel Bernat: “Un análisis del cuadro siguiente nos deja en claro que, ante todo, el tribunal limeño fundamentalmente se dedicaba a ver asuntos relativos a la moral pública o social, que comprendían el 65.83% del total de procesos. Lo que preocupaba al Santo Oficio era mantener vigente la escala de valores aceptados por la población; es decir, los principios cristianos tales como el respeto a Dios, a la Iglesia, a la Virgen María, al sacramento del matrimonio, al estado sacerdotal y el consiguiente voto de castidad; a los principios morales, etc. Cabe agregar que las herejías propiamente dichas sólo representan el 13.27% del total, lo que demuestra la eficacia de los controles establecidos para evitar la propagación de las sectas protestantes y la infiltración de los falsos conversos en Indias. “110
Tipología de los Procesos
Porcentaje
Delitos contra la fe (luteranos, judaizantes, moriscos, etc.)
13,27
Expresiones malsonantes (blasfemos, renegados, etc.)
30,18
Delitos sexuales (bígamos, solicitantes, etc.)
28,00
Delitos contra el Santo Oficio
4,63
Prácticas supersticiosas (invocaciones al demonio, hechicería, quiromancia, etc.)
7,65
Otros delitos (no específicos)
16,27
Pero no parece que la moral pública estuviese especialmente corrompida. Evidentemente, a la vista de estos cuadros, da la sensación que la vida de los inquisidores era sumamente relajada. En Lima, así, en los 140 años a que hace referencia esta estadística, se produjo una media de, redondeando al alza, 10 procesos anuales, aunque comparando la media con los otros dos tribunales, el trabajo era estresante. No es de extrañar que con el volumen de trabajo que tenían, los inquisidores mostrasen una minuciosidad en todos los detalles relativos al cumplimiento de su función, que nos resulta altamente curiosa.
Pero el “estrés” de los tribunales se vio incrementado durante el siglo XVIII, en cuyo periodo debieron atender los siguientes casos:
Delitos S. XVIII111
México
Cartagena 1701 a 1793
Lima
Protestantes
23
36
Judaizantes
17
Bigamia
228(hasta 1789)
77
Proposiciones/blasfemias . .
59
Delitos del clero
-
20
Brujería, hechicería, etc. ...
-
90
Varios
77
26
TOTAL
387
184
266
Un promedio de 3 casos (redondeando al alza) por año en el caso de Lima, que es el que nos ocupa. Con toda seguridad los funcionarios de México debían sentirse discriminados al haber tenido que atender la insufrible cantidad de 4 casos (redondeando al alza), de promedio anual.
En cuanto a la extracción de los reos, observamos que es mayoritariamente española, obteniéndose el siguiente cuadro:
Extracción social de los procesados112
Etnia Lima Cartagena Total
Españoles y criollos 391 288 679
Extranjeros 86 110 196
Negros y mezclas raciales 21 131 152
Gabriel Bernat nos hace recapacitar sobre el porcentaje de extranjeros procesados por el Santo Tribunal: “Resulta llamativo el alto porcentaje de procesados extranjeros, el cual supera su correspondiente participación demográfica. Esta ha sido calculada para el período 1532-1560 entre un 8% y 12%. Ello se explica por razones de Estado que hacían indispensable controlar a posibles espías de las potencias enemigas de España.”113 No cabe duda que los mismos estaban relacionados de manera más o menos directa con la piratería. Como vemos, ese porcentaje se vería incrementado en un futuro inmediato. Luego, por acuerdos internacionales, disminuiría.
Grupos Étnicos
Procesos
Porcentaje
Españoles
391
78,57
Extranjeros
86
17,30
Mestizos, negros y mulatos
21
4,13
TOTAL
498
100,00
Finalmente, y sólo como muestra para hacernos una idea general, un cuadro que nos facilita algún detalle de interés. Se refiere a la actuación del Tribunal en sus primeros treinta años de actuación.
Las sanciones de la Inquisición 1570 - 1600
De castigo
Número
Porcentaje
Sanciones Espirituales (oraciones, ayunos, etc.)
92
19%
Castigo corporal (prisión, galeras, Azotes)
109
22%
Multas
72
15%
Exilio
36
7%
Indulgencias
11
2%
Absolución
13
3%
Sin especificar
164
33%
Un total de
497
100%
Algo que no se limitó justamente a estos años, siendo que, según señala Fernando Ayllón Dulanto, en el periodo 1700-1750, en el tribunal de Lima “fueron encausadas 36 personas por luteranas, la mayoría de ellas inglesas o francesas. La mayor parte de los encausados por tal delito se presentaron voluntariamente ante el Santo Oficio a solicitar su reconciliación. Esta les era concedida ad cautelam, sin otro tipo de penas que las espirituales: rezar determinado tipo de oraciones, realizar ayunos, confesarse, comulgar, etc.”114
La información que nos facilitan estos cuadros es ampliamente esclarecedora de la actividad del Tribunal. En sus dos siglos y medio de existencia (1569-1820) el Tribunal procesó 1477 personas en 1526 juicios, lo que nos lleva a cuestionarnos las cifras. ¿Cómo es posible que existan 49 juicios más que personas procesadas? La respuesta es sencilla: El número de juicios es mayor porque varias personas fueron procesadas en más de una ocasión.
Otro asunto que llama la atención es que en los treinta primeros años (el 12% de la vida inquisitorial de Lima) se solventó el 33,71% de todos los procesos instruidos en sus dos siglos y medio de vida, lo que irremisiblemente nos lleva a la conclusión de que la actividad, de la que ya hemos hecho algún comentario, fue mucho más laxa en periodos posteriores.
Hemos visto también la extracción social de los procesados, los delitos de los que fueron acusados (entre los que, por cierto, no figura la piratería), el número y porcentaje de penitenciados, el sexo de los procesados, pero todavía no hemos hablado de las condenas a muerte.
Al respecto, Ruth Magali Rosas Navarro, señala que, para toda América y “durante los dos siglos y medio de actividad inquisitorial se dictó, aproximadamente, un centenar de condenas al brazo secular, a diferencia de los seiscientos condenados en España, número que para la época y para todo el tiempo que se está considerando es bastante bajo, ya que los tribunales civiles, por ejemplo, que se ocuparon de “cazar brujas” en Alemania, Francia o Inglaterra, durante el siglo XVII y mitad del XVIII, quemaron casi setenta mil brujas.”115
De ese centenar de de condenados, el Tribunal de Lima sustanció 32, con el detalle que podemos ver a continuación:
Condenados a muerte por el Tribunal de Lima (1569-1820)
Delitos
Número
Porcentaje
Judaizantes
23
71.88
Protestantes
6
18.75
Proposiciones
2
6.25
Alumbrados
1
3.12
Total
32
100.00
No obstante, parece que el `primer ejecutado, por la Inquisición episcopal, que no por la Inquisición española, fue el flamenco Juan Millar, reo por luteranismo. “Flamenco, procesado en Lima, por orden del arzobispo Jerónimo de Loaiza, dominico, delegado del Santo Oficio, antes de establecerse en forma el Tribunal de la Inquisición en el Perú. Millar fue quemado, probablemente vivo, por gran hereje luterano, en el Auto de Fe de 1548, en la propia capital de aquel reino. Hasta donde sabemos, fue el protomártir del protestantismo en Iberoamérica.”116 Sucedía el año 1548. Se le supone relacionado con piratas. Otros dos reos fueron ejecutados en 1560, y otro en 1565.117
Es el caso que en 1560, cuando la Inquisición no estaba todavía operativa en América, fueron capturados unos corsarios franceses comandados por Pedro Bruxel, que serían juzgados por los frailes encargados de la inquisición papal. “Pedro Bruxel, Guillermo Caxiol, Reulin del Spino, Thomassin Durey, Nicolás Feuillet, Lorenzo Guésset, Juan Luis Lafarin, Guillermo Lafosse, Maturin LaJretier, Jacques Lalvet y Juan Olivier fueron reconciliados, con pena de oir misa en forma de penitentes.”118
Con ocasión de estos procesos, el fiscal Alcedo, momentos después de haber arribado a Lima, escribía al Consejo: “Según hasta aquí se ha entendido y se va entendiendo cada día más, no faltaba que hacer por acá, que el distrito es largo y las gentes han vivido y viven libremente; y el castigo de los Ordinarios hasta aquí ha sido muy entre compadres, haciendo muchos casos de inquisición que no lo eran, y los que lo eran, se saldaban con un poco de aceite.”119
De las 32 personas sentenciadas a relajación, la mitad fueron quemadas vivas y otros tantos condenados al garrote. De los condenados a muerte, 23 (71.88%) lo fueron por judaizantes (15 portugueses, 7 españoles de los cuales 4 eran hijos de portugueses y un criollo, también hijo de portugueses); 6 (18.75%) por luteranos (3 ingleses, 2 flamencos y 1 francés); 2 (6.25%) por sustentar y difundir públicamente proposiciones heréticas (uno de ellos fue el limeño Juan Bautista del Castillo (1608).
Las causas señaladas son las que la Inquisición tenía en cuenta para el desarrollo de su actividad. Centrándonos en el capítulo de los protestantes, es conveniente destacar lo que señala Gianandrea Nelli Feroci: “Los procesos llevados a cabo contra reformados entre los siglos XVI y XVII por los Tribunales de la Inquisición en América, representan sólo el 6,1% (298 juicios), de las causas debatidas por el Santo Oficio en las colonias. De estas, como resulta de la consulta de las Relaciones de las causas de fe de los Tribunales de Méjico, Lima, Cartagena de las Indias y Sevilla, 111 (poco más de un tercio) fueron sin lugar a duda contra piratas.”120
Con todo lo señalado hemos podido observar que la actuación de la Inquisición fue moderada, y sobre todo a partir de principios del siglo XVII, con la llegada del nuevo inquisidor a Lima, Francisco Verdugo, quién a poco de llegar suspendía más de cien informaciones “que no había bastante probanza para seguirlas”. También los otros tribunales actuarían en el mismo sentido. El motivo lo señala Anna María Splendiani cuando refiere que “la Inquisición americana, en sus tres tribunales de Lima, México y Cartagena, desde 1612 empezó a recibir instrucciones del Consejo de la Suprema y General Inquisición de Madrid sobre la tolerancia que se debía tener con los protestantes: procesos cortos, ningún castigo fuera de los espirituales, reconciliación como única condena y - si ésta no se lograba - remisión del proceso al Consejo mismo. Las instrucciones se repitieron, después de la primera, en 1631, 1648 y 1659; la tolerancia empezó hacia los holandeses, se extendió a los ingleses y al final incluyó a todos los que pertenecieran a una iglesia diferente a la católica y sin especificación de nacionalidad. Es así cómo, de los 35 protestantes de los cuales la Inquisición se interesó entre 1610 y 1660, 32 fueron reconciliados, o su proceso fue suspendido, o se les dio la oportunidad de huir hacia otros lugares. Jamás fueron desterrados a propósito o sus bienes confiscados. En este contexto se presenta una excepción: en 1622, el primer condenado a la hoguera -de los cinco que en 200 años de labor condenó la Inquisición de Cartagena de Indias -fue el inglés anglicano Adán Edon, ‘hereje pertinaz’, que a pesar de haberse sometido a instrucción católica, rehusó acatar la doctrina romana: sin darse cuenta mostró, con la lealtad a su religión, la lealtad a Inglaterra; identificó la autonomía de credo con la autonomía política de su patria; ostentó la superioridad militar y comercial de su pueblo, y ... se decidió por la hoguera.”121
Con todo, nos recuerda Gabriel Bernat que “las mayores sanciones que aplicó el Tribunal durante sus años iniciales recayeron generalmente en protestantes extranjeros hacia los cuales existía no sólo animadversión religiosa sino sobre todo política. Muchos de los procesados como luteranos en realidad eran piratas. Cabe recordar que, por aquel entonces, Inglaterra los utilizaba en su lucha contra España para destruir su poderío económico y militar, establecer puntos de penetración en el Nuevo Mundo y asegurar su control sobre los mares. Eran acusados de luteranismo así como de realizar proselitismo a favor de las sectas protestantes”. 122
Pero también se seguía muy especialmente a los judaizantes de origen portugués que estaban directamente relacionados con las empresas holandesas patrocinadoras de la piratería, muchos de los cuales eran “gente que andaba con la capa al hombro, sin domicilio ni casa cierta, y que en sabiendo que prendían a alguno que los podía testificar, se ausentaban, mudándose los nombres.”123
Hecha la exposición de procesados y penados, pasamos a exponer la estructura que permitía el buen desarrollo de las funciones inquisitoriales.
El tribunal estaba compuesto por 2 inquisidores, un fiscal y tres secretarios, (el de secuestros, el de secreto y el general) como cargos remunerados, un receptor, un contador, un notario de secuestros, un alguacil mayor, un nuncio, un portero, un alcalde, un despensero, un médico, un cirujano, un barbero y un boticario, cuyos salarios eran atendidos por la Corona. Los Consultores, los Calificadores, los Comisarios, los Familiares y las denominadas Personas honestas eran cargos no remunerados
Con esta estructura, Fernando Ayllon confirma lo ya señalado hasta el momento cuando afirma que “en los dos siglos y medio de la Inquisición en Lima -cuya jurisdicción comprendía los territorios actuales del Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay- el Tribunal sentenció a 1474 personas, aproximadamente, la mayoría de las cuales fue condenada a pagar multas, rezar oraciones, colocarse el sambenito, etc.”124
Entre 1700 y 1750 fueron encausadas 36 personas por luteranas, la mayoría de ellas inglesas o francesas.125
El mayor número de procesados tiene ligar en la cuarta década del siglo XVII, cuando “aumentaron a raíz del descubrimiento del principal grupo de judaizantes de que se tenga conocimiento en toda la historia del Virreinato del Perú. Estos controlaban buena parte del comercio de la Ciudad de los Reyes, con múltiples conexiones, inclusive más allá de la jurisdicción del distrito limeño. Los juicios seguidos en su contra llegaron a totalizar, incluyendo a sus familiares, 74 en sólo dos años (1634-1636). Las sentencias de la mayor parte de estas causas fueron dadas a conocer en el Auto de Fe del 23 de enero de 1639, en el que 11 judaizantes portugueses fueron llevados al quemadero.”126
CONDENADOS A MUERTE POR EL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN DE LIMA (1569-1820) 127
NOMBRES ORIGEN MOTIVO FECHA
01) Salado, Mateo Francés Luterano 15-11-1573
02) De la Cruz, Francisco Español Alumbrado 13-04-1578
03) Bernal, Juan Flamenco Luterano 29-10-1581
04) Del Pilar, Miguel Flamenco Luterano 30-11-1587
05) Tillert, Walter Inglés Luterano 05-04-1592
06) Tillert, Eduardo Inglés Luterano 05-04-1592
07) Oxley, Enrique Inglés Luterano 05-04-1592
08) Núñez, Jorge Portugués Judaizante 17-12-1595
09) Rodríguez,Francisco Español Judaizante 17-12-1595
10) De Contreras, Pedro Español Judaizante 17-12-1595
11) Fernández, Juan Español Proposic. 17-12-1595
12) De Lucena, Baltasar Portugués Judaizante 10-12-1600
13) Núñez de Cea, Duarte Portugués Judaizante 10-12-1600
14) Enríquez, Duarte Portugués Judaizante 13-03-1605
15) López de Vargas, Diego Portugués Judaizante 13-03-1605
16) Díaz Tavares, Gregorio Portugués Judaizante 13-03-1605
17) Bautista del Castillo, Juan Limeño Proposic. 01-06-1608
18) Acuña de Noroña, Juan Portugués Judaizante 21-12-1625
19) Tavares, Manuel Portugués Judaizante 21-12-1625
20) De Vega, Antonio Portugués Judaizante 23-01-1639
21) De Espinosa, Antonio Español Judaizante 23-01-1639
22) López de Fonseca, Diego Español Judaizante 23-01-1639
23) Maldonado da Silva, Francisco Tucumano Judaizante 23-01-1639
24) Rodríguez da Silva, Juan Portugués Judaizante 23-01-1639
25) De Azevedo, Juan Español Judaizante 23-01-1639
26) De Lima, Luis Español Judaizante 23-01-1639
27) Bautista Pérez, Manuel Portugués Judaizante 23-01-1639
28) Váez Pereira, Rodrigo Portugués Judaizante 23-01-1639
29) Duarte, Sebastián Portugués Judaizante 23-01-1639
30) Cuaresma, Tomé Portugués Judaizante 23-01-1639
31) Henríquez, Manuel Portugués Judaizante 23-01-1664
32) De Castro, María Francisca Española Judaizante 23-12-1736
De este listado se deduce que fueron quemados en la hoguera un total de seis piratas (el 18,75% de los condenados a hoguera), y judaizantes relacionados con la corona británica u holandesa y con su piratería fueron condenados a hoguera 23 (el 71,88% de los condenados a hoguera).
Un proceso que ha pasado a la historia siendo utilizado por los detractores de la Inquisición es el de Francisco Moyen, que en su viaje de Buenos Aires a Potosí fue reputado como hereje merced a los continuos comentarios que efectuaba. Había sido iniciado el proceso de investigación en mayo de 1749, siendo apresado el 14 del mismo mes, según señala Vicuña Mackenna en su obra “Los horrores de la Inquisición en América”, en la que también señala que Francisco Moyen “ocupábase también de levantar el plano de la ciudad i tomar vistas de sus principales sitios, por lo que hubieron de acusarle, además de hereje, de traidor a la corona.”128
Estos hechos finalmente señalados son los que hoy, en la mentalidad secularizada, podrían haberle sido imputados, pero no fue procesado por ellos, y por ello, tal vez, se libró de la pena de muerte.
Es el caso que el 27 de marzo de 1752 ingresó en la cárcel de la inquisición acusado de judaizante, ya que durante su viaje hizo extensos comentarios contrarios a la religión católica y favorables a la reforma protestante. No hay pruebas que relacionen a Moyen con la piratería, aunque su condición de francés y de heterodoxo bien pudiera hacerlo. En el mejor de los casos, sus cualidades lo habilitaban para ejercer de espía.
Báez Camargo señala que Moyen era “oriundo de París, soltero, pintor y músico. Había llegado a Buenos Aires en 1746. De ahí fue a Potosí, donde llegó en marzo de 1749. Un compañero de viaje lo denunció de hereje, la Inquisición intervino y lo apresaron ahí bajo formal acusación el 16 de mayo de ese año…/… lo entregaron al santo oficio, bajo acusación de hereje formal, luterano, jansenista y calvinista con un recuento de más de 40 proposiciones heréticas. Vista en Lima la acusación enviada de Potosí, el fiscal acusó a Moyen finalmente de hereje formal, obstinado y secuaz de las dichas sectas de Lutero, Calvino Sacramen (?), Jansenio, Quesnel, Maniqueo y Mahoma, y vehementísimamente sospechoso de judaísmo, amén de otros errores y herejías…/… La sentencia pronunciada contra dicho reo, que se le leyó con méritos, fue que saliese al Auto en la forma dicha, y por la vehemente sospecha que resultaba contra él de su proceso, abjurase públicamente de vehementi los errores de que estaba acusado y gravemente sospechoso en la Fé, y fuese absuelto ad cautelam, y condenado en confiscación de la mitad de sus bienes, desterrado de ambas Américas é Islas adyacentes sujetas a la corona de España…/… y aunque se le condenó en doscientos azotes, se mandó que no se le diesen por el accidente que padece de gotacoral; y que se ejecutase todo sin embargo de suplicación." 129
Como condena a un espía, o pirata, la condena parece leve, y es que, como señala Gianandrea Nelli Feroci, “mientras en el siglo XVI la mayoría de los piratas protestantes eran condenados a las galeras o a la hoguera, en el siglo XVII la mayoría de los acusados eran condenados a breves periodos de reeducación al catolicismo. Finalmente, la disminución del número de causas inquisitoriales contra piratas reformados se debe también relacionar a la general disminución de todas las causas debatidas por los Tribunales de la Inquisición españoles y americanos durante el siglo XVII. Como demuestra el estudio de Henningsen y Contreras, basado sobre el análisis cuantitativo de las relaciones de las causas de fe de los Tribunales españoles, americanos, sicilianos y de Cerdeña, el número de las causas disminuye proporcionalmente al acercarse el siglo XVIII. La actividad inquisitorial va bajando en general con el pasar del tiempo, lo cual se repercute obviamente también en el caso de los piratas. ”130
Como consideración final debemos consignar que, relajaciones aparte, las penas se cumplían… cuando se cumplían. Las flagelaciones, por ejemplo, no llegan a efectuarse en muchas ocasiones, a pesar de figurar como pena, al considerar el Tribunal que el reo no podría superarlas, y figura en el propio Auto de Fe que el castigo no se inflige… Las condenas a cárcel perpetua en su propio domicilio, o en su propia ciudad… son habituales, y al tratarse de personas que están en relación directa con su confesor, conocen las limitaciones de las sanciones de forma que la “perpetuidad” de muchas sanciones, en realidad se ve reducida a muy breves periodos de tiempo.
Hemos encontrado varios casos en los que los penados eran sometidos a un nuevo proceso del Tribunal, en unas circunstancias que, de haberse cumplido la sentencia, no hubiese podido sucederse. El motivo es que, como la voluntad de la Inquisición era el arrepentimiento, en la práctica totalidad de las ocasiones, las condenas se veían drásticamente acortadas de conformidad con la evolución que llevaba el reo, al que siempre estaban atentos sus confesores. Así, se puede dar el caso de Jorge de Espinosa, condenado a destierro en el proceso al que dedicamos este capítulo, que sin embargo será nuevamente denunciado en México, en 1649, cuando ejercía el oficio de “justicia”.131
LOS AUTOS DE FE DEL TRIBUNAL DE LIMA
Merced a que los Autos de Fe generaban una literatura que era reproducida en imprenta tenemos hoy un fondo documental que nos permite acceder al proceder de una institución que, si algo se puede decir de ella es que era extremadamente meticulosa en todo lo que era de su competencia.
Es necesario señalar que si hoy existen importantísimas lagunas documentales, no es debido a la falta de celo de la Inquisición, sino merced a la voluntad deliberada de sus enemigos para conseguir su destrucción, ya que con la documentación en la mano resulta muy fácil desmontar la leyenda negra que, desde el siglo XVI fue creada por Inglaterra, Holanda, Francia y los demás enemigos de España.
Esos enemigos de España, en 1813 provocaron el saqueo del Tribunal de Lima, y con él la destrucción de la mayoría de los archivos, que merced al milagroso rescate del correspondiente al tribunal de Cuenca, en la España peninsular, podemos hacernos una idea de los documentos que podía contener. Son los siguientes:
Procesos de delitos
Expedientes de limpieza
Procesos civiles
Testificaciones
Visitas y relaciones de causas
Libros
De la documentación existente en el Tribunal de Cuenca se puede sacar alguna conclusión que resulta común al Tribunal de Lima.
Resulta muy llamativa la minuciosidad de los mismos; los procesos son prolijos y exactos hasta en exceso.
Muchos procesos fueron incoados, pero no prosperaron, de manera que quedaron inconclusos. Entre los que llegaron a sentencia definitiva, la mayor parte de los procesados fueron absueltos o abjuraron y fueron penitenciados.
El fondo documental del Tribunal de Lima fue destruido en gran parte, y en otra parte, expoliado y enviado a diversos lugares; naturalmente, a Inglaterra… y como consecuencia de la Guerra del Salitre, parte del mismo también acabó en Chile. Sobre esta parte, René Millar Corpacho señala que “el fondo Inquisición del Archivo Nacional de Chile, aunque no contiene ningún expediente sobre causas de fe, es de una enorme riqueza y utilidad tanto para los estudios institucionales del Tribunal, como para las investigaciones en los ámbitos sociales y económicos del virreinato peruano.”132
También existen “14 volúmenes que contienen las cartas del Consejo al Tribunal y las del Tribunal al Consejo, ambas desde su establecimiento en Lima en 1570.” 133
El 23 de septiembre de 1813, y quizás en un acto organizado por agentes de potencias interesadas en el mantenimiento de la leyenda negra, “una multitud aprovechó la pasividad de las fuerzas del orden y lo que había sido pensado como una visita de puertas abiertas al edificio del ex tribunal se convirtió en un saqueo. El inglés Stevenson presenció la destrucción por parte de la turba enfervorizada no solo de los archivos, sino de los muebles y aparatos.”134
Joaquín Larriva, masón, Capellán del Regimiento de la Concordia, y poeta, escribiría unos versos satíricos sobre la destrucción de los archivos de la Inquisición.
Al respecto señala Ricardo Palma que “saqueado por el pueblo el archivo de la Inquisición el 23 de Septiembre de 1813, fecha en el que el virey Abascal mandó publicar la disposición de las Cortes de Madrid que extinguía el Tribunal del Santo Oficio, son muy escasos los documentos que salvaron del furor de la muchedumbre”135, por lo que para poder confeccionar sus “Anales de la Inquisición de Lima” reconoce en la introducción de la obra que debió remitirse a las escasas causas originales que sobrevivieron, así como a otros manuscritos, entre los que destaca las Memorias de William Bennet Stevenson y Dafond.
Pero quedó para la posteridad un material que materialmente no pudieron exterminar: las memorias de los Autos de Fe que, aún a falta de la información detallada que contienen los procesos, nos facilitan a estas alturas acercarnos a la realidad de lo sucedido.
En cualquier caso, con la lectura de los datos aquí reflejados, los menos avisados pueden acabar diciendo que no tienen correspondencia los castigos infligidos, por pocos que puedan llegar a ser, con las faltas que pretendían corregir. A esa deducción, que podemos llegar a entender desde nuestra óptica actual, debe argumentarse que no estamos hablando de hechos acaecidos en el siglo XXI, sino que los mismos se producen en una época en la que, justamente los hechos y las actuaciones aquí relatados significaron un paso extraordinario a favor del derecho y del respeto por la integridad de los reos; derechos que, por cierto no conocieron los perseguidos en Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia… o el mundo árabe, por ejemplo.
La actividad de la Inquisición no tiene parangón con ningún otro tribunal, militar, civil, o religioso, de los siglos que nos ocupan, y puede afirmarse que fue una adelantada en el reconocimiento de los derechos individuales que hoy son nominalmente reconocidos en muchas partes.
El Auto de Fe era la consecuencia final de un proceso que se iniciaba con la confluencia de tres denuncias; en esencia, el Auto era una proclamación de la fe donde se celebraba, no un aquelarre de sangre, sino la reconciliación de quienes se habían apartado del seno de la Iglesia, y se celebraba no precisamente con fruición, sino de forma muy medida para ocasiones especiales. De hecho, desde 1569, año en que instauró el Tribunal, hasta 1820 en que desapareció, el total de Autos de Fe públicos fue de dieciocho, siendo veintidós su total si le añadimos los “autillos”.
Blasfemia, proposiciones diversas, suplantar cargos en la Inquisición, decir misa sin ser sacerdote, desviaciones doctrinales, disputas sobre el estado laical y eclesiástico, por fingir revelaciones, por decir que resucitaban a los muertos, por hacer malos usos de los santos óleos, criticar al Papa, herejía, quiromancia, bigamia, homosexualidad, decir que mantener relaciones con una casada o con una negra no era pecado, decir que hablaban con los muertos, hechicerías… Esas eran las cuestiones (que en no pocas ocasiones ocultaban actividades delictivas como la piratería) tratadas por la Inquisición, y por supuesto, en principio, cada uno con su grado, y en cada caso concreto, cada uno con su penitencia, que iba, desde la absolución hasta la relajación, lo que conllevaba pena de muerte (en una minoría estricta), pasando por la recitación de unas oraciones (la mayoría), reprensión, cárcel en su propia casa, en su propia ciudad, en un convento…, multas, azotes, galeras o destierro, habiendo procesado a un total de 1474 reos, de los cuales fueron relajados 32 en persona.
Un detalle hay que tener en cuenta, y es que si las relajaciones fueron pocas, las absoluciones también fueron pocas. El motivo no es otro que, para la iniciación de un proceso, se realizaba una investigación previa, sin que el presunto reo llegase a enterarse de la misma, motivo por el que el porcentaje de error en las detenciones y subsiguientes inicios de procesos, es minúsculo.
Sirva lo expuesto hasta el momento como explicación previa a lo que a continuación se relata, los Autos de Fe, que no son otra cosa que el resultado de una investigación previa extremadamente minuciosa, y sólo en relación a aquellos casos que, por las leyes y costumbres del momento, merecían ser penados.
Refiere Carolina González que “Después de decidir la celebración de un Auto de Fe el primer paso que da el Tribunal inquisitorial es la notificación de éste a las autoridades civiles y religiosas. Con un mes de anticipación, aproximadamente, se les invita a celebrar Auto de Fe para exaltación de nuestra santa Fe Católica, y extirpación de las herejías.”136
Era, así, un acto de exaltación religiosa en el que figuraban penados y reconciliados, pero no todos los existentes hasta el momento, sino los que había en ese momento, ya que con anterioridad y con posterioridad al Auto, el Tribunal seguía ejerciendo sus funciones.
Entre auto y auto también se despachaban causas que no tenían por qué ser de menor importancia que la mayoría de aquellas que convergían en el Auto de Fe, que se convocaba cuando el Tribunal estaba despachando algún caso de envergadura. Entonces, las causas de menor entidad que se despachaban pasaban a formar parte también del Auto de Fe, al objeto de dar un mayor lucimiento. Ciertamente, ninguna relajación se produjo fuera de un Auto de Fe, aunque no todos los Autos de Fe llevaron implícitas relajaciones.
Señala Carolina González Undurraga que“Por Auto de Fe se entiende la lectura pública que el Tribunal del Santo Oficio hacía sobre las causas y sentencias de quienes habían atentado, de palabra o acto, contra la doctrina católica. Lectura que se convirtió, a veces, en ceremonia, es decir: Un conjunto de actos ejecutados con arreglo a la ley, estatuto o costumbre, para adorar lo divino o reverenciar lo profano”137
La celebración del Auto de Fe requería la preparación de un aparato logístico de envergadura; se convocaba con tiempo suficiente a las poblaciones de la jurisdicción, y acudían personas de muchos lugares, siendo que las personalidades, tanto civiles como militares y eclesiásticas, llegaron a tener fuertes diferencias con motivo del puesto que les era asignado en el estrado.
Esas diferencias tuvieron especial significación en el Tribunal de Lima, consecuencia de lo cual fue que el auto de 1608 fuese claramente deslucido, contando con la ausencia de las autoridades, que ya en Autos anteriores, y desde el primero de 1573, habían ido dejando de asistir a la convocatoria.
Un ejemplo a destacar es que, para agasajar a autoridades nacionales o extranjeras, se celebraban espléndidos y costosos Autos de Fe. Tan es así que, en 1640 y en Barcelona, tras la guerra de los segadores, cuando Cataluña y el Rosellón fueron entregadas a Francia por la oligarquía barcelonesa, se celebró el hecho con un gran Auto de Fe en honor de los dominadores franceses, lo que viene a demostrar que, lejos de representar un acto macabro el Auto de Fe era un acto de fiesta y de gran aparato.
El primer Auto de Fe celebrado en Lima tuvo lugar el 15 de Noviembre de 1573. En el mismo fue relajado al brazo secular un francés luterano, Mateo Salado. Otros dos compañeros suyos, también franceses, resultaron reconciliados. Tres franceses que, si no eran piratas, es necesario saber cómo y por qué habían llegado a América. ¿Formaban parte de la expedición pirata que en 1560, en Honduras, robó un sagrario y coció en una caldera un niño Jesús? ¿O tal vez formaban parte de la expedición John Hawkins que en 1568 se topo con la flota del nuevo virrey de la Nueva España Don Martín Enríquez de Almansa en San Juan de Ulúa? Esa es una cuestión que, de momento, está por resolver.
Los otros penitenciados fueron: Joan Bauptista, de nación corso, por luterano; Joan de León, francés, por luterano; Inés de los Ángeles, sevillana, por bigamia; Pero Sánchez, sevillano, por bigamia; Andrés de Campos, quiteño, por rebelar secretos del Santo Oficio.138
El 13 de Abril de 1578 se llevó a efecto el segundo Auto de Fe, siendo relajado fray Francisco de la Cruz. Junto a él fue procesado el prior del convento de Santo Domingo, fray Alonso Gasco siendo reos de iluminismo. Alonso Gasco permaneció dos años en prisión, siendo restituido posteriormente a su anterior dignidad. No obstante, hay autores, más atentos a sus animadversiones que a la fidelidad histórica que, como Ricardo Palma139, lo dan por ejecutado junto a Francisco de la Cruz.
Francisco de la Cruz fue el Rector de la Universidad de Lima, quien confirmó sus errores y blasfemias relacionándolos a alucinaciones psicopatológicas y prácticas sexuales que para su época le mereció la muerte por falso iluminado.
El 29 de Octubre de 1581 tuvo lugar el tercer Auto de Fe, donde fue quemado Juan Bernal, natural de Flandes, por hereje, y fueron penitenciadas 20 personas más.140
John Oxenham, Tomás Xeruel y Enrique Butler fueron reconciliados, pero las autoridades civiles, contraviniendo la sentencia de la Inquisición, ejecutaron a Oxenham y a Xeruel, y a Butler lo enviaron a galeras. No obstante, el hecho es relatado así por algunos: “Entregados al brazo secular, los dos primeros fueron ahorcados y Butler sentenciado á galeras perpetuas.”141 Sin caer en la cuenta que la horca no entraba en los métodos de ejecución llevados a cabo por la Inquisición.
Los otros penitenciados fueron: Manuel López, portugués judaizante; Diego de la Rosa, quiteño; Francisco Hernández Vizuete, sevillano, por decir que la fornicación no era pecado mortal; Diego Hernández, alias Joan García del Castillo, de Trujillo, por decir que no era pecado copular con negra; Jhoan de Medrano alias Joan de María, por crear una nueva religión; Joan de Medina, de Valladolid, bígamo; Jhoan de Urizar Carrillo, alcarreño, bígamo; Jhoan Serrano, de Jerez, bígamo; Alonso Velásquez, arequipeño, bígamo; Jhoan Ruiz de Córdoba, blasfemo; Alonso Ruiz, mexicano, blasfemo; Antonio de Olivera, cuzqueño, blasfemo; Antonio Osorio (sacerdote) de Setúbal; Fray Álvaro Rodríguez, de Viseo; Pedro de Bocanegra, limeño, por escribir palabras soeces en una cruz; Hernando Abarca, de Riba de Sella, por suplantar a familiares del Santo Oficio.142
El 30 de noviembre de 1587 Ruiz de Prado celebró el cuarto Auto de Fe. En él fue relapso el flamenco Miguel del Pilar, por pertenencia a la secta de Martínez (Martín Lutero), que había sido denunciado por su mujer, quien dijo que, ante la anunciada llegada de piratas ingleses había dicho que “a estos cleriguitos que andan por aquí y a los frailes los han de matar y lo primero que han de hacer es soltar los presos del Santo Oficio y matar los inquisidores”143. Sometido a tormento confesó todo lo que de él se había dicho. También fue procesado por herejía Juan Drake, que resultó condenado a tres años de reclusión en la ciudad de Lima. El también inglés Richarte Ferroel fue reconciliado con hábito y cárcel perpetua y cuatro años de galeote.
Otros reos: Francisco Díaz, desterrado; Gonzalo Rodríguez, desterrado; Juan de Montenegro, desterrado; María, desterrada; por poligamia: Gabriel de León, Pedro de Aguilar, Juan González, Gaspar López de Agurto, Álvaro Calderón, Martín de Valdivieso, Alonso González, Migo de la Vega, Hernán López, Pedro de León, Gabriel de Cea, Juan Baptista y Carlos Correa, condenados a vergüenza, destierros y multas. Juan Pérez, por renegar de Dios, condenado a vela y mordaza; Francisco Bello Raimundo, por lo mismo, doscientos azotes; Juan de Candia y Francisco, por lo mismo, cien azotes; Pedro Gutiérrez de Logroño, por nigromante, cien azotes; Juan Pablo de Borja, por nigromancia, desterrado de las Indias; Diego Perdomo, por haber prendido con vara del Santo Oficio, desterrado; Maestre Andrea, por decir que los moros se salvaban en su ley, desterrado; Fray Juan Cabello, por haberse casado, desterrado a galeras por seis años; por decir misa sin ser sacerdote: Juan Márquez de Guzmán, Pedro Martínez, Pedro de Bohorquez; por hereje, Fray Pedro Coronado.
El 5 de Abril de 1592, en el cuarto (quinto) Auto de Fe fue llevado a la hoguera Walter Tiller, Eduardo Tiller y Enrique Oxley, piratas luteranos.144
Otros reos en este auto: Andrés Marle, inglés; Ana de Castañeda, hechicera; Isabel de Espinosa, hechicera; Marcos Pérez, griego; Francisco López de Osuna; Fray Antonio Rentaría, mexicano; Fray Fernando Manrique, de Trujillo; Juan de Matos, portugués; Sebastián Baez, portugués; Manuel Riberos, portugués; Francisca de Herra, de Potosí; Juan Bran; Isabel Pérez; María Ángela; Francisco Martín Rafael; Hernando de Silva; Antonio de Xerez, Sebastián de Orbieto; Juan de Orduña; Pedro de Talavera; Miguel Andrea, irlandés, marinero; Jorge Griego; Luis Jullián, marsellés, dos portugueses con el mismo nombre: Antonio Hernández; Matías Rodríguez de Herrera; Juan Antonio Montes, de Almadén; Gabriel Gutiérrez de Soto; Juan Gómez Bravo: Pero Luis Enríquez, alias Luis de Torquemada, sevillano; Francisco Díaz, portugués; Fray Jerónimo de Gamboa; Nicolás Moreno, francés.
El quinto (sexto) Auto de Fe tuvo lugar el 17 de Diciembre de 1595, bajo el nuevo inquisidor Antonio Ordóñez Flores, tras el cual fueron condenados a la hoguera cuatro judaizantes portugueses colaboracionistas con los piratas: Jorge Núñez, Francisco Rodríguez, Juan Fernández y Pedro de Contreras.
Señala José Toribio Medina que “Entre los numerosos reos que en él aparecieron, figuraron, como en el pasado, algunos corsarios ingleses que habían caído prisioneros. Pertenecían éstos a la expedición que encabezada por Ricardo Hawkins o Aquines, como decían los españoles, había partido de Plymouth a mediados del año 1593.”145
Otros reos en este auto: Joan Helix, inglés; Nicolas Hans, flamenco; Juan Ullen, inglés; Heliz Arli (Harley), inglés; Ficharte Jacques, inglés; Enrique Chefre, inglés; Ficharte de Avis (Davis), inglés; Enrique Grin (Green), inglés; Tomás Reid, inglés; Francisco Cornieles, flamenco; Hiu Carnix, inglés; Cristóbal Palar, irlandés; Guillermo Li (Leigh), inglés; Guillermo Bries, inglés; Joan Toquer, inglés; Pedro de Vallejo; Juan Fernandez Gullio; Clara de Prado, Ana Gómez; Lucas de Montarte, vizcaíno; Pedro Vásquez; Gregorio Hernández, Ana de Córdoba; Bartolomé Terruela, Víctor Méndez; Duarte Méndez, judío portugués; Juan Rumbo, judío portugués; Manuel Anríquez, judío portugués; Antonio Núñez, judío portugués; Juan López, judío portugués; Francisco Váez judío portugués; Hernán Jorge, judío portugués.
Cuatro años más tarde, el 10 de Diciembre de 1600, “en los momentos en que el virey D. Luis de Velazco, Marques de Salinas, y los buenos habitantes de la ciudad de los Reyes se hallaban mas alarmados con las estorsiones de los piratas Olivier de Nott y Simon de Cordes”146 tuvo lugar el sexto (séptimo) Auto de Fe al que concurrieron cuatro blasfemos, dos hechiceras, doce bígamos, un sospechoso de luteranismo, un “voraz”, uno por decir misa sin ser sacerdote, diez reconciliados, y dos judaizantes. Estos, los portugueses Baltasar de Lucena y Duarte Nuñez de Cea, resultaron relajados.
Otros reos en este auto: Diego Martín; Juan Díaz; Juan Fernández Bautista, Martín Ochoa; Ángela de Figueroa, cuzqueña; Pedro Escobar; Andrés García, genovés; Cristóbal Juarez; Luis Natera; Rodrigo Alonso de Acosta; Manuel Aguiar; Diego Navarro, Francisco Herrera; Juan Julio, francés; Fray Diego Piñero; Juan Montañés, francés; Andrés Rodríguez, judío portugués; Francisco Rodríguez, judío portugués; Felipa López, judía portuguesa; Francisco Núñez de Oliveira, judío portugués; Gaspar Rodríguez, judío portugués; Isabel Rodríguez, judía portuguesa; Pero Gómez Piñero, judío portugués; Andrés Núñez Juarez, judío portugués; Gaspar de Lucena, judío portugués; Feliciano de Valencia, judío portugués.
El 13 de Marzo de 1605 tuvo lugar el séptimo (octavo) Auto de Fe, con un nuevo inquisidor, Francisco Verdugo, donde se reconciliaron 18 judíos y fueron relajados otros tres: Gregorio Dias, Diego López de Vargas y Duarte Enríquez. En estatua, por fugitivos fueron relajados Diego Pérez de Acosta, Álvaro González de Miranda, Manuel López, Antonio Núñez, Diego Luis, Manuel Ramos, Pedro Riberos y Antonio de Aguilar.147
Es de señalar que, entre los otros reos se encontraba Luis Díaz de Lucena, portugués que había sido compañero de Vicente de Acosta, un políglota venido de Amsterdam que había naufragado en las costas de Panamá148. Desconocemos los pormenores de ese naufragio…
Otros reos en este auto: Francisco Marín, de Potosí; Germán Pérez de Pineda; Cristóbal Jiménez, limeño; Miguel de Ágreda; Alonso Meléndez de la Oliva; Juan Pérez, de Potosí; Pedro Núñez; Pedro de Quezada, mexicano; Pedro Fernández Viana, portugués, judaizante; Álvaro Núñez, portugués, judaizante; Diego Núñez de Silva, portugués, judaizante; Diego Núñez de Silva, hijo del anterior, portugués, judaizante; Francisco Fernández Viana, portugués, judaizante; Diego Rodríguez de Silvera, portugués, judaizante; Manuel Duarte, portugués, judaizante; Luis Díaz de Lucena, portugués, judaizante; Pedro López, portugués, judaizante; Gaspar de Silvera, portugués, judaizante; Gaspar López, portugués, judaizante; Antonio Fernández de Brito, portugués, judaizante; Antonio Rodríguez de León, de Bayona, portugués, judaizante; Diego Anrique Fonseca, portugués, judaizante; Fernando Díaz, portugués, judaizante; Juan de Silvera, portugués, judaizante; Mateo Antúnez y Antonio Correa, portugués, judaizante, que tras haber abjurado profesó como fraile mercedario, en cuyo estado falleció, en olor de santidad en 1622.
El 1 de Junio de 1608, el octavo (noveno) Auto de Fe fue nutrido por treinta y seis personas, siendo relajado Juan Bautista del Castillo, por judaizante.
Otros reos en este auto: Gaspar Gómez Palomo; Juan de Medina Anuncubay, de Potosí; Diego Sánchez; Francisco Rosales; Isabel Sánchez de Badajoz; García de Torres, clérigo; Miguel Jerónimo Caro de Porras, clérigo; Francisco Núñez Chaparro, extremeño; Fray Alonso de Herrera, granadino; Luis Sánchez Palomares, cura de Potosí; Fray Francisco Vatres, madrileño; Pedro Rodríguez Padilla, clérigo, de Écija; Blas Galván, clérigo, portugués; Domingo López, judaizante; Alonso Martín de la Vaquera; Juan de Mendoza; Pedro de Urrea, Juan Antonio Navarrete, riojano; Bernabé, negro criollo; Julián Ramo, Domingo Ortuño Sierra, Antón, angoleño; Isabel, esclava negra; Juan Fernández de Pablos; Alonso de la Cava; Gaspar de Olivera; Pedro Días Tirado; Martín de Vargas; Antón de Lirios, Bernabé Martínez; Girardo Martín, portugués; Juan Hurtado de Zaldívar; Luis Sánchez Cano; Cristóbal de Medrano; fray Agustín de Bernardo; Miguel Pastor de Dios.
El Auto de Fe se celebró en el cementerio de la Catedral “por no detener más tiempo este pertinaz, declaran los Inquisidores, que tan perjudicial es y de quien no hay esperanza de reducción; y por ser las causas pocas y estar esta Inquisición muy pobre, que no tiene subsistencia para hacer el tablado que se suele hacer en otros autos, y que no acuden a ello, como solían los virreyes y ciudad.” 149 Al acto sólo acudió el virrey, la Audiencia Real, los alcaldes de corte, el fiscal, el alguacil mayor, los cabildos eclesiástico y seglar, universidad, con los bedeles portando sus mazas, los doctores y maestros de la universidad, los cabildos de la Iglesia y de la ciudad con los maceros a la cabeza, la caballería de la ciudad, la compañía de lanzas y arcabuces de la guarda del reino, la guardia ordinaria… Todos desfilando en orden y boato. Un Auto deslucido para lo que había acostumbrado.
El 17 de Junio de 1612, autillo en la capilla de la Inquisición, con el nuevo inquisidor Andrés Juan Gaitán, donde fueron penitenciados nueve reos:
Pedro de Guzmán; Juan Gómez Caro; Jerónimo de Peralta Pareja y Riberos; Alonso Díaz de Escobar; Francisco González Vaquero; Juan Alonso de Tapia, chileno; Ana de Castañed; Juan Vicente, judaizante; Hernando Nájera Arauz, judaizante.
El 21 de Diciembre de 1625, el noveno Auto de Fe (décimo primero contando el autillo), bajo la presidencia del nuevo inquisidor, Juan de Mañozca, con veinticuatro penitenciados, en el que perecieron dos reos en la hoguera: los portugueses Manuel de Fonseca y Andrada, (alias Manuel Tabares, alias Diego de Andrada, alias Diego de Guzmán y alias David Ruth) y Juan Acuña de Noroña, judaizantes.
Tras diecisiete años sin Auto de Fe comportó gran expectación. “Dispúsose hacer el cadalso en la plaza mayor arrimado a las casas de Cabildo, sirviendo el sitio de los corredores para el asiento superior de su Excelencia, Inquisición y Audiencia. Tenía el tablado principal de largo cuarenta varas, y de ancho doce y media. Y el Tribunal en que se asentaron su Excelencia, señores inquisidores y Audiencia Real, tuvo veinte varas de largo, y en él cuatro gradas de la misma longitud: la primera para estar desocupada; la segunda tenía en medio otra gradilla de media vara de alto y dos de largo, para el Fiscal de la Inquisición, y para el Capitán de la Guardia de su Excelencia, don Francisco Zapata Maldonado, caballero del hábito de Santiago, y en esta segunda para los Prelados Superiores de la las Religiones y confesor de su Excelencia y para Priores, Guardianes, Comendador, Retores de la Compañía de Jesús y de San Agustín, Calificadores del Santo Oficio y criados de su Excelencia, y confesor del señor Visitador, y para el licenciado don Juan Gaytán; la tercera grada…./… a la mano derecha estaba, estaba el púlpito, y a la izquierda, frontero de él, un altar, y junto a él, asientos para el Colegio Real. En el tablado principal estaba una tribuna cercada y con cubierta de seda, y con celosía levantada, preeminente a todas, para mi señora doña Mariana de Córdova…/… y al otro lado estaba un tablado superior al Cabildo, y algo inferior al del tribunal, para las señoras mujeres de los señores de la Audiencia…/… se juntaron en la Inquisición las Religiones, cada una con toda su comunidad, en número de seiscientos religiosos, y los Ministros y Oficiales del Santo Oficio…/… Salieron de la capilla en procesión por su orden, llevando delante el estandarte de San Pedro, mártir…/… detrás iban las religiones en dos coros, y después de ellas, los familiares y comisarios, a quien antecedían los calificadores, y veinte y cuatro religiosos de Santo Domingo con cirios encendidos…/… la cruz verde de más de dos varas de alto…/… salió cantando el himno de Vexilla Reges prodeunt…/…De esta suerte fueron hasta el cadalso…/… sin que la multitud de la gente hiciese confusión ni ruido…/… Llegaron al cadalso, donde se colocó la cruz verde en el altar…/… quedando veinte religiosos dominicos, velándola aquella noche con cuatro familiares. ”150
Al siguiente día, a las ocho de la mañana, procesionarían los penitenciados, “un hombre y tres mujeres con corozas, diez reconciliados con sambenitos, dos relajados vivos y dos estatuas, y con ellas dos ataúdes de a tres cuartas, donde se llevaban sus huesos, pintadas llamas por las cubiertas: iba cada penitente acompañado de dos familiares, y la cruz de la parroquia, que era la de la Iglesia mayor, cubierta de un velo negro, significando el ir entre excomulgados. Llevábanla cuatro curas y clerecía, que delante iban cantando el salmo “Miserere mei Deus” en tono triste…” guardados por guardas a caballo y por arcabuceros también a caballo. En el cadalso se dirían misas durante todo el día desde el amanecer hasta las siete de la mañana.
Evidentemente, este Auto volvía a tener el lustre que se había perdido en el Auto de 1608.
Los penitenciados eran: Francisco de Victoria Barahona, alias Francisco de la Peña, de Lugo, judaizante; Domingo Pérez, judaizante portugués; Diego Morán de Cáceres, sevillano, bígamo; María de Santo Domingo, monja de Trujillo; Garci Méndez de Dueñas, judaizante portugués; Inés de Velasco; Juan Ortega, francés judaizante; Diego Gómez de Salazar, alias Diego de la Oliva, sevillano judaizante; Bernardo López Serrano, judaizante portugués con contactos en Francia; Duarte Gómez, alias Antonio de Salazar, portugués judaizante; Antonio Fernández, alias Antonio de la Palma, Antonio de Victoria y Antonio Sánchez, judaizante vallisoletano; Juan de Trillo, cordobés judaizante; Estevan Cardoso, alias Álvaro Cordero de Silva, judaizante portugués; Leonor Verdugo, platense, hechicera; Luisa de Lizárraga del Castillo, trujillana, castigada por tercera vez, hechicera; Isabel de Ormaza o Isabel de Jesús, limeña; Diego de Cabrera, clérigo, natural de Concepción; Manuel Núñez Magro de Almeida, presbítero, judaizante portugués que se dejó morir en la cárcel; Ana María Pérez, cuencana.
El 27 de Febrero de 1631 tuvo lugar autillo en la capilla de la Inquisición (decimo segundo) Auto de Fe, en el que fueron penitenciados tres hombres y cuatro mujeres, sin que en el mismo hubiese ejecuciones.
Los penitentes fueron: Álvaro Méndez, judío portugués relacionado con Francia y con Holanda; Ana de Almanza, panameña; Luisa Ramos, del Callao; Francisco Martel, trujillano; María Martínez, portuguesa; María de Briviescas; Alonso de Gárnica; Diego Cristóbal Bernáldez; Gonzalo López Cordero, portugués; Inés de Ubitarte, monja limeña; Juan de Arriaza, cordobés; Francisco de Victoria Barahona y Duarte Gómez.
El 17 de Agosto de 1635, autillo (décimo tercero) en el que se penitenció a doce personas.
Los penitentes fueron: José Cortés de Loyola, del Callao; Luis de Morales, limeño; Francisco Mejía Mirabel, tucumano; Juan de Matos, habanero; María de León, canaria; Juana Pérez, de la Plata; María de la Cruz, de Guadarrama; Magdalena de Torres, de Chuquisaca; Isabel Hontarón, cuzqueña (todas ellas por hechicería); Sebastián de la Cruz, griego; Jerónimo González Tinoco; Juan de Cabrera Barba, religioso.
El 23 de enero de 1639, en el décimo primero (décimo cuarto) auto fe de de la Inquisición de Lima, comparecieron ochenta reos, de los que once fueron entregados a la hoguera por judaizantes. Fue el resultado de la investigación efectuada sobre 160 mercaderes de origen portugués que practicaban en secreto el judaísmo. Esta investigación ocasionó graves complicaciones, ya que debieron alquilarse viviendas para habilitarlas como cárcel.
La importancia de este Auto es doble: Una por el número de procesados, que supera a todos los demás con creces, y otra, por la relevancia política (o pirática) de los hechos, que como en el resto de las situaciones, no son tenidos en cuenta por el Tribunal, pero que sin embargo subyacen. El asunto es tratado en capítulo aparte.
Relación de reos: Francisco Hurtado de Valcázar, toledano, familiar del Santo Oficio; Juan de Canelas, cuzqueño; Ana María González, mexicana; Juan López de Mestanzo, trujillano; Ana Mª de Contreras; Ana de Campos, de Guamanga; Beatriz de la Bandera, cuzqueña; Estefanía Ramírez Meneses, neogranadina; Luisa de Oñamanza, limeña; Mariana de Olabe, cuzqueña; Domingo Montecid, portugués; Simón Osorio, alias Simón Rodríguez, portugués criado en Holanda; Francisco Vázquez, portugués; Luis de Valencia, portugués; Pedro Farías, portugués; Rodrigo de Ávila, portugués; Manuel González, portugués; Antonio Cordero, portugués; Antonio de Acuña, sevillano; Antonio Fernández de Vega, portugués; Antonio Gómez de Acosta, portugués; Amaro Dionis, portugués; Bartolomé de León, pacense; Baltasar Gómez de Acosta, vallisoletano; Mayor de Luna, sevillana; Isabel Antonia, sevillana, mujer de Rodrigo Váez, relajado; Enrique Núñez de Espinosa, portugués, criado en Francia, negrero; Enrique Lorenzo, portugués; Francisco Méndez, alias Francisco Meneses, portugués; Francisco Núñez Duarte, portugués; Francisco Ruiz Arias, portugués; Francisco Márquez Montesinos, portugués; Francisco Hernández, portugués; Fernando de Espinosa, portugués; Fernando de Espinosa Estévez, primo del anterior, portugués; Jerónimo Fernández, sevillano; Gerónimo de Acevedo, pontevedrés; Gaspar Rodríguez Pereira, portugués; Gaspar Fernández Cutiño, portugués; García Váez Enriquez, sevillano; Gaspar Núñez Duarte, portugués; Jorge de Silva, portugués, negrero; Jorge Rodríguez Tabares, sevillano; Jorge Espinosa, de Almagro; Juan de Lima, portugués; Juan Rodríguez Duarte, portugués; Juan de Acosta, brasileño; Luis de Vega, portugués; Manuel de la Roca, portugués; Manuel Álvarez, de Rioseco; Melchor de los Reyes, portugués; Manuel Luis Matos, portugués; Manuel de Quiros, alias Manuel Méndez, portugués; Mateo Enríquez, portugués; Mateo de la Cruz, portugués; Pascual Días, portugués; Pascual Núñez, portugués; Pablo Rodríguez, portugués; Tomás de Lima, portugués; Enrique de Paz Melo, portugués; Manuel de Espinosa, de Almagro; Antonio de Vega, portugués; Antonio de Espinosa, natural de Almagro; Diego López de Fonseca, natural de Badajoz; Francisco Maldonado de Silva, natural de San Miguel de Tucumán; Juan Rodríguez de Silva, portugués; Juan de Azevedo, portugués; Luis de Lima, portugués; Manuel Bautista Pérez, portugués; Rodrigo Váez Pereira, portugués; Sebastián Duarte, portugués; Tomé Cuaresma, portugués; Manuel de Paz, portugués; Santiago del Castillo, burgalés; Alonso Sánchez Chaparro, de Valencia de Alcántara; Antonio de los Santos, portugués; Ambrosio de Morales Alaon, portugués; Francisco Sotelo, gallego; Pedro de Soria Arcilla, de Cartagena de Indias; Andrés Muñiz, portugués.
Las condenas fueron motivadas por los siguientes hechos:
Los tres primeros de la relación, por comunicaciones de cárceles, es decir, llevar mensajes a los reos. Eran miembros del entramado inquisitorial.
El cuarto de la relación, por ser casado dos veces.
Las seis siguientes, por hechicería.
Los siete siguientes son los que abjuraron de vehementi, o sea, por faltas mayores, y lo hicieron por escrito, al tratarse de sospechosos de la guarda de la ley de Moysen. Uno de ellos, Simón Osorio, se jactaba de ser inversor de ocho mil ducados en la escuadra de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
Los cuarenta y dos siguientes, reconciliados con sambenito por observantes de la ley de Moysen. En esta situación se encontraba Antonio Cordero que fue aprehendido en 1535, sin embargo, por haber cooperado en los interrogatorios su pena no fue finalmente tan severa.
Los dos siguientes, Enrique de Paz y Manuel Espinosa, reconciliados con sambenito. Estuvieron con insignias de quemados la noche antes del auto.
Los once siguientes, relajados en persona por observantes de la ley de Moysen, fueron enviados al quemadero.
Manuel de Paz fue relajado en estatua por la guarda de la ley de Moysen.
Los siete últimos de la lista, que habían sido presos y que fueron declarados inocentes, salieron con palmas y desfilaron lujosamente vestidos, a lomos de hermosos y enjaezados caballos blancos.
Un hecho a destacar es que un número importante de los procesados eran “viajantes” con una importante relación comercial. La verdad es que formaban parte de una trama que se extendía por Lima, México, Cartagena… y Amsterdam, y que contaba con intereses económicos de primer orden con la Compañía Holandesa de las Indias, principal promotora de la piratería.
El resumen de este Auto, si no por la envergadura, sí por el cariz de las sentencias, nos sirve de muestra para todos los demás, y se concreta en lo siguiente:
7 reos desfilaron con la palma de la victoria.
25 fueron multados
8 condenados a portar sambenito
29 azotados con las siguientes especificaciones:
100 azotes 12, y con sambenito 5.
200 azotes 15 (y con sambenito 11)
400 azotes y sambenito 2
Relajados 11
Las condenas se llevarían a cabo el día siguiente, en público, yendo los condenados con sus corozas en las que figuraba el delito cometido.
Es de señalar que estas condenas, comparadas con las de otros tribunales, resultan muy livianas, como muy livianas eran las cárceles de la Inquisición en comparación con otras cárceles del momento y posteriores.
Es de señalar también, aunque el asunto en cuestión no tenga que ver con el Auto de Fe, que la cuestión de tormento, en el caso de la Inquisición, fue muy liviana, aplicada a un reducidísimo número de casos, y limitada, con alguna excepción, a una sola sesión, sin efusión de sangre, y con control médico (cuestiones que, en el proceso que nos ocupa, parece que no fue atendido conforme a lo estipulado). Finalmente acabó erradicando la práctica dos siglos antes que los países europeos empezasen a cuestionarse la supresión del tormento como elemento de prueba.
El 17 de Noviembre de 1641, nuevo autillo (décimo quinto) en el que hubo dieciséis penitenciados, catorce de ellos por judaizantes.
Relación de reos: Francisco de Montoya o Méndez; Fernando de Heredia, portugués; Félix Enríquez de Rivero; Bartolomé de Silva; Cristóbal Delgado; Matías Delgado; Juan de la Parra; Francisco de la Parra; Gonzalo de Valcázar; Pedro de Valcázar; Simón Correa; Álvaro Rodríguez; Rodrigo Fernández; Juan Florencio; María de la Cerda; Jorge de Illanes.
Tras este Auto, la actividad se redujo sustancialmente. Al respecto, José Toribio Medina señala que “en carta de 11 de Octubre de 1648 anunciaba al Consejo Juan de Izaguirre, secretario del Tribunal, que no existía en las cárceles otro reo que Manuel Henríquez”151, que permanecería en prisión hasta que fue relajado en 1664.
El 23 de Enero de 1664, siendo virrey el conde de Santistevan, tuvo lugar el décimo segundo (décimo sexto si contamos los autillos) Auto de Fe en el que salieron veintitrés penitenciados. Fue sentenciado a hoguera Manuel Henríquez.
El 16 de Febrero de 1666, nuevo Auto de Fe, el décimo tercero (décimo séptimo), con siete penitentes: Juan de León Cisneros, judaizante, absuelto; Juan Antonio de la Fuente, calvinista francés, absuelto; Josefa Tineo, hechicería, expuesta a la vergüenza pública; Fray Nicolás Mejía, falso confesor que abjuró “de levi”; Pedro Valdés Sorbías, bígamo; Ana Mª de Ulloa, hechicera; Juana de Vega, hechicera.
El 28 de Junio de 1667, auto particular con tres reos: Antonio de Avendaño; José de las Cuevas, desterrado del Virreinato; Fray Cristóbal Fernández de Aguilar, que tenía dudas sobre el Santísimo Sacramento, reprendido.
El 8 de Octubre de 1667, en auto particular salió Fray César Pasan Bentibolo (cuya madre era prima de Maquiavelo), que se jactaba de haber conocido a más de trescientas sesenta mujeres, desterrado; Francisca de Bustos, cuencana, condenada a servir cuatro años en un hospital; Cesar de Bandier, alias Nicolás Legras, preceptor del hijo del Virrey, francés, calvinista, fue condenado a prisión; Luis Legras, sobrino del anterior, desterrado.
El 16 de Marzo de 1693, nuevo Auto de Fe, el décimo cuarto (décimo octavo), donde fueron penitenciados catorce reos por embusteros y embaucadores que afirmaban tratar con el demonio.152
Relación de reos: María de Castro Barreto, guayaquileña supersticiosa; Matías de Aibar Morales, casado cuatro veces; Pedro Martín de Alarcón, bígamo; Benito de Campos, bígamo; Josefa Rosa alias Chepa Manteca, bígama; Antonio Fernández Velarde, Melchor de Aranibar; Francisco de Benavides, Juan Alejo Romero; Lorenzo de Valderrama; Inés de Peñailillo; Juan Fco. De la Rosa; Petronila de Guevara; Ángela de Olivitos y Esquivel.
El 20 de Diciembre de 1694, décimo quinto Auto de Fe (décimo noveno), donde fue penitenciada Ángela Carranza, iluminada arrepentida, Juan García Muñoz, polígamo y Juan de Silvela y Mendoza, polígamo.
Ángela Carranza, beata, autotitulada teóloga que alcanzó gran renombre en Lima, fue condenada a abjurar de levi y a “cinco años de recogimiento”. Sus confesores, Ignacio Izar, fray José de Prado y fray Agustín Román fueron procesados en forma. Se ordenó la retirada de los objetos que había distribuido, con lo que se logró “Tanta multitud de rosarios y cuentas, que pasan de millones, y de tal suerte, que en pontificados no ha distribuido la Sede Apostólica más cuentas y rosarios que los que distribuyó esta mujer en los catorce años que tuvo engañada a esta ciudad con su hipocresía”.153
El 28 de Noviembre de 1719 se celebró Auto de Fe en la Iglesia de los Dominicos, el déciomo sexto (vigésimo), donde el clerigo francés Juan de Ulloa fue condenado a prisión. De los otros, uno fue absuelto; otro, Teodoro Candioti, murió en prisión y se ordenó que el proceso no constase en su estatuto de limpieza de sangre, y el resto fue condenado a retractarse en público.
Relación de reos: Juan de Ulloa (proposiciones), Eusebio Vejarano, Juan de Valencia, Antonio Lesana, Juan Ventura de Guevara, Nicolás Fernández, Cristóbal de Oña (todos por bigamia); Fray Pedro de Valenzuela; Guillermo Lemonier, clérigo francés; Francisco José de Osera, clerigo; Fray Diego de Quiroga y Losada; Juan Jerónimo del Valle; Francisco Esteban Canela, Juan Enríquez de Iturrizaga, clérigo; Pedrop de Ábalos; Nicolás Solórzano, Domingo de Estrada, Manuel Almeida Pereira, Antonio Hurtado, Pedro de Acevedo, Francisco Pastrana, Nicolasa Cavero, Diego de Frías, clérigo, condenado a cárcel; Juan Campino, inglés; Juan Marfil (Murphy) Stuart, inglés; David Jacobo, escocés; Felipe Lorenzo (Lawrence), inglés; Amet Crasi, Fray José Vázquez, María Zapata, Matías Tula; Álvaro Rodríguez, judaizante; Teodoro Candioti.154
Entre los otros casos tratados fuera de los Autos que referimos, a finales de 1730 fue juzgado otro pirata, Roberto Shaw, natural de Halifax miembro de la expedición de Clipperton, “hereje y calvinista de profesión”. Fue “absuelto ad cautelam, sin demandarle abjuración expresa, y con pena de confesarse tres veces el primer año, y rezar la tercera parte del rosario, de rodillas todos los sábados.”155
El 12 de Julio de 1733, décimo séptimo (vigésimo primero) Auto de Fe al que asistió el virrey José de Armendáriz. La comitiva estaba formada por doce penitenciados que fueron condenados a doscientos azotes que “por causas justificadas” no se aplicaron a seis de ellos.156
Relación de reos: María de la Cruz, alias la Fijo, hechicera, limeña, castigada con doscientos azotes de los que fue excusada; Joseph Nicolás Michel, natural de La Paz, por haber dicho misas sin estar ordenado, condenado a doscientos azotes y enviado al destierro por siete años; Pedro Sigil, natural de Huancavelica, apóstata y hereje, abjuró de vehemendi y fue absuelto ad cautelam; Calixto de Herazo, natural de San Juan de Pasto (Quito), bígamo, condenado a doscientos azotes y al destierro por cuatro años; Juan Domingo de Llano, alias de Espínola, genovés, bígamo, condenado a doscientos azotes (de los que fue excusado), y al destierro por cuatro años; Maria Atanasia, bígama, condenada a doscientos azotes y desterrada por cinco años; Manuel de Jesús, condenado por supersticioso, hipócrita y embustero (santero). Condenado a doscientos azotes (que le fueron excusados) y desterrado por seis años; Juan Joseph de Otarola, ya penitenciado en 1715, condenado por testimonio falso y por bigamia, condenado a doscientos azotes y desterrado por cinco años; Juana Caldera, condenada por supersticiosa, hipócrita y embustera a doscientos azotes y destierro por cuatro años, reclusa en el beaterio de Ica; María de Fuentes, condenada por bigamia a doscientos azotes y desterrada por tres años; Francisco de las Infantas, condenado por bigamia a doscientos azotes y destierro; Sebastiana de Figueroa, por supersticiosa, hipócrita y embustera, condenada al secuestro de la mitad de sus bienes, a doscientos azotes (que le fueron excusados) y destierro por cuatro años.
El 23 de Diciembre de 1736 décimo octavo (vigésimo segundo) Auto de Fe. Resultó enviada a la hoguera Ana de Castro (o Maria Francisca)157, natural de Toledo, dama que había sido del virrey Manuel de Oms y de Santa Pau, marqués de Castelldosrius. “En 1737, y por orden del Tribunal de la Inquisición, fue ahorcada en Lima una mujer española, casada, de 49 años de edad, llamada Ana de Castro, acusada de judaizante pertinaz, quemándose sus restos junto con la estatua del jesuita Juan Francisco Ulloa -que habia fallecido tiempo antes-, condenado por molinosista o seguidor de Molinos. Fue ésta la última condena a la hoguera en el Perú.”158
El acto convocó un gran gentío venido de muy diversos lugares, como por otra parte venía siendo habitual.
Otros reos: Antonia Osorio, supersticiosa, condenada a doscientos azotes y desterrada a Guayaquil por diez años; Micaela de Zavala, limeña, Maria Teresa de Mallavín; María Hernández; Maria Feliciano Fritis; Sabina Rosalía de la Vega; Teodora de Villarroel; Rosa de Ochoa; Juan de Ochoa, con la misma pena; Juan de Ochoa, relevado de la pena de azotes; Felipe de la Torre, ya sentenciado por polígamo en 1719, doscientos azotes y desterrado; Bernabé Morillo, condenado a doscientos azotes; Maria Josefa Cangas, condenada a servir cuatro años en un hospital; Pascuala González, misma pena que la anterior; Nicolás de Araus y Borja, desterrado por cuatro años; por polígamos, Juan de la Cerda, Juan Matias del Rosario, Juan Bautista Gómez, Tomás José de Vertis, Matías de Cabrera, Bernardo Aguirre, y José Lorenzo de Gomendio, expuestos a la vergüenza pública; Juan González de Rivera, polígamo, condenado a tres años de destierro; Francisco Javier de Neira.
El 11 de Noviembre de 1737, auto particular en el que fueron penitenciados Juan Ferreira alias Juan Antonio Pereira, condenado a doscientos azotes; Maria Antonia, azotada; José Calvo; Silvestre Molero; Catalina Bohorquez; Incolaza de Cuadros; Félix Canelas, penitenciado por tercera vez; Juan Bautista Vera Villavicencio, bígamo.
El 19 de Octubre de 1749, auto particular donde se penitenciaron diez reos, que recibieron diversas condenas, desde el rezo del rosario hasta doscientos azotes. Dos habían fallecido durante su estancia en prisión, siendo que uno de ellos fue absuelto y salió con palma de victoria.
El 6 de Abril de 1761, auto particular en el que fue penitenciado Francisco Moyen, un hombre “gordo, carifato, de barba copiosa, cerrada y rubia, blanco, chaposo y nariz roma, labios gruesos, ojos grandes y traviesos, con una señal de cuchillada en la quijada izquierda hasta el extremo de la boca…”159 Fue absuelto ad cautelam y desterrado de América, condenado a diez años en uno de los presidios españoles de África, o en Sevilla. Le fueron conmutados doscientos azotes.
Ricardo Palma señala que en 1881 había en la biblioteca Nacional de Lima “sólo 6 expedientes originales de otras tantas causas de fe seguidas por el tribunal de Lima. Ellas eran la del francés Francisco Moyen; la de Manuel Galeano, por hechicería; las de los bígamos Pascual Eustaquio Vargas y Juan Pablo de Soto; la del protestante francés Pedro de Fox; y la del clérigo solicitante José Medina. Según el escritor peruano, esos expedientes habrían desaparecido a raíz de la ocupación de Lima por las tropas chilenas, en 1881. Con todo, cabe hacer notar, que ninguno de ellos se encuentra en la Biblioteca Nacional ni en el Archivo Nacional de Chile.”160
No hay pruebas que relacionen a Moyen con la piratería, aunque su condición de francés y de heterodoxo bien pudiera hacerlo. En el mejor de los casos, sus cualidades lo habilitaban para ejercer de espía.
“Oriundo de París, soltero, pintor y músico. Había llegado a Buenos Aires en 1746. De ahí fue a Potosí, donde llegó en marzo de 1749. Un compañero de viaje lo denunció de hereje, la Inquisición intervino y lo apresaron ahí bajo formal acusación el 16 de mayo de ese año…/… lo entregaron al santo oficio, bajo acusación de hereje formal, luterano, jansenista y calvinista con un recuento de más de 40 proposiciones heréticas. Vista en Lima la acusación enviada de Potosí, el fiscal acusó a Moyen finalmente de hereje formal, obstinado y secuaz de las dichas sectas de Lutero, Calvino Sacramen (?), Jansenio, Quesnel, Maniqueo y Mahoma, y vehementísimamente sospechoso de judaísmo, amén de otros errores y herejías…/… La sentencia pronunciada contra dicho reo, que se le leyó con méritos, fue que saliese al Auto en la forma dicha, y por la vehemente sospecha que resultaba contra él de su proceso, abjurase públicamente de vehementi los errores de que estaba acusado y gravemente sospechoso en la Fé, y fuese absuelto ad cautelam, y condenado en confiscación de la mitad de sus bienes, desterrado de ambas Américas é Islas adyacentes sujetas a la corona de España…/… y aunque se le condenó en doscientos azotes, se mandó que no se le diesen por el accidente que padece de gotacoral; y que se ejecutase todo sin embargo de suplicación." 161
El último auto particular de Fe tuvo lugar el 1 de Septiembre de 1773. Contó con ocho reos: José Joaquín Santisteban y Padilla, arequipeño, procesado por decir misa sin ser sacerdote; José Calvo de Arana, de Sanlúcar, por bigamia. No se conservan datos de los otros procesados.
Hubo otros procesados, como procesados hubo entre los Autos de Fe, siendo que los nombres y las sentencias de la inmensa mayoría de ellos nos son hoy accesibles gracias a las relaciones que de los Autos de Fe fueron llevados a la imprenta en su día, ya que, como ya hemos señalado, el archivo de la Inquisición fue saqueado en agosto de 1813. ¿Quién promovió su destrucción, cuando resulta que el pueblo siempre se manifestó proclive al Tribunal (con la sola excepción de los judaizantes, que en Cartagena llegaron a poner en situación crítica a aquel tribunal) y sólo la acción de los enemigos históricos de España hacía mención a los supuestos horrores?
Resulta cuando menos curioso que tal hecho sucediese, como resulta curioso que todos los archivos existentes en la península fuesen destruidos, como si de un objetivo militar se tratase, por parte de las tropas napoleónicas, de cuya destrucción tan sólo se libró casi en su totalidad el archivo del Tribunal de Cuenca, merced a la labor llevada a efecto por mano anónima cuando los franceses evacuaron la ciudad.
Concluyendo y aplicando una regla básica matemática podemos deducir que“duró el Santo Oficio en la vastísima extensión del virreinato del Perú doscientos cuarenta y tres años; en ellos fueron castigados, a lo sumo, quinientas personas (desde las quemadas hasta las reconciliadas), es decir, ¡dos por año!”162
LA COMPLICIDAD GRANDE. EL AUTO DE FE DE 23 DE ENERO DE 1639
La cuestión de un Auto de Fe como el de 23 de Enero de 1639 nos llama profundamente la atención, tanto por número de condenados a relajación como por el número de procesados. ¿Qué estaba pasando? Los documentos inquisitoriales sólo hacen mención a la cuestión de la heterodoxia de los reos y no a otras cuestiones, pero es menester realizar un análisis del por qué un Auto tan numeroso, y ello nos dará respuesta, no sólo a lo que se nos plantea en 1639, sino las cuestiones anexas (o prioritarias) que sucedían y provocaron al fin la celebración de este Auto de Fe.
Es el caso que en el siglo XVII, la colonia judía de Ámsterdam mantenía muy cercanas relaciones con sus correligionarios establecidos en América, al tiempo que colaboraba muy directamente en la piratería a través de la Compañía de las Indias Occidentales, creada en 1623 a imagen y semejanza de la Compañía de las Indias Orientales, de 1602, donde tenían intereses de primer orden, y con la que consiguieron asientos en Extremo Oriente e intentaron conseguir asentamientos en América.
Es también el caso que la mayoría de los procesados en Lima (la Inquisición no efectuaba una acusación sin estar en la certeza de la culpabilidad del imputado, inquirida con anterioridad a su detención) estaban relacionados, de forma más directa que indirecta con las actividades llevadas a cabo por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, financiadora de las actividades de los piratas, y que en aquel momento se encontraba asentada en Curaçao, Pernambuco, Recife… Guayana.
¿Y qué tipo de relación tenían con la empresa de piratería?... De todo tipo…“Algunos acusados invertían una suma de 300 pesos anuales en la Compañía de Indias Occidentales, llamada entre los judaizantes cartageneros la Cofradía de Holanda. Aunque riñe ligéramente con la realidad, recordaremos la descripción que el acusado cartagenero Duarte López Mesa, quien había vivido en Amsterdam, hace de la dicha Compañía: ... porque en la ciudad de Amsterdam se juntaban todos los días veinte y cuatro hombres a consejo en casa señalada, que llaman de la Contratación, y los cinco de estos veinte y cuatro son portugueses, y los demás holandeses, ingleses, danos de Dinamarca, franceses y otras naciones ... Si en realidad el consejo estaba compuesto de 19 señores, la descripción de López Mesa ilustra el interés de los conversos americanos por la Compañía holandesa.” 163.
En torno a estos hechos, en Lima se produjo lo que fue conocido como Complicidad Grande, una conspiración política orquestada por los criptojudíos, en connivencia con la piratería anglo-holandesa.
La Complicidad Grande fue descubierta el 2 de abril de 1635, cuando fue detenido Antonio Cordero, que formaría parte, como reconciliado, en el Auto de Fe de 1639, sin recibir otro castigo que el destierro.
La trama incluía familiares de la Inquisición, como Ambrosio Morales, y como el capitán Martín Morata, empleado de confianza del virrey y su núcleo familiar, que como el de los principales implicados, formó parte del proceso, en que acabaron procesadas ciento sesenta personas.
La Complicidad Grande pudo tener lugar gracias a que los judaizantes acumulaban gran poder, económico y logístico, lo que les permitía controlar de manera “quasi mafiosa” la actividad comercial en Lima, donde los comerciantes que no pertenecían a su comunidad se veían obligados a efectuar transacciones que pueden ser entendidas como vejatorias.
Al respecto, señala Federico Rivanera Carles que “ya en 1634, los judíos portugueses trataron de arrendar el almojarifazgo, o sea, el impuesto sobre el comercio entre España y la Colonia, lo que les habría asegurado un control completo de esta actividad. No puede haber duda de que tenían un vínculo estrecho con los judíos de Europa, antes de todo en Amsterdam... El interés de los holandeses en las Indias Occidentales dio un margen amplio de combinaciones y proyectos que apoyarían las pretensiones de los judíos en el Perú y las ambiciones de los holandeses en la América del Sur (cuatro años después de la 'gran complicidad', los holandeses tomaron Valdivia en una expedición armada)... No puede caber duda de que las verdaderas proyecciones de la gran empresa de los judíos de Lima se conocían en muchos lados, y también entre los poetas judíos, que bajo el antifaz del catolicismo seguían viviendo en España"164.
Pero no era sólo el comercio a lo que aspiraban; sus contactos les permitían incluso aspirar a controlar algún almacén de interés militar, aunque de forma casi milagrosa no llegaron a alcanzar este extremo, ya que, según relata José Toribio Medina, de conformidad con los holandeses pretendían volar la ciudad.
El historiador sionista Günther Friedlander asegura que “la Complicidad Grande” se trató de una conspiración política muy bien organizada y con apoyo de las potencias enemigas de España que tenía por finalidad establecer un Estado judío. “Tras referir que la conspiración se hallaba protagonizada por dos grupos, el del riquísimo y poderoso mercader Manuel Bautista Pérez, conocido como el Capitán Grande de los judíos conversos de Lima, y el del capitán Antonio Morón, jugador profesional, agrega que no puede caber duda de que los dos grupos conjuntamente con el resto de sus correligionarios, habían pensado en una acción económica, política y, en último caso, armada, porque en todas partes encontramos indicios de este plan.”165
Manuel Bautista Pérez, “había amasado una de la más importantes fortunas del Perú gracias al tráfico de esclavos”166, tráfico que había sido permitido conservar a los portugueses en las cortes de Tomar cuando Felipe II asumió la corona de Portugal, y según Boleslao Lewin “Era también conocido y respetado por su generosidad y por su ofrecimiento hecho al virrey, conde de Chinchón, de hacerse cargo de la custodia y manutención de la sala de armas.”167
Este ofrecimiento, y cuando fue señalado como responsable de la conjura por treinta procesados, “fué interpretado como deseo de obtener el control del arsenal de la ciudad, a fin de entrar en tratos con los enemigos de España, los protestantes holandeses, de igual manera que los judaizantes portugueses del norte del Brasil, en aquel momento bajo el dominio de los Países Bajos.”168
Como complemento a esta acción, citando al referido Friedländer, señala Federico Rivanera Carles que “la joven Isabel Antonia, hija del capitán Antonio Morón, por orden de su familia trató de preparar el terreno para volar el polvorín de Santa Guadalupe, acción que tenía que ser realizada en combinación con los judíos holandeses... No es de extrañar que los conversos soñaran con una rebelión armada y una toma de Lima y posiblemente del Perú...” 169
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la Complicidad no era una cuestión estricta del Virreinato de Perú. Siendo que la fuente del conflicto eran los establecimientos holandeses de Brasil, por lógica estaba extendida también por Cartagena y muy especialmente por México, donde se descubrió que varios de los procesados viajaban con frecuencia, supuestamente por intereses comerciales. No en vano, también en México se descubriría una conjura similar en 1642. La ramificación tiene connotaciones familiares y de negocio de tráfico de esclavos, al que se dedicaba Simón Váez de Sevilla, residente en México, que compartía apellido con cuatro de los procesados en Lima.
En los procesos iniciados en Cartagena, “las confesiones bajo la tortura de Duarte López Mesa ilustran el vigor de esta empresa de colaboración con el enemigo holandés: recordaba Duarte López Mesa haber oído decir a un mozo portugués que ... si Dios fuese servido de que su padre saliese por cónsul de la dicha Cofradía de Holanda, tenía esperanza de que había de hacer tantos males como a su padre le habían hecho en Lisboa y que tenía esperanzas que en breve tiempo serían los de la Compañía de Holanda señores de las Indias y que habrían de dejar al rey de España como un labrador. .. ''. 170
¿Hasta qué punto llegaba la conspiración? Al respecto, algo señala Ricardo Escobar: “Otro de los cofrades cartageneros fue Manuel Álvarez Prieto, quien optó por declararse judío y querer morir como tal, confesando estar sentado por judío en la cofradía de los judíos de Holanda, y que en el derecho de ella quiere morir guardando la Ley de Moisés, porque es judío y como tal quiere morir, y que se remite a la dicha Cofradía. Difícil de aprehender a través de estas declaraciones de Álvarez Prieto el sentido que daban los cofrades a la Compañía, impregnadas, en apariencia, de total incoherencia: la asociación entre la ley de Moisés y la Cofradía de Holanda, entre negocios y creencias, no deja de parecer sorprendente; la pertenencia a una comunidad religiosa trascienden en la Cofradía neogranadina los principios de la Compañía de Indias, motivada por objetivos exclusivamente comerciales y militares.”171
El mismo Ricardo Escobar nos hace llegar el contenido de la carta enviada a la Suprema: “La carta del inquisidor cartagenero Ortiz, enviada a Madrid el año siguiente, seguramente confirmó los temores de Pellicer, reconocido detractor de los cristianos nuevos: relata Ortiz en esa correspondencia la conspiración urdida a comienzos de 1640 por un grupo de 1500 portugueses venido del Brasil que había querido tomarse el puerto y la flota que allí estaba anclada. Armada la ciudad aliado del obispo, el clero y los ministros de la Inquisición, los defensores de la ciudad lograron finalmente dar cuenta de la intentona de los portugueses hasta que llegó la armada de Portobelo."172
Finalmente, la conspiración fue atajada en Lima, Cartagena y México, pero los intentos, como demostraron las incursiones de piratas, no quedaron en el olvido; así, en 1655, Simón de Cáceres, judío portugués, planteó a Cromwell la conquista de Chile, que no se llevó a efecto. Sí se llevó a efecto en ese mismo año 1655, con su colaboración, la toma británica de Jamaica, donde fueron parte importante los marranos residentes. El conspirador compartía apellido con Diego Morán de Cáceres, condenado en Lima, por bigamia, en 1625.
En cualquiera de los casos, parece que las relaciones no habían surgido por la creación de la Compañía, sino que, en todo caso, en la creación de la Compañía habían influido intereses de quienes luego fueron juzgados por la Inquisición, y es que, conforme señala Ricardo Escobar, “en la búsqueda interoceánica de nuevos mercados, las redes desarrolladas por los judeoconversos instalados en el Nuevo Mundo hace de éstos los socios privilegiados de un mercantilismo holandés en plena expansión y particularmente interesado en el rico continente americano.”173
El asunto no era nuevo; las acciones de la piratería contaban, probablemente desde un buen principio, no sólo con la colaboración en tierra de los judaizantes, sino también entre los embarcados. Simón de Cordes, y probablemente otros que fueron procesados por el Tribunal, como Simón Hatrey, parece que formaban parte directa del entramado. También Simón Fernández, judío sefardí, tomó parte en las campañas de piratería que asolaron el Pacífico. Éste último, según José Chocrón Cohén, “desde 1579 hasta 1583, se embarcó con varias personas allegadas al célebre pirata y corsario inglés sir Walter Raleigh, llegando a convertirse en el capitán piloto del propio Raleigh. En estos viajes, Fernández viajó a las Indias Occidentales, la costa noreste de América del Norte y las Molucas, islas del océano Pacífico ricas en especias.”174
En efecto, el asunto no era nuevo, pero ¿qué hizo que fuese precisamente 1639 el año en que se llevó a efecto una redada de la envergadura que nos ocupa? Las razones que produjeron esta escalada represiva en Lima y Cartagena de Indias podrían hallarse en la escalada de actuaciones que venimos señalando, que se incrementó por la proximidad de los asientos holandeses en Brasil, desde donde ejercían su influencia desde el año 1624.
Ese tuvo que ser el refuerzo final, pero ya catorce años antes, existían quejas al respecto, pues desde que el 15 de Abril de 1581 las Cortes de Tomar reconocieron a Felipe II rey de Portugal y como consecuencia se unieron los reinos peninsulares, la afluencia de marranos portugueses a América se incrementó considerablemente al haberse respetado en el tratado de la unión la actividad negrera llevada a cabo por la corona de Portugal.
En 1591, el celo inquisitorial detecta que “desde el Brasil entran por tierra en la Provincia del Paraguay, y pasan a las del Perú muchos Estrangeros, Flamencos Franceses y de otras Naciones, y los governadores de aquella Provincia, por sus fines particulares no se lo impiden como lo deven hazer, y de su asistencia resultan muchos inconvenientes y daños. Mandamos a los Governadores del Paraguay, que no concientan ni permitan que por aquella Provincia entre ningún Estrangero, Portugués ni Castellano, por ninguna razón, ni causa que se pretenda valer si no llevare especial licencia nuestra, despachada por el Consejo Real de las Indias; y prenda, y remita a estos Reynos a todos los que sin esta calidad hallare en su Governacion, con sus bienes, y hazienda, dirigido al Presidente, y Juezes de la Casa de Contratación de Sevilla, y si el Governador lo permitiere se le hará cargo, e impondrá culpa grave en su residencia.”175
Pero la orden no surtiría el efecto deseado. Así, señala Boleslao Lewin que “en el Alto Perú, como en todas las regiones de América, la presencia de judíos era tan ampliamente conocida, que, por más que resultara muy grave una denuncia de esa naturaleza, fue lanzada con harta frecuencia. Muy mal le salió semejante acusación contra los habitantes de Cochabamba a Martín del Barco Centenera, autor del famoso poema La Argentina. Estos, tremendamente ofendidos, movieron cielo y tierra para demostrar la falacia de una acusación tan comprometedora.”176
Y como consecuencia, en 1610, la Casa de Contratación señalaba que “desde que se había otorgado el asiento a Gómez Reynel, los navíos negreros permitían la llegada ilícita de gran número de portugueses que se quedaban en Indias: teniendo V.M. cerrada la puerta a los vasallos de la Corona de Castilla para pasar a Indias si no es con licencia expresa e información de limpieza y naturaleza y otros requisitos, esta gente [los portugueses] la tiene abierta siendo toda sospechosa de todas maneras.”177
No dejaba de ser contradictorio el hecho, y no es extraño que suscitase alguna queja como la señalada.
Por otra parte, venimos señalando que los judaizantes del Nuevo Mundo mantenían relaciones más que directas con unas compañías mercantiles cuya función principal era el ejercicio de la piratería. Es el hecho que ingleses, franceses y holandeses crearon compañías dedicadas a la piratería, amparadas en sus respectivas legislaciones y con control económico compartido con capital privado.
En 1600 se creó en Londres la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que perviviría como tal hasta 1858, cuando fue clausurada por el gobierno británico; Holanda hizo lo propio en 1602 con la Compañía Holandesas de las Indias Orientales (o VOC), mientras los franceses esperaron hasta 1664 para constituirla. En relación a la VOC, que llegó a contar con ochenta mil empleados entre marinos (25%), militares (12,5%) y civiles178, señala Rafael Valladares que “La Compañía obtenía el monopolio del comercio con todas las tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza por un plazo de veintiún años. Se le conferían poderes comerciales, militares (autoridad para declarar la guerra) y políticos (potestad para concertar alianzas) aunque bajo la supervisión de los Estados Generales que, además, se reservaban el derecho de revisar (esto es, limitar o revocar) esta cláusula.”179
“El capital estaba dividido en acciones y estas acciones se establecían en Bolsa (la bolsa de Ámsterdam fue una de las más antiguas de Europa), por lo que tenía la ventaja de tener un capital constante, por lo que algunos expertos ya lo consideran como un antecedente del sistema de organización empresarial capitalista. También tenían una importante influencia política, aunque más bien estas Compañías casi actuaban como estados independientes (por ejemplo, concedían préstamos a los Estados). En Inglaterra, Holanda y Francia fueron donde se fundaron la mayor parte de estas Compañías. En el caso holandés distinguimos principalmente tres: la Compañía de las Indias Orientales (VOC, 1602), la Compañía del Norte (1614) y la Compañía de las Indias Occidentales (VIC, 1623).”180
El poder de estas compañías era omnímodo y presumiblemente autónomo, teniendo facultad para “fundar factorías y colonias en las tierras adquiridas, y además nombrar sus mandos y gobernadores. Por último, la Compañía obtuvo el derecho a ejercer su poder legislativo y judicial en sus ámbitos de jurisdicción. En todo momento se recordaba que el objetivo primordial de la Compañía consistiría en favorecer el comercio de los súbditos de la República y en hacer la guerra a los hispano-portugueses.” 181 Como en caso de la piratería tradicional, en el que evidentemente tomaban parte principal, los estados europeos daban una cobertura total, al tiempo que, al darles estatus jurídico de compañía privada, se mantenían al margen de responsabilidad en sus actuaciones ilegales, aunque no por ello dejaban de participar en los beneficios que generaban.
En 1609 se firma la Tregua de los 12 años. Al finalizar la misma se funda la Compañía de las Indias Occidentales, que tres años después da lugar a la “Guerra del Azúcar”, cuando los holandeses tomaron Salvador de Bahía, que conservarían hasta que en 1625 fue retomada por Fadrique de Toledo.
Al concluir la tregua de los 12 años entre España y las Provincias Unidas, Holanda creó la Compañía holandesa de las Indias Occidentales (en holandés: West-Indische Compagnie o WIC) el 3 de junio de 1621. Sería ésta compañía la que tendría más significación en los hechos que nos ocupan, ya que es la que conseguiría algo que las otras compañías no habían conseguido en el Pacífico: asentamientos en tierra.
La compañía contaba con una junta directiva de 19 miembros, conocidos como los Heeren XIX (señores), y contaba con cinco oficinas ubicadas en Ámsterdam, Rótterdam, Middelburg, Hoorn y Groningen, siendo su objeto primero el comercio, principalmente de esclavos, y la piratería, y la instauración de colonias holandesas, como las llevadas a cabo en Curasao en año 1634, o Recife en 1630. “Los zelandeses practicaban un comercio más restringido y conectado con el Atlántico, donde aspiraban a dominar y a reducir, a cualquier coste, la presencia lusoespañola.”182
Y la creación de la compañía se lleva a efecto en el contexto de belicismo antiespañol generado especialmente a lo largo de la tregua de los doce años, cuando toman cuerpo las ideas de Willem Usselinx, que con la experiencia previa de las actuaciones llevadas a efecto por la Compañía de las Indias Orientales, arrastra en su actuación a las Provincias Unidas, animado muy especialmente por la comunidad sefardí de Amsterdam con el claro objetivo de colonizar tierras en Brasil.
Señala Rafael Valladares que a la campaña se unió “Guillielmo Bartholotti, a quien acompañaron los miembros de la cámara de Amsterdam Balthasar Coymans, Laurens Reael, Samuel Blommaert, Samuel Godijn y Cornelis Bicker. Por Zelanda figuraron el conspicuo Jan de Moor y Cornelis Lampsins, junto con muchos otros mercaderes menores que acudieron a la llamada de la nueva empresa con más fervor que dinero.../… Ciudades como Leiden, célebres por su calvinismo militante, se movilizaron a este efecto con un gran éxito asegurando a sus habitantes que había llegado la hora de acabar con el papismo en la América española. Algo similar sucedió en Utrecht, Dordrecht, Haarlem, Deventer, Arnhem y Groninga. El resultado se materializó en que la Compañía de las Indias Occidentales logró hacerse con un capital de siete millones de guilders, de los que sólo un 20% procedía de los regentes de Amsterdam. No obstante, como una gran cantidad del capital de otras provincias se canalizó a través de la cámara de Amsterdam, de nuevo resultó ser la provincia de Holanda la principal beneficiaria a la hora de repartir el control sobre la nueva compañía…/… En la cima, eran los propios Estados Generales los que supervisaban la actuación de la Compañía y votaban un subsidio anual de un millón de guilders y varios buques de guerra en caso de necesidad.”183
Ese hecho primordial sería el primer éxito plausible de la estrategia ofensiva emprendida por los holandeses contra España y acrecentada una vez finalizada la tregua de los doce años, en 1621, y ello comportaría, lógicamente, el alineamiento de los quintacolumnistas residentes en América, que ya habían tenido significación en los ataques que los piratas habían efectuado con anterioridad en el Pacífico.
“La primera ofensiva holandesa fue un fallido ataque al puerto del Callao, en el Perú (1624), y la ocupación de Bahía, capital del Brasil, durante casi un año (1625). Más duradera fue la conquista de Pernambuco (Recife) en 1630, que no sería recuperada por los portugueses —separados ya de la Corona de Castilla— hasta 1649. Durante esos casi veinte años, Holanda desarrolló un provechoso comercio basado en el azúcar brasileño y los esclavos de Angola (colonia también arrebatada a Portugal). Incluso enviaron como gobernador del Brasil al conde Mauricio de Nassau, sobrino-nieto de Guillermo de Orange. Sin embargo, el alto coste económico que suponía mantener una flota de guerra, junto a la victoriosa resistencia militar de los portugueses sellaron el destino del Brasil holandés, que a su vez provocó la pérdida de Angola.”184
Consecuencia de los éxitos holandeses en Brasil fue que “a mediados de la década de 1640, se calcula que la comunidad judía de Recife -que llegó a disfrutar aquí de mayores libertades que en las Provincias Unidas- alcanzó los 1.500 miembros, lo que suponía entre un tercio y la mitad del total de la población del Brasil holandés.” 185 Comunidad que se dedicaba a la explotación de ingenios azucareros en los que empleaban gran número de mano de obra esclava.
Parece que la intención del sionismo era concentrar en algún punto un núcleo importante de partidarios que les permitiese instalar un estado propio. Es por ello que, conforme señala Boleslao Lewin, “la Compañía de las Indias Occidentales, que realiza su empresa conquistadora con participación de capitales portugueses emigrados a Amsterdam, no sólo contiene la dispersión marrana, sino atrae a numerosos judíos francos. El fin del dominio holandés en el Brasil (1654), provoca otra desbandada general de los judíos portugueses a las colonias españolas, aunque — según parece — los más fieles a su religión eligen otros lugares de refugio.”186
La edad de oro de la piratería y el esclavismo había llegado de la mano de holandeses. En 1629 Piet Heyn captura la flota de la plata; en 1630, 56 navíos al mando de Diederik van Waendenburgh y Hendrick Lonck toman Recife. En 1635 toman el Fuerte Nazaret, y en 1637 Mauricio de Nassau consolida la colonia, e intenta retomar Salvador de Bahía.
Así, “la conquista en 1634 de la isla de Curaçao, en el Caribe venezolano, reforzó la penetración de la Compañía. Más de 23.000 esclavos africanos cruzaron el Atlántico a bordo de navíos holandeses con destino al Brasil entre 1636 y 1645, año este último de verdadero cénit para la WIC. ”187
No obstante esos éxitos, los resultados comerciales de la compañía pirática no lograron satisfacer las expectativas de sus inversores; “un largo proceso de destrucción e incertidumbres, se prolongó hasta la derrota holandesa de 1654 y la consiguiente retirada bátava del Brasil. Entre tanto, las acciones de la WIC no pudieron evitar un descenso irreparable en el mercado de Amsterdam. No faltaron intentos de conquistar enclaves en Chile, que fracasaron. En 1648 una expedición brasileña comandada por el gobernador de Río de Janeiro, Salvador Correia de Sá y Benavides, recuperó el puerto esclavista de Angola, durísimo golpe para el control de la trata africana. Obviamente, los hechos explicitan la nula ventaja que la Compañía obtuvo en el Atlántico de la revuelta independentista de Portugal contra España en 1640.”188
Parece vislumbrarse que ese fracaso comercial tuvo algo que ver con la actuación de la Inquisición en 1639 en Lima y en Cartagena, y en 1642 en México, ya que es en este ámbito, temporal y geográfico, en el que se desarrolla el gran Auto de Fe de Lima de 23 de enero de 1639, y como hemos señalado, los propios procesados manifestaron afinidad ideológica y económica con las compañías holandesas.
Esa relación nos hace inteligible lo que en un principio se nos presentaba con un gran enigma; a saber: que de los 32 relajados por el Tribunal de Lima en 250 años de funcionamiento, nada menos que 11, el treinta y tres por ciento del total, se centren en un solo Auto, que para mayor significación, no es el primero, sino el decimocuarto. Y el desarrollo de las actividades desarrolladas por los piratas, vienen también a dar luz sobre otros doce relajados por “judaizantes”, con lo que podemos llegar a la conclusión que la práctica totalidad de los relajados por el Tribunal, el noventa y cuatro por ciento, tuvo relación directa con los enemigos del estado, aun cuando las actas inquisitoriales no hagan uso de esa circunstancia.
Parece que, a los procesados de 1639, al menos en lo que respecta a los once relajados, no les favoreció especialmente que los tribunales no atendiesen el delito que hoy se nos presenta como flagrante, pero evidentemente sí fue beneficioso al centenar largo de procesados que acabaron el proceso reconciliándose con la fe católica y sin que se les aplicase sanción alguna por alta traición, que es lo que hoy podríamos entender que se les podía aplicar.
Ese centenar largo de procesados que se benefició de la indulgencia del tribunal, al fin, vino a disfrutar de una sanción muy menor que también les fue aplicada a cincuenta dos de los cincuenta y ocho extranjeros que como consecuencia de su actividad de piratería, fueron detenidos, y juzgados por el Santo Tribunal.
En uno y en otro caso, en cualquier parte del mundo, los delitos cometidos por quienes fueron tan dulcemente tratados por la Inquisición, les hubiese acarreado, sin lugar a dudas, la sentencia de muerte.
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PIRATAS, CORSARIOS, INGLESES, BUCANEROS Y FILIBUSTEROS
Vamos a intentar discernir algo que el imaginario popular identifica como la misma cosa, cuando no debiera.
Existen algunas cuestiones que en el idioma español tiene multitud de sinónimos, al respecto podríamos sacar a colación algunos casos, pero queremos señalar que no sucede lo mismo en lo que respecta a lo aquí tratado. Al menos, una de sus acepciones debe ser desvinculada del concepto general: los corsarios, que si “actuaban igual que los piratas, sin embargo, lo que los va a distinguir de estos, es que el corsario amparaba su actuar, con un documento llamado patente de corso…/… el permiso que daba la autoridad (el rey) a los súbditos que lo solicitaban, para poder atacar a las naciones enemigas.”189
En cuanto a los otros,…
Sigue señalando Nancy Magali que “bucanero, era en origen un habitante de la parte occidental de la isla de La Española, actual Haití y República Dominicana, que se dedicaba a cazar vacas y cerdos salvajes para bucanear, es decir, ahumar la carne y venderla a los navíos que navegaban por las aguas del mar Caribe.” 190 Cuando fueron acosados por las autoridades españolas, se dedicaron a la piratería., y desarrollaron su actividad entre 1623 y 1655.
Fenómeno propio del mar Caribe, y al amparo de los europeos, aunque no siempre se respetaron mutuamente, es el filibusterismo. Esa conjunción esporádica de intereses con Francia, Inglaterra y Holanda hizo que el fenómeno filibustero se extendiese también al Pacífico. “Los filibusteros resultaron de la fusión de los bucaneros y los corsarios. Aparecieron a partir de 1630 hasta 1680, principalmente en la isla de Tortuga.” 191
Doctores tiene la Iglesia, pero las diferencias existentes entre pirata, bucanero y filibustero son parecidas a las existentes entre un huevo de gallina y otro huevo de gallina, siendo que, para determinadas potencias, también el uso de los corsarios tiene las mismas diferencias. Pero es necesario matizar lo señalado: los corsarios de determinadas potencias tienen las mismas similitudes, no porque el uso del corso deje de tener reflejo en la legalidad internacional, sino porque determinadas potencias, y muy en concreto Inglaterra, Holanda… daban patente de corso en tiempo de guerra a quienes en tiempos de paz seguían ejerciendo la misma función, contra los mismos objetivos, pero en esa ocasión, con la autorización verbal, no escrita, de las potencias de las que dependían.
Lo cierto es que no había gran diferencia entre las actividades desarrolladas por ingleses o por holandeses, siendo que esa ambivalencia (guerra-corsario, paz-pirata) acabó produciendo cierta asociación de ideas por parte de quienes padecían las incursiones. Así, el imaginario popular que señalamos al principio ha hecho que perdure en el tiempo el reconocimiento del adjetivo “inglés”, como “pirata”, algo que, curiosamente, no se repite con el adjetivo “holandés”, si bien poco o nada se llevaban unos y otros. En cualquier caso, es curioso cómo perdura ese imaginario a pesar de la corrección política, la aculturación y la “britanización” a que está sometido el mundo hispánico.
Es el caso que, ante la incuestionable superioridad militar española, las potencias europeas sólo podían oponer la leyenda negra y la delincuencia organizada. Así, conforme señala Nancy Magali, “Inglaterra, Holanda, y en menor medida Francia, emplearon durante el siglo XVI y primer cuarto del siglo XVII unos corsarios que frecuentemente combatieron contra buques y poblaciones españolas en tiempo de paz. Para los españoles eran auténticos piratas, y se extrañaban cuando les aplicaban tal calificativo.” 192
La verdad es que, entre Francia y España hubo guerra entre 1494 y 1498; entre 1499 y 1501; entre 1501 y 1504; entre 1521 y 1526; entre 1536 y 1538; entre 1542 y 1546; entre 1551 y 1559, y en el siglo XVII, entre 1635 y 1659. Puede admitirse, por tanto, el título de “corsario” para quienes asolaron las costas españolas en nombre de Francia en ese tiempo.
Con Inglaterra pasaba algo similar; las guerras se libraron entre 1585 y 1604; entre 1625 y 1630, entre 1655 y 1660; entre 1700 y 1713; entre 1727 y 1729; entre 1739 y 1748; entre 1756 y 1763; entre 1779 y 1783.
Por su parte, con las Provincias Unidas, en abril de 1609 se firmó en Amberes la conocida como “Tregua de los doce años”, en la que se reconoce la independencia de las siete provincias del norte de los Países Bajos, renunciando España a su pretensión sobre ellas, lo que fue aprovechado por Holanda para reforzar su actividad pirática.
Pero resulta que los primeros franceses procesados por el Santo Tribunal de Lima, lo fueron en 1565, y en cuanto a ingleses y holandeses, ya hemos señalado que su actuación se verifica en época de paz o en época de guerra, alternando a conveniencia sus particulares intereses, entre los que figuraba el tráfico de esclavos como elemento principal.
Uno de los que con más “honor” actuó en estos ámbitos fue John Hawkins, que ha pasado a la historia no sólo por el padre del pirata que salvó la piel al haber repudiado la herejía en Lima, sino porque “en las expediciones de negrero y contrabandista; se halló en el combate de Veracruz, escapando á la derrota con el navío Judit, y se apropió la carga sin querer dar cuenta á su jefe de lo que salvó.”193
Y es que “Hawkins se dedicaba activamente al tráfico de esclavos negros, transportándolos de África a América. Fue el que inició al por mayor dicha operación”194, siendo que en sus barcos, y según señala Báez Camargo, “había pena de azotes a quien no asistiera a los cultos de a bordo”.195 Cultos que, evidentemente, eran luteranos.
También aprovechaba para contactar con sus agentes en Canarias. Así hizo en el viaje que salió de Plymouth el 9 de noviembre de 1566. “Los libros de Registro del citado puerto inglés nos revelan los nombres de los tres navíos que componían la flota. Eran éstos: el Powel de 200 toneladas, mandado por James Hampton; el Salomón de 100 toneladas, cuyo capitán era James Raunse, y el Pasco de 40, conducido por Robert Bolton John Lowen tenía el mando y la responsabilidad de la expedición, acompañándole, como persona de la confianza de Hawkins, Thomas Hampton.”196
Entre los tripulantes figuraba un joven inglés, desconocido por entonces, que hacia a los veinticuatro años su primer viaje a las Indias: Francis Drake, su primo hermano (aunque era conocido como su sobrino), que sería su continuador en el negocio de tráfico de esclavos.
Datos de sus actividades nos han llegado de este año, como consecuencia de su arribo a Canarias. No sería la única visita que el pirata realizaría a Canarias, generalmente en el mes de noviembre.
Fue el año 1567 cuando saltó la alarma. Señala Andrés Acosta González que “objeto del mayor recelo, tanto por parte del pueblo como por parte de las autoridades militares, fue la visita que el pirata John Hawkíns realizó primero en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y luego en el de San Sebastián de La Gomera durante su tercera expedición a Indias. El pirata contaba con muy buenos contactos en ambas islas. A su navío, el Jesus of Lubeckn, subieron en Tenerife los clérigos Pedro Soler y Mateo de Torres. El propio Hawkins viajó a Adeje, donde departió con el comerciante español Pedro de Ponte en la casa-fuerte del lugar. A la recepción que el pirata da en La Gomera asiste lo más influyente de la sociedad isleña, encontrándose presente el encausado Sarmiento …/… Hawkins partió de La Gomera en dirección a Cabo Verde el 4 de noviembre de 1567. Desde las islas de Cabo Verde continuaría viaje a las Indias.”197
Pero la Gomera no estaba administrada como las otras islas, y el asunto fue tratado con lentitud. Fue el 23 de mayo de 1568 cuando inició la Inquisición el proceso, en Tenerife, tras la denuncia presentada por Juan de Arcaya, alcalde de Garachico, contra Pedro de Ponte que denunció que "un ingles que se llama Joan Lobel, criado de Joan Aquines, dixo en una de las ocasiones en que había visitado Tenerife que botava a Dios que había de venir a estas islas y que aquella Nuestra Señora que esta en Candelaria avía de quemar ya su lumbre avía de asar un cabrito".198
El 28 de mayo de 1568 los calificadores declararon haber motivo de herejía; y por tal causa fue encarcelado Pedro Soler el 30 de junio de dicho año. El 9 de Junio sería arrestado también Mateo de Torres por el mismo delito.
Pero esta actividad inquisitorial no se extendió de inmediato a las otras islas, siendo que, según señala Andrés Acosta “La isla de la Gomera se acabó transformando en un auténtico refugio de piratas. Don Diego de Ayala y Rojas, conde de La Gomera, actuaba como anfitrión de piratas en las espléndidas fiestas que daba.../… Bethencourt estudia las visitas de los corsarios franceses Jacques Sores y Jean de Capdeville. El saqueo, incendio y asesinato de éste último, amén de la presencia continua de luteranos y calvinistas, acabaron por poner en guardia a la Inquisición.” 199
Manifiestamente, las potencias europeas prestaban más atención a su labor que España a contrarrestarla. Esta faceta de la delincuencia era llevada a cabo por las potencias europeas tanto en época de guerra como en época de paz, con el apoyo de la comunidad sefardí, que no sólo colaboró económicamente, sino con el aporte de destacados piratas, entre los que David Abrabanel era elemento principal. Según José Chocrón Cohén, “proveniente de una un ilustre linaje de sabios (a la que perteneció don Isaac Abrabanel), quien logra zafarse de de la persecución inquisitorial y llega a las Antillas convertido en un temido corsario a favor de los ingleses. Abrabanel asoló las costas sudamericanas bajo el pseudónimo de «Capitán Davis», comandando una flamante nave llamada The Jerusalem. Parece ser que se abstenía de atacar naves en Shabat. Los alimentos en su embarcación eran rigurosamente casher y la bitácora de viaje de sus naves estaba escrita en caracteres hebreos. El Capitán Davis, uno de cuyos compañeros fue el pirata Subatol Deul, trabó relación, según afirma Vainroj, con el hijo del corsario sir Francis Drake y con él estableció una alianza antiespañola que, en la historia de la piratería caribeña, es conocida como la «Fraternidad de la Bandera Negra» (Black Flag Fraternity).”200
Esa circunstancia, la de la relación sefardí con la piratería, queda refrendada por la actuación de los británicos. Sirva como ejemplo el caso referido de Francis Drake y el capitán Davis, y sirva el dato que John Hawkins, capitaneaba un barco apellidado el Salomón, así como que capitaneando un pequeño buque llamado Judith en 1567, y a las órdenes de John Hawkins, Drake fue desecho por la flota española en Veracruz, donde perdió dos barcos y no tuvo más remedio que huir.
La realidad de estos extremos nos resulta constantemente reflejada por las actuaciones de los piratas, pero baste señalar que el año 1625, franceses e ingleses tomaron San Cristóbal; en 1628, Inglaterra ocupaba Barbados (431 km2) y Nevis (que junto a San Cristóbal suma una extensión de 269 km2; en 1632 tomaba Montserrat (102 km2) y Tobago (300 km2); en 1634 Francia ocupaba San Bartolomé (22,1 km2) y Santa Lucía (617 km2); en 1635 Guadalupe (253,8 km2) y Martinica (1128 km2), mientras Holanda, en 1634 ocupaba Curaçao (444 km2) y tomaba asiento en Guayana , y Francia, en 1604 se instalaba en Guayana y el gobernador francés de San Cristóbal, Le Vasseur, tomaba la isla de Tortuga (180 km2).
Era el principio de los asentamientos de piratas. Debemos tener en cuenta que en 1625, como en 1634, Francia no estaba en guerra con España, como tampoco en 1632 Inglaterra estaba en guerra con España. Tampoco lo estaba Holanda en 1640. Por otra parte, la extensión de lo ocupado no podía servir sino como base desde donde organizar incursiones sobre la España americana.
La isla de Tortuga, que junto a Jamaica sería el principal puerto de piratas, fue ocupada en 1625 “en colaboración con piratas ingleses. En 1627, Bélain d'Esnambuc, actuando en nombre del cardenal Richelieu, desembarcó en Saint-Christophe un contingente de trescientos emigrantes normandos. En 1635 Francois Fouquet fundó en París una Compañía de las Islas de América. Fouquet era un mercader interesado desde su juventud en el comercio con América del Norte; era padre del financiero de Luis XIV, Nicolas Fouquet, y miembro del Consejo de la Marina. Francois Fouquet y Liénard de l'Olive recibieron permiso para ocupar Guadalupe y Martinica, lo que hicieron rápidamente; en Guadalupe, ya en el primer año de la colonización, se comenzó a cosechar tabaco. También se declararon francesas las islas de Santa Lucía, San Vicente, las Grenadinas y Grenada, aunque un intento de consolidar este pequeño imperio ocupando la isla intermedia de Dominica fracasó, debido a la acción de los indios caribe que sobrevivían peligrosamente en ella.”
En cualquier caso, no es el inicio de la piratería por parte de las potencias europeas. Nos señala Reinhard Augustín Burneo que “para finales del siglo XVI flotas de corsarios holandeses cruzaron por primera vez el estrecho de Magallanes. En 1598 zarpó de Rotterdam la expedición de Jacobo Moore o Malin, con una flota de cinco navíos y 547 hombres. Tras la muerte repentina de Moore, la expedición fue dirigida por su teniente Simón Cordés, saqueando varios puntos de la costa chilena antes de rendirse finalmente en Valparaíso, sin llegar al Virreinato del Perú. Sin embargo, Baltazar de Cordés, hermano de Simón, continuó por algún tiempo el acecho a las costas del sur de Chile, saqueando el pueblo de Castro y atacando diversos puntos de su litoral. Al ser apresados, Cordés y sus hombres negaron haber tenido la intención de atacar las costas del Perú, pero advirtieron de otra expedición holandesa que venía en camino para atacar la capital del Virreinato del Perú: la expedición de Olivario de Mort.”201
Pero el camino ya había sido señalado pocos años antes. Cuando Drake se dio a piratear el Pacífico ya era un reputado marino inglés que había desarrollado sus actividades delictivas a plena satisfacción. Así lo confirma J.R. Muñoz, que lo define así: “El caballero Drake, (así lo llaman los historiadores) a quien sus piraterías habían hecho ya célebre, era uno de los muchos aventureros que en aquella época recorrían los mares, campeando en ellos por su cuenta, asaltando y pillando las embarcaciones que, cargadas de tesoros, hacían el viaje entre el nuevo y viejo mundo. Sus latrocinios y depredaciones en el golfo de México le habían proporcionado gran fortuna, y alentado con tan felices resultados, concibió la idea de piratear en los mares del Sur, cruzando por el Estrecho de Magallanes.”202
Esta iniciativa, favorecida por la Inglaterra que entonces se encontraba en paz con España, dio lugar a la aventura. Al respecto, señala Reinhard Augustin Burneo que “la primera incursión importante de piratas en nuestros mares se dio en 1579, en tiempos del virrey Francisco de Toledo, cuando la flota del inglés Francis Drake atacó los puertos de Paita y del Callao, desmintiendo de golpe la idea generalizada en la población que los piratas no serían capaces de cruzar al Océano Pacífico. Drake zarpó en 1577 del puerto de Plymouth, con cinco naves y ciento sesenta y seis hombres. Esta expedición, dirigida inicialmente contra galeones españoles en Las Antillas y sus costas vecinas, contó con el abierto auspicio de la Corona inglesa y de la reina Isabel I especialmente.”203
“El 21 de agosto de 1578, el pirata Francis Drake cruzó el Estrecho de Magallanes para adentrarse en el océano Pacífico, donde aprovecharía para saquear una buena cantidad de naves españolas y atacar por sorpresa varias ciudades de la costa pacífica. El virrey del Perú, Francisco de Toledo, alarmado por estas correrías envió dos navíos en su captura, al mando de uno de ellos estaba Pedro Sarmiento de Gamboa. Las naves llegaron a la boca occidental del estrecho el de 21 de enero de 1580 y salieron por la oriental el 24 del mes siguiente.”204
Reinhard Augustin Burneo, señala que, a bordo del Golden Hind205 “cruzó el Océano Pacifico a través del paso descubierto por Fernando de Magallanes en 1520, recorriendo la costa entera del Pacífico americano llegando hasta Canadá y reclamando territorios en las costas de California para la Corona inglesa, robando y saqueando puertos y embarcaciones en su camino.”206
Llegó a ocupar Valparaíso, que contaba con una población de nueve o diez familias, que ante la llegada del pirata huyeron. Sometió la ciudad a saqueo y pillaje. Señala J.R. Muñoz que “Drake se dirigió primeramente a la capilla, de la cual extrajo todas las prendas de algún valor que encontró en ella, a saber: un cáliz de plata, dos vinajeras del mismo metal y los paños del altar. Recorrió luego la pequeña población, que registró y saqueó con satánica avidez, consiguiendo apoderarse, entre otras cosas, de una gran cantidad de mosto (vino de Chile) que era en aquella época uno de los principales artículos de comercio.” 207
Tras esta acción continuó esa tarea por todos los pueblos de la costa hasta el mismo Callao, de donde partió para Inglaterra, a la que arribó, tras tres años de navegación y pillaje.
La verdad es que la aparición de estos delincuentes encontró a todos, población y autoridades, desprevenidos y confiados en la lejanía, tranquilidad y seguridad del “lago español”. Esa feliz despreocupación de los españoles posibilitó que el pirata se encontrase “solo en la Pelican, que era de 240 toneladas, con 14 piezas de artillería y 90 hombres de tripulación, por lo que puede deducirse de muchas noticias contradictorias. No era mucha la fuerza del bajel, y acaso se exagera el número de hombres; bastó, sin embargo, para hacer á Drake dueño y señor del mar del Sur, porque vivían por sus costas los españoles tan ajenos á la visita, tan confiados y desprevenidos como si estuvieran en los tiempos de Octavio, sin barco alguno armado, sin reparo en los pueblos y aun sin armas en los campos. El inglés atracó la costa de Chile, empezando su agosto en Valparaíso con la captura de un barco cargado de vino en que iban de extraordinario 25.000 pesos de oro; siguió hacia el Norte saqueando las iglesias y quemándolas, haciendo daño por el placer de hacerlo donde no había cosa que robar. En Arica se apoderó de tres barcos que conducían lingotes de plata; en el Callao tomó otro que valía, y cortó las amarras de 12 surtos en el puerto para que dieran al través. Supo entonces que la nao del tesoro había salido días antes en dirección de Panamá, y á toda vela siguió tras ella hasta alcanzarla sobre el cabo San Francisco y hacerse su dueño sin dificultad ni resistencia, pues no llevaba armas. Conducía registrados 360.000 pesos y efectos, de que se apoderó, sin hacer daño á los españoles; antes á los seis días de retenerlos prisioneros les dejó la lancha á fin de que en ella se fueran á tierra.”208
Tras estos y otros actos piráticos, regresó a Inglaterra, donde el embajador español reclamó la devolución de lo robado, a lo que la reina respondió nombrando caballero al pirata.
Salvo el terror y la destrucción, poco aportó Drake… salvo el haber abierto el melón del saqueo a las costas del Pacífico. Como consecuencia inmediata, en 1586 Cavendish hace una primera expedición por el estrecho de Magallanes, que es destruida, obligándole a huir.
Una nueva incursión británica, señala J. R. Muñoz, “tuvo lugar en 1589 y fue dirigida por Andrés Merlick [Merrick, Ed.], que salió de Postmouth [Portsmouth, Ed.] en el navío Plaisir: esta expedición fue muy contrariada por los vientos y no alcanzó a navegar todo el Estrecho. La tercera expedición fue la de Juan Chidley, y se efectuó en 1591, con tan ímprobos resultados como la anterior, pues de la escuadra que conducía, sólo uno de sus buques pudo penetrar al Estrecho, el que, después de muchos contratiempos, y hallándose en viaje para Europa, naufragó en las costas de Normandía.”209
Pero la presa era de una importancia que exigía nuevos esfuerzos. Ahora iniciaría su actividad en el Pacífico, auspiciado por los intereses sefardíes, la ambición holandesa, conocedora ya de las posibilidades que tenía practicando la piratería. No en vano el pirata Simón Fernández estaba bien relacionado en estos ámbitos, ya que “desde 1579 hasta 1583, se embarcó con varias personas allegadas al célebre pirata y corsario inglés sir Walter Raleigh, llegando a convertirse en el capitán piloto del propio Raleigh. En estos viajes, Fernández viajó a las Indias Occidentales, la costa noreste de América del Norte y las Molucas, islas del océano Pacífico ricas en especias.”210
Otro personaje que influyó en la actividad de los Estados Generales fue Samuel Pallache, sefardí que en 1591 fue embajador en Madrid del sultán de Marruecos. “Rico comerciante, Samuel Pallache obtuvo del sultán de Marruecos el monopolio del comercio con Holanda y en 1608 fue designado por éste como agente representante del Sultán en La Haya, Holanda. El 23 de junio de 1608 fue recibido por el estatúder (stadholder) Mauricio de Nassau, futuro príncipe de Orange, y los Estados Generales de los Países Bajos para negociar una alianza de mutua asistencia contra la corona de España.”211
Cuando Pallache llegó a Holanda, ya había iniciado ésta su actividad de piratería contra España, y entre sus miembros destacados figuraban judíos como Simón de Cordes. Al respecto dice Clicie Nunes que “la primera incursión holandesa en el Estrecho (1598 – 1600) pretende establecer una nueva ruta comercial hacia las Indias Orientales, con el apoyo de los Estados Generales, que libera de impuestos a los expedicionarios y les facilita cañones. Pretendiendo alcanzar las Molucas, actual Japón, ocupado entonces por los portugueses, las naves, comandadas por Jacques Mahu y Simon de Cordes siguen la ruta abierta por Drake y Cavendish. Guarnecidos en una ensenada, la Bahia Cordes, atacan y destruyen la ciudad de Castro, en la isla de Chiloé, mandados por Balthasar de Cordes y con la ayuda de los araucanos.”212
En enero de 1587 y en el curso de la guerra que enfrentaba a España contra Inglaterra, Thomas Cavendish, en esta ocasión ejerciendo de corsario, surcó el estrecho de Magallanes. En el curso de esta travesía llegaron a la ciudad del rey don Felipe, donde pudieron comprobar la triste situación en que habían terminado sus habitantes, a los que les negó cualquier tipo de ayuda, limitándose a recoger a uno de ellos que le resultaba útil para usarlo como intérprete, abandonando a los demás su suerte, y renombrando el establecimiento como Puerto del Hambre.
Al iniciar sus correrías por el Pacífico, en Guayaquil Cavendish se vio obligado a retirarse tras sufrir una emboscada de los propios vecinos. Señala José Toribio Medina que “el resultado de la refriega había sido que los ingleses tuvieron tres muertos y nueve prisioneros, los cuales fueron luego conducidos a Santiago, donde justiciaron a seis.”213 Los otros tres ingleses serían traspasados a la Inquisición, que condenó a cuatro años de cárcel en un monasterio a Guillermo Estevens; a Tomás Lucas, a cuatro años de galeras, y a Guillermo Helis a seis años de galeras. En el mismo Auto de Fe salió el francés Nicolás Moreno, condenado a procesionar en el auto.
Pero finalmente Cavendish obtendría lo que buscaba. Javier de Navascués hace la fotografía del mismo: “El éxito definitivo y clamoroso de la expedición se fraguó algo más tarde, cuando, ya en el cabo San Lucas de la Baja California, Cavendish sorprendió al galeón de Manila Santa Ana. Este tipo de embarcaciones surcaban la ruta abierta por Urdaneta entre Filipinas y América, llevando cada año un riquísimo contingente de oro, plata, especias y sedería. Después de una lucha desigual, ya que los españoles carecían de artillería, los ingleses capturaron y hundieron el barco. Se estima que el botín del Santa Ana ascendió a dos millones de pesos.
Con este rico tesoro Cavendish cruzó el Pacífico, hizo escala en distintos puntos del Sudeste asiático y África y el 9 de septiembre de 1588 alcanzó el puerto de Plymouth con una única nave, la almiranta Desire, que llevaba las velas forradas en seda de la China (Fernández Duro, 1972: 52). Fue recibido como un héroe por la reina Isabel en un año glorioso para Inglaterra, ya que se acababa de derrotar a la Armada Invencible.” 214
Los marineros ingleses tardaron dos semanas en saquear el galeón, haciéndose con 122.000 pesos de oro y algunas de sus sedas, brocados, perlas, rasos, damascos y otras mercancías finas, que en Manila se había estimado que valían más de un millón de pesos. Sin embargo, Cavendish no disponía de bastante gente para tripular el galeón, ni tampoco de suficiente espacio en sus navíos para embarcar todo el cargamento, ya que había perdido el George. Por tanto, después de poner en tierra a la mayoría de los 190 pasajeros y tripulantes del Santa Ana, Cavedish le prendió fuego, lleno todavía con el 90% de su cargamento original de 500 toneladas.
Es cierto que en 1587, cuando Cavendish capturó, saqueó e incendió el Galeón de Manila, España e Inglaterra estaban en guerra; puede interpretarse tal acto, pues, no como un acto de piratas, sino de corsarios, pero si tenemos en cuenta que “no sólo robó su cargamento de oro, almizcle, sedas, perlas y demás lujosos productos, sino que se cebó contra su tripulación y pasaje, matando a algunos, raptando a otros y abandonando al resto en una isla desierta”215, podemos interpretar el hecho como un acto de pura piratería, y como tal serían tratados sus secuaces. Tres miembros de su escuadra, Walter Tillert, Eduardo Tillert y Enrique Oxley fueron capturados junto con otros piratas en el puerto de Quintero en 1587.
Todos fueron puestos a disposición del Tribunal. Este condenó a la hoguera a los tres referidos, que serían relapsos en el Auto de Fe de 5 de abril de 1592, y reconcilió a los demás.
Cavendish, al fin, retornaba con la armada diezmada, sí, pero fue la demostración que necesitaba Inglaterra para justificar la piratería, y es que esta acción de rapiña fue, sin lugar a dudas, la empresa más importante jamás llevada a cabo hasta el momento, a la que no se dio la importancia mediática que sin embargo recibió el desastre de la Grande e Felicísima Armada, que ni fue tan importante como vienen señalando desde entonces ni la armada británica tuvo tanto que ver en el desastre, como quedó demostrado el año siguiente, 1589, cuando Inglaterra organizó la invasión de España que debía ser llevada a cabo por una armada al mando de los piratas Drake y Honréis sobre Santander, la Coruña y Lisboa, para lo que contaban con la colaboración de Antonio de Crato, pretendiente a la corona portuguesa. La operación acabó en una total derrota sin precedentes para los ingleses y constituyó un rotundo fracaso de dimensiones comparables a las de la famosa Grande e Felicísima Armada española. A raíz de este desastre, el que había sido hasta entonces héroe popular en Inglaterra, Sir Francis Drake, cayó en desgracia.
Cavendish llevaría a cabo una segunda expedición que tuvo un resultado dramático para él y venturoso para los demás. Amargado y solo, tras sufrir un motín de sus piratas, murió por causas desconocidas en 1592 cerca de la isla de Ascensión.
En la misma lucha contra España, Holanda continuaba y completaba la acción de sus aliados británicos. En ese sentido, señala J.R. Muñoz que en 1599, “habiendo muerto del escorbuto durante la navegación el general Jacobo Mahú [o Moore o Malin], que mandaba la primera escuadra holandesa que penetró a Magallanes, le sucedió en el mando el vicealmirante Simon de Cordes, que alcanzó a desembocar en el mar del Sur, con sólo dos buques de los seis que formaban su expedición.
Llegado a la isla de Santa María, donde fue muerto el almirante de Cordes y 23 de los suyos por los indios, uno de sus buques fue apresado en Valparaíso y conducido al Callao, según consta de la relación de este viaje, publicada de orden del rey de España en 1788; el otro perdió su rumbo y llegó al Japón casi sin gente.”216
A pesar de ello, una nueva expedición holandesa salió en 1599. ¿Estaban involucrados Simón Fernández y Samuel Pallache? Esa cuestión se niega a mostrarse en los esfuerzos de esta investigación; lo cierto es que sólo tres años después sería creada la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, donde los intereses de la comunidad sefardí quedaron revelados y es el caso que esta expedición, y según J.R. Muñoz, “fue también costeada por una sociedad de especuladores y dirigida por Oliverio Noort: constaba de cuatro navíos y dos yatz, y salió de Holanda en 1599. Esta expedición sufrió las mismas o parecidas contrariedades que la anterior, y como ella tuvo la fortuna de desembocar en el Pacífico, después de haber perdido sobre 100 hombres de sus equipajes.”217
En su expedición de 1599 “recorrió Noort toda la costa de Chile, se apoderó de una embarcación española, a cuyo piloto hizo arrojar más tarde al agua porque no le entregó los tesoros que traía, prefiriendo antes echarlos al mar; tocó en Valparaíso, donde incendió tres buques mercantes que se hallaban en el puerto, y después de cometer otras atrocidades y violencias del mismo género en diferentes puntos de la costa, y de varios combates con las naves españolas, logró regresar a su patria por el Cabo de Buena Esperanza, sin más gloria que la de haber dado vuelta al globo.”218
Se trata, como vemos, de expediciones humanamente dramáticas, que podrían entenderse si el fin marcado hubiese sido honesto, pero manifiestamente no puede calificarse como tal su objetivo.
Según el mismo autor, “La tercera expedición holandesa, compuesta de seis navíos, tuvo lugar en 1614 y fue mandada por el almirante Spilberg, el cual llegó á cruzar el Estrecho sin mucha dificultad, y fondear en Valparaíso, cuyos habitantes, antes que rendírsele, prefirieron pegar fuego a la población.”219 Sucedía el 12 de Junio de 1615 cuando una nueva expedición llegaba a las costas pacíficas, la del “corsario alemán Joris van Spielbergen; compuesta por seis naves, la expedición había partido de Zeeland el 8 de agosto de 1614, bajo el auspicio holandés del príncipe Mauricio de Orange.”220
Pero en esta ocasión, a pesar de estar las autoridades españolas sobre aviso del arribo de los piratas, no estuvieron a la altura de las circunstancias y cometieron una sucesión de errores que dejaron prácticamente indefensa la costa. Fue destacada una flota armada ¡compuesta de dos navíos!, que tras grandes dificultades acabó siendo aniquilada en su enfrentamiento con los piratas.
Tras su victoria sobre la armada española, “Spilberg se dirigió al Callao, donde no penetró por respeto al cañón de los castillos, y siguió hasta Paita, cuya población saqueó y quemó; de Paita marchó adelante, haciendo desembarcos en toda la costa y pillando cuanto podía haber a la mano. Hizo algunas presas de valor y se regresó por fin a su patria, cargado con el fruto de sus depredaciones. ”221
Primeras incursiones inglesas en territorio novohispano y centroamericano
Tras la exitosa expedición de Spilberg, una nueva incursión pirática salió de Holanda. Fue la de Jacques Clerck, que “zarpó en abril de 1623 desde Rotterdam, con doce grandes embarcaciones armadas con doscientos noventa y cuatro cañones y mil seiscientos cuarenta hombres. La escuadra cruzó el Cabo de Hornos a inicios de 1624 y el 8 de mayo ancló en la isla de San Lorenzo, frente a Lima; desde la isla L’Hermite acechó y hostigó el Callao por cuatro meses, entre mayo y agosto de 1624. Este pequeño ejército, conformado por franceses, flamencos, ingleses, escoceses e irlandeses, constituyó la más numerosa y amenazadora escuadra en recalar alguna vez frente a Lima.”222
“A pesar de este gran poderío de armas y tropa, esta expedición fracasó contándose grandes pérdidas humanas, falleciendo también por enfermedad el almirante L’Hermite.”223
A pesar de la fuerza de la expedición y de los saqueos llevados a cabo, esta expedición recogió un nuevo fracaso para la Compañía de las Indias Orientales. La fuerte defensa de la costa obligó a los piratas al abandono de su empresa, en la que perdieron a cerca de seiscientos hombres.
Como consecuencia de los reiterados fracasos, señala Reinhard Augustin Burneo que “Desde mediados del siglo XVII fueron tornándose más esporádicas las expediciones de piratas y corsarios en este lado del continente sudamericano; a la dificultad de la navegación por el estrecho de Magallanes se sumaban ahora la dificultad para conseguir agua fresca en una costa desértica y bloqueada, y el cada vez mejor armamento y fortificación de puertos y buques de la armada realista y las ciudades costeras de los virreinatos españoles.”224
Al hablar de los ataques piratas podemos hablar de sucesivos fracasos de las potencias europeas que los financiaban. No obstante, el daño ocasionado era inmensamente mayor. Al respecto, el historiador británico John Linch señala que “en 1624, cuando l’Hermite interrumpió las operaciones relacionadas con la extracción de plata, los costes de defensa se dispararon hasta los 1,5 millones de pesos, casi el 38 por 100 de los ingresos de la corona, la cifra más alta durante toda la centuria. En 1658, el presupuesto de defensa consumió casi el 29 por 100 de los ingresos. Aunque estos son sólo dos años aislados, lo cierto es que en los últimos decenios de la centuria, especialmente durante los años de mayor actividad de los bucaneros, 1680-1690, los gastos de la defensa tendieron a aumentar de forma inequívoca, a expensas de las remesas enviadas a España. Durante los primeros 50 años del siglo XVII, la plata que se exportaba a España suponía el 41 por 100 de los ingresos totales y los costes de defensa el 14 por 100. Pero en el período 1650-1690, los costes de defensa absorbían el 21 por 100 de los ingresos y las remesas a España disminuyeron hasta el 25 por 100. El problema real comenzó hacia 1680. En los años 1681-1690, el tesoro de Lima envió a España tan sólo el 7 por 100 de sus ingresos, 1,8 millones de pesos, mientras que el 33 por 100, 8,3 millones de pesos, se destinó a gastos de defensa.”225
La tranquilidad se mantuvo durante casi dos décadas, hasta que en 1642, y según Günter Bohm, “en consideración a que Holanda se mantenía todavía en guerra con España, se logró organizar una nueva expedición a la costa del Pacífico después de haber analizado las ventajas que resultarían al fundar algunas colonias holandesas en los dominios españoles de ultramar. Tres barcos, al mando del almirante Henrick Brouwer zarparon desde Holanda hacia Pernambuco donde el gobernador Mauricio de Nassau debía autorizar esta nueva empresa (Barros Arana 1931: 404- 412). Desde este puerto brasilero, en manos de los holandeses, partió en enero de 1643 una flota de cinco naves llevando alrededor de 350 soldados hacia la costa chilena con el fin de ocupar la isla de Santa María y establecerse en Valdivia con la ayuda de los indios. Brouwer, hombre de avanzada edad, falleció durante el trayecto siendo reemplazado por el oficial Elías Herckmans, designado previamente por el conde Mauricio de Nassau para suplantarlo en caso de emergencia. Herckmans, una vez que desembarcó su tropa en Valdivia, dio sepultura a su almirante, parlamentando más tarde con los indios de la zona para conseguir su ayuda en la guerra con los españoles. Entusiasmado por el resultado de las conversaciones, pidió más refuerzos desde Pernambuco convencido de que más adelante podría apoderarse no sólo de Chile sino también sublevar a los indios del vecino Perú, atacar al puerto del Callao y desembarcar allí a sus tropas.”226
La realidad fue bien otra. Los holandeses tomaron Valdivia el 24 de agosto de 1643, apoyados por una fuerza indígena, pero se vieron obligados abandonarla el 28 de octubre del mismo año, al ser acosados por los mismos indígenas.
La de Brouwer fue la última incursión pirática holandesa en el Pacífico, quedando esta actividad, casi en exclusiva para los ingleses.
Nos encontramos nuevamente en un momento en el que las depredaciones piráticas se paralizan; uno de los posibles motivos nos lo remarca Gianandrea Nelly Feroci: “El siglo XVII está caracterizado por grandes cambios históricos-políticos, como la conclusión formal de las guerras de religión decretada por la Paz de Westfalia en 1648.”227
Podemos concluir que la suma de los aspectos señalados puede ser el origen de esas décadas de tranquilidad. Pero si Holanda tiraba la toalla, volvía a recogerla Inglaterra. En abril de 1680 todo el poder de la piratería inglesa se congregó en el Pacífico. Señala John Linch que “primero capturaron a todos los barcos que navegaban por el golfo de Panamá y luego, después de atacar, saquear y capturar un cargamento de plata en las proximidades, navegaron hacia el sur por la costa del Pacífico a las órdenes de Bartholomew Sharp. Durante más de un año sometieron a pillaje a la costa occidental de Suramérica, incluido el puerto de embarque de la plata de Arica, y capturaron dos valiosos barcos cargados de plata. Finalmente se marcharon por el cabo de Hornos y llegaron a Barbados en febrero de 1682. Este era el ataque más grave contra el Pacífico español que se había producido hasta el momento. El móvil no había sido el deseo de conquista y de colonización, sino el saqueo.”228
Al respecto señala Reinhard Augustin Burneo, que“Melchor Liñán de Cisneros, arzobispo de Lima y gobernante interino del Virreinato entre 1679 y 1681, hubo de enfrentar también el ataque de los piratas ingleses: Jhon Warlen (Juan Guarin) y Bartolomé Chearps, quienes apresaron un importante galeón español, el Trinidad, y saquearon los poblados costeros de Barbacoas, Coquimbo y La Serena en Chile, e Ilo y Arica en el Perú. En este último puerto desembarcaron los piratas y se enfrentaron a una fuerza enviada a bordo de dos buques artillados desde Lima por el arzobispo Liñán; once de los piratas apresados en Arica fueron colgados en la Plaza Mayor de Lima poco después.”229
No había guerra entre España e Inglaterra cuando Bartolomé Sharp, Juan Warlen, Eduardo Bolmen, William Dampier llevaron a efecto sus depredaciones. Señala John Lynch que “La operación más importante de los bucaneros en el Pacífico comenzó en marzo de 1684 cuando penetraron 3 barcos ingleses, 2 de ellos a través del estrecho de Magallanes y el tercero por el cabo de Hornos. Avanzaron hacia América Central y allí se les unieron otros grupos de piratas que habían cruzado el istmo de Panamá. En junio de 1685 esperaron en el golfo de Panamá a una flota española cargada de plata procedente de El Callao, una «flota» que pese a la envergadura de su misión sólo estaba formada por 2 galeones, uno de los cuales se hundió después de una explosión, y un patache. Pese a todo los españoles desembarcaron su tesoro y luego se enfrentaron a los piratas. Los invasores escaparon y saquearon toda la costa. Atacaron los establecimientos costeros de Nicaragua, repararon sus barcos en las islas Galápagos, consiguieron algún botín en Perú, saquearon la costa peruana, atacaron América Central y México, devastaron Guayaquil, pero no pudieron dar con el galeón de Manila. Finalmente, los piratas abandonaron la zona entre 1686 y 1689, algunos a través de las Indias Orientales, otros por el cabo de Hornos o América Central, después de desembarcar en casi 30 emplazamientos, tras capturar 28 barcos, conseguir un botín por valor de más de 400.000 pesos y dar muerte a 29 soldados de las fuerzas que le hicieron frente.”230
Llegada la Guerra de Sucesión, las costas estaban protegidas por barcos franceses debido a la dependencia que con relación a Francia aportó la subida al trono de Felipe V, que estaba sufriendo en esos momentos la guerra en los virreinatos europeos.
Es en esta situación cuando, no con carácter de piratas, sino, dadas las circunstancias, con carácter de corsarios, las conocidas naves piratas de William Dampier, atacaron las costas de Perú desde 1704 al 1713, año en que se firmó el humillante Tratado de Utrecht. Durante este periodo, en medio de una importante actividad, fue cuando Dampier, el 22 de diciembre de 1709, capturó el Galeón de Manila Nuestra Señora de la Encarnación y el Desengaño, al que renombró Batchelor.
Estos aspectos son tratados en el capítulo relativo a los “Corsarios de la Guerra de Sucesión española”.
LAS RELACIONES INTERNACIONALES Y LA PIRATERÍA
“La mayoría de los juicios llevados a cabo durante los primeros años luego de la fundación de los tribunales fue contra corsarios y piratas de origen inglés, francés, holandés y alemán, mostrando que las tendencias del juicio eran religiosas y políticas.”231
Este aserto de Herlinda Ruiz deja marcado que la actuación llevada por la Inquisición contra los piratas no atendía los aspectos de delincuencia (piratería), como a todas luces resulta cierto, pero sin embargo deja señalado que las actuaciones eran por carácter político, lo cual no acaba de ser cierto a la vista de los procesos incoados contra los reos.
Que las causas ocultas fuesen políticas, o que el intrincado intelectual en que desenvolvía la existencia de la Inquisición tuviese algo que ver con la cuestión política es algo en lo que podemos convenir que es cierto, pero en ese caso también debemos convenir que la actividad de los piratas era principalmente de carácter político al servicio de las potencias europeas. En tal caso, tendríamos que convenir que las tendencias de los juicios eran religiosas, políticas y de persecución de la delincuencia. Algo que, en cualquier caso, y a la vista de los procesos, no queda reflejado, ya que la actuación de la Inquisición se limita, en todo caso, a los aspectos relacionados con la herejía.
La actuación inquisitorial, en puridad documental, se ciñe a la defensa de la ortodoxia católica, y no interviene en aquellos asuntos en los que no vislumbra herejía, y que en ese caso quedan al arbitrio de la jurisdicción civil. Otra cosa es que los delincuentes, al verse capturados por la autoridad civil incurriesen voluntariamente en herejía con el fin de ser transmitidos al Santo Tribunal, conocedores de la diferencia de trato que con relación a los tribunales civiles recibirían en el tribunal de la Santa Inquisición.
De hecho llegaron a existir conflictos jurisdiccionales motivados por esta cuestión, dado que la legislación civil imponía la pena de muerte a los piratas por el mero hecho de su actividad, mientras que el Santo Oficio procuraba la salvación del alma, y en la mayoría de las ocasiones solventaba la cuestión con una penitencia o con un “enclaustramiento” que en no pocas ocasiones se extendía a los límites de una ciudad.
Podemos aseverar que de los treinta y dos ejecutados por el Tribunal de Lima, veintinueve tuvieron relación con la piratería, pero para llegar a esa conclusión nos vemos forzados a alargarnos en la estructura de la piratería, pues ciertamente sólo cinco de ellos pueden ser identificados como ejercientes piratas.
Investigaron y juzgaron a más. Por el Tribunal pasó un total de cincuenta y ocho piratas, de los que, como hemos señalado, fueron ejecutados seis. El 10%... De donde se infiere que el 90% de los piratas que tuvieron la suerte de ser remitidos al Tribunal del Santo Oficio tuvieron mejor suerte que aquellos que fueron juzgados, o directamente ejecutados, por los tribunales de la Corona, atendiendo a las leyes marítimas.
Como venimos señalando, la actividad de la inquisición estaba fuertemente relacionada a las necesidades político-económicas de la corona, y a ese respecto, Gianandrea Nelli Feroci señala que llega un momento en que “empieza a permitir, muy pragmáticamente, cierta tolerancia hacia los protestantes extranjeros, en particular mercantes y marinos. Además, a partir del siglo XVII la mayoría de casos de piratería son juzgados por autoridades civiles y ya no por la Inquisición. En 1576 España e Inglaterra estipulan los Acuerdos Cobham – Alba, que garantizaban libertad de culto a los marinos ingleses, al menos que no hicieran proselitismos. Estas cláusulas, tras una virtual suspensión causada por la interrupción de la paz entre España y Inglaterra en 1585, y no en menor medida por la incursiones de Francis Drake en los mares españoles, fueron renovadas en el tratado comercial anglo español de 1604. En 1597 los comerciantes hanseáticos son autorizados a entrar en los puertos españoles, con la garantía que la inquisición no los persiga. Las mismas libertades fueron garantizadas a los marinos y mercantes holandeses después de la tregua de los doce años, estipulada en 1609, para ser suspendidas cuando recomenzaron las hostilidades en 1621, y restablecidas nuevamente al regreso de la paz en 1648, con el tratado de Münster. Dependiendo de cómo se desarrollaba la situación en los varios frentes de las guerras de religión, el siglo XVII se caracterizó entonces por amplios periodos de relativa tolerancia hacia los marinos protestantes, interrumpidos y restaurados más de una vez, hasta la conclusión oficial del conflicto religioso decretada por la paz de Westfalia (1648) y el Tratado de los Pirineos (1659).”232
Esa pragmática aplicada a las relaciones internacionales se refleja de hecho en la actividad del Tribunal de Lima, siendo que en los Autos de Fe, que están relacionados en otro capítulo, figuran luteranos hasta el Auto de 1600, no volviendo a aparecer hasta principios del siglo XVIII, salvo el caso de Pieter Jan y de Adrián Rodríguez, del año 1625. No por ello en este periodo dejaron de tratarse asuntos que suponemos, aunque documentalmente no podemos probar, relacionados con la piratería, si bien en estos casos, los procesados no eran ingleses ni holandeses, sino judaizantes relacionados de una manera directa con las empresas holandesas de piratería. El asunto es tratado específicamente en el capítulo “La complicidad grande”.
Durante este periodo, los piratas serían atendidos por jurisdicciones distintas a la inquisitorial, lo que significó que, en 1687, fuese ejecutado en Lima un nutrido grupo de piratas entre los que destaca Carlos Enrique Clerc… o que en 1680 fuese colgado Eduardo Bolmen… o sicarios de Bartolomé Sharp, también el año 1680… o Juan Warlen… Cuyas vidas tal vez se hubiesen librado caso de haber tenido la suerte de caer en manos de la Inquisición.
Por otra parte, y como señala Mª Cristina Navarrete, “es de conocimiento que la entrada de extranjeros a las Indias estaba prohibida, medida amparada en numerosas leyes restrictivas emanadas por la corona española. Sin embargo, fue un hecho incuestionable el paso de italianos, franceses, flamencos y sobre todo portugueses, al decir de muchos de probable ancestro hebreo durante el siglo XVI y XVII. De allí que la inmigración extranjera a los reinos de Indias estuviera revestida de un evidente carácter clandestino. ”233
Es entre estos inmigrantes clandestinos, muchos de los cuales llegaron a adquirir un control evidente de la economía del Virreinato, donde acabaría desarrollándose la actividad inquisitorial.
Pero antes de haber llegado a esta situación de relativo entente por el que los piratas se vieron privados de la protección que les representaba caer en manos de la Inquisición, se había producido, como venimos señalando, una gran oleada de activismo pirático que, además de la depredación, ocasionó que España abordase un lógico rearme que impidió la consecución de los objetivos europeos.
Al respecto, señala Rebeca Cuevas que la tercera expedición de Hawkins en 1567, financiada por la Reina Isabel, se convirtió para los británicos en el llamado desastre de Veracruz. “Esta expedición contaba con dos galeones de la armada bien dotados en armas, y cuatro navíos. A bordo de ellos iban alrededor de mil hombres. Llegaron a Guinea donde capturaron esclavos…/… Arribaron en Dominicana, y pidieron a las autoridades de la Corona Hispánica poder abastecer sus navíos. El alcalde no pudo resistirse accediendo al intercambio de productos. Navegaron por otras zonas donde vendían negros, ante la mirada de los españoles que sabían que no podían hacer nada frente a la Armada inglesa, hasta que tras un secuestro de flotas españolas por parte de Hawkins, propició la batalla donde los españoles apresaron algunos navíos y a un número elevado de ingleses, entregándoles a la Inquisición. Hawkins consiguió retornar a Inglaterra, y mandado por la reina, tuvo la tarea de modernizar la Armada inglesa. Tras estos hechos se cambió la técnica de contrabando inglés.”234
Hugh Thomas señala que “el embajador español, desde luego, se enteró de los preparativos y formuló su habitual queja. De todos modos, Hawkins se hizo a la mar con sus seis navíos, dos de los cuales pertenecían a la reina. El joven Francis Drake, que ya había navegado con Lovell, iba en uno de los buques. Pese a algunos contratiempos, la pequeña flota consiguió en África entre cuatrocientos y quinientos negros…/… Hawkins incendió Río de la Hacha en un acto de guerra sin propósito alguno. Finalmente, en su viaje de regreso, los desvió una tempestad, esta vez real, tuvieron que refugiarse en Veracruz, único puerto donde podía repararse un buque del calado del Jesus af Lübeck. En septiembre de 1568, los atrapó allí una flota española, que traía a un nuevo virrey (Martín Enríquez, renombrado más tarde por haber acogido en la Nueva España a los jesuitas y a la Inquisición). Hawkins se portó con arrogancia, siguió un combate (aunque España e Inglaterra no estaban en guerra), se destruyeron algunos de los buques ingleses y los españoles requisaron el oro y las mercancías que Hawkins llevaba. De noche, dos de sus navíos escaparon y uno de ellos desembarcó a algunos marineros ingleses en Pánuco, en el norte de la Nueva España, donde los capturaron. Unos pasaron años en una prisión mexicana, pero a tres de ellos los estrangularon y los quemaron en la hoguera. Otros desembarcaron en Galicia, al norte de España, con igual fortuna. Hawkins consiguió escapar, con Drake, y llegó a Inglaterra, tras perder varios de sus buques (entre ellos el Jesus af Lübeck) y todas sus ganancias, pero no, cosa curiosa, su reputación. De todos modos, la primera intervención de Inglaterra en la trata atlántica tuvo un final extraño e indigno.”235
Se trata en esta ocasión de una actuación que no puede ser enmarcada en el ámbito de los corsarios, sino directamente de los piratas; no en vano nos señala Hugh Tomas dos extremos de importancia:
1º.- Dos de los navíos piratas eran propiedad directa de la reina británica.
2º.- Reconoce al final de la cita que se trata de una “intervención de Inglaterra”
Todo lo cual nos lleva a una conclusión que venimos defendiendo: cuando se trata de Inglaterra es difícil, si no imposible, diferenciar entre pirata y corsario, ya que actúan con un título o con otro, pero siempre con los mismos intereses, dependiendo del momento histórico en que se encuentren.
Es el caso que el 23 de Septiembre de 1568 la armada española atacó a los piratas “derrotándolos por completo, y capturando cierto número de prisioneros. De Hawkins sólo escaparon dos barcos, el Judith, con Francis Drake, y el Miniont, con el propio Hawkins.”236
Ocho años más tarde, en 1576, arribó Oxenham a Panamá, donde cruzó el istmo y construyó un barco en el Pacífico, al tiempo que intentaba hacer una cabeza de puente captando a los indígenas como colaboradores.237 Llegó a atravesar el istmo y a piratear en el Pacífico, haciendo que las autoridades anduviesen tras él durante más de medio año, tiempo en el que los piratas depredaban mientras huían de sus perseguidores.
Señala el británico Peter T. Bradley, que “Oxenham y 30 hombres siguieron huyendo de los que venían en su persecución, hasta que en febrero de 1578 la mayoría cayó en manos de gente armada enviada del Perú por el virrey Francisco de Toledo. Llevaron a 18 a Panamá y se ahorcó a casi todos. Sin embargo, cuatro fueron remitidos a Lima, incluso Oxenham y un tal John Butler, piloto e intérprete apodado Chalona en los documentos españoles, que a veces le conceden igual importancia que a Oxenham y se refieren a él como navegante admirable. Después de hacerles abjurar de su herejía, la Inquisición les condenó a galeras a perpetuidad, pero las autoridades civiles sustituyeron, salvo en caso de un joven, esta sentencia por la pena de muerte, en octubre de 1580, es decir, después de la entrada de Drake en el Mar del Sur.”238 (Fue el 29 de Octubre de 1581. En 1580 no hubo ningún Auto de Fe.)
Los británicos, cuyas depredaciones acabarían exterminando poblaciones enteras a lo largo del siglo XIX, habían iniciado una campaña de hostigamiento contra España utilizando métodos como la piratería, cuyo uso entienden justificado y honorable. Al respecto, el panegirista de la piratería, británico, por supuesto, J. S. Dean remarca que “Oxnam fue el primero en llevar a legiones de soldados españoles en una persecución por medio año completo a través de la selva de Panamá, ofreciendo así el primer reto inglés sostenido contra la dominación española en América.”239
Esas “legiones de soldados” a que hace referencia el británico se concretaron en un destacamento de cien hombres comandados por el capitán Juan de Ortega.
Por su parte, España se planteaba la cuestión, primero como la neutralización de una banda de delincuentes. Al respecto, señala Víctor Atencio, que “es evidente que la persecución y captura de Oxenham y sus secuaces se ajustó estrictamente a los ideales político-jurídicos en boga, respecto de los fines del Estado, y la exigencia de autosuficiencia de la comunidad española perfecta. Obrar en contrario sería casi tanto como si hoy se le exigiere al Estado el reconocimiento de la figura del terrorista diplomático; que era básicamente lo que implicaba la figura del corso, u obviar la prohibición a la piratería vigente desde 1179 con el Concilio de Letrán.”240
El panegirista británico más arriba citado reconoce implícitamente en la cita la directa relación de Inglaterra con la delincuencia, y más adelante señala la política de negación de la evidencia que al respecto llevan a efecto cuando señala que “en el juicio, la Justicia de Panamá preguntó al capitán Inglés [Oxnam] si tenía licencia de la reina, o la licencia de cualquier otro Príncipe o Señor por su intento. Y él contestó que él no tenía ninguno, con lo cual él y toda su compañía eran condenados a muerte, y así fueron todos ejecutados, ahorrando el capitán, el Maestro, el piloto, y cinco chicos que se llevaron a Lima.” 241
La pregunta es si como señala era un reto inglés o si como también señala no tenía licencia de la reina.
Señala Andrés Acosta González que en estos momentos, “el enfrentamiento marítimo anglo-español es ya intenso. Ello va a reflejarse no sólo en un recrudecimiento de la actividad militar, sino también en un relanzamiento de las persecuciones inquisitoriales contra herejes luteranos y calvinistas, así como contra aquellos que hayan contactado con ellos.”242
Es por ello que quedan en suspenso los acuerdos Cobham – Alba de 1576, y se permite que sea la Inquisición la encargada de atender debidamente a los piratas. Y es que la Inquisición era un extraordinario elemento para averiguar la verdad, pero excesivamente indulgente, lo que en 1580, en Lima, provocó que la justicia ordinaria pasase por encima de la Inquisición y sentenciase a muerte a Oxnam y sus secuaces, a pesar de existir sentencia firme de la Inquisición condenando a los piratas a penas menores.
En 1594, catorce años después de la neutralización de Oxenham, Hawkins fue arrestado en la Bahía de San Mateo, en la costa de Ecuador.
El 2 de Julio, en la bahía de Atacames, fue apresado por Beltrán de Castro y de la Cueva. “Los ingleses experimentaron bajas considerables, pero al capitular pactaron que se les tratase como prisioneros de guerra…/… de los setenta y cinco hombres apresados, casi todos fueron destinados a las galeras de Cartagena, habiendo sido llevados a Lima sólo trece…/… se les encerró en las cárceles secretas de la Inquisición, porque por informaciones constó que eran herejes y que, como tales, habían robado a muchos españoles y hecho mucho daño en los puertos de estos reinos.”243
En estos momentos ya existía un acuerdo entre España e Inglaterra (el de Cobham – Alba de 1576, que ya había sido suspendido en 1580 en honor a Oxenham) para dejar fuera de la jurisdicción inquisitorial a estos herejes, pero señala Fernández Duro que “los prisioneros dieron origen á cuestiones complicadas y enojosas por la ingerencia de la Inquisición y su empeño en juzgarlos, alegando jurisdicción y debatiendo si debía ó no respetarse palabra dada en la guerra, y por la entereza con que D. Beltrán de la Cueva mantuvo el cumplimiento de la suya acudiendo al Rey, poco deseoso de inclinarse á uno ú otro lado. Casi todos se destinaron á las galeras de Cartagena, dejando 13, por manera de transacción, entregados al Santo Oficio de Lima. Ricardo Hawkins tuvo alojamiento en casa de D. Beltrán de Castro, que le hizo curar y asistir con esmero, recibiendo en la ciudad las marcas de simpatía merecida por su juventud, valor y comportamiento. ” 244
Báez Camargo señala que “Hawkins se convirtió al catolicismo. Su proceso terminó el 17 de julio de 1595. Para entonces se hallaba muy enfermo, y se le asiló en un colegio jesuíta. Posteriormente se le puso a disposición del virrey. Según carta del Consejo a los inquisidores de Lima, en octubre de 1595, Hawkins había declarado que desde que nació fue criado y enseñado en la secta de los protestantes que se guarda en su tierra, sin haber estadlo instruido en nuestra santa fe católica y confiesa sus errores y da muestras de que está reducido y pide ser instruido en las cosas de nuestra religión cristiana y que en ella quiere vivir.
El inquisidor Ordóñez, escribiendo por su parte al Consejo de la Inquisición el 4 de noviembre de 1595, afirma que Hawkins da grandes muestras que su conversión es verdadera y no fingida. Según el propio inquisidor, en España no se aprobó el procedimiento de la Inquisición de Lima en cuanto a estos reos, pues se mandó que fuesen absueltos ad cautelam, se les alzase la reclusión y devolviesen sus bienes, y que la abjuración que habían hecho no los constituyese en relapsos. No se da explicación de los motivos de esta extraña revocación.”245
Consiguió la libertad en 1602 y retornó a Inglaterra, donde, quizá para compensarle, le nombraron caballero en 1603. Trece de sus piratas fueron condenados por el tribunal de la Inquisición de Lima a diez años de clausura en un convento, mientras que los que “escaparon” de la Inquisición fueron condenados a galeras. Queda manifiesto, nuevamente, la indulgencia del tribunal inquisitorial.
Pero esta indulgencia es entendida de otro modo por autores masones, colaboracionistas con los británicos, como Benjamín Vicuña Mackenna, quién señala que“la Inquisición solicitó le entregasen a los ingleses para juzgarlos, no como prisioneros sino como a herejes, lo que Hurtado de Mendoza, si bien fanático y católico como el que más, no quiso consentir porque era hidalgo. En cuanto a Beltrán de Castro, sólo pidió a Hawkins, en prenda de rescate, su amistad y dos galgos ingleses que aquél le habría de mandar cuando volviese a ver las playas de su patria.”246
Hawkins fallecería de un cañonazo al año siguiente, en el curso de una nueva acción pirática inglesa contra Puerto Rico.
Actuación de la Corona española digna de ser analizada aparte. Evidentemente ya había fallecido Felipe II cuando ocurrieron los hechos, y la política española empezaba a hacer aguas.
Que la política española empezaba a hacer aguas queda reflejado en el Tratado de Vervins entre Francia y España en 1598, por el que España dejaba de tomar parte en las guerras de religión de Francia. Parece que uno de los primeros beneficiados del tratado sería no un francés, sino un inglés. No obstante, tras el acontecimiento de Hawkins se conocería en el Virreinato una etapa libre de visitas tan indeseadas.
Pero no todo fueron alegrías. Nos recuerda J.R. Muñoz que “a los aventureros ingleses siguieron los holandeses, que en 1598 emprendieron nuevas expediciones sobre el Estrecho de Magallanes.”247
Todo se complicaba con la unificación de los reinos hispánicos llevada a efecto el 15 de Abril de 1581, cuando las cortes de Tomar reconocieron a Felipe II como rey de Portugal. En los acuerdos, entre otras cosas, se permitía que Portugal siguiese realizando las actividades de tráfico de esclavos, lo cual, además, conllevó que los marranos tuviesen oportunidad de trasladarse libremente a América. Una cuestión que acarrearía graves problemas en todo el territorio.
Al respecto, señala Mª Cristina Navarrete que “En carta del 30 de agosto de 1630, escrita por el visitador real doctor Antonio Rodríguez de San Isidro dirigida a su majestad, desde Cartagena explicaba las causas por las cuales había tantos portugueses sin licencia, particularmente en este puerto. Según él, se debía a que se trasladaban en los navíos que venían con registro de negros de los ríos de Guinea, despachados por la Casa de Contratación de Sevilla o de Lisboa. A pesar de que la gente de mar y otras personas que viajaban en tales barcos debían volver a los puertos desde donde salían, gran parte de estos navíos se quedaba en las Indias o era vendida. Así mismo, era raro que alguno de los marineros y personas que arribaban en las naves regresasen a su lugar de origen. ”248
La permisividad que siguió a las cortes de Tomar posibilitó el crecimiento incontrolado de la comunidad judía en América, que ponía en práctica todos los métodos `para el control exclusivo de la economía y fomentaba el esclavismo. “Entre los cristianos nuevos portugueses de Cartagena algunos eran muy ricos, dueños de tierras que detentaban en su poder la masa de los negocios, sin que hubiese contratación y granjería de importancia que no corriese por sus manos; poseían fragatas que navegaban a todos los puertos de las costas de la región y las de México y España llevando y trayendo todo género de frutos de la tierra y mercaderías. Entre ellos estaban quienes tenían carta de naturaleza para permanecer en la Indias, concedida por la Corona. ”249
Pero esta comunidad no se limitaba a controlar la economía y al fomento de la esclavitud, sino que, además, conspiraba con las potencias extranjeras (Inglaterra y Holanda en especial) con el objetivo de crear un estado independiente judío en los territorios españoles de América.
Como consecuencia de esta actividad ilegal, pronto comenzó la Inquisición a encargarse de la cuestión, siendo que, según señala Mª Cristina Navarrete, “un buen número de cristianos nuevos judaizantes en cantidad de veintiuno, junto con amigos y testigos, cayó en manos de la Inquisición cartagenera, especialmente en las décadas de 1630 y 1640. Se les acusó de participar en una gran conspiración contra el monarca español y la fe cristiana y de estar relacionados con el enemigo holandés. Una conjuración semejante tuvo lugar en Lima, por esa misma época conocida como la “Complicidad Grande”. Para la Inquisición eran falsos conversos que habían incurrido en el delito de herejía y confabulado con Holanda por el dominio de los reinos españoles.”250
La actividad comportó la realización de Autos de Fe que cortaron radicalmente la intentona. Del realizado en Lima danos cumplida cuenta a lo largo del presente trabajo.
La actividad inquisitorial continuó su ritmo, viéndose privada en gran medida de su intervención directa con la piratería merced a los tratados internacionales de España, que como consecuencia de los enfrentamientos armados tuvieron sus altibajos.
En 1700, con la muerte de Carlos II, desaparecieron los enfrentamientos con Francia como consecuencia de haber sido nombrado heredero Felipe de Anjou, y el hecho significó que, dada la dependencia mostrada por el monarca español, pasó Francia a detentar el control marítimo de la costa del Pacífico. No obstante, en 1715, tras la muerte de Luis XIV de Francia, abuelo de Felipe V, las relaciones con Francia se deterioraron, pero en el Pacífico existía una armada francesa compuesta por 36 embarcaciones, que no se veía compensada por la Armada del Mar del Sur, que estaba en pésimas condiciones.
En 1715 se organiza en Lima una escuadra corsaria comandada por el francés Jean Nicolás Martinet, pero su comandancia duraría tres años, el tiempo que discurrió hasta que comenzaron los enfrentamientos con Francia en 1718. Entonces tomaría el mando de la escuadra Bartolomé de Urdinzu, y como capitán de fragata, el capitán Blas de Lezo.251
Ya en el siglo XIX y con la invasión napoleónica de la España peninsular en 1808 se suprimió el tribunal por orden de Napoleón, y por las Cortes de Cádiz el 22 de febrero de 1813, como consecuencia de haber sido declarada «incompatible con la constitución política de la monarquía» que fuera aprobada en 1812. Las discusiones habidas son determinantes para el análisis de la cuestión, pudiendo destacar como resultado de las mismas que los derechos individuales que supuestamente venían a defender los liberales, en el Imperio español estaban garantizados, hacía siglos, entre otras instituciones, por la Inquisición.
En esos momentos, el archivo se encontraba intacto en todos los tribunales de la Inquisición, pero con la invasión napoleónica y con las Cortes de Cádiz, a ambos lados del Atlántico sufrirían una persecución atroz, siendo metódicamente destruidos, como metódicamente destruida fue la incipiente industria tanto en la España peninsular como en la España americana. El fin de estos actos, injustificados desde el punto de vista militar, difícilmente puede ser entendido fuera del objetivo de destruir España y de ocultar la historia con el fin de poder difundir la leyenda negra y de quitar argumentos para el conocimiento de la obra de España.
Los métodos utilizados por las potencias enemigas de España, en concreto Francia e Inglaterra, pasan por bombardear instalaciones industriales sin existencia de enemigo (Ej: la industria textil de Bejar o la industria cerámica de Aranjuez) hasta utilizar los archivos de la Inquisición de Cuenca como cama para los soldados, acción ésta que, milagrosamente, sirvió para poder salvar el archivo casi en su totalidad, lo que no sucedió en los otros casos.
En lo relativo al Tribunal de Lima, la acción se revistió de las formas que desde entonces utiliza la “inteligencia” británica”. Señala René Millar que “En 1820, al suprimirse el Tribunal, el archivo se conservaba prácticamente íntegro. Esa situación se dio a pesar de que en agosto de 1813, cuando se llevaba a efecto el inventario de sus bienes en cumplimiento del decreto de abolición expedido por las Cortes de Cádiz, una muchedumbre saqueó las dependencias de él y se apropió de numerosos documentos del archivo. Con todo, merced a los bandos y apercibimientos publicados por el virrey y el arzobispo se pudo recuperar gran parte de lo sustraído; así, después del restablecimiento ordenado por Fernando VII, los inquisidores podían informar al Consejo que «entre documentos, libros y papeles... nada falta de lo interesante…/… el archivo se trasladó desde los edificios de la Inquisición, primero, al convento de Santo Domingo y, luego, al palacio arzobispal de Lima, desde donde desapareció sin dejar rastro.”252
Posteriormente, durante la Guerra del Salitre, volvería a sufrir un nuevo expolio y dio lugar a la división de los fondos restantes.
Vicuña Mackenna, reputado masón que supuestamente tuvo acceso a los documentos en 1860, después de su periplo por Inglaterra, Francia Italia y Austria, atendido no se sabe con qué fondos… señala que el archivo estaba depositado “en uno de los inmensos solares del convento de San Agustín de Lima; y en tan gran número (sobre todo los autos de confiscación del Santo Oficio y de administración de renta de los jesuitas, testimonios los unos como los otros de un santo desinterés cristiano) que no vacilamos en decir que los volúmenes que cubrían hasta las vigas el vastísimo aposento (especie de refectorio que ocupa todo el costado occidental del claustro, en los altos) no contendrían menos de doscientos mil cuerpos de autos.” 253 Esta afirmación nos hará tomar las debidas precauciones al tratar los datos facilitados por este autor, sobre todo después de haber visitado el archivo de la Inquisición de Cuenca, donde hubo más procesos que en Lima, y los expedientes no ocupan el espacio que señala Vicuña para el Tribunal de Lima, siendo que se conserva más del 90% a pesar de haber sido saqueado por las tropas francesas en 1808.
SUPERSTICIONES EUROPEAS: BASE IDEOLÓGICA DE LA PIRATERÍA
Decía Lutero a Melanchton: “Hay que pecar mientras vivamos aquí”. Esa afirmación puede ser la base de toda la actuación llevada a cabo por los estados europeos que siguieron la reforma protestante.
Y es que el colonialismo europeo tiene una base ideológica que enraiza con el protestantismo; esa ideología aferrada a la superstición que condenó a la hoguera a Miguel Servet, que vilipendió a Copérnico y lo trató de hereje. Decía Lutero sobre Copérnico: “No había mención de un nuevo cierto astrólogo que quiso demostrar que la tierra se movía y no el cielo, el sol y la luna. Esto sería como si alguien estuviera montado en un carro o en un barco y se imagina que estaba detenido, mientras la tierra y los árboles se mueven. [Lutero comentó] Así son las cosas ahora. Quienquiera que desee ser listo debe concordar con nada de lo que otros estiman El tenía que hacer algo por su cuenta. Esto es lo que hace ese hombre que quiere voltear la totalidad de la astronomía al revés. Incluso en estas cosas que se llevan al desorden creo las Sagradas Escrituras, de que Josué ordenó al sol que se detuviera, y no la tierra [Jos. 10:12].”254 Por su parte, Calvino llegó a decir de Copérnico que estaba poseído por el diablo.
Con relación a Galileo, los enemigos de la Iglesia lo han presentado como perseguido por ésta. Nada más alejado de la realidad, sus teorías, que incluían conceptos erróneos como el que las mareas eran producidas por el movimiento de la Tierra o que los cometas eran ilusiones ópticas, fueron puestas en entredicho por la Iglesia, sí, pero porque frente a un tribunal compuesto de científicos, no pudieron ser probadas, y si acaso la Iglesia hubiese mostrado una actitud distinta a la adoptada, hubiese significado un mayor enfrentamiento con la herejía protestante que ya asolaba Europa. Tal era la situación que Horazio Grassi atacó a Galileo en un panfleto en el que salían a la luz, precisamente, esas diferencias que podían enconar la lucha del protestantismo.
Por otra parte, el trato recibido durante el proceso fue correcto, alojado en las habitaciones del palacio de la Inquisición, y recibiendo todas las atenciones que necesitaba, si bien no fue ningún trato especial distinto al resto de otras personalidades importantes y personas de su condición.
Esa era la actuación de la Iglesia en los aspectos científicos. Y basándose en los aspectos científicos, la Inquisición española acabó derivando al médico a los procesados por brujería que trató después del proceso de las brujas de Zugarramurdi (el primer proceso contra bujas y el único que se cobró vidas de infelices).
¿Qué sucedía en el mundo de la Reforma, en el mundo europeo? Señala José Javier Esparza que “Lutero, Calvino y sus seguidores acentuaron la creencia popular en el poder del demonio en la brujería y otras prácticas mágicas. Lutero, basado en su interpretación del mandamiento bíblico, abogó por la exterminación de las brujas. La Historia del Pueblo Alemán de Janssen, argumenta con muchas pruebas (capítulos IV y V, del último volumen -vol. XVI de la edición inglesa), que una gran responsabilidad por la caza de brujas recae en los Reformadores. En toda Europa se había desatado una fiebre feroz contra la brujería. Se calcula que entre los siglos XV y XVIII habrá cien mil juicios por brujería, de los que la mitad terminaron con la quema del acusado… En países tan pequeños como Liechtenstein, las quemas alcanzarán al 10% de la población255. En 1600, los perseguidores de la brujería veían brujería “en el juego de pelota, en los bailes regionales, en los curanderos rurales… muchos amenazados buscarán refugio en el lado español del Pirineo… Es entonces cuando se dispara el fenómeno en el norte de España.”256
La leyenda negra achaca todas estas barbaridades a España y a la Inquisición, pero la estricta verdad es que, como señala Julián Juderías, “la persecución de las brujas se inicia en Alemania, en Estrasburgo, á mediados del siglo XV, y desde entonces hasta los últimos años del siglo XVIII no se interrumpe”257, mientras en España, que como queda referido tuvo su trágica influencia en el caso de Zugarramurdi, queda el asunto como lo que es, algo marginal que debe ser tratado por médicos y no por juristas, y mucho menos por verdugos.
Mientras tanto, en el mundo protestante no se aplicaba la misma política.“En Bamberg se quemaron seiscientas personas acusadas de brujería; novecientas en Wurzburgo, quinientas en Ginebra, y en Lorena un solo juez se vanaglorió de haber condenado á muerte á ochocientas brujas. La multitud presenciaba impávida estas hecatombes, creyendo que así cesarían las heladas, mejoraría el ganado y sería más abundante la cosecha.” 258 ¡Y todo, en la Europa protestante y liberal de finales del siglo XVIII! Doscientos años después del asunto de Zugarramurdi. Sin embargo, hoy, curiosamente se recuerda, de forma sesgada, como procede, Zugarramurdi…
Hemos citado algunos casos, en la práctica insignificantes si lo comparamos con la totalidad de la barbarie que llevaron a efecto durante más de dos siglos, pero merece la pena sacar a la luz algunos casos más. Sigue señalando Julián Juderías que “en Inglaterra esta persecución revistió caracteres extraordinarios. Mr. Mackay ha calculado que desde la aprobación de la ley contra las brujas en tiempo de María la Sanguinaria hasta el advenimiento de Jacobo I, autor de un tratado de demonología, fueron quemadas en Escocia 17.000 personas y 40.000 en Inglaterra. En los tiempos de Jacobo I se calcula que las ejecuciones por brujería no bajaron de quinientas al año y el famoso Mateo Hopkins, descubridor de hechiceras, cobraba una cantidad de los Ayuntamientos por denunciarlas. En Inglaterra perecieron por brujos el Duque de Buckingham, lord Humperford y la Duquesa de Glocester. Más tarde, los puritanos, relacionando las prácticas de brujería con la Iglesia romana, persiguieron sañudamente estos delitos. Bien es verdad que lo mismo se hizo en otras partes, por ejemplo, en Holanda.” 259
“En Francia, los jueces y los Parlamentos quemaron brujos y brujas á porfía. No hablemos siquiera del proceso de Urbain Grandier, ni del de Gaufridi, ni del de la Cadiére, ni del asunto de las poseídas de Louviers, ni de las misas negras, ni del asunto de los venenos, en el que se vio comprometida parte no pequeña de la aristocracia francesa; recordemos nada más que el Parlamento de Tolosa quemó de una vez á 400 brujas; que el magistrado Remy confiesa haber hecho lo propio con 800 y que sería larga la enumeración de estas matanzas.” 260
En la espiral de la barbarie, en medio del crecimiento de la piratería, auspiciada por quienes estaban llevando en su propio territorio este genocidio, calvinistas y presbiterianos llegaron a Norteamérica, y aquí pusieron en funcionamiento sus principios racistas. “A principio del siglo XVII, algunos historiadores atribuyen aproximadamente entre 8 y 10 millones de habitantes indígenas para Estados Unidos, aunque no existe coincidencia en las cifras. Los mismos autores sitúan esa población entre 850 mil y un millón y medio en 1800 (24 años después de haberse proclamado la independencia norteamericana). Enfermedades desconocidas, el deterioro económico y social, las hambrunas, el alcohol, las matanzas y deportaciones acabaron en tres siglos con casi el noventa por ciento de los indios norteamericanos. Y si la etapa colonial fue dura, los años posteriores de expansión de los colonos norteamericanos fueron aún más crueles y disgregadores para los indígenas.”261
“La primera población colonial fundada en tierras norteamericanas fue Jamestown (en el actual estado de Virginia) en 1607. Tenía aproximadamente 6.000 habitantes, en su gran mayoría ingleses ambiciosos, cuya principal obsesión fue la búsqueda afanosa de metales preciosos, sin detenerse a formar la mínima trama social entre sus pobladores para construir una colonia con visión de futuro. Las guerras con los indios, las enfermedades y los conflictos internos fueron diezmando la población hasta quedar reducidos a mil habitantes en 1624.”262
“El año 1614 una expedición inglesa arribó a las costas de Virginia, asesinando su tripulación a considerable número de nativos y capturando a otros para venderlos posteriormente como esclavos; pero, además, expandieron entre la población india una epidemia de viruela, entonces incurable entre los nativos, que arrasó numerosas aldeas para fundar los ingleses allí lo que entonces comenzó a ser conocido como Nueva Inglaterra, y el 11-11-1620 establecieron sus primeras colonias en Playmouth y Mayflower. En 1625 los indios Pemaquids acogieron con buena voluntad a los colonizadores británicos, entregándoles sus tierras en lo que fue su primera cesión como gesto de acogimiento y de paz. En 1637 hubo una masacre de indios Pequot en Connecticut (Nueva Inglaterra), a mano de los colonos puritanos ingleses, por negarse los nativos a formar alianzas con otras tribus de su raza menos hostiles a los europeos y porque negaban el paso a los británicos cuando éstos pretendían secuestrar indios para venderlos como esclavos.” 263
Podremos pensar que la epidemia de viruela fue un contagio accidental del que nadie es culpable, pero para el caso parece que no es esa la verdad; el proceso general llevado a cabo por los europeos protestantes, los WASP, fue el de exterminio programado. Las excepciones a este proceso general - en el que se realizó el primer ensayo de guerra química al entregar a los indios mantas contaminadas con viruela para que murieran con más rapidez –, por supuesto las protestas “fueron muy escasas y, a diferencia de lo sucedido en Iberoamérica con Las Casas y otros defensores de los indios, jamás contaron con respaldo oficial. Así, por ejemplo, el bautista Roger Williams tuvo que alejarse de los demás colonos para fundar un enclave en el que ni se asesinara a los indígenas ni se persiguiera a nadie por denunciar aquellas atrocidades. Pero nunca estuvo bien visto por el resto de los colonizadores. En cuanto a los cuáqueros de Pensilvania, los creadores del primer ente político dotado de tolerancia hacia todas las creencias, fueron los únicos colonos blancos que insistieron, pese a la concesión regia, en pagar a los indios las tierras que ocupaban y también resultaron los firmantes del único tratado con los pieles rojas que jamás fue violado. Sin embargo, cuando perdieron la mayoría en la asamblea de Pensilvania, el nuevo gobierno no tardó en enzarzarse en una guerra de expansión contra los indios… En los siglos siguientes, las tribus indígenas de América del norte - con las que jamás se produjo un mestizaje - desaparecieron por docenas o fueron diezmadas y recluidas en reservas. No debería extrañar que, según su propia confesión, Hitler inspirara parte de la política nazi seguida contra los judíos en el ejemplo de la mantenida por los norteamericanos contra los indios. En ambos casos se perseguía el exterminio de una raza con fines de expansión territorial y económica y en ambos casos se tenía la convicción de obedecer a un destino providencial y racialmente superior.”264
“En 1644 una rebelión indígena en Virginia, capitaneada por el jefe indio Opchanacanough que intentó recuperar el territorio que antes les había sido arrebatado por los ingleses, pero las represalias por parte de éstos llegaron casi a la total destrucción de aquella confederación de nativos. En 1675 estalló la llamada Guerra del rey Phillip (Metacomet), y unos 12.000 indios de las tribus Wampanoag y Narragaset atacaron los poblados de Nueva Inglaterra, arrasando nueve de ellos y asesinando a unos mil colonos ingleses. Como represalia por tal acción, estos últimos los derrotaron con una potente fuerza inglesa en Swansea. Tras haber capturado al jefe indio Metacomet, fue ejecutado y, como ejemplo de odio y mano dura hacia los pieles roja, su cabeza fue públicamente expuesta durante 20 años en Playmouth y Massachussets, y toda su familia enviada como esclavos a las Antillas. En 1695 fue aprobada una ley en la segunda de dichas ciudades por la que se permitía disparar contra cualquier indio sospechoso, su texto dispositivo era el siguiente: Cualquier persona, inglés o indio, que encuentre a indios viajando o escondiéndose en cualquier pueblo, puede ordenarles que se acerquen, examinarlos o matarlos como puedan. O sea, que eran tratados como si de cazarlos como animales se tratara.” 265 En definitiva, una práctica habitual en el imperio británico, que ha perdurado hasta el siglo XX.
“En 1624 los holandeses fundaron Nueva Ámsterdam (hoy Nueva York). En 1641 el quinto gobernador holandés en dicha ciudad, William Kieft, ofreció una recompensa dineraria por la entrega de cabezas de los indios. Su afán fue eliminar cualquier vestigio nativo. En sus violentos raids, o cacerías, contra los nativos mohicanos llevó a cabo un ataque nocturno sobre varios poblados de indios mohicanos, cogiéndoles por sorpresa de noche y asesinando a todos, sin tener en cuenta su edad ni sexo, o sea, barrieron con ancianos, mujeres y niños, con los que cometieron una verdadera masacre. Pero una realidad es innegable; y es que lo verdaderamente cierto fue que desde que las potencias europeas comenzaron a colonizar América del Norte, millones de amerindios fueron desapareciendo misteriosamente sin apenas dejar rastro.” 266
“William Bradford, uno de los ingleses pertenecientes a los Padres Peregrinos de EEUU, describió, por ejemplo, de manera bastante realista los sentimientos de entusiasmo que el exterminio de los indios que los habían ayudado a sobrevivir a su llegada a América despertó en los colonos diciendo: Fue una terrible visión contemplarlos friéndose en el fuego y los ríos de sangre que apagaban éste, y lo horrible que eran la peste y el olor que salían; pero la victoria pareció un dulce sacrificio, y dieron la alabanza por ello a Dios, que había actuado de una manera tan maravillosa en su favor, encerrando a sus enemigos en sus manos y dándoles una victoria tan rápida sobre un pueblo tan orgulloso e insolente”.267
No hay parangón. España peleó con los indios; España hizo intercambio de enfermedades que resultaron letales por falta de medios para combatirlas, pero lo que relata la leyenda negra europea contra España no es precisamente lo que hizo la España católica, sino lo que hicieron los europeos protestantes, y la realidad humana de América, hoy, es muestra evidente de ello. Vittorio Messori señala que “el choque microbiano y viral que en pocos años causó la muerte de la mitad de la población autóctona de Iberoamérica fue estudiado por el grupo de Berkeley, formado por expertos de esa universidad. El fenómeno es comparable a la peste negra que, procedente de India y China, asoló Europa en el siglo XIV. Las enfermedades que los europeos llevaron a América como la tuberculosis, la pulmonía, la gripe, el sarampión o la viruela eran desconocidas en el nicho ecológico aislado de los indios, por lo tanto, éstos carecían de las defensas inmunológicas para hacerles frente.” 268 No hay parangón con el reparto de mantas infectadas con viruela…
Sin embargo… Los protestantes europeos siempre han sido expertos en cargar con sus barbaridades a los demás. Lo hicieron con España y con la Inquisición, y no podían hacer menos cuando trataron sus relaciones con los indios americanos, a los que, después de engañarlos y aprovecharse de ellos, los llevaron al exterminio; pero después de todo, lo curioso es que han vendido la imagen de los indios cortando cabelleras de los muertos como trofeo, cuando la realidad es muy otra. «La práctica de arrancar el cuero cabelludo se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentara el cuero cabelludo de un indio fuera hombre, mujer o niño.»269 Algo que luego repetirían en otros lugares, como en Patagonia, cuando exterminaron a los selkman. Lo único, que los indios aprendieron la lección y pagaban con la misma moneda.
La verdad cruda es que “en 1703 el gobierno de Massachusetts pagaba doce libras esterlinas por cuero cabelludo, cantidad tan atrayente que la caza de indios, organizada con caballos y jaurías de perros, no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional muy rentable. El dicho el mejor indio es el indio muerto, puesto en práctica en Estados Unidos, nace no sólo del hecho de que todo indio eliminado constituía una molestia menos para los nuevos propietarios, sino también del hecho de que las autoridades pagaban bien por su cuero cabelludo. Se trataba pues de una práctica que en la América católica no sólo era desconocida sino que, de haber tratado alguien de introducirla de forma abusiva, habría provocado no sólo la indignación de los religiosos, siempre presentes al lado de los colonizadores, sino también las severas penas establecidas por los reyes para tutelar el derecho a la vida de los indios.” 270
Con toda seguridad, esta aseveración sería respondida con una sonrisa de suficiencia por parte de las mentes iletradas y deseducadas en la Ilustración, a las que les convendría repasar las Leyes de Burgos, redactadas siglo y medio antes de que los protestantes llevasen a cabo ese genocidio.
Es evidente que la actividad de limpieza étnica llevada a cabo en Norteamérica por los europeos protestantes tuvo unos resultados extraordinarios; “a partir de 1780 los trece estados de la Unión (embrión político de lo que serían los Estados Unidos) quedaron libres de indios. Los mahican y los delaware fueron deportados al oeste de los montes Alleghanys; la Nación iroquesa obligada a ceder porciones de sus tierras a los Estados de Nueva York, Pennsylvania y Ohio en 1784. A partir de 1790 se produjo la guerra con los Shawnee como consecuencia de la negativa de éstos a renunciar a sus tierras en beneficio de los colonizadores. Finalmente fueron derrotados y debieron resignar dos tercios de los territorios de Ohio y parte de Indiana.”271
“Los primeros 20 años del siglo XIX el flamante Estado norteamericano seguía conquistando silenciosamente los territorios de la costa atlántica sin contemplaciones con los indígenas. En 1813 concluye la guerra anglo-norteamericana con la derrota británica y el sometimiento de numerosas tribus: los kickapoos, los wyandot, los peoria, los winnebago, los sauk, los cherokees, los creek y los semínolas de la Florida. La mayoría fueron deportados a reservas en Kansas, donde cada sublevación se pagaba con una matanza; otros pueblos huyeron hacia las montañas y pantanos, totalmente desperdigados, para sobrevivir clandestinamente… Centenares de miles de indios son privados de sus tierras y bienes y trasladados al llamado Territorio Indio (actualmente Oklahoma): los choctaw en 1831, los creek en el 36, los cherokees entre el 38 y el 39. No sin haber sido saqueados y vejados previamente por los colonos, ante la pasividad de las autoridades, a lo largo de la Pista de Lágrimas, en la que muchos murieron antes de llegar a su destino". 272
“La cultura norteamericana careció, en razón del menosprecio puritano del indio por pagano y salvaje, del interés demostrado por los españoles hacia las culturas nativas. No encontraremos en los primeros tiempos de la colonización ningún equivalente a lo que supuso Bernardino de Sahagún respecto a los aztecas o Bernabé Cobo, Garcilaso de la Vega, Polo de Ondegardo... o el indio Felipe Guamán Poma de Ayala respecto a los incas.”273
En el delirio del genocidio, nos recuerda Jesús Miguel Sáez Castán que “En 1890, el presidente Harrison decide acabar de una vez por todas con el movimiento indio, deteniendo a sus cabezas visibles. Entre ellos está Sitting Bull, el viejo jefe sioux, que es asesinado el 15 de diciembre en el momento de su arresto. Pocos días después la violencia estalla: en una algarada, las tropas gubernamentales exterminan a trescientos indios, hombres, mujeres y niños, en Wounded Knee Creek.”274
Y así, hasta el exterminio total, del que en el siglo XX se muestran tan orgullosos al producir centenares de películas en las que dejan manifiesto el genocidio, no sin achacar a los indios todas las maldades y todas las culpas de su situación.
Tras lo señalado, señalar también que en 350 años de Inquisición en medio mundo (desde Nápoles hasta Filipinas), la Inquisición, tras procesos metódicos y de acuerdo con la legislación del momento, llevó a la hoguera a un número de víctimas que gracias a la acción destructora y metódica de las potencias europeas no podemos cuantificar exactamente, pero podemos enmarcar en una horquilla de entre 800 y 2000 ajusticiados.
Con esa premisa, hagamos un primer balance de los genocidios en el mundo:
Institución o Principio motor Nº de Víctimas
Inquisición protestante……Durante Enrique VIII (en Inglaterra)……. 70.000
Durante Isabel I trescientos o cuatrocientos al año.
Caza de brujas en Alemania, Francia o Inglaterra, durante el siglo XVII y mitad del XVIII………… 70.000
Anabaptistas, año 1525…………………. 100.000
Revolución Francesa entre 1792 y 1794……………………………… 40.000
En 1675, en Nueva Inglaterra……………………………………..….. 12.000
Comuna de París…………………………………………………….... 100.000
En 1902, Boer……………………………………………………….... 26.000
Australia 1770-1911………………………………………………..… 700.000
(la población era de 700.000 en 1770 y de 31.000 en 1911)
Pakistán, en 1948………………………………………..…………… 300.000
Filipinas (1899-1913)……………………………………..………… 1.000.000
Namibia (1904-1907)…………………………………………..…… 75.000
Bombardeo de Dresden y Hamburgo 1945……………………….... 500.000
Bombardeo de Hiroshima, Nagasaki……………………………..… 700.000
Vietnam 1944-1945……………………………………………..….. 700.000
Vietnam 1962-1975……………………………………………..….. 3.500.000
Evidentemente, la lista puede seguir ampliándose… Y siempre, el referente de oscurantismo e injusticia será, curiosamente, la Inquisición española.
Pero la Inquisición Española juzgaba a sus reos, a los que calificaba de “confesores”, con el ánimo manifiesto de salvarlos; sólo pedía un auténtico acto de contrición. Mientras, como motor de las guerras de religión que asolaron Europa, Martín Lutero escribía en 1520: “ Si Roma asi lo cree y enseña, a sabiendas de papas y cardenales, declaro fráncamente que el verdadero Anticristo esta entronizado en el templo de Dios y reina en Roma (la empurpurada Babilonia) y que la Curia es la Sinagoga de Satanás…..Si la furia de los romanistas no cesa, no quedará otro remedio sino que los emperadores, reyes y príncipes rodeados de fuerza y armas, ataquen a esa plaga del mundo y resuelvan el asunto no ya con palabras, sino con la espada……Si castigamos a los ladrones con la horca, a los salteadores con la espada, A LOS HEREJES CON LA HOGUERA, ¿por que, con mayor razón, no atacamos con las armas a estos maestros de perdición, a esos cardenales, a esos papas, a toda esa cima de la Sodoma romana, que ha corrompido perpetuamente a la Iglesia de Dios y nos lavamos las manos en su sangre?”275 El resultado, y teniendo en cuenta la posición militar de la España del momento no podía ser otro que la creación de un terrorismo en todos los ámbitos, signo del cual, sin lugar a dudas, fue la actividad de la piratería, que al servicio de los estados protestantes, asoló las costas españolas de ambos hemisferios.
El mismo Lutero, en Julio de 1525, en su “Carta abierta sobre el libro duro contra los campesinos” decía: “Si creen que esta respuesta es demasiado dura y que su solo fin es hacerles callar por la violencia, respondo que esto es verdad. Un rebelde no merece que se le conteste con razones, porque no las acepta. La respuesta adecuada es tal boca es un puño que haga sangrar la nariz. Los campesinos no quieren escuchar….hay que abrirles los oidos con balas hasta que salten sus cabezas. El que no quiere escuchar la Palabra de Dios cuando se le dice con bondad ha de escuchar al verdugo cuando este llega con su hacha. No quiero oir ni saber nada de misericordia”.
Y hubo mucho más: En Zurich la presencia en sermones católicos conllevaba penas y castigos físicos. Aún fuera de los perímetros de la ciudad a los sacerdotes se les prohibía celebrar la Misa y bajo orden de severas penas se prohibía tener cuadros religiosos e imágenes en las casas particulares.
En Zurich la Misa fue proscrita en 1525, esto fue seguido de quema de Monasterios y destrucciones masivas de Iglesias, los Obispos de Constanza, Basilea, Lausana y Ginebra fueron obligados a abandonar sus ciudades y el territorio. Un observador, Willian Farel dejó escrito “el Sermón de Calvino en la antigua iglesia de San Pedro fue seguido de desórdenes donde se destruyeron imágenes, cuadros y tesoros antiguos de las Iglesias”.
En Estrasburgo, en 1529 el Consejo de la Ciudad ordenó la destrucción de los altares, imágenes y cruces, además de las Iglesias y conventos. Igual sucedió en Franfurt. En la Convención de Hamburgo, en Abril de 1535 los Concilios de los pueblos de Lubeck, Bremen, Hamburgo, Luneburgo, Stralsund, Rostock y Wismar votaron por que se ahorcaran a los anabaptistas, se azotaran a los católicos y a los zwinglianos. En
Escocia, John Knox, padre del presbiterianismo prohibió la Misa con penas de confiscación de bienes y azotes públicos, la segunda vez que se cometiera, la pena era la muerte del individuo.
Mucho se podría seguir hablando, mucho es el material existente, pero baste lo reseñado para demostrar que la Europa Protestante no fue pacifista, ni los reformadores víctimas inocentes, la intolerancia, la superstición y la violencia primaron en sus vidas, y posibilitaron la creación de una situación de terror tanto dentro de sus fronteras como en los mares y las costas del único ente que les paraba los pies: España.
UNOS APUNTES SOBRE LA TORTURA
Cuando se habla de tortura, el imaginario generalizado hace que inmediatamente, y como consecuencia de la deformación que con tanto éxito se ha llevado a efecto con la divulgación de la leyenda negra contra España, se piense en la Inquisición.
Pero debemos ser serios y no alimentar nuestro intelecto con lugares comunes que, para mayor tropelía, no tienen nada que ver con la realidad. Va siendo hora que una sociedad que se autotitula culta tenga algún atisbo de cultura, y va siendo hora que el pueblo español se deje de complejos y aprenda a enorgullecerse de aquello que le ha dado gloria. Un aspecto de esa gloria es, sin lugar a dudas, la Inquisición.
Si algo se puede decir de la tortura y de la Inquisición, es que ésta, la Inquisición, en un mundo con unos conceptos determinados de justicia, irrumpió para salvaguardar los derechos de la mayoría… y de los reos. En sus métodos estaba la tortura, cierto, pero ni cualquier clase de tortura, ni cualquier tiempo de tortura, ni cualquier número de torturas, ni cualquier reo, ni la desatención médica… La Inquisición aportó una dulcificación del método digna de encomio. Y fue la primera institución que llegó a abolir su aplicación, con un siglo de anticipo a la abolición por los regímenes liberales o las instituciones que dieron lugar a los mismos, que nunca la abolieron ni la mitigaron.
Al respecto, José Antonio Escudero dice que “hay que señalar que el uso de la tortura, como medio para arrancar la confesión de la víctima, no fue algo peculiar de la Inquisición española. Se utilizó en la práctica penal de muchos tribunales de Europa, así como en la Inquisición romana.”276 Así, no parece lógico pensar en la Inquisición cuando de habla de tortura, pero resulta que, además, es ahistórico pensar en la Inquisición cuando se habla de tortura, ya que conforme declaran historiadores para nada simpatizantes con la Inquisición como Lea o Kamen “confirman con estadísticas que en épocas "duras" (hasta 1530) en tribunales muy activos se utilizó el tormento en el uno o dos por ciento de los casos.”277
Otros investigadores no identificados como “anti” sino sencillamente como historiadores, caso de Gabriel Bernat, señalan que “en honor a la verdad hay que manifestar que el empleo del tormento por el Tribunal de Santo Oficio fue limitado. Se estima que fue empleado en no más de un 6 a 9% del total de procesos en toda la historia, aunque hubo épocas en las que la aplicación fue importante, especialmente en sus etapas iniciales contra los judeoconversos. Además, en contra de lo que se suele creer, en los juicios de la época de Torquemada el tormento para interrogar casi no se utilizó. Fue a partir del segundo tercio del s. XVI cuando aplicó con mayor frecuencia, mientras que en el s. XVII su empleo disminuyó y de hecho en el s. XVIII casi desapareció.” 278
Esa estadística nos desvela una realidad: Los delincuentes, en no pocas ocasiones simulaban ser reos de herejía para que fuese la Inquisición la encargada de tratar su caso judicial. Y es que el trato brindado por la Inquisición era notablemente mejor que el brindado por los otros tribunales. Por otra parte, la Inquisición “fue el primer tribunal del mundo que suprimió el tormento cien años antes de ser extinguida.”279
Abundando sobre la misma cuestión, Samuel Vila señala que “con respecto al tormento hemos de empezar por reconocer que su uso, tanto en plan de castigo como para extraer confesiones de los presos, fue general en la Alta Edad Media, el Renacimiento y, en algunos casos, entrada la Edad Moderna, en todos los países de la Cristiandad y por parte de todos los tribunales, seculares o eclesiásticos.”280 Y Gabriel Bernat insiste sobre la misma cuestión: “Como muestra la actuación de la justicia civil y religiosa dentro y fuera de España, no fue sólo el estigma de la Inquisición, sino el de toda una época.”281
Con esa premisa deben ser tratadas las torturas de la Inquisición; por eso, con Ricardo Cappa hay que decir que la Inquisición no inventó el tormento, “sino que moderó sus rigores y su duración; que exigió para su aplicación condiciones muy favorables a los reos; que dificultó primero su práctica, y acabó después por abolirlo con mucha anterioridad a los tribunales civiles.”282
Siendo así, es preocupante la existencia de la historia negra inventada por la Ilustración y por los países europeos en unos momentos en que esa Ilustración y esos países europeos estaban llevando a cabo los peores genocidios conocidos hasta el momento.
Por otra parte, en los escasos casos de tormento infligido en la Inquisición a lo largo y ancho de toda la Hispanidad, vuelve a recordarnos Gabriel Bernat que “la práctica del tormento era controlada por el médico, que a veces lo impedía al reconocer previamente a la víctima… En los tribunales civiles de la época no habían tales consideraciones y su empleo fue general aún en aquellos casos en que los sospechosos habían declarado plenamente sus culpas… (por otra parte), El acusado era sometido a tormento sólo si los delitos que se le atribuían previamente estaban semiplenamente probados y siempre que los Inquisidores estuviesen de acuerdo en la conveniencia de su empleo.”283 No era, así, de uso arbitrario, sino colegiado y metódicamente analizado.
Debemos insistir hasta la saciedad, pues hasta la saciedad se ha venido mintiendo hasta el momento, que “la tortura no fue inventada por la Inquisición y era el procedimiento legal propio de la época en todo tribunal civil y militar, la tortura se anunciaba o se aplicaba con la esperanza de que el acusado confesara y recibiera una condena menor que la de muerte. La Inquisición prohibía la tortura a mujeres que estaban criando, a personas de corazón débil, y a los acusados de herejías menores, esta tortura era en mucho mas benigna que la de los tribunales de la época. Un ejemplo fue la tortura aplicada a los amantes de las nueras de Felipe el hermoso (Rey Francés) de 18 y 19 años respectivamente, los huesos de estos fueron triturados con mandarria, fueron desollados vivos, se le cortaron los genitales y se le introdujeron en la boca, se le sacaron y quemaron las entrañas y después fueron descuartizados, esto frente a miles de jubilosos espectadores de todas las clases sociales que inundaron la Plaza de la sentencia el día antes…esto era el tribunal civil, esto no ocurría en la Inquisición, la tortura principal de la Inquisición era una cárcel prolongada. En muchos casos como dice Will Durant en su libro sobre el tema, era misericordioso y perdonaba penas a causa de la edad, ignorancia, pobreza, embriaguez o por la buena reputación del acusado, la pena mas suave era una reprimenda.”284
Debemos ser conscientes que el asunto de la tortura siempre ha preocupado a la Iglesia, y por supuesto a la Inquisición, pero es evidente que la Historia se ha desarrollado en unas condiciones similares para todos. Es difícil romper de pronto con una costumbre; no obstante, la Inquisición marcaba unas pautas importantes en ese sentido, suavizando en lo posible las técnicas vigentes hasta el momento. Así, al tocar el asunto de la tortura, tanto San Agustín como el Código de las siete Partidas, lamentan que llegue a ser utilizado, pero “cometen los omes é facen grandes yerros é males encubiertamente, de manera que non puden ser sabidos ni probados. É por ende tovieron por bien los sabios antiguos que hiciesen tormentar los omes, porque pudiesen saber la verdad ende de ellos.”285 Era la sensibilidad de la Edad Media. La sensibilidad actual no soporta la tortura. No sucedía lo mismo entonces, si bien en el campo cristiano mostraban su dolor y procuraban limitarlo. La Inquisición es, quizás, el mejor ejemplo.
La Iglesia no era ajena a su tiempo, por lo que asumió el uso de la tortura, pero en este caso servía para librar de la muerte al reo; así, nos dice Beatriz Comella que “desde el siglo XIII, la Iglesia admitió el uso de la tortura para conseguir la confesión y arrepentimiento de los reos. No hay que olvidar que el tormento era utilizado también en los tribunales civiles; en el de la Inquisición se le dio otra finalidad: el acusado confeso arrepentido tras la tortura se libraba de la muerte, algo que no ocurría en la justicia civil. Las torturas eran terribles sufrimientos físicos que no llegaban a mutilar o matar al acusado.”286
Todo lo contrario pasaba en el mundo de la Ilustración, del protestantismo y del liberalismo. Debemos tener en cuenta que en Europa sí era utilizada con fruición la tortura, y hasta 1921, en Estados Unidos se aplicaba el tormento de “la barra”, y se reconocía, como recuerda Toribio Esquivel, “que en la investigación de los delitos es frecuentemente esencial…que deba dejarse cierta discreción al departamento de policía y al procurador en cuanto a los métodos que deben emplearse en cada caso.”287
En 1921 se aplicaba en Estados Unidos el tormento; mientras, señala Ricardo Cappa que, trescientos sesenta años antes, “según el edicto de 1561, sólo a los reos contra la fe se les podía dar, y esto habiendo semiplena probanza del delito… Ningún tribunal de provincia tenía facultad para darlo sino cuando unánimemente lo votaban los inquisidores, el obispo diocesano y los consultores; desde muy antiguo se tenía prevenido a los inquisidores que fuesen sumamente circunspectos en mandar atormentar a los reos… El reo podía recurrir antes de sufrirlo… Los menores de veinticinco años y los mayores de sesenta, estaban exceptuados, lo mismo que las preñadas.”288 Cuatro siglos después de estas instrucciones, los principales responsables de la leyenda negra contra la Inquisición se planteaban las mismas cuestiones.
Hemos atendido como datos aceptables los aportados por los historiadores Lea y Kamen, manifiestamente militantes de la doctrina anti-inquisitorial, y nos hemos quedado con que el sistema inquisitorial aplicaba la tortura en el uno o dos por ciento de los casos… y de los casos más graves. Si en toda la Hispanidad, también según esos autores, los condenados a la hoguera están en una horquilla de 800 y 2000 personas, y muchos de ellos fueron quemados en efigie porque habían fallecido con anterioridad o se habían exiliado, el dos por ciento de lo que queda llega a sumar, en toda la Hispanidad, la cifra de… (que cada cual lo calcule). Además, la tortura no solo no se aplicó durante toda la existencia de la Inquisición, sino tampoco, y por supuesto en todos los casos; sólo en los casos más graves que llevaban aparejada la contumacia.
Dice José Antonio Escudero que “la tortura, empleada al término de la fase probatoria del proceso, tenía lugar cuando el reo entraba en contradicciones o era incongruente con su declaración, cuando reconocía una acción torpe pero negaba su intención herética, y cuando realizaba sólo una confesión parcial. Los medios utilizados fueron los habituales en otros tribunales, sin acudir nunca a ninguna otra presión psicológica que la derivada del propio miedo al dolor. En concreto, la Inquisición hizo uso de tres procedimientos: la garrucha, la toca y el potro. El primero consistía en sujetar a la víctima los brazos detrás de la espalda, alzándole desde el suelo con una soga atada a las muñecas, mientras de los pies pendían las pesas. En tal posición era mantenido durante un tiempo, agravándose a veces el tormento soltando bruscamente la soga -que colgaba de una polea- y dejándole caer, con el consiguiente peligro de descoyuntar las extremidades. Más sofisticada era la tortura del agua, en la que el reo era subido a una especie de escalera, para luego doblarle sobre sí mismo con la cabeza más baja que los pies. Situado así, se le inmovilizaba la cabeza para introducirle por la boca una toca o venda de lino, a la que fluía agua de una jarra con capacidad para algo más de un litro. La víctima sufría la consiguiente sensación de ahogo, mientras de vez en cuando le era retirada la toca para conminarle a confesar. La severidad del castigo se medía por el número de jarras consumidas, a veces hasta seis u ocho.
Estas dos formas de tortura, las más primitivas, cayeron luego en desuso y fueron reemplazadas por el potro, instrumento al que era atada la víctima. Con la cuerda alrededor de su cuerpo y en las extremidades, el verdugo daba vueltas a un dispositivo que progresivamente la ceñía, mientras el reo era advertido de que, de no decir la verdad, proseguiría el tormento dando otra o varias vueltas más.”289
Esta explicación, por supuesto, nos deja atónitos, y con nuestra sensibilidad del siglo XXI la estimamos inaceptable, pero debemos tener en cuenta, según los datos estadísticos aportados, que la Inquisición era de la misma opinión. Estos métodos, al parecer, sí eran aplicados por los mismos que crearon la leyenda negra.
Los datos están en los archivos de la Inquisición, que era metódica en todo. Será cuestión de que los investigadores realicen una lista con todos los casos. Lo cierto es que 139 años antes de que en Estados Unidos se planteasen suprimir la tortura, “en 24 de Agosto de 1782 se aplicó en Sevilla el último suplicio a una mujer… precedieron á la captura de esta mujer más de diez años de delaciones no interrumpidas.”290
Debemos considerar además que, siendo que la Inquisición era minuciosa en la transcripción del menor de los detalles ocurridos en casa proceso, y conforme indica Samuel Vila, “no hay referencia alguna fidedigna de que la Inquisición española tratara con ensañamiento a sus víctimas, como las hay, en cambio, en la historia de las persecuciones religiosas de otros países, como por ejemplo en Francia con los hugonotes… Admitimos, sin reparo, que el Tribunal de la Inquisición no tenía la exclusiva del uso de la tortura, que no usaba de ella indiscriminadamente, y aun que la aplicaba con desagrado y como un mal menor.”291
Porque si es cierto que la tortura era utilizada, también es cierto que no era sistemática, sino aplicada en casos muy concretos de contumacia que en cualquiera de los casos deben configurar una cifra total que, por lo dicho hasta el momento, y a falta de comprobación, no puede pasar, como mucho, de dos cifras bajas… En toda la Hispanidad. También es cierto que la tortura era un método utilizado en la época por todas las instancias, civiles, militares, españolas y extranjeras, y a ese método no eran ajenos ni los musulmanes ni los protestantes. No se trata de justificar el acto; se trata de no acusar a la Inquisición de actos que estaban generalmente asumidos. Y también dice Juan Antonio Llorente, secretario que fue de la Inquisición y afrancesado, autor de un trabajo difamatorio sobre el Santo Tribunal, que “es cierto que los inquisidores hace muchos tiempos que se han abstenido de decretarlo, de forma que casi se puede reputar abolido por el no uso”.292
En definitiva, las pocas decenas de torturas que, a lo largo de todo el Imperio y a lo largo de trescientos cincuenta años pudo llevar a efecto la Inquisición “tenía lugar cuando se trataba de delitos muy graves, había grandes indicios o sospechas de culpabilidad y se produjera alguna de las siguientes circunstancias
a) El reo entraba en contradicciones.
b) El reo era incongruente con su declaración.
c) El reo reconocía una acción torpe pero negaba su intención herética.
d) El reo realizaba sólo una confesión parcial.”293
Tres extremos sumados en los que difícilmente encontraremos muchos reos.
Por su parte, “Kamen afirma, citando las Instrucciones de 1561 que venimos considerando, que su aplicación debía estar de acuerdo con la conciencia y arbitrio de los jueces, regulados según derecho, razón y buena conciencia. Deben los Inquisidores mirar mucho que la sentencia del tormento sea justificada y precediendo legítimos indicios. El mismo Kamen llega a la conclusión de que, teniendo en cuenta la praxis procesal de la época, la Inquisición española siguió una política de benignidad y circunspección que la deja en lugar favorable si se la compara con cualquier otra institución. A este respecto proporciona algunos datos sobre la misma. Por ejemplo, el de que en Granada, de 1573 a 1577, se aplicó a un siete por ciento de acusados y en Sevilla, de 1606 a 1612, a un once por ciento. En Lima, durante el siglo XVIII, sólo se aplicó en el dos por ciento de los casos.”294
Hoy, nadie que se considere serio atiende las difamaciones de la Ilustración. Para apoyar el aserto, una nueva cita de Henry Kamen:“El uso de la tortura (que, en realidad, parece que se aplicaba raras veces) capturó la imaginación de los escritores populares tardíos y a ellos debemos algunas de las más imaginativas páginas de la ficción romántica que se produjeron durante el siglo XVIII y XIX… no debemos exagerar el significado de la tortura o de la pena de muerte. Salvo algunas excepciones importantes, la tortura se empleaba poco, y las cifras por muertes inquisitoriales han sido consistentemente exageradas.”295
Y es que en la Inquisición española, según Luis de la Cruz Valenciano, “esta medida se aplicaba en los casos que el delito estaba casi probado y siempre que estuviesen de acuerdo los inquisidores ordinarios y apostólicos en su empleo… Cuando el reo confesaba tras la aplicación del tormento, la validez de su testimonio quedaba supeditada a la posterior ratificación algunos días después del suplicio.”296 En otras palabras: el valor jurídico del acto era cuestionado por la propia Inquisición.
Por otra parte, otro historiador no precisamente dispuesto a justificar la Inquisición, Cecil Roth, señala que “en la mayor parte de los casos se imponía la tortura sólo para conseguir confirmación de lo que los inquisidores ya sabían; porque sin confesión, la penitencia quedaba descartada.”297 Pero esta afirmación no pasa de ser una nueva redundancia, ya que los procesos se iniciaban cuando la Inquisición tenía pruebas de la culpabilidad del reo, habiendo permitido su más absoluta libertad durante el transcurso de la investigación. Así, pocos reos, aunque los hubo (y salieron con la palma de la victoria), eran inocentes de los cargos que se les imputaban.
Somos conscientes que este capítulo acaba siendo redundante, pero insistimos en la necesidad de la redundancia, ya que como dice H.C. Lea, “la creencia de que las torturas usadas por la Inquisición de España fueron excepcionalmente crueles se debe á los escritores sensacionales, que han abusado de la credulidad de sus lectores.”298
Pero es el caso que “el general francés Belliard, que fue gobernador de Madrid en tiempo de la francesada, tuvo, como era natural, vehementísimos deseos de conocer las cárceles del Santo Oficio, y mayores aún de inspeccionar por sí mismo el cuarto del tormento: tal se lo habían pintado los libros que de la Inquisición había leído. Corrido de no hallar ni rastro de aquellos monstruos de crueldad, decía mohino a los que le acompañaban: ‘Nous ont trompé’ (nos equivocamos).”299
No parece justificado echar sobre la Inquisición todo lo que se ha echado cuando, en el peor de los casos, usó comedidamente de métodos que otros utilizaron de forma generalizada… Y abolió esos métodos un siglo antes que ellos se lo planteasesn.
“¿Acaso puede ignorarse que el suplicio de la rueda se empleó en Alemania hasta 1841, cuando ya habían nacido y hasta muerto no pocos filósofos de esos que nos enamoran? El mismo tormento ¿no subsistió en Austria hasta 1776, en Francia hasta 1789, en Prusia hasta 1740, en Sajonia hasta 1770, en Rusia hasta 1801? ¿Dónde tardó más en abolirse este factor de enjuiciamiento criminal, sino en Wurttemberg y en Gotha, Estados ambos del Imperio Alemán, en los cuales perduró hasta 1809 y 1828, respectivamente?”300 El caso es que junto a estas fechas no hay otras posteriores en el argumentario de Juderías porque murió antes de las atrocidades cometidas por los sistemas liberal y comunista durante el siglo XX, de las que no puede ser excluido el genocidio mayor de la historia: el aborto.
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