El primer paso para sacudirse un mal es ser consciente que se padece. El segundo dependerá de la voluntad de supervivencia que se tenga.
España está en un marasmo que la hace irreconocible, y los españoles nos debatimos permanentemente, a veces de forma acalorada, en apoyar posturas que son parte del mal que nos acogota. Se hace menester, por tanto, sosegarse y estudiar. Pero ¿estudiar?, ¿qué? Ni más ni menos que la Historia de España.
¿Dónde arranca el mal de España? Probablemente es, en gran parte, intrínseco a nuestra naturaleza. Pena da el reino visigodo, con la peculiar pandemia que representaban las banderías en torno al poder real, y que tuvo como consecuencia la invasión musulmana.
No fue hasta el siglo XV, cuando ya bien maduro, aparecieron unos personajes señeros, los Reyes Católicos, cuyo final estuvo a punto de acabar en desastre. No fue finalmente el desastre sino la gloria lo que acabaría llegando con Carlos I, personaje que si llegó envuelto en las más oscuras dudas, acabó superándose a sí mismo y abriendo para España la gloria, que sería mantenida incólume hasta 1640, cuando una serie de desgracias y de mal gobierno acarrearon la guerra de los Segadores, la pérdida del Rosellón y la separación de Portugal.
En esta etapa, en 1655, una acción coordinada de piratas, con la cooperación de los marranos expulsos, arrebataban Jamaica a España para convertirla en territorio destinado a la explotación de esclavos, por cierto británicos en las primeras décadas, y como cabeza de puente para el asalto a la España americana.
Esas acciones no fueron fortuitas. El enemigo estaba en acción. ¿Y quién era el enemigo? Francia, por supuesto, que fue quién arrebató el Rosellón… Pero había otro enemigo peor, que fue quién financió y apoyó la separación de Portugal y la toma de Jamaica.
Ese enemigo es el que en 1701, un año después de subir al trono Felipe V, títere de la corona francesa, iniciaría una guerra contra España en apoyo de un espurio pretendiente a la corona, el archiduque Carlos. Guerra cuyo objetivo, muy por delante de los supuestos derechos del archiduque, buscaba la fragmentación de España, algo que consiguió parcialmente al ser enajenadas las posesiones en los Países Bajos, en Italia y el Franco Condado.
Pero no fueron esas la únicas mutilaciones. En el Tratado de Utrecht de 1711, contra derecho, Inglaterra se quedó en posesión de Menorca y de Gibraltar. Menorca sería reconquistada por Carlos III, pero Gibraltar… ahí sigue.
Ya tenían también una cabeza de puente para la conquista de la España europea.
Un siglo XVIII que se distingue por un rosario de guerras entre España e Inglaterra, donde los piratas lo eran en tiempos de paz mientras en tiempos de guerra se convertían en corsarios, da paso a un siglo XIX que se señala con el desastre de Trafalgar y el acoso de las armadas británicas, que son inexorablemente vencidas, a las costas americanas.
En el curso de estos enfrentamientos se produjo la penetración británica en el estuario de La Plata, con el ataque a Buenos Aires en 1806, y las expediciones separatistas, financiadas por Gran Bretaña, de Francisco Miranda en 1804 y 1806 que acabaron en un total fracaso.
La última armada con destino a atacar Buenos Aires estaba dispuesta a salir de Inglaterra en 1808 cuando el pueblo español se batía a navajazos contra el ejército francés, sin lugar a dudas el mejor ejército del mundo en esos momentos.
La ocasión no podía pasar desapercibida, y esa flota británica, al mando de Artur Wellesley, desvió su ruta, se presentó en La Coruña, y ante el arrebato de la población anunció que no eran enemigos, sino amigos que venían a prestar su apoyo contra Napoleón… Y el pueblo español, cuya estupidez llevaba gestándose al amparo de la Ilustración, lo creyó a pie juntillas.
Las cortes se reunían en Cádiz, al amparo de la armada británica, con principios políticos exportados por Inglaterra, y con un candidato a rey de España que finalmente no cuadraría con los intereses británicos: sir Artur Wellesley, duque de Wellington.
Parejo a esta actuación, en la España americana las actuaciones de los agentes británicos se multiplicaban por doquier. Si Juan Pablo Viscardo no consiguió sus objetivos en 1781 con la revuelta de Túpac Amaru, y siendo jesuita acabó refugiado en la anglicana Inglaterra, feroz perseguidora del catolicismo, Francisco de Miranda posibilitaría los asaltos británicos a Buenos Aires en 1806 y 1807.
En el ataque de 1806 el ejército británico sufriría una humillante derrota en Buenos Aires, donde el pueblo se puso a las órdenes de Santiago de Liniers.
En 1807, la nueva invasión inglesa también fue rechazada en Buenos Aires, pero la bondadosa actuación de Liniers y la perversa actuación de los agentes británicos haría que finalmente Liniers fuese vilmente asesinado por aquellos.
Y en esa situación se crearía en Londres una logia por la que inexorablemente pasarían todos los «libertadores». Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar, Vicente Rocafuerte… etc. Etc. Etc. Y hoy mismo, en Bristol, calle Lodge Street 6, radica la sede del movimiento independentista mapuche.
El historiador argentino Raul Scalabrini Ortiz, en su obra«política británica en el Río de la Plata» señala que los próceres Mariano Moreno, Carlos María Alvear eran marionetas de Inglaterra…. Y sigue… el arma más temible que la diplomacia inglesa blande es el soborno. Inglaterra no teme a los hombres inteligentes. Teme a los dirigentes probos...
Como queda señalado en 1808 llegaba Artur Wellesley a La Coruña. Acabaría siendo nombrado duque de Ciudad Rodrigo, y en su escudo, naturalmente, figura la bandera británica. Pero no acabó ahí la perfidia, ya que tomaría las riendas de la dirección militar de España, haría nombrar generales a su gusto, y a su amparo desarrollarían su actividad los personajes que acabarían llevando a efecto los proyectos que, desde 1711, y bajo el nombre de “proyecto para la humillación de España” llevaba en marcha Inglaterra.
El más destacado de ellos, José de San Martín, colaborador personal de Wellesley, hijo de militar peninsular, nacido en América, vivió en España desde su más tierna infancia.
En 1811, en plena guerra peninsular, pidió la baja del ejército español con la excusa de que debía acudir a Lima para atender asuntos de familia, cuando la verdad es que había nacido en 1778 en el Virreinato de la Plata, y que regresaría a la Península en 1784 con toda su familia, y en América no le quedaba ningún lazo familiar.
El lunes 26 de agosto de 1811 fue retirado del ejército a petición propia y, sin medios conocidos de vida, regresó a América; pero lo hizo vía Londres, donde estuvo cuatro meses. ¿Quién corrió con esos gastos cuando no poseía hacienda y siempre vivió apremiado económicamente?
Por intermedio del noble escocés, lord Mac Duff, y por interposición de sir Charles Stuart, agente diplomático en España, pudo obtener un pasaporte para pasar subrepticiamente a Londres, recibiendo de sus amigos cartas de recomendación y letras de cambio a su favor.
La excusa de San Martín que señalaba asuntos familiares en Lima no puede ser otra cosa que un mensaje críptico sobre la misión que llevaba encomendada y que cumplía al pie de la letra el Plan Pitt: atravesar los Andes con un ejército (curiosamente compuesto mayoritariamente por unidades inglesas) y tomar Lima.
Y todo, siendo militar en un ejército que en esos momentos se encontraba en encarnizada guerra contra un enemigo exterior que había invadido España… Cuando menos, extraño.
No se trata de un caso extraordinario, como no se trata de un caso extraordinario el «apoyo» militar inglés, que tuvo exponentes destacables, como el bombardeo ordenado por Wellesley sobre la industria textil bejarana, fuerte competidora de la industria inglesa, cuando no existían enemigos que combatir, o en la destrucción de la fábrica de porcelanas del Buen Retiro, cuando los franceses ya habían evacuado la ciudad.
Acciones similares seguirían ocurriendo muy concretamente a todo lo largo del siglo XIX, tanto en la parte de España que se quedó con tal nombre, como en la España americana, ahora dividida en dos docenas de republiquetas que resultan tan fáciles de manejar o más que la colonia británica europea controlada desde la base de Gibraltar.
La España peninsular de esta época es digna de varios estudios, siendo que todos señalan la misma deriva. Los dirigentes, los gobernantes de España, y de las republiquetas americanas, no han dejado, desde estos momentos tratados, y hasta hoy mismo, de seguir las instrucciones emanadas desde Londres. Da igual el color político de cada uno de ellos, han seguido las instrucciones impuestas, sea en las escandalosas desamortizaciones llevadas a efecto a un lado y a otro del Atlántico, sea en tratamiento de los medios de producción, o en el escándalo manifiesto que significó el rechazo del submarino, cuando era también manifiesta su extrema utilidad, máximo estando como estaba cantada la guerra contra los Estados Unidos… aunque quizá fuese precisamente ese el motivo por el que el gobierno español abortó el proyecto.
Estamos hablando de flagrante traición a la patria por parte de toda la clase política… y militar.
Traidor fue Espartero; traidor fue San Martín; traidor fue Mina; traidor fue Maroto; traidor fue Cánovas… y no seguimos con la lista porque agotaríamos ampliamente el tiempo de esta charla… Y todos tienen dedicadas calles en Madrid y otros lugares de España.
Sigamos con la España americana. La revolución en América no fue de la plebe contra la oligarquía, sino que estuvo organizada por la aristocracia criolla, imbuida del espíritu anglófilo, contra la burocracia peninsular. Finalmente, en el enfrentamiento que, lógicamente, acabaría produciéndose, los indios pelearon mayoritariamente por el rey, mientras los criollos y los peninsulares se repartieron entre unos y otros.
Étnicamente la masa de las tropas reales estaba compuesta mayoritariamente por indios, y se componía de unidades permanentes de veteranos, y de milicias reclutadas según las necesidades, con ámbito local o provincial.
Indios combatieron en gran medida en el ejército español; en el Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, en los escuadrones de caballería aymara, en los Regimientos de Chumbivilcas, el Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco.
En Chile, los caciques araucanos se alinearon con el general Pareja en Talcahuano en 1812 para combatir a los «señoritos» de Santiago, arremetiendo la ferocidad inhumana de los separatistas.
En la Nueva España, donde el carácter de la Revolución se vistió de indigenista, el apoyo de los indios al ejército nacional se plasmó en la formación del Cuerpo Patriótico de Voluntarios de Fernando VII y resistiendo a los separatistas en los principales pueblos.
En la Puna los indígenas se mantuvieron neutrales, aunque mostrando cierta proximidad con los realistas…
En Venezuela y Nueva Granada, los negros apoyaron masivamente la causa de España.
Con estos datos debemos coincidir con el juicio del colombiano Indalecio Liévano Aguirre quién señala que la quiebra del sistema no fue resultado de la casualidad, sino de la voluntad; de donde podemos inferir que es el resultado de una intención que sin duda podemos calificar de criminal.
Y en el terreno económico, la quiebra, provocada deliberadamente, de la pequeña manufactura y de la artesanía, solo serviría para aumentar su dependencia colonial de los mercados mundiales. Los comerciantes importadores, que durante la etapa de dependencia de España fueron el instrumento operativo de una economía nacional, debían cumplir idéntica función al producirse la Independencia, con la sola variante de que ya no actuarían como servidores del mercado español, sino como vehículo, igualmente eficaz, del monopolio mercantil y financiero de las potencias anglosajonas. Su interés, con respecto al fomento de la economía nativa, se reducía a estimular la exportación de metales preciosos y materias primas tropicales, a fin de aumentar los medios de pago internacional requeridos para mantener el ritmo del comercio de importación.
Pero para llegar a esa situación de dependencia ocurrieron una serie de movimientos. Así, en 1810, los venezolanos no seguían a Bolívar, sino al general Monteverde, caudillo de las tropas realistas. Y cuando éste quedó desacreditado, siguieron a Boves, que aplicaría las mismas prácticas inhumanas de guerra a muerte que previamente había decretado Bolívar. Serían las tropas británicas, en número superior a 5.000 unidades, las que serían acaudilladas por Bolívar.
Y es que los ejércitos “libertadores”, como la “marina libertadora” que acabaría tomando Lima, estaban compuestos principalmente por unidades británicas enroladas en las principales ciudades inglesas, con mandos militares suministrados por el ejército británico, y que nominalmente servirían bajo el mando de los “próceres”
Inglaterra se libraba de la población sobrante como consecuencia de la revolución industrial enviando a Australia y a Nueva Zelanda, como presos en régimen de pura esclavitud, transportados en barcos esclavistas que por mor de la legislación abolicionista habían quedado sin servicio, a miles de ingleses convictos de delincuencia que alcanzaba hasta el que había robado una manzana, y los miles de soldados inactivos que en gran número deambulaban sin oficio por las ciudades inglesas tras haber acabado con el poder de Napoleón, serían reclutados con destino a América, para combatir a España. Éstos conformarían el núcleo principal de los ejércitos de los que eran nominales jefes los conocidos como “libertadores”.
No fue menor el aporte británico a los separatistas americanos, como no fue ni es menor el que hoy llevan a cabo con los separatistas mapuches o catalanistas, por ejemplo.
El agradecimiento de Bolívar a los británicos se manifiesta con mucha frecuencia en concesiones de todo tipo, y públicamente no se recataba en exceso a la hora de manifestar su sometimiento; así, en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819 dice:
De los más remotos climas, una legión británica ha dejado la patria de la gloria por adquirirse el renombre de salvadores de la América. En vuestro seno, granadinos, tenéis ya este ejército de amigos y bienhechores, y el Dios que protege siempre la humanidad afligida, concederá el triunfo a sus armas redentoras. (Bolívar, Camilo: 76)
Armas redentoras que masacraron las poblaciones; armas redentoras que sometieron a la Hispanidad entera; armas redentoras que, literalmente, vaciaron las arcas de los virreinatos y transportaron los tesoros para mayor gloria de Inglaterra; armas redentoras que exterminaron pueblos indígenas; armas redentoras bajo cuyo auspicio se hundió el mercado de toda la Hispanidad en beneficio exclusivo del mercado británico; armas redentoras que, necesitando bases militares, no dudaron en quedarse gentilmente con las Islas Malvinas o con la Guayana. Lamentablemente en este caso no hablamos de historia negra inventada, sino de historia. Mejor tratada y con menos saña queda expuesta la idea por Pedro Muñoz, contemporáneo de los hechos, quien afirma:
Réstame hablar de los ingleses, que, llevados de su ambición e insaciable codicia, han animado, han mantenido y alimentado a los rebeldes vendiéndoles armas y municiones y mostrándoles un semblante de protectores para el caso de no poder conseguir cabalmente sus ideas. Se han llevado cuantos intereses hubo en ambas Américas y han arrastrado cuantas riquezas de plata y oro se habían podido reservar y guardar en mucho tiempo.
Pero el aporte de material de guerra y de contingentes militares británicos no se limitaría a los señalados. Más adelante llegarían a Venezuela más voluntarios en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson; y el Ejército del Sur, comandado por Sucre y conformado más por tropas inglesas que americanos, fue sin duda más vitoreado desde los balcones de Quito donde se concentraba la oligarquía criolla que en las comunidades andinas.
Y no es de extrañar que tal sucediera, cuando era en Londres, y muy en concreto en la parroquia anglicana de St. Agnes, en el centro de la ciudad, donde el 4 de mayo de 1817, y autorizado por el gobierno británico al tiempo que auspiciado entusiastamente por el vicario de St. Agnes, Henry Francis Todd, el agente personal del libertador, Luis López Méndez, organizó un reclutamiento masivo de desarrapados.
En diciembre de ese mismo año se embarcaron para la América cinco contingentes de voluntarios que desembarcarían en la isla de Margarita, el 21 de abril de 1818.
El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, más el mayor Plunket. El contingente contaba con un total de 127 oficiales, 3.840 soldados (entre lanceros, dragones, granaderos, cazadores, rifles, húsares y simples casacas rojas), y el apoyo naval de las cañoneras HMS Indian, HMS Prince, HMS Britannia, HMS Dawson y HMS Emerald.
Muchos eran los próceres británicos. Los nombres de Daniel Florence O’Leary, (cronista de Bolívar), Gregor MacGregor, John Devereux, los hermanos James y John Mackintosh, Richard Trevithick, Thomas C. Wright, Alexander Alexander, George L. Chesterton, William Davy, Thomas I. Ferrier, Thomas Foley, Peter A. Grant, James Hamilton, John Johnstone, Laurence McGuire, Thomas Manby, Richard Murphy, John Needham, Robert Piggot, William Rafter, James Robinson, Athur Sandes, Richard L. Vowell, etc. Extraños nombres los de los patriotas neogranadinos.
Se podrá argüir que esta intervención estaba meditada por la Gran Bretaña… algo de lo que no cabe la menor duda, pero la complicidad de los libertadores es manifiesta; así, en Julio de 1818, Bolívar escribía a su agente en Londres:
Con respecto á los buques Príncipe de Gales, Two Friends, Gladuvin, y Morgan Battlen no puedo decir á Usted otra cosa sino que ninguno de ellos ha entrado á este Puerto.
El 15 de Agosto de 1818 hace una nueva declaración de sus principios:
Extranjeros generosos y aguerridos han venido a ponerse bajo los estandartes de Venezuela. ¿Y podrán los tiranos continuar la lucha, cuando nuestra resistencia ha disminuido su fuerza y ha aumentado la nuestra? La España, que aflige Fernando con su dominio exterminador, toca a su término. Enjambres de nuestros corsarios aniquilan su comercio; sus campos están desiertos, porque la muerte ha segado sus hijos; sus tesoros, agotados por veinte años de guerra; el espíritu nacional, anonadado por los impuestos, las levas, la inquisición y el despotismo. La catástrofe más espantosa corre rápidamente sobre la España. (Bolívar, Camilo: 66)
Ciertamente, los corsarios que operaban Cartagena eran normalmente usenses y franceses, y lo hacían con la cobertura de la marina inglesa con base en las Antillas, hacían que la catástrofe más espantosa se adueñase de toda España, siendo que donde más estragos acabarían haciendo sería en la España americana.
Por supuesto, a los libertadores no les quedaba más que echar flores a sus protectores británicos, quienes les suministraron toda la ayuda que necesitaron; primero ayuda económica y luego ayuda militar. Ayuda económica que tuvo varias vertientes; una de ellas, sin lugar a dudas la menos significativa, la de mantenimiento de los agentes antes de la separación; así, conforme señalA el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco
Francisco de Miranda recibía un sueldo de 700 libras esterlinas anuales de la «Colonial Office». Los «próceres» argentinos Saturnino Rodríguez de la Peña y Manuel Aniceto Padilla recibían igualmente sueldo anual de 400 y 300 libras esterlinas, respectivamente, de manos de lord Castlereagh desde Río de Janeiro; posteriormente recibirían una pensión vitalicia del gobierno británico por sus servicios prestados. También recibieron dinero inglés los «argentinos» José y Juan Antonio de Moldes, así como Manuel Pinto.
En cuanto a Francisco de Miranda, sus servicios fueron reconocidos por el gobierno francés, literalmente grabando su nombre en piedra en una urna vacía en el Arco del Triunfo de la Estrella que preside los Campos Elíseos de París, como Mariscal de Francia, único americano a quien le fue otorgado ese honor; por su parte, Sucre luce en su sepulcro en Quito una placa de agradecimiento por parte del ejército británico… Saturnino Rodríguez Peña, el agente de Miranda en el Río de la Plata que liberó a Beresford después de la capitulación en las invasiones Británicas en 1807, recibía una asignación del General Whitelocke y una pensión del Gobierno Británico… San Martín… etc.
Al hilo de todo lo relatado, es menester recordar las palabras pronunciadas el 25 de julio de 1819 por el coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor de Bolívar, durante la batalla del Pantano de Vargas, donde muchos de entre la minoría de neogranadinos que componían el ejército, acabaron desertando, siendo los ingleses, comandados por el coronel James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, quien reconoció:
Merecen una mención particular las Compañías Británicas a las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la «Estrella de los Libertadores» en premio de su constancia y de su valor.
Es conveniente destacar las acciones que merecieron ese reconocimiento: los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos.
Y es que quien únicamente no daba puntada sin hilo era la Gran Bretaña, porque allí siempre han tenido muy claro que, aunque Inglaterra había ayudado a liberar la Península de las fuerzas de Napoleón, para la mayoría de los británicos España era y es el enemigo.
Inglaterra tenía muy claro, según se desprende de las sesiones de su parlamento, que no debía permitirse que España recuperase su antiguo esplendor, a pesar de los compromisos contraídos en el Congreso de Viena.
La propaganda de siglos había conseguido que en la población estuviese muy presente y cierta la leyenda negra, con lo que se conseguía que esa multitud de pobre gente que vivía y vive esclavizada bajo un régimen que no admite otro calificativo distinto al de británico reclamase la esclavización de España para adaptarla a su propia situación.
En una Inglaterra en plena revolución industrial, que Charles Dickens nos presenta con crudeza, con salarios de miseria y hacinamiento urbano, las historias de un continente extensísimo, rico y casi despoblado, iluminaban la imaginación de los más aventureros.
Y a todo ello se sumaba una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados, y a los que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli, objetivo que no acababa de conseguir a pesar de la gran actividad llevada a cabo por la enorme flota esclavista de que disponía que, paralizada en su función principal al haber decretado la supresión del tráfico de esclavos negros, estaba dedicada a trasladar a Australia y a Nueva Zelanda a su propia población, a la que esclavizaba y deportaba.
Para Inglaterra, lo que llevaba a Australia era basura, y basura era lo que enviaba a América; por ese motivo, al tiempo que denostaba a quienes se apuntaban como mercenarios, organizaba banderines de enganche y ponía a su servicio armamento y oficialidad que luego serían reincorporados con sus mismos rangos en el Ejército o la Armada, con lo que reconocían que habían estado cumpliendo servicios a Inglaterra durante su estancia en América.
Lo que a doscientos años de distancia y a la vista de los resultados parece evidente es que, el congreso de Viena para la Reconstrucción de Europa que tuvo lugar en 1817 tras las Guerras Napoleónicas, Inglaterra (EE.UU. es Inglaterra a todos los efectos) decide repartirse América: de Panamá al norte para EEUU; de Panamá hacia el Sur, Inglaterra. Europa sencillamente observa, exhausta por la guerra, y calla.
Inglaterra sí tenía y tiene muy claros sus objetivos, y se esmera con que, sutilmente, quede reflejada su impronta; así, el liberalismo y la dependencia europea, muy especialmente inglesa, quedaron plasmados desde los símbolos nacionales hasta las proclamas de los políticos separatistas.
Pero la cuestión no se limitaba a lo simbólico; pues, a cambio del apoyo de Inglaterra, Bolívar ofreció entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que le sirviese de centro comercial, de apertura hacia el Pacífico mediante la apertura de un canal en el istmo. Extremo que al final fue realizado por los Estados Unidos, por pacto que sellaba el acuerdo de reparto de América.
Y para no crear agravios comparativos que alterasen los ánimos de la oligarquía criolla, se procedió a la redacción de la Ley sobre la repartición de bienes nacionales entre los militares de todas clases de la República de Venezuela.
La riqueza quedaba repartida, como buen botín entre británicos y criollos… pero la mejor parte se la llevaron los británicos, que siempre buscaron más… Así, en 1826 se celebró en Panamá el congreso, denominado anfictiónico, convocado por Bolívar. En el mismo, rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. Planteó varios extremos que culminaban con que Inglaterra alcanzaría ventajas considerables por este arreglo; unas ventajas que se concretarían, en primer lugar, en la consolidación e incremento de su influencia en Europa; una circunstancia que se vería netamente apoyada por asentarse en América como árbitro económico y político, con lo que obtenía un lugar de privilegio para sus relaciones con Asia, y en esa dinámica, aseveraba Simón Bolívar, con los siglos llegaría a conformarse una nación cubriendo el universo.
Los indios adquirieron la igualdad prometida cuando se les arrebataron las tierras, y los jerifaltes liberales les obsequiaron con esa igualdad haciéndose propietarios de las inmensas haciendas que les habían sido reconocidas por la monarquía hispánica.
Pero el pago que recibió el éxito de los libertadores quedaría expresado de forma manifiesta por John Adams, segundo presidente de los EE.UU:
Las gentes de Suramérica son las más ignorantes, las más intolerantes, las más supersticiosas de todos los católicos romanos de la Cristiandad […] Ningún católico en la Tierra mostró devoción tan abyecta para con sus sacerdotes, superstición tan ciega como ellos […] ¿Era acaso probable, era acaso posible que […] un gobierno libre […] fuese introducido y establecido entre tales gentes, sobre tan vasto continente, o en cualquier parte de él? Me parecía […] tan absurdo como […] [lo] sería establecer de¬mocracias entre las aves, las bestias y los peces.
Y en cuanto al desarrollo de las guerras separatistas, ¿qué decir de los libertadores? Si en Quito Sucre prendió fuego a una iglesia repleta de personas que huían del ejército que comandaba, en Pasto, Santander, siguiendo las órdenes de Bolívar y al frente de un ejército británico, cometió sobre el pueblo pastuso el peor de los genocidios, y en una fecha señera, el 24 de diciembre.
No conforme con eso, Bolívar lanzó sobre los pastusos, públicamente, los peores epítetos que puedan imaginarse. E hizo más: sentenció que:
Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos.
La acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un ejemplo para el pueblo hispánico. Solo un genocida sin alma, o sencillamente un demente, pudo ordenar semejante actuación contra un pueblo.
Pero no es eso todo. En 1813 Bolívar decreta la guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros, dirigido por el mismo Bolívar.
En febrero de 1814, en Valencia, ordena la ejecución, por supuesto sin juicio, de 800 prisioneros. Acto que se repetiría en La Guaira y Caracas, donde el número de asesinados se elevó a unos mil.
La orden era contundente:
Señor comandante de La Guaira, ciudadano José Leandro Palacios.
• Por el oficio de 4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las criticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Simón Bolívar.
Pero la guerra a muerte, según los británicos, protectores de la buena fama de sus agentes, y en pluma de O’Leary, era repugnante para Bolívar, que se veía obligado a ejecutarla dada la terquedad de los patriotas.
Esa llamada a la guerra a muerte tenía ya sus antecedentes concretados el 13 de Agosto de 1811 cuando Miranda tomó Valencia por capitulación, tras lo cual procedió a ejecutar a sablazos a los cabecillas sublevados; una actuación que traería graves consecuencias también para Bolívar. La horma de su zapato la encontraría en el llanero José Tomás Boves, el cual llevó a cabo una feroz respuesta a la llamada de Bolívar.
Por cierto, cuando en 1812 fue vencido Francisco de Miranda, comandaba un ejército de aristócratas anglófilos, siendo que su vencedor, Domingo Monteverde, capitaneaba un ejército de pardos, mulatos e indios comandados por el cacique Juan de los Reyes Vargas.
El terror al genocidio iniciado por las tropas del agente Bolívar precedía a su llegada. La fama de sus asesinatos corría de boca en boca. El despotismo, el ultraje y el saqueo tomaron cuerpo donde imperaban los separatistas; quienes, para mayor escarnio, hacían ostentación de su poder al amparo de los excesos que sobre la población indefensa ejecutaba un ejército de desarrapados que llevaba hasta el extremo el edicto bolivariano, que destruían todo a su paso: obrajes, pequeñas industrias…, todo aquello que perjudicaba a los intereses del mercantilismo británico, preparando el terreno para lo que vendría después.
Pero en este momento convulso, es cuando surgió Boves, que llegaría a ser el demonio más temido por Bolívar: un personaje que, a juzgar por las críticas bolivarianas, que lo acusan de las mayores atrocidades contra los vencidos, se había limitado sencillamente a reproducir las acciones del separatista.
Boves aportaría a la guerra el carácter de la lucha social. Su lema, al frente de un ejército de marginados sociales, era muerte a los blancos. Los blancos manutanos eran identificados como los traidores a España, los señoritos cultos e ilustrados que habían apoyado las ideas liberales. Es cierto que sus tropas cometieron excesos; pero no más que los cometidos por Bolívar, y con el freno, si no firme, freno al fin, de Boves. El núcleo del ejército de Boves eran los guerreros del indio Vargas, más tarde integrados en el Batallón Numancia, y la infantería de marina de Monteverde, llegada de Cuba.
Pero, ¿quién era José Tomás Boves? Si Bolívar era un señorito, un terrateniente, un ilustrado, fiel servidor de sus benefactores británicos, Boves no era nada de eso; era un honesto trabajador que las circunstancias lo llevaron a dejar su oficio de pulpero en los Llanos de Guárico, y a convertirse en jefe de los llaneros, con la única idea de combatir al tirano.
Luego llegaría de la península en general Pablo Morillo, que acabaría con los excesos de Boves.
Las guerras separatistas de América son, en todo, una guerra civil; y los ingleses COMBATIERON en el bando separatista, no sólo con soldados y armada, sino, y sobre todo, dirigiendo y controlando.
La libertad de acción de la Gran Bretaña queda manifiesta en estos momentos. En Junio de 1816 escribe Bolívar cartas al almirante inglés de Barbados y al gobernador de Trinidad informándoles de su arribo a Costa Firme. En febrero de 1817 iniciaba San Martín la campaña de Chile, tras la cual organizaba una armada al mando de Lord Cochrane, con la que atacaría Perú. Y los nombres como Mac Gregor, Soublette, Ardí, Dubouille, Rook, Foley, Mackintosh, Wilson, comienzan a repetirse en el curso de la guerra.
Las tropas nacionales estaban desgastadas y eso dio pie a que en 1819, en Angostura, se proclamase el Supremo Congreso de la República al tiempo que el ejército separatista se iba haciendo con el control del territorio, siempre con el apoyo británico, el cual se fortaleció el 21 de enero de ese mismo año con el aporte de un cuerpo de voluntarios británicos al mando de James Rooke, que arribaron a bordo de dos barcos: el Perseverante y el Tartare.
A pesar de todo, la guerra era manifiestamente favorable a los ejércitos patriotas, que en 1819 tenían el control de casi todo el terrritorio a pesar de carecer de refuerzos provenientes de la Península, que justo en ese momento se disponían para partir.
Pero en enero de 1820 la acción traidora de Rafael de Riego, cabeza de la expedición del Ejército Expedicionario, y servidor de los intereses británicos, impidió que esa misma expedición embarcase, iniciando en su lugar una nueva revuelta en la Península. Y ello comportó, además la desmoralización de las tropas y la exaltación de los separatistas, que consiguientemente pudieron acometer Perú por el norte y por el sur. Ello posibilitaría de forma determinante la ruptura de la España americana.
Los refuerzos británicos, por contra, se producían a buen ritmo al tiempo que el gobierno del Trienio liberal suprimió todo tipo de auxilio a los realistas americanos; paralizó las operaciones militares de forma unilateral, y envió negociadores a los separatistas, convirtiéndose, de hecho, en un aliado de los movimientos secesionistas.
La operación significó que Morillo abandonase el mando de las tropas, cuando tenían controlado el territorio, y que marchase a la Península sin tan siquiera despedirse de sus oficiales.
Y para redondear, casi dos meses después de la asonada de Riego, se produjeron nuevos levantamientos en la Coruña; en Ocaña, en Zaragoza, Barcelona y Pamplona. La España de pandereta…
En 1820, los liberales, al tiempo que tenían conversaciones con los separatistas y organizaban la asonada de Riego, envían a O’Donojú a México en sustitución de Juan Ruiz de Apodaca, con el supuesto objetivo de frenar el grito de independencia que había declarado Iturbide, pero su única acción ante este fue la capitulación. Echó de Méjico los batallones europeos, disolvió las milicias leales que aún había, y ocupó el segundo lugar en la junta soberana establecida en Tacubaya.
Toda esta situación favorecía los intereses de la Gran Bretaña, que veía cómo España fraguaba su propia atomización.
Era la coreografía indispensable para llevar a cabo la tragedia de la desintegración nacional. La traición a la Patria llevada a cabo por Riego no pudo ser un hecho casual, sino una acción destinada a posibilitar lo que en breve sucedería de forma irremisible: la quiebra del Imperio y su fragmentación para uso y disfrute del imperio británico. Así, en 1821, Agustín de Iturbide consiguió organizar el movimiento separatista, que contó con el apoyo de los realistas, contrarios a la política liberal del gobierno, y declaró la independencia. En Setiembre del mismo año Centroamérica se declaraba también independiente y Panamá se adhiere a la Gran Colombia. Al año siguiente, 1822, se proclamaría Iturbide emperador de México. Le siguió en el ejemplo, de manera inmediata, Guatemala, que en principio de unió a México para abandonarlo después con la idea de formar parte de las Provincias Unidas de Centroamérica.
El 24 de Junio de este mismo año 1821, y tras la batalla de Carabobo, Venezuela se declaraba independiente. También este año se declara la independencia de México.
Bolívar invade el Ecuador y, tras la victoria de Pichincha de 24 de Mayo de 1822, declara la independencia.
En agosto de 1824, Lima caía nuevamente bajo la órbita de Bolívar; la actividad masónica continuaba. Unos oficiales sobornados por Simón Bolívar destituyeron al virrey Joaquín de Pezuela y pusieron en su lugar a José de la Serna, quien procedió de inmediato a licenciar a los batallones leales. Pronto, el 9 de diciembre , ocurre la batalla pactada de Ayacucho, donde Sucre vence definitivamente a las tropas realistas; una farsa en la que tomaron parte, uno indirecta y otro directa, Espartero y Maroto, destinados a señalarse también en el futuro.
La batalla de Ayacucho será la que marque el punto final; la sentencia definitiva al desmembramiento de la Patria; sin embargo, no fue, como dice la historiografía oficial, la batalla de Ayacucho el fin de la presencia realista en América del Sur. Olañeta continuó manteniendo en Potosí la españolidad de América… y otros movimientos patriotas seguirían resistiendo durante décadas.
Tras conocerse en Londres el resultado de la batalla de Ayacucho, un jubiloso Canning dijo ante el Parlamento inglés: El clavo está remachado. La América española es libre, y si no gobernamos tristemente nuestros asuntos, será inglesa.
Quedaban solos los patriotas defendiendo en América la integridad de la Patria.
Ya en plena derrota, esas fuerzas nacionales que nunca contaron con el apoyo desde la España europea, sencillamente porque se encontraba inmersa exactamente en el mismo proceso de descomposición que América, posibilitó el surgimiento de diversos movimientos autónomos decididos a morir en el empeño de defender la Patria. Así, en Chile, los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches y pehuenches, prosiguieron la lucha por la Patria, como en la Nueva Granada la prosiguió Agustín Agualongo, o en el Perú Antonio Huachaca. Y con ellos, José Dionisio Cisneros, Mateo García Pumacahua, Pedro Huachaca, Tadeo Choque, Pascual Arancibia, Francisco Lanchi, Bernardo Inga…
Ninguno de estos héroes tiene el menor reconocimiento por parte de la monarquía española, desde el momento que realizaron sus actos en defensa de la Patria y hasta hoy mismo. Nada extraño si asumimos el hecho que la misma España también es colonia británica.
Bolívar sí tiene monumentos; ellos no.
Pero Bolívar no pudo ver culminada su carrera. William Pitt y Francisco Miranda dicen que, al haberse declarado católico por motivos políticos, no se le pudo nombrar Oficial del Ejército Británico.
No obstante, hay que reconocer que Inglaterra sí sabe honrar a sus títeres; así, si Sucre luce en su tumba de Quito una inscripción en bronce donde el ejército británico agradece su colaboración, en la Belgrave Square, Londres existe una estatua en honor de Bolívar cuya inscripción reza: «Estoy convencido de que únicamente Inglaterra es capaz de proteger los preciados derechos del mundo, ya que es grande, gloriosa y sabia.»
También podría rezar una de sus mejores expresiones: «Yo no he podido hacer ni bien ni mal: fuerzas irresistibles (tal vez sería mejor decir ocultas) han dirigido la marcha de nuestros sucesos.» (Bolívar, Obras: 331)
Pero esas fuerzas irresistibles ya estaban identificadas por algunos españoles condenados al ostracismo; así, el manifiesto de los realistas puros de 1 de Noviembre de 1826 señalaba esos enjuagues destacando al ministro Calomarde, que habría cobrado 20 millones de reales a cambio de asumir los empréstitos que Inglaterra había hecho a las Cortes de Cádiz.
Del enjuague no se libró Fernando VII, que a cambio del reconocimiento de la ruptura de la Patria, recibió quinientos millones de reales del maquiavélico gabinete británico, en un depósito en el Banco de Inglaterra.
Y todo, pagado con los fondos de los virreinatos, que previamente habían sido saqueados, con la connivencia de los «libertadores», por Inglaterra.
En lo económico, las consecuencias de la conquista británica de España se resumen en que entre 1820 y 2008 la brecha entre Hispanoamérica y el mundo capitalista pasó de 0,9 a 2,8 veces el PIB per cápita de Hispanoamérica o, lo que es equivalente, la región pasó de tener algo más de la mitad del PIB per cápita de Occidente a solo una cuarta parte. El propio barón de Humboldt manifestó que si la riqueza per cápita en Francia era de 14 pesos, la de México era de 10, mientras en la Península era de siete.
Qué se destruyó con la conquista británica de España es muy largo de explicar, en lo político, en lo social, en lo económico… Hoy ningún país surgido tras la gran asonada del siglo XIX tiene significación alguna en ningún campo. Desde España hasta Filipinas, todos estamos sometidos al dictado de quienes procuraron y consiguieron romper lo que el pueblo español no supo mantener. Por ejemplo, debemos señalar que en el siglo XVIII la estructura política más extensa del mundo era China, cierto, y la segunda, el Virreinato de la Nueva España, con un ámbito territorial que abarcaba el actual territorio de México, toda América Central, Florida, Texas, Alabama, California, Misisipi, Alaska, Canadá Occidental, América Central, Caribe y Filipinas.
La Hispanidad segmentada fue presa fácil del colonialismo anglonorteamericano, que fomentó, y sigue fomentando, disputas territoriales que inequívocamente van en perjuicio de todos, menos de los anglonorteamericanos.
A partir de esta fecha, España (y la Hispanidad, en conjunto o segmentada) no aparece en los libros de la historia mundial.
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