lunes, febrero 26, 2018

Una aproximación al año 1873

Cesáreo Jarabo Jordán
pensahispa@gmail.com

El reinado de Isabel II se inició el 29 de septiembre de 1833 bajo la regencia de su madre Maria Cristina de Borbón dos Sicilias, quién hasta el 15 de mayo de 1836 tendría cinco presidentes del Consejo de Ministros.



El 22 de mayo de 1836, siendo Javier Istúriz presidente del Consejo de ministros desde una semana antes, son disueltas las cortes por la regente. La medida significó el renacimiento de las juntas. La primera de ellas, la de Málaga, que duró pocos días, parece que se hizo para proteger algún trapicheo de contrabando. También se sublevaron Granada y Cartagena.

Es necesario señalar que las Juntas, que desde el principio de la guerra anglo francesa (conocida misteriosamente como Guerra de la Independencia) habían servido para distintos asuntos, en ocasiones favorecedores de los intereses de España, y en conjunto en beneficio de los intereses de la Gran Bretaña, aparecían tras la muerte de Fernando VII, y serían, al fin, el sustrato del que acabaría surgiendo el esperpento cantonalista de 1873.

En agosto de 1836 el estallido revolucionario parecía el colofón a la serie de avances carlistas que se habían producido de manera continuada hasta ese momento, y José María Calatrava sucedía a Istúriz. En Málaga asesinaban al gobernador militar Saint Just (familiar del terrible fiscal que tanta importancia tuvo durante “el Terror” en Francia), por lo que el gobierno nombraba comandante general a Juan Antonio Escalante, que logró controlar el motín proclamando la constitución de 1812.  Pero era toda España la que se sublevaba.

De los conflictos acaecidos culpaba el embajador británico a Espartero, que acabaría ocupando el puesto de Calatrava el 18 de agosto de 1837, aunque sería apartado del mismo dos meses más tarde, sucediéndose siete nuevos presidentes hasta 1840, año en que el propio Espartero era nombrado regente.

Treinta y seis nuevos presidentes ocuparían el cargo hasta 1866 cuando, siendo presidente Ramón María Narváez, el 18 de septiembre, se constituyó en Cádiz una Junta Provisional Revolucionaria,

que proclamó de inmedíato las libertades de enseñanza, imprenta, reunión y comercio, el desestanco del tabaco y de la sal y la supresión de los derechos de consumo. (Orozco 2013: 43)

Era el crisol de lo se venía cociendo sin éxito hasta el momento, pero que estaba a siete años de mostrar su máximo esplendor.

Mientras tanto, entre Leopoldo O’Donnel y Ramón María Narváez, se repartían los años de gobierno que les separaba del momento de la revolución de 1868, que tuvo una multiplicidad de orígenes que podemos sintetizar en:

* Crisis Económica (financiera, industrial y de subsistencia)
* Difusión de ideologías democráticas
* Crisis política con marcado deterioro de la monarquía
* Multiplicidad de fraudes con implicación de políticos.
* Fraccionamiento de los partidos

Ante esta situación, marcadamente producida por la acción británica, que se mostraba triunfante en su proceso de descomposición de España ya marcado en 1711 en el manifiesto “Una propuesta para humillar a España”, y llevado a término de forma brillante en los procesos separatistas de América así como en la anarquía sembrada en la España peninsular desde el mismo momento de la guerra franco-británica mal llamada de Independencia, tuvo lugar el Pacto de Ostende (por la ciudad holandesa en el que se formalizó), por el que progresistas y demócratas exiliados acordaron una acción revolucionaria anti-isabelina.

La revolución de 1868 tendría el siguiente desarrollo:

* Pronunciamiento en Cádiz el 17 de Septiembre de 1868."Viva España con honra", la escuadra española se subleva al mando de Topete en contra de Isabel II.
* Destronamiento de Isabel II.
* Creación de Juntas en las principales ciudades.
* Formación de un Gobierno Provisional con políticos como Sagasta y Ruiz Zorrilla (O’Donnell y Narváez ya habían fallecido).
* Proclamación del sufragio universal y de la libertad de expresión sin ninguna sumisión (ni a la verdad ni al respeto)
* Política económica librecambista.
* Convocatoria a elecciones a cortes constituyentes.

El pronunciamiento de Cádiz arrastró a las demás ciudades. Tras Sevilla, Málaga, Almería y Cartagena, otras muchas ciudades se sumaron a la revuelta mientras las fuerzas leales a Isabel II se organizaban, y un ejército al mando del marqués de Novaliches se enfrentaba a los revolucionarios que desde el sur marchaban hacía Madrid. Eso sucedió el 28 de septiembre de1868 en la que se conoce como Batalla de Alcolea (Córdoba), con resultado victorioso para los sublevados; el 29 triunfó el alzamiento en Madrid, y el 30, Isabel II, que se encontraba en San Sebastián, abandonaba España.

Un gobierno provisional presidido por Pascual Madoz regiría los destinos de España durante cuatro días, cediendo el paso a Joaquín Aguirre el día tres octubre, quién el mismo día cedería a su vez el paso a Francisco Serrano, que se mantendría hasta el 18 de junio de 1869, cuando pasó a ser nombrado Regente, cediendo la presidencia a Juan Prim.

En el desarrollo de estos movimientos, el uno de enero de 1869 comenzó con la prosecución del conflicto de Málaga, donde empezaron a tronar los cañones, siendo que el ejército sufrió 40 muertos y 174 heridos, siendo doble el número entre los sublevados, que sufrieron además 1000 prisioneros.

Mientras, los republicanos federales se dividen en dos tendencias:

1. Moderados. (Pi  Margall, Figueras, Castelar) partidarios de avanzar hacia la república dentro de la legalidad.
2. Radicales. (José María Orense y Francisco Sunyer) favorables a la sublevación de las Juntas republicanas y de hacer un revolución de abajo arriba. Los radicales darán lugar al cantonalismo.
A pesar de esa subdivisión, el dieciocho de mayo de 1869, los republicanos federales de los antiguos territorios de la Corona de Aragón firman el Pacto de Tortosa, en favor del establecimiento de vínculos entre ellos en el marco de una España federal. El pacto estaba promovido por Valentín Almirall y un grupo de republicanos intransigentes y radicales, entre los que se encontraban Baldomero Lostau, Rafael Farga Pellicer, José Anselmo Clavé, Feliú y Codina, Aguiló, Folch y otros. Tutau, Figueras, Castelar y Pi y Margall, todos ellos diputados a Cortes se unieron con posterioridad al proyecto.
Al rebufo del movimiento, el 15 de junio de 1869 se firma el Pacto de Valladolid, por el que 17 provincias, (Santander, Burgos, León, Zamora, Salamanca, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, Palencia, Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Albacete) conforman la Confederación castellana.
Dicho pacto reafirmaba la necesidad de un cambio de régimen y la de garantizar que el nuevo sistema político reconociese institucionalmente la identidad de Castilla como pueblo diferenciado.
No tardaron en reproducirse estos pactos. El de Valladolid había sido precedido por el de Córdoba, que agrupaba las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia; ahora surgían el de Eibar, para las Vascongadas y Navarra y el de La Coruña, que incluía Galicia y Asturias.
Todos estos pactos, no obstante, tenían como meta la República Federal. Finalmente se pusieron de acuerdo en redactar un único pacto nacional, de cuya redacción se encargaría Francisco Pi y Margall.

Al alimón con el movimiento federalista se generalizaban los alzamientos populares: contra el llamamiento a quintas, produciéndose en marzo de 1869 enfrentamientos armados en Jerez, mientras en Barcelona, el día 21 se llevaba a cabo una manifestación en la que todos, sin distinción política, se oponían a la política económica.

El movimiento se mostraba creciente, destacando por su importancia en diversos puntos. Como consecuencia, a comienzos de octubre de 1869 existía gran agitación con movimientos revolucionarios en la provincia de Sevilla, algunos sofocados por el ejército y las fuerzas del orden, otros no. Los  grupos de revoltosos de cada pueblo trataban de hacerse fuertes uniéndose a los del pueblo vecino para poder enfrentarse a las autoridades. Se organizaban apropiándose del dinero del ayuntamiento e incautaban las armas que encontraban en la población.

En medio de esta situación se produjo una nueva intentona carlista, esta vez a cargo de  Carlos VII, nieto de D. Carlos, que acabaría en rotundo fracaso.

Pero paralelamente la vida política seguiría en su particular “normalidad”. Durante la Regencia, que resistiría hasta enero de 1871, se redactó la constitución de 1869 y se materializó el triunfo de los progresistas, apoyados de los unionistas, mientras carlistas, moderados y republicanos quedaban en minoría.

Esta situación propició la proclamación de derechos y libertades, soberanía nacional y división de poderes… Papel mojado que no solucionaba nada y embrollaba más el panorama nacional.

La aparente voluntad por hacer cosas venía siendo manifiesta desde la subida al trono de Isabel II, pero ni la dependencia personal de poderes extranjeros ni la calidad de los gobiernos supieron hacer otra cosa que demostrar la locuacidad de los parlamentarios y su sumisión a la voluntad de Inglaterra, sí, pero también parcialmente a la de Francia..

Con el gobierno de Prim parecía que iban a cambiar las cosas. La sensación que se saca del personaje es, a pesar de su militancia masónica (que al parecer había abandonado cuando fue asesinado) y a pesar de sus intereses personales en México y el resultado de su participación en la invasión anglo francesa de la antigua Nueva España, considerablemente más amable que la que se saca de los otros personajes sufridos por la España del siglo XIX.

En esas luces y sombras de Prim nos encontramos con que abordó una política económica librecambista y abrió el mercado español a las intervenciones extranjeras, más al gusto de Gran Bretaña; fijó la peseta como unidad monetaria; elevó considerablemente la deuda pública incrementando la dependencia exterior de la minería… y se dedicó a la búsqueda de un rey no Borbón. Las circunstancias le llevaron a elegir a otro masón, Amadeo de Saboya, cuya coronación no pudo verificar al haber sido asesinado el 27 de Diciembre de 1870, cuando aquel se dirigía a España para ser coronado.
El breve reinado de Amadeo, como no podía ser menos, fue una opereta. Las broncas en todos los ámbitos, la música de acompañamiento. Finalmente, tras las conflictivas cortes de los días 22 a 24 de enero de 1872, fueron disueltas las cortes y convocadas nuevas elecciones para el 24 de abril.
Es en estos momentos cuando Roque Bárcia presenta la República Federal, curiosamente, con un espíritu humanista, atendiendo a la persona, a la familia, a la aldea, a la ciudad, a la provincia, al cantón, y a la nación, como una cadena de humanismo (Barcia 1872: 34); eso sí, renunciando a la trascendencia y buscando la “universalidad del hombre” (Barcia 1872: 36). El espíritu de la Ilustración, la bondad natural del hombre, el espíritu rousonianiano es el sustrato de la república federal propugnada por Bárcia, que atacaba así a la monarquía:

Si se pudiera averiguar, que es imposible, lo que los reyes españoles han dilapidado desde los godos hasta el día de hoy, hallaríamos con infinito escándalo que podrían hacerse tres o cuatro países como el nuestro.  (Barcia 1872: 39)

Bárcia aboga por la desaparición del ejército permanente, la liberalización del comercio; la abolición de las hipotecas, los timbres, abolición del impuesto sobre el trabajo, desamortización de los bienes nacionales y de la Iglesia, establecimiento de bancos agrícolas, industriales y comerciales; libertad de bancos…(Barcia 1872: 42)

También se da a conocer una espuria constitución atribuida a Emilio Castelar, en cuyo artículo 1º decía así:

Componen la Nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia y Regiones Vascongadas”, y el segundo: “Las islas Filipinas, de Fernando Póo, Annobón, Corisco, y los establecimientos de África, componen territorios que, a medida de sus progresos, se elevarán a Estados por los poderes públicos”.

Se proclamaba la libertad de culto, la separación Iglesia Estado, la abolición de los títulos de nobleza.

Art. 92. Los Estados tienen completa autonomía económico-administrativa y toda la autonomía política compatible con la exigencia de la Nación.
Art. 93. Los Estados tienen la facultad de darse una Constitución política, que no podrá en ningún caso contradecir a la presente Constitución.
El ambiente estaba lo suficiente caldeado como para que Amadeo de Saboya presentase su dimisión como rey y se refugiase en la embajada de Italia., caso inaudito, el diez de febrero de 1873, dejando una situación social, política y militar de puro esperpento… Pero la máxima expresión del mismo, del esperpento, tardaría poco en llegar.
En su carta de renuncia, Amadeo señalaba:

Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valiente como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con  la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. (Pi 1884: 267)
Tal fue la sorpresa que causó en todos que corrió un bulo que aseguraba que el abandono de Amadeo I había sido decidido, no por él, sino por el parlamento.
La tradición madrileña asegura que al mediodía del 11 de febrero de 1873 al rey Amadeo I le comunicaron su “despido” mientras esperaba su comida en el restaurante del Café de Fornos. De inmedíato, anuló el pedido, recogió a su familia, renunció al trono y, sin esperar la autorización de los diputados (según exigía el artículo 74.4 de la Constitución de 1869) se refugió en la embajada italiana. (Orte 2015: 20)
Lo curioso es que la monarquía cayó y vino la república sin que nadie hiciese nada para que eso sucediera… ni para evitarlo. Sencillamente era tal el esperpento que todo parecía normal; una cosa y su contraria. La locura alcanzaba todos los órganos y todos los partidos.

El partido republicano –federal–, que se había fundado en noviembre de 1868 y conseguido una representación parlamentaria apreciable en las siguientes elecciones, no había hecho sino decaer desde entonces. “Nadie ha destruido la Monarquía en España, nadie la ha matado; la Monarquía ha muerto por una descomposición interior”, declararía el republicano Emilio Castelar. (Dardé 2014)

Reforzando esa idea, hay que señalar que para la proclamación de la República hubo de alterarse la legalidad, ya que el artículo 47 de la constitución vigente no autorizaba la reunión conjunta de las cámaras, el artículo 74.4 señalaba que la abdicación del rey debía ser sometida a autorización legal, y el artículo 110 y siguientes impedían semejante alteración. Al respecto señalaba Pi y Margall:

A pesar de tratarse de un cambio tan radical en nuestras instituciones, no dio la proposición lugar a rudos ni acalorados debates; los más acérrimos enemigos de la República doblaban la cabeza ante la inexorable ley de las circunstancias, y se circunscribían a salvar sus opiniones o manifestar el temor de que no correspondiera la nueva forma de gobierno a las esperanzas de los que con tanto calor la habían defendido y estaban llamados a regirla. Eran sosegados y patrióticos, así los discursos de los que defendían la proposición, como las breves arengas de los que las combatían, y la discusión llevaba todo aquel sello de majestad que desde un principio caracterizó sesión tan grandiosa.

Lo único cierto es que al haber quedado vacante el trono, el 12 de febrero se proclamaba la república, siendo designado presidente Estanislao Figueras, que procedió a convocar cortes constituyentes y afrontar los problemas que acosaban: La guerra carlista; la sublevación de Cuba; las revueltas sociales. Su forma de solucionar los problemas se centró en promulgar una amnistía y en suprimir las quintas.

Lo que también parece cierto es que la situación cogió a todos por sorpresa, y al fin fue el resultado de una maniobra política improvisada sobre la marcha.

Los progresistas radicales encabezados por Ruiz Zorrilla pactaron con la dirección del republicanismo federal la proclamación de la primera República en una decisión inconstitucional de las Cortes, el once de febrero de 1873. El régimen republicano se constituyó en una Europa en la que la mayor parte de las potencias eran monarquías. La III República francesa, instaurada en 1871, estaba dirigida por políticos conservadores, y Suiza era la excepción que confirma la regla. (Pich 2012)

Es el caso que en la sesión del 11 de febrero de 1873 Pi y Margall  presentaba una moción, apoyada por Salmerón y Figueras, en la que se proclamaba: «La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes constituyentes la organización de esta forma de gobierno». Fue aprobada la proposición por 258 votos contra 32.

Quedaba evidenciado que la huída del rey puso en vigor lo que los republicanos se habían mostrado incapaces de instaurar: la República, que como culminación del esperpento venía a señorearse en la desmembración de España; algo que, dada su inutilidad, no podrían conseguir… de momento.
Y es que es necesario tener en consideración que
En Europa antes de 1789 -y en Hispanoamérica antes de la Emancipación-la noción de patria estuvo íntimamente ligada a la persona -simbólica-del monarca, que individualmente podía ser odiado o atacado, sin afectar la idea misma de la monarquía. Este concepto integraba la sociedad en un todo organizado, con una jerarquía de dominación y subordinación, teniendo al monarca en la cúspide de tal sociedad. Por consiguiente, a través de esta relación común, los súbditos de un monarca pertenecían a una misma patria, los que no lo eran resultaban extraños a esta patria. Pero cuando el monarca desaparece, ¿sobre qué se funda el concepto de nación? (Bonilla 1972: 62)
La realidad, ante esta situación, se presentaba con todas las divisiones, incluso en el seno de la división de los progresistas. Todo hacía indicar que la llegada al gobierno de los más inútiles entre los inútiles no iba a solucionar los problemas que acuciaban a España.
Las cortes aprobaron la república, sí, el 11 de febrero de 1873, pero los federalistas no se conformaban con eso; así,  “La España Federal” de 14-3-1873 proclamaba:

El principio fundamental de la democracia en la forma de gobierno, es la República. Pero no un simulacro de República, sino la República verdadera, la que mejor garantice los derechos naturales del hombre y la soberana independencia de los organismos políticos; por eso la proclamamos todos; pero no meramente y por si misma, como si teniendo la República, todo lo demás, justicia y libertad, importara poco.

También señalaba la creación de comités revolucionarios en multitud de localidades, que en ocasiones organizaban importantes asonadas; así, el once de febrero, el mismo día que fue proclamada la República, José García Viñas, junto a un grupo de internacionalistas, ocupó el ayuntamiento de Barcelona proclamando la República Social y el Municipio Comunista. Algo que se salía del metódico programa británico para la destrucción de España y que como consecuencia significaba una contrariedad en sus organizadores.

El cantonalismo supuso un fenómeno que hizo tambalearse a la Internacional, ya que una parte de sus miembros intervino en el conflicto cantonalista en ciudades como Cartagena, Valencia, Sevilla, Granada o Málaga, pero en otras zonas no apoyaron el cantonalismo. Tal y como afirmaba Francisco Tomás, secretario de la Comisión Federal en aquel momento, en el boletín de la Federación del Jura, sección anarquista más importante de la Primera Internacional, la participación de los internacionalistas al movimiento cantonalista fue totalmente espontánea y sin acuerdo previo, y por eso, en cada lugar se actuó de diferente manera.
Engels criticó duramente la actuación de la Internacional en el movimiento cantonalista, responsabilizándola de la aparición de este fenómeno, y afirmando que el cantonalismo era un claro ejemplo de cómo no debía hacerse una revolución. (Tormo: 26)

Manifiestamente, la República nació con problemas, y a pesar de su corta vida conoció varias fases:

El primer presidente, Estanislao Figueras, estuvo al frente de su gobierno desde el once de febrero hasta el once de junio. De los siete ministros de Figueras, cuatro lo habían sido ya con la monarquía. Pi y Margall desempeñó la cartera de Gobernación y su hermano la de Ultramar.
A los seis días de haberse proclamado la República, fue publicada la Ley del 17 de febrero de 1873 relativa a la constitución de la fuerza militar encargaba la defensa nacional a soldados voluntarios, y creaba una reserva, quedando abolidas las quintas.
En su artículo tercero señalaba: El Ejército activo, cuya fuerza se fijará anualmente, según el precepto constitucional, se formará de soldados voluntarios, retribuidos con una peseta diaria sobre su haber, pagada semanal o mensualmente. Este decreto dio lugar a que muchos soldados abandonaran sus unidades.

En Barcelona se preparaba un levantamiento a favor del hijo de Isabel II, pero a los diez días de la proclamación republicana, el 21 febrero de 1873, se produjo un motín federalista en Barcelona que ocasionó que todos los jefes del ejército, incluido el Capitán General, Eugenio de Gaminde, abandonasen la ciudad y dejasen la tropa a su albedrío.

En esta situación, Baldomero Lostau se convirtió en dictador y estableció un gobierno provisional que decretó la disolución del ejército en Cataluña y la creación de otro para combatir a los carlistas, tras lo cual  proclamó el Estado Catalán el 8 de marzo. El ayuntamiento de Barcelona, principal impulsor de la insurrección, llegó a izar la bandera separatista, con dos franjas coloradas llenas de pequeñas estrellitas.

Federico Engels decía sobre este asunto:
Los mismos que desconociendo los acuerdos tomados en el congreso general de La Haya sobre la acción política de la clase trabajadora…/…se han lanzado en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política burguesa. (Engels 1873)

Durante los acontecimientos de Barcelona, el 24 de febrero de 1873 dimitió el gobierno en pleno, mientras se expresaba que la asamblea podía deliberar con calma “porque las circunstancias, aunque extrañas, no eran graves”, pero se eligió un nuevo gobierno en el que continuaban Figueras, Castelar, Pi y Salmerón.

El 10 de marzo, el nuevo Gobierno central, atendiendo a las exigencias separatistas decidió disolver el Ejército de Cataluña (que como hemos visto ya estaba disuelto), mientras Estanislao Figueras se trasladaba a Barcelona, evitando la proclamación del estado catalán.

Mientras tanto, las dificultades internacionales no eran resueltas convenientemente; la república sólo fue reconocida por EE.UU, Suiza, Costa Rica y Guatemala, siendo además, que una de las medidas estrella del gobierno estaba resultando un fiasco.

Entre otras cosas, las expectativas para formar un ejército asalariado no se cumplieron; no pudieron crear los 80 batallones que habían previsto, ya que no aparecieron los 48.000 voluntarios necesarios para formarlos.

cuatro meses después, sólo se habían reclutado 10.000 soldados, militarmente inútiles, insubordinados y dados al motín; las protestas del ejército, hicieron que se equiparara el sueldo a todos. En el verano del 73 quebró la dictadura federalista, enemistada completamente con el ejército, acosada por multitud de enemigos tanto a su derecha como a su izquierda. (Pérez 1990: 83)

Texto completo en papel de "el cantonalismo" en  https://www.facebook.com/elcantonalismo/

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