martes, mayo 15, 2018

LA REVUELTA COMUNERA

Cesáreo Jarabo Jordán

ÍNDICE:
Introducción. Las Comunidades en la Historia……………   Pag. 2
Carlos I: Rey de España y Emperador de Alemania………   Pag. 12
El Cardenal Cisneros………………………………………   Pag. 22
La codicia de los flamencos………………………………..   Pag. 32
Objetivos de la revuelta…………………………………….   Pag. 38
Los conflictos sociales……………………………………...   Pag. 47
Las cortes……………………………………………………  Pag. 56
La revolución………………………………………………..  Pag. 65
La reacción de la corona…………………………………….   Pag. 84
Girón y Laso de la Vega. Dos actitudes honestas……………  Pag. 97
Sublevación de las germanías………………………………...  Pag. 104
Conclusiones………………………………………………….  Pag. 109
Bibliografía…………………………………………………… Pag. 120










pensahispa@gmail.com
Introducción: Las Comunidades en la Historia



Vamos a tratar de un asunto, el de los Comuneros, que a lo largo de los siglos ha sido muy controvertido, y que a la vista del curioso de nuestros tiempos sigue en el mismo punto; normalmente“se pasa á tratar de los comuneros á medida del saber histórico, ó más bien, del saber político de cada uno, pintándolos, ora como héroes defensores de las libertades patrias, ó quizá como unos demagogos y anarquistas.”  Aquí vamos a intentar ser puristas, y por lo tanto vamos a concluir que los dos juicios citados son conformes a la realidad… de manera alternativa.

Vamos a dar un ligerísimo repaso a los precedentes de los comuneros. No obstante, “aunque pueden rastrearse elementos de descontento urbano en el reinado de los Reyes Católicos, el origen de la revuelta comunera se encuentra, más bien, en la crisis castellana que tuvo lugar tras la muerte de Isabel I la Católica (1504), que puso en cuestión el equilibrio social y político logrado en los años anteriores. En la época de las regencias (1504-1517), salieron a la luz una serie de problemas, aún no definitivamente resueltos, como el descontento de parte de la nobleza por la restricción de su poder político; el antagonismo existente entre los dos sectores principales de la incipiente burguesía —grandes comerciantes, interesados en la exportación de la lana en bruto, y manufactureros, que deseaban incrementar la cuota de lana disponible para la floreciente industria textil castellana—; el malestar de los conversos por el rigor de la Inquisición, creada en 1480; o las tensiones existentes en las ciudades, en las que el monopolio del poder político estaba en manos de determinados clanes y grupos, en perjuicio de otros y de los sectores sociales emergentes, tras un periodo de prosperidad económica en Castilla. Estos hechos, junto al protonacionalismo del clero y su descontento por la presión fiscal de la Corona o la concesión de beneficios a los no castellanos; los intereses, ambiciones y motivos personales de algunos miembros de la media y baja nobleza; o el descontento popular por la presión fiscal y el alza de precios, explican las causas profundas del levantamiento. Tras la muerte de Fernando el Católico (1516) y la regencia del cardenal Cisneros (1516-1517), los abusos de los acompañantes flamencos del nuevo rey, Carlos I, incrementaron las tensiones. Frente al reinado de los Reyes Católicos, que comenzaba a ser mitificado, la perspectiva de un rey extranjero, que aspiraba a ser elegido emperador, hacía prever largas ausencias de Castilla y una posible subordinación de los intereses castellanos a los de Flandes o el Sacro Imperio. Las presiones del rey, joven, inexperto y desconocedor del castellano, para conseguir la votación de servicios en las Cortes de Valladolid (1518) y de Santiago-La Coruña (1520) actuaron como desencadenantes.”

No vamos ahora a tomar una posición crítica contra Carlos I, a quien sigo considerando puntal en la Historia de España. No obstante, hay que convenir también que los sucesos de los Comuneros, si estuvieron enfrentados por un rey que se llamaba Carlos I, no es menos cierto que sucedieron cuando él contaba dieciocho años, y estaba manejado por unos consejeros que actuaban en su nombre. No vamos a justificar nada, pero si los primeros años del reinado de Carlos I son para no ser recordados, sin embargo, superado ese sarampión, dio lugar a manifestaciones gloriosas del genio español… en todos los campos.

Sí, echaremos en falta el trato injusto que recibieron las comunidades, y el que recibió  nada menos que Hernán Cortés, pero esos son los errores, esas son las heridas sufridas en propio cuerpo en el curso de una batalla titánica librada por este magnífico rey de España. Pecados que él mismo, y a juzgar por su actuación, debió sufrir y penar; asuntos, algunos, que individualmente son de difícil justificación o de justificación imposible; fallos de quién es humano y no, como le exigimos, santo.

Por otra parte, “y por no entender muchos escritores la significación de la palabra comunidad, ni buscar su origen, ni definir con perfeccion sus verdaderos caracteres y límites, han incurrido en equivocaciones lamentables, por lo extravagantes.
Escritor hay en nuestros días (y su nombre no hace al caso, aunque sería obra de caridad exponerle al ridículo de las gentes ilustradas), que considera la palabra comunidad, y singularmente aplicada á las Comunidades de Castilla, como sinónima de la palabra comunista ó comunalista, en el sentido político, es decir, revolucionario, que tiene esta última desde los horrores de la Commune parisiense en I793 y en 1871.”

Las comunidades no surgen en Castilla ni en Aragón, de modo espontáneo, en el siglo XVI, sino que arrastran su existencia desde el siglo XIII, y como consecuencia de la revuelta de 1282 cuando Sancho, hijo de Alfonso X, se rebeló con apoyo de buena parte de la nobleza al ser desposeído de su calidad de heredero. En ese momento se produjo una fuerte inestabilidad política y una violencia nobiliaria que tuvo como respuesta el nacimiento de las hermandades, un movimiento capaz de generar una alternativa política, que tuvo su reflejo en los distintos reinos hispánicos.

Así, en Aragón, también en el siglo XIII, Alfonso III se vio obligado a conceder el Privilegio General de la Unión el año 1288, mediante el que se sometía a la sentencia del Justicia y al permiso de las cortes para proceder contra ella. Por este documento, si el rey obraba contra lo estipulado, los nobles podían desnaturarse, negar la obediencia y elegir otro soberano. No obstante, en 1291 la Unión fue revocada y sus autores desterrados.
La Comunidad era, en esos tiempos, depositaria de un régimen especial aplicado a un territorio con categoría de libre o “de realengo”, consideraciones propias de quién no tenía otro señor que el mismo rey, que concedía fuero (reconocimiento de derechos y obligaciones) independientes, del mismo modo que otros territorios dependían de un señor o de una dignidad eclesiástica; “la agrupación de varios pueblos bajo la dirección de una ciudad ó villa principal que era capital del territorio ó dueña de él. Esta organización geográfica y política databa del siglo XII. Al conquistar los reyes estas ciudades principales daban á los pobladores, no solamente la ciudad, sino un vasto territorio adyacente de cuatro á seis leguas de circunferencia.”
En esa división, las personas que vivían en un territorio de la iglesia, tenían como señor, al abad, al obispo, o a la autoridad de turno; las que vivían en el territorio de un magnate, eran en primer lugar vasallos de ese magnate. En el caso de la comunidad, “El territorio se daba al concejo de una ciudad ó villa, como se daba un territorio a un conde ó rico-hombre, á un obispo ó un monasterio; y así como los que poblaban un terreno de un monasterio, verbi gratia, Sahagun, Silos, Cárdena, Oña ó Fitero, eran vasallos de los abades; y los qué poblaban en territorio de las Órdenes tenían que ir en pos de su comendador y del pendón del Maestre, como los vasallos del conde ó del marqués en pos de los pendones de estos señores de pendón y caldera, así los aldeanos que poblaban en el territorio de esas Comunidades, en las cuales el señorío ó dominio del territorio radicaba en la ciudad ó villa, dependian del concejo de aquélla, y tenian que salir respectivamente, nobles ó pecheros, en pos del pendón de la ciudad ó la villa, por ser colonos del territorio concejil.”

Estos colonos asistían al rey como asistían al rey los nobles y los obispos, acudiendo a las batallas como “caballeros villanos”, habiendo destacado en multitud de ocasiones; entre otras, en la sin lugar a dudas más importante batalla de la Edad Media: la de las Navas de Tolosa. Tenían sobre su jurisdicción el mismo poder que un conde en su condado o un obispo en su obispado.

Para poder ser caballero villano era necesario poseer más de cien ovejas; “éstos gozan del beneficio de tener a su cargo el servicio de vigilancia de los ganados, por el que cobran una soldada de sus propietarios, y disfrutan también del derecho de montazgo, en razón del cual cobran el pastoreo ocasional de aquellos ganados que deban atravesar las tierras del concejo para trasladarse a los pastos del invierno.”

No era irrelevante la existencia de estas comunidades, sino todo lo contrario, era puntal del reino. Y el derecho nos ha dejado como muestra una amplia existencia de fueros, de leyes particulares de ciudades que se fueron difundiendo en todo el territorio al compás de la Reconquista.

“Desde el siglo X al XIII, el límite flotante de la España cristiana marchaba siempre hacia adelante, empujado y ensanchado por una serie de reyes belicosos, que sucesivamente conquistaron las comarcas del Duero, del Tajo, del Guadiana y
del Guadalquivir; y cuanto más difícil era la conquista y más disputadas las posiciones que se arrancaban al enemigo, mas privilegios se concedian en las cartas Reales á los atrevidos colonos, que no titubeaban en ir á aposentarse en las ciudades y villas conquistadas, formando la vanguardia, por decirlo así, de la cristiandad en las tierras de Occidente, en un suelo siempre abierto á la invasión, á las feroces algaradas de los moros, los eternos enemigos de la cruz de Jesucristo y de la civilización progresiva de los pueblos”.

Poblaciones que se mantenían libres; que se regían por una serie de fueros que les garantizaban sus libertades, que les hacían ser señores de sí mismos. En ese espíritu que dio forma al régimen foral, tan extendido a lo largo de la Reconquista, y que dio carácter a España.

Con matices, esa situación era similar en todos los reinos hispánicos, porque si ahora nos estamos centrando en lo acaecido en Castilla, podemos observar que algo similar ocurría en Aragón; así, en Valencia, “en ese mismo sentido, gremios y parroquias intervendrían en la elección de las más altas instancias de la administración municipal. La nobleza habría quedado relegada, desde el mismo momento de la conquista del reino, de la dirección de los designios ciudadanos.”

Un hecho destaca como significativo: La separación de la nobleza con respecto al pueblo, y la estrecha relación de éste con la monarquía hispánica, señalando que cuando en el siglo XVI hablamos de monarquía hispánica está muy claro a cual nos referimos, pero cuando hablamos de monarquía hispánica en siglos anteriores, nos debemos remitir a lo manifestado por cada una de ellas y concluir que todas son monarquías hispánicas.

“El conjunto de la sociedad mantenía acerca del rey y del reino una concepción dualista, de tradición medieval, de acuerdo con la cual, el reino no pertenece al rey sino a la comunidad. Un contrato tácito unía a ambos. El rey tenía el compromiso de mantener el reino en paz y justicia. Como contrapartida, el reino debía brindar su acatamiento a las disposiciones reales y contribuir con los impuestos para que el rey pueda cumplir con su misión. El reino expresaba desde la Edad Media, su consenso a las disposiciones y leyes reales, y al montante de los tributos de manera tradicional a través de las Cortes, donde se hallan representados los tres estamentos: Clero, nobleza y ciudades.”

Expresión concisa de esa realidad eran las cortes. En ellas, el rey se sometía al interés general, al tiempo que la sociedad lo reconocía como vínculo de unión social. Los intereses de la corona representaban los intereses generales, y el pueblo tenía la capacidad de ser oído en cortes, donde escuchaba las necesidades del soberano, y donde exponía las necesidades y las exigencias a ese mismo soberano.

“El ser convocado a las Cortes —tener voz y voto en las Cortes— era un privilegio celosamente defendido. Sólo dieciocho ciudades lo poseían: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Sevilla, Granada, Córdoba, Jaén y Murcia. Naturalmente, cada una de estas ciudades ostentaba la representación de la provincia de la que era capital; así, por ejemplo. Salamanca defendía los intereses de Ciudad Rodrigo y Zamora pretendía hablar en nombre de Galicia. Sin embargo, Santiago de Compostela hubiera deseado hacer oír su voz directamente. Las dieciocho ciudades antedichas se oponían con total unanimidad a esta reivindicación así como a cualquier otro proyecto de extender el privilegio de acudir a las Cortes.”

“Por regla general, las Comunidades castellanas y aragonesas tenian constituido su concejo en la ciudad ó villa más importante del territorio común, y elegíanse los regidores de la Comunidad entre los habitantes ó pobladores de la misma, cada tres años, y aun menos, por medio del sufragio popular.”

Así, como hemos visto, el origen de las comunidades, tanto en Castilla como en Aragón, podemos enmarcarlo entre los siglos XI y XII, siendo que desde finales del siglo XIII, en toda España se libraba un enfrentamiento entre los nobles y las comunidades. En Castilla, la corona las apoyaba dando mayorazgos a los ricos hombres, si bien las cortes aprobaban las pretensiones de los nobles, que por otra parte se habían dado al bandidaje en esas fechas.  Por su parte, las hermandades eran amalgamas complejas de intereses diversos y a menudo enfrentados. En ellas, la componente antinobiliar parece haber funcionado como elemento de cohesión.  Elemento de cohesión que fue usado por el rey Juan I  a finales del siglo XIV, cuando además de aplicar equidad en los impuestos, regulariza las hermandades para persecución y castigo de malhechores.

Y el objeto, además de las necesidades de la Reconquista, era el de la defensa frente a la nobleza.“Esas alianzas de las ciudades recibían el reconocimiento del monarca si no perseguían fines políticos. A partir de finales del siglo XIII también la nobleza empezó a interesarse por las hermandades. También el siglo XIV es muy rico en movimientos hermandinos. Pero en el siglo XV, sobre todo con ocasión de la crisis de sucesión en el reinado de Enrique IV, es cuando el movimiento de las hermandades alcanza, con la unión confederal de Castronuño de 1467, su época de máximo resplandor. Con la instrumentalización de la institución asociativa bajo el título de Santa Hermandad en 1486 por los Reyes Católicos, la hermandad se convierte en una institución real de defensa que se ocupa mayoritariamente de tareas policiales y fiscales.”

No debemos perder el norte de lo que vamos a tratar. El motivo de esta artículo es la introducción al estudio de la guerra de los Comuneros de Castilla en tiempos de Carlos I, y la explicación que estamos haciendo de la cuestión nobiliaria y de la cuestión de las comunidades es al objeto de quitar al conflicto comunero el cariz romántico que desde el romanticismo del siglo XIX y hasta hoy mismo, se le está dando por quienes prestan menos atención al sentido histórico de las cuestiones tratadas que al aspecto puramente romántico… y sin sentido de algunas cuestiones.

La nobleza como clase no representa a nadie, ni a la tradición, ni a un concepto determinado de la vida y de la historia. La nobleza como clase es un elemento distorsionador de la historia, como elemento distorsionador de la historia es, hoy, la reivindicación social y política del movimiento comunero, que también en su momento representó un elemento que, tras haber cumplido una función saludable contra los excesos de la nobleza se convirtió, por sí mismo, en un cáncer de la sociedad tan desestabilizador como la propia nobleza.

Así, las Comunidades se justificaron cuando servían de filtro de los excesos procedentes de otras estructuras; cuando “Las ciudades se reservan el derecho de suspender unilateralmente las cédulas o provisiones reales que contradigan explícitamente el tratado de alianza o que cercenen la autonomía de las ciudades, y el derecho de suplicar por la revocación de estos decretos desaforados. Los socios de la alianza son al mismo tiempo llamados a reprobar unánimemente la vigencia de tales decretos derogatorios del rey. La fórmula «obedecer y no cumplir», que se introduce en el derecho castellano en la segunda mitad del siglo XIV, es en realidad la reserva jurídica documentada de la obediencia condicionada esgrimida por parte de los súbditos para suspender (provisionalmente) una disposición real si ésta se convierte manifiestamente en una disposición «injusta» para el destinatario de la norma, sin que por ello el súbdito tenga que vulnerar su obligación de obediencia. Está claro que esta fórmula se dirige contra los denominados desafueros del monarca, normas indebidas o incluso abusivas que faltan al ordenamiento jurídico vigente del reino. Desde el punto de vista de la historia del pensamiento, esta cláusula está fundada en un vínculo contractual y una autoridad legislativa ideada que interpreta de manera tan extensiva el ideal iusnaturalista que se esconde detrás de él, que una transgresión por parte del monarca debe tener como consecuencia la nulidad de tal decreto.”

“Las comunidades eran ya tan prepotentes en el siglo XIII, que inspiraban celos á la aristocracia castellana…/… Las principales comunidades de Castilla eran las de Ávila, Salamanca, Segovia y Soria…/… Las Comunidades de Aragón eran Calatayud, Daroca y Teruel. Más adelante Albarracín formó Comunidad con los pueblos de su territorio.”  Eran un freno a los intentos de abuso de la nobleza.

Las comunidades tuvieron una justificación que fue reconocida por el poder real, que a la postre es lo que hoy podemos entender como el interés nacional. Sin embargo, la evolución que sufrieron en Castilla en de 1520, mudaron en un elemento oligárquico al identificar la voluntad de los sectores más marginales de la ciudad con los intereses de la ciudad.

En esos momentos, ¿Quiénes eran los componentes de las Comunidades?

Para hacernos una idea de cómo se distribuía la población que nutriría los bandos en lucha, señalemos la población que tenía Segovia en 1530:
“Vecinos hidalgos ........ 2.963
Vecinos clérigos ........ 695 (cifra reconstruida)
Vecinos pecheros ........ 165 (cifra reconstruida)
TOTAL ...... 3.823 vecinos”

Debemos aplicar un coeficiente de 4 personas por vecino pata hallar el número total de habitantes….15.292, y debemos señalar que en la geografía de la guerra comunera, Segovia era la ciudad más poblada. Lógicamente, estos cálculos de población son lo discutibles que cada uno quiera., pero pueden servir de orientación.

Toledo con 31.930 y Valladolid con 38.100 eran las ciudades más pobladas.

Ya en el siglo XV, las hermandades juegan un importante papel en el conflicto permanente que fue el reinado de Enrique IV, cuando los nobles licenciados del ejército de Enrique IV sembraron Castilla de inseguridad y bandolerismo. Tengamos siempre presente esta actitud de muchos nobles, justificación de las agrupaciones comunales en defensa frente a ellos. Y tengamos presente que al hablar de nobles o de problema nobiliario estamos hablando, si bien de una minoría, de una minoría con posibilidades de crear a su alrededor un partido que no necesariamente está compuesto de algo que podamos entender agrupado dentro de los mismos intereses de los nobles, sino por personas que por determinadas circunstancias están dispuestas a defender los privilegios de los nobles.
Sucederá exactamente lo mismo cuando en 1520 se produzca la revuelta comunera con quienes se adscribían al bando comunero. La deriva social y política de los comuneros fue de la más pura y limpia reivindicación de la justicia, al imperio del detritus de la sociedad, y en esa trayectoria, con los comuneros militó lo más variopinto de la sociedad. Gentes que estaban dispuestos a luchar por la justicia; nobles que por convencimiento o por interés prestaron su apoyo, y para compensar el aporte nobiliario, detritus social que en los últimos momentos se hizo con el control político del movimiento.
La nobleza, vista desde los apuntes que van surgiendo al comentar su actuación en los años inmediatamente anteriores a la revuelta comunera se nos aparece como un conjunto de intereses absolutamente ajenos a la sociedad; algo similar a lo que en el siglo XXI son los partidos políticos y los sindicatos… O las grandes empresas multinacionales.
Unos y otros tienen intereses absolutamente ajenos a los intereses nacionales, y sin embargo consiguen que la población actúe en su beneficio; luche en su lugar, y defienda los intereses de esos seres ajenos al bien común, como intereses propios. En eso, tanto el detritus social (en este caso representado por quienes acabaron quedándose con la marca “comunero”), como los ajenos a lo social (en este caso la nobleza de título), coincidieron en un momento, y lucharon juntos en el intento de conseguir objetivos comunes. La discordancia final significó su mutuo enfrentamiento y la supeditación momentánea de uno de los sectores al otro, que pasó a parasitar y a recuperar posiciones de privilegio que previamente le habían sido retiradas por la monarquía hispánica, fundida con lo que era su razón de ser: el pueblo español.
Una fusión de principios que había sido materializada a lo largo del siglo XV. “En el transcurso del siglo XV, las hermandades desarrollan una jurisdicción de paz territorial que desafía cada vez más el poder jurisdiccional del rey en causas criminales y que al mismo tiempo tiende a convertirse en una jurisdicción exclusiva. Sólo con la institución de la Santa Hermandad por los Reyes Católicos se consigue por parte de la monarquía encubrir por un tiempo transitorio esta situación de competición jurídica.  En segundo lugar, y como consecuencia del primer punto, las hermandades generales en Castilla pueden ser consideradas como pieza clave en el desarrollo del Estado moderno hispano.”

Una fusión que había sido decisiva para la compactación del estado nacional, ya que“nuestra sociedad nacional vino conociendo precisamente a lo largo de buena parte del siglo XV uno de los periodos de mayores turbulencias y desequilibrios sociales, originados fundamentalmente por la insumisión de la nobleza que trataba de desacreditar y debilitar a la monarquía como máxima institución social.”

La creación de la Santa Hermandad por parte de los Reyes Católicos, además de crear una policía que garantizase el orden y la ley en despoblado, parece pretender canalizar esa energía que durante siglos había sido generada por las hermandades.
La efectividad de la Santa Hermandad se vio apoyada por la contundencia de sus métodos; como muestra, señalar que las ordenanzas señalaban “que el malhechor reciba los sacramentos que pudiere recibir como católico cristiano, e que muera lo más prestamente que pueda, para que pase más seguramente su ánima”.  La Santa Hermandad unió más aún al pueblo con los Reyes Católicos, y los nobles presentaron quejas por su creación, al tiempo que otros nobles, como el conde de Haro, adoptaron la medida en sus señoríos.
Los hechos acaecidos durante el reinado de Carlos I nos demuestran que estamos hablando de un gran conflicto. Algo sucede cuando hablamos de dos cosas bien distintas al referirnos a las hermandades y a la Santa Hermandad. Los Comuneros son, en cualquier caso, la expresión menos afecta a la corona de lo que en el siglo XIII fueron las hermandades.
¿Qué había sucedido para que notemos esa diferencia? “A principios del Siglo XVI encontramos en Castilla un inestable equilibrio  político-social entre los tres grandes poderes: realeza, nobleza y burguesía municipal, con un trasfondo del problema campesino. En apariencia existe paz, aunque los grupos nobiliarios han ido incrementando su poder a costa del país, sus tierras y sus campesinos, a quienes explotan.”  Los nobles, tras el acoso sufrido por parte de los Reyes Católicos, estaban nuevamente ganando terreno.

“La situación que llevó en 1520 a la Guerra de las Comunidades, se había ido gestando en los años previos a su estallido. El siglo XV, en su segunda mitad, había supuesto una etapa de profundos cambios políticos, sociales y económicos. El equilibrio alcanzado con el reinado de los Reyes Católicos se rompe al llegar el siglo XVI. Éste comenzó con una serie de malas cosechas y epidemias, que junto a la presión tributaria y fiscal provocó el descontento entre la población, colocándose la situación al borde de la revuelta. La zona que más sufre en este contexto es la zona central, en contrapeso con la periférica, que apaciguaba sus males con los beneficios del comercio.”
La inestabilidad social no la trajo Carlos I. Era una cuestión que venía larvada y que se estaba desarrollando al amparo de la crisis. Y la revuelta que recibió al nuevo rey, si bien nutrida de grandes y justas reclamaciones, estaba guiada por quienes no tenían sanas intenciones, sino que venían con ganas de revancha. Quienes iniciaron la revuelta no fueron los intereses populares, y tampoco los intereses bastardos del “lumpen”, de la escoria social que acabaría deglutiendo el movimiento comunero. Los intereses que se estaban dirimiendo eran lo que hoy identificaríamos con los intereses de las grandes corporaciones internacionales y de la banca, representados en aquel momento en lo conocido como alta nobleza.
La sublevación comunera, aparentemente, se inició con fines puros y limpios. Nadie pone en duda la mala fe de los funcionarios flamencos que actuaban  en nombre del muy joven e inexperto Carlos, y nadie pone en duda la buena fe en el profundo malestar del pueblo que veía cómo literalmente era robado, pero a poco de iniciada la revuelta, “Ni los que defendieron al rey en 1520, ni los que combatian su poder sublevando las Comunidades de Castilla obraban movidos de fines rectos. Los nobles de Toledo, Salamanca y Segovia, creian poderse valer de los menestrales armados para derrocar á sus rivales y volver a las ollas de Egipto, de que les había despojado la astuta política de D. Fernando el Católico, continuada con mas acierto y energia por el Regente Cisneros.”
Y nadie dudó, tras la victoria sobre la mugre en que degeneró el movimiento, que, a pesar de lo bien posicionada que quedaba la alta nobleza (recordemos que hoy serían los grandes especuladores), la victoria de Carlos fue una liberación. Sin embargo llegó el romanticismo, y con él la revisión  histórica del Movimiento Comunero de principios del siglo XIX, que “supuso una verdadera rehabilitación de los comuneros, los cuales pasan a ser considerados mártires de la libertad, luchadores contra el despotismo, patriotas que se enfrentan a una dinastía extranjera y auténticos precursores de los liberales. Se trata de una interpretación liberal y romántica de las Comunidades motivada por el momento histórico que atraviesa España entre 1797 y 1821 con la invasión napoleónica y el absolutismo como telón de fondo, inspirada por el historiador escocés William Robertson y que se reflejaría en la oda a Juan Padilla compuesta por Quintana.”

Otra cosa opinaban contemporáneos de las comunidades, cuando: “no se guardó justicia ni había nadie que tuviese cosa segura ni quien osase salir de su casa de noche ni caminar de día. Robábase en público, forzábanse las mujeres, saqueábanse los lugares y era tanta la discordia y disensión que en un lugar y en una misma casa y entre padres e hijos se mataban sobre si eran comuneros o reales, y guay del que no decía ¡viva la Santa comunidad! Muchos había que si les preguntárades qué querían y qué cosa era la Comunidad, no les supieron decir, ni hacían más de irse al hilo de la gente. Los caudillos de esta furia popular (que así la podemos llamar) apellidaban libertad y prometían justicia, y jamás se vio en España tan dura servidumbre ni tanta iniquidad como la que con ellos se padecía”.

Es francamente difícil catalogar a las comunidades como elementos de una lucha por la mejora social, ya que se trataba de un conglomerado de difícil catálogo, empezando por el propio Padilla, un militar de relativo renombre que tomó un partido probablemente equivocado, y cuya evolución, según algunas opiniones lo desbordó y lo abocó al fracaso. “Por lo que respecta á Alava podemos afirmar que el triunfo de los comuneros hubiera representado un aumento del poder señorial de las casas de Ayala é Infantado, con menoscabo de las atribuciones de las Juntas generales de Hermandad…/… al Conde de Salvatierra no le hizo luchar el cariño por las libertades populares, sino su inusitado orgullo y soberbia y la falta de poderío que iba sintiendo en los pueblos de su vasallaje.”  Ni más ni menos que al resto de la nobleza, militase en el bando que militase.

“A finales del XIX, la generación del 98, también se preocupó por la interpretación del Movimiento Comunero. Ángel Ganivet invirtió la interpretación liberal al afirmar que los comuneros no eran libertadores sino, al contrario, castellanos rígidos y reaccionarios, contrarios a la innovadora y europea política de Carlos V que inaugura el siglo de oro español como primera potencia europea. Manuel Azaña será el único que se atreva a criticar las teorías de Ganivet al afirmar que los comuneros de 1520 buscaban lo mismo que los liberales de las Cortes de Cádiz: el pacto entre la Corona y sus súbditos. En los años 40, la interpretación de Ganivet sigue vigente y cobra impulso con los trabajos del doctor Gregorio Marañón en los que se propone demostrar que los comuneros eran unos atrasados en todos los sentidos: política, social y espiritualmente.”










































Carlos I: Rey de España y Emperador de Alemania



Aunque no vamos a hacer una biografía de Carlos I, sino que estrictamente nos vamos a centrar en el conflicto de los comuneros de Castilla, vamos a seguir el mismo desde el momento del nacimiento de Carlos de Gante, porque la evolución de su historia personal está íntimamente ligada a los acontecimientos.
El día 24 de febrero de 1500 nace en Gante el príncipe Carlos, hijo de Juana de Castilla y de Felipe el Hermoso, duque de Borgoña, que sería educado por su tía, la archiduquesa Margarita de Austria “una educación impregnada de cultura francesa y orientada exclusivamente hacia los valores borgoñones, sin tener en cuenta en absoluto la herencia española del futuro monarca” , hasta que a los siete años “se le dio por maestro al célebre Adriano Florencio, después papa Adriano VI”.

La reina Isabel muere en olor de santidad el día 26 de Noviembre de 1504, a lo que sigue una división entre los castellanos, “declarándose los más por el archiduque, esposo de doña Juana: Algunos permanecieron fieles a Fernando V.”  Por otra parte, las circunstancias llevaron a Fernando a reconocer “el desamor que le inspiraba su nieto Cárlos de Gante.”  Circunstancias que le llevaron a procurar desheredarlo del trono de Aragón y buscar descendencia en Germana de Foix. En cualquier caso prefería a su nieto Fernando antes que a Carlos, aunque finalmente dejó como regente al cardenal Cisneros, sin habérselo comunicado a Fernando.

“La muerte de Isabel suponía para la nobleza la oportunidad de volver a intervenir en los asuntos públicos. Hasta entonces se había mantenido en calma porque frente a ella se había alzado un Estado fuerte y eficaz. Cuando este Estado comenzó a presentar síntomas de debilidad, experimentó el deseo irrefrenable de contribuir a incrementar su debilidad y la ambición de convertirse en árbitro del conflicto entre los rivales.”  La nobleza, libre de la reina Isabel y habilidosa para crear pendencias con Fernando, se preparaba para ser protagonista en los acontecimientos históricos de la España del siglo que acababa de empezar.

Al amparo de Felipe el hermoso “se pone en duda la legitimidad; la nobleza recobra una parte de su influencia política; en las ciudades se reproducen las antiguas luchas de clanes; los conversos denuncian los abusos del tribunal de la Inquisición. La burguesía se divide y en el Estado, quebrantado y dividido por la lucha de facciones, la Administración constituye el único elemento de continuidad y de estabilidad…/… Hay que enmarcar la revuelta de las Comunidades en este proceso de descomposición del Estado.”  Los enfrentamientos llevan a graves represalias de unos bandos sobre otros. La tranquilidad, el orden, y la sumisión de la nobleza levantisca, signos característicos del reinado de los Reyes Católicos, estaba tocando a su fin. La nobleza se preparaba para la revancha.

No habían pasado dos años de la muerta de la Reina, cuando el 25 de septiembre de 1506 muere en Burgos Felipe “el Hermoso”, esposo de Juana de Castilla y padre de Carlos, que no había atendido la educación de su primogénito, ya que “de la educación de Carlos y de sus hermanas Eleonora, Isabel y María, se preocupó su tía Margarita, la inteligente y enérgica hija del emperador Maximiliano I, quien, desde 1507, se hizo cargo del gobierno de los Países Bajos.”  La educación religiosa correría a cargo de Adriano de Utrecht. “la defensa de la fe cristiana, la valentía, la nobleza, la benevolencia y la indulgencia para con el enemigo vencido, fueron los valores de su existencia y que determinaron también sus decisiones como soberano.”  Su hermano Fernando, por el contrario sí era educado en España.

En estos momentos la anarquía se enseñorea del reino. Las represalias sangrientas se repiten, y hay sectores que deben abandonar Castilla, mientras otros se reagrupan para hacer frente a Fernando, mientras otros se dedican a organizar la guerra por su cuenta; el conde de Lemos, recordando viejas hazañas que a punto estuvieron de costarle algo más que una reprimenda, se apodera de Ponferrada; el duque de Medina Sidonia pone sitio a Gibraltar…

La situación era algo alarmante, pero la buena estrella hizo que“Cisneros, y a continuación el rey de Aragón, invitado nuevamente a hacerse cargo de la regencia, lograron restablecer la normalidad. Al igual que había ocurrido en 1475, se organizan expediciones de castigo contra los feudos de los culpables, sobre todo en Andalucía, donde el marqués de Pliego (Priego), en particular, pagó cara su insumisión.”

El marqués había tomado preso a un alcalde enviado por el rey, y no contento con ello, soltó a varios presos que lo estaban por herejes. Corría el año 1508, y Fernando se presentó con huestes en Córdoba; el marqués se acobardó y pidió perdón, por lo que el rey se mostró benigno y “mandóle estar preso cinco leguas fuera de Córdoba y que el Consejo Real conociese de su culpa, por lo cual le condenaron en perdimiento de los oficios, juros y tenencias que tenía de la corona real, que era mucho, y que la fortaleza de Montilla, por haber detenido en ella al alcalde, se desmantelase y en otras penas pecuniarias.”

El 18 de julio de 1507 el príncipe Carlos, hijo de Juana de Castilla y de Felipe “el hermoso”, es coronado en Bruselas duque de Borgoña y conde de Flandes. “Esta ceremonia, en cuanto ponía fin a la tutela de Margarita de Austria, significó el triunfo político de Chievres” , ayo de Carlos que ejercía una nefasta influencia sobre el príncipe. Estaba destinado a permanecer en el norte de Europa, lejos de los intereses de la monarquía Hispánica, pero la muerte del príncipe Juan, de la princesa Isabel y del hijo de ésta, convierten a Juana en reina, y la enfermedad de ésta, convierte a Carlos en rey de Castilla, y tras la muerte del rey Fernando, en rey de Aragón.

Una enfermedad la de la reina que ha sido discutida, pero que se hizo manifiesta también durante el conflicto de los comuneros. Hasta dónde llegaba la enfermedad, posiblemente, nunca se sabrá, pero lo que sí es cierto, es que ya la reina Isabel detectó problemas que manifestó en su testamento; y también es cierto que tenía una apatía que le impedía firmar cualquier documento. Esta actitud, lógicamente, llevaba al marasmo del estado… o al apartamiento de la reina. Los comuneros quisieron que la enfermedad fuese una invención de los reyes Católicos, pero la realidad, para desgracia primero de ella y luego del reino es que, a lo que parece, es que no era apta para el cargo de reina.

Los hechos se sucedían de manera frenética en el entorno de Carlos, y el 4 de febrero de 1508, su abuelo Maximiliano I es proclamado emperador de Alemania. Si su abuelo Fernando tenía cierto despego de Carlos, el apego de Maximiliano era manifiesto, y ya manifestó que deseaba que la corona imperial recalase en su nieto.
Llevaba ya algo más de ocho años huérfano de padre y educado por su tía cuando el 5 de Enero de 1515 es declarado mayor de edad y asume la gobernación del Franco Condado; desde entonces firmó documentos junto a su madre como reina de Castilla. Contaba 15 años, y un ayo que iba a alejar de su pupilo la influencia de su tía. Desgraciadamente no era para bien.
No era más que el principio, porque un año después, el  23 de enero de 1516 muere Fernando el Católico. Su hija Juana hereda la corona de Aragón, y el 13 de Marzo de 1516 fue proclamado en Bruselas rey de Castilla y Aragón; “este acto consolidaba el reconocimiento de la incapacidad total de la reina para gobernar” , y que la proclamación fuese hecha en Bruselas significó el primer enfrentamiento con los reinos hispánicos, que además, cuestionaron la legitimidad de la coronación. Influenciado por Chevres, Carlos, un niño de 16 años, exigía la realización de unos actos que sólo le iban a aportar la desafección de sus reinos. ¿Qué intereses guiaban a Chevres? Desde luego no los intereses de los reinos hispánicos y sí los intereses de Francisco I de Francia, con quién le unía afectos e intereses, los mismos que le separaban de España.
A la muerte de Fernando, Jiménez de Cisneros fue el gran estadista que ocupó la regencia. “Hijo de pueblo nunca había renegado de su origen…/…frisando ya con los ochenta años no inspiraba temores á los grandes…/… Todas las ilusiones de los próceres se desvanecieron muy en breve…/… íntimamente convencido de la sana intención que le sugeria sus proyectos, los llevaba adelante con severidad inflexible…/… virtuoso, desinteresado, siempre alerta, enérgico y duro contra los próceres, blando y afectuoso á favor de los humildes.”
Encarnaba Cisneros la figura que necesitaba España; enérgico y bondadoso; con las virtudes del santo y con las virtudes del soldado, España tuvo la suerte de contar con su guía en la dura transición, no ya de Fernando a Carlos, sino de Felipe el Hermoso a Carlos, pues ese fue el tiempo en que ejerció la regencia.

Mientras llegaba el rey, “el buen prelado, alcanzada la confirmación de Carlos, reprimió los movimientos que comenzaban a chispear por algunas partes.”  Organizó milicias al margen de la nobleza con la intención de controlar los desmanes de ésta, pero el resultado fue contrario a lo deseado, ya que primero en Valladolid y luego en otras ciudades se sublevaron contra la medida, “preparándose para resistir a Jiménez, aunque fuese con las armas.”  “Demás de esto intentó otras novedades, queriendo quitar a los caballeros las alcabalas y salarios que llevaban en las Órdenes, y aún hiciera moneda si no fuera por algunos del Consejo que le iban a la mano.”

No se extralimitó en sus funciones, sino que actuó conforme a su cargo, subordinándose tan sólo a las necesidades de la Patria, y ni tan siquiera a las necesidades de la corte, en aquel entonces en Bruselas.

A finales de 1515 había llegado Adriano de Utrecht en España con la idea de ser corregente con Cisneros, aunque según Eusebio Martínez de Velasco lo fue “sólo en el nombre”.  Posiblemente, la venida de Adriano fuese para vigilar de cerca los derechos de Carlos, ya que Fernando el Católico había sido nombrado Maestre de las órdenes militares, lo que lo situaba en posición de poder acceder a la corona si el primero en derechos tardaba algo en reclamarla. En cualquier caso, Adriano no entorpeció la labor de Cisneros, limitándose a ser uno de los pocos aportes extraordinariamente beneficiosos que llegaron de la corte de Carlos en Bruselas.

Por estas fechas, Fernando el Católico estaba organizando la Santa Liga contra las ambiciones de Francisco I de Francia, mientras el príncipe-archiduque Don Carlos; el mismo que con el tiempo llegaría a ser nuestro gran Carlos I “llegó a escribir humilde carta al rey francés, tratándolo de señor y de padre…/… para establecer alianza y concordia entre ambos, pretendiendo sellarla y garantizarla con el matrimonio del jóven archiduque y la princesa Renata de Valois, hermana del rey francés, sin contar para nada con el Rey Católico”.  No debió sentar muy bien a Fernando el Católico esta actitud de su nieto, quién a pesar de todo, “otorgó nuevo testamento, pocas horas antes de su muerte, confirmando las declaraciones anteriores, y nombrando á su nieto Don Carlos, á causa del deplorable estado intelectual de la reina Doña Juana, gobernador general de los reinos de Castilla y de Aragón, y gobernadores interinos de ambos Estados, respectivamente, al cardenal Jiménez de Cisneros y al arzobispo de Zaragoza Don Juan de Aragón.”

Qué vio Fernando al final de su vida en el nieto que siempre había visto con no muy buenos ojos es algo que jamás conoceremos, pero algo tuvo que ver para cambiar esa actitud. Algo que, si en un principio, conociendo los primeros actos de Carlos I en los reinos hispánicos nos parece injustificada, parece de un acierto proverbial si tenemos en cuenta la actitud de Carlos a partir de 1522.

“Inmediatamente después de la muerte de Fernando el Católico los incidentes y el desorden volvieron a aparecer en Castilla. Unas veces eran las ciudades que se levantaban contra los señores. Otras —las más— eran los nobles que intentaban alcanzar posiciones ambicionadas durante largo tiempo. Frente a la subversión que amenazaba con desintegrar el reino, Cisneros no vio otra solución sino la creación de una fuerza armada permanente que cuidara de hacer cumplir las decisiones de la justicia y de mantener el orden.”

En este momento no se puede decir que esa actividad de revuelta vaya encaminada contra Carlos I y contra la corte de flamencos que le acompañaba. Era más bien la actividad de la misma nobleza que, una vez muerto Fernando, salía por sus fueros, y manipulaba a la población haciendo que ésta reclamase como derechos propios la abolición de prerrogativas reales que la beneficiaban.

“El 14 de marzo de 1516, Carlos es proclamado rey de Castilla y Aragón en una ceremonia solemne. Ocho días más tarde notificaba esta proclamación a Cisneros. A partir de entonces debía ser considerado rey con el mismo título que su madre, «juntamente con la católica reina, mi señora». Era un auténtico golpe de Estado y como tal fue calificado en Castilla.”

Pero quién tenia cualidades para calificar de tal modo ese acto que, por supuesto es inadmisible… Sin lugar a dudas la nobleza, que era la primera en presumir una merma en  los derechos que, tras la muerte de Fernando, pretendían abrogarse. El pueblo también tendría capacidad de calificar el hecho como golpe de estado, pero nunca con la inmediatez que lo hizo la nobleza. Si para el pueblo era un golpe de estado, que lo era, necesitaba más tiempo para asimilarlo dado que la comunicación de hechos no corría con la rapidez que podía correr entre la nobleza.

En cualquier caso, era difícil exculpar al rey, aunque también “se ha dicho que el joven príncipe, dirigido en absoluto por su consejero y privado Guillermo de Croy, señor de Chievres, merece el perdón de la historia en estos primeros actos de vida: tenía á la sazón diez y seis años, era dueño de los dos reinos más poderosos de la Europa meridional, veia en perspectiva la codiciada herencia de su abuelo Maximiliano I, emperador de Alemania y rey de romanos.”  Y sobre todo tiene un a historia posterior que, si no puede anular lo acaecido en sus primeros años, sí puede inundarlo con hechos gloriosos que predisponen la mente de quien entra en su conocimiento, a quitar importancia a los gravísimos hechos protagonizados entre los 16 y los 20 años del protagonista, y a interpretar que en el conjunto de la historia de Carlos I constituyen la mácula que toda persona tiene en su vida.

En 1517 aparece la reforma luterana; en 1521 Solimán el Magnífico se apodera de Belgrado; en 1522, de Rodas; en 1526 de casi toda Hungría; a Viena llegan en 1529. Por otro lado, la enemistad de Francisco I de Francia completaba un panorama de guerra permanente. La situación que se planteaba en Europa, combinada con la situación de poder y la formación humanista y cristiana de Carlos, forzosamente debían convertirlo en el adalid de la fe. Estos hechos contribuirían a mitigar la mala imagen que dio en sus primeros años de rey.
Tras varias demoras, por fin, el 19 de septiembre de 1517 desembarca en Villaviciosa Carlos I, que rodeado de una corte flamenca encabezada por Guillermo de Croy (el señor de Chevres), es recibido por una modesta representación nobiliaria y por una carta “instrucción” del moribundo cardenal Cisneros, que mereció una penosa respuesta en la que “le daba su real licencia para que se retirase á su diócesis á descansar de las fatigas de su laboriosa vida, y á aguardar del cielo la digna remuneración de sus servicios, que solo el cielo podia darle como él la merecía” .”Y esta carta dicen que notó el obispo Mota, a quien no le placía que el cardenal se juntase con el rey, para le hacer sinsabor con aquella manera de despedirle a cabo de tantos servicios. Luego que llegó esta carta, el cardenal recibió tanta alteración con ella, que se le encendió la calentura de tal manera, que en pocos días le despachó, y domingo a 8 de diciembre de este año de 1517, en Roa, dio el ánima a Dios.”

No, no empezaba con buen pie su andadura en los que auténticamente eran sus reinos. “Ni su educación ni las personalidades de su círculo habían preparado al rey para preocuparse con el debido interés de los súbditos españoles. Bien al contrario y pese a las advertencias de Cisneros, parecía que Chièvres y sus colaboradores hubieran llegado a Castilla con la intención de sacar del país los mayores beneficios sin prestar la menor atención a sus intereses más legítimos y estimulados.”

“Agravaba el mal al cardenal, de lo cual tenían a menudo aviso los que venían con el rey, que estorbaban las vistas, porque el médico que le curaba les escribía y hasta qué tiempo podía vivir; y por esto alargaban la venida, esperando que el cardenal muriese antes de ver al rey…/… En este tiempo hacían el oficio del Consejo de Cámara, el obispo Mota y don García de Padilla, que habían sido proveídos en Flandes, y decían que no por buenos medios; que el uno tuvo con monsieur de Xevres, y el otro con el gran chanciller Juan Salvage.”  Los cortesanos flamencos no dudaban en dilatar el encuentro entre Carlos y en Cardenal Cisneros, a espera de lo que inevitablemente sucedió el 8 de Noviembre de 1517: la muerte del Cardenal.

Mal asunto, que el rey estuviese entre “cabros” (Chevres) y “Salvages”. Parecía premonitorio.

Era tal la situación existente en España, y tal el encono sentido hacia los flamencos, que hubo sospechas de envenenamiento en la muerte del cardenal. Nada hay que confirme el hecho del envenenamiento, pero el decir popular lo puso como causa de la muerte del estadista, y su lecho de muerte, “debajo de un dosel y con las vestiduras pontificales, estuvo mas concurrido de dia y de noche que el palacio del monarca, que tan ingratamente había pagado sus servicios…/.. los que le depriman y los que aspiren á canonizarle concordarán en reconocer que su figura es gigantesca, su capacidad pasmosa, nada comun su grande aliento, y en que contarle por hijo es fortuna de que se envanece con razón España.”

Sin pasar por Burgos, donde reinaba la peste, se dirigió a Tordesillas, donde el  4 de noviembre se entrevista con su madre, que se encontraba recluida.

Carlos seguía sin ser reconocido rey por las cortes castellanas y aragonesas. En enero de 1518 se reunieron en Valladolid las Cortes de Castilla para deliberar “si se habia de reconocer y alzar por rey á Don Carlos en vida de su madre Doña Juana, reina legítima y propietaria de Castilla…/… Las cortes fueron presididas, en nombre del rey, por los consejeros flamencos…/… tenian asiento en los escaños de las cortes de Valladolid los mas encumbrados y poderosos magnates de Castilla, y solo un hijo del pueblo, el doctor Zumel, aunque obedeciendo al encargo de la insigne ciudad que representaba, tuvo alientos para oponerse á la conculcación de fueros y privilegios que deseaban llevar á cabo los desvanecidos y soberbios consejeros flamencos del monarca.”

El día 2 de febrero de 1518 las Cortes de Castilla se reúnen en la iglesia de San Pablo de Valladolid para el juramento de Carlos. En la presentación de las mismas, se recuerda al rey que “considerando que vuestra Alteza, como sancto, justo, católico Rey, primero debe e es obligado a socorrer e proveer en las cosas tocante a sus pueblos, universidades e subditos e naturales vasallos, que alas cosas suias propias…/… queremos traer a la memoria a vuestra Alteza, se acuerde que fue escojido e llamado por Rey, cuia interpretacion es regir bien, y por que de otra manera non seria regir bien, mas desypar, e ansy non se podria decir nin llamar Rey, e el buen regir es facer justicia, que es dar a cada uno lo que es suyo…/… pues en verdad nuestro mercenario es, e por esta causa asaz sus subditos le dan parte de sus frutos e ganancias suias e le syrven con sus personas todas las veces que son llamados.”

Nuestro mercenario es… Lejos estaban todavía los tiempos en los que Carlos sería un modélico rey de España que hablaba alemán con los caballos, francés con las damas, inglés con los perros y español con los soldados, según nos recuerda la memoria popular. En estos tiempos, cuando estaba saliendo de la niñez, dependía demasiado de sus ayos flamencos, más atentos a su propio beneficio que cualquier otra cosa, y desatendía lo que más convenía a él y a España. Lejos estaba que supiese interpretar lo que le decían las Cortes de Castilla.

No obstante esta circunstancia, en 1518 Carlos nombra Gran Canciller a Mercurino Gattinara, que fue sucesor de Sauvage e instigador de la Monarquía Universal, basada en la tradición imperial romana y cristiana, y fue el contrapunto a los parásitos flamencos encabezados por Chievres y por Ruiz de la Mota que hacían girar los intereses de España en torno a la voluntad de Francisco I de Francia. Él fue el principal valedor de Carlos para el cargo de emperador tras la muerte de Maximiliano.  Tal vez ese fue su único error, pero en cualquier caso era una luz en el entramado de tinieblas que cubría a quién estaba llamado a ser grande en la Historia de España.
Mientras tanto, todavía quedaban a los advenedizos desafueros por realizar. Así, “fue la trata de esclavos, llevada a cabo por Laurent de Gorrevod, asociado circunstancialmente a los comerciantes castellanos y genoveses la que pareció tener mayores consecuencias. El 18 de agosto de 1518, el rey autorizó al flamenco a introducir en las Indias 4.000 esclavos negros, licencia que éste revendió por 25.000 ducados a Alonso Gutiérrez de Madrid y a los genoveses.”  Mal empezaba, ninguneando el decreto por el que su abuela, Isabel I de Castilla abolía la esclavitud. Pero como demostraría con el tiempo, no fue iniciativa suya, sino de Chevres y los demás trepas flamencos.

Para rematarlo todo, la propia figura del rey era motivo de escándalo. “Ni atractivo ni imponente en su aspecto, pálido, rubio, más bien pequeño de estatura, su acentuado prognatismo, que le obligaba a mantener la boca abierta durante mucho tiempo, provocaba burlas fáciles e irrespetuosas, que dicen bien a las claras hasta dónde llegaba la estima hacia su persona. Dado que no hablaba español, parecía frío y taciturno a los pocos castellanos que habían conseguido aproximarse a él, que además le consideraban poco inteligente. Un necio, incapaz de tomar ninguna decisión, tal era la impresión que tenían sus súbditos en 1517-1518.”  No tardaría mucho en conseguir que el pueblo cambiase su concepción del monarca.

En medio de esa extraña situación, estaba recorriendo los reinos hispánicos para ser reconocido como rey. En Aragón no iba a ser mejor que en Castilla. Su aparición con un séquito de flamencos no fue bien aceptada, pero acabaron cediendo. Más le costó ser jurado en Barcelona, donde se negaban a reconocer a nadie fuera de doña Juana. Finalmente, mediante soborno, también transigieron.

También en Aragón recaudó dinero tras jurar los fueros. Doscientos mil ducados; la décima parte que en Castilla; imposición equivalente a tenor de la población y de las rentas del reino, cuyas finanzas estaban reforzadas por las políticas reales llevadas a cabo desde los Reyes Católicos, tendentes a fomentar la actividad económica en una zona especialmente deprimida como era el reino de Aragón, y en concreto el Condado de Barcelona, donde la trayectoria de bandolerismo llegaría a tener a finales del siglo XVI un nombre que se haría eterno con Don Quijote de la Mancha: Roque Guinart.

Cuando se encontraba en Barcelona, el 12 de enero de 1519 falleció el emperador Maximiliano, y Carlos pasó a ser titular de los dominios de aquel, aunque para eso precisaba ser elegido emperador, lo que sucedía el 28 de junio tras haber dimitido el primer elegido, Federico de Sajonia, que renunció ante el temor cierto de la amenaza turca. Carlos aceptó sin consultar a las cortes españolas y antepuso el título de rey de romanos al de rey de España . Además, la coronación ocasionó grandes dispendios que debieron ser atendidos por Castilla, único reino con medios económicos. De hecho se había endeudado con el banquero alemán Jacobo Fugger, que le facilitó los fondos necesarios para los sobornos previos a la elección; préstamo que había que devolver. Para ello convocó Cortes en Santiago de Compostela para el mes de Marzo de 1520. Necesitaba recaudar con urgencia ingentes cantidades de dinero, ya que los banqueros alemanes le estaban reclamando la devolución del préstamo que le habían concedido para llevar a cabo los sobornos que propiciaron su coronación como emperador.

A quienes sus filias y sus fobias les vienen exclusivamente de sus vísceras es difícil hacerles comprender que “al rey no se puede culpar en este tiempo, porque siendo de tan poca edad, por fuerza se había de guiar por aquéllos con quien se había criado, y que él estuviese sin culpa, mostrólo el tiempo cuando llegó a edad madura. Bien claro vieron los españoles lo que los amó y estimó, anteponiéndolos a todas las otras naciones y dándoles oficios más honrados y de mayor confianza, no sólo en España, mas en Italia, Flandes y Alemaña.”  Pero eso, como la Gloria de Cristo, no sería sin haber pasado antes por el Calvario.

Es el caso que la partida para atender sus derechos como emperador exigía inmediatez, motivo por el que dejó el periplo por los reinos hispánicos y emprendió la marcha hacia Aquisgrán en demanda de su corona de emperador, no sin antes haber enviado embajadores en defensa de su candidatura. Y emprendió la marcha contraria a la que había seguido hasta llegar a Barcelona.

“Llegando su Magestad en Burgos, el enbaxador del dicho Rey de Francia por su mandado le dixo que sy su Alteza non dava en rrehenes personas principales e villas e cibdades, asy destos Reynos como délos sennorios de Flandes, al dicho Rey de Francia, para seguridad dele entretener e guardar todo lo asentado entre ellos, e de entregar luego el Reyno de Nabarra a don Enrrique déla Brit, que dende entonces daba por rrotas las capitulaciones con él lechas , lo qual fue cavsa que su Magestad con mas presteca seguiese su camino , y llegando en Santiago, donde por su mandado estaban convocadas Cortes destos Reynos , mandó dar aentender alos procuradores que enellas se hallaron, como la cavsa de su acelerada partida hera la nescesidad en quele ponian los tratos quel dicho Rey de Francia traya, e la turbación que quería poner enla cristiandad y mayormente en los Reynos e sennorios de su Alteza.”

Si acaso no tenía apretada la agenda, tuvo que llegar quién presumiblemente iba a ser su suegro y cuyo trato había molestado tanto a Fernando el Católico, para terminar de complicar las cosas. Navarra podía terminar siendo el precio que tuviese que pagar por la mala atención de los negocios.

¿Dónde era más necesaria la presencia del César? Era imprescindible que permaneciese en España, pero la ambición de la corona imperial le hacía imprescindible en Europa, donde no podría estar sin el apoyo de España. ¿Qué era lo importante? Para España, desde luego, España.

Pedro Mártir, en su carta de 21 de Febrero de 1520 señalaba: “Les hago ver lo que interesa si el inglés queda persuadido por el francés; que el Cesar perderá mucho si no gana por la mano al inglés, lo que no podrá si se detiene a hacer Cortes.”  En la misma señala que no fueron oídos en Cortes las ciudades de Castilla, y que “la paciencia apurada  suele convertirse en rabia. No hai asnillo tan perezoso que, aguijoneado vivamente, no levante la coz contra su amo alguna vez.”

De Carlos decía Pedro Mártir de Anglería: “De la índole del Rey nada se puede decir que baste. Es de una condición excelentísima y generosa: pero sus avaros pedagogos le traen como atravillado, y ni sabe negarles cosa alguna, ni hacer sino lo que le aconsejan.”

La situación era muy tensa; en carta de Pedro Mártir a Gattinara de 27 de Diciembre,  dice: “Acaso diréis:¡oh, que se nos llama de Alemania! ¿Quieres que perdamos la ocasión del Imperio? No, no la perdais; pero esperad un poco. El Imperio está ya seguro. ¿Qué temeis? Los Electores no se retractarán, principalmente porque hemos oído que les habeis prometido mucho dinero con lo que los habeis ganado.”

Pero lo peor es que, conforme dice el mismo Pedro Mártir, “los oídos del Rey están cerrados para todos menos para los que trajo del Norte. No sabe apartarse de sus chismes.”

El 22 de mayo se embarca Carlos en La Coruña con destino Alemania, dejando como regente, contra la voluntad general, a un hombre excepcional: Adriano de Utrecht. Pero las comunidades no apreciaban su excepcionalidad, sino su condición de flamenco. Sería la gota que haría saltar la revuelta.
La entrada de Carlos I fue, así, francamente conflictiva, pero no cabe duda que el rey aprendió y asumió gran parte de los postulados que ocasionaron los conflictos. Podría afirmarse que el Carlos I de 1523 no hubiese actuado nunca como el Carlos I de 1520.
































El Cardenal Cisneros




En 1497 muere el príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos; con este hecho se produce un terremoto en los acontecimientos a que se veía abocada España. A partir de este momento, entraba en lid, de forma indirecta, Carlos. Y es que la corona le correspondía a su madre Juana, que por enfermedad, era representada por Felipe el Hermoso, que al morir prematuramente deja via libre a un chiquillo que si en principio estaba destinado a desarrollar su vida en la fría Europa, acabaría siendo ejemplo de rey hispánico. Y en medio de esa madeja de acontecimientos, ordenando los hilos, un viejecito sin relumbrón: Francisco Jiménez de Cisneros, un gigante del pensamiento político humanista que desarrolaría toda su actividad pública justamente en esos años, y hasta 1517, cuando falleció sin haber podido recibir al recién llegado Carlos.
Había empezado a destacar Cisneros a la sombra de la Reina Isabel, de quién fue confesor en 1492, contando 56 años de edad, por recomendación del cardenal Mendoza; cuando tenía 59 fue nombrado arzobispo de Toledo, e Inquisidor General a los 71, ocupando por primera vez la regencia del reino un año antes, en 1506, manteniéndose prácticamente en ella hasta el día de su muerte el 8 de Noviembre de 1517. Y siempre, a pesar de los títulos nobiliarios, siguió viviendo y vistiendo conforme al voto de pobreza franciscano, aún obedeciendo las órdenes papales que le instaban a mostrar el boato propio de los cargos que ostentaba. ¿Cómo lo conseguía?, mostrando hacia fuera toda la riqueza y poderío que exigían sus cargos, y respetando en lo privado la rigidez de la orden franciscana.
Los enemigos de Cisneros llegaron a urdir conspiraciones, incluso a través del superior de la orden franciscana, y cerca de la reina Isabel, que los atendió con el boato que requería el caso, pero que los sancionó debidamente cuando habían terminado de exponer los alegatos contra el entonces arzobispo de Toledo, “la Reina se indignó de su atrevido é irreverente lenguaje…/… y se limitó a decirle: Padre mio, ¿habeis pensado bien lo que habeis dicho?, ¿sabeis con quién hablais?”  Mejor defensa no conoció Cisneros, pero peores sí; hasta intentos de asesinato. Pero estaba llamado para grandes cosas. Aquí nos vamos a limitar a lo directamente relacionado con la revuelta comunera.
El 26 de Noviembre de 1504, en olor de santidad, Isabel entregaba el alma a Dios, dejando una España fuerte, grande, severa, heroica y temida. Cisneros se vería repetidamente como encargado de gobernar la nave del estado tras su muerte, durante esos años, convulsos por excelencia. Cisneros es el artífice del gran cambio registrado en la sociedad en aquellos momentos. El peligro de que se destruyese la monarquía que con tanto esfuerzo habían construido los Reyes Católicos, era real y evidente cuando a la muerte de la reina Isabel queda Fernando relegado a rey de Aragón, Juana como heredera del reino de Castilla, y los bandos nobiliarios obcecados en debilitar el poder real.
Cisneros sería ante todo honesto, hasta el extremo de rechazar conceder el adelantamiento de Cazorla a Pedro Hurtado de Mendoza, hermano del cardenal Mendoza, cuya petición venía por demás avalada con la recomendación de la reina Isabel, por considerar que las recomendaciones no eran medios dignos de medrar. Al poco, el mismo cardenal sería quién concedía la prebenda al demandante, y le dijo que “él era el Adelantado de Cazorla, puesto que ahora que obraba con toda independencia, podía hacer completa justicia á sus méritos, sin que se atribuyera este acto á recomendación de nadie, sino á satisfacción de su propia conciencia; que se complacia en reintegrarle en su cargo, del cual se habia mostrado tan digno, y que le daria ocasión para prestar nuevos servicios á los Reyes, á la causa pública y al Arzobispo que le nombraba.”  Quedaba demostrado su carácter, recto, severo y justo.
Tras la muerte de la reina se convocaron las cortes en Toro, el 11 de Enero de 1505, donde, entre otras muchas cuestiones, se cedía a Aragón la mitad de las rentas que se sacaran de las Indias. No es menuda la cuestión si tenemos en cuenta que Aragón no había querido participar en la hazaña del descubrimiento, y se complica cuando el 75% de la población española de aquellos momentos era castellana, repartiéndose el resto entre Aragón, Portugal, Granada y Navarra. Visto desde nuestra óptica no tiene la menor importancia, pero visto desde el momento sí la tenía, ya que los reinos tenían haciendas diferenciadas, y Castilla era la que más había aportado económicamente, y sobre todo humanamente, ya que si nos hacemos un reparto ideal, que por supuesto no pudo llegar a cumplirse al llevar Portugal su campaña aparte, y guardando la equivalencia proporcional, por cada aragonés, navarro portugués o granadino, a Castilla le tocaba aportar dieciséis colonos.
La corona de Castilla, según el testamento de la reina Isabel, era para la princesa Juana, pero una cláusula señalaba que Juana debía ceder sus derechos a su padre, Fernando el Católico, en el caso de trastornos mentales. El conflicto estaba servido,  pero llegó una apariencia de solución con la concordia de Salamanca de 24 de septiembre de 1505, donde D. Juan Manuel urdió que el gobierno de Castilla fuese mancomunado entre Juana, Fernando y Felipe “el hermoso”. En la misma se reconocía a Felipe como rey consorte.
La nobleza, siempre levantisca, esperaba el cambio para poder medrar a sus anchas; las facciones se enfrentaron; los había que defendían la regencia de Fernando de Aragón, de conformidad con lo establecido en el testamento de Isabel la Católica y las cortes de Toro de 1505, como los Velasco, Enríquez, Mendoza y Álvarez de Toledo; los había que preferían la regencia de Maximiliano, como los Manrique, Pacheco y Pimentel, porque ello se acoplaba más a sus particulares intereses; y los había que directamente asaltaron fortalezas y ciudades. Si el conde de Lemos asaltaba Ponferrada, el duque de Medina Sidonia asediaba Gibraltar.
Con el apoyo de la nobleza, Felipe el Hermoso acabó prescindiendo de la Concordia de Salamanca e imponiendo sus condiciones. Los nobles engrosaban por momentos su corte, mientras a Fernando se le marginaba de manera ostentosa. Sólo Cisneros, que había perdido toda influencia, se mantuvo fiel.  Fernando, asqueado, marchó a Nápoles.
Pero el 25 de Septiembre de 1506 fallecía Felipe el Hermoso. Según parece se encontraba Felipe en Burgos jugando a pelota cuando, tras el juego, sudando todavía, bebió abundante agua fría, por lo cual cayó enfermo con alta fiebre y murió unos días después. Con él acabó la privanza de don Juan Manuel, y volvió a resurgir Cisneros, que tras formar consejo de estado con las facciones nobiliarias inmediatamente llamó a Fernando, basándose en lo acordado en las Cortes de Toro de 1505. No obstante, se convocaron cortes para Noviembre, en Burgos, que no tuvieron efecto por la actitud de desidia de la reina Juana.
La situación de sumo desorden; los nobles campando a sus anchas tomando por las armas las plazas que les apetecían; el inquisidor Lucero cometiendo desmanes sin nombre en Córdoba; desórdenes en Toledo, Madrid, y otras partes. “El Duque del Infantado quería el obispado de Palencia para un hijo suyo. El Duque de Alburquerque exigía que Segovia volviese á poder de los marqueses de Moya. El Duque de Nájera tenía celos del Condestable, y el Marqués de Villena del Duque de Alba…/… y muchos más que tenian otras pretensiones.”
Cisneros paralizó los desmanes de Lucero y rehabilitó a las personas que había perseguido en sentencia hecha pública en Valladolid el uno de Agosto de 1508. Como inquisidor general se comportó con la prudencia que exigía su cargo, siendo que el nefando Llorente, secretario que fue de la Inquisición, masón y afrancesado que acabó huyendo con las tropas francesas, no osa lanzar sobre él los disparates que lanza contra la Inquisición en su conjunto.
Cisneros consigue constituir una regencia con los sectores más fieles a la reina Isabel, que se enfrenta al sector de nobles que querían dar la regencia a Maximiliano, padre de Felipe el Hermoso. Pero había otras posibilidades; tantas como nobles; unos querían coronar a Carlos; otros, a su hermano Fernando; otros querían casar a la reina Juana, y entre éstos había varios candidatos a marido…  Los partidos separaban a la sociedad, ya que la sublevación de los nobles arrastraba, cada uno, a sectores de la población afines por distintas causas; podemos entender que cada uno de los nobles era un grupo de presión, o un partido como los que conocemos actualmente; así, el mal no se circunscribía a la élite nobiliaria, sino que estaba generalizado.
Pero hay más, el conflicto alcanzaba tintes dramáticos. “Se afirmaba que la familia Guzmán tenía la intención de conducir al infante al reino de Aragón donde se le proclamaría rey; la viuda del rey Católico, Germana de Foix, pasaba por ser persona adicta a esa idea.”  El entorno flamenco vigilaba los pasos del infante, que estaba siendo apoyado por un número creciente de partidarios. Su destino se resolvería en la cortes de Valladolid, cuando, tras ser disueltas, embarcó en Santander en Mayo de 1518 para no regresar jamás a España. El destino de ambos personajes estaba marcado para que, al menos en un principio, fuesen ajenos a los reinos que iban a regir.

El 20 de Julio de 1507 desembarca Fernando en Valencia, procedente de Nápoles donde había sido jurado como rey, y como reina su hija Juana, para desazón del rey de Francia, que esperaba que la reina fuese Germana de Foix, y acude a tomar la regencia de Castilla, asistido por el cardenal.
A todos los que se oponían a los designios de Fernando se enfrentó con vigor Cisneros, formando un poderoso ejército nacional permanente con el que poder contenerlos.
Fernando era un guerrero y un diplomático, por lo que en diciembre de 1509 pactó con el emperador la renuncia de las pretensiones imperiales de regencia en Castilla, y en las Cortes de 1510 fue ratificado como regente. Por otra parte, la actitud de Carlos desagradaba a Fernando, quién veía con más cariño a su otro nieto, Fernando, hermano de Carlos y contrariamente a lo sucedido con Carlos, criado en España.
En 1512 Fernando acomete uno de los sueños de su vida: la Conquista de Navarra, donde los aliados ingleses abandonaron el campo de batalla. Sólo con tropas castellanas se expulsó a las tropas francesas.
Muerto Fernando el Católico el 23 de Enero de 1516, su hija Juana hereda la corona de Aragón, mientras Cisneros queda nuevamente como regente por disposición testamentaria de Fernando hasta que Carlos, viniese de Flandes y hubiese cumplido los veinte años. Esta disposición, llevada a cabo sin el conocimiento de la facción partidaria del otro nieto de Fernando, Fernando, hermano de Carlos, ocasionó cierta tensión que no llegó a mayores gracias a la intervención de Cisneros.

Fernando dejó como regente de Aragón y Nápoles a su hijo natural, Alonso, arzobispo de Zaragoza y al cardenal Cisneros como regente de Castilla, en espera de la llegada de su sucesor, Carlos I. A la regencia de Cisneros, y no a la de Alonso de Aragón, es a lo que vamos a atender, ya que nos ceñimos al conflicto comunero.
Fueron dos años en los que la regencia de Cisneros fue indiscutida, aunque ciertamente la corte de Bruselas pretendía manipularla a su antojo, enviando personas que supuestamente debían encargarse de los negocios del reino. Cisneros lo impidió, aunque dejó cerca de sí al único que tenía virtudes: Adriano de Utrecht, que además había sido enviado para ocupar el cargo que ocupó Cisneros.
Por su parte, los nobles, siempre convulsos, aprovecharon la muerte de Fernando para volver a crear convulsiones sociales, en busca del poder que habían perdido en tiempo de los Reyes Católicos.
En estos momentos, Cisneros se tendrá que enfrentar a la sublevación de las ciudades castellanas (Comunidades de Castilla) por una parte, y por otra a los intentos de los colaboradores flamencos de Carlos I por intervenir en la política castellana. Para evitar conflictos decide organizar una milicia urbana que recibe el nombre de Gente de Ordenanza.
“Las iniciativas de los grandes señores, la escasa obediencia que prestaban a los tribunales ordinarios a la hora de solucionar sus conflictos y la tendencia a tomarse la justicia por su mano, por medio de las armas, hacían correr al Estado un peligro permanente, ya que la falta de un soberano respetado por todos le impedía actuar con eficacia para evitar los desórdenes. Es por ello por lo que Cisneros pensó en crear una fuerza armada permanente que se encargara de poner coto a los desmanes subversivos, y sobre todo para controlar las veleidades de los nobles.”

Esta Gente de Ordenanza, organizada al margen de la nobleza fue la base del futuro ejército nacional; algo totalmente novedoso. “Los nuevos soldados sólo se dedicarian al ejercicio de las armas los dias festivos, y únicamente saldrían de sus pueblos en casos extraordinarios, cuando el honor de la pátria ó la defensa del órden público lo reclamase.”

Era una reorganización total de la defensa, dividiendo el territorio en distritos y demarcaciones, y llamando a filas a los hombres comprendidos entre 20 y 40 años, a los que se otorgaba una serie de exenciones. Era el germen del ejército permanente, algo que no fue del agrado de los nobles, quienes con la debida propaganda consiguieron que las gentes se quejasen de la medida. “De todas partes dirigian á Jiménez cartas llenas de quejas mezcladas con súplicas,…/… Los de Valladolid principalmente, habiendo llegado á conocer que las súplicas y quejas enviadas en sus cartas eran de poco valimiento para con el fraile, toman las armas, comienzan á cerrar puertas, á reparar las murallas, á dividir las guardias, á poner centinelas en los caminos…/… al tenor de Valladolid las otras ciudades, aunque al parecer estaban tranquilas, formaban alianza y amistad por medio de mensajeros y enviados ocultos, preparándose para resistir á Jiménez, aunque fuese por las armas.”

“Los reclutamientos de soldados serían voluntarios y sólo en caso necesario se recurriría al alistamiento obligatorio para completar los efectivos. Voluntarios o no, estos hombres deberían proceder de las clases medias (pecheros menores y medianos). Cisneros no quería para su ejército ni caballeros ni miserables.”

También fomentó la artillería y no descuidó la marina ni la construcción naval. Gozó de un gran talento e intuición para moverse en las relaciones internacionales mantenidas con Inglaterra, Francia y Portugal, consiguiendo frenar el intento navarro-francés de establecer en el trono a Juan de Albret. Sin embargo no tuvo el mismo éxito con los continuos ataques de Horuc Barbarroja contra las posesiones españolas del Norte de África.

Los nobles se opusieron abiertamente a la creación de esta milicia, llegando en Valladolid a ocasionar alborotos que se extendieron a Arévalo, Medina del Campo y Ciudad Rodrigo. Las protestas llegaron hasta Carlos I, que conminó a Cisneros a disolver la milicia, orden que cumpliría en febrero de 1517.

“Si disponía de esta fuerza armada, el Estado podría prescindir de los nobles y en caso necesario incluso dirigirla contra ellos. Esta es verdaderamente la razón poderosa que impidió a Cisneros la ejecución de sus planes. Los Grandes no deseaban que el Estado pudiera disponer de una tropa a su servicio exclusivo, la cual hubiera podido abortar en su inicio cualquier tentativa de acción subversiva del orden establecido. Fueron los levantamientos que se produjeron en Valladolid la circunstancia inmediata que produjo la disolución de la milicia, pero estos levantamientos habían sido organizados, provocados y alentados por la alta nobleza.”

“La creación de la milicia popular, bajo muchos aspectos tan conveniente, tuvo por principal objeto, a juzgar por lo que dicen sus mismos contemporáneos, armar al pueblo en defensa de las prerrogativas reales para ayudar al trono al abatimiento de la nobleza.”
La organización de los nuevos territorios americanos fue otra de las preocupaciones del Regente. A partir de 1500 había promovido diversas expediciones de misioneros, especialmente franciscanos, para la evangelización del Nuevo Mundo. Colón se había demostrado inepto para gobernar el territorio recientemente adquirido, al tratar como esclavos a los indios conquistados, y su método de acción mereció la más severa condena de parte de Cisneros, quien tomó fuertes medidas para reprimirla. Elaboró un código de instrucciones para el bienestar de los nativos y utilizó todos sus esfuerzos para protegerlos de la opresión y convertirlos a la fe cristiana.
Fueron casi dos años de regencia de un hombre octogenario que demostró una claridad mental envidiable y una extraordinaria capacidad para gobernar. Mantuvo a raya a los nobles castellanos, que se mostraban ávidos de recuperar el poder perdido, así como a las intrigas de los que pretendían colocar en el trono al infante Fernando.
“Las cosas amenazaban ruina; los gobernantes y el consejo, por cartas y mensajeros, suplicaban con instancia al príncipe viniese a estos reinos, que con su presencia se consolarían. Respondía dando esperanzas de su venida y muestras de intitularse rey.”
Mientras, la corte en Bruselas, ajena a lo que sucedía en España, decidió coronar rey a  Carlos, que abandonado en manos de personajes de difícil catalogación, hacía caso omiso de las leyes de los reinos que era coronado, desoyendo al consejo de estado, y comenzaba a ganarse la enemistad de sus súbditos incluso antes de pisar tierra española al llevar a cabo un hecho que muchos han catalogado de golpe de estado. Algo que no mejoraba en nada la situación de Carlos, y que sin embargo lo enfrentaba al pueblo.
“El impaciente príncipe, como había tomado el título de rey de España, aunque vivia su madre Doña Juana, en cuanto llegó á su conocimiento la noticia de la muerte de su abuelo Don Fernando, exigió al cardenal gobernador que las ciudades y villas del reino le reconociesen aquel título, y le proclamasen rey solemnemente, según costumbre antigua; y aunque Jiménez de Cisneros, de acuerdo con el Consejo Real de Castilla, «expuso al príncipe lo improcedente é impolítico de semejante paso, Don Carlos insistió con energía en hacer cumplir sus deseos, aconsejado por los ignorantes flamencos que le rodeaban, y fué, por último, proclamado en Madrid á 30 de Abril de 1516.”

Era el 14 de marzo de 1516, y se actuaba contra la voluntad del Consejo de Castilla y del Consejo de Aragón, y sin que por otra parte Juana fuese declarada incapaz de reinar. Al respecto, sencillamente se actuaba como se venía actuando, y ello comportaba, si aún cabía, más animadversión de la nobleza, y por supuesto, del pueblo.
El cardenal Cisneros, finalmente, se reunió con el Consejo de Estado, al que, ante las disidencias, recordó a los presentes que “les habia juntado, no para consultar sino para obedecer, y que su rey les pedia sumisión y no consejos…/… de una sola plumada les arrancó Cisneros todas las rentas y posesiones que les fueron donadas por Fernando V…/… entonces fué cuando se presentaron al severo regente comisionados…/… para preguntarle en virtud de qué poderes gobernaba el reino, y les respondió, llevándoles como por acaso hácia un balcon, desde donde les enseñó la guardia que custodiada su persona, y haciendo que, á una señal suya, tronase una descarga, para darles a entender que habia terminado la anarquía feudal de sus ascendientes.”  Este hecho, comentado por los biógrafos primeros del Cardenal, se apoya en la tradición oral, y no en documento alguno.
Los nobles seguían con su tradición; así, Pedro Girón puso sitio a Sanlúcar, y Cisneros lo puso fuera de la ley y lo persiguió. Posteriormente, el rebelde se alió con el obispo de Sigüenza, el duque de Alburquerque y el de Medinaceli, en vistas de hacer una gran liga que finalmente se deshizo al faltar acuerdo entre ellos. Es en estos momentos cuando se produjo la reunión de sus delegados con Cisneros en la que éste, supuestamente, les señaló el ejército y la artillería indicándoles que esos eran sus poderes.
Los movimientos de insurrección se estaban haciendo sentir; uno de los motivos fueron los alistamientos de tropa que, como hemos señalado, ordenó Cisneros.

Los vallisoletanos llegaron a escribir una carta a Carlos reclamando que no se llevase a efecto la medida de reclutar la tropa, y entre muchos argumentos se decía: “Ni es tampoco justo el que obligue por fuerza á los españoles á aparecer como impelidos por inclinación propia á aborreceros aun antes de que os conozcan.”  Y el Almirante de Castilla, si no redactó él personalmente la carta, influyó para que fuese redactada. “El Almirante de Castilla, revolucionario en tiempo de Cisneros y que habia azuzado á los menestrales de Valladolid á que no tomasen las armas, pintándoles esto como una servidumbre que quería imponerles el fraile, se hace después partidario del órden para quitarles aquellas mismas armas.”

El objetivo de Cisneros no era otro que limitar el poder de los nobles; una acción que venía a reforzar lo ya iniciado por los Reyes Católicos, a favor de la municipalidad. “Y el cardenal porfiando y perseverando en su propósito, que lo tenía recio y cabezudo, perseveró Valladolid en su dureza, sin hacer efeto la ordenanza, hasta el año siguiente de 1517, que el rey escribió desde Flandes a los de Valladolid, que hiciesen lo que los gobernadores les mandasen”  . Cisneros paralizó los alistamientos ante el levantamiento generalizado, y el pueblo se salió con la suya en el empeñó de pelear en contra de sus propios intereses. No obstante, “dejó á su muerte armados 34.000 labradores y menestrales castellanos…/… Esta gente, que Cisneros había armado contra la aristocracia castellana, tuvieron medio algunos señores de sublevarla contra el monarca, aprovechando los desmanes y el descrédito en que cayeran los servidores del rey por su venalidad é impericia, aparentando deseos de justicia, pero encubriendo todos los comuneros miras sórdidas é interesadas.”

Es en estos momentos cuando las ciudades, instigadas por los nobles, se rebelaron contra la leva de soldados. El arzobispo de Granada, el condestable de Castilla, el conde de Benavente… alborotaron las ciudades; así, Valladolid, Burgos, León, Medina de Campo y otras, escribieron a Carlos reclamando la supresión de la medida. La corte de Bruselas, temiendo que este ejército fuese un obstáculo para ellos, obligó a Cisneros a paralizar la medida. No obstante, y a pesar de haber triunfado la oposición de los nobles en muchos lugares, en otros se consolidó; así, con la actualización de la flota, batió a los turcos.
 “El fracaso del proyecto de Cisneros sirve para ilustrar cuál era el papel que desempeñaba la nobleza en el conjunto del Estado. Esta fuerza social no sólo representaba una amenaza para el orden público sino que, por su influencia sobre algunas ciudades y en los círculos de la Corte, tenía la fuerza suficiente para obstaculizar cualquier iniciativa tendente a limitar su poder. Durante la regencia de Cisneros, y mucho más aún que durante la del rey de Aragón, la alta nobleza castellana demostró que no había perdido un átomo de sus ambiciones y que únicamente un poder fuerte, como el de los Reyes Católicos, podía mantenerla a raya.”

Tal vez, si el proyecto de Cisneros hubiera triunfado, no hubiesen sucedido los acontecimientos de los Comuneros, porque en ese caso, con toda seguridad, defendiendo los principios nobles y justos que fueron rechazados en cortes y que justificaron el levantamiento, éste no hubiese derivado en altercados asamblearios y sanguinarios, sino que se hubiese conducido por un orden que se hubiese hecho sentir con determinación, y caso de haber llegado al enfrentamiento, hubiese terminado al haber sido aplicadas las peticiones que en su momento se hicieron en las Cortes. Es una opinión, como opinión es la expresada por un autor romántico, necesariamente partidario de los comuneros, quien afirma que “si tres años atrás no se hubieran rebelado las ciudades contra el alistamiento de la gente de ordenanza, ahora tuvieran un ejército hábil y disciplinado en vez de una turba inexperta y allegadiza.”

Efectivamente, esa es la línea que separa la opción comunera de la opción realista. Efectivamente, “loando una vez mas la alta prevision del ilustre Jiménez de Cisneros, se acusaron sin duda y se arrepintieron tarde de su desvario en oponerse á una institución popular de suyo, y destinada á dar el golpe de gracia á la nobleza.”  

La grandeza espiritual y humana de Cisneros frenó el ánimo de los piratas berberiscos con la toma de Mazalquivir y Orán, y estableciendo arsenales en los puertos de la costa mediterránea, así como el bastimento de una armada; pacificó y aseguró Navarra, amenazada por Francia; reformó el estado eclesiástico en la línea que había empezado con la reina Isabel; fue el artífice de la Biblia políglota y de la Universidad de Alcalá, a la que dotó de cuarenta y seis cátedras, “dejando para sostenimiento de las mismas catorce mil ducados de renta.”

Mientras el gigante Cisneros llevaba a cabo obras inmensas, la reina Germana conspiraba, intentando poner en el trono a Fernando, hermano de Carlos. Cisneros los apartó, y puso a vivir al infante con Adriano de Utrecht, al tiempo que comunicaba a Carlos la necesidad de que le diese las posesiones de la casa de Borgoña.
Por su parte, los nobles seguían con sus revueltas, y Cisneros, irremediablemente, las sofocaba con sus milicias; el conde de Ureña, el duque de Alba, el duque de Béjar… Todos conocieron la buena medida militar que marcaba Cisneros.
Pero los nobles llevaban adelante otro frente soliviantando al pueblo que de por sí se encontraba incómodo con las actuaciones de los flamencos y por la crisis económica y social del momento. Pero era a la nobleza a quién, en principio, y por pura expresión de competencia directa, perjudicaban los excesos de los advenedizos.
Incómodos por la situación inadmisible, y soliviantados por los nobles, a mediados de Marzo de 1517 el movimiento de los pueblos era casi unánime reclamando se excluyese de los consejos a los flamencos. Ese fue el inicio de la revuelta. Lógicamente, el pueblo aprovechó para realizar sus más que justificadas reclamaciones.
Cisneros convocó reunión de estados para otoño, al objeto de controlar la situación, pero al ver que el rey no venía, se reprodujeron los disturbios, mientras escribía a Carlos diciéndole: “venid, señor, á sosegar estas tempestades; el pueblo es insolente, quando ha tomado ya una vez la libertad de hablar, y los que se han querellado con altas voces, no están muy lejos de inquietarse.”
El 19 de septiembre de 1517 desembarca en Villaviciosa el príncipe Carlos, acompañado de gran séquito de flamencos, y Cisneros, con menos de dos meses de vida por delante, parte para recibirle. No lo conseguiría, porque murió antes.
En el camino a Villaviciosa, el infante Fernando se enteró de los designios que tenía su hermano para con él, y amenazó a Cisneros con sublevarse, pero Cisneros le malbarató los planes. También en estos momentos Pedro Girón se apoderó del Ducado de Medina Sidonia, y aún pocas semanas antes de su muerte, tuvo energías Cisneros para contraatacar y vencer al rebelde.
En otro lugar de este trabajo señalamos que Carlos envió a Cisneros una carta en la que le daba licencia para retirarse a su diócesis a descansar. No obstante, esa afirmación es tema de polémica, ya que “verosímilmente dicha carta no llegó a poder del anciano prelado”  principalmente, según el autor citado, porque “Ninguno de los historiadores que hablan de la carta dicen haberla visto, y el maestro Robles, que escribió relativamente pocos años después de fallecido Cisneros; que pudo conocer a alguien que hubiese visto y tratado al egregio purpurado; que tuvo a su disposición los Archivos de Toledo y Alcalá, ricos en documentos cisnerianos: que halló en la capilla de muzárabes, en donde prestaba sus servicios, frescas y vivas aún las huellas de su munífico fundador, no solamente no vió la carta en cuestión, sino que tiene que hacer esta confesión sincera: No he podido averiguar lo que la carta del Rey contenia.”

El 8 de noviembre muere en Roa el cardenal Cisneros, regente del reino. “No logró imponer sus criterios, es cierto, pero dejó por lo menos un ideal de gobierno, el recuerdo de un estadista de excepción.”

El cardenal, en sus veinticinco años de vida pública acomete acciones magníficas; desde la expedición en persona a Orán, donde instauró la Inquisición,  hasta la creación de la universidad de Alcalá de Henares, “una universidad abierta a todas las teorías y a las nuevas tendencias de las ciencias: lenguas clásicas y orientales, por ejemplo. Inquisidor general, no muestra ningún fanatismo en la defensa de la ortodoxia: acaba con los abusos y excesos de Lucero, el inquisidor de Córdoba; no duda en pedir la colaboración de conversos para preparar una versión políglota de la Biblia e invita al mismo Erasmo a participar en la empresa.”

En estos momentos, Europa no se llamaba así, sino que todavía, aunque ya por poco tiempo era “la cristiandad, es decir, la comunidad de naciones que compartían el mismo credo religioso”  , y se preparaba para ser regida por un ser excepcional: Carlos I.












La codicia de los flamencos




Todo español que lleve sangre en las venas, sea en el siglo XVI o sea en el siglo XXI debe sentir algo especial al repasar los acontecimientos que envolvieron la venida de Carlos de Gante.
No me refiero por casualidad como Carlos de Gante cuando hablo de Carlos I en 1518, porque en esas fechas, las expectativas que se podían tener no eran precisamente halagüeñas. Llegaba a ser rey de España una persona que era cualquier cosa menos español, y para rematar la jugada, no se preocupaba en ocultar tal condición.
Carlos era un imberbe que desde los siete años era, además de príncipe de España, duque de Borgoña y conde de Flandes, y a los dieciséis, a la muerte de su abuelo Fernando el Católico, rey de España coronado por un acto que muchos calificaron de golpe de estado. Difícilmente se puede encontrar culpa en un muchacho de dieciocho años… Del mismo modo que no se puede culpar de nada a quienes sentían rechazo por él, ya que se encontraban con un rey con el que nada tenían en común.

Pero para juzgar a un personaje, y más de la influencia y categoría de Carlos I, caeríamos en un error imperdonable si nos limitamos a juzgar a un chico de 18 años al que le llueven los títulos nobiliarios más importantes del mundo, que como es lógico por otra parte, se encuentra rodeado de buitres esperando despojos. ¿Y quién más buitre que Guillermo de Croy, señor de Chevres?
Era Guillermo de Croy un trepa que había sabido manejar los hilos de la corte flamenca, deshaciéndose tanto de sus aliados como de sus contrarios, y ganándose la con fianza tanto de Maximiliano como de Carlos.

No parece que se deba ser muy comedido al tratar de los consejeros que rodeaban a quién transcurridos los años sería uno de los mejores reyes de España. Pedro Mártir de Anglería lo define así: “El Capro (Chevres) esta sima insaciable de avaricia, que no solamente se traga las riquezas del Rey y de sus reinos, sino que además devora su honor y fama ha discurrido un medio de recoger el oro que haya podido quedar.”  ”Y lo que peor fue, que los corazones de muchos se enajenaron del príncipe y le perdieron el amor que le tenían, y concibieron contra Xevres un mortal odio, y fue causa que entre los que estaban en servicio del príncipe hubiese escándalo.”

La opinión de ¿todos? Los historiadores parece coincidir en el juicio de este personaje. Era “Monsieur de Gevres intimo amigo del Emperador, que fuera del vicio de fu insaciable avaricia, fue hombre de grandes talentos en lo economico y politico.”

Este hombre, privado de Carlos, hacía y deshacía sin que muchos asuntos llegasen tan siquiera al conocimiento de su señor, en todos los ámbitos; así, volcado hacia Francia, y desatendiendo los intereses de su señor,“Xevres deseaba la paz entre el rey don Carlos y el rey Francisco de Francia. Para tratar de ella, se concertó, que por ambas partes se enviasen personas tales a Noyon, que es en los confines de Langres y de Borgoña. Hízose, pues, en Noyon la paz por mano de embajadores, con estas condiciones.
La primera, que la diferencia sobre el reino de Navarra se pusiese en manos de jueces y que si pareciese justicia, el rey don Carlos fuese obligado a restituir aquel reino al hijo del rey don Juan que fue echado de él.
II. Que el rey don Carlos pague cada un año al rey de Francia cien mil ducados, para que pareciese que tenía algo en el reino de Nápoles.
III. Que para firmeza de esta paz el rey don Carlos casase con madama Luisa, que a la sazón era de un año, y que si muriere, casase con otra que Dios le diese, y a falta de hija casase con Renata, cuñada del rey de Francia.
IV. Que el Emperador diese a los venecianos la ciudad de Verona por título de compra, y los venecianos al Emperador docientos mil ducados en dos pagas.”  Esta es la paz de Noyon.

Buena señal de lo que avecinaba a España. Antes de empezar el reinado, se renunciaba a los derechos de España a favor de Francia, sin batallas, sin altercados, sin discusiones, hablando entre “caballeros”. España debía entregar a Francia, porque sí, lo que durante el reinado de los Reyes Católicos habían conseguido. Es de destacar que Chevres y Francisco I no pidieron también América. Tal era el sentimiento que debían tener los españoles del momento.

Pero la actuación particular de los consejeros flamencos no se limitó a ese humillante tratado; por lo que cuentan las crónicas, se introdujeron en cuantos lugares podían con la intención manifiesta de enriquecerse. El oro salía de los puertos españoles con una diligencia encomiable; tan es así que “La voz del pueblo inventó un refrán que ha llegado hasta nuestros días (el autor escribe en 1884), y que aún suele aplicarse á los ministros dilapidadores; y era, que cuando se veia un doblón de dos caras, de oro, de los acuñados en el reinado de los Reyes Católicos, se exclamaba así:
Sálveos Dios,
ducado á dos,
que monsieur de Xebres
no topó con vos”

Llegó a calcularse en dos mil quinientos los millones de maravedís  (500 millones de euros de 2014) que los flamencos aligeraron la bolsa de los españoles. Cuentan que Pedro Mártir de Anglería “calcula moderadamente que solo en el término de diez meses enviaron los flamencos á su tierra un millon y cien mil ducados.”

Mientras, los consejeros flamencos entretenían la venida de Carlos a España porque “temían al cardenal Cisneros, cuyo talento, integridad y elevado ánimo le daban sobre ellos un grande ascendiente.”  Y Carlos, que no actuaba sin las indicaciones expresas de sus consejeros, no venía a España, muy a pesar de los incesantes requerimientos que le hacía el cardenal Cisneros, que estaba conteniendo el maremoto político que se estaba gestando en todos los lugares de Castilla (también en el resto de España, aunque siendo de menor intensidad y tratando como estamos de las Comunidades de Castilla, lo dejamos para capítulo aparte).

Por otra parte, y aunque de Barcelona salieron barcos cargados con tesoros, debemos tener en cuenta que en aquellos momentos, por población y riqueza, era Castilla el fondeadero principal de los flamencos sedientos de riquezas.

A primeros del año 1517 desembarca el señor de Laxao, enviado de Chevres para intentar neutralizar la acción del Cardenal Cisneros, que no dejaba actuar libremente a quién, después de todo fue, con diferencia, el mejor enviado de los Países Bajos: Adriano de Utrecht. Pero como no era suficiente, aún envió Chevres a Armers Tors, que obtuvo el mismo éxito. El cardenal gobernaba sin que éstos interviniesen en nada. Y no sólo dentro del territorio nacional, donde tuvo que frenar las apetencias francesas en Navarra, sino en África, contra Barbarroja. Y todo mientras Chevres trataba la entrega de Navarra a Francia.
El 14 de noviembre, naturaliza castellano al flamenco Guillermo de Croy, sobrino del consejero de Carlos del mismo nombre, obispo de Cambrai, para hacerle días después, a los veinte años de edad, arzobispo de Toledo, colocándole al frente de la Iglesia Castellana. Nombramiento que, al parecer, fue incitado por “el marqués de Villena y otros grandes…/… y que el rey no estaba primero en ello, ni Xebres lo había intentado. Por manera que el rey tuvo en esto y otras cosas semejantes poca culpa.”
Puede verse, así, que no fue sólo la codicia de los flamencos, sino la actuación torticera de la propia nobleza “española” la que laboraba en contra de los intereses nacionales. ¿Qué motivo tenía esa nobleza para actuar de esa manera? El que llevaba teniendo desde hacía muchos años. De hecho, la creación de las comunidades en el siglo XIII fue una reacción popular para defenderse de los ataques bandoleros protagonizados por los nobles; actividad popular que fue apoyada por los reyes, y muy especialmente por los Reyes Católicos, que cortaron la prepotencia de los nobles y llegaron a desposeerles de castillos, y hasta llegaron a destruir a cañonazos un buen número de ellos.
El ambiente iba caldeándose conforme iban siendo conocidas las pretensiones recaudatorias. Pero quienes se mostraban más dolidos no eran los que corrían con la mayor parte de los impuestos, los pecheros, sino aquellos que, habiendo sido pecheros hasta hacía poco, habían pasado a ser hidalgos o a tener las ventajas de éstos por haber accedido a un estatus que les permitía prestar servicios de mayor enjundia que los pecheros, y ello les comportaba una muy importante disminución en sus obligaciones impositivas. Un alto porcentaje de la población.
En esa conflictividad jugaba un importante papel el peso de los impuestos. “En total, en la segunda mitad del siglo XVI, el campesino veía cómo le desaparecía por este concepto más de la mitad de la cosecha…/… En muchos casos el único modo de resolver la situación era solicitando un préstamo, con lo cual añadía una carga más a las muchas que ya pesaban sobre él.”
La nobleza, toda la nobleza de la alta a la baja, y principalmente aquellos que habían accedido a sus privilegios últimamente, como queda dicho, sentían cómo iban a ser sujetos activos del pago de unos impuestos a los que antes eran ajenos. La mayor parte de estos sujetos a impuestos imprevistos hasta la fecha, habían pasado a residir en las ciudades, y en las ciudades es justo donde se iniciaría la revuelta.
La actitud desdeñosa que presentaba Carlos en estos momentos era comentada; así, se decía que “no falta quien piensa que esto lo hacen con estudio los principales, porque son afrancesados, y pagados secretamente por los franceses, para enervar las fuerzas del miserable joven, y que no se pueda levantar la cabeza contra los franceses, si trata de ello.”
“Y los españoles, impacientes que extranjeros tuviesen tanta mano en su tierra, quejábanse con harta demostración y sentimiento. También decían que el rey era intratable, esquivo, y que daba pocas muestras de querer bien a la gente española; que al fin era extranjero y criado entre extranjeros, enemigos de esta nación.”

Existía el temor que España pasase de ser nación a ser provincia de un imperio extranjero. Por otra parte. “ningún historiador de aquellos miserables tiempos omite circunstanciar el esceso de los de Flandes en atesorar riquezas: al llegar á este punto abandonan los más parciales de don Cárlos y de su córte la entonación adulatoria, y rinden a la verdad humilde culto.”

El 2 de febrero de 1518 las Cortes de Castilla se reúnen en la iglesia de San Pablo de Valladolid para el juramento de Carlos, y se aprovechan las mismas, como venía siendo costumbre, para pedir los “servicios”, al tiempo que las cortes exigían, previo a su concesión, el juramento del rey.

Esos “servicios” no eran sino unos impuestos especiales, que en este caso ascendían a “doscientos cuentos de maravedís”. Doscientos millones de maravedís, unos 36 millones de euros de 2014, lo que para una población de 4.200.000 personas era una importante contribución.

El  12 de enero de 1519 fallece el emperador Maximiliano, y el 28 de junio Carlos es elegido emperador tras el pago de grandes cantidades de dinero a los siete príncipes electores alemanes, lo que comportó un nuevo aporte multimillonario por parte de los reinos hispánicos. Aragón supo aplicar su parte para pagar deudas contraídas con anterioridad por la corona, por lo que las ansias de expolio fueron moderadamente truncadas, pero Castilla volvió a hacer un nuevo esfuerzo, rebañando sus exhaustas arcas.
Esta situación motivó grandes algaradas y protestas, hasta el punto que el 19 de febrero de 1520, Carlos I escribe a la ciudad de Toledo, centro principal de las revueltas, prohibiéndole que se concierte con otras ciudades, pero este requerimiento no hace sino avivar las protestas, que tienen punto culminante el 27 de febrero, cuando se produce un  motín. El pueblo se opone a que Padilla y demás regidores acudan a Galicia donde son convocados por el rey para rendir cuentas por la actitud rebelde del Concejo de Toledo. Los toledanos se apoderan del Alcázar, expulsan al corregidor y constituyen una junta de gobierno.
La situación se acelera y se caldea peligrosamente. La corte de Carlos, que se dirige a Santiago donde ha convocado Cortes para reclamar más dinero, se encuentra en Valladolid a primeros de Marzo, cuando el día 4 los  vallisoletanos tratan de impedir por la fuerza que salga. Consigue salir, pero en Valladolid se produce una muy importante algarada.
En las cortes de Santiago, celebradas a partir del 1 de Abril, los procuradores de León, Valladolid, Murcia, Zamora y Madrid se niegan a comenzar la sesión votándole a Carlos I, como desea, el servicio o tributo con que pagar su coronación en Alemania. Ante la resistencia encontrada, Carlos I suspende las Cortes de Santiago y decide convocarlas de nuevo en La Coruña, donde finalmente le son concedidas.
Este periplo de la corte de Carlos se nos presenta como huída desde que salió de Barcelona; a su espalda dejaba un pueblo soliviantado, dispuesto a coger las armas en cualquier momento.
El descontento popular era creciente; “veian la codicia de los flamencos, que habian hecho buenos, por sus rapiñas, á los que formaron la camarilla del rey Don Felipe el Hermoso; veian los destinos y oficios públicos anunciados como en pública subasta, y adjudicándose al que más dinero ofreciera. ”

Y para rematar la cuestión, no se entendía “cómo se podía aceptar que una parte del producto de los impuestos saliera hacia el extranjero cuando la protección del territorio nacional no estaba asegurada, por falta de dinero. En una sola expedición, los corsarios berberiscos acababan de hacer prisioneros a setenta hombres en la costa andaluza. ¿Qué hacían los barcos encargados de la protección de la costa? Se hallaban en el puerto debido a que carecían del equipo adecuado. Una nueva cuestión no menos insidiosa: ¿para qué se utilizaba el dinero de la cruzada, obtenido a costa de los pobres y destinado, en principio, a la lucha contra el infiel?

Pero Pedro Mártir, en su carta a Marliano, obispo de Tuy, de fecha 29 de Noviembre de 1520, manifiesta que “ninguno acusa al César, ni niega los grandes gastos que se han originado de la formación de tantas armadas, viajes, etc. Nada de esto ha producido los tumultos…/… Convienen en que el Rey no se ha portado así: más por lo que hace a los suyos dicen que no es verdad, y que no solamente los han tratado con soberbia sino sobervísimamente. Que cosa más sobervia que el tolerar que los españoles fuesen tratados con el mayor rigor por faltas ligerísimas cometidas contra los flamencos, y que ningún miembro de la justicia se atreviese a hechar mano a un flamenco aunque cometa un delito atroz contra un  Español? Quantas ignominias no he visto yo?.../… añaden a esto que por sus malas enseñanzas tiene el César en poco estos reinos, y aun más que le han inspirado odio a los Españoles, para engañarle mejor…/… Hasta el cielo se levantan voces diciendo que el Capro trajo al Rey acá para poder destruir esta viña…/… Ninguno le acusa. Que podía hacer un joven sin barba, puesto hasta entonces al pupilage de tales tutores y maestros?.../… ¿Quién ha venido del helado Cierzo y del horrendo frío a esta tierra templada que no haya llevado más onzas de oro que maravedís contó en su vida? Tú sabes qual ha quedado la real hacienda por su causa. Omito otras cosas capaces de hacer perder la paciencia del mismo Job.”

El alzamiento estaba asegurado. Huía Carlos de Gante.

Afortunadamente, dos años más tarde ya no volvería Carlos de Gante. En su lugar lo haría Carlos I de España.




































OBJETIVOS DE LA REVUELTA


¿Podemos imaginarnos que la revuelta comunera fue un hecho accidental? Por lo visto hasta el momento parece ciertamente que no. El descontento y la necesidad generalizada le daban pábulo. Ahora bien, ¿Tuvo objetivos concretos la revuelta? ¿Quiénes estaban interesados en ella?
“Suele afirmarse que la revuelta comunera tuvo entre sus propósitos desmantelar el poder de la alta nobleza, basado en la propiedad territorial y en la posesión de grandes patrimonios. No se conoce, sin embargo, documento alguno que sustente tal afirmación. Se sabe, no obstante, que el bando comunero actuó materialmente, y en múltiples ocasiones, contra representantes de la alta nobleza. Esto resulta explicable: tras los avances más destacados del movimiento rebelde, la alta nobleza, que hasta entonces había permanecido inerte e incluso molesta por la apatía del monarca tras su llegada a España, decidió sumarse ordenadamente a las fuerzas realistas, motivada por los ataques de los comuneros contra quienes se oponían a ellos, entre los cuales había gente de la alta nobleza. Pero jamás fue principio rector del movimiento comunero actuar contra ella.”

A partir de esta situación podemos hacer las situaciones de lugar que queramos, pero lo cierto es que la revuelta comunera conoció en su seno la más variopinta representación social. Veamos qué sucedía con la organización social en aquellos momentos: “Entre 1520 y 1521 se vive un liderazgo centrado en las autoridades municipales, cuyos representantes son burgueses o patricios urbanos: comerciantes, juristas o administradores, encargados del cuidado de las ciudades y villas…/… los campesinos…/… Son libres, pero sólo emergen de la pobreza algunos labradores propietarios. Muchos no disponen de tierra y trabajan como jornaleros eventuales. En general la condición del campesinado es mejor en tierras de realengo que en las señoriales, como las castellanas, porque la proximidad de los señores asfixia la iniciativa de los campesinos para distribuir el fruto de su trabajo.”

Los municipios de realengo se habían venido desarrollando a lo largo de la Reconquista; eran ciudades libres de la presión de los nobles, que tenían a su disposición un círculo rústico alrededor de las mismas y sólo respondían ante la autoridad real; hoy diríamos ante la autoridad nacional. Existían también territorios de señorío, rémora de un maquillado feudalismo, donde todo era propiedad del señor de la tierra. Ambos aspectos subsistían en estos momentos, a pesar de la acción llevada a cabo por los Reyes Católicos para limitar el poderío de la nobleza.

Es el caso que los municipios de realengo eran muy importantes, y en estos momentos de convulsión, las principales ciudades se organizaron para defender sus derechos ante los desmanes que se venían sucediendo. La reunión en Ávila de los representantes de las ciudades constituye lo que sería conocido como Junta Santa, “que en cierta forma es un poder en contra del poder, un antigobierno de un grupo minoritario“ .
Pero ¿quién componía la Junta Santa? ¿Qué nombres y qué cargos la conformaban? Gentes de las ciudades, efectivamente; gentes que representaban la realidad de las ciudades… Eso en un primer momento es rigurosamente cierto, como también es rigurosamente cierto que entre ellos había de todas las clases sociales excepto de la alta nobleza, que como pasa en la actualidad con las grandes corporaciones económicas, no se decantan por ninguna tendencia, pero subvencionan a aquellas que les parece conveniente, y en algunos casos, aunque defiendan postulados encontrados.

“Hubo, además, excepciones entre la alta nobleza en la lucha contra los comuneros. No todos combatieron contra ellos, como es el caso de los Guzmanes y el conde de Salvatierra, favorables al movimiento comunero. Igualmente hubo algunos más que se abstuvieron de intervenir a favor de uno u otro bando. Ello evidencia que no se trató de una actitud unívoca, unitaria y homogénea por parte de la alta nobleza, sino de una participación selectiva según la vulnerabilidad de los intereses.”

No, manifiestamente no podemos ver en la revuelta comunera una lucha de clases; no podemos encontrar, al menos en el principio de la revuelta, el caldo de cultivo ni los componentes propios de una revolución que pudiésemos equiparar a algo de corte materialista-marxista. Otro caso será cuando, tomado el poder real por un movimiento asambleario de parásitos sociales, la revuelta degenere en tiranía.

Mientras tanto, “en la rebelión confluyen descontentos de todo género: alborotos intrascendentes y personalistas; conversos judíos que se unen al movimiento con la esperanza —muy poco fundada— de que limitaría la autoridad de la Inquisición; una considerable agitación campesina de carácter antiseñorial; pero, sobre todo, el malestar de la clase media urbana de Castilla, por eso los grandes no se dejan arrastrar, y el ínfimo pueblo sólo actúa como comparsa. Los comuneros quieren una monarquía fuerte, nacional, que tome en cuenta a los elementos ciudadanos más responsables; una autoridad que verdaderamente dé cohesión a los reinos. El movimiento se da en la Castilla mesetaria, principal residencia de la burguesía urbana. Esta limitación geográfica quizá sea la causa primordial de su fracaso, pues no hay apoyo de otras regiones poco urbanizadas o donde predominaban los nobles.”

Pero curiosamente falta el núcleo agrícola; ese núcleo que, sufriendo en primera persona las iniquidades que sin lugar a dudas se produjeron en la segunda década del siglo XVI, acabaría dejando el control de la revuelta comunera en las ciudades en manos de esa caterva de vagos y maleantes que constituía la parte más activa y violenta del sub-proletariado urbano.

Por otra parte, también el clero tomó parte decisiva en la revuelta. Decisiva fue la intervención de Acuña, obispo de Zamora; decisiva fue la intervención del ejército de sacerdotes que comandaba, pero no fue decisivo el clero sólo en ese capítulo de lucha militar abierta; también “el clero desempeñó un papel ciertamente importante en la preparación del clima revolucionario no sólo a través de sus sermones, que servían para avivar el descontento y para incitar a la resistencia, sino también de otra manera mucho más directa, aconsejando a los regidores que se mantuvieran firmes y elaborando un programa de reivindicaciones políticas.”   De hecho, fue el clero el encargado de componer las peticiones que hicieron las ciudades en las Cortes, difundiendo las quejas desde el púlpito.

Prácticamente todo estaba orquestado por frailes franciscanos, agustinos y dominicos de Salamanca, que para las Cortes de 1520 habían redactado una declaración “que contaba con tres principios fundamentales: Se debía rechazar cualquier nuevo servicio, convenía el rechazo al Imperio en favor de Castilla y en el caso de que el rey no tuviera en cuenta a sus súbditos, las Comunidades deberían defender los intereses del reino. Fue la primera ocasión en la que apareció la palabra Comunidades. Llegados a este punto, la mayoría de los procuradores se presentaron en Santiago con la intención de no votar el servicio.”

El rechazo, así, era generalizado, y justificado, como hemos defendido hasta el momento en lo relativo al inicio del mismo. Todos estaban descontentos; desde la alta nobleza hasta la cruz de la moneda representada por los vagos y maleantes, y entre los primeros, Pedro Girón, que en la cima de sus reclamaciones aprovechó la ocasión para lanzar su ultimátum: “Rey Carlos, las costumbres de nuestros mayores y las leyes estipulan que cualquier noble varón o de ilustre cuna que, agraviado seriamente por el rey, renuncie el derecho patrio que rige comúnmente entre los españoles, considerado ya como extranjero y desnaturalizado, no sea contemplado en adelante por las leyes patrias, de suerte que, si luego intenta algo contra el rey, no por eso se le pueda imputar delito de lesa majestad, ni marcar con la nota infamante de traidor. Por tanto yo, que he sido seriamente agraviado por vos, deseo ampararme en esa ley y desde este momento hago completa dejación de las leyes hispanas y pongo por testigos a estos caballeros aquí presentes.”

¿Y qué hacía que Pedro Girón lanzase semejante proclama? Que su reclamación de derechos sobre el ducado de Medina Sidonia era desoído por el rey. Esa también fue la causa de los Comuneros de Castilla; la reclamación de derechos nobiliarios, siempre perjudiciales para el pueblo, y que desde siglos antes habían sido combatidos por la corona y por el pueblo, en unión.

Pedro Girón sería finalmente acusado de traidor cuando abandonó la causa comunera. Personalmente dudo que hubiese traición, sino más bien asco y desilusión por lo que veía a su alrededor, como por asco y desilusión acabarían abandonando tantos y tantos, entre ellos Pedro Laso de la Vega.

Es el caso que el movimiento comunero, como vamos viendo, no era, ni de lejos un movimiento de clase, como las corrientes antihistóricas, emparentadas ideológicamente con los vagos y maleantes de entonces y de ahora pretenden señalar, sino un movimiento auténticamente popular, que defendía principios justos, pero que no supo gobernarse y cayó en manos de gentes infames contra las que finalmente hubo que luchar en defensa de los mismos principios que motivaron el movimiento.

Ya el 7 de noviembre de 1519 Toledo se había dirigido por carta a las demás ciudades castellanas. Toledo se había sublevado “para defender los privilegios de la nobleza toledana; por ello se opusieron a que los altos cargos se dieran a extranjeros, como había ocurrido con el Arzobispo de Toledo, a que se les hiciera pagar más impuestos o a que el país estuviera dirigido por un extranjero mientras no estaba el rey…/… La rebelión estuvo dirigida, inicialmente, por regidores como Pero Lasso de la Vega, Juan de Padilla y Hernando de Ávalos.”  Pero Lasso era hermano de Gracilaso de la Vega, que militaba en el bando imperial, y con talante negociador, acabaría siendo marginado de todos.
Los representantes de Toledo hicieron una importante labor de difusión por todo el reino; así se tiene constancia que escribieron a otras ciudades marcando la necesidad de que sus procuradores se juntasen para procurar evitar la salida del rey, así como que sacase dinero o diese puestos a los extranjeros.  La respuesta fue dispar, existiendo municipios de mayor y de menor importancia que, como el de Córdoba, hicieron expresa manifestación de adhesión al rey Carlos. Otras, como Jaén, siguieron el bando de las Comunidades, pero pronto fue sofocado el alzamiento. En Sevilla duró veinticuatro horas la revuelta. Las ciudades convinieron que “para mantener sosegada la Andalucía, sería acertado reunir, con licencia de S. M., una junta en lugar á propósito, donde los Procuradores de las principales ciudades y villas de aquel reino se confederasen contra las Comunidades de Castilla.”

La carta que envió Toledo el 7 de Noviembre de 1519 decía que “pues a todos toca el daño, nos juntásemos todos á pensar el remedio.”  Reclamando tres cosas concretas: 1ª que el rey no se vaya de España; 2ª que no permita sacar dinero; 3ª que no se den cargos a extranjeros. Son tres puntos que en nada se separan de la tradición juntera. Ciertamente tenían razón en sus demandas, y por lo mismo, con su postura no subvertían el orden de la monarquía hispánica, sino que por el contrario postulaban por una vuelta al punto en que las cosas estaban bien ordenadas.

Pero ese ordenamiento, lógicamente, se movía en unas circunstancias convulsas por sí mismas, que además estaban agitadas convenientemente por los sectores poderosos, lo cual no quiere decir que los sectores poderos actuasen de forma orquestada; así, Córdoba, donde había llegado de corregidor Diego Osorio tras los hechos de Burgos, relatados en el capítulo de “la revolución” de este mismo trabajo, sufrió un pequeño levantamiento que fue cortado enérgicamente por el corregidor, que mandó degollar al principal implicado, y con este acto se calmó Córdoba y Andalucía.

Lo que es estrictamente cierto es que en el bando comunero contaban con nombres como Laso de la Vega, Bravo, Padilla, Maldonado, Ulloa, Fajardo, Mendoza, Figueroa, Zimbrón, Ayala, Montoya, Zúñiga, Medina, Alonso de Guadalajara, Diego de Almaraz, Villegas, Cartagena, Alonso de Pliego, Benavente, Guzmán, Acuña… representantes de las noblezas; de las bajas y de las medias, que ya es…, pero también de la alta. No parece que se pueda decir que el levantamiento lo fue contra la nobleza. Fue un levantamiento popular, de todas las clases sociales, contra una injusticia manifiesta, encabezada por lo que hoy podemos identificar con los partidos políticos: la alta nobleza, que actuaba, no por los intereses populares, sino para satisfacer sus prerrogativas; en definitiva, igual que hoy los partidos. La deriva que tuvo posteriormente tanto el movimiento como la actitud de la corona, es la que determina, a cada modo de entender la vida, cómo entender a unos y cómo entender a otros. ¿Que la nobleza salió de la contienda con mayores ventajas? Tal vez, pero ¿de quién fue la culpa sino de un  movimiento que quiso tener el fin en sí mismo? La división posterior surgida dentro del movimiento comunero entre la nobleza levantisca y los villanos significaría la victoria de Carlos sobre todos ellos... o algo así, porque la nobleza sacó la mejor tajada, aunque fuese de momento.

La revuelta vuelve a ser definible como movimiento popular, es decir, no como movimiento de clase sino como movimiento nacional. “En el bando rebelde confluyen muy diversos intereses y, por lo tanto, ha sido complicado definir los motivos, causas y grado de implicación de sus miembros.”  Parece que los motivos de la revuelta ya expuestos están más claros para nosotros, quinientos años después, que para los protagonistas. Lo único claro, también quinientos años después, es que en la gestación y desarrollo del enfrentamiento civil estaban implicados tanto nobles como villanos, comerciantes y propietarios, señores y siervos… en ambos bandos.

Entre las causas que hacía de la revuelta comunera un conglomerado de todas las clases sociales era muy variado; había muchas diferencias; mucha variedad entre los ofendidos, que estaban compuestos por el pueblo llano que veía recortados unos derechos de ciudades libres de los que siempre habían gozado; por parte de la nobleza que veía recortados sus privilegios en beneficio de la nobleza flamenca; por parte de la burguesía que veía peligrar sus expectativas de crecimiento, y por parte del clero.
Y todo porque, sobre todo, faltaba un gobierno fuerte, lo que posibilitaba la anarquía, manifestada en enfrentamientos nobiliarios; en enfrentamientos burgueses de diverso tipo, exportadores contra manufactureros; locales contra periféricos…; y en malestar general del pueblo y del clero. Demasiadas dificultades, y demasiada desidia por el poder real, demasiado cegado por la inmediatez de la coronación como emperador del Sacro Imperio, y demasiada inquietud por las expectativas que creaba justamente esa coronación.
El rumor que corrió como la pólvora por los pueblos de Castilla era que en las Cortes de La Coruña  de 1520 se habían acordado tributos intolerables, exigibles por métodos implacables; que cada habitante pagase una moneda de oro; que se pagaría conforme al número de tejas que cada casa tuviese… Nadie sabe de donde salió ese rumor , a todas luces malintencionado, y hábilmente utilizados por los sediciosos.
El descontento se extendió; desde los púlpitos se reclamaba contra el yugo impuesto, “y como si el acento de la verdad no alcanzase a conmoverlas, sembrábanse especies exageradas y se abultaba el esceso del servicio otorgado por las cortes, con asegurar que era menester pagar un tanto por cada hijo que naciese en la familia, y por cada bestia que se mantuviese, y por cada teja que saliese á la calle, y todo esto, no temporal, sino perpetuamente.”
Con ese clima caldeado, el 29 de mayo de 1520, el descontento popular por lo sucedido en La Coruña estalla en insurrección en Segovia. Son ahorcados dos alguaciles, y el procurador responsable también fue ahorcado con ellos. Y un anciano que les recriminaba la actuación, llamado Hernán López Melón, “con ímpetu furioso comenzaron algunos a vocear que era un traidor, enemigo del bien común; y queriendo huir le asieron y comenzaron a gritar: muera, muera; y sacándole de la iglesia le echaron una soga a la garganta. Y teniendo tan cerca la picota…/… le colgaron en ella…/… iban más de dos mil…/… todo hez de vulgo.”
Mal empezaba el movimiento “popular”, linchando  a los disidentes. Tras esto, “uno de los plebeyos preguntó á un corchete que estaba sentado esribiendo qué era lo que escribía. Estoy anotando, contestó los autores de esta muerte infame, para pedir cuando sea ocasión igual muerte para ellos. No bien lo habia acabado de pronunciar, cuando los que estaban cerca lo acometen, todo el pueblo los sigue, le estrujan le sofocan, y por fin le ahorcan del mismo palo…/… El primero al que maltrataron y ahorcaron  se llamaba Hernan Lopez Melon, hombre de bastante edad, y el corchete que escribia se llamaba Roque Portal.”
Los procuradores de Zamora se libraron porque huyeron, pero la jugada había sido preparada por el conde de Alba Liste, que “sacó vna sentencia que tenía ordenada, en que les condenava a los dichos procuradores a no avidos por ydalgos de ay adelante e desnaturados de la cibdad y ávidos por pecheros e que fuesen puestas dos estatuas de piedra en la plaza con sus nombres escritos por memoria” . En otras ciudades también triunfó la sublevación y la represión, pero en Cuenca, Luis Carrillo de Albornoz engañó y dio muerte a los cabecillas.

Pronto las fuerzas del rey, mandadas por Ronquillo, que tenía fama de inflexible y si era necesario, sanguinario, acudieron a sofocar la rebelión, pero fueron vencidas, por Juan de Padilla y Juan Bravo. La acción de Ronquillo significó que, tras este hecho bélico se unieran a la rebelión ciudades como León, Salamanca y Murcia, que hasta entonces habían estado indecisas. El fuego prendía con rapidez, pero sin embargo, después de todo, se encontró muy limitado. Galicia, Asturias, Cantabria,, Andalucía, gran parte de Extremadura, y decididamente la mayor parte del reino de Castilla, no secundó la revuelta. La revuelta de las Germanías en Valencia, que compartió época de desarrollo, era totalmente ajena a los intereses de la revuelta castellana.

El 25 de Septiembre se firmó el pacto de hermandad de las ciudades. “Lo novedoso es «el pacto de hermandad que juraron las ciudades sublevadas, prometiendo el socorro de todas a cualquiera de ellas que lo requiriese y comprometiéndose a levantarse en armas en el caso de que cualquier rey o señor quisiese quebrantar a lo que concertare en estas «C o r t e s » y « J u n t a » …/… Todos saben lo que no quieren, pero no se han puesto de acuerdo en lo que quieren…/… finalmente los comuneros disminuyen mermados por las deserciones, por la falta de disciplina, la atracción de la rapiña o por el simple cansancio.“ . Y es que parece que el ideal primero de las comunidades ya no existe; el ideal que los mueve ha derivado en un sentimiento nacionalista, primario, cercano a lo zoológico y contrario a los tiempos de Imperio que estaba viviendo España.

Y es que los miembros cultos de la Junta perdieron muy pronto su influencia; ya desde las primeras revueltas de Valladolid, si eran “vigorosos para alterar el reino, carecieron de habilidad para restablecer el orden, cuando ya contaban toda Castilla por suya. Presentes en la Junta o en su ejército los caballeros que al grito de comunidad se habian colocado á la cabeza del movimiento, quedaron las ciudades y villas á discreción de la plebe, capitaneada por ruin canalla, con incesante peligro de la castidad de las doncellas, del haber del hacendado, de la paz de las familias y de la existencia de los que se retraían del tumulto: había cesado la animación fabril que enriquece á las poblaciones: en las calzadas públicas, frecuentadas comúnmente por los trajinantes, cruzábanse tan solo bandas indisciplinadas que, entreteniéndose en merodear, llegaban siempre tarde con su socorro…/… en los campos no se advertia la señal mas remota de ser la época de la sementera. ¡Espectáculo desolador y lamentable que, á juzgar por sus obras, no alcanzaba a distinguir desde Tordesilla la Santa Junta!”  Y esto no lo denuncia nadie que no sea cercano a la reivindicación romántica del movimiento comunero, quién sigue afirmando que hubiesen hecho bien si “ellos salvaran los derechos de la clase productora, y castigaran los desmanes de la gente advenediza; infundieran confianza á los pacíficos, encadenaran el desenfreno de los insolentes, y regularizaran el valor de los determinados. Arrancada la raiz del mal, el estado eclesiástico hubiera predicado la concordia en vez de sembrar la agitación y de mantener al pueblo en continua alarma; y al sonar el clarín de la guerra, todas las poblaciones enviaran desembarazadamente soldados y dinero donde arreciara el peligro.”

Eso lo denuncia un autor romántico, ilustrado, manifiestamente laudatorio del movimiento comunero, y si esto hubiese sucedido, el movimiento comunero hubiese sido justo, y como en otros momentos de la Historia, hubiese sido asumido por la monarquía católica, por Carlos I, como acabó asumiendo las peticiones de cortes.

¿Se puede confundir la voluntad con la realidad? Los comuneros declararon cuerda a la reina Juana, la madre de Carlos I. ¿Con qué objeto? Confundir el deseo con la realidad.

Si por una parte el movimiento comunero estaba degenerando a pasos agigantados en una tiranía sucia, por su parte Carlos llevaba un proceso de maduración que, si bien desconocemos, acabó mostrando en esplendor dos años más tarde. Mientras tanto tenía que pactar con el diablo, y ese diablo era la alta nobleza.

Por otra parte, “el almirante había sabido ver el juego de Carlos V, que quería apoyarse en los señores para luchar contra las ciudades. A través de él, una parte de la aristocracia aceptaba tomar los riesgos, pero en compensación exigía el poder, todo el poder, prenda de eficacia. En resumen, la aristocracia pretendía hacer pagar a la Corona el apoyo que iba a concederle. Trataba de presionar al emperador para obtener las máximas concesiones sin, por otra parte, enajenarse completamente a los comuneros. Política pues, de doble juego de una parte de la alta nobleza en estos momentos críticos.”

A mediados de Noviembre de 1520, una embajada del Almirante de Castilla se presentó en Tordesillas para buscar términos de paz. El cardenal Adriano, incluso “consintió en que la Junta designara no sólo los dos letrados que debían representarla en la comisión, sino también los dos miembros del Consejo Real.”  No se les permitió ver a la reina, y en su lugar hubo conversaciones en Torrelobatón. Hubo oradores entre los comuneros; oidores y alcaldes que ponderaban la oferta de paz, pero a todos se sobrepuso el obispo Acuña, que “solia ponderar en sus conversaciones la ventura de Génova y Venecia” , y determinado a seguir la guerra.

A la vuelta, con la noticia de que los junteros no querían ni hablar de paz, se les declaró reos de lesa majestad. Burgos retiró sus procuradores, y Cuenca, contra lo hecho por sus representantes, manifestó que “ni aprobaban ni ratificaban lo acordado por la Junta de Tordesillas, pues a ello no se extendía ni pudo extender el poder que dieron a los procuradores.” Tal vez esta manifestación fue el resultado de “una real provisión firmada por el Condestable, fechada en Briviesca el 30 de octubre, por la que se solicitaba a las ciudades que revocasen los poderes dados a los procuradores que las representaban en la Junta”  , de la que no tenemos detalle cumplido, salvo las citas que resaltamos.

Estas nuevas provocaron en Valladolid una seria inestabilidad. En esta ocasión las asambleas respondieron a tenor de lo que les demandaba la Junta, y acto seguido se tomaron represalias contra los antiguos representantes, muchos de los cuales abandonaron la ciudad y fueron a Rioseco a engrosar el ejército que con el apoyo del Almirante y del Condestable estaba organizando Alejandro de Utrecht. “Llegados a este punto, ya no era posible intentar ningún compromiso. Bien al contrario, todos comenzaron a prepararse para una lucha a muerte.”

La Junta ya no gozaba de la misma audiencia mientras el poder real se había recuperado. El cambio de posición comenzaba a sentirse en el sentimiento más que en el campo de batalla.

Por otra parte, muchos nobles que habían tomado parte principal en la revuelta, ya en 1521 se vuelven contra ella porque “ven que este tumulto popular les prepara el cuchillo, pues los junteros dicen que ellos la pagarán.”  Así, por lo que cuenta este magnífico cronista de primera mano, no es que los nobles traicionasen el movimiento comunero; es que sus mismos compañeros les anunciaban que les iban a cortar el cuello. De hecho, si los nobles finalmente acabaron con la rebelión, no fue para favorecer a la Monarquía Hispánica, sino para favorecerse ellos mismos, y en principio no ser asesinados por los comuneros. Cuestión de supervivencia.

Las diferencias con la nobleza, que como ya hemos señalado, existían desde hacía muchos años, eran justificadas por parte de las comunidades, y la corona así lo había entendido, siendo que, en particular los Reyes Católicos, llevaron una acción metódica en ese sentido. Parece así que la acción de los comuneros fue, en este sentido, errada. Errada fue también la primera actuación de Carlos, pero la deriva que llevó el movimiento comunero lo depositó en la sentina de la historia, mientras la deriva que llevó Carlos lo llevó a asumir la cuestión social de los postulados comuneros.

Y los nobles no eran de fiar. La colaboración se hacía necesaria en esos momentos al objeto de evitar la pérdida de la civilización, pero Adriano era muy consciente de la calidad de los personajes. Tan es así que el propio cardenal, en  carta de 16 de Enero señalaba que “el 13 de enero, el almirante parecía dispuesto a negociar. Esperaba la visita de cuatro representantes de Toledo. A poco que éstos se mostraran conciliadores, el almirante estaba decidido a garantizarles una amnistía total, aunque fuera únicamente por su iniciativa.”

“Los fines que las Comunidades se proponían alcanzar eran vagos, diversos y aun contradictorios. Había empezado por ser un movimiento municipal, pero no democrático, porque los municipios habían caído en manos de oligarquías, compuestas de caballeros, es decir, de nobles de segundo rango, cuyos intereses chocaban con los de alta nobleza y a los que poco importaba el bienestar de las clases inferiores.” , y sin embargo, “pese al aparente fracaso comunero, Carlos termina por aceptar, sin ulterior discusión, la reivindicación básica de Castilla de un gobierno autóctono identificado plenamente con los castellanos. Esto es una importante enseñanza para nuestro mundo moderno. Castilla se resiste a las innovaciones que violan su autonomía, lucha en comunidad y el resultado inmediato es la pérdida de sus libertades. Pero a partir de entonces tales tierras serán gobernadas por españoles, como era su deseo.
De esta manera, el inmediato fracaso se convierte en un triunfo posterior.”



















Los conflictos sociales



A la muerte de Fernando el Católico, acaecida el 23 de Enero de 1516, quedó como regente el cardenal Cisneros hasta la llegada del heredero y que éste hubiese cumplido los 20 años, pero esta disposición ya generó conflicto en el entorno del otro nieto de Fernando el Católico, Fernando, cuyo partido por una parte, y el resto de nobles por otra u otras, siguieron generando conflicto.

“La situación empeoró notablemente en Castilla en los últimos meses de 1516. Los nobles se hallaban en un estado de permanente agitación; las ciudades, afectadas por el reclutamiento de la gente de ordenanza y por el resurgimiento de la vieja rivalidad entre los clanes, atravesaban un período de inseguridad; por si fuera poco, una vertiginosa alza de los precios, en 1516-1517, particularmente sensible en la zona central de la Península, vino a añadirse a los factores de inquietud general; en todas partes se lamentaba la ausencia de un poder fuerte, unánimemente respetado, capaz de poner fin a los abusos, de asegurar el orden público y de devolver al país la confianza en sí mismo.../… Asimismo, las ciudades pidieron también al rey, en forma colectiva, que se hiciera cargo personalmente de sus responsabilidades. Este movimiento, expresión de un sentimiento espontáneo durante mucho tiempo compartido en el país, tomó rápidamente un aspecto claramente político —o quizás mejor, revolucionario— que acabó por deshacer por completo la obra de los Reyes Católicos. Después de la nobleza, recuperado su espíritu turbulento de otros tiempos, y tras la degradación de la autoridad del Estado, eran las Cortes las que proyectaban sustituir al poder real, en plena decadencia.”

Si unos se dedicaban a crear conflictos en sus respectivas demarcaciones, otros fueron a Flandes a crear sus propios conflictos. “Antes que viniese el rey a España luego que el Rey Católico falleció, pasaron a Flandes muchas personas de estos reinos, y los más de ellos hombres de poca calidad, que en Castilla, porque eran conocidos, no los estimaban con fin de haber oficios y tener entrada en la casa real, y otros a negocios arduos, que en vida del Rey Católico no habían podido alcanzar. Otros fueron a sembrar cizaña y decir mal de sus naturales, pensando coger por aquí el fruto de sus ambiciones: que para el bien del reino, ni servicio del rey, fuera bien que nunca allá llegaran, porque pusieron las cosas de estos reinos en codicia y malos tratos, y despertaron a los flamencos a muchos males que causaron en el reino, que ya los podemos comenzar a llorar.”

Fueron muchas las quejas remitidas a Carlos por todos, empezando por Cisneros; muchas las llamadas para que viniese a hacerse cargo del reino pero, a lo que parece, pocas eran las que llegaban a su oído, interceptadas por el de Chevres. En este tiempo se sucedieron las revueltas; Pedro Girón tomaba las armas contra el duque de Medina Sidonia; sediciones varias; resistencias manifiestas a la autoridad. “Todas estas cosas y otras -que no se escriben a Vuestra Alteza- son de muy mal ejemplo, y dignas de muy gran punición y castigo, y los oidores se duelen de ellas y las sienten con mucha razón, porque turban la paz del reino y quiebran vuestras cartas de seguro selladas con el sello real, e señaladas del presidente y oidores, en que está toda la autoridad de Vuestra Alteza e de los reinos.”

En el totum revolutum se sospechaba también una posible proclamación de Fernando, hermano de Carlos, como rey. Para evitarlo, Carlos envió a Cisneros una carta ordenándole alejar a éste de sus ayos, lo que contrarió sobremanera a Fernando, quién por otra parte, concitaba los ánimos de muchos, que lo querían como rey.

El descontento había subido en tal punto que llegaron a convocarse cortes sin el visto bueno de Cisneros, y por supuesto sin el conocimiento por parte del rey, que era quien tenía potestad para convocarlas. En Junio se reunieron los representantes de Burgos, León, Valladolid y Zamora, y Salamanca no se unió al haber recibido seguridades de que pronto estaría Carlos en España. De allí surgió un  texto que fue enviado por muchas ciudades, en el que se recordaba al rey que se había coronado sin que hubiese jurado los fueros, “lo qual jamás se hizo con principe heredero, aunque en estos reynos se hallase.”  Se deduce una velada amenaza en el texto. ¿Influyó la misma en la venida del mozo de 17 años que era Carlos I?...

Los nobles no estaban quietos en esta situación; bien al contrario, procuraban llevar el agua a su molino; de hecho denuncian ante Cisneros que “Como el condestable de Castilla aia traido a Burgos muchos procuradores de ciudades y les aia persuadido estas juntas para hazer que el rey, nuestro señor, venga, si no, que no se le den dineros ni se le consienta que provea en nada, tiénelos en Burgos de su mano adonde agora están, y no hazen ninguna cosa ni mala ni buena sino lo que él les manda y ordena y iúntanse con él a hazer acuerdos y a escrevir cartas y so color de querer servir al rey, nuestro señor, quiérenle yr a la mano y quitarle el poder.”  Evidentemente, los intereses eran otros, y justamente el Condestable sería pieza decisiva a la hora de sofocar la anarquía impuesta por los comuneros, pero ¿qué había conseguido mientras tanto?

Sí, el Condestable sería el encargado de liquidar la rebelión comunera, pero justo en estos momentos la estaba organizando, ¿y qué pretendía conseguir con la revuelta que estaba pergeñando? Presumiblemente nada más que ganar las posiciones de privilegio que le habían hecho perder los Reyes Católicos.

En Castilla había tres maestrazgos: el de Santiago, el de Alcántara y el de Calatrava. “Son realmente en riquezas y poder unos pequeños reyes…/… Mas Fernando e Isabel…/… se adjudicaron los maestrazgos luego que murieron los maestres.”   Estos privilegios perdidos pesaban como losas en las motivaciones de las revueltas.

Pero las revueltas populares difícilmente se hubiesen podido llevar a efecto con sólo las ansias de los nobles. Hacía falta algo más, y algo lo suficientemente cierto y lo suficientemente serio como para levantar al pueblo.

Ese algo estaba compuesto por varios extremos; uno ver el ascenso que en todos los ámbitos, y sin aparentes méritos, tenían los flamencos, pero aún seguía siendo secundario, porque muchos puestos eran ocupados, no a costa de las gentes del pueblo, sino a costa de la nobleza. Lo que sin lugar a dudas levantó al pueblo fue la crisis económica y sobre todo el aumento de los impuestos, máxime cuando conocían que el destino de los mismos no iba en beneficio del reino sino de los privilegiados.

Todos estos actos coadyuvaron el desencuentro y el alzamiento de las comunidades que comenzó en 1519. Una de las espoletas era, sin lugar a dudas, la centralización de poder. Contra ésta y contra “las cargas fiscales estallaron numerosas revueltas, como la de los Comuneros de Castilla (1520-1522), o los disturbios sociales, mucho más graves, de las Germanías de Valencia y de Mallorca (1519-1523). Pronto se restableció la paz en el interior del país, pese a su débil economía; la cría de corderos de la Mesta y la introducción del maíz americano no pudieron paliar las malas cosechas del trigo.”

En el campo de la economía, la resolución a los problemas derivados de las pésimas cosechas de esos años provino del gran desarrollo de la mesta; riqueza que ha tenido muy mala prensa, apoyada sin duda por los excesos que sin lugar a dudas desarrolló la organización, pero también sin lugar a dudas, la mesta significó una importante fuente de riqueza, con cuyo concurso se evitó el total colapso de la economía. Grandes sector de población dependían de la mesta; no era sólo los ganaderos y los pastores; un ejército de curtidores, tundidores, tejedores…  y otros oficios directamente relacionados con la lana o con su exportación dependía del buen desarrollo de la actividad pecuaria, siendo que, además, las ovejas merinas eran de mejor calidad lanar, y esta variedad era la prioritaria en la ganadería ovina castellana.

“Todavía hoy, a pesar de la crítica a los planteamientos de la Ilustración y sus reformadores económicos en temas agrícolas, la ganadería sigue siendo una actividad vinculada a subdesarrollo, primitivismo, miseria, poblaciones nómadas, oralidad, usos y tradiciones comunales, explotación colectiva de la tierra, en última instancia, yermos y baldíos. La reflexión que se inició en el siglo XVIII, que tiñó buena parte de la discusión política del siglo XIX sobre el atraso económico de España y que desembocó en la desamortización de 1855 oponía la ecuación productivismo agrícola, regadío, propiedad privada e industrialización, a propiedad colectiva, usos ancestrales, Mesta y ganadería.”

Pero la realidad parece ser bastante diversa al panorama presentado por la Ilustración, ya que la Mesta era una fuente de riqueza de primerísimo orden, que suministraba cantidades ingentes de lana para la industria textil nacional y la extranjera. Cierto que la industria textil castellana estaba poco desarrollada, y los productores de lana atendían más al mercado exterior que al interior, con lo que la industria nacional, tanto la castellana como la aragonesa, quedaban al margen del desarrollo, viéndose la incongruencia de exportar la mejor lana virgen para posteriormente importar, a precios mucho más elevados, la lana tratada en Flandes. Pero ese ya no era problema de la ganadería, sino de la industrialización.

“Desde el siglo XV al menos, ya se trabajaba la lana en numerosos lugares de Castilla, incluso en los pequeños pueblos y aldeas. En los primeros años del siglo XVI se destacan claramente algunos centros importantes: Segovia, Toledo, Córdoba y
Cuenca…/… Según un documento de 1515, la industria textil empleaba en la provincia de Segovia a más de 20.000 personas que procesaban más de 40.000 arrobas por año.”  Una industria dominada por treinta o cuarenta capitalistas, que además no absorbía la producción lanar de España, cuyo mayor porcentaje iba dedicado a la exportación.

La verdad era que la lana manufacturada en Castilla era de inferior calidad a la manufacturada en los Países Bajos, donde sí existía protección a la industria manufacturera. En esa protección de la industria de los Países Bajos frente a la industria nacional estaban interesados los propios comerciantes exportadores de lana virgen e importadores de lana manufacturada, dado a que en el trajín ellos acumulaban ganancias.
Esta situación económica no fue minúscula motivación en el levantamiento.

Resultaba que Burgos, principal centro dedicado a la exportación, junto con Medina del Campo, se quejaba porque “El paño que solía valer tres mili maravedís bale oy cinco, mientras que la calidad era cada vez más pobre. Era urgente, por tanto —concluía el municipio— poner fin a esta política.”  Escuchar esta queja, sin más, significaba dar una estocada a la industria textil; medida que sin embargo favorecía a unos comerciantes que se dedicaban a la importación, y sobre todo, a los productores de Flandes. Y las cortes de Valladolid, apoyaron la demanda, que si favorecía a los exportadores, perjudicada a los productores nacionales.

“La política económica alentada por los Reyes Católicos favorecía la exportación de la lana en perjuicio de la industria textil nacional. También en este punto surgieron a la luz las contradicciones a la muerte de Isabel la Católica. Los manufactureros protestaron contra los privilegios de los exportadores, exigieron con mucha mayor energía que antes la aplicación de la ley de 1462 sobre el porcentaje de la producción de lana que les estaba reservado y consiguieron una protección contra la competencia extranjera.”

Toda esta casuística no es de importancia menor, sino de primerísimo orden, ya que en la misma sociedad nos encontramos con personas relacionadas con los distintos ámbitos de la producción. Y es la sociedad la que, sirviéndose de los distintos aportes, debe dar satisfacción a todos.

Esta voluntad de armonizar el bienestar general, a la postre, es la idea que parece deducirse de los documentos generados por los comuneros, donde “el bien común representa decididamente una máxima universal y en postrimera consecuencia un terminante valor de orientación para la política comunera…/… También las ideas afines utilidad, provecho y beneficio son de común uso en los documentos de la época.”

En el terreno económico, que es un aspecto más de la vida social, parece que se encontraba una parte importante de los orígenes de la revuelta, pero como ya hemos manifestado, no era, ni de lejos, el único origen. “La vacancia del reino, es decir la condición del interregno, que se instala en la primavera del año 1520 tras la salida de Carlos I a Alemania, es la que provoca la intervención del brazo ciudadano del reino. Y es que según la concepción de las ciudades, el reino también estaba vacante mientras el rey no ejercía el dominio efectivo sobre el país, transfiriendo la regencia a un gobernador.”

 “Otra causa importante que dio lugar a la sublevación popular y a la formación de la resistencia en las urbes —que en realidad ya empezaban a moverse con la institución de la alianza cuatripartita, formada por las ciudades Zamora, León, Burgos y Valladolid en el año 1517— es el incumplimiento de los criterios de idoneidad del nuevo monarca, ya que al tiempo de su coronación en 1518 quedaba por debajo de la edad mínima de veinte años para subir al trono, según especifica la cláusula del testamento de Isabel la Católica.”

Cuestión que estuvo prevista por el rey Fernando cuando a su muerte dejó como regente a Cisneros. No obstante, al haber procedido a coronarse rey unilateralmente el 13 de Marzo de 1516 y en Bruselas, se ganó la enemistad de un núcleo importante de la población, por no decir de toda la población, que veía como no se tenían en cuenta los principios de los reinos hispánicos, que marcaban la edad de veinte años para ser coronado, y la previa jura de los fueros para poder titularse rey.

Por si estas motivaciones no fuesen lo suficiente justas, en los inicios de la revuelta comunera, los postulados populares que arrastraron a la población a la lucha eran tan limpios y justos como los siguientes: “El comunero posee a diferencia del particularista aristocrático los caracteres de la vida virtuosa y decente. Es un hombre de bien, un hombre honrado de la comunidad. El que quiere servir al propósito venerable del bien común tiene que llevar una «buena vida». Esta cualidad lo distingue de las «perfonas de mala vida y exenplo de malas costumbres, y de quien todo el pueblo tiene que decir e murmurar»”

Y siguen afirmando que“los defensores de la república pierden el nombre de nobles y caballeros cuando pierden los buenos preceptos y la noble doctrina de la caballería, desta manera aquella cibdad pierde el nombre de cibdad donde se rompen las leyes y se corrompen las buenas costumbres.”

Principios caballerescos que entroncan con las comunidades de siglos anteriores, manifiestos defensores del orden y de la ley frente al bandolerismo nobiliario… y frente al triunfo de la suciedad y de la tiranía impuesta por el submundo urbano nutrido de parásitos de todo tipo, vagos y maleantes, que finalmente acabó con el movimiento comunero.

Una comunidad victoriosa que se movía al son de nobles principios que quedan reflejados, por ejemplo, en el siguiente juicio de “Como quiera que la natura a todos juntamente nos hubo criado iguales y libres …/… les perece ser cosa sobre natura el señorío, porque por natura todos son iguales, mas solamente por ley fue introducido, que unos fuesen siervos y otros fuesen libres, por lo cual no es cosa justa más en verdad forzosa: y así como la natura a todos nos crió libres, así la natura a todos nos hizo iguales en la posesión del mundo… son por natura no algunas cosas particulares, mas antes por alguna muy vieja ocupación, así como algunos que antiguamente se entraron en las posesiones vacías: o por ley, o por concierto, o por condición o por fuerte, y dende allí adelante como comenzó a ser de uno lo que antes por natura fuera de muchos, como creció la cubdicia, corrompióse el concierto de las gentes, y las largas edades han engendrado tan diversas y abominables linajes de codicias, que ya parece nuestro mundo estar más cerca de perderse por codicia, que por fuego del postrero juicio.”

Y es que el derecho de gentes, que en la Controversia de Valladolid tendría pasados pocos años un espectacular desarrollo, y que daría lugar a la “declaración y defensa universal de los derechos del hombre y de los pueblos”, hincaba sus raíces en los pensadores de estos tiempos. El mismo Castrillo señala: “no quiso Dios que el hombre razonable hecho a su imagen señorease sino a los animales que carecen de razón y no quiso que el hombre señorease al hombre, sino el hombre a las bestias… y así desta manera tuvo Dios por bien mostrarnos lo que requiere la orden de las criaturas.”
El desarrollo del movimiento cuenta con el aporte intelectual del bajo clero; “El bajo clero, especialmente las órdenes de mendicantes, tomaron parte en la redacción del programa político de los comuneros. Y este programa está impregnado de idearios republicanos. Si los toledanos se consideran los nuevos «Brutos de Roma», los «redentores de la patria»,135 si Medina del Campo compara su desdicha, la quema catastrófica de su ciudad, con el ocaso de Troya,136 si la Junta pide el consejo de los ‹Siete Sabios› (Solón),137 si se considera que Aristóteles es invocado como autoridad casi omnipresente en los discursos y programas políticos de la revolución comunera, entonces hay que llegar a la conclusión que este movimiento aristotelizante está muy teñido de visiones y convicciones republicanas clásicas, aunque eso sí, traducidas por supuesto a las circunstancias de la Castilla premoderna.”

Pero si el control nobiliario de la revuela iba a ser sustituido, también iban a ser sustituidos los principios moralizantes por el radicalismo de la escoria social; el aliado de la nobleza, que empezaba a desperezarse; “las comunidades se empeñaban a toda fuerza a «reducir al bien público» todas las ciudades, villas y lugares asociadas y a desterrar los «sospechosos al bien público» de las urbes. Quienes se oponían por hechos o palabras al bien público corrían el riesgo de ser encarcelados. De una orden de la Junta de las cuadrillas de Valladolid se desprende que aquellas declaraciones, verbalizadas por vecinos de la ciudad que se objetaban a los imperativos del bien público, se consideraban hechos delictivos (!). El bachiller Torralba por ejemplo, un vecino de Valladolid, fue preso «por çiertas palabras que dezían que avía dicho en prejuyzio del bien público del Reyno e desta villa». Quienes se resistían a ejecutar una orden de la junta de los diputados de las cuadrillas o a tomar posesión de un cargo municipal, no sólo arriesgaban la imposición de una multa de hasta cien mil maravedíes, sino incluso la reclusión por ser enemigos de la opinión política mayoritaria, por ser «sospechosos del bien público» como exclaman reiterativamente las fuentes”.

Se estaban imponiendo los principios comunistas que, sin ser peores ni mejores para el pueblo que los principios nobiliarios, significarían un empeoramiento de la vida social; un crecimiento del malestar público, y finalmente la defección del sector nobiliario al constatar que aquellos principios por los que luchaban, sus propios intereses, se encontraban tan entredicho entre la chusma como entre las leyes de un estado fuerte.

“Los comuneros enaltecen la máxima normativa del bien común, cual si este último fuese el norte de su movimiento. El bien común es más que un mero postulado normativo, es también la confesión política, el fundamento de sus acciones y al mismo tiempo su máximo objeto de protección.”

La deriva comunista del movimiento parece evidente: “Al «bien universal» del pueblo se oponen las «pasiones particulares» de la aristocracia, los «servidores de la república» se contraponen a los «deservidores», y los «amigos de la república» a los «enemigos del bien público», la «buena gobernación» contrasta con la «mala».”  Lenguaje similar al que siglos más tarde usará Lenín en el desarrollo de la tiranía soviética.

Con una particularidad: el paso siguiente es señalar que toda pasión particular es pasión aristocrática. El caso es que por el cúmulo de situaciones que estamos viendo, el enfrentamiento civil estaba servido.

El 27 de febrero de 1520 se levanta motín en Toledo. El pueblo se opone a que Padilla y demás regidores acudan a Galicia a donde son convocados por el rey para rendir cuentas por la actitud rebelde del Concejo de Toledo. “Los predicadores exhortaron a los regidores a mostrarse intransigentes y el corregidor, por su parte, hubo de reconocer su importancia: prohibir los sermones no serviría para nada; más valía cerrar los ojos.”

En este punto, ¿quién actuaba mal?: ¿el corregidor por mostrarse incapaz de controlar la revuelta?, ¿el clero lanzando sus sermones incendiarios?, ¿la actitud contraria a que los regidores acudan a cortes?... Este es el punto donde la revuelta debía haber tomado el camino que prometía en sus primeros postulados. Las represalias posteriores contra quienes no se avenían a lo ordenado por las ciudades son las que determinaron la deriva negativa del movimiento.

El 1 de marzo regresa Carlos I a Valladolid, y el 4 del mismo mes los vallisoletanos tratan de impedir por la fuerza que el rey salga para las Cortes de Santiago convocadas para obtener créditos con que hacerse coronar en Alemania. “Armados unos, inermes otros se juntaron hasta seis mil hombres á estorbar el viage, y con mayor ardimiento por divulgarse rápidamente que los flamencos intentaban sacar á doña Juana del reino de Castilla. Cuando llegaron á la puerta del Campo la trasponia el rey en union de sus cortesanos, abandonando en ademan de fugitivo una población de donde muchos de sus ascendientes acostumbraron á salir bendecidos y llorados.”  Las acciones de normal descontento alcanzaron puntos de motín, que tal vez, estaba justificado. El caso es que a estos hechos les sucedieron graves castigos. La espiral de odio y violencia abonaba los intereses de los enemigos sociales que venimos señalando: la alta nobleza y la baja escoria social.
Tras las cortes de Santiago, la sentencia estaba echada; no importaba que el Cardenal Adriano denunciase la falsedad de las afirmaciones que sobre los nuevos pechos se divulgaban por entre el pueblo con el viento. Las gentes, vista la actuación llevada por la corte flamenca, daban pábulo a las barbaridades que se propalaban sobre los acuerdos de las cortes, y se preparaba para resistir.
El 16 de abril, como consecuencia de lo acontecido en las cortes de Santiago se produce una nueva revuelta popular en Toledo. Ocupación del Alcázar por el pueblo y constitución de la primera comunidad o poder insurrecto de libre elección. Es respuesta, según detalla Mártir de Anglería con fecha 28 de Abril, al desprecio que se hizo de sus comisionados en Cortes. La discordia se generalizaba, y las harpías “desean sacar de aquí a los aires del Norte al Rey como de los infiernos al cielo, y él desea lo mismo. Lo impiden los vientos. Volará en siendo favorable.”
Parecía como si Carlos de Gante y las harpías quisiesen salir huyendo, tal era la actitud que demostraban. “Los predicadores comenzaron a exhortar a los toledanos a unirse contra los flamencos y sus cómplices. Lo que ya empezaba a llamarse «Comunidad», es decir, el poder popular, insurreccional, comenzó a adueñarse, uno tras otro, de todos los poderes municipales; los delegados de los diversos barrios de la ciudad (los diputados) formaron un nuevo consejo municipal con la intención de gobernar la ciudad en nombre del rey, de la reina y de la Comunidad. Los regidores y caballeros contra los que se dirigía el tumulto popular, se refugiaron en el alcázar en torno a don Juan de Ribera adoptando una actitud amenazante hacia los insurgentes. La multitud rodeó entonces el alcázar y don Juan de Ribera, declarándose vencido, entregó la fortaleza sin resistencia. El día 31 de mayo tuvo lugar en Toledo el último acto de esta revolución: el corregidor, desacreditado, impotente, abandonó la ciudad a la Comunidad victoriosa.”
Estas fechas fueron sumamente convulsas. Tras las cortes de la Coruña, el 22 de mayo Carlos se embarca en La Coruña para Alemania; el 29 el descontento popular en Segovia estalla en insurrección. Son ahorcados dos alguaciles; el 30, el pueblo de Segovia ajusticia en plena calle al Rodrigo de Tordesillas, que representaba a la ciudad en las Cortes de La Coruña, mientras en Zamora estalla otra revuelta. El 5 de Junio, en Guadalajara, el pueblo ataca la fortaleza e incendia las casas de los procuradores que representaban a la Ciudad de La Coruña; el 8 de Junio Toledo escribe a las otras ciudades castellanas invitándolas a reunir Cortes; el 18 de Junio, Revuelta popular en Burgos con quema de casas y linchamiento del francés Jofre.
El 29 de julio se constituye en Ávila la Santa Junta del Reino o gobierno revolucionario. Pero ya en estas fechas, antes de comenzar el conflicto comunero, comenzaban las disensiones entre los junteros; así, las ciudades de Burgos y Toledo mostraban con su descoordinación el fin que acabaría teniendo la aventura, “a partir de primeros de agosto se produjo una ruptura entre ambas ciudades, y Burgos pasó a proponer la convocatoria de una asamblea alternativa a la que Toledo había logrado reunir en la ciudad de Ávila…/… En cualquier caso entonces Cuenca tampoco atendió los requerimientos de Burgos, a diferencia de otras ciudades de talante también “conservador”, como Soria, que sí accedió a enviar procuradores a la Junta que ésta propuso que se reuniese en Valladolid. Pues, por el contrario, en todo momento permaneció aferrada a la tesis de que, dado que las asambleas extraordinarias de ciudades estaban prohibidas por el rey, sólo accedería a enviar procuradores a una eventual asamblea si recibía autorización del cardenal Adriano, en su condición de gobernador”

Las presiones se evidenciaban a cada paso; así, el Corregidor de Córdoba, “D. Diego Osorio, que tenía este cargo, habíase marchado, poco antes del levantamiento de las Comunidades, á Burgos, su ciudad natal, á negocios particulares, estando ausente más de seis meses. Y es de saber que por ser valiente y esforzado caballero quisiéronle los Comuneros burgaleses por su caudillo, y aun le pusieron la vara de la justicia en la mano; pero habiendo pedido una noche de plazo antes de aceptar, huyó durante ella de Burgos y se encaminó secretamente á Córdoba, no sin grandes trabajos y forzadas dilaciones.”

Diego Osorio era hermano de Antonio de Acuña, hijos ambos de quién fue obispo de Segovia y de Burgos, Luis Osorio de Acuña. Eran los dos hermanos opuestos en muchas cosas; también en el problema de los comuneros. Muestra concreta, a la vez que manifiesta, del carácter civil y no antinobiliario de la contienda.















Las cortes



Tras las fiestas de Navidad de 1517, donde se celebraron grandes justas en Valladolid para regocijo de todos, y donde tomó parte Carlos, la peste invadió la ciudad, pero no sería el peor de los males, ya que se habían convocado cortes dedicadas especialmente a recaudar impuestos. Pero tampoco era eso lo que peor llevaban los representantes. Lo peor era que en las cortes tuviesen asiento los extranjeros, “y juntáronse a tratar de ello, y acordaron de hablar a don García y a Mota, diciéndoles que no era justo que asistiesen en las Cortes extranjeros. Y hizo la plática el dotor Zumel, procurador de Burgos, sobre lo cual pasaron muchas palabras y alteraciones, puesto que no se pudo tomar resolución. Y cuando los procuradores se volvieron a juntar en reino, el mismo dotor Zumel, en nombre de todos, requirió que no estuviesen en las Cortes aquellos señores que no eran naturales, y que si lo contrario hiciesen, lo recibía por agravio, y así lo pidió por testimonio ante el secretario Castañeda.”

Además, “Las Cortes son la comunidad del reino en mutua deliberación en cuanto son la reunión de los procuradores, cuyas conclusiones y compromisos afectan a todos porque han sido consentidos, deliberados y concluidos por todos, por la voluntad e inteligencia de todos los miembros del reino y en conformidad con las leyes y ordenanzas del mismo…/… El monarca, que se ha conformado con las Cortes del Reino de acuerdo con las leyes y ordenanzas del mismo, realiza la decisión, la determinación concreta y la acción que resuelve lo conformado en las cortes, —su bien es el bien del reino y servicio de éste—, y es responsable ante Ellas y responsabilizado por Ellas, y así, por extensión, responsable ante y por las ciudades y ante y por los ciudadanos. El reino y los regnícolas son libres y dignos porque pertenecen a esa comunidad política, en la que pueden ser activos y por la que se sienten incumbidos y responsabilizados”   Pero en estas cortes, como luego en las de Santiago y la Coruña, estos principios serían letra muerta.
Tras esto, el doctor Zumel recibió amenazas por parte del entorno flamenco. No obstante, el doctor Zumel se significaría a lo largo de las Cortes, y en concreto a la hora de la jura del rey, a quién forzó a significarse en concreto en lo relativo a excluir a los extranjeros de los cargos del reino. “Y como este capítulo no se especificó señaladamente, el dotor Zumel tornó a decir que el reino suplicaba a Su Alteza que especialmente jurase esto que tocaba a los extranjeros. Y esto dijo muchas veces el dotor porfiando que Su Alteza lo jurase. El rey respondió: Esto juro.”

Con eso se cerraron las cortes… en falso; nadie quedaba conforme; unos por unos motivos, y otros por otros.

En ellas se comprometió a una serie de cuestiones, desde replantar bosques hasta evitar sacar metales preciosos o caballos de España; desde que no se diese a extranjeros oficios y beneficios, hasta que en la casa real sólo hicieran servicio “castellanos y españoles”, así como asuntos relativos al uso de los médicos o al juego de dados. También se instaba a Carlos a que aprendiera la lengua de Castilla, que su madre siguiese como reina y que Navarra siguiese perteneciendo a la corona de Castilla. “Lo primero suplicamos a vuestra Alteza que la Reyna nuestra señora esté con aquella casa e asiento que a su Real Magestad se deve como a reyna e sennora destos Reynos.”   Lo cual denota que ya se había hecho público el tratado de Noyon, con sus cláusulas gratuitamente humillantes para España, y que sin duda fueron tratadas por el señor de Chevres, con el visto bueno e irresponsable de un Carlos bisoño.

De destacar es el punto 35 de las peticiones de cortes, en el que, hablando de la justicia, piden “que sea universal para todos, por que paresce grave syendo todos vasallos de vuestra Alteza e estando todos resydiendo en su Corte, haya diversas justicias que juzguen a unos y a otros.”

También es de destacar la petición 58, relativa a los bienes raíces que pasaban a la Iglesia, ya que “sy esto no se rremedia con tiempo, en muy breve será todo, por la mayor parte del reyno, suyo, lo qual es en muy grand danno de su patrimonio Real.”  Cuestión esta que reiteradamente salía a flor en las reuniones de Cortes desde la Edad Media, y cuya resolución, u tanto extemporánea se demoraría hasta Mendizábal.

En las cortes de Valladolid se realizaron un total de ochenta y ocho peticiones, todas tendentes a un mejor gobierno del reino, que fueron aceptadas… y en principio, incumplidas.

El incumplimiento de estas medidas trajo una serie de consecuencias encadenadas, que abocaron irremisiblemente a la guerra.
Tras haber jurado los fueron y libertades de Castilla en febrero de 1518, las Cortes de Aragón, en Zaragoza, también reconocieron a Carlos como rey, pero en lo tocante a los “servicios”, y contrariamente a lo ocurrido en Castilla, sólo le concedieron poco más de lo necesario para pagar deudas atrasadas de la corona.  Finalmente, y encontrándose en Barcelona, interrumpió Carlos el periplo por los reinos al tener conocimiento del fallecimiento del emperador Maximiliano, ocurrido 12 de enero de 1519, y de su elección como nuevo emperador el 28 de Junio del mismo año, siendo que el rey de Francia se oponía a la elección; oposición que no manifestaba de manera amigable, sino que, despechado, procuraba alcanzar alianza con el rey de Inglaterra.

La marcha hacia Alemania pasaba irremisiblemente por Valladolid, y por la reunión de cortes, que de manera irresponsable fueron convocadas en Santiago de Compostela, ciudad que, curiosamente, no tenía representantes en las mismas. Los ánimos se iban calentando, y el 7 de noviembre de 1519 es el día de la célebre carta de Toledo a las demás ciudades castellanas.
El 12 de Febrero de 1520 se convocaron las cortes de Santiago de Compostela. A partir de ese momento, el clima social y político, que ya estaba enrarecido, tomó aspectos de confrontación.

El 19 de febrero, desde Burgos, Carlos escribe a la ciudad de Toledo prohibiéndole que se concierte con otras ciudades, y cartas a las ciudades convocando cortes en Santiago. La situación estaba alcanzando posiciones más que peligrosas.
El 24 de Febrero de 1520 se envía una carta de la ciudad de Salamanca a la ciudad de Zamora, en esa carta hay implicada toda una definición del Reino, de las Ciudades y de los hombres de Castilla junto con una indicación del modo apropiado de relacionarse estas realidades con el monarca, hasta entonces una relación fundamentalmente amistosa, pero ahora decididamente conflictiva. En esta carta se dicen cosas como “que no es Razon su cesarea majestad gaste las Rentas destos Reynos en las de los otros Señorios que tiene pues cada cual dellos es bastante para sí y este no es obligado a ninguno de los otros ni subjeto ni conquistado ni defendido de gentes estrañas… que provea de governadores conforme a las leyes destos Reynos e que les quede poder muy bastantisymo tal que puedan proveer de los oficios tenencias dignidades e encomiendas porque de otra manera muy vexados en enbiar por la provision a flandes o a Alemania e no se podran guardar las leyes que se piden…”  
Esta demanda de autonomía a las ciudades tomaría carices de independencia a la hora de defender el asunto en la guerra que se estaba gestando en esos momentos.
En Santiago de Compostela se celebraron cortes en marzo al objeto de conseguir fondos para cubrir los gastos derivados de la elección de Carlos I como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La afrenta que sufrieron dos años antes al estar las cortes presididas por un extranjero no se repitió en esta ocasión. Los procuradores en las Cortes tenían órdenes estrictas de las ciudades de negar estos subsidios, lo que ocasionó la suspensión de las sesiones de cortes, que se reanudarían en La Coruña, donde tras grandes presiones accedieron al subsidio a cambio de la promesa de revisar la política de nombramientos a favor de súbditos castellanos. La votación la ganaron las expectativas flamencas por 9 votos a 8.  Los procuradores de León, Valladolid, Zamora, Madrid y Murcia se posicionan en contra del Rey.

Otro problema se añadiría a las cortes: El obispo de Santiago reclamaba representación en cortes, “y que no hiciera mas sus veces Zamora” . Fuese esta la causa, o fuese otra, Galicia se mantuvo al margen del conflicto que se estaba fraguando en ese momento. Y con Galicia, todo el norte… Y todo el sur.

El ambiente no era precisamente de paz y concordia. Pedro Mártir señala en fecha 1 de Marzo cosas terribles: “Se dice que por el consejo del Capro y de los españoles que están con el rey que son espada de dos filos de su patria, se piden dos cosas a Castilla: la primera que se junten las Cortes en Santiago, poniendo vosotros la ley de que los diputados de las ciudades y Villas de voto en cortes no lleven otros poderes que los de obedecer a lo que mande el Rey. Susurran que con esto se quita la libertad: murmuran que esto se acostumbra a mandar a esclavos comprados. Yo veo dispuestos a muchos a la negativa. La segunda cosa es que se conceda el donativo que los Españoles llaman servicio aun cuando no esté exigido lo anterior. Las dos cosas serán para mal de los Españoles. No sé lo que saldrá. Se creen harto hostigados hasta aquí. Si se añade espuela a las espuelas, temo las coces.”

“Procuraron Xevres y otros que servían al Emperador que los procuradores que se nombrasen en las ciudades fuesen personas que fácilmente otorgasen lo que en Cortes se pidiese, porque no sucediese lo que en las Cortes pasadas de Valladolid.../… Pero algunas no obedecieron, no queriendo dar los poderes como se les ordenaba y mandaba por las cédulas reales, y luego comenzaron a enconarse los ánimos y soltarse las lenguas apasionadamente.”  Y es que se había tensado demasiado la cuerda. En estos momentos todos estaban conformes, nobleza, delincuentes, prostitutas y pueblo, en que la situación había excedido los límites admisibles por el santo Job.

“Numerosas presiones comenzaron a pesar sobre los regidores para animarles a resistir cuando se les veía dispuestos a no ceder ante las autoridades, o para amenazarles cuando parecían prestos a dar su conformidad.”

Todos tenían asumido que los flamencos, y con ellos Carlos, estaban embarcados en empresas que nada importaban a España, y en concreto al reino de Castilla, que era el que sufragaba la totalidad de los gastos producidos en los afanes europeos de la corte de Bruselas. “Los fines e intereses del Imperio era diferentes a los intereses del reino de Castilla, de tal modo que Castilla quedaba postergada y sometida a unos intereses y fines que le eran ajenos y que sólo servirían para empobrecerla y empeñarla. La carta de los franciscanos de Salamanca es un claro ejemplo de estos temores.”
Los religiosos eran los más conscientes de esa situación, como también eran conscientes que “Las Cortes constituían un canal de comunicación y de responsabilidad mutua entre el Monarca y el Reino, tal que los fines del Monarca podían aparecer como los fines del Reino y encontraba, así, en el Reino, en las ciudades en reunión, un respaldo y un apoyo para su acción, respaldo y apoyo conferían una Legitimidad adicional a la Autoridad Legitima del Monarca. Esto mismo, a su vez, ofertaba a las ciudades en reunión o comunidad en Cortes la posibilidad de concebirse a sí mismas como participes y constitutoras de esa Autoridad en cuanto le conferían un consentimiento activo, responsable, responsabilizante y participativo y, en ese contexto, el Rey podía presentarse ante ellas como “siervo o mandado” del Reino para que en su acción pudiese verse respaldado por el Reino entero, en cuanto comandante o mandante del Rey.”
La apertura de las Cortes de Santiago, convocadas por la reina Juana y por el rey Carlos se produjo el 31 de Marzo. Los procuradores toledanos se abstienen de participar. Se niega la entrada a los de Salamanca, ya que el poder que portaban “no era de la justicia e regidores de la dicha ciudad de Salamanca, ny fecho ny otorgado en el Ayuntamiento della, ny por las personas que lo debian otorgar”.  Pero finalmente, fue aportado un nuevo poder, con el que se pedía “los admitiesen en las dichas Cortes, porque aquella era la voluntad de la dicha ciudad.”   Sin embargo, los procuradores de Salamanca no participaron.
Del discurso de Carlos en las Cortes de Santiago se deduce la inmensa ilusión que le hacía sentirse coronado emperador. También hace mención al afecto que tiene hacia su tierra natal, señalando no obstante que desea “estar e bivir en estos dichos Reynos, que tanto amo, apresçio e quiero.” , y hay un lamento por la realidad que observa; el obispo de Badajoz, Pero Ruiz de la Mota, que habla en su nombre dice: no vée en vuestros rostros aquella alegría y biveza con que lo resciuystes, ni siente en vuestras personas aquel regocijo que suele tener el contentamiento, y este silencio paresce mas de tristeza que de atención; crée que sea la causa desto que su partida os es tan grave como fue alegria su bien aventurada venida.”  No era poco que el rey ya conocía que la ilusión sentida por el pueblo cuando se produjo su venida, era resentimiento en estos momentos.
Inmensa ilusión y espíritu de servicio si atendemos el discurso del obispo de Badajoz, quién sigue diciendo que “aceptó este inperio con obligación de muchos trabajos y muchos caminos, para desviar grandes males de nuestra religión cristiana, que si començara nunca oviera fin, ni se pudiera en nuestros dias emprender la enpresa contra los infieles enemigos de nuestra santa fee Catolica, en la cual entiende con el ayuda de Dios emplear su real persona.”
Abiertas las cortes, los días 1, 3 y 4 de abril, los procuradores de León, Valladolid, Murcia, Zamora y Madrid se niegan a comenzar la sesión votando el servicio o tributo con que pagar la coronación de Carlos como emperador de Alemania, por lo que suspende las Cortes de Santiago y decide convocarlas de nuevo en La Coruña, donde se reúnen el 22 de abril.
“Circulaban tales noticias del descontento y alarma de las ciudades de Castilla, y aun de la misma Santiago, cuyo arzobispo, enojado de no haberse dado voto en cortes á Galicia, andaba allegando secretamente gente de armas, que se creyó oportuno suspender las sesiones, y no contemplándose seguros los flamencos en aquella ciudad, indujeron al rey á que trasladara las cortes á la Coruña para estar, como quien dice, á flor de agua, y prontos en cualquier evento al embarque.”
Carlos justificaba la necesidad de marchar diciendo que lo necesitaban, y pedía representantes de las ciudades en las cortes para tratar de lo que debían hacer durante su ausencia, basándose en que “asy como no es menos virtud conservar lo ganado que adquerirlo de nuevo, asi no es menor vituperio no seguir la victoria, que ser vencido, donde se sigue que conviene a la onrra de S.M. y perpetua seguridad de sus Reynos que conserve lo ganado, que es el Imperio, lo cual no puede hacer sino yendo personalmente a recibir su corona.”
Justificaban la marcha del rey diciendo que “muchos reyes en nuestros dias salieron de sus tierras a conquistar otras, que si el Rey Don Alonso de Aragon no saliera Despaña, la corona Real no poseyera el Reyno de Nápoles con tantos justos titulos como agora los posee, y asi como loamos la proeza de aquellos que salieron de sus Reynos para conquistar otros, asi se reprehende la pereza y negligencia de los que no van a recibir lo que les pertenece, que mucha mas mengua es perder lo propio, que con onra ganar lo ageno.”  Se aseguraba que el rey debía volver, y que sería España el asiento del Imperio, y que mientras tanto dejaba todo proveído para ser atendido como debía, dando palabra que no daría cargos a extranjeros.
El conflicto estaba, así, en que los reinos no querían que marchase el rey, que no  entendían que estuviese fuera tres años, y que no querían que los cargos públicos fuesen ocupados por extranjeros. Así lo expresaron en las mismas cortes los representantes populares. También la mayoría de los procuradores señaló que antes de dar el “servicio a su Magestad” había que proveer lo que las ciudades demandaban, pero ese orden de cosas era “hacer cosa nueva e no acostumbrada en las Cortes pasadas”.
En esta ocasión volvían a pedir “servicios”: “trescientos cuentos de maravedis” . Unos cincuenta y cuatro millones de euros de 2014. Y volvía a jurar no dar cargos a extranjeros… Pero acto seguido “se dio al francés Jofre la tenencia del castillo de Lara, correspondiente a la ciudad de Burgos.”  Caro pagaría Jofre esta concesión.
Se sucedieron preguntas y respuestas sobre si se prestaba el “servicio a su Magestad”; se reafirmaron en lo expuesto, y se pospuso el asunto hasta llegar a la Coruña, donde iba el rey para embarcar. Allí volvió a prometer el rey no exportar moneda ni caballos, estar ausente un máximo de tres años y no dejar cargos de importancia en manos de extranjeros, y la mayoría de los procuradores otorgaron los servicios. Carlos dejó como su representante a Alejandro de Utrecht. También reclamaron que “dejara tal órden en la gobernación del estado que tocara parte de ella a las ciudades.”
“En la sesión del 3 de Abril, el canciller Mercurino Gattinara, manifestó á las Cortes, que el Rey había resuelto obtener el servicio antes de contestar á las peticiones y memoriales que se le dirigían, y aunque varias ciudades importantes mantuvieron con firmeza su primera opinión, otras se apartaron de la causa popular, y algunas contestaban en ambiguo tono.”

Esta jornada de Cortes fue memorable: Los diputados de Toledo no actuaron como tales, sino como comisionados encargados de reclamar que no se infringieran las leyes del reino. Como consecuencia, el rey quitó el mando de la gobernación de Toledo al Conde de Palma, por no haber evitado esa actuación de los delegados toledanos; los representantes de Salamanca fueron expulsados de las cortes; el descontento era generalizado, y para terminar el desastre, Pedro Girón, heredero del conde de Ureña, reclamó el ducado de Medina Sidonia, al que decía tener derecho, amenazando de acudir a las armas si se le negaba el derecho. Varios tipos más de algaradas se sucedieron en Santiago.

El motivo de esta actuación de los toledanos es que, desde el 16 de Abril puede decirse que las Comunidades se habían creado en Toledo, al levantarse un movimiento insurreccional capitaneado por predicadores que arengaban al pueblo a unirse contra los flamencos.

Pero los sobornos se hicieron presentes para conseguir la aprobación requerida de los delegados de las ciudades… y finalmente se consiguió la mayoría necesaria para conceder lo que Chevres pretendía.

La respuesta a las maquinaciones tuvo una cruda respuesta: “Desde el momento de la clausura de las Cortes de La Coruña, una propaganda inverosímil circulaba por toda Castilla. En ella se afirmaba que los procuradores, no contentos con votar un nuevo servicio, habían autorizado al rey a imponer una presión fiscal desorbitada: todo hombre casado debería pagar un ducado por él, un ducado por su esposa, dos reales por cada niño, un real por cada sirviente, cinco maravedís por cada oveja o cordero, así como una cierta suma por las tejas de su casa. Al mismo tiempo, nuevos impuestos se aplicarían sobre los artículos de consumo corriente: la carne, el pescado, el aceite, la cera, los paños, el cuero, el hierro, el vino, las sardinas, las anchoas, etc. Sólo el pan, la seda, el oro y la plata escaparían a esta increíble presión fiscal. Para dar mayor credibilidad a esta falsa propaganda, la lista de impuestos fue impresa y ampliamente difundida por todo el reino, con el fin de hacerla aparecer como un documento oficial.”

“No importa que el cardenal Adriano se apresurara a desmentir estas falsas e insidiosas afirmaciones. Una diabólica propaganda no cesaba de ampliar estos rumores. Todavía un año después, en abril de 1521, continuaban circulando estas noticias por el reino. No importa cuál fuera el origen de esta campaña, lo cierto es que dio sus frutos, ya que levantó por todas partes la indignación de la población y preparó los espíritus para la rebelión, primero, y para la revolución, después.”

Cuando el 22 de abril volvieron a reunirse las Cortes en La Coruña, las revueltas ya daban señales evidentes, mientras los delegados autorizaban un “servicio” de trescientos cuentos de maravedís pagaderos en tres años.

Finalmente acuerdan las cortes lo demandado por el rey, no sin antes volver a plantear sesenta y una súplicas que son aceptadas por el rey. Los procuradores de Córdoba, Jaén, Madrid, Murcia y Toro votan en contra y los de Toledo y Salamanca se abstienen.
La pérdida de control por parte de la corona se evidencia en todas partes; la corte de flamencos marcha hacia Alemania en lo que parecía una huída.

El 22 de mayo se embarca Carlos en La Coruña para Alemania. Quedaba como regente un excelente religioso, que no político: Adriano de Utrech. Pero las comunidades no apreciaban su excepcionalidad, sino su condición de flamenco. Sería la gota que haría saltar la revuelta.
Hemos visto las demandas populares; los excesos de los flamencos; los abusos de la nobleza; la bisoñez de un Carlos que contaba sus años de existencia con los del siglo, tiempo en el que había sido educado más como convidado que como rey, cuyo título de la corona de España le cogió desapercibido. Todos venían a recoger la cosecha que no habían cultivado, y aplicaban a las cortes la mitad de las cualidades que habían tenido a lo largo de la historia. Así, “La atribución principal de las Cortes residía en la votación de los impuestos directos (servicios). Esto explica que desde los primeros tiempos del funcionamiento de la institución, las ciudades estuvieran representadas obligatoriamente. Ni el clero ni la nobleza, órdenes por lo demás privilegiados, acudían necesariamente a las Cortes, pero el rey los convocaba en determinadas circunstancias, por ejemplo cuando tenían que prestar juramento al heredero del trono.”

Lo peor del caso era que lo recaudado no iba a ser gastado en el bien del reino, sino en pagar sobornos a los electores del Imperio Romano Germánico, y del que tanto desapego se sentía en España, y muy en concreto en Castilla, que era quien pagaba la juerga.

Las preocupaciones de las cortes eran muy otras que las que ocupaban a los flamencos. “Desde 1518, las Cortes se inquietan ante el fuerte incremento de la mendicidad y piden que se tomen medidas para que se pudiera fijar en algún sitio a esta masa de hombres errantes…/… Las ciudades acogían, así, a una población flotante, de recursos inciertos, que agrupaba a todos los que, vagamente, se designaba con el nombre de pobres y entre los cuales estaban tanto los ociosos forzosos y los parados como los marginados de todo tipo: mendigos de ocasión o profesionales, ladrones, vagabundos y prostitutas independientes o reunidas en casas de placer y a las que con cierto eufemismo se les daba el nombre de mugeres enamoradas. De entre estas multitudes urbanas, numerosas e inciertas, respecto a su futuro, los comuneros iban a reclutar fácilmente manifestantes y soldados, militantes convencidos o mercenarios.”

A la postre, la movilización de esa población de aluvión; esos vagabundos, esos marginados de todo tipo, esos ladrones profesionales y esas prostitutas serían quienes, iniciada la revuelta, acabarían tomando las riendas de la misma, desnudando de virtudes al movimiento y convirtiéndolo en el primer enemigo del pueblo, que necesariamente acabó abandonándolo.

Para las siguientes cortes quedaban tres ajetreados años.

El 14 de Julio de 1523, habiendo sido anulados los acuerdos de las cortes de Santiago y la Coruña, se reúnen cortes de Valladolid, donde queda expuesta toda la trayectoria que había seguido el rey desde su primera llegada a España. Explicó Carlos I,  pormenorizadamente, los avatares acaecidos en Europa, y la necesidad de su presencia para defender los intereses que, al final, eran intereses españoles. Nuevamente vuelve Carlos a pedir “servicios”, y los procuradores de las ciudades exigen que primero atienda las peticiones, a lo que él responde que no es nadie para cambiar la costumbre instaurada por sus antecesores.

Las cortes volvieron a plantear lo que ya habían planteado en 1520, en lo tocante a los puestos de responsabilidad. Carlos respondió que tendría en cuenta la importancia de los reinos hispánicos, y que contaría con un número mayor de naturales españoles que de otros reinos. 105 peticiones que volvían a exponer las necesidades ya conocidas en las anteriores cortes.

Dos años más tarde se convocaron cortes en Toledo, resumiéndose  en la segunda súplica de las mismas; a saber: “suplicamos a vuestra Magestad que todo lo que mandó
proveer en las Cortes pasadas que se hizieron en Valladolid, se guarde y cunpla, y si nescesario es, para ello se den nuevas provisyones, y lo que quedó por proveerse, vuestra Magestad lo mande ver y proveer. A esto vos rrespondemos que lo que está cerca dello proveydo se execute y cunpla, y dello se os den provisyones, y sy algo se desó de proveer, declarándolo vosotros, se proveerá.

Ya no presidía las cortes Carlos de Gante rodeado de una corte extranjera. En su lugar Carlos I de España, rodeado de la flor y la nata de la intelectualidad y el conocimiento político. No comenzaba otra época. Se retomaba lo que nunca debió abandonarse: la época iniciada por sus abuelos, los Reyes Católicos.
































La Revolución





Como venimos señalando, los motores se venían calentando años atrás, muy especialmente  desde 1518, pero aquí nos vamos a ceñir a los momentos del triunfo de la revuelta.

Durante el mes de abril, las revueltas eran frecuentes, pero tras haber embarcado Carlos para Alemania el 22 de Mayo de 1520, el recalo de los procuradores en sus respectivas ciudades fue el inicio de la gran asonada.

El 29 de mayo de 1520, el descontento popular por lo sucedido en las cortes de La Coruña hace estallar la insurrección en Segovia. Son ahorcados dos alguaciles, y un anciano que les recriminaba la actuación, llamado Hernán López Melón. “Con ímpetu furioso comenzaron algunos a vocear que era un traidor, enemigo del bien común; y queriendo huir le asieron y comenzaro0n a gritar: muera, muera; y sacándole de la iglesia le echaron una soga a la garganta. Y teniendo tan cerca la picota…/… le colgaron en ella…/… iban más de dos mil…/… todo hez de vulgo.”
Al siguiente día, 30 de mayo, y por haber votado el servicio al rey pese al juramento prestado, el pueblo de Segovia ajusticia en plena calle al Rodrigo de Tordesillas, que representaba a la ciudad en las Cortes de La Coruña. Pero esta actuación no fue por sorpresa; el clima de terrorismo era evidente; por eso Tordesillas había sido avisado “que no vaya mañana a Ayuntamiento, si no quiere que le suceda una desgracia…/… como llegaron, comenzaron a vocear: Muera, muera, venga una soga y vaya a la horca…/… echáronsela a la garganta, y dando con él en tierra comenzaron a llevarle arrastrando…/… Tan enfurecido estaba el vulgo y tan flaca la justicia.”
Informando de los sucesos, enviaron los regidores “mensajeros al gobernador y Consejo con informaciones auténticas de lo sucedido. Por ellas constaba no haberse hallado en el alboroto, no sólo persona noble, pero ni aún ciudadano de medio porte.”  Y es que el movimiento ya estaba siendo prostituido por la acción de la escoria social que acabaría desprestigiándolo y habiendo que toda gente de bien lo abandonase y lo combatiese.
 “A partir de aquel momento en la ciudad sólo mandaban los representantes de las cuadrillas del brazo popular…/… El Virrey Cardenal Adriano pensó en utilizar la artillería estacionada en Medina del Campo contra los insurrectos segovianos.”   Esta idea acarrearía graves consecuencias, como veremos.
La insurrección corría como reguero de pólvora; así, también el 30 de mayo estalla otra revuelta popular en Zamora auspiciada por el obispo Acuña, personaje especialmente truculento, más bandolero que clérigo. Un personaje de peculiar trayectoria  que fue excomulgado en 1492 y que ya en 1493 comenzó a atesorar un gran patrimonio a partir de compra-venta de tierras de dudosa legitimidad. El enfrentamiento con la corona llegó hasta el punto de que ésta tuvo que intervenir con el ejército en contra del prelado. Se había ganado la animadversión del pueblo, y ahora se autotitulaba defensor de los derechos comuneros. Elementos de esta calaña son los que acabarían teniendo ascendiente entre los comuneros, y Carlos I acabaría condenándolo a muerte.
La nobleza, incluida la alta, no se significó ni a favor ni en contra de las comunidades; se mantenía al margen mientras animaba la insurrección. No obstante, el conde de Alba Lista, defensor de Zamora, que“fué uno de los muy pocos grandes de Castilla, que desde un principio se declararon contra las comunidades,”  recriminó al obispo su actitud, pero cuando éste se acercaban a acometer la ciudad, salió una importante multitud a recibir al peculiar prelado. El conde de Alba, mientras, salía huyendo por otra puerta.
El 5 de junio de este mismo año se instalaba en Valladolid el cardenal Adriano, prácticamente encerrado, mientras en Guadalajara, el pueblo atacaba la fortaleza e incendiaba las casas de los procuradores que representaban a la Ciudad en La Coruña, y la agitación revolucionaria se adueñaba de otras ciudades como Segovia, Zamora y Burgos, al tiempo que Toledo multiplicaba sus llamadas a la revolución.
Hacía dos semanas que se habían clausurado las cortes de la Coruña, y Adriano anunció que el rey renunciaba a los servicios obtenido en las mismas, pero a estas alturas el conflicto ya era muy otro. El sentimiento separatista de las ciudades había desbordado los inicios justos que tuvo el movimiento, por lo que los esfuerzos de Adriano eran totalmente baldíos. Las argucias de la alta nobleza había tenido demasiado éxito.
El 8 de junio Toledo escribe a las otras ciudades castellanas invitándolas a reunir nuevas Cortes, en clara rebeldía con las de la Coruña y desoyendo las ofertas que Carlos efectuaba a través de Adriano. Se marcaban cinco objetivos:
“1. Anular el servicio votado en La Coruña.
2. Volver al sistema de los encabezamientos para cobrar los impuestos.
3. Reservar los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos a los castellanos.
4. Prohibir la salida de dinero del reino.
5. Designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.”

Pero evidentemente, los objetivos perseguidos en estos momentos distaban muy mucho de la letra de los objetivos declarados. De otro modo la sublevación hubiese llegado a su fin, puesto que estos supuestos objetivos coincidían completamente con lo que Adriano estaba ofreciendo en ese mismo momento. Hacía dieciséis días que Carlos había embarcado rumbo a Alemania.

Pero lo que se había desarrollado ante los resultados de las Cortes de la Coruña, que venían a poner la guinda en una actuación que a diario soliviantaba los ánimos populares era una predisposición a no atender los deseos de Carlos. “Ante esta situación, el reino comenzó a alimentar la idea de sustituir la figura del rey, tomando la iniciativa Toledo, que defendía metas mayores, como convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres, similar a lo que ya ocurría con Génova y otros territorios italianos.”
“En rigor, no se podía negar la necesidad de poner en orden muchas cosas. Pero Toledo alimentaba, además, otras ambiciones. Se hablaba con insistencia de la posibilidad de convertir a las ciudades castellanas en ciudades libres a semejanza de Génova y las repúblicas italianas. No era esta la primera vez que se consideraba en España una idea similar. Cuatro años antes, a raíz del conflicto en el que la ciudad de Málaga se enfrentó al almirante de Castilla, se había constituido una pequeña república autónoma” .

Se había desarrollado un movimiento secesionista que mezclaba las más variopintas reivindicaciones, en principio asumiendo las que justamente habían sido reclamadas y desoídas hasta el momento, pero también otras que denotaban el interés de propio lucro que abrigaban las mentes más preclaras del movimiento.
El movimiento comunero, que comenzó puro y reclamando cuestiones estrictamente justas, había derivado en un conglomerado de detritus social, incapaz de organizarse ni de presentar un proyecto mínimamente razonable. El individualismo, el cantonalismo había tomado cuerpo de forma definitiva, habiéndose convertido el movimiento en una banda de incalificables, dispuestos a enfrentarse entre sí en defensa de cualquier prerrogativa. Así, las discordias eran de todo tipo, hasta del siguiente tenor: “Entre la gente de Toro, Zamora y Valladolid, hubo también encuentros sobre que cada uno quería llevar su artillería a su pueblo, y los de Valladolid, como eran muchos y poderosos en el campo, trajeron su artillería a Valladolid, sin hacer ninguna cosa. Y así, todos estaban muy descontentos y malavenidos.”

No obstante, hay historiadores que ponen en duda el carácter cantonalista que acabó dominando al movimiento; con ello señalan que existió ese carácter: “Es verdad que algunos victoreaban solo á dona Juana, y habia quien citase por modelo de felicidad las repúblicas de Florencia, Génova, Venecia, Sena y Luca.”

 “Decían que sería bueno proclamar libertad y reducir estos reinos en forma de República; porque de esta manera no se sacarían los dineros del reino ni se darían los obispados y tenencias a extranjeros y cesarían todos los otros inconvenientes. Parecían bien todas estas cosas a gentes pérdidas y holgazanas y que deseaban revolver la furia por medrar. Sin los pobres, había muchos que se morían por ambición, como era Juan de Padilla que pretendía y pensaba salir de esta revuelta, maestre de Santiago; el obispo de Zamora, don Antonio de Acuña quería ser arzobispo de Toledo; el licenciado Bernardino, el doctor Zúñiga y otros semejantes pretendían corregimientos y audiencias.”

Graves acusaciones que si en el caso del doctor Zúñiga acabó replegándose, como la de tantos otros, prohombres y gentes comunes, que acabaron abandonando el movimiento conforme iban constatando el triunfo de lo vil, en otros casos acabó confirmándose absolutamente, como en el caso del obispo Antonio de Acuña o en el de Juan de Padilla.

La revuelta se propagaba como la pólvora. El 13 de junio de 1520 se produce una cruenta revuelta popular en Burgos. Las hordas ocupan las calles, buscan al corregidor y lo asesinan con gran crueldad; roban, sitian el templo donde se había refugiado y amenazan a los monjes con incendiar y saquear el templo; se hacen con la vara de mando, y se la entregan al corregidor de Córdoba, que se encontraba en Burgos, y que contra su voluntad, y temiendo males peores, acaba aceptándola. Las hordas se extendieron por la ciudad, robando y quemando lo que consideraban de sus enemigos, y liberando a los delincuentes que se encontraban presos.  Hacía 22 días que Carlos había embarcado para Alemania.
Los revoltosos de Burgos actuaron metódicamente, y curiosamente, con algo de inteligencia. Buscan al regidor Mota, hermano del obispo de Badajoz, para matarlo. No queman su casa por peligro de quemar las contiguas, pero la desvalijan, quemando archivos de especial importancia.  Esta actuación es indicadora de lo que venimos denunciando: que entre ellos, y con mando, se movían elementos cercanos a los sectores que venimos señalando como culpables en la sombra: la alta nobleza, ya que la chusma, guiada por sí misma, no hubiese resultado tan cuidadosa.
No obstante, para dar las oportunas apariencias, “al mas manipulante y vil era al primero que se le pedia parecer, el primero que resolvia cualquier asunto; y los que al momento no se conformaban con su dictamen, eran tenidos por ciudadanos sospechosos, de dudosa opinión, malvados.”
Tras todos estos desmanes, puesta Burgos en manos de la más sucia anarquía, anunciaron los revoltosos que “cualquiera que en aquella ocasión negase al pueblo su auxilio y coperacion, seria tenido por enemigo de la república, y juzgado como desertor y traidor á la patria.”  Acosaron el alcázar; los delegados de los revoltosos, contrarios a la revuelta, o deseosos de encender más a la chusma, aconsejaron al alcaide que opusiese resistencia, pero éste no lo hizo. Los sublevados asaltaron el alcázar y se dieron luego al saqueo de Burgos. La chusma quemó las casas de varios notables y ajustició al francés Joffre de Contannes, antiguo habitante de la ciudad, fiel servidor del rey Fernando, por su supuesta complicidad con los flamencos, y que en otro lugar hemos visto cómo fue beneficiario de las mercedes de Carlos.
La captura de Garci Joffre es digna obra de la chusma que la perpetró. Perseguido en su huía, es conducido a la ciudad entre insultos, amenazas, gritos y preparativos de horca, exigiendo al corregidor que dictase justamente esa sentencia. Finalmente fue asaltada la cárcel, y el reo sufrió una puñalada, un hachazo en la cabeza, y finalmente fue ahorcado y arrastrado su cadáver por las calles, descuartizado, afanándose la gentuza en manchar sus armas con la sangre del desgraciado. Finalmente colgaron cabeza abajo lo que quedaba del desgraciado. Posteriormente obligaron al corregidor Osorio a dictar sentencia de muerte contra quien ya había sido linchado. El corregidor, por miedo, cumplió lo que demandaban al tiempo que llamaba a Iñigo Velasco, el Condestable de Castilla, que fue nombrado corregidor,  frente a las pretensiones del obispo Acuña, hermano de Osorio, que pretendía el puesto.
Para terminar la faena con tan odiado personaje, la emprendieron con su casa; las hordas tomaron “picos, mazos y teas, y en breves horas quedó reducido el suntuoso palacio á un inmenso solar cubierto de escombros.”
Acabaría mal el corregimiento de Iñigo Velasco, el Condestable, aunque luego se reharía. No llegó a sufrir atentados personales porque sus parciales supieron embaucar a los terroristas que iban a actuar, a quienes acabaron rompiendo las cuerdas de las ballestas a algunos saeteros. Finalmente fue inducido a huir de la ciudad para no ser asesinado él y toda su familia, pero él los persuadió para pelear, conociendo que muchos que estaban entre la chusma, estaban ahí por miedo, y a la primera ocasión cambiarían de bando, como le había ocurrido a él mismo, que había un destacado promotor de las revueltas. Mientras, la chusma había rodeado de leña la casa, al objeto de prenderle fuego con sus habitantes dentro, pregonando que quién no acudiese al asedio sería declarado enemigo del pueblo. Lo cuenta quien lo vio.
Tras esto, en Burgos nombraron magistrados cuyo mandato duraba un mes. Fue entonces cuando el peculiar obispo de Zamora se puso de acuerdo con una sección de los revoltosos de Burgos que lo reconocieron como jefe de la rebelión, pero al enterarse otro sector de los rebeldes tocaron alarma reclamando “que debían perseguir, proscribir y hacer preso a Acuña, puesto que maquinaba furtivamente apoderarse por traición de la ciudad y degollar a los ciudadanos.”   La sedición dentro de la sedición estaba servida.
El mismo día, el cardenal Adriano designa al pesquisidor Ronquillo para castigar a los autores de la revuelta de Segovia. Era este Ronquillo extremadamente riguroso, según dicen algunos, “hombre de mano, expeditivo en juzgar a los delincuentes, inaccesible a la compasión y al blando ruego, con mas visos de verdugo que de juez, tan desaficionado á las riquezas como codicioso de sangre.”  Lo que parece cierto es que Ronquillo se encontró con las voluntades cerradas a responder a sus pesquisas. A los inquiridos les daba igual lo que les dijesen, y Ronquillo se limitó primero a proferir amenazas que sólo consiguieron exasperar más los ánimos de los segovianos, formando entre unos y otros una espiral que necesariamente acabó en violencia ciega que sería consecuencia directa de los acontecimientos de Medina del Campo.
Pero si los acontecimientos de Burgos han sido relatados por la importancia que tuvieron, también deben ser tenidas en cuenta otras actuaciones que, sin haber llegado a alcanzar la gravedad de estos hechos, nos pueden dar idea del ambiente que se vivía en lugares apartados de la confrontación. Así, en Plasencia, “los diputados de la Comunidad dispusieron que se le asignase una guarda personal constituida por veinticinco hombres armados, a los que se les pagaría su sueldo con cargo al producto de las rentas de la monarquía en la ciudad.”   ¿Es de destacar el hecho? Pues sí es de destacar, y por varias causas; primera la de la inexistencia de seguridad pública, y la segunda por la disposición de imponer una guardia de seguridad a los diputados, pagada, eso sí, por el pueblo.

Dice Pedro Mártir: “conoció que la ciudad, arrojados de ella los buenos, estaba en poder de la plebe enfurecida.”  Ronquillo  fue derrotado por Juan de Padilla, “joven noble pero autor de aquellas sediciones por el grande odio a la parte contraria de la familia de Silva, estimulándole Dª María Pacheco una mujer, hija del Conde difunto de Tendilla. Dicen que es mujer de altos pensamientos y marido de su marido.”

Pero la revuelta va tomando fuerzas en las diversas ciudades. En Cuenca, el comendador “llegó a verse obligado a prometer públicamente que si las otras ciudades del reino no pagaban el servicio que se había otorgado al rey en las cortes de Santiago-La Coruña, Cuenca tampoco lo haría. Y el escribano que levantó acta hizo constar que efectuó tal promesa a los vecinos ‘por asosegallos que no se alterasen’”.
El 29 de julio del mismo año 1520 se constituía en Ávila la Santa Junta del Reino o gobierno revolucionario. Participan en las reuniones delegados oficiales de Toledo, Segovia, Salamanca, Toro y Zamora (curiosamente no participó Ávila), así como representantes oficiosos de otras ciudades castellanas. El caballero toledano Pedro Lasso de la Vega es elegido presidente de la Junta. El también toledano Juan de Padilla es nombrado jefe de las tropas comuneras. Se puede decir que la flaca respuesta de las ciudades fue debida a la actuación del cardenal Adriano, encaminada a entorpecer el éxito de la Junta; actuación que conseguía retirar a Zamora de la Junta el día 10 de Agosto. Esta agrupación sería, en definitiva, el gobierno revolucionario comunero. Hacía mes y medio que Carlos había partido para Alemania.
Pero si triunfó la revuelta en el centro de Castilla y en Murcia, no sucedió lo mismo en otros lugares, como Galicia, Vascongadas, Asturias, Cantabria. De hecho, Murcia significó un hecho geográfico aislado, ya que salvo simpatías en Úbeda y en Jaén, el primer núcleo comunero afín lo encontraba en Cuenca, que considerando Murcia al margen, constituía el vértice inferior derecho del trapecio que constituía la geografía del movimiento, cuyo vértice inferior izquierdo sería Plasencia, el superior izquierdo León, y el derecho, Burgos, teniendo en cuenta que aquí la partida, en el momento más favorable para los comuneros se mantuvo en tablas. El resto del territorio de Castilla se mantuvo quieto, siendo que en el reino de Aragón se conoció el movimiento de las Germanías que, aunque coincidente en importantes aspectos con el de Castilla, llevó un desarrollo aparte.
El resto del territorio nacional se mantuvo fiel a Carlos, lo que posibilitó extraordinariamente la resolución del conflicto.
Y en cuanto a la geografía social los acontecimientos se caracterizan “por su desarrollo exclusivo en las ciudades, con despego o indiferencia por parte del entorno rural como así se acusaría a lo largo del conflicto; producto de las masas bajas urbanas.”

Las irregularidades, por llamarlas de alguna manera, tomaron cuerpo en las comunidades; así, en Cuenca, un tal Miguel Cantero se autoproclamó procurador asegurando que lo era “en virtud de una provisión que los Reyes Católicos habían otorgado a Cuenca para poder elegir dicho oficial, y la elección había tenido lugar antes de que en la ciudad “se alterase la Comunidad”, y por lo tanto no había guardado relación ninguna con dichas alteraciones…/… dado que entonces, en palabras de los regidores, la ciudad “andaba alterada”, el teniente de corregidor, licenciado Montiel, y los propios regidores accedieron a admitirle en los ayuntamientos del concejo, para contribuir a la pacificación de la ciudad.”  ¿Hecho aislado? Parece que no. La anarquía se extendía como mancha de aceite en medio del campo comunero.

Tras la derrota de Ronquillo frente a Padilla cuando aquel se dirigía a reprimir los desmanes de Segovia, el 21 de agosto manda Adriano buscar la artillería existente en Medina del Campo para hacer frente a la ofensiva que desde Toledo había iniciado Juan Bravo. Los medinenses, entre los que destacaba cierto asesino llamado Bobadilla, se negaron a entregar la artillería almacenada en su ciudad, incluso llegando a descuartizar en plena calle al Regidor Gil Nieto, acusado de no haber dado a conocer una carta de Juan Bravo,y asesinar a quién criticaba tales actos inhumanos. Entonces, las tropas reales, bajo mando de Fonseca, iniciaron un enfrentamiento que ocasionó un incendio, iniciado para distraer a la población, pero ésta desatendió el incendio por defender los cañones. Ardió un millar de casas, y los cañones quedaron en la ciudad. Fue un desastre del que jamás se ha recuperado Medina del Campo.  Las tropas debieron retirarse abandonando el empeño de recuperar los cañones, a efecto de que los medineses pudiesen sofocar el incendio.
Al parecer, fue el corregidor quién señaló las casas que debían ser quemadas, iniciándose la labor en el convento de San Francisco.  Sea como fuere, el incendio de Medina del Campo significó un varapalo para Adriano y para el Consejo real, que en un momento perdieron la escasa autoridad que se les suponía, mientras la Junta crecía en prestigio. Llegaba el momento de máximo esplendor de la rebelión. En ocasiones similares pero con situaciones inversas, no hubiese faltado quien achacase al corregidor, y a Adriano, connivencia de intereses con los enemigos.
Al saberse la noticia, entran en comunidad Palencia, Cáceres, Badajoz, Sevilla, Jaén, Ubeda, Plasencia y Baeza. “El incendio de Medina del Campo contribuyó, como pocos otros acontecimientos, a extender la adhesión al movimiento comunero por los pueblos y ciudades.”  Valladolid acabaría en la misma sedición, sin duda animada por los acontecimientos de Medina del Campo.
Como consecuencia, también otras ciudades, como Cuenca, dejaron un tanto aparte su moderación y accedió al envío de procuradores a las juntas convocadas, si bien no tardaron en distanciarse al no participar de las decisiones adoptada por la Junta. No obstante, las hordas comuneras consiguieron un mes antes, el día 20 de Julio, que el teniente de corregidor declarase que “por la pacificación de esta ciudad y por quitar el alboroto que en ella había y por servicio de los reyes” procedía a entregar la vara de la justicia a los regidores Andrés Valdés y Gregorio de Chinchilla, para que ellos la diesen a su vez a quien correspondiese. Y a continuación hicieron lo mismo los alguaciles con sus varas”.

En Burgos, los comerciantes enervan al populacho, incitándolo al saqueo, y organizan una bandería para buscar al obispo Juan Fonseca, a quien acusaban del incendio de Medina. Mientras, las hordas de Medina asolaban el territorio. Y en otras ciudades, la anarquía toma cuerpo en las formas que mejor se presentan a la ocurrencia de los revoltosos; así, en Cuenca, exigieron que en el plazo de catorce días se autorizase la instauración de un “comercio franco”.
Mientras, en Plasencia se impedía el paso a Antonio de Fonseca, tenente de la fortaleza, como represalia por su actuación en Medina del Campo. No obstante, una vez derrotada la facción comunera, la ciudad se defendió de su actuación afirmando que “actuó ante todo por temor a represalias de otras ciudades comuneras, pues existían sobrados motivos para temer que, si Antonio de Fonseca entraba en Plasencia, las ciudades y pueblos que estaban en Comunidad le perseguirían y, por dañarle, destruirían la ciudad. Y actuaron, por tanto, desde el convencimiento de que, si no le estorbaban la entrada, “según el odio que las comunidades a la sazón con él tenían, abrasarían la ciudad y Tierra.”

Los desmanes se repiten en Valladolid; durante la noche del 22 de Agosto se saquean y queman diversas casas; se apoderan del control de la ciudad, escapando el gobierno. La nobleza estaba presente en el mismo. “Valladolid se dio a sí misma un gobierno popular, una Comunidad, a imagen de las de Toledo y Segovia. Esta Comunidad, presidida por el infante de Granada, descendiente de los últimos reyes moros, estaba dominada, no obstante, por algunos notables cuya preocupación esencial era la de mantener el orden. El 25 de agosto, todos ellos prestaron juramento de fidelidad a la Comunidad.”  ¿A quién servían estos “hombres de orden”? Todavía está por demostrar que a alguien más que a ellos mismos.

El 29 de agosto el ejército comunero es recibido triunfalmente en Tordesillas, y los caballeros comuneros visitan por vez primera a doña Juana, que el 1 de septiembre nombra a Padilla general de sus ejércitos y le pide que la Junta se reúna en Tordesillas. Mientras, Pedro Mártir escribe al canciller la pésima situación, y le señala: “Esos tus compañeros, el Capro y consortes Cerberos, desollaron estos reinos y los dejaron en los huesos. No hai de donde sacar un cuarto para pagar a la tropa que pudiera poner un dique a este contagio…./… Disuelta la tropa real, y sin esperanza de juntarla, el Cardenal y el senado se hallan como rebaño sin perros defensores.”
Hacía tres meses que Carlos había embarcado en la Coruña.
Y al compás de los desmanes se iba conformando el ejército comunero, engrosado por los elementos más descontentos de las ciudades, que eran muchos dada la errática trayectoria del poder real. “De esta manera tan improvisada, sin combate alguno, las milicias comuneras al mando de Padilla se enseñorearon del corazón de Castilla al amparo de la explosión de fervores populares, contribuyendo la propia facilidad de su éxito a la minusvaloración de la posterior reacción imperial.”

Capítulo aparte es el hecho de que algunos procuradores (el número siempre será indeterminado), actuaban con nombre de “junteros” o “comuneros”, pero en realidad no eran sino una oligarquía que actuaba a espaldas de los intereses que presumiblemente representaban; así, un hecho concreto, la ciudad de Cuenca, nos muestra cómo mientras el consistorio se alejaba ya de los postulados comuneros a comienzos de noviembre de 1520, los procuradores continuaban apoyando esos mismos postulados, primero en Tordesillas y luego en Valladolid.

Los conflictos surgidos dentro del mismo movimiento asambleario no fueron pocos ni de importancia menor; así, “pocos días después de haberse firmado el acuerdo con el alcaide Francisco Flores, y tras haber llegado a Plasencia una provisión que ordenaba entregar la fortaleza a la Comunidad, se desencadenó un grave alboroto como consecuencia de las desavenencias surgidas entre la población a la hora de decidir si la tenencia de la misma se había de encomendar a Pedro Hernández Paniagua, elegido en agosto por aclamación popular como procurador de la Comunidad, o a Luis de Trejo, diputado de la misma.”

En este sentido nos encontramos con casos como el acaecido en la misma Plasencia, “cuando, tras haber estado manifestándose por las calles varios grupos de hombres, un joven de unos 25 años llamado Pedro Fernández de Paniagua fue elegido por aclamación popular como procurador. Éste habría acudido a casa del corregidor Gil Rengifo para conminarle a que se adhiriese a la Comunidad, si bien, por haberse negado a hacerlo, fue suspendido de su oficio y las varas de la justicia pasaron a quedar en poder de la Comunidad. Pero, muy poco después, este caballero reconsideró su postura y decidió entrar en negociaciones con la Comunidad, que dieron como resultado un insólito acuerdo, en virtud del cual volvió a recuperar las varas, y con ellas la capacidad de impartir justicia en la villa y Tierra, si bien con la condición de hacerlo en adelante en nombre de la Comunidad.”

La Junta de Tordesillas se encontraba en el momento álgido, con la reina en su poder; por ello envió a Valladolid la orden de disolución del Consejo, pero como en definitiva el movimiento comunero había llegado a un punto en el que no era otra cosa que un movimiento asambleario como los que conocemos hoy, no llegaban a actuar con eficiencia, pues (“syenpre las cosas arduas todas se consultan con las quadrillas, porque todas las quadrillas quieren saver lo que se haze” ); la decisión pasó a ser discutida y votada por la junta de Valladolid, que finalmente acabó respondiendo al emisario de Tordesillas “que si la Junta quería prender a los del Consejo, que enviase por ellos su gente y capitanes, que Valladolid no quería ser en favorecerlos ni en estorbarlos, ni ser por unos ni en contrario de otros.”  Propio de sainete.

La Junta insistió, enviando un requerimiento el 14 de Septiembre: “Requiero al dicho señor arçobispo e a los susodichos e a cada uno dellos estén en esta villa de Valladolid e no salgan della por ninguna manera para ir a Vizcaya ni Guipúzcoa ni montanyas ni a otra parte alguna hasta que por la dicha Junta e por los dichos señores que en ella residen sea mandado lo contrario e que, estando en esta dicha villa, no se junten so color de hacer consejo ni le hagan como hasta aquí lo han hecho, e que estén suspensos hasta que en la dicha Junta se determine lo que cerca desto se deba hacer.”  Todo de sainete, porque si la junta de Tordesillas era cómica, ¿qué podemos decir del Consejo real, que se veía amenazado por semejante orden?

Los miembros del consejo fueron finalmente perseguidos; algunos lograron escapar, y otros fueron conducidos a Tordesillas.” Y otro día se juntaron todos los del Consejo que no pudieron huir, en el palacio del cardenal, y allí el fraile, con los capitanes ya dichos, les notificaron y mandaron de parte de la Junta, que se fuesen con ellos a Tordesillas, y que no usasen más de los oficios, y que allí les mandarían lo que habían de hacer, y que fuesen con seguro de las vidas, pero no de las haciendas.”  Y el gobierno quedó preso de los revoltosos.

Adriano, disfrazado, huyó a Medina de Rioseco, donde se concentró el núcleo de las tropas leales a Carlos; pero ¿qué tropas? El ejército real fue licenciado el 30 de Agosto . “Medina de Rioseco era feudo de los Enríquez, que en 1477 habían obtenido el privilegio de organizar dos ferias anuales de treinta días de duración, la primera después del domingo de Pascua y la segunda después del 15 de agosto. Por esta razón, Medina de Rioseco se convirtió en el siglo XVI en la ciudad señorial más rica de España.” La ciudad se encontraba sitiada por los revoltosos, pero era la primera victoria sobre los sublevados, al haberse instalado en ella con total facilidad. Por otra parte, la reina se negaba a secundar ningún compromiso con los sublevados, a título de reina, y las discordias entre los junteros comenzaban a ser evidentes, lo que permitió que el condestable, que ahora comenzaba a pelear más abiertamente contra los comuneros, pero no a favor de la Monarquía, pudiese retomar Burgos.

En estas fechas, 30 de Agosto de 1520, en Castilla no había otro poder que el poder comunero. Habían pasado tres meses y ocho días desde que Carlos había embarcado en La Coruña.
Pero una situación extraña se dejaba sentir: “cualquiera voz de sospecha que derramase un mal intencionado, conmovía al vulgo ya unido y conforme con las atrocidades cometidas, a matar al indiciado y saquearle la casa.”  … Al vulgo de las ciudades, porque en el campo, las gentes no se sumaron a la revuelta.
A pesar de todo el revuelo, a pesar del avance de la revuelta que parecía prender en todas partes, el 20 de agosto, se refiere Pedro Mártir a los revoltosos diciendo que “vuelan sin alas: pelean sin capitanes…Valladolid se ha turbado…Ya no se hace caso de Cardenal ni Consejo…el pueblo anda suelto después de quemar y derrivar la casa de Fonseca… Para que no todo sea funesto, vaya algo gustoso. Los tres pueblo que habitan los montes cántabros y son tan aptos para la guerra, los Vizcaínos, Asturianos y Guipuzcoanos ofrecen venir todos a favor de la Corona real siempre que los llamen.”
Pero lo peor era que los comuneros “hablaban mal unos de otros, sin mirar que ésta es una de las más viles venganzas de la tierra, de la cual no usan sino gente común y baja. Los que eran enemigos de la Comunidad decían que no se movían los caballeros della sino por particulares respetos y ambiciones; que don Antonio de Acuña, obispo de Zamora, cuyos cuentos aún no han llegado, quería ser arzobispo de Toledo; don Pedro Girón, que lo hacía por el estado de Medina Sidonia; el conde de Salvatierra, que quería las Merindades; Fernando de Ávalos, vengar sus injurias; Juan de Padilla, ser maestre de Santiago; don Pedro Laso, ser señor de Toledo; Quintanilla, mandar a Medina del Campo; Fernando de Ulloa, echar a su hermano de Toro; don Pedro Pimentel, alzarse con Salamanca; el abad de Compludo, ser obispo de Zamora; el licenciado Bernardino, ser oidor en Valladolid; Ramiro Núñez, apoderarse de León, y Carlos de Luna y Arellano, ser señor de Soria. Ansí andaban las lenguas más sueltas que las manos, si bien no dormían, haciendo mil disparates. Y ya algunos caballeros se veían tan empeñados y tan adelante en este desorden, que no podían volver atrás ni tampoco sabían de quién fiarse.”  Como vemos, otro autor señala los mismos males que ya hemos apuntado más arriba.

Y por lo visto no sólo hablaban mal; sino que despreciaban públicamente toda opinión sensata, menospreciándola “como bachillerias, es decir, como cosas de letrados.”

Hemos visto que, ni de lejos, todo el reino de Castilla siguió el movimiento comunero. En Álava, y frente al conde de Salvatierra, el “Diputado General Diego Martínez de Álava al frente, se mantuvo al lado del monarca, por lo que, tras la derrota de los comuneros, Álava y su ciudad de Vitoria conservaron todos sus fueros y privilegios y ganaron el favor real.”

Los acontecimientos eran de carácter disperso, tanto para los comuneros como para lo quedaba del poder real, si acaso quedaba algo. No obstante, los comuneros, tras su victoria en la toma de Valladolid, no sólo vieron fracasar su intento de conquistar Medina de Rioseco y con ella la cabeza de la España Imperial, sino que en breves fechas perdieron Tordesillas, y con ella su principal rehén: la reina. Las deserciones comenzaban a hacer estragos entre las filas comuneras.
A pesar de lo mal que estaba el bando imperial, entre los comuneros “nadie ignoraba que las cosas llevaban torcido rumbo, porque la anarquía y la guerra civil acrecentaban las calamidades del mal gobierno, contra el que se habian armado los castellanos.”
Sin embargo, en estas fechas, a tres meses y ocho días de haber embarcado Carlos para Alemania, parecía que la evolución era victoriosa, y es que en este movimiento se juntaron una serie de condicionantes: la osadía de los desalmados, la ira de quienes perdían algo; la cicatería de los avaros… y la suerte de los tontos, como en el caso de Dueñas, donde no eran de jurisdicción real, sino del conde de Buendía, a la sazón, demente. La fortaleza fue tomada cuando, habiendo sido tomados presos el conde y su mujer, ésta se la cedió.
Pedro Mártir seguía opinando de lo que acaecía: “Veo que esto viene a parar poco a poco en manos de los ineptos que nada se les da de nada. Noto que se pone en manos de porqueros regir la nave por un mar tempestuoso, arrojando a los pilotos diestros.”
El 1 de septiembre de 1520, la reina pide que la Junta se reúna en Tordesillas. Catorce ciudades están representadas en la misma: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. La nobleza asume como suyos los postulados comuneros. Todas las clases sociales estaban representadas.
En esta situación, Carlos I, el 9 de Septiembre nombra co-regente al almirante Fadrique y al condestable Velasco, jugada política que se aseguraba la colaboración de dos elementos de gran valor militar. Sería el punto de inflexión que marcaría el principio del fin de la revuelta comunera. Así, el  5 de diciembre los nobles se presentan en Tordesillas. Pese a la defensa organizada a última hora por el obispo Acuña y sus clérigos, la ciudad cae en manos de los reales. Acuña sale hacia Valladolid en donde penetra con poco esfuerzo echándose la población a la calle para recibirle en triunfo.
La toma de Tordesillas por parte de las fuerzas imperiales, aunque fue presentada por los comuneros como un hecho de menor entidad, significó un duro golpe, no sólo por la pérdida de la custodia de la reina, sino porque tuvo como consecuencia la defección del principal general que apoyaba la causa comunera: el noble Pedro Girón, que fue acusado de traición. Acusación que entiendo motivada, no por la actuación de Pedro Girón, sino por el carácter cada vez más vil del movimiento comunero.
Expulsados que habían sido de Tordesillas, a mediados de diciembre se reúne por vez primera la Santa Junta en Valladolid. Nombra a Pedro Lasso de la Vega jefe de sus tropas, con gran descontento del pueblo que irrumpe en San Pablo para reclamar el nuevo nombramiento de Padilla. También la Junta emite notificados quitando importancia a la pérdida de Tordesillas, pero muchos sublevados, desmoralizados ante el hecho, desertaron. Pedro Lasso, al verse marginado, también se aparta paulatinamente de los sublevados. Los principales valores de los sublevados se iban apartando del movimiento. También se apartaron de la Junta los representantes de Soria y de Guadalajara.
Por su parte, Girón veía crecer aceleradamente su descrédito, y si contra la creencia generalizada no tuvo que ver en el desastre comunero de Tordesillas, aceleraba su defección de las tropas rebeldes, que llevó a cabo en pocas fechas, manteniéndose al margen del enfrentamiento.
Tras la derrota de Tordesillas, Valladolid queda tomada por los comuneros, que tras proclamar a Padilla gobernador, dicen que “vendría con mano armada a reprehender a los vallisoletanos si no obedecían unos y otros a lo mandado.”  Expresión tiránica que se manifestó también en las levas forzosas llevadas a cabo por los comuneros, y aún más en el elevado número de deserciones que sufrió su ejército; cuestión ésta que tiraba una de la otra; más deserciones, más levas; más levas, más deserciones.
Tiranía que se manifestaba en multitud de formas; por ejemplo: “porque aquel día un hermano de Francisco de la Serna había murmurado del obispo, le mandaron derrocar la casa. Y como andaban muchos en derribarlas con codicia de llevar la madera, cortaban sin tino los puntales y postes, y cayeron dos cuartos de la casa y mataron doce o quince hombres y lastimaron a otros.” … O de otras formas, desoyendo lo que sus mismos instrumentos asamblearios les deparaban. Así, en Valladolid, cuando en Octubre se puso a votación unas propuestas de la Junta que fueron rechazadas por las cuadrillas, “los comuneros intentaron entonces hacerse con el poder mediante un golpe de fuerza, minuciosamente preparado. Una serie de artesanos, de entre los que destacan un barbero, Francisco de Camargo, y un bonetero, con la complicidad de algunos diputados, entre ellos don Luis Gómez de Mercado, se reunieron con grupos armados venidos expresamente de Tordesillas que acamparon discretamente en torno al monasterio del Prado, a las puertas de Valladolid. El jefe de estos grupos armados no era otro que el obispo de Zamora, a quien ya hemos mencionado anteriormente intentando organizar una expedición semejante en Burgos.”

Otro problema añadido en Valladolid era la afluencia de soldados que habían huido de Tordesillas, y que se habían trasladado a Valladolid cargados con sus rapiñas. “A costa de grandes diligencias y de adelantarles algunos dias de salario, obtuvieron los de Valladolid que se tornaran los soldados a su campamento.”

El ambiente de Valladolid había dejado de ser respirable para Pedro Girón, así que, a poco de la derrota de Tordesillas, salió Girón de Valladolid y se apartó de la lucha. Otra muestra de lo injustificada que era la acusación de traidor, y de la catadura moral y militar de quienes controlaban lo que había dejado de ser un movimiento modélico. Seis meses y trece días hacía que Carlos había embarcado en La Coruña.

El panorama que presenta Pero Mártir, desde el centro neurálgico de los acontecimientos, es de tragicomedia. “hoy llaman con boca impura traidores a los que poco hace obedecían, respetaban e idolatraban. Se ha determinado ya que venga el Nuncio: pero los de Valladolid no quieren que entre dentro por miedo de que Excomulgue al obispo de Zamora, y a algún otro sacerdote…/…”  y más actuaciones que son para echarse a reír si no fuese porque son tan penosas que dan ganas de llorar.
Por su parte, el obispo Antonio de Acuña, que comandaba una tropa compuesta exclusivamente de sacerdotes, atrajo a su causa a Pedro de Ayala, conde de Salvatierra, que se dirigió a Burgos con el objetivo de desplazar a Velasco. A este respecto, la guerra de propaganda aseguraba que la mayoría estaba amenazada … Tanto en un bando como en el otro. De la deriva de la situación, puede interpretarse que sean ciertas ambas afirmaciones, aunque no coincidentes en el tiempo.
Fray Antonio de Guevara, cuyo devenir lo situó en los lugares más calientes de la revuelta, en concreto en el convento de Medina del Campo donde se inició el incendio de la ciudad, decía de los más calificados comuneros que “ni saben lo que siguen y menos lo que piden” , y acabó “echando en cara á los del pueblo sus desmanes; les afeaba la manera de pedir justicia; mirábalos con torvo ceño…”   Y les animó a cejar en su actividad. Curiosamente no fue pasado por las armas, sino enviado a Rioseco con orden de no volver. A raíz de este hecho, el autor señalado señala sin fuente histórica que tras ser expulsado de Valladolid, Guevara trató con Pedro Girón lo necesario para la toma de Tordesillas por las tropas reales. Pero la actuación llevada a cabo por el conde de Ureña tras la pérdida de Tordesilla por parte de los comuneros desmiente esa afirmación.
Triste es la sensación que dejan las noticias históricas sobre los comuneros. Pedro Mártir, que residía en Valladolid,  y que tenía amistad personal con Pedro Laso de la Vega y con el obispo de Zamora, el terrible Antonio de Acuña, relata que “el atrio del Comendador Ribera donde yo habito es grande y está asignado al fisco popular, porque su dueño es enemigo de los junteros. Aquí se reunen los Procuradores Junteros que han quedado a tratar de sus inepcias.”  Terrible juicio que deja al descubierto la categoría de la sublevación.
Con ellos, el mismo Pedro Mártir tuvo una entrevista tras los sucesos de Tordesillas, y en ella, dice, “les di en cara con la torpeza y fealdad que llevaba consigo el nombre de traidor, del que ellos no sabían escusarse lo más mínimo…/… convinieron en lo mal hecho…/… (y les dije) enriqueceis a los malos y matais a los buenos. Las cosas están ya en manos de asesinos…/… se despidieron bien persuadidos y llamaron a sus socios a quienes hicieron la propuesta (de paz). A duras penas pudieron conseguir que accediesen, por que la mayor parte de ellos es inepta…/… (paralelamente gestionó la paz en el bando de los nobles)…/… Agradó mucho la negociación…/… (mientras en Valladolid)…/… nadie se atreve a salir. Se dejan las labores del campo: se asesina a los labradores: nada hai seguro…/… ponen a su arbitrio tributos a los miserables lugareños para pagar la tropa. No se ven sino lágrimas, ni se oyen más que lamentos. Ya llaman públicamente traidor a D. Pedro Girón…/… Este viendo que los Junteros están en poder de un pueblo particular, y que están sin consejo y sin fuerzas los ha abandonado, y así poco a poco se van quedando solos.”
Pero las tropas vencedoras en Tordesillas, que más que reales eran nobiliarias, no supieron, o más exactamente no quisieron rematar la faena, que podía haber dado fin al enfrentamiento. La inacción de los vencedores propició que en pocos meses se reestructurase el ejército comunero, reavivando el enfrentamiento. Y todo por la actitud interesada de la nobleza, que sólo actuaría si recibía compensación suficiente de la corona. Esa actitud quedó reflejada en las exigencias que efectuaron justamente en esos momentos, cuando hasta el Almirante, el personaje nobiliario que se presentaba como más honrado entre todos, exigió refuerzos, no para acabar con la rebelión, sino para la defensa de sus propiedades. Al respecto diría el cardenal Adriano: “estos Grandes no quieren fazer venir gente alguna sin que primero se les anticipe la paga de un mes o a lo menos de quince días; cada uno de los Grandes quiere guardar lo suyo y derraman la gente para en guarda de sus tierras, cada uno quiere goardar lo suyo y a costa del rey, que si fuera a la suya no me parecería mal.”

Algo estaba claro: Los comuneros no tenían norte, pero los nobles, tampoco. El único que sabía guardar las formas era Adriano de Utrecht, que tuvo que lidiar con los intereses bastardos de la nobleza.

Perdida Tordesillas por los comuneros, la Junta se traslada a Valladolid, pero hay ciudades, como Soria y Guadalajara, que se niegan a enviar procuradores. En otros casos, como es el caso de Cuenca , aunque alguno o la mayoría de los procuradores volvieron  a la ciudad, otros quedaron en Valladolid, con el beneplácito o sin el beneplácito de su ciudad. Cada uno actuaba conforme lo que le parecía.

“Los procuradores de las Cortes, que huyendo de Tordesillas se habían acogido a Medina, viniéronse a Valladolid y comenzaron a hacer su Junta general, entendiendo en las cosas que les parecía que convenían al reino. El almirante de Castilla, viendo su tierra destruida y robado el ganado y otras cosas, después que el cardenal y los demás caballeros habían salido de Rioseco escribió una carta a Valladolid, en que decía que, pues Nuestro Señor había traído al reino en tal estado, que porque más muertes ni daños en él no hubiese, se diese un corte en estos desasosiegos de manera que la guerra cesase, con tal condición que restituyesen a él y al conde de Benavente los daños y robos que la gente de Valladolid en sus tierras habían hecho, donde no, que las armas que tomaron para ofenderlos, que las tomasen para defenderse. Como la carta fue vista en la Junta de la villa, acordaron que no se le diese respuesta, ni de allí adelante se recibiese carta de ningún grande.”  ¿Es censurable en este caso la actitud de la Junta?, ¿o es más censurable la actitud del almirante Fadrique, que sólo miraba por sus intereses?

No obstante las actitudes de ambos bandos, la suerte ya estaba echada. Las ciudades rompían con la Junta de Valladolid en señal de la descomposición que sufría el movimiento. Como ejemplo, el de Cuenca, que manifestaba que “la ciudad había enviado procuradores a la Junta de Tordesillas con la única misión de que trabajasen allí en servicio de los reyes, y con condición de que lo que acordasen proponer en utilidad y provecho del reino se les fuese a suplicar a éstos. Pero, por haberse tomado después en la Junta unas decisiones contrarias a estos postulados, la ciudad había decidido revocar los poderes a sus procuradores, y enviado a continuación dos mensajeros para notificarles la decisión, a los cuales les fueron, sin embargo, interceptadas las cartas en el camino. Y, por si pudiera quedar alguna duda sobre la verdadera postura del concejo conquense, esta declaración institucional terminó manifestando que éste contradecía todo cuanto sus procuradores hubiesen hecho en perjuicio y deservicio de los reyes y de su preeminencia real, declarándolo nulo, por haber sido obra de personas que no tenían poder para ello y actuaban contra la voluntad de la ciudad.”

Hacía siete meses que Carlos se había ausentado. A primeros del año 1521, el obispo Acuña por el sur, y Pedro López de Ayala por el norte, iniciaron el acoso a Burgos, entendiendo que con su presencia provocarían un nuevo levantamiento comunero en la ciudad. Iniciativa de D. Pedro López de Ayala que “tras diversos avatares, preferentemente centrados en Alava y las más de las veces adversos a sus propósitos, desembocaría en la infausta derrota de aquel 19 de Abril de 1521 en los campos de Miñano Mayor.”

Pero esas acciones daban apariencia de estertores, ya que “A comienzos del mes de enero, los efectivos comuneros se habían reducido a la mitad: la Junta no tenía bajo sus órdenes más que 400 lanzas y unos 3.000 infantes.”  Las fuerzas abandonaban a la Junta en todos los aspectos, lo que la llevó a reclamar esfuerzos de cariz similar a los que provocaron su creación; las ciudades comuneras creaban impuestos especiales que debían ser cubiertos por todos, mientras la caza de brujas era la política mejor llevada a cabo, dando recompensas a quién denunciase a un traidor. Como consecuencia, “Una fracción, en el seno de la Junta, comenzó a sentirse inquieta, protestando por los excesos y los pillajes.”  La respuesta de los responsables, la que acostumbran en ocasiones similares: No eran ellos los que habían empezado el juego sucio.

Con fecha 6 de Enero fallecía de accidente de caza Guillermo de Croy, el arzobispo que había puesto en Toledo Carlos I. A buscar su plaza acudiría de inmediato el obispo Acuña, que será proclamado arzobispo por las turbas.
El 21 de Enero se produce una nueva revuelta en Burgos iniciada por Pedro de Ayala, conde de Salvatierra, a la que acudieron en su apoyo Acuña y Padilla, que fracasaron estrepitosamente el día 23. Ante el fracaso, Pedro de Ayala licenció las tropas mientras Padilla regresaba a Valladolid y Acuña iniciaba una campaña de razias.
Se había llegado a un punto en que el sinsentido de la guerra se había convertido en el único sentido de la misma. Los comuneros no representaban ya, ni de lejos, las aspiraciones justicieras que lo hacían popular; los nobles, por supuesto, nunca representaron nada más que sus propios intereses; pero quién sí había cambiado, y ya se notaba en el ambiente de forma tan clara como la pérdida de justificación  por parte de los junteros, era justamente Carlos, que había perdido el plumón, no solo de pollo recién salido del cascarón, sino del que había agitado el movimiento cuatro años antes, y se estaba convirtiendo en quién llevaría la Hispanidad a los triunfos más importantes de su historia.
El 23 de enero de 1521 Antonio de Acuña sitió Magaz , que “era la única plaza fuerte que seguía en manos de los súbditos leales al emperador, en todo el país. Acuña la atacó el 23 de enero. No pudo vencer la resistencia de sus defensores por lo cual se ensañó con la población. No dejó nada, ni un brocado, ni un maravedí, ni una cabeza de ganado, escriben sus enemigos. Robó los crucifijos, los ornamentos de las iglesias, entre los cuales incluso el manto de la Virgen. A continuación. Acuña se dirigió a Frómista, ciudad del mariscal don Gómez de Benavides. Llegó allí el 1 de febrero. Los habitantes, aterrorizados, ofrecieron un rescate de quinientos ducados para escapar al pillaje, pero al final no pudieron reunir esa suma. En compensación, Acuña se apoderó de los crucifijos, los cálices y patenas de plata de las iglesias antes de regresar a Valladolid, donde ya se reclamaba su presencia.”  El obispo, que siempre se había significado por su capacidad para arrasar allí donde estaba, motivo por el que ya décadas atrás había llegado a ser excomulgado, se encontraba en su salsa.

El pan nuestro de cada día era que “el vil y bajo atropellaba al noble y bueno; y el que era algo no osaba hablar, y si hablaba y no a gusto de ellos, le encarcelaban, confiscaban los bienes y daban por traidor.”  Tremendos los juicios de los contemporáneos.

Además, el movimiento asambleario se incrustaba en el ejército comunero. Los cargos del mismo se hacían electivos. El más capacitado para capitán general era Pedro Laso de la Vega, pero la comunidad de Valladolid ya lo había puesto en entredicho y no quería ni oír hablar de él. “En su lugar, un comité de guerra, formado por el obispo de Zamora y dos procuradores, Diego de Guzmán y Gonzalo de Guzmán, acompañaría al ejército en cada campaña para asegurar la coordinación. Como el obispo de Zamora acababa de partir hacia el reino de Toledo, la Junta conservaba, al menos teóricamente, el control supremo del ejército. De hecho. Padilla iba a desempeñar el papel de general en jefe sin título de tal, tanto por su autoridad como por su popularidad.”

Mientras tanto, la revuelta social es la constante; “Los zapateros de Valladolid —escribió una vez más don Pedro de Ayala—, la plebe (los menores) organizan continuas manifestaciones. Como son pobres, no pueden desear nada mejor que continuar dedicándose al pillaje. La Junta debe llevar a cabo un golpe de fuerza (dar un corte) pura imponer la paz.”

Pero en Andalucía no lo tenían tan claro como en Castilla, y formaron Juntas de Comunidades en oposición a las de Castilla, que se reunieron en Rambla (Córdoba), firmaron una carta que enviaron a Toledo con fecha 31 de Enero (ocho meses después de la partida de Carlos I): »Los Procuradores de las ciudades del Andalucía, que residimos en esta villa de la Rambla, vistas las cosas que en estos reinos de Castilla han subcedido y el estado en que están y lo que se puede recrecer, acordamos de nos juntar en esta villa para procurar y buscar por todas las vías y maneras que fuere posible, cómo el servicio de Dios y de SS. MM., la paz y bien universal de estos reinos se conserven; y porque la caridad y buena obra ha de comenzar de sí mismo, á este fin nosotros hemos hecho confederación para estar en servicio de Dios y de SS. MM. y sostener la paz y sosiego deste reino del Andalucía, en que hemos estado y estaremos, y procurar con todas nuestras fuerzas como en todas las otras partes estén en este mismo propósito en que estamos, pues es el deque Dios se sirve y este reino recibe beneficio. Y demás desto acordamos de enviar caballeros en nombre deste reino del Andalucía á suplicar al Emperador y Rey nuestro Señor por su bienaventurada venida en estos reinos.”

La inmensa mayoría de las ciudades de Andalucía fue uniéndose a la confederación, hasta que llegó la noticia de la jornada de Villalar, momento que quebró, por innecesaria.
“La Duquesa de Medina Sidonia mantiene en su fidelidad a Sevilla. Nada se dice de su marido que es tonto e inerte.”

Los diputados de las ciudades andaluzas “se juramentaron para impedir alborotos, auxiliar las justicias del rey en cada pueblo, no obedecer ninguna provision de la Junta, prender á sus portadores, y formar ejército, si los comuneros enviaban allá algunos capitanes.”

El 25 de febrero de 1521, nueve meses después de la partida de Carlos, y tras tres días de combates, y mientras había conversaciones “de paz”, las tropas comuneras logran penetrar en Torrelobatón sin que los nobles hayan enviado refuerzos y la ciudad se rinde a Padilla. Grave error de los regentes, mientras por parte de Padilla, la acción “se revelaba acertada aunque carente de auténtica importancia” . El condestable acusaba al almirante, y el almirante al condestable. Los comuneros, así, acabaron perdiendo, no porque sus enemigos fuesen mejor que ellos; perdieron porque ellos eran peor que la nobleza. Pero “los cavalleros gervenses dicen que no quieren seguir a los Junteros porque no se les han pagado completamente los sueldos prometidos. En Salamanca y en otras muchas partes se tiraniza a los que se oponen a la opinión de los Junteros. Todo se viola.”
Las deserciones seguían minando el ejército comunero, causando más bajas que las batallas. “Así vemos cómo Alonso Rengifo de la Cerda fue detenido en marzo, cuando pretendía pasarse al enemigo llevando en su poder el importe del salario de los hombres que formaban su compañía. Esta situación llevó a Francisco Maldonado a dar la voz de alarma el 5 de abril: cada día desaparece un mayor número de soldados.”

Las hordas de los junteros celebraban cualquier triunfo como el definitivo. Así hicieron con  la toma de Torrelobatón. Ya veían reconquistada Tordesillas.
Con fecha 15 de Marzo, Pedro Mártir escribe al Canciller y al Obispo de Tuy comunicando que es expulsado de Valladolid, pero cuando obtuvo un certificado para cumplir la orden, en el mismo escribieron: ”No te atrevas a salir ni en tus pies ni en agenos. Si lo intentas se te multará en lo que tienes y se te privará de los bienes temporales si tienes algunos en Castilla.”  Gracias tuvo que dar Pedro Mártir por que no lo declarasen enemigo del pueblo y seguidamente lo ejecutasen. No es la única muestra de la benevolencia de los comuneros, como hemos señalado en otros lugares, lo cual no va en su descargo, sino como muestra final de su incapacidad; En unas ocasiones hacían auténticas barbaridades, y en otras, como en el caso de Pedro de Anglería, o del mismo cardenal Adriano, no supieron tomar una acción determinante, y permitieron que ellos cumpliesen con lo que entendían era su obligación, en todo caso, contraria a los intereses de la sublevación.
Fechada el 19 de marzo de 1521, circuló una extensa carta en la que se señalaba las iniquidades que a lo largo de los años y los reinados había llevado a cabo la nobleza, y los servicios que las comunidades habían prestado a la corona, demandando que la corona accediese a las peticiones justamente planteadas.
Como hemos visto, a buscar la plaza de arzobispo dejada vacante por Guillermo de Croy acudiría de inmediato el obispo Acuña, que fue proclamado arzobispo por las turbas. Mientras en Toledo llevaban a cabo esta pantomima, en Valladolid sucedía algo que se adelantaba en pocos días a la puntilla del día 23; la expulsión de los delegados de la Junta, ya entrado el mes de Abril de 1521, once meses y pocos días después de la partida de Carlos I. Las gentes comunes, tal vez también trufadas por el lumpen que había organizado la situación general, “se alborotaron un día los vallisoletanos contra la Junta, decididos á echar de la población á sus individuos, que en secretos y consultas malgastaban el tiempo. Justamente se resentia el vecindario de que, aparte los gastos y las pérdidas particulares, se hubieran consumido de su caudal cien mil quinientos ducados en siete meses con poco fruto.”
El movimiento asambleario en que se había convertido el movimiento comunero acabaría en breves fechas, en algo que ni tan siquiera fue batalla: la rota de Villalar el día 23 de Abril de 1521. Once meses tras la partida de Carlos en la Coruña ya nada era igual. Afortunadamente Carlos tampoco. Ya no era Carlos de Gante, sino Carlos I.
















La reacción de la corona



El 9 de septiembre de 1520, a los tres meses y medio de haber embarcado en La Coruña, Carlos I nombra gobernadores, para secundar a Adriano, al almirante Fadrique Enriquez y al condestable Iñigo de Velasco, al tiempo que anula las contribuciones impuestas en las cortes de Santiago-La Coruña. Su objetivo: negociar. “con quien les pareciera oportuno para que dejase de andar por el reino gente armada: de no bastar esto declararían á los que lo estorbaran rebeldes y traidores…/… se autorizaba á los regentes para hacer estensivo el indulto á todos, con tal de que asi se lograse la paz del reino…/… En adelante se administraria justicia bien, pronta y limpiamente. ”  Tras ello se convocarían cortes. Aunque demasiado tarde, medidas propias de quien las dictaba.
Como consecuencia comenzaron las divisiones en el seno de los núcleos burgueses y creció un movimiento subversivo que acabó descomponiendo las Comunidades. Las defecciones fueron sonadas; entre ellas, la del doctor Zumel, ahora tan decidido luchador contra las comunidades como proclive fue en su principio. Pero no fueron sólo los personajes concretos, sino la población en general, la que volvió su rostro hacia las promesas reales. “En su terquedad perseveraron los más pobres; y en las principales condiciones exigidas para abrir las puertas al condestable vióse clara y distinta la mano de los mercaderes.”  En esta situación, un precio había que pagar: la nobleza salió reforzada, y la lucha antiseñorial que habían iniciado los Reyes Católicos, paralizada. Un coste muy caro para la corona, en el bien entendido que “la corona”, entonces, no era otra cosa que lo que hoy entendemos como “la nación”.
La nobleza salió en defensa de la monarquía sólo por las prebendas que Carlos les había garantizado en su escrito. Sólo entonces comenzó a tener fin el conflicto comunero. Una nobleza que sólo actuó cuando tuvo claro donde podría resguardar mejor sus prebendas. Es de destacar la poca significación de la nobleza en todo el conflicto; el motivo no era otro que, después de haber participado en que los demás se sublevasen, la espera a la expectativa de acontecimientos; así, por ejemplo, “tanto el duque del Infantado como el marqués de Villena habían mantenido una dudosa actuación en la guerra de las comunidades, en las que conversos y alumbrados habían apoyado esta subversión. Ambos eran protectores de ellos y ambos habían concluido acuerdos con el obispo comunero Acuña para que este dejase tranquilas sus tierras en Toledo, y el duque del Infantado sería uno de los últimos en intervenir después de la batalla de Villalar.”

Pero por pura degeneración, el movimiento asambleario que controlaba las ciudades comenzó a tambalearse; “hubo grandes corrillos, frecuentes provocaciones, desembozados insultos, luchas parciales; síntomas todos de próximo rompimiento, en términos de no dormir nadie tranquilo, y de no despertar sin la zozobra de hallar la población alterada.”
El 11 de septiembre se traslada la Santa Junta a Tordesillas, donde el día 25 promulga el juramento de hermandad de las ciudades rebeldes. “La carta fundadora de la alianza confederal de Tordesillas del 25 de septiembre de 1520, descrita como «escritura de confederación y hermandad», es jurada por los representantes de las ciudades siguientes: Burgos, León, Soria, Salamanca, Zamora, Cuenca, Madrid, Toro, Ávila, Segovia, Valladolid y Toledo. Guadalajara tan sólo posee un estatuto de observador y la ciudad de Burgos se apartará más tarde de la alianza.”  El porqué lo relatan en el mismo juramento: “eſtos rreynos an recibido muchos daños e agravios e eſtorſiones yntolerables y los rreynos ſe avían juntado y procuradores dellos para ſu remedio e paz e ſoſiego con abtoridad e mandamiento de la reyna, nuestra ſeñora.”

También relatan en el mismo juramento el para qué: “Por ende que todos ellos e cada vno dellos por ſí e en nonbre de las dichas sus çibdades e villas e tierras e provinçias e partido hazían e hizieron vnión e hermandad perpetua para que todo lo susodicho mejor e perpetuamente ſe conſervaſe, e confederavan e confederaron las dichas sus çibdades e villas las vnas a las otras e las otras a las otras para que cada e quando que qualquiera çibdad, villa o lugar o de ſus provinçias, tierras e partidoſ que caen debaxo de ſu boto ſe les hiziese alguna opresión o agravio e ſinrazón en qualquier manera que ſiendo requeridas las otras çibdades e villas e lugares fueſen e ſean obligados de dar todo su favor e ayuda a la tal çibdad, villa o lugar, ſiendo como dicho es, requeridos, e que eſte fabor e ayuda ſean obligados de dar con genteſ de aramas y en aquella manera que fuere neçeſaria para reſiſtir la tal fuerça, sinjuſtiçia e ſinrazón e opreſión que se le quisieren fazer, por manera que lo que tocare a la vna çibdad o villa o su provincia, tierra e partido, toque a todas e aſí todas ſean obligadas a poner el remedio como si vniversalmente tocase a todo el rreyno que representan.”

En todo parecía que la Junta daba sensación de normalidad, y “desde que Padilla había conseguido el asentimiento de la reina, la asamblea pretendía presentarse como una sesión extraordinaria de las Cortes. A tal fin modificó su título, pasando a llamarse Cortes e Junta general del reyno.”

Todo en el movimiento comunero parece apuntar a la bondad de los principios, pero “¿por qué una ciudad como Segovia se comprometió intensamente con la revuelta y, en cambio, otra como Guadalajara, perteneciente a la misma región histórica y geográficamente muy próxima, no mostró una adhesión en absoluto comparable a la causa comunera?”  El mismo autor señala el motivo: La baja nobleza segoviana se desarrolló de forma autónoma al estar sometida la ciudad a la autoridad directa del rey, mientras Guadalajara primaba el poder de los Mendoza, en permanente pugna con la Monarquía. La baja nobleza segoviana apoyaría la revuelta, mientras la de Guadalajara vería el asunto como interés ajeno.

El 13 de Septiembre, Pedro Mártir relata: “Se multiplican las cabezas de esta hydra. No sabemos en qué parará esto…/… Los asesinos, corruptores y ladrones levantan la cabeza. ¡Oh desgracia! En la quemada de Medina del Campo un tundidor llamado Bobadilla es el que manda con otros como él que ha buscado. En el mismo Ayuntamiento ante los Concejales mató a uno de ellos llamado Gil Nieto, amo en otro tiempo de Bobadilla, sin que ninguno osase respirar. Arrojó el cadáver por los balcones del Ayuntamiento a los muchachos que le arrastraron por las calles hasta despedazarle.”  No fue el único asesinado ese día en Medina. Las hordas campaban a sus anchas y arrasaban bienes y personas.

El caso es que los asesinatos, incendios y derribos de casas, robos y saqueos de haciendas fue moneda de uso común; algo que queda, al tiempo que reconocido, perdonado a la ciudad de Cuenca el 13 de Marzo de 1521.  Algo que fue generalizado en estas fechas.

Como solución a los desmanes que asolan el reino, Pedro Mártir hace una larguísima relación de actuaciones que vienen a resumirse en una marcha atrás de todo lo actuado desde la llegada de Carlos a España, concretamente revocando los acuerdos de las Cortes de la Coruña. Llama “desolladores” a quienes habían puesto la nación en ese brete, y llama “tribus” a los comuneros. Por si fuera poco, “tiemblan los demás reinos, a saber Cataluña y Aragón, que aunque enriquecidos por vosotros a costa de Castilla, están desesperados por falta de justicia.”

Pocos eran los que actuaban con honestidad y conocimiento, y el cardenal Adriano, que no era político ni militar, era el que más se acercaba.“Desde hacía tres meses, con valentía y lucidez, el cardenal no cesaba de llamar la atención del emperador acerca de la gravedad de los acontecimientos que estaban ocurriendo en Castilla. Los errores cometidos, las promesas violentadas habían impulsado al reino a la revuelta. Sólo si se adoptaban medidas radicales y de manera inmediata podría salvarse el trono de Carlos V. Finalmente, en septiembre, y después de mucho dudar, la Corte se decidió a adoptar estas medidas. Gracias a ellas y al miedo a la subversión social, se iba a modificar la relación de fuerzas y en el lapso de sólo algunas semanas se iba a producir la restauración del poder real sobre una parte del territorio.”  La respuesta del rey fue la que dio carpetazo a toda su actuación anterior. En principio se vería obligado a tratar como aliados a quienes sus abuelos habían reconducido aunque ello significase perder posiciones frente la nobleza, pero los errores cometidos desde hacía cuatro años exigían ese sacrificio.

“En seguida despachó una provisión nombrando co-regentes al almirante de Castilla Don Fadrique Enriquez y Cabrera y al condestable y duque de Frias Don Iñigo Fernandez de Velasco, encargándoles, con instrucciones minuciosas, que reprimiesen á todo trance la rebelión por fuerza de armas, y que no permitieran que se menoscabara en lo más mínimo la autoridad real.”  Curioso cuando menos el nombramiento, pero al fin acertado. A partir de este momento gran cantidad de nobles abandonó la causa comunera; Burgos, y personajes destacados en el principio de la rebelión, pasaron al bando de Carlos… o algo así. No obstante, dice Pedro Mártir que los co-regentes no son admitidos por los comuneros, ya que el rey ausente no puede elegir gobernadores. Pero esos pareceres ya importaban poco.

Lo que sí importaba era la actuación de cada uno de los protagonistas. Difícil es ensalzar la de los dos co-regentes, pero resulta fácil catalogar de sectaria la de los comuneros, ciñéndonos a hechos concretos. Es el hecho de que en las “Cortes e junta general del reyno” que celebraron el 24 de Septiembre en Tordesillas, no fue transcrito el discurso de apertura proclamado por el procurador de Burgos, Pedro de Cartagena. Motivo: manifiestamente se encontraba en la oposición. El motivo aducido fue que, “casualmente”, los encargados de transcribirlo no lo escucharon bien y no lo transcribieron, mientras que “todos los demás discursos fueron registrados perfectamente” .

“El 26 de septiembre, la Junta publicó un manifiesto en el que se hacían las consideraciones habituales sobre los fines del movimiento añadiendo una precisión de capital importancia: la Junta de Tordesillas declaraba asumir ella sola la responsabilidad del gobierno; el Consejo Real quedaba desposeído de sus funciones y la Junta se convertía en la única autoridad superior del reino, concentrando todos los poderes superiores del Estado.”  Era un acto que si por una parte se puede entender de soberbia, por otro no puede ser entendido sino como un paso natural, quizá de los pocos lógicos llevados a cabo por los comuneros, máxime cuando el Consejo del reino estaba inoperativo.

En el juramento se tocan otros aspectos, si cabe más comprometidos; se marca que no se aceptará provisión real contra lo pactado, de forma que “agora ni en ningúnd tiempo del mundo ſe quebranten en todo ni en parte.”

Todos los actos que tuvieron inicio en Tordesillas pretendían tener la anuencia de la reina, pero el 20 de octubre, hartos de esperar una reacción favorable en la cordura de la reina, la Junta, o “Cortes e Junta general del reyno” ejecutó una operación arriesgada que, caso de haberle salido bien les hubiese dado legitimidad; enviaron dos emisarios a don Carlos, portadores de sus dolencias y de sus exigencias, todas justas, entre las que destaca “Que los señores pecharan y contribuyeran en los repartimientos y en las cargas vecinales como cualesquiera otros vecinos.” Pero a su llegada a Bruselas reciben amenazas del rey y han de regresar a Castilla sin verle; no en balde, el rey había variado su actuación, en ciento ochenta grados, desde principios de junio. En estos momentos el control de Castilla por parte de los sublevados seguía estando en su máximo punto, marcando descaradamente el declive.

Si en Agosto había empezado el momento máximo de las “Cortes e Junta general del reyno”, en Octubre comenzaba su desbocado declive. Casi dos meses de gloria.

A los comuneros se les acababa aceleradamente el tiempo. El 23 de octubre Carlos I era coronado rey de los Romanos, y auque se trataba de algo ajeno a España, tenía entretenido el espíritu de quien por otra parte ya había caído en la cuenta que era rey de España.

Con esas nuevas, el 31 de octubre, contando ya con el supuesto apoyo de la nobleza, el cardenal Adriano, que había huido de la custodia de los comuneros el día 15, declara la guerra a la Junta, o “la loca junta” como llama Pedro Mártir en su carta de 8 de Noviembre, y algunas cosas empiezan a cambiar.
El uno de Noviembre, Burgos recibe nuevamente a Velasco, el Condestable, esta vez como virrey, más o menos con el beneplácito de todos. Velasco era partidario de la acción violenta contra los sublevados, mientras el Almirante de Castilla era partidario de la negociación, pero se había llegado a un punto en el que nadie tenía muy claro qué era lo que se podía negociar. Los inicios de la sublevación comunera, que podían haber sido ampliamente compartidos, ya no eran lo importante en la rebelión, y no parecía que existiese nadie que indicase qué era lo importante, sin tener que tratarlo previamente en asamblea.
La elección del Almirante fue un acto de sutileza política por parte de Carlos. Era don Fadrique un  hombre mayor y naturalmente pacífico, simpatizante de los postulados comuneros, sobre todo en lo que tocaba a la mejora de su posición personal, que “legitima el derecho de insurrección después de haberse agotado el lenguaje de la súplica sin fruto, y por consiguiente se sanciona el levantamiento de las ciudades castellanas. Solo se condenan los crímenes que habían empañado la pureza de la causa del pueblo.”  Un hombre que se había negado a jurar a Carlos de Gante, y que siempre se había manifestado contrario a los manejos de los flamencos en España. Alguien de quien, desde el lado comunero, no se podía desconfiar desde ningún punto de vista.
“Don Fadrique Enríquez de Cabrera no era más desinteresado que la mayor parte de los restantes miembros de la nobleza. Pero, más inteligente, quizás, prefería utilizar la persuasión y acudir a medios pacíficos para conseguir sus propósitos y aumentar sus beneficios. Este es el auténtico secreto de su «humanismo» y de su gusto por la conciliación.”

Habiendo comenzado las negociaciones de paz, “avínose el almirante á echar de su estado de Medina de Rioseco á los consejeros reales y á derramar en sus respectivas tierras las gentes que allí habían llevado los grandes de Castilla, siempre que la Junta imitara su ejemplo.”  Vana pretensión; la Junta, sumida en la ejecución de su tiranía no admitía sino la rendición de los contrarios. El almirante se dirigió a Rioseco, donde se reunió con los otros regentes; “ya juntos ó en comunicación los tres regentes, don Fadrique Enriquez representaba la paz á todo trance, don Iñigo de Velasco la guerra hasta obtener la muerte ó la victoria; el cardenal de Tortosa nada.”  De donde se deduce que la anarquía no era sólo patrimonio del bando comunero.
Pero es que la tiranía, en todas las épocas ha hecho gala de corrupción. Este caso no podía ser de otra manera, y aunque no tuvo larga vida, “El 17 de Octubre, la junta local de Valladolid decidió abrir una investigación sobre Saravia, acusado de corrupción.”  Como para muestra un botón, sacamos el del tal Saravia, sin profundizar en el asunto.

La gentes, así, viendo el cariz que tomaba el movimiento, comenzaron a alejarse, indicidual y colectivamente. El humanista Juan de Vergara, contemporáneo a los hechos, señala que “al principio, quando pareçía que solamente se pretendía reformación de algunas cosas, todos favoreçían; mas después que la gente se comenzó a desvergonzar y desacatar, apartáronse los cuerdos y persiguiéronla.”

Como nombre propio de las defecciones, Pedro Girón, noble que había sido desoído por el rey en su reclamación del ducado de Medina Sidonia, se convertiría en el principal bastión de las comunidades… por breve tiempo.
El caso es que los nobles no arriesgaban su patrimonio y pedían financiación a Portugal, como también lo hacían los comuneros. Pero la opción fue favorecer a aquellos que, parecía en esos momentos, iban a resultar más proclives a la Monarquía.

Tras haber recibido financiación procedente de Portugal y los banqueros haber hecho movimientos en el mismo sentido, los nobles se presentan en Tordesillas el 5 de Diciembre de 1520; el objetivo buscado, liberar a la reina, que les facilita el acceso.  La monarquía se vio abocada a la alianza con quienes, si no tenían el calificativo de enemigos, tampoco podían ser considerados amigos íntimos. Con los bolsillos bien provistos, pudo el Condestable y el Almirante organizar el ejército. ¿Quién lo nutriría?: “los virreyes no quisieran reclutar hombres de las ciudades leales al rey. Los combatientes que hubieran podido conseguir en las ciudades no hubieran sido elementos seguros. Podemos constatarlo a raíz de lo sucedido en la campiña castellana, donde el condestable hubo de renunciar a reclutar soldados, tan grande era el prestigio de la Comunidad. Fue en los lugares de señorío donde hubo que acudir a la búsqueda de tropas para combatir a la Junta.”  Se especuló traer soldados alemanes, pero eso hubiese significado un error mayor quizá que el que se quería reparar.

“Muchos señores se situaron personalmente al frente de sus hombres y acudieron a ponerse a disposición del condestable y del cardenal Adriano. Los condes de Benavente y de Altamira y el marqués de Astorga fueron los primeros en llegar a Medina de Rioseco, seguidos del conde de Miranda, al frente de 200 lanzas; don Juan de Manrique, hijo del duque de Nájera, aportó 500 soldados; el marqués de Falces era esperado con 500 infantes, 80 lanzas y algunas piezas de artillería; el 15 de noviembre, el condestable anunció al cardenal Adriano la partida del conde de Haro, su hijo, con 700 caballeros, y del conde de Salinas, con 2.500 infantes y quince cañones. Algunos días más tarde era el conde de Luna el que marchaba al frente de una fuerza de 1.000 infantes y 800 lanzas. A finales de noviembre, la flor y nata de la aristocracia de Castilla la Vieja se hallaba reunida en Medina de Rioseco, lugar de concentración de las tropas realistas.”

Pese a la defensa organizada a última hora por el obispo Acuña y sus clérigos, Tordesillas  cae en manos de los reales y la reina es liberada de los rebeldes. Acuña sale hacia Valladolid en donde penetra con poco esfuerzo echándose la población a la calle para recibirle en triunfo, y tomando presos a un buen número de procuradores de la Junta. Acuña, que se había especializado en la rapiña, llegó a representar al sector más radical del bando comunero, arrasando fortalezas, iglesias, conventos, monasterios y villas.

El 17 de diciembre Carlos I firma en Worms una real orden condenando a 249 comuneros más destacados a muerte, si son seglares, y a otras penas, si son clérigos. Declara también traidores desleales, rebeldes e infieles a cuantos apoyen a la comunidad. El primero de la lista: Antonio de Acuña, obispo de Zamora, que a pesar de ser clérigo es condenado a muerte. Esto acarrearía la excomunión para el rey.
El 25 de enero de 1521,  la Junta decide consultar a Padilla sobre la eventualidad de una tregua. Padilla se opone. Se cruzan cartas entre los dos bandos, invitándose mutuamente a la paz, cada cual con sus argumentos; los comuneros, reivindicando algo que no les era propio: las comunidades en sus relaciones con Juan II, con Enrique IV y con Isabel la Católica. Decían, ciertamente, que “entre tanto, los pueblos habian enriquecido á los reyes y empobrecídoles los grandes” , pero eran incapaces de observar que equipararse ellos con los movimientos de las comunidades que citaban, no pasaba de ser una muestra de su propia incultura. Además se aferraban a la mentira ya que afirmaban aspirar sólo “á que el monarca escuchase sus clamores, y á que no prendiese a sus mensajeros.” , cuando por otra parte estaban desoyendo los ofrecimientos que al respecto, y en nombre de Carlos, les estaba señalando el Almirante.
“En efte tiempo cogieron los de la Junta una carta muy larga del Cardenal Governador para el Emperador, en que le decia como los males que padecia el Reyno, havian tenido fu origen de los que tenia á fu lado, por fu avaricia y codicia desordenada, y que mientras obfervaffe la mifma conducta no fe podia esperar remedio.”

El 5 de Enero iniciaron unas negociaciones con los nobles a las que no se opuso el cardenal Adriano, pero las mismas tomaron la deriva que interesaba a los nobles y a los comuneros, que buscaban puntos de encuentro al margen de los intereses nacionales. No obstante, y afortunadamente para el porvenir del reino, los negociadores estuvieron más proclives en la defensa de sus posturas que en llegar a un acuerdo con el contrario; en particular los junteros eran los más fervientes de unas posturas, que no podían ser asumidas por los nobles, ya que les prohibía participar en los asuntos públicos. El 27 de Enero seguían de plática, pero los comuneros se negaron a una tregua.

Los virreyes intimidaron a Valladolid para que acatasen a los representantes del rey, y con fecha 30 de Enero de 1521, en carta dirigida al cardenal Adriano de Utrecht, los comuneros de Valladolid rechazan ser desobedientes e infieles al rey; bien al contrario, recuerdan los acontecimientos de Juan II, arguyendo que “Quién prendió al rey don Juan segundo syno los grandes, quyén lo soltó e hizo reynar sino las comunidades […], véase la iftoria que claro lo dize. fubçedió [al] rey don Juan el rey don Enrrique, su hijo, al qual los grandes depusieron de rey alçando otro rey en Ávila, y las comunidades, y espeçialmente nuestra de Valladolid, le bolvieron su çetro e silla real, echando a los traydores della. […] Y no hallarán vuestras señorías que jamás en España a avido desovedençia syno por parte de los cavalleros, ni ovedençia y lealtad syno de las comunidades”.  Con esto se endureció la postura de la Junta y los ánimos bélicos de los comuneros.

El 16 de febrero se hace público en Burgos el edicto de Worms contra los comuneros. También en el tratado de Worms de 1521 cede Carlos a su hermano Fernando la posesión de la herencia austriaca de los Habsburgo, título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que, no obstante, seguirá ostentando Carlos hasta su muerte. Es una clara señal que da a quienes dudaban de su absoluta entrega a los intereses de España.
El edicto relata nominalmente las personas a las que va dirigido y la plaza de la que son representantes, empezando por “Don Antonio de Acuña Obispo de Camora” al que le sigue una relación de nombres que ocupa tres folios y medio, y que termina con “Alonso Perez cordonero y vatidor”, de Palencia.  Aunque iba cambiando las formas, todavía en este edicto hace prevalecer entre sus títulos su condición de emperador rey de Alemania.
Denuncia el edicto que los rebeldes habían ofrecido a los capitanes su defección a favor de la revuelta, amenazando que si así “no lo hiziesen les derrivarian sus casas y destruyrian sus haziendas…/… los requieren y mandan que se junten con ellos con sus Personas casas y estados so pena que si assi no lo hizieren se han havidos por traydores y enemigos del Reyno y como tales les quedan fazer guerreada y han ymbiado y ymbian predicadores y otras personas escandalosas y de mala yntencion por todas las Ciudades villas y lugares de los dichos nuestros Reynos y señorios para los levantar y apartar de nuestro servicio y de nuestra obediencia y fidelidad y con falsas y no verdaderas persuasiones jamas oydas ni pensadas, las atraen a su herror y ynfidelidad y continuando mas aquello y su notoria deslealtad han tomado nuestras cartas a nuestros mensajeros y en si han hecho ligas y conspiraciones con grandes juramentos y fees y seguridades de ser siempre unos yconformes en la dicha su rebelion y deslealtad en gran deservicio nuestro y daño de los dichos reynos.”

Sigue denunciando el edicto que “muchos de vosotros y de vuestros consortes en el principio de vuestro levantamiento y sedicion ymbiastes por todas las ciudades villas y lugares destos nuestros reynos frailes y otras personas eclesiasticas y seglares que falsamente por escripto y por palabra persuadiesen a los officiales y labradores y otras personas simples de los dichos pueblos que nos aviamos hechado y puesto nuevas ymposiciones a toda Castilla para que cada vezino no pagase por su persona y de su muger y hijos un Real y por cada teja del tejado un maravedi y por cada caveça de ganado y mulas y cavallos y otros animales ciertos tributos y assi en todas las otras cosas de vestir y mantenimiento siendo todo ello una de las mayores maldades y trayciones y falsedades que se podian levantar por que nunca tal por nos se havia hecho ni pensado ni por los del nuestro consejo y que por mas ynducir a los dichos pueblos lo hizistes ymprimir de molde por que yndinados nuestros leales vasallos se alborotasen y levantes contra nuestra obediencia y fidelidad y se juntasen con vosotros a tiranizar este nuestro reyno segun que luego lo començastes a poner por obra tomando como de hecho y con fuerça de armas tomastes y muchos de los dichos pueblos las varas de las justicias a los nuestros corregidores y otros officiales dellos combatiendo las fortalezas tomandolas a nuestros Alcaydes derebando casas quemandolas y saqueandolas matando a los que avian estado y estavan en nuestro servicio y obediencia y teniendo los pueblos assi comovidos.”

El edicto denuncia que los comuneros “aviades cometido y de cada dia cometiades otros muchos omecidios robos adulterios y estrupos forcando mugeres casadas y donzellas sancandolas de las iglesias y otros lugares sagrados los quales dichos delictos avian sido tantos y tan graves que con difficultad se podrian contar y havian sido y eran todos ellos notorios entre la mayor parte de los vezinos y moradores de las dichas ciudades y villas y lugares y aun de todos nuestros reynos y fuera dellos por ende que nos suplicava y pidia por merced que aviendo los dichos ecesos y delictos por notorios pues lo eran y por tales los dezia y alegava mandasemos conforme a la dicha nuestra comission proceder a declaracion de los dichos delinquentes y de los delictos por vosotros cometidos condenando vos a todos y a cada uno de vos y de los otros vuestros consortes.”

Al conocerse en Valladolid estos términos, el tumulto que produjo el “lumpen proletariat” que diría alguien del siglo XIX, llevó al mensajero a la cárcel, mientras pedían las provisiones, “y aunque el presidente lo escusó breve rato, bajo pretesto de comunicarlo con los oidores, se las dio á mas no poder, temeroso de que los alborotadores prendieran fuego al edificio, como de cierto lo hicieran á no salirse con la suya”.

La Junta contestó con otro escrito, dirigido en exclusiva a Valladolid (manifiestamente el movimiento comunero se había convertido en localista), en que cita a Carlos como “extranjero”; cita a los “traidores” e incita a la guerra.

Por su parte, Pedro Laso manifestó a los enviados del emperador que “de la Junta estaba en su mano sacar á los procuradores de Segovia, de Ávila, de Madrid, de Murcia y algunos de Toledo” , al tiempo que reclamaba el cumplimiento de las demandas de las cortes de Valladolid y Santiago así como una amnistía que acogiese a los responsables de la deriva terrorista que había tomado la Junta.

Pedro Laso comenzó a divulgar en Valladolid los planes de paz. “No sonaron bien a todos, aunque los aplaudieron los mas de los procuradores de la Junta. Tanto bastó para sembrar la cizaña entre los comuneros, que se dividieron desde entonces.”  Al mismo tiempo se producía también la defección del clero, que tan implicado había estado desde el principio en la revuelta.

Pero el asunto no se limitaba a los papeles. Pedro Mártir, que como queda dicho vivió estos acontecimientos en Valladolid, relata en carta de 13 de febrero que “los vallisoletanos miran con malos ojos a los autores de la Junta general, y los Junteros no se creen desde ahora seguros entre ellos.”

El 17 de febrero, quince ciudades andaluzas, encabezadas por Granada y Cádiz firman un compromiso de fidelidad al rey.
Las ciudades van obteniendo el perdón por su participación en la revuelta; así Cuenca lo obtiene el 24 de Febrero. Inmediatamente se envían tropas para combatir la invasión francesa.  El almirante estaba trabajando bien el capítulo del perdón, reclamando el mismo también para alguien de especial significación, que por cierto, no lo pidió: Pedro Girón.

El castillo de Simancas, a diez kilómetros de Valladolid, controlaba todos los caminos entre Tordesillas y Valladolid, y siempre estuvo controlado por las fuerzas leales a Carlos, sin sufrir acoso alguno por parte de los comuneros.  Ahí se efectuaban conversaciones entre representantes de la Junta y el Consejo, lo cual da pie a que el 3 de marzo dé comienzo una tregua que se prolonga hasta el 11 del mismo mes, mientras en Zaragoza se preparan más de dos mil hombres en pie de guerra, dispuestos a combatir a los comuneros. “De esto dio aviso don Pedro Girón, que estaba retirado en su villa de Peñafiel.”  Y de esto se infiere la categoría moral de quienes lo acusaron de traidor.
Una tregua buscada no por intereses de la Monarquía Hispánica, sino por los intereses de la nobleza, que como señalara el cardenal Adriano, “Agora cada uno de los Grandes quiere guardar lo suyo y derraman la gente para en guarda de sus tierras y assi hay pocos que sinceramente tengan fin y zelo entero al seruicio de Vuestra Majestad y bien público del reyno, de manera que creo que si no temiessen perder sus stados que pocos se declararían en servicio de Vuestra Majestad, de manera que las Comunidades fazen más con poca gente que nosotros con mucha.”

Los estudiantes de Alcalá estaban divididos; el rector era partidario de los comuneros, y acabaron encontrándose los estudiantes en una gran pelea, quedando el equilibro volcado a favor de los partidarios de Carlos.
A doce días de la derrota final comunera, el 12 de abril, las tropas reales sitian la ciudad de Mora, prendiéndose fuego la iglesia durante el combate, en cuyo interior perecen quemados vivos tres mil ancianos, mujeres y niños. El mismo día, Acuña decreta la movilización de los toledanos de 15 a 60 años, sale de Toledo, destruye Villaseca, y estando en Yepes, se entera del incendio de Mora. Decide entonces castigar a los reales que quemaron la plaza, dándoles alcance días después en Illescas, pero no consigue vengarse por huir sus hombres despavoridos en la noche ante un rebaño desbandado de bueyes y vacas.
Los hechos se aceleran; el 15 de abril acampa el ejército de los nobles en Peñaflor, a una legua de Torrelobatón, en donde se halla Padilla con sus hombres; el 17, el ejército real se refuerza con la llegada del condestable Iñigo Fernández. El 22 de Abril, el ejército de Padilla estaba encerrado cerca de Torrelobatón, mientras el duque de Haro lo acosaba. Las fuerzas se decantaban a favor del duque de Haro en lo tocante a la caballería, si bien estaban equilibradas en lo tocante a la infantería, y en cuanto a artillería la ventaja la tenían los sediciosos, muchos de éstos desertaban en masa ante el temor de la inminente confrontación. Laso de la Vega, los procuradores de Segovia y de Murcia ya estaban del lado de Carlos, “y como las cuidades veian pasar de un campo a otro lo mas granado de la junta, se movia cizaña entre sus vecinos; y muchos empezaban á predicar la sumisión al emperador de Alemania. Del ejército de las comunidades fuéronse tambien para el de los gobernadores Lope Alvarez Osorio, Luis de Herrera, Gomez Agraz y Pedro Dallo, capitanes con mucha gente de armas.”
Padilla intenta una retirada hacia Toro, situada a 43 kilómetros, “bajo condiciones climatológicas adversas, dada la persistente lluvia que imponía mayor retraso en el ritmo de marcha y crecientes fatigas sobre la tropa.”  Por otra parte, las tropas de los nobles estaban al cabo de todos los movimientos llevados por Padilla.

El 23 de abril, de madrugada, sale de Torrelobatón hacia Toro el ejército comunero al mando de Padilla. Al final de la tarde, tras una jornada lluviosa que impedía el avance de la caballería, el ejército real le da alcance, derrotándole en Villalar. Uno de los principales motivos de la derrota es que los facciosos no supieron cuidar el material, siendo que se les mojó la pólvora y no pudieron hacer uso de la artillería, que esa su pieza clave.
La marcha del ejército comunero perdió el orden y los hombres tiraban las armas para huir más aceleradamente.  Juan Maldonado y Juan Bravo caían prisioneros, mientras eran perseguidos los comuneros que huían. Padilla embistió a la desesperada, fue descabalgado y hecho prisionero. “Militarmente considerado, no hubo encuentro alguno en Villalar, dado el pánico generalizado que se desencadenó entre las huestes comuneras, fácilmente alanceadas con total impunidad por los imperiales que no llegaron a sufrir ni una sola baja entre sus filas.”  Y es que, al parecer, “vencidos iban moralmente, abatidos y descorazonados, cuando los alcanzaron las tropas reales y los derrotaron después de una ligera y mal sostenida, escaramuza que no debe llamarse batalla. Si los realistas no hubiesen alcanzado a Padilla, quizá le hubieran asesinado sus desmoralizadas tropas, ó hubiera tenido que abandonarlas.”
Los “capitanes de le necedad”, como los había calificado Pedro Mártir de Anglería , iban a pagar cara su osadía. “Al día siguiente, 24 de abril de 1521, en el mismo VilIalar, sin defensa, después de un ridículo juicio a cargo del alcalde Cornejo, fueron decapitados los tres principales cabecillas: Padilla, Bravo y Maldonado.”   “A ninguno de los soldados rasos se le hizo prisionero, sino que mandándoles arrojar las armas se les permitió á todos marchar libremente.”
A partir de este momento, el partido de los comuneros pierde toda su fuerza. Aquellos que en todas las poblaciones les habían apoyado, celebran ahora la victoria de los imperiales, y amenazaban a los partidarios de los comuneros.  Valladolid se subleva contra los comuneros, y el mismo ejemplo se siguió en las demás ciudades. El mismo autor que dice esto, no obstante, señala a renglón seguido que había ciudades que esperaban levantarse y vieron truncada su esperanza, y que la desgracia de Padilla afligió a los pueblos.
No obstante, solo Toledo se mantuvo fiel a los comuneros. Todas las ciudades, una tras otra y en tropel se sometieron a la autoridad de los gobernadores.
 “A los doce días de la batalla de Villalar los Virreyes impusieron fuertes sanciones económicas a los pueblos grandes y pequeños que habían militado con los comuneros y les habían facilitado hombres y dineros. A pueblos grandes como Fuentes de Nava y Torquemada les impusieron de multa 300 y 400 ducados respectivamente; a pueblos muy pequeños como Mazuecos de Valdeginate o Baquerín de Campos les ordenaron pagar 60 ó 50 ducados.”  Para hacernos una idea: Un  ducado del S.XVI tenía un valor adquisitivo equivalente, aproximadamente, al que hoy (2014) tienen 60 €.
Tres meses después de los acontecimientos de Villamar, el 17 de Julio, regresa Carlos I a España. Permanecerá hasta 1529, residiendo en Toledo casi un año, desde abril de 1525 hasta febrero de 1526.
El 1 de octubre tras año y medio de dura relación, Carlos V promulga en Valladolid un perdón general que excluye a 293 comuneros. Días antes, había ordenado que fueran decapitados siete procuradores apresados en Tordesillas, así como don Pedro Maldonado en Simancas y el pellejero Villoria en Salamanca. “Se estima que fueron un total de cien los comuneros ejecutados desde la llegada del rey, siendo los más relevantes Pedro Maldonado y el Obispo Acuña.”
Un perdón que en ocasiones, como en Plasencia, significó que no se impusiera ”ningún castigo a los dirigentes locales que apoyaron la causa comunera.”  Pero tuvo más amplitud ese perdón, porque esos 293 que quedaban fuera del perdón general vieron reducida la pena, ya que de ellos, tan sólo 23 fueron ejecutados, siendo que aproximadamente unos veinte murieron en la cárcel, unos cincuenta compraron el perdón y unos cien fueron amnistiados.

El 24 de Enero de 1523 Carlos I promulga una real cédula condenando a muerte y a secuestro de sus bienes a doña María de Pacheco, viuda de Padilla, que huyó a Portugal ”disfrazada de aldeana; y llena de achaques, de sufrimientos, de pena, murió pocos años después en Oporto, olvidada de su aristocrática familia y no perdonada por el emperador Cnrlos V.”

Lo malo del conflicto de los comuneros podremos relatarlo hasta el infinito, y de las críticas no se va a librar absolutamente nadie; lo bueno: el cambio radical de actitud del joven príncipe, que de niñato chulesco y extranjero acaba por convertirse en un campeón de la patria, aprende a tratar y a respetar profundamente a las personas, y se convierte en un dirigente querido por el pueblo que sabe rodearse de buenos consejeros que le animan a abolir sus propios decretos más impopulares, con lo que reafirma su propia autoridad, y abre el camino a un reinado que acabará recordado por sus grandes servicios a la Patria y a la Humanidad, quedando esta mancha para recordar hasta la eternidad que no hay nadie perfecto.







































Girón y Laso de la Vega. Dos actitudes honestas



Pedro Girón


Pedro Girón, noble que había sido desoído por el rey en su reclamación del ducado de Medina Sidonia, se convertiría en el principal bastión de las comunidades… por breve tiempo. Tras haber reclamado infructuosamente lo que estimaba su derecho, en las cortes de la Coruña ejerció su derecho medieval a desnaturarse y enfrentarse al poder real. Ello lo llevaría a ser el máximo responsable de los ejércitos comuneros.
En la cima de su desafuero dirigió un escrito a la Santa Junta lleno de alabanzas, en el que ofrecía: “valeos de mí como consejero, como soldado, y si así os pareciese, tambien como gefe; todo lo desempeñaré con gusto."   En Octubre de 1520 es elegido capitán general de las tropas comuneras (habiendo desplazado a Padilla). Era, sin lugar a dudas, el principal activo de los comuneros; activo que acabarían despreciando, como acabarían despreciando a Laso de la Vega, y a cuantos honestamente militaban en la rebelión.
La Junta, en estos momentos intentaba atraerse a la alta nobleza, por lo que dar el mando de las tropas comuneras a Pedro Girón, auxiliado por el obispo Acuña significaba levantar un banderín de enganche para la nobleza que finalmente se perdería en la nada.
Por error tuvieron los de la Junta el haber admitido a Pedro Girón; por error tuvieron los de la Junta haber admitido la colaboración de los miles de personas honestas que iniciaron el levantamiento y acabaron huyendo de su compañía. Y explicaban su error “en la versatilidad humana y en el anhelo de mudanza á que el malestar conduce. Toda la pericia de don Pero Giron no alcanzaba á servir de contrapeso á la popularidad de Padilla: asociar á éste un hombre entendido que guiara su limpia lealtad y ánimo esforzado por el camino mas corto á la victoria, fuera grave consejo: hubo mala inspiración en sustituirle un gefe popular de nuevo cuño y de insegura constancia.”
Consecuencia del nombramiento inicial de Pedro Girón fue que Juan Padilla se sintiese dolido, y que dentro de la Junta quedase abierta una peligrosa escisión. Pero duró poco la militancia de Pedro Girón entre la sentina; apenas dos meses, ya que tras el fracaso sufrido en Diciembre, cuando los rebeldes perdieron Tordesillas, fue acusado de traición, lo que le impelió a quedar al margen de la confrontación.
En el ínterin, no obstante, dada la autonomía que tenían las tropas comuneras, Padilla se retiró con sus tropas a Toledo.
Fuese cierta o imaginada, la defección de Pedro Girón de las huestes comuneras fue un hecho de gran importancia entre todos los acontecimientos, como lo fue en Octubre su apuesta por los rebeldes. Y la verdad es que, una vez terminado el conflicto, si bien no sufrió castigo de importancia a pesar de tener sobre sí la pena de muerte dictada en Worms, fue exceptuado del perdón general. Tan es así que el almirante de Castilla, Fadrique Enriquez, escribía a Carlos I felicitándose por el abandono de aquel, señalando que “sacalles á don Pedro Giron fue deshacellos del todo por la autoridad grande que perdieron; y ansi mismo porque no les quedó hombre que supiese mover gente gruesa.”
Pero aunque la militancia comunera de Pedro Girón fue corta en el tiempo, sí desarrolló una importante labor a favor de la revuelta; no en vano era el mejor activo con el que contaron los revoltosos; por eso, tal vez, acabaron echándolo. Es el caso que en estos momentos estaba volviendo el ejército que había recuperado la isla de Gelves al mando de Hugo de Moncada, y los dos bandos pusieron sus ojos en los veteranos sin ocupación; ¿quién pujó por ellos? Naturalmente Pedro Girón, que se llevó una buena parte (cuatrocientas lanzas escogidas) ; la otra fue reclutada por el Condestable.
 “Ochenta lanzas armó don Pedro Girón a su costa” , que junto a un ejército compuesto por diecisiete mil hombres se dirigió a Rioseco, donde estaban acuarteladas las fuerzas que apoyaban al rey, que apenas llegaban a los cinco mil soldados. Los junteros habían dejado en Tordesillas, a 40 kilómetros de Medina de Rioseco, una guarda de cuatrocientos soldados. “De la comarca acudían cotidianamente personas de ambos sexos y de distintas edades a ser testigos del triunfo de los comuneros…/… la sed de botín enardecía á la gente comun, rebelde á la disciplina y á su sabor en el pillage.”
Una incursión de tropas comandadas por Girón se acercó a Rioseco y retó a los imperiales, pero no siendo recogido el guante, se retiraron las tropas de Girón ante el desencanto de los junteros. Mientras, el conde de Haro, que se acercaba con refuerzos contra la Junta, aceleró el paso y se unió a los de Rioseco.
“Ante la sorpresa general, el 3 de diciembre el ejército de la Junta, tras abandonar definitivamente Villabrágima, se dirigió hacia el Oeste, en dirección a Villalpando, ciudad del condestable, que atacaron los comuneros y que se rindió sin resistencia. La primera reacción de los señores fue dirigir su ejército a Castroverde a fin de liberar Villalpando, pero en seguida recapacitaron. Las exhortaciones del cardenal Adriano habían dado sus frutos. ¿Iban a hacer prevalecer una vez más sus intereses particulares sobre los del Estado? En efecto, la ocasión les era sumamente propicia para apoderarse de Tordesillas, ya que, al dirigirse hacia el oeste. Girón había dejado libre la ruta del sur, la ruta de Tordesillas. El día 4 se puso en marcha el ejército de la nobleza y ocupó casi sin resistencia las posiciones abandonadas el día anterior por los comuneros. Tan sólo hubo algunas escaramuzas en Villagarcía, pero Castromonte, Peñaflor, Torrelobatón cayeron sin dificultad.”  ¿Fue éste un movimiento de traición?, ¿o por el contrario fue un movimiento de distracción que si hubiese tenido éxito hubiese dejado a las fuerzas reales fuera de combate? Tendiendo en cuenta la actuación que estaban llevando las fuerzas tanto del Condestable como las del Almirante, parece a todas luces acertada la jugada de Pedro Girón. Otra cosa es que, finalmente, no hiciesen lo que era más que previsible que hiciesen y que era ir a defender los intereses particulares del condestable.

Personalmente coincido con Joseph Perez, quién señala que “Paradójicamente, el cardenal Adriano era el único, entre tantos guerreros, en desear entrar en la lucha lo más pronto posible. Los demás no pensaban más que en sus propiedades amenazadas y daban marcha atrás antes de dar el paso decisivo. Villalpando, feudo del condestable, no estaba lejos. Los comuneros debieron pensar que tendrían tiempo suficiente de ocuparlo a placer contando con la pasividad de un enemigo que continuamente vacilaba. Sus cálculos, si es que eran tales, no carecían de fundamento. Fue necesaria la energía del cardenal Adriano para que los militares del bando realista se decidieran a aceptar el combate. Si nuestra hipótesis es correcta, la toma de Tordesillas el 5 de diciembre, no habría sido debida ni a la traición ni a la ineptitud de Girón, ni tampoco al valor militar del conde de Haro, jefe de las tropas realistas. El responsable no sería otro que ese prelado obstinado, celoso en administrar debidamente los ducados de su rey: el cardenal Adriano.”

Por otra parte, la situación denotó la falta de pericia militar (o la sobra de incompetencia) de los comuneros, porque fuese traición o fuese error la acción de Pedro Girón, siempre les quedaba la opción de llevar a efecto una acción militar sobre Rioseco, por cierto objetivo inmediato de los comuneros en esos momentos, ya que en definitiva la situación de la plaza no había variado con la desaparición de las tropas de Pedro Girón, dado que los de dentro seguían estando en inferioridad, inferioridad que había aumentado cuando un importante contingente que previamente estaba en la plaza salió a tomar Tordesillas, a 40 kilómetros de Medina de Rioseco. No, evidentemente no se puede culpar a Pedro Girón de la pérdida de Tordesillas por parte de los comuneros.


El caso es que, pese a la defensa organizada a última hora por el obispo Acuña y sus clérigos, la ciudad cae en manos de los reales y la reina es liberada de los rebeldes. Acuña sale hacia Valladolid en donde penetra con poco esfuerzo echándose la población a la calle para recibirle en triunfo, y tomando presos a un buen número de procuradores de la Junta. Acuña, que se había especializado en la rapiña, llegó a representar al sector más radical del bando comunero, arrasando fortalezas, iglesias, conventos, monasterios y villas. Por otra parte, destaca la actitud de los sectores que ejercían el control sobre el levantamiento comunero, que no dudaban en presentar como victoria lo que era una evidente derrota, como la pérdida de una plaza… y de la importancia de Tordesillas. Pero esa sería una actitud repetida a lo largo de la contienda… y de la que curiosamente encontramos reflejo en otros momentos de la historia.
Algo que también se repite en otros momentos de la historia es la búsqueda de culpables por parte de la chusma imperante. En el caso que nos ocupa Girón de Velasco es acusado de traición por los comuneros, al no haber estado presente en la pérdida de Tordesillas, siendo que estaba en Villalpando saqueando víveres. Mi opinión, a la vista de la actuación posterior de Pedro Girón, es que cometió un error táctico, pero nunca traición. Un error que, a toro pasado es fácil calificar de tal, pero que en las circunstancias del momento, llegando el invierno, parecía una operación prudente en quien iniciaba una campaña militar. En resumen, que fue un combatiente honesto de las Comunidades que en cualquier caso hubiese terminado alejado de la Junta. Pero fue excluido por ellos mismos, dada la incompetencia en que había caído el movimiento.
Por otra parte, como ya ha quedado señalado, la merma total de fuerzas no era significativa, de tal modo que el combate para la toma de Tordesillas fue duro y duró todo el día, hasta que al atardecer un soldado logró entrar en la plaza; curiosamente un soldado natural de Medina del Campo llamado Nieto . Se entablo lucha que posibilitó la entrada por la puerta principal por parte del conde de Haro. Por otra puerta salían los miembros de la Junta que pudieron huir. Nueve de ellos fueron hechos prisioneros; uno de ellos, el doctor Zúñiga, cuya prisión, más que física, fue emocional, ya que voluntariamente desertó de la facción comunera. Debe tener en cuenta que el doctor Zúñiga, que ahora cambiaba voluntariamente de bando, se había significado como uno de los máximos enemigos de Carlos al haber denunciado que éste, Carlos, había usurpado el título de rey a su madre Juana.
Los comuneros no fueron capaces de reconocer su incompetencia, y tenían que echar la culpa de la pérdida de Tordesillas a alguien. A nadie mejor que a Pedro Girón, que había concitado la envidia de las gentecillas como Juan Bravo, que sin tener categoría para brillar con luz propia, flotaba sobre la base triunfante comunera: los parias de la tierra que reclaman algunos, a los que de manera inaceptable se presenta como “el pueblo”. Es el caso que “nada hicieron los gefes sino persistir en sus disensiones: Acuña esquivaba encontrarse con Giron, y, sino siempre los conseguia, harto le manifestaba su indignación negándole el saludo.”
Por otra parte, la defección de Pedro Girón fue seguida por el cardenal Adriano, que escribió una carta al rey señalando que “Don Pedro Girón se ha ido a Peñafiel con toda la gente de caballo que tenía y, aunque según fama ha rompido con la Comunidad, hasta aquí no se ha declarado ni determinado servir con su persona y gente a vuestra alteza, más según entiendo por carta del almirante, el quiere venir al servicio de V. M. con la dicha gente, que serán trescientas lanzas muy buenas, con tanto que V. A. le perdone lo que ha hecho hastaqui y le quite y anulle el pleyto menaje que ha prestado a las comunidades de no ser contra ellas.” Era una apreciación del cardenal que no se llevó a efecto. Pedro Girón nunca luchó contra los comuneros. La primera acción militar que acometería en defensa del reino sería en Navarra contra los invasores franceses.

Por otra parte, nunca antes de los acontecimientos de Villalar pretendió nada Girón cerca del rey. Tras los acontecimientos de Villalar si, Pedro Girón rompió su silencio y solicitó perdón: “Es tener por mayor mal hallarme ausente en la memoria de Vra. M. [...] y agora lo suplico que sy en su juicio mis yerros han precedido a los servicios, que salvando la yntinción como siempre lo estovo en el de Vra. M. la pena y castigo dellos se comute en otra que sea quan grave Vra. M. fuere servido, librándome de la de su olvido pues para mi ninguna terne por tan rezia como esta y para alcançar esta merced no quiero representar servicios que yo aya hecho en mi vida, ni el avella ofrecido y aventurado quiça tanto como otros en vuestro servicio, sino que Vra. M. se acuerde que fuy concebydo y nacido en bra. Fee y he de morir en ella con más firmeza que nadie, y que en meritos de ella merezca ser oydo, y acebtado lo que tengo suplicado.”

Pedro Girón finalmente fue perdonado el 9 de Enero de 1523, siendo enviado a luchar en Orán, y se le restituía la buena fama. “Por quanto en el perdón general que concedimos a las villas y lugares destos reinos [....] exceptuamos algunas personas [...] por averos encargado algunos días como capitán general de la gente de las Comunidades que en dicho tiempo estaba junta con nuestro deservicio. E agora por vuestra parte nos fue suplicado [...] fuésemos servidos de usar con vos clemencia e piedad e perdonaros qualquier culpa que en lo suso dicho tuviésedes [...]. E nos considerando lo suso dicho [...] mandamos usando con vos de la dicha clemencia y misericordia [...] que ayáys de servir y sirbáis en persona en la nuestra ciudad de Orán [...] vos mando que agades e cumplades lo que por el dicho nuestro capitán general [...], y asy damos por ninguna la acusación del dicho nuestro procurador fiscal [...], e alçamos e quitamos de vos toda e cualquier infamia, mácula o defeto en que por razón de lo suso dicho ayáys caído [...] e vos restituymos en vuestra fama, e honra in yntegrim, en el punto y estado en que estaban antes.”

La estancia de Pedro Girón en Orán, donde prestó gloriosos servicios, finalizó después de alcanzar una importante victoria sobre los turcos. Antes de volver a España, “hizo merced de todos sus bastimentos, que eran numerosos, a los soldados de Orán. …/… Es conocido en el Estado de Urueña y fuera de él, que el emperador dio pública muestra de sentimiento cuando murió el 25 de abril de 1531, el día de san Marcos, en Sevilla.”











Pedro Laso de la Vega

Hemos visto a Pedro Laso de la vega elegido representante de la ciudad de Toledo y dirigiendo el levantamiento de los comuneros. Hemos visto a Pedro Laso salir de Toledo y estar en los primeros de responsabilidad del levantamiento. Pedro Laso es así, junto con tantos otras personas físicas alguna de las cuales hemos señalado en este trabajo, una muestra de la honestidad con que nació y creció el levantamiento, y la defección de esas mismas personas también es una muestra de la indeseable deriva que tomó un alzamiento que en principio estaba cargado de razón y de justicia.
Pedro Laso era un hombre justo e inteligente que a estas alturas, dada la catadura moral que estaba triunfando en el bando comunero, sobraba del ámbito de la rebelión comunera. Cuando el 31 de diciembre de 1520 entra Padilla triunfantemente en Valladolid, recuperado su puesto de capitán general tras la expulsión-retiro de Pedro Girón, “Aquel joven toledano Padilla elevado por el necio vulgo para ruina del pueblo y suya, ha sido recibido aquí como en triunfo…/… A Girón y a Laso únicos varones de juicio entre tantos, les llaman traidores…/… Yo compadezco a Padilla, quien me atrevo a vaticinar que se precipitará luego” dice cáusticamente Pedro Mártir. Y es que los de la Junta querían poner de capitán general a Pedro Laso de la Vega, pero la asamblea popular impuso a Padilla, que intentó convencer a las turbas, pero “nada mas alcanzó que irritar doblemente á la muchedumbre, la cual insistió en su primer propósito y en aclamar por gefe de las comunidades á Padilla.”
La defección de Laso de la Vega parece que estaba asegurada dada la deriva del movimiento. No obstante, los historiadores proclives a los comuneros aseguran que “desde allí concibió Laso de la Vega mucha enemistad secreta, no solo con Juan de Padilla, que no se lo merecia, mas con toda la gente de su ejército; y reconcilióse con los gobernadores.”
Llegados a este punto, “Don Pedro Lasso se resolvió en que él totalmente se apartaría de la Junta, con que los gobernadores se obligasen a traer confirmados del Emperador ciertos capítulos tocantes al bien del reino, para los cuales los procuradores se habían juntado, y otros particulares; que la ciudad de Toledo le mandó que procurase cuando vinieron a juntarse en Ávila, que con esto podría dar cuenta de sí a todo el reino, y cumplía con su reputación, pues le otorgaban todo, o lo más, sobre que se habían juntado; y de esta manera él haría cómo la Junta se deshiciese, o sacaría la mayor y más principal parte de los procuradores que en la junta estaban y aun parte de la gente de guerra, y ordenó los capítulos conforme a la intención de su ciudad, y asimismo otros algunos de cosas que en particular a él tocaban.”  Las condiciones solicitadas por Lasso, finalmente, no eran otras que las que tan justamente habían iniciado la revuelta, y las impuestas, que Lasso sacase “de la Junta del reino los procuradores de Segovia, Ávila, Madrid, Murcia y algunos de los de Toledo, y sacar parte de la gente de pie y caballo, y entregar parte de la artillería o la más que pudiese.”

A primeros de 1521, cuando la desconfianza sobre Pedro Laso era ya manifiesta, la Junta determinó que debían asignar capitán de la ciudad;  “la Junta nombró a don Pedro Lasso, y él pidió tiempo para mirar si lo acetaría. Y los que tenían mala voluntad a don Pedro Lasso comenzaron a publicar que le habían hecho general y que no convenía, porque era ya sospechoso, y traía tratos con los gobernadores para venderlos; que el que convenía era Juan de Padilla. De tal manera se divulgó esto, que el pueblo todo se comenzó a alterar contra don Pedro; llegando a términos que don Pedro y los que con él estaban se vieron en peligro y se apercibieron, entendiendo que los combatirían en sus casas.”

Con fecha 10 de Marzo, “Comenzó don Pedro Lasso a tratar con algunos caballeros y procuradores de la Junta de la paz, y de reducirlos al bien y tranquilidad del reino, pues fue el fin con que se levantaron y juntaron…/…Los de la Junta, como estaban algunos de buen propósito, visto que don Pedro Lasso siendo de los más principales de todos era de aquel parecer, acordaron en ello, y nombráronle a él y al bachiller Alonso de Guadalajara, procurador de Segovia, para que fuesen en nombre de todos a Tordesillas, y luego avisaron a los caballeros de Tordesillas para que ellos nombrasen y viniesen sus nombrados a Prado, como estaba entre ellos convenido; y los unos a los otros dieron seguro para poder ir sin peligro ni recelo.”

Estos acontecimientos, aunque lógicamente secretos, eran conocidos a grandes rasgos, y sin identificar exactamente, por la Junta, que sospechaba de Pedro Laso, y que extremó los controles. “Estando, pues, las cosas en estos términos, acordaron los capitanes de las ciudades, el obispo de Zamora y Juan de Padilla, de sacar la gente de guerra en campaña, para estorbar la ida de las caballeros a Tordesillas; y que no se tratase de concierto alguno, y procurar destruir algunos lugares e haciendas de los caballeros que estaban en Tordesillas.”

Por estas fechas, ya muchos que habían apoyado la revuelta, entre ellos gran cantidad de religiosos, habían pasado a engrosar la quinta columna de Carlos. Fue justamente esta quinta columna la que hizo posible la defección de Pedro Laso, haciendo de correo y evitando situaciones de verdadero peligro para la vida del mismo.

Cuando el 22 de Abril Padilla estaba encerrado y acosado por el duque de Haro cerca de Torrelobatón, Laso de la Vega, los procuradores de Segovia y de Murcia ya estaban del lado del Almirante “y como las cuidades veian pasar de un campo a otro lo mas granado de la junta, se movia cizaña entre sus vecinos; y muchos empezaban á predicar la sumisión al emperador de Alemania. Del ejército de las comunidades fuéronse tambien para el de los gobernadores Lope Alvarez Osorio, Luis de Herrera, Gomez Agraz y Pedro Dallo, capitanes con mucha gente de armas.”


Sublevación de las Germanías






Mientras Toledo estaba calentando motores para la revuelta enviando cartas a las otras ciudades castellanas para que se negasen a atender los requerimientos del que en estos momentos llamaremos Carlos de Gante, también en Valencia se estaban movilizando las comunidades o Germanías. No obstante, la movilización no estaba ni conectada con la revuelta castellana ni provocada por los mismos motivos, hasta el extremo que, si bien de forma involuntaria, fue apoyada por la corte, al haber repartido armas entre los agermanados.
La revuelta de las Germanías en Valencia y en Baleares, estaba dirigida contra la nobleza y los grandes mercaderes. Fue según relata Eusebio Martínez de Velasco, una “explosión de odio de las clases populares, venganza cruel contra los nobles que les oprimían, les vejaban, les escarnecían con infame complacencia.”

Los observadores del momento eran conscientes que el fuego de la revuelta podía prender en Valencia en cualquier momento; algo que Pedro Mártir de Anglería declara en el escrito que remitió con fecha 1 de Diciembre de 1519 a los marqueses de Vélez y Mondéjar.  Y repite en escritos posteriores a lo largo del mes de Diciembre, donde deja señalado el ambiente de sublevación.

No se equivocaba Pedro Mártir. Pronto empezaron los desmanes en Valencia; asaltos y asesinatos sin castigo comenzaron a sucederse. “Éstos y otros desórdenes hizo éste pueblo antes que el Emperador saliese de España, y los nobles y caballeros le avisaron de ello. Remitíase a Xevres, y como sus cuidados eran más por irse con su tesoro que por el remedio de España, no curó dello.”

A todo ello se unía que Francisco I de Francia procuraba para sí la corona del imperio, intentando sobornar a los electores. Conocedor Carlos de estos extremos, aceleró su marcha a Aquisgran. No en balde debía tratar con urgencia con el banquero alemán Jacobo Fugger, quién había adelantado importantísimas cantidades de dinero con las que procedió al soborno de los electores.
Aparte la cuestión social, principal motor de la revuelta, la situación política de Valencia era más que delicada. Se esperaba que Carlos se hubiese acercado a las cortes para jurar los fueros valencianos, pero al abandonar su periplo tras las cortes de Barcelona, dejó a los valencianos con evidente disgusto que pudo aplacarse con los intentos llevados a cabo por Alejandro de Utrecht.
Valencia, que no había vistos jurados sus fueros, manifestó que “si el rey abandonaba á España, ellos á nadie obedecerian, no cumplirian las órdenes de nadie, ni pagarían contribución alguna”

La situación era grave; cronistas de la época señalan que “la situación de las clases populares en el reino de Valencia era tan desgraciada, que éstos, odiando en silencio á los nobles por sus viles actos, se veían obligados á excusar toda demanda de justicia, porque eran desatendidos, castigados y maltratados; «hecho caso (dice el cronista), de que si un oficial hacía una ropa, los caballeros le daban de palos porque pedía que le pagasen la hechura; y si se iba á quejar á la justicia, costábale más la querella que el principal;» y aun llegó la osadía de los nobles á tal extremo, que «hubo magnate (añade otro historiador) que arrebató á una desposada al salir de la iglesia, de entre las manos de su marido y de sus padres.»”

Nuevamente la nobleza por sus fueros. Y estaban llegando a situaciones que no se habían conocido en España durante la Edad Media, cuando gracias a los fueros, el derecho de los nobles había sido contenido gracias a la acción de la corona, que también en ocasiones, como con Pedro III, tuvo serios conflictos con los nobles, ante los que tuvo que concederles en 1283 el Privilegio General. Esa misma casta nobiliaria, unos años más tarde, en 1287, también lograron obtener de su sucesor Alfonso III el Privilegio de la Unión; privilegios que iban en evidente detrimento del pueblo.

Privilegios que, con esfuerzos, eran recortados, pero que en estos momentos estaban ejercidos ante el vacío de poder, y el pueblo pagaba las consecuencias.

Es el caso que en 1519, y como método de defensa ante la piratería berberisca, se permitió armarse a los gremios, que en febrero de 1520 hicieron un alarde militar, y consiguiendo cierto control del poder municipal al haber huido la nobleza de un brote de peste ocurrido en el verano de 1519.

Y Pedro Mártir, con fecha VI idus Januari 1520, en carta al Canciller mayor, señala que “el vulgo se ejercita en las armas los dias festivos. Ya no obedece a ningún magistrado real. Hai cuarenta y ocho artes mecánicas y cada una tiene dos jueces que llaman Syndicos. Cuando estos llaman, se reúnen, sino, no. Inferid lo que saldrá de aquí.”

En 1520 se produjeron motines que llegaron a liberar presos y a asaltar las casas de las autoridades. Y todo, trufado de actos de verdadera crueldad que dieron inicio con la quema de un muchacho acusado de homosexualidad: “habiendo sido acusado de nefando vicio, por la voz pública, cierto jóven artesano, panadero de oficio, las turbas se apoderaron del infeliz, y le arrastraron por las calles hasta el sitio de las ejecuciones, y le arrojaron, con vida todavía, en una hoguera.”  Luego iniciaron una persecución de los nobles, dándose el caso que en Murviedro fueron pasados a cuchillos hombres mujeres y niños.

A ejemplo de Murviedro se agitó Mallorca. Atacaron el castillo de Bellver el 29 de Julio, asesinando al gobernador y quienes encontraron. El cabecilla, Crespi, fue asesinado por quién le sustituyó, Francisco Colom, que demostró gran habilidad en el robo y el asesinato. El asunto de las Germanías en Baleares acabaría en pocos meses, cuando el nuevo virrey lo tomó preso y mandó ajusticiarlo.

La revuelta en Valencia alcanzó cotas de gran alarma, instigado el pueblo por el cabecilla llamado Guillem Sorolla, que organizó un ejército de tres mil revoltosos, atacaron las instituciones, haciendo que el virrey hiciese huir a su familia a Denia. El tumulto fue finalmente apagado gracias a las artes del obispo de Segorbe, que logró convencer al cabecilla, y ello salvó Valencia. Pero no acabó ahí la revuelta, que se recrudeció con asesinados individualizados de personas de toda condición que manifestasen su disconformidad, y se extendió por todo el reino de Valencia, menos por Morella, donde se les plató cara.

Sorolla, “grandísimo bellaco y atrevido, el cual, entre otras maldades que hizo, fue subir a la sala de la ciudad cuando se trataba de elegir jurados, y entre otras cosas que dijo a los del regimiento de parte de la Germanía fue que si no hacían lo que allí les decían, que era meterlos en el regimiento, que aquellos ladrillos habían de manar sangre. Y cumplióse esta amenaza, porque los jurados hicieron la elección conforme a los fueros y costumbre de la ciudad, y el pueblo se indignó tanto, que hizo los desatinos que aquí veremos.”

La consecuencia fue que Carlos I, más preocupado de su coronación como emperador que de otros asuntos, prohibió que los gremios tuvieran armas, lo que abocó a una situación más radicalizada, y adquiriendo matices antinobiliarios. Se cumplió el célebre dicho “orden más contraorden igual a desorden”.

Los agermanados se sublevaron y expulsaron al virrey, Diego de Mendoza, a quién siguió toda la nobleza y sus familias. A Valencia siguió Játiva, Orihuela, Alcira, Alicante, Elche… siendo que la revuelta tomó caracteres antinobiliarios. Al revés que en Castilla, entre las filas de los agermanados no había representantes de la nobleza.

Pero con las Germanías pasó como con las Comunidades: acabaron en manos de la baja escoria social; si la alta escoria social eran los nobles, la baja escoria social era la chusma, y como tal actuó.“Vinieron á reproducir escenas parecidas á las de la Union, y en ódio de los nobles asesinaban á los moriscos sus vasallos. Pero ni el Virey ni los nobles se portaron con la conveniente lealtad, ni desplegaron gran brio sino para defender sus intereses.”

Y en medio, el pueblo, abandonado de quién debía protegerlo: el rey, que, para no confundirnos, a todos los efectos, y situándonos en el momento histórico, el rey es el estado, como los nobles son los partidos políticos, en correspondencia directa con el momento actual.

Mientras los esfuerzos por acabar con las comunidades se centraban en Toledo, seguían los enfrentamientos en Valencia. Los agermanados, que a mediados de 1520 se habían hecho con la ciudad de Valencia, y que en febrero de 1521 habían extendido la sublevación a Mallorca, derrotan al ejército real en Gandía, a partir de cuyo momento se radicalizaron. Tanto en Valencia como en Mallorca proceden a una dura represión del estamento de los caballeros.
Pero sus víctimas no fueron sólo los nobles, sino quienes se oponían, aunque fuese someramente a sus desmanes.“Desde el comienzo, los agermanados presentaron una acusada actitud antimorisca, obligando a los mudéjares en tierras de señorío, a convertirse al catolicismo. Las embajadas enviadas al monarca chocaron con la actitud de éste, que exigía el retorno del virrey, y también con la resistencia de ciudadanos y caballeros, por lo que se llegó por fin a un abierto enfrentamiento. Con la derrota de Almenara comienza para los agermanados el principio del fin. Los cargos municipales volvieron a manos de ciudadanos y caballeros. En octubre de 1521, el virrey entró triunfalmente en la ciudad, y el caudillo de los agermanados, Vicente Peris, debió retirarse a Játiva, desde donde retornó a Valencia con la intención de sublevar nuevamente la ciudad, pero pagó con la vida el intento.”

En Septiembre de 1521 las fuerzas de los sublevados, comandadas por Vicenç Peris fueron derrotadas en Sagunto. A la derrota le siguió una represión, principalmente de carácter económico.

Los amotinados decretaron la supresión del pago de impuestos, y posteriormente se produjeron saqueos y el incendio del arrabal de los moriscos, a quienes obligaron a bautizarse.

La crueldad se hizo manifiesta entre los agermanados en muchas ocasiones, pero es de destacar la llevada a cabo, precisamente por Vicente Peris tras su victoria sobre el conde Melito. “como en esta acción de Biar auxiliasen al virey hasta dos mil moriscos de la comarca, que se habian puesto al lado de los nobles en la revolución de las Gemianías, y fuesen hechos prisioneros casi todos, el cruel Vicente Peris les hizo bautizar, con promesa de perdonarles la vida, y luego los acuchilló despiadadamente, sin que se salvara uno, exclamando con horrible cinismo: «Así se dan al cielo muchas almas, y á las bolsas de los agermanados mucho dinero.»

Finalmente serían vencidos por el marqués de los Vélez (quien luego jugaría un papel importante en la rebelión de las Alpujarras), en el mes de Agosto, quedando inoperativas las Germanías en una amplísima zona que ocupaba la práctica totalidad de la actual provincia de Alicante y otras zonas, como Onda, la ya citada Morella, y la misma Valencia.

Les seguía quedando a los agermanados Alcira, Onteniente y Játiva, plaza donde el marqués de Zenete aplicó horrible castigo al haber sido traicionado por Vicente Peris que, vencido, apresó a quién iba a tratar la entrega de la ciudad.

En Valencia se estaba llegando al fin de las Germanías. Pero una última revuelta se produjo en Valencia el 18 de febrero cuando las tropas iban a apresar a Vicente Peris, que tuvo un lamentable final, ya que fue sacado de sus prisiones por algunos soldados, y cruelmente asesinado y profanado y descuartizado su cadáver.
Este cruel acontecimiento revitalizaron la lucha encabezada por un misterioso “Encubierto” que se hacía pasar por el difunto príncipe Juan, y que resultó ser judío, que en Alcira reanudó la lucha, siendo asesinado por sus propios parciales.
En otro momento y lugar profundizaremos en este asunto. Lo aquí señalado es una breve reseña por la coincidencia temporal del conflicto de las Germanías con el de los Comuneros.





























CONCLUSIONES








Al amparo de los tiempos pasados, de la desinformación y del catalizador romántico de la misma, el liberalismo, surge hoy un culto sensual ante el movimiento comunero. Aquí hemos intentado conocer qué sucedió en esos momentos. En ocasiones nos hemos sentido identificados con los comuneros. Repasando los primeros años de Carlos como rey, no podíamos sino alinearnos con la inminente revuelta, pero el desarrollo de los acontecimientos nos hace alejarnos de unas posturas que, siendo presentadas como supuestamente populares parecen pretender que lo popular es lo sucio, lo inculto, lo bajo, lo vulgar, y eso, al parecer, es lo mismo que en su momento detectaron quienes desde la honestidad colaboraron en el inicio de la revuelta y acabaron abandonando el movimiento comunero, e incluso apoyando a quienes defendían los principios de quien ya sí, en ese momento, era el rey Carlos I de España.

Ya hemos expresado los puntos que consideramos positivos en el movimiento; los mismos que son ignorados por quienes hoy, ahítos de incultura, reivindican como propios los aspectos más viles del movimiento; los únicos que pueden reivindicar, ya que los más nobles fueron asumidos en su momento por Carlos I.

Por otra parte, si la revuelta comunera ha dejado algo en la memoria popular es, sin lugar a dudas, el nombre de los tres capitanes que pagaron con su cabeza las culpas ajenas y el propio atolondramiento.

No vamos a hacer una biografía de estos personajes, sino que tan sólo vamos a esbozar su actuación en la revuelta comunera junto a la de otros personajes que sin dudar tuvieron mayor relevancia; algo breve, como breve fue, al cabo su significación fuera del romanticismo propio del nacionalismo en el que están incluidos, y vamos a significar que su relevancia cultural, social, militar… no tiene base alguna; se limita a los intereses particulares de aquellos que se dedican a hablar de ellos.

“Padilla, Bravo y Maldonado, pues, por convención de la circunstancia histórica, han sido liberales, progresistas, republicanos, cuando no estandartes del fulgor autonomista. Como figuras de repercusión se han instalado a perpetuidad en la conveniencia del momento, a veces de manera extravagante, a veces de manera solaz, hasta borronear incluso el verdadero aspecto que alguna vez poseyeron. Pero más allá del mito, que se antoja caprichoso a la hora de domeñar los vaivenes de la interpretación histórica, queda casi siempre, incólume, la pieza del pasado, el testimonio del coetáneo, el documento locuaz, la verdad de la historia.”

Lo curioso es que si nos alejamos de esos tópicos, nos encontramos con… nada. Nada excepcional. Sencillamente se trata de un grupo de personas que, como toda persona, tenían sus ambiciones, sus virtudes, sus defectos, sin destacar en ninguno de ellos. ¿Que tal vez destacaron en el defecto que les costó la cabeza? Tal vez, pero tal vez eran tan poco brillantes que el haberles cortado la cabeza también fue un error estúpido. Eran, en cualquier caso, y por ejemplo, distintos y de peor calidad intelectual que Pedro Laso de la Vega, y tal vez por ello las masas los encumbraron. Y todo parece indicar que eran de una condición moral muy superior a la del obispo Antonio de Acuña. Pero en cualquier caso, este artículo no va a profundizar en esos aspectos, sino que se va a limitar al momento histórico de la revuelta comunera.

Es el caso que el 29 de julio de 1520 se constituye en Ávila la Santa Junta del Reino o gobierno revolucionario. Participan en las reuniones delegados oficiales de Segovia, Salamanca, Toro y Zamora, así como representantes oficiosos de otras ciudades castellanas. El caballero toledano Pedro Laso de la Vega es elegido presidente de la Junta. El también toledano Juan de Padilla es nombrado jefe de las tropas comuneras.

Por supuesto, tanto Laso de la Vega como Acuña, estaban intelectualmente por encima de los mediáticos y mediocres Bravo (nieto de conde de Monteagudo, casado con María López Coronel, nieta de Abraham Senior), Padilla, (Hijo de un capitán de milicias, casado con María Pacheco, de la linajuda familia de los Hurtado de Mendoza) y Maldonado (señor del Maderal).
Démonos cuenta que al hablar de las comunidades estamos hablando permanente de ciudad; sólo hablamos de campo cuando es campo de batalla, y todo porque las comunidades constituyeron un movimiento puramente ciudadano. Los acontecimientos se caracterizan “por su desarrollo exclusivo en las ciudades, con despego o indiferencia por parte del entorno rural como así se acusaría a lo largo del conflicto; producto de las masas bajas urbanas.”

Por supuesto, y contrariamente a lo afirmado por el ilustrado Antonio Ferrer del Río , entiendo que el pueblo no sucumbió en la anarquía. Y ello gracias al giro intelectual que tuvo Carlos I, y gracias al giro, si no ideológico sí metodológico, que tuvieron los responsables primeros, ya que no principales, de la revuelta comunera (pensemos por ejemplo en Pedro Laso de la Vega).

Debemos reconocer en el bisoño Carlos de Gante (me niego a reconocerlo como Carlos I hasta después de 1522) una insana impaciencia que, no obstante, tiene antecedentes históricos. “Recordemos que la historia de Castilla y de Aragón ofrece ejemplos de tan desordenada impaciencia, en dos príncipes ilustres: Don Sancho IV el Bravo, alzándose en armas contra el derecho y el testamento de su padre Don Alfonso X el Sabio, y Don Jaime I el Conquistador, dirigiéndose á las ciudades aragonesas como rey, sin haber sido reconocido por las Cortes, y sin haber prestado juramento de guardar y hacer guardar los fueros del Reino; pero en ambas ocasiones las consecuencias fueron bien funestas: en Castilla, una larga y sangrienta guerra civil, además del vergonzoso espectáculo que presentaba un príncipe, rebelado contra el rey su padre en Aragón, sometido á la influencia de la oligarquía de los ambiciosos nobles, las primeras manifestaciones de la Union.”  Tres biografías que empezaban su reinado de modo revuelto; la de Carlos, afortunadamente se parecería más a la de Jaime I que a la de Sancho IV.

Es el caso que, hecha la salvedad histórica respecto a conflictos sucesorios precedentes, y volviendo al hilo de la cuestión, Juan de Padilla, capitán del ejército, emparentado por matrimonio con la familia Pacheco (María de Pacheco era hija del Conde de Tendilla y de Francisca Pacheco, hija del marqués de Villena, y hermana de Diego Hurtado de Mendoza), quedó convertido en el caudillo indiscutible de la rebelión comunera, no por méritos militares, sino por simpatías populares que pasaron por encima de quienes tenían más méritos.
El 29 de agosto de 1520 el ejército comunero es recibido triunfalmente en Tordesillas con Padilla, Bravo y Zapata a la cabeza. Los caballeros comuneros visitan por vez primera a doña Juana. La reina nombra a Padilla general de sus ejércitos y le pide que la Junta se reúna en Tordesillas. Pero en Octubre, la Junta decide dar el mando del ejército a Pedro Girón, que lo será por corto plazo, ya que el 5 de Diciembre son expulsados los comuneros de Tordesillas y Pedro Girón es acusado de traición.
El 25 de enero de 1521 la Junta decide consultar a Padilla sobre la eventualidad de una tregua. Padilla se opone, y el 5 de febrero realizaba una acción de devastación; las tropas de la Junta ocupan Mucientes, y el 7 de febrero destruye la fortaleza de Cigales para impedir que caiga en manos de los realistas, por lo que no dudó en quemar las grandes reservas de trigo allí acumuladas; “cortaron almendros y todos los árboles de la aldea”.  Este tipo de salvajadas sirvieron para sembrar todavía más discordia entre el sector humano que se mantenía fiel a los principios honestos del movimiento comunero, y el sector “lumpen” que se había hecho con el control efectivo del movimiento, y que no tenía ningún escrúpulo. Era, en muchos aspectos, lo más cercano a la nobleza.
A partir de este momento se acelera la vida de Padilla; si el 7 de febrero destruye la fortaleza de Cigales , el 17 sale de Valladolid para Zaratán; y el 25, tras tres días de combates, las tropas comuneras logran penetrar en Torrelobatón que se rinde a Padilla.
Tras mes y medio de relativa tranquilidad de Padilla, el 15 de abril acampa en Peñaflor, a una legua de Torrelobatón, el ejército de los nobles; el 17, el ejército real se refuerza con la llegada del condestable al frente de sus tropas, y el 23, de madrugada, sale de Torrelobatón hacia Toro el ejército comunero al mando de Padilla. Al final de la tarde, el ejército real le da alcance, derrotándole en Villalar.
El día 24,  sin proceso alguno, los jefes comuneros son condenados a muerte. De madrugada, son decapitados Juan Bravo y Juan de Padilla. Horas después, lo es también Francisco Maldonado.
El día 26 llega a Toledo un servidor de Pedro Laso con la noticia de la derrota de Villalar. Pese a no darle crédito, María de Pacheco ordena que se refuercen las defensas de la ciudad.
Paralelamente había discurrido la actividad de Antonio de Acuña, un personaje particular en extremo, y del que ya hemos tratado a lo largo del presente trabajo, en otros capítulos. No vamos a aportar nada nuevo; sólo unas pinceladas para dibujar a quién probablemente fue el personaje más característico de la revuelta, por supuesto por encima de Bravo, Padilla y Maldonado, los mártires por excelencia de la misma.

El obispo Acuña era hijo de Luis Osorio, obispo de Jaén, y hermano de Diego de Osorio, corregidor que fue de Córdoba. Hombre de carácter y extremadamente ambicioso y falto de escrúpulos, había sido excomulgado.

En 1506 es nombrado obispo de Zamora, desde donde se dedica a enriquecerse a costa del patrimonio de la iglesia, y conoce los primeros enfrentamientos con quién seguiría enfrentándose en la guerra de los Comuneros, y acabaría ejecutándolo: el juez Ronquillo.

Comenzado el levantamiento de los Comuneros, Acuña toma parte de manera directa al frente de un ejército compuesto por cuatrocientos sacerdotes, llevando a cabo osadas acciones y arrasando por donde pasaban.

Participa en las ocasiones importantes de la guerra, mirando siempre por sus intereses, que se vieron afectados directamente el 6 de Enero de 1521 cuando Guillermo de Croy, el sobrino del “Capro”, el consejero de Carlos de Gante, depredador de la economía española, muere en Worms al caer de un caballo.

Y es que este personaje, desde el 14 de noviembre de 1517, y contra todo derecho, había sido naturalizado español para hacerle días después, a los veinte años de edad, arzobispo de Toledo.

Llegada al conocimiento de Acuña la muerte de Guillermo de Croy, se puso de inmediato camino de Toledo, en busca de lo que ambicionaba: ser coronado arzobispo. Pero camino de su coronación devastaría los lugares por los que pasaba; “las víctimas denuncian en términos vehementes el vandalismo, los actos de  bandidaje cometidos durante esta campaña. AI paso del obispo —escribía el cardenal— se roba, se desfigura a las gentes, se cometen asesinatos, se roba en las iglesias, se martiriza a los clérigos y se cometen actos de herejía inusitados. Citemos como ejemplo, el resultado de la acción de las tropas en Fuentes de Valdepero: un millar de personas, procedentes de Medina del Campo, invadieron la aldea. A su frente marchaba un tal Larez, capitán del obispo. Todo fue saqueado, los bosques destruidos. Las pérdidas ascendieron a 20.000 ducados. No contento con esto, Acuña se apoderó de los señores del lugar, el doctor Tello y su yerno, Andrés de Ribera. A continuación se dirigió contra Cordovilla, propiedad del conde de Castro, prendiendo fuego al castillo.”

Finalmente, Acuña se presenta en Toledo el 29 de marzo tras haber sufrido una derrota a manos del prior de la Orden de San Juan, Antonio de Zúñiga. Al enterarse los toledanos le llevan en triunfo a la catedral y quieren proclamarle arzobispo, mientras los parias de la tierra naturales de Ocaña vengaron la derrota de Acuña en un pobre hombre, soldado de los comuneros, al que torturaron, apedrearon colgaron en la horca y posteriormente quemaron al haber sido acusado de haber “avisado á Zúñiga por señas” . Resulta ofensivo que a semejante horda se la titule “pueblo”.
Todo un ejemplo de un pastor de la Iglesia… que acabaría siendo coronado arzobispo, conforme a su voluntad el 9 de Abril, catorce días antes de la jornada de Villalar.
Bajo la presión popular, los canónigos de Toledo se ven obligados a ceder a Acuña la administración del arzobispado“la gente alborotada continuó pidiendo, y el cabildo negando la mitra arzobispal para Acuña. Acaso éste pensó en amansar á aquellos, de quienes esperaba el voto, cercándolos por hambre, y los tuvo sin comer ni beber treinta y seis horas.” . Una irregularidad sin parangón, que los palmeros de los comuneros justifican como un hecho sin importancia llevado a cabo por unos extremistas, pero que en ningún caso puede ser llevado a efecto sin la anuencia del interesado: a la sazón, Acuña. Debemos contar, además que “entre el bullicio movíanse frenéticos muchos sacerdotes é inflamaban el temerario propósito del vulgo” .
Y es que Acuña sabía mover muy bien sus posibilidades, aún en las peores condiciones, como eran las que vivía, tras los acontecimientos de Villalar. “A ambos lados del Tajo, se encontraba un ejército prácticamente intacto que, bajo el mando del obispo Acuña, parecía dispuesto a no conformarse con una solución pactada al conflicto. Además, apenas quince días después del episodio de Villalar, el 10 de mayo, tropas francesas habían invadido Navarra. Era el momento de resistir a la presión militar del bando realista, en ese momento atacado por dos frentes. Además, la ciudad parecía reaccionar de su conmoción inicial al saber las noticias del ajusticiamiento de Juan de Padilla, y desechaba la idea de la rendición incondicional”.

Pero después de todo, “el análisis militar revela, ante la total falta de iniciativas y consistencias bélicas, la correlativa cortedad de alcances y contenido político del levantamiento.”  Todo, así, incluido el carácter militar, fue erróneo en el planteamiento de los insurrectos.

Erróneo y perverso por las alianzas que alcanzaron. Francisco I de Francia, como ya hemos visto, estaba interesado en quedarse con Navarra, y conforme al tratado de Noyon, además España debía pagar a Francisco I de Francia un tributo humillante. Todo se vino abajo en sus expectativas cuando Carlos de Gante pasó a ser efectivamente Carlos I, por lo que varió el ámbito de sus alianzas, llevándolas a cabo con los comuneros.

“Francisco I de Francia no quiere desaprovechar la ocasión de dar un golpe a su mortal enemigo y se pone en contacto con los jefes Comuneros, al tiempo que ofrece a Enrique II de Albret, el nuevo rey de Navarra, hijo de Juan de Albret y Catalina de Foix, ya fallecidos, un poderoso y bien armado ejército que al mando de André de Foix, señor de Asparrós, entra en Navarra el 10 de mayo de 1521. Mientras el rey Enrique de Navarra, con los efectivos que ha podido reunir en el Bearne y sus otros estados franceses, espera en la Baja Navarra dispuesto a intervenir cuando sea necesario.”

Así, en Mayo de 1521, Francisco I de Francia, conocedor de los conflictos existentes en España, y que por los mismos habían sido retirados los cañones de Navarra, “haziendo grande exercito de gente de armas y de ynfanteria en su fabor contra las fronteras del ducado de Lucenburgo, y confiando en las discordias y movimientos destos Reynos, ynbió so color de faborecer a don Enrrique déla Brit, mucha gente de armas de pie y de caballo y artillería nescesaria, y conella a Mos Farros por su capitán general, sobre el Reyno de Nabarra, el qual conella le tomó, y de hecho ocupó e puso cerco sobre la cibdad de Logroño, sobre la qual estubo hasta quelos visorreys destos Reynos fueron sobre él, y al fyn por los dichos bisorreys y el duque de Najera, visorrey del dicho Reyno de Nabarra y capitán general del, y los otros grandes y caballeros e otras gentes destos Reynos, a vista de Panplona con glorioso vencimiento de vatalla canpal, fueron desbaratados y presos el dicho capitán general y rrecolirado el dicho Reyno y los otros capitanes e gentes del dicho Reyno de Francia que con él venían, muertos e presos, e su artillería tomada, cosa muy acostunbrada de hazer enestos Reynos con franceses”.

El 10 de mayo los franceses invaden Navarra y la toman sin enfrentamiento serio, llegando hasta Logroño; no en vano habían quedado desguarnecidas las defensas, dedicadas a combatir a los comuneros. “La regencia de Castilla, ante la gravedad de la situación, ordena al virrey de Navarra, duque de Nájera, que envíe todos los efectivos militares que pueda reunir, lo que hace que en marzo de 1521 no queden en todo el Viejo Reyno más que 250 veteranos y dos compañías de jinetes.”  También por Aragón acudió un ejército al mando del Justicia Lanuza, ante cuya embestida, las tropas francesas retrocedieron. En esta campaña resultó herido Iñigo de Loyola, que se encontraba defendiendo Pamplona.

Antonio de Acuña se escabulló de Toledo y huyó al amparo de la noche, dirigiéndose a Pamplona, al amparo de los invasores franceses, pero fue interceptado y preso. Llegado este punto, se pospuso la toma de Toledo y se atendió la expulsión de los franceses de Navarra; operación rápida que permitió volver a actuar sobre Toledo.

Ante esa situación, fracasado el intento del obispo Acuña cerca de Francisco de Francia, María de Pacheco, viuda ya de Juan de Padilla, “con el apoyo popular radicalizó su postura en contra de las tropas realistas y se atrincheró en el alcázar.”   Un rosario de crueldades se iniciaba en Toledo con dos supuestos malversadores de las pagas del ejército, que “fueron asesinados a estocadas y arrojados sus cadáveres del muro abajo. Con gritería salvage é intencion malvada se apoderaron los muchachos de ellos y á la rastra los bajaron á la vega para quemarlos y aventar las cenizas.”  Pero sólo sería el principio. Les siguieron quienes fueron estimados culpables del desastre de Villalar, y aún se puso freno a la sangría gracias a la intervención del marqués de Villena, tío de María Pacheco, que acabó marchándose a primeros de Mayo “convencido de la inutilidad de su estada entre gente propensa al bullicio.”
Mientras, se ultimaba la campaña de Navarra contra los franceses. Se encontraba en esta campaña Pedro Girón, que desarrolló una actividad digna de encomio y fue herido tras haber perdido su caballo. El rey no le contestó a su petición de perdón, pero tampoco ejecutó la pena de muerte que pesaba sobre él.

Vencidas las tropas invasoras, se encontró en poder del capitán Asparros una carta de Francisco I de Francia que decía: “Mucho placer hemos tomado de la toma del reino de Navarra, y de haber pasado el ejército el rio Hebro. Prosigue tu empresa, y siempre ten inteligencias con la gente comun de Castilla, que no te podrá faltar.”
En la contraofensiva planteada contra la invasión, toma especial relevancia Medina del Campo, que tras la jornada de Villalar se presentó como la más fiel al rey, y ofreció quinientos escopeteros. Curiosamente, Medina del Campo no pagó la multa que, como hemos señalado le fue impuesta a otros pueblos y ciudades. Contrariamente se le pagaron 500.000 maravedís (unos 1400 ducados, o unos 90.000€  de hoy).  También acudió a la ofensiva contra la invasión francesa expediciones de soldados de Valladolid, entre los que se contaban algunos junteros.
Estas veleidades de los comuneros con Francisco I de Francia, manifiestan traición a la Patria. A toro pasado podrían ser fruto de la mente calenturienta de algún parcial, pero da la coincidencia que son señaladas en plena contienda por Pedro Mártir, que residía en Valladolid, en su carta fechada el 8 de Noviembre de 1520.  Meses antes de ser llevadas a efecto.

El 17 de agosto, en la aldea de Olías, mil quinientos comuneros toledanos que habían efectuado una salida en busca de víveres libran batalla con las tropas imperiales. Los comuneros pierden mil hombres. Entre los heridos del ejército imperial se halla el poeta Garcilaso de la Vega, hermano de Pedro Laso. En el ejército que acometía Toledo figuraban muchos que habían abrazado la causa comunera cuando ésta era justa; entre ellos, dispuesto a liberar Toledo, nada menos que el doctor Juan Zumel, que tanto, y con tanta razón se había significado en las demandas de las cortes de Valladolid. Y otro que nunca estuvo con los comuneros, Gutierre Lopez de Padilla, hermano del caudillo de los comuneros.
Controlada la amenaza francesa en Navarra, el 1 de septiembre comienza el bombardeo de Toledo por la artillería real, y el 16 de octubre, a las puertas de Toledo, un ejército comunero que regresaba de una salida cargado de provisiones, se ve obligado a batirse dejando quinientos muertos sobre el terreno.
Dentro de Toledo, el terror aumentaba, ya que estaba “siendo mas cruel la guerra interior que la que se hacia fuera, y atreviéndose ya muchísimos á ir de barrio en barrio y de puerta en puerta solicitando á la plebe, prometiéndole la impunidad, y amenazándola por el contrario con terribles tormentos y con la confiscación de los bienes.”
La resistencia de Toledo tuvo al fin sus consecuencias. “Después de seis meses de enfrentamiento con las tropas imperiales, consiguió firmar una capitulación muy favorable para la ciudad el día 25 de octubre de 1521…/… Sin embargo, la excitación popular dio lugar a un nuevo levantamiento el 3 de febrero de 1522…/…que hizo perder el control de la situación a María de Pacheco, quién huyó de la ciudad y se refugió en Portugal, donde moriría en 1531.”
El 9 de enero de 1522. Gracias al apoyo del emperador Carlos V, el cardenal Adriano, que dirigió como regente de Castilla la lucha contra los comuneros, es elegido papa con el nombre de Adriano VI.  Para esta fecha ya tenía Carlos determinado ceder a su hermano Fernando los territorios austríacos de los Habsburgo, que empezó a regir este mismo año.
Pero no habían sido sofocado en su totalidad los conflictos internos, porque el 2 de febrero, al celebrar el cabildo toledano la elección de Adriano, vuelve a brotar en la ciudad la rebelión comunera. “El nuevo corregidor de la ciudad acató las órdenes recibidas de restablecer al completo la autoridad del rey en la ciudad, dedicándose a provocar a los antiguos comuneros. María Pacheco continuaba presente en la ciudad, y se negaba a entregar las armas hasta que el rey firmara de forma personal los acuerdos alcanzados con el prior de San Juan. Por ello, el corregidor toledano exigía la cabeza de María Pacheco. La situación llegó a un extremo cuando el 3 de Febrero de 1522 se ordenó apresar a un agitador, a lo que los comuneros se opusieron. Se inició entonces un enfrentamiento, subsanado gracias a la intervención de María de Mendoza, hermana de María Pacheco. Se concedió una tregua, que supuso la derrota de los comuneros, pero que fue aprovechada por María Pacheco para escapar a Portugal, donde se exilió hasta su muerte, en 1531.”
Ya sosegado el reino, ya rechazada la invasión de Navarra, ya olvidada la violencia de la revuelta, el 24 de febrero de 1526 Antonio de Acuña intenta huir del castillo de Simancas, donde estaba preso, matando al alcaide de la fortaleza, por lo que el 24 de marzo, por orden expresa de Carlos I, es condenado a garrote vil y ejecutado, siendo colgados sus despojos en alto de las almenas del castillo de Simancas.
Como hemos visto en otro lugar, se dictó un perdón general del que se excluía a 293 comuneros, de los que se descolgaron las dos terceras partes, siendo ejecutados un máximo de cien responsables. Sin embargo, los historiadores de la Ilustración tratan el asunto de otro modo. Sin tener en cuenta la sucesión de asesinatos, robos y saqueos llevados a cabo por el lumpen que acabó con las Comunidades, destacan sobremanera algunos aspectos, como son el hecho de no haber asesinado al Cardenal Adriano, cuando lo tuvieron preso; de haber permitido que se les escapase; insisten en el caso de fray Antonio de Guevara, del que cortaron sus discursos subversivos no matándolo, sino echándolo de Valladolid, (en cualquier caso graves errores propios de una horda como la que se había convertido el movimiento, que al no saber actuar, se extralimitaba, tanto en la represión como en los actos tendentes a demostrar que no eran tiranos) mientras por otra parte señalan cómo el Condestable mandó matar a un mensajero de la Junta, o cómo era apresado un mensajero “enviado á intimar la rendicion al cardenal y al almirante” .

Con los datos señalados hasta el momento podemos analizar el resultado de la revuelta; el resultado militar es sobradamente conocido, pero el resultado político no se corresponde con lo que normalmente sucede tras una guerra, en la que el vencedor impone sus condiciones. “Es verdad que las reivindicaciones de los sectores radicales del levantamiento no se han realizado, pero el resultado es otro si tomamos como base los denominados «Capítulos del reino» aprobados por la asamblea de la Confederación de Tordesillas el 20 de octubre de 1520.”

¿Quién fue vencido el 23 de Abril de 1522? La pregunta es única; la respuesta debe ser doble, o tal vez múltiple, porque si por una parte es cierto que los derrotados fueron los que a si mismos se hacían llamar comuneros, también es cierto que los postulados políticos que estaban defendiendo no eran los mismos que utilizaron para efectuar el levantamiento dos años antes, y también es cierto que los mismos que iniciaron la revuelta fueron los que finalmente la acabaron militarmente. Pero al mismo tiempo hay que destacar que los postulados políticos vencidos fueron los de última hora, porque “muchas reivindicaciones de los comuneros, formulados en sus articularios, sí se hicieron realidad en las subsiguientes Cortes de Valladolid en el año 1523, una reunión cuyo principal objetivo fue la superación de la crisis constitucional puesta en evidencia por los comuneros.”

Solo en la segunda parte de la guerra se dio la disociación que acabaría con el movimiento comunero: el enfrentamiento abierto entre los dos enemigos naturales del espíritu propio de las comunidades: la nobleza y el subproletariado o elementos antisociales (delincuentes, vagabundos, ladrones, asesinos)… la escoria social que, no teniendo nada que perder se autoproclaman representantes del pueblo, mientras lo parasitan y tiranizan. Esos dos sectores acabaron enfrentándose entre sí, mientras el pueblo acabó por engrosar las filas de Carlos, o sencillamente por abandonar la contienda.

Al parecer, el problema que tuvieron los comuneros es que se entendían a sí mismos, entendían a Castilla, como un todo, con un sentimiento nacionalista, y no entendían que el tiempo de Castilla como ente independiente había desaparecido para integrarse en otro infinitamente mayor: la monarquía hispánica. El movimiento comunero, así, teniendo unos principios absolutamente nobles y representados por las comunidades, que tantos asuntos coincidentes con los intereses nacionales desarrollaron a lo largo de dos siglos, en estos momentos se convertían en un lastre que evitaba el normal desarrollo de la superior labor desarrollada por la monarquía hispánica, en la que Castilla era, ni más ni menos, el núcleo que más debía aportar en todos los sentidos.

Y era sí porque “La población total de España era en estos momentos algo más de seis millones de personas: Aragón contaba con 850.000 habitantes; Portugal 1.000.000; Navarra 120.000; el reino de Granada 300.000, y Castilla casi el doble que todos ellos juntos: 4.200.000.”   Sobre este punto, como es lógico, hay disparidad de opiniones. Felipe Ruiz señala que “Castilla contaría con 4.500.000 habitantes en los albores del 1500 y 6.500.000 a finales de la centuria.../… La población de Castilla debía representar un 77,1 por 100 de la población total de España.”

“El conflicto de las Comunidades que tuvo por escenario la Corona de Castilla durante los años1520 y 1521 constituyó un proceso sumamente complejo, en el que confluyeron gran número de enfrentamientos de muy diferente naturaleza entre muy diversos grupos sociopolíticos, que se desarrollaron en diferentes niveles. En concreto abundaron los conflictos en los ámbitos locales, donde, lejos de poderse reducir al simple esquema del enfrentamiento entre rebeldes comuneros y realistas fieles a la monarquía, ofrecieron una amplia gama de modalidades, que todavía no nos resultan bien conocidas en todos sus detalles por falta de monografías de historia local que aborden en profundidad el análisis de la evolución de la vida política en las distintas ciudades, villas y lugares del reino durante estos dos años, y también en los inmediatamente anteriores y posteriores.”

“En muchas poblaciones no representaban las Comunidades la lucha entre el pueblo y la nobleza, sino las enconadas pasiones de ésta, que se dividía y luchaba, y adoptaba fácilmente el nombre de Comunidad con tal de conservar el poder y sus ventajas”

“Con todo, nuestros revolucionarios modernos han querido presentar como héroes á los corifeos de aquellas conmociones populares, de los cuales unos eran ilusos, otros tontos, y la mayor parte pícaros y jefes de canalla.”

 “El fracaso del movimiento radical, y la imposibilidad de que encontrara la extensión e intensidad suficiente en el conjunto de la sociedad castellana y en sus elementos más destacados, empujó a una acción inconsistente y dubitativa de la que es el más claro ejemplo, o quizá alegoría, la derrota de Villalar. Es este fracaso el que impide considerar a las Comunidades de Castilla como revolución por cuanto dejó el camino expedito al desarrollo de la antigua legitimidad y orientación espiritual contra la que se oponía.”

“Pero en el momento decisivo falta el apoyo popular y una actitud más protagónica de gran parte del pueblo, sobre todo del campesinado.”  El triunfo de la anarquía provoca la defección del pueblo, que acaba viendo en el bando real la única salida posible a la situación que les envolvía.

En lo propagandístico, particularmente en la última etapa de la contienda, “la oposición entre ambos bandos en la guerra se manifiesta en las cartas: los comuneros se vieron como defensores fervientes del bien común, censurando el particularismo y las pretensiones señorializantes de la nobleza terrateniente que, según ellos, luchaba en el bando imperial para engrosar sus estados a expensas de las comunidades y del territorio realengo. Los comuneros se vieron como celotas del bien común, defensores de la «libertad de los comunes» contra la «servidumbre de los tiranos».”

Evidentemente, en algo tenían razón: La nobleza había cambiado de bando con el exclusivo objetivo de recuperar sus privilegios… Como en el inicio del movimiento cooperó en el mismo, con el mismo objetivo.





































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