El éxito de la batalla de las Navas
de Tolosa tuvo reflejo en la Corona de Aragón durante los siglos XIII y XIV,
momento que Aragón conoció un esplendor que posibilitó el crecimiento de la
población y una notable expansión marítima por el Mediterráneo, mar en el que
indiscutiblemente era el árbitro de todos los conflictos, siendo que durante
los reinados de Pedro III el Grande y de
Jaime II de Mallorca el poderío aragonés alcanzó su máxima expansión.
Es el reinado de Alfonso III el que materializó el Privilegio de la Unión que nos ocupa, pero el conflicto venía de atrás; en concreto podemos centrarlos en 1273, durante el reinado de Jaime I, cuando la nobleza, apoyada por Ferrán Sánchez, bastardo de Jaime I, se alió con Carlos de Anjou con el objetivo de sustituir a su hermano, el futuro Pedro III, en su camino al trono de Aragón.
Reconducida que fue la situación, en
1276 era coronado Pedro III al haber fallecido Jaime I, y en 1282 era coronado
rey de Sicilia, reclamado por el pueblo siciliano, y como consecuencia de la
revuelta contra los franceses conocida como “Vísperas Sicilianas”. Con el
título de rey de Sicilia derrotó a las tropas francesas y fue excomulgado por
el Papa francés Martín IV, que con la excomunión entregaba el trono de Aragón a
la casa de Anjou.
Pero esta circunstancia comportaba
otras quizás de mayor gravedad: la desestabilización total del reino que
propició el auge de la nobleza parasitaria que pretendía copar el poder, y que
en 1283 inició su particular revuelta desobedeciendo la llamada a la defensa
contra la invasión de la casa de Anjou.
El reino tenía un grave problema
interior que Pedro había afrontado incluso siendo príncipe, lo que le había
comportado abierta enemistad de parte de la nobleza, en particular la catalana,
que siendo en ocasiones protagonista directa del bandolerismo se había visto
enfrentada con las acciones del infante
Pedro, que entre otras tuvo actuaciones de envergadura, como la
desarrollada en 1271 cuando capturó a Ramón Guillem de Odena, Señor de Odena y
de Pontons, a quién hizo ahogar en el mar. No dudó en aplicar la misma pena a
Fernando Sánchez de Castro, hermano bastardo del propio Pedro.
Y los nobles, que como vemos eran
causantes de gravísimos conflictos, acrecentaron sus protestas, que no
menguaron sino en 1283 cuando aprovechando que Pedro III convocaba Cortes en
Tarazona para conseguir fondos que financiasen las campañas de Italia,
impusieron el Privilegio General por el cual se establecía un sistema de poder
compartido entre la monarquía y las clases privilegiadas, que se repartían el
control del reino.
Ese Privilegio, que se componía de
31 puntos, atendía aspectos manifiestamente contrarios a los intereses de la
Corona; así, los nobles se comprometían a ayudarse mutuamente si el rey
procedía contra ellos, y se blindaban social y económicamente estableciendo
monopolios, limitando la intervención de la Corona y creando exenciones
fiscales.
Si Jaime I había concedido mercedes,
durante el reinado de Pedro III, la nobleza incrementaba sus privilegios y esa
situación produjo una calma interior que en noviembre de 1285 posibilitaba la
toma de Mallorca, de donde era desalojando del trono Jaime II como represalia
por la traición llevada a cabo el mismo 1285, cuando apoyó a Felipe III de
Francia en su invasión del reino de Aragón, amparada por el papado. Pero en el
curso de la campaña, el 11 de noviembre, fallecía Pedro III y subía al trono
Alfonso III.
El nuevo reinado sería complicado
por un error de cálculo que ocasionó nuevas fricciones con la nobleza. El
motivo no fue otro que, al acceder al trono, alterar el orden de su periplo por
los reinos para su preceptiva coronación… Primero se coronó en Valencia, por lo
que Aragón alegó contrafuero, ya que era el territorio que ostentaba la primacía en el juramento
real y en la coronación.
El conflicto adquirió mayor entidad
cuando al juramento de Valencia no siguió el de Zaragoza, sino el de conde de
Barcelona. Alfonso III había dado la excusa perfecta a los nobles aragoneses para
conformar la Unión que habían pergeñado durante el reinado de Jaime I, y que
acabaría siendo el peor enemigo interno de la Monarquía. Y todo en un momento
en el que mantenía un enfrentamiento con Sancho IV de Castilla, con Francia… y
con el Papa.
En medio de esta tramoya, y con la
armada siciliana como principal protagonista, el 17 de enero de 1287 aventaba
de Menorca a Abu Umar, que gobernaba la isla en vasallaje, pero que basaba su
gobierno en la piratería y en la esclavitud de los naturales… pero la toma de
la isla reavivó el conflicto con Jaime II de Mallorca, que aunque aventado de
su trono un año antes, reinaba con el título en el Rosellón.
El conflicto no se limitaba al
mantenido con su tío Jaime II, ya que como hemos visto, por el norte se enfrentaba
a Francia; por el oeste, a Castilla; por el este, al papado, que no veía con
buenos ojos la presencia en Italia, y por el sur, a los musulmanes, siendo que
Túnez era feudo aragonés. Y para redondear la situación, concurría el
mercantilismo genovés, manifiesto aliado del papado a la hora de entorpecer la
relación de Sicilia con la corona de Aragón. De hecho, las tropas del papa
Honorio IV eran rechazadas por Roger de Lauria en su intento de invadir
Sicilia.
Es en este contexto cuando los
nobles aragoneses, no conformes con el Privilegio concedido por Jaime I, y en
defensa de sus privilegios, que no de
los fueros de Aragón y de los intereses del conjunto del reino,
plantearon un conflicto interno de muy alta repercusión, que paralelamente
conllevó la creación de instituciones tan importantes como las Cortes o el
Justicia de Aragón.
Un conflicto que fue convertido en
invasión del reino, ya que los nobles llegaron a reconocer como rey a Carlos de
Valois y a invadir el reino de Valencia para que sus habitantes renunciasen a
su Fuero y se rigiesen por el Fuero de Aragón.
Era 1288 cuando ante esta
desmesurada presión de la nobleza,
Alfonso III acabó concediendo el
Privilegio General de la Unión, que obligaban al rey a someterse a los
acuerdos, y si no lo hacía, los nobles podían negar la obediencia y elegir otro
soberano. Estos nuevos privilegios permitían que un noble pudiese desobedecer
al monarca e incluso combatirle, pero el monarca no podría actuar contra él sin
la previa autorización de las Cortes, que evidentemente no iban a darla. Y
además, la Unión tenía derecho a poner bajo la soberanía de otro reino las
dieciséis plazas fortificadas que les eran entregadas.
El reino, así, según Modesto
Lafuente y Juan Valera, “venía a ser ya una especie de república aristocrática
con un presidente hereditario, que a tal equivalía entonces el rey”. Y no
podemos pensar menos, cuando los de la Unión exigían:
que
revoquéis las donaciones contra fuero de vuestros antecesores; que satisfagáis
todas nuestras demandas y reparéis todos nuestros agravios; y si así no lo
hiciereis, embargaremos todos los derechos y rentas reales, estrecharemos
nuestra confederación y hermandad contra vos, os resistiremos con todas
nuestras fuerzas, castigaremos a muerte como traidor al que falte a esta unión
y la quebrare, dejaréis de ser nuestro rey y buscaremos a otro a quién servir
para haceros guerra.
La verdad es que
Jaime I, por claras presiones de su esposa Violante, bien podía haber pasado a
la historia como posteriormente pasaría Enrique II de Castilla; a saber: “el de
las mercedes”, pero al fin ese era un problema menor. Es el caso que los nobles
abrogaron a la Unión la facultad para convocar cortes, que se prometía tendrían
carácter anual y no sólo eso, sino que pasaban a controlar un rosario de
castillos así como se guardaban la
facultad de nombrar el personal de la corte, y por supuesto el consejo real.
El Privilegio de la Unión sumió en
el aislamiento a la corona, que la abocó a la contratación de mercenarios musulmanes, con los cuales, y con
el apoyo del reino de Valencia y del condado de Barcelona, en 1289 consiguió
Alfonso anular el control de los nobles y desterrar a los más conflictivos.
La calma conseguida por Alfonso III
a finales del siglo XIII sería nuevamente rota en 1347 reinando Pedro IV,
cuando en las Cortes de Zaragoza, los hermanastros del rey, los infantes
Fernando y Juan, rescataron del olvido la Unión y forzaron la confirmación del
privilegio, quedando el rey prácticamente prisionero, situación de la que se
libró gracias a Bernardo de Cabrera, que fue capaz de conducirlo a Barcelona.
En esta ocasión el detonante fue el
nombramiento de Constanza, hija de Pedro IV, extremo que fue manifiestamente
rechazado en 1347 por Jaime de Urgel, hermano de Pedro IV, lo que acabó
comportando el enfrentamiento armado que si en Aragón fue sofocado el 21 de
julio del año siguiente, en la batalla de Epila, con la derrota de la Unión, en
Valencia sobrevivió cuatro meses más, hasta el 8 de Diciembre con la batalla de
Mislata.
Tras la victoria total, y en Cortes
celebradas en Zaragoza, Pedro IV rasgó con un puñal el “Privilegio de la
Unión”, motivo que le reportó ser llamado “el del puñalet”, extremo que llegó a
tergiversarse maliciosamente en menoscabo de su figura.
Fue suprimido el Privilegio de la
Unión, volvieron a implantarse los Fueros de Sobrarbe, y se llevó a cabo una
dura represión que según la propia Crónica de Pedro IV, comportó fundir la
campana que llamaba a consejo para hacer beber el metal fundido a los más destacados
dirigentes de la Unión.
BIBLIOGRAFÍA:
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Aragón. En Internet
https://dbe.rah.es/biografias/6358/alfonso-iii-de-aragon Visita 10-7-2024
Claramunt Rodríguez, Salvador. Pedro IV de Aragón.
En Internet https://dbe.rah.es/biografias/8213/pedro-iv-de-aragon Visita 10-7-2024
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Internet https://dbe.rah.es/biografias/8212/pedro-iii-de-aragon Visita
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Lafuente, Modesto y Juan Valera. Historia general de
España. https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=7259
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Martínez Gil, Sergio. Historia de Aragón. Los
privilegios de la Unión. En Internet https://historiaragon.com/2016/12/28/los-privilegios-de-la-union/
Visita 10-7-2024
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