viernes, octubre 09, 2015

Antonio Pérez, el primero entre los traidores





                                                                    Cesáreo Jarabo Jordán


EL ENTORNO………………………………………………………………Página 2


LA CONSPIRACIÓN CONTRA DON JUAN DE AUSTRIA……………..Página 7


EL ASESINATO DE JUAN DE ESCOBEDO……………………………...Página 12

ARRESTO DE ANTONIO PÉREZ Y DE ANA DE MENDOZA…………Página 15
FELIPE II, REY DE ESPAÑA UNIFICADA………………………………Página 19

ANTONIO PEREZ, RESGUARDADO EN ARAGÓN……………………Página 25

TRAS LA LIBERACIÓN DE ZARAGOZA……………………………….Página 38

ANOTACIONES MARGINALES ACERCA DE LAS TURBACIONES DE ARAGÓN …………………………………………………………………..Página 48








EL ENTORNO

La tragedia de Antonio Pérez fue de una magnitud y de una popularidad que hasta dio lugar a importantes obras de teatro. No es la menor la relacionada con la que constituye la historia negra de España, formulada al alimón por todos los enemigos de España, principalmente Inglaterra, a los que se unen como corifeo todos los traidores a la Patria que han sido y son.

La figura de Antonio Pérez viene precedida por la de su padre, Gonzalo Pérez, secretario que fue de Carlos I, y sus abuelos también fueron altos cargos.“Solo digo, que su abuelo de Antonio Perez, Bartolomé Perez, hijo de padres y abuelos naturales de Montreal de Ariza .. no de los de Calatayud, que son muy diferentes, fue secretario de la inquisicion , y vivió y murió casado en aquel oficio”.

“En la década de los 80 muchos eran los enemigos del rey católico: cristianos como Isabel de Inglaterra, Enrique IV de Francia, Guillermo de Orange y el prior de Crato , incluso el Papado; y musulmanes como el Turco o el sultán de Marruecos. Todos ellos con razones políticas y económicas suficientes para acoger favorablemente un largo historial –probado o no– de inicuas acciones. Cínicas acusaciones cuando la represión religiosa y sus consecuencias amargas fueron la tónica del siglo como se había podido ver en Francia enfrentando a católicos y a hugonotes; o en la misma Inglaterra durante los reinados de Enrique VIII, Eduardo VI, María Tudor o Isabel I; escándalos reales los ofreció ampliamente Enrique VIII, como el juicio a Ana Bolena; formas de gobernar autoritarias se pueden ver en la corte francesa durante el reinado de Enrique IV; y si se le acusa de lento en la toma de decisiones, también lo fue la inglesa Isabel que mantuvo dieciocho años en prisión a su sobrina María Estuardo, alargando el momento de su ejecución.”

No obstante, esos mismos enemigos fueron suficientemente hábiles para tejer una historia negra contra España que ha hecho estragos en las mentes poco cultivadas. Esa historia negra a llegado a hacer aseverar que Antonio Pérez, “odiado del pueblo mientras duró su influencia con Felipe II, fue eminentemente popular desde que comenzó a sufrir.”  También afirman que “todo cuanto escribió en Francia, todo cuanto trabajó en Inglaterra llevaba por norte el único, el exclusivo fin de su defensa.”  Sin embargo, este mismo autor, a pesar de todo, no puede menos que realizar un excelente panegírico de Felipe II, lo que ayuda a situar a tan admirable monarca, en el sitio histórico que le corresponde, al tiempo que expone una infinita cadena de errores que adornaban el espíritu de Antonio Pérez.

También esa historia negra hace aseverar a quienes incluso dentro de ella guardan cierto decoro y respeto a la historia, como es el caso de Mignet, que Vazquez, el nuevo secretario de Felipe II“habia dicho á Felipe que privado el reo de sus papeles no podría justificarse y no se le ocultaba, que tanto su conducta como su declaración serian achacadas á un rasgo de bellaquería.”  Siendo que la fuente de este aserto no es otra que las “Relaciones” del propio Pérez, que apoya el mismo en el supuesto que los papeles inculpatorios de Felipe II habrían desaparecido. La verdad, como veremos más adelante, es que Felipe II no ocultó su culpa, sino que con su declaración de culpabilidad exigió el conocimiento del por qué Antonio Pérez había abocado mediante manifiestos engaños a la comisión de ese crimen de estado, cometido sobre un personaje que injustamente era presentado como traidor.

“La persecución desatada contra el que había sido Secretario de Estado de Felipe II, ha sido objeto de numerosísimos estudios. De todos los procesos incoados contra Pérez en los más de diez años que transcurrieron desde su primera detención hasta la salida de Aragón hacia Francia.”

Por otra parte, la publicación que Antonio Pérez hizo de sus Relaciones, “produjo en París una sensación viva; y numerosas ediciones y traducciones y extractos se sucedieron sin interrupción para satisfacer la ansiedad pública.”   A la creación de la historia negra contra España, orquestada por las monarquías francesa e inglesa, con el presumible objetivo de ocultar bajo la misma toda la sangre que principalmente Inglaterra ha ido derramando de los pueblos que han caído bajo su dominio, llaman los románticos de ayer y de hoy “satisfacer la ansiedad pública”. Así, el mismo autor señala que “el interés patriótico, la satisfacción de generosas pasiones se unían para condenar a Felipe y absolver á su seductora víctima; y cuando después de haber amoldado al gusto particular de España la literatura francesa, trajo la reacción el gusto francés á la literatura española, la rehabilitación de Antonio Pérez fue admitida sin discusión en el país.”

Pérez, que era propietario de una gran cultura que ya quisieran para sí otros, se convirtió por interés de Francia y de Inglaterra en un autor con éxito. “Tradujo el libro al latín un español llamado Ciprián; se tradujo también al holandés, como arma política que avivara el sentimiento de insurrección en las Provincias Unidas, destinando al mismo objeto en Aragón otro libro titulado Un pedazo de historia de lo sucedido en Saragosa de Aragón á 24 de septiembre de 1591. Ambos fueron amparados por el Conde de Essex, y probablemente á su costa impresos, aunque la voz pública admitiera por editora á la Reina.” , y es que, según referencias de la época, “Antonio Pérez está muy estimado entre los del Consejo de la Reyna, y tenido por muy grande hombre de Estado, y les ha dado en sus demandas mucha satisfacción. Los libros que hizo fueron imprimidos á costa de la Reyna y han embiado un gran número dellos en Aragón para revolver aquel reyno.»
Con gran visión, los reinos de Francia y de Inglaterra acogen al traidor y le dan alas. Saben usar las herramientas que les vienen a las manos para intentar combatir a quién los tenía a raya.

Felipe II era un hombre profundamente serio y totalmente volcado a sus obligaciones de estadista. Si su padre era guerrero, él era un extraordinario organizador, pero como su padre y sus bisabuelos, seguía poniendo en su lugar a la aristocracia nobiliaria.“Felipe II fue un antiaristócrata y Antonio Pérez tuvo que vencer, al principio de su privanza con el rey, la susceptibilidad de los nobles contra él, que había sido elevado desde la clase baja.”

Son varias y contrarias las opiniones que se han  vertido sobre el espíritu de Felipe II; los intereses europeos, franceses e ingleses, nos presentan, a un rey que les doblegó en todos los campos, como oscuro, introvertido y desconfiado; cuando a lo que parece se trataba de un “rey prudente”, inteligente, capaz, trabajador, y consciente de la necesidad de rodearse de buenos colaboradores. “En un espacio de mas de veinte años, desde 1558 á 1579, conservó cerca de si dos partidos rivales, entre los que dividía su confianza y poder; y al obrar así se llevaba la mira de ilustrarse con opiniones contradictorias, de echar mano segun las ocasiones de las cualidades diferentes de sus gefes y estar servido con mas emulación. A la cabeza de estos dos partidos estuvieron mucho tiempo el duque de Alba y Ruy Gomez de Silva, príncipe de Eboli, de los cuales el uno era tan altivo y resuelto, como astuto y prudente el otro.”

En 1567 envió Felipe II como gobernador de los Países Bajos al Duque de Alba, tras lo cual, Ruy Gómez de Silva conspiró para que D. Luis de Requesens sustituyese a aquel en la labor. Ruy Gómez (el príncipe de Éboli) moriría en 1575 dejando su partido con gran poder en la corte, entre cuyos miembros se encontraban Antonio Pérez y Juan Escobedo, ambos hechura de Ruy Gómez. Otros miembros del partido ebolista serían el “arzobispo de Toledo, marqués de los Velez, Antonio Perez, Mateo Vazquez y Santoyo.”  Y Don Juan de Austria formaba también en este partido.

En 1568 Antonio Pérez ocupaba un puesto cerca del rey. En 1553 había sido nombrado secretario del príncipe, y al abdicar Carlos I pasa a ser secretario particular de Felipe II, que tiene como secretario  de estado al padre de aquel, Gonzalo Pérez. “Sus convincentes modales se ganaron pronto la confianza de Felipe II, lo que él aprovechó para conocer a fondo la personalidad del monarca y emplearlo en su propio provecho. Además, los graves sucesos que el rey sufrió ese año, tanto familiares (conspiración y muerte de su hijo el príncipe Carlos y de su esposa Isabel de Valois), como de Estado (levantamiento morisco en las Alpujarras y fuertes tensiones en los Países Bajos), le hicieron un hombre reservado, lo que facilitó el ascenso de influencia de Antonio Pérez. Cuando en 1573 murió el príncipe de Éboli, él mismo pasó a encabezar el partido ebolista” .  Según relatos de la época se trataba de un hombre “de costumbres desordenadas, dado á goces y -placeres y deseoso siempre de que se le considere y regale.”

Las artimañas de Antonio Pérez estaban convirtiendo en traición lo que sólo era una explosión de aspiraciones juveniles en el mayor héroe español de la época, D. Juan de Austria. Pretendiendo atajar las presumibles conspiraciones del héroe, Antonio Pérez consigue en 1575 que Felipe II  nombre a Escobedo secretario del héroe de las Alpujarras y de Lepanto, entonces en Nápoles, con el fin de que lo vigilase, ya que joven, impulsivo y triunfador no dudaba en hacerse notar reclamando para sí la posibilidad de ser coronado rey de algún reino, desconociendo que, muy probablemente, estaba en la mente de Felipe II nombrarlo su sucesor.

Sin lugar a dudas, Antonio Pérez tenía una formación cultural y política muy superior a la media. Conocía perfectamente a los clásicos, pero alguien le afectaría profundamente: Maquiavelo. Sí, tenía una gran formación; no en vano su padre se había preocupado de ella proveyéndolo de cartas de recomendación que le abrieron las puertas en los estados europeos del momento. Y él fue aplicado en extremo.

Por estos motivos, tan parecido en tantos aspectos, menos en los honorables, a Don Juan de Austria, “Antonio Pérez, jóven, sagaz y flexible se elevó á la mas alta posición en el favor del rey; Secretario de Estado, protonotario luego de Sicilia, con participación en los negocios de Italia y agente de los proyectos ocultos de Felipe, era, por decirlo asi, el ministro universal del reino. Todo iba a parar a sus manos, y al lado del monarca parecía inalterable su fortuna. Y mientras que descansaba el favorito en su orgullo, preparábanse á estallar dos acontecimientos, sin relaciones en apariencia, unidos en realidad, que, pretesto público, causa secreta, crimen al par que error, habian de enlazarse íntimamente para minar el alcázar de su privana.”

Su apologista Salvador Bermúdez de Castro asegura que “Pérez creyó que ciertas máximas equívocas debían ser pauta y norma en los hombres de estado, juzgando que en política el resultado siempre justifica o condena los medios de que se usa.”  Principio que, por supuesto, acabaría chocando frontalmente con el humanista Felipe II, pero que antes de eso le facilitaría el ascenso a la sombra de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, súbdito carente de principios humanistas. Los éxitos no se harían esperar; sería secretario de Estado con veinticinco años.

Otro personaje de esencial importancia en la historia es Ana de Mendoza, esposa del príncipe de Éboli, de la linajuda familia de los Hurtado de Mendoza; famosa por sus devaneos que llegaron injustamente a implicar al mismísimo Felipe II, y con actuaciones que la llevaron hasta militar en la orden carmelita, de donde fue expulsada por Santa Teresa de Jesús.

No obstante, la implicación de la de Éboli con Felipe de II, a quién éste trataba en sus escritos como “prima”, parece que no pasó de mera relación personal… y judicial, pero en ningún caso carnal. Los devaneos del rey prudente, que los tuvo, iban por otros derroteros, y parece que fue justamente Antonio Pérez “el propagador de esta noticia en el extranjero, después de haber sido quizás uno de los inventores en España.”  Que las relaciones entre la de Éboli y Felipe II son un invento de Antonio Pérez es abonado por otros; así, “cuando el Príncipe de Orange escribió su manifiesto en Febrero de 1581 hacía cerca de dos años que la Princesa de Éboli se hallaba presa ; suceso tan notable tenía que haber sido muy comentado en toda Europa, y si la causa que le habia motivado hubiera sido una cuestion de amores, la ocasión no podia ser más oportuna para citarlos; pero en vez de esto Guillermo de Nassau sólo habló de doña Ana condoliéndose de su suerte”.

“Lo que generalmente se sabe sobre la Princesa de Éboli durante aquella primera década del reinado filipino en España son las ficciones de la gran ópera «Don Carlos» de Verdi, el drama «Don Carlos» de Schiller, y una buena cantidad de novelas «históricas». Documentalmente, por contraste, hay muy poca mención de ella.”

La de Éboli hizo grandes inversiones en la orden carmelitana de Santa Teresa. A la muerte de su marido Ruy Gómez, en 1573 decidió que “quería ser monja y que todas sus criadas también lo fueran. Le fue concedido a regañadientes por Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tendría armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, todas las monjas se fueron del convento y abandonaron Pastrana, dejando sola a Ana. Ésta volvió de nuevo a su palacio de Madrid, no sin antes publicar una biografía tergiversada de Teresa.”

Cuando decidió que quería ser monja, dejó a sus hijos a la custodia de Felipe II, pero éste le recordó sus obligaciones como madre, lo que unido a la petición de Santa Teresa para que el rey la obligase a abandonar el convento, acabó con la cómica aventura monjeril de esta peculiar mujer.

“Cautelosa y previsora algunas veces, imprudente e indiscreta otras, tan pronto dulce y afectuosa como colérica y vengativa, cínica en la expresión de sus amorosas pasiones ó sublime en su abnegación y generosidad, la princesa de Éboli era un enigma eterno en la imaginación de los cortesanos.”  Era Ana de Mendoza, a lo que parece el alma gemela de Antonio Pérez… Y como tal actuaría.







LA CONSPIRACIÓN CONTRA DON JUAN DE AUSTRIA

Para esas fechas Antonio Pérez ya llevaba años a la sombra del rey. “Fue nombrado Secretario del Rey el 17 de Julio de 1567. El 8 de diciembre de ese mismo año recibió el titulo de Secretario de Estado encomendándosele la negociación de Italia.”  y ya llevaba años amasando una fortuna a base de sobornos que iba recibiendo, y que, de haber sido conocidos por Felipe II hubiesen significado su final político.  ¿Fue esta situación la que provocó el asesinato de Escobedo como huída hacia delante de Pérez? Tal vez, pero a la luz de lo que llevamos tratado, no pasa de ser una hipótesis; ¿plausible?, sí, pero hipótesis.

Como ya hemos señalado, en medio de todo estaba también el conflicto con la nobleza; “el grupo de los belicista, de los “duros” en el conflicto de los Países Bajos, estaba encabezado por el duque de Alba, gran enemigo de Antonio Pérez porque no toleraba que la gente baja hubiera llegado a controlar el gobierno del estado. Don Juan de Austria, que militó en el grupo belicista, evolucionó más adelante hacia el bando contrario,”   pero en el asunto de Escobedo, el consultado sería el marqués de los Vélez, que desde la guerra de las Alpujarras tenía cierto resquemor hacia Don Juan de Austria, y por el contrario estaba cercano a Antonio Pérez. Juntos, Antonio Pérez y Luis Fajardo, Marqués de los Vélez, tramaron el asesinado de Escobedo, que brindaron como necesidad de estado a Felipe II, quién, “después de oir de los labios del marqués de los Velez que, aún con el sacramento en la boca votaría la muerte de Juan Escovedo, decidióse al fin a decretarla, dando á Antonio Perez el cargo de la ejecución.”

En otro orden de cosas, el 24 de Julio de 1568 “Cuando murió el príncipe Carlos, Felipe II no tenía sucesor para el trono y en la corte se empezó a pensar en la posibilidad de que don Juan de Austria heredara el cetro español.”   Extremo que en ningún caso desagradaba a Felipe II, que según opinión generalizada quería a don Juan, más como padre que como hermanastro.

Toda esta situación se cocía con los intereses de Don Juan de Austria por medio. Don Juan reclamaba para sí un reino; lo había intentado en Túnez el año 1573, y como consecuencia de haber desobedecido las órdenes de su hermano, perdió La Goleta. Luego fue enviado como gobernador de los Países Bajos, y pretendía invadir Inglaterra para coronarse rey. Esta idea no le parecía mal a Felipe II, pero la estimaba precipitada, y prefería mirar primero la boda de D. Juan con María Estuardo; pero el juego político de los Países Bajos, donde Guillermo de Orange estaba jugando un papel de primer orden, potenciaron la idea de que D. Juan iba a casar con Isabel de Inglaterra; algo que estaba siendo tratado por él mismo y por el Papa; pero todo era con la idea de enmarañar las relaciones de Don Juan con su hermano el rey Felipe II, quién por otra parte era puesto al corriente de todos los contactos.

Lo que Don Juan no quería bajo ningún concepto era seguir como gobernador de los Países Bajos; quería tomar sus soldados y acometer Inglaterra. Para tratar esos asuntos mandó a su secretario Escobedo a la corte. Estando en Roma llegó a escribir: “De la vida de aquí hasta ahora no tengo que decir, sino que estoy todavía en no desear este oficio; en la fe de mi hermano me hacen todos buen acogimiento, aunque me culpan de mesurado y que hablo poco, ¡mira cómo será posible mudar de costumbre que tan envejecida está en mi! El Papa me trata bien y dice que le parezco hombre entero.“

“La ambición juvenil del hermano bastardo del Rey, orgulloso de su triunfo en la batalla de Lepanto contra los turcos, sus constantes requerimientos de tropas y de dinero desde Flandes, su propósito frustrado de invadir Inglaterra y de casarse con María Estuardo (para tener por fin el reino soñado que su hermano le negaba), así como sus entrevistas secretas con el Papa y con el duque de Guisa (jefe de los católicos franceses)... Éstos eran hechos que habrían podido despertar algunas sospechas en la corte española. Pero no hasta el punto de hacer pensar en una conjura de don Juan contra su propio hermano, Felipe II.”

Y menos cuando era pública y notoria la prelación que tenía Don Juan de Austria en la mente de su hermanastro; “Felipe II envió a don Juan de Austria a Flandes contra la voluntad del príncipe. Y desde allí Escobedo sugería, en nombre de don Juan, que Felipe II abdicase y dejase a don Juan como regente. Las cartas de Escobedo a Pérez, en las que se indicaban estos proyectos, eran mostradas a Felipe II por su secretario. Y Felipe II tomó las medidas necesarias para evitar que el sueño del grupo de don Juan se hiciera realidad. El día 31 de marzo de 1578 asesinan a Escobedo en Madrid. Y el ejército de don Juan de Austria, mal pagado y diezmado por la enfermedad, no fue socorrido por el rey a pesar de las cartas del príncipe.”    Don Juan de Austria murió de tifus el 1 de Octubre de 1578 en los alrededores de Namur. Felipe II manifestó que “amava y estimava su persona, y me hará falta para todo y en especial para las cosas de Flandes”.

“Cristóbal de Virués, soldado en Lepanto junto a don Juan de Austria y en las campañas del Milanesado, es, en cierto modo, un caso paralelo al del Cervantes nostálgico de su participación en la memorable batalla naval contra los turcos”.  Trató el tema en sus escritos, como lo hicieron otros escritores. Fiel a su querido general, no podía pasar inadvertido ante unos hechos en los que “Don Juan de Austria fue parte, consciente o inconsciente, de una intriga cortesana que ocasionó una de las mayores crisis del reinado de Felipe II, crisis que pudo dar al traste con la unidad nacional y con la existencia misma de uno de los tronos más poderosos de todos los tiempos.”

Una intriga que, en boca de Antonio Pérez, “resolvió el rey católico como ejecución necesaria y forzosa para atajar la turbación de sus reinos y otros, quizá del mundo, que se podía temer de aquellos tratos ó inteligencias de D. Juan de Austria.”

Una intriga que hace que Francois Mignet se pregunte: “¿Qué movió á Felipe II á mandar la muerte de Escovedo, causa original, ya que no única, de todos estos sucesos? ¿Qué parte tomó Perez en la ejecución de este homicidio? ¿Fué mero instrumento de la política recelosa del rey, ó mas bien le aconsejó se deshiciese del secretario, confidente y agente de su hermano? Si con sus consejos le impulsó á tal estremo, ¿guióle la razón de estado ó un interés particular? ¿Le persuadió á ello porque Escovedo exaltaba la imaginación ambiciosa de D. Juan, instigándole proyectos peligrosos, ó se sirvió de este pretesto engañando á Felipe II, para desembarazarse él mismo de un hombre molesto que vituperaba sus amores con la princesa de Eboli, viuda de Ruy Gomez de Silva, de quien ambos eran hechuras?”

En ésta época, la princesa contaba treinta y seis años, era madre de diez hijos, y era tuerta, y a lo que parece conservaba una gran belleza y una gran ambición, lo que le permitió pasar de ser una mujer recatada a ser una cortesana que acabó intimando más de lo que el recato permite con el secretario de estado. Pero intimando, ¿hasta donde?... Al parecer bastante más allá de la intimidad sexual.

Por otra parte, ¿qué relación tenía Antonio Pérez con Escobedo? Muy cercana. Tanto que en 1574 había redactado cartas pidiendo favores para él, donde lo llama “grande amigo mío y como hermano”.

A la par, se sucedían otros asuntos que acabarían entrelazándose con estos; Don Juan había sido enviado en 1576 a Flandes tras haber triunfado los postulados pacifistas enarbolados por Antonio Pérez, “que defendían una nueva política conciliadora con los rebeldes flamencos tras los fracasados gobiernos militares de Alba y Requesens” ,
Al objeto de completar la labor de pacificación que había empezado el duque de Alba y que Requesens no pudo terminar al haber fallecido ese mismo año. Pero el pueblo, que tan grato recuerdo guardaba del emperador Carlos, soliviantado por Guillermo de Orange no vio en el hijo al pacificador, sino al enemigo, al que negó el embarque de las tropas que iban destinadas a la conquista de Inglaterra.

Esta situación enervaba a Don Juan que,“acostumbrado hasta entonces á empresas rápidas y brillantes, le desesperaba su impotencia, y víctima ya de las mortales amarguras que le condujeron lentamente al sepulcro, pidió se le relevase.”

Para tratar esos asuntos que tanto preocupaban a D. Juan de Austria, en 1577 viaja Escobedo a España al objeto de  recaudar fondos y buscar apoyo contra los rebeldes flamencos. Era Escobedo uno de los íntimos de la casa de Éboli, protegido del fallecido príncipe.

Escobedo llevaba un tiempo en Madrid ocupado de los asuntos de Don Juan, y el ambiente se hallaba enrarecido debido al gran disgusto que manifestaba el héroe de Lepanto. Pero no era este asunto el único que enrarecía el ambiente. Las diferencias comenzaron a surgir entre Escobedo y su antiguo amigo de conveniencia, Antonio Pérez, por lo que aquel, siendo que tenía fácil acceso a los asuntos de la casa gracias a la larga relación que había tenido con Ruy Gómez de Silva, comenzó a investigar sobre las relaciones existentes entre la princesa y el secretario de estado. La pesquisa le resultaba sencilla dado que conservaba excelentes relaciones con el servicio, y éste, en su fuero interno, se sentía dolido con el trato recibido por parte de la tuerta más guapa de la historia.

Escobedo y Antonio Pérez eran partícipes de un mismo partido; Antonio Pérez había gestionado el nombramiento de Escobedo como secretario de Don Juan de Austria con la idea de mantenerse informado por encima de la voluntad del propio D. Juan, y ambos eran amigos hasta el punto que “entre las partidas de bautismo de la parroquia de la Almudena, están las de los hijos de Antonio Pérez. Juan de Escobedo aparece como padrino. La amistad entre los dos secretarios es evidente” , pero Escobedo resultó ser un fiel secretario. Sin embargo, Antonio Perez era muy dado a las intrigas, como era dada su amante, la princesa de Éboli. Juntos, o separados, propalaron supuestas conspiraciones de D. Juan de Austria, que nunca conspiró, y Felipe II, al parecer creyó en un principio lo que le decía su secretario.

Pero las relaciones entre estos dos secretarios, que habían de ser buenas, estaban entrando en el terreno de la enemistad manifiesta. En ese año de 1577 Escobedo amenazó a Pérez y a la de Éboli con ir con el cuento de su relación a Felipe II. Y es que la relación, ya grave de por sí dada la situación política de los implicados, alcanzaba cotas de delito cuando saliendo del puro asunto sexual alcanzaba asuntos de interés nacional en el que se veían implicados Don Juan de Austria y el propio Felipe II. Con estos descubrimientos y con la amenaza de divulgarlos, firmó Escobedo su sentencia de muerte.

La lucha palaciega presumiblemente alcanzaba cotas inaceptables que fueron detectadas por Escobedo, pero la mente retorcida de Pérez supo dar la vuelta contra aquel, presentándolo como traidor. Era manifiesta, y hasta alarmante, el ansia que demostraba Don Juan de Austria por ceñirse una corona, pero esta voluntad jamás mermó un ápice la fidelidad a su hermanastro. La mente retorcida del político Antonio Pérez supo utilizar en beneficio propio esos excesos del héroe, y al verse acorralado por Escobedo, supo también utilizar ante Felipe II, con intención artera las expresiones que, con relación a algunas defensas, había propuesto el secretario de Don Juan.

En concreto había solicitado “que se fortificase a Peña de Mogro junto á Santander, y se le diese tenencia de ella. Al espresar su parecer sobre aquella cuestion, mostró Perez al monarca el atrevimiento de su desatentado rival: recordóle minuciosamente las tentativas de Escovedo para la empresa de Inglaterra: díjole que públicamente se alababa de alcanzar su fin en aquella expedición, colocando á D. Juan en el trono y reservándose el puesto mas aventajado entre los señores del pais: trájole a la memoria sus antiguas palabras antes de partir para Flandes, cuando aseguraba que siendo dueños de la Inglaterra se podrían alzar con España solo con  tener la entrada de Santander y de su castillo con un fuerte en la Peña de Mogro; alegando para esto que cuando se perdió la nación española desde las montañas se recobró. La pretensión, pues, de Juan Escovedo era un acto de sedicion manifiesta, que era necesario castigar pronta y secretamente para evitar turbulencias sucesivas en daño y perjuicio de los reinos.”  Esa fue la respuesta que recibió Escobedo a la llamada de atención que hizo a Pérez y a la de Éboli.

Antonio Pérez usó como argumentos, no sólo el asunto de la Peña de Mogro, sino los devaneos que Don Juan realizaba a espaldas de su hermano en defensa de sus intereses personales. Devaneos que si eran graves nunca representaron un peligro para la nación aunque sólo fuese por la incuestionable fidelidad y amor que se dispensaban los dos hermanastros.

“Antonio Pérez confabulo de tal manera que consiguió deteriorar aun más las relaciones, que ya entonces eran tensas entre el rey y su hermanastro, haciéndole al primero considerar subversivas las actuaciones del segundo... Antonio Pérez convenció al rey de que Escobedo debía ser asesinado y este dio su aprobación aunque las razones permanezcan oscuras. Al final, Pérez, tras intentar primeramente y sin éxito envenenarlo contrato un grupo de asesinos que acabaron con Escobedo en las calles de Madrid en marzo de 1578.”

Pero Antonio Pérez utilizaba la política apoyándose en los puntales que lo encumbraban; entre ellos, el arzobispo de Toledo, miembro de su partido, y el Nuncio del Papa.“La alusión expresa a sus buenos oficios y servicios, la confianza que en él parece depositar el Nuncio con matices de exclusividad, ponen bien en claro el influjo cada vez mayor de Pérez en la vida cortesana. No solamente aparece su firma al pie de las cartas reales, o se menciona su nombre vagamente en diversos asuntos sin mayor precisión, sino que numerosas veces se une su apellido a temas de tanta trascendencia como los de la armada contra el turco o los de la política italiana, o flamenca o inglesa. Alguna vez aparece mezclado con Escobedo en asuntos tocantes a Flandes.”

Y es que sus relaciones en los estamentos religiosos eran de primer orden. “El Nuncio de Su Santidad consultaba frecuentemente al disoluto jóven sobre puntos canónicos y casos eclesiásticos; favorecíale con su amistad el arzobispo de Toledo y respetábanle los rectores.”



EL ASESINATO DE ESCOBEDO


Decidida ya la muerte de Escobedo por la princesa de Éboli y por Antonio Pérez, llegó el turno de llevarlo a efecto de forma y manera que quedasen impunes del asesinato. El secretario de estado era consciente que lo más favorable era justificar la comisión del crimen so capa de interés de estado, como ya ha quedado relatado.

Felipe II dio el visto bueno al asesinato, inducido por las justificaciones que el secretario de máxima confianza, Antonio Pérez, le presentaba.

Finalmente,“el 31 de marzo de 1578 Escobedo, después de varios intentos de envenenamiento, fue asesinado por unos espadachines en Madrid (junto a Santa María de la Almudena). Los rumores populares hicieron responsable a Antonio Pérez, cuyos amores secretos con Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, habría descubierto Escobedo; así, para asegurarse de su silencio, lo había hecho matar. Posiblemente Antonio Pérez era instigador del crimen, pero por diferente motivo: lo que aquel sabría sobre él era la venta oculta de secretos de Estado, que también beneficiarían a la princesa. Otra posible hipótesis es que Felipe II creyó las difamaciones de su secretario hacia su hermanastro y consintió en hacer desaparecer a Escobedo.”

Hasta tres intentos fallidos de envenenamiento practicó sobre Escobedo el ambicioso Antonio Pérez, pero la constitución física de la víctima, unido a una evidente falta de profesionalidad del autor, evitó el éxito de las intentotas, por lo que finalmente optó por asesinarlo a estoque, y encargó la faena a tres asesinos, que la llevaron a término el 31 de marzo de 1578.

El asunto tuvo la importancia que puede suponerse al tratarse de personajes con unas responsabilidades de gobierno evidente. Por ello, las legaciones extranjeras dieron noticia del asunto a sus respectivos gobiernos. Destacamos el relato del Nuncio, amigo personal de Pérez: “La noche del segundo día de Pascua, aproximadamente a las ocho…/… el Secretario Escovedo volviendo de casa de doña Brianda Guzmán a su casa a caballo y acompañado de sus hombres y pajes con antorchas, no muy lejos de su casa, fue rodeado por cuatro hasta ahora desconocidos y herido de una estocada en el costado por uno de ellos, cayó al suelo y sin poder hablar murió al cabo de una hora. La pérdida es de gran importancia en muchos aspectos, ya que era muy afecto a los negocios que sabe V. S. Illma. y en todas las ocasiones y siempre se muestra muy afectuoso, por lo que me causa gran sentimiento.
Hasta el momento no se sabe de dónde viene el mal, a pesar de las extraordinarias diligencias. Y puesto que son varias las sospechas no me extenderé sin saber qué escribir…/… No hace mucho que fue envenenado junto a su esposa y a su esclavo, y con todo el gran peligro, con la ayuda de Dios, se liberó y no hacía ocho días que había comenzado a salir de la casa. El Rey ha perdido a un verdadero gran ministro y su Santidad un buen servidor.”

Todo este asunto es relatado por el propio Antonio Pérez como sigue: “Es de saber que el rey católico, por causas mayores y forzosas, y muy cumplideras á su servicio y corona, resolvió que el secretario Juan de Escobedo muriese sin preceder prision ni juicio ordinario, por notorios y evidentes inconvenientes de grandes riesgos, en turbación de sus reinos si se osara de cualquier medio ordinario aquella coyuntura, y de mayores si se difiriera la ejecucion. La razon de esto y de las causas que movieron al rey á tal ejecución, remito al memorial que Antonio Perez presentó en el juicio de Aragon.”

Pero nada parece tener tan fácil explicación. Algo debió conocer Felipe II con posterioridad al crimen; algo que le alteró el espíritu y lo llevó a reconocer públicamente su culpa… y a exigir a Antonio Pérez que asumiese la que le correspondía, sin permitir que la otra principal implicada, la princesa de Éboli, saliese libre, y es que “lo que en cierto modo pone fuera de duda la complicidad de la princesa en la muerte de Escovedo, es su lenguaje y conducta después del suceso. Ella dijo á Beatriz de Frías «que Escovedo era deslenguado y que hablaba muy mal de las mugeres principales y que persuadía á los frailes que iban á predicar á Sta. María que dixessen palabras maliciosas que á ella le podían dar pesadumbre.”

“Mientras que Felipe II, incitado por Perez, ordenaba la muerte de Escovedo, creyendo obedecer á una razón de estado, Perez por el contrario seguía el impulso de su odio y de sus recelos , obteniendo la autorización de matar á un amigo antiguo que para con el rey podía perderle.”

“Pero, al margen de la cierta responsabilidad del monarca, Antonio Pérez –cuya extrema corrupción era vox populi– preparó una trama complicada haciendo creer al monarca la traición de don Juan…. Había convertido al rey en cómplice en el asesinato, conservando documentos que le comprometían.”

“Antonio Pérez convenció a Felipe II de que convenía eliminar a Escobedo como responsable de los desvaríos de don Juan. El rey no descubrió el fraude hasta después de morir Escobedo. Y a partir de entonces empezó a fraguarse la pérdida de Pérez y de la Éboli. Don Juan murió sin sospechar que Antonio Pérez le había traicionado.”

“Pero luego resultó que las sospechas sobre la conjura de don Juan eran totalmente infundadas. Muerto aquél en Flandes, a consecuencia de la peste, poco después del asesinato de Escobedo, llegaron todos sus papeles a Madrid. Ellos ponían en evidencia la sinceridad y lealtad del Infante. Entonces el Rey abrió los ojos, su conciencia comenzó a tambalear y quiso echar sobre el asunto toda la luz que fuera posible, aunque procurando que los documentos más comprometedores no se hicieran públicos, primero para no manchar la fama de su hermano, acusado en ellos de traición, y, segundo, para no poner en evidencia su propia desconfianza enfermiza.”

De la actuación de Felipe II se puede concluir que“Perez fué culpable de engaño al Rey en la muerte de Escobedo, y Felipe II, al castigarle, no obró á impulsos de las malas pasiones que se han supuesto.”  De hecho, de manera reiterada es impelido Pérez a que diga la verdad de los hechos, precedido de la declaración de culpa del rey. Sin embargo, Antonio Pérez, se niega a reconocerlo y ocasiona una de las evasiones más espectaculares de la historia, acarreando unos documentos comprometidos para la seguridad nacional española que con los años transcurridos fueron perdiendo inevitablemente la importancia que tenían en un principio.

Una vez asesinado Escobedo, de inmediato, los familiares de la víctima iniciaron una investigación sobre los hechos, y pusieron las descubierto los devaneos y los intereses existentes entre la viuda de Éboli y Antonio Pérez, de los que era conocedor Escobedo, saliendo a la luz las amenazas que éste había recibido.

Con estos datos, la mujer y los hijos de Escobedo pidieron justicia a Felipe II, acusando directamente a Antonio Pérez y a la princesa de Éboli. Los deudos informaron al rey de las relaciones secretas de su secretario de estado, de donde Felipe II dedujo el terrible engaño del que había sido objeto.

Entre tanto, el presidente del Consejo de Castilla, Antonio de Pazos, mediaba con los familiares de Escobedo, en concreto con su hijo Pedro, en quién su “discurso produjo mucho efecto en Escovedo, el cual solo tenia algunas sospechas contra Perez y la princesa , y no poseía prueba alguna que pudiese valer en juicio, y en su consecuencia respondió al presidente de Castilla: «Señor, pues asi es , yo doy mi palabra por mí, por mi hermano y por mi madre de no hablar mas en esta muerte, ni contra el uno, ni contra el otro«.”  Pero si cesaba en el empeño el hijo del finado, no lo hacía Mateo Vázquez, antiguo secretario de Felipe II y del partido del Duque de Alba.
 Las dudas iban creciendo al par que las pruebas contra Antonio Pérez. Llegó momento en que la princesa de Éboli acabó por mandar un escrito al rey en el que se quejaba porque la gente decía “que Antonio Perez mató a Escovedo por mi respecto, y él tiene tales obligaciones á mi casa que cuando yo se lo pidiera estubiera obligado a hacerlo.”  En la misma, se descaraba y manifestaba que “con aver dicho yo este me avré descargado con Vuestra majestad.
Si la corte de Felipe II destacó por los enfrentamientos existentes entre los dos partidos (el del duque de Alba y el del príncipe de Éboli), el asunto alcanzó cotas de gravedad suprema con la muerte de Escobedo.“Detrás de este asesinato quedaron ocultos los hilos de una gran conspiración palaciega producto de ambiciones personales y de la lucha por el poder surgida entre dos facciones políticas.”


ARRESTO DE ANTONIO PÉREZ Y DE ANA DE MENDOZA
El 31 de Marzo de 1578 era asesinado Escobedo; “el día 28 de julio de 1578 al caer la noche los alguaciles se personaron en el despacho de Antonio Pérez y procedieron a su detención. Lo mismo sucedió con la princesa de Éboli que fue puesta bajo custodia hasta que fue transladada y recluida de por vida en el palacio de Pastrana.”   El puesto de Pérez sería ocupado por el cardenal Granvela, Cristóbal de Moura, y Juan de Idiáquez; del Franco Condado, Portugal y Vizcaya respectivamente. “La Princesa envejeció muy pronto y enfermó hasta morir relativamente joven, a los 51 años, en su casa de Pastrana, olvidada de casi todo el mundo.”
Pero nada parecía indicar que el asunto fuese a cuento del asesinato de Escobedo, porque sus familiares habían sido acallados por el presidente del Consejo de Castilla, Antonio de Pazos, a la sazón amigo de Pérez. El asunto venía envuelto en una información falsa, y como supuesta replesalia por los enfrentamientos de los dos partidos existentes en la corte, el de corte liberal, encabezado por la princesa de Éboli y Antonio Pérez, y el de Mateo Vázquez, antiguo secretario de Felipe II. “El motivo ostensible de la prisión era su oposición constante á la reconciliación de ambos secretarios. Esta causa se alegó por la justicia, y con nombre de las amistades de Matheo Vazquez se comenzó el proceso. La familia de Escovedo ni se querellaba ni se movía.”  El rey prudente actuaba conforme a lo que la fama esperaba de él. A los cuatro meses guardaría la prisión en su propia casa, pudiendo salir a la calle ocasionalmente.

El Duque de Medina Sidonia, casado con la hija mayor de Ana de Mendoza, y el Duque del Infantado, cabeza de la casa de Mendoza, fueron avisados de las detenciones a primera hora del día 29, y ambos se sometieron con humildad a una medida que tanto debía ofenderles (La carta que envió Felipe II al duque del Infantado es reproducida por el mismo Antonio Pérez en sus “relaciones”. ). Sólo el Almirante de Castilla se brindó a mediar por la princesa. Pero el motivo de las prisiones seguía aún sin conocerse con exactitud; la causa de las mismas se remitían a que Felipe II temía un atentado sobre su secretario Mateo Vázquez.  Según Antonio Pérez, “las prisiones habian causado universal escándalo; los amigos de Vazquez aseguran, por el contrario, que habian sido motivo de general aplauso y satisfaccion. Cuál de las dos versiones habrémos de creer?”

No eran bien tratados los imputados por el pueblo. Ana de Mendoza era conocida popularmente como “Jezabel”, y manifestaban que “conviene al mundo que Jezabel pase lo que le queda de la vida hilando en un rincón.”

Pero no se puede decir que fuesen mal tratados por el estado, ya que Antonio Pérez conservaba el boato a que estaba acostumbrado.“Alli le fue á visitar á él fray Diego de de Chaves, el confesor del rey, á quince dias de su prision; cosa la una y la otra yisita, que admiró á la corte toda, por parescerles á todos, y con razon, que tal manera de yisitas, y de tales personas, no podian ser hechas á delincuente y ofensor de la majestad de su rey.”  En principio no parece muy normal dar este trato a un preso.
En medio de este tumulto, y ajeno por completo al papel que jugaba él mismo, el 1 de octubre de 1578 muere en Flandes don Juan de Austria. El 4 de Agosto del mismo año, había muerto el rey Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. Un hecho de excepcional importancia para la primera unión nacional, ya que el heredero era un anciano sin descendencia, y el segundo en la línea de sucesión era Felipe II. Un hecho que, además es tenido en cuenta por algunos historiadores como inicio de los problemas de Ana de Mendoza, quién a lo que parece intentaba casar a su hija con el heredero de Braganza, rival de Felipe de II a la corona de Portugal, lo que a la postre conseguiría ya fallecida, cuando en 1640 su bisnieta “se casó con el Duque de Braganza en el momento de la independencia.” ¿Era este el trasfondo real que llevó al asesinato de Escobedo?
El caso es que las investigaciones no avanzaban conforme a lo deseado, en gran medida como consecuencia de la prudencia por conservar los secretos que obraban en poder de Antonio Pérez. Al objeto de provocar algún descuido que permitiese anular  la peligrosidad de los mismos, las prisiones de los encausados se suavizaron; Ana de Mendoza pasó a cumplirla en su palacio de Pastrana, mientras “Pérez siguió todavía gozando de la gracia pontificia y real durante el año 1578 y principios del 1579. Sigue apareciendo como intermediario entre el nuncio y el rey, recibe nuevas gracias pontificias  e incluso hay algún indicio de que continuase metido en secretísimos despachos un tanto sospechosos.”   El nuncio colaboraba con él, y el rey prudente, dejaba a hacer con la esperanza de encontrar pruebas.
Lo que sí parece cierto es que al propio Pérez esta prisión no sentó excesivamente bien; él mismo relata el hecho como sigue:“Estuvo Antonio Perez en su casa preso seis ú ocho meses, con guardas. Al cabo dellos le fueron quitadas, y quedó con libertad de salir á misa y paseante, y de ser visitado, pero con que él no visitase á nadie.”  El relato incluye el tiempo que permaneció en casa del alcalde, que no en la cárcel, y el que permaneció en su propia casa con vigilancia explícita.

Lo cierto es que en Noviembre ya gozaba de supuesta plena libertad Antonio Pérez.“Cuatro meses estuvo Perez preso en casa del alcalde de corte Alvaro Garcia de Toledo” ; de hecho, “hacia el mes de mayo de 1579 Pérez volvía a gozar de la máxima gracia real a juicio del nuevo nuncio.”   Por supuesto hablamos sólo de apariencia, ya que el objetivo de Felipe II era atacar en el momento más conveniente para los intereses de España.

La extraña prisión del primer ministro, discurría en su lujosa mansión donde recibía a los principales personajes que visitaban Madrid, haciendo hueco entre los asuntos de estado que le eran remitidos, mientras estrechaba relaciones que posteriormente le serían de extrema utilidad; entre ellas, el Justicia de Aragón, Juan Lanuza, el conde de Aranda y el duque de Villahermosa. En 1580 fue puesto en libertad.

Parece que el rey creyó llegado el momento dos meses más tarde, cuando “el 26 de julio de 1579, Felipe II ordena la detención de Antonio Pérez dándose comienzo a años de persecuciones que culminaron con su salida de España a finales de 1591. Entre 1579 y 1592 fue sometido a diversos procesos tendentes a investigar, bien su actuación como Secretario de Estado, bien su participación en la muerte de Escobedo.”

La actitud condescendiente del monarca estaba producida con la idea de que Pérez soltase los documentos de carácter secreto que tenía en su poder, pero según  unas fuentes“al final, y sin los papeles, el monarca sucumbió a la presión de la familia de los Escobedo y los enemigos de Antonio Pérez y ordeno su detención en 1585. Esta vez fue acusado de tráficos de secretos de Estado y corrupción, aunque no de asesinato en un vano intento por hacer olvidar el asunto y que no acabara salpicando al rey, Pérez fue encontrado culpable y castigado con una pena de dos años de prisión y una sustanciosa multa. Pero los jueces no consiguieron que entregara sus documentos.”

Personalmente, y dadas las características personales de Felipe II y a lo relatado hasta el momento, dudo que sucumbiera a las presiones de nadie, que al parecer eran inexistentes. El proceso llevaba los pasos marcados directamente por el rey, eso sí, con toda probabilidad con la esperanza de, en el ínterin, hacerse con los papeles secretos que a todas luces obraban en poder del traidor.

El proceso se dilataba en el tiempo; era un defecto de la administración de Felipe II, que personalmente atendía todos los asuntos del Imperio.“El 26 de agosto (de 1580), un largo comunicado de la Nunciatura reflejaba el notable enrarecimiento del ambiente cortesano. A la Eboli, enferma con fiebre, se le estrecha la prisión con una crueldad que verdaderamente no se compone con los trámites de un simple castigo por rencillas y enemistades de Corte. Antonio Pérez, que aún continúa en alguna manera en funciones de secretario, ve también aumentar el aislamiento en torno a su persona. El cardenal de Toledo, Gaspar de Quiroga, gran amigo de Pérez, ve contrapesado su influjo político por la figura de Granvela y encuentra una extraña resistencia al perdón indulgente en Felipe II, por lo que busca pretextos para marcharse de la Corte. El duque de Alba, que soporta con dignidad la desgracia del rey, parece va a recobrarla por oficios del mismo Granvela.”

Las relaciones entre la corona española y la Santa sede no pasaban por los mejores momentos como consecuencia del problema de Antonio Pérez.

Mateo Vazquez era secretario del rey, y hasta esta fecha no parece existir rivalidad entre él y Antonio Pérez. Hay quién supone que el enfrentamiento entre ambos fue provocado por el propio Felipe II, que habría puesto a Vázquez sobre el asunto de Escobedo.  Esta idea se basa en las elucubraciones de Antonio Pérez expuestas en “Las relaciones” .

Gaspar de Quiroga sería el inquisidor que entendiese de los asuntos de Antonio Pérez cuando tomó parte la Inquisición en su persecución, pero además, el mismo Gaspar de Quiroga, en estos justos primeros años de la década de los 80 era amigo de Antonio Pérez, a quién “aconsejaba y le defendía de las imprudencias heréticas que el clero le achacaba.”

En esta época estaba viviendo Aragón unos momentos de tensión “por el auge del bandolerismo y por la crueldad desatada a raíz de la guerra entre montañeses y moriscos, cuya etapa de máxima virulencia coincidió con la guerra civil que asoló el condado de Ribagorza” , pero también por asuntos como el del virrey Almenara, que no era aragonés y ello provocaba malos ambientes, destacando en los pleitos los mismos nobles que serían protagonistas en la revuelta ocasionada alrededor de Antonio Pérez.


























FELIPE II, REY DE ESPAÑA UNIFICADA


El 15 de Abril de 1581 Felipe II unía Portugal al trono hispánico. “La energía del Emperador Carlos V consolidó en Castilla el poder real al principio de su reinado, y la mano firme de su hijo mantuvo despues sumisos á los señores y á los pueblos; pero en el seno de la monarquía se encerraban aún elementos poderosos de desorganizacion. Aunque apartada del gobierno la nobleza conservaba su consideracion social y sus fuerzas, de que en aquel mismo año hacía digno, pero peligroso alarde, acudiendo, por última vez en la historia, al llamamiento del Rey para auxiliarle en la conquista de Portugal :  era natural que recordando su antigua importancia, quisiera recobrarla, y si á la sazon se mantenia tranquila, podia tenerse por cierto que, presentándose ocasion favorable, se apresuraría á aprovecharla. La grave enfermedad que Felipe II sufrió durante su estancia en Badajoz habia puesto al descubierto este peligro, porque algunos Grandes se reunieron para concertar la conducta que seguirian caso de que llegase á faltar.”  Se evidenciaban coletazos del conflicto de los comuneros… Tan es así que el conflicto era detectado por Gian Francesco Morosini, embajador de Venecia, que refería: “se podría dudar de con ocasión de la muerte de este rey, o de cualquier accidente siniestro que le sobreviniese podría renovarse la sublevación de la comunidad contra el príncipe, como sucedió en tiempos del emperador Carlos V… podría renovarse estos y otros humores de peor digestión.”

Y entre tanto, Antonio Pérez continuaba despachando los negocios públicos como secretario de Estado… Como lo hizo incluso cuando se encontraba nominalmente preso.  Y continuaba con lo que hoy podríamos llamar “tráfico de influencias” al máximo nivel, dependiendo de sus buenas artes personajes como Pedro de Médicis o Andrea Doria. También a su alrededor ocurrieron muertes sospechosas, como la del astrólogo que le asesoraba y la del caballerizo, ambos conocedores exactos de los recovecos del ministro, de los que se sospechó fueron envenenados por Pérez para que no descubriesen sus secretos.

Pero el rey prudente no cejaba en su empeño. Recordemos que Antonio Pérez había sido tomado preso por segunda vez el 26 de julio de 1579. El 30 de Mayo de 1582 se incrementó la investigación. Un rosario de testigos hablaban del lujo y el boato del secretario de Estado, de sus relaciones con la princesa de Éboli, de sus costumbres relajadas… Entonces sí, tal vez instigado por el propio monarca, Pedro de Escovedo, incitado por Matheo Vazquez, hacía las mayores diligencias por buscar pruebas de la muerte de su padre en los barrios de la córte, y no pudiendo hallarlas completas como pretendía, marchaba al estrangero para seguir las huellas de un hombre, sospechoso de haber tomado parte en el asesinato”.  Pero no se habló sólo del lujo y el boato; una legión de inspectores analizó todo tipo de actuaciones que habían sido llevadas a cabo por el secretario de estado; tanto públicas como privadas; las dádivas que había recibido y las que había dado; la correspondencia que había mantenido… “probar los manejos tortuosos de un hombre tan hábil como Perez, no era empresa tan fácil como a primera vista aparecía: si alteraba algunas notas, si traducía infielmente algunas cifras, en cambio podía presentar billetes del rey que le autorizaban para ciertas supresiones o modificaciones importantes.”

En 1584 Antonio Pérez sufre un proceso de visita (lo que hoy llamamos auditoría), acusado de corrupción y de alterar mensajes. Juicio que termina a primeros de 1585. En sus descargos, el propio Antonio Pérez señala que es objeto de una conspiración, de la que “alega por sospechosos a todos los que en su tiempo han pedido offiçios, o cargos, o merçedes a Su Magestad, y no los alcançaron o las tuuieron menores de la que las pretendieron, y a todos los que, hauiendo pedido merçedes por consejo de estado y no las alcançando, se boluieron a otros secretarios. Que por las dichas razones pueden ser sus enemigos y hauer en sus deposiçiones proçedido con ánimo dañado, añadiendo y encubriendo de la verdad.”

En cuanto a las acusaciones de prevaricación, “en respuesta de todos los dichos cargos que tocan a presentes dize que no ay ley, ni pregmática, ni costumbre, ni juramento que no puedan para los secretarios de Su Magestad, mayormente los de estado, recibir presentes; antes está la costumbre en contrario, como es notorio. Y por tal lo alega, y en particular la que vio vsar a Gonzalo Pérez, su padre, continuamente de resçebir semejantes regalos, de cuartagos, sortijas, Pinturas, Vasos y otras cosas tales de personas prinçipales, aunque fuessen negoçiantes, y que ansí mismo huuo en tiempo del dicho Gonçalo Pérez visita general y nunca su persona fue visitada de ninguna cosa de las dichas ni de otra alguna, lo qual no pudo ser sino por no tener el Emperador nuestro señor de gloriosa memoria, ni Su Magestad del Rey nuestro señor, por visitable el dicho offiçio.”

Se trataba de un rosario de regalos de mucha importancia que Antonio Pérez había recibido de otros tantos interesados en alcanzar alguna gracia en la corte. Regalos en objetos de valor y en efectivo que alcanzaban cifras escandalosas. Los donantes, el príncipe de Parma, el duque de Toscana, Pompeo Colonna, Marco Antonio Colonna, virrey de Sicilla, el marqués de Estepa, el marqués de Mondéjar, el duque de Terra-Nova, Pedro de Aragón, Andrea Doria, Juan de Austria, el cardenal de Toledo, la princesa de Éboly, Luys de Ovara, Pedro de Padilla, Juan de Angulo,  Hidrónimo Conde de Lodrón, Luys de Requesens, Baltasar López de Cueva, Álvaro de Sande, Juan de Cardona, el marqués de Santa Cruz… Tantos regalos que “teniendo poca hazienda al tiempo que comenzó a exerçer su officio, después que le ha tenido, tratándose y gastándo lustrosamente en cantidad de ocho a diez mil ducados cada año por las muchas dádibas y presentes que ha resçebido, se ha podido tratar de esta manera, haziendo casas y empleando en çensos más de cincuenta mil ducados…”  De todo protestaba Antonio Pérez, negando unos cargos y admitiendo otros, sin admitir culpa por ello.

Este año 1584 fue de especial acoso a Pérez. El motivo sería el asesinato de Escobedo, pero la causa fue evidentemente el resultado de la visita (auditoria de sus funciones). El “31 de enero: ante el temor de que intente huir a Aragón donde estaba el Rey, los alcaldes van a detenerle antes de comunicarle la sentencia del proceso de Visita. Antonio Pérez salta por la ventana y se refugia en la iglesia de San Justo. Los alcaldes fuerzan la puerta y le detienen. Tras unas horas en casa del alcalde es enviado con grillos a Turégano. La iglesia puso pleito al Estado por el allanamiento y reclamó la devolución de Antonio Pérez pero de nada sirvió. 2 de marzo: le comunican la sentencia: 2 años de reclusión, 10 de destierro (contados los de reclusión) y suspensión de cargos durante ese tiempo. Desde el pueblecito de Muñoveros, cercano a Turégano, sus secuaces organizan un intento de liberar a Antonio Pérez, que fracasa principalmente por la habilidad del alcaide del castillo de Turégano que engañó a los atacantes. Antonio Pérez es condenado a tres meses de grillos y calabozo, sus bienes embargados y su mujer e hijos llevados a Madrid y encerrados.”

Mientras tanto, con la colaboración del arzobispo de Toledo, “una parte del clero se pronunció, aunque embozadamente, a su favor”.   reclamaron al reo y amenazaron con el anatema a las personas que participaron en el arresto, y se pidió la excomunión de los alcaldes participantes en el mismo. “Los autos fueron llevados al tribuna de la Nunciatura que confirmó la sentencia de la vicaría.”  El asunto estuvo de tribunal en tribunal hasta 1589. “Entre Turegano, Madrid y Torrejón de Velasco consumieron tres años de prisión, en algunos momentos bien cruda, como castigo del intento de fuga de Pérez… En la primavera de 1588 una leve concesión regia hizo más suave la condena de Pérez, al permitirle volver a Madrid”  Nuevamente se le había dado arresto domiciliario, donde era visitado por todos sus conocidos, y hasta se le concedió permiso para pasear por Madrid. Las facilidades para la huída eran manifiestas. Nuevamente fue llevado a una cárcel de verdad, y nuevamente se le daría por prisión una mansión.

El propio Antonio Pérez relata este hecho asegurando que la detención fue llevada a cabo para evitar una repetición de los hechos protagonizados por su mujer cuando Felipe II estaba en Portugal. Argumenta también que para esta peripecia contó con el apoyo del Cardenal de Toledo.

Por supuesto, para acorralar al secretario traidor, Felipe II utilizó todas las artimañas legales que, también por supuesto, fueron denunciadas por el traidor en sus relaciones.

Mientras, el rey se hallaba en Aragón asistiendo a las Cortes de Monzón. Aunque Pérez no era aragonés, contaba como tal, ya que“una resolución del tribunal de Zaragoza le había declarado todos los privilegios de aragonés, como los gozaba su familia.”  Circunstancia que haría valer en el futuro, y que pretendía hacer valer en ese momento, cuando fue detenido.

El juicio por el asesinato de Escobedo estaba poniendo contra las cuerdas a nuestro personaje, que comenzó a enviar cartas a Felipe II amenazándole veladamente, tras el consejo recibido del cardenal Quiroga, de hablar sobre la “verdad” del asesinato de Escobedo, pero el monarca, que había sido el principal y en ocasiones único instigador de las investigaciones relativas a ese asunto, incluso cuando los deudos de Escobedo habían callado en sus demandas, pasaba las cartas al juez instructor. Por otra parte, en escritura firmada el 2 de Octubre de 1589 , Pedro de Escobedo acabó desistiendo de la demanda y pidiendo la libertad de Pérez, y éste solicitaba “la conclusión de la causa por faltar querella é intervenir remisión de la parte ofendida.”

¿Qué había sucedido? La falta de resultados, la astucia y el soborno de Pérez habían hecho mella en la voluntad de encontrar justicia… Pero no en todos. Felipe II seguía…

Y decía Pérez en sentido amenazante: “Su Magestad es el señor de mí y de mis confianças y secretos (o por mejor dezir suyos), aunque se auenturase mucho en ello; pues sobre todas las cosas de la tierra tengo puesto mi fee y mi secreto no en mí solo por mí, sino en mi Rey y señor natural, y no hago mucho fuera de la obligación general y común de todos, porque demás de ser en particular hechura suya, me cuesta mucho su seruiçio y lo que mucho cuesta mucho se estima y se respecta…/…  Sobre todo lo qual sólo me queda que dezir que de la offensa y agrauio que en estos dos cargos se me ha hecho reserbo pedir a Su Magestad satisfaçión en su tiempo y lugar.”

Pero entonces el juez continuó “el juicio para averiguar si las causas que mediaron en la muerte de Escovedo, y que dio como ciertas Antonio Perez al rey, tenían verdaderos fundamentos y probanzas”.   Este extremo alarmó al partido de Pérez, y sus contactos eclesiásticos movieron los hilos para defender a su amigo, que se encontraba preso e incomunicado “hasta el 11 de Enero de 1590 en que le tomó declaración Rodrigo Vazquez, enseñándole una carta que le mandaba el rey: Presidente: Podéis decir a Antonio Perez de mi parte, y si fuesse necesario enseñarle este papel, que él sabe muy bien la noticia que yo tengo de haber hecho matar a Escobedo, y las causas que me dijo para ello havía: y porque á my satisfacción y á mi conciencia conviene saber, si estas causas fueron ó no bastantes, ya yo le mando que os las diga, y dé particular razon de ellas, y os muestre y haga verdad  lo que á my me dijo que vos sabeis, porque yo os lo he dícho particularmente; para que haviendo yo entendido lo que assy os dijere y razon os diere de ello, mande ver lo que en todo convenga. En Madrid, á 4 de enero de 1590. Yo el rey”.

Ya se había cansado Felipe II de tanta pantomima, y no dudaba en reconocer su participación en el asesinato de Escobedo, determinado a saber por qué su secretario lo llevó a asumir esa terrible responsabilidad.

Este mismo hecho es tratado por Antonio Pérez bajo su óptica; al relatar la prisión de la princesa de Éboli señala: “El rey, viéndose ya tan apretado de los demandantes justicia en la muerte de Escobedo, de las quejas de la princesa, de la palabra dada  á Antonio Perez de satisfacción en la ofensa del pasquín, se aconsejó con la confusion que todo esto le causaba, y para arrojar de sí tanta carga de obligaciones, echó mano del color de amistades y tomó al cabo aquella fuerte resolucion; prender á Antonio Perez, y en el mismo instante á la princesa de Eboli.”  y tratando de la tercera acción, señala: “Gobernóse Antonio Perez en el exámen con el respecto y fidelidad debida á los secretos de su príncipe, y á lo que su mismo rey de su mano le habia pedido desde que se concertó entra los dos la muerte, y despues della, y corriente la carga que le iban dando al rey sobre ella.”

La cuestión es que“el Monarca, atosigado en aquel momento por su propia conciencia y por las exigencias de su confesor, el padre Chaves, decidió finalmente que se supiese toda la verdad, en especial los motivos por los que él y su secretario habían dispuesto de un modo arbitrario e injusto la muerte secreta de Juan de Escobedo.”  Felipe II había determinado arrostrar la responsabilidad que le cabía en el asesinato de Escobedo, por lo que era imprescindible que Antonio Pérez dijese toda la verdad sobre lo acontecido.
Esa manifestación de culpabilidad por parte de Felipe II es ocultada por los mentores de la historia negra, que sin rubor llegan a hablar de “la malhadada decisión de hacer asesinar a Escobedo, de cuya responsabilidad quería eximirse Felipe II.”  De lo expuesto hasta el momento, no parece que Felipe II pretendiese eximirse de una responsabilidad que había asumido públicamente. Lo que quería era que quién le había llevado a ese punto con engaños reconociese que había mentido al objeto de dar al crimen aspecto de “razón de estado”.
El propio confesor real, en carta que cita el mismo Antonio Pérez, le incita a decir la verdad sobre el asunto, siendo “que el príncipe seglar que tiene poder sobre la vida de sus súbditos y vasallos… cuando él tenga alguna culpa en proceder sin orden, no la tiene el vasallo que por su mandato matase a otro que también fuese vasallo suyo… De donde colegirá v.m., que si en el caso presente se declara la verdad, no se condena nadie; antes se manifiesta la inocencia de v.m. y de sus cómplices. ”  Se estaba eximiendo de culpa al propio Antonio Pérez en el caso del asesinato de Escobedo. Tan sólo debía demostrar que había actuado cumpliendo una orden de Felipe II, que ya había reconocido su culpa. Pero el traidor, a lo que parece no podía demostrar su inocencia.
Ante estos hechos, el cardenal de Toledo, Gaspar de Quiroga, manifestó: “Si el rey mandó a Antonio Perez que hiciese matar á Escobedo, y él lo confiesa, ¿qué cuenta le pide ni qué causas?  Habían transcurrido doce años desde el asesinato de Escobedo en los que Felipe II, tras haber averiguado que la orden de asesinar al secretario de D. Juan de Austria la había dado inducido por una gran mentira de su secretario, había intentado recuperar del poder del traidor documentos importantes para la seguridad nacional, y en el infructuoso intento había logrado demorar su divulgación entre los enemigos de España el tiempo que ahora alarmaba a Gaspar de Quiroga.
Antonio Pérez señala en las Relaciones que Felipe II le había encomendado que nunca se supiese su participación en este asesinato.  Y más adelante, tras haber señalado la confesión del rey y la opinión de del cardenal Quiroga, señala “que ni había muerto, ni sabía de causas” .
Tras estos contactos se inició el juicio, y como no se lograba la confesión del delito que se sabía cierto, se dio tormento al reo (No era normal el tormento, sino excepcional, como por otra parte lo era en todos los estados de la época), que bajo los efectos del mismo “declaró las causas políticas que habían preparado la muerte de Escovedo.” Esto sucedía el 23 de Febrero de 1590. “Ratificase el 25 en su declaración, asegurando haberse negado antes por guardar fidelidad al rey.”

El mismo Pérez relata el asunto como sigue: “Antonio Perez, por obedescer al mandato que él tenia del rey para callarlo todo, y al órden del confesor para callar las causas con grande estrechura. se viene á ver en el tormento sobre el mayor de todos, que es del entendimiento. en no saber el que hacer en tal confusion y contrariedad de mandados.” No es fácil comprender los argumentos, pues dice obedecer al mandato real de callar, mientras el rey le está diciendo que hable.
Pérez “confesó algunas de las causas que habían motivado la muerte de Escobedo, pero sin revelar nada sustancial ni aportar prueba alguna. Esa revelación fue fatal para él. Como no tenía pruebas de que D. Juan de Austria fuera culpable de subversión y, por tanto, nada incriminaba a Escobedo, el rey podía creer ahora que había sido engañado y que la responsabilidad del crimen no era suya sino de Pérez que lo había engañado con falsedades. Este sabía hasta qué punto era desesperada su situación y decidió huir. Ya tenía contactos en Aragón, que probablemente guardaban sus documentos”.
La tortura le provocó estar convaleciente un largo tiempo, siendo cuidado por sus criados y hasta por su esposa e hijos, pero “restablecido de su enfermedad, y dejando un bulto enmascarado en la cama, púsose el miércoles santo unos vestidos de su muger y pudo pasar entre sus guardas, recomendando con disfraza voz que no hiciesen ruido por no despertar al enfermo.”

La huída fue tramada por él, su mujer, sus hijos, Gil de Mesa y Francisco Mayorini. Estos dos se encargaron de trasladar al huido a Aragón el uno, y a cansar los animales de las postas el otro, al objeto de retrasar el avance de los perseguidores. El objeto, según los defensores del traidor era poner “el pié en Aragón, donde le esperaba el apoyo de una justicia imparcial en medio de un pueblo al que sus privilegios hacian independiente, y al que su independencia daba brios y arrogancia.”






ANTONIO PEREZ, RESGUARDADO EN ARAGÓN


Era 19 de Abril de 1590. Su entrada en Aragón inauguró los disturbios al haberse guarecido en sagrado y presentarse fuerzas a arrestarlo. La crisis que se iniciaba superaba a la ocasionada con el fracaso de la Armada en su intento de invadir Inglaterra en 1588.

Habiendo recurrido al beneficio de la manifestación, del que era acreedor, a pesar de no ser aragonés y gracias a los buenos oficios ejercidos por su padre, que sí lo era, fue conducido a la prisión de los manifestados en Zaragoza. Una vez allí intentó presionar a Felipe II amenazando con hacer públicos los documentos que portaba, lo que finalmente hizo, “no sin grande escándalo del pueblo”.  A estas alturas, la amenaza del traidor, si bien inquietaba al rey, se trataba de una inquietud moderada dado que los secretos que portaba tenían, como poco, doce años. Daño harían, pero no sería mortal la herida.

Era el privilegio de la manifestación “una presentación que puede hacer cada uno de su persona y causa ante el justicia, y en reparo de su agravio pretendido de cualquiera jurisdicción y suprema autoridad.”  Un derecho aragonés que preservaba a su beneficiario de la persecución que pudiese ejercer sobre él una autoridad no aragonesa.

“A partir de este momento, constatada la imposibilidad de llevarle de nuevo a Castilla sin vulnerar la legislación aragonesa, se instruyen nuevos procesos a fin de obligarle a permanecer en ese reino, evitando así lo que más temen: su huida a Francia y la colaboración con uno de los Estados enemigos de Felipe II” , pero la intención de Pérez al huir “no era simplemente escapar del Rey poniéndose en manos del Justicia de Aragón (podría haber seguido huyendo a un país enemigo de la Monarquía Católica); lo que él buscó era hallar refugio en algún lugar en donde poder provocar un levantamiento popular contra la Corona para, amparándose en la alteración, sentirse seguro y vengarse del Rey.”  Conocía sus posibilidades, y pretendió romper la unidad nacional. Antonio Pérez estaba dispuesto a encabezar un movimiento secesionista en Aragón, para lo que contaba con el apoyo de Francia y de Inglaterra.

Las pegas infranqueables que presentaba el beneficio de la manifestación para que el traidor fuese debidamente juzgado eran insalvables; con tal motivo, salvo datos que abonen fehacientemente lo contrario, a quién efectúa este trabajo le da la sensación que se recurrió a lo que nunca quiso utilizar: el uso de la Inquisición para fines de estado.

La Inquisición siempre fue una institución que se mantuvo fiel a su cometido, y es muestra de equidad, ponderación y justicia para quién se atreve a acercarse a ella. La falta de información que hoy pueda existir es debido, en exclusiva, a la acción de los enemigos de España y de la Inquisición, que desde la invasión francesa destruyeron cuantos archivos inquisitoriales estuvieron a su mano, y a la incultura, siendo que la Inquisición era, sobre todas las cosas, un instrumento de creación de documentos. El caso es que, en el asunto de Antonio Pérez, “a partir de ese momento, las declaraciones de los testigos citados por la Inquisición aportaron datos para incrementar la sospecha del contacto de Antonio Pérez con los herejes de Bearn. Finalmente, el propio Pérez confirmó los argumentos de la Inquisición escapando a Francia.”

Para solventar el asunto era menester la entrada en funcionamiento de la Inquisición, única institución con competencia en todo el territorio nacional. “Felipe II no tenia intención de servirse de la Inquisición desde el primer momento, sino que fue después cuando, movido por los fracasos sufridos, se interesó por lo actuado por el Santo Oficio.“

Pero las razones para que interviniese la Inquisición las facilitó el propio Antonio Pérez, ya que “Las declaraciones realizadas en la Audiencia por Diego de Bustamente y Juan Luis de Luna, arrojan luz sobre las verdaderas intenciones de Pérez al tramar su fuga de la prisión: Juntamente con Mayorín, pretendía escapar a Bearn y acogerse allí a la protección de Md. Catalina y de su hermano Enrique de Vendóme.”

En cualquier caso debemos convenir que el argumento es bastante débil. Se coge con pinzas y por los pelos. Evidentemente Antonio Pérez estaba en contacto con Bearn, pero era debido a su traición a la Patria, no exactamente, por eso, debía ser calificado de hereje… ¿o sí?

Lamentablemente, el expediente inquisitorial contra Antonio Pérez no se encuentra en el archivo de la Inquisición de Zaragoza, sino en París. Debemos tener en cuenta que una de las actividades que llevaron a cabo con gran esmero las tropas francesas durante la invasión napoleónica fue la metódica destrucción y expolio de cuantos archivos inquisitoriales cayeron en sus manos. Actuación indispensable para que la leyenda negra contra España no pueda ser contrastada. Pero al fin no supieron cumplir bien su labor destructiva, y siguen existiendo archivos casi completos donde la cultura puede dar algún revolcón a los voceros de la citada leyenda.

También se encuentran en París, y no en Simancas, muchos otros documentos que fueron saqueados por las tropas napoleónicas y por los traidores afrancesados, como el ex secretario de la Inquisición Juan Antonio Llorente.

Lamentaciones aparte, y volviendo al asunto que nos ocupa, “Antonio Pérez no pudo elegir mejor momento para su huida que este. Aragón se debatía en la defensa de sus fueros, que se había convertido en un problema de primer orden, y el enfrentamiento con la Corona se encontraba en su momento álgido. El otrora poderoso secretario encontró un fuerte apoyo en Aragón, el duque de Villahermosa y el conde de Aranda entre los grandes y muchos miembros de la pequeña nobleza se solidarizaron con él como medio de defender sus privilegios feudales.”

Los servidores de la historia negra, aún los que procuran mantener cierta fidelidad a la historia nos presentan el caso señalando que “Perez habia expiado en Castilla su participación en la muerte de Escovedo, con la pérdida de su valimiento, con el desastre de su fortuna, con su largo cautiverio y los dolores del tormento; Felipe II iba á expiar la suya en Aragón con la evidencia de su complicidad, con el descubrimiento de sus perfidias y la absolución de su adversario. El subdito habia sido castigado en su persona; el principe debia serlo en su fama, castigo reservado á los que no pueden sufrir otro.” … Eso, o iba a aquilatar el poder de los derechos feudales que con grandes esfuerzos habían logrado mantener como privilegios de clase los sectores más recalcitrantes de la nobleza frente a la labor socializadora llevada a cabo tanto por los Reyes Católicos como por Carlos I y Felipe II.

El privilegio de la unión pertenece al derecho medieval. Cuando accede al trono Pedro III y los nobles consiguen arrancarle en 1283 el Privilegio General y, unos años más tarde, en 1287, también logran obtener de su sucesor Alfonso III el Privilegio de la Unión.  “por el cual prometía convocar anualmente, en Zaragoza, Cortes que serían las que designarían el Consejo del rey, y no proceder contra la Unión sin previa sentencia del Justicia del reino y del permiso de las Cortes. Si el rey obraba en contra de lo estipulado en este documento, los nobles podían “desnaturarse” (negar la obediencia y elegir otro soberano sin incurrir en nota de infidelidad). Esta condición dio motivo a Alfonso III a decir: “Que había en Aragón tantos reyes como ricoshombres”.   Dentro del privilegio de la Unión estaba el que Antonio Pérez recurriría: el de la Manifestación. Y los Reyes Católicos, que tanto hicieron por controlar el poder desmedido de la nobleza, no lograron derogar este privilegio, que efectivamente, no era de Aragón, sino de la nobleza.

Señalemos que quienes podían “desnaturarse” eran los nobles, y nadie más que los nobles. Era un derecho pasado de moda.

Y el Justicia de Aragón era el defensor nato de este arcaísmo, siendo inapelable su sentencia. Si había pleito en el que se implicaba el rey, el rey acudía como parte del mismo. Y en esta caso, la entrada del proscrito en Aragón significó un movimiento popular espectacular, movido por la nobleza levantisca, interesado en conocer de primera mano las circunstancias que lo habían llevado a esa situación.  Antonio Pérez hablaba con todos, haciéndose por momentos querido y popular en Aragón.

“Los señores de Aragón se interesaban mas y mas por su compatricio al considerar la importancia que le daba el soberano: el pueblo de la capital se hallaba decidido á su favor, y todos veian en el ministro perseguido una victima de la envidia de corrompidos palaciegos.”

Y ese sentimiento, sin lugar a dudas, estaba sembrado por los aliados de Pérez, el conde de Aranda, el duque de Villahermosa y su entramado de clientelismo neofeudal. “Dichas redes, conectadas con la que tejió a su alrededor el ex secretario Antonio Pérez, ayudan a entender la movilización social operada en 1591.”

Gregorio Marañón señala al respecto: “La verdad es que si la guerra de las Comunidades fue, en contra de lo que se dice, una sublevación reaccionaria, el movimiento fuerista de Aragón, aunque en su fondo latiera un noble sentimiento de libertad regional, era, en realidad, también el último esfuerzo del feudalismo para mantener sus privilegios. El Rey tenía, en absoluto, razón al querer renovar y modernizar aquellos medievales derechos, justificadísimos cuando fueron instituidos, pero que el tiempo había ido convirtiendo en instrumento tosco, más que de bienestar del pueblo, de subterfugio de unos cuantos para eludir la ley, como se vió en el asunto de Antonio Pérez; obligando a la Justicia, a su vez, a violentar, para imponerse, sus propias leyes.”

Antonio Pérez “conquista al pueblo con su historia de fortuna pasada y presentes miserias, hasta conseguir el apoyo de numerosos nobles y burgueses” , “con preciarse mucho de aragones, alabar sus leyes, quererse valer dellas, y dar á entender que las fuerzas de los reyes son menores de lo que realmente lo son.”

La gran habilidad del político se puso de manifiesto al señalar que “no es una misma persona la del rei de Castilla y la del rei de Aragon, aunque es un mismo hombre el que posee los reinos; y que la licencia que el rei de Aragon tiene de proceder á su voluntad contra sus criados y ministros no la puede tener el rei de Castilla en Aragon; y que asi no habiendo sido ministro ni criado del rei de Aragon, habia de ser abrazado de todos los fueros y privilegios de que gozan los hombres privados.” Exposición manifiestamente torticera, porque el Consejo de Estado no era de Castilla, sino de toda la Monarquía. Y Antonio Pérez no había sido secretario de Castilla, sino secretario de estado.

La gravedad de las actividades llevadas a cabo por Antonio Pérez hacía incuestionable el uso de todos los medios existentes para pararlo. Y es que el objeto de los tratos con la princesa de Bearne no era otro que “convertir al reino de Aragón en república independiente, invocando su ayuda y la ocupación del territorio por soldados extranjeros.”  Estos tratos, al parecer apoyados por un importante sector de la nobleza aragonesa, fueron tratados por Martín de Lanuza y por Miguel Donlope, en cuya casa de Montmesa se hospedaría Antonio Pérez en su huída a Francia.

Era el momento de las presiones; así, se presiona al Justicia de Aragón, a quién se llega a “encomendalle con el mayor encarecimiento que se pueda, la guarda de Antonio Pérez, el ponelle prisiones, el desvialle de la comunicación y de todas las demás libertades que se le dan, afeando mucho lo mal que ha de parecer y parece que en persona presa por tan graves delictos, convencido de uno tan grande como haberse querido pasar a Bearne, no se haga demostracion en su guarda que estorbe y castigue caso tan atrevido y nuevo”

En la legalidad vigente, eso, además de ser alta traición era asunto de la  Inquisición, al tratarse de alianza con herejes. Debemos tratar el asunto con la mentalidad del siglo XVI, debemos preguntarnos, ante este asunto, qué hacían los hugonotes, qué hacían los luteranos, qué los calvinistas. Nos llevaremos grandes sorpresas.

Finalmente interviene la Inquisición, y por orden del Inquisidor General, Gaspar de Quiroga, “En mayo de 1591, el confesor del rey Diego de Chaves comenzó un proceso en el que pudiera intervenir la Inquisición y Pérez fue trasladado desde la prisión del Justicia hasta la de la Inquisición.”   Hemos señalado más arriba que Felipe II, en este caso, usó la Inquisición para intereses de estado, pero no hay datos que confirmen ese aserto; es, en cualquier caso, una suposición que podría ser combatida o defendida con los documentos generados por la Inquisición. Aparte esas creencias sin justificación, parece ser que la intervención de la Inquisición no fue inducida por el estado, sino por la actuación sospechosa de Antonio Pérez. Parece, además, que el estado no quería la intervención del Santo Oficio porque ello implicaba que el reo fuese sustraído a la acción de la justicia ordinaria.

Es el caso que el 13 de mayo de 1591 se acordó el traslado de Pérez a la cárcel de la Inquisición, pero tardaron dos semanas en llevarla a efecto por las dificultades planteadas por los fueros de Aragón. “Refiere el alguacil que, habiéndose personado en la Cárcel de los Manifestados, donde se encuentran recluidos los relacionados en los mandamientos de prisión a él dirigidos, no pudo cumplir con su cometido por cuanto el Alcaide de esa prisión, Antonio de Ores, negó la entrega de los presos que estaban bajo su custodia.”

La cuestión se demoró quince días por errores de procedimiento por parte de los inquisidores, aunque hay quién afirma que tales errores no existieron, ya que “Al estar los presos manifestados ante la Corte del Justicia de Aragón, su prisión por el Santo Oficio exige una serie de formalidades que difícilmente pueden ser atendidas por uno sólo de los miembros del Tribunal. El requerimiento de los presos por la Inquisición planteará probablemente dificultades y será preciso señalar censuras a los integrantes de la Corte del Justicia para el caso de que no accedan a los términos de la reclamación. Y no cabe duda que será desatendido si siendo tres los Inquisidores, uno sólo de ellos firma la solicitud.”  (y esto sucedía porque, para agilizar el trámite se había designado a un solo inquisidor). Finalmente, el 24 de Mayo les es entregado el preso, momento que aprovecharon los amigos de Antonio Pérez para soliviantar al pueblo reclamando contra quienes violaban los fueros. Los amotinados amenazaban con dar fuego a la Aljafería. Esto se hacía, según refiere el mismo Antonio Pérez “sin noticia de nadie, quebrando para ello el privilegio y fuero de la Manifestación, y otros muchos, y todos los derechos del paciente.”

Pero ese día, “á poco de haber llegado Antonio Perez de la cárcel de Manifestados á la de la inquisicion, se sublevó el pueblo Zaragozano gritando: ¡traicion, traicion! ¡viva la patria! ¡viva la libertad! ¡vivan los fueros! ¡mueran los traidores! Uniéronse en menos de una hora mas de mil hombres armados, que acometieron la casa del marques de Almenara, á quien maltrataron en términos que fué preciso para evitar su muerte, conducirlo á la cárcel real, murió á los catorce dias de resultas de las heridas. Insultaron y amenazaron al obispo con la vida, sino conseguía de los inquisidores la restitucion de Perez y Mayorini á la carcel de Maní festados: lo propio hicieron con el obispo de Teruel y pusieron por todas partes fuego al castillo de la Aljafería, palacio de los antiguos reyes moros de Zaragoza, y entonces inquisicion; gritando mas de tres mil hombres que la rodeaban, que moririan allí abrasados los inquisidores si no restituían los presos. A pesar de la resistencia del inquisidor Molina al tumulto y á las varias instancias del arzobispo, obispo, virey y principal nobleza, le fué forzoso ceder al fuego y al peligro que crecian por momentos”

Los amotinados pasaban de tres mil y amenazaban con incendiar el edificio de la Inquisición.“Los rebeldes habían rodeado la casa del Marqués de Almenara y resistido a los lugartenientes del Justicia cuando éstos trataban de conducirlo a salvo, lejos de su casa. Se temía asimismo que los amotinados cumpliesen sus amenazas de quemar la Inquisición y a todos los que en ella se encontraban. La única solución parecía estar en la devolución de los presos a la Cárcel del Justicia.

Los partidarios de Pérez no cejaban en su actividad conspirativa; “don Martín de Lanuça, don Yvan Cosco, don Pedro de Bolea, Gil de Mesa y Gil Gonzalez ivan a casa de algunos letrados a ponerles miedo, para que diessen siempre de pareçer a favor de las cosas que se tratassen convenientes a Antonio Perez, y asimismo yvan a los predicadores y les amenaçavan diciéndoles que mirasen como hablavan de las libertades.”  Las presiones se ejercían sobre todas la personas que tuviesen la menor representatividad, sustituyendo de inmediato a quienes oponían la menor oposición

El propio Antonio Pérez relata que “fue recobrado á voces y demanda general, y á amenazas y demostraciones de sangre y fuego, y ruina de casas, y á peligro y riesgo de grandes desastres y confusion total de la cibdád y reino. No llegó la cosa á menos que poner cerco tres á cuatro mil hombres de todos estados á la Aljafería, aquella casa real de los reyes moros, donde está la inquisición  y aparejar leña para ponerle fuego, si no les entregaban la persona de Antonio Perez. El virey hubo de salir en persona sin auctoridad de virey, y meterse entre el pueblo. Decales: Amigos, no vengo aqui como virey, sino como obispo de Teruel, como uno de vosotros; ya me veis, sosegaos, que yo os lo trairé, yo os lo restituiré, yo voy en persona por él. ”

Los presos fueron entregados para que continuasen en la cárcel de los Manifestados, siendo recibidos con vítores por los amotinados, mientras entre éstos surgían agitadores que los incitaban contra el virrey y contra Felipe II. Por otra parte, “ningún tribunal aragonés actuó contra los sediciosos, y sólo los inquisidores recibieron declaraciones espontáneas.”

El traslado se difirió hasta el 20 de Agosto, cuando se cubrieron las calles de tropas para efectuar el traslado del preso, pero las argucias de los colaboradores de Pérez lograron retrasarlo hasta el 24 de Septiembre, en cuyo periodo falleció el Justicia mayor, que fue sustituido por su hijo, del mismo nombre. Los altercados se sucedían, fomentados por Antonio Pérez y sus parciales.

Durante este tiempo, la nobleza aragonesa se debatió para guardar la compostura ante Pérez y ante el rey, debate que fue conocido de Pérez, que intentó una fuga de la cárcel, que fue frustrada por la traición de Juan Basante, “a quien Perez mismo daba cuenta de todos sus proyectos”.

El 24 de Septiembre de 1591 el ambiente público de Zaragoza era temeroso; “en las primeras horas del día, y al frente de una compañía de caballos ligeros, recorrió el Gobernador las calles por donde los presos habian de ser llevados a la Inquisición y fue distribuyendo en las plazas y puestos del tránsito las fuerzas que habían puesto á sus órdenes los Consistorios y los Titulados, y de acuerdo con los Jurados mandó cerrar las puertas de la ciudad para que no pudiese entrar gente de afuera en auxilio de los sediciosos” , “que si estuvieran abiertas, pudiera ser que no hubiera tantos labradores, ni gente que suele trabajar en el campo, mayormente en el tiempo de la vendimia, como entonces lo era.”

Mientras, se reunía el Justicia con el consistorio y se acordaba entregar a Pérez y a Mayorini a la Inquisición, señalando con argumentos jurídicos que en ello no existía contrafuero, y aportando ejemplos anteriores acontecidos en el reino fue acordada la entrega por unanimidad.

En la cárcel de la Manifestación estaban ya los presos preparados para ser trasladados a la Inquisición, pero los alborotos habían ido creciendo durante toda la mañana entre los labradores que no habían podido salir al campo y los alborotadores aportados por Gil de Mesa, que acabaron tomando la torre de la iglesia de San Pablo y de la Seo, desde donde llamaron a rebato. Se multiplicaron los enfrentamientos, que llegaron al máximo cuando ya salían los presos para ser trasladados a la Inquisición, momento que aprovecharon los amotinados para efectuar descargas de arcabucería, generalizando el levantamiento.

La actividad de los partidarios de Pérez había convocado en Zaragoza los detritus de otros lugares: “muchos gascones enjertos en el reino, dando la lengua testimonio de su patria, que no sabian pronunciar las voces que daban á vueltas de la mas gente, ni decir ‘viva la libertad’, que era voz que el vulgo este dia y otros repetia muchas veces.”

“Lanuza hizo relación al Alcaide de la provisión del Justicia y se entregaron los presos requeridos al Alguacil de la Inquisición. En ese momento, estando ya preparados para su traslado a la Aljafería, irrumpieron en la Plaza del mercado los amigos de Pérez seguidos de buena parte del pueblo de Zaragoza que, a los gritos de «Viva la Libertad» y «Ayuda a la Libertad», combatieron a las fuerzas del Virrey, Jurados y Diputados, y lograron entrar en la prisión y abrir sus puertas, sacando libre a Antonio Pérez, Mayorín y cuantos en ella estaban.”  Este asunto en el que parece ser inocentes los miembros del Consejo es desbaratado por el informe que sobre los hechos presentó la Inquisición, en el que quedaban reflejados como responsables de los disturbios las cabezas visibles de la nobleza de Zaragoza.

Gentes con armas al mando de Martín de Lanuza y de Gil de Mesa atacaron violentamente con la chusma que les seguía, mientras los soldados abandonaban su puesto. Como una cloaca rota, las hordas llegadas de todo Aragón, buscadas y pagadas  invadieron la ciudad, atacando a todo aquel que no se unía a sus desmanes, mientras el virrey huía por los tejados. Mientras, “las universidades, poniéndose de acuerdo, respondieron á la carta del rey en los términos más decididos y resueltos, condenando el tumulto de Zaragoza, pidiendo el castigo de sus promovedores y ofreciendo á S.M., con las expresiones más afectuosas, sus haciendas, libertad, personas y vidas.”  La revuelta se ceñía casi en exclusiva a Zaragoza.

Era la chusma, congregada en Zaragoza, alrededor del traidor Antonio Pérez la gestora de los desmanes; Aragón continuó fiel. La chusma se dirigió a la cárcel de la Manifestación y liberó a su héroe, que fue aclamado como tal. Pero el héroe, entre las aclamaciones, comenzó la huída a Francia sin dejar de animar a sus libertadores. La huída se limitó a pocos kilómetros, y a la vuelta a Zaragoza, a casa de Martín de Lanuza. “El virey, los jueces y los nobles que les acompañaban se encerraron precipitadamente en una casa; pero el pueblo la pegó fuego y los refugiados se salvaron rompiendo las paredes de atrás y retirándose á la casa fuerte del duque de Villahermosa. En cuanto al lugarteniente, diputado, jurado y alguacil que estaban con Perez, llenos de espanto, lo dejaron solo y huyeron por los tejados hasta guarecerse en el palacio del Justicia. Los sublevados victoriosos rompieron entonces las puertas de la cárcel, libertaron á Perez y lo llevaron en triunfo á casa de D. Diego de Heredia.”

La reunión de lo peor de cada casa, engordado con rufianes extranjeros,  había conseguido los objetivos marcados por la élite que aupaba a Antonio Pérez. Mientras, el Justicia, que de inmediato había olvidado la dignidad de la que momentos antes había hecho gala, le proporcionaba el amparo que las leyes forales guardaban para la nobleza privilegiada: “el privilegio de la manifestación”; “Este procedimiento suponía una inmunidad total del acusado frente a la autoridad real. Este privilegio venía recogido en los fueros de Aragón y en realidad era una forma de protección de la nobleza -herencia del feudalismo- ya que para el resto de la población la justicia regia era la única forma de protección contra los abusos de los señores” .

Pero en cualquier caso, lo cierto es que “el tribunal del Justicia, principal guardador de los fueros, había fallado que, según ellos, Antonio Perez debía ser entregado al juicio del Tribunal de la Fé; y nadie tenía derecho para ir contra las decisiones de aquella corte suprema.”  El levantamiento, por tanto, era ilegal incluso desde el punto de vista de los fueros, y el apoyo prestado por el Justicia, también.

El alboroto alcanzaba a toda la ciudad, y“Pérez, encantado con su condición de héroe, comenzó su labor propagandística dirigiendo la ira de los aragoneses contra la Corte y la Inquisición e incitándolos incluso a que tomaran las armas. La situación llego a tal extremo que los partidarios de Pérez idearon un plan para separar Aragón de la Corona y convertir a esta en una república bajo la protección del príncipe de Béarne, Enrique de Navarra. En la Corte del monarca cundió el pánico recordando lo acaecido en Flandes y temiendo que Aragón pudiera convertirse en una reedición de lo acaecido allí.”

Los sectarios de Antonio Pérez, así, llevaron a cabo una campaña de corte secesionista que sólo tuvo eco en los sectores de la nobleza que veían peligrar sus privilegios, y en el populacho de Zaragoza reforzado con la escoria traída de Europa. Sin embargo, el pueblo  radicado en el mundo rural se desentendió de estas pretensiones e hizo que el levantamiento secesionista fracasase. Tampoco recibió apoyo de las otras partes del reino de Aragón: Valencia, del Principado de Cataluña (recordemos que se trata de un término jurídico -en latín principatus- que se utiliza a partir del siglo XIV para nombrar al territorio bajo jurisdicción de las Cortes Catalanas, cuyo soberano -en latín, princeps- era el soberano de la Corona de Aragón), del Rosellón ni de Baleares.

Pero el aliento que dio Pérez al sentimiento separatista en Aragón feneció en esta jornada al comprobar que todo el apoyo se encontraba concentrado en Zaragoza y sólo en Zaragoza. Con el conocimiento de la realidad, “aquella tarde montó Perez á caballo con Gil de Mesa, Francisco de Ayerbe y dos lacayos y salió de Zaragoza por la puerta de Santa Engracia, seguido de las turbas que lo acompañaron con sus aclamaciones y plácemes por espacio de medio cuarto de legua. Dirigióse hacia los montes, no deteniéndose hasta haber andado nueve leguas, y separándose entonces de Francisco de Ayerbe y de los dos lacayos, se quedó solo con Gil de Mesa. Permaneció algunos dias oculto en terreno fragoso, saliendo únicamente de noche para buscar agua y comiendo un poco de pan del que habia traido.”

La idea era huir a Francia, pero el motivo de no culminar la huída fue que los movimientos militares para evitar la fuga se pusieron inmediatamente en marcha. Se concentraron especialmente en la zona de Navarra, lo que comportó movimientos militares franceses, hugonotes, que preveían una acción militar ofensiva por Bearne.

Atrás quedaban los resultados de la algarada: más de treinta muertos, y un gran número de heridos.  La anarquía dominó Zaragoza, y el temor a la acción de la monarquía hispánica contra los traidores, sembró gran desconcierto en la población. Antonio Pérez, que había visto impedida su huída, organizaba a las hordas separatistas, asegurando “que Cataluña y Valencia unirían sus fuerzas á las suyas… además de esto podían contar de seguro con el auxilio y apoyo de la vecina Francia.”  Todo producto de la mente calculadora que pensaba en su propia salvación. Si antes había abandonado a su familia, ¿qué podría hacer con la población de Zaragoza?

Como respuesta a los sucesos de Zaragoza, el ejército castellano entró en Aragón, comandado por D. Alonso de Vargas, no sin antes haber comunicado el hecho, y anunciando que no iban en son de guerra, sino en el de restablecer la paz. Pero la presencia del ejército, aún en son de paz, significaba una gran carga para cualquier población que los acogía, al no existir cuarteles y deber ser hospedados los soldados en casas particulares, donde se sucedían los abusos.

Por su parte, la Diputación decidió por unanimidad que el Justicia estaba obligado a resistir al ejército real. El Justicia  hizo la declaración de contrafuero y mandó armarse para resistir al rey, interpretando el fuero de una manera muy particular. “Publicada solemnemente esta declaración, precipitóse el pueblo sobre la armería de la ciudad, pidiendo los arcabuces y coseletes que en ella había: negábanse los jurados, pero viendo la exaltación de los corrillos y la irritación que por instantes iba creciendo, ofrecieron repartirlas por parroquias sin tardanza… La diputación llamó á las armas á los aragoneses… los que hablaban el lenguaje de la razón eran tenidos por traidores…”

Por su parte, “los escritores aragoneses de aquella edad, aquellos sobre todo, que tomaron á su cargo defender la fidelidad y los fueros de su patria, el Regente Villar, el P. Murillo, Blasco de Lanuza, Bartolomé Argensola y otros muchos tachan de ilegal la declaración de la corte del Justicia, y la suponen arrancada á los letrados y á los Consistorios por las amenazas de los sediciosos; y alegan en apoyo de su opinión, que así lo declararon las Universidades y Ciudades del Reino y los Nobles y Titulados que no se hallaban bajo la opresión de los amotinados.”

La población entera estaba sumamente alarmada. Entonces los nobles revoltosos organizaron un ejército en el que reinaba la anarquía, del que en breve acabó desertando lo poco digno que en él formaba; quedó el estercolero de la sociedad. Las ciudades de Aragón reconvenían al Justicia por haber tomado parte en aquel tumulto. Cuando estaban frente a las tropas reales, huyó Lanuza y se deshizo el ejército separatista.

“Los predicadores de Zaragoza… calificaban á todos ser obligación de consciencia la resistencia con las armas al ejército castellano y la defensa de sus libertades y fueros, y que exhortaban á ello como obra de virtud y mérito.”

“Pero fuera de Zaragoza presentaban las cosas muy diverso aspecto: los anteriores bullicios de aquella ciudad habían disgustado generalmente a los aragoneses; veían á la verdad con notable repugnancia la venida del ejército, pero aquella misma calamidad la achacaban á los repetidos desmanes y violencias de los sediciosos. La declaración de los Consistorios hubiera conmovido en otra ocasión al Reino entero; pero á la sazón las decisiones de aquellas siempre respetadas corporaciones eran miradas con desconfianza y recelo… Todo así se hallaba desautorizado, y los que ahora invocaban con grande ardimiento los fueros, habían sido los primeros que habían dado el ejemplo de quebrantarlos y de impedir su libre uso y ejercicio.”

Las ciudades estaban preocupadas por el cariz que este asunto había tomado en Zaragoza, de donde les llegaban noticias de la situación de tiranía que estaban viviendo, y de la escalada de violencia que no paraba. “Las convocatorias enviadas  a todas las Ciudades y villas, pidiéndoles el contingente de soldados con que debían concurrir para la formación del ejército, produjeron poco ó ningun resultado.”  Sólo en pocas ciudades prendió la sedición; Jaca, Daroca y Bielsa respondieron favorablemente, y en Teruel fue sanguinaria, y sin otras consecuencias… salvo la posterior represión a los excesos. Las demás ciudades se opusieron abiertamente a prestar apoyo a los rebeldes de Zaragoza, al tiempo que comunicaban su decisión al mismo Felipe II. Y tan al pie de la letra se llevaba esta respuesta, que “las disposiciones del Justicia y de los Diputados en todo lo relativo a la resistencia, era casi siempre desobedecido por los pueblos.”

“El Justicia de Aragón, el recién nombrado Juan de Lanuza, solicitó ayuda a las ciudades aragonesas, al reino de Valencia y al principado de Cataluña (los territorios de la Corona de Aragón), e incluso instó a los moriscos a sublevarse. El Justicia y Juan de Luna, diputado de la nobleza, salieron al encuentro del ejército real, que ya había entrado en Aragón (8 de noviembre); sin embargo, abandonaron a sus hombres y se juntaron con los otros dos jefes de los rebeldes, el duque de Villahermosa y el conde de Aranda, en Épila. Las fuerzas fueristas, sin dirección, se disolvieron y el ejército de Alonso de Vargas entró en Zaragoza (12 de noviembre) sin combatir.”  El motivo es que el movimiento se circunscribió a Zaragoza, ya que la mayor parte de las poblaciones se mantuvieron fieles a la corona, como fieles a la corona se mantuvieron Cataluña y Valencia. “Los oficiales reales y la Inquisición habían cuidado de hacerles conocer en tiempo, que en la prisión de Pérez no había quebrantamiento de fuero.”

“Ya he dicho como muchas ciudades y lugares no obedecieron al justicia; pero la de Calatayud más claramente se mostró, porque escribió al rei dándole gracias por el advertimiento de las cartas, prometiendo no alterarse en la entrada del exército. Teniendo el rei esta y otras prendas de que no se le podia resistir, mandó á don Alonso de Várgas que entrase en Aragón con aquel exército.”

No obstante, los representantes de Cataluña se ofrecieron como intermediarios en el asunto.

El 8 de noviembre citado, el propio Lanuza desertó de su ejército. Se guareció en una casa donde fue acosado por los revoltosos, que le obligaron a seguir en su puesto, siendo que iba flanqueado por Jerónimo del Oro, confidente de la Corte, y por el jurado Metelin, “que antes de salir á la resistencia había ido, con muchas lágrimas, á protestar ante el Virey que salia violentado y por temor de que le matasen.”

“Antes de que el ejército de Felipe II se pusiese en movimiento, cuatro mensajeros y notarios de las cortes y del Justicia se presentaron á Vargas para notificarle la sentencia de muerte pronunciada contra él, en el caso de que violase el territorio del reino.”  Pero Vargas utilizaba argucias legales para no recibir la notificación, por lo que al final éstos le rogaron diese por recibido el aviso, ya que de otro modo “serían muertos del vulgo y de la gente popular de Zaragoza”, por lo que les dijo que fijasen la requesta en la puerta de un monasterio.  Este hecho es recogido por las “relaciones” de Antonio Pérez de forma bien diversa.

El día 8 entraba Vargas a través de Ágreda con “doce mil hombres de infantería, dos mil caballos y veinticinco piezas de gruesa artillería” . Conforme avanzaba el ejército iba recibiendo la adhesión de los pueblos y de milicias que se unían a la marcha, así como víveres aportados por otras poblaciones. Mientras, el Justicia acababa huyendo del ejército que capitaneaba. A la vista de esto, Antonio Pérez huyó de Zaragoza, donde entraba Vargas dos días más tarde, acompañado, al frente del ejército, del gobernador Ramón Cerdán, seguidos del Virrey, del Jurado en Cap, y de los diputados Abad de Piedra y Jerónimo de Oro, los Jurados, los Consejos civil y criminal, seguidos de nobles, caballeros y ciudadanos de Zaragoza.

Junto al ejército, “don Francisco de Borja y Centellas, nieto de San Francisco de Borja, III marqués de Lombay y futuro VI duque de Gandía llegó a Zaragoza el 28 de noviembre en medio de una gran expectación”.  En un principio debía entrar Lombay con las tropas, pero como las misivas de los sublevados no atendían lo que el rey les decía, hizo demorar la entrada de éste mediador hasta que las tropas hubiesen alcanzado sus objetivos. Con la presencia del mismo, quería Felipe II dar a entender al pueblo de Zaragoza que la misión de las fuerzas que habían entrado el 12 de Noviembre no iba destinado a infligir ninguna merma en los derechos de Aragón, sino a imponer el derecho que había sido hollado por las revueltas iniciadas por el traidor Antonio Pérez. La función del marqués de Lombay sería “calmar los recelos que podrían tener los aragoneses de ser pasados todos por un rasero.”

Entre la nobleza, principal interesada en la revuelta, se encontraba el que aspiraba a la corona de un supuesto reino independiente: el conde de Aranda,  y las noticias acreditaban que la cuestión no se resumía en Antonio Pérez, sino cosas peores, entreviendo en el asunto situaciones similares a las de Flandes.

Sobre el conde de Aranda, Gregorio Marañón señala la coincidencia de la marcha de Aranda con la fuga de Antonio Pérez, y además,   que “un hecho importante y hasta hoy no conocido es que dos días antes había hecho este mismo camino el Conde de Aranda; y que Gil González pidió los caballos para la posta con nombres y título de criado del dicho Conde de Aranda… porque tenía necesidad de alcanzar al dicho conde. La complicidad del prócer aragonés en la fuga de Antonio Pérez es, pues, indudable y explica la irreductible severidad que tuvo Felipe II para con él.”

La entrada de Vargas, evidentemente,“fue la causa que forzó a lo inevitable: acompañado por don Martín de Lanuza hasta las puertas de la ciudad, el 10 de noviembre abandonaba Zaragoza Antonio Pérez para adentrarse en Francia e iniciar con esto la última negra etapa de su vida.”














TRAS LA LIBERACIÓN DE ZARAGOZA



Por supuesto, las tropas castellanas que entraron sin lucha en Zaragoza y fueron acompañadas de refuerzos espontáneos surgidos en territorio aragonés, no ejecutaron lo que la política torticera de los traidores habían asegurado a la población que iba a suceder, limitándose a restablecer la autoridad real, ya que fallaban en el intento de capturar a Antonio Pérez.

No obstante, la historia negra afirma algo bien distinto: “Se presentó el ejército en las puertas de Zaragoza, no se supo ni templarse ni resistirle; y la libertad aragonesa fue á espirar en el cadalso de Lanuza.”

Pero Pérez se había refugiado en casa del Justicia de Aragón, Martín de Lanuza, donde permaneció hasta el 10 de Noviembre de 1591,  no sin antes animar a las gentes a resistir al ejército real.

En fecha 18 de Noviembre de 1591 escribió una carta a Catalina de Borbón, princesa de Bearne y hermana de Enrique IV, pidiéndole asilo. En ella demuestra gran viveza literaria y seguridad en sí mismo, presentándose como “animal raro” desechado por otros que merece ser recogido.  “Allí se fraguó inmediatamente el intento de una invasión francesa que atizara la llama de la guerra de Aragón, yendo á vanguardia Gil de Mesa, Manuel Don Lope, los otros amigos y compañeros del emigrado, ya que él de su persona no fuera de ayuda, por ser hombre delicado.”  El día 24, con las fuerzas de Felipe II a 8 horas de camino, pasó a Francia.

Por su parte Lanuza, cuya triste actuación durante la “guerra” había hecho creer que actuaría de forma inteligente, firmó un documento en el que afirmaba que su actuación “en el frente” había estado motivada por la flaqueza de la gente que mandaba, y dictando que la oposición seguiría ejerciéndose desde Epila.  Aprovechaba el comunicado para definir la categoría de la chusma que capitaneaba y para quejarse de la falta de apoyo que había tenido por parte del pueblo aragonés. También instaba a los antiguos lugartenientes a que le siguiesen, a lo que respondieron que “ya estaban libres de la opresión y tiranía en que hasta entonces habían estado.”  Similares respuestas recibieron de las demás ciudades, lo que provocó la disolución de la Junta de Epila y el intento de prender a Antonio Pérez con la intención de entregarlo a la Inquisición.

Lanuza y algunos compañeros volvieron a Zaragoza sin tener en cuenta las últimas maquinaciones, que cuando fueron tratadas en el consejo de Estado significaron un cambio radical de actuación, y que motivaron la determinación de cortarles la cabeza en el más breve tiempo posible. Mientras, el marqués de Lombay no lograba frutos de sus buenas artes; no conseguía una contra declaración pública anulando la decisión de la corte del Justicia contra la entrada del ejército y que se desaforase la ciudad por un tiempo para poder aplicar la justicia a los culpables.

A treinta y ocho días de dulzura ejercitada por Alonso de Vargas sucedió la ejecución de las órdenes emanadas de la corte. El duque de Villahermosa y el Conde de Aranda fueron presos, y Lanuza sería ejecutado por traidor, sin mayores alharacas, el día 20 de Diciembre. La palabra “traidor” no fue del agrado del reo, que protestó diciendo: “traidor, no; mal aconsejado, sí”. “A él le siguieron el 19 de octubre de 1592 los cinco colaboradores que habían apoyado la rebelión (Juan de Luna, Pedro de Fuentes, Diego de Heredia, Dionisio Pérez y Francisco de Ayerbe). Por su parte, el Santo Oficio realizó el 20 de octubre de 1592 un auto de fe para condenar a 74 vecinos de Zaragoza que habían participado en la revuelta. 8 fueron quemados y el resto fueron castigados físicamente, condenados a galeras u obligados a pagar fuertes multas.”

La muerte del justicia se llevó a término por decisión del rey y como consecuencia del manifiesto que Lanuza había firmado en Epila donde indicaba que seguía la resistencia; algo que Felipe II intentó arreglar para evitar las medidas que finalmente hubo de adoptar. Por ello, el marqués de Lombay se dedicó a una actividad puramente diplomática tendente a conseguir la anulación de la incitación a la resistencia. “A los pocos días de llegar a Zaragoza como agente del rey, el marqués mantuvo una reunión con el virrey don Jaime Ximeno de Lobera, obispo de Teruel, y con el fiscal Nueros, en la que trataron sobre la mejor manera de lograr que la corte del Justicia anulase la declaración de resistencia «para que se borre de los corazones de todos los vasallos de V.M., digo los deste Reyno»” .

No obstante, “estuvo el justicia muy conforme con la voluntad de Dios, aunque preguntando muchas veces la causa de su muerte, porque se juzgaba por inocente.”  Y la población se mantuvo en calma, si bien se llevó a cabo sin presencia pública, palpándose un gran sentimiento por la muerte del joven Justicia, si en la población por su inasistencia, en los miembros del ejército, asistentes, por la pena que les causaba llevar al cadalso a persona tan joven e inexperta que constantemente preguntaba el porqué, “por si podía disculpar a alguien”. Su cuerpo fue trasladado con honores por los principales caballeros y capitanes del ejército. “El rey había querido castigar las culpas de la persona, honrando al mismo tiempo al oficio y cargo que desempeñaba.”

No se respetaron los fueros, y eso denuncia Antonio Pérez en sus “Relaciones” , pero en esos momentos, lo que menos preocupaba a la salvaguarda de España era el respeto a los fueros. El inexperto Justicia cometió una serie de graves errores que no podían someterse a los trámites legalistas, y Felipe II lo sabía… y lo sentía. Sentía tener que ejecutar a un joven e inexperto representante legal, pero no quedaba otra salida.

“Las cabezas ... pusieron luego, la de don Juan en la Diputación con su letrero, la de don Diego en el puente con su letrero y la de Ayerbe en la cárcel nueva sin letrero y la de Fuertes a la puerta del portillo". La leyenda era la misma para todos porque todos habían incurrido en el mismo delito. "Esta es la cabeza -decía, por ejemplo- de don Diego Fernández de Heredia, que a sido condenado por rebelde y traidor al rey nuestro señor, cometido crimen de lesa magestad y comobido el pueblo. Madósele cortar la cabeza, confiscar sus bienes, derribar sus casas y castillos a 19 de octubre.”

Un perdón general siguió a estos castigos; perdón que fue tomado con recelo, pero de forma injustificada.

“Villahermosa y Aranda fueron enviados a Castilla donde encontraron la muerte en extrañas circunstancias y la Inquisición comenzó su particular venganza contra aquellos que la habían desafiado. Mientras desde Béarn, Pérez y los que les habían acompañado en su huida unieron fuerzas en torno a Enrique de Navarra, que estaba más interesado en aliviar la presión que Felipe II ejercía sobre Francia que los problemas de Aragón. Aún así consiguieron reunir una pequeña fuerza que penetro a través de los Pirineos en febrero de 1592, aunque rápidamente fueron derrotados por el ejercito de Vargas a los que se unieron muchas fuerzas de la propia Aragón ante lo que consideraron una invasión extranjera en manos de protestantes. Heredia fue detenido y ejecutado, mientras que Antonio Pérez paso el resto de su vida en el exilio ofreciendo sus servicios tanto a Francia como Inglaterra.”

El intento de invadir Aragón y Cataluña era de acuerdo con Enrique IV de Francia. Tropas bearnesas llegaron el 9 de Febrero de 1592 hasta Biescas sin inconvenientes; los hugonotes quemaban las iglesias y saqueaban, pero el pueblo se alzó en armas contra los invasores. El ejército español hizo su aparición el día 22; se libró batalla de la que los bearneses salieron deshechos.  El apoyo de los naturales fue esencial en el desenlace; “porque pareciéndoles á los aragoneses de la montaña que con este atrevimiento ponian los amigo de Antonio Perez nota de sospecha en la fidelidad, en la religión y en el servicio del rei, acudieron al comun peligro con gran presteza y ánimo.”  Antonio Pérez no refiere estos hechos en sus Relaciones.

Antonio Pérez había permanecido en Zaragoza hasta el 10 de Noviembre de 1591, dos días antes de la entrada de Alonso de Vargas. Ya en Francia, resuelto á vengarse del Rey, apresúrase á ofrecer sus servicios á Enrique IV de Francia y á Isabel de Inglaterra, que los aceptan, y el antiguo Secretario de Estado informa al pormenor de la situación de España, de sus recursos, de sus flaquezas y más que nada de los medios de combatir á su señor natural. Durante su primera residencia en Londres, allá por el año de 1594, escribe y publica sus Relaciones con el seudónimo de Rafael Peregrino, dedicando su obra al Conde de Essex y enviando los primeros ejemplares de ella á Burghley, á Southampton, á Montjoy, á Harris y á otros muchos personajes de la Corte de Isabel. Este libro tuvo éxito enorme y multitud de ediciones en Inglaterra y en Francia. La magia del estilo y la alteza del pensamiento competían con el interés que despertaba la materia. Antonio Pérez añade á las acusaciones de Orange, los amores de Felipe II con la princesa de Eboli, y el hecho de haber sido el Rey quien dio la orden de degollar al príncipe D. Carlos. "Las memorias del desterrado secretario de Estado—escribe Bratli—, escritas con una elegancia desconocida en aquel tiempo, permitieron por vez primera á Europa, ávida de lo sensacional, lanzar una mirada indiscreta en los asuntos interiores de la Corte española, y hasta mediados del pasado siglo se consideraron las Relaciones como fuentes históricas y á su autor como un mártir político"

En 1600 escribió las “Máximas políticas” para Enrique IV de Francia  que serían, según indica “mui utiles á esta Monarquia aplicandolas según el tiempo y las circunstancias”. Son unos consejos que resultan de interés para el buen gobierno.

“Enrique IV comprendió al punto la utilidad que le reportarían gestiones encaminadas á dar unidad é impulso á cualquier empresa contra España; recibiéndole, pues, desde luego á su servicio, como maestro de lengua española, tomó á cargo el viático hasta Londres, haciéndole acompañar por el Sr. Vidasme de Chartres, portador de carta autógrafa en que hacía á la Reina Isabel recomendación expresiva en punto á lo que podía prometerse de las revelaciones del ex−Ministro, utilizadas las cuales en lo que conviniera á sus intereses, pedía le despachara para emplearlo él con utilidad de las dos coronas.”

Entre tanto, las cortes de Tarazona, convocadas por Felipe II, limaron las asperezas que habían posibilitado el fortalecimiento de Antonio Pérez, y dejó prácticamente igual el resto, tras lo cual publicó una amnistía general con algunas excepciones. En las Cortes se acordó que a partir de ese momento “el Justicia fuese declarado amovible  además de ser proveído el cargo por el rey.”  También “se condenaba a muerte a quien convocara al pueblo para enarbolar la defensa de las libertades forales.” ”Sosegadas todas estas cosas, el rei descargó a Zaragoza del peso del exército.”

“A diferencia de los justicias del siglo XVI, los sucesores de don Juan de Lanuza tuvieron formación jurídica y fueron, como se ha escrito en nuestros días, letrados aragoneses curtidos en el servicio a la monarquía durante largos años de permanencia en los organismos reales y previamente nombrados caballeros por el rey para tal efecto”.

Pero como todo puede ser visto desde diferentes ángulos, veamos cómo relata la historia negra el hecho de la amnistía: “amnistiaba á todo el mundo, menos á los eclesiásticos y frailes que habían tomado parte en los alborotos de Zaragoza y debian caer bajo la justicia de la inquisición, ni á los letrados que hubiesen declarado que se podia legalmente rechazar el ejército castellano, ni á los capitanes que hubiesen ido á combatirle mandando sus compañias, ni a los alféreces que hubiesen levantado banderas contra él , ni además ciento diez y nueve personas, entre las que se contaban Antonio Perez, D. Juan de Torrellas Bardaxí, yerno del conde de Sástago, D. Pedro de Bolea, primo del conde de Fuentes y abuelo de los condes de Aranda, D. Felipe de Castro Cervellon, de la casa de los condes de Boil, D. Pedro de Sesé, hijo de D. Miguel y padre de D. José, barón de Cerdan, que fué después virey de Aragón, D. Juan de Moncayo, Manuel D. Lope, D. Juan Agustín, D. Dionisio de Eguaras, Gil de Mesa y muchos otros hidalgos, religiosos, escribanos, procuradores, abogados, mercaderes, artesanos y labradores.”

Recordemos el total de sentencias, ya señalado más arriba: Aparte los máximos responsables, “por su parte, el Santo Oficio realizó el 20 de octubre de 1592 un auto de fe para condenar a 74 vecinos de Zaragoza que habían participado en la revuelta. 8 fueron quemados y el resto fueron castigados físicamente, condenados a galeras u obligados a pagar fuertes multas.”  Capítulo que la leyenda negra duplica en su contabilidad relatada anteriormente, y condenando a muerte, por su cuenta y riesgo a todos los juzgados. Así, aseguran, “a setenta y nueve condenaron á muerte además de las censuras infamatorias pronunciadas contra muchos acusados, los cuales debían rehabilitarse públicamente con una vela en la mano el dia que se celebrase el solemne auto de fé.”  La imaginación de los “historiadores” europeos que confeccionaron la historia negra contra España mostraron en este capítulo su gran capacidad de inventiva, que con tanta gracia prodigarían desde entonces, convirtiéndose, además en grandes defensores de las libertades de cualquier sector español que les pareciese oportuno, fuesen los fueros de Aragón, los investigados por la Inquisición o los indígenas americanos, con el único objetivo de tapar las masacres que sus respectivos estados cometían de forma verdadera y no inventada.

Mientras, Antonio Pérez iba vendiendo los secretos de España, primero en Francia, e inmediatamente en Inglaterra, donde, por supuesto, tenía un caluroso recibimiento por parte de la reina Isabel, declarada enemiga de España y lo español. “El pabellón de España no cabía en los mares con la flámulas inglesa, y era necesario que pereciese el uno para dejar á las otras tranquilo y floreciente imperio.”

Por su parte, los intentos de acabar con la vida de Pérez por parte de diversos elementos que querían  congraciarse con  la monarquía hispánica resultaron fallidos, significando en varias ocasiones la muerte de quién intentaba abreviar la vida del traidor. La inquietud del atentado, no obstante, perseguiría al traidor toda la vida.

Antonio Pérez buscaba hacer el máximo mal a España; “En Walter Raleigh, en Drake, en Hawkins, en todos aquellos corsarios ansiosos de botín, tenía que hallar fáciles auxiliares; en el Conde de Essex estaba asegurado el impulso. Todavía tentaba la fidelidad de los prisioneros españoles para que sirvieran de guías á las expediciones, y desdichado el que, desechando las insinuaciones, caía por su cuenta. Por semejante falta había conseguido que le entregaran á un sargento de los de la Invencible, y teníalo en su casa sometido al más bárbaro tratamiento sólo por el placer diabólico de descargar en un español su encono.”

“Poco tiempo necesitó la penetración del ex−Secretario de Estado para darse cuenta exacta de la política del reino, oyendo á uno de los que más la influían. El Conde de Essex, joven, impetuoso, popular, favorito de la Reina Isabel, en asuntos de gobierno tenía balanceada la influencia por la circunspección de los Consejos del lord Tesorero Cecil, barón de Burghley, antiguo y experimentado Ministro. Mientras el primero, deseoso de fama, procuraba el principio de una campaña ofensiva contra Felipe II, en estrecha unión con Francia, Cecil quería medir la asistencia que se diera á Enrique IV, por las ventajas positivas que produjera á cambio; y como precisamente por entonces, casi vencida la Liga, había abjurado el Príncipe de Bearne, aspirando á concluir con la conquista de la opinión lo que no había logrado del todo con las conquistas de las armas, Burghley pensaba no haber razón que aconsejara otros procedimientos que los apropiados á entretener la guerra en Francia y en los Países Bajos, alejándola de Inglaterra.”

Antonio Pérez, por su parte, y “por mediación del conde de Essex obtuvo una pension de ciento y treinta libras”  procedente del tesoro británico.

El último servicio que prestó a los enemigos de España fue servir de bufón “español” en las cortes francesa y, sobre todo, inglesa.

Presumía Perez de No recibir emolumentos de las cortes extranjeras, si bien es conocido que tanto Francia como Inglaterra le pagaron pensión, y también recibieron dinero los otros traidores que le acompañaron, entre los que destacan Martín de Lanuza y Manuel Donlope. Sus benefactores: Enrique IV de Francia e Isabel I de Inglaterra, que no obstante, acabaron firmando un tratado el 10 de Mayo de 1586 sin que Pérez fuese intermediario. Desengaño cuya amargura apagó en casa del conde de Essex, organizando el asalto de Cádiz a cargo de una armada de 150 naves inglesas con el apoyo de los rebeldes de los Paises Bajos.

En Francia pronto pasó de ser el exiliado triunfador a mostrarse “Exasperado, insufrible en el trato, encerrado en la casa de Coucy, negándose á ir con Enrique IV á la Fere, con pretexto de una caída sobre el hielo, desataba la lengua contra la informalidad de los franceses, que al parecer pretendían hacer con él lo que con un limón, que se arroja después de exprimido, á más de entorpecer sus asuntos y retrasar el pago de la pensión que le habían señalado.”

Pero si en Francia estaba cayendo en picado, todavía era tenido en cuenta en Inglaterra, donde se tramaron una serie de acciones de envergadura. El pirata Drake destruyó la armada española de Cádiz en 1587, y en 1588 se produjo el desastre de la Armada “Invencible”. Después de esto, y como réplica a la “Invencible”, Inglaterra organizó en 1589 la invasión de España que debía ser llevada a cabo por una armada al mando de los piratas Drake y Honréis sobre Santander, la Coruña y Lisboa, para lo que contaban con la colaboración de Antonio de Crato, pretendiente a la corona portuguesa. “La operación acabó en una total derrota sin precedentes para los ingleses y constituyó un rotundo fracaso de dimensiones comparables a las de la famosa Armada Invencible española. A raíz de este desastre, el que había sido hasta entonces héroe popular en Inglaterra, Sir Francis Drake, cayó en desgracia.”

Don Martín de Padilla y don Juan de Portocarrero, al mando de una escuadra de galeras, y tras la campaña de Lisboa, acosaron y derrotaron al pirata Drake, que comandaba una escuadra muy superior compuesta de ágiles veleros. La “contra-armada” inglesa acabó en una gran derrota a Inglaterra y al traidor Antonio Pérez, a manos de la Armada Española.

La guerra se desarrolló durante 19 años (1585 a 1604), con frentes en España, Inglaterra, Francia, Irlanda, Países Bajos, y posiciones españolas a ambos lados del Atlántico. El tratado de Londres del año 1604, que ya no contó con la presencia de Antonio Pérez, puso fin a esta guerra y determinó el predominio de España en los mares.

La muerte de los piratas Hawkins y Drake en 1595 y 1596 en sus intentos por invadir Puerto Rico fue provocada por la acción, no del temporal, sino de D. Bernardino de Avellaneda, quién derroto a los piratas significando un duro golpe para Inglaterra y un respiro para España.

Por su parte, Antonio Pérez se estaba convirtiendo aceleradamente en un bufón; ya no era despreciado sólo en Francia: “Lástima tengo de vuestro hermano, viendo que le acompaña en casa y en el coche ese Pérez, sanguinario, vanidoso, profano, dilapidador. Temo que semejante compañía desvíe la bendición del Señor Dios... Un  miserable como él no puede llevar otra mira que vivir á expensas de Francisco”  Tal decía la madre de Francisco Bacon a su hermano Antonio. En Francia no era mejor su situación, siendo que el origen de sus desdichas era él mismo, agobiado por sus recelos hacia todo el que le rodeaba. No obstante, según el mismo Pérez, “El Rey se le quejaba de que tuviera á Inglaterra más afecto que á Francia; pedíale con abrazos y besos que no le dejara, asegurando que en ninguna parte estaría más seguro que á su lado” .

“Desde su vuelta á Francia, recibia una pension de cuatro mil escudos y se le habia insinuado se le nombraría consejero privado, agraciándosele además con el collar de la orden del Espíritu Santo.”

A finales de 1596 solicitaba de Enrique IV el capelo cardenalicio para él o para su hijo, con la aplicación de rentas varias , lo cual significa que la situación de su familia no era de prisión, como insinúa la leyenda negra contra España. Este mismo año “propuso Antonio Pérez un proyecto nuevo de gran importancia. Contaba con cuatro plazas y dos puertos en el reino de Nápoles: con el beneplácito de la Reina y la dirección del Conde de Essex, se comprometía á tomar la empresa á su cuenta y riesgo, en la inteligencia de que la corona de Inglaterra no aceptaria responsabilidad de ninguna clase hasta adquirir la certeza de que él (Pérez) estaba en aptitud de hacer por sí solo la guerra al Rey de España por uno ó dos años. Demostrado esto, ofrecía dar á la Reina Isabel la posesión y soberanía de dicho reino de Nápoles, poniendo en sus manos las plazas y puertos de referencia; de modo que, enviando allá una escuadra, entretenía la guerra lejos de su reino, y, por medio de inteligencias con el turco, se molestaba al más temible enemigo. Á este proyecto presentó objeciones Nanton, haciendo ver las dificultades de enviar una escuadra hasta el fondo del Mediterráneo, así como la resistencia que los napolitanos opondrían á la religión reformada, y molestado con la contradicción respondió el Sr. Antonio que si la Reina no quería hacer el ensayo, ella se lo perdía.”

Cosas similares planteaba en Francia, desde donde soñaba con una nueva invasión de Aragón, pero las buenas artes de España hicieron que Francia mendigase la paz a España. Y acto seguido el hábil político comenzó a pedir permiso para regresar a España, llegando a negar que hubiese realizado actos de flagrante traición a la Patria.

El 2 de Mayo de 1598 se firmaba en Vervins la paz entre Francia y España, donde España devolvió todas las plazas menos Calais a cambio de que Francia rompiese su alianza con Inglaterra. Antonio Pérez había hecho gestiones para que en el tratado de paz de contemplase su caso, pero parece que Enrique IV no estaba por tratar intereses de bufones, y el asunto no se vio en el tratado de paz.  Lamentablemente para España, a Felipe II le quedaban cuatro meses de vida. Moría a los 71 años.

En Septiembre de 1598 fallecía Felipe II, y Antonio Pérez se hacía ilusiones de volver a España, sobre todo cuando Felipe III daba libertad a su mujer y a sus hijos, y también amnistiaba al duque de Aranda. “en abril de 1599 se expidió la orden de libertad de Doña Juana Coello… Aunque la entrada del Rey en Zaragoza se solemnizara con el perdón de los proscriptos, la libertad de los presos, el derribo de los padrones de infamia de los caudillos de la revolución aragonesa, Antonio Pérez seguía exceptuado, recibiendo mortificación y desengaño nuevo. «¡Ah! escribía, á cabo de nueve años de prisiones han soltado á madre é hijos; pero se les ha mandado que no puedan salir de España. Paresce cosa de rehenes del tiempo de aquellos reyes moros; paresce que valgo algo, y no valgo nada.”

Este mismo año, catorce días después de haber fallecido Felipe II, el 24 de Septiembre de 1598, dedicaba Antonio Pérez a su señor Enrique IV una nueva edición de la obra que más fama le dio y que inició la leyenda negra contra España: “Las relaciones”, que ya habían sido publicadas en 1591.

En 1604 salía nuevamente de Francia para dirigirse a Inglaterra, tras haber renunciado a la pensión que recibía del Enrique IV, pero era tal el desprecio que por el sentían ya las cortes inglesa y francesa que “Antes de desembarcar en la isla, recibió carta del Conde de Devonshire haciéndole saber que el Rey no le acordaba licencia de entrar en sus Estados por tener de él muy mala opinión y merecer á lord Cecil odio y desprecio” .

Volvió a Francia, donde solicitó la pensión a la que había renunciado al marchar a Inglaterra. Al mismo tiempo se ofrecía como espía al embajador español, a cambio de un sueldo, mientras vendía sus bienes para poder sobrevivir.

El duque de Lerma decía al respecto: “no hallo que en Francia pueda ser de daño, ni en ninguna parte de provecho para el servicio de Dios ni de V. M., y que de los daños que hiciese en otras partes no habría disculpa, pues no hay razón para prometerse dél mejores cosas que las pasadas. Y que cuando se hubiese de hacer algo por él, sería entretenerle en alguna isla remota, no para que haga algo, sino para que se salve, y aun dará cuidado que allí no haga daño.”

Antonio Pérez murió el 3 de Noviembre de 1611 dejando la siguiente declaración: «Declaracion hecha por mi Antonio Perez á la hora de mi muerte, la cual no pude escribir de mi mano por hallarme fatigado en tal paso; y por esto rogué á Gil de Mesa la escribiese de la suya en la forma y tenor que yo le fuese diciendo. Por el paso en que estoy y por la cuenta que voy a dar á Dios, declaro y juro que he vivido siempre como fiel y católico cristiano; y de esto hago á Dios testigo: Y confieso á mi rey y señor natural y á todas las coronas y reinos que posee, que jamas fui sino fiel servidor y vasallo suyo; de lo cual podrán ser buenos testigos el señor condestable de Castilla y su sobrino el Sr. D. Baltasar de Zuñiga, que me lo oyeron decir diversas veces en los discursos largos que tuvieron conmigo; y los ofrecimientos que muchas y distintas veces hice de retirarme á donde me mandase mi rey á vivir y morir como fiel vasallo suyo. Y ahora últimamente por mano del propio Gil de Mesa, y de otro mi confidente, he escrito cartas al supremo consejo de la inquisicion y al ilustrísimo cardenal de Toledo inquisidor general, al señor obispo de Canarias de la general inquisicion, ofreciéndoles que me presentaria al dicho santo oficio para justificarme de la acusacion que en él me había sido puesta , y para esto les pedí salvo conducto; y que me presentaría donde me fuese mandado y señalado, como el dicho señor obispo podrá atestiguar. Y por ser esta la verdad digo, que si muero en este reino y amparo de esta corona, ha sido á mas no poder y por la necesidad en que me ha puesto la violencia de mis trabajos, asegurando al mundo toda esta verdad y suplicando á mi rey y señor natural, que con su gran clemencia y piedad, se acuerde de los servicios hechos por mi padre á la magestad del suyo y la de su abuelo, para que por ellos merezcan mi muger é hijos huérfanos y desamparados, que se les haga alguna merced; y que estos afligidos y miserables, no pierdan por haber acabado su padre en reinos estraños, la gracia y favor que merecen por fieles y leales vasallos, á los cuales mando, que vivan y mueran en la ley de tales. Y sin poder decir mas la firmé de mi manó y nombre en Paris á los tres de noviembre de mil seiscientos y uno. - Antonio Perez »  (El error en la fecha debe ser obra del editor, en 1835. El año del testamento debe ser 1611, y no 1601).

Declaración dirigida, evidentemente, a salvaguardar los intereses materiales de sus descendientes, extremo que consiguió, pero por lo que parece, no gracias a su petición testamentaria. “El consejo de la suprema votaron en 17 de abril de 1592: en que atento los nuevos autos del proceso debían -de revocar y revocaron la dicha sentencia dada y pronunciada contra Antonio Perez en todo y por todo como en ella se contiene, y declararon deber ser absuelta su memoria y fama; y que no obste á los, hijos y descendientes de Antonio Perez el dicho proceso y sentencia de relajacion para ningun oficio honroso; ni debenles obstar lo dicho y alegado por el fiscal de la inquisicion contra su limpieza. Esta sentencia consultada con Felipe III por el consejo de inquisicion - puso S. M. de su propio puño: Hágase lo que parece, pues se dice que es conforme de justícía con lo qué quedó vindicada la fama despues de tantos padecimientos y costumbres de Antonio Perez y su familia.”

Nuevamente Joaquín del Castillo y Magote incurre en un error, ya que el 17 de Abril de 1592, el rey no era Felipe III, sino Felipe II, y en el proceso que tuvo lugar en los meses de Abril y Mayo de 1592, es en el que se le condena a muerte.  El 16 de Junio de 1615, cuando ya había fallecido, es exculpado de hereje por parte de la Inquisición.

El duque de Lerma, valido de Felipe III, animó a la viuda de Antonio Pérez para que presentase recurso ante la Santa Inquisición al objeto de que fuese absuelto quién antes había sido condenado a muerte, y principalmente con objeto de quitar la nota infamante sobre los herederos. En un proceso donde salió a relucir toda la historia del personaje, fue finalmente absuelto del delito de herejía, con lo quedaban libres de infamia sus herederos.

Y los compañeros de traición fueron también rehabilitados; así, es de destacar que, entre ellos, Manuel Donlope participó en las Cortes de Aragón celebradas en 1626.















ANOTACIONES MARGINALES ACERCA DE LAS TURBACIONES DE ARAGÓN

A la hora de comentar los acontecimientos, los cronistas del siglo XVII coincidieron con la opinión del conde de Luna, Don Francisco de Gurrea y Aragón, cuyo hermano, el duque de Villahermosa falleció mientras se hallaba encarcelado por Felipe II, en 1592.

¿Y qué opinaba el conde?.. Que “la mayor miseria que á una república puede venir, no es el motín ni desvaríos que el pueblo hace, ni estimo en nada todo lo que hasta aquí hizo en comparación de este [daño] que se siguió de la declaración [de resistencia contra las tropas de Felipe II], porque estas desventuras que el pueblo hace, siempre son alborotos sin pies ni cabeza ni razón; pero pegados á esta autoridad de Togados con concurso de Letrados y sentencia de Jueces aprobados por el Rey y Corte, y Jueces intermedios, y declaradores de lo que el Reyno no puede hacer por las leyes juradas, al fin quedará el malo en lo que ha esforzado y pretendido justificarse, pareciéndole que sus maldades lo están con esta declaración.”



SOBRE LA FIGURA DEL “JUSTICIA” DE ARAGÓN

“Es el justicia de Aragón un magistrado tan supremo, que conoce de los hechos del mismo rei con tan ancho poder, que se ha de estar á lo que su tribunal juzgare…/… El rei, antes de hacer algun  hecho, puede y suele consultar con el Justicia de Aragón si la lei lo permite o no, y su declaracion es lei…/… Apélase del rei al justicia de Aragon, y al contrario del justicia de Aragon al rei, en los pleitos casi generalmente…/… También los ministros del rei pueden por las partes agraviadas ser acusados delante del justicia.”

“Se ha llegado a pretender que el Justicia, si no creado a la vez que el Rey de Aragón por los fundadores del Reino, fue incluso anterior al nombramiento del mismo.”

Esta creencia ha ocasionado no pocos problemas a lo largo de la Historia, siendo que hay quien niega la existencia, no sólo del fuero de Sobrarbe, sino hasta la del reino mismo de Sobrarbe. “El texto se considera legendario y se ha pretendido que lo inspiró la desavenencia de Teobaldo I con los nobles navarros, a mediados del siglo XIII, o algún suceso similar, ocurrido en tiempo de monarcas anteriores a aquél.”

El caso es que, supuestamente, esta figura es creada por el Fuero de Sobrarbe, que reza: “Estableceremos otrosi para que se conserven nuestras leyes y libertades, inmunes de todo detrimento o daño, que aya siempre un juez medio, entre el Rey y sus vasallos, a quien sea lícito apellar, quando alguno pretendiere agravio, o se hiziere a la Republica y sus leyes; para con conocimiento, de lo que se pretende, sean satisfechos los agraviados.”

“Es necesario llegar a las Cortes reunidas en Ejea de los Caballeros, en 1265, para hallar claramente la figura del Justicia como “Juez medio”, para juzgar los pleitos que se produjeren entre el Rey y la nobleza.”

En las Cortes de Zaragoza de 1283, continuación de las de Tarazona, celebradas en Septiembre del mismo año, donde las necesidades de Pedro III con motivo de la guerra de Sicilia propiciaron un plante de la nobleza y de los ricos-hombres que lo dejaban desarmado, el rey se vio forzado a firmar lo que sería conocido como “Privilegio General de Aragón”, entre cuyos extremos figura el que ocasionó el conflicto con Antonio Pérez: Que en Aragón solo hayan jueces aragoneses, sin que puedan salir de Aragón las apelaciones.

A este extremo se unió la proclamación de Calatayud de 1461: “Este fuero, tenía su motivación en excesos cometidos en territorio del Reino de Aragón por “oficiales” de las ciudades, villas o lugares del Reino de Valencia y del Principado de Cataluña, que, so pretexto de privilegios, processos de defension y de sonmentent (somatén) entraban en Aragón con gente armada y cometían tropelías sobre personas y bienes… El pretexto más común para cometer tropelías en el reino era el de la persecución de malhechores.”  Este fue el fuero invocado por Antonio Pérez en 1591.

No cabe duda que el Justicia de Aragón garantizaba una serie de derechos por encima de la voluntad real, y que la institución era un elemento de garantía jurídica, pero también es cierto que era un instrumento que garantizaba los derechos de la nobleza sobre los derechos del resto de la sociedad.

Sobre los hechos acaecidos en Zaragoza y Aragón en 1591-1592, hay escritos sobradamente conocidos que han nutrido la historia negra contra España. No obstante, hoy, servidores de esa misma historia negra señalan que “Atrapados por la censura oficial, previamente impuesta, la autocensura y la imposibilidad de integrar las fuerzas en juego, estos hombres hicieron lo que se esperaba de ellos: apología de Aragón, nunca historia de lo que realmente ocurrió. Sus tesis y su discurso histórico son falsos. Como literatura apologética no busca la verdad, a pesar de sus proclamas, sino desautorizar a sus enemigos contrarrestando sus adjetivos con los correspondientes antónimos. La coyuntura, la materia a investigar y el objetivo final, todo llevaba necesariamente a ocultar los aspectos más comprometidos de lo sucedido, a silenciar a los principales protagonistas y las actuaciones más violentas e ilegales de Felipe II.”
Dice el mismo seguidor de la historia negra que “No es historia lo que nos ofrecen Vicencio Blasco de Lanuza, Diego Murillo, Gonzalo Céspedes y Meneses, etc. sino apología. Dicen lo contrario de lo que afirman los extranjeros.”   Lo que es historia es lo que dicen los enemigos de España, por mucho que las evidencias, incluso las de geografía humana, y en otros ámbitos, señalen por ejemplo que en Norteamérica, en Australia, en Nueva Zelanda colonizada en última instancia por los europeos, no existen rastros de la población indígena o están reducidos a guetos, mientras en el resto de América, conquistada por España, los indígenas tienen posibilidad de reclamar sus derechos.

Alguno de los autores nominalmente españoles que se glorían se formar en la nómina de la historia negra contra España dicen cosas que al lector, como es mi caso, le hacen convertir su reflexión en pasiva: “Ignoro si toda esta literatura consiguió sus objetivos. Pero si puedo afirmar que a pesar de su talante laudatorio y oficialista fue incapaz de sustraerse totalmente a las convicciones políticas de sus autores y ocultar sus verdaderos sentimientos que aparecen consciente o inconscientemente disimulados en narraciones a veces farragosas que en principio debían prescindir de juicios personales y de cualquier asomo de crítica. Entre toda esa hojarasca de adjetivos, fidelidades, sumisión, etc, el historiador encuentra además las distintas reacciones que levantó la represión y la opinión que mereció el gobierno de Felipe II  y el comportamiento de los mismos oficiales del reino.”

Ciertamente, esas cortapisas a la verdad son las que hoy no trufan el panorama editorial español, insisto en la negación y no afirmación: No trufan el panorama editorial español, sino que componen la única esencia del mismo.

“El monarca católico, por las terribles vicisitudes personales y políticas de su reinado, facilitó la propaganda contraria, sumamente hostil de protestantes y rivales europeos. Pero, en líneas generales, no actuó peor ni mejor que sus coetáneos, asumiendo las doctrinas propias de un príncipe del Renacimiento contrarreformista, de un tiempo convulso y cambiante, donde llevó hasta el final de su vida su papel de líder de una Monarquía polisinodial.”

El Fuero de la Manifestación


“En el prólogo que hizo el primer rey don Jaime, que recopiló estas leyes el año 1247, dice, que quando en ellas faltare disposición, se acuda al natural sentido y equidad.”

“Teniendo el preso en su poder es cosa fácil dexarse llevar de la pasion, y no guardarle lei en la administracion de la justicia: para prevenir este inconveniente hai este remedio, que por parte del preso se alega verbalmente este peligro ante el justicia de Aragon, ó alguno de sus lugartenientes; los quales al momento, y sin dilacion alguna, dan unas letras que llaman ‘manifestacion de persona’, con las quales va un ministro, que llaman verguero, á quitar al rei la persona que estuviere en su poder, y debajo de fiel guarda y seguridad le trae á la cárcel de los manifestados, donde está mientras se fulmina su proceso…/… de manera que en este beneficio de la manifestación, solamente gana tener buena cárcel.”













































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