viernes, junio 01, 2018

La Inquisición, instrumento de la unidad nacional

Cesáreo Jarabo Jordán

La Inquisición fue un elemento imprescindible para la unidad nacional española. Como tal fue utilizada por los Reyes Católicos, por Carlos I en su lucha contra los comuneros, como control de la literatura antiespañola, y hasta el duque de Lerma, no precisamente por interés patriótico, sino por interés político, azuzó la Inquisición contra el padre Mariana por la edición de su obra “de mutatione monetae” en la que criticaba la emisión masiva de moneda. También fue usada para combatir el contrabando. Otro ejemplo claro es que acabó incluyendo en el Índice obras como “la Brevísima” de Bartolomé de las Casas; no porque fuesen contra la religión (la obra fue apoyada por la Monarquía española), sino por el uso que se hacía de ella a nivel internacional, manifiestamente dañino para España.



“En propiedad, la Inquisición vinculaba en un mismo paquete administrativo los tribunales de los reinos de la Corona de Aragón (Barcelona, Valencia, Zaragoza, Mallorca, Cerdeña y Sicilia) más el tribunal de Logroño (que comprendía el área geográfica de Navarra y País Vasco). Nápoles, pese a los reiterados intentos de implantación, no llegó jamás a formar parte de la Inquisición española, sino de la apostólica de Roma.”

“Los monarcas españoles ven en la unidad religiosa la garantía de la paz para España, por ello se perseguirá a los disidentes como elementos subversivos del orden social establecido.” Así, la respuesta a si la Inquisición es un tribunal político, la respuesta, forzosamente, debe ser afirmativa, tan afirmativa como cuando la misma pregunta se efectúa sobre el tribunal constitucional. De hecho, ambos tribunales cubren una misma función, con objetivos radicalmente distintos, por supuesto, pero en definitiva una misma función.

De hecho, la legislación generada por la Inquisición abarcaba ámbitos bien distintos, y no tienen siempre su origen en el Tribunal del Santo Oficio Español, “las primeras prohibiciones se establecen contra los clérigos prestamistas, en el canon 20 del concilio de Elvira del año 300, y en el canon 17 del concilio de Nicea del 325”

Por otra parte, durante todos los siglos, y muy especialmente en el siglo XV, “Era clamor generalizado la necesidad de una reforma drástica de la moralidad de gran parte del clero. Las relaciones ilícitas entre clérigos y mujeres, amancebamiento, era un escándalo que no podía seguir” , y en ese asunto puso especial empeño la Reina Isabel de Castilla desde que tuvo oporunidad de influir, por lo que se propone la reforma de los distintos institutos religiosos, y pone a trabajar a sus mejores consejeros y confesores.

“La joven reina Isabel se encuentra a la cabeza de una sociedad rica en vitalidad y energía, pero debilitada por conflictos internos y por la administración poco diligente de sus predecesores. Desde el principio de su reinado convoca a toda la nación a asambleas generales para la elaboración del programa de gobierno y varias veces reúne las Cortes de Castilla, formadas por los representantes de la nobleza y del clero y por los delegados de las ciudades, a las que pide auxilium y consilium antes de tomar las decisiones más importantes. Gracias a la participación de la nación en la actividad reformadora y al respeto por las libertades regionales y por los fueros, Isabel goza de un amplio consenso, que le permite alcanzar en un tiempo breve la pacificación del país. Además ordena la redacción de un código válido para todo el Reino, que es publicado en 1484 con el título de Ordenanzas Reales de Castilla; preside casi semanalmente las sesiones de los tribunales y otorga pública audiencia a quienquiera que lo solicite. Su sentido de la justicia y su clemencia conquistan rápidamente el país…. Isabel promociona también los estudios eclesiásticos, fundando numerosas universidades -primero la de Alcalá de Henares, que se convierte en el centro más importante de estudios bíblicos y teológicos del Reino-, y creando colegios y academias para laicos de ambos sexos, que dan a España una clase dirigente bien preparada y una nómina de hombres de vasta cultura y de profunda religiosidad que en los años venideros ofrecerán contribuciones importantes al Renacimiento español, que será ampliamente cristiano, a la Reforma católica y al Concilio de Trento (1545-1563)… Cuando Isabel asciende al trono la convivencia entre judíos y cristianos está muy deteriorada y el problema de los falsos conversos -según el autorizado historiador de la Iglesia Ludwig von Pastor (1854-1928)- era de una dimensión tal que incluso llegaba a cuestionar la existencia o no de la España cristiana. ”

La labor de Isabel, así, empezó años antes de ser instaurado el Santo Oficio en Castilla, creando un elenco de intelectuales que hiciesen poner en funcionamiento la institución. No estamos hablando de cualquiera cuando entre las figuras principales encontramos con nombres como Cisneros o Alejandro de Utrech. No estamos hablando de un cualquiera cuando hablamos de un inquisidor, sino por lo general de un hombre con una preparación jurídica y teológica ejemplar.

 Y es que, Isabel, animada por sus confesores, comprendía que era imprescindible una reforma religiosa; por ello“los reyes,…impetraron de Alejandro VI, en 1494, una bula, confirmada después por Julio II, para reformar todas las religiones de su reino, sin exceptuar ninguna y nombraron reformador a Cisneros. El cual, uno a uno, recorrió los monasterios, quemando sus privilegios como Alcorán pésimo, quitándoles sus rentas, heredades y tributos, que aplicó a parroquias, hospitales y otras obras de utilidad, haciendo trocar a los frailes la estameña por otros paños más burdos y groseros, restableciendo la descalcez y sometiendo todos los franciscanos a la obediencia del comisario general. Sujetó así, mismo a la observancia y a la clausura casi todos los conventos de monjas. A las demás religiones no podía quitar las rentas que tenían en común, pero sí lo que tenían en particular, así lo hizo, a la vez que ponía en todo su vigor las reglas y reformaba hábitos, celdas y asistencia al coro. Los dominicos, agustinos y carmelitas no hicieron resistencia; pero sí los franciscanos, y más que nadie el general de los claustrales italianos, que vino a España con objeto de impedir la reforma, y llegó a hablar con altanería a la misma Reina Católica, no sin que un secretario de Aragón, Gonzalo de Cetina, le amenazara con ahorcarlo con la cuerda del hábito. Y aunque Alejandro VI mandó suspender, en 9 de noviembre de 1496, la reforma, mejor informado al año siguiente, permitió que continuase, y se hizo no sólo en Castilla, sino en Aragón, venciendo tenaces resistencias, especialmente de los religiosos de Zaragoza y Calatayud. En Castilla más de 1.000 malos religiosos se pasaron a Marruecos para vivir a sus anchas. Los de Salamanca andaban revueltos con malas mujeres, dice el Cronicón de D. Pedro de Torres (1179) al narrar la expulsión de muchos claustrales en 1505. Libre de esta inmunda levadura, pronto volvió a su prístino vigor la observancia." 

Lo primero que acometió así, Isabel, fue la reforma de los institutos religiosos. La Inquisición vendría después, contra la voluntad de la propia reina. “No hay ningún motivo objetivo para tachar a los reyes o a la sola doña Isabel de fanatismo religioso.”  Es la opinión de un historiador actual.

Por otra parte, en lo que hace referencia a la “nacionalidad” de las personas, la religión era un elemento de primer orden; “en la Edad Media, la religión condicionaba la vida social, era una señal de identidad comunitaria, hasta el punto de que todo disidente era extranjero por esta sola circunstancia. Los reyes se convierten en protectores de esas creencias e impondrán a sus súbditos la religión que profesan.”

Y es que, frente a lo que el buenismo quiere dar  entender, en la España de la Edad Media existían tres conceptos irreconciliables: El Islam, el Judaísmo y el Cristianismo. “Es verdad que las relaciones entre aquellos tres espacios civilizadores nunca fueron perfectas, y que la violencia era la que, por lo general, determinaba las relaciones entre unos y otros. Más que modelos de convivencia, allí se determinaron espacios de dominación en los que, concretas y coyunturales estrategias políticas, imponían tiempos de mayor o menor nivel de convivencia.”

El siglo XV era, así, un siglo sumamente convulso en las relaciones inter-religiosas; un siglo convulso que era la desembocadura de un siglo no menos convulso cual fue el siglo XIV. Dadas las circunstancias, y teniendo en cuenta lo que acabamos de señalar en lo que toca a la “nacionalidad” de las gentes, que venía determinada por la adscripción religiosa, no sólo en España, sino en todas partes, “Los reyes pretendían acabar con un problema de esencia política: la existencia de herejes en sus reinos o de súbditos de distintas religiones… Los monarcas esperaban de ellas la eliminación del judaísmo y la integración de los conversos en la sociedad española.” 

Eran muy conscientes los Reyes de la honrada fe cristiana de muchos de sus súbditos; por ello demoraron la creación de la Inquisición. Finalmente, el ardor popular, que veía reunificada la Patria después de tantos siglos de haber sido rota por la asonada árabe, exigía una unidad también en lo espiritual, y el arma para conseguirlo no podía ser otra que la Inquisición, institución que estaría por encima de todos los derechos particulares de reinos y poblaciones. La Inquisición resultó ser un elemento esencial en la unificación del derecho procesal español, que venía a consolidar la reforma de los institutos religiosos llevada a cabo en España.

Hemos hablado ya del gran desorden moral que existía en las órdenes religiosas de toda Europa en los siglos inmediatamente anteriores a la instauración de la Inquisición moderna, pero ahora, “El confundir a nuestros frailes, después de la reforma, con los frailes alemanes del tiempo de Erasmo, arguye la más crasa ignorancia de las cosas de España.”   Y es que, cuando Lutero emprende la Reforma, ésta, la Reforma, pero dentro de la Iglesia, ya había sido llevada a cabo en España por parte de los Reyes Católicos.

Los alborotos, en las últimas décadas del siglo XIV y en las primeras del XV eran constantes. Ya en la segunda mitad del siglo XV se produjeron nuevos alborotos; los de Toledo en julio y agosto de 1467, cuando dos judaizantes fueron quemados, provocaron que Enrique IV emprendiese negociaciones para instaurar la Inquisición; los de Córdoba, en 1473, en que sólo salvó a los conversos de su total destrucción el valor y presencia de ánimo de D. Alonso de Aguilar; los de Jaén, donde fue asesinado sacrílegamente el condestable Miguel Lucas de Iranzo; los de Segovia, 1474, especie de zalagarda movida por el maestre don Juan Pacheco con otros intentos. La avenencia entre cristianos viejos y nuevos se hacía imposible. Quién matará a quién, era el problema.  No, los años que precedieron el reinado de los Reyes Católicos no fueron precisamente tranquilos.

Alonso de Espina, confesor de Enrique IV, de ascendencia judía, escribió en 1460 un libro dirigido contra los judíos. Pero no fue el único. En 1474 ascendía Isabel al trono.

“En 1477 la anarquía reinaba en Sevilla debido a las luchas entre los bandos del duque de Medina-Sidonia y del marqués de Cádiz. También jugaban un papel principal en la difusión del crimen los falsos conversos: no había una herejía, era una apostasía muy generalizada. Los Reyes Católicos, que llegan a la ciudad en la segunda mitad del año, deciden poner remedio; someten a la nobleza levantisca y, para acabar con el problema de orden religioso, acuden a la solución incoada por Enrique IV.”

Durante todos estos años, las confrontaciones, también doctrinales, se prodigaron. Pablo de Santa María, antiguo rabino mayor de Burgos, argumentaba en 1432 a favor del cristianismo, sin fomentar odio alguno contra sus antiguos correligionarios. Bajo los auspicios de Benedicto XIII  tuvieron lugar unos importantes debates en 1413-1414 a los que asistían miles de personas, en los que teólogos judíos discutían con conversos, como Jerónimo de Santa Fe, en ámbito de plena libertad, a resultas de las cuales hubo no pocas conversiones y peticiones de bautismo, rabinos incluidos, lo que fue demoledor para las aljamas.

“Pablo de Santa María, que fue considerado por los judíos como traidor y apóstata despiadado, configurándose como la figura siniestra que persiguió la religión de sus padres y a su propio pueblo, era para algunos cronistas cristianos hombre sabio y discreto, como hemos visto en Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán, sobrino del canciller Ayala, tío del marqués de Santillana, bisabuelo de Garcilaso, que vivió los tiempos agitados del reinado de Juan II (1419-1454).”

Es el caso que, ante semejante situación, Fray Alonso de Ojeda, prior de los dominicos, presentó la necesidad de instaurar el tribunal de la Inquisición en Castilla, para cortar los excesos de los falsos conversos, lo que a duras penas fue finalmente concedido por la reina Isabel. “El 1 de Noviembre de 1478 el Papa promulgó la bula Exigit sinceras devotionis affectus, por la que quedaba instituida la Inquisición para la Corona de Castilla” , con la peculiaridad añadida de que la Inquisición española se diferenciaba de las demás en que sería controlada por el estado, quién nombraría a los inquisidores.

Los reyes no nombrarían inquisidores hasta dos años más tarde, eludiendo su instauración mediante la divulgación de un catecismo escrito por el cardenal Mendoza, y es que en España había tres grupos religiosos importantes que los Reyes Católicos querían compaginar, pero que resultó imposible dadas las relaciones que musulmanes y judíos tenían con el turco. La unidad y la seguridad nacionales fueron las causas que motivaron la creación del Santo Oficio.

“El Santo Oficio fue el símbolo de la etapa en la cual se estableció y desarrolló. La alta religiosidad de la época motivó el surgimiento de una institución que se encargara de la fe, la moral, el matenimiento del orden público y la paz social. La Inquisición, más allá de cualquier humana desviación de sus objetivos, cumplió ese rol. Fue muy importante para el estado y para la formación de la unidad nacional española, defendiéndola contra los graves peligros que la amenazaban.”

“En Roma ocupaba el solio pontificio un papa franciscano y sensibilizado con estos problemas, como Sixto IV, que no necesitó que le pidieran la Inquisición, como había sucedido con otros en ocasiones anteriores, pues él mismo, en plena guerra civil castellana, comisionó el 1 de agosto de 1475 a su legado Nicolás Franco con facultades inquisitoriales.”

La tergiversación de la actuación de los Reyes Católicos y de la creación de la Inquisición hace que se puedan leer cosas como esta: “En 1478 se implantó en España el Tribunal de la Santa Inquisición, siendo nombrado Torquemada como inquisidor general. El objetivo de la Santa Inquisición era reprimir cualquier manifestación contra la fe cristiana, siendo los judíos juzgados y ejecutados por herejía. Los judíos que no quisieron renunciar su fe mosaica se vieron obligados a abandonar España en el 1492.”

Esas visiones del asunto, que adolecen de evidente ahistoricidad, afirman que: “Los principales factores que influyeron en la ruptura del ambiente de tolerancia entre las tres religiones fueron; los predicadores alimentaron la hostilidad, convirtiéndose en odio durante la recesión del siglo XIV, las monarquías tendieron a la unicidad religiosa para mantener el orden público y la renovación religiosa, que busca mediante la predicación y el proselitismo, el retorno al puro cristianismo. Los judíos fueron expulsados de España en el año 1492, decreto formulado por los Reyes Católicos.  Los Reyes Católicos, forzados por la Iglesia cristiana y para evitar devolver los prestamos que los judíos les habían dejado para la conquista de Granada, decidieron expulsar de España a los judíos que no se cristianizaran.  El número de expulsados oscila entre 100.000 y 160.000 judíos, tomando como destino distintas ciudades europeas y del norte de África.”   Evidentemente, esta es una afirmación radicalmente antihistórica en la que son falsos todos los asertos. Primero: no había tolerancia entre las religiones; segundo: los Reyes Católicos, y antes Enrique IV, habían intentado infructuosamente la armonía; tercero: es falso lo de evitar devolver los préstamos, y cierto que económicamente no fue ventajosa la expulsión; es falso el número de judios que abandonaron España. Todo se verá a lo largo del presente trabajo.

“Al acceder los Reyes Católicos al trono vivía en España un número considerable de judíos —entre 70.000 y 100.000—, asentado en más de dos centenares de aljamas.”

La propaganda antiespañola no duda en multiplicar las cifras. “Después de la publicación de esta ley, salieron de Cataluña, del reino de Aragón y de Valencia y de las demás provincias sujetas a la dominación de Fernando, cerca de un millón de judíos, la mayor parte de los cuales murieron miserablemente. Esta expulsión de judíos produjo a los demás reyes católicos una gran alegría.”

Veamos quién dice semejante frase: Voltaire. Bien, que cada cual saque su conclusión.

“En todos sus relatos, el tono que Voltaire empleó para referirse a la Inquisición oscilaba entre la ironía y la indignación, pero reproducía una y otra vez el mismo esquema denigratorio contra la acción inquisitorial: injusta, contraria a las leyes divinas, naturales y humanas, inhumana y corrupta. En su Essai sur les moeurs et l’esprit des natios , Voltaire apunta a una razón caracteriológica particular de los españoles para haber creado y permitido la Inquisición y relaciona el impacto inquisitorial con el retraso cultural español: “Aún es menester atribuir al tribunal inquisitorial esa profunda ignorancia de la sana filosofía en que las escuelas españolas se hallan sumergidas, mientras Alemania, Inglaterra, Francia e incluso Italia han descubierto tanta verdad y ampliado la esfera de nuestro conocimiento.”

Y tenía la desfachatez de soltar semejante exabrupto refiriéndose al momento cumbre de todas las artes: El siglo de Oro Español.

“Para el comentarista Páramo, que escribía a finales del siglo XVI, los herejes represetaban una amenaza, no sólo para la religión, sino para el estado. Hasta bien entrado el siglo XVIII, por lo menos, era muy difícil admitir que en un estado coexistieran súbditos de distintas religiones… Católicos y protestantes  comulgaban de aquellas opiniones, y también los judíos allí donde disponían de cierta autonomía.”  Démonos cuenta que el comentarista, con lenguaje propio del momento, habla de “herejes”, no de “judíos”, y eso es sencillamente porque la Inquisición no actuó contra los judíos, sino contra los herejes. Y es que no estamos hablando de raza, sino de religión.

Es el caso que, finalmente, había una bula dada por el Papa para instaurar la Inquisición en Castilla; una bula que daba prerrogativas especiales a la corona; prerrogativas que, al no existir documento que nos indique el porqué de las mismas, abre la puerta de la especulación. Castilla no había querido instaurar la Inquisición; el papado pugnaba porque se instaurase, y por supuesto no faltaban en el reino defensores de la medida, principalmente judíos conversos. ¿Es posible que las características especiales de la bula que instauraba la Inquisición en Castilla hubiesen estado motivadas con el objeto de que fuese admitida la institución en el reino?... Puede, y puede que la voluntad de no instaurarla propiciase que los reyes demoraran dos años su ejecución, y es que“Como la reina no tenia inclinacion á la novedad, hizo suspender la egecucion de la bula, hasta ver si el mal que se habia refe¬rido podia remediarse con medios asas suaves.”  Pero finalmente se instauró, porque “los Reyes Católicos no hicieron más que anticipar una tendencia general europea: considerar que todos sus súbditos debían tener las mismas características culturales y jurídicas; en la sociedad de su tiempo ello suponía la unidad de fe.”

Lo que hoy podemos conocer como “alarma social” era evidente en el momento, y el instinto de propia conservación se sobrepuso a todo, “y para salvar a cualquier precio la unidad religiosa y social, para disipar aquella dolorosa incertidumbre, en que no podía distinguirse al fiel del infiel ni al traidor del amigo, surgió en todos los espíritus el pensamiento de inquisición.”

La reina Isabel demoró voluntariamente la ejecucuión de la bula, y es que incluso tenía simpatía por los judíos, y era conocida porque había prestado  “ayuda para la construcción de sinagogas pese a la oposición de las autoridades locales: la reina anula la orden del concejo de Bilbao que prohibía a los judíos la entrada en la ciudad, concede protección regia a la aljama de Sevilla…”  Decididamente la reina no quería instaurar la Inquisición.

 Pero finalmente “los reyes nombran los primeros inquisidores en Sevilla en 1480. Había colocado en manos de los reyes un poderoso instrumento de represión, había nacido una Inquisición moderna, diferente a la medieval y diferente a la que actuaba en otros estados europeos.”  “Un tribunal sujeto a una autoridad central y provisto de poderes superiores a todos los privilegios tradicionales.”

Es de destacar en historiadores como Juan Antonio Llorente, que de sus feroces ataques a la Inquisición salva reiteradamente la buena fama de la reina Isabel, a la que trata de “persona de buen corazón y de un pensamiento ilustrado.” 

Debemos tener en cuenta que el empleo de la fuerza para combatir a los disidentes religiosos ha sido algo corriente en todas las culturas y confesiones hasta bien entrado nuestro tiempo. Basta pensar en la intolerancia de Lutero contra los campesinos alemanes, que produjo decenas de miles de víctimas; o en las leyes inglesas contra los católicos, cuyo número era aún muy elevado al comienzo de la Iglesia Anglicana; o en la suerte de Miguel Servet y sus compañeros quemados en la hoguera por los calvinistas en Ginebra. Hay que decir, para ser justos, que ése era el trato normal que se daba en aquella época a casi todos los delitos, y el de herejía era considerado como el más grave, sobre todo por la alteración social que provocaba. En esto coincidían tanto Lutero como Calvino, Enrique VIII y Carlos V o Felipe II. Y fuera de Occidente ocurría algo muy parecido.

Las Cortes de Toledo de 1480 acordaron que las aljamas se trasladasen a los guetos donde voluntariamente se encerraban los judíos, y en 1481 comenzaba a actuar la Inquisición en Andalucía “Fr. Miguel de Murillo y Fr. Juan de Sanmartín… de la orden de predicadores” . Pero el verdugo era la peste, que se llevó por delante a más de 15.000 personas en Sevilla, a las que hay que añadir las de Jerez, Écija, Córdoba y otras ciudades. Entre ellos, Fray Hernando de Talavera, judeoconverso que había sido confesor de la Reina Isabel, y en ese momento estaba procesado por la Inquisición; proceso del que fue absuelto, aunque ya había fallecido. La prosecución del proceso tras la muerte no es extraño, sino común por parte del Santo Oficio; no en vano el proceso inquisitorial no era sino la búsqueda de una confesión. Esas 15.000 víctimas de la peste son las primeras en la contabilidad de los enemigos irracionales de la Inquisición.

“Y aquel año desque cesó la pestilencia volviéronse los Inquisidores á Sevilla é prosiguieron su Inquisicion fasta todo el año de ochenta y ocho que fueron ocho anos, quemaron mas de setecientas personas, y reconciliaron mas de cinco mil y echaron en cárceles perpétuas, que ovo tales y estuvieron en ellas cuatro ó cinco años ó mas y sacáronles y echáronles cruces é unos San Benitillos colorados atrás, y adelante, y ansi anduvieron mucho tiempo, é despues se los quitaron por que no creciese el disfame en la tierra viendo aquello”. Las cifras acostumbran a ser exageradas en estos tiempos, tanto en lo referente a los participantes en una batalla como a los muertos, sea en exceso o en defecto, a fin y efecto de causar pavor en el contrario; como tal debemos poner entre comillas el número de ajusticiados por la Santa Inquisición, y en cualquiera de los casos, si bien no podemos estar de acuerdo con estos métodos, ello no debe significar ponerse en contra de la Santa Inquisición, porque en definitiva, esos eran los métodos aplicados en el momento histórico por todos, y si a ello nos remitimos, tendremos que convenir que, si comparamos los métodos aplicados y el número de relapsos de la
Inquisición con los que pueden equipararse en el mundo europeo, protestante, hugonote… o en el lado musulmán, la Santa Inquisición, necesariamente, deberá ser considerada muy moderada.

Y no caben desviaciones de importancia, porque el estricto control documental de la Inquisición lo impide, y así como permite ver la dimensión del número de relapsos, permite el estudio de otros capítulos. Tal es la meticulosidad del tribunal. “La exploración del ramo Inquisición exhibe un fabuloso depósito documental que permite construir novedosas y sólidas interpretaciones acerca del discurso religioso, la ortodoxia y la heterodoxia de la sociedad colonial. En el mismo capítulo se ubica la sexualidad, las prácticas morales y sexuales, la conducta, las pautas de comportamiento comunes, las mentalidades, los diferentes modelos de principios y de valores cultivados en lo individual y en lo colectivo, todas distinguibles en los grupos etnoculturales. La documentación también ayuda a explicar el sentido de la justicia, la utilidad moral y religiosa aplicada en la punición inquisitorial. En la medida que fue una institución que registró minuciosamente sus denuncias, informaciones y procesos, el ramo Inquisición abre las puertas de una inmensa vitrina documental. Los detalles fácticos que se desprenden de sus legajos favorecen un análisis pormenorizado que muchas veces están ausentes en otra clase de documentación.”

Esa meticulosidad acaba yendo indefectiblemente en beneficio de la institución, para lo bueno y para lo malo.

El reino de Granada, en principio, quedaba al margen de la actuación inquisitorial. Al frente de la evangelización del reino de Granada estaba el judeoconverso Fray Hernando de Talavera, santo y sabio varón, confesor de la reina a la que tantos consideran santa, Isabel. Su máxima en su función, que tan magistralmente desarrolló era de un cristianismo radical, que le llevaba a afirmar que “a la fe se llegaba por libre decisión personal, no por coacción externa sino por impulso interior de aceptación de la voluntad de Dios, que quiere que el pecador se convierta y viva.”  Un santo varón con unas ideas dignas de estudio, justas, revolucionarias, cristianas. Digno confesor de tan gran ejemplo de virtudes como es Isabel. Querido por todos, los mudéjares le llamaban “santo alfaquí”.

Escribía Fray Hernando: “Los reyes han otrosí de ser constantes y firmes en la execución de la justiçia y conservaçion de sus leyes, que ni por miedo, ni por ruego, ni por amor, ni por dinero, ni por ninguna otra pasión ni afection no se muden, ni excedan, ni fallescan de lo justo y honesto’. (De los Loores de San Juan Evangelista, 1475)” , pero no se limitaba a dar consejos genéricos y biensonantes, sino duras reprimendas cuando era necesario, como la que le dio al rey Fernando, que en el futuro debe ser “más devoto de la Iglesia, más solícito de la justicia civil, más allegado al consejo, más constante y verdadero en toda contratación y promesa, más fiel a la palabra empeñada y a lo firmado, más benigno y agradecido a servidores y criados, “muy quito de todos los juegos”, asesorado de “buenos varones” y activo “mucho más en el amor y acatamiento que a la excelente y muy digna compañera es debido.” 

No se mordía la lengua con el todopoderoso Fernando. Un confesor como Fray Hernando debió influir sobremanera en la reina Isabel de cara a las funciones de la Inquisición. No tanto en el rey Fernando, que le desamparó en el proceso que le abrió el Santo Oficio cuando había fallecido la reina.

Un confesor que en su “Católica Impugnación proclama que “Yerra gravemente el que denuesta a los cristianos nuevamente convertidos llamándolos marranos y marrandíes y mucho más llamándoles herejes … No sin gran ofensa de Jesucristo son denostados y vituperados algunas veces los nuevos cristianos y los descendientes. Lo cual es grande ofensa de nuestro señor Jesucristo porque los que a su santa fe se convierten, como los santos dicen y aun las leyes civiles quieren, han de ser honrados y muy humanamente tratados… Ni los cristianos verdaderos tienen enemiga ninguna a los cristianos convertidos del judaísmo, ca si la toviesen pecarían muy gravemente en ello y no serían verdaderos cristianos … y si algunos tienen tal enemiga, tiénenla como hombres malos y no como fieles cristianos… Las herejías no solamente han de ser extirpadas, confundidas y corregidas por castigos y azotes mas, según la doctrina de los santos apóstoles, por católicas y teologales razones… [pero hay conversos] … que guardan ceremonias y ritos moros o judíos y estos tales en verdad que, en algunos casos, deben morir, como largamente lo dispone el derecho canónico y también el derecho civil…”

Pero las denostaciones de los conversos no eran promovidas por los “cristianos viejos”, sino por los judíos. Así, los que eran conocidos como “marranos” (de mahram cosa prohibida) por los cristianos, eran conocidos como “anusim” (forzados), por los judíos, que los trataban de manera distinta que la que aplicaban a los judíos conversos por voluntad. “En el servicio de la sinagoga se abrió camino una plegaria especial con la que se imploraba la protección divina para todos los de la Casa de Israel y para los forzados (anusim).”

En cualquier caso, parece que la acepción “marrano” proviene de la designación que los judíos daban a quienes abandonaban su religión. Posteriormente llegaría la asimilación de “marrano” a “cerdo”.

Los racistas afirman que “Los judíos siguen siendo judíos aunque se bauticen -del mismo modo que un negro bautizado no se convierte en blanco-, por lo tanto, el marranismo, se judaice o no, es sólo la transformación del judaísmo público en judaísmo secreto, lo que le otorga mayor peligrosidad al hacerse más dificultosa su detección. Realice o no las ceremonias y ritos hebreos, en rigor todo judío judaiza porque no puede dejar de actuar como judío. La aplicación del término marrano a todos los conversos sin distinción reflejó esta realidad.”

Una realidad que se ve manifiestamente negada por la realidad de la ingente cantidad de personajes que trufan la historia de España, y que desde el mismo Fernando el Católico llevaban sangre judía. La inquisición no entendía de sangre, sino de sentimiento, y si en algún momento llegó a exigirse estatuto de limpieza de sangre, aparte de no tener explicación, tampoco se llevó a rajatabla en toda la institución ni en todas las intituciones del estado.

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