lunes, febrero 28, 2022

LA ESPAÑA QUE SE ENFRENTÓ A ABDERRAMÁN III

 LA ESPAÑA QUE SE ENFRENTÓ A ABDERRAMÁN III



En 929 Abderramán III proclamó el califato de Córdoba, independiente de Damasco, que  significaría la máxima expresión de la cultura de todo el mundo árabe en todos los tiempos. Es de señalar que, sin pretender quitar la condición de moro de Abderramán, era español en más de un 50%. Su madre era hermana de la reina Toda de Navarra, y la influencia española, aunque en ningún caso fue determinante, permitió aflorar en Córdoba la cultura hispánica, encarnada en pensadores y científicos principalmente mozárabes y muladíes.


Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores Abderramán III edificó su propia ciudad palatina: Medina Azahara; dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe e hizo ampliar la Mezquita de Córdoba.


Esta etapa de la invasión es sin dudas la de mayor esplendor, y en ella relumbraron grandes intelectuales, la mayoría españoles, aunque fue de corta duración pues en la práctica terminó en el 1009 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o hayib Almanzor.  


Cuenta Daniel Eisenberg  que el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio Romano, siendo que a la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250.000 habitantes en 935 y rebasó los 500.000 en el año 1000. 


La herencia sanguínea y cultural española llevó a Abderramán a organizar una aristocracia ajena al mundo árabe, y la herencia árabe le llevó a que éstos fuesen fatals (esclavos y libertos de origen europeo) que fueron progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe, mientras el ejército continuaba engrosando la presencia bereber. Pero esa ascendencia española no tenía reflejo en otras cuestiones que caracterizaron a Abderramán III.  En 950 acabaría ordenando la ejecución de su propio hijo Abdala, y en general su crueldad fue notoria. Se cuenta que mandaba ejecutar a sus esclavos por cuestiones nimias, y que hasta mandó quemar la cara de una esclava que le giró la cara cuando, borracho, empezó a acariciarla. También se cuenta que siempre había con él un verdugo de guardia y que no confiaba en nadie.


Por su parte, la economía de los reinos cristianos, y debido a la inseguridad ocasionada por las razzias sobre los bienes inmuebles, estaba basada en la ganadería trashumante más que en la agricultura, lo que acabaría consolidando el fenómeno de la mesta conforme avanzaba la reconquista. Una actividad que alcanzaría importancia primordial en la economía española, y contaba con tribunales que al estilo del “de las aguas” de Valencia, terciaba en los conflictos, siendo que al respecto se recogían dictados presentes en el Fuero Juzgo.


En 930 Abderramán III puso cerco a Toledo, manteniéndolo durante dos años, cuando los toledanos se sometieron, debiendo admitir, además, la construcción del Alcázar. Toledo recibió ayuda de Ramiro II, pero debió cejar en la misma merced a las discordias civiles que se vivían en León, fomentadas por su hermano Alfonso IV que, sucesor de Fruela II, había abdicado precisamente en Ramiro II cinco años después de haber accedido al trono.


Con la construcción del Alcázar de Toledo finalizan las noticias relativas a las rebeliones propiciadas por los muladíes. Ya sólo quedó la Reconquista a cargo de los cristianos, si bien también reconocen los historiadores que, a partir de este momento, y durante el reinado de Abderraman III, los mozárabes se vieron eficazmente protegidos contra la persecución de las otras razas, y vieron respetados sus fueros y libertad religiosa hasta principios del siglo XI, y no participaron en nuevos altercados. 



En 930 Ramiro II accedió al trono de León, y lo hizo con tanto empuje como el que dieciocho antes tuvo Abderramán III (tan es así que los españoles lo llamaban “el grande mientras los moros lo llamaban “el diablo”). En 932 tomó la fortaleza de Magerit (Madrid), y el mismo año, junto al conde Fernán González, que había sido proclamado conde independiente el año 929, desmanteló las murallas de Talavera, lo que ocasionó una aceifa de Abderramán que fue desbaratada en Osma y a consecuencia de la cual el rey moro de Zaragoza, Aboyada, se sometió a Ramiro.


Abderramán tenía un general, Ramiro tenía un aliado no menos insigne: Fernán González, que a pesar de todo significó un revulsivo dentro del propio reino cristiano.


Fernán González nació, con toda probabilidad, en la primera década del siglo X, y desde su infancia pudo conocer los enfrentamientos existentes entre las gentes de su condado y los nobles leoneses. Pero las disensiones internas que llevaron a la separación de Castilla debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias expediciones de castigo con destino que hace sospechar que Fernán González pactó con los musulmanes. La atención a estas invasiones posibilitó el fortalecimiento de Fernán González que en 931, ya conde de Castilla, pasaba a serlo también de Álava, Lantarón, Cerezo y Asturias de Santillana.


El condado castellano tenía por frontera norte el mar Cantábrico; por el sur llegaba hasta Roa, Aranda de Duero y Osma, por el este hasta Rioja y Navarra, y por el Oeste hasta el Pisuerga. Eran el producto de los reductos hispánicos de Cantabria y Vascongadas. León controlaba desde el Pisuerga por el este hasta el Atlántico por el Oeste, y desde el Cantábrico por el norte hasta el Duero; Navarra controlaba hasta Urgel, y el Condado de Barcelona, desde aquí hasta el mediterráneo, y hasta el Llobregat.


En  934 Ramiro II salvó a Fernán González de un asedio de Abderramán en San Esteban de Gormaz, y la alianza de ambos ocasionó el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas de agosto de 939, que tuvo importantes consecuencias, ya que el ejército musulmán acudía a la llamada de yihad con contingentes de más de 100.000 soldados y claras expectativas de victoria. Sin duda, la batalla de Simancas fue un preludio de la batalla de las Navas de Tolosa, tres siglos más tarde. Abderramán salió de ella “semi vivo”, abandonando en batalla un precioso ejemplar del Corán… y hasta su inestimable cota de malla. Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte Sepúlveda y Guadramiro.


Sin embargo, en 944 Ramiro tomó preso al conde durante un año, liberándolo después de haberle hecho jurar fidelidad tras las fricciones surgidas como consecuencia del nombramiento del conde de Monzón por parte del rey leonés.


Además de obtener tan señeras victorias y extender las fronteras del reino desde el Duero hasta las cercanías del Tajo, Ramiro II estabilizó y fortaleció el entramado administrativo, completando la tarea de asentamientos mozárabes y su organización.


Por el este, Sunyer, conde de Besalú asoció en 947 a su hijo Borrell y se retiró a un monasterio, muriendo en 953. Borrell II, conde de Barcelona, Gerona y Osona, también titulado “dux gotiae” acrecentaría sus posesiones con el condado de Urgel, heredado de su primo, también llamado Borrell. Es este conde quien no firma sumisión al imperio carolingio, al no poder prestar juramento al nuevo rey franco, y el hecho es interpretado por algunos historiadores como el punto de partida de la independencia de los francos. La verdad es que no prestó juramento porque al ir a hacerlo, el rey franco había partido al norte a sofocar una rebelión de los normandos. No obstante, al desaparecer la dinastía y mostrarse incapaces los Capetos, herederos de aquella, de ejercer ningún control sobre la Marca Hispánica, de lo que dieron muestra al no atender las llamadas de ayuda efectuadas con motivo de los ataques llevados a cabo por Almanzor, el distanciamiento fue evidente. Si con Suñer los condados de Barcelona emprenden una acción más decidida de reconquista, con Borrell II vuelven a tener relaciones cordiales con Córdoba, si bien, gracias al legado de su padre tuvo la ocasión de reorganizar el arzobispado de Tarragona. En este tiempo se atiende la repoblación hasta los rios Llobregat y Cardener, proceso que se incrementa hasta 1020 en los condados de Barcelona, Manresa, Urgel, Pallars y Berga.


En 950, Ramiro II abdicó en Ordoño III,  que heredó un reino sumido en una crisis dinástica que Fernán González supo aprovechar en su favor. Inicialmente apoyó las reclamaciones de Sancho el Craso contra su hermano Ordoño III, pero, al no prosperar su causa, se vio obligado a reconocer a Ordoño como rey. 


Éste no fue el único problema que Ordoño III tuvo durante su reinado, pues además soportó numerosas rebeldías internas, ataques de al-Ándalus y una sublevación en Galicia. En respuesta a los musulmanes, Ordoño envió gran número de tropas, que consiguieron llegar hasta Lisboa en 955, lo que propició un tratado de paz con Abderraman III. 


Entre los hijos de Ramiro II habían surgido fricciones que acabaron en enfrentamiento militar, lo que llevó a que recién coronado Ordoño III, casado con Urraca, hija justamente de Fernán González,  hizo que éste, curiosamente, ayudara a la reina Toda de Navarra, a la sazón tía carnal de Abderramán III, contra Ordoño III y a favor de su nieto, Sancho, hermanastro de Ordoño que en 955 acabaría siendo coronado rey de León con el nombre de Sancho I “El Gordo”. Más tarde Urraca sería repudiada por Ordoño, que acabaría huido a Córdoba, donde consiguió ayuda del Emir. Pero los acuerdos no sirvieron de nada, porque Sancho el Gordo acordó paces… y casualmente Ordoño “el malo” murió el año 956 en la misma Córdoba donde Sancho el Gordo acudió para un tratamiento médico de su obesidad mórbida.


Como consecuencia de toda esta maraña Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llego a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León, Navarra y Castilla y el Condado de Barcelona le rendían tributo.


Abderramán III murió en 961.


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