domingo, enero 03, 2016

Don Quijote, algo más que una novela

Don Quijote, Cervantes, La Mancha

Cesáreo Jarabo Jordán
pensahispa@gmail.com


Cuatrocientos años disfrutando del título de mejor novela en lengua española no es, ni puede ser, suficiente para convencer al interesado por el tema, que la historia del ingenioso hidalgo es solamente una novela.

Novelado es el relato, pero no cabe duda, a cualquiera que se introduzca en su lectura, que el trasfondo de la misma guarda secretos que quieren ser revelados a quienes se sientan interesados por ellos.
DON QUIJOTE, ALGO MÁS QUE UNA NOVELA

Cuatrocientos años disfrutando del título de mejor novela en lengua española no es, ni puede ser, suficiente para convencer al interesado por el tema, que la historia del ingenioso hidalgo es solamente una novela.

Novelado es el relato, pero no cabe duda, a cualquiera que se introduzca en su lectura, que el trasfondo de la misma guarda secretos que quieren ser revelados a quienes se sientan interesados por ellos.

Secretos que entran de lleno en la historia de España; secretos que entran de lleno en la Filosofía, con mayúscula.

Don Quijote de la Mancha es una obra literaria, eso sí, que sobrepasa ampliamente el concepto de novela, y que sobrepasa ampliamente la capacidad literaria de su autor.

No seré yo quién ponga en entredicho esta cualidad en D. Miguel de Cervantes Saavedra. Sería una osadía por mi parte; una osadía que supera, también ampliamente mis conocimientos literarios, filosóficos e históricos.

Pero, así como me considero fiel seguidor de la persona, obra y pensamiento de mi señor Don Quijote, no puedo decir, ni de lejos lo mismo sobre ninguna otra obra de Cervantes, que no solamente no ha conseguido, no ya encandilarme; no ya convertirme en seguidor fiel de ningún otro personaje del escritor, sino que no ha conseguido, tan siquiera, interesarme la trama.

Y es que el resto de la obra de Cervantes es novela; género que, personalmente, no llego a comprender. La ficción  de la novela, sea de Cervantes o de cualquier otro autor, no llega a cubrir mis expectativas sobre lo que leo.

No seré yo, como digo, quién discuta la categoría literaria, ni de Cervantes ni de ningún otro novelista, pero me permito remitir a los interesados a la lectura de don Miguel de Unamuno, en particular a su obra: Vida de Don Quijote y Sancho.

Dice don Miguel de Unamuno que si Cervantes fue capaz de escribir semejante obra fue debido a una GENIAL INSPIRACIÓN QUE JAMÁS VOLVIÓ A CONOCER Y, SI COMO PADRE ENGENDRÓ A DON QUIJOTE, ÉSTE TIENE MÁS DE SU MADRE, EL PUEBLO ESPAÑOL.

Dice más cosas Don Miguel de Unamuno respecto a Cervantes; cosas que, lamentablemente, no pudieron ser rebatidas por el autor de Don Quijote; y sin embargo, se dejó en el tintero, a mi modesto modo de ver, algo de una espectacular envergadura.

Entiende don Miguel de Unamuno, y yo con él, que la obra es de una magnitud más que digna de encomio, pero yerra, a mi modesto modo de entender, al afirmar que la misma fue obra de casualidad.

Por el contrario, yo entiendo que la obra en cuestión fue escrita con ánimo poco generoso; con ánimo de atacar la esencia de un pensamiento y de una forma de ser que, efectivamente, está reflejado en la idiosincrasia del de la Triste Figura, de don Quijote de la Mancha.

Pero don Quijote de la Mancha no es un personaje literario en que Cervantes se explayase a su gusto, sino una meditada burla de un personaje histórico que murió el mismo año que nacía el propio Cervantes.

No es, por lo tanto, una burla interesada por parte del propio autor, sino que, en todo caso, debe obedecer a la voluntad del autor por complacer el ego de quienes sí tenían algo contra el personaje histórico al que, según mi modesta opinión, pretende burlarse en la obra.

No voy a dar más rodeos; el personaje en cuestión, según he deducido, no es otro que Hernán Cortés, y quienes se querían burlar no podían ser otros que los miembros de la casa de Béjar.

Admito que es curiosa mi afirmación, porque el duque de Béjar, fue quién apoyó a Hernán Cortés en los momentos más críticos de su vida… O en los momentos aparentemente más críticos de su vida… porque Hernán Cortés acabaría muriendo, en la miseria, abandonado de todos, y al amparo de la casa de Medina Sidonia, no al amparo de la casa de Béjar.

Me he introducido en la Historia de España, cuando lo que quería comentar era una obra literaria; la obra más señera de la literatura española y tal vez de la literatura universal; pero es que la obra da para eso… y para mucho más.

 Sí, se trata de una obra filosófica; seguramente también la más señera obra filosófica dentro del pensamiento español.

España carece de escuelas filosóficas, contrariamente a lo que sucede en Europa, donde nos encontramos con importantes escuelas. ¿Qué significa esto?

Para unos, la falta de cualidades en el pueblo español; para otros, entre los que me cuento, una muestra de que el pensamiento filosófico, en España, no es cuestión de núcleos endogámicos, sino que se encuentra diluido en la sangre y en el pensamiento del pueblo.

Con ello no pretendo insinuar que la masa, la multitud, sea capaz de generar pensamiento; lo que quiero manifestar es que la tradición cultural que nos conforma, que arranca de la cultura griega, con su máxima expresión en Sócrates, Platón y Aristóteles, nos ha legado unas cualidades que comportan la práctica imposibilidad de creación de escuelas filosóficas, porque nuestra propia cultura es, en esencia, eso: una escuela filosófica que nos ha posibilitado la creación de un mundo sobre el que, si bien hoy en día no ejercemos ningún control, sin nuestra cultura, posiblemente, hoy ya no existiría.

Esa cultura, que tiene la máxima expresión en el descubrimiento y conquista de América, acontecimiento histórico, cultural y humano, superior a cualquier otro acontecimiento en la historia de la Humanidad, quitado el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, es la que, como digo, ha permitido que el mundo, hoy, siga siendo.

No me felicito por cómo es hoy el mundo, porque entiendo que podría ser de manera muy distinta y mejor si los españoles, no ya del siglo XXI; ni tan siquiera del siglo XX…, sino ya desde el siglo XVII, no hubiésemos perdido la fe; esa fe que, a trancas y barrancas, sí, pero de una manera constante, logró sobreponerse a una situación parecida a la que hoy mismo estamos sufriendo de manera tan ostensible y dolorosa: la asonada árabe del año 711, cuando los musulmanes invadieron nuestro solar, y los españoles se vieron reducidos a unos pocos lugares; Asturias, Cantabria, Vascongadas, y algunas zonas de Galicia.

No me felicito por cómo es hoy el mundo; es más, personalmente lo detesto y abogo por un cambio total de rumbo, pero insisto en que, a Dios gracias, España fue España durante esos siglos de la Edad Moderna, ya que de otro modo, Europa hubiese aniquilado a millones de personas, como aniquiló en sus conquistas de Norteamérica y de Oceanía.

Mientras los europeos perseguían como animales a los aborígenes australianos; mientras los europeos proclamaban que el mejor indio es el indio muerto, en los dominios españoles se aplicaba las Leyes de Indias, con el añadido personal de la Reina Isabel la Católica, que exigía la máxima benevolencia en el trato con los indígenas. De esos indígenas a los que se refería el primer escrito de Cristóbal Colón desde el Nuevo Mundo, en el que indicaba que allí todo era distinto a lo conocido: tierras, plantas y animales… salvo una cosa… El hombre.

Ese humanismo cristiano; esa cultura clásica que el más cerril de los marineros o de los soldados llevaba grabado a fuego en su corazón es, sin duda, la marca distintiva de la Hispanidad; del cristianismo y de la cultura greco-latina.

Y es que hay cuestiones que no precisan ser estudiadas; hay cuestiones que nacen con el ser humano. La cultura, con minúscula, se aprende en la escuela; se aprende en el trato… pero la Cultura, con mayúscula, aunque el receptor no sea capaz de escribir su nombre, viene transmitida, me atrevo a afirmar que por los propios genes, que a través de los siglos, de una u otra manera han debido hacerse consubstanciales con el ser profundo de la persona. 

Los sentimientos (somos seres sensoriales), nos facilitan el conocimiento del mundo exterior; la cultura los sintetiza y la educación los realza. Personalmente creo que la sociedad, y muy principalmente la sociedad primera, la familia, ha sido, a lo largo de los siglos, la transmisora de esos principios, y no dudo en afirmar que los mismos se han hecho carne con ella.

Volviendo al hilo del discurso, al personaje central que hoy concita nuestra atención, debo manifestar que me declaro profundamente quijotista; seguidor de Don Quijote de la mancha, y para nada cervantista.

Esta decantación; este enfrentamiento entre autor y personaje de la obra, no es en absoluto fruto de un intelectualismo que me es ajeno, sino más bien fruto del sentimiento; del profundo amor que provoca en mi alma el personaje, Don Quijote de la Mancha; un personaje rebosante también de amor, de entrega, de generosidad; de virtudes profundamente cristianas; de virtudes y actitudes profundamente españolas; no manchegas, no castellanas, sino españolas… y más, hispánicas, entendiendo que el concepto hispánico es indisociable del concepto romano y del concepto cristiano, puesto que aquel no existiría si no hubiesen existido previamente éstos.

Estoy hablando de amor, y remarco que se trata de un profundo amor por Don Quijote,  encarnación de todas las virtudes cristianas.

Se me argüirá que esa encarnación no es tal, sino tan solo la expresión literaria de su autor… Y ahí es donde quería llegar.

Estoy convencido, como anteriormente he citado, que el personaje a ridiculizar no es otro que Hernán Cortés. Pruebas para tal afirmación me faltan todas. Estamos hablando de una intuición; pero de una intuición que tiene su base en la lectura pormenorizada de la obra.

Parece que a todos los lectores les ha pasado por alto un asunto que en principio es baladí. No es otro que el también citado hace unos momentos: la relación de Hernán Cortés con la casa de Béjar.

La tercera esposa de Hernán Cortés (me permito colocar a Malinche como segunda), no era otra que Juana de Zúñiga, o Stúñiga, sobrina del Duque de Béjar. La boda fue concertada precisamente por el Duque de Béjar, pero Hernán Cortés, no murió cerca de la Casa de Béjar. ¿Qué sucedió cuando marchó a Argel?, ¿qué sucedió cuando marchó nuevamente a América para continuar sus conquistas que resultaron un fracaso?, ¿qué consecuencias acarrearon en sus relaciones con la casa de Béjar? Lamento la terrible e injustificada laguna.

He intentado ponerme en contacto con los descendientes de la Casa de Béjar, que actualmente viven en Guatemala, pero el resultado ha sido desesperanzador. ¿Abona esto mis dudas sobre las relaciones que existieron entre ellos?... Sin duda.

Pero bueno, ¿Qué hace relacionar de este modo a Hernán Cortés con Don Quijote?. Estoy apuntando algo, pero no señalo qué. Vamos por ello.

Estoy diciendo que todos los lectores de la obra de Cervantes han pasado por encima de algo que yo estimo es la clave de mi tesis. ¿Qué es esto?

Muchas personas que editan un libro, inician el mismo con una dedicatoria: “A mi madre”… “A mis hijos”… A quién le parece bien al autor. La obra de Cervantes también cuenta con una dedicatoria que yo considero especial… Y la clave del asunto… Al Duque de Béjar, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañeres, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

Nada tendría esto de significativo si no fuera por varias cuestiones: la primera, que llama la atención, es la referencia que en la segunda parte de la obra pone Cervantes en boca nada menos que de Don Quijote, en la que trata de modo gratuito y despectivo al héroe, citándolo como “cortesísimo Cortés”, y la segunda y principal, el parangón de las acciones emprendidas por Don Quijote con las acciones emprendidas por Hernán Cortés.

La Conquista de México no difiere en absoluto de las acciones acometidas por Don Quijote; ¿o no se puede comparar la hazaña de los molinos de viento, por ejemplo a la batalla de Cholula?... Y cualquiera de las otras hazañas de Don Quijote, ¿acaso no pueden equipararse a cualquiera de las hazañas acometidas por Hernán Cortés, con setecientos soldados, dos cañones, una docena de espingardas, lanzas y espadas, lanzados a la conquista de un territorio como el de México, dominado por una tiranía, la de los aztecas, bajo la mano férrea de Moctezuma, con una estructura militar y administrativa que le permitía mantener sometidos a todos los pueblos que estaban bajo su influencia?

Indudablemente, ni la hazaña de los molinos, ni la de los rebaños de ovejas, ni la de la Cueva de Montesinos… ni cualquier otra de Don Quijote son más descabelladas que las acometidas por aquel puñado de soldados españoles. ¿A quién, sino a un loco, se le ocurre taladrar las naves, evitando con ello una posible vía de huída?. Sólo el gran corazón y la fe en Dios permitieron que unas y otras se llevasen a efecto.

Mucho se puede reír Cervantes de su héroe; mucho puede pretender poner en ridículo sus hazañas, pero sólo quién es capaz de acometerlas es también capaz de aportar, para el bienestar general los principios profundamente humanistas y profundamente cristianos que dan pie a que se realicen.

Hemos hablado largamente de Don Quijote; mi héroe, sin lugar a dudas, es Don Quijote, pero… ¿Y Sancho?, ¿qué es de Sancho?

Si Don Quijote es el espíritu del pueblo español, Sancho es el pueblo español a la espera del suficiente espíritu. Sancho obediente; Sancho traidorzuelo; Sancho mentiroso… es también el pueblo español. Pero es que Sancho adora a su señor; Sancho sigue a su Señor aunque no lo entienda; aunque constate que acomete auténticas locuras que a él jamás le pasarían por la cabeza.

Sancho, como declara él mismo en la obra de Cervantes, quiere a Don Quijote como a las telas de su corazón. No lo entiende. Se limita a quererlo y a seguirlo. De momento, para Sancho, es suficiente.

Pero llega el momento de la verdad, y Sancho está presente junto al lecho de muerte de su señor. Sancho ha llegado a aprender de su señor lo imprescindible para volverse auténticamente loco; lo suficiente para exigir a su señor que no se muera; y esa locura; esa locura de amor es la que, finalmente hace que Sancho, no es que llegue a comprender a su Señor… Es que se ha convertido en su señor.
Sancho acaba siendo libre. Locamente libre. Sancho ha dejado de ser Sancho; Sancho se ha convertido en Don Quijote; el mismo Don Quijote que volverá a regalar al mundo sus genialidades; que volverá a revivir el espíritu de la caballería andante; que volverá a componer magistrales discursos que sólo serán entendidos por los cabreros…

El mundo materialista, hedonista, que nos vende vicio por virtud; que nos engaña y nos obliga a engañar a nuestro señor Don Quijote; que nos toma como colaboradores necesarios para encerrar a nuestro señor Don Quijote en las mazmorras del silencio y de la ridiculez mal entendida mientras a nosotros mismos también nos esclaviza y nos vende como derechos lo que Don Quijote nos prohíbe por ser perjudicial para nuestra alma y para nuestro cuerpo, teme a Sancho tanto como a su señor… Y hace bien.

Sancho, el pueblo español, acoge lo que le es impuesto contra natura como derecho adquirido. Cuando Sancho acabe creyendo en su señor; cuando Sancho acabe creyendo en sí mismo, todo el tenderete teatral montado por quienes se aprovechan de la credulidad de Sancho acabará desbaratado por la enérgica reacción del nuevo Quijote.

Naturalmente, decir hoy, en 2011 y en España estas cosas, es propio de locos. ¿A quién se le ocurre identificarse con Don Quijote?... A un loco. ¿A quién se le ocurre reivindicar como propias las acciones de Hernán Cortés?... A un loco.

Concluyamos en que estoy doblemente loco, porque, por lo que a mí respecta, estoy deseando montar a la grupa de Rocinante, guiado por el ideal de Don Quijote y, por supuesto, seguir, hasta donde haga falta a Hernán Cortés.

Hernán Cortés, persona histórica está muerta. Seguirle físicamente hoy, es literalmente imposible; pero su idea, Don Quijote de la Mancha, está permanentemente viva, porque el espíritu de Don Quijote es el espíritu del pueblo español; espíritu que se encarnó en Hernán Cortés; espíritu que se encarnó en el Cid Campeador; espíritu que se encarnó en Santa Teresa, en San Juan de la Cruz; espíritu que, en cualquier momento, y si Dios lo estima oportuno, se encarnará en algún personaje actual… o de la próxima generación, porque ese espíritu, es consustancial al pueblo español.

Secretos que entran de lleno en la historia de España; secretos que entran de lleno en la Filosofía, con mayúscula.

Don Quijote de la Mancha es una obra literaria, eso sí, que sobrepasa ampliamente el concepto de novela, y que sobrepasa ampliamente la capacidad literaria de su autor.

No seré yo quién ponga en entredicho esta cualidad en D. Miguel de Cervantes Saavedra. Sería una osadía por mi parte; una osadía que supera, también ampliamente mis conocimientos literarios, filosóficos e históricos.

Pero, así como me considero fiel seguidor de la persona, obra y pensamiento de mi señor Don Quijote, no puedo decir, ni de lejos lo mismo sobre ninguna otra obra de Cervantes, que no solamente no ha conseguido, no ya encandilarme; no ya convertirme en seguidor fiel de ningún otro personaje del escritor, sino que no ha conseguido, tan siquiera, interesarme la trama.

Y es que el resto de la obra de Cervantes es novela; género que, personalmente, no llego a comprender. La ficción  de la novela, sea de Cervantes o de cualquier otro autor, no llega a cubrir mis expectativas sobre lo que leo.

No seré yo, como digo, quién discuta la categoría literaria, ni de Cervantes ni de ningún otro novelista, pero me permito remitir a los interesados a la lectura de don Miguel de Unamuno, en particular a su obra: Vida de Don Quijote y Sancho.

Dice don Miguel de Unamuno que si Cervantes fue capaz de escribir semejante obra fue debido a una GENIAL INSPIRACIÓN QUE JAMÁS VOLVIÓ A CONOCER Y, SI COMO PADRE ENGENDRÓ A DON QUIJOTE, ÉSTE TIENE MÁS DE SU MADRE, EL PUEBLO ESPAÑOL.

Dice más cosas Don Miguel de Unamuno respecto a Cervantes; cosas que, lamentablemente, no pudieron ser rebatidas por el autor de Don Quijote; y sin embargo, se dejó en el tintero, a mi modesto modo de ver, algo de una espectacular envergadura.

Entiende don Miguel de Unamuno, y yo con él, que la obra es de una magnitud más que digna de encomio, pero yerra, a mi modesto modo de entender, al afirmar que la misma fue obra de casualidad.

Por el contrario, yo entiendo que la obra en cuestión fue escrita con ánimo poco generoso; con ánimo de atacar la esencia de un pensamiento y de una forma de ser que, efectivamente, está reflejado en la idiosincrasia del de la Triste Figura, de don Quijote de la Mancha.

Pero don Quijote de la Mancha no es un personaje literario en que Cervantes se explayase a su gusto, sino una meditada burla de un personaje histórico que murió el mismo año que nacía el propio Cervantes.

No es, por lo tanto, una burla interesada por parte del propio autor, sino que, en todo caso, debe obedecer a la voluntad del autor por complacer el ego de quienes sí tenían algo contra el personaje histórico al que, según mi modesta opinión, pretende burlarse en la obra.

No voy a dar más rodeos; el personaje en cuestión, según he deducido, no es otro que Hernán Cortés, y quienes se querían burlar no podían ser otros que los miembros de la casa de Béjar.

Admito que es curiosa mi afirmación, porque el duque de Béjar, fue quién apoyó a Hernán Cortés en los momentos más críticos de su vida… O en los momentos aparentemente más críticos de su vida… porque Hernán Cortés acabaría muriendo, en la miseria, abandonado de todos, y al amparo de la casa de Medina Sidonia, no al amparo de la casa de Béjar.

Me he introducido en la Historia de España, cuando lo que quería comentar era una obra literaria; la obra más señera de la literatura española y tal vez de la literatura universal; pero es que la obra da para eso… y para mucho más.

 Sí, se trata de una obra filosófica; seguramente también la más señera obra filosófica dentro del pensamiento español.

España carece de escuelas filosóficas, contrariamente a lo que sucede en Europa, donde nos encontramos con importantes escuelas. ¿Qué significa esto?

Para unos, la falta de cualidades en el pueblo español; para otros, entre los que me cuento, una muestra de que el pensamiento filosófico, en España, no es cuestión de núcleos endogámicos, sino que se encuentra diluido en la sangre y en el pensamiento del pueblo.

Con ello no pretendo insinuar que la masa, la multitud, sea capaz de generar pensamiento; lo que quiero manifestar es que la tradición cultural que nos conforma, que arranca de la cultura griega, con su máxima expresión en Sócrates, Platón y Aristóteles, nos ha legado unas cualidades que comportan la práctica imposibilidad de creación de escuelas filosóficas, porque nuestra propia cultura es, en esencia, eso: una escuela filosófica que nos ha posibilitado la creación de un mundo sobre el que, si bien hoy en día no ejercemos ningún control, sin nuestra cultura, posiblemente, hoy ya no existiría.

Esa cultura, que tiene la máxima expresión en el descubrimiento y conquista de América, acontecimiento histórico, cultural y humano, superior a cualquier otro acontecimiento en la historia de la Humanidad, quitado el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, es la que, como digo, ha permitido que el mundo, hoy, siga siendo.

No me felicito por cómo es hoy el mundo, porque entiendo que podría ser de manera muy distinta y mejor si los españoles, no ya del siglo XXI; ni tan siquiera del siglo XX…, sino ya desde el siglo XVII, no hubiésemos perdido la fe; esa fe que, a trancas y barrancas, sí, pero de una manera constante, logró sobreponerse a una situación parecida a la que hoy mismo estamos sufriendo de manera tan ostensible y dolorosa: la asonada árabe del año 711, cuando los musulmanes invadieron nuestro solar, y los españoles se vieron reducidos a unos pocos lugares; Asturias, Cantabria, Vascongadas, y algunas zonas de Galicia.

No me felicito por cómo es hoy el mundo; es más, personalmente lo detesto y abogo por un cambio total de rumbo, pero insisto en que, a Dios gracias, España fue España durante esos siglos de la Edad Moderna, ya que de otro modo, Europa hubiese aniquilado a millones de personas, como aniquiló en sus conquistas de Norteamérica y de Oceanía.

Mientras los europeos perseguían como animales a los aborígenes australianos; mientras los europeos proclamaban que el mejor indio es el indio muerto, en los dominios españoles se aplicaba las Leyes de Indias, con el añadido personal de la Reina Isabel la Católica, que exigía la máxima benevolencia en el trato con los indígenas. De esos indígenas a los que se refería el primer escrito de Cristóbal Colón desde el Nuevo Mundo, en el que indicaba que allí todo era distinto a lo conocido: tierras, plantas y animales… salvo una cosa… El hombre.

Ese humanismo cristiano; esa cultura clásica que el más cerril de los marineros o de los soldados llevaba grabado a fuego en su corazón es, sin duda, la marca distintiva de la Hispanidad; del cristianismo y de la cultura greco-latina.

Y es que hay cuestiones que no precisan ser estudiadas; hay cuestiones que nacen con el ser humano. La cultura, con minúscula, se aprende en la escuela; se aprende en el trato… pero la Cultura, con mayúscula, aunque el receptor no sea capaz de escribir su nombre, viene transmitida, me atrevo a afirmar que por los propios genes, que a través de los siglos, de una u otra manera han debido hacerse consubstanciales con el ser profundo de la persona. 

Los sentimientos (somos seres sensoriales), nos facilitan el conocimiento del mundo exterior; la cultura los sintetiza y la educación los realza. Personalmente creo que la sociedad, y muy principalmente la sociedad primera, la familia, ha sido, a lo largo de los siglos, la transmisora de esos principios, y no dudo en afirmar que los mismos se han hecho carne con ella.

Volviendo al hilo del discurso, al personaje central que hoy concita nuestra atención, debo manifestar que me declaro profundamente quijotista; seguidor de Don Quijote de la mancha, y para nada cervantista.

Esta decantación; este enfrentamiento entre autor y personaje de la obra, no es en absoluto fruto de un intelectualismo que me es ajeno, sino más bien fruto del sentimiento; del profundo amor que provoca en mi alma el personaje, Don Quijote de la Mancha; un personaje rebosante también de amor, de entrega, de generosidad; de virtudes profundamente cristianas; de virtudes y actitudes profundamente españolas; no manchegas, no castellanas, sino españolas… y más, hispánicas, entendiendo que el concepto hispánico es indisociable del concepto romano y del concepto cristiano, puesto que aquel no existiría si no hubiesen existido previamente éstos.

Estoy hablando de amor, y remarco que se trata de un profundo amor por Don Quijote,  encarnación de todas las virtudes cristianas.

Se me argüirá que esa encarnación no es tal, sino tan solo la expresión literaria de su autor… Y ahí es donde quería llegar.

Estoy convencido, como anteriormente he citado, que el personaje a ridiculizar no es otro que Hernán Cortés. Pruebas para tal afirmación me faltan todas. Estamos hablando de una intuición; pero de una intuición que tiene su base en la lectura pormenorizada de la obra.

Parece que a todos los lectores les ha pasado por alto un asunto que en principio es baladí. No es otro que el también citado hace unos momentos: la relación de Hernán Cortés con la casa de Béjar.

La tercera esposa de Hernán Cortés (me permito colocar a Malinche como segunda), no era otra que Juana de Zúñiga, o Stúñiga, sobrina del Duque de Béjar. La boda fue concertada precisamente por el Duque de Béjar, pero Hernán Cortés, no murió cerca de la Casa de Béjar. ¿Qué sucedió cuando marchó a Argel?, ¿qué sucedió cuando marchó nuevamente a América para continuar sus conquistas que resultaron un fracaso?, ¿qué consecuencias acarrearon en sus relaciones con la casa de Béjar? Lamento la terrible e injustificada laguna.

He intentado ponerme en contacto con los descendientes de la Casa de Béjar, que actualmente viven en Guatemala, pero el resultado ha sido desesperanzador. ¿Abona esto mis dudas sobre las relaciones que existieron entre ellos?... Sin duda.

Pero bueno, ¿Qué hace relacionar de este modo a Hernán Cortés con Don Quijote?. Estoy apuntando algo, pero no señalo qué. Vamos por ello.

Estoy diciendo que todos los lectores de la obra de Cervantes han pasado por encima de algo que yo estimo es la clave de mi tesis. ¿Qué es esto?

Muchas personas que editan un libro, inician el mismo con una dedicatoria: “A mi madre”… “A mis hijos”… A quién le parece bien al autor. La obra de Cervantes también cuenta con una dedicatoria que yo considero especial… Y la clave del asunto… Al Duque de Béjar, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañeres, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

Nada tendría esto de significativo si no fuera por varias cuestiones: la primera, que llama la atención, es la referencia que en la segunda parte de la obra pone Cervantes en boca nada menos que de Don Quijote, en la que trata de modo gratuito y despectivo al héroe, citándolo como “cortesísimo Cortés”, y la segunda y principal, el parangón de las acciones emprendidas por Don Quijote con las acciones emprendidas por Hernán Cortés.

La Conquista de México no difiere en absoluto de las acciones acometidas por Don Quijote; ¿o no se puede comparar la hazaña de los molinos de viento, por ejemplo a la batalla de Cholula?... Y cualquiera de las otras hazañas de Don Quijote, ¿acaso no pueden equipararse a cualquiera de las hazañas acometidas por Hernán Cortés, con setecientos soldados, dos cañones, una docena de espingardas, lanzas y espadas, lanzados a la conquista de un territorio como el de México, dominado por una tiranía, la de los aztecas, bajo la mano férrea de Moctezuma, con una estructura militar y administrativa que le permitía mantener sometidos a todos los pueblos que estaban bajo su influencia?

Indudablemente, ni la hazaña de los molinos, ni la de los rebaños de ovejas, ni la de la Cueva de Montesinos… ni cualquier otra de Don Quijote son más descabelladas que las acometidas por aquel puñado de soldados españoles. ¿A quién, sino a un loco, se le ocurre taladrar las naves, evitando con ello una posible vía de huída?. Sólo el gran corazón y la fe en Dios permitieron que unas y otras se llevasen a efecto.

Mucho se puede reír Cervantes de su héroe; mucho puede pretender poner en ridículo sus hazañas, pero sólo quién es capaz de acometerlas es también capaz de aportar, para el bienestar general los principios profundamente humanistas y profundamente cristianos que dan pie a que se realicen.

Hemos hablado largamente de Don Quijote; mi héroe, sin lugar a dudas, es Don Quijote, pero… ¿Y Sancho?, ¿qué es de Sancho?

Si Don Quijote es el espíritu del pueblo español, Sancho es el pueblo español a la espera del suficiente espíritu. Sancho obediente; Sancho traidorzuelo; Sancho mentiroso… es también el pueblo español. Pero es que Sancho adora a su señor; Sancho sigue a su Señor aunque no lo entienda; aunque constate que acomete auténticas locuras que a él jamás le pasarían por la cabeza.

Sancho, como declara él mismo en la obra de Cervantes, quiere a Don Quijote como a las telas de su corazón. No lo entiende. Se limita a quererlo y a seguirlo. De momento, para Sancho, es suficiente.

Pero llega el momento de la verdad, y Sancho está presente junto al lecho de muerte de su señor. Sancho ha llegado a aprender de su señor lo imprescindible para volverse auténticamente loco; lo suficiente para exigir a su señor que no se muera; y esa locura; esa locura de amor es la que, finalmente hace que Sancho, no es que llegue a comprender a su Señor… Es que se ha convertido en su señor.
Sancho acaba siendo libre. Locamente libre. Sancho ha dejado de ser Sancho; Sancho se ha convertido en Don Quijote; el mismo Don Quijote que volverá a regalar al mundo sus genialidades; que volverá a revivir el espíritu de la caballería andante; que volverá a componer magistrales discursos que sólo serán entendidos por los cabreros…

El mundo materialista, hedonista, que nos vende vicio por virtud; que nos engaña y nos obliga a engañar a nuestro señor Don Quijote; que nos toma como colaboradores necesarios para encerrar a nuestro señor Don Quijote en las mazmorras del silencio y de la ridiculez mal entendida mientras a nosotros mismos también nos esclaviza y nos vende como derechos lo que Don Quijote nos prohíbe por ser perjudicial para nuestra alma y para nuestro cuerpo, teme a Sancho tanto como a su señor… Y hace bien.

Sancho, el pueblo español, acoge lo que le es impuesto contra natura como derecho adquirido. Cuando Sancho acabe creyendo en su señor; cuando Sancho acabe creyendo en sí mismo, todo el tenderete teatral montado por quienes se aprovechan de la credulidad de Sancho acabará desbaratado por la enérgica reacción del nuevo Quijote.

Naturalmente, decir hoy, en 2011 y en España estas cosas, es propio de locos. ¿A quién se le ocurre identificarse con Don Quijote?... A un loco. ¿A quién se le ocurre reivindicar como propias las acciones de Hernán Cortés?... A un loco.

Concluyamos en que estoy doblemente loco, porque, por lo que a mí respecta, estoy deseando montar a la grupa de Rocinante, guiado por el ideal de Don Quijote y, por supuesto, seguir, hasta donde haga falta a Hernán Cortés.

Hernán Cortés, persona histórica está muerta. Seguirle físicamente hoy, es literalmente imposible; pero su idea, Don Quijote de la Mancha, está permanentemente viva, porque el espíritu de Don Quijote es el espíritu del pueblo español; espíritu que se encarnó en Hernán Cortés; espíritu que se encarnó en el Cid Campeador; espíritu que se encarnó en Santa Teresa, en San Juan de la Cruz; espíritu que, en cualquier momento, y si Dios lo estima oportuno, se encarnará en algún personaje actual… o de la próxima generación, porque ese espíritu, es consustancial al pueblo español.

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