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El desarrollo sería parejo en el resto del antiguo Imperio. En lo tocante a Perú, y conforme a lo que señalan Heraclio Bonilla y Karen Spalding, “esta nueva situación intensificó e hizo más perceptibles los cambios ya latentes en el siglo XVIII. Entre estos debe mencionarse la profunda desarticulación del espacio peruano, la acentuación de la regionalización, la expansión en gran escala de los grandes dominios agrícolas, la destrucción de la producción interna, la extensión del caciquismo regional, la constitución de clientelas regionales a base de la incorporación de gran parte de la población nativa, con la consiguiente crisis de la fuerza de trabajo, y la conquista del mercado interno por los textiles británicos. Fueron estos, por otra parte, los factores mayores que generaron la perdurabilidad de la crisis interna de la economía peruana y que sustentaron la absoluta hegemonía de la economía británica.”1
Destrucción de la producción que sería debida, no sólo a la paralización que pudiese provocar el estado de guerra, sino a la acción destructiva directa, provocada del mismo modo que lo hiciese Wellesley en la península. Jerónimo López Soldevilla señala que “los rebeldes quemaban haciendas, mataban ganado, arruinaban el equipo minero y paralizaban el comercio. Las fuerzas realistas se desquitaban empleando tácticas contraterroristas, devastando regiones que habían capitulado o apoyado a los insurgentes.”2 Pero es que Morillo acabó haciendo exactamente lo mismo… Curiosamente Morillo había sido designado para el puesto, ascendiendo vertiginosamente de sargento a general, impuesto por el duque de Wellington. Con este aval y el de las logias masónicas, y desoyendo las instrucciones del ministro de la guerra, el mexicano Lardizábal, manifestaba Morillo que “para subyugar a las provincias insurrectas, una sola medida, exterminarlas.”3
Conforme señala Tulio Halperin Donghi, lo que Inglaterra busca en Hispanoamérica, “son sobre todo desemboques a la exportación metropolitana, y junto con ellos un dominio de los circuitos mercantiles locales que acentúe la situación favorable para la metrópoli. Hasta 1815, Inglaterra vuelca sobre Latinoamérica un abigarrado desborde de su producción industrial; ya en ese año los mercados latinoamericanos están abarrotados, y el comienzo de la concurrencia continental y el agudizarse de la estadounidense invitan a los intereses británicos a un balance -muy pesimista- de esa primera etapa.”4
Hubo, no obstante, beneficiarios. Los criollos cipayos que vendieron la gran empresa común al objeto de beneficios materiales que, gracias a su colaboración con el invasor obtendrían prerrogativas propias de tiranos. Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto señalan que “los grupos que “forjaron la independencia” recuperaron sus vinculaciones con el mercado mundial y con los demás grupos locales. Se perfila entonces una primera situación de subdesarrollo y dependencia dentro de los límites nacionales.” 5 Y ahí permanecen dos siglos después de la gran traición.
Pero así como no podemos hablar de la Hispanidad sin hablar de una unidad, tampoco podemos dejar caer sobre los hombros de las oligarquías americanas la culpabilidad de lo acaecido –y desde luego no sobre la Gran Bretaña, que no hacía sino cumplir con la función que llevaba siglos cumpliendo (a un perro no se le puede reprochar que muerda ni a una cigarra que cante)-. Fueron las oligarquías españolas –peninsulares y americanas- las responsables de lo acaecido.
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, al respecto, señalan que “Inglaterra buscaba, por el momento, la libre introducción de sus mercaderías manufacturadas en los puertos de Hispanoamérica, tráfico vital para sus productos hechos a máquina por el bloqueo continental de Napoleón no dejaba entrar en el continente europeo. Había conseguido de la Junta de Sevilla, en enero de 1809, los adicionales al tratado Apodaca-Canning (de alianza anglo-española contra Napoleón, donde España, a cambio del ejército de Wellington y la escuadra que protegía a Cádiz, abría América a la introducción de maquinofacturas inglesas. Aunque ese libre comercio significase la muerte de la industria artesanal criolla, que no podría competir contra los hilados, tejidos y zapatos a máquina de Manchester o Birmingham. En una palabra: España entregó en 1809 la dependencia económica de América a cambio de la independencia política de la metrópoli. Para cumplir lo dispuesto llegó en julio de 1809 a Buenos Aires el virrey Cisneros, y abrió el puerto de Buenos Aires a los productos ingleses el 6 de noviembre. Pero Cisneros no quiso dar una franca entrada a los ingleses (como lo había pedido Mariano Moreno, abogado de los comerciantes británicos, en su conocida Representación) y se limitó a entornar simplemente la puerta del monopolio. Hasta se atrevió a expulsar en diciembre a los ingleses entrados sin permiso y que, aprovechando la situación, manejaban bajo cuerda la plaza mercantil: les dio plazo hasta mayo de 1810 para irse con todas sus pertenencias. Pero en mayo de 1810 quien debió irse fue Cisneros, y los ingleses se quedaron para siempre.”6
Lo que quedó manifiesto, tanto por la actuación de las Cortes de Cádiz como por la oligarquía criolla fue su voluntad de caer en los brazos del colonialismo británico, y además sin contraprestaciones. Para ello, el virrey Cisneros se apresuró a firmar el edicto de libre comercio firmado en beneficio de la Gran Bretaña, que según señala José Mª Rosa, se concretaba en “12 barcos de frutos del país por la carga de un barco inglés de bagatelas importadas. Libre Exportación del oro, de la plata y de todo el metálico rioplatense para pagar en dinero en afectivo las chucherías manufacturadas.”7
Pero eso sólo sería el principio del gran expolio. Eric Hobsbawm señala que “en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho.”8 Pagando precios desorbitados por bagatelas. Julio C. González, señala que “en pocos meses el país se quedó sin dinero y para restituir el dinero que se iba, comenzaron a concertarse empréstitos que serían pagados con nuevos empréstitos. Todo ello sin variantes. Desde el primer empréstito contratado por Rivadavia hasta el último empréstito celebrado en enero de este año por el Ministro Whebe ”9, ministro que fue de economía durante el gobierno de Arturo Frondizi, que sería derrocado por el golpe militar de marzo de 1962.
Eso era en las Provincias Unidas. Mientras, “en la Gran Colombia de 1822 a 1824 se obtuvieron recursos por más de 24 millones de pesos.”10…/… que se utilizaron para pagar intereses de esos préstamos; armas compradas a los mismos acreedores, mordidas, gratificaciones a altos cargos civiles y militares… y promesas, que es lo que quedaba, para el desarrollo, lo que conllevaría vender las minas y todos los arbitrios del gobierno e hipotecar los recursos para el futuro, “hasta el punto que hacia 1839, en el momento de su repartición entre Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, la suma adeudada llegaba ya a 103 millones de pesos; el 43% correspondía a intereses acumulados”11, señala Luis Corsi Otalora.
Las derrotas sufridas por los ingleses en el Río de la Plata los años 1806 y 1807 significaron una lección que Inglaterra aprendió correctamente. Ya no intentaría la conquista militar, sino la dependencia económica, política y cultural. Y en ese sentido fueron criticados por el “prócer” Miranda aquellos intentos de 1806 y 1807. El propio Beresford señalaría en su informe que “A menos que vayamos a darles la independencia, será mejor no acercarnos”.12 Pero antes de la opción definitiva, el duque de Wellington aún realizaría una tercera intentona militar, en 1808, que acabó siendo derivada a la península para combatir a los franceses, si bien “Wellesley, que también había aprendido la lección del Río de la Plata insistía: ‘El único modo de arrancarle las colonias a la corona de España es por una revolución y con el establecimiento de un gobierno independiente dentro de ellas’”13, apunta Rodolfo Terragno.
De hecho no se produjeron más intentos militares. “En adelante, en Hispanoamérica, la Gran Bretaña substituirá fuerzas de ocupación por empréstitos, de tal manera que alguien llegue a expresar que en vez de estar liberándonos estábamos hipotecándonos.”14
Consumada la separación, en vez de la anhelada Independencia se había instalado una espantosa e irreversible dependencia económica hacia la Gran Bretaña. “Inglaterra se reservó el control de la política interior, reemplazando por adjetivos calificativos, los sustantivos y los verbos que conforman el lenguaje con que deben tratarse los grandes temas de un país…/… La eficiencia del sistema colonial inglés en el Río de la Plata, fue y es, el opus magnum de Canning, el estadista impecable. Inglaterra sería el taller del mundo y la América del Sur su granja.”15
No obstante es muy optimista esta apreciación del profesor Julio C. González, porque la Gran Bretaña no se conformó con convertir América en su granja. También la península, en una unión de destino con los hermanos americanos cayó bajo su órbita… Y ahí seguimos todos.
El asunto es digno de un estudio pormenorizado a nivel de toda la Hispanidad, pero sólo como una muestra de la actividad llevada por el mercantilismo británico tras haber conseguido sus objetivos militares (en los que curiosamente no participó ninguna unidad legalmente regular del ejército británico) fue la expansión comercial. Heraclio Bonilla y Karen Spalding nos facilitan el volumen del “intercambio” comercial de la Gran Bretaña. “Los valores de la exportación inglesa al Perú, en libras esterlinas, permiten medir los ritmos de esta expansión: 1818: 3,149 £.; 1819: 30,000; 1820: 39,322; 1821: 86,329; 1822: 111,509; 1823: 288,292; 1824: 401,695; 1825: 602,709, y así sucesivamente, (Bonilla, 1970: Vol, I, p. 56). Hacia 1824, cuando se silenciaron las armas en Junín y Ayacucho, en Lima había 20 casas comerciales británicas fuertemente establecidas y 16 en Arequipa, (Public Record Office, Londres, 1826 ms). El control del mercado peruano fue suficiente para atenuar y compensar los fiascos y pérdidas considerables representadas por la inversión temprana de los capitales ingleses…/… los préstamos británicos al indefenso Estado peruano colocaban los primeros eslabones de su posterior encadenamiento financiero. ”16
Es preciso señalar que “cuando durante el mismo período, España difícilmente lograba obtener un crédito de 10 millones de libras en Londres, los dos más prometedores mercados americanos, entonces anunciados como las nuevas potencias del hemisferio, México y Colombia, acaparaban en 1825 el 76% de los préstamos negociados en Londres, cuyo monto crediticio era casi de 14 millones de libras. No obstante, la inexperiencia financiera internacional, la lenta y a veces retenida recuperación económica interna; las insuperadas crisis de las Haciendas hispanoamericanas, hicieron tambalear varias veces, desde finales de 1824, la estabilidad del mercado financiero londinense, arrastrando a la quiebra a más de uno de dichos prestamistas, lo cual desembocó en la aguda crisis financiera internacional de 1825-1826, A partir de entonces, la duda sobre la seriedad, y sobre todo solvencia, de los nuevos Estados fue la causa de las recurrentes caídas, y a veces dramática desvalorización, y sobre todo especulación, a que quedaron expuestos los títulos de la deuda hispanoamericana. La recurrente morosidad, incluso insolvencia hispanoamericana en Europa a lo largo del siglo XIX, se arreglaría en más de una ocasión a punta de cañoneras y bombardeos de sus principales puertos por parte de las flotas de las potencias acreedoras (Francia e Inglaterra).” 17
Es así como la economía americana pasó de la libertad con compromisos a la dominación británica, sin transición alguna, casi automática e inmediatamente.
Pero no serían éstos todos los males. Las posibilidades americanas, en medio de un proceso de revolución industrial, tenían que haberse desarrollado de forma exponencial caso de haberse aplicado con los propios recursos económicos existentes en los territorios, pero estos recursos fueron expoliados y enviados en cargamentos a la Gran Bretaña, y es que como señalan Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto “la dinámica de la expansión industrial inglesa no reposaba necesariamente en la inversión de capitales productivos en la periferia, sino en asegurar su propio abastecimiento de productos primarios. Por dicho motivo, y con relación a América Latina [sic], el capitalismo europeo del siglo XIX se caracterizó como un capitalismo comercial y financiero: las inversiones se orientaban principalmente hacia los sectores que las economías locales no estaban en condiciones de desarrollar; expresión de esta política fue el sistema de transportes. Y aun en este sector, se tradujo en el financiamiento de empréstitos para la realización de obras locales, garantizados por el Estado, más que en inversiones directas. El centro hegemónico controlaba fundamentalmente la comercialización de la periferia.”18
Se había pasado de la pertenencia a un Imperio generador a la dependencia de un imperio depredador donde poco o nada importaban las personas sino como meros clientes de las mercaderías producidas, transportadas y distribuidas por los comerciantes británicos. Las prendas más tradicionales serían producidas en los telares británicos, que inundarían el mercado produciendo la ruina de los manufactureros locales.
La influencia de la nueva situación llegaba a todas las estructuras, y las dudas de cómo diseccionar el imperio para crear falsas fronteras y procurar que el comercio a través de las mismas estuviese controlado por mercaderes británicos posibilitaron que“las probabilidades de éxito para imponer un orden nacional, estuvieron condicionadas tanto por la “situación de mercado” regida por el grupo que controlaba las exportaciones – monopolio de los puertos, dominio del sector productivo fundamental, etc.-, como por la capacidad de algunos sectores de las clases dominantes de consolidar un sistema político de dominio.” 19
A pesar de ser la Ilustración motor principal de la situación, las ideas fiscales heredadas de Imperio Hispánico creaban conflictos con los amos recién instalados, lo que hacía necesaria una nueva concepción de la política fiscal, que permanecía lastrada con los usos anteriormente aplicados. Perú sería uno de los primeros lugares donde se plasmó una nueva legislación al respecto, donde según Leslie Bethel, “Con la ley de 1833, el gobierno peruano empezó a adoptar una política aduanera más liberal; redujo el impuesto sobre los tejidos importados al 45 por 100. Esta tendencia hacia la liberalización continuó con la ley de 1836 y se mantuvo durante la existencia de la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839), que redujo el arancel sobre los tejidos importados a un simple 20 por 100.
Ello representó una victoria para los comerciantes ingleses que comerciaban con el Perú, cuya influencia se evidencia en el hecho de que la reglamentación de 1836 no hacía sino sancionar las propuestas formuladas por la comunidad mercantil británica…/… El proceso que aceleró la expansión comercial británica, vía la masiva importación de textiles, al mismo tiempo hizo que por un lado la renta de las aduanas fuera uno de los sustentos del gasto público, y por otro que completara la ruina de la producción nativa.”20
La realidad se impuso y con ella el deterioro de la vida. “Si en tiempos coloniales el favor por excelencia que se buscaba era la posibilidad de comerciar con ultramar, ésta ya no plantea serios problemas en tiempos postrevolucionarios. En cambio, la miseria del Estado crea en todas partes una nube de prestamistas a corto término, los agiotistas execrados de México a Buenos Aires, pero en todas partes utilizados: aparte los subidos intereses, las garantías increíbles (en medio de la guerra civil un Gobierno de Montevideo cedía desde las rentas de aduana hasta la propiedad de las plazas públicas de su capital para ganar la supervivencia, y a la vez la interesada adhesión de esos financistas aldeanos a su causa política), era la voluntaria ceguera del Gobierno frente a las hazañas de esos reyes del mercado lo que esos préstamos garantizaban”21, nos recuerda Tulio Halperin Donghi, La inmensa riqueza de América se volatilizaba…
Y las grandes expectativas que podían vislumbrarse años atrás, desaparecían como por actos de encantamiento. América había roto los lazos con España y los había estrechado con Europa, pero “la ligazón con Europa y los intereses económicos del naciente sistema capitalista internacional, condicionaron el desarrollo de los países latinoamericanos en los cincuenta años posteriores a la Independencia, configurándolos como meras economías agroexportadoras, proveedoras de materias primas para la creciente actividad industrial del Viejo Continente”22. Nos recuerda el profesor Mario A Pozas.
Curiosamente, un territorio prometedor en todos los campos, exuberante en producción de todo tipo, había devenido en un conglomerado de aldeanos en disputa que se veían incapaces de sobrevivir dignamente. Los entes creados se endeudaban más y más, hasta el infinito. En Perú, señala Leslie Bethel que “en 1858, bajo el gobierno de Echenique, la deuda reconocida llegó a 23.211.400 pesos (aproximadamente 5 millones de libras esterlinas).”23
Inglaterra medía bien los pasos; no dudaban en facilitar el crédito que fuese necesario para que sus títeres consiguiesen sus objetivos, ya que ello redundaba directísimamente en su beneficio. Por ello, y tras entregar todos los fondos existentes en los Virreinatos, según Salomón Kalmanovitz, “los primeros gobiernos criollos consiguieron financiamiento inglés para la guerra de liberación [sic] pero no fueron capaces de pagar la deuda, de modo que se les cerró el crédito externo durante el resto del siglo XIX. En cada conflicto interno era frecuente que se recurriera a préstamos forzosos, y a veces voluntarios, o a las requisas de reses y cosechas para alimentar a la soldadesca a cambio de bonos o vales de deuda pública que eran descontados a favor de agiotistas y banqueros con la suficiente influencia política para hacerlos valer.”24
Toda esta debacle tiene responsables directos; los primeros, aquellos que vendidos a intereses extranjeros presentaron la cuestión como un acto de liberación de España; los primeros también, aquellos que desde Madrid o desde Cádiz remaron en esa misma dirección, alguno de cuyos nombres será expuesto a lo largo del presente trabajo, y finalmente, en este caso comprendiendo su actuación, el imperio británico, que hizo los esfuerzos oportunos para combatir a su enemigo principal y obtuvo un éxito rotundo.
Nos sigue declarando Leslie Bethel que “entre otros que sirvieron los intereses comerciales británicos durante los primeros treinta años de la independencia encontramos a Thomas Manning, John Foster, Jonas Glenton y Walter Bridge en Nicaragua; William Barchard, Richard McNally, Frederick Lesperance, William Kilgour y Robert Parker, que operaron con menor éxito en El Salvador; y Peter y Samuel Shepherd en la Costa de los Mosquitos. Los hermanos Shepherd recibieron una donación de tierra del rey de los mísquitos como pago por unos cuantos cajones de whisky y rollos de calicó lustroso de algodón.
Las importaciones centroamericanas reflejaban sus estrechos lazos con el comercio británico. Ya en 1860 casi el 60 por 100 de las importaciones guatemaltecas llegaban vía la colonia de Belice, mientras que otro 20 por 100 llegaba directamente desde Gran Bretaña.” 25
Y es sólo un ejemplo, ya que “los británicos, con los recursos, capital, flota y contactos con Europa de que disponían, asumieron el papel mercantil”26 que la inexistencia de ellos dejaba abierta de par en par, la puerta que permitía el acceso a quien tuviese la astucia y los medios para hacerlo.
Si eso sucedía en centro América, “la competencia de las importaciones británicas deprimió las industrias rurales y artesanales del interior en un momento en que la guerra y la secesión estaban eliminando los mercados establecidos en Chile y el Alto Perú. La coyuntura creada por la competencia británica, los estragos de la guerra y la decadencia del interior dejaron incapacitada a la economía tradicional de Buenos Aires para sustentar a la clase dominante.”27
La dependencia de la Gran Bretaña, en todos los campos, pesaba (y sigue pesando) como una losa sobre la actividad económica, de forma que en el último cuarto de siglo XIX, Perú era un estado quebrado. “La situación existente en el mercado monetario de Londres hacía imposible que el gobierno peruano pudiera continuar la anterior política de empréstitos, circunstancia que se agravó aún más cuando en 1874 Dreyfus anunció que sólo atendería el pago de las obligaciones anteriores hasta fines de 1875. Los desesperados esfuerzos del gobierno peruano para encontrar un sustituto a Dreyfus a través de acuerdos comerciales firmados en 1876 con la Société Genérale de París y la Peruvian Guano fueron finalmente infructuosos. En 1876, una vez más, el Estado peruano hizo bancarrota financiera, encontrándose en la imposibilidad de suscribir nuevos empréstitos externos y de hacer frente al pago de los anteriores.” 28
Y los únicos argumentos de quienes estuvieron y están implicados en la permanente bancarrota, siguen centrándose en que España se llevó el oro de América, extremo que, caso de haber sido cierto, que no lo fue, no hubiese sido sino un reflejo de lo que, tras 1820, sí llevó a cabo la flota británica.
Podemos seguir relatando los pormenores de la penetración británica en todos y cada uno de los territorios. Vamos a seguir desgranando algunos casos.
“La penetración inglesa en Bolivia, al igual que en el resto de América Latina [sic], tuvo lugar de dos maneras. La primera se dio en la coyuntura de la independencia, mediante la exportación de mercancías y el rápido control de los mercados. La segunda, más tardía, mediante la exportación de capitales, principalmente bajo la forma de inversiones directas o préstamos. Aquí es importante subrayar un hecho específico…/… En 1826, el valor de las exportaciones bolivianas ascendía a 722.750 libras esterlinas; el oro y la plata constituían su principal rubro de exportación y a continuación, muy lejos, estaban la quina y el estaño. Por otra parte, las importaciones bolivianas en 1826 ascendieron a 637.407 libras esterlinas. Estas mercancías se introducían por el puerto de Buenos Aires (un tercio) y, sobre todo, por el de Arica (dos tercios). De este total, cerca de un 70 por 100 correspondía a las importaciones procedentes de Gran Bretaña, que básicamente consistían en telas.” 29
“Hacia 1860, los principales yacimientos mineros del altiplano estaban concentrados en manos de una nueva élite procedente sobre todo de los comerciantes y hacendados de Cochabamba. Por ejemplo, la familia Aramayo controlaba las empresas Real Socavón de Potosí, Antequera y Carguaicollo. Aniceto Arce era el jefe de la compañía Huanchaca, mientras que Gregorio Pacheco era el propietario de los más importantes intereses mineros de Guadalupe. Pero estos propietarios, a su vez, dependían estrechamente del capital extranjero que controlaba la comercialización y proporcionaba los inputs. Esta dependencia terminó en una subordinación completa en los momentos de crisis.”30
En toda América se observaba un gran cambio tras haber roto lazos con España. En lo tocante a América Central, “el primer medio siglo de independencia nacional fue una época infeliz para las provincias antiguamente pertenecientes al reino de Guatemala: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Las tensiones en las estructuras sociales y económicas del último periodo colonial llevaron a encarnizados conflictos políticos y a la guerra civil. Las elevadas expectativas formuladas por los líderes centroamericanos al principio del periodo se desvanecieron pronto ante la dureza de la realidad. El estancamiento económico, el antagonismo entre clases sociales, el desconcierto político y la anarquía sustituyeron a la relativa tranquilidad y estabilidad de la era hispánica. En vez de una nación del istmo próspera e independiente, hacia 1870 emergió un fragmentado y conflictivo mosaico de ciudades-estado autodenominadas «repúblicas»”31, que acabarían vendiendo contractualmente la independencia de la que de hecho carecían.
¿Y qué sucedía en otros lugares? “Al nacer como república independiente, Bolivia contaba con 1.100.000 habitantes, de los cuales 800.000 eran indios, 200.000 blancos, 100.000 mestizos o cholos, 4.700 negros esclavos y 2.300 negros libres. Seguramente, no más del 20 por 100 hablaba español; el quechua y el aymara eran las lenguas de la inmensa mayoría. La principal ciudad era La Paz, que contaba con 40.000 habitantes, seguida de Cochabamba que tenía 30.000. La economía que sustentaba a esta población atravesaba una profunda crisis. En las primeras décadas del siglo, la producción y la población de Potosí habían decaído mucho. Según Pentland, en 1827 tenía apenas 9.000 habitantes, mientras que a fines del siglo XVIII tuvo cerca de 75.000. Entre 1820 y 1830, la producción de las minas de plata del Alto Perú decayó un 30 por 100, comparada con la de 1810-1820; en la década de 1820, la producción —algo inferior a 200.000 marcos anuales— era menos de la mitad de lo conseguido en la última década del siglo XVIII. Los factores que impidieron la recuperación minera fueron la destrucción, inundación y abandono de las minas durante las guerras, la falta de inversiones, cierta escasez de mano de obra después de la abolición de la mita (aunque debe decirse que la demanda de mano de obra era baja y errática) y el hecho de que tras el periodo colonial el Estado mantuviera el monopolio de la compra de la plata (a precios por debajo de los existentes en el mercado mundial) a través de los Bancos de Rescate, lo que reducía en gran medida los beneficios. Al producirse la independencia —y durante algún tiempo después— la producción minera fue baja y en gran medida se debía al aprovechamiento de desmontes más que a laboreos profundos.” 32
Y Argentina ya empezaba a desarrollar unos lazos económicos más estrechos con Gran Bretaña. “En los primeros años de la república los cargueros británicos transportaron un 60 por 100 de las mercancías que entraban y salían de Buenos Aires. Hacia mediados de siglo y con una competencia creciente, la flota británica en Buenos Aires cargaba el 25 por 100 del total. La mayor parte del comercio se dirigía a Gran Bretaña (322 buques y el 22,8 por 100 del tonelaje en 1849-1851) y a los Estados Unidos (253 buques y el 21,6 por 100), aunque una porción considerable del comercio (33 por 100) todavía se destinaba a países menos desarrollados como Cuba, Brasil, Italia y España.”33
Lazos económicos que, tras el expolio de la riqueza más llamativa representada por los metales preciosos, quedaba representada por la eliminación de la industria local en beneficio de la industria británica y en la conversión de América en comprador universal de productos manufacturados británicos sin tener en cuenta la calidad de los mismos. Así, Tulio Halperin señala que “cuando el inglés Charles Mansfield visitó el Río de la Plata en 1852-1853, viajó como un embajador publicitario de los productos británicos: el poncho de algodón blanco que llevaba, aunque comprado en Corrientes, se había confeccionado en Manchester y sus espuelas plateadas compradas en Buenos Aires se habían fabricado en Birmingham.”34 “Sarapes hechos en Glasgow al gusto mexicano, que son más baratos que los de Saltillo en el mismo Saltillo; esos ponchos hechos en Manchester al modo de la pampa, malos pero también baratos; la cuchillería «toledana» de Sheffield; el algodón ordinario de la Nueva Inglaterra que, antes que el británico, triunfa en los puertos sobre el de los obrajes del macizo andino.” 35
“El aumento de las importaciones, al parecer imposible de frenar (una política de prohibición no sólo era impopular, sino que privaba a los nuevos estados de las rentas aduaneras que, por presión de los terratenientes, se concentraban casi siempre en la importación y constituían la mayor parte de los ingresos públicos), significaba un peso muy grave para la economía en su conjunto, sobre todo cuando no se daba un aumento paralelo e igualmente rápido de las exportaciones.” 36
¿Y en la España europea? La acción británica contra España no se limitó a romper la Patria y a acaparar bajo su exclusivo dominio las fuentes de materias primas de América. También en la península cumplió con sus objetivos. El profesor Fernando Alvarez Balbuena señala que “España quedó destruida por la Guerra de la Independencia que causó como dice Nombela un millón de muertos, la pérdida de un siglo entero y la ruina económica y social de nuestro país, cuando ya «florecían» en Europa los altos hornos, las manufacturas con tecnología avanzada y diversos inventos que abarataban los costes, mejoraban los medios de producción y multiplicaban los beneficios comerciales. Entre tanto, ingleses y franceses lucharon en suelo español arrasando materialmente a España, en sus campos, en su incipiente industria, en su comercio y en sus ciudades, siguiendo las tácticas de «tierra quemada».”37
La acción del Duque de Wellington; la acción de Inglaterra; la acción de los europeos fue unívoca: destrucción total de todos los medios españoles para conseguir la total sumisión de un pueblo orgulloso. Ejemplos se pueden encontrar en América con la destrucción de la pequeña industria naciente… Y ejemplos se pueden encontrar en España donde la deslealtad de quienes se presentaban como amigos queda patente, por ejemplo en el bombardeo ordenado por Wellesley sobre la industria textil bejarana, fuerte competidora de la industria inglesa, cuando no existían enemigos que combatir, o en la destrucción de la fábrica de porcelanas del Buen Retiro, cuando los franceses ya habían evacuado la ciudad.
Pero siendo nefasto todo lo expuesto, hay un detalle que es más importante y que resultaba imprescindible para que Gran Bretaña tuviese todos los hilos en la mano: la separación de los territorios, que evitaba una fluida correspondencia de los bienes producido en cada uno de ellos hacia los otros. Ahora, el mercadeo de estos productos estaba en manos de británicos, únicos que tenían acceso a todos los puntos, por las relaciones de clientelismo creadas con la metrópoli (ahora sí podemos hablar de metrópoli). Abonando ese extremo, Tulio Halperin Donghi señala que “ahora la fragmentación del antiguo imperio había separado a zonas enteras de sus fuentes de metal precioso (es el caso del Río de la Plata, despojado en quince años de casi todo su circulante); aun en zonas que las habían conservado, el ritmo de la exportación, más rápido que el de producción, podía llevar al mismo resultado: así ocurría en Chile luego de la independencia; productor de plata y oro, el nuevo país no podía conservar la masa de moneda, sin embargo tan reducida, necesaria para los cambios internos.” 38
“Desde el comienzo de su vida independiente, esta parte del planeta parecía ofrecer un campo privilegiado para la lucha entre nuevos aspirantes a la hegemonía. Esa lucha iba a darse, en efecto, pero -pese a las alarmas de algunos de sus agentes locales- la victoria siempre estuvo muy seguramente en manos británicas. Las más decididas tentativas de enfrentar esa hegemonía iban a estar a cargo de Estados Unidos -aproximadamente entre 1815 y 1830- y a partir de esa última fecha, de Francia. ” 39
Entre los carroñeros se estaba produciendo una lucha frenética por obtener la mejor tajada, pero la experiencia es un grado. Así, “la diplomacia británica se deja adular y utiliza su posición para consolidar los intereses de sus súbditos, amenazados, luego de 1815, por una ola de impopularidad creciente. En la década siguiente va a consolidar aún más esa situación privilegiada, haciendo pagar el reconocimiento de la independencia de los muchos estados con tratados de amistad, comercio y navegación que recogen por entero sus aspiraciones. En ese momento la hegemonía de Inglaterra se apoya en su predominio comercial, en su poder naval, en tratados internacionales”40.
Unos tratados de amistad y comercio que hacen ruborizar a quién se toma la molestia de leerlos. Por ejemplo, y sólo como ejemplo que da perfecta muestra del cariz del tratado, Inglaterra tendría acceso a todos los puertos marítimos y fluviales de las Provincias Unidas, y en justa reciprocidad, las Provincias Unidas podrían hacer lo mismo en los puertos ingleses siempre que lo hiciesen en barcos construidos en astilleros de las Provincias Unidas. Claro, da la casualidad que en esos momentos las Provincias Unidas carecían de embarcaciones y los astilleros, tras la guerra, estaban por desarrollar. Con una particularidad, que cuando comenzasen a desarrollarse lo harían bajo la órbita inglesa.
Pero no se acaba en las Provincias Unidas esta actividad, sino que se extiende a lo largo de todo el continente. Así, el ministro británico Ward señala que “el México independiente deberá seguir importando más que el colonial, puesto que su producción artesanal textil no puede competir con la importada.” 41
Un México en el que, conforme a lo señalado por Tulio Halperin, a principios del siglo XVIII contaba con el “centro textil de Puebla, donde la organización en manufacturas es antigua. Su producción se destina sobre todo al mercado interno, al que domina por entero en los sectores populares.”42 Con la intervención británica, todos los inconvenientes que pudiese tener el sistema iban a desaparecer ante la inundación de productos confeccionados en Inglaterra y la eliminación de la producción propia.
En este mismo orden, Leslie Bethel señala que cuando los movimientos separatistas comenzaron a sentirse en Perú, “los inversores ingleses participaron del entusiasmo de los productores y los comerciantes porque percibieron la posibilidad de invertir sus capitales en la explotación de los legendarios yacimientos de metales preciosos. En los años inmediatamente posteriores a la independencia se crearon cinco compañías con el propósito específico de dedicarse a esta actividad: la Chilean and Peruvian Association; Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association; Pasco Peruvian Mining Company; Peruvian Tra-ding and Mining Company, y la Anglo-Peruvian Mining Association. Las cuatro primeras contaban con un capital de 1.000.000 de libras esterlinas y la última con 600.000.”43
Esta “ayuda” británica, además de los enfrentamientos entre pueblos hermanos consiguió la total sumisión de todos ellos. Así, en Perú y “hasta la guerra con Chile en 1879 la exportación del capital normalmente se realizó bajo préstamos a largo plazo al gobierno peruano. El primero fue decidido por San Martín (agente británico) en 1822. Sus enviados especiales Juan García del Río y el general Diego de Paroissien obtuvieron de la casa Thomas Kinder un empréstito por 1.200.000 libras esterlinas. Se fijó un interés del 6 por 100, una comisión del 2 por 100, el precio de los bonos al 75 por 100 y un plazo de amortización de 30 años. La garantía de este empréstito estuvo constituida por las rentas de las aduanas y de la producción de plata. Dos años más tarde, Bolívar (agente británico) comisionó a Juan Parish para levantar un nuevo empréstito por 616.000 libras esterlinas, con un interés del 6 por 100 y un precio del 68 por 100. De este monto, la suma efectivamente recibida por el Perú fue solamente de 200.385 libras esterlinas, aunque quedaba obligado a devolver el monto del empréstito nominal. Estos empréstitos se gastaron básicamente en el mantenimiento del ejército extranjero que colaboró en las campañas por la independencia. El estancamiento de la economía peruana no permitió al gobierno atender la deuda exterior a partir de 1825.”44
Como consecuencia de esta insolvencia, el primer país productor de oro se encontró que “en 1848 los intereses acumulados ascendían a 2.564.532 libras esterlinas, es decir, que el monto global de la deuda era entonces de 4.380.530 libras esterlinas…/… Hacia 1872, pues, el Perú tenía una deuda extranjera de cerca de 35.000.000 de libras esterlinas que producían una carga de amortización anual de 2.500.000 de la misma moneda.”45
Evidentemente no fue sólo Perú. Al respecto, el doctor Jorge Francisco Cholvis señala que “desde que la mayoría de los países de América Latina [sic] obtuvieron la independencia en las primeras décadas del siglo XIX, varias decenas de suspensiones de pagos tuvieron lugar durante las cuatro grandes crisis de la deuda. Entre 1826 y 1850, en la primera crisis, casi todos los países del continente detienen sus pagos. Un cuarto de siglo más tarde, en 1876, once naciones de América Latina [sic] entran en cesación de pagos. La tercera duró de 1931 hasta finales de los años 1940 y en ese período 14 países decretan una moratoria. La cuarta aún en curso estalló en 1982 y desde ese año hasta el 2002, México, Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil y Argentina interrumpen en algún momento el reembolso por un período de varios meses.” 46 Y en la actualidad, sólo hay que escuchar los noticieros.
Se estaba cumpliendo al dedillo el plan Maitland, y el historiador ecuatoriano Francisco Núñez Proaño nos señala que “sin dilaciones la industria quiteña había sido arruinada a lo largo del proceso de la guerra civil entre 1809 y 1824, curiosamente siguiendo los planes del mentado plan inglés de humillar a España. “Quito perdió su principal industria por razones fuera de su control… Los métodos tradicionales de producción y de transporte cayeron víctimas de la política liberal de intercambio transatlántico…” señalaría el investigador histórico Robson Brines Tyrer. Los datos de las exportaciones lo revelan, desde 1768 estas se redujeron en un 64%. Los astilleros de Guayaquil, floreciente durante los dos siglos anteriores, producían en 1822 un tonelaje inferior en dos tercios a su mejor período. Las armerías de Latacunga (cuya calidad de pólvora tanto admiraba Humboldt) y los obrajes de Otavalo no son más que sombras de lo que fueron hacia solo 40 años.” 47
“Las exportaciones comenzaron a limitarse a productos de tipo agrícola, y comenzaba la expansión del comercio inglés en Quito y toda Sudamérica. La primera globalización económica. Las poderosas factorías británicas se encontraban paradójicamente necesitadas de conquistar el mundo para poder subsistir, consecuencia del capitalismo y de la ética protestante, que veía en el lucro el signo de predestinación. La economía debe subordinarse a la política, pero para la mentalidad moderna y capitalista la política debe someterse a la economía; la ayuda de la gran gerencia de las compañías comerciales anglosajonas, también conocida como corona británica, al prestar apoyo indispensable a la secesión o independencia intentaba no solo acabar con la geopolítica hispana sino y sobre todo alcanzar la hegemonía económica en el continente americano primero y en el mundo después.” 48
Evidentemente, para la cumplimentación del plan Maitland se hacía necesario que toda esta situación estuviese muñida por los agentes británicos, gracias a cuya labor de zapa, dice Leslie Bethel que “desde los primeros años de la década de 1820, a lo largo de América Latina se fue estableciendo un sistema más regular respaldado por una serie de tratados comerciales (que fueron impuestos sin posibilidad de negociación como una precondición para conseguir el reconocimiento británico de la independencia) firmados con los nuevos estados que garantizaban la libertad de comercio.”49
Tratados comerciales que ya habían sido previstos en el memorando de Maitland, que destacaba sobre ellos los efectos beneficiosos que reportarían a la Gran Bretaña: “Desde un punto de vista comercial, esto no sólo vertería sobre Inglaterra la masa de mercancías producidas y acumuladas en aquellos ricos territorios, sino que abriría una fuente de exportaciones para las manufacturas británicas, tan extensa como beneficiosa. Con la posesión de Buenos Aires, además de abastecer inmediatamente a todas las colonias españolas de este lado, infaliblemente nos abriríamos una vía indirecta hacia todos los asentamientos portugueses en Sudamérica…/…El objetivo ulterior de alentar la declaración de independencia por parte de esas colonias debe ser materia de posterior consideración pues al presente no tenemos información para adentrarnos en eso ni base sólida para formarnos un juicio cuidadoso…/… El mejor, el más honorable y más seguro modo de asestar un golpe fatal a los intereses de España en el Nuevo Mundo sería simplemente crear una entrada libre a nuestras manufacturas”. 50
En el memorando definitivo, Maitland señala que en el primero “me limité a planear la mera obtención de un beneficio temporario, aunque considerable, y decliné entrar en la consideración de un proceso más amplio, que tuviera como objetivo la emancipación de esas inmensas y valiosas posesiones y la apertura de una fuente de permanente e incalculable beneficio para nosotros, resultado de inducir a los habitantes de los nuevos países a abrir sus puertos y recibir nuestras manufacturas, de Gran Bretaña y de la India.”51
Tras reconocer la dificultad que significaba dar un asalto a América, a pesar de la debilidad militar de España, indica la posibilidad de acometer desde el Pacífico, ya que esos asentamientos eran los más importantes, siendo los occidentales meros muros de defensa de aquellos.52
La acción británica fue francamente exitosa. Su “pacífica” invasión se vio precedida de la acción de sus agentes (entre ellos todos los “libertadores”), que sembraron un largo periodo de inestabilidad en todos los órdenes, merced a la creación de un clima de enfrentamiento que generalizó la debilidad institucional y el enfrentamiento social. Cuenta Leslie Bethel que “Los mercaderes-aventureros pronto se dieron cuenta de las oportunidades que había de obtener unos beneficios excelentes dada la inestabilidad existente. Esto les llevó a acentuar la agilidad de su estilo mercantil en detrimento de cualquier tentativa de establecer estructuras regulares de tráfico. Por ejemplo, en el Paraná, los hermanos Robertson corrieron a Santa Fe para vender la yerba mate del aislado Paraguay que debido a su escasez allí era mucho más cara. Encontramos otro ejemplo en 1821 cuando San Martín estaba en Chile preparando su campaña para ocupar Lima: Basil Hall fue secretamente comisionado por los comerciantes londinenses para llevar allí un cargamento antes de que lo hicieran otros comerciantes; así pudo espumar «la crema» de este mercado —capital del virreinato del Perú— que durante tantos años había estado aislado. ”53
En 1825 España ya había sido rota de forma irremisible y hasta hoy mismo, de forma aparentemente definitiva y el panorama, a ambos lados del Atlántico, en los pedazos que resultaron de su ruptura, aniquiladas las estructuras sociales; algo que en la península ya tenían una experiencia de diecisiete años. Y si en la España penínsular continuó una sucesión de pendencias, en los trozos de la España americana no sucedió algo distinto: la supeditación de las estructuras hispánicas, políticas y comerciales a los intereses primero británicos y progresivamente usenses; la persecución del enemigo político, personificado en quién tenía la osadía de discrepar con el poder liberal y de reivindicar el espíritu hispánico… y el enfrentamiento armado y la inseguridad física y jurídica. Sólo quedaba claro que todos estaban supeditados al dictado de quienes controlaban el poder…
En ese estado de cosas, desaparecida por completo España, “la franja marítima del Atlántico suramericano fue la zona que primero se incorporó al nuevo sistema comercial y donde la peculiar coyuntura que empujó a Gran Bretaña a expansionar rápidamente sus mercados ultramarinos alcanzó su primer y máximo impacto. En 1808-1812 los comerciantes-aventureros británicos llegaron a Río de Janeiro, a Buenos Aires y a Montevideo en gran cantidad. Pocos años después Valparaíso se convirtió en el principal puerto del Pacífico suramericano; fue el centro desde donde los productos ingleses eran trasladados a otros puertos desde La Serena a Guayaquil. Estos comerciantes-aventureros que emprendieron la exploración y la explotación del mercado latinoamericano actuaban de modo distinto a los comerciantes y los industriales que vivían en Gran Bretaña: su objetivo era encontrar lo antes posible un mercado para el excedente que amenazaba el crecimiento de la economía inglesa”54 , lo que comportó la ruina de las economías locales, y el crecimiento ilimitado de la pobreza entre la población. Era el resultado lógico de la separación.
Eso sí, todos los territorios podían presumir de libre comercio… de los británicos y de su sección usense.
Esta situación, según Jerónimo López Soldevilla, comportó que “bastantes pueblos indígenas que producían antes para el mercado debieron tornar a una agricultura de subsistencia. En el periodo colonial, un gran número de comunidades indígenas se especializaban en el cultivo del trigo para los centros urbanos y mineros; otros dedicaban sus esfuerzos a la cría de mulas para el transporte y el trabajo pesado en las minas y fábricas.”55 Ahora no tenían a quién suministrar sus bienes, siendo que “en 1800, estos pueblos criaban millones de mulas, pero hacia 1850, el número había descendido a tan sólo unos miles, con lo cual irreversiblemente el transporte, las comunicaciones y la agricultura también se vieron afectados.”56
Parece que, si para la población urbana la “libertad” significó el principio de la esclavitud, para los indígenas no fue sino el principio de su particular infierno. No bastaba con la quiebra de sus negocios. Pronto, las élites se fijaron en las propiedades rústicas de los indígenas, e iniciaron una campaña de reparto, pero “aunque las élites hispanoamericanas a menudo afirmaban que el reparto de las tierras de los indígenas se hacía en su propio interés, eran muy conscientes de que estas tierras una vez parceladas caerían en manos de los terratenientes criollos. En algunos lugares, la apropiación de las tierras de los indios se debió a la necesidad, o al deseo, de que hubiera una mayor movilización de la tierra y de la fuerza de trabajo para producir materias primas para la exportación.57
En este orden, y según señala Leslie Bethel, en Argentina, “entre 1824 y 1827, se hicieron varias concesiones extensísimas: algunas personas llegaron a recibir más de 10 leguas cuadradas (26.936 hectáreas) cada una. Hacia 1828 se habían concedido casi 1.000 leguas cuadradas (más de 2,6 millones de hectáreas) a 112 particulares y compañías, de los cuales diez recibieron 52.611 hectáreas cada uno. En la década de 1830, se habían transferido unos 8,5 millones de hectáreas de tierras públicas a 500 particulares, muchos de los cuales pertenecían a familias adineradas de la capital, como los Anchorena, los Santa Coloma, los Alzaga y los Sáenz Valiente, todos ellos miembros de la oligarquía terrateniente argentina.”58 “La administración también estaba dominada por los terratenientes. Juan N. Terrero, el consejero económico de Rosas, poseía 42 leguas cuadradas y dejó una fortuna de 53 millones de pesos. Ángel Pacheco, el principal general de Rosas, poseía 75 leguas cuadradas de tierra. Felipe Arana, ministro de Asuntos Exteriores, poseía 42. Incluso Vicente López, poeta, diputado y presidente del Tribunal Superior, tenía una propiedad de 12 leguas cuadradas. Pero los terratenientes más importantes de la provincia eran los Anchorena, primos de Rosas y sus consejeros más allegados; sus diferentes posesiones totalizaban 306 leguas cuadradas (824.241 hectáreas). En cuanto a Rosas, cabe decir que, en 1830, de entre un grupo de unos 17 propietarios que tenían propiedades de más de 50 leguas cuadradas (134.680 hectáreas), ocupaba la décima posición, poseyendo 70 leguas cuadradas, es decir, 188.552 hectáreas. Hacia 1852, según la estimación oficial de sus propiedades, Rosas había acumulado 136 leguas cuadradas (366.329 hectáreas).”59
Lo que se hacía en 1824 en Argentina se había ensayado siete años antes en Venezuela con los territorios de los desadeptos al “libertador”, mayoritariamente compuestos por pequeñas propiedades, que finalmente quedaron aglutinadas en manos de unos pocos mediante una acción que habrá quien confunda con expolio puro y duro. Generales como Montilla se hicieron con 250.000 fanegadas, y Páez, conforme relata Luis Corsi, se vanagloriaba “de haber adquirido fincas que abarcaban 40 leguas de circunferencia con 12000 cabezas de ganado, mediante desembolso de sólo 9000 dólares, es decir, pesos, al cambio del momento.”60
Manifiestamente, Inglaterra se conformaba con el control económico; la tierra la dejaba para sus colaboradores locales, claro reflejo de lo que también había sucedido en Inglaterra, donde en 1973, el 50% de la propiedad rústica estaba en manos de un exiguo 5% de la población. Pero eso sería de momento. Luego llegaría la apropiación de territorios; por circunstancias que exceden este trabajo, Inglaterra no se posesionó de California como pretendían los gobernantes mexicanos como dación en pago por la “ayuda” recibida; como no se apropiaron de los territorios ofrecidos por Bolívar, pero llegarían nuevas situaciones en las que finalmente acabaría haciéndolo, como fue el caso de “Ecuador Land Company Limited”, en cuyo “tratado”, según relatan Ahmed Deidán de la Torre y Francisco Núñez del Arco Proaño, se señalaba: “desde ahora y para siempre se desapropia y aparta a nombre del Gobierno del Ecuador del dominio, posesión, uso y más derechos que le han competido en dichos terrenos, y que todos los cede, renuncia y transmite en la compañía, con todas las acciones útiles, directas, reales, personales y mixtas.”61 Evidentemente, si no se materializó la creación de una colonia física (o política. ¿Cuál falta?) británica, el motivo no fue que las autoridades “libertadoras” hubiesen tomado medidas al respecto. Sencillamente no resultó rentable a los británicos.
En cuanto a otros sectores de producción también sintieron la influencia de la “libertad”; así, “los cuerpos de comerciantes y mineros se vieron afectados sin duda por el colapso del Estado español del cual dependían, por la emigración de sus miembros que eran españoles y por el hecho de que, de modo considerable, el capital y el empresariado inglés, o de otros países extranjeros, reemplazaron al capital y a los negocios españoles.” 62
Pero el predominio británico, que no ha cesado hasta hoy, a lo largo del siglo XIX fue cediendo parte del pastel a los Estados Unidos, que inició sus operaciones comerciales antes de la invasión que acabaría llevando a cabo con la consiguiente mutilación del territorio. La primera incursión, conforme señalan Luis Bértola y José Antonio Ocampo “se inició con operaciones en México y algunos países del Caribe (muy especialmente Cuba). En 1914 los Estados Unidos tenían ya cerca de un quinto del capital extranjero invertido en América Latina, con una participación relativamente mayor en la inversión directa. ”63
Mientras esto sucedía, en Paraguay “la clase empresarial española quedó deshecha por las contribuciones, el aislamiento y la persecución. Los que quedaron se convirtieron en estancieros buscando refugio, si es que lo había. La confiscación de propiedades y al no permitirse la libre exportación de sus productos impidieron que se desarrollara una agricultura comercial y privaron a Paraguay del tipo de estancieros que había en el resto de países suramericanos. Cuando trataron de reaccionar en la conspiración de 1820, Francia los aplastó en un reinado de terror en el que los ejecutó, encarceló y los hizo desaparecer.” 64
Así las cosas, parece que los movimientos separatistas, si bien consiguieron romper España, no lo hicieron ni por sus propios medios ni para beneficio de la población. Bien al contrario, en lo económico, convirtieron los reinos en colonias que aún hoy perduran, y cuya metrópoli es Inglaterra, la potencia hegemónica del momento., y es que, conforme nos dicen Heraclio Bonilla y Karen Spalding, “Los nuevos tiempos hicieron posible que el neo-colonialismo resultara de un juego de procesos y mecanismos esencialmente económicos, sin que fuera necesaria una vinculación política formal con la metrópoli”65 que, aparte la dominación, posibilitó una política genocida contra los indios, que posibilitaría acciones tan inhumanas como las llevadas a cabo por los cazadores de indígenas en Patagonia. En definitiva era un asunto sobre el que tenían experiencia sobrada en Australia, Nueva Zelanda y Norte América.
Así las cosas parece evidente que las guerras separatistas de América no obedecieron a una repulsa contra el sistema fiscal español, pues conforme señala Pierre Chaunu, “si la Independencia de la América española hubiera sido una respuesta a los abusos del monopolio, se habría producido en 1580 cuando éste existía y se ejercía en beneficio exclusivo de españoles y europeos: españoles, portugueses, franceses, genoveses, flamencos, y desde un complejo portuario europeo, el de Sevilla.” 66
Respecto a la época y al método de explotación , con Felipe Ferreiro “hay que hacer notar por lo pronto, que el monopolio era el sistema empleado por todas las naciones colonizadoras. Pero además hay que convencerse de que el libre comercio no beneficiaba a toda la América: había regiones en que las trabas comerciales permitían el progreso de industrias rudimentarias o nacientes. En el virreinato del Río de la Plata, por ejemplo, el libre comercio convenía a Buenos Aires porque podía colocar mejor sus ganados. Las provincias del norte y oeste argentino mandaban paños, cueros, ponchos, etc. , y en cambio recibían yerba, ganado, etc., de Mesopotamia, Paraguay, Buenos Aires y Banda Oriental. Con un régimen de libertad comercial aquellas le habrían tenido que comprar igual su ganado a Buenos Aires sin mandarle los productos de su industria que la capital habría comprado en Europa, a mejor calidad y precio. Y así ocurría en general. Las regiones dedicadas a industrias extractivas o ganaderas tenían en general interés en la libertad de los cambios; las de industrias manufactureras se sentían más protegidas con un régimen de trabas. Una causa de esta índole, exclusivamente local no puede ser considerada como causa de un movimiento que agitó a un continente.”67
La dependencia de la corona británica perdura; el dominio y explotación económica que se inició con la separación de España queda manifestado en sucesivas actuaciones, entre las que destaca la disputa entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle. En 1971, ambos gobiernos convinieron en someterse al arbitraje de su majestad británica. Y en 1982, mientras Argentina libraba una heróica lucha por la recuperación de las Islas Malvinas, usurpadas por la misma potencia que colonizó Hispanoamérica en 1822 y firmó tratados de amistad de calificación incierta, Chile daba apoyo logístico a la Pérfida Albión.
1 Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. La Independencia en el Perú: las palabras y los hechos. Pag. 61
2 López Soldevilla, Jerónimo. Ilustración e independencia en Nueva España. Pag. 75
3 Corsi Otalora, Luis. Bolivar, la fuerza del desarraigo. Pag. 74
4 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 148
5 Henrique Cardoso Fernando, y Enzo Faletto. Dependencia y desarrollo en América Latina. Pag. 19
6 Rosa, José Mª . Historia del revisionismo y otros ensayos
7 González, Julio C. Hostilidades británicas al gobierno de Perón.
8Hobsbawm, Eric. La era de la revolución 1789-1848
9 González, Julio C. Hostilidades británicas al gobierno de Perón.
10 Corsi Otalora, Luis. Bolivar, la fuerza del desarraigo. Pag. 107
11 Corsi Otalora, Luis. Bolivar, la fuerza del desarraigo. Pag. 108
12 Terragno, Rodolfo. Maitland & San Martín. Pag. 115
13 Terragno, Rodolfo. Maitland & San Martín. Pag. 116
14 Corsi Otalora, Luis. Cronología analítica motivacional del proceso independentista en Hispanoamérica
15 González, Julio C. Hostilidades británicas al gobierno de Perón.
16 Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. La Independencia en el Perú: las palabras y los hechos. Pag. 59
17 Anónimo. Hispanoamérica 1825. http://hispanoamericaunida.com/2014/11/24/hispanoamerica-1825/
18 Henrique Cardoso Fernando, y Enzo Faletto. Dependencia y desarrollo en América Latina. Pag. 20
19 Henrique Cardoso Fernando, y Enzo Faletto. Dependencia y desarrollo en América Latina. Pag. 20
20 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 208
21 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 145-146
22 Pozas, Mario A. El liberalismo hispanoamericano en el siglo XIX
23 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 219
24 Kalmanovitz, Salomón. Consecuencias económicas de la independencia en Colombia
25 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 165
26 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 264
27 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 265
28 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 221
29 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 224-234
30 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 234
31 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 144
32 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 223-224
33 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 273
34 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 272
35 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 151
36 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 151
37 Alvarez Balbuena, Fernando. Factores políticos y sociológicos en la independencia de la América Española.
38 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 151-152
39 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 153
40 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 155
41 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 176
42 Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Pag. 28
43 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 209
44 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 209
45 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 215
46 Cholvis, Jorge Francisco. San Martín y la Deuda Externa
47 Núñez Proaño, Francisco. Quito: de reino industrial a república bananera.
48 Núñez Proaño, Francisco. Quito: de reino industrial a república bananera.
49 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 8
50 Memorando al gobierno británico. Terragno, Rodolfo. Maitland & San Martín. Pag. 68-79
51 Plan definitivo de Maitland. Terragno, Rodolfo. Maitland & San Martín. Pag. 81
52 Plan definitivo de Maitland. Terragno, Rodolfo. Maitland & San Martín. Pag. 83
53 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870
54 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870
55 López Soldevilla, Jerónimo. Ilustración e independencia en Nueva España. Pag. 78
56 López Soldevilla, Jerónimo. Ilustración e independencia en Nueva España. Pag. 80
57 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 45
58 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 266
59 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 283
60 Corsi Otalora, Luis. Bolivar, la fuerza del desarraigo. Pag. 84
61 Deidán de la Torre, Ahmed/ Núñez del Arco Proaño, Francisco. Ecuador Land Company Limited: dependencia y cesión de soberanía
62 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 46
63 Bértola, Luis, y José Antonio Ocampo. Desarrollo, vaivenes y desigualdad. Pag. 137
64 Bethel, Leslie. Historia de América Latina. 1820-1870. Pag. 308
65 Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. La Independencia en el Perú: las palabras y los hechos. Pag. 55
66 Chaunu, Pierre. Interpretación de la independencia de América Latina. Pag. 131
67 Ferreiro, Felipe. La disgregación del Reino de Indias
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