viernes, mayo 12, 2023

Absolutismo borbón y revolución

 


Absolutismo borbón y revolución

El sustantivo “absolutismo” proviene del adjetivo “absoluto”, que la Real Academia define como “ilimitado, que excluye cualquier relación”, y dicho de un rey, “que ejerce el poder sin ninguna limitación”.

Se hace necesario señalar que esa situación no se ha producido jamás en España, merced a que las restricciones al poder real existentes a lo largo de los tiempos han sido considerables.

Los gobiernos absolutistas se significan por la inexistencia de poderes públicos que sirviesen de conexión entre el pueblo y el rey. El absolutismo pleno lo encontramos en la Francia del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIV, que ha pasado a la Historia por su célebre frase “El Estado soy yo”.

Pero esta situación no solo la vemos en Francia, siendo que varios estados europeos como Rusia, Prusia, Suecia o Inglaterra aplicaron la fórmula absolutista. 

El desarrollo del absolutismo se lleva a cabo como evolución del sistema feudal, que en España podemos afirmar que no existió, salvo en los condados pirenaicos sometidos al poder franco.

La evolución de la Reconquista representó una evolución de la legislación que daba a las poblaciones unas libertades y unos derechos propios que se plasmaron en la concesión de fueros, unos pactos entre las ciudades y el rey, que obligaban a ambas partes y que hacían que situaciones de servidumbre fuesen sustituidas por las de servicio a la corona, que obligaba a los súbditos a atender al rey en su lucha contra el invasor árabe, y que crearon figuras que tuvieron importante significación en la Reconquista, como fue el caso, de los caballeros villanos.

Los pueblos pactaban con la corona unos fueros que debían ser jurados por el rey cuando ascendía al trono, y de ellos se hacía uso con fruición, siendo que, cuando el rey necesitaba un apoyo específico concreto debía negociarlo con quienes debían prestárselo. Así, nos encontramos a Carlos I peregrinando por los distintos reinos en demanda de dinero para coronarse rey del Sacro Imperio… y en esta ocasión, por motivos que ahora no es el caso detallar, se provocó una guerra, la de las Comunidades de Castilla, cuyo final significó que Carlos dejara de ser ”de Gante” para ser auténticamente Carlos I de España. Reafirmó su autoridad reconociendo derechos que anteriormente había conculcado.

Sería en 1700 cuando, tras la muerte de Carlos II, y contraviniendo el derecho al no haberse convocado cortes que eligiesen nuevo rey, subió al trono la dinastía Borbón en la persona de Felipe V, nieto del rey Sol, Luis XIV, el adalid del absolutismo, que alargaría su mandato sobre España.

Es en este momento cuando España es abocada a un régimen de absolutismo al estilo francés, apuntando a la eliminación de las Cortes y de los consejos reales y a la creación de ministerios cuyo desarrollo natural nos lleva a los decretos de Nueva Planta, para cuya aplicación se basó en los derechos de conquista, siendo que el decreto de 29 de Junio de 1707 señala 


“tocándome el dominio absoluto de los referidos reinos de Aragón y Valencia, pues a la circunstancia de ser comprendidos en los demás que tan legítimamente poseo en esta monarquía, se añade la del justo derecho de la conquista que de ellos han hecho últimamente mis armas con el motivo de su rebelión”

Fueron implantados los decretos de Nueva Planta con los que quedaron alterados los instrumentos de la administración territorial, que en gran medida fueron adaptados a  las costumbres de Castilla, y que fueron impuestos en Valencia, Aragón, Cataluña y Baleares, derogando todos los fueros.

Acto seguido, la Ilustración hizo acto de presencia en España, desarrollándose durante los reinados de Carlos III y Carlos IV con el adjetivo añadido de “Ilustrado”.

Con el despotismo ilustrado se produjo una serie de circunstancias que acarrearían la “desislustración” del pueblo. Obsesionados con la educación, expulsaron a los Jesuítas, y con ellos la mayor parte de educadores. 

En1874, estudios realizados en 1985 señalan que la alfabetización en España alcanzaba en España el 20 % de la población, siendo que ya la constitución de 1812 atendía la universalización de la educación, y que en 1856 ese porcentaje era todavía menor. Algo tendría que ver el plan Moyano de 1857.

En esas fechas, Cuba contaba también con un analfabetismo profundo, siendo no obstante diez puntos menor que el de la Península, que era del 80% y se aproximaba a los mismos valores que se habían tenido a mediados del siglo XVI.

Pero es que a principios del siglo XVII tenía porcentajes cercanos al 50%, y finales del siglo XVIII, la tasa global de alfabetización era del 44,03%; todo muy alejado del 20% de dos siglos después. ¿Qué había pasado por medio?... Muchas cosas; entre ellas, la Ilustración, aliada en esos momentos del absolutismo.

Pero curiosamente, en el siglo XIX serán los herederos del despotismo ilustrado quienes acuñarán el término absolutista dirigido  contra el movimiento tradicionalista.


Cuando tres meses después del tratado de Valençay entró Fernando VII en España (marzo de 1814), y para evitar tener que someterse a las cortes, inició un periplo que lo llevó a Valencia, en el curso del cual recibió el apoyo incondicional del pueblo y de la nobleza, así como los consejos del Embajador inglés en España, Henry Wellesley, hermano del Duque de Wellington. Tanto sus consejeros, los generales Eguía y Elío, como el Embajador se mostraron favorables a derogar la Constitución de Cádiz. El deseo del propio Wellington era la implantación en España de una Monarquía constitucional al estilo de la inglesa… pero Wellesley acabaría conformándose con la propiedad de importantes bienes embargados a Godoy.

El pueblo  lo recibió con gran alborozo, ya que en la vuelta del rey veía la vuelta de la libertad. Con este ambiente, el populacho desenganchó los caballos del carruaje y lo llevaron en brazos hasta palacio; la gente cruzaba los brazos y decía «Vivan las cadenas» en alusión a la vuelta del absolutismo y al genocidio que era la Ilustración.

Ante esa situación, Fernando VII adoptó las formas que le eran propias, asumiendo aquellos asuntos que se denunciaban y rechazando las ideas que para resolver los problemas se proponían, con lo que se dio lugar a lo que acabaría siendo el sexenio absolutista (1814-1820), que destacaría por las arbitrariedades y las torpezas que acabarían con todo el crédito que se le había dado en 1814. El desprestigio de la corona acabó siendo tan absoluto que el pueblo no supo reaccionar ante lo que se avecinaba, que no era otra cosa que la hecatombe final de España. 

Y es que en el periodo 1814-1820 se cometió todo tipo de excesos. La nueva situación, superadora del absolutismo, vendría a redoblarlos. Parece como si la restauración del absolutismo llevada a cabo por Fernando VII hubiese estado meditada para perpetuar el absolutismo, en este caso ya no monárquico, sino estrictamente liberal.

El cúmulo de despropósitos parece que estaba encaminado, no a acabar con un régimen absolutista que en todo perjudicaba el ser y la esencia de España, sino a su mutación por algo que implosionase España. Y ese algo tiene nombre y apellidos: Rafael de Riego.

Los hechos iniciados en Cabezas de San Juan de 1820 darían pie al periodo conocido como trienio liberal, que finalizó en 1823 con la irrupción de un cuerpo expedicionario francés conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, dirigidos por el masón duque de Angulema, que venía acompañado por el general Guillerminot, Venerable de la Logia de los Filadelfos, que el 1 de Octubre de 1823 posibilitaba que Fernando VII tuviese nuevamente el poder absoluto, dando comienzo la Década Ominosa.


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