jueves, septiembre 15, 2022

El Tercer concilio de Toledo

 



Fueron dieciocho los concilios celebrados en Toledo entre el año 397 y el 702, pero nosotros nos vamos a centrar sólo en el tercero, quizás con algún apunte a otros.

La práctica totalidad de ellos se celebró bajo el poder de los visigodos, y para ponernos en situación daremos un rápido repaso a los principales acontecimientos previos, dando una vista rápida de la historia de los visigodos hasta la celebración del III Concilio de Toledo, en la que es de destacar la paulatina romanización.

El pueblo godo tiene su origen histórico en las tierras del Sur de lo que hoy es Suecia; posiblemente en Götaland, aunque historiadores del siglo XXI afirman que no eran una raza nórdica, sino un conglomerado de razas que se llevó a efecto en los Balcanes . Su lengua, hasta donde se sabe de ella, entronca con el germano antiguo y posiblemente tuviera la misma raíz. No se sabe con certeza en qué época los godos se diferenciaron de otros pueblos nórdicos vecinos de ellos, tales como gépidos, jutos, etc. Por ello no es posible trazar con total exactitud las raíces de los godos hasta su primer origen. 

Buscando territorio dónde asentarse, encontraron la oportunidad en 271, durante el mandato del emparador Aureliano, que se retiró al otro lado del Danubio, dejando Dacia a los godos como a un pueblo amigo y aliado. En este tiempo habían pasado de ser meros guerreros, a cultivar la tierra, a explotar la minería, y a comerciar con el Imperio. Esta actividad les llevaría a la búsqueda de territorio donde asentarse.

 Condición que verían mejorada en 332 con el emperador Constantino, que los convirtió en federados. Estas eran concesiones que Roma hacía por falta de capacidad para controlar la frontera, y este extremo no pasaba desapercibido a quienes al final acabarían invadiendo el Imperio.

En este tiempo la herejía arriana,  desviación propagada por Arrio que negaba la Santísima Trinidad, estaba tomando fuerza, lo que motivó la convocatoria del Concilio I de Nicea, que es el primer concilio Ecuménico, es decir, universal, en cuanto participaron unos trescientos obispos de todas las regiones donde había cristianos. Fue fomentado por Constantino II tras haber logrado con su victoria contra Licinio el año 324. 

De especial importancia es este concilio en la Iglesia, en el que la herejía fue condenada en 325; en el mismo se proclamó el “Credo” que hoy mismo rezamos, aunque mutilado. 

Los arrianos prosiguieron sus acciones al margen del Imperio, y fue en mediado ya el siglo IV cuando el obispo arriano Ulpilas convirtió a los godos al arrianismo, amparado en el emperador de Oriente, Valente, que también era arriano.

Llegó el año 370, cuando los godos, empujados por la invasión de los Hunos, abandonaron sus tierras de los Balcanes y se dirigieron a Occidente, siendo que el emperador Valente les permitió asentarse en Tracia, dejando desguarnecida la frontera del Danubio. Dos años más tarde se hacían con los Balcanes. Finalmente Teodosio los vencería y los asentaría en Tracia y Mesia, donde permanecieron hasta que murió Teodosio en 390, momento en que invadieron Grecia. Esto tendría grandes inconvenientes cinco años después cuando, con la división del Imperio, el emperador de Oriente, para que aquellos abandonasen Grecia,  ofreció a Alarico la regencia de Iliria, que era del Imperio de Occidente.

Mientras esto terminaba de suceder en Oriente, el año 409, y tras haber atravesado el Rin, tropas bárbaras, suevos, vándalos y alanos llegaron a los Pirineos y entraron en España, encontrando franca la entrada gracias al apoyo de de Constantino III, emperador ful que se había adueñado de parte de la Galia y de Hispania.  , momento que fue aprovechado por Alarico para tomar Milán y amenazar la misma Roma, que finalmente sería saqueada el 24 de agosto de 410, tras lo cual, Ataulfo, que había casado con Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, se dirigió hacia el oeste, llegando a España, donde se enfrentaron a los vándalos y acto seguido se asentaron en la Septimania en 413. Desde ahí llevaron a cabo una actividad jurídica que hace de los visigodos seguidores de la civilización romana.

Los visigodos (godos del Oeste), como los ostrogodos (godos del este), como hemos señalado, ya venían relativamente cristianizados; eran arrianos, y el arrianismo mantenía una lucha más intensa que menos, con el catolicismo. 

Esto sucedía el año 413 (451 de la era Hispánica) con Ataulfo (Atta, padre; Hulfe, socorro), que en el saqueo de Roma, de donde parte el tesoro de los visigodos , y que en principio es la base de la corona, había secuestrado a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio. Parece que Gala Placidia influyó decididamente en Ataulfo, quién combatió y venció a los vándalos y restableció el orden romano en sus dominios, pero su postura pro-romana, que le llevó a mantener todo el aparato del estado romano, ocasionó su asesinato y el de sus tres hijos, el año 415, por parte de Sigerico, con sentimientos anti-romanos, Pero Sigerico duró 7 días como rey, ya que  también fue asesinado. Había tomado forma el modo visigodo de cambiar de rey. Por su parte, Gala Placidia casaría con Constancio, general de  Honorio, de quién engendraría a Valentiniano III y sería emperatriz regente durante su minoridad.

Walia sucedió a Sigerico, y se esforzó en luchar contra suevos, vándalos y alanos, con gran éxito, y desestimando luchar más contra los romanos, porque “¿por qué perder un tiempo precioso combatiendo con semejantes hombres, cuando es más glorioso despreciarlos que vencerlos?” . El hecho es que Roma le concedió territorios en Aquitania como compensación por su lucha contra Suevos, Vándalos y Alanos, y su presencia en Hispania era de carácter menor, limitada a unidades militares. El pueblo visigodo se hallaba en la Provenza, y sin dominio sobre las grandes ciudades.

El año 420 murió Walia, habiendo constituido un imperio que iba desde Tolosa al Atlántico, y es que el sentimiento de unidad, ya presente durante el Imperio Romano, no dejó de estar presente durante la Edad Media.

Si es cierto que los godos invadieron el Imperio Romano, no es menos cierto que a su vez se vieron conquistados por una cultura, la romana, que era muy superior a la por ellos aportada. Respetaron las instituciones hasta el extremo que el mismo Braulio, obispo de Zaragoza, autor del siglo VI, hace mención de senadores y curiales de España en aquel tiempo

A estas alturas del siglo V, el pueblo abandonaba Roma para unirse a los invasores visigodos, en los que encontraban más apego a las costumbres tradicionales hispano-romanas. Esto explica el definitivo arraigo de los visigodos, que no se vieron hostigados como los suevos, vándalos y alanos. El Imperio había muerto a sus propias manos, por sus propios vicios, y el orgullo de llamarse romano había desaparecido.

Había entre los godos, como en tiempo de los romanos, nobles y plebeyos, siervos y señores, patronos y libertos y algunos aspectos de Roma habían calado ya en los visigodos; así, Teodoredo (Teodorico I) (418-451), dictó las conocidas “Leyes de Teodorico”, cuyo texto no se ha conservado, pero que los historiadores deducen que debía tratar cuestiones de reparto de tierras. 

A los setenta años de haber llegado a España, tras haber expulsado a los otros pueblos bárbaros, se dedicaron a  organizar un gobierno y un estado que en principio estaría regido por los principios arrianos, siendo que con Eurico, en último tercio del siglo V se podía decir que España tenía un rey, y que ese rey posibilitaba la civilización… Aunque Eurico subió al trono por un fratricidio… el “morbus gothotum” sería la peste que acompañaría a la monarquía visigoda.


Principios arrianos excluyentes marcaban la legislación, pero generalmente eran respetuosos con los principios católicos de la mayoría del pueblo, lo que permitió que  en la Iglesia católica surgiesen insignes pensadores como Osio de Córdoba, Leandro de Sevilla, o Isidoro de Sevilla.


Se respetaron las instituciones; los visigodos se regían por sus leyes, y los hispano-romanos por las suyas. En el seno de la sociedad hispanogoda, la división que de forma más clara y trascendente dividía a las personas, es la que lo hacía en nobles, libres, semilibres y esclavos. En nobles, se integraba tanto la antigua nobleza goda, perteneciente a los linajes de más tradición, como aquellos que se habían ennoblecido por su vinculación, mediante un juramento de fidelidad, al rey o a algún noble muy importante, es decir, los fideles o gardingos (los miembros del comitatus) del rey o de los nobles más importantes; en general todos ellos recibían la denominación de seniores. A su lado, la antigua nobleza hispanorromana se había integrado perfectamente en el seno de la nobleza de la sociedad hispanogoda. Estaba constituida, esencialmente, por grandes terratenientes que pertenecían a la clase de los senatores que, en ocasiones, descendían de antiguos comerciantes enriquecidos, transformados en propietarios agrícolas ante el cariz que empezó a tomar la vida comercial a partir de la crisis del siglo III. La mayor parte estaban vinculados —o lo habían estado— a las curias municipales y al gobierno provincial. Los dos sectores de la nobleza de la sociedad española de los siglos V y siguientes —la goda y la romana— no tardaron en mezclarse, aun antes de que ello fuese admisible desde el punto de vista legal, hasta convertirse en un solo cuerpo social que desempeñaba las funciones que, años atrás, habían desempeñado cada uno de sus componentes por separado. 

Durante el reinado de Eurico caía, el año 476, el último emperador romano (que por cierto había sido impuesto por Orestes, secretario de Atila), Rómulo Augústulo, nombre que si le había sido puesto por su padre, fue recogido por el pueblo para un emperador que hacía gala del sobrenombre. Por esta época los visigodos ya tenían asentamientos en Mérida y en el valle del Guadalquivir. 

Eurico moría en  484, sucediéndole su hijo Alarico II, que perfeccionó la tarea de gobierno de su padre, consolidando la estructura gubernativa del Reino de Tolosa, y poseyendo ciudades en Hispania, entre las que destaca Pamplona, desde donde se combatía, con tropas auxiliares vasconas, las rebeliones de los cántabros y los astures. 

En esta marcha, se asentaron a ambas orillas del Duero, desde Soria hasta más allá de Toro (¿Villa gothorum?) y desde la cordillera cantábrica hasta la central, llegando a controlar los territorios de Burgos, Palencia, Valladolid, Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara, Madrid y Toledo. El momento cumbre de tal proceso lo constituyó la promulgación de la Lex Romana Visigotorum, un nuevo texto legal compilado sobre la base del código de Eurico, .  

El  asesinato del rey ya era tradición, pero también lo era el sentimiento de dignidad, de libertad, de desprecio por la esclavitud, de la templanza, del respeto a la mujer y a la fidelidad conyugal…

Sentimientos inequívocamente cristianos que servirían de base a una sociedad que venía a suplir la relajación de costumbres que habían hecho caer al Imperio Romano.

Pero si del Imperio rechazaban esas actuaciones, del Imperio habían heredado la afición a la legislación y a la espiritualidad que de ellos habían aprendido. Esos dos principios que encontraban en el pueblo hispano romano conquistado y que al fin sería la argamasa que los unificara… Entre tanto, Eurico, gran conquistador y primer legislador, promulgó leyes sólo para los visigodos, y Alarico II, ya a finales del siglo V, sólo para los hispanorromanos.

Visigodos e hispanorromanos se regían por leyes diferentes…Hasta los matrimonios mixtos estaban prohibidos.

Hubo de llegar Leovigildo en 569 para que empezase a romperse esa división con su matrimonio con Teodosia, hija de Severiano, gobernador bizantino de la provincia de Cartagena, y católica, con la que tuvo a sus hijos Hermenegildo y Recaredo. Y con él, las primeras leyes que amparasen a las dos comunidades.

 Un gran obstáculo había sido superado. Quedaba otro de no menor entidad: la unión religiosa del reino. A ello se dedicó, pretendiendo que los católicos, la mayor parte del pueblo, abrazase el arrianismo.

Pero el pueblo no accedería a ello, y este enfrentamiento sería el que impediría la total unión de España, que si en la parte de Galicia estaba ocupada por los Suevos, en la costa mediterránea estaba ocupada por Bizancio desde el reinado de Atanagildo (dos años antes), mientras por el norte los francos les acosaban… Todos ellos, incluso los Suevos, que habían abrazado el catolicismo durante su reinado, siendo que si los obispos de las Galias animaban la dominación de los francos, sectores no menores de la sociedad miraban con esperanza la dominación de Bizancio, ampliamente asentado en la península.

Y todo cuando pocos años antes de reinar Leovigildo, las hijas de Atanagildo abrazaron el catolicismo tras su matrimonio con príncipes francos… El catolicismo se acercaba al trono, extremo que se agudizó con Teodosia, esposa de Leovigildo… y con su hijo Hermenegildo, que provocó una guerra tras haber fallecido su madre.

A la muerte de Teodosia, Leovigildo casó con Gosuinda, que  con métodos extremadamente duros pretendió arrastar al arrianismo a la esposa de Hermenegildo, Ingunda. Para limar asperezas, Leovigildo dio a Hermenegildo el gobierno de Andalucía donde era obispo su tío San Leandro, y Hermenegildo se bautizó católico, ante lo que fue llamado por su padre, pero Hermenegildo, temiéndose alguna añagaza, no atendió la orden y se levantó en armas seguido por multitud de poblaciones. Bizancio apoyaba la sublevación, como también lo hicieron los suevos, recientemente convertidos al catolicismo. 

Con la idea de arreglar el conflicto, convocó Leovigildo un concilio en Toledo que pretendía unir católicos y arrianos… Lo único que hizo fue debilitar el partido de Hermenegildo.

Finalmente Leovigildo sobornó a los bizantinos, que abandonaron a Hermenegildo, y los suevos fueron fácilmente neutralizados. Dos años duró la guerra, y siendo vencido Hermenegildo le fue exigido abjurar del catolicismo, a lo que no accedió, por lo que fue desterrado a Valencia, donde nuevamente, en 585 y con apoyo de galos y bizantinos, inició una nueva revuelta. Nuevamente fue vencido y recluido en Tarragona, donde se le exigió que abrazase el arrianismo. Hermenegildo acabó siendo decapitado el 13 de abril de 585. Un personaje desconocido, Sisberto, cumplió la sentencia.

Grave lacra para un gran rey que es el verdadero creador del Estado hispano-godo, que  redujo a cántabros y vascones, que desde su coronación tuvo al menos una importante campaña militar anual, en cada una de las cuales sometió a cántabros, astures, suevos y sappos; que asentó un sistema completo de hacienda; que fue un gran legislador, que creó instituciones que hoy perduran, como el fisco real, o como creador de las Cortes, donde reunía a los grandes, al clero y al pueblo. 

Tiernas palabras de reproche dirigía Leovigildo a su hijo por abandonar el arrianismo, a las que Hermenegildo respondía que era sumiso a su padre pero que la única religión verdadera le exigía proclamar su fe hasta el fin.

No obstante, no hubo persecución religiosa, por lo que se deduce que el enfrentamiento no obedeció a otra cosa que a la voluntad de San Hermenegildo de erigirse como rey por encima de su padre, Leovigildo, que siempre fue un gran rey que recuperó del poder de Bizancio importantes asentamientos como Córdoba, Baza o Asidonia  y todo el norte peninsular que había estado en poder de los suevos… según tradiciones, murió católico. 

Aunque es posible hacer distintas especulaciones, la verdad es que no sabemos por qué mataron a Hermenegildo, ni por qué estaba en Tarragona en vez de en Valencia, ni quién era Sisberto, ni por qué éste tuvo un destino igual de desagradable tan poco tiempo después. Es difícil de determinar qué sucedió en el hecho de la muerte de Hermenegildo, porque todo hace pensar que Leovigildo estuvo disconforme con la sentencia, pero salvo la ejecución de Sisberto por parte de su sucesor, no hay pruebas que lo corroboren. 

Su heredero, Recaredo, subió al trono el año 586 (624 de la era hispánica). Era Recaredo, dice San Isidoro, de un natural amable, pacífico y bondadoso, y tal el imperio de su dulzura sobre los corazones, que sus mismos enemigos no podían resistir al atractivo que los arrastraba hacia él, liberal hasta el extremo. 

Y no se pueden separar las políticas llevadas por Leovigildo y por Recaredo. El binomio Leovigildo-Recaredo se caracterizó por los esfuerzos del poder monárquico por mantener o crear un Estado centralizado; por completar la unificación del pueblo hispano romano con el pueblo godo, procurando limitar el poder de la nobleza terrateniente, para lo que era necesario lograr la máxima unidad jurídica e ideológica de la sociedad hispanovisigoda, haciendo prevalecer en el pueblo el concepto de súbdito frente a la sumisión personal de tipo feudal existente, labor iniciada ya por el Código revisado de Leovigildo.*/*/*/*/*/

La primera actuación de Recaredo fue  acabar con el arrianismo en España, lo que tendría importantes consecuencias sociales y políticas, porque su conversión puede ser entendida como el acto definitivo de la constitución de España. 


Con  la conversión de Recaredo, que se había bautizado católico el 8 de Mayo de 586, algo que a la vista de la situación resultaba evidente por la acción de su madre y por la acción de su tío, San Leandro,  la Iglesia, que centraba todo el conocimiento, fue adquiriendo autoridad en la gobernación del Estado. El medio primero sería el Tercer Concilio de Toledo, que sería propiciado por el mismo rey. Con  el mismo se abrieron las puertas de la política al pueblo hispano-romano y se dio vía libre a la cultura. Si bien los hispano romanos no tenían acceso al trono. 


El tercer Concilio de Toledo tiene importancia histórica y jurídica porque puso las bases de la unidad nacional de España. Sesenta y dos prelados y cinco metropolitanos, bajo el magisterio del obispo hispalense Leandro serían los encargados de la labor. Y es que la fe era el vínculo esencial de los pueblos de España, esa misma fe que, transcurridos los acontecimientos de la invasión musulmana, propició la Reconquista y posteriormente la formación de la Hispanidad. La conversión al catolicismo de la clase dirigente visigoda significó la eliminación de las diferencias existentes entre la clase dirigente y el pueblo, y quienes perseveraron en el arrianismo fueron, al final, quienes vendieron España al dominio musulmán. 

En el campo de lo religioso, no nos olvidemos que el Concilio era religioso, llenos están los concilios de los primeros siglos de la Iglesia española de disposiciones acerca del matrimonio o de la continencia de los clérigos. Tres disposiciones había dedicado al asunto el concilio de Gerona de 517, como así hicieron los demás concilios provinciales. En concreto en el segundo de Toledo, en 527, se exigió el celibato para recibir el subdiaconado. Con esta última medida se abonaba lo prescrito por el Concilio de Iliberri (Elvira-Granada) del siglo cuarto.

Por su parte, el III Concilio puso orden en la Iglesia, prohibiendo usos poco acordes con el espíritu cristiano; reguló la vida de matrimonio de los clérigos, a quienes les permitía infligir castigos a su esposa, y prohibía que quién después del bautismo accediese a la milicia fuese admitido al diaconado.

Y en lo político, el III Concilio de Toledo es de vital importancia para la comprensión de España, de cuya unidad nacional es principio legislativo. La Iglesia y la monarquía formaron una simbiosis mediante la cual ambas se beneficiaban; la monarquía gobernada, y los concilios, donde se juntaba todo el conocimiento, legislaban. No en vano el conocimiento estaba circunscrito a la Iglesia.

Marcaba una clara diferenciación del poder ejecutivo, del poder legislativo y del poder judicial. Algo que hoy nos es presentado como producto del pensamiento liberal del siglo XVIII, francés.

Y finalmente, el tercer concilio de Toledo significó que la Iglesia tenía papel preponderante en la constitución del estado visigodo, al que aportaba cultura y conocimiento. De esta época procede el derecho real a la designación de obispos, como contrapartida a la preponderancia de la Iglesia en la constitución del estado, que ha sido heredado hasta el mismo siglo XX. Hecho que ha sido tan duramente criticado por unos y por otros, y que de manera antihistórica ha sido presentado como una imposición, en concreto, del generalísimo Franco, que por cierto, en alguna ocasión manifestó que no entendía cómo él debía intervenir en el nombramiento de los obispos, del mismo modo que no entendería que fuese la Iglesia quien interviniese en el nombramiento de sus generales.

La idea de que el papel de los concilios de Toledo  puede ser considerada como el de unas cortes generales parece tener razón de ser, ya que si por una parte los visigodos (ya más clase social que etnia) mantenían el poder político, eran los concilios, conformados por hispanorromanos, quienes ejercían el control y la inspección de las actuaciones políticas.

Pero es que, como ya hemos señalado al comienzo de esta charla, los concilios, o asambleas eclesiásticas, tenían una larga tradición en España. Y no nos limitamos a los Concilios de Toledo, que si llegaron a ser 18, hasta el momento sólo se habían celebrado dos.  También se habían celebrado el año 325, contemporáneo del de Nicea, en Iliberri… y en Zaragoza, Tarragona, Barcelona, Lérida, Valencia, Braga y Toledo, pero siempre para asuntos internos de la Iglesia o para condenar alguna herejía, como la priscilianista en el siglo IV.

El Tercer Concilio de Toledo significó no otra cosa, sino algo más. La Iglesia se involucraba en la gobernación del estado. Y todo ello gracias a una gran visión de Recaredo, que conocía las capacidades existentes dentro de la Iglesia, que por otra parte eran inexistentes fuera de ella. 

Corría el año 589 y fueron convocados todos los obispos de España.

Así, el Tercer Concilio, que fue iniciado a los diez meses de iniciado el reinado de Recaredo, fue  convocado por un interés político que el conocimiento de sus miembros logró conjugar a la perfección con el interés religioso. No se trataba de una dejación de funciones políticas por parte del estado, sino de una conciliación de funciones y de intereses del estado y de la Iglesia, por la cual los concilios se convertirían en órgano legislativo del estado. Entre otras medidas se ordenó que los jueces seculares y los recaudadores de impuestos fuesen fiscalizados por los obispos.

Como queda señalado, el poder legislativo y el poder ejecutivo eran independientes; llegaría el VIII concilio que se inauguraría como sigue: En el nombre del Señor Flavio Recesvinto rey, a los reverendísimos padres residentes en este santo sínodo... Os encargo que juzguéis todas las quejas que se os presenten, con el rigor de la justicia, pero templado con la misericordia. En las leyes os doy mi consentimiento para que las ordenéis, corrigiendo las malas, omitiendo las superfluas y declarando los cánones oscuros o dudosos... Y a vosotros, varones ilustres, jefes del oficio palatino, distinguidos por vuestra nobleza, rectores de los pueblos por vuestra experiencia y equidad, mis fieles compañeros en el gobierno, por cuyas manos se administra la justicia... os encargo por la fe que he protestado a la venerable congregación de estos santos padres, que no os separéis de lo que ellos determinen. 

Recesvinto proclamaría el LIber Iudiciorum, un conjunto de leyes, emanadas del derecho romano y de los concilios de la Iglesia de Toledo, que serían las únicas válidas a partir de ese momento, y que a partir de 1241 se conocerá como Fuero Juzgo.

Pero si el Concilio significó la unidad, no significó la paz, ya que se sucedieron las conspiraciones. El obispo arriano Uldila, conchabado con la reina Gosuinda, viuda de los dos reyes Atanagildo y Leovigildo, urdió el asesinato de Recaredo… Al fin, el “morbus gothorun”… fue neutralizado, siendo que Gousinda falleció de muerte natural y Uldila se exilió. 


Reunidos godos, suevos, galos e hispanorromanos bajo una fe, tocaba igualarlos también en lo tocante a derechos civiles, lo que significó el cimiento de la unidad política, los dos principios de que había de partir la civilización.  Los únicos que quedaban fuera eran los judíos; los mismos que ocasionaron graves daños a Alarico II, y aquellos que se mantuvieron fieles a la fe arriana, en concreto los obispos, entre los que destacaban Ataloco, Uldila y Sunna. 

Los concilios, en la práctica, y como ya ha quedado señalado, se convirtieron en Cortes Generales donde, sin perder el carácter religioso, aumentó su importancia en la vida nacional al atribuírsele jurisdicción sobre los asuntos legales y políticos del reino.

En este tercer Concilio no intervino sino la Iglesia, como sucedería hasta el séptimo, pero las decisiones de los concilios tenían manifiesto reflejo político, hasta el extremo que tanto este tercer concilio, como el cuarto, son tenidos como base de la nación española, siendo que, como efecto gráfico, puede señalarse que se cita Spania en claro sentido sinónimo a todo el reino godo, incluyendo la Galia… Y Galicia, recientemente conquistada a los suevos por Leovigildo. 

Y el cuarto concilio relata en la prescripción LXXV: 

Ninguna división de la patria surja por la violencia o la ambición.

En 636 subió al trono Chintila, en cuyo reinado, que duró tres años, se convocaron dos nuevos concilios en Toledo que siguieron conformando la estructura de la monarquía. En  ellos se regulaba por primera vez la sucesión al trono, cuyo titular debía ser de la alta nobleza visigoda, y se marcaban nuevas normas contra los hebreos.

A partir del octavo concilio, de 653, sí intervino la nobleza, lógicamente sin voz ni voto en asuntos eclesiásticos. 

A la muerte de Recaredo quedaba una España unificada, poderosa y temida que seguía teniendo físicamente presente, en Cartagena, al imperio bizantino, que coincidiendo con la celebración del III Concilio de Toledo reforzaba las defensas y dejaba en entredicho la afirmación en que justificaba su presencia en España: La defensa de la fe católica… Y se hablaba de España como patria en los ámbitos de los grandes pensadores hispánicos como San Isidoro o San Julián…, y se hablaba de “Spaniam”, de “Hispaniam”, en el resto de ámbitos. Así, el papa León II habla de “universi episcopi per Spaniam constituti”  , lo que posteriormente posibilitó que, tras la asonada árabe, se hablase de Reconquista.


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