EN TORNO A SIMÓN BOLÍVAR
Simón Bolívar, el genocida de Pasto, de Coro, de La Guaira… y de otros lugares, es objeto en estos momentos de una polémica generalizada, y conviene poner negro sobre blanco, obviando todo relato novelístico, cual fue su actuación.
En principio, debemos tener en cuenta que los movimientos separatistas americanos tuvieron su origen en los intereses de Gran Bretaña, motivo por el obtuvieron un apoyo de primer orden en los liberales peninsulares, hasta el extremo que hubo una estrecha relación entre los militares pronunciados en España en 1820 y los diferentes caudillos separatistas.
La organización del separatismo tuvo lugar en Londres, donde se relacionaban personalmente y con frecuencia la práctica totalidad de los próceres, como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar, Vicente Rocafuerte... y más adelante otros, quienes además mantuvieron frecuentes contactos con los centros políticos de Estados Unidos y Gran Bretaña.
José María Blanco, alias Blanco White, que lo habíamos visto en 1808 lamiendo a los franceses, en 1810 creó en Londres el periódico El Español, que se convertiría en el órgano de los separatistas americanos, mientras el 21 de Julio de 1810, y al amparo de la situación de España, comisionados de Venezuela en Londres hicieron unas proposiciones a los británicos en las que se sometían a la protección de Inglaterra e hipotecaban el comercio y las explotaciones mineras a favor de esta.
Por su parte, Simón Bolívar, al objeto de completar su educación, había sido enviado por sus familiares a la Península el año 1799. Paso previo a su destino fue la Nueva España, donde permanecería por un período de tres meses.
Volvió a Caracas en 1802, de donde partió a Europa en 1803; y, tras contactos con personajes de la masonería, volvería en 1805 con el grado de maestro masón, tras haber evolucionado, al compás de la misma masonería, de una acendrada admiración por Napoleón a una oposición contumaz, la cual lo había acercado a la órbita británica, tomando relación con Humboldt, Oudinot, Delagarde… En 1806 estaba de vuelta en Caracas dispuesto a colaborar con la intentona inglesa encabezada por Miranda; y en 1809, tras los sucesos del 19 de Abril, fue comisionado, junto a Andres Bello y Luis López Méndez, para informar al gobierno británico de las novedades ocurridas y para ponerse bajo su protección, según nos relata puntualmente Daniel O’Leary, el comisionado extraoficial británico para controlar los pasos del libertador.
Qué hizo brotar el odio contra España en Bolívar es cuestión que alguien podrá investigar; pero, en cualquier caso, no era compartido ese sentimiento en el seno familiar. La hermana de Bolívar, que acabaría siendo desterrada por el libertador, era monárquica y declaradamente patriótica; la cual se comprometió con la causa de España escondiendo en su casa a quienes huían del sanguinario Bolívar, a quien calificaba públicamente como loco.
Loco o cuerdo, y según su lazarillo británico, Daniel O’Leary, se dedicaba al estudio de la constitución británica, procurando imitar los usos y costumbres de sus protectores.
En 1811 Simón Bolívar proclamaba la independencia de Venezuela, al tiempo que la masonería comenzaba a sembrar su labor por América, y el triángulo Bolívar-Inglaterra-masonería, quedaba perfectamente delimitado por el propio Bolívar, que en un convite que dio en Caracas, proclamó que debía sus triunfos a la protección de Lord Cochrane, gobernador de Martinica.
Mientras tanto, y al amparo de Inglaterra, un ejército de masones inundó España . La actuación de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero es preciso destacar la acción que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas, quién escribió sendas cartas al gobierno de Gran Bretaña y a su representante en Río de Janeiro, Lord Strangford en las que, con el mismo espíritu del agente Bolívar, reclamaba el envío de «tropas y un jefe» porque, decía: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».
Con ese apoyo, que no tardó en llegar, el año 1813 dio Bolívar comienzo a la guerra de exterminio que despobló al país llevándose la vida de unas doscientas mil personas, el veinte por ciento de la población existente en 1800.
Pero la acción llevada por el pueblo en armas derrotó, en mayo de 1815, a la Segunda República venezolana, por lo que Simón Bolívar se refugió en Jamaica, principal estación británica en el Caribe, donde, como había hecho antes Carlos María Alvear, mostraba sumisión a Inglaterra, diciendo, entre otras prendas:
Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional. (Bolívar. Carta de Jamaica)
Su dependencia de Gran Bretaña y Francia la deja patente en un rosario de ocasiones. Así, en el discurso de Angostura de 15 de febrero de 1819 señala:
Encontramos la Inglaterra y la Francia llamando la atención de todas las naciones, y dándoles lecciones eloqüentes, de todas especies en materias de Gobierno. La Revolución de estos dos grandes Pueblos, como un radiante meteoro, ha inundado el mundo con tal profusión de luces políticas, que ya todos los seres que piensan, han aprendido quáles son los derechos del hombre, y quáles sus deberes.
Y en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819, cuando las tropas británicas ya llevaban su tarea depredadora de manera ejemplar, señalaba:
De los más remotos climas, una legión británica ha dejado la patria de la gloria por adquirirse el renombre de salvadores de la América. En vuestro seno, granadinos, tenéis ya este ejército de amigos y bienhechores, y el Dios que protege siempre la humanidad afligida, concederá el triunfo a sus armas redentoras.
Armas redentoras que masacraron las poblaciones; armas redentoras que sometieron a la Hispanidad entera; armas redentoras que, literalmente, vaciaron las arcas de los virreinatos y transportaron los tesoros para mayor gloria de Inglaterra; armas redentoras que exterminaron pueblos indígenas; armas redentoras bajo cuyo auspicio se hundió el mercado de toda la Hispanidad en beneficio exclusivo del mercado británico; armas redentoras que, necesitando bases militares, no dudaron en quedarse gentilmente con las Islas Malvinas o con la Guayana.
El 15 de Agosto de 1818 hizo una nueva declaración de sus principios:
Extranjeros generosos y aguerridos han venido a ponerse bajo los estandartes de Venezuela. ¿Y podrán los tiranos continuar la lucha, cuando nuestra resistencia ha disminuido su fuerza y ha aumentado la nuestra?
Algo que no sería una cita aislada. Es menester recordar las palabras pronunciadas el 25 de julio de 1819 por el coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor de Bolívar, durante la batalla del Pantano de Vargas, donde muchos de entre la minoría de neogranadinos que componían el ejército, acabaron desertando, siendo los ingleses, comandados por el coronel James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, quien reconoció:
Merecen una mención particular las Compañías Británicas a las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la «Estrella de los Libertadores» en premio de su constancia y de su valor.
Y al respecto, también es conveniente destacar las acciones que merecieron ese reconocimiento: los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos. Hasta las iglesias fueron profanadas.
Pero la cuestión no se limitaba a lo simbólico; pues, a cambio del apoyo de Inglaterra, Bolívar ofreció entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que le sirviese de centro comercial, de apertura hacia el Pacífico mediante la apertura de un canal en el istmo.
Era 1826. En Panamá convocó un congreso, denominado anfictiónico. En el mismo, Bolívar rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. Planteó varios extremos que culminaban con que Inglaterra alcanzaría ventajas considerables por este arreglo; unas ventajas que se concretarían, en primer lugar, en la consolidación e incremento de su influencia en Europa; una circunstancia que se vería netamente apoyada por asentarse en América como árbitro económico y político, con lo que obtenía un lugar de privilegio para sus relaciones con Asia, y en esa dinámica, aseveraba Simón Bolívar, con los siglos llegaría a conformarse una nación cubriendo el universo.
No es algo extraordinario ni exclusivo de Bolívar. Hay que tener en cuanta que San Martín estuvo asesorado por el agente británico James Paroissien, quien, cuando en 1824 el libertador pasó a servir a su majestad británica en Londres, lo acogería en su casa.
Y el triángulo Paroissien-Bolívar-Sanmartín se cerraría posteriormente, cuando Paroissien regresó al Perú; donde, siguiendo instrucciones de Bolívar, sería el asesor de Sucre en su campaña de invasión del Alto Perú. Paroissien desarrolló la segunda parte de su labor, la cual consistía en el control de las zonas mineras, lógicamente a favor de empresas británicas, de donde acabaría consiguiendo la recompensa más apetecida: ser director de las minas, cuya gestión había conseguido a favor de la Asociación de Minería de Potosí, La Paz y Perú, de capital británico, naturalmente.
Con todas esas relaciones resulta curioso cuando menos el calificativo de patriota que Bolívar a su ejército, siendo que, además, contaba con un altísimo número de mercenarios extranjeros. Fue el ejército realista, denominado así al que se mantuvo fiel a España, el que estuvo integrado en su inmensa mayoría por patriotas españoles americanos, el 90 por cien de los cuales pertenecía a las diversas etnias: indios, mestizos, pardos, blancos y negros, siendo el 10 por cien restante de patriotas españoles peninsulares, y mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.
Los reemplazos del ejército de Bolívar se componían en gran parte de refuerzos británicos y de alistamientos forzados que eran conducidos a los centros de operaciones bajo fuerte custodia para evitar su deserción. Observadores extranjeros consignaron en sus memorias que a los reclutas se ataba las manos durante las marchas y solo les eran entregados armas y caballos poco antes de entrar en combate. Pero, pese a esta vigilancia, los desertores fueron tan numerosos como los reclutas; los oficiales locales, en efecto, informaban continuamente que los indios desertaban de sus hogares y huían a las montañas.
Siendo así, el resultado final, favorable a Inglaterra, no se obtendría hasta que los resortes tendidos en la península no funcionasen como estaba previsto.
No era todavía el momento, y Francisco de Miranda, Bolívar, en un manifiesto acto de traición capturó a Miranda y lo entregó a los realistas, que lo remitieron a Cádiz.
Esta traición le valió a Bolívar un salvoconducto de los militares realistas que le permitiría huir a Curazao, ocupada por los ingleses, quienes, por cierto, también se quedaron con el botín de Miranda.
Ya en la segunda mitad de 1813 Bolívar había vuelto de Jamaica y había sido nombrado brigadier tras la batalla de Cúcuta. Entró en Caracas el 6 de agosto, y fue nombrado capitán general y libertador.
Es en estos momentos cuando Bolívar decreta la guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros, dirigido por él mismo.
Así, en febrero de 1814, en Valencia, ordena la ejecución, por supuesto sin juicio, de 800 prisioneros. Acto que se repetiría en La Guaira y en Caracas, donde el número de asesinados se elevó a unos mil.
La orden era contundente:
Señor comandante de La Guaira, ciudadano José Leandro Palacios.
• Por el oficio de US., de 4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las criticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Cuartel General Libertador, en Valencia, 8 de Febrero de 1814.
A las ocho de la noche.
Simón Bolívar.
Para justificar esta actuación, el panegirista y controlador británico Daniel O’Leary no encuentra otro camino que el adentrarse en la historia negra creada por ellos mismos, y acto seguido pone en manos de españoles aquello que los británicos demostraron dominar a la perfección.
Pero es necesario señalar la actuación llevada a cabo por los separatistas, al amparo de Inglaterra. Para ello, nada mejpr que una cita de Luis Corsi:
En el curso de enero de 1813 el coronel republicano Antonio Nicolás Briceño, un verdadero delincuente, en asocio de algunos aventureros, principalmente extranjeros, lanzó el primer manifiesto de Guerra a Muerte en cuyo articulado se enuncia que para tener derecho a una recompensa o un grado bastará con presentar cierto número de cabezas en las siguientes proporciones: el soldado que presentase 20 cabezas sería hecho insignia en actividad, 30 le valdrían el grado de subteniente, 50 el de capitán, etc.; además, en la misma proporción se repartirían los bienes de las víctimas. Su texto fue enviado para ser refrendado a los generales Castillo y Bolívar, en sendas copias escritas con la sangre de dos ancianos peninsulares asesinados, cuyas cabezas adjuntó este «oficial de honor» como le denominó posteriormente Bolívar cuando a su vez supo de su fusilamiento por el «bárbaro y cobarde Tízcar». (Corsi, la fuerza: 76).
El terror al genocidio iniciado por las tropas del agente Bolívar precedía a su llegada. La fama de sus asesinatos corría de boca en boca. El despotismo, el ultraje y el saqueo tomaron cuerpo donde imperaban los separatistas; quienes, para mayor escarnio, hacían ostentación de su poder al amparo de los excesos que sobre la población indefensa ejecutaba un ejército de desarrapados que llevaba hasta el extremo el edicto bolivariano, que destruían todo a su paso: obrajes, pequeñas industrias…, todo aquello que perjudicaba a los intereses del mercantilismo británico, preparando el terreno para lo que vendría después.
En La Guaira, llena de prisioneros y pocas tropas, decide que el único camino es el fusilamiento, incluido el de los enfermos. El comandante Arismendi, aterrorizado por la magnitud de la masacre que se iba a perpetrar a instancias de Bolívar, amenaza con no cumplir la orden, pero el Libertador insiste en que todos deben ser fusilados, sin perdón para nadie.
En este período la actividad militar del ejército patriota en el que, además de Boves, debemos reseñar la especial actuación de Francisco Morales y Francisco Rosete entre otros, acaba destruyendo la Segunda República separatista de Venezuela, cuyos generales, Santiago Mariño, José Félix Ribas, Rafael Urdaneta, y otros, con Simón Bolívar incluido, fueron sucumbiendo sin solución.
Ante esa situación, Antonio Nariño recibió autorización del Congreso Republicano para presentar la rendición, pero Bolívar se impuso ante el mismo congreso y, tras tomar Caracas, la sometió a saqueo, proliferando gran cantidad de asesinatos, lo que posteriormente daría pie a la acción que después desarrollaría el también masón Pablo Morillo.
En 1813, La situación del momento la refleja el mismo Rafael Urdaneta:
De aquí para adelante (hacia Valencia) son tantos los ladrones cuantos habitantes tiene Venezuela. Los pueblos se oponen a su bien; el soldado republicano es mirado con horror, no hay un hombre que no sea un enemigo nuestro; voluntariamente se reúnen en los campos a hacernos la guerra; nuestras tropas transitan por los países más abundantes i no encuentran qué comer; los pueblos quedan desiertos al acercarse nuestras tropas, i sus habitantes se van a los montes, nos alejan los ganados i toda clase de víveres; i el soldado infeliz que se separa de sus camaradas, tal vez a buscar el alimento, es sacrificado. El país no presenta sino la imagen de la desolación. Las poblaciones incendiadas, los campos incultos, cadáveres por dondequiera, i el resto de los hombres reunidos por todas partes para destruir al patriota.
Muestra de la actitud del pueblo fue dada por el Cabiñldo de Pasto el 4 de abril del año 1814 cuando, en respuesta a una misiva del General Antonio Nariño conminando a los pastusos a deponer las armas y a sumarse a la revuelta, amenazando de lo contrario con una incursión militar, estos responden con orgullo:
Sería impertinencia preguntar a Usía con qué autoridad viene a invadir a un pueblo que halla su conveniencia en vivir bajo las sabias y equitativas leyes del Gobierno Español; porque por lo mismo que se trata de invasión, no hay que hablar de otros derechos, de otra autoridad, ni de otra ley que la del más fuerte.
Pasto sería vencida y sometida a todo tipo de vejámenes: fusilamientos, asesinatos, expropiaciones y destierros.
El 19 de junio de 1815 manifestaba Simón Bolívar:
Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien general de la humanidad y el aumento del comercio británico.
Y manifestaba más:
Estoy convencido de que únicamente Inglaterra es capaz de proteger los preciados derechos del mundo, ya que es grande, gloriosa y sabia.»
Bolívar salió huyendo el 9 de junio de 1815 hacia Jamaica embarcado en un buque inglés. Allí redactaría su famosa carta y de allí volvería a la lucha bajo bandera británica. Esta huida le significaría el enfrentamiento con Santiago Mariño y Manuel Piar, quienes lo amenazaron con fusilarlo. Bolívar se retiraría nuevamente a Haití y, finalmente, sería él quien fusilase, tras un oscuro proceso, a Piar, en 1817, decretando, además, pena de muerte para el que pidiese benevolencia para el reo.
Bolívar estuvo hasta marzo de 1816 entre Jamaica y Haití, de donde, con ayuda británica, partiría primero para isla Margarita, desembarcando en Ocumare el 16 de julio de 1816, cuando emitió un comunicado revocando su decreto de Guerra a Muerte que en 1814 había tenido tan dramáticas consecuencias, cuyo relato nos deja Pedro Pérez Muñoz en sus cartas:
No han perdonado al fiel patriota y al criollo ilustrado, pues víctimas del furor de sus paisanos, han perecido igualmente en los cadalsos y en las hogueras…/… Caracas… ha sido cubierta de luto enteramente, sin perdonar al laborioso isleño, a los padres europeos, y hasta los moribundos enfermos fueron amarrados con sogas contra unas tablas y arrojados a las violentas llamas.
En Junio de 1816 escribe Bolívar cartas al almirante inglés de Barbados y al gobernador de Trinidad informándoles de su arribo a Costa Firme. En febrero de 1817 iniciaba San Martín la campaña de Chile, tras la cual organizaba una armada al mando de Lord Cochrane, con la que atacaría Perú. Y los nombres como Mac Gregor, Soublette, Ardí, Dubouille, Rook, Foley, Mackintosh, Wilson, comienzan a repetirse en el curso de la guerra.
En septiembre de 1818 llegaba a Venezuela una nueva legión de mercenarios británicos para apoyar a los insurgentes, lo cual facilita que el 15 de febrero de 1819 siguiente, Simón Bolívar pronuncie su célebre discurso en la instalación del Congreso de Angostura y presente un proyecto constitucional. Para divulgar sus ideas, Bolívar necesitaba de un instrumento indispensable: la imprenta, que en setiembre de 1817 llegaba a la ciudad de Angostura.
El 20 de noviembre de 1819, Simón Bolívar declara la independencia formal de Venezuela; y el 17 de diciembre del mismo año se erige la República de Bolivia, con Simón Bolívar como su primer presidente.
El 24 de junio de 1821, Bolívar, Santiago Mariño y Páez derrotan a De la Torre en Carabobo. Esta victoria abría a Bolívar la entrada a Caracas, pero no a la Caracas que conocía, sino a una ciudad semidesierta.
En lo tocante al escabroso tema de la esclavitud que, a pesar de todo, existía en los territorios hispánicos y es digno de ser atendido en un trabajo aparte, los próceres llevaron una actuación ambigua. Y es que la realidad se impone a la ficción liberal.
Uno de los argumentos usados por Bolívar para pedir ayuda a su Inglaterra protectora era justamente contra la liberación de esclavos llevada a cabo por la administración española. Así, reclamaba ayuda al gobernador de Barbados aduciendo:
Estas desgracias que afligen la humanidad de estos países deben llamar por su propia conveniencia la atención del gobierno de S.M.B. El ejemplo fatal de los esclavos y el odio del hombre de color contra el blanco, promovido y fomentado por nuestros enemigos, van a contagiar a todas las provincias inglesas, si con tiempo no toman la parte que corresponde para atacar semejantes desórdenes.
Lo que desconocía Bolívar es que su patria británica se estaba planteando la supresión de la esclavitud al resultarle lesiva con los nuevos métodos de producción.
Tras la batalla de Carabobo, producto de la euforia, decretó Bolívar la libertad de los esclavos, siendo seis los únicos beneficiarios de la medida.
El 20 de agosto de 1821, el Congreso de Cúcuta sancionaba una constitución liberal. Bolívar era elegido presidente de la Gran Colombia, y Francisco de Paula Santander, su vicepresidente.
Pero Santander también quería ser cabeza de ratón, y esto no disgustaba a Inglaterra, que prefería manejar colonias diferenciadas y más manejables; así, en Colombia, los partidarios de Bolívar se vieron obligados a ceder, constituyéndose en 1832 como República de la Nueva Granada, con lo que quedaba disuelta la Gran Colombia.
En el entretanto, los patriotas seguían sin doblegarse al agente británico. Pasto se había convertido en un bastión que no cedía el empuje separatista… Y Pasto era lugar estratégico para el desarrollo de los intereses comerciales británicos. El 25 de Diciembre de 1822, Sucre tomó Pasto imprimiendo una dura represión.
El caso de Pasto es digno de especial atención. Representó el primer lugar de actuación del general de hombres libres Agustín Agualongo. Pero es que Agualongo era pastuso, y los pastusos significaron siempre la piedra de escándalo del separatismo americano. Siempre fieles a la Patria, sufrieron el genocidio y el escarnio por parte de los agentes coautores de la secesión.
El tremendo odio que sentía Simón Bolívar contra Pasto se desencadenó en la navidad de 1822, cuando las tropas separatistas, al mando de Antonio José de Sucre, tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de genocidio. Hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más escalofriantes abusos.
A la llegada del ejército separatista, la población huyó o se refugió en las iglesias, y finalmente salió en procesión con la imagen de Santiago. Las tropas de Sucre no respetaron ni a los ancianos de 80 años ni a los niños de pecho. Quien más destacó fue Apolinar Morillo, el mismo que tiempo después sería la mano ejecutora en la conjura masónica dirigida por José María Obando, y que acabaría asesinando al propio Sucre.
La orgía de sangre del ejército bolivariano, compuesto en gran parte por mercenarios ingleses, no se detuvo ante nadie ni ante nada. Arrasaron los templos con sus caballos, arrastraron las imágenes con sogas, saquearon todos los bienes materiales, profanaron los sagrados, violaban a las mujeres para después degollarlas…
Las acciones duraron tres días que debieron parecer eternos a los pastusos, y de su acción, como también había sucedido en la Península, no se salvaron los archivos públicos y los libros parroquiales.
Bolívar, a lo que resulta de las opiniones vertidas sobre Pasto, habría deseado que nunca hubiese existido… o habría deseado exterminarlo como posteriormente sería exterminado el pueblo selkman en la Patagonia.
Pero si los libertadores no fueron capaces de exterminar físicamente a los pastusos, no dudaron en intentar llevar esa labor en otros ámbitos; así, el imaginario forzado por los agentes británicos, como extensión de la Leyenda Negra contra España, ha condenado al pueblo de Pasto a ser la irrisión de quienes basan sus conocimientos en la propaganda.
¡Malditos! ¡Demonios! ¡Infames! ¡Malvados! ¡Infelices! ¡Desgraciados! Fueron entre otros los epítetos insultantes con que calificaría Bolívar a los Pastusos.
Y la acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un ejemplo para el pueblo hispánico. Solo un genocida sin alma, o sencillamente un demente, pudo ordenar semejante actuación contra un pueblo.
Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, dejaron en Pasto muestras suficientes de su odio y su desprecio por la Humanidad.
El genocidio de Pasto, por otra parte, no fue sino una etapa más de la guerra a muerte que había decretado en 1813. Pero en la mente de Bolívar debió ser algo más. Su odio hacia los pastusos parece alcanzar un grado de enfermedad, a juzgar por lo descrito por Luis Perú de Lacroix, masón y edecán de Bolívar, que escribió en sus memorias algunas sentencias del libertador:
Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos.
Tras los estragos llevados a cabo sobre Pasto, la mayoría de los jefes patriotas cayeron en la pesadumbre. No es el caso de Agualongo, quien creía haber encontrado el momento de la revancha y se lanzó sobre Quito con un ejército de unas ochocientos voluntarios. En el curso de esta campaña tomó Ibarra el 12 de Julio de 1823; pero el 17 tuvo un nuevo encuentro que resultó fatal.
El enfrentamiento de Ibarra se convirtió en otra catástrofe a sumar en el triste balance de los pastusos y de la Hispanidad: en un acto de ¿suerte?, ¿astucia?... el ejército separatista, comandado por el agente británico Simón Bolívar, infligió una terrible derrota a los pastusos, de los que la práctica totalidad pagó con su vida la ilusión de la venganza.
Pero el odio de Bolívar no desapareció con esta nueva masacre. Muy al contrario, quedó reflejado en la orden que, tras la victoria de ese aciago día, dio al General Salom. Entre otras, marcaba las siguientes medidas:
Destruirá US. todos los bandidos que se han levantado contra la República.
Mandará US. partidas en todas direcciones a destruir estos facciosos.
Las familias de estos facciosos vendrán todas a Quito para destinarlas a Guayaquil.
Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados.
Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil.
No quedarán en Pasto más que las familias mártires por la libertad.
Se ofrecerá el territorio de Pasto a los habitantes patriotas [separatistas] que lo quieran habitar... (Varela: 42)
Odio que quedaría remarcado en su carta de 21 de Julio de 1823 al general Santander, en la que decía Simón Bolívar:
Ya está visto que (los pastusos) no se pueden ganar y por lo mismo es preciso destruirlos hasta en sus elementos.
Era una guerra de reveses. José Mires tomaría Pasto, quedando Agualongo encerrado en el convento de las monjas Conceptas, de donde acabó huyendo para sufrir nueva derrota en Buenaventura, esta vez definitiva, a manos de Tomás Cipriano Mosquera. El 24 de Junio de 1824 fue sorprendido por el General José María Obando, el mismo que acabaría asesinando a Sucre.
Agualongo fue tomado prisionero, sometido a juicio, curioso el dato para quienes actuaban como habían hecho en Pasto, y fue condenado a muerte, que fue ejecutada el trece de julio de 1824.
El héroe contaba cuarenta y cuatro años de edad, y justo en esos momentos llegaba la orden de ascenso a General de Brigada.
Ante el pelotón de fusilamiento exclamó que, si tuviese veinte vidas, estaba dispuesto a inmolarlas por su religión y por su Rey de España, suplicó que no le vendaran, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente, sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estirpe.
Agualongo sí era indio… Para contrarrestarlo, sólo la facción de Bolívar contó con entre 7000 y 8000 soldados británicos, los cuales le hicieron alcanzar grado de general y hasta de embajador, compaginando estas funciones con las de representante diplomático de la Gran Bretaña, como señala y era el caso del mismo O’Leary.
Bolívar encontró en Pasto resistencia patriótica que arrasó a sangre y fuego, pero no fue Pasto el único lugar que el tirano miraba con desconfianza. Así, con relación a Coro, que tantas muestras había dado de mantenerse fiel a la Patria, manifestaba el genocida de Pasto en carta a Rafael Urdaneta el 24 de diciembre de 1826:
El resto del pueblo lo creo tan godo como antes. Ni aún por mi llegada se acercan a verme, como que sus pastores son jefes españoles. Yo creo que si los españoles se acercan a estas costas, levantarán 4 ó 5.000 indios en esta sola provincia. La nobleza de este país permanece renuente y abstraída de todo; pero cobrando millones y Coro no ha valido jamás un millón.
En el cénit de Junio de 1825, como dándose cuenta del tipo de apoyos que contaba, reflexionaba desde el Cuzco:
Es muy raro lo que sucede en el Alto Perú: él quiere ser independiente y todo el mundo lo quiere dejar con la independencia.
Los libertadores, de entre los que destacaremos a Bolívar, no ocultaban ni la dependencia política ni la dependencia económica de Inglaterra; y, lógicamente, la misma se extendería como el aceite por toda la América, hasta entonces libre. Todos los territorios liberados fueron firmando onerosos tratados de comercio que los encadenaban a Inglaterra.
Hacia 1829, Colombia tenía una deuda acumulada de 6.688.949,20 libras esterlinas. Los tres estados en que se balcanizó se verían lastrados por la que sería conocida como «Deuda Inglesa». Muestra de lo acaecido con todos los tratados de comercio que fueron firmados por todos los países “independientes” (incluido el que continuó llamándose España), surgidos tras la diáspora.
Conseguidos ya todos los objetivos militares británicos, tocaba consolidar otros aspectos; así, en Panamá, al amparo de la crisis nacida como consecuencia del enfrentamiento entre Bolívar y Santander, en un acta del 16 de septiembre de 1826, los mercaderes istmeños plasmaron su proyecto: no importa cómo se resuelva el problema político en Colombia, siempre que ambas partes coincidan en convertir al Istmo en un país hanseático.
Era el signo del destino a que está sometido el mundo hispánico en el proyecto británico: la absoluta disolución, hasta las últimas consecuencias, y siempre que conlleve el sometimiento a los intereses ingleses.
Un nuevo estatuto colonial bajo la forma de protectorado en el que los ingleses son los guardianes, en principio, de la economía; y de ahí, a todos y cada uno de los ámbitos de la vida… hasta la imposición de su música, de su comida basura de sus vicios, y últimamente de su idioma.
Debemos tener presente que la 1ª Junta de las Provincias Unidas (Luego Argentina) alargó sin fecha de finalización el convenio de libertad de comercio de Inglaterra, siendo que la balanza de pagos era contraria a las Provincias Unidas, no en un 20 o un 30 por ciento, sino en un 90 por ciento. Por cada 10 unidades monetarias que exportaba, importaba cien de Inglaterra.
Todas esas situaciones son, sin lugar a dudas, objetivos conseguidos por los libertadores, y muy en concreto por Simón Bolívar.
Como ejemplo, y solo como ejemplo, del rosario de actos que podemos calificar de traición a la Patria, vamos a señalar tan solo tres hechos: Simón Bolívar propone, el 6 de Julio de 1829, situar a Colombia como protectorado de la Gran Bretaña; José Marúa Urvina, presidente que fue de Ecuador entre 1852 y 1856, solicitó formalmente a los EE.UU. convertir Ecuador en un protectorado; Eloy Alfaro ofreció Galápagos a EE.UU. como base militar permanente, y de hecho fue utilizada como tal durante el curso de la II Guerra Mundial. Tres ejemplos; solo tres ejemplos llevados a cabo por alguna de las porciones en que los intereses británicos convirtieron a la única nación que hizo frente a su acción genocida. Pero podemos seguir con las Islas Malvinas, con Puerto Rico, con Filipinas, con el no uso del submarino en la guerra contra Estados Unidos… en un rosario sin fin de traiciones a la Patria.
Pero desgranemos alguna cuenta más del rosario en estos primeros momentos de la separación. Olmedo Beluche nos señala que el año 1830:
Un grupo de notables panameños, agrupados en el Gran Círculo Istmeño gestionan ante el cónsul británico la secesión de Panamá, colocándolo como un protectorado inglés.
Tal vez animados por esta invitación, en 1836, los británicos reclamaron el derecho de administrar el territorio de Belice, quedando como colonia subordinada a Jamaica con el nombre de Honduras Británica.
Era la respuesta lógica de quienes tantas invitaciones habían recibido para efectuar su labor depredadora, ya que la sumisión a Inglaterra fue reiteradamente solicitada por Bolívar.
A mediados de marzo de 1825, encontrándose en Lima, lo escribió al Vicepresidente Santander y se lo dijo también al Capitán de navío inglés Thomas Mailing.
No era un brote puntual de agradecimiento del siervo a su señor, pues este mismo extremo volvió a repetírselo a Santander en el Cuzco en julio de 1825. Y el embajador en Londres volvería a hacerlo en diciembre del mismo año…
Quedaba claro que las nuevas formas de colonización llevadas a cabo por Inglaterra no pasaban por la ocupación militar con tropas propias, pero Bolívar no acababa de entender la voluntad de su amo y continuó insistiendo en su petición. Así, volvió a exponerlo al Cónsul General en el Perú en 1826… y lo único que consiguió fue que la metrópoli estuviese presente en el Congreso anfictiónico de Panamá de 1826.
Y nuevamente volvió a la carga en 1827. Quizá esa perseverancia en desobedecer las órdenes recibidas estuvo detrás del atentado frustrado que sufrió el 25 de septiembre de 1828, y quizás, sólo quizás, fue lo que propició que no acabase marchando también a Inglaterra.
Y en medio de esta merienda de británicos, Gregor MacGregor, el compañero de Miranda y luego general de Bolívar, bajo cuyo mandato se proclamó durante dos meses Brigadier general de las provincias unidas de Nueva Granada y Venezuela, y general en jefe de los ejércitos de las dos Floridas, fue nombrado diputado en el congreso constituyente de Cúcuta. En 1820 se autoproclamaba cacique del Principado de Poyais y Costa Mosquito; en América Central, intentó colonizar con inmigrantes escoceses e ingleses a los que vendía fincas, y finalmente abandonó a su suerte en la Honduras Británica (hoy Belice). Este aventurero moriría en Venezuela con el rango de general, y América entera se había convertido en mercadería en manos británicas.
Y todo en beneficio de Inglaterra. Inglaterra se apoderó de todos los recursos naturales a uno y otro lado del Atlántico; Inglaterra se apoderó del comercio… Y todo a un moderado coste ajeno…. Medio millón de muertos que el agente Bolívar (al alimón con el coro de agentes enquistados en los órganos de poder de España) inmoló en honor de sus amos.
Las guerras separatistas de América tenían un fundamento claro: romper España y someterla mediante tratados de comercio. No fue una guerra buscada por el pueblo por la conquista de mejoras sociales, sino una guerra de aquellos a los que España les impedía llevar a cabo su tiranía.
La gente sencilla jamás se involucró en semejante aventura y, por eso, las levas de Bolívar en cada ciudad y pueblo eran sangrientas, porque nadie quería servir a su causa. Pero si no era por las buenas, lo era por las malas. Todos se vieron forzados a servir la causa británica.
Y si, Bolívar fue un buen vasallo de su señor: Inglaterra.
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