sábado, agosto 15, 2015

GUERRA DE SUCESIÓN






Cesáreo Jarabo Jordán

pensahispa@gmail.com



ÍNDICE:


EL REINADO DE CARLOS II………………………………………….. Pag. 2



UNA NUBE DE ADVENEDIZOS ……………………………………… Pag. 11



ASPECTOS POLÍTICOS DEL REINADO DE FELIPE V……………… Pag. 21



ASPECTOS SIGNIFICATIVOS DEL CONFLICTO BÉLICO –I………. Pag. 39



ASPECTOS SIGNIFICATIVOS DEL CONFLICTO BÉLICO –II………. Pag. 51



EL TRATADO DE UTRECHT…………………………………………… Pag. 63



MANEJOS EUROPEOS PREPARANDO EL DESCUARTIZAMIENTO Pag. 75



FIN DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN EUROPA Y EN ITALIA…….Pag. 85



BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………Pag. 99




















EL REINADO DE CARLOS II


El 6 de Noviembre de 1661 nace en Madrid un niño destinado a protagonizar una de las vidas más tristes de la historia: Carlos, hijo de Felipe IV y de su sobrina Mariana de Austria. Tenía una hermana mayor, Margarita Teresa, y una tía carnal, Maria Teresa de Austria. Estas relaciones de hermana y tía tendrían graves consecuencias.


Margarita Teresa había casado con el emperador Leopoldo, que a su vez era hijo de Maria Ana de España, hija de Felipe III. Leopoldo era el padre del archiduque Carlos, pero no era hijo de Maria Ana de España, sino fruto del matrimonio con su tercera mujer, Leonor Magdalena de Palatinado-Neoburgo. Los derechos sucesorios del Archiduque, así, eran más cuestionables que los del Duque de Anjou, ya que procedían de la cesión que, contra derecho, hizo Maria Ana a favor de Leopoldo.


La “Gazeta de Madrid” del día 7 de Noviembre de 1661 señalaba así el acontecimiento: “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”1; apreciación que no era compartida por todos, ya que el embajador de Francia escribía: ”El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo”. 2


Diferencia de pareceres que auguraban algo triste para España, y que desde el primer momento ocasionaron en las cortes europeas avidez de información e inicio de conspiraciones.


Estudios especializados indican que este pobre niño probablemente padeció el síndrome de Klinefelter, una alteración cromosómica que aporta un cromosoma extra que se caracteriza por aportar infertilidad, genitales pequeños, crecimiento de los senos y otras alteraciones físicas y mentales que le acarrearon graves deficiencias de todo orden a lo largo de su vida.


Genéticamente, Carlos era el resultado fatal de cerca de dos siglos de constante endogamia (en total tenía seis tatarabuelos, cuando lo normal son dieciséis), y políticamente la triste representación del destino fatal que le aguardaba a España. Pero sus defectos físicos no fueron la única lacra que padeció quién fue rey a los cuatro años, cuando aún le faltaban dos para aprender a caminar. A los nueve no sabía leer ni escribir,3 y sobrevivió milagrosamente treinta y nueve años, en parte gracias a la superprotección recibida de su madre y de su aya.


Supervivencia milagrosa que impidió atender debidamente las cuestiones de estado y posibilitó la descomposición nacional.


Cuando en 1665 falleció el inane Felipe IV, y ascendía al trono el decrépito niño, hacía diecisiete años que con los tratado de Westfalia y de Munster se había cerrado en falso la Guerra de los Treinta Años, que había significado para España graves perjuicios para la integridad territorial. Y los grandes hombres, como el Cardenal Infante o el general Espínola, habían desaparecido dos décadas atrás. Carlos II contaba cuatro años, y su hermanastro, Juan José de Austria, treinta y seis.


La muerte de Felipe IV significó el inicio de una frenética actividad europea para alcanzar sus mejores sueños: la destrucción de España; algo que, desde dentro, recibía un apoyo que no puede ser considerado como menor.


Si nefasto había sido para España el reinado de Felipe IV, se anunciaba con el nuevo rey, niño y gravemente enfermo un periodo de convulsiones que se extenderían no sólo a lo largo de España, sino en toda Europa, donde se esperaba el momento de acometer lo que desde siglos llevaban pergeñando: la destrucción de España.


Esos designios estarían auspiciados por la propia reina, Mariana de Austria, que más afecta a los intereses de Austria que a los de España, no tardó en poner en manos del jesuita alemán Juan Everardo Nithard (a quién sin consulta previa y violando las leyes, nombró Inquisidor General), el control del gobierno.


Con una nobleza sin mucho espíritu, se acababa de conformar el triste cuadro de una España que había dejado de ser el faro del mundo. En ese contexto, el emperador Leopoldo y Luis XIV signaron el primer tratado de partición de España por el cual Francia pasaría a poseer Flandes mientras Leopoldo quedaría como rey de España a la muerte del enclenque Carlos II. Pero si la guinda iba a esperar, no tenía por qué esperar el resto de la tarta; así, el año 1667, Luis XIV de Francia reclamó Flandes, Brabante y el Franco-Condado como supuesta dote de su mujer, y en un paseo militar, invadía Flandes y tomaba el Franco Condado, al tiempo que invadía Cataluña. Para redondear el asunto, en 1668, tres años después de la muerte de Felipe IV, Mariana de Austria daba por buena la secesión de Portugal en unos momentos en los que, dada la situación de Portugal, un mínimo esfuerzo hubiese podido acabar con los intentos secesionistas, pero el fuego prendía por todas partes a la par de la incompetencia o la mala fe administrativa.


El único que parecía ir contra corriente era el rey, pues, dentro de su inmensa debilidad, Carlos resistiría vivo, a duras penas, hasta el año 1700. La Guerra de Sucesión tendría que esperar cuatro décadas…


Ante semejante espectáculo, las esperanzas del pueblo español recaían en el bastardo Juan José de Austria, que contaba con su apoyo y cariño. Juan José de Austria tenía a su favor una actividad política y militar con claroscuros… algo que lo ponía en situación muy ventajosa con relación a la nobleza y a los políticos, que demostraron no tener claroscuros, sino directamente una negativa oscuridad.


Juan José de Austria había sido engendrado por Felipe IV en María Calderón, “la Calderona”, una famosa actriz del momento, pero el testamento del rey, a pesar de la gran significación que tenía, lo dejó fuera del gobierno, en el que la regente, Mariana de Austria, sería asistida, no por quién representaba la energía que necesitaba el estado, sino por altos cargos de la administración.


Mariana de Austria buscó el valimiento de un jesuita alemán, Everardo Nithard, a quién, como queda señalado, nombró Inquisidor General. Esta actuación dejaba al descubierto la animadversión existente entre la regente y su hijastro, e indispondría a Juan José de Austria con la reina y con el gobierno. Indisposición que dio lugar a distintas conspiraciones que abarcaron todo tipo de actuaciones, incluido el asesinato y la dejación de funciones esenciales para la seguridad nacional.


La conspiración de Nithard contra don Juan, y la de éste contra aquel llevó a que, con objeto de alejarlo de la corte, don Juan fuese nombrado gobernador general de Flandes, pero más atento a sus intereses particulares que a los generales, eludió el encargo alegando enfermedad, tras lo cual se produjo una persecución del entorno de don Juan al tiempo que él era desterrado a Consuegra, de donde acabó huyendo el 21 de Octubre de 1668, conocedor de la orden dictada para prenderle.


Pero don Juan tenía la simpatía del pueblo y del Consejo de Estado, quién aconsejó apartar a Nithard y recibir a don Juan, que había huido a Cataluña, donde recibió todos los parabienes, en recuerdo de su estancia anterior con motivo del fin de la Guerra de los Segadores, y hasta el virrey, duque de Osuna, participó en el apoyo, que se materializó en “tres buenas compañías de caballos que le dio el de Osuna…/… Aclamábanle á su tránsito los pueblos catalanes, y al acercarse al Ebro, por más que la reina había prevenido, á los estados de Aragón que no le hiciesen ni festejos ni honores, salieron muchísimas gentes de Zaragoza á recibirle, é hizo su entrada en la ciudad en medio de aclamaciones y gritos de: Viva el rey, viva don Juan de Austria, muera el jesuita Nithard…/… Tomó don Juan en Zaragoza hasta trescientos infantes, y con éstos y los doscientos caballos, y otras personas armadas, criados y amigos, se encaminó hacia Madrid, llegando el 24 de febrero (1669) á Torrejón de Ardoz, distante tres leguas de la capital, donde hizo alarde de su gente.4


Exigió don Juan la expulsión de Nithard al tiempo que el pueblo de Madrid apoyaba su exigencia, lo que se consiguió por decreto real al día siguiente, 25 de febrero, saliendo el jesuita en medio de los insultos de la gente, no llegando a ser agredido físicamente merced a la escolta que guardaba su seguridad.


Entre tanto, un joven con aspiraciones, Fernando de Valenzuela, se hacía hueco en la corte a la sombra de Nithard, participando y sufriendo en forma de disparo en un brazo las consecuencias de las conspiraciones. Acabaría siendo nombrado primer ministro.


Pero la defenestración de Nithard no significó el encumbramiento de Juan José de Austria, que no supo o no quiso culminar lo que había iniciado y que tantas expectativas había creado en el pueblo español, sino que aquel sería sustituido por Fernando de Valenzuela y Enciso como primer ministro, mientras él, cumpliendo órdenes de la reina, se retiraba a Guadalajara, desde donde continuó haciendo exigencias “sobre reformas políticas y de carácter revolucionario.” 5


Incomprensiblemente Juan José de Austria, que había presentado un auténtico programa de gobierno como respaldo a su acción militar, hacía marcha atrás. Hubo un momento en el que todo hacía indicar que iban a cambiar las cosas, pero don Juan se conformó cuando fue nombrado Virrey de Aragón, y la decepción del pueblo fue general.


Carlos II asistía al Consejo desde 1675, cuando todavía no contaba catorce años. Dos años después, y con su apoyo, en enero de 1677, entró D. Juan José en Madrid, lo que ocasionó la huída de Valenzuela, quién finalmente fue detenido y desterrado (moriría en México el año 1692), al tiempo que la reina Mariana era alejada de la corte.


Pero las expectativas que todos tenían en el gobierno de Juan José de Austria fueron frustradas por una actuación que no concordaba con lo que de él se esperaba. Su principal preocupación, en vez de dedicarse a la regeneración del gobierno y de las instituciones, serían las intrigas cortesanas, asunto del que se encargó hasta su muerte, acaecida el 17 de septiembre de 1679. Sólo mostró algo de ingenio en mejorar las finanzas del estado, capítulo siempre pendiente en la administración.


A todo asistía Carlos II como convidado de piedra. Viendo los círculos de palacio que, contra lo previsto, no se moría, fue concertada su boda con Maria Luisa de Orleans. Él contaba 18 años, y ella diecisiete. Ella fallecería, virgen, diez años después.


Entre tanto, las actividades de acoso no cesaban. Así, en 1674, la rebelión de Mesina, iniciada por los intereses franceses, alcanzó una situación crítica, por lo que resultó necesario desviar tropas catalanas a Sicilia. En esta ocasión, como anteriormente con el caso de Flandes, don Juan José de Austria volvía a anteponer sus intereses particulares a los intereses generales al negarse a participar en la empresa al estimar que era enviado con objeto de alejarlo de la corte donde, en breve, sería reconocida la mayoría de edad de Carlos II. Así, la rebelión de Mesina, cuya reconducción hubiese significado un mínimo esfuerzo y un incremento notable de la gloria de Juan José de Austria, y con ello un refuerzo de la necesaria regeneración nacional, acabó gracias a la acción casi exclusiva de los propios sicilianos.


En 1677 Juan José de Austria, que para muchos era la esperanza de la Monarquía Hispánica, con apoyo de Aragón, Cataluña, Valencia y Navarra dio un golpe de estado a la reina regente Mariana de Austria, procediendo a realizar una cascada de reformas que resultaban necesarias para el funcionamiento de la Monarquía. Entre ellas, las visitas llevadas a cabo a los virreinatos, que en el caso de Nápoles sería realizada por un milanés, Danese Casati, que se ganó la amistad del pueblo napolitano y la animadversión de su oligarquía, que volcó toda su ira contra él una vez fallecido don Juan José de Austria.

Cuatro años después de la rebelión de Mesina, en septiembre de 1678, tuvo ocasión la firma de la paz con Francia, en Nimega. Aquí sí asistió D. Juan José de Austria, pero no para imponer la energía que se le suponía, sino para claudicar con las pretensiones de Francia, a quién se cedió el dominio del Franco Condado así como una serie de ciudades en Flandes y la mitad de La Española, Haití, que acabaría convirtiéndose en un núcleo del esclavismo francés.


A partir de la paz de Nimega, Juan José de Austria buscó la alianza con Luis XIV, y casó a Carlos II con Maria Luisa de Orleáns, a cuya celebración no pudo asistir, ya que falleció el 17 de Septiembre de 1679, con lo que nuevamente la reina viuda entró en el Consejo Real, siendo nombrado primer ministro el duque de Medinaceli, mientras la crisis económica hacía mella en la vida nacional, siendo que las medidas adoptadas llegaron a alterar el valor de la plata, y el hambre se señoreó del pueblo.


En tanto que en Nimega sucumbía España ante la voracidad de sus eternos enemigos, “ocupaban á la corte de Madrid miserables intrigas y rivalidades de mando y de empleos…/…vióse con pena que ni el príncipe virrey desistía de sus ambiciosos proyectos, ni la reina regente había aprendido lo bastante para no volver á hacerse odiosa.”6


Como queda señalado, en septiembre de 1679 falleció Juan José de Austria, volviendo a tomar las riendas la reina Mariana, con lo que las reformas iniciadas comenzaron a tambalearse mientras nacían dos facciones enfrentadas: la adicta a la reina Mariana, encabezada por el duque de Frías, y el partido nacional, encabezado por el duque de Medinaceli.


Los enfrentamientos políticos condujeron al triunfo del partido nacional; así, en abril de 1680 el duque de Medinaceli fue nombrado primer ministro, puesto desde el que se dedicó a desmontar la labor realizada por Juan José de Austria, que se había centrado en la reforma fiscal.


La situación de la hacienda llegó a ser caótica, y a ello se unía una grave crisis económica que comportó hambruna y pestes en los reinos peninsulares. La espiral sería alargada por la administración del estado que, animada por la actitud errática del duque de Medinaceli llegó a incautarse de los envíos a particulares procedentes de América, lo que provocó la réplica de los perjudicados, uno de los cuales, el elector de Brandeburgo, se incautó de los barcos españoles surtos en Ostende, y en el orden interno, conflictos de diversa entidad cuyo reflejo más significativo fue la huelga de brazos caídos del personal subalterno del Palacio en 1680.7


Corría el año 1680, cuando, según relata Manuel Henao y Muñoz, “recibíanse en Madrid y de todas partes tristísimos noticias, ya de la pérdida de los galeones con sus tripulantes, pasajeros y el oro que nos traían de las Indias, ora de la destrucción de una ciudad de Sicilia por un torrente, y cuándo que el mar habia roto los diques, inundaba las provincias de Flándes y asolaba las comarcas y las poblaciones; que un huracán habia sumergido en las aguas de Cádiz sesenta bageles, que un voraz incencio habia devastado al Escorial, en tanto que las epidemias mermaban las provincias españolas de Levante y Mediodia.”8


La crisis generalizada provocó la crisis de gobierno, y el de Medinaceli cedió el puesto al conde de Oropesa, que pudo ver cómo Luis XIV de Francia, en 1684, renovaba las hostilidades en Flandes, Navarra y Cataluña, tras lo cual, en el tratado de Ratisbona, España entregaba a Francia Estrasburgo, al tiempo que renunciaba a la posesión de Luxemburgo.


Esta sucesión de despropósitos significó el ocaso de Medinaceli y el ascenso del conde de Oropesa, que a su vez sucumbiría en 1691 cuando Carlos II casó con Maria Ana de Neoburgo (Maria Luisa de Orleáns murió en 1690). El motivo no fue la inoperancia administrativa del conde de Oropesa, sino el que éste se había señalado como partidario de otra candidata.


Una nueva guerra con Francia mostraba las debilidades del ejército español mientras el descontrol político y administrativo, unido al enfrentamiento existente entre Maria Ana de Neoburgo y Mariana de Austria, provocó la creación de una Junta de Gobierno que fue copada por los austracistas, en su enfrentamiento con los partidarios del rey francés.


El descontrol de la administración del estado y los enfrentamientos entre facciones facilitaba las actuaciones de quienes esperaban la ocasión para arremeter contra su eterno enemigo; así, en 1697 las tropas francesas ocuparon Barcelona, y el curso de la guerra, desastroso para España, dio lugar a las negociaciones de paz de Ryswick, donde Francia, “generosamente”, y conociendo al detalle la situación de Carlos II y actora principal de los tratados de reparto, devolvió a España los territorios que habían sido ocupados en la guerra, aparentemente sin compensación alguna.


De momento tenían suficiente con la marcha sin norte de la monarquía hispánica, donde las intrigas palaciegas acababan encumbrando al cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, que como en el caso de Juan José de Austria con relación a D. Juan de Austria, pretendía ser émulo de Cisneros, pero lamentablemente para España, la triste realidad es que ni uno ni otro supieron llegar a la altura de miras de quienes pretendían emular.


La cuestión sucesoria marcó todo el reinado de Carlos II, que en 1697 dictaba un primer testamento a favor de José Fernando de Baviera, hijo del emperador Leopoldo, que resultaría inaplicable al haber fallecido el beneficiario el año 1699, lo que dio lugar a un nuevo tratado, a espaldas de España: el Tratado de Partición de Londres de 1700. En él se reconocía como heredero al Archiduque Carlos, a quién se le otorgaba la península, los Países Bajos y las Indias, mientras Nápoles, Sicilia y Toscana serían para el Delfín, y Leopoldo, duque de Lorena, recibiría Milán a cambio de ceder Lorena y Bar al Delfín. Estos acuerdos fueron tomados por Francia, Holanda e Inglaterra, pero el Emperador reclamaba la totalidad de la herencia española ya que, animado por los entresijos cortesanos, confiaba que Carlos II nombraría heredero universal al archiduque.


Y entre quienes estaban tratando el descuartizamiento de España, señala Vicente Bacallar y Sanna que el conde de Oropesa, ante la flaca salud de Carlos II, buscó sucesor a la corona de España. No dudó en plantear tres candidatos: el emperador Leopoldo, el rey de Francia y el hijo del duque de Baviera, siendo que los tres eran aborrecidos por Carlos II.


El emperador sería rechazado por el jurisconsulto José Pérez de Soto, por no encajar con “las leyes municipales de España, favorables á las hembras…”9, pero Manuel Joaquín Álvarez de Toledo, conde de Oropesa era partidario del emperador Leopoldo (que fallecería ese mismo año), y Carlos II eligió a éste, que, conocedor de la noticia, y mientras se estaba cerrando el tratado de Riswick (1697), que ponía fin a la Guerra de los Nueve años, “propuso la división de la monarquía de España entre varios príncipes” 10.


Mientras en Europa comenzaban a repartirse el pastel, el mundillo de conspiradores estaba repleto de trepas que al amparo de la que a pesar de todo seguía siendo la monarquía más poderosa del mundo, conspiraban en busca de intereses cada vez más alejados de los intereses nacionales. Entre ellos, en este momento destacaba Francisco Ronquillo, que buscando prestigio y apoyo internacionales para la consecución de sus objetivos, de manera un tanto autónoma defendía la revolución y al nuevo rey inglés, Guillermo de Orange. “Ronquillo contribuyó al éxito de la revolución inglesa”11 y posteriormente utilizaría esos contactos para dirigir la política española por los derroteros cercanos a los intereses británicos.


La corrupción era generalizada, hasta el extremo que el mismo Inquisidor General Rocaberti, contrariando la historia y los métodos de la Inquisición incurría en todo tipo de veleidades, entre las que destaca el exorcismo a que fue sometido Carlos II. Pero no fue sólo Rocaberti, sino también su sucesor Baltasar de Mendoza, quien, también implicado en las intrigas, y contraviniendo las instrucciones del Santo Tribunal, según señala Manuel Henao, ordenó el encarcelamiento y proceso del padre Froilán Díaz, confesor del rey que había sido obligado a exorcizar a unas mujeres que dijeron que el mal del rey había sido provocado por la reina.12


Vicente Bacallar señala que las intrigas cortesanas quisieron dar a la enfermedad mental de Carlos II un carácter oscuro, para lo que se prestó hasta una Inquisición que ya no era sombra de lo que fue en su momento, llegando a prestarse el confesor real a entrevistarse con una bruja a la que preguntó sobre los males del monarca.13 A poco murió Leopoldo, y el Consejo obtuvo que Carlos eligiese como heredero al duque de Anjou.


Con esta situación se alteró la paz pública, y el pueblo, que pasaba hambre, fue manipulado para atacar al conde de Oropesa, a quién le asaltaron y destruyeron la casa, al tiempo que clamaban contra la reina. Consecuencia de este motín fue el exilio del conde de Oropesa.


Pero el asunto era más grave: España se quedaba sin rey y ello señalaba el principio de la fragmentación de España, siendo que cada cual estaba dispuesto a reclamar sus derechos. Algunos comenzaban a hacer movimientos: Inglaterra y Holanda ofrecieron sus armadas para garantizar la sucesión, mientras la reina Mariana de Neoburgo enviaba al duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, la orden (desoída) de albergar tropas enviadas por el emperador Leopoldo.14


La decadencia era manifiesta en todos los órdenes. Pocos nombres ilustres generó esta época; apenas podemos citar a Claudio Coello en pintura y a Antonio Solís en historia.


Señala Germán Segura que a inicios del siglo XVIII la corona de Castilla aglutinaba en torno a 5,5 mi­llones de españoles y la de Aragón unos 1,5 millones (400.000 en Cataluña). La ciudad más poblada era Madrid, que rondaba los 140.000 habitantes y do­blaba el número de Sevilla y Granada. Valencia, Cádiz, Barcelona, Córdoba, Zaragoza y Málaga seguían en orden descendente con cifras que iban desde los 50.000 habitantes de la primera hasta los 30.000 de la última. Sin embar­go, la mayor parte de la población continuaba viviendo en la España rural, la cual constituía el verdadero corazón de la economía hispana”15


El nombramiento de heredero se hacía perentorio, y a punto de morir, el tres de Octubre de 1700, Carlos II dictó testamento a favor del duque de Anjou, recayendo la responsabilidad de gobernar entre tanto en el cardenal Portocarrero, que según relata algún historiador, hizo demasiadas ofertas a los distintos grupos políticos, que a la corta acabaron pasando factura. El testamento marcaba que en el caso de que éste muriese sin descendencia, sus derechos pasarían a su hermano menor el duque de Berry, tras el cual, y a falta de descendencia, la herencia sería otorgada al Archiduque Carlos de Austria, quedando como última posibilidad el duque de Saboya.


No cabe duda que en esa decisión tuvo parte muy importante la opinión de los miembros del Consejo de Estado. Al respecto, señala Mª Rosa Alabrús Iglésies “el pragmatismo muy evidente del Consejo de Estado …/… ante la muerte del candidato José Fernando de Baviera, optó por “subirse al carro de quien dominaba la política europea”.16


Nos preguntamos qué pasaba con las Cortes del reino. Debemos tener en cuenta que, tradicionalmente, en España se entendía al pueblo español como protagonista último de la Monarquía Hispánica, y siempre pervivió la idea que proponía la instauración de la Monarquía electiva del tipo visigodo, siempre evitando el “morbus gothorum” que la emponzoña.; algo que, con el transcurso del tiempo y ante el hecho conocido de las limitaciones de Carlos II, y la actuación de sus sucesores, se presenta como idea a considerar.


Con estos antecedentes, hubo quien, en el Consejo de Estado, propuso la convocatoria de Cortes para tratar de la sucesión de Carlos II, “pero esto no era del agrado de la mayoría, que consideraba la cuestion como de una herencia particular, y entonces fue cuando el conde de Frigiliana, al ver que se reprochaba esta idea, ó mejor dicho, este principio, que habia sido la base constitutiva de la antigua monarquía española, exclamó, al decir de un historiador, lleno de indignación: hoy habeis destruido la monarquia”.17


Pero según señala el mismo Manuel Henao, “dada la situación aflictiva en que se encontraba el país y la gran preponderancia que ejercia en la política europea el monarca francés, todo induce á creer, que si hubieran sido llamadas las Córtes á decidir de la sucesión, ó convocadas tan solo con el fin de dar su dictámen para ilustrar la conciencia del monarca en una ocasión tan crítica, de la misma manera hubiera subido al trono de Cárlos V el nieto de Luis XIV.”18


El 1 de Noviembre de 1700 fallecía Carlos II, “no tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”.19


Portocarrero sería el garante de la sucesión. ¿Sería la reedición del cardenal Cisneros? Los inicios eran similares, pero el final, lamentablemente, no fue el mismo. Lo que sí consiguió Portocarrero en un primer momento, fue controlar la situación de manera similar a como lo hizo Cisneros.


Pero la designación no acaparó todos los beneplácitos en Francia, ya que se contradecía con los pactos de reparto de Ryswick.


El conflicto, que probablemente hubiese podido soslayarse con la convocatoria de Cortes, estaba sentado. Lo que no resolvieron la cortes tuvo que resolverlo las armas, y es que tanto Luis XIV de Francia como el emperador Leopoldo I estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban derechos a la sucesión española (asimismo, las madres de ambos eran hijas de Felipe III). 


Tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque Carlos).


El por qué Carlos II testó a favor del duque de Anjou pretende aclararlo Mª Anne de la Trémoille, Princesa de los Ursinos, en su carta al marqués de Torcy de 6 de noviembre de 1705: “Es una verdad incontestable que esta nacion no se ha entregado á un príncipe frances sino por el miedo que tenía de no ser suficientemente socorrida por el emperador. En aquel tiempo estaba desunida la liga, Francia tenía ejércitos poderosos en las fronteras de España, y la casa de Austria parecía abandonada por sus aliados que pedían la división de esta monarquía. Estas fueron las razones que dieron á Cárlos II los que le aconsejaron que testara á favor del duque de Anjou…/… Los pueblos por otra parte, cansados de no tener comercio, acostumbrados á aborrecer nuestra nación, y seducidos por una infinidad de emisarios que han recorrido impunemente todas las provincias, se han figurado que si estuvieran bajo la dominación del archiduque venderían sus lanas que son toda la riqueza de España a los ingleses y holandeses, y que en seguida harían sus galeones el viaje á las Indias, cuyo producto total se figuran ellos que sacan hoy los franceses.”20


Cuando aceptó el cargo Felipe V, amén de por toda España, fue reconocido por todas las potencias europeas, incluidas Inglaterra y Holanda, menos por el emperador Leopoldo y sus allegados, quienes proclamaron que el rey no estaba en posesión de sus condiciones mentales cuando nombró sucesor.









UNA NUBE DE ADVENEDIZOS




La corte de Carlos II fue un hervidero de intrigas internacionales. Una vez cambiada la dinastía, aquellas intrigas se convirtieron en una guerra internacional extendida por media Europa. Pero las intrigas no se desvanecieron en la corte del nuevo rey, sino que ésta pasó a ser el centro neurálgico de los advenedizos, franceses y afrancesados por una parte y españoles por otra, cuyas miras personales se sobreponían a las miras de interés nacional. Curiosamente, al final del periodo, sería Felipe V quién, como en un espejismo, diese una sensación de dignidad patriótica.


Sería extremamente reduccionista señalar a un personaje como paradigma de la intriga, pero a la vez sería demostrar una ceguera absoluta dejar de señalar a una persona como la máxima expresión de esa intriga.


Si en tiempos de Felipe II destacó en ese capítulo la princesa de Éboli, con la dinastía francesa sería otra mujer, curiosamente portadora de título similar, quien concentrase en su persona la máxima expresión de la ambición política y la máxima expresión de la intriga. Era Mª Anne de la Trémoille, princesa de los Ursinos; una mujer enviudada en dos ocasiones que heredó el título de su segundo matrimonio con Flavio degli Orsini, y cuya ambición la llevó a mantener litigios de envergadura con su familia, a quién finalmente debió ceder el ducado de su segundo esposo.


Cuando el 16 de noviembre de 1700 subió al trono Felipe V, Mª Anne de la Trémoille, sería nombrada por Luis XIV de Francia camarera mayor de aquel, con el encargo de tutelar al joven rey; posición que sería confirmada cuando Felipe casó con Maria Luisa Gabriela de Saboya, el once de Septiembre de 1701.


Situada en su puesto de control absoluto se rodeó de sus adeptos quienes, como es el caso del conde de Montellano y de Juan Orry, acometieron reformas tendentes a limitar las corruptelas que infestaban la corte. Se pretendió hacer una profunda reforma administrativa bajo la dirección de Orry, que redactó detallados informes donde aconsejaba la centralización de la administración así como la reforma del sistema de gobierno basándose en el modelo francés, apuntando la eliminación de los consejos reales y la creación de ministerios, aspectos que alarmaron a la enquistada nobleza, y cuyo desarrollo natural nos lleva a los decretos de Nueva Planta.


Pero el carácter conflictivo que la de los Ursinos había demostrado en Italia con relación a su familia la acompañaría también en esta ocasión, lo que dio lugar a enfrentamientos sonados con el cardenal Estreés, embajador de Francia y con su sobrino el abate Estreés, así como con Louville y con el confesor del rey, Daubenton, enemigos ambos de la de los Ursinos.


Pronto los enfrentamientos se generalizaron, siendo importante el existente entre el cardenal Portocarrero y Estreés. Estas intrigas acabarían costando el puesto a Mª Anne de la Trémoille, decisión pronto revocada, si bien con la orden de que se sometiese a Estreés. La persistencia de los enfrentamientos acabó provocando la separación del prelado, lo que acarreó la renuncia de Portocarrero y el fortalecimiento de la de los Ursinos, que conformó el gobierno a su gusto, excluyendo a los franceses del gobierno.


Era tal el control ejercido por la de la Tremoille que en 1703, llegó a anular todos los despachos de Felipe V, excepción hecha del secretario de estado. En este punto, habiendo sido informado Luis XIV sobre la situación, y siendo que era manifiesto tutor de la monarquía española, escribía a su nieto: “Os amo con sobrada ternura para decidirme a abandonaros, y sin embargo, me obligareis á ello, si no me hallo enterado de lo que pasa en vuestro consejo; lo que tendría que suceder, si quitais al cardenal Estreés la franca entrada que hasta ahora ha tenido, no solo a él, sino tambien al duque de Harcourt y Marsin; en este caso me veré en la necesidad de suprimir el destino del embajador en Madrid.” 21


La desfachatez era absoluta, y en absoluto ocultada. El rey de Francia exigía al rey de España ¡le mantuviese informado de lo que sucedía en el Consejo de Estado!


Las instrucciones que emitía Luis XIV eran determinantes; por ejemplo, “el embajador de Francia ha de ser ministro de Su Majestad Católica, y es preciso que, sin tener el título, ejerza las funciones, ayudando al rey de España a conocer el estado de sus negocios y a gobernar por sí mismo.” Pero la influencia sería mayor. “La otra vía principal para hacer llegar la autoridad de Luis XIV fue la correspondencia dirigida a Felipe V. Aunque el envío de estas cartas se había iniciado con la partida de éste de Versalles, al igual que ocurría con la mantenida con otros miembros de la familia real –en especial con su padre, el Delfín; sus hermanos, los duques de Borgoña y Berry; o madame de Maintenon–, las urgencias de la guerra desde finales de 1701 otorgarían mayor trascendencia a este canal de comunicación entre ambos monarcas. A partir de esas fechas y hasta bien avanzada la Guerra de Sucesión, Luis XIV utilizó este recurso para tratar de gobernar la Monarquía española y orientar las decisiones políticas de su nieto. A veces el tono empleado es claramente conminatorio, fundamentalmente cuando estaban en juego importantes intereses franceses o se censuraban posiciones de Felipe V y sus ministros no compartidas en Versalles.” 22


Pero el control no se hacía sólo desde la distancia. La de los Ursinos, controlaba todo en Madrid, aunque en su beneficio hay que señalar que procuraba reestructurar los organismos del estado, que desde siempre habían adolecido de graves carencias.


En beneficio de la princesa hay que señalar que era una gran observadora, lo que la llevó a escudriñar sobre los motivos por los que España había admitido la incursión de un rey Borbón siendo que las relaciones con Francia nunca, y menos en los momentos inmediatamente anteriores habían sido amistosas. A este respecto escribía al marqués de Torcy en 1705: “Es una verdad incontestable que no se entregó esta nacion á un príncipe francés, sino á causa del temor que tenia de que no la socorriese lo bastante el emperador. Por aquella época hallábase disuelta la liga; tenia Francia ejércitos poderosos en la frontera de España, y parecia que abandonaban á la casa de Austria sus mismos aliados, quienes deseaban tan solo que se dividiese esta monarquía.” 23


Refiriéndose a Valencia y a Aragón, dice Mª Anne de la Trémoille: “Estas provincias son las mejor tratadas de España, casi nada pagan al rey, é ignoro que se haya atentado en lo mas mínimo contra sus privilegios.” 24


La actuación de la de los Ursinos, en algunas ocasiones, era contraria a los intereses de quién la había puesto en el lugar que ocupaba, que como ya ha sido señalado reportaba una influencia de primer orden en la corte de Felipe V. Justamente era ella y su partido quienes ponían alguna restricción a la actuación de Luis XIV de Francia, pero siendo que el mantenimiento de la guerra era costeado por dos millones de libras facilitados por Francia ante las gestiones llevadas a cabo por el ministro de Hacienda de Felipe V, el francés Juan Orri, esas cortapisas llegaron a indisponer a la privada de Felipe ante el abuelo de éste, que acabaría defenestrándola.


Finalmente, el 7 de marzo de 1704, Luis XIV consiguió separar a la princesa de los Ursinos, enviándola a Roma, aunque finalmente acabó residiendo en Tolosa. También cambió al embajador, el abate Estrées por el duque de Grammont, y Jean Orry fue destituido y llamado a París para dar cuenta de su actuación, al tiempo que enviaba una carta a Felipe indicándole :”Formad un consejo compuesto de hombres prudentes é ilustrados, y el duque de Grammont os dirá qué personas creo yo merecedoras de mi confianza.” 25


Sin ningún tipo de tapujo, Luis XIV de Francia hacía y deshacía en los asuntos que, en principio, correspondían al rey de España, Felipe V, su nieto, carente de espíritu salvo para obedecer las instrucciones recibidas de Francia. Siendo así, y como consecuencia de la pérdida de Gibraltar el cuatro de agosto de 1704, Luis XIV impuso el cambio del gobierno, en el que figuraría el embajador francés, duque de Grammont, a quién seguiría una cohorte de funcionarios franceses que reforzarían su presencia en España.


Todo alimentaba el general sentimiento de descontento, que sólo encontraba distracción en la prosecución de una guerra en la que primaban los intereses extranjeros. El descontento era a todos los niveles, en la corte y en el ejército; entre los nacionales y entre la cohorte de franceses que ocupaban todos los cargos de responsabilidad. Así, el marqués de Tessé, en su carta de Gibraltar escrita en 1704 durante el asedio a que fue sometida la plaza tras ser conquistada por los ingleses, señala: “He ofrecido al rey hacer esta campaña, y la haré, aunque con toda clase de penas, de desazones y de contratiempos; después de lo cual le ruego encarecidamente que encargue al rey, su nieto, que ponga la vista en un general español; porque, del modo como estoy, puede el rey, mi amo, mandarme servir en sus galeras y remaré en ellas con todas mis fuerzas, pero un hombre de bien no puede servir en este país, en el desorden en que está todo y en el que quieren en Madrid que siga.” 26


En este texto es de destacar lo que trasluce en relación a quién sirve. “He ofrecido al rey”, dice. ¿A qué rey?... A Luis XIV, evidentemente, a quién pide “que encargue al rey, su nieto”. Se trasluce algo que era evidente: el sometimiento de la corona de España a la de Francia. Pero para el asunto que nos ocupa en este exacto momento también aporta suculenta información: señala “el desorden en que está todo y en el que quieren en Madrid que siga”.


El marqués de Tessé demostró, dentro de todo, ser de lo más honesto que existía. Era un fiel vasallo de su rey, lo que le honra, y manifestaba su disconformidad con el descontrol social y político en que estaba sumida la corte, atenta al asunto de la guerra en tanto en cuanto las intrigas cortesanas se lo permitiera. Esas intrigas, al fin, serían en parte esencial, responsables de que la plaza de Gibraltar quedase bajo control inglés.


Al respecto no se prestó el apoyo necesario y los ingleses pudieron fortalecer la plaza, viéndose obligadas las tropas franco españolas a levantar el sitio. Al proceder al abandono del intento escribiría el mismo Tessé: “Todo se verifica sin orden, sin precauciones, sin decisiones, sin fondos, sin objeto, y en una palabra, sin todo lo que sostiene los Estados. Si se tratase de perder este, se me figura que no se podría obrar de otro modo.” 27


Paralelas a la guerra se desarrollaban las intrigas; Grammont cayó en la trampa y habló de forma favorable sobre Mª Anne de la Trémoille, lo que posibilitó que las intrigas de la reina consiguiesen sus objetivos. Así, el año 1705 consiguió el retorno de la princesa de Ursinos, en quién finalmente vio Luis XIV su mejor aliada, lo que significó el abandono de la camarera mayor, la duquesa de Béjar, y el retorno de Orry y Amelot.


El 28 de enero de 1705, cumplimentando las reformas iniciadas por la valida, Orry hizo un intento desesperado y fallido de incrementar los impuestos, cuya falta fue suplida por una ayuda de dos millones de libras de Francia, con la que pudo pagarse al ejército y evitar su dislocación, ya que la falta de pagas hacía que ni oficiales ni soldados atendiesen su función.


Con la vuelta de los funcionarios franceses de última hornada es de destacar Michael-Jean Amelot, que acabaría siendo un aliado perfecto de Mª Anne de la Trémoille. El tándem Amelot-Ursinos (1705-1709) estaba enfrentado a los nobles españoles, encabezados por el duque de Medinaceli y el conde de Frijiliana. Aquellos requirieron a éstos a colaborar, y éstos exigieron que el embajador francés no asistiese a las reuniones del Consejo hasta que el embajador español no asistiese a los Consejos de la monarquía francesa. Así, señala José González Carvajal, “la negociación, pues, volvió otra vez á quedar sin efecto, y los ajentes franceses persuadieron á Felipe á que tomara el único partido que le quedaba, entregándose absolutamente á la proteccion de su abuelo.” 28


Pero como sea que esa protección era beneficiosa exclusivamente a los intereses franceses, y a pesar de la natural sumisión mostrada por la naturaleza, tal vez acomplejada, de un rey que era nieto de otro rey que no tenía complejos, señala Ricardo García Cárcel que la “alianza Luis XIV-Felipe V pasó por peripecias múltiples, sobre todo en 1706, 1709 y 1713-14, con patentes faltas de sintonía entre el abuelo y el nieto. La Farnesio, después de 1714, acabó de romper el nexo establecido en 1700.” 29


Entre tanto, en 1708, y mientras los aliados triunfaban en los Paises Bajos y ocasionaban la búsqueda de la paz, En España se formó nuevo gobierno excluyendo a los franceses y permaneciendo la princesa de los Ursinos.


Los aliados y Francia se reunieron en la Haya para tratar de la paz… De una paz en la que, nuevamente, se iba a tratar de la desmembración de España.


Por parte de Felipe V se nombró plenipotenciarios al duque de Alba y al conde de Bergueick con terminantes instrucciones: “decidido está el rey a no ceder parte alguna de España, de las Indias ó del ducado de Milan, y conforme á esta resolución, protesta contra la desmembración del Milanesado, hecha por el emperador á favor del duque de Saboya, á quien se podrá indemnizar con la isla de Cerdeña. En este último caso, y á fin de conseguir la paz, consiente S.M. en ceder Nápoles al archiduque, y la Jamaica á los ingleses, con la condicion de que cederán éstos á Mallorca y Menorca.” 30


No bastaban esas cesiones para los aliados, quienes obligaban a Luis XIV a combatir contra Felipe V si éste no se avenía a las estipulaciones. La respuesta fue la organización del ejército, tanto español como francés por una parte, y aliado por otra.


Los franceses fueron derrotados en Flandes, mientras en España los austracistas conquistaban Balaguer, de donde finalmente Felipe V despachó las tropas francesas a Francia, quedando al mando del ejército el conde de Aguilar. Pero Felipe V seguía escuchando al embajador francés, lo que ocasionó quejas del duque de Medinaceli, Bedmar y Ronquillo. Fue expulsado el embajador francés, y la administración cayó nuevamente en el marasmo. Por su parte, se descubrió que el duque de Medinaceli conspiraba con los austracistas.


Y es que la cohorte de conspiradores tenía entre las manos los mismos asuntos, pero desde otra óptica. Así, corriendo el año 1709, la princesa de los Ursinos, el embajador Amelot, el duque de Borgoña y sus aliados, maquinaban, de acuerdo con los intereses de Francia y de Inglaterra que acabase la guerra, se dividiese España, y Felipe V pasase a ser rey de Dos Sicilias.


El movimiento conspirativo era de gran envergadura. En esas circunstancias, señala Vicente Bacallar y Sanna que Felipe V, “para quedarse más libre, suprimió el Consejo del Gabinete, en que estaban los duques de Medinasidonia, Veraguas, San Juan, Montellano, el marqués de Bedmar, el conde de Frigiliana y don Francisco Ronquillo; pero sólo fue para sacar de él al duque de Montellano y al de San Juan, ministro de la Guerra, porque luego volvió el Rey a formar el mismo Consejo de los mismos que estaban antes, exceptuando a los dos, al duque de San Juan porque quería ser Amelot el árbitro de la guerra, y al de Montellano porque se oponía a todo lo que juzgaba no convenía al Rey, bien informado del designio de la corte de Francia.” 31


El apartamiento de Montellano y del duque de Medinaceli estaba motivado porque sus inquietudes estaban siendo apoyadas por importantes sectores populares. Montellano organizaba reuniones en las que se conspiraba contra la de los Ursinos y contra Amelot, y Medinaceli llegó a proponer unirse a los aliados contra los franceses. Señala José. González Carvajal que “las tropas españolas parecían mas dispuestas á batirse con los franceses que con los enemigos comunes, y hubo un momento en que se temió que los franceses residentes en Madrid fueran inmolados por el furor del pueblo.” 32 Algo que no llegó a producirse al ser públicamente conocidas las condiciones con que el archiduque había comprado la protección de los aliados. La crisis sería fomentada por Mª Anne de la Trémoille, y finalmente Felipe V, a quien nuevamente apoyaba Portocarrero, llamó al pueblo a las armas y despachó a los franceses empleados en el gobierno. Por primera vez se confirió el mando del ejército a un español, el conde de Aguilar.


Pero a pesar de todo Amelot siguió siendo admitido al Consejo hasta la marcha de Felipe V al ejército, en Balaguer, a primeros de septiembre de 1709, y la princesa de los Ursinos se retiró ante el clamor popular que exigía su apartamiento. Pero el apartamiento fue supuesto, ya que fue utilizada por Grimaldo con el objetivo de no paralizar la maquinaria del estado, que tras la expulsión de los funcionarios franceses, cayó en la inactividad.


Al fin todo daba igual, porque la desmembración ya estaba acordada, y tras la remodelación del gobierno se hacía público que “el rey esta resuelto a no ceder nunca ninguna parte de España, de las Indias, ni del ducado de Milan, y en consecuencia de esta resolucion, protesta contra la actual desmembración del Milanesado, hecha por el emperador a favor del duque de Saboya, pues á este se le podrá indemnizar con la isla de Cerdeña. En el último extremo y para conseguir la paz consentiría S.M. en ceder a Nápoles al archiduque, y la Jamaica a los ingleses con condicion de que estos devolviesen a Mallorca y Menorca.” 33


Quedaba claro que la desmembración iba a producirse, y que el lenguaje político nada tenía que ver con el leguaje ordinario. Presentaban como lo más normal y perfectamente armonizable con la integridad territorial, ceder al enemigo, como moneda de cambio, Cerdeña, Nápoles y Jamaica al tiempo que, sin mover una pestaña, afirmaban tener firme decisión de no ceder nunca ninguna parte de España.


La princesa de los Ursinos llevaba su parte del pastel en exclusiva. Tenía asegurado, por parte de los aliados, la posesión del ducado de Limburgo, en los Países Bajos, y así acabaría figurando en el tratado de Utrecht de 1713, pero a ello se opuso finalmente el emperador, logrando sin mucho esfuerzo el apoyo de Inglaterra y de Francia, con lo que la reina de la conspiración quedaría, al fin, sin su trozo de pastel.


En medio del descuartizamiento nacional llevado a cabo entre los aliados y los partidarios de Felipe V, en el mundo de las ideas, en el mundo de la política, se estaba imponiendo lo que sería conocido como el despotismo ilustrado.


No es que Felipe V fuese el representante de esta corriente y el Archiduque Carlos fuese representante de la corriente tradicionalista. Bien al contrario, en estos aspectos poco difería la política de ambos contendientes. Las circunstancias, y la marcha de la guerra significó que el encargado de implantar los nuevos conceptos políticos en España fuese la casa de Borbón. Carlos haría algo similar en sus dominios.


Así, con Felipe V se instauró el despotismo ilustrado, cuya máxima expresión se encuentra en los Decretos de Nueva Planta, por los cuales, sólo las provincias vascongadas y Navarra conservarían sus derechos históricos, pasando a reorganizarse el territorio en regiones militares al mando de un capitán general, A su vez, las regiones militares se subdividirían en provincias y municipios. Pero eso, al cabo, no es más que una visión de la administración, que, acertada o erróneamente, planteaba un nuevo sistema tendente a una ordenación más racional del estado en unos momentos en los que, en toda Europa, se estaba imponiendo una idea novedosa… y posiblemente contraria al espíritu hispánico. Pero el espíritu hispánico llevaba ya décadas que no producía intelectuales capaces de imponer un criterio distinto al que procedía allende los Pirineos, y era permeable a los efectos de la leyenda negra que contra España se venía gestando desde las cortes europeas desde hacía más de un siglo.


En base a esa ideas de la Ilustración, también la corona acabaría interviniendo en los asuntos de la Iglesia, en concreto en lo tocante al nombramiento de prelados y en la recaudación de rentas. Esta situación llevaría a la expulsión de los jesuitas, a quienes andando medio siglo, ya en el reinado de Carlos III, el año 1766 se les acusaría del motín de Esquilache.


Mientras tanto, y una vez concluida la Guerra de Sucesión, los decretos de Nueva Planta serían limitados en Aragón, Cataluña y Baleares al volver a aplicarse el derecho civil privado, que no volvería a aplicarse, sin embargo, al Reino de Valencia, merced a la oposición surgida dentro del propio reino.


Con la Nueva Planta, el capitán general pasaba a ser el representante real exclusivo, siendo que, además, al rey Borbón le faltó el mínimo detalle con el que dar por finalizado el conflicto sucesorio, buscando, al menos, una explicación política que justificase los cambios realizados.


Bien al contrario justificaba la nueva estructura en los derechos de guerra; así, el decreto de 29 de Junio de 1707 señala “tocándome el dominio absoluto de los referidos reinos de Aragon y Valencia, pues á la circunstancia de ser comprendidos en los demás que tan legítimamente poseo en esta monarquía, se añade la del justo derecho de la conquista que de ellos han hecho últimamente mis armas con el motivo de su rebelión”. 34


Ocasión perdida para reorganizar el estado con una descentralización administrativa, procediendo, por el contrario, a la centralización del Estado mediante los mentados Decretos de Nueva Planta, que con la autoría espiritual de Melchor de Macanaz, y el apoyo de Francisco de Ronquillo, habían empezado a ser estudiados el año 1701, al acceder Felipe V al trono, y sin mediar ningún conflicto bélico. No son así, un castigo a los vencidos, sino un proyecto previo entendido como innovador, que la altivez y la falta de tacto acabaron presentándolo como una imposición y como un castigo.


Es el caso que, viéndose ya el final de la guerra se planteó la instauración del proyecto también en Cataluña, siendo que, como señala Rosa María Alabrús Iglésies, “En enero de 1713 se le pidió a Macanaz que hiciese un informe sobre Cataluña, ya que los borbónicos creían inminente la caída del Principado antes de la firma de la Paz de Utrecht en marzo. En esa memoria, fundamentalmente política, Macanaz decía a Felipe V que por la rebelión de los catalanes «sus fueros y privilegios quedan derogados, y no hay más ley, fuero ni privilegio que la voluntad del rey [...] Todas las Juntas del Principado quedan incorporadas al Real Patrimonio [...] así como los privilegios particulares de las comunidades en ciudades, villas y lugares. Las dignidades y títulos (duques, condes...) a la Corona. Todos los oficios de Justicia, Policía, o sean militares del Principado a disposición de SM. Todos los estados, rentas y preeminencias de mayorazgos quedan extintos y los privilegios y bienes incorporados al Real Patrimonio [...]». Y añadía: «Convendrá, cuando se haya de regir en aquel Principado, igualarlo lo más que se pueda en todo a los reinos de Aragón y Valencia, y bajo las mismas reglas que para esto se han notado».”35


Para desgracia nacional, se presentaba como un botín de guerra una reforma administrativa, que de otra forma hubiese significado exclusivamente un cambio novedoso, acertado o erróneo, pero innovador.


Otros asuntos influían en la vida política nacional. Felipe V, un personaje dado al abatimiento personal que se obstinaba en pasar a la historia como “el animoso”, cayó en un episodio de melancolía, comprensible en cualquier mortal con actividades privadas al producirse el fallecimiento de su esposa, Mª Luisa de Gabriela de Saboya. Señala Rosa María Alabrús Iglésies que “La muerte de Mª Luisa Gabriela de Saboya (14 de febrero de 1714) afectó emocionalmente mucho a Felipe V. Dejó los asuntos de gobierno en manos de José Grimaldo (secretario de despacho), del cardenal Franceso de Giudice (consejero e inquisidor general) y de Mª Anne de la Trémoille (se convirtió ahora en su asesora personal). Ésta última adelantándose a un posible cuestionamiento de su papel en la corte, tras el fallecimiento de la reina, aprovechó la debilidad del monarca, para destituir al presidente del Consejo de Castilla, Francisco Ronquillo, por negarse a acatar las reformas institucionales, con secretarías a la francesa, que ella y Orry proponían y que a Mª Luisa sí le hubieran agradado.” 36


Respecto a la efectividad de Ronquillo, Galloway relata en sus memorias, “que más gente habia aumentado D. Francisco de Ronquillo al partido del archiduque, que las armas de todos los aliados habian sujetado en toda la guerra, y que con pocos ministros como Ronquillo, habria el archiduque logrado que todas las Castillas se le hubiesen sujetado, como Aragon, Cataluña y Valencia lo habian hecho.”37


Con un rey viudo y deprimido, Mª Anne de la Trémoille tomó las riendas del poder, cambiando el gobierno a su antojo, apartando a sus enemigos políticos y pasando a tener especial significado Juan Orry, que aplicó un sistema fiscal que revertía al poder real importantes fundos que permanecían en poder de manos muertas y ponía cierto orden en las finanzas del reino y distribuía el territorio en 21 provincias; ordenó el sistema de aduanas y propuso medidas tendentes a la reducción del poder del clero, todo apoyado por un emergente Melchor de Macanaz.


Las novedades era importantes, y la Inquisición tachó de hereje el proyecto, pero el rey se mostró partidario de los reformadores y se planteó la supresión de la Inquisición, dando lugar a un conflicto que no llegó a salpicar a la de los Ursinos.


Las intrigas de la corte seguían menudeando; el rey debía casarse de nuevo, y las candidatas tenían una competidora difícil de superar: Isabel de Farnesio, y es que las maquinaciones de Julio Alberoni, el intrigante aspirante a cardenal, había convencido de su idoneidad, nada menos que a la princesa de los Ursinos. Curiosamente, Mª Anne de la Trémoille sería defenestrada por la nueva reina incluso antes de tomar posesión como tal, y su puesto sería asumido por el conspirador Julio Alberoni.


Isabel de Farnesio llegó a España en diciembre de 1714, y su influencia fue determinante en la decisión de Felipe V de expulsar a Mª Anne de la Trémoille, así como en el apartamiento de Macanaz y de Orri, que fueron expulsados de España, y en la de recuperar Sicilia y Cerdeña, apoyada por el ministro Julio Alberoni, que era un individuo muy cercano a los círculos de Luis de Borbón, duque de Vendome, quién lo había puesto al servicio de Luis XIV, en Flandes.


La de los Ursinos había sido encantada por Alberoni, un clérigo que jugaba tres barajas, o cuatro, si a Mª Anne de la Trémoille le reconocemos la importancia jugada en el momento. Así, con el beneplácito de ésta, señala Rosa Mª Alabrús que “durante el verano de 1714, Alberoni se desplazó a Parma (convirtiéndose en un triple agente – de Luis XIV, del duque de Parma y del pontífice–) para dar instrucciones concretas a Isabel como futura esposa de Felipe V. Las recomendaciones que Alberoni dio a la futura reina de España fueron las de, por una parte, desembarazarse de la consejera real y, por otra, llevarlo consigo, en calidad de secretario personal, para que pudiera ganar poco a poco la confianza del monarca e informar puntualmente al duque de Parma y a la Santa Sede de todo lo que ocurría en la corte.” 38


La de los Ursinos no ocultaba su exultante satisfacción cuando el 16 de Septiembre de 1714 se casó Felipe V con Isabel de Farnesio. No en vano el enlace fue urdido por ella sin saber lo que le acarrearía: fue separada de la corte el mismo día que por primera vez se encontraba con Isabel de Farnesio, siendo conducida de inmediato hasta la frontera, sin haber comunicado tan siquiera el asunto a Felipe V.


Julio Alberoni, el cura intrigante que había introducido Vendome cumplía sus objetivos. Y es que Alberoni, que tanta influencia llegó a tener sobre la de los Ursinos, pasó de inmediato a ocupar el puesto que dejaba vacante Mª Anne de la Tremoille.


La princesa residiría algún tiempo en París, pero las malas relaciones que mantenía con el duque de Orleáns la llevaron finalmente a Génova.


No se acababan las conspiraciones con la expulsión de la de los Ursinos. Isabel de Farnesio tenía sus propios intereses, que irían surgiendo con el tiempo: Finalmente buscaba conseguir territorios italianos para sus hijos; así, Carlos III sería nombrado rey de Nápoles y Sicilia tras la Guerra de Sucesión de Polonia (1735), y Felipe obtuvo los Ducados de Parma, Plasencia y Guastalla tras la Guerra de Sucesión de Austria.


Las relaciones internacionales, falta España de principios rectores, siguieron a la deriva. En este sentido, señala F. Valsecchi que “las relaciones entre las dos cortes de París y Madrid, ya en un precario equilibrio después de Utrecht y Rastatt, habían llegado a ser todavía más difíciles después de la muerte de Luis XIV y la Regencia del duque de Orleáns. Una profunda desconfianza acerca de sus recíprocas miras separaba a las dos ramas Borbónicas: a la sospecha de Felipe V hacia el Regente de querer usurpar el trono al legítimo heredero, todavía niño, respondía la sospecha del Regente hacia Felipe V de aspirar a la corona de Francia.” 39


Ya no existía grandeza de miras. Al respecto, Manuel Henao y Muñoz denuncia que “Obedeciendo los Borbones á un reconcentrado sentimiento de egoismo, dando siempre oidos á las sugestiones de un instinto cruel, dejándose llevar de locas o corrompidas pasiones, apenas ha existido un solo miembro de esa raza que no se haya rodeado de las gentes más débiles ó corrompidas; que no haya alejado de sus palacios con el mal ejemplo o con el desden á los hombres rectos, sabios y virtuosos.” 40








































ASPECTOS POLÍTICOS DEL REINADO DE FELIPE V


La entronización de Felipe de Anjou el 16 de noviembre de 1700 fue aceptada unánimemente por los reinos de las Coronas de Castilla y de Aragón, cuyos fueros juró observar, pero hacia 1706 tal unanimidad se había quebrado, en gran parte motivada por la situación internacional, que apetecía la fragmentación de España, y aspiraba a colonizar los territorios de la Monarquía Hispánica.


No fue pequeño argumento de enfrentamiento nacional la histórica enemistad con Francia, avivada con un recuerdo cercano de la Guerra de los Treinta Años, con la pérdida del Rosellón, la Cerdaña y el Franco Condado, o la ocupación de Barcelona llevada a cabo por tropas francesas en 1697.


No obstante, hasta 1704 no parecía que fuese a producirse conflicto serio por la ascensión al trono de Felipe V, pero la dependencia con relación a Francia permitió la presencia de tropas francesas en Flandes, lo que, unido a los derechos sucesorios de Felipe sobre el trono francés y las pretensiones del archiduque Carlos, que fue proclamado rey el 12 de febrero de 1703, acabó desencadenando la guerra.


La situación era, como mínimo, grotesca. Venía como rey de España alguien que provenía de quienes la memoria más raquítica no impedía recordar como los sitiadores de Gerona y de Barcelona apenas cuatro años atrás en la guerra de los Nueve Años… o los que habían arrancado el Rosellón y la Cerdaña en el Tratado de los Pirineos de 1659, apenas cuatro décadas atrás. Había más desconfianza hacia los franceses, conforme señala Juan C. Saavedra Zapater, gracias a “la preferencia que se daba en la Corte a los títulos de Francia —contra ello se manifiesta el duque de Arcos—, por el acaparamiento por parte de los franceses de los cargos más importantes de la Monarquía —junto a Michel Amelot y Juan Bautista Orry hay que mencionar al duque de Gramont, al marqués de Louville, al conde de Marcin y a la Princesa de los Ursinos— y del comercio con América —al menos esta era la queja del duque de Medinaceli—, y por los obstáculos que desde París se oponían de manera sistemática al fomento de la industria castellana, desanimando a quienes mostraban deseos de instalar fábricas en el territorio porque ello hubiera supuesto un grave perjuicio para las manufacturas francesas.”41


En principio, la posición de Luis XIV estaba acorde con las potencias europeas, que habían tratado profusamente el desmantelamiento de España a la muerte de Carlos II, pero al hacerse público el testamento a favor de Felipe de Anjou, el 16 de noviembre de 1700, Luis XIV aceptó la voluntad de aquel, presentando en la corte a su nieto, de diecisiete años, con estas palabras: Señores, aquí el rey de España». Entonces le dijo a su nieto: «Pórtate bien en España, que es tu primer deber ahora, pero recuerda que naciste en Francia, para mantener la unión entre nuestras dos naciones es la manera de hacerlos felices y preservar la paz de Europa.”


Nombrado heredero el duque de Anjou, y siendo regente el cardenal Portocarrero, fueron marginados los austracistas, mientras el parlamento inglés trataba el asunto, donde se señalaba “los perjuicios, que resultaban al Comercio, y que serían los Franceses dueños del de Indias, del Mar Mediterraneo, el Adriatico, y Jonio, y se aprovecharian, con nuevas Fabricas, de las Lanas de España.”42 Los principios que se consolidarían posteriormente en las guerras separatistas de América ya eran mostrados un siglo antes. Poco después, por parte del Foreing Office se procedería a la creación de la mejor arma al servicio de Inglaterra: la masonería, y a la redacción del “proyecto para la destrucción de España”.


El 18 de Febrero de 1701 entró Felipe V en Madrid, cesando con ello el gobierno de Portocarrero, si bien continuó ejerciendo mientras los franceses aportados por el nuevo rey iban ocupando todos los cargos. Louville, Ayen, Valouse, Orry, Mª Anne de la Trémoille, princesa de los Ursinos, Harcourt, Marcin, los dos d´Estrées, Grammont, Amelot, Blécourt, Bonnac, Daubenton, Robinet... serían desde ese momento las personas de confianza del nuevo monarca en detrimento de la aristocracia filoborbónica española.


Señalan Fco. Javier Guillamón Álvarez, y Julio David Muñoz que “Con la proclamación del duque de Anjou en España, Luis XIV podía ver cumplido el viejo sueño de una monarquía universal encabezada por su dinastía; todo el inmenso patrimonio señorial hispánico quedaba supeditado a las necesidades de Francia, al producirse de facto una subordinación de Felipe V a las directrices impartidas desde la corte de Versalles.”43


Posteriormente se sucederían las convocatorias a Cortes para el juramento del nuevo rey. En estos momentos el ambiente político se movía entre el continuismo y el cambio, pesando como una losa las recientísimas relaciones con Francia, que habían costado a España la secesión del Rosellón y la Cerdaña en beneficio de la monarquía francesa. A todo ello, el bando austracista ponía en entredicho el testamento de Carlos II, mientras escuadras anglo británicas atacaban las costas españolas.


En las cortes celebradas en Barcelona entre el 12 de Octubre de 1701 y el 14 de Enero de 1702, y tras haber sido jurado, Felipe V rehusó conceder algunas constituciones, en concreto la facultad de insacular y desinsacular cargos, hasta tanto no tuviese “la refpuefta a un Extraordinario del Rey de Francia, por el qual le mandava le participaffe el eftado de las Cortes, que defeava entenderlo por hallarfe vnidos los intereffes de Efpaña,y Francia”.44 A pesar de tamaño sometimiento a intereses extranjeros, finalmente serían aprobadas las cortes con una artimaña legal que nada resolvía, y Felipe V embarcó para Nápoles el 2 de abril de 1702 para seguir con el procedimiento legal, a la vez que para enfrentarse militarmente a las tropas del pretendiente austriaco.


En Barcelona se había creado un clima viciado por el hecho de haber sido nombrado virrey el duque de Palma, hermano del cardenal Luis Portocarrero, en sustitución de Jorge de Darmstadt Lansgrave de Hassia, antes de haber sido jurados los fueros por Felipe V. El asunto se complicó cuando Darmstadt perpetró una conjura con la reina Maria Ana de Neoburgo, esposa de Carlos II, y Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla, y se despidió de Barcelona anunciando que volvería con nuevo rey.


La situación propició que Felipe V, el 24 de febrero de 1701 cursase una carta al Consejo de Ciento señalando su compromiso “de iurar vueftras Conftituciones luego que lo permitiere el tiempo, y los negocios Universales de la Monarquía, aviendo ya Jurado lo mifmo el Conde en el común consentimiento del Principado.”45 El día 29 saldría de Barcelona el príncipe de Darmstadt.


Hasta el momento, no se podía cambiar el esquema jurídico de los diversos reinos, ya que siendo heredados, debían ser garantizados los fueros, privilegios y libertades de cada uno de ellos, por lo que al acceder al trono debían jurar respetar y conservar, pero las negociaciones se prolongaron varios meses.


Finalmente, el 4 de Octubre de 1701 juró los Fueros y Privilegios de Barcelona, tras lo cual se convocaron Cortes del Principado. Posteriormente casaría con Maria Luisa Gabriela de Saboya.


Tras la jura por parte de Felipe V, su proclamación sería ratificada por las cortes de Barcelona y de Zaragoza, donde los distintos estamentos juraron acatamiento. No se realizaron cortes en Valencia ni en Castilla.


Pero los padecimientos en las cortes de Cataluña y de Aragón no eran el menor problema de Felipe V. Su abuelo, Luis XIV de Francia, cuya actuación estaba ocasionando una alianza bélica de las otras potencias europeas, pretendía la cesión de los Países Bajos como contrapartida a los “sacrificios” que había hecho por España, no conformándose con haberse apoderado del comercio con América. Las “justas” recompensas le fueron reconocidas por los ministros de Felipe V. A tal efecto escribió a su embajador en Madrid: “Carece España totalmente de metálico hasta para los gastos más indispensables; ni es fácil hallar lo necesario para sostener la guerra en Italia, para dar cumplimiento á los tratados y para conservar las alianzas. Al ver la conducta de los españoles, diríase que se trata de conservar los Estados cuya existencia es totalmente indiferente á su monarquía; hasta parece que consienten pesarosos que ponga yo algún concierto en los asuntos de los Países Bajos. Yo soy por último el que por todas partes hago los gastos de guerra, gastos que son inmensos á causa de la distancia de los sitios á que deben acudir mis ejércitos, y lejos de que me ayude España á defender sus propios Estados, me veo contrariado por su parte en todo cuanto trato de hacer en su provecho…/… Le hareis observar cuán onerosa es la guerra de Italia, las inmensas sumas que allí se consumen, y la mucha gente que cuesta, todo lo cual sale de mi reino…/… que por lo tanto es sumamente necesario pensar en los medios de hacer pronto la paz, porque aun cuando conozco con notable disgusto que debe ser comprada á costa de algunos Estados dependiente de la monarquía española, es de todo punto indispensable resolverse á ello.”46 La pretensión no era otra que, a cambio de la ayuda prestada, España cediese los Países Bajos a Francia. “El marqués de Villena, que fue consultado sobre este grave asunto, convino en seguida en que una repartición seria onerosa á las dos potencias, sin ser de ningun peso en la balanza europea. Su opinión prevaleció, y todos los ministros, á excepcion de Ubilla solamente, estuvieron de acuerdo en que España hiciera el sacrificio íntegro.”47 Pero las conveniencias políticas, finalmente mudaron la infamia, destinando los Paises Bajos a Baviera.


La causa del Archiduque, promocionada por los mercaderes ingleses y austriacos residentes había decaído considerablemente tras la marcha de Darmstadt y la celebración de Cortes, siendo que el lider austracista Felíu de la Peña, en sus “Anales de Cataluña”, deja constancia del enfriamiento de la causa austracista, señalando que “Concluyeronfe las Cortes como quifieron los Catalanes. La porfía en no admitir reprefentaciones, y no atender a las Conftituciones que formaron las Cortes, aun de jufticia, la moderó el tiempo, que precisó a concedèr eftas y no negar las de Gracia”.48


Transcurridos pocos meses, no obstante, acabaría imponiéndose el partido austracista como consecuencia de la permanente dependencia que manifestaba el nuevo rey a quien sólo un lustro atrás había asolado el territorio. Y es que, como señala Virginia León Sanz, “Pese a las concesiones hechas por Felipe V en las Cortes catalanas de 1701-1702, similares a las obtenidas del archiduque Carlos en las de 1705-06, el poco tacto del monarca borbónico tanto en el Principado —con el nombramiento del virrey Fernández de Velasco— como en la Corte —diferentes decretos, como la equiparación de los pares de Francia con los grandes de España, la reforma de las secretarías y, sobre todo, la marginación del Consejo de Estado— deterioraron la imagen del monarca borbónico con el trasfondo de una guerra europea generalizada. La presencia de la escuadra angloholandesa alentó a los descontentos.”49


Actuaciones que los miembros del Consejo de Ciento, que eran Grandes de España, tampoco podían ver con buenos ojos.


Y es que las políticas de ambos pretendientes, a lo que parece no diferían en gran medida. Al respecto, señala Virginia León Sanz que “la dinámica institucional y la confluencia de los planteamientos doctrinales conducen a una aproximación de los presupuestos de los españoles austracistas y borbónicos. Más allá del encasillamiento en la defensa sin esperanza de un sueño ya caído, y sin pretender caer en la simplificación historiográfica de individuar una línea recta de causalidad en la explicación del fenómeno austracista, la apertura a las propuestas de reforma y modernización no se puede sustraer de la actuación de este grupo de españoles que participaron en el conflicto sucesorio.”50


La oposición a Felipe V no se circunscribió a Cataluña, sino que tuvo importantes representantes en la Corona de Castilla; así, el Almirante de Castilla, Juan Tomás Enríquez de Cabrera, tendría una significación esencial en el bando austracista, y con él, el duque de Sesa, el conde de Lemos, el conde de Cifuentes… y un largo etcétera que se extendía a la baja nobleza, al clero y a otros ámbitos sociales; entre ellos destaca Gaspar de Viedma, veinticuatro de Jaén, que en 1706 instigó una conjura que fue abortada.


Al mismo tiempo, y según señala Antonio Ramón Peña, la “defensa y reivindicación de España austracista como la España de las libertades se sostuvo incluso después de Almansa y era contrapuesto a la imagen de Francia como esclavizadora de España. Tenemos muchos panfletos en esta línea, como A la injusta introducción del duch de Anjou en Espanya o Doctrina vigatana. En esta última se hace un llamamiento a la libertad de toda la patria para obrar todos por el bien común de España.”51


Parece así que, políticamente, los bandos en disputa se diferenciaban en matices. En ese mar de banalidades se desarrollaban las intrigas. Así, las críticas y resquemores se repartían por igual entre los miembros de la corte. En estos momentos, señala Antonio Ramón Peña que las críticas a Portocarrero le llovían en todas direcciones; desde el seno de los felipistas por el trato que brindaba a los austracistas, y que animaban a la sumisión a Francia, pero también desde el seno de los austracistas. Las críticas y el descontento se manifestaban de muchas formas; entre ellas afirmando que: “nuestro gobierno es un gobierno extraño: un rey mudo, un Cardenal sordo, un presidente de Castilla que no tiene ningún poder y un embajador francés que carece de voluntad. Entonces, ¿quién gobernaba?: Luis XIV.”52 El fin político de Portocarrero no tardó en llegar; Con la llegada de la campaña de Italia, Felipe V acabó prescindiendo de sus servicios, sustituido por los embajadores franceses, y él acabaría engrosando las filas del austracismo.


La situación política estaba empeorando por la actuación de la nueva corte; no obstante, y según nos refiere Manuel Mas Soldevila, cronista contemporáneo, “cuando el 20 de diciembre de 1702 Felipe V regresó de Italia y entró en Barcelona fue recibido mejor que cuando llegó a la ciudad para celebrar cortes. Las autoridades, los Comunes, los grupos privilegiados y el pueblo llano salieron a recibirle, y nadie expresó contestación y todo fueron aclamaciones.”53


Paralelamente al apoyo recibido por parte del pueblo, Antonio Ramón Peña Izquierdo señala que en esta fechas “fue alimentando la hostilidad de las potencias –Inglaterra, Holanda, Austria- hacia Felipe V. Como respuesta mayores esfuerzos se hicieron desde la publicística catalana –y española- por invalidar los supuestos en los que las potencias pretendían dar fundamento a la guerra en 1702: principalmente la acusación de ilegitimidad del rey a la que muy pronto se añadiría el cuestionamiento del Testamento. La defensa de Felipe V fue contundente no solo entre la generalidad de los escritores catalanes sino también en los del resto de España.”54 Parece que, por un momento, el pueblo español había puesto los intereses de la Patria por delante de los intereses políticos bastardos, y había optado por aceptar un rey, por nefasto que fuese, en la confianza de poder reconducir aquellos aspectos inaceptables.


Al respecto, Ricardo García Cárcel señala que “no faltaron testimonios de relativismo dinástico. Como decía un folleto de la época: Costó mucho en quererla (la dinastía de los Austrias). Después todos la veneraron. Luego ha entrado la de Borbón ¿pues por qué ha de ser más desgraciada que las otras?”.55


De hecho, la venida de Felipe V con su cohorte de franceses no difería grandemente del arribo de Carlos I, dos siglos antes, con su cohorte de valones. Cabía suponer que la deriva de Felipe sería similar a la de Carlos, y con la experiencia cabía esperar que los conflictos del siglo XVI no fuesen a reproducirse en esta ocasión. Craso error: Felipe se asemejaba a Carlos tan sólo en los aspectos negativos. La balanza, que con Carlos cayó del lado de la grandeza y de la voluntad de superación, no tendría el mismo recorrido, sino el contrario, en el caso de Felipe V. Si Carlos pasó de ser odiado y temido a ser querido y admirado cuando no dudó en anular leyes injustas impuestas por él mismo, Felipe no superó la prueba, y aunque con algún acto encomiable, no pasó de ser despreciado.


El asunto se complicó con la remodelación del gobierno impuesta por Felipe V en estos momentos que, como en el caso de Carlos I con los flamencos, comportaba el arribo de personajes franceses, ávidos como aquellos por el expolio, y el sometimiento a ellos de los Consejos del Reino, dando entrada a la oligarquía mercantilista en demérito de los Grandes.


Era la ruptura del sistema tradicional, que de paso se llevaba por delante el sistema pactista del cardenal Portocarrero, que como consecuencia presentaría la dimisión el 18 de enero de 1703, al regreso de Felipe V de su campaña en Italia que, si por una parte se ganaba a las élites mercantilistas del reino de Castilla, ponía en contra a las élites mercantilistas del reino de Aragón. Esta división, si no provocó, reafirmó en la corte de Felipe V la necesidad del decreto de Nueva Planta así como el incremento del movimiento conspirativo en todo el Reino de Aragón.


La cuestión del enfrentamiento se radicalizaría a lo largo del año 1703, cuando los intereses de los bloques en liza tomaron cuerpo en la sociedad española, materializándose en las sociedades comerciales ligadas con Inglaterra y con Holanda, que tenían un importante peso específico en Barcelona.


Es en estos momentos cuando los aliados se tomaron en serio el asunto y radicalizaron los enfrentamientos, llevándolos hasta la propia península tras haber implicado a Portugal, que si ya tenía una larga trayectoria de dependencia británica, ésta era mayúscula desde que en 1668 se desgajó de la patria común. Antonio Ramón Peña Izquierdo señala que “Felipe V no fue acometido directamente por la publicística austracista hasta 1703-1704. Bien en verdad que ya en 1702-1703 había, en Cataluña y Valencia, esencialmente, algunos grupos que se preparaban para la sublevación y difundían algunos folletos pero, en todo caso, por esas fechas tales camarillas eran residuales. Sobre 1702 la reacción, por lo menos la oficialista y la popular catalana y del resto de España, ante Felipe V y ante esas primeras intrigas fue de fuerte apoyo al nuevo rey.”56 Algo que se plasmó incluso en los núcleos del austracismo como era la Academia dels Desconfiats. Señala el mismo autor que “el punto de referencia de este austracismo catalán fue la exaltación a España. Paradójicamente sólo entre declarados filipistas, como Pellicer y Copons o Josep Aparici, se glorificó a Cataluña. Una de las obras cumbres de la Academia fue las Nenias reales. Se trata de una obra de veinticinco piezas literarias en castellano, cuatro en catalán y seis en latín que condensan estas actitudes.” 57


Posiblemente, a España no le conviniese ninguno de los dos pretendientes, tildándolos a ambos como tales, sólo para entendernos y en el conocimiento de que tal afirmación es errónea, pues Felipe V ya había sido reconocido como rey dentro y fuera de España.


En el entendimiento que la “Guerra de Sucesión” no fue tal, sino la expresión de la avidez por el comercio y por la explotación de la que adolecían ya entonces Francia y muy especialmente Inglaterra, y de la que inexorablemente España estaba condenada a ser víctima, debemos señalar que, contrariamente a lo que intereses bastardos señalan, ni los austracistas eran necesariamente partidarios de los fueros, ni los borbónicos eran necesariamente contrarios a los mismos. Señala Ricardo García Cárcel que “hubo borbónicos simpatizantes de los fueros –de Robres a Miñana– como hubo austracistas desligados de la ortodoxia constitucionalista –el caso de Francesc Grases, por ejemplo–“.58


Señala García Cárcel que “curiosamente, Rafael de Casanova, conseller en cap de Barcelona en el momento de la defensa final, que se opuso al radicalismo y fue herido el 11 de septiembre, es el que ha acabado por recibir la gloria de la condición de héroe nacional catalán, siendo así que murió en San Boi de Llobregat en 1743, no sólo al margen, sino más bien en contra de lo que había significado el austracismo, como revela su correspondencia con Castellví.” 59


Lamentablemente, actualmente se da a la cuestión un sesgo alejado de la realidad y curiosamente coincidente en esencia con el proyecto del Foreing Office británico que finalmente fue hecho público el año 1711, titulado “una propuesta para humillar a España”.


La Guerra de Sucesión Española, así, en primer lugar, resulta ser un hecho ajeno en esencia a los intereses de España, que tuvo lugar por la voluntad expresa de quienes, desde hacía décadas, durante el reinado de Carlos II se la estaban repartiendo, siendo que las intenciones de los parciales de una y otra facción parecían tenerlo bastante claro: Su idea era fragmentar España, en principio dejando los estados de Italia bajo la corona del Borbón, y el resto bajo la corona del archiduque.


En segundo lugar, efectivamente fue también una guerra civil entre españoles; algo que había ido difiriéndose en el tiempo, al menos desde que el Conde-Duque de Olivares planteó algo que parece esencial: La Unión de Armas.


Y por supuesto, significó también la expresión natural de algo que estaba pendiente de resolución desde el año 711.


Los reinos hispánicos habían llevado una lucha secular por la reunificación nacional; algo que resulta incuestionable por los documentos legados, a pesar de la triunfante versión británica que, tras haber troceado la España transcontinental nos tiene sumidos, en ambos hemisferios, en políticas de aldea haciéndonos afirmar la supremacía de nuestras particularidades más intimas con relación a las de los demás, con el único fin de seguir creando discordias y división entre los españoles.


Esa lucha secular había terminado, pero había quedado pendiente la vertebración de la Patria, y justo en estos momentos, en los que la inteligencia del siglo XVI había desaparecido, es cuando, instigados por intereses bastardos, enfrentó, dentro de una conflagración mayor destinada a nuestra destrucción, dos conceptos maximalistas de la concepción del estado: “el modelo centralista, que defendía la articulación de España a partir del eje castellano, y el federal, que presuponía una España agregada de territorios con sus respectivas identidades singulares. España vertical y España horizontal.” 60


Sencilla reducción de conceptos que no aclara absolutamente nada, porque unos y otros tenían matices perfectamente asumibles. Tal vez por ello, la inteligencia del siglo XVI prefirió dejar las cosas como estaban, acometiendo actuaciones que, como el caso del Tribunal de la Santa Inquisición, limitaba las discordancias y era único para toda la corona, desde Sicilia hasta Filipinas.


Es el caso que en la Guerra de Sucesión se juntan diversos aspectos y diversos intereses no siempre nobles. Generalmente es admitido, como señala Rosa Maria Alabrús que “el punto de partida de la Guerra de Sucesión es el tercer testamento de Carlos II, que otorgaba la sucesión de la monarquía de España a Felipe, duque de Anjou, nieto de Luis XIV. Éste había cambiado su estrategia intervencionista de los últimos años del siglo XVII. Prefería el sucursalismo de la monarquía española respecto a sus intereses, a través de su nieto.”61


Parece que la posibilidad cierta de controlar la totalidad de la monarquía hispánica sedujo más a Luis XIV que el cumplimiento de lo pactado con los otros enemigos de España cuando esa posibilidad era incierta. Así, es comprensible que tanto el emperador Leopoldo como Inglaterra se sintiesen traicionados al ver que no había voluntad de cumplir con lo previamente pactado, por lo cual, “el incumplimiento de los tratados de partición por parte de Luis XIV, que aceptó la sucesión de su nieto Felipe de Anjou al trono español con toda su integridad territorial, lanzó inmediata­mente al emperador Leopoldo I a la guerra en Italia, mientras que Guillermo de Orange, rey de Inglaterra y estatúder de las Provincias Unidas, actuó con mayor cautela aguardando a recibir concesiones comerciales en el rico mercado americano.”62 Ese fue el motivo por el que la guerra se produjo en unos primeros momentos tan sólo en las provincias italianas, dado que el imperio carecía de una armada capaz de atacar la España peninsular. Sólo cuando Inglaterra comprobó que sus aspiraciones particulares no tenían acceso a los despojos de España es cuando comenzó su hostigamiento.


Los bandos, según señala Germán García Segura quedaron constituidos como sigue: “El bloque borbónico o felipista quedó constituido por las Dos Coronas (Francia y España), Baviera, Colonia y Saboya (que cambió de bando en 1703); mientras que el partido aliado o austracista quedó formado por el Sacro Imperio, Inglaterra (Reino Unido de Gran Bretaña a partir de 1707), las Provincias Unidas, Prusia y Portugal (desde 1703).” 63


La guerra se extendió a la península en 1702 cuando entró en acción la armada anglo-holandesa. Las acciones terrestres comenzaron en 1704.


La alineación no era clara en ninguna parte; el Almirante pretendía iniciar la invasión por Andalucía, pero las brutales acciones llevadas a cabo por los aliados (en esencia británicos y holandeses), posibilitaron que la población tomase partido por Felipe V. Por su parte, la alineación de Cataluña en aquellos momentos, según señala Ricardo Carcía Cárcel, “debió contar y mucho la memoria que se tenía de Francia tras la revolución de 1640. Si Cataluña había apostado en 1641 por Francia, contra la España de Olivares, medio siglo después apuesta por la continuidad de los Austrias.”64 Pero esa alineación con el archiduque no es clara. Las familias se separaban en bandos austracistas y felipistas, tomando fuerza los primeros especialmente en Barcelona y en Vic, mientras que el asalto de la armada británica puso al descubierto a la facción austracista, que acabó sufriendo una feroz persecución hábilmente utilizada en beneficio político de la causa del Archiduque, que a finales de 1704 conoció un auge de envergadura. Hacía cuatro años que había sido coronado Felipe V.


La propaganda austracista había tardado en hacer mella, pero la decidida colaboración de Inglaterra, con la infraestructura preexistente en Barcelona, fue determinante a la hora de llevar a término la conspiración. Antonio Ramón Peña señala que “con la amplificación del ambiente austracista se extendieron las revueltas que fueron estallando especialmente en Valencia y Cataluña, y los sediciosos fueron acercándose a Barcelona hasta sitiarla con una nueva ayuda de la flota anglo-holandesa el 29 de agosto de 1705, hasta la capitulación el 9 de octubre de aquel año”.65


Señala Agustín Jiménez Moreno que “la marcha de la guerra para los aliados en general, e Inglaterra en particular, al finalizar el año 1705 era bastante prometedora. Pues los objetivos perseguidos por Inglaterra: dominio de las rutas comerciales, hegemonía en el mar y defensa de sus aliados, se han cumplido. Destacan sus triunfos en el Mediterráneo, ya que con la toma de Gibraltar controlan su acceso; por otra parte, la presencia de una poderosa flota en estas aguas, disuade cualquier posible acción por parte de la marina francesa.”66


El 7 de Noviembre de 1705 fue proclamado rey el archiduque como Carlos III en Barcelona, tras lo cual, dice Narciso Felíu de la Peña que en Barcelona, “a 23 fe movió el Pueblo contra los que fueron afectos con demoftraciones muy publicas á la Cafa de Francia, llevándoles con ignominia, y muchos baldones, a las Cárceles Reales: el motivo fue la voz fingida de querer matar al Rey, y el zelo inmoderado de affegurarle”.67

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En 1705 las provincias de Levante se pasaban al bando austracista, mientras las conspiraciones contra los Borbón se sucedían. Modesto Lafuente68 señala que el conde de Cifuentes intentó sublevar Andalucía; descubierto, huyó para sublevar el Levante; el conde de Leganés fue apresado, y la nobleza sufrió una alteración que acabó enfrentándola a la princesa de Ursinos, quién provisionó de tropas francesas las Provincias Vascongadas, Santander y otras plazas, mientras los grandes se oponían a que el embajador francés asistiese al consejo de ministros mientras la medida no fuese contemplada en Francia con un acto recíproco.


Sin embargo, algo falló en las previsiones británicas: los intentos por sublevar Canarias y América no surtieron el efecto deseado, llegando a producirse algunos incidentes que tuvieron principal reflejo en una conjura en México.


Pero no era sólo la conspiración aliada la que posibilitaba los triunfos de los aliados, sino que la situación de la corte de Felipe V facilitaba los mismos. Así, en 1705, tras haber sido tomado Gibraltar por los ingleses, escribía el marqués de Tessé desde el sitio a que fue sometida la plaza: “un rey joven que no piensa más que en su mujer, de una mujer que se ocupa de su marido, de cuatro ministros que unidos entre sí, se hallan siempre acordes cuando se trata de cercenar la autoridad del rey; del secretario de Estado que se conforma con obedecer y no tiene voto, y tampoco quiere tenerlo porque esto le impondría grave responsabilidad y no quiere ninguna. Más capaz de servir seria Rivas que todos los demás, pero la desdicha que tuvo de indisponerse con la princesa de los Ursinos, hizo que lo tuviera la reina por sospechoso é insoportable; por último, como iba diciendo, este consejo del despacho se compone, además de las gentes arriba nombradas, del embajador de Francia, que es quien mas figura en el gabinete.”69


Parece que todo este cúmulo de despropósitos debiera favorecer la causa del Archiduque, y de hecho, parciales austracistas eran señores castellanos, catalanes, aragoneses, valencianos… el cardenal Álvaro Cienfuegos, el conde de Oropesa, el de la Corzana, el de Gálvez, el de Tendilla, el de Haro, el de Villafranqueza, el de Vástago, el de Casal, el marqués de Leganés o los condes de Aguilar y Frigiliana, destacando entre ellos el Almirante de Castilla…


Pero en el sustrato de la sociedad, todos esos despropósitos no acabaron de cobrar fuerza porque, si bien es cierto que la corrupción y la intriga eran características propias de la corte de Felipe V, la alternativa no era, ni mucho menos, mejor.


Dice Juan C. Saavedra Zapater que “la razón de la aparente quietud de los reinos de la Corona de Castilla debe buscarse en otras causas que las hasta ahora esgrimidas por la historiografía. Una de ellas pudiera ser la campaña de propaganda desencadenada por la Corona contra el Archiduque y su alianza con los príncipes protestantes —al menos así se desprende de las Cédulas Reales enviadas a los pueblos solicitando su ayuda financiera—, en la que participó muy activamente el clero secundándola; otra, los desmanes del ejército aliado en las poblaciones costeras y en los lugares por donde se desplazaba, recordados y denunciados muchos años después como un factor determinante de la crisis económica de las poblaciones y de la huida de sus habitantes; en tercer lugar, el resentimiento, quizá la animadversión, de los castellanos hacia los reinos de la Corona de Aragón, siempre propensos a cuestionar la autoridad del soberano cuando se veían amenazados en sus fueros y en sus intereses económicos, pero también hacia Portugal y las potencias marítimas que no dudaron en aliarse para abrir un frente de operaciones militares en el oeste peninsular y debilitar aún más a la Monarquía Hispánica, ahondando, por otro lado, en viejas y mal cicatrizadas heridas, sobre todo en los lugares próximos a la frontera lusitana.”70


Pero no debemos caer en conclusiones apresuradas. La adscripción a Felipe V o al pretendiente austriaco no fue uniforme. Así, por lo que respecta al clero, el alto clero se mantuvo por lo general partidario de Felipe V, y el Inquisidor General, Baltasar de Mendoza, el obispo de Albarracín, el de Huesca, el de Solsona, el de Segorbe, y parte importante del bajo clero, se manifestaron cercanos al archiduque. 71


Para hacer esa afirmación, además de los datos señalados, debemos tener en cuenta otros aspectos, como puede ser la represión impuesta por ambos bandos, con la confiscación de bienes a los disidentes, justificada por el delito de «rebelión»; algo que señaló Felipe V en el decreto de derogación de fueros de los reinos de Aragón y Valencia. Melchor de Macanaz, con Francisco Ronquillo y con el embajador de Francia Michael Jean Amelot, por encargo real, acabaron sentenciando que debían ser abolidos los fueros, lo que se llevó a efecto por decreto de 29 de Junio de 1707 para Aragón y Valencia (en 1715 se aplicaría en Mallorca y en 1716 en Cataluña). Sólo las Provincias Vascongadas, Navarra y Valle de Arán conservarían los fueros, dando paso a una nueva organización territorial en provincias, gobernadas por un Capitán General y una audiencia.


Eran, al fin las consecuencias de la aplicación del decreto de Nueva Planta promulgado el 29 de Junio de 1707 cuya justificación queda reflejada como sigue: “Considerando haber perdido los Reynos de Aragón y Valencia, y todos sus habitadores por el rebelión que cometieron faltando enteramente al juramento de fidelidad que me hicieron como a su legítimo rey y señor, todos los fueros, privilegios, exenciones y libertades que gozaban y que con tal liberal mano se les había concedido, así por mí como por los señores reyes mis predecesores, particularizándolos en esto de los demás reynos de esta Corona; y tocándome el dominio absoluto de los referidos Reynos de Aragón y de Valencia, pues a la circunstancia de ser comprendidos en los demás que tan legítimamente poseo en esta Monarquía, se añade ahora la del justo derecho de la conquista que de ellos mis armas con el motivo de su rebelión: y considerando también, que uno de los principales atributos de la soberanía es la imposición y derogación de leyes, las quales con la variedad de los tiempos y mudanzas de las costumbres podría yo alterar aun sin los graves y fundados motivos y circunstancias que hoy concurren para ello en lo tocante a los de Aragón y Valencia; he juzgado por conveniente (así por esto como por mi deseo de todos mis reynos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres y tribunales gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla tan loables y plausibles en todo el Universo) abolir y derogar enteramente, como desde luego por abolidos y derogados, todos los referidos fueros, privilegios, prácticas y costumbres hasta aquí observadas en los referidos reynos de Aragón y Valencia; siendo mi voluntad, que estos se reduzcan a las leyes de Castilla y al uso, práctica, y forma de gobierno que tiene y ha tenido en ella y en sus tribunales sin diferencia alguna de nada;…”72


Pero, como señala Virginia León Sanz, “la actuación felipista no fue muy diferente a la austríaca: entre 1705 y 1707 hubo un importante exilio de valencianos borbónicos, cuyas haciendas fueron confiscadas por el Archiduque Carlos y administradas por una Junta de Secuestros.”73


Esa Junta de Secuestros no era sino una acción centralizadora llevada a cabo por el Archiduque, y es que, como señala Antonio Ramón Peña, “el discurso teóricamente foralista del austracismo se contradecía con la praxis de gobierno diario, tan centralizadora y regalista como el de Felipe V (Junta Eclesiástica de Confiscaciones, Unión de Armas…), a lo que se unían las corruptelas del círculo de gobierno y la promoción nobiliaria de la “burguesía”, 74 a lo que también se unía la discriminación de las ciudades a favor de los privilegios políticos y mercantiles que asumía en exclusiva Barcelona. Cuestiones que se veían reflejadas en las Nuevas Constituciones, que son unas reivindicaciones económicas y políticas, últimamente presentadas como espurias, entre las que destaca el control de los cargos reales por parte de catalanes, o la creación de guarniciones militares catalanas por toda España, así como privilegios para los comerciantes catalanes en las ferias castellanas y en los puertos de Gibraltar y del Cantábrico. En cualquiera de los casos, las Nuevas Constituciones no son sino una muestra de la guerra ideológica que se estaba librando al compás de la guerra militar.


Lo que sí queda claro es que en la apertura de Cortes que se inició en 1706 tras la toma de Barcelona, se dilataron, según Narciso Felíu de la Peña “por caufa de algunas Conftituciones que pretendían los Braços, y no parecía â los Tratadores de la parte del Rey, que las concediere 75; el flamante Carlos “III” emitió un largo comunicado en el que detallaba el desarrollo de la actividad llevada a cabo por Inglaterra y sus aliados, señalando que “Finalmente con la ayuda de las Tropas de Inglaterra, Capitaneadas por la Militar y acertada dirección de Milord Conde de Peterborow, y de las de Olanda gobernadas por el Baron de Schrattembach , y con lo mucho que vofotros aveys contribuido, queda todo el Principado baxo mi suave y legimо (sic) Dominio.”76 En estas cortes fueron admitidas las insaculaciones cuya negativa había significado el disgusto de los estados con el Duque de Anjou, y “Declarò el Rey en la Conftirucion primera deftas Cortes con vniforme aprobación, y libre, y efpontanea voluntad de los Eftados, ó Braços de la Provincia , que era Rey, y Monarca legitimo de toda la Monarquia Española.” 77


En cualquier caso, señala Virginia León Sanz que “la relación del archiduque con sus instituciones no siempre fue fluida. Su carácter autoritario introdujo frecuentes tensiones en el trabajo de los ministros españoles, en particular, de la Junta de Estado y Guerra. Lo mismo que Felipe V aparece rodeado de una camarilla francesa, Carlos de Austria tuvo principalmente consejeros imperiales, como el príncipe Antonio de Liechtenstein o el duque de Moles. En 1708, con la llegada del mariscal Stahremberg, para ponerse al frente del ejército, se completó la presencia imperial en la Corte barcelonesa. Aunque el emperador representaba al archiduque en las negociaciones con los Aliados, la correspondencia del embajador español en Viena, el marqués de Pescara, muestra el escaso interés imperial por las noticias y las peticiones procedentes de España.”78


Al margen de estas cuestiones, los muñidores de la tragedia estaban acordando otras que parece tenían bastante claras: Su idea era fragmentar España, en principio dejando los estados de Italia bajo la corona del Borbón, y el resto bajo la corona del archiduque.


En 1709, unos nuevos acuerdos entre Francia, Inglaterra, Holanda y el Imperio señalaban que “Felipe dejaría el trono y se retiraría a Francia. Los ingleses se quedarían con Lérida, Tortosa y Pamplona. Al de Orléans se le daría Valencia, Murcia y Cartagena, reconociéndole por rey. Probablemente, parte de Cataluña pasaría a Francia y el resto del territorio español a la casa de Austria. Cuando Felipe lo descubrió, exigió explicaciones a su abuelo, que lo sepultó todo con un político silencio.”79


En este momento, parecía que el pueblo español despertaba de la siesta y comenzaba a darse cuenta del verdadero interés de los franceses, por lo que surgieron fricciones que apuntaban a un enfrentamiento militar con éstos. La primera víctima política fue Antonio de Silva, el duque de Uceda, que por sus críticas a la princesa de los Ursinos y al embajador Amelot, fue desterrado de la corte, al tiempo que eran reprendidos el conde de Frigiliana y el duque de Montalto.


La situación llegó a tal punto que el duque de Medinaceli propuso al rey “la paz con los ingleses y holandeses si convirtiese las armas contra Francia, exponiéndole que ésta lo haría para hacer la suya”. 80 Pero Felipe V no quería oír hablar del asunto y prefería dejarse acariciar el oído con lo que le decía su padre, el Delfín, y su abuelo el rey de Francia. Ante esta situación, la reina y la de los Ursinos comenzaron a agasajar al duque de Medinaceli, y Felipe V comentó a meditar el prescindir del embajador francés.


Muy molesto con la actuación llevada a cabo por Luis XIV, Felipe V le escribió aduciendo que “trabajando para bien de mis intereses trabajaré al mismo tiempo en obsequio de los vuestros y de los de Francia, para quien es una necesidad la conservación de la corona de España”.81


Esta situación, que creó malestar en España, significó que el embajador de Francia apartase del Consejo de Regencia a quienes, como Montellano, se hacían eco del malestar popular, en cuyo seno crecía una pujante animadversión a los franceses. A partir de este momento Felipe V constituyó un gobierno independiente, libre del control que hasta el momento había ejercido Amelot, el embajador de Francia. Desde este momento desaparece el sometimiento a la voluntad francesa; nace el distanciamiento y hasta la hostilidad, y crece la desconfianza hacia la política francesa… Aunque todo acabaría siendo un espejismo.


El ejército francés fue despachado a Francia mientras Felipe V en persona se encontraba en el sitio de Balaguer, tras haber despachado a Francia al embajador Amelot y haber nombrado al duque de Medinaceli ministro de los asuntos extranjeros, mientras el emperador acosaba al Papa para que lo reconociese como rey de España, a lo que el papa accedió en los territorios que poseía en aquel momento el Archiduque, lo que por parte de Felipe V motivó la expulsión del nuncio.


David Alberto Abián Cubillo señala al respecto que, Tras la retirada en 1709 de las tropas francesas de España, se produjo un debilitamiento de la influencia francesa, que queda patente en la conversación que mantuvo Felipe V con el embajador francés, en la que afirmó que “sólo temía haber esperado demasiado tiempo para tomar esa decisión (distanciarse del rey francés) pero como lo había llevado del respeto hacia su abuelo, no era algo de lo debía arrepentirse”.82


En ese mismo sentido, el 17 de Abril de 1709 escribía Felipe V a su abuelo Luis XIV de Francia: “Jamás dejaré a España sino con la vida, y prefiero, sin comparacion, mucho mas perecer disputando en ella el terreno palmo á palmo al frente de mis tropas, que tomar ningun partido que mancillase, si me atrevo á decirlo así, la gloria de nuestra casa, que yo si puedo no deshonraré ciertamente”83. Un acto extrañamente gallardo que sin embargo queda empañado por la irrefrenable sumisión que finalmente señala cuando para acabar la frase refiere: “quedándome el consuelo de que trabajando por mis propios intereses trabajaré tambien por los de Francia, para quien es absolutamente necesaria la conservación de España.”84


Parece innecesario comentar esta afirmación.


Con esta situación de enfrentamiento, en Febrero de 1710 llegó sin complicaciones la flota de Nueva España, lo que representó un respiro para las arcas. Pero por otra parte, las constantes intrigas llevaron a que el duque de Medinaceli fuese encarcelado por tener relaciones con el bando austracista. Recibía el pago por las acciones del año anterior que llevaron a la retirada de algunos agentes de Luis XIV. Le sustituiría Ronquillo como ministro de los asuntos extranjeros. Y Mª Anne de la Tremoille, que un año antes le había servido de apoyo principal permaneció en su puesto.


No fue Medinaceli el único en caer en desgracia. Los enfrentamientos en la corte supusieron que se retirara el conde de Aguilar, y la comandancia de los ejércitos recayó en el marqués de Villadarias, Francisco del Castillo y Fajardo, aquel que en su momento fuese responsable de la presencia británica en Gibraltar. Su actuación permitió que en Junio, el ejército del archiduque, al mando del inglés James Stanhope, tomase la iniciativa, y con ella Balaguer, Lérida, Zaragoza y el camino de Madrid, en vista de lo cual la corte tomo el camino de Valladolid, donde se instaló en Septiembre de 1710, pasando posteriormente a solicitar ayuda a Francia; a la misma Francia que en abril del año anterior le fueron devueltos esos mismos ejércitos. Cuando Felipe V salió de Madrid, la corte se dividió, quedando en Madrid, entre otros, el conde de Palma, el marqués de la Laguna y el duque de Híjar, declarándose austracistas. El 28 de Septiembre entró el archiduque Carlos, pero su estancia se contó por días.


La reina, con el respaldo de 31 firmantes de la alta nobleza, el primero de ellos el duque de Alba, había pedido el envío de Luis de Borbón, duque de Vendome, a lo que en principio no accedió Luis XIV, quién recibía reproches por parte de quienes estaban empeñados en el descuartizamiento de España en el sentido de que la alta nobleza no respaldaba a Felipe y sí a Carlos, aunque a poco, tras el escandaloso retroceso de Felipe V, el mismo mes de septiembre de 1710 lo envió como generalísimo de los ejércitos españoles.


El nueve de noviembre de 1710 colocó Vendome a Felipe V nuevamente en Madrid y tras derrotar a los británicos de Stanhope, fue designado Virrey de Cataluña, puesto que no llegó a desempeñar al haber fallecido en Vinaroz el 11 de Junio de 1712, víctima de un atracón de langostinos. Le sustituiría el príncipe de Tilly.


Pero Vendome no vino solo; le acompañaría quién acabaría teniendo especial significación política: Julio Alberoni, un personaje hecho al gusto de Luis XIV con una ambición personal que acabaría poniendo a su servicio a la monarquía.


Los acontecimientos, a partir de estos momentos, se acelerarían favorablemente para Felipe V. Las victorias se suceden una tras otra, y en 1711, la muerte del emperador acarrea una nueva situación internacional que repercute directamente en el devenir de la guerra en España. Y es que el archiduque se marcha a Viena para ser coronado emperador.


Este hecho daría un vuelco al conflicto, y es que Inglaterra, que tan manifiestamente había apoyado al archiduque, no estaba dispuesta a sentar en el trono de España a quien conjuntase bajo su corona a Austria y a España. A partir de este momento, la participación de la Gran Bretaña sería displicente, como siempre, más pendiente de sus intereses particulares que de las promesas formuladas. Algo que acabaría con el abandono del apoyo prestado a la causa de Carlos, sin que ello significase dejar de prestar apoyo en todo lo que significase menoscabo a quienes aparentemente dejaban de hostigar.


Hubo otro acontecimiento que pudo haber cambiado la historia: “En 1712, la muerte del delfín de Francia, Luis, duque de Borgoña, generó expectativas a Felipe V en el trono francés. El rey tuvo varias conversaciones con el duque y el abate italiano, paralelas a los preacuerdos de Utrecht. Según Castellví: «El Consejo de Estado se juntó muchas veces sobre esta novedad, y las deliberaciones se ocultaron, como también las conferencias entre el rey, reina, duque de Vendôme y el marqués de Bonac». El impasse provocado por la muerte del delfín dio de nuevo un protagonismo indiscutible a Vendôme y a su protegido que transmitieron a Felipe V los deseos contrarios de su abuelo respecto a sus pretensiones, pero aquél se negó a aceptar sus sugerencias. Sus rabietas obligaron a Vendôme y Alberoni a armarse de paciencia y a ir, a menudo, a palacio para desaconsejarle de volver a Francia como sucesor de Luis XIV. Sin embargo, en la corte, circuló el rumor de que el monarca abandonaría España.”85


A mediados de 1713 se hizo público el abandono de Inglaterra por la causa del atchiduque. La noticia sentó como una jarra de agua fría entre los españoles austracistas. Así, conforme señala Andrés Cassinello Pérez, “el 30 de junio de 1713, tras conocerse la noticia del abandono de los ingleses, se reunieron en Barcelona los Tres Comunes, formados por la Ge­neralidad, el Consejo del Ciento, que tenía encomendado el gobierno de la municipalidad y el Brazo Militar, formado por aristócratas fueran o no mili­tares. Los reunidos convocaron la Junta General de Brazos, que el 5 de julio de 1713 decidió continuar la guerra «ya que Felipe V no había concedido la amnistía ni se había comprometido a mantener las Leyes propias del Princi­pado». El Brazo Eclesiástico se abstuvo en la votación y fue una fracción del Brazo Militar, dirigida por Manuel de Ferrer i Sitges, autor de un encendido discurso, el que se decantó por la guerra.”86


Todo ello sería posible ser llevado a cabo porque con la retirada de las tropas austracistas no se procedió a la entrega de las plazas, sino que, atendiendo a la voluntad europea de debilitar todavía más a España, quedarían contingentes de tropas aliadas, supuestamente desertoras, que bajo sueldo británico continuarían ocupando los territorios que eran abandonados en los tratados.


Viendo el devenir de los acontecimientos, “muchas damas de los reinos de Castilla, Aragón y Valencia …/… se embarcaron en Mataró el 21 de agosto de 1713 con el general Wallis para pasar a Italia y a Alemania: las condesas de Cardona, de Villafranqueza, del Casal, de Cervellón y de Rafal siguieron a sus maridos; en cambio, la condesa de Cirat se quedó en la capital catalana.” 87


Los exiliados austracistas, que en su conjunto, y según Virginia León Sanz, pudieron alcanzar el número de treinta mil, “se dirigieron a los territorios italianos y flamencos que habían formado parte de la monarquía española hasta la Paz de Utrecht y que ahora pertenecían a los Habsburgo: Milán, Cerdeña y sobre todo Nápoles; y pocos a los Países Bajos.” 88 Señala la misma autora que “muchos militares que formarán 1os Regimientos de Españoles se instalarán en Hungría.”89


En estos momentos se editó un manifiesto firmado por D.J.D.C., en el que, a la par de glosar los acontecimientos principales del conflicto y recordar lo impropio de que España contase con un rey francés señalaba un objetivo: “Seamos todos Españoles para el triunfo, ya que somos hermanos en el martirio. Disipad la causa de nuestros tormentos y triunfemos sobre la astucia y malicia de Francia.”90


Por su parte, el 29 de diciembre de 1713, el Archiduque “constituyó en Viena el Consejo Supremo de España, integrado por ministros y oficiales españoles en su mayoría. El nuevo organismo tuvo como su principal ámbito de gobierno los territorios de Italia y de los Países Bajos que al finalizar la Guerra de Sucesión pasaron a la Casa de Austria…/… Desde una intencionada continuidad con el sistema político de la Monarquía Hispánica, en el decreto de constitución del Consejo de España se establecía la creación de cuatro Secretarías provinciales correspondientes a Nápoles, Cerdeña, Estado de Milán y Flandes, a las que se sumaron las Secretarías del Sello y de la Presidencia así como la Tesorería, siendo su presidente el arzobispo de Valencia, Antonio Folch de Cardona. El mismo día, el emperador nombró al notario catalán Ramón de Vilana Perlas, marqués de Rialp, Secretario de Estado y del Despacho para los asuntos de Italia y Flandes.”91


Los exiliados conformarían un núcleo que desarrollaría una interesante labor, tanto en Viena como en la defensa de los intereses del imperio austriaco, y representarían un apoyo de especial interés para los nuevos exiliados españoles surgidos tras el 11 de Septiembre de 1714 cuando “Felipe V decretó en Hospitalet la salida de todas las familias de castellanos, aragoneses y valencianos que se hallaban en Cataluña por haber seguido el partido de los Aliados y en función de esta orden, se embarcaron más de mil personas.”92


Al respecto de este exilio, señala Juan C. Saavedra que “La conquista de Barcelona por las tropas de Felipe V supone el extrañamiento forzoso de España de todos los castellanos, aragoneses y valencianos allí instalados, incrementando considerablemente el número de exiliados, puesto que algunos ya se habían ido acompañando al Archiduque —en 1714 se contabilizaban ya cerca de 242 personas, en su mayor parte instaladas en Italia—. Y aunque en Viena se temía que Felipe V desterrara a muchos españoles para aumentar con ello los problemas del Emperador, precisado a socorrerlos, cuando no facilitando por esta vía la introducción de espías en la Corte Imperial, lo cierto es que, siguiendo a Castellví, su número superó en poco las mil personas.”93


Es lugar común en quién trata la contienda que finalizó el 11 de septiembre de 1714 acusar a Felipe V de intransigente y vengativo, y sin pretender rebatir esa idea, debemos señalar con Juan C. Saavedra Zapater que “esto mismo acontecerá en los reinos de la Corona de Aragón contra los súbditos leales a la causa borbónica.” 94


Señala Juan C. Saavedra que “la persecución de los partidarios del Archiduque no se limitó a destierros, encarcelamientos o suspensiones de empleos y salarios, ya que los más comprometidos políticamente vieron además sus haciendas confiscadas. En 1721, cuando ya se habían devuelto algunas propiedades a sus titulares, la Contaduría General de Bienes Confiscados valoraba los secuestros realizados en Castilla entre 1706 y 1710 en 2.931.359 reales de vellón, suma bastante superior al valor de los bienes embargados posteriormente a los súbditos desafectos de Aragón, Valencia y Cataluña evaluados en conjunto en 1.735.807 reales de vellón.”95


Sin duda podemos hablar de falta de generosidad y de altura de miras por parte de Felipe V, que se arrogó derechos de conquista para implantar los decretos de Nueva Planta; sin embargo también hay que señalar que por decreto de 12 de julio de 1715, Felipe V concedía el perdón a las mujeres que se habían significado como austracistas, y de hecho, la mayoría de replesaliados “volvió a sus casas después de la rendición de Barcelona, como el notario Melchor Morales, que estuvo encarcelado en la torre de Serranos y desterrado en 1709, pero en 1715 se hallaba ya en Valencia como escribano público, o Francisco Nicolau, al cual en 1716 se le concedió licencia para poder regresar a Valencia y su hijo Francisco fue después oficial del ejército borbónico.” 96 Podemos pensar también en Rafael de Casanovas, que acabó sus días ejerciendo su profesión de notario en San Baudilio de Llobregat, el 2 de Mayo de 1743.


Es el caso que, ya en 1715, y con motivo de las presiones internas e internacionales, comenzó a tratarse la necesidad de suavizar el derecho de conquista que Felipe V adujera en los momentos finales de la guerra. Como consecuencia comenzaron a ser devueltas algunas propiedades que habían sido incautadas a los afectos a la causa austracista, lo que ocasionó no pequeños conflictos jurídicos, y se permitió la vuelta de los exiliados. A este respecto “se calcula que regresaron más de tres mil españoles, sobre todo, a partir de 1718, en el contexto internacional que se derivó de la política revisionista de Felipe V.” 97


Era la época de los tratados; así, el 17 de Febrero de 1720 se firmó en Londres un nuevo tratado; el de la Cuádruple Alianza, y “el 30 de abril de 1725 se firmó la paz en Viena entre Felipe V y Carlos VI, los dos antiguos rivales que se habían enfrentado por la Corona de España en los primeros años del siglo, cerrando por fin aquella etapa. El Tratado en su artículo IX establecía «la amnistía recíproca» y el perdón general de todos los españoles que participaron en la Guerra de Sucesión, así como la restitución de los bienes recíprocamente confiscados y de todas las dignidades concedidas por Felipe V y Carlos VI durante el conflicto y en el período siguiente hasta 1725, lo que hacía posible el regreso a España de los exiliados.” 98


A ese respecto, el artículo VIII del tratado de la Quatriple Alianza de 17 de Febrero de 1720, marca: “que en el tratado particular de paz, que se ha de ajustar entre el Emperador y el Rey de España, habrá una amnistía general para todas las personas de cualquier estado, condición, dignidad, y sexo que fueren así eclesiásticos, como militares, y seglares, que hubiesen seguido el partido de la una ú de la otra Potencia durante la última guerra; por la qual amnistía será permitido á todas y á cualquiera de dichas personas reintegrarse en la plena posesión y goce de todos sus bienes, derechos, privilegios, honores, dignidades, é inmunidades, para gozarlas y disfrutarlas tan libremente como las gozaban antes de empezarse la última guerra…”99


Alcanzado el triunfo bélico, Felipe V dio impulso a la cultura. Fundó la Real Academia Española y la Real Academia de la Historia, siguiendo el modelo francés. Fomentó la intervención del Estado en la economía; apoyó la agricultura y la industria, dando pie a las llamadas manufacturas reales, mejorando la economía nacional y potenciando el ejército y la marina, lo que comportó una mejora en la protección del comercio americano, creando aduanas y prohibiendo la importación de manufacturas textiles, e introdujo importantes reformas administrativas en el estado, primando la actuación de los profesionales, basándose en la meritocracia.








ASPECTOS SIGNIFICATIVOS DEL CONFLICTO BÉLICO -I

(hasta el 5 de Agosto de 1706 con las tropas del archiduque dominando Madrid)


El 16 de noviembre de 1700, quince días después de haber fallecido Carlos II, subió al trono Felipe V, lo que ocasionó el enfrentamiento con el emperador Leopoldo de Austria, que veía cómo eran desatendidos los acuerdos previamente establecidos para el descuartizamiento de España, dando lugar a la guerra.


En primer lugar, el despechado emperador reclamó al Papa ser coronado rey de Nápoles al tiempo que el 17 de septiembre de 1701 firmaba la Gran Alianza con Inglaterra y con Holanda, con el objeto de conquistar los territorios españoles en Italia y en Europa en su beneficio.


Tras la firma del tratado, a finales de 1701, el príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas austriacas, iniciará las hostilidades, derrotando en las batallas de Carpi y de Chiari, a las tropas francesas que defendían el norte de Italia.


¿Qué había pasado con el ejército español que se había señoreado de Europa durante dos siglos? Señala Christopher Storrs que “los ejércitos españoles fueron más pequeños y menos impresionantes en tiempos del reinado de Carlos II que durante el siglo XVI y los primeros años del XVII. Sin embargo, contribuyeron al éxito aliado en su empresa de impedir a Luis XIV lograr sus objetivos durante la Guerra Holandesa en los años setenta, y de derrotar después al rey francés en la Guerra de los Nueve Años.”100


Parece evidente que, desde mediados del siglo XVII España estaba mostrando su debilidad al triunfar la sublevación de Portugal, al finalizar la Guerra de los Segadores en Cataluña con la amputación del Rosellón, y al perder posiciones de importancia en Flandes.


Las tropas españolas, que se habían señalado en su lucha en la guerra de los Nueve Años contra Francia, que había finalizado con el tratado de Ryswick en 1697, habían sido sustituidos por tropas extranjeras, francesas para más señas, para defender los intereses de España.


¿Cómo pudo sobrevivir España hasta el momento con tan exiguo ejército? La respuesta se encuentra en las milicias provinciales, que se desarrollaron a lo largo de todo el territorio, tanto en América como en Europa Asia o África, que daba apoyo esencial a las escasísimas unidades militares.


Otro núcleo importante del ejército estaría compuesto por flamencos, suizos, alemanes e irlandeses, católicos. Tres regimientos de infantería -Ultonia, Hibernia e Irlanda- y dos de dragones – Edimburgo y Dublín- eran la aportación irlandesa.101


En lo tocante a la Armada, sigue señalando Christopher Storrs que “dentro de Europa, la escuadra de Flandes, que se volvió a activar bajo el reinado de Carlos II, formaba parte de las flotas. Las escuadras de galeras de España, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, y la del Duque de Tursi, que se alquilaba desde Génova, todas ellas componían la flota española de galeras en el Mediterráneo. Fuera de Europa estaban las flotas del Atlántico, la de Barlovento y la del Pacífico.”102


Sigue señalando el mismo autor que “Al igual que en el caso de los ejércitos españoles, es un tópico sostener que las flotas españolas eran más pequeñas, más débiles y menos eficaces bajo el reinado de Carlos II que un siglo antes. Es verdad que eran más pequeñas: el total de las galeras nunca pasaba de treinta, lo cual contrastaba fuertemente con el número de galeras al servicio de Felipe II y hasta de Felipe IV. Al mismo tiempo, España se hizo más débil en el mar; las flotas españolas con frecuencia experimentaban humillaciones, sobre todo a manos de un poder naval francés naciente. Por ejemplo, en Cataluña en los años setenta y noventa los franceses lanzaron eficaces operaciones a las que España no fue capaz de contestar. Estas humillaciones en el mar también provenían de potencias navales supuestamente menores: en 1680 los buques del príncipe elector de Brandenburgo, que estaba enfadado a causa de la negativa de Madrid de pagar subvenciones en recompensa de tropas durante la Guerra Holandesa, se apoderaron fácilmente del buque Carlos Segundo en el puerto de Ostende. Sin embargo, aunque España ganó pocas victorias navales notables bajo el reinado de Carlos II, tampoco sufrió demasiadas grandes derrotas: se perdieron más buques a causa del mal tiempo —incluso el Carlos Segundo, en 1696— que a manos de los franceses. ”103


Sigue diciendo Stors que “España aún mantenía unas extensas fuerzas efectivas bajo el reinado de Carlos II, y sus ejércitos y flotas jugaban un importante papel en la defensa del imperio español. Sin embargo, España también dependía, mucho más que en el pasado, del apoyo de otros poderes. Por ejemplo, en 1668, la intervención de la Triple Alianza —las Provincias Unidas, Inglaterra y Suecia— jugó un papel importante a la hora de evitar la derrota total de España a manos de Luis XIV, y quizás también en salvar la pérdida del Flandes español; y entre 1673 y 1675 Carlos II firmó doce tratados de alianza con otros estados, dirigidos contra Francia.” 104


Intervención de la Triple Alianza que no salió gratis a España, ya que ese mismo año de 1668 se accedió a la voluntad británica de aceptar la separación de Portugal, cuando las fuerzas separatistas estaban en manifiesto retroceso y sin demasiado respaldo popular.


Iniciado ya el siglo XVIII, Felipe V modernizó el ejército; creó el cuerpo de granaderos y el de carabineros; creó regimientos de caballería ligera y de dragones, siendo el de dragones un cuerpo que alternativamente servía para combatir a pie o a caballo.


Pero con todo, el problema no era atajado porque, conforme indica David Alberto Abián Cubillo, “en el siglo XVIII continuó padeciéndose la falta de voluntarios para enrolarse al ejército lo que hizo que se tuviesen que seguir utilizando métodos de reclutamiento propios de los Habsburgo, como eran los alistamientos por parte de particulares con fuerte influencia en las comunidades, así como reclutamientos más novedosos, que podemos calificar ahora claramente forzosos.”105


Todo hace indicar que la Pax Hispánica, muy a pesar de la evidente crisis económica padecida en la Península de manera casi secular, era mantenida, no sólo en América, donde se mostraba de todo punto innecesario mantener fuertes contingentes militares salvo en algunos puntos de la costa al objeto de repeler los periódicos ataques de piratas y corsarios al servicio de Inglaterra, Francia y Holanda, que buscaban saquear las riquezas y la tranquilidad de esa parte del mundo, que gozaba de un alto nivel de igualdad y de riqueza.

Esa Pax Hispánica significó que, según señala Germán Segura García, “al iniciarse el conflicto sucesorio, las tropas de la Monarquía se encon­traban principalmente en Italia y Flandes. Desatado inicialmente el fuego de la guerra en estos territorios, Felipe V contaba en España con apenas 13.000 infantes y 5.000 caballos, por lo que resolvió levantar más tropas, además de ordenar la creación de otros 100 regimientos de milicias con una fuerza total de 50.000 hombres.” 106


Esa situación precaria del ejército motivó una reestructuración en profundidad del mismo, creándose nuevas unidades acordes a los tiempos, al tiempo que la dependencia respecto a Francia se manifestaba también en la correspondencia mantenida entre Felipe V y su abuelo, el rey de Francia. “En cuanto a la contribución militar francesa, en muchas de estas cartas Felipe V insistirá en la solicitud de nuevos refuerzos a su abuelo para continuar la guerra. La dependencia de la causa filipista con respecto a las tropas francesas será trascendental en momentos claves como la batalla de Almansa (25-IV-1707), victoria conseguida por el duque de Berwick, un jacobita al servicio de Luis XIV, sin la que es difícil comprender la consolidación borbónica en España.”107


Como queda señalado, la guerra no se inició inmediatamente después de haber ascendido al trono Felipe V. La actividad prebélica se manifestó, en el campo austracista, con el envío de un embajador holandés que tomó contacto con el Almirante de Castilla, quién le instruyó de la facilidad que encontrarían en Andalucía para conseguir sus objetivos. Por su parte, Francia por una parte, y el emperador por otra desarrollaban una fuerte actividad política en Italia al objeto de anexionarse los reinos españoles. En Italia empezarían las hostilidades, careciendo de las defensas necesarias. Y siendo que la fuerza naval de España estaba empobrecida, no se atendía su modernización.


Francia invadió Flandes, donde Inglaterra envió diez mil hombres sin declarar la guerra.

Mientras, en el baile de cifras que siempre acompaña a estas estimaciones, otro autor, Cristina Borreguero, abona lo apuntado cuando señala que “se puede estimar que el Ejército de la Monarquía española hacia 1701 apenas ascendía a 12.000 hombres en el territorio peninsular y otros 20.000 más repartidos entre Flandes e Italia.”108 Y en América, sólo guarniciones esparcidas y compuestas por americanos.


Las esperanzas militares de Felipe V residían, así, en la fuerza militar francesa. Pero a lo largo del conflicto, como queda señalado, se resolvió parcialmente esa necesidad acometiendo importantes reformas del Ejército, si bien calcando las formas francesas que no serían superadas hasta 1724; así, conforme señala la misma autora, “en 1705 pudo alcanzar ya 50.000 hombres, y al terminar la Guerra de Sucesión contaba con 100 regimientos de infantería y 105 escuadrones de caballería y dragones, y con un número de hombres que podía situarse en torno a los 70.000 y 100.000, cifras inimaginables en los últimos años de Carlos II.”109


Ese refuerzo del ejército fue llevado a cabo por los marqueses de Bedmar y de Canales, por Jean Orry, Amelot y el mariscal de Puységur, e incluía la creación del Real Cuerpo de Artillería y del cuerpo de Ingenieros, así como la Compañía de Guardias Marinas y la construcción de barcos, juntamente con la creación de las academias militares, y significaba una evidente modernización del ejército que posibilitaría, aunque de forma efímera, la toma de Cerdeña en 1717 y la de Sicilia en 1718, donde tomaron parte 29 navíos con 10.000 tripulantes110.


Volviendo a los inicios del reinado de Felipe V, a principios del año 1702, Fernando Meneses de Silva, conde de Cifuentes, predicaba la sedición en Andalucía, por lo que fue tomado preso. Logró escaparse y ponerse al servicio del Archiduque. Quedaba manifiesto que la oposición a Felipe V se circunscribía a pequeños círculos, siendo que a un año de su toma de posesión, señala Antonio Ramón Peña Izquierdo que “en diciembre de 1702 nada hacía presagiar el cambio de rumbo de la situación general española. El ambiente tanto en Cataluña como en el resto de España era de esperanza y optimismo y solo había una nube sombría: la guerra italiana. La publicística –especialmente catalana-, conducida por tantas esperanzas que se abrían, redobló el esfuerzo propagandístico en defensa de Felipe V y contra la guerra que se iba extendiendo por Europa” 111; y en Barcelona, ese mismo año, se editaba el Manifiesto y declaración de guerra por los estados de Olanda contra España y Francia, si bien, evidentemente, los conspiradores austracistas, entre los que destacaba Narciso Felíu de la Peña, ejercían una labor subversiva.


Ello no quiere decir que los austracistas estuviesen inactivos. Los aliados empezaban sus operaciones militares en la península con las mismas tácticas de piratería que venían utilizando desde tiempos de Felipe II. Así, el 22 de Septiembre de 1702 la armada anglo-holandesa tomó el puerto de Vigo, donde se había refugiado la flota de Indias, que en las islas Terceras fue avisada de la presencia de los piratas anglo-holandeses, al mando de Ormont Halemundo y Colemberg. Se especula si esta acción estuvo tramada por el Almirante de Castilla.


El desastre de Vigo tuvo a su favor la falta de coordinación de las administraciones españolas. Es el caso que, arribada la flota a Vigo, no se decidieron a desembarcar la carga porque las ordenanzas prohibían que se hiciese fuera del puerto de destino, que era Sevilla. Finalmente llegó la autorización para desembarcar la plata, pero no para desembarcar las mercancías, lo que dio lugar a una discusión bizantina mientras la armada de 150 buques enemigos hacía acto de presencia el 23 de Octubre.


Cuando se tuvo cierta su presencia, hicieron frente cinco mil ochocientos soldados y cinco navíos franceses, que al arribo de los piratas rompieron filas en desbandada, dando lugar a que aquellos desembarcaron en número de cuatro mil.


Hubo batalla durante los días 23 y 24 y se ordenó el incendio de las naves surtas en el puerto para evitar el beneficio de los piratas, que se adentraron en tierra asolando poblados.


Este suceso ocurría mientras Felipe V estaba terminando su visita a Milán, que le ocupó varios meses de ese año 1702, y mientras era cumplimentado por la república de Génova.


La guerra, que en estos momentos era ya evidente, se extendía también por los Países Bajos, donde un ejército combinado anglo-holandés, en defensa de los derechos del Archiduque Carlos sitiaba Amberes y era derrotado por el ejército combinado franco-español el 30 de Junio de 1703.112


Este año 1703, Luis XIV de Francia envió 30.000 soldados en defensa del Duque de Baviera, defensor de los derechos de Felipe V, mientras otro ejército francés acometía el norte de Italia, llegando a las puertas de Turín, y un ejército hispano francés compuesto de 40.000 soldados guerreaba en el valle del Rhin. La guerra tuvo un extenso desarrollo en Europa, donde las tropas del Archiduque mantuvieron largos y duros enfrentamientos con las tropas francesas.


Finalmente, el 12 de septiembre de 1703, el archiduque Carlos fue aclamado como rey de la monarquía española el en la Corte imperial vienesa tras la cesión de derechos hecha por el emperador Leopoldo y por su hijo primogénito. Este nombramiento fue reconocido por la corte y por los ministros extranjeros a excepción de Suecia y del Nuncio Apostólico.


Por su parte, en Octubre de 1703 Felipe V (o más bien Luis XIV), perdía la alianza de Víctor Amadeo, duque de Saboya, que se pasaba al bando austracista, no sin cobrar los cien mil doblones que le dieron los ingleses en agradecimiento por el tránsito113, y sufriendo los ataques de los mariscales franceses Tessé y Vandomme hasta que en 1704, los austriacos al mando de Staremberg, lo liberaron del asedio.


Portugal se alió con la liga austracista, compuesta por Alemania, Inglaterra y Holanda, tras informes emitidos por el embajador Mendoza indicando que la nobleza y el pueblo eran contrarios a Felipe V, siendo que la deriva de Portocarrero iba en la misma dirección, y el malestar creado por la acción de la armada aliada en Vigo había provocado que el presidente de Indias, duque de Medinaceli, hubiese renunciado al cargo, así como el malestar de Aragón por no haber sido celebradas cortes. Todo ello, manifestaban los representantes de Alemania, Inglaterra y Holanda, para animar el concurso de Portugal, “no podía dejarle de tocar algún desecho fragmento de máquina tan vasta, pues no había otro medio de dilatar los Imperios que con la ruina de los confinantes”.114


Señala Germán Segura García que “el 9 de marzo de 1704 llegó el archiduque Carlos a Lisboa y publicó, pocos días después, un manifiesto a los españoles instándoles a sacrificarse por su causa. Felipe V, en respuesta, declaró la guerra a Portugal (30 de abril) concentrando en la frontera a más de 40.000 hombres divididos en cuatro cuerpos de ejército”-115


Posteriormente, una escuadra inglesa y holandesa compuesta por 14.000 soldados, desembarcó en Lisboa el 7 de mayo de 1704. La escuadra aliada se componía de cincuenta buques de guerra más los barcos de transporte para catorce mil hombres. Según Manuel Henao y Muñoz, las fortalezas españolas estaban “ruinosas y desguarnecidas, sin provisiones sus almacenes, sin naves sus puertos, vacíos sus astilleros y arsenales, sin tropas de que disponer el gobernador de Andalucía, pues al arribo de la flota enemiga apenas pudo reunir el marqués de Villadarias ciento cincuenta infantes y treinta caballos. Tampoco la guarnicion de Cádiz pasaba de trescientos hombres, y para colmo de desdichas estaban faltos de vituallas y de municiones de guerra. La poca fuerza militar con que contaba entonces España, estaba en Flándes y en Italia, y la restante que habia en los dominios españoles, no excedia seguramente de veinte mil hombres: la marina era cosa perdida, pues solo contaba con algunos buques viejos y casi estropeados enteramente.” 116


La guerra había sido declarada el 30 de abril. Este fue el inicio del conflicto en la península. Aquí se hizo público que el archiduque contaba con el apoyo del Almirante de Castilla, Juan Tomás Enríquez de Cabrera, que había sido el artífice de conseguir la abdicación de las pretensiones del Emperador en su hijo, el Archiduque Carlos, con el antiguo virrey de Cataluña, Darmstadt y con el conde Gallaway.


El almirante de Castilla y el príncipe de Darmstadt habian presentado á Guillermo III un proyecto que mereció su completa aprobación, y que estaba reducido á efectuar un desembarco cerca de Cádiz, obligando en seguida á que se rindiese esta plaza y la isla de Leon, y después de establecer un punto central de operaciones, penetrar en los pueblos circunvecinos y provocar un alzamiento popular contra el trono de Felipe V.”117


Pero la respuesta de Felipe V fue contundente; los ejércitos tomaron la iniciativa y entraron en Portugal, tomando el mismo día 7 de Mayo de 1704 la plaza de Salvatierra, Penha-García, Segura, Rosmarinhos, Idaña, el castillo de Mosanto… y tomando iniciativa en otros muchos puntos.


Ante ese resultado, el archiduque fijó su vista en Andalucía, con resultado negativo, y luego en Valencia y en Cataluña, donde se dirigió el príncipe Darmstadt con dos mil hombres de desembarco obteniendo un estruendoso fracaso.


A la par de la guerra en sentido estricto, se desarrollaba una guerra literaria. Señala Antonio Ramón Peña que, entre la guerra literaria del momento se denunciaba que “Darmstadt y su grupo se dedicaron a propalar la idea de que con la Casa de Austria la quieta libertad que poseían sería aumentada y vivirían con más anchura. Este engaño ‘[…] iba haciendo bastante impresión en los ánimos […] haciéndoles vivir ya no bien hallados a catalanes, valencianos e italianos.”118


Por su parte, Maria Luisa de Saboya supo actuar en sentido contrario propiciando un movimiento popular de envergadura que supo enfrentarse al invasor. En este sentido la reina se encontró con la colaboración del ejército aliado, que sin ayuda de nadie se ganó la enemistad de muchos que antes eran sus parciales merced a una proliferación de todo tipo de saqueos y desmanes, y que acabó siendo rechazado dejando los ejércitos anglo-holandeses muchos muertos y multitud de prisioneros, y propiciando el cambio de bando de multitud de austracistas.119


Los desmanes llevados a efecto por los austracistas propiciaron una serie hostigamientos de la población fronteriza española, que actuó sin atender las llamadas a la calma procedentes del entorno de Felipe V, si nos atenemos a lo que señala Modesto Lafuente.120 Pero los desmanes no eran privativos de uno de los bandos; ingleses, austriacos y franceses, según Manuel Henao, “no parece sino que se habian puesto de acuerdo para destruir y aniquilarlo todo; y en verdad, que no creemos ir descaminados al abrigar estas sospechas, porque siempre las naciones extrañas miraron con recelo y temor nuestro engrandecimiento.”121


Si la guerra propagandística llevaba su curso, la militar llevaba el suyo; así, Germán Segura señala que “el 28 de mayo de 1704 llegaba [la escuadra aliada] a aguas de la Ciudad Condal e iniciaba, en los días sucesivos, el desembarco de 3.500 hombres a orillas del río Besós. La guarni­ción de la ciudad no era numerosa (2.200 hombres) pero el virrey de Catalu­ña, Francisco de Velasco, solicitó el concurso de la milicia urbana. Los planes aliados resultaron un fracaso ya que dependían del apoyo de los catalanes y estos no secundaron la empresa como se esperaba.”122


La armada aliada, tras el fracaso, inició un feroz bombardeo desde la escuadra mandada por Darmstadt, tras lo cual se dirigió contra Cádiz sin poder llegar a tomarla, por lo que puso su vista sobre Gibraltar, plaza mal armada y atendida por ochenta infantes. Los ingleses desembarcaron cuatro mil, lo que ocasionó que el gobernador Diego de Salinas se rindiese el 2 de Agosto de 1704. Los ejércitos aliados estaban apoyados por tropas españolas, que rindieron un importante tributo en vidas, y cuya relación da Narciso Felíu de la Peña en sus “Anales de Cataluña”. En posterior batalla, el 24 de Agosto, el pirata Roock confirmaría la toma de la plaza, pero en vez de hacerlo en nombre del archiduque, a quién servía, y en manifiesto acto de piratería lo hizo a nombre de la reina Ana. El posterior asedio de la plaza fue un rotundo fracaso en el que España perdió hombres y dinero sin ningún resultado positivo.


Entre tanto se reunieron los aliados este año 1705 en Lisboa con el rey de Portugal y con el Almirante de Castilla, determinando, de acuerdo con el príncipe de Arrestad, según señala Vicente Bacallar, que “el objeto de la guerra era España, y que se debía ir directamente contra ella. De este parecer fue el rey Carlos y todos los alemanes, porque sabían que ésta era la mente del César.”123 En esta reunión, y contra la opinión del Almirante, que quería redoblar las hostilidades por Andalucía, determinaron hacerlo por Cataluña, tras lo cual, el Almirante sufrió un ataque de apoplejía y falleció.



En Julio de 1705, una armada anglo holandesa comandada por el pirata Peterborough salió de Lisboa, y tras atacar Cádiz, asoló las costas de Almería y Alicante. En Denía, el 8 de Agosto, proclamaron rey al archiduque Carlos, y el poder de los rebeldes se extendió por el reino de Valencia… Gandía, Alcira, Játiva… Valencia fueron sumándose a la causa austracista. Y los partidarios de Felipe V se encerraron en Peñíscola, Alicante y otras plazas.


Habiendo quedado los austracistas Baset y Nebot al mando en Valencia, llegaron a tal grado de iniquidades sus actuaciones que, temiendo una sublevación a favor de Felipe, acudió Peterborough para poner coto a los tiranuelos y, de paso, presentar a los ingleses como libertadores.


El 22 de Agosto de 1705, la armada anglo-holandesa fondeaba frente a Barcelona, ante lo que el virrey Velasco procedió a ahorcar a los sospechosos de sedición. El 28 de Agosto desembarcaba el archiduque, pero el virrey se había hecho fuerte, y la armada aliada inició un potente bombardeo de Barcelona, llegando a apoderarse del castillo de Monjuic el 17 de Septiembre, desde donde el día siguiente iniciaron un bombardeo de la ciudad, que se vio forzada a capitular el 8 de Octubre, cuando la práctica totalidad de Cataluña había proclamado rey al archiduque Carlos, que empezaba a acometer las plazas de Aragón.


Mientras, los ingleses enquistados en Gibraltar habían reforzado la amistad con Muley Ismael, rey de Marruecos de quién, además de víveres esperaban apoyo para asaltar Ceuta. Entre tanto, coaligada Inglaterra también con los reyes de Túnez y de Argel, procedieron al sitio de Orán, que acabó siendo conquistado en Septiembre de 1707.


Como queda señalado, el 22 de Agosto de 1705 estaba la flota aliada frente a Barcelona, donde contaban con la complicidad de un grupo de notables (el conde de Centellas, los hermanos Pinós, y otros), mientras otro nutrido grupo (el marqués de Rupit, el conde de Bornonville, el marqués de Argensola, los Gironella…) se mostraban partidarios de Felipe V. Durante veinticinco días esperaron los ingleses la sublevación de Cataluña, animando con la presencia del archiduque, que el día 29 de Agosto arribó en señal de victoria. A la llegada del archiduque se le unieron los austracistas, entre los que se encontraban varios miembros de la familia Feliu de la Peña. Los aliados desembarcaron el día 24 en Mongat. Relata Felíu de la Peña: “en efte día 22 de Agofto principio de la mayor felizidad para Cataluña, y para toda Efpaña, fe dexò ver desde los Muros de Barcelona la numerófa Armada de los Aliados, defpues de aver conquistado la Plaça de Denia en el Reyno de Valencia.”124


Algunas plazas, como Gerona y Figueras se entregaron sin lucha. Vicente Bacallar señala que “el gobernador de Rosas despreció amenazas y promesas, descubrió en su primer origen una conjura que se iba formando y mantuvo la ciudad por el rey Felipe. Ya todo el principado en armas, se enfureció contra sí mismo; hallaron la mayor oportunidad los facinerosos y malvados, y llenaron la tierra de sacrilegios, violencias, adulterios, robos y homicidios…/… No puede la ingeniosa malicia inventar atrocidades y crímenes que no cometiesen los catalanes contra sí mismos”125


Tras lo cual, señala Narciso Felíu de la Peña, “toda la nobleza y gente conocida de Cataluña”126 rindió pleitesía al archiduque Carlos, titulado Carlos III de España. “Concurrieron también todos los Abades Clauftrales.y muchos de los Monacales que eftavâ fuera de la Ciudad de Barcelona retirados en fus Cöventos; en grade numero Canónigos, y Dignidades de todas las Iglesias Cathedrales del principado ; Muchiffimos Curas , y Clérigos de las Iglesias Parroquiales, y no menos Religiofos de todas las Religiones que fe hallan en Cataluña.”. 127


Sin lugar a dudas, la plaza deseada era Barcelona; a ella se dirigirían y pondrían asedio. Así, en ese mismo año de 1705, “desde el día 19 [de septiembre] hasta el día 3 de Octubre los Aliados batieron, y Bombardearon la Plaça”128 .


Sigue señalando Felíu de la Peña que “el bombardeo de Barcelona duró tres semanas: del 15 de septiembre al 9 de octubre y fue terrible –6.000 bombas–. A la capitulación y salida de Velasco de la ciudad, le sucedieron las de las familias borbónicas de los Alós, Verthamón, Copons, Oriol... En total salieron de Barcelona unas 9.500 personas. Paralelamente al desembarco aliado en Barcelona, triunfaban levantamientos por casi todo el territorio catalán –a excepción de Cervera y Tortosa.”129


Tras el feroz asedio en el que la ciudad era bombardeada por mar y tierra, Peterbourgh rindió al virrey Antonio Fernández de Velasco, que abandonó la ciudad el día 14, cuando se produjo un tumulto que arrasó muchas viviendas y costó la vida a algunos. Fernández de Velasco, el duque de Pópulo, el marqués de Aytona, el conde de la Rosa… “las casas de Gironella, de Rupit, de Argensola, de la Floresta, de Ons, de LLar, de Darnio, Cortada, Marimón, Grimaos, Taberners, don Juan de Josa y don Agustín Copons…/… otros muchos siguieron el ejemplo, que fuera prolijo referirlo”130, abandonaron Barcelona, protegidos por Peterbourgh.


Tras Barcelona cayó Tarragona, y posteriormente el avance austracista se expandió por Aragón, por Valencia y por la Mancha, mientras por Extremadura, comandados por Galloway, también avanzaban los austracistas. Mientras, el embajador francés, Amelot, miembro del consejo real, impuso que las guarniciones españolas de San Sebastián, Santander y Sanlúcar, toda la costa de Guipúzcoa y Vizcaya fuesen sustituidas por tropas francesas, lo que motivó un conflicto en el Consejo Real, de donde Felipe V acabó expulsando al marqués de Mancera. Como consecuencia dimitieron el conde de Monterrey y el duque de Montalto. En su lugar fueron nombrados el duque de Veraguas y Francisco Ronquillo.131


En esta situación señala Germán Segura que “al tiempo que Barcelona estaba siendo asediada, Cataluña permanecía indefensa contra los aliados, quienes se apresuraron a sacar partido de su su­perioridad local. Las poblaciones marítimas eran las más expuestas a la ar­mada anglo-holandesa y fueron cayendo en cadena con excepción de Rosas, que se mantuvo en manos borbónicas durante toda la guerra.”132


A partir de este momento se pueden dar por marcados territorialmente la situación del enfrentamiento. Valencia, Aragón, Cataluña y Portugal estaban controlados por el archiduque; el resto de España, por el duque de Anjou.


Entre tanto, el 29 de Junio de 1705 había fallecido Juan Tomás Enríquez de Cabrera, Almirante de Castilla. A este acontecimiento, contrario a los intereses austracistas, le siguió un aporte británico. Un nuevo contingente de 15000 hombres comandado por el general Juan Mordaunt, conde de Peterborough, llegó a Portugal, y una escuadra anglo-holandesa, llevando al príncipe Jorge de Darmstadt y Peterborough recorrió el litoral español intentando la sublevación, mientras un contingente aliado al mando de Galloway, Fagel y las Minas, partió con la idea de asediar Badajoz en octubre de 1705, donde, tras en enfrentamiento con Tessé, murió Galloway, siendo abandonado el sitio por los aliados.


Paralelamente, se dirigieron los ingleses contra Ceuta, donde el marqués de Gironella paró el intento. Tras lo cual, en aguas de Málaga, se enfrentaron las armadas inglesa y francesa, disputándose España, con resultado final incierto.


Mientras, Flandes ardía también en lucha. En la batalla de Ocsted, las tropas francesas sufrían una gran derrota, lo que posibilitó el control austracista de importantes ciudades y territorios, no a costa de Francia, sino a costa de España.


Por otra parte, en Europa las victorias y las derrotas compensaban ambos bandos, lo que hacía que Francia se plantease el fin de la guerra, lo que dispuso más si cabe el ánimo de Felipe V para mostrarse sometido a los dictados de su abuelo.


El resultado, así era incierto, y Felipe V a quién le gustaba que llamasen “el animoso” a pesar de padecer graves estadios depresivos, fue en persona a dar batalla al archiduque. Pero para llegar a su destino, Felipe V tuvo que pasar primero por Zaragoza, que para permitir el paso de tropas exigió el pago de todo tipo de derechos. Su reclamación de los derechos de los fueros fueron seguidos por las principales ciudades aragonesas, mientras en el territorio controlado por los ingleses la situación no era mucho mejor. Las tropas británicas saqueaban a placer, al tiempo que las tropas francesas hacían lo propio. Cada una servía a un señor distinto.


Tras solventar el conflicto de los fueros, el 14 de Marzo de 1706 estaba en Caspe al frente de las tropas, y en abril asediaba el castillo de Monjuich en una iniciativa que parecía definitiva. Pero el 7 de Mayo, cuando ya habían roto la muralla, hizo acto de presencia la armada anglo-holandesa.


Ante el cambio de situación en el mar, Felipe V levantó el sitio de Barcelona el día 10 de Mayo, iniciando las tropas sitiadoras una huída por el Ampurdán, abandonando la artillería por el camino. Según relata Melchor de Macanaz en sus memorias, finalmente se refugió en Perpiñán, habiendo perdido en la campaña seis mil hombres, ciento seis cañones de bronce, veintisiete morteros, más de cinco mil barriles de pólvora, seiscientos barriles de balas de fusil, más de dos mil bombas, diez mil granadas reales…133


En esta acción, que vaticinaba en un principio la victoria borbónica, el mariscal Tessé, a lo que parece, fue el protagonista de la derrota frente a los aliados austracistas, ya que contraviniendo las órdenes inició la precipitada retirada. Sólo la disposición, no de Felipe V, sino de su abuelo Luis XIV, posibilitó que el Borbón se retirase, vencido, a Pamplona.


Un mes después la situación vivida por el archiduque en Barcelona sería vivida por el duque de Anjou, Felipe V, en Madrid, donde se dirigían las tropas anglo-holandesas tras la victoria sobre Berwick. El 25 de Junio la corte juraba lealtad al archiduque con el nombre de Carlos III de Austria, huyendo la corte borbónica a Burgos, mientras Aragón entero se declaraba partidario del archiduque.


Y es que, ante el abandono del sitio de Barcelona por parte de Felipe V, tomó la iniciativa el ejército austracista. La ofensiva sobre Madrid sería llevada a cabo por dos ejércitos, el primero comandado por el propio Archiduque con el conde Peterborough, salió de Barcelona y ocupó Aragón, donde, en Zaragoza, el 26 de junio, fue proclamado rey. El segundo, al mando del marqués de las Minas y del conde de Galloway, inició su marcha en Portugal. Los austracistas hicieron prisioneros a diez batallones que le fueron servidos en bandeja, encerrados en Ciudad Rodrigo, por James Stuart Fitz-James duque de Berwick, hijo natural de Jacobo II de Inglaterra, mariscal de Francia y subalterno del duque de Borgoña. Ante estos acontecimientos, Felipe V, seguido de la corte, abandonó Madrid el 21 de junio, provocando la entrada del Archiduque, que tomó la capital sin entablar combate.


Para acabar de liarlo todo, Portocarrero había dado un vuelco a sus fidelidades; así, cuando las tropas austracistas tomaron Toledo, engalanó la Catedral en acción de gracias y dio un banquete a los oficiales austracistas, y arrastró al bando austracista a la reina viuda de Carlos II, que por otra parte siempre había tenido esa tendencia. Cuando fue retomado el control por Felipe V, la reina viuda de Carlos II fue enviada fuera de España, despreciada e insultada, mientras Portocarrero fue perdonado, a pesar de haber bendecido las banderas del Archiduque, según relata José González Carvajal, “cantando un solemne Te Deum en la catedral, y concluyendo aquel día con un explendido banquete, é iluminación del palacio arzobispal.134


Mientras, Milán era tomado por el Archiduque, y en Flandes, Malburgh tomaba Lovaina, Bruselas, Meclivia, Gante, Her, Brujas, Dendermunda y Amberes, con todo el Brabante y Ostende. Con la entrega del Milanesado se entregó también el marquesado de Final, y el mercadeo de títulos nobiliarios se puso a la orden del día.


Fue en estos momentos (Junio de 1706) cuando los austracistas ocuparon también Nápoles, con un ejército al mando del general Daun. Las tropas franco-españolas abandonarían el territorio, lo que comportó graves consecuencias para los partidarios de Felipe V. Sicilia, sin embargo, permanecería unida a la corona hasta la paz de Utrecht.


Este año 1706 se presentaba desastroso para Felipe V. Además de los desastres de Barcelona, Madrid, Milán, Flandes… El conde de Santa Cruz, Luis Manuel Fernández de Córdova, “se había pasado al archiduque con sesenta mil duros que iba encargado de conducir a Orán135, no sin antes entregar a Lake, jefe de la armada británica, la plaza de Cartagena.


En esta situación, complicada con las intrigas existentes en la corte, el conde de Tessé dudaba “en medio de las intrigas de la corte, de los enredos de los grandes, del descontento del pueblo y de la insubordinación de las tropas.”136


El pueblo, entre tanto, se debatía entre dos tendencias que políticamente diferían bien poco, y coincidían mucho en sus intenciones de desmembrar España. Como fuese que, además, se portó el Archiduque con cierta tiranía en Madrid, se produjeron levantamientos populares en defensa del de Anjou.


¿Quién interesaba menos? Esa era la cuestión. Es el caso que, con la entrada del archiduque en Madrid, y con las políticas que aplicó, revivió en el pueblo los recuerdos de las incursiones anglo-holandesas en Andalucía y a lo largo de la frontera con Portugal, provocando, según relata la princesa de los Ursinos en su correspondencia con “madama Maintenon”137, un levantamiento popular en Extremadura, Salamanca, Valladolid, Andalucía, Aragón…


En medio de esa situación, el archiduque fue reconocido rey en Madrid el 2 de Julio de 1706, pero en esos momentos Felipe V recibió un ejército francés que le enviaba su abuelo. Galloway, el comandante de las fuerzas anglo-holandesas, ante la actitud peligrosamente hostil de la población, inició la retirada a la vista de las tropas francesas, y los parciales del rey Borbón hicieron nuevamente su entrada en Madrid el 5 de agosto, procediendo a ahorcar a dos austracistas que se significaron por “Carlos III”, y condenando a otros muchos al castillo de Pamplona.


Pero fue la falta de decisión del Archiduque, según relata José González Carvajal, la que le hizo perder la oportunidad de echar de España a Felipe V, siendo que en esta campaña fueron hechos prisioneros 10.000 austracistas.138 La posterior represión sobre quienes habían apoyado al archiduque se manifestó en cárcel, destierro y confiscación de bienes a un número significativo de personas.










ASPECTOS SIGNIFICATIVOS DEL CONFLICTO BÉLICO -II

(desde el 5 de Agosto de 1706 con la salida del archiduque de Madrid)



El 5 de Agosto de 1706 capitulaban en Madrid las tropas del archiduque, pero las capitulaciones no fueron exactamente cumplidas por Felipe V, que acabaría mandando presos, a Bayona, a un importante número de partidarios del archiduque, entre los que destacan, según Felíu de la Peña,“el Obispo de Barcelona D, Fr. Benito de Sala y Caramany, el Patriarca de las Indias D. Pedro de Portocarrero, que fueron llevados á Bayona , y defpues por interceffion de fu Santidad, detenidos en Aviñon con el Obifpo de Segovia D. Baltasar de Mendoza Inquifidor General.”139


Señala Juan C. Saavedra que “uno de los primeros decretos promulgados por Felipe V nada más recuperar la capital de la Monarquía contemplaba la suspensión de empleo y sueldo, así como de la casa de aposento, de todos aquellos ministros y criados que no acompañaron a la reina en su huida de Madrid ante el avance del ejército del marqués de las Minas, no obstante el Real Decreto de 24 de junio de 1706 por el cual el soberano había ordenado al personal que no pudiera abandonar la Corte que sirviera sus empleos durante su ausencia con toda regularidad. A esta sanción, que repercutió en un elevado número de criados y funcionarios —sólo en Palacio afectó a 250 personas que fueron las que permanecieron en Madrid— le siguió poco después una serie de procesos sumarios incoados por Francisco Ronquillo, conde de Gramedo y gobernador del Consejo de Castilla desde 1705, contra los ministros de los Consejos y los criados de las Casas Reales sospechosos de «infidencia», tan rigurosos que provocaron entre algunos felipistas manifestaciones de repulsa, como así lo hizo Melchor de Macanaz, quien atribuye a sus métodos represivos el que parte de la nobleza y de los altos cargos de la administración se pasara al Archiduque.”140


El pretendiente austracista fue expulsado de Madrid, pero no por eso acabó la guerra. Así, el 27 de Septiembre de 1706 fue tomada Mallorca por los austracistas, y poco después Menorca y el resto de las Baleares.


Este mismo año, el 5 de Noviembre, piratas ingleses al mando de John Jennings, sin enarbolar bandera alguna, y luego enarbolando primero bandera francesa, luego sueca, y finalmente la que les correspondía, la inglesa, atacaron Santa Cruz de Tenerife, abandonando el intento dos días después.


El 7 de marzo de 1707 el archiduque, que residía en Valencia desde septiembre de 1706, marcha a Barcelona porque  “era muy aventurado que esperase los variados y gravísimos acontecimientos de la guerra en una ciudad tan mal fortificada i tan próximos los enemigos... Además en la provincia de Valencia no tenía ciudades bien fortificadas como en Cataluña para oponerlas al enemigo141. Parece ser que este desplante a Valencia venía precedido por el descontento popular creado por la anulación de las medidas antiseñoriales implantadas por Basset, que fue detenido. También parece ser que estos descontentos influirían, casi dos meses después, en el desarrollo de la batalla de Almansa.


En Italia, el duque de Orleáns, siguiendo instrucciones de Luis XIV cedió el Milanesado al archiduque el 16 de abril de 1707, y tras este servicio pasaría a comandar las tropas francesas en la batalla de Almansa, desbancando a Berwick.


Pero la batalla tendría lugar antes de la llegada del de Orleáns. El 25 de Abril de 1707 Galloway plantó batalla en Almansa. El holandés conde de Dohna quedó derrotado por Dasfeld… Las tropas que defendían a Felipe V tomaron prisioneros “trece batallones que sitió en las alturas Caudete, cinco de ingleses, otros tantos de holandeses, y tres de Portugal…/… Esta tan cumplida victoria abrió al vencedor toda la tierra no fortificada, menos Alcoy y Játiva.”142


Pero fue Pedro Ronquillo quién comunicó la victoria sobre los anglo-holandeses… y el conde de Pinto quién llevó al templo de Atocha las banderas tomadas al ejército vencido. Berwick ganó en esta batalla la grandeza de España… El 8 de Mayo entraba en Valencia Berwick, mientras Dasfeld sitiaba Játiva, que ocupada por ingleses presentó una heroica resistencia. Alicante, Denia y Alcoy quedaban en manos de los austracistas, que reforzaban Tortosa.


El 19 de junio Játiva, que se había rendido el día 12, sería saqueada, incendiada y arrasada como castigo por la «grande obstinación y rebeldía» de sus habitantes, y hasta su nombre fue cambiado por el de “San Felipe”.


Berwick justifica el castigo sobre Játiva “para imprimir un saludable terror, y precaver con un severo ejemplar otra obstinación semejante, hice yo destruir totalmente la ciudad, dejando únicamente la iglesia principal, y envié todos los habitantes a Castilla con prohibición de volver jamás a su patria”143.


Al respecto, “los historiadores proborbónicos coinciden en las barbaridades que cometió el ejército de las dos Coronas en Xàtiva y en todo el reino de Valencia. Belando argumenta que todo era responsabilidad de la “codicia de Asfeld y los suyos”, manifestando así un profundo sentimiento antifrancés. Sin embargo, Robres dice que “todo lo ocurrido en Xàtiva parece que se aprobó en la Corte de donde salió decreto contra lo insensible”.144 Parece que, según señala Modesto Lafuente, el acuerdo de arrasar Játiva fue tomado entre Felipe V, el duque de Orleáns y el duque de Berwick145.


El castigo de Játiva no sería la única represalia tomada por el Borbón. Tras la batalla de Almansa, Macanaz fue juez de confiscaciones, llevando a cabo una actuación que por muchos fue calificada de excesiva; tanto que propició el cambio de bando de multitud de valencianos y murcianos, que con el arzobispo Folch de Cardona y el cardenal murciano Belluga, y según refiere Rosa María Alabrús, “hartos de protestar por el trato vejatorio de Macanaz a los valencianos y por sus intentos de desamortización eclesiástica, se pasaron al bando austracista.”146


Apenas un mes después de la batalla de Almansa, las tropas borbónicas habían tomado Aragón, Valencia y Murcia, excepto Denia y Alicante. Consecuencia del resultado de la batalla de Almansa, el ejército aliado retiró a Galloway y a las Minas, mientras que ponía a Stanhope al mando de las tropas inglesas en Cataluña.


La batalla de Almansa tuvo un especial significado ya que, conforme señala Virginia León, “en el transcurso de la contienda, el partido austríaco dominó en los territorios de la Corona de Aragón —aunque a partir de Almansa con la pérdida de Aragón y Valencia, ese control se reduce a Cataluña, Mallorca (1707) y Cerdeña (1708)—, Flandes y los dominios españoles en Italia —Milán (1704) y Nápoles (1707)— con excepción de Sicilia.”147


En este momento las tropas borbónicas parecían haber tomado la recta final, y el 8 de Mayo de 1707 era tomada Valencia, de donde el duque de Orleáns pasó a Fraga, y tomó Zaragoza.


Un mes después de la jornada de Almansa, el 26 de Mayo de 1707, entraría en Zaragoza el duque de Orleáns, sometiendo la población, mientras el de Berwick tomaba Tortosa, donde 1800 de los 3000 hombres que capitularon, pasaron al bando borbónico, y con el duque de Orleáns acababan dominando el bajo Ebro, tomaron Lérida, Tárrega… Cervera se vio liberada de los austracistas, y finalmente Morella, mientras que otro jefe “español”, el duque de Noailles, entraba por el norte de Cataluña.


En medio de esta actividad militar, el 29 de Junio de 1707, Felipe V promulgó para Valencia y Aragón una legislación novedosa, progresista, acorde con el espíritu de los tiempos, cuya idea no estaba muy alejada de los pensamientos de su contrincante el archiduque: el decreto de Nueva Planta.


La guerra seguía, aunque de forma lánguida tras la toma de Lérida el 12 de Noviembre, y las adscripciones no eran seguras. Tan es así que a principios de 1708, el Consejo de Ciento de Barcelona enviaba una carta al archiduque señalando que los afectos a la causa austracista disminuían, y quejándose del comportamiento de las tropas, que no se empleaban en los momentos oportunos “sino solo en saquear, violar, robar cuanto encontraban bien lejos de los enemigos, y en hacer los más execrables daños que jamás han hecho en esta provincia enemigas tropas; y que en el mismo tenor van continuando en sacar los trigos de los graneros, sin considerar que lo que falta de necesario alimento á los racionales, emplean ellos por cama, y sin darles otra cosa á sus caballos, acémilas y demás animales, quemando lo que no pueden llevar.”148 La respuesta sería facilitada por el ejército borbónico, que tomó Tortosa, lo que posibilitó que los austracistas organizasen un intento de recuperar la plaza, a cargo del general Staremberg, que fue rechazada por la acción decidida de la población.


A la nueva campaña que se iniciaba en Cataluña seguían incorporándose “patriotas” como el duque de Noailles. Pero los grandes acontecimientos se paralizarían en estos momentos, siendo que hasta el 15 de Julio de 1708 no aconteció la toma de ninguna plaza. Como queda señalado, le tocó el turno a Tortosa. Guido von Starhemberg y James Stanhope defendieron la ciudad frente al embite del duque de Orleáns, que con el apoyo de un importante número de tortosinos tomaron la plaza el 11 de Julio de 1708.


Vemos extrañados que todos los protagonistas de esta guerra en España tienen nombres extranjeros, y curiosamente los austracistas llamaban a los borbónicos “galispanos”.

No obstante, es de señalar que entre los contendientes también había españoles. Por ejemplo, en el bando austracista, José Folch de Cardona y Eril, quién fue nombrado virrey de Valencia en 1706. “Fue uno de los pocos españoles que intervino en la Junta de los Aliados y en los consejos de guerra.”149


En 1708, las tropas austracistas, especializadas en el saqueo, a falta de vencidos sobre los que efectuar la rapiña, desarrollaban su labor sobre el terreno que controlaban. Señala Felíu de la Peña que “En efte tiempo padeció Cataluña extraordinarias extorfiones, no folo de los enemigos, fino también de parte de nueftras Tropas en los faqueos de Urgel , Segarra, y hafta la Llacuna con grande deforden.”150


Los barceloneses también se quejaban amargamente por la situación a la que los había llevado “Carlos III”; penurias de todo tipo, excesos, robos, saqueos de las tropas, e incumplimiento de todo tipo de promesas. A todo ello nos dice Modesto Lafuente que respondió Carlos “que de Inglaterra y de Italia y de Alemania llegarían pronto cuerpos numerosos de tropas; y abundancia de dinero; y añadiendo que la armada de mar había ido á apoderarse de Cerdeña…151


Afirmación que resultó sobradamente cierta. En estos momentos, los austracistas contaron con nuevo capitán general… otro patriota enviado por la reina Ana de Inglaterra; se trataba del general James Stanhope, mientras Galloway comandaba las tropas británicas en Extremadura, y la esposa del archiduque era conducida a España por una armada británica al mando del almirante Lake, que llegó a Barcelona, después de haberse apoderado de Cerdeña y de Menorca, que también quedaron bajo poder británico.


Y es que, tras la batalla de Almansa, el aspirante austriaco pretendió reforzar su posición contrayendo matrimonio con Cristina Brunswick-Wolfenbütel; por cuyo motivo, y transportada por la armada británica, tomó tierra en Mataró el 25 de Julio de 1708, acompañada de 5000 caballos y 10.000 infantes. El matrimonio se celebró el 1 de agosto de 1708, en Barcelona “para mayor gloria de España y de toda la Cristiandad”152, tras haber abandonado el protestantismo y abrazado el catolicismo, con el beneplácito de las autoridades protestantes, que dictaminaron que “la princesa Isabel en la mutación de religión no ponía en peligro su salvación y que podía con segura conciencia abrazar la religión católica”153.


El 2 de Diciembre de 1708 las tropas de Felipe V al mando del general D’Asfeld tomaban Alicante tras vencer a las tropas austracistas, comandadas por el coronel británico Albon, que no podía recibir ayuda del austracista Baker, comandante de la armada británica que transportaba tropas al mando de Stanhope … con lo que los austracistas quedaban reducidos a parte de Cataluña.


Las victorias se alternaban. En Portugal el ejército español vencía al francés, mientras en Flandes era sitiado Gante, que capitulaba el 4 de enero de 1709, y con el se perdía Brujas y Plasental, que ya estaban en poder de los franceses.


El 28 de febrero de 1709 caía el castillo de Alicante, donde el general Richard, gobernador de la plaza, resistía. Fue conminado a la rendición, amenazado con la excavación de una mina, a lo que, “aunque vió encendida la mecha, para demostrar á los suyos el ningun recelo que abrigaba, sentase á la mesa con varios de sus oficiales en una pieza que caia sobre la misma mina. Estalló esta instantáneamente, volaron y desaparecieron entre escombros el gobernador Richard, el del castillo Sigburg, cinco capitanes, tres tenientes y el ingeniero mayor que estaban de sobremesa, con otros ciento cincuenta hombres que se encontraban hácia aquella parte.” 154


Nuevamente se producía una calma chicha en el desarrollo de la contienda. El motivo, como la contienda misma, escapaba al control español… y hasta al control de Felipe V. Francia, Inglaterra, Holanda y el Imperio, en 1709, un año cuyo invierno fue uno de los más crudos de los que se tenía memoria en toda Europa, con graves repercusiones en la agricultura y la ganadería llevaría a las potencias a plantearse la negociación de un final al conflicto, para lo que se reunieron el la Haya.


Decidieron que Felipe V dejaría el trono y se retiraría a Francia mientras los ingleses quedarían con Lérida, Tortosa y Pamplona, y parte de Cataluña pasaría a dominio francés. La situación alcanzó tintes dramáticos tanto en el pueblo como en la corte de Felipe V, donde las intrigas ocasionaron destierros de varios testaferros y se llegó a tratar la necesidad de declarar la guerra la Francia en alianza con Inglaterra.


No pareció agradar la propuesta a Felipe V, que en abril de 1709 se quejaba a su abuelo expresándole que bajo ningún concepto dejaría el trono español, mientras el duque de Orleáns, que al parecer fue quién convino con el general inglés Stanhope la entrega de Lérida, Tortosa y Pamplona, “prometía perder con arte tan enteramente una batalla, que no quedasen al rey tropas con que subsistir, de genero que se vería obligado a restituirse a Francia, y que él se levantaría con las que quedasen, salvando los regimientos y jefes que tenía a su devoción; y que ocupando la parte más principal de España, la entregaría a los ingleses, que, ayudados de las tropas austriacas, la poseerían toda; pero que al duque se le daría el reino de Valencia y Navarra, con Murcia y Cartagena, reconociéndole por rey.”155 La maquinación fue descubierta y las tropas francesas anuladas, con lo que quedó frustrada… y transformada.


El asunto, durante 1709, y a pesar de las conversaciones, se ventilaría en los Países Bajos, pero también en España; así, Starhemberg atacaba Balaguer, ante cuya situación abandonó la lucha el comandante de las tropas francesas, Jacques Bazin de Bezons por desavenencias con el general español Íñigo Manrique de Lara, conde de Aguilar, mientras las tropas francesas y españolas luchaban entre sí.


En esta situación fue despachado a Francia el ejército francés, y el 6 de Noviembre de 1709, encontrándose Felipe V en el sitio de Balaguer, indica Narciso Felíu de la Peña que “llego avifo de Balaguer como todas las Tropas Francesas dexaván à Efpaña, aviendo abandonado Areñ , Graus , y Estapayna, marchando vnas por Navarra, y otras por Jaca.”156


Como finalmente Francia, Inglaterra y Austria no llegaron a un acuerdo en sus conversaciones, señala Agustín Jiménez que “la guerra peninsular se retomó con nuevos bríos en 1710, durante ese año la desesperada situación francesa, con los ejércitos de Malborough combatiendo en suelo francés, obligó al Rey Sol a retirar a la mayor parte de las tropas que servían en España; por lo que la posición de Felipe quedó muy debilitada.”157


La situación, que durante 1709 parecía estar controlada por Felipe V, no dependía de él, sino de quienes desde el principio habían decidido repartirse el pastel de España, y de las debilidades o fortalezas de aquellos dependía la marcha del conflicto; así, en 1710 el agotamiento de Francia, provocó la retirada de sus tropas y dejó a Felipe V abandonado a su suerte, mientras el archiduque había planificado una gran ofensiva sobre Castilla.


La suerte estaba echada; parecía claro que los momentos eran definitivos y manifiestamente favorables a la causa austracista. Los dos pretendientes se encontraron en Lérida, donde el general Staremberg, el 27 de Julio de 1710, derrotó a las tropas de Felipe en la que es conocida como batalla de Almenara, avanzando hasta Zaragoza, donde nuevamente vencieron los de Staremberg, mientras Felipe huía y las tropas desertaban, pasando a engrosar las filas austracistas en importante número.


Y es que, como consecuencia de los conflictos políticos surgidos a lo largo de 1709, refiere Rosa María Alabrús que “a principios de 1710, la presencia francesa era mínima. Por otro lado, los portugueses habían intentado nuevamente cruzar la frontera por Zamora y Extremadura. En Almenara, los aliados y muchos voluntarios (26.000 hombres) se enfrentaron y derrotaron a los borbónicos (10.000). Éstos tuvieron que retirarse, perdiendo casi todo el reino de Aragón: Zaragoza, Épila, Nuestra Señora de la Sierra, Torrecilla, El Frasno, Villarreal... El 21 de agosto, el archiduque entró en Zaragoza. Allí tuvo un consejo de guerra con los aliados, donde se manifestaron dos posicionamientos: los ingleses y holandeses (Stanhope y Belcastel) eran partidarios de ocupar Madrid; Starhemberg, al frente de los austracistas, era partidario de recuperar Valencia, Aragón y Cataluña e incluso ir a Navarra y Vizcaya –territorios fieles al Borbón.”158


Las victorias austracistas de Zaragoza y Almenara no sólo animaron, como hemos visto, a intentar una victoria total por parte de las tropas aliadas, sino que también le animaron a dar más forma al estado que encabezaba, por lo que creó, paralelamente a los Consejos de Estado, Guerra y Aragón ya existentes en su corte, los de Inquisición, Italia y Cruzada“ y después se constituyeron progresivamente los demás Consejos.”159 Al respecto, señala Virginia León que “en el período que transcurre entre octubre de 1710 y septiembre de 1711, fecha de su marcha a Alemania, se van formando los restantes consejos, aunque carecieran de competencias por estar su jurisdicción bajo dominio enemigo.”160


El triunfo austracista parecía cierto en estos momentos, por lo que, según señala Virginia León, “la segunda incursión aliada en Castilla atrajo a algunos nobles a la causa austracista, como el duque de Híjar, a quien vemos participar en los Consejos de Guerra de ese período. Pero también en el partido del pretendiente austríaco hubo desafectos en 1710: el conde de Clavijo, D. Simón Ibáñez, D. Miguel de la Mata y D. Andrés Dávila, del Consejo de Castilla, después de jurar fidelidad al archiduque, se quedaron en Madrid.”161


Por su parte, el duque de Uceda reveló a los aliados los intentos de recuperar Cerdeña, y dilató la partida de la armada destinada a tal fin, mientras conspiraba con los ingleses, quienes orquestaron una emboscada al mando del pirata Norris, que se adelantó y abortó la empresa.


Mientras, Felipe V pedía ayuda a su abuelo, con el respaldo de 31 firmantes de la alta nobleza, el primero de ellos el duque de Alba; respaldo que fortaleció los argumentos, no solo de Felipe V, sino también de Luis XIV, quién recibía reproches por parte de quienes estaban empeñados en el descuartizamiento de España en el sentido de que la alta nobleza no respaldaba a Felipe y sí a Carlos. En esta situación, nuevamente Francia tomó parte, colocando como generalísimo de los ejércitos de Felipe a Luis José de Borbón, duque de Vendome.


En medio de intrigas cortesanas, y cuando Felipe V había huido con la corte a Valladolid, el 28 de Septiembre de 1710 hacía su entrada en Madrid el archiduque Carlos dando lugar a todo tipo de excesos. Los templos fueron saqueados mientras el pueblo, viendo como invasor al ejército de James Stanhope, supo darle respuesta adecuada mediante el ejercicio de la guerrilla, cuya efectividad quedó demostrada, permitiendo que en dos meses fuesen rehechas las fuerzas de Felipe V.


La entrada de Carlos en Madrid provocó un aluvión de voluntarios que nutrieron el ejército felipista, que fue equipado y adiestrado en un plazo de cincuenta días, mientras la guerrilla hostigaba por doquier al ejército del archiduque y las tropas de Vendome impedían la reunión del ejército austracista con los refuerzos que le llegaban desde Portugal, y otro ejército francés, comandado por Noailles atacaba Gerona.


La noticia de la acometida de un ejército francés destinado a cortar la retirada, hizo que Carlos abandonase Madrid el nueve de noviembre de 1710, donde entró nuevamente Felipe V el 3 de Diciembre, mientras las tropas perseguían a las del Archiduque, a las que acabaron enfrentándose en Brihuega, donde Stanhope pidió la capitulación y fueron hechos prisioneros cinco mil ingleses.


Staremberg acudió en apoyo de Stanhope, pero también las tropas alemanas fueron derrotadas y diezmadas en la batalla de Villaviciosa. Esta situación propició que Inglaterra se acercase a Francia buscando el final de la guerra en lo que sería el esbozo del tratado de Utrecht.


La batalla de Villaviciosa tuvo ocasión el 10 de Diciembre de 1710, cuando Starhemberg, tras la derrota sufrida en Brihuega, se enfrentó a Vendome. La batalla, que no tuvo un resultado claro, significó el fin del ejército austracista, que se batió en retirada hasta Barcelona, permanentemente hostigado por la guerrilla, que le causó muy importantes pérdidas.


Pero no sería Vendome la única aportación francesa a la reavivación de la guerra. Por el Rosellón entraba Noailles y acosaba Gerona, en la que entraba vencedor el día 1 de Febrero de 1711. Por su parte, Melchor de Avellaneda, el marqués de Valdecañas, tomaba Zaragoza y toda la comarca del Ribagorza, consiguiendo en el empuje que las tropas británicas y alemanas que ocupaban Balaguer, abandonasen la plaza sin esperar combate. Las plazas continuaron cayendo como cuentas de un rosario sin apenas resistencia.


Ante esta situación, y siendo que Carlos era llamado a coronarse emperador de Alemania al haber fallecido el emperador José I, y los británicos habían centrado sus intereses en los Países Bajos, Guido von Starhemberg se vio más preocupado en proteger el embarque que acabaría haciendo el Archiduque en una escuadra inglesa, el 27 de Septiembre de 1711, que en otras cuestiones, lo que permitió que el francés tomase posiciones.

Ahora sí, la suerte estaba echada porque Francia e Inglaterra acabarían alcanzando la paz en agosto de 1712, e Inglaterra comenzaba a dar más apoyo espiritual que militar a sus aliados. Ya no miraban con buenos ojos los ingleses la causa del archiduque porque no estaban dispuestos a que bajo una misma corona estuviesen Austria y España.

Ante esta situación, y siendo que las tropas borbónicas estaban muy activas en las inmediaciones de Barcelona, los procuradores de Cataluña, encabezados por el conde de Saballá y Pinós, llegaron a pedir ayuda al Imperio Otomano162, al que ofrecieron vasallaje, pero no obtuvieron la ayuda demandada dado que Ahmed III se sentía débil y precisaba el apoyo francés.

Los acontecimientos se aceleraban. El 15 de mayo de 1712 abandonaba Barcelona Staremberg con el último contingente de tropas austracistas.


Pero estando Inglaterra por medio, no podía acabar el asunto de forma tan sencilla. Señala Nicolás de Jesús Belando, que Staremberg “no cumplia con lo estipulado en el Convenio de evacuación, hecho en hospitalet, y en conformidad del Tratado de Utrech, porque dexaba en manos de los voluntarios el Caftillo de Monjui, y Señores de la Ciudad de Barcelona, a los que no querian fujetarfe, quando todo havia de quedar en poder de las Armas del Rey Catolico, y tambien no llevandofe todas las Tropas, con la efcufa, que no havia embarcaciones. Al mifmo tiempo no fe podia creer, que todos los hombres eftuvieffen tan dementados, que fe pufieran à negar enteramente la obediencia, y à eftàr agenos de todo temor de caftigo, fi no tuvieffen alguna promeffa, y mucha efperanza de focorro, y de patrocinio de un Principe poderofo.”163


Es el caso que, de las tropas que debían abandonar Barcelona, con consentimiento de su general (y presumiblemente de Inglaterra), desertaron unos 4000 hombres que aprovecharon el retraso de Vendome para intentar ocupar Tarragona.


Pero la acción no tuvo las consecuencias previstas, ya que Tarragona les cerró las puertas. Bien al contrario, dieron parte al gobernador, el marqués de Lede, que todavía no estaba en la ciudad, y quién ante la demanda de ayuda, la ocupó. 164 Otras ciudades, ajenas a la oligarquía de Barcelona, también se avinieron a la nueva situación; así, p.e., Torredembarra cerró las puertas a las fuerzas que, habiendo salido de Barcelona para atacar Tarragona, huían perseguidas por la guarnición de esta ciudad, mientras en la Plana de Vic, acudían las poblaciones al duque de Populi a presentar su fidelidad. 165 Lo mismo hicieron otras poblaciones, como Manresa y Mataró.


Pero el retraso de Luis José de Borbón, duque de Vendome, que había sido designado Virrey de Cataluña, acabaría siendo definitivo, porque falleció en Vinaroz el 11 de Junio de 1712, víctima de un atracón de langostinos. Le sustituiría el príncipe de Tilly.


Paralelamente, en esas mismas fechas se firmaban los acuerdos de Utrecht, en esencia un pacto entre Francia e Inglaterra y contra la voluntad del archiduque, que reforzó con tropas alemanas su presencia en la parte de Cataluña que permanecía bajo su poder. Sitió Gerona, de donde finalmente fue rechazado el 15 de diciembre de 1712, retirándose a Barcelona. Pero la suerte estaba echada, y las tropas austracistas evacuaban Barcelona a pasos acelerados. Staremberg renunció al título de Virrey mientras la Diputación nombraba capitán general a Antonio Villarroel, que hasta 1713 había luchado a favor de Felipe V, con el fin de continuar la guerra. La práctica totalidad del territorio peninsular estaba bajo control de Felipe V. Quedaba sola Barcelona en el intento aunque, presumiblemente, y como nos recuerda Nicolás de Jesús Belando, con promesas de éxito emanadas de quienes estaban interesados en la paz escrita y en la guerra real.


La sensación de inseguridad lo embargaba todo. Asegura Nicolás de Jesús Belando que “muchas perfonas prudentes, con maduro juicio, fe falieron de Barcelona, y fe fueron a Gerona, y à diferentes lugares; otras, por menos cuerdas, fe embarcaron para Italia; y à otras que querian falir para aprovecharfe del perdon, que benignamente concedia el Rey Catolico, no lo permitian los Rebeldes, que llevaban la cofa de mal en peor”. 166


Señala Andés Cassinello que “en agosto de 1713 se produjo el último intento de los barceloneses por romper el cerco al que estaban sometidos. El diputado militar Antoni Fran­cesc de Berargues y el general Nebot, al frente de 1.000 soldados de caba­llería y 500 de infantería, se embarcaron en dirección a Arenys de Mar y desde allí recorrieron las comarcas catalanas, siempre perseguidos por las tropas borbónicas. Fue una campaña cruel, que acabó el 5 de octubre con el ingreso en una prisión de Barcelona del mismo Nebot. La incursión no logró el apoyo de la población, pues además de hostigar a las tropas borbónicas, tenía la misión de recaudar las contribuciones atrasadas.”167


Mientras Nebot llevaba su campaña de hostigamiento que era repudiada por las poblaciones, éstas iban acogiéndose al perdón ofrecido por Felipe V. Pero señala Nicolás de Jesús Belando que el 20 de Octubre de 1713 “aportò a la Barra de Barcelona un grande Comboy, compuefto de treinta embarcaciones, que iban defde Mallorca, conduciendo dos mil Soldados de todo género de Naciones, cuyo focorro renovò enteramente el contagio de la revolucion, y aumentò el defatinado empeño de los de Barcelona.”168


Y es que tampoco Mallorca conoció la paz de inmediato, ya que el comandante alemán se negó a entregar la plaza.169 Y la incompetencia de quienes detentaban un simulacro de poder en España impedía que se exigiese el cumplimiento del tratado de Utrecht entregando a las fuerzas de Felipe V las fortalezas y las plazas fuertes. Parece evidente que lo pretendido por los firmantes del tratado era, como poco, que sucediese lo que acabó sucediendo en Barcelona. No en vano llevaban medio siglo barajando las posibilidades del desmembramiento de España.


Contaban que la terquedad histórica de la raza hispánica jugase a su favor, pero a lo que se ve no contaban con que, en medio del desastre nacional, los tercios de Flandes y de Sicilia se habían quedado inoperativos por la cesión de soberanía, por lo que fueron trasladados a Barcelona, y en marzo de 1714 se iniciaba un bombardeo de la ciudad que se paralizó como consecuencia de iniciarse las conversaciones del tratado de Rastadt.


Por su parte, el marqués de Poal, para enero de 1714 había organizado somatenes y migueletes, iniciando una guerra de guerrillas que significaba un gran desgaste. Indica Andrés Cassinello que ambos bandos lucharon con extrema crueldad. Los borbónicos incen­diaron Balsaremy, Torelló, Prats de Lluganes, Oristá, Sallent… entre otros. Pero los somatenes no le fueron a la zaga: en Oristá y Balsareny fueron degollados 700 y 500 soldados borbónicos. Otros 600 soldados de los re­gimientos de León, Niewport, Ostende también fueron degollados por los somatenes después de rendir sus armas. A su vez, 100 de esos somatenes fueron ahorcados o enviados a galeras. El párroco de Arbucias también fue señalado como jefe de estos somatenes.”170 Pero la acción de estos somatenes declinó rápidamente y Nebot se entregó a las tropas borbónicas, mientras se constituían partidas de bandidos, contra las que acabaría constituyéndose el cuerpo de mozos de escuadra.


Mientras crecía la presión sobre la carga de profundidad dejada por quienes llevaban décadas tratando sobre el descuartizamiento de España, en Europa la guerra continuaba entre Austria y Francia. El emperador Carlos planteó un congreso en Rastadt donde Luis XIV negoció a costas de España, renunciando a apoyar a su nieto.


Poco iba a significar la firma del nuevo tratado para la situación creada en Barcelona, y eso también debían saberlo los aliados. Tras la firma del tratado de Rastadt, el 6 de marzo de 1714, Luis XIV envió un ejército de 20.000 hombres al mando del duque de Berwick, destinado a la sumisión de Barcelona, al tiempo que Inglaterra enviaba una escuadra que, destinada a bloquear la ciudad, llevaba instrucciones de no ejercer el bloqueo, con lo que se repetía la actuación llevada en el momento de la evacuación de tropas.

Mientras, los agentes de la resistencia barcelonesa (y posiblemente agentes británicos), procuraban encender la guerra en apoyo de la Barcelona sitiada, pero según señala Germán Segura, “todas las tentativas de movilizar las poblaciones en contra de Felipe V y aligerar de alguna manera el cerco sobre Barcelona tuvieron poca fortuna. Solo a principios de 1714 la imposición de un subsidio para el mantenimiento de las tropas borbónicas produjo un alzamiento general en diversas comarcas catalanas, movimiento que no tuvo ninguna conexión con Barcelona y que acabó siendo sofocado gracias a la actividad de Bracamonte, Vallejo o Ca­rrillo.”171


Es en estos momentos cuando la resistencia barcelonesa redactó el manifiesto titulado “Crisol de Fidelidad”, en el que, además de afirmarse en su lucha por las libertades de España, finaliza con una afirmación que ocultaba alguna promesa desconocida; la misma que posibilitó la “desobediencia” de miles de soldados austracistas que permanecieron en Barcelona cuando iban a ser evacuados y el incumplimiento en caliente de los términos del Tratado de Utrecht: “ Tened por cierto que no nos faltará nuestro soberano en suministrarnos prontas y seguras asistencias, según el poder de su Cesárea Diadema, y que en el seno excelso de su amor ocuparemos el lugar de primogénitos, pues cuando no lo merezcamos de justicia se lo mereceremos de gracia, Respiremos con la confianza de que lo veremos en España, Vencedor invicto de Galicanos:

PARA QUE CORONADA SU AUGUSTA FRENTE CON EL LAUREL CESÁREO, Y ORLEADO SU MANTO REAL DE BARRAS, CASTILLOS Y LEONES, SIEMPRE VIVA, SIEMPRE TRIUNFE, Y SIEMPRE REINE.”


El 7 de Julio de 1714 llegó a Barcelona el ejército del duque de Berwick, que quedaba como comandante de todas las tropas. Germán Segura señala que “las tropas sitiadoras se elevaron entonces a 40.000 hombres, mientras que dentro de la ciudad ha­bía poco más de 10.000 combatientes.”172


Paralelamente se tomaban otras medidas tendentes a la pacificación. Andrés Cassinello señala que, “nombrado capitán general de Cataluña, como ya se ha señalado, el du­que de Pópoli publicó en nombre del Rey un perdón general y el olvido de todo lo pasado para quienes volvieran a la obediencia de Felipe V y se presentaran ante su persona para prestarle homenaje, lo que hicieron los habitantes de Vich. El 29 de julio envió un mensajero a Barcelona, advir­tiendo que si la ciudad no abría sus puertas, sometiéndose a la obediencia de su legítimo rey y acogiéndose a su perdón, se vería obligado a tratar a la ciudad con todo el rigor de la guerra, pero sus autoridades le respondieron que estaban decididos a resistir.

Pópoli se trasladó a Hospitalet de Llobregat, comenzando el sitio de Barcelona el 25 de agosto. Barcelona era una ciudad circundada por una muralla abaluartada de gran solidez, además de contar en sus inmediaciones con la fortaleza de Montjuich. Su puerto quedaba fuera del alcance de los fuegos de los sitiadores, lo que aumentaba sus posibilidades de resistencia, asistida casi continuamente por los socorros enviados desde Mallorca.”173


A partir de la llegada de Pópoli se inició un bombardeo de la ciudad, y el 6 de Septiembre de 1714 Villarroel presentó la dimisión al considerar que no se tenían en cuenta sus consejos y que se pasaban por alto las reglas militares. Se reincorporaría al mando el 11 de Septiembre. Ese mismo día, “el Consejo de Ciento publicó todavía un bando para pedir un último esfuerzo a los defensores a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España”.174


Todo acabó con un asalto generalizado el día 11 de Septiembre, dando lugar a una feroz lucha calle por calle y casa por casa hasta que la razón de la fuerza se impuso sobre cualquier otra consideración. Los caudillos más destacados, Antonio de Villarroel, Armengol Amill…, serían condenados a pena de cárcel. Día aciago para la Patria.


Las ofertas de Pópoli no habían sido aceptadas y la represión tomó cuerpo, si bien José González Carvajal señala que “las vidas y propiedades de los habitantes fueron conservadas, pero veinte jefes, entre ellos Villarroel, Armengol, el marques de Peral y Nebot fueron encerrados sin limitacion de tiempo en el castillo de Alicante. El obispo de Albarracin y 200 eclesiásticos fueron desterrados á Italia; los oficiales subalternos quedaron en libertad de volver á sus hogares prestando juramento de fidelidad al rey; las banderas de la ciudad fueron públicamente quemadas y la ciudad perdió sus privilegios.”175


El 2 de julio de 1715 fueron conquistadas Palma e Ibiza, y se intentó recuperar los territorios italianos.


Muerto el emperador Carlos VI el 20 de octubre de 1740, se produjo un nuevo enfrentamiento: por una parte, Francia, España, Prusia y Baviera, en contra de Maria Teresa de Austria, y Austria, Inglaterra, Holanda, Rusia y Saboya, a favor.
















EL TRATADO DE UTRECHT



El Tratado de Utrecht se llevó a efecto sin el concurso de España, y gracias a que Inglaterra se cuestionaba el precio económico que le reportaba el mantenimiento de la guerra, mientras Francia también se encontraba agotada económicamente y había retirado sus ejércitos de España.


Para rematar la cuestión se había producido la entrada del archiduque en Madrid y su posterior derrota por parte de Vendome, en Brihuega sobre Stanhope, lo que comportó la toma de nueve mil prisioneros ingleses.


Con estos preámbulos, y asegurándose Inglaterra el predominio comercial a costa de España, Francia e Inglaterra iniciaron conversaciones secretas a principios de 1711 para sellar la paz en España. Algo que, con el fallecimiento del emperador José I, ocurrido el 17 de abril, tomó decididamente cuerpo, ya que el heredero de José I era su hermano, el archiduque Carlos. Inglaterra no permitiría que la corona austriaca y la española recayesen en la misma persona.


Los acuerdos previos de la paz de Utrecht fueron firmados en Londres el 7 de Octubre de 1711, pero el secreto de las conversaciones se mantuvo hasta entonces, cuando Inglaterra comunicó a Holanda la existencia de los mismos, lo que ocasionó gran disgusto a los holandeses, que observaron cómo en enero de 1712 daban comienzo las conversaciones, en Utrecht, a las que se unirían en el verano de ese mismo año.


A la farsa de Utrecht, que abrió sus puertas el 29 de Enero de 1712, asistieron representantes de Holanda, Prusia, Rusia, Saboya, Venecia, Toscana, Parma, Módena, Suiza, Roma, Lorena, Hannover, Neuburg, Luneburg, Hesse-Cassel, Darmstadt, Polonia, Baviera, Munster…, siendo los representantes españoles Isidro Casado de Acevedo, marqués de Monteleón y Jean de Brouchoven, conde de Bergueick, que se presentaron en la conferencia sin haber sido invitados, y con tan sólo la promesa por parte de Luis XIV de que “así que se abran las conferencias haré yo las instancias necesarias para que sean admitidos á ellas.”176


Al respecto, señala José Calvo Poyato que “los representantes enviados por Felipe V: el duque de Osuna, el marqués de Monteleón y el marqués de Bergeyck fueron poco más que convidados de piedra y que tuvieron muy poco margen de maniobra.

Se llegó incluso a la situación ignominiosa de que Luis XIV ordenó retenerlos en Paris durante varios meses, impidiéndoles llegar a Utrecht a tiempo de intervenir en las negociaciones y poder participar en los acuerdos. Cuando los plenipotenciarios españoles aparecieron por la ciudad holandesa era ya el mes de marzo de 1713, en vísperas de la firma y cuando todo estaba negociado. Los acuerdos alcanzados en su ausencia les fueron presentados como algo cerrado e imposible de someter a revisión.

Se vieron, pues, obligados a asumir los acuerdos a que ya habían llegado los franceses con holandeses y británicos sin haber podido hacer oír su voz, aunque mucho de lo acordado afectaba de una manera directa a los intereses de España. Solamente hubo un aspecto, como veremos más adelante, en el que Felipe V se mantuvo inflexible.

Fue en todo lo referente al llamado «caso de los catalanes». El monarca español lo consideró como un asunto interno y no admitió la menor injerencia, pese a las fuertes presiones que ejercieron los representantes de Gran Bretaña y Holanda.”177


Al compás de las conversaciones, señala José Calvo Poyato que los ingleses “retiraron los importantes subsidios con que apoyaban a las tropas imperiales y daban instrucciones al duque de Ormond, que había sustituido a Marlborough al frente de sus tropas, para que sus ejércitos evitasen los enfrentamientos con los soldados borbónicos.”178


Por su parte, el ya emperador Carlos VI se negó a participar en las conversaciones, ya que no renunciaba a ser rey de España.


Sin embargo, no dejó de actuar en el sentido que le marcaban sus aliados; así, en el curso de las conversaciones previas, señala Germán Segura García que “el 14 de marzo de 1713, los plenipotenciarios de Inglaterra y de Austria firmaron en Utrecht una convención para la evacuación de Cataluña y de las islas Baleares. Cinco días más tarde embarcaba la emperatriz Isabel Cristina rumbo a Viena, una decisión tomada a principios de año y que se mantuvo oculta hasta el último momento para evitar la sensación de abandono en la que quedaba Cataluña. El 22 de junio, el marqués de Ceba Grimaldi y el conde Königseck, en representación del duque de Popoli –jefe del ejército borbónico en Cataluña– y del conde de Starhemberg, firmaron la Conven­ción de Hospitalet en la que se concretaban detalles sobre la evacuación de las tropas imperiales –ejecutada a primeros de julio– y de la entrega de las plazas aún ocupadas.”179


El primer tratado de Utrecht se firmó el 11 de Abril de 1713 entre Gran Bretaña, Francia, Prusia, Portugal, Saboya y las Provincias Unidas.


El segundo se firmó el 13 de Julio de 1713 entre Gran Bretaña y España, y a éste le siguieron otros 19 entre los estados presentes en Utrecht, en los que España no obtuvo nada y cedió en todo.


Los aspectos más significativos son los siguientes:


Artículo II.- Han convenido así el rey católico como el cristianísimo en prevenir con las más justas cautelas, que nunca puedan los reinos de España y Francia unirse bajo de un mismo dominio, ni ser uno mismo rey de ambas monarquías.


Artículo V.- Reconoce el rey católico sincera y solemnemente la limitación referida de la sucesión al reino de la Gran Bretaña, y declara y promete que es y será perpetuamente grata y acepta para él y para sus herederos y sucesores bajo de fé y palabra real, y empeñando su honor y el de sus sucesores.


Artículo X.- El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno. Pero, para evitar cualquiera abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías, quiere el Rey Católico, y supone que así se ha de entender, que la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra. Y como la comunicación por mar con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los tiempos, y de aquí puede resultar que los soldados de la guarnición de Gibraltar y los vecinos de aquella ciudad se ven reducidos a grandes angustias, siendo la mente del Rey Católico sólo impedir, como queda dicho más arriba, la introducción fraudulenta de mercaderías por la vía de tierra, se ha acordado que en estos casos se pueda comprar a dinero de contado en tierra de España circunvencina la provisión y demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los vecinos u de las naves surtas en el puerto.


Pero si se aprehendieran algunas mercaderías introducidas por Gibraltar, ya para permuta de víveres o ya para otro fin, se adjudicarán al fisco y presentada queja de esta contravención del presente Tratado serán castigados severamente los culpados. Y su Majestad Británica, a instancia del Rey Católico consiente y conviene en que no se permita por motivo alguno que judíos ni moros habiten ni tengan domicilio en la dicha ciudad de Gibraltar, ni se dé entrada ni acogida a las naves de guerra moras en el puerto de aquella Ciudad, con lo que se puede cortar la comunicación de España a Ceuta, o ser infestadas las costas españolas por el corso de los moros. Y como hay tratados de amistad, libertad y frecuencia de comercio entre los ingleses y algunas regiones de la costa de África, ha de entenderse siempre que no se puede negar la entrada en el puerto de Gibraltar a los moros y sus naves que sólo vienen a comerciar.


Promete también Su Majestad la Reina de Gran Bretaña que a los habitadores de la dicha Ciudad de Gibraltar se les concederá el uso libre de la Religión Católica Romana.


Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender, enajenar de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla.


Artículo XI.- El rey católico por sí y por sus herederos y sucesores cede también á la corona de la Gran Bretaña toda la isla de Menorca, traspasándola para siempre todo el derecho y pleno dominio sobre la dicha isla , y especialmente sobre la dicha ciudad, castillo, puerto y defensas del seno de Menorca, llamado vulgarmente Puerto Mahón, juntamente con los otros puertos , lugares y villas situadas en la referida isla. Pero se previene como en el artículo precedente, que no se dé entrada ni acogida en Puerto Mahón , ni en otro puerto alguno de la dicha isla de Menorca , á naves algunas de guerra de moros que puedan infestar las costas de España con su corso; y solo se les permitirá la entrada en dicha isla á los moros y sus naves que vengan á comerciar, según los pactos que haya hechos con ellos. Promete también de su parte la reina de la Gran Bretaña, que si en algún tiempo se hubiere de enajenar de la corona de sus reinos la isla de Menorca y los puertos, lugares y villas situadas en ellas, se la dará el primer lugar á la corona de España sobre otra nación para redimir la posesión y propiedad de la referida isla. Promete también su Majestad británica que hará que todos los habitadores de aquella isla , tanto eclesiásticos como seglares, gocen segura y pacíficamente de todos sus bienes y honores y se les permita el libre uso de la religión católica romana; y que para la conservación de esta religión en aquella isla se tomen aquellos medios que no parezcan enteramente opuestos al gobierno civil y leyes de la Gran Bretaña. Podrán también gozar de sus bienes y honores los que al presente están en servicio de su Majestad católica, y aunque permanecieren en él; y será lícito á todo el que quisiere salir de aquella isla vender sus bienes y pasarlos libremente á España.



Artículo XII.- El rey católico da y concede á su Majestad británica y á la compañía de vasallos suyos formada para este fin la facultad para introducir negros en diversas partes de los dominios de su Majestad católica en América, que vulgarmente se llama el asiento de negros, el cual se les concede con exclusión de los españoles y de otros cualquiera por espacio de treinta años continuos que han de empezar desde 1.° de mayo de 1713, con las mismas condiciones que le gozaban los franceses ó pudieran ó debieran gozar en algún tiempo, juntamente con el territorio ó territorios que señalará el rey católico para darlos á la compañía del asiento en paraje cómodo en el Río de la Plata (sin pagar derechos ni tributos algunos por ellos la compañía, durante el tiempo del sobredicho asiento y no mas) y teniendo también cuidado de que los territorios y establecimientos que se la dieren sean aptos y capaces para labrar y pastar ganados para la manutención de los empicados en la compañía y de sus negros , y para que estos estén guardados allí con seguridad hasta el tiempo de su venta ; y también para que los navíos de la compañía puedan llegarse á tierra y estar resguardados de todo peligro. Pero será siempre permitido al rey católico poner en el dicho paraje ó factoría un oficial que cuide de que no se i ó haga cosa alguna contra sus reales intereses, y todos los que en aquel lugar fueren comisionados de la compañía ó pertenecieren á ella han de estar sujetos á la inspección de este oficial en todo aquello que mira á los referidos territorios; y si se ofrecieren algunas dudas, dificultades ó controversias entre el dicho oficial y los comisionados de la compañía, se llevarán al gobernador de Buenos-Aires para que las juzgue. Quiso demás de esto el rey católico conceder á la dicha compañía otras grandes ventajas , las cuales mas plena y extensamente se explican en el tratado del asiento de negros que fue hecho y concluido en Madrid á 26 de marzo del año presente de 1713 ; el cual asiento de negros , todas sus cláusulas, condiciones, inmunidades y privilegios en él contenidos y que no son contrarias á este articulo, se entienden y han de entenderse ser parte de este tratado del mismo modo que si estuviesen insertas en él palabra por palabra.


Artículo XIV.- Habiendo querido también el rey católico á ruegos de su Majestad británica, ceder el reino de Sicilia á su Alteza real Víctor Amadeo, duque de Saboya , y habiéndosele con efecto cedido en el tratado hecho hoy entre su Majestad católica y su Alteza real de Saboya, promete y ofrece su Majestad británica que procurará con todo cuidado que faltándolos herederos varones de la casa de Saboya, vuelva otra vez á la corona de España la posesión de dicho reino de Sicilia : y consiente además de esto su Majestad británica en que el referido reino no pueda enajenarse con ningún pretexto ni en modo alguno, ni darse á otro príncipe ni estado sino es al rey católico de España y á sus herederos y sucesores. Y como el rey católico ha manifestado á su Majestad británica que sería muy conforme á razón y muy grato á él, que no solo los súbditos del reino de Sicilia, aunque vivan en los dominios de España y sirvan á su Majestad católica, sino los otros españoles y y súbditos de España que tuvieren bienes ú honores en el reino de Sicilia, gocen de ellos sin diminución alguna y ni sean vejados ni inquietados en algún modo con el pretexto de su ausencia personal de aquel reino, y promete también gustoso por su parte que consentirá recíprocamente que los súbditos de dicho reino de Sicilia y otros de su Alteza real, si tuvieren bienes u honores en España ó en otros dominios de ella , gocen de ellos sin diminución alguna , y de ningún modo sean vejados ni inquietados con el pretexto de su ausencia personal; por tanto su Majestad británica ofrece que pasará sus oficios y mandará á sus embajadores extraordinarios y plenipotenciarios que se hallan en Utrecht, que hagan eficacísimas diligencias para que el rey católico y su Alteza real se ajusten recíprocamente sobre este punto disponiéndole y asegurándole en el modo más conveniente á entrambos.


Artículo XVII.- Si sucediere por inconsideración , imprudencia u otra cualquiera causa que algún súbdito de las dos reales Majestades haga ó cometa alguna cosa en tierra, en mar ó en aguas dulces, en cualquier parte del mundo , por donde sea menos observado el tratado presente , ó no tenga su efecto algún artículo particular de él, no por eso se ha de interrumpir ó quebrantar la paz y buena correspondencia entre el señor rey católico y la señora reina de la Gran Bretaña ; antes ha de quedar en su primer vigor y firmeza, y solo el dicho súbdito será responsable de su propio hecho y pagará las penas establecidas por las leyes y estatutos del derecho de gentes.


Artículo segundo separado


Para que constase cuanto estima su sacra Majestad la reina de la Gran Bretaña á la señora princesa de los Ursinos, se obligó ya en el artículo 21 de las convenciones de paz firmadas en Madrid á 27 de marzo pasado, por el marqués de Bedmar por parle de su Majestad católica y el barón de Lexington por parte de su Majestad británica, y se obliga otra vez con el presente articulo por sí y sus sucesores, promete y ofrece que hará y procurará realmente y sin dilación alguna que la dicha señora princesa de los Ursinos sea puesta en la real y actual posesión del ducado de Limburgo ó de los otros dominios que se subrogaren en las provincias de Flandes para la entera satisfacción de la dicha señora princesa de los Ursinos, con la plena, independiente y absoluta soberanía , libre de todo feudo y de cualquiera otro víncido , que rindan la renta de treinta mil escudos al año, según la forma y tenor y conforme á la mente del despacho concedido por su Majestad católica á dicha señora princesa en 28 de setiembre de 1711, que es del tenor siguiente.


«Felipe, por la gracia de Dios, rey de Castilla, de León (siguen todos los títulos). A todos presentes y venideros que estas leyeren u oyeren leer salud.»


«Nuestra carísima y muy amada prima la princesa de los Ursinos nos ha hecho desde el principio de nuestro reinado y continúa haciendo tan gratos y señalados servicios que hemos creído no deber diferir ya el darla muestras particulares de nuestro reconocimiento y del aprecio que nos merece su persona. Dicha princesa, después de haber renunciado al rango y prerrogativas que tenía en la corte de Roma para aceptar el destino de camarera mayor de la reina nuestra muy amada esposa, se ha reunido á ella en Niza de Provenza, la condujo á nuestros estados de España y ha cumplido todos sus cargos con tanta atención, exactitud y discreción que consiguió captarse toda la confianza y consideración posible. Cuando al partir á tomar el mando de nuestros ejércitos de los reinos y estados de Italia hemos confiado la regencia de los reinos de España á la reina nuestra carísima esposa, la princesa de los Ursinos redobló su celo ya asiduidad cerca de su persona, la asistió constantemente con sus cuidados y consejos con tanta prudencia y afecto, , que nos hemos tocado en todo tiempo y ocasión los felices resultados de tan juiciosa , fiel y apreciable conducta. Después que plugo á Dios bendecir nuestra real casa asegurando la su cesión de ella con dichosa descendencia, la princesa de los Ursinos se encargó también de cuidar de un modo tierno y eficaz de la educación de nuestro carísimo y amado hijo el príncipe de Asturias, de lo cual se nota ya el fruto y progresos. Todos estos servicios tan distinguidos é importantes para el bien de nuestros estados y felicidad del reino; el esmero con que dicha princesa nos da cada día mas y mas pruebas de un completo afecto á nuestra persona y á las de la reina nuestra carísima esposa y príncipes nuestros hijos, y el buen resultado de los saludables consejos que nos ha facilitado, nos movieron á buscar medios de recompensarla de un modo proporcionado á tantos servicios y cuya recompensa sirva en lo futuro de señal cierta de la grandeza de nuestro reconocimiento, y del mérito y virtudes que la adornan. Esto nos llevó á idear el asegurarla no tan solo una renta considerable, sino también un país de que pueda gozar con título de soberanía; á lo cual nos hallamos tanto más dispuesto cuanto que descendiente dicha princesa de la casa de Tremouille, una de las más antiguas é ilustres de Francia, ha emparentado no solo con príncipes de la sangre de la casa de Francia, sino también con otras muchas casas soberanas de Europa , además de que la ilustración y sabiduría de su conducta en todo nos manifiesta que gobernará con justicia los países y pueblos que la sean sometidos; y que esta insigne gracia se mirará siempre como el justo resultado de la justicia y munificencia de los soberanos hacia aquellos que han sido bastante felices en prestarles servicios importantes. Por lo tanto , declaramos que en virtud de nuestro pleno poder, propio movimiento y real y absoluta autoridad, hemos dado, cedido y trasladado, y por las presentes damos , cedemos y trasladamos en nuestra muy cara y amada prima María Ana de la Tremouille , princesa de los Ursinos, para sí, sus herederos, sucesores y demás a quienes corresponda, el ducado, ciudad y palacio de Limburgo , que hace parte de los Países Bajos españoles, con las ciudades, pueblos, villas castillos, casas, territorio y demás circunstancias y dependencias de dicho ducado, tal como todo se entiende y halla, para que goce de ello dicha princesa de los Ursinos, sus herederos, sucesores y demás á quienes corresponda en plena propiedad y perfecta soberanía , sin que reservemos ni retengamos nada de ello para nos ó nuestros sucesores los reyes de España, bajo cualquiera titulo , sea de apelación ó de feudo, y también sin reversión en caso alguno ni en ningún tiempo; de todo lo cual eximimos á dicho ducado de Limburgo y dependencias comprendidas en la presente donación; á cuyo efecto en tanto que es ó fuere necesario , hemos extinguido y suprimido, extinguimos y suprimimos dichos derechos. Queremos que dicha princesa de los Ursinos ejerza en su nombre todos los citados derechos y soberanía en el mencionado ducado de Limburgo, territorios y jurisdicciones anejas al mismo con igual autoridad que nos los ejercíamos y teníamos derecho de ejercerlos antes de las presentes; y que goce allí de todas las rentas, frutos, provechos y emolumentos de toda especie, así ordinarios como extraordinarios y casuales, de cualquiera naturaleza que fueren , así en la colación y patronato de beneficios, como en la provisión y destitución de oficios, tanto en los portazgos, introducciones, subsidios, impuestos y otros derechos que se expresan ó no expresan , como para la defensa del país y tranquilidad de los pueblos; sea para la exacción de las contribuciones de dicho ducado y dependencias, de cuyos derechos y rentas empezará á gozar la citada princesa de los Ursinos desde el día de las presentes , desde cuya fecha los agentes, receptores, encargados y empleados en la percepción de dichas rentas, darán cuenta de ellas y entregarán sus productos á los apoderados de dicha princesa ; obrando así quedarán válidamente quitos y descargados para con nos, como por las presentes los descargamos: y en consecuencia, dicha princesa de los Ursinos quedará propietaria inconmutable de dicho ducado de Limburgo y sus dependencias, así en cuanto a la soberanía , como en las rentas y demás que la pertenecen , en plena, libre y entera propiedad, con poder de disponer de ella por donación entre vivos ó testamentaria en favor de la persona y con las cláusulas y condiciones que tuviere á bien ó por cambio ó de otro modo; e iguales derechos y facultades corresponderán sucesivamente después de ella á su heredero más próximo , si no lo hubiere dispuesto de otro modo. A cuyo efecto hemos descargado, absuelto y libertado, y por las presentes descargamos, absolvemos y libertamos á los habitantes de dicho ducado de Limburgo y dependencias de cualquier estado, calidad ó condición que fueren, tanto eclesiásticos como seculares, políticos, militares y a los de otras cualesquiera clases y condiciones que pudieren ser, y á cada uno de ellos en general y en particular, de los juramentos de fidelidad, fé y obediencia, promesas, obligaciones y deberes que nos guardaban como á señor y príncipe soberano. Les ordenamos y encargamos muy expresamente que en virtud de las presentes reciban y reconozcan á dicha princesa de los Ursinos, y después de ella a sus herederos, sucesores ó causa habientes sucesivamente por sus príncipes y señores soberanos, que la hagan los juramentos de fidelidad y obediencia en la forma acostumbrada, y además que la den y tributen todo honor, reverencia, afecto, obediencia, fidelidad y servicio como los buenos y leales súbditos están obligados á tributar á su señor y soberano , y como han tributado hasta ahora á los reyes nuestros predecesores y á nos mismo. Además, siendo nuestra intención que el dicho ducado de Limburgo y dependencias produzcan al menos en favor de dicha princesa de los Ursinos , sus herederos , sucesores y causa habientes una renta anual cierta y positiva de treinta mil escudos (cada escudo de ocho reales de plata doble, moneda antigua de Castilla) deducidas las cargas locales, conservación de los lugares y mantenimiento de los oficiales que es costumbre pagar y mantener de las rentas del ducado, queremos y es nuestra voluntad que durante el primer año en que, después de haber tomado posesión, disfrute de dicho ducado la princesa de los Ursinos , y después de la publicación de la paz se forme un estado de los productos y cargas del ducado de Limburgo y sus dependencias á presencia de las personas á quienes para ello se dé comisión, asa por parte nuestra como por la de la princesa de los Ursinos: y en caso de que deducidas las citadas cargas, no asciendan los productos á favor de dicha princesa de los Ursinos al valor neto de los treinta mil escudos anuales , sea por enajenaciones que pudieren haberse hecho de alguna parle, del ducado , sea porque algunos de dichos derechos, rentas, circunstancias y dependencias hubieren sido vendidos, empeñados o cargados con réditos ó también con deudas por cantidades tomadas en empréstito ó anticipación , en tal caso ordenamos , queremos y es nuestra voluntad que todo se rescate y desempeñe, y que á los adquirentes . prestamistas, censualistas y demás acreedores se les reembolse, pague y satisfaga del producto de las contribuciones más saneadas de las otras provincias de los Países Bajos españoles: de modo que dicha princesa goce plena y realmente y sin gravamen de dichos treinta mil escudos de renta anual; á cuyo efecto y hasta el total reembolso del rescate de dichas enajenaciones, empeños , constitución de rentas , anticipaciones ú otros empréstitos cualesquiera que fueren, los acreedores de fondos enajena dos ó empeñados , censualistas ú otros cuales quiera serán notificados, como por las presentes los notificamos, á recibir los caídos ó intereses de sus capitales de las citadas rentas de las otras provincias de los Países Bajos españoles; y en consecuencia hemos cedido y trasladado, cedemos y trasladamos desde ahora el lodo ó parte de nuestras rentas que con venga á los prestamistas y acreedores hasta la concurrencia de sus créditos en principal e intereses, para que las tengan y perciban hasta su completo reembolso. Y si se viese que á pesar de dichas restituciones y reembolsos que se hicieren ó asignaren, no llegase la renta de dicho ducado de Limburgo á la citada cantidad de treinta mil escudos anuales líquidos, es nuestra voluntad que se desmembre, como por las presentes desmembramos de los demás países que nos pertenecen, adyacentes de dicho ducado de Limburgo , otras ciudades, pueblos, villas y territorios que convenga para completar con sus rentas y productos amales lo que faltare de dichos treinta mil escudos de renta en el durado de Limburgo ; cuyas ciudades, pueblos, villas y territorios juntos, sus rentas, circunstancias y dependencias quedarán desmembrados de nuestros señoríos, y se unirán y juntarán en adelante y para siempre á dicho ducado de Limburgo para que los posea dicha princesa con el mismo título de soberanía, jurisdicción y prerrogativas anejas á ellos y como si fuesen parte de dicho ducado de Limburgo.» «Y en atención á que por las diversas proposiciones que de tiempo en tiempo se nos han hecho para llegar á la paz que tanto deseamos nos y los demás príncipes y estados de Europa empeñados en la presente guerra, tienden algunas a desmembración de dichos Países Bajos españoles de los demás estados que componen nuestra monarquía, declaramos ser nuestra intención que las presentes no se alteren en manera alguna por los tratados de paz que se hicieren, y que todos los príncipes y potencias interesadas en dichas proposiciones ratifiquen la desmembración que por las prénsenles hacemos de dicho ducado de Limburgo y la erección de éste en plena soberanía, en favor de la princesa de los Ursinos, de modo que sea puesta y permanezca en plena y pacifica posesión y goce de él en toda la extensión de las presentes, según su forma y tenor y sin ninguna reserva ni restricción cualquiera que fuere. Queremos que la presente donación sea una de las condiciones de los tratados que se hicieren en lo concerniente á dichos Países Bajos españoles; para que dicha princesa de los Ursinos , sus descendientes, sucesores y causa habientes puedan gozar de dicho ducado de Limburgo, circunstancias y dependencias, plena, pacifica, perpetuamente y para siempre, con título de soberanía, sin estorbo ni embarazo; al contrario y á cuyo efecto y para obligar á ello á aquellos á quienes toque, con nuestro entero poder y autoridad real, suplimos cualesquiera faltas y omisiones de hecho ó de derecho que hubiere u ocurrieren en la presente donación, cesión y traspaso, ya sea por defecto de la expresión del valor de las rentas y cargas del dicho ducado de Limburgo, que no estuvieren especificadas ni declaradas, y que pudieren estar requeridas por ordenanzas anteriores, á las cuales y á las derogatorias de derogaciones que en ellas se contengan expresamente, hemos derogado y derogamos por las presentes , porque esta es nuestra voluntad y deseo. Queremos que las presentes letras patentes sean entregadas á dicha princesa de los Ursinos para que las haga registrar y publicar en donde fuere necesario; y también para que las haga insertar con la donación y cesión que contienen en el tratado de paz que habrá de negociarse , haciéndose incluir en él y reconocer en calidad de princesa soberana del ducado de Limburgo , y en tal calidad ejercer los derechos que la correspondan , y hacer tratados y alianzas con los príncipes y soberanos que en aquel intervinieren. Encargamos á los ministros y embajadores que concurran al mismo por nuestra parte que la reconozcan como tal, y á todos nuestros oficiales en el dicho ducado de Limburgo que obedezcan las presentes en el momento que les fueren notificadas: y para que la presente donación sea cosa firme y estable para siempre y perpetuamente, hemos firmado las presentes letras con nuestra mano, y hemos hecho poner en ellas nuestro gran sello. Queremos y ordenamos que sean registradas en todos y cada uno de nuestros Consejos y tribunal de cuentas donde correspondiere. Dada en nuestra ciudad de Corella, reino de Navarra, á 28 de setiembre del año de gracia de 1711, y de nuestro reino el onceno.» Y promete la referida señora reina de la Gran Bretaña que defenderá en cualquiera tiempo y para siempre á la dicha señora princesa de los Ursinos y sus sucesores , ó que su causa hicieren, en la real, actual y pacifica posesión de la dicha soberanía y dominio contra lodos y contra cualesquiera; y que no permitirá que sea jamás molestada , perturbada , ni inquietada por alguno la dicha señora princesa en la referida posesión , ya se intente por vía de derecho ó de hecho; y por cuanto se debía ya haber dado á la referida señora princesa dé los Ursinos la posesión real de la dicha soberanía de Limbugo, ó de los señoríos subrogados , como va dicho, en virtud de la citada convención de 27 de marzo y no se le ha dado aun, así para mayor cautela promete y ofrece la señora reina de la Gran Bretaña por su palabra real, que no entregará ni dará á persona alguna las dichas provincias de Flandes católicas, ni permitirá que se den ni entreguen, sino que las guardará y liará guardar no solo hasta que la dicha señora princesa de los Ursinos esté en la actual y pacifica posesión de la referida soberanía, sino también hasta que el principe á quien se hayan de dar y entregar las dichas provincias de Flandes reconozca y mantenga á la señora princesa de los Ursinos por señora soberana de la referida soberanía, como va expresado. El presente artículo se ha de ratificar y las ratificaciones se han de permutar en Utrech dentro de seis semanas, y antes si fuere posible. En fé de lo cual, nosotros los legados extraordinarios y plenipotenciarios de la serenísima reina de la Gran Bretaña firmamos el presente artículo, y lo sellamos con nuestros sellos en Utrech el día 13/2 del mes de julio, año del señor de 1713.—El duque de Osuna.—El marqués de Monteleón.-Joh. Bristol: E: P : S: Strafford.180


Finalmente los tratados de Utrecht no fueron ratificados ni por el Archiduque ni por Felipe V hasta la paz de Viena de 1725; el motivo fue que no fueron admitidos los representantes de los dos que se disputaban la corona de España. Y entre España e Inglaterra, la paz sería firmada el 13 de Julio de 1713 por el duque de Osuna y el marqués de Monteleón de una parte, y por el obispo de Bristol y el conde de Stafort por parte de Inglaterra.

Llama la atención la práctica totalidad de este tratado, pero sobre manera destaca la reiterada referencia a la princesa de los Ursinos. Una explicación puede encontrarse en la carta que, el 13 de febrero de 1713 escribía Henry St John, primer Vizconde de Bolingbroke a Joseph Strafford: “madama de los Ursinos es la que nos ha facilitado el tratado tal como está, y os ruego que digais á los ministros españoles, que la reina lo cree así también, y que vos estais muy interesado en todo lo perteneciente á esta señora. Mientras la reina de España viva gobernará á su marido, y la princesa gobernará á la reina; de lo cual es preciso deducir que es una ventaja real para nosotros lisonjear el orgullo de esta vieja, ya que no tenemos medios de lisonjear su avaricia.”181


Pero todas las artimañas que había prodigado la de los Ursinos, finalmente acabaron en nada, muy a pesar de constar en los tratados. Y es que, como señala Rosa Mª Alabrús, “las prenegociaciones de Utrecht demostraron que Luis XIV había perdido la confianza con la Ursinos. En cambio la depositó con sus preferidos, Vendôme y Alberoni. Para nada contempló las pretensiones de la princesa sobre el ducado de Flandes tal y como ella solicitaba. La muerte de Vendôme (junio 1712), en extrañas circunstancias (algunos dan por hecho que la ingestión, en una cena en Vinaroz, de pescado en mal estado, fue la causa de la muerte del duque; otros apuntan a un asesinato), alimentó todo tipo de especulaciones. Solo entonces Felipe V se apresuró a desmentir que fuera a abandonar el trono.”182


No fueron sólo los intereses de Mª Anne de la Trémoille los que se vieron finalmente alterados. Al final Inglaterra cambiaría Puerto Rico por un acuerdo por el que se le permitía comerciar con esclavos en América (el asiento). Estos acuerdos fueron tratados entre finales de 1715 y mayo de de 1716, cuando el ministro Giulio Alberoni pretendía una alianza hispano-británica con el objetivo de recuperar las provincias italianas; algo que quedó en nada cuando el 4 de enero de 1717 fue firmado el tratado de la Triple Alianza entre Inglaterra, Francia y Holanda, que trastocaba algo los Tratado de Utrecht y Rastatt, lo que dio lugar a lanzar una campaña española para recuperar Cerdeña, simultaneándola con una alianza con Pedro I de Rusia y Carlos XII de Suecia que debían haber iniciado una campaña militar contra el emperador.


El tratado del asiento fue negociado por Alberoni, quien, curiosamente, había manifestado: “nada entiendo absolutamente de esta clase de convenios, mas, sin embargo, quiero hacerme cargo de él, y haré lo que pueda si queréis informarme de lo que hay que hacer, y de cómo nos hemos de manejar para hacerlo.183

La conclusión que podemos sacar de los tratados de Utrecht y Rastatt es que Felipe V, el candidato Borbón, cedió lo que le quedaba al imperio español en Europa a diversos estados como Gran Breteña, Austria y Saboya, a cambio de ser reconocido rey de la Península (exceptuando Portugal que era un Estado independiente y Gibraltar, que se cede a Gran Bretaña), las Baleares (salvo Menorca que se cede a Gran Bretaña), Suramérica y Filipinas. Por su parte, la emperatriz y todos los significados en pro del Archiduque, se exiliaron.


Se desgajaban de España Milán, Nápoles y Sicilia, y Flandes desaparecía de las preocupaciones de España. La gran beneficiada sería la Gran Bretaña, que además de los territorios ocupados y de hacerse dueña del Mediterráneo, obtuvo el derecho al comercio negrero y el navío de permiso en los puertos americanos con el derecho de vender las mercancías libres de aranceles en las ferias de Veracruz y Portobello, haciéndose con la hegemonía del comercio, en connivencia con Holanda, con la que había estrechado lazos que tuvieron representación en la realeza con el matrimonio de Maria Estuardo y Guillermo de Orange, padres de la reina Ana.


A cambio de todo eso, España recibía una promesa que por supuesto sería incumplida: En el artículo III de las cláusulas de garantía se marcaba que “Su Sacra Majestad cristianísima juntamente con su Sacra Majestad Británica, y los Señores Estados Generales de las Provincias Unidas de los Payses-Baxos, prometen por sí mismos, sus herederos y sucesores, no inquietar jamás directa ni indirectamente á su Sacra Majestad Imperial Católica, á sus herederos y sucesores, en alguno de sus reynos, estados, ó dominios que actualmente posee en virtud de los Tratados de Utrecht y de Baden, ó que adquiera por el Tratado presente…/… Igualmente sus Majestades cristianísima y Británica, y los Estados Generales se obligan expresamente á no dar ó conceder protección alguna ni asilo en ningun parage de sus dominios á los súbditos de su Sacra Magestad Imperial Católica que esta tiene al presente declarados por rebeldes, ó los declare en adelante…”184


Como señala Agustín Jiménez, “se puede concluir que Inglaterra, bien mediante el control directo de determinados asentamientos, o indirectamente, a través de naciones aliadas o con un peso específico nulo, va a pasar a controlar las principales rutas del comercio mundial. Por ejemplo, en el caso del Mediterráneo, la posesión de Gibraltar y Menorca y la presencia de aliados en zonas tan importantes como Nápoles o Sicilia, permite a Inglaterra dominar el Mediterráneo occidental. De igual forma, va a obtener una posición hegemónica en el comercio americano, pues con las ventajas obtenidas en los tratados de paz, se encontrará en condiciones de imponerse en este ámbito. En el Báltico y el Mar del Norte, también ocurre algo parecido, pues muy hábilmente, los Países Bajos españoles pasan a manos de una potencia sin tradición mercantil, comercial y marítima, como es el caso del Imperio; la única amenaza, Francia, tampoco podrá significar un riesgo ya que Dunquerque, el famoso nido de corsarios flamencos, que tuvo su apogeo durante el reinado de Felipe IV, ha sido desmantelado. Finalmente, Inglaterra también sacará provecho de la debilidad sueca, tras haber sido vencida por Rusia, para tratar de introducirse en otra zona comercial de gran importancia.”185


Pero es que, además, en el tratado de Utrecht-Rastatt el archiduque no renunció a sus pretensiones sobre la corona de España, y España no renunció a los territorios que habían sido mutilados. Como consecuencia, en 1717 y en 1718 se armaron sendas expediciones que intentaron su recuperación. Expediciones que, en principio, parecían ir dirigidas contra el turco, y cuya marcha fue largamente diferida por Alberoni, quien no agilizó su marcha hasta haber obtenido el capelo cardenalicio.186


Es de señalar con Cristina Borreguero que, a pesar de la penosa (o inexistente) actuación de España en el tratado de Utrecht; a pesar del resultado de las confrontaciones que dieron lugar al mismo, “al hacer una clasificación de las potencias europeas del siglo XVIII, [incluía a] España entre los siete grandes poderes del siglo XVIII, junto a Gran Bretaña, Austria, Francia, Prusia, Rusia y Turquía.”187


Posteriormente se daría fin a la Guerra de Sucesión, de forma definitiva. El 30 de abril de 1725 con la firma del Tratado de Viena.


El tratado de paz de Viena confirmaba la mutilación del territorio nacional, siendo que Toscana, Parma y Plasencia quedaban para el Archiduque Carlos en calidad de feudos, señalando que nunca podrían ser posesión de la Corona de España al tiempo que implica el reconocimiento de Felipe V como rey de España y la renuncia del Archiduque a sus derechos a la Corona de España.


Actor principal de la firma de este tratado sería el barón de Ripperdá, que entre 1715 y 1718 había sido el enviado de las Provincias Unidas en España. Ripperdá firmó tres tratados con el Principe Eugenio de Saboya, el Conde de Sinzendorf y el Conde de

Starhemberg: uno de paz y amistad, una alianza defensiva y un tratado de comercio y navegación, con los que quedaban zanjadas las diferencias que quedaron pendientes entre los dos pretendientes a la Corona de España en Utrecht-Rastatt (1713-14).


El tratado de alianza defensiva señalaba que el Emperador procuraría influir para la restitución de Gibraltar y de Menorca a España, así como la defensa mutua en caso de agresión contra uno de ellos. Finalmente, el tratado de comercio y navegación (1 de Mayo de 1725) concedía a 1os súbditos del Emperador, y especialmente a la Compañía de Ostende considerables ventajas como la cláusula de nación más favorecida.


El articulo 9 de este tratado rezaba: "Habrá por una y otra parte perpetuo olvido, amnistia y abolición general de cuantas cosas desde el principio de la guerra ejecutaron o concertaron oculta o descubiertamente, directa o indirectamente por palabras, escritos o hechos, los súbditos de una y otra parte; y habrán de gozar de esta

general amnistia y perdón todos y cada uno de los súbditos de una y otra Majestad de cualquier estado, dignidad, grado, condición o sexo que sean, tanto del estado eclesiástico como del militar, politico y civil, que durante la última guerra hubieren seguido al partido de la una o de la otra potencia: por la cual amnistia será permitido y licito a todas las dichas personas y a cualquiera de ellas de volver a la entera posesión y goce de todos sus bienes, derechos, privilegios, honores, dignidades e inmunidades para gozarlas libremente como las gozaban al principio de la última guerra o al tiempo que las dichas personas se adhirieron al uno u al otro partido, sin embargo de las confiscaciones, determinaciones o sentencias dadas, las cuales serán nulas y no sucedidas. Y en virtud de dicha amnistia y perpétuo olvido, todas y cada una de las dichas personas que hubiesen seguido los dichos partidos tendrán acción y libertad para volverse a su Patria y gozar de sus bienes como si absolutamente no hubiese intervenido tal guerra, con entero derecho de administrar sus bienes personalmente si presentes se hallaren, o por apoderados, si tuvieren por mejor mantenerse fuera de su patria, y poderlos vender y disponer de ellos según su voluntad en aquella forma en todo y por todo como podían hacerlo antes del principio de la guerra. Y las dignidades que durante el curso de ellas se hubieren conferido a los súbditos de uno y otro príncipe, les han de ser conservadas enteramente y en adelante, y mutuamente reconocidas" 188
















MANEJOS EUROPEOS PREPARANDO EL DESCUARTIZAMIENTO



En Inglaterra, Jacobo II era depuesto por Guillermo de Orange, y en 1688 se formaba una liga entre España, Holanda, Gran Bretaña, Alemania y Saboya para combatir a Luis XIV, lo que costó la invasión de Cataluña, donde se sufrió el sitio de Gerona y la toma de Barcelona por el duque de Vendome. En 1697, en la paz de Ryswick subsiguiente, firmada entre Francia, Inglaterra y Holanda, significó nuevas cesiones por parte de España.


El 2 de Mayo de 1668 se firmó la Paz de Aquisgran, en la que fue restituído el Franco Condado, previamente ocupado por Francia, si bien se perdió importante presencia en los Países Bajos, donde se perdió toda la línea del Lys y del Escalda, dejando indefensa la ya menguada presencia española, y provocó un movimiento que tenía como cabeza a D. Juan José de Austria, quién habiendo sido enviado a los Países Bajos, abandonó la empresa para dirigirse a Madrid al objeto de acabar con el gobierno del jesuita padre Nitard; objetivo que abandonó de manera inconcebible y que representó la persecución por parte del Inquisidor Nitard, por lo que retomó de inmediato su empresa, partiendo con un ejército desde Barcelona al objeto de tomar Madrid, lo que provocó la destitución de Nitard, y con ello el abandono de la empresa iniciada por quién era la esperanza de España, que se conformó con el título de virrey de Aragón y Cataluña.


A partir de ese momento, apartado Juan José de Austria, todo continuó prácticamente igual bajo la dirección de Valenzuela, nuevo primer ministro, que finalmente sería destituido por Carlos II el 11 de enero de 1677, poniendo en su lugar, esta vez sí, a su tío, Juan José de Austria, que acabó defraudando todas las expectativas que el pueblo tenía puestas en él, y que prácticamente se limitó a desterrar en Manila al anterior primer ministro, Valenzuela, que se había ganado la enemistad de todos.


Siempre atentos a la delicada situación vital de Carlos II, el 20 de septiembre de 1697, Luis XIV de Francia , convocó en Ryjswick a ingleses, holandeses y portugueses, conviniendo que “muerto el Rey Católico, la mayor parte de la América, y de sus puertos se diese á Guillermo de Nasau, Rey de Inglaterra: lo demás de las Indias á los Holandeses, porque de la Flandes española se les había de señalar á su arbitrio una Barrera: Dabanse Nápoles y Sicilia al Rey Jacobo Estuardo; Galicia, y Extremadura al de Portugal; Castilla, Andalucía, Valencia, Aragon, Asturias, Vizcaya, Cerdeña, Mallorca, Ibiza, Canarias, Orán y Ceuta, al Archiduque Carlos de Austria, segundo hijo del Emperador Leopoldo; Los presidios de Toscana, Orbitelo y Plumbin, á sus dueños; El Ducado de Milán, y el Final, al duque de Lorena; Sus estados con la Cataluña, y lo que quedaba de Flandes y Navarra, al rey de Francia. Todo esto baxo la condicion, si nombraba el Rey de España heredero á la corona á alguno de los austriacos, ó no nombraba heredero.”189


En 1700 falleció Carlos II, después de haber nombrado heredero a Felipe de Anjou, que contaba dieciocho años de edad y era el segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia (1661–1711) y de María Ana de Baviera, nieto por tanto del rey Luis XIV de Francia y María Teresa de Austria, nacida Infanta de España, hija mayor de Felipe IV, que había hecho cesión de sus derechos a la corona de España. Por su parte, Luis XIV de Francia, era hijo de Ana de Austria, y por tanto, nieto de Felipe III.


Los reinos europeos se posicionaron con uno u otro bando en la sucesión española según sus intereses. Por primera vez podían hincar el diente a la que había sido la potencia dominante en el continente durante casi doscientos años. La tarta española se iba a repartir y todos querían coger un trozo importante en el pastel. El continuo declinar del poder español durante todo el siglo XVII llegaba ahora a un punto de no retorno. A su costa, los demás esperaban crecer, nutriéndose de los despojos.


Por otra parte, la política francesa comenzó a desviarse de los tratados y, aunque resultando lejanos, conservó los derechos de Felipe V al trono de Francia, envió tropas a la frontera de los Países Bajos españoles, y finalmente, reconoció los derechos de Jacobo Estuardo al trono de Inglaterra, que se lo disputaba a Guillermo III de Nassau.


Toda esta actividad estaba creando un caldo de cultivo que irremisiblemente debía desembocar en una confrontación a nivel continental en la que la Guerra de Sucesión española sería un argumento más del que unos y otros aspiraban a sacar sustanciosos beneficios. El objetivo sería la destrucción de la Monarquía Hispánica, pero, dadas las circunstancias, con enfrentamiento armado entre quienes habían partidos como aliados en la labor.


El 29 de diciembre de 1700, el emperador Leopoldo envió al Papa un memorando por el que se reclamada titular de la corona de España, y reclamando ser investido rey de Nápoles.


Los manejos europeos, no es que empezasen en estos momentos, sino que seguían la marcha de décadas. Mientras tanto, en estos momentos se sufre en España un movimiento en el que, como señala Rosa María Alabrús Iglésies, “el austracismo a escala española empieza teniendo un doble carácter: agitación de algunos nobles en Castilla, descontentos con la decisión testamentaria de Carlos II, tradicionalistas y recelosos con respecto a Francia –los más destacados fueron Juan Tomás Enrique de Cabrera, almirante de Castilla, duque de Medina y conde de Melgar; Fernando de Silva, conde de Cifuentes; Diego Felipe de Guzmán, marqués de Leganés...– y paralelamente, en Cataluña, una extraordinaria sensibilidad constitucional que se evidenció en los dissentiments de las Cortes de 1701-1702 convocadas por Felipe V.” 190 Algo, en cualquier caso, sin una estructura sólida.


Pero a pesar de llevar décadas tramando la destrucción de España, tuvo que pasar casi un año de reinado de Felipe V para que la voracidad europea, en esta ocasión sin contar con Francia, se reorganizase de manera sólida. Señala Agustín Jiménez Moreno que “el 17 de septiembre de 1701 se firmó el tratado de la Gran Alianza entre el Emperador, Inglaterra y Holanda; según dicho tratado, las potencias marítimas se comprometían a conceder al Emperador «una satisfacción razonable sobre la pretensión a la sucesión de España». Igualmente, se comprometían a conquistar para la Casa de Austria: los Países Bajos españoles, el ducado de Milán como feudo imperial, Nápoles y Sicilia, los presidios de Toscana y asegurar la Barrera en Flandes, de forma que la Gran Alianza partía de la premisa de que la Monarquía Hispánica debía ser dividida. Igualmente, Inglaterra, por su parte, se comprometía a aportar 40.000 hombres y a asumir «de ocho partes del gasto de las flotas y escuadras, cinco»”191


Y España mantenía un ejército poco acorde a las necesidades del momento, lo que le hacía depender de la actitud de Francia, cuya asistencia “fue más o menos asumible mientras la guerra estuvo limitada a Italia y las fronteras centroeuropeas más próximas a Francia; sin embargo, se amplió extraordinariamente cuando, a partir de 1705, tuvo que participar simultáneamente con abundantes tropas y generales experimentados –Berwick, Besons, Noailles o Vêndome– en la resistencia de los reinos peninsulares a los ataques aliados.”192


En Septiembre de 1701 Inglaterra había declarado la guerra a Francia y a España, y a esa declaración se unieron el duque de Hannover y la princesa Ana de Dinamarca, pasando a continuación a constituirse la liga con el emperador Guillermo y con Holanda. Una escuadra, comandada por el pirata Roock sería armada en ese momento.


Los pactos de la Liga fueron los siguientes:


Que se haría la guerra a la Monarquía de España, hasta echar de su trono á Phelipe de Borbón, teniendo como en depósito los Reynos, ó Provincias, que ganarían los Principes de la misma Confederación, quedando en poder de el Emperador lo que se conquistaria en el Rhin, y la Italia: L que en Flandes y Francia en el de los Holandeses; y que todos los Puertos de Mar ocuparían los Ingleses, aun en Indias, prohibiendo á toda Nacion el Comercio de ellas, mientras no se hiciese la paz, y permitiendole limitado, aun á Olanda, y que en los Exercitos de tierra pagarian la tercera parte los ingleses: Que todos los gastos de la Guerra, en cualquier éxito, los pagaria al fin de ella, la Casa d Austria, y que se nombraria de acuerdo Rey á la España, parte, ó toda conquistada.”193


El 4 de mayo de 1702 tras la muerte de Guillermo de Nassau, ascendía la reina Ana al trono de Inglaterra, quién, conforme señala Vicente Bacallar y Sanna, modificó los pactos de la liga en el sentido de que “se reservaron para si los ingleses a Menorca, con Puerto Mahón, Gibraltar y Ceuta, y casi la tercera parte de las Indias; y la otra tercera parte, con una barrera a su arbitrio en Flandes, se ofreció a los holandeses; al Emperador, el Estado de Milán, pero incorporado en los estados hereditarios como feudo imperial; lo demás de la Monarquía española y lo que quedaba de la América se dejaba al rey Carlos.”194


A la par, y encontrándose Felipe V en la campaña de Italia, en 1702, señala Narciso Felíu de la Peña que “publicaron algunos vn Manifiefto, y Carta Exortatoria á los Efpañoles, del Principe de Darmftad en nombre del Señor Emperador Leopoldo, y de fu Hijo Carlos Tercero legitimo Rey de Efpaña, mañifeftando á los Amigos, y Afectos à la Auguftifíima Cafa de Auftria, el indubitable Derecho á la Succeffion de la Monarquía de Efpaña, para qué concurrieffen á la libertad de la Patria.”195


En Mayo de 1702 la Gran Alianza de la Haya declaró la guerra a España y a Francia. “La guerra de Alemania había sido declarada en la Dieta de Ratisbona, y publicada el mismo dia en Londres, Viena y la Haya (15 de Mayo de 1702), contra Luis XIV y Felipe V, como usurpadores del trono de España.”196


Pero el resultado no sería inmediato. Tardarían casi tres años en obtener algún resultado. Señala Andrés Cassinello que “en junio de 1705, los caudillos austracistas catalanes firmaron en Génova un acuerdo con los ingleses, según el cual, Cataluña se comprometía a luchar a favor del pretendiente austriaco con la ayuda militar inglesa. En octubre de ese año las tropas del archiduque Carlos pusieron sitio y conquistaron Barcelona.”197


El 9 de marzo de 1704 llegó el archiduque Carlos a Lisboa, desde donde instó al levantamiento contra Felipe V, contando con el apoyo de 14.000 soldados anglo-holandeses, a lo que éste respondió declarando la guerra a Portugal, lo que acabó siendo un paseo militar en el que tomó prisioneros a seis mil soldados británicos… y no se consiguió ningún objetivo estable. A mediados de Julio acababa la campaña, improductiva, con grandes fiestas el Talavera.


Por su parte, el pretendiente “Carlos III”, y como nos recuerda el historiador contemporáneo Nicolás de Jesús Belando, había prometido fragmentar España198. Lo menos lesivo hubiese sido la cesión a Portugal de Galicia y de Extremadura así como grandes extensiones en el Río de la Plata.


Pero, como en tantas ocasiones, la actuación no pasó de lo anecdótico. El motivo, tal vez, no era otro que la dependencia de España respecto a los intereses foráneos. De hecho, en el curso de la guerra, la actitud de Francia demuestra que estaba usando a España como moneda de cambio; así, en 1707, y según señala José González Carvajal, Luis XIV ofreció “á Carlos la España y las Indias ó las provincias de Italia, según quisiera; el reconocimiento de la sucesión protestante a Inglaterra; una barrera en los Paises Bajos á los holandeses, y grandes ventajas de comercio para estas dos potencias.”199 Como muestra de que el ofrecimiento era cierto, 20.000 franceses que estaban en el Milanesado cedieron el control del mismo al archiduque.


Abonando la idea indicada, señala Virginia León que “en 1708, Castellví afirmaba que «el peso de la guerra de Cataluña recaía en Inglaterra» (Castellví, 1726, t. III); a finales de año el enviado británico Stanhope advertía que no llegaría dinero hasta que se resolviese la cesión de Menorca, cesión que pretendía Gran Bretaña como pago por la ayuda económica que recibía el pretendiente.”200 Naturalmente, se efectuó el pago, que se vería reflejado en el posterior Tratado de Utrecht.


En ese mismo orden de cosas, en 1709, entre las quejas de Felipe V a su abuelo, alemanes, ingleses y franceses estaban cansados de la guerra y los alemanes continuaban firmes en sus propósitos, pero todos pactaron no hacer la paz por separado, siendo que Francia, según señala José González Carvajal, “ofrecía á los ingleses seguridad para su comercio en España, en las Indias, y el Mediterraneo; una barrera á los holandeses en los Paises-Bajos, y el restablecimiento de todas las ventajas comerciales de que gozaban otras veces…/… Durante el curso de esta negociación, tan feliz para la casa de Borbon, aparentaba el gabinete español querer separarse de Francia, y manifestaba mas incomodidad é independencia que cuanta había manifestado después de la destitucion de la princesa de los Ursinos.”201


Así, en marzo de 1709, y siendo que Francia retrocedía en su conflicto de los Países Bajos, los holandeses pedían para resarcirse, según Modesto Lafuente “la cesión de la España y de las Indias”202, extremo al que se opuso enérgicamente Felipe V. Pero su abuelo, Luis XIV de Francia, siguió las conversaciones… llegando a ofrecer como moneda de cambio toda la Monarquía española a excepción de Nápoles y Sicilia, al tiempo que reducía el aporte de tropas a la causa felipista.


Nadie veía que la marcha de la guerra le resultase favorable, por lo que, según señala Rosa María Alabrús, “la coalición borbónica entró seriamente en crisis. El desgaste de las potencias europeas hizo que se plantearan unos preliminares de paz en 1709, entre Luis XIV, el príncipe Eugenio –por parte de Austria y el Imperio–, Marlborough –por parte de Inglaterra– y representantes de los Estados Generales de Holanda. Las más interesadas eran Francia e Inglaterra. La primera, por el desgaste de la guerra y la segunda, por el temor ante las amenazas de Luis XIV a la reina Ana. Se sabía desde febrero de 1708 que Jacobo III –por los ingleses llamado el pretendiente– había pasado a Dunkerque con la finalidad de que Francia le proporcionara hombres y armas para invadir Escocia y proclamarse rey.”203


Con objeto de arreglar todas estas cuestiones, en Junio de 1709, se reunieron en La Haya los contendientes (España no, ya que era el territorio en disputa) para tratar los preliminares de la paz, en la que se reconocía a Carlos como rey de lo que quedaba de España tras el reparto pactado anteriormente, y se imponía a Luis XIV luchar contra su nieto Felipe V si éste se negaba a dejar el trono de España, lo que llevó a no firmarse el tratado.


A la conferencia de paz de la Haya fueron enviados como plenipotenciarios el duque de Alba y al flamenco Jean de Brouchoven, conde de Bergeyck, dispuestos “á no ceder parte alguna de España, de las Indias ó del ducado de Milán; y conforme á esta resolución protesta contra la desmembración del Milanesado, hecha por el emperador á favor del duque de Saboya, á quien se podrá indemnizar con la isla de Cerdeña. En este último caso, y a fin de conseguir la paz, consiente S.M: en ceder Nápoles al archiduque, y la Jamaica á los ingleses, con la condición de que cederán éstos á Mallorca y Menorca”204


Pero en la Conferencia de la Haya marcaba un plazo de dos meses para que se aceptase la cesión de la corona al archiduque, plazo en el que, si Felipe no accedía, Francia le retiraría todo el apoyo, y a exigirle, también por las armas, el cumplimiento de la imposición. La imposición no fue aceptada y la conferencia de la Haya quedó en suspenso, y cosa extraña, alarmado Felipe V, pareció dar un giro a su política, por lo que, como señala Modesto Lafuente, “por primera vez en este reinado se confió el mando del ejército a un español, el conde de Aguilar.”205


Así, la batalla de los despachos era de mucho mayor peso que la batalla militar. En este orden, el año 1710 Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda y Saboya reiniciaron los tratados de paz en Getruydemberg. España, lógicamente, estaba excluida y era objeto de división, mientras Francia ofrecía a Holanda cuanto pretendiese a costa de España en tanto reconociese a Felipe V. Al respecto señala José González Carvajal que “Luis XIV para lograr su objetivo con los aliados y calmar la inquietud del elector de Baviera, pidió á su nieto la cesion de Luxemburgo, Namur, Charleroi, á Nieuport, únicas plazas que le quedaban en los Paises-Bajos españoles.”206


España, sencillamente, miraba, mientras sus campos eran asolados por la guerra que los europeos seguían manteniendo. El pueblo se mostraba cansado de tanta división, y los saqueos a que había sido sometido lo habían derivado mayoritariamente al lado del Borbón, coronado. Por ese motivo, el aspirante austracista hacía algún gesto tendente a ganarse la voluntad del pueblo. A este respecto, Virginia León Sanz indica que “el archiduque Carlos contaba con el apoyo de los catalanes, pero su intención de atraerse a todos los españoles, en particular a los castellanos, bien pudo condicionar sus decisiones y, por eso, mantuvo en sus puestos a ministros, letrados y oficiales de los consejos de Carlos II.”207 Pero, en esencia, poco o nada divergían las políticas de ambos contendientes.


A principios de 1711 estaban cambiando las alianzas entre franceses, ingleses, austriacos y holandeses. Luis XIV estaba ofreciendo a Inglaterra seguridad en el comercio de ésta con España, a ambos lados del Atlántico, así como la cesión de los Países Bajos españoles al elector de Baviera; ello comportaba en beneficio de Inglaterra, “cuatro puertos en la América española como garantía para su comercio, …/… Luis XIV estaba dispuesto a presionar a Felipe V para que éste cediera a Puerto Rico o a Trinidad además de Gibraltar y Port Mahon. El rey de Francia envió al marqués de Bonnac a España con la delicada tarea de preparar al Monarca español para otorgar concesiones inevitables. El 5 de Agosto de 1711, el rey informó a Bonnac sobre las demandas británicas en Europa y América, y le dio instrucciones definitivas respecto a su misión ante Felipe V…/… Bonnac tuvo gran éxito en su misión y obtuvo para Luis XIV plenos poderes para negociar en nombre de su nieto”.208


En esta situación de guerra y conversaciones, la sempiterna ambivalencia británica hacía que Inglaterra se aviniese a las pretensiones de Felipe V, al tiempo que permitía la permanencia de tropas, presuntamente desvinculadas de la disciplina británica, que permitieron la resistencia de Barcelona hasta 1714. En tal situación fue discutido a lo largo de 1711, y finalmente ratificado, el tratado de Utrecht.


Algo vino a alterar y a acelerar las conversaciones: El 14 de Abril fallecía el delfín de Francia, Luis, padre de Felipe V, y el 16 el emperador José de Austria, hijo mayor de Leopoldo I, fallecido cinco años antes, y hermano, del Archiduque con lo que la corona de Austria recaía en la cabeza del Archiduque, algo que los ingleses no querían consentir.


Carlos pasaba a ser emperador, con lo que los aliados lo abandonan, y Felipe se acercaba ostensiblemente a la corona de Francia, en la que sólo existía la traba de su sobrino: un niño de dos años con una constitución física muy débil, lo que hizo rebrotar en el ánimo de Felipe su deseo de retornar a Francia; algo que no permitiría Inglaterra, debiendo Felipe renunciar a la corona de España si pretendía acceder a la corona francesa. Felipe eligió seguir como rey de España tras ponderar que con esa medida beneficiaba a Francia, ya que, según carta enviada a Luis XIV, “le aseguro por aliada una monarquía que sin esto podría algun día hacerle mucho daño reuniéndose á los enemigos.”209


Las cosas se aceleraban: Agustín Jiménez señala que “cuando Inglaterra decide poner fin a su participación en el conflicto, el resto de los aliados se ven incapaces de continuar con la lucha, pues dependen de la financiación británica; de la misma manera, cuando se toma esa decisión, Inglaterra, consciente de la dependencia económica de sus aliados, no tendrá ningún reparo en abandonarlos.”210


Al respecto, Fco. Javier Guillamón Álvarez y Julio David Muñoz Rodríguez, señalan que “una de las propuestas que Inglaterra efectuará al soberano francés a través de estos contactos consistiría en la cesión de la corona española al duque de Saboya a cambio de reconocer a su nieto como señor de los territorios saboyanos y regente de Francia tras su muerte; un ofrecimiento que será inmediatamente rechazado por Felipe V a pesar de los deseos del propio Luis XIV, quien le advertiría que ‘me debéis a mi los mismos sentimientos que le debéis a vuestra casa, a vuestra patria, antes que se los debáis a España’”.211


Evidentemente, en 1711, los intereses de Inglaterra habían variado muy sustancialmente con la muerte del emperador José I de Habsburgo, acaecida el 17 de abril de 1711. Señala José Calvo Poyato que “los tories, después de su victoria del año anterior, controlaban sin problemas la Cámara de los Comunes donde no habría dificultades para aprobar la propuesta. Pero la situación se planteaba de forma muy diferente en la Cámara de los Lores, donde los partidarios de la guerra eran mayoría, sobre todo porque el duque de Marlborough un decidido partidario de la guerra ejercía una gran influencia. En esta coyuntura la actuación de la reina Ana fue decisiva tomando una decisión insólita, basada en que el nombramiento de los lores era una prerrogativa regia. Nombró en un solo día doce nuevos pares del reino que era el número necesario para hacer que los partidarios de la continuidad de la guerra quedasen en minoría. Era algo sin precedentes en la historia de Inglaterra. Para comprender la actitud de la reina Ana es conveniente señalar que una de las cuestiones que se habían abordado en las conversaciones mantenidas con los franceses era la relativa al apoyo que Luis XIV prestaba a las pretensiones de Jacobo Estuardo de convertirse en el sucesor de la reina Ana. La soberana inglesa, pese a haber dado a luz en dieciocho ocasiones, carecía de descendencia directa, al haber nacido muertos todos sus vástagos o haber fallecido poco después de nacer. En esas circunstancias Ana había designado como su sucesor a Jorge de Hannover, príncipe elector del Imperio perteneciente a una familia declaradamente protestante. Los representantes franceses aseguraron que su rey estaba dispuesto a retirar su ayuda al Estuardo. En buena medida, la reina Ana deseaba, al margen de otras consideraciones como su enfrentamiento personal con Marlborough, allanar el camino para la llegada al trono de la que sería la dinastía hannoveriana.”212


Como hemos señalado, en estos momentos ya estaban tratando Francia e Inglaterra del fin de la guerra, y Noailles, en instrucción enviada a Luis XIV, señala: “en este estado es muy esencial aprovechar la ocasión que presenta la muerte del emperador; es preciso hacer la paz, y se conseguirá si se continúa socorriendo a Felipe V. Debe tenerse por muy dichoso con tal que conserve á España y las Indias, aunque se conceda á los enemigos cualquier cesion, ó cualquiera seguridad para el comercio…/… Francia misma, así como los aliados, tienen interes en que España pierda algo.”213


Quedan, nuevamente, claros los intereses europeos. En el mismo informe, Noailles señala: “Los españoles están mas resentidos que nunca: murmuran del poco caso que se les hace, y de la preferencia que se da á los italianos y flamencos… el consejo de guerra es un fantasma sin autoridad: sus resoluciones no se ejecutan sino cuando las aprueban los consejeros secretos; quienes se reservan para sí hasta las mas mínimas pequeñeces; y nada se realiza, porque no se sabe á quien dirijirse para las cosas mas triviales.”214


Este informe de Noailles, curiosamente, le deparó la sustitución. Su puesto lo ocuparía el marqués de Bonnac, a quién Torci, en sus instrucciones, señala que “los pasos dados para la paz, y la inevitable desmembración de la monarquía, habrán aumentado el odio de los españoles á los franceses.”215 Y más adelante le instruye: “aparentará que no tiene mas objeto en todo esto que el esplendor de la monarquía española, y que recobre las provincias que le han quitado los enemigos; pero no mirará como un mal esta pérdida.”216 Pero la actuación de Bonnac tendría incluso mayor calado, ya que obtuvo de Felipe plenos poderes para contentar á los ingleses con la cesion de Gibraltar y la isla de Menorca, y la concesion del Asiento, con un puesto en América para la seguridad de su comercio.”217


Francia actuaba de manera muy generosa, y con la anuencia del “rey de España”, de forma que el 18 de Septiembre de 1711, Luis XIV envió una carta a su nieto indicándole: “Confío que no os arrepentiréis de la confianza que me habíais previsto. Ya vereis que no son esenciales, y que era preciso concederlas para libertaros absolutamente de las obstinadas instancias que continuaban haciendo los ingleses para obtener cuatro plazas en Indias; pues hay ocasiones que es importante no dejar escapar. Así, pues, no os sorprendais si he interpretado vuestro poder sin consultaros, porque era preciso para tener respuesta de V.M. perder un tiempo precioso; y yo creo trabajar con utilidad en vuestro favor, cediendo lo ménos, para conservar lo principal que vós consentiríais en abandonar.”218


La muerte de Luis de Borbón, duque de Vendome, acaecida el 11 de junio de 1712 significó la suspensión de toda actividad bélica mientras las tropas aliadas procedían a retirase, sin tener en cuenta los compromisos adquiridos respecto al mantenimiento de los fueros, existiendo gran desunión entre los aliados, que deseaban acabar el conflicto cuanto antes. “La diverjencia de opiniones, la incertidumbre en los consejos, y órdenes é instrucciones contradictorias, fueron las consecuencias necesarias de esta desunión; y así es que vemos á lord Lexinton pedir tan pronto únicamente un armisticio, como insistir en los privilejios de los catalanes; cediendo sobre este punto en una ocasion, y renovando la cuestion en otra, con una vana protesta.”219


Había quedado suficientemente claro que Inglaterra no quería que bajo ningún concepto las coronas de España y Francia recayesen sobre una misma persona, y todo indicaba que esa persona era Felipe V, por lo que se le obligó a elegir entre una de las dos, ante lo que Felipe V eligió, parece que un poco forzado por su abuelo, la corona de España y renunció a la de Francia, según quedó constancia en la correspondencia mantenida entre Felipe V y Luis XIV, y confirmó en las Cortes de 9 de Noviembre de 1712. En ese mismo proceso acabaría instaurándose la ley sálica, cuya abolición un siglo después acarrearía gran parte de los desastres del siglo XIX.


Llegado a este acuerdo, Inglaterra dejó de prestar apoyo a los aliados en la guerra mantenida en los Países Bajos, y retiraba tropas de ocupación en Cataluña, mientras España cedía la soberanía de Sicilia al duque de Saboya, y a Inglaterra le concedía el derecho de asiento de esclavos en América y la posesión de Gibraltar y de Menorca.


Comenzaba entonces Inglaterra una campaña de acercamiento con el claro objetivo de obtener incluso más ventajas de las ya obtenidas con el Tratado de Utrecht. No le faltarían colaboradores en España, sobre todo a partir de 1715 a la muerte de Luis XIV. Uno de los principales, el ministro Alberoni, auténtico trepa que no dudaba poner sus intereses particulares por delante de los intereses de la nación, encabezó la delegación encargada de acelerar los trámites, que había ascendido puestos con la llegada de la reina Isabel de Farnesio llegada a España en diciembre de 1714, cuando el partido “francés”, capitaneado por el cardenal Giudice fue apartado, y puestos en su lugar Alberoni y Grimaldo.


Era tal la situación, que en medio de las negociaciones para la colaboración hispano británica, el 9 de febrero de 1715, el enviado británico, M. Dodington señalaba al secretario de estado Stanhope la debilidad española al tiempo que encomiaba la gran facilidad de recuperación, diciendo que “no hay nación ninguna que pueda restablecerse con mas facilidad”, y confiando “restablecer aquí el comercio de sus súbditos, obtener una garantía de tanta importancia para la sucesión protestante y para el tratado de las Barreras, indisponer á Francia y España entre sí más de lo que pudiera hacerlo una guerra de quince años, y substituir una alianza durable entre España é Inglaterra”. 220


El 1 de septiembre de 1715 fallecía Luis XIV, y con su muerte, conforme señala David Alberto Abián, se marcó la ruptura con Francia; lo que “producirá un hecho excepcional en el siglo XVIII, Francia se aliará con Inglaterra y Austria”221, mientras la política española navegaba al compás de los vientos que soplaban de Inglaterra y que tan bien recogía Alberoni.


En ese orden, el 30 de Septiembre de 1715 escribía Stanhope a Alberoni, (se habían conocido en Zaragoza, cuando Stanhope estaba preso y Alberoni estaba al servicio de Vendome): “La Inglaterra sabe corresponder á la amistad: con el solo objeto de tener un rey de España amigo ha gastado 200 millones de coronas (escudos) y habiendo dado el rey actual una prueba incontestable de sus benévolas intenciones, juzgad lo que seremos capaces de hacer por él, si nos necesita.”222


Pero la estrella de Alberoni no duraría demasiado. La constitución de la Triple Alianza, pactada en La Haya el 4 de enero de 1717 entre las Provincias Unidas, Francia y Gran Bretaña, significó el final de Alberoni, que escribía a Stanhope: “Os ruego toméis en consideración la cruel situación en que me encuentro; yo, que soy el que persuadí al rey mi amo á renunciar á las relaciones de familia; yo que lo he hecho libertar el comercio ingles, con un tratado, de las trabas que lo oprimían, yo que lo he resuelto á constituirse garante del último tratado que os es tan ventajoso; y que estoy dispuesto á poneros en posesion del Asiento.223 A estas quejas, el enviado británico le significaba que la alianza con el emperador tan sólo era defensiva… pero sólo hasta que pensasen otra cosa. No tardarían en demostrarlo en las actuaciones de pura piratería que en breve acabarían desarrollando en Sicilia.





















FIN DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN EUROPA Y EN ITALIA


El reino de Sicilia, por propia iniciativa, se entregó al rey Pedro III de Aragón el año 1282, cuando fue coronado rey en Palermo; Cerdeña entró en la corona de Aragón el 1 de Junio de 1323; el reino de Nápoles fue conquistado el 26 de febrero de 1443, habiendo pasado posteriormente a Ferrando, hijo bastardo de Alfonso V hasta que volvió a la línea principal con Fernando el Católico, y el ducado de Milán fue reintegrado al imperio en 1535.


La isla de Sicilia, comenzó su relación de hermandad con los reinos hispánicos en 1276, y en 1282, tras expulsar a los franceses como consecuencia de las “Vísperas sicilianas”, tuvo como rey a Pedro de Aragón y, como señala Mª del Pilar Mesa Coronado, se convirtió desde su incorporación a la Corona de Aragón en un enclave fundamental para la estrategia defensiva del Mediterráneo.”224 Sicilia, así, no se unió a la Monarquía Hispánica por conquista, sino por pacto. Pero con el tiempo habría más, porque los tercios que mantenían la paz en Flandes tenían un alto componente de soldados milaneses, napolitanos y sicilianos.


Y Sicilia era un elemento clave en los reinos hispánicos dado que junto a los presidios de la Toscana (Orbetello, Porto Ercole, Porto San Stefano, Talamote, Ansedonia, Piombino y la isla de Elba), junto a Orán, Ceuta, Melilla, Mazalquivir y el Peñón de Vélez, constituían un sistema de defensa de vital importancia para la seguridad del Mediterráneo frente a la amenaza turca.


Y se trataba, como queda señalado, de una unión entre iguales, cuestión que queda reflejada a principios de 1460, cuando Juan II declaró formalmente en las Cortes generales de Fraga y Lérida la “unión perpetua e incorporación” del reino de Sicilia a la Corona de Aragón.


En cuanto a Cerdeña, señala Ana Belén Sánchez Prieto que “Jaime II desembarcó en Cerdeña el 1 de junio de 1323, derrotando a los pisanos y genoveses, pero sólo en 1460 se produjo la incorporación formal de Cerdeña a la Corona de Aragón”225.


¿Y cual era el estatus políticos de estos territorios? Señala Mireille Peytavin que “el centro político de la Monarquía, donde se gesta la resolución final teóricamente imposible de impugnar, no es discutido nunca; se encuentra allí donde se encuentra el rey, aunque este residiera fuera de sus propios territorios. En cambio, ninguno de estos dominios exteriores a la península se siente "periférico": en primer lugar y ante todo, es su propio centro. Y para el rey, cada uno de los territorios de los que es soberano participa de una dinámica de conjunto; con papeles particulares de los que no se sabe si son secundarios o con relación a quien.”226


Al respecto, señala Mª del Pilar Mesa Coronado, “Sicilia formaba parte de la Monarquía Hispánica y como tal dependía de la administración central de ésta, representada entre otras instituciones por el Consejo de Italia. Este Consejo, habría tenido su origen en 1555 en Londres, cuando el futuro rey Felipe II entregó una instrucción a una serie de personas destinadas a tratar los asuntos de Nápoles y Milán. Su primer presidente, nombrado en 1558, fue Diego Hurtado de Mendoza. La primera instrucción a los integrantes de dicho Consejo no llegaría hasta finales de 1559, cuando Felipe II incorporaba «oficialmente» el virreinato de Sicilia al Consejo. Este Consejo estaba compuesto por seis regentes, dos por cada provincia: Nápoles, Sicilia y Milán, uno de ellos español y el otro local.227


Estos territorios tenían el mismo estatus que posteriormente tendrían los territorios del Imperio global español; así, abunda Mireille Peytavin, en ellos“no se percibe ninguna segregación, el historiador no descubre en un primer momento ninguna ventaja o desventaja en ser español antes que italiano o la inversa. En todo caso no hay diferencia visible en el reparto de la escala social o en los niveles de riqueza, lo cual ya es suficientemente significativo. La organización de una parte (y solamente una parte) del poder político estuvo evidentemente reservada a los españoles, pero nada menos seguro que ellos la ejercieran de modo distinto a los italianos.” 228 Y a la postre, esa sería la norma que, salvo honrosas excepciones, se aplicaría a la administración de todos los territorios. Italianos, aragoneses, mexicanos, castellanos, peruanos… desarrollarían sus tareas de alta administración en territorios ajenos a los de su nacimiento.


Y la naturalidad en el trasvase de personas de un territorio a otro era de tal nivel que “la presencia de españoles en Italia no esta documentada en cuanto tal y es totalmente imposible cuantificarla; parece que a causa de dos series de factores. Por una parte, la presencia de españoles en Italia (y de italianos en España) se consideraba como un hecho absolutamente normal que no daba lugar a ninguna medida institucional especifica.” 229


Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, abunda sobre lo mismo señalando que “no escaseó el gobierno español al reparto de sus dignidades, mandos y puestos de confianza entre los súbditos napolitanos, igualados completamente con los españoles. Grandezas de España, toisones, generalatos, embajadas, magistraturas, se les concedían con mano franca; y ejercían el Poder en la misma metrópoli y hasta en los estados de América.

Es verdad que la administración fue siempre deplorable; pero ¿era más acertada y equitativa en España? Más diremos: ¿lo era en alguna parte de Europa? Y en contrapeso de esta desgracia, común en aquella época, citaremos los grandes beneficios que hicieron a la administración de justicia las pragmáticas de los virreyes, arreglando los tribunales, y los procedimientos civiles y criminales, con muy sabias disposiciones; y que acabaron con los restos del feudalismo, y que contuvieron con mano firme los abusos del poder eclesiástico.”230


Con estas premisas, vamos a adentrarnos en la sucesión de los hechos.


En 1266, fue ejecutado Manfredo, pretendiente a la corona detentada por Carlos de Anjou, hermano de Luis IX de Francia, que seguía como rey de Nápoles. Entonces, y alentado por Clemente IV, y con el apoyo de su hermano y del poderoso partido papista de los güelfos, conquistó la isla instaurando una tiranía que obligó a los sicilianos a pedir apoyo a Pedro III.


En el curso de estos hechos, y mientras Carlos de Anjou se desplazaba a Gascuña para mantener un desafío al rey Pedro, Roger de Lauria tomó Nápoles.


Veinte años después, en 1286, Jaime II defendería sus derechos ante el hijo de Carlos de Anjou, pero finalmente dejó el trono de Sicilia al cargo de su hermano, Fadrique, que casó con la hermana del nuevo rey de Nápoles.


El dominio sobre Sicilia había sido contestado por el Papado y los Anjou, por lo que Jaime II se avino finalmente a ceder la isla al papa a cambio de los derechos sobre Córcega y Cerdeña y la cesión de la isla de Menorca a Jaime II de Mallorca, por el Tratado de Anagni (1295). Sin embargo, su hermano Fadrique, al que había nombrado gobernador de Sicilia, se negó a abandonar el dominio de la isla y resistió eficazmente la campaña militar de Jaime II para arrebatársela aunque finalmente fue derrotado en 1299, al finalizar la guerra iniciada en 1298, en la que podemos denominar guerra civil de Aragón, ya que aragoneses como Juan de Lauria, pariente de Roger, Blasco de Alagón y Conrado Lanza participaron junto a Fadrique, mientras Roger de Lauria luchaba de parte de Jaime II. Roger de Lauria fue hecho prisionero.


En batalla naval del 4 de Julio de 1299, Fadrique fue salvado de la muerte por Hugo de Ampurias, y se retiró a Mesina, quedando la mayor parte de la escuadra siciliana en poder de Jaime II.


Ese mismo año1299 se reforzó el pacto mediante la boda de Jaime II con Blanca de Anjou, hija de Carlos de Anjou. Continuó la lucha con victorias alternativas, y finalmente Fadrique fue reconocido como rey de Sicilia por la paz de Caltabellota (1302). Posteriormente, en 1323-1325, conquistaría Córcega y Cerdeña.231


Carlos pactó la vuelta de Sicilia al dominio de los Anjou a la muerte de Fadrique; algo que no llegaría a ser efectivo, ya que los sicilianos proclamaron rey a Pedro, hijo de Fadrique, que acabaría cediendo la corona a Roberto de Anjou, rey de Nápoles. Consecuencia de esta situación acabaría siendo la gesta de los Almogávares en Grecia al mando de Roger de Flor y al servicio del emperador Andrónico, quién a traición asesinó a Roger de Flor, dando pie a que al mando de Berenguer de Entenza se produjese la célebre venganza catalana. Finalmente las tropas quedaron sin jefe, pero victoriosas en todos sus encuentros se hicieron con el ducado de Atenas y Neopatria, que ofrecieron a don Fadrique de Sicilia. La expedición duró doce años (de 1302 hasta fin de 1313).232


Las conspiraciones se sucedieron en el reino de Nápoles, llegando en 1381 a costar la vida de la reina Juana, y los sicilianos se entregaron al rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso (el del puñalet).


En 1421 entró en Nápoles Alfonso V rey de Aragón, el Magnánimo, dando comienzo un largo enfrentamiento con las tropas francesas. Muerta Juana II, dejó el trono a Renato de Anjou, que estaba prisionero del duque de Borgoña. Pero Alfonso V de Aragón acabaría incorporando Nápoles a la corona de Aragón, aunque a su muerte volvería a separar la corona de Nápoles y la de Sicilia, que fueron heredadas por sus hijos Fernando y Juan respectivamente.


Fernando, el año 1495, acabaría abdicando en su hijo Fernando II, que reinaría un año y huiría a Sicilia, de donde fue reclamado por los napolitanos para luchar contra los franceses. Sus esfuerzos serían apoyados por el ejército español, al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, obteniendo finalmente la expulsión de los franceses.


Poco después fallecería Fernando, heredando el trono su tío Federico, afrancesado, que fue retirado por la acción del Gran Capitán, que acabaría venciendo a las tropas francesas en la batalla de Ceriñola, quedando él gobernando Nápoles con el título de Virrey.


En 1501, el rey Fernando II de Aragón (Fernando el católico) conquistó Nápoles y la reunificación de los dos reinos bajo la autoridad del trono español. El título de Rey de dos Sicilias o rey de Sicilia y de las dos costas del Estrecho de entonces fue asumido por los reyes de España hasta la Guerra de Sucesión Española.


En cuanto al ducado de Milán, que ya había formado parte de la Corona de Aragón cuando Alfonso V lo conquistó en el siglo XV, fue reincorporado a la corona por Carlos I en 1535. El territorio estaría representado en el Consejo de Aragón por un natural del mismo hasta que en 1555 se formó el Real Consejo de Italia.


En lo tocante a Cerdeña, en 1626, los sardos reclamaban exclusividad para los cargos públicos. Según detalla Francesco Manconi, dos bandos se enfrentarían en esta ocasión: los lealistas, encabezados por la casa de Alagón, y los frondistas, encabezados por Agustín de Castelví, apoyado por el arzobispo Vico y por el procurador de Cerdeña, Jaime Artal de Castelví.233


La situación se vio complicada con un brote de peste que entre 1652 y 1657 produjo una mortandad cercana al 50% de la población, lo que provocó una crisis económica que marcaba la diferencia con el resto del Reino de Aragón.


En estos momentos, a mediados del siglo XVII, se temía la invasión del Milanesado por parte de tropas francesas con el apoyo de los duques de Saboya, de Parma y de Módena, que ambicionaban estos territorios, a lo que debieron hacer frente los Arese, los Visconti y los Borromeo, dada la falta de apoyo por parte de la corona, que ya mostraba debilidad en la Guerra de los Treinta años, finalizada en 1648, y ocupada con las sublevaciones de Portugal y Cataluña, que conocían su triste final cuando en 1659 se firmó el Tratado de los Pirineos, donde España cedía a Francia el Rosellón, y en 1668 se reconocía la separación de Portugal. Dos éxitos de Francia y de Inglaterra.


Ya durante el reinado de Carlos II, se tomaron medidas con el fin de mantener los reinos mediterráneos alejados de las apetencias francesas e inglesas, pero extrañamente, esas medidas comportaban particulares alianzas con Inglaterra y con Holanda, cuyas motivaciones se basaban en impedir el crecimiento del poderío francés, a la par de utilizar a España como rodela frente a los berberiscos, con quienes finalmente acabarían pactando en contra de España.


En esa situación de dependencia exterior, entre 1666 y 1668 se sufrió una grave crisis en Cerdeña, motivada por los enfrentamientos entre los dos bandos rivales, con el asesinato de Agustín de Castelví, al parecer ocurrido por motivos de disputas familiares, que lleva al asesinado del virrey, el marqués de Camarasa. La revuelta es sofocada militarmente, siendo ejecutado el cabeza de la familia de los revoltosos, marqués de Cea, Jaime Artal de Castelví, a la mujer de Agustín de Castelví, que había sido la instigadora del asesinato de su marido, y a cinco nobles más.234


En Julio de 1674 se produce una revuelta en Mesina que tuvo un carácter eminentemente fiscal, a la que los franceses apoyaron militarmente. Finalmente, ante la imposibilidad de lograr su objetivo de dominar Sicilia, Luis XIV se retiró en medio de la desesperación de los sediciosos, que temían el castigo de España. Unas quinientas familias, pertenecientes muchas a la nobleza, abandonaron la isla con los franceses mientras el nuevo virrey, conde de Santo-Stéfano, se extralimitó en la represión de los sediciosos y, según relata Juan Valera y Modesto Lafuente, “prohibió toda reunión, arregló á su capricho los impuestos, destruyó la universidad, despojó los archivos en que se conservaban los privilegios, y construyó una ciudadela para mantener siempre en respeto á los revoltosos.” 235


En esta situación, y cuando España estaba demostrando sus debilidades, en 1678 se firmó el tratado de paz de Nimega, por el que se ponía fin a la guerra que se libraba en Holanda, lo que conllevó la pérdida para España del Franco Condado y de una serie de ciudades en Flandes así como la mitad de La Española, Haití, que acabaría convirtiéndose en un núcleo del esclavismo francés.


Esta paz fue promovida por Carlos II de Inglaterra, que a la sazón, y según refieren Modesto Lafuente y Juan Valera, estaba recibiendo de Luis XIV “por premio de su neutralidad una pensión anual de cien mil libras esterlinas, el mismo subsidio que había percibido por su alianza durante la guerra.” 236 Pero la actividad que finalmente llevó Inglaterra no fue conforme a los intereses de Luis XIV, sino de Guillermo de Orange, que aportaba una especial dote a la petición de mano que en esos momentos hizo de María de Inglaterra; la misma que había rechazado años atrás.


Al respecto de la paz de Nimega, Juan Valera y Modesto Lafuente siguen relatando que el 10 de agosto de 1678, “sin conocimiento de don Pedro Ronquillo y del marqués de los Balbases, plenipotenciarios de España en aquel congreso, de España que tantos sacrificios había hecho por ayudar á la república holandesa contra los franceses, se firmaron dos tratados, uno de paz y otro de comercio, entre Francia y las Provincias Unidas, sin estipulaciones particulares a favor de España.” 237


Los asuntos, en vez de resolverse, cada vez de complicaban más. Y es que, si complicado había sido el reinado Felipe IV, Carlos II no parece el personaje idóneo para resolver ninguna cuestión, y Felipe V dependía demasiado de su abuelo. Bien al contrario, en medio de una guerra europea desarrollada en España con el ánimo de liquidarla, el trapicheo se señoreó de tal manera, que centrándonos en Italia, y según nos informa Antonio Álvarez-Osorio Alvariño, desde los años 70 del siglo XVII hasta el mismo tiempo del Tratado de Utrecht, Nápoles y Sicilia fueron objeto de un intenso mercadeo de títulos nobiliarios, intensificándose extraordinariamente entre 1708 y 1713, cuando revendían títulos de príncipes, duques, marqueses, tratamientos de Grande de España, magistraturas…238


Algo que, centrándonos en el último periodo, podemos encontrar cierta lógica, pero no en los periodos inmediatamente anteriores.


Es el caso que la situación de decrepitud que presentaba España en la segunda mitad del siglo XVIII era manifiesta. Veinte años después de haber finalizado la Guerra de los Treinta años, y treinta años antes del Tratado de Utrecht, Juan Alonso de la Encina, conquense de Huete influido por la doctrina de Tácito y de Séneca, que desde 1668 hasta 1686 ocupó tres veces la plaza de juez de la Corte de la Vicaría de Nápoles y fue superintendente delegado en las materias de Estado y contrabandos en las provincias de Calabria y auditor general del Ejército, conocedor por tanto de la realidad nacional y de la situación en Italia, señalaba el acontecer de la Monarquía Hispánica como la vida humana: niña con Pelayo y decrépito anciano con Carlos II.


El emperador Leopoldo no era ajeno a esta realidad y pretendía beneficiarse directamente de la misma; así, tras haber conspirado largas décadas repartiéndose España con Francia, Holanda e Inglaterra, una vez fallecido Carlos II, y con relación al estado de Milán y el marquesado del Final, aseguraba que “no podia negarfe feudo del imperio, por haver conferido la embeftidura à los Principes de la Cafa de Austria, que gobernaban la Efpaña, y que ahora, faltando la linea, debia volver el derecho à fu dueño.”239 Ante esta situación, se envió al conde de Tessé para la defensa del territorio frente al ataque austracista que sería comandado por el príncipe Eugenio en febrero de 1701, quien acometió su objetivo abriéndose paso entre bosques y montañas, fuera de los caminos existentes, teniendo el primer encuentro de lo que es conocida como Guerra de Sucesión, en Pescantina. En este principio de la guerra, fue destacada la labor del cuerpo de ingenieros del ejército austracista. Habían pasado escasos tres meses de la ascensión al trono de Felipe V.


Ya en estos momentos los ingleses intentaron sublevar América, pero fue en Nápoles donde en 1701, el cardenal Grimani, junto con Cesar Ávalos, el príncipe de Larica, Carlos de Sangro duque de Telesia, los hermanos Carrafa, José Capecia y el príncipe de Macia, orquestaron una conjura en la que sería asesinado el virrey Luis de la Cerda, pero la acción fue descubierta y puestos en desorden los sediciosos. Al respecto, Nicolás de Jesús Belando señala que Carlos de Sangro sería ejecutado, mientras el príncipe de Larica y el barón de Sasinet fueron condenados a prisión….en la Bastilla, en Francia.240


Hasta marzo de 1704 no se iniciarían los enfrentamientos en la península, pero en Italia,

Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, virrey que fue de Nápoles desde 1695 hasta 1702, supo atajar una revuelta austracista que pretendía coronar rey al archiduque Carlos, tras lo cual fue sustituido en el virreinato por el duque de Escalona.


También señala Marina Torres Arce que “en septiembre de 1701 se destapó en Sicilia la primera trama pro-imperial, preparada en coordinación con quienes activaban en Nápoles, justo por entonces, la conocida como conjura del príncipe de la Macchia…/… El primero en ser descubierto y capturado en Palermo fue Gennaro Antonio Cappellani, exjesuita napolitano, abad y antiguo servidor del entonces papa Clemente XI, que había sido enviado desde Roma a Sicilia con objeto de captar adeptos con los que apoyar un levantamiento a favor de la causa imperial.”241


Para calmar los ánimos, Felipe V, con la autorización de Luis XIV y en una escuadra francesa, giró visita a Nápoles en Junio de 1701, donde fue cumplimentado por el nuevo virrey, el Marqués de Villena. Felipe V renovó los privilegios, y Nápoles su fidelidad. Luego hizo lo propio en Milán, donde visitó el frente que los ejércitos austriaco y francés mantenían en el Po, participando en una escaramuza donde las tropas mandadas por Guillermo de Moncada deshicieron una unidad austriaca, y posteriormente ocupó la villa de Luzara y de Guastala, mientras los aliados tomaban otras. En octubre volvió a la corte… desembarcando en Francia. El 16 de Diciembre llegó a Figueras.


La guerra se enquistó en el Milanesado; el motivo lo señala Rosa María Alabrús: “en los territorios italianos la división fue una constante a lo largo de la guerra. Víctor Amadeo II, duque de Saboya y padre de la primera esposa de Felipe V, inicialmente, en 1702, permaneció a favor de Francia cuando los austriacos y alemanes ocuparon el Milanesado, pero en 1703, ante la ocupación de Luis XIV de este ducado, se pasó sin dudarlo al otro bando. El duque de Parma y Piacenza, Francisco Farnesio, tío de la segunda esposa de Felipe V (Isabel), desde el momento en que el príncipe Eugenio de Saboya ocupó sus dominios (1706-08) manifestó simpatías por el Borbón y buscó la ayuda del duque de Vendôme para promover la unidad italiana ante el creciente poderío del emperador Leopoldo en el Mediterráneo.“242


Los duros enfrentamientos entre alemanes y saboyanos por una parte y franceses por otra, se alargaron hasta el año 1706, cuando las tropas francesas se retiraron tras el sitio de Turín. El 24 de Septiembre tomarían Milán las tropas del príncipe Eugenio. A espaldas de España, Luis XIV de Francia, el abuelo de Felipe V, pactó con el archiduque, y como consecuencia, el duque de Orleáns entregó el Milanesado, del que el príncipe Eugenio tomaría posesión, como también del condado de Final en nombre del Archiduque el 16 de Abril de 1707, tras haber evacuado en orden las tropas francesas. La Lombardía dejaba de formar parte de la Monarquía Hispánica. Al respecto sólo señalar que en esos momentos, el gobernador del estado de Milán era Charles Henri de Lorraine, príncipe de Vaudémont.


Antonio Álvarez Osorio nos recuerda que “Felipe V quedó excluido de la toma de decisiones tan trascendentales como la retirada del ejército galo-hispano de la Italia peninsular acordado por Luis XIV en la primavera de 1707, lo que supuso la separación definitiva de la Lombardía y Napóles del cuerpo de la monarquía de España. El príncipe Vaudémont, comandante supremo del ejército español en el norte de Italia, se limitó a comunicar a posteriori a Felipe V la decisión de su abuelo, y a dar por sentada la aprobación del rey habiendo precedido una orden de Luis XIV.”243


Tras el Milanesado, y a pesar de los esfuerzos del marqués de Villena, cayó también Nápoles en manos del archiduque cuando, el 26 de Junio de 1707, y al mando de Ulrico Daun, entró en Nápoles un ejército austracista compuesto por nueve mil hombres divididos en cinco regimientos de caballería y cinco de infantería, mientras por la costa navegaba una escuadra holandesa, teniendo enfrente la caballería del príncipe de Castillón, con ochocientos caballos. Señala Vicente Bacallar que con esta situación, la población reclamaba la rendición, que se llevó a cabo en pocos días.244


Los napolitanos prometieron fidelidad al Virrey, Juan Manuel Fernández Pacheco, duque de Escalona, que no había atendido debidamente las defensas y se encontraba sin dinero para armarlas, mientras el cardenal Grimani gastaba a manos llenas en pro del Archiduque. Los príncipes de Monte Sarcho, Abelino y Cariati, el marqués de Pescara y el duque de Monteleón, así como un nutrido grupo de nobles se ofrecieron al servicio del Archiduque. De los nobles, sólo el príncipe Horacio de Chelamar y Horacio Copula siguieron fieles a Felipe V. Sucedía esto el día 7 de Julio de 1707, exactamente 212 años después que fuesen expulsados los franceses por Fernando el Católico. Todo el reino de Nápoles quedó en poder de los austracistas.


Las tropas españolas se habían retirado para combatir en la península, con lo que la defensa era minúscula. Pero el Archiduque no pudo tomar Sicilia, que se mantuvo fiel a Felipe V hasta el final de la guerra.


Sicilia permanecía bajo la influencia, no vamos a decir del rey de España; diremos de Felipe V.


Tras los servicios prestados en el Milanesado, el duque de Orleáns (tío de Felipe V) pasaría a comandar las tropas francesas en la batalla de Almansa (25 de abril de 1707), desbancando a Berwick, sobre quién crecían las dudas entre los franceses al tratarse del hermano de la reina Ana. Galloway con el acompañamiento del marqués de las Minas, serían sus rivales.


Si en Italia los asuntos de España, manejados por franceses, no iban nada bien, las cosas en Flandes, con los asuntos españoles manejados por los mismos que manejaban los de Italia, no iban mejor. Marlborough se hizo sin mucho esfuerzo con Brabante en Septiembre de 1706.


Los avances aliados iban produciéndose en todas las posiciones periféricas mientras la península llevaba su propio ritmo, absolutamente desacorde.


Señala Marina Torres que “durante estos años, sostuvieron no pocas tensiones con la jurisdicción regia jerarcas de la Iglesia siciliana como el obispo de Lípari, Gerolamo Ventimiglia, sobre el que recayeron sospechas más que fundadas de su posición pro-austriaca que acabarían por llevarlo definitivamente fuera de su diócesis tras la ruptura de Felipe V con la Santa Sede en 1709.” 245


A pesar del hecho señalado, es llamativa la actuación de las administraciones públicas, que sin definirse como austracistas, sino como fieles al rey que había sido reconocido por las cortes, permanecieron como observadores más que como actores. Al respecto, sigue señalando Marina Torres que “a lo largo de ese período bélico, aun cuando hubo fuertes sospechas respecto de las conexiones de un sector de la nobleza isleña con el partido austríaco, desde el gobierno virreinal no se tomaron más que medidas preventivas al respecto. La actitud de las autoridades españolas con la oligarquía siciliana continuó moviéndose entre la profunda desconfianza y la suma prudencia. Significativas serían, en este punto, las órdenes dirigidas en 1709 a magistrados y nobles de Palermo para garantizar su permanencia en la ciudad, con la expresa prohibición de salir hacia sus feudos o residencias en otros lugares del reino sin licencia del virrey.” 246


En lo tocante a Cerdeña no hubo ningún tipo de movimiento hasta la entrada del archiduque en Barcelona en 1705, cuando la nobleza de Cerdeña, que no se había mostrado partidaria de ninguno de los contendientes, tomó partido por el Archiduque. Pero no cambiaría la situación hasta el 12 de Agosto de 1708, cuando una escuadra anglo holandesa tomaba Cáller. Sería retomada el 29 de Septiembre de 1717, pero de nada serviría, porque el tratado de Rastadt, y la conferencia de Londres de 1718 asignaban Cerdeña al duque de Saboya.


Por el norte, en 1708 los aliados infligieron severas derrotas a los franceses en los Paises Bajos españoles, dejando abierta la frontera francesa a los aliados, ante lo que Luis XIV buscó la paz, a la que los holandeses sólo accedían si obtenían para el archiduque España y las Indias, secesionando los reinos europeos que formaban parte de la corona española. Y todo con el beneplácito del Papa Clemente XI. La respuesta de Felipe V fue la convocatoria de cortes para jurar como heredero a su hijo Luis, lo que se llevó a efecto el 7 de abril de 1709, y la ruptura de relaciones con la Santa Sede, mientras el pueblo ardía en protestas contra Amelot, la princesa de los Ursinos y los franceses.


En Cerdeña, una conjura de nobles sardos pretendía proclamar al emperador el 20 de enero de 1708, pero fue descubierta, aunque a la postre no abortada, porque el marqués de Jamaica, presumiendo la arribada de la flota enemiga, no hizo nada, y cuando llegó no hubo defensa que actuase.


El 9 de Agosto de 1708, una escuadra inglesa compuesta de 40 naves, al mando del almirante Lake se situaba frente a Cáller, en Cerdeña, donde pudo entrar dada la inexistente moral y apoyo en las tropas y en el pueblo, quienes acabaron facilitando el desembarco de los ingleses, que sitiaron al virrey en su palacio, de donde salió para ser sustituido por el nuevo virrey, conde de Cifuentes, austracista, que tomó posesión de la isla sin ningún enfrentamiento armado. En 1710 se intentaría la recuperación.


Tras la toma de Cerdeña, la flota inglesa se dirigió a Sicilia, donde el virrey, marqués de los Balbases logró parar el intento, debiendo retirarse la flota inglesa.


De vuelta a la península, el pirata Lake probó suerte con Menorca, donde con resultado no menos favorable que tuvo en Cerdeña, plantó el estandarte británico como hiciera Rocke en Gibraltar.


Entre tanto, los moros, con auxilio de ingleses, alemanes y holandeses, y con complacencia francesa, tomaron Orán en 1708.247 Y las tropas francesas en Flandes perdían posiciones en beneficio de los ingleses


Señala José González Carvajal que en 1709, “los moros se habían apoderado de la plaza de Orán, cuya conquista hecha por Cárlos V, recordaba a España con orgullo: Cerdeña y las islas Baleares se habían rendido: las posesiones españolas de Italia, á excepcion de Sicilia, se hallaban en poder de los aliados, y en los Paises Bajos quedaban solo cuatro plazas. Parecía que se desmoronaban las principales partes que formaban la monarquía: los reinos de Aragon, Valencia y Murcia, aunque sometidos, favorecían secretamente al Archiduque; todas las fuerzas españolas reunidas no habian sido bastantes para arrojarlo de Cataluña; y ni la fidelidad ni el heroísmo mismo de los castellanos hubiera podido mantener á Felipe en el trono de España sin el auxilio de Francia.”248


Terminando el año 1708, los alemanes tenían dominada Italia y exigían que el Papa Clemente XI reconociese como rey de España al Archiduque Carlos, algo que haría el año 1709, lo que ocasionó la expulsión del Nuncio Apostólico (no sin el permiso previo de Luis XIV) y fue el origen de largas disputas con el Vaticano. Mientras, Francia se mostraba cansada de la guerra, y un crudísimo invierno enfrió los ánimos de lucha en Luis XIV.


Así, las pérdidas fueron las siguientes: el ducado de Milán (1706), Nápoles (1707) y Cerdeña (1708). Del mismo modo, en Flandes los aliados se impusieron en Ramillies (1706), Oudenaarde (1708) y Malplaquet (1709), desvaneciéndose la presencia es­pañola en aquellas tierras.


Luego, en 1713 llegaría el Tratado de Utrecht, en el que se confirmaría la fragmentación de los reinos hispánicos.


Posteriormente, en el tratado de Rastadt de 6 de marzo de 1714 se dividirían las provincias italianas siendo asignada Sicilia a Víctor Amadeo de Saboya249, y al archiduque Carlos la corona de Nápoles, Cerdeña, el Milanesado y los presidios de la Toscana. Todo conforme a lo marcado en el artículo segundo que reza: “Como el único medio que se ha podido hallar para asegurar un equilibrio permanente en la Europa ha sido establecer por regla que las Coronas de Francia y de España no puedan jamás ni en tiempo alguno juntarse en una misma cabeza, ni en una misma línea, y que perpetuamente estas dos Monarquías se mantengan separadas; y que para asegurar una regla tan necesaria para el reposo público, los príncipes que por su nacimiento pudiesen tener derecho á estas dos sucesiones, renunciasen solemnemente la una de las dos por sí mismos y por toda su posteridad, de modo que esta separación de las dos Monarquías se constituyese ley fundamental, y así fue reconocida en las Cortes juntas en Madrid el día 9 de noviembre de 1712, y confirmada por los tratados concluidos en Utrecht en 11 de abril de 1713…”


Pero antes de transcurridos tres años, Palermo, Catania, Trápani, Mesina y Siracusa fueron retomadas para España por una escuadra al mando del almirante Leede, flamenco, cuyo control fue recuperado rápidamente por los aliados de la Cuádruple Alianza (Jorge I de Inglaterra, Luis XIV de Francia, los estados de Holanda y el Archiduque, ya emperador Carlos VI).


Víctor Amadeo tomó posesión del reino de Sicilia en 1713, arribando a bordo de barcos ingleses, y se mantendría hasta 1720, cuando pasó a ser rey de Cerdeña, siendo que no lo reconocían como rey los sicilianos, ni los príncipes ni las repúblicas italianas, y mientras, Carlos tomaba posesión de Flandes y se firmaba la paz con Estados Generales de los Países Bajos el 26 de Junio de 1714.


Sicilia y Nápoles pasaban al dominio del emperador Carlos VI; Víctor Amadeo se quedaba con Cerdeña, y el infante Carlos de Borbón, hijo de Felipe V (futuro Carlos III), los estados de Parma y Plasencia.


Los reinos de Nápoles y Sicilia serían reconquistados por Carlos a su homónimo germano.


No obstante, el posterior distanciamiento de Francia posibilitó que el 23 de Julio de 1717, el almirante Baltasar de Guevara saliese de Barcelona al mando de una armada compuesta por setenta y nueve embarcaciones destinadas a recuperar Cerdeña. Al mando de las tropas iba el marqués de Lede. La mitad de la escuadra, al mando del conde de Montemar llegó a destino el 9 de agosto, sin saber qué debía hacer. El día 16 bajaron a hacer aguada, y se preparaban para el asalto, cuando el día 21 apareció el resto de la armada, que portaba la orden secreta.


No sin lucha se tomó primero Sáser, tras lo cual, y según señala Nicolás de Jesús Belando, el virrey, Marqués de Rubí abandonó Cáller camino de Alguer, desde donde partió a Génova. Cáller sería tomada el día 4 de Octubre, mediante capitulación. El archiduque envió refuerzos, que fueron neutralizados por el ejército español. La isla quedó totalmente en poder español el día 29 de Octubre, con la toma de Alguer.250


Tras la reconquista de Cerdeña se emprendió la de Sicilia, que por parte de Austria, Inglaterra y Francia seguía en disputa, y la corona de Víctor Amadeo no encontraba asiento seguro.


La sumisión manifestada por Felipe V no fue óbice para que guardase cierto resquemor; al respecto, F. Falsecchio señala que, en 1718, Felipe V, cuando por el cardenal Alberoni le fue propuesto pactar conservando Cerdeña decía que “Por deferencia hacia mi abuelo y en el interés de la paz europea, he consentido los tratados de Utrecht, que me han sido dictados por un puñado de individuos guiados por sus intereses privados. No deseo someterme por segunda vez a sus imposiciones, puesto que Dios me ha puesto en una posición de independencia; no puedo someterme al juego de mis enemigos, suscitando la vergüenza, el escándalo y la indignación de mis súbditos.”251


Y en muestra de ese desasosiego, el 19 de Junio de 1718 salió de Barcelona una armada compuesta de 433 naves, la mayoría de uso comercial, al mando de Antonio de Castañeta, con el objetivo de recuperar Sicilia.


El 29 desembarcaban las tropas, y el día 3 de Julio llegaban a Palermo. Relata Belando: “fe tomó la poffefsion de la Ciudad de Palermo con la mayor oftentacion, y lucimiento, manifeftando en ello sus Naturales el regocijo que tenían por la llegada de los Españoles.”252 “Lo que ciertamente fucediò fuè, que rebofando de gozo los Sicilianos con la vifta de fus amados Españoles, los llamaban Redemptores.” 253


Valsecchi, señala que “el 18 de junio de 1718, la flota española se hacía a la mar desde Barcelona. Las órdenes estaban selladas, para abrirse en alta mar. «Seicento vele, sei

leghe d'acqua coperte di navi. Che la benedizione d'Iddio sia con loro.» El 1 de

Julio desembarcó en Palermo. Ante los 33.000 expedicionarios, las exiguas guarniciones piamontesas quedan reducidas dentro de algunas fortalezas. La isla acoge a los invasores como libertadores, tal como se presenta en la proclama emanada en el momento del desembarco: restauradores de las antiguas libertades sicilianas contra la «tirannide» sabauda, defensores de la independencia siciliana contra el «tradimento» del rey piamontés, acusado de haber vendido la isla al Emperador.”254


Los soldados, de distinta extracción, eran mayoritariamente italianos, y eran comandados por el marqués de Lede, noble de origen flamenco, y contaba con el apoyo de la población siciliana, que aportó los recursos humanos, materializados en trece regimientos, además de las milicias populares, que en el caso de la defensa de Mesina, y según relata Nicolás de Jesús Belando, “en 1719 fueron unos 6000 milicianos, que aumentan a 8000 otras fuentes. En Francavilla Mina no da un número exacto pero el embajador saboyano en Nápoles daba una cifra de 12.000 paisanos”255.


Pero no eran esos los designios marcados por los que se perfilaban como los nuevos amos del mundo; los mismos que anegaron Europa en sangre en los siglos XVI y XVII mientras España les mantenía a raya dentro de sus feudos.


Consecuencia inmediata fue la ampliación de la Triple a Cuadruple Alianza, con la incorporación de Austria. La misma garantizaba Cerdeña para los Saboya, que abandonaban Sicilia a favor del emperador, y gracias a las buenas artes de Alberoni, la titularidad de Parma y Florencia para Carlos, el hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio.


La guerra contra Inglaterra se reinició en diciembre de 1718, y en enero de 1719, contra Francia. En el curso de estos acontecimientos, el hostigamiento de alemanes e ingleses, a mediados de Junio de 1719, consiguió la toma de Lipari, de donde partían constantes acciones de corsarios al servicio de España.


Una armada británica al mando del almirante Bings se dirigió a Sicilia, mostrándose amistosa hasta que hizo aguada en Málaga. Luego embarcó tropas alemanas, mientras enviaba cartas de amistad al marqués de Lede, que tenía dispersa sus tropas y su escuadra. 256 La armada inglesa, sin declaración previa de guerra (se declaró el 28 de Diciembre siguiente), llegó a navegar cerca de la española, hasta que, de improviso, comenzaron a disparar los cañones, en un manifiesto acto pirático, deshaciendo a la flota española en el cabo Passero, tras lo cual el aporte de tropas austracistas comenzó a llegar a Sicilia.


Esos eran los métodos a que estaban acostumbrados, y ahora se encontraban una España incapaz de cortar sus felonías. Deshecha la armada española, las posiciones ganadas fueron reforzadas con el aporte de soldados alemanes que eran transportados en la armada británica, y se inició una guerra en la que la infantería, la caballería y la artillería serían los protagonistas. En medio de todo, y al lado de las armas españolas, continúa diciendo Nicolás de Jesús Belando, “los hombres mas rufticos, y la gente de el Campo mas inexperta, meneaban las armas con tanta deftreza como el arado”257, llegando a producirse un enfrentamiento de gran envergadura conocido como la batalla de Francavilla, donde los ejércitos españoles, en gruesa inferioridad numérica, con soldados bisoños y milicianos locales sin experiencia guerrera, protagonizaron una memorable campaña ante un ejército veterano que venía curtido en una victoria en Hungría frente a los turcos.


No obstante, el destino estaba sellado. Tras dos meses y medio de sitio, tomaron los alemanes Mesina, donde fondeó el pirata Bings. Ya entrado el año 1720, la Cuadruple Alianza sentenciaba la evacuación de las tropas españolas de Sicilia y de Cerdeña.


Los territorios conquistados en Sicilia en 1718, a mediados del 1719 estaban casi todos en poder del emperador, mientras los franceses habían ocupado Guipúzcoa, y amenazaban por Cataluña, al tiempo que los ingleses habían saqueado Vigo.


Alberoni fue destituido el 5 de diciembre de 1719, y a principios de 1720, Felipe V se comprometía a evacuar Sicilia y Cerdeña, con la promesa lejana de recuperar Gibraltar.258


En busca de recuperar las posiciones, pasados los años, en 1734, se firma el Primer pacto de familia entre España y Francia, y como consecuencia, España interviene en la guerra de Sucesión a la Corona de Polonia. Aprovechando esta situación, se ataca a Austria en sus dominios del Milanesado, de Nápoles y de Sicilia. El infante don Carlos, hijo primogénito de Felipe V e Isabel de Farnesio, se pone al frente de las tropas españolas y, tras una serie de rápidas victorias, es proclamado rey de Nápoles en 1734, con el nombre de Carlos VII, cuyo reinado se extenderá hasta 1759, cuando renunció al trono para poder acceder como titular de la corona de España con el nombre de Carlos III. Carlos se encontró un reino (el de Nápoles) en un estado de degradación de todos los órdenes, y dio paso a una serie de mejoras en la administración y la justicia, así como de las artes y de las ciencias, que resultaron muy beneficiosas para el país.


Carlos desarrolló una brillante labor administrativa, cultural y arquitectónica en el reino de Dos Sicilias, donde reinó durante veinticinco años, cuando debió dejar la corona en manos de su hijo Fernando, de ocho años de edad. La renuncia al trono de Nápoles, impuesta por los tratados internacionales, para poder acceder al trono de España, tuvo lugar el 6 de octubre de 1759, pero con esta renuncia quedaba manifiesta la intención de gobernar Nápoles desde Madrid, desarrollando a distancia las funciones de regencia. Relata Carlo Knight que “antes de marcharse, Don Carlos promulgó una «Pragmática» estructurada en cuatro puntos. En el primero Don Carlos constataba la «imbecilidad» del primogénito Felipe y la consiguiente transferencia al tercer hijo Fernando de la herencia de los Estados italianos, estableciendo la emancipación de este último de la potestad no sólo paterna, sino también soberana. En el segundo punto Don Carlos creaba el Consejo de Regencia, estableciendo que éste debería actuar según las modalidades especificadas en las «Instrucciones para la Regencia». Por tanto la «Pragmática» y las «Instrucciones» formaban una única ley. En el tercer punto establecía la obtención de la mayoría de edad de Fernando al cumplir los dieciséis años. En el cuarto, por último, instituía el futuro principio de sucesión, basado en la primogenitura y en el derecho de representación de la descendencia masculina de varón en varón…/… Don Carlos se reservaba, además del inapelable derecho de arbitraje, el poder de decisión en todos los asuntos de cierta importancia. Al Consejo le quedaba sólo la ordinaria administración. Sería Don Carlos, con sus «oráculos» desde Madrid, el verdadero regente. 259


Fernando se dedicaba más a la caza que a otras funciones, y su mujer, María Carolina de Austria se hizo con el control de la política, apartándose de España y acercándose a Inglaterra. Acabaría huyendo con motivo del avance de Napoleón, quién proclamó la república napolitana. Maria Carolina y Fernando se guarecieron bajo el manto del pirata Nelson, que asolaba las costas.


El 21 de Septiembre de 1805 se firmó en París la Paz, en la que Dos Sicilias se comprometía a la neutralidad, y el 26 de Octubre firmaba otro tratado en Viena con Inglaterra, Rusia y Austria, contra Francia, tras lo cual fue ocupado el territorio por tropas aliadas, pero ante la embestida de José Napoleón, abandonaron sus posiciones y embarcaron… Y luego también embarcó Fernando. Entraron las tropas francesas en Nápoles el 14 de Febrero de 1806. José Bonaparte sería nombrado rey, cuyo título abandonaría por el de rey de España el 2 de Julio de 1808. En su lugar, también a título de rey, sería nombrado Joaquín Murat, que reinaría hasta 1815 y sería ejecutado después.


Resumiendo: El sentimiento de pertenencia a un proyecto común con España siempre fue manifiesto en Italia. Al respecto, señala Marina Torres Arce que “La clave del mantenimiento del dominio español sobre los reinos del sur de Italia no estuvo tanto en su capacidad militar, ya bastante mermada en la segunda mitad del siglo XVII, como en la lealtad latente en el seno de las masas sociales y en la existencia de potentes redes de interés entre la Monarquía y los grupos dominantes del Mezzogiorno.” 260


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1 Monsalvo, Raquel. Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.

2 Monsalvo, Raquel. Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.

3 Horrillo Ledesma, Victoria. Carlos II, el Hechizado Rey de España (1661-1700)

4 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de España. Parte Tercera. Pag. 125

5 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de España. Parte Tercera. Pag. 125

6 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de España. Parte Tercera. Pag. 161-162

7 Horrillo Ledesma, Victoria. Carlos II, el Hechizado Rey de España (1661-1700)

8 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 42

9 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 2

10 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 4

11 Storrs, Christopher. La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)

12 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 72-73

13 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 7

14 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 16

15 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

16 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 44

17 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 80

18 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 108

19 Monsalvo, Raquel. Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.

20 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 10-11

21 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 217

22 Guillamón Álvarez, Fco. Javier y Julio David Muñoz Rodríguez. Educando al Príncipe Correspondencia privada de Luis XIV a Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Pag. 49

23 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 287

24 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 11-12

25 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 262

26 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 273

27 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 283

28 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 13

29 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 42

30 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 361

31 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 399

32 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 88

33 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 91

34 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 338

35 Alabrús Iglésies, Rosa María. El pensamiento político de Macanaz. Pag. 184

36 Alabrús Iglésies, Rosa María. La trayectoria política del cardenal Giulio Alberoni (1708-1720)

37 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 336

38 Alabrús Iglésies, Rosa María. La trayectoria política del cardenal Giulio Alberoni (1708-1720)

39 Valsecchi, F. La política de Alberoni, aspectos y problemas. Cuadernos de investigación histórica, 2, 1978. Pag. 481

40 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag 5

41 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

42 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 33

43 Guillamón Álvarez, Fco. Javier y Julio David Muñoz Rodríguez. Educando al Príncipe Correspondencia privada de Luis XIV a Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Pag. 46

44 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 488

45 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 473

46 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 163-164

47 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 165

48 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 494

49 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 43

50 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 59

51 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 316

52 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 301

53 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 261

54 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 254

55 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 42

56 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 249

57 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 250

58 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 42-43

59 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 43

60 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 43

61 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 44

62 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

63 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

64 García Cárcel, Ricardo. Dos Españas. 1705, España partida en dos. Pag. 42

65 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 284

66 Jiménez Moreno. Agustín. La búsqueda de la hegemonía marítima y comercial. La participación de Inglaterra en la guerra de Sucesión española según la obra de Francisco de Castellvi “Narraciones Históricas” (1700-1715). Pag. 160

67 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 544

68 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Capítulo IV

69 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 271

70 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

71 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

72 Bonell Colmenero, Ramón. Los decretos de Nueva Planta. Pag. 19

73 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

74 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 33

75 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 547

76 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 547

77 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 550

78 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 55

79 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 49

80 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 400

81 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 91

82 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 19

83 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 83

84 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 83

85 Alabrús Iglésies, Rosa María. La trayectoria política del cardenal Giulio Alberoni (1708-1720)

86 Cassinello Pérez, Andrés. El sitio de Barcelona, septiembre 1714. Revista de Historia Militar nº extraº 2

87 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

88 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

89 León Sanz, Virginia. Acuerdos de la paz de Viena de 1725 sobre los exiliados de la Guerra de Sucesión.

90 D.J D.C. Crisol de fidelidad. Pag. 72

91 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

92 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

93 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

94 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

95 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

96 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

97 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

98 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

99 Tratado de la Quatriple alianza. Art. 1º. Colección de los Tratados de paz y alianza desde Felipe V.Tomo II

100 Storrs, Christopher. La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)

101 Téllez Alarcia. El “Grupo Irlandés” bajo el ministerio Wall.

102 Storrs, Christopher. La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)

103 Storrs, Christopher. La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)

104 Storrs, Christopher. La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)

105 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 40

106 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

107 Guillamón Álvarez, Fco. Javier y Julio David Muñoz Rodríguez. Educando al Príncipe Correspondencia privada de Luis XIV a Felipe V durante la Guerra de Sucesión. . Pag. 52

108 Borreguero Beltrán, Cristina. Del tercio al regimiento.

109 Borreguero Beltrán, Cristina. Del tercio al regimiento.

110 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 38

111 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 262

112 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 8-9

113 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 75

114 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag.117

115 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

116 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 193-194

117 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 192

118 Peña Izquierdo, Antonio Ramón. La crisis sucesoria de la monarquía española. Pag. 328

119 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 196

120 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag 10

121 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 326

122 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

123 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 218

124 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 535

125 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 225

126 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 536

127 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 536

128 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 540

129 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 47

130 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 230

131 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 239

132 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

133 Macanaz. Memorias

134 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 26

135 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 22

136 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 16

137 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 28

138 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 33

139 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 581

140 Saavedra Zapater, Juan C. Entre el castigo y el perdón. Felipe V y los austracistas de la Corona de Castilla, 1706-1715

141 Wikipedia. Guerra de Sucesión Española en el Reino de Valencia

142 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 307

143 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 51

144 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 49

145 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 74

146 Alabrús Iglésies, Rosa María. El pensamiento político de Macanaz. Pag. 182

147 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 46

148 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 348

149 León Sanz, Virginia. «Abandono de patria y hacienda». El exilio austracista valenciano

150 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 612

151 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 84

152 Relación de los reales desposorios de sus Majestades. Tomado de León Sanz, Virginia. Jornada a Barcelona de Isabel Cristina de Brunsswick, esposa del archiduque Carlos (1708). Pag. 94

153 León Sanz, Virginia. Jornada a Barcelona de Isabel Cristina de Brunsswick, esposa del archiduque Carlos (1708) Pag. 96

154 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 347

155 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 442

156 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 652

157 Jiménez Moreno. Agustín. La búsqueda de la hegemonía marítima y comercial. La participación de Inglaterra en la guerra de Sucesión española según la obra de Francisco de Castellvi “Narraciones Históricas” (1700-1715). Pag. 167

158 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 49

159 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 46

160 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 46

161 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 47

162 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. 2º tomo

163 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 638

164 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 640

165 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 640-641

166 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 641

167 Cassinello Pérez, Andrés. El sitio de Barcelona, septiembre 1714. Revista de Historia Militar nº extraº 2

168 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 648

169 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag. 641-642

170 Cassinello Pérez, Andrés. El sitio de Barcelona, septiembre 1714. Revista de Historia Militar nº extraº 2

171 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

172 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

173 Cassinello Pérez, Andrés. El sitio de Barcelona, septiembre 1714. Revista de Historia Militar nº extraº 2

174 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

175 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 230-231

176 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 178

177 Calvo Poyato, José. Los Tratados de Utrecht y Rastatt. Europa hace trescientos años

178 Calvo Poyato, José. Los Tratados de Utrecht y Rastatt. Europa hace trescientos años

179 Segura García. Germán. Guerra de Sucesión Española. Campañas militares en la península. Revista de Historia Militar nº 112

180 Anónimo. Tratado de paz y amistad de Utrecht, entre España y Gran Bretaña.

181 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 208

182 Alabrús Iglésies, Rosa María. La trayectoria política del cardenal Giulio Alberoni (1708-1720)

183 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 317

184 Tratado de la Quatriple alianza. Art. 1º. Colección de los Tratados de paz y alianza desde Felipe V.Tomo II

185 Jiménez Moreno. Agustín. La búsqueda de la hegemonía marítima y comercial. La participación de Inglaterra en la guerra de Sucesión española según la obra de Francisco de Castellvi “Narraciones Históricas” (1700-1715). Pag. 178

186 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de España. Parte Tercera. Pag. 172

187 Borreguero Beltrán, Cristina. Del tercio al regimiento.

188 Tratado de Paz entre el Emperador Carlos VI y el Rey de España Felipe V, concluido a 30 de Abril de 1725.

189 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 17-18

190 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 44

191 Jiménez Moreno. Agustín. La búsqueda de la hegemonía marítima y comercial. La participación de Inglaterra en la guerra de Sucesión española según la obra de Francisco de Castellvi “Narraciones Históricas” (1700-1715). Pag. 156

192 Guillamón Álvarez, Fco. Javier y Julio David Muñoz Rodríguez. Educando al Príncipe Correspondencia privada de Luis XIV a Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Pag. 47

193 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag.77-78

194 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso. Pag. 79

195 Felíu de la Peña, Narciso. Anales de Cataluña. Volumen III. Pag. 503

196 Henao y Muñoz, Manuel. Los Borbones ante la revolución. Pag. 192

197 Cassinello Pérez, Andrés. El sitio de Barcelona, septiembre 1714. Revista de Historia Militar nº extraº 2

198 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 1ª Pag.124

199 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 42

200 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 43

201 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 157

202 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 88

203 Alabrús Iglésies, Rosa María. Guerra civil e Internacional. 1705, España partida en dos. Pag. 49

204 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 93

205 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 94

206 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 106-107

207 León Sanz, Virginia. El reinado del archiduque Carlos en España: la continuidad de un programa dinástico de gobierno. Pag. 51

208 Morales Carrión, Arturo. Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe. Pag. 158-159

209 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 194-195

210 Jiménez Moreno. Agustín. La búsqueda de la hegemonía marítima y comercial. La participación de Inglaterra en la guerra de Sucesión española según la obra de Francisco de Castellvi “Narraciones Históricas” (1700-1715). Pag. 177

211 Guillamón Álvarez, Fco. Javier y Julio David Muñoz Rodríguez. Educando al Príncipe Correspondencia privada de Luis XIV a Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Pag. 53

212 Calvo Poyato, José. Los Tratados de Utrecht y Rastatt. Europa hace trescientos años

213 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 160-161

214 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 162

215 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 166

216 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 167

217 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 168

218 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 169

219 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 220

220 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 289

221 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 20

222 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 299

223 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 295-296

224 Mesa Coronado, Mª del Pilar. El Virreinato de Sicilia en la Monarquía Hispánica.

225 Sánchez Prieto, Ana Belén. La intitulación diplomática de los Reyes Católicos: Un programa político y una lección de historia.

226 Peytavin, Mireille. Españoles e italianos en Sicilia.

227 Mesa Coronado, Mª del Pilar. El Virreinato de Sicilia en la Monarquía Hispánica.

228 Peytavin, Mireille. Españoles e italianos en Sicilia.

229 Peytavin, Mireille. Españoles e italianos en Sicilia.

230 Saavedra, Ángel de. Duque de Rivas. Breve reseña de la historia del reino de las dos Sicilias

231 Jaime II de Aragón. http://es.wikipedia.org/w/index.php?oldid=31504555

232 Historia general de España Modesto Lafuente y Juan Valera. Tomo IV. Pag. 308

233 Manconi, Francesco. Cerdeña a finales del siglo XVII-Principio XVIII: Una larga crisis de casi medio siglo. Pag. 28

234 Manconi, Francesco. Cerdeña a finales del siglo XVII-Principio XVIII: Una larga crisis de casi medio siglo. Pag. 32

235 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de Estaña. Parte Tercera. Pag. 154

236 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de Estaña. Parte Tercera. Pag. 155

237 Lafuente, Modesto, Juan Valera. Historia General de Estaña. Parte Tercera. Pag. 158

238 Álvarez-Osorio Alvariño, Antonio. De la conservación a la desmembración. Las provincias italianas y la monarquía de España (1665-1713)

239 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 4

240 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª. Pag. 20

241 Torres Arce, Marina. Barones, bandidos y rebeldes en la Sicilia española.

242 Alabrús Iglésies, Rosa María. La trayectoria política del cardenal Giulio Alberoni (1708-1720)

243 Álvarez-Osorio Alvariño, Antonio. De la conservación a la desmembración. Las provincias italianas y la monarquía de España (1665-1713)

244 Bacallar y Sanna, Vicente. Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Phelipe V el animoso.Pag. 314

245 Torres Arce, Marina. Barones, bandidos y rebeldes en la Sicilia española.

246 Torres Arce, Marina. Barones, bandidos y rebeldes en la Sicilia española.

247 Lafuente, Modesto. Historia General de España. Libro XIII Pag. 77

248 González Carvajal, José. La España de los Borbones. Pag. 66-67

249 Tratado de la Cuádruple alianza. Art. 1º. Colección de los Tratados de paz y alianza desde Felipe V

250 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 170-182

251 Valsecchi, F. La política de Alberoni, aspectos y problemas. Cuadernos de investigación histórica, 2, 1978. Pag. 486

252 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 195

253 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 196

254 Valsecchi, F. La política de Alberoni, aspectos y problemas. Cuadernos de investigación histórica, 2, 1978. Pag. 487

255 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 57

256 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 202

257 Belando, Nicolás de Jesús. Historia Civil de España. Parte 2ª Pag. 238

258 Abián Cubillo, David Alberto. Guerra y ejército en el siglo XVIII. Pag. 90-91

259 Knight, Carlo. De la desembocadura del Sebeto a orillas del Manzanares. Pag. 35

260 Torres Arce, Marina. Barones, bandidos y rebeldes en la Sicilia española.


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