miércoles, septiembre 20, 2023

EL FIN DEL IMPERIO DE ESPAÑA EN AMÉRICA



Las guerras separatistas de América tienen un largo recorrido que las hacen enlazar directamente con la Guerra de Sucesión; guerra que curiosamente no tuvo su inicio a la muerte de Carlos II en 1 de noviembre de 1700.

Ya Francia y el emperador de Austria, en vida de Carlos II se habían dividido España, pero ante el bocado mayor de sentar en el trono de España a un Borbón, Francia prefirió quedarse con la totalidad en la cabeza de un títere de Luis XIV: Felipe V.

Fue entonces cuando  Leopoldo de Austria reclamó al Papa ser coronado rey de Nápoles al tiempo que el 17 de septiembre de 1701 firmaba la Gran Alianza con Inglaterra y con Holanda, con el objeto de conquistar los territorios españoles en Italia y en Europa en su beneficio. A finales de 1701 iniciaba las hostilidades contra los intereses franceses en Italia, y continuarían contra los intereses españoles, cuya defensa estaba encargada a un ejército que ni en número ni efectividad podía compararse al de siglos anteriores.

La Guerra de Sucesión Española, así, en primer lugar, resulta ser un hecho ajeno en esencia a los intereses de España. 

Mientras, todos los reinos reconocían como rey a Felipe V, quién no obstante no tardaría en tener problemas; así, a principios de 1702 surgía en Andalucía un movimiento separatista encabezado por Fernando Meneses de Silva, conde de Cifuentes. 

Pronto los aliados empezaron sus operaciones militares en la península con las mismas tácticas de piratería que venían utilizando desde tiempos de Felipe II, y los principios que se consolidarían posteriormente en las guerras separatistas de América serían mostrados cuando, en 1711 Inglaterra retiró su apoyo al Archiduque e hizo firmar el humillante tratado de Utrecht a Felipe V, en el que contra derecho, Inglaterra se quedó en posesión de Menorca y de Gibraltar. Menorca sería reconquistada por Carlos III, pero Gibraltar… ahí sigue.

Ese mismo año, y por parte del Foreing Office se procedería a la creación de la mejor arma al servicio de Inglaterra: la masonería, que introdujo la Ilustración en España, cuya acción propició que se comenzase a tratar a la España transoceánica de manera diversa a como había sido tratada hasta el momento.

A la par, en Inglaterra se procedía a la redacción de lo que podemos calificar como manual de procedimientos titulado: “proyecto para la humillación de España”, en el que se detalla la marcha desde Río de la Plata hasta Lima y la dificultad del paso de los Andes.

Pero antes debían suceder otros acontecimientos; se produjo la penetración británica en el estuario de La Plata, con el ataque a Buenos Aires en 1806, y las expediciones separatistas, financiadas por Gran Bretaña, de Francisco Miranda en 1804 y 1806 que acabaron en un total fracaso.

Sería finalmente la invasión francesa de la Península la que adquiriría especial significado, siendo que personalmente lo califico de acta de defunción de España, ya que, tomasen la posición que tomasen los virreinatos, significaba la apertura de la caja de Pandora.

Para colmo de males, Inglaterra, que en 1808 tenía dispuesta una armada para atacar Buenos Aires, la desvió a la Península para “ayudar” a la lucha contra Francia. Esa “ayuda” se plasmó en situar al jefe de de esa armada, Arthur Wellesley, como capitán general de los ejércitos españoles, lo que comportó la eliminación de los fuertes dispuestos para el asedio a Gibraltar y el bombardeo de los núcleos industriales españoles, aún sin existir objetivos militares franceses que eliminar, todo lo cual le comportó el título de Duque de Ciudad Rodrigo y de Grande de España, que hoy detentan sus descendientes, a la par que una nutridísima colección de arte que trasladó a Inglaterra como “regalo” de España.

Y es necesario señalar que esa posición la adquirió sir Arthur Wellesley merced a la complacencia de las Cortes reunidas en Cádiz al amparo de la armada británica, con principios políticos exportados por Inglaterra, y con un candidato a rey de España que finalmente no cuadraría con los intereses británicos: sir Arthur Wellesley, duque de Wellington.

Y desde esa posición, el amparo de los elementos separatistas que, como José de San Martín, formaban parte de la camarilla de Wellesley, fueron licenciados del ejército en plena guerra, y tras su pase por Londres, llegarían a América para dar cumplimiento al plan Pitt elaborado para la destrucción de la España americana.

A ese plan acabarían ciñéndose los separatistas… como dejó plasmado San Martín en su campaña de los Andes; en ese orden, el 25 de mayo de 1817, el cónsul Staples comunicaba al Foreign Office que San Martín lo había visitado para informarle de la situación de Chile y de su proyecto sobre la campaña del Perú, así como para pedirle que el gobierno inglés le autorizase llevarla a efecto.

No es algo extraordinario ni exclusivo de San Martín, sino común a todos los jefes separatistas. Hay que tener en cuenta que San Martín estuvo asesorado por el agente británico James Paroissien, quien, cuando en 1824 aquel pasó a servir a su majestad británica en Londres, lo acogería en su casa.

Y el triángulo Paroissien-Bolívar-Sanmartín se cerraría posteriormente, cuando Paroissien regresó al Perú; donde, siguiendo instrucciones de Bolívar, sería el asesor de Sucre en su campaña de invasión del Alto Perú. Paroissien desarrolló la segunda parte de su labor, la cual consistía en el control de las zonas mineras, lógicamente a favor de empresas británicas, de donde acabaría consiguiendo la recompensa más apetecida: ser director de las minas, cuya gestión había conseguido a favor de la Asociación de Minería de Potosí, La Paz y Perú, de capital británico, naturalmente.

Tomaba cuerpo sólido la actuación llevada a cabo durante todo el siglo XVIII; tomaba cuerpo lo que no habían conseguido con las intentonas de Juan Pablo Viscardo en su apoyo a con la revuelta de Túpac Amaru de 1781, o con la intentona de Francisco de Miranda que posibilitó los asaltos británicos a Buenos Aires en 1806 y 1807.

Y tomaba cuerpo con una estructura que venía pergeñándose tiempo atrás y que se concretó en la creación, en Londres, de una logia por la que inexorablemente pasarían todos los «libertadores». Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar, Vicente Rocafuerte… etc. Etc. Etc. Y hoy mismo, en Bristol, calle Lodge Street 6, radica la sede del movimiento independentista mapuche.

Las logias de desarrollaron a un lado y otro del Atlántico, y si en 1726 se creaba la primera en Gibraltar y en 1727 otra en Madrid, en 1759 se mostraba en la persona del ministro Ricardo Wall. Así, no es de extrañar que en 1781, Antonio Espejo se significase como elemento subversivo, lo que le ocasionó conflictos jurídicos que lo retuvieron en Santa Fe de Bogotá, donde adoctrinó a Antonio Nariño, tomando parte en las tertulias del núcleo denominado El Arcano Sublime de la Filantropía. 

Llegaban nuevos propagandistas que en ocasiones eran detectados y juzgados por la Inquisición, e irremisiblemente eran puestos en libertad.

Se crearon logias en Santa Fe, donde los discípulos principales fueron Nariño, Cea, Cabal y otros. A esta logia acudieron por ese tiempo otros destacados personajes que posteriormente se significarían como enemigos de España: El marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar y los hermanos Espejo acudieron desde Quito a esta logia. 

En 1793 fueron presos y enviados a la península, donde fueron puestos en libertad por sus hermanos gobernantes.

A finales del siglo XVIII el venezolano Francisco de Miranda había fundado en Londres una logia masónica llamada La Gran Reunión Americana, cuyo objetivo era conspirar contra España. Esta logia, que, dada la estructura de la organización, obedecía a la Gran Logia de Londres, se expandió en España con el nombre de Sociedad de los Caballeros Racionales. 

Todos los próceres separatistas acabarían perteneciendo a esta o a otras logias masónicas.

Miranda permaneció años en Inglaterra prestando sus servicios como peón de su política, y a ella comprometió estatus de nación favorecida en cuanto a lo comercial, una vez que se lograra la separación de España.

El 22 de Diciembre de 1797 se reunieron en París José del Pozo y Sucre, Francisco Miranda y Pablo de Olavide:


para deliberar conjuntamente sobre el estado de las negociaciones seguidas con Inglaterra en diferentes épocas, para nuestra independencia absoluta. (Acta de París)


Pero también para llegar a una serie de acuerdos que quedarían plasmados en un acta que resulta esclarecedora para entender lo que sucedería después. Se detecta en el acta la existencia de acuerdos previos con el reino de la Gran Bretaña, a la que se le abren las puertas sin cortapisa de ningún tipo en lo que se puede entender como pacto para la dominación colonial británica.

El artículo primero del acta en cuestión piden ayuda a Inglaterra:


Habiendo resuelto, por unanimidad, las Colonias Hispano-Americanas [sic], proclamar su independencia y asentar su libertad sobre bases inquebrantables, se dirigen ahora aunque privadamente a la Gran Bretaña instándole para que las apoye en empresa tan justa como honrosa, pues si en estado de paz y sin provocación anterior, Francia y España favorecieron y reconocieron la independencia de los Anglo-Americanos, cuya opresión seguramente no era comparable a la de los Hispano-Americanos, Inglaterra no vacilará en ayudar la Independencia de las Colonias de la América Meridional.


En su artículo segundo es de destacar que reclaman a favor de Inglaterra condiciones de dominio en los territorios liberados ; algo que jamás ofrecieron los independentistas norteamericanos como contrapartida hacia España por su apoyo a la independencia de las Trece Colonias. Dice así: 


Se estipularán, en favor de Inglaterra, condiciones más ventajosas, más justas y más honrosas. Por una parte la Gran Bretaña debe comprometerse a suministrar a la América Meridional fuerzas marítimas y terrestres con el objeto de establecer la Independencia de ella y ponerla al abrigo de fuertes convulsiones políticas; por la otra parte, la América se compromete a pagar a su aliada una suma de consideración en metálico, no solo para indemnizarla de los gastos que haga por los auxilios prestados, hasta la terminación de la guerra, sino para que liquide también una buena parte de su deuda nacional. Y para recompensar hasta cierto punto, el beneficio recibido, la América Meridional pagará a Inglaterra inmediatamente después de establecida la Independencia, la suma de... millones de libras.


 Se comprometían así a una hipoteca que sigue vigente doscientos años después de haber sido rota la unidad nacional española.

Y los términos de la mentada hipoteca comienzan a señalarse en su artículo quinto, donde se habla de tratados de comercio desiguales.


Se hará con Inglaterra un tratado de comercio, concebido en los términos más ventajosos a la nación británica; y aun cuando debe descartarse toda idea de monopolio, el trazado le asegurará naturalmente, y en términos ciertos, el consumo de la mayor parte de sus manufacturas.


Y en su artículo sexto se les regala Panamá.

De todos es conocido que, finalmente, el canal sería abierto por EE.UU. Pero eso no dependió de la inexistente independencia Hispanoamericana, sino de un pacto entre iguales: el tratado Clayton-Bówdler entre Estados Unidos de América e Inglaterra, firmado en 1850, en donde se le reconoce a la primera el derecho de hacer un canal. 

Volviendo al acta de París, en el capítulo octavo se abren las puertas al banco de Inglaterra.

Y el noveno apunta una nueva hipoteca con los Estados Unidos, a quién se le regalan las dos Floridas y Luisiana.

En el artículo Once hay otra cesión territorial directa: Todo el Caribe menos Cuba.


Respecto de las islas que poseen los hispano-americanos en el archipiélago americano, la América Meridional solo conservará la de Cuba, por el puerto de la Habana, cuya posesión —como la llave del Golfo de México— le es indispensable para su seguridad. Las otras islas de Puerto Rico, Trinidad y Margarita, por las cuales la América Meridional no tiene interés directo, podrán ser ocupadas por sus aliados, la Inglaterra y los Estados Unidos, que sacarán de ellas provechos considerables.


Destaquemos principalmente estos aspectos. Los hechos posteriores ‒los tratados comerciales, el expolio… no han sido excesos de británicos y norteamericanos. Todo estaba pactado por los libertadores, sus agentes.

Pero este expolio no puede achacarse solo a los firmantes del Acta de París de 1797, puesto que la misma se llevó a efecto con la anuencia de las logias que laboraban por el rompimiento de España, y que en esos momentos se encontraban diseminados por toda Europa. Entre ellos no hay que olvidar a Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, a Manuel de Solar, a Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá, a Pedro José Caro, a Pablo de Olavide, a Antonio Nariño…

Pero el primero que en estas circunstancias y de forma manifiesta se presentó como enemigo del ser de España, fue el Jesuita Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, un personaje que, contando como católico, curiosamente, fue muy bien atendido por la corte británica. Llegó a Londres a requerimiento del gobierno británico; y, bajo su auspicio, en 1799 publicaba el manifiesto titulado Carta dirigida a los españoles americanos, donde, llama a rebelarse contra España. Esta  Carta fue distribuida por Miranda en Venezuela, Colombia y Perú. 

La carta no era sino la expresión de la oligarquía criolla, que llevaba tiempo pretendiendo imponerse a las leyes, por lo general en detrimento de los otros sectores de la sociedad más deprimidos, y que contaban con el apoyo de la Corona.

Miranda presentó en 1800 un memorando al gobierno británico que tenía en cuenta informaciones muy precisas sobre la geografía, clima, pasos estratégicos, idiosincrasia de los hispanoamericanos, etc. Consideraba asimismo la baja condición de la capacidad militar española y se planteaba un asalto en el Río de la Plata. Con esta información, Maitland prepararía una reunión con Pitt, Dundas y Popham, en la que, con la ayuda de Miranda, concretaron un plan de ataque en el que Miranda, con grado de general británico, sería jefe de las fuerzas que debían invadir Venezuela, y siendo Popham el encargado de acometer Buenos Aires.

El propio Miranda intentó la invasión de Venezuela  en 1806 al frente de una fuerza armada que zarpó de Estados Unidos; y en la isla de Granada recibió el apoyo de Frederick Maitland, primo de Sir Thomas y gobernador de la isla. Posteriormente también recibió el apoyo del Almirante Thomas A. Cochrane, el mismo que posteriormente sería responsable de la Armada británica que condujo a San Martín en la toma de Perú. 

Y confirma Daniel O’Leary, el asesor personal británico de Bolívar:


debe también tenerse en cuenta que la franca protección del Gobierno británico daba á la expedición influjo y peso moral. 


El fracaso fue estrepitoso y Miranda salió huyendo junto a su protector Cochrane, para pasar seguidamente a residir en Inglaterra.

Por su parte, Bolívar estaba de vuelta en Caracas dispuesto a colaborar con la intentona inglesa encabezada por Miranda. Había vuelto en 1805 con el grado de maestro masón, tras haber evolucionado, al compás de la misma masonería, de una acendrada admiración por Napoleón a una oposición contumaz, la cual lo había acercado a la órbita británica, tomando relación con Humboldt, Oudinot, Delagarde…

El miércoles 25 de junio de 1806, Beresford y Popham desembarcaron en las costas de Quilmes. Tomaron Buenos Aires sin apenas lucha.

La verdad es que la generosidad británica no podía sufrir menoscabo, por lo que en breves fechas se transportaba a Gran Bretaña los productos de su comedimiento: 


1.086.000 dólares, equivalentes a 30 toneladas de plata. El total de la captura hace unos 3.500.000 dólares. 


Zea no oculta el hecho cuando afirma: 


El comercio inglés nos suministra con mano liberal todos los medios de conquistar nuestra independencia, y el comercio inglés obtendrá, sin necesidad de algún tratado, una preponderancia eterna en este continente. Es de toda justicia lleve el premio de los riesgos que ha corrido. 


El 19 de abril de 1810 se constituyó la Junta Suprema de Caracas, y Bolívar fue comisionado, junto a Andrés Bello y Luis López Méndez, para informar al gobierno británico de las novedades ocurridas y para ponerse bajo su protección, según nos relata puntualmente Daniel O’Leary, el comisionado extraoficial británico para controlar los pasos del “libertador”, que  según su lazarillo británico, se dedicaba  al estudio de la constitución británica, procurando imitar los usos y costumbres de sus protectores.

En 1811 Simón Bolívar proclamaba la independencia de Venezuela, al tiempo que la masonería comenzaba a sembrar su labor por América, y el triángulo Bolívar-Inglaterra-masonería, quedaba perfectamente delimitado por el propio Bolívar, que en un convite que dio en Caracas, proclamó que debía sus triunfos a la protección de Lord Cochrane, gobernador de Martinica.

Mientras tanto, y al amparo de Inglaterra, un ejército de masones inundó España. La actuación de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero es preciso  destacar la acción que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas, quién escribió sendas cartas  al gobierno de Gran Bretaña y a su representante en Río de Janeiro, Lord Strangford en las que, con el mismo espíritu del agente Bolívar, reclamaba el envío de «tropas y un jefe» porque, decía: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».

Con ese apoyo, que no tardó en llegar, el año 1813 dio Bolívar comienzo a la guerra de exterminio que despobló al país llevándose la vida de unas doscientas mil personas, el veinte por ciento de la población existente en 1800. 

Pero la acción llevada por el pueblo en armas derrotó, en mayo de 1815, a la Segunda República venezolana.

Bolívar salió huyendo el 9 de junio de 1815 hacia Jamaica embarcado en un buque inglés. Allí redactaría su famosa carta y de allí volvería a la lucha bajo bandera británica. Esta huida lo enfrentaría con Santiago Mariño y Manuel Piar, quienes amenazaron con fusilarlo. Finalmente sería él quien fusilase a Piar, en 1817, decretando, además, pena de muerte para quién pidiese benevolencia.

Durante su estancia en Jamaica, Bolívar, como había hecho antes Carlos María Alvear, redoblaba sus manifiestos de sumisión a Inglaterra, diciendo, entre otras prendas:

Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional. 


Su dependencia de Gran Bretaña y Francia la deja patente en un rosario de ocasiones, y el desparpajo de Bolívar no tenía límites al reconocer el hecho:


Encontramos la Inglaterra y la Francia llamando la atención de todas las naciones, y dándoles lecciones eloqüentes, de todas especies en materias de Gobierno. La Revolución de estos dos grandes Pueblos, como un radiante meteoro, ha inundado el mundo con tal profusión de luces políticas, que ya todos los seres que piensan han aprendido quáles son los derechos del hombre, y quáles sus deberes.

En Junio de 1816 escribía cartas al almirante inglés de Barbados y al gobernador de Trinidad informándoles de su arribo a Costa Firme; en febrero de 1817 iniciaba San Martín la campaña de Chile, tras la cual organizaba una armada al mando de Lord Cochrane, con la que atacaría Perú. Y los nombres como Mac Gregor, Soublette, Ardí, Dubouille, Rook, Foley, Mackintosh, Wilson, comienzan a repetirse en el curso de la guerra.

  En septiembre de 1818 llegaba a Venezuela una nueva legión de mercenarios británicos, tras lo cual, el 15 de febrero de 1819 siguiente, Simón Bolívar pronunció su célebre discurso en la instalación del Congreso de Angostura.

Bolívar, si en la Carta de Jamaica, además de impetrar la protección británica señala su voluntad de trocear América, no duda en llamar armas redentoras a los ejércitos británicos en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819. 

Con todas esas relaciones resulta curioso cuando menos el calificativo de patriota que Bolívar a su ejército, siendo que, además, contaba con un altísimo número de mercenarios extranjeros. Fue el ejército realista, denominado así al que se mantuvo fiel a España, el que estuvo integrado en su inmensa mayoría por patriotas españoles americanos, el 90 por cien de los cuales pertenecía a las diversas etnias: indios, mestizos, pardos, blancos y negros, siendo el 10 por cien restante de patriotas españoles peninsulares, y mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.

Los reemplazos del ejército separatista se componían en gran parte de refuerzos británicos y de alistamientos forzados que eran conducidos a los centros de operaciones bajo fuerte custodia para evitar su deserción. Observadores extranjeros consignaron en sus memorias que a los reclutas se ataba las manos durante las marchas y solo les eran entregados armas y caballos poco antes de entrar en combate. Pero, pese a esta vigilancia, los desertores fueron tan numerosos como los reclutas; los oficiales locales, en efecto, informaban continuamente que los indios desertaban de sus hogares y huían a las montañas.

Siendo así, el resultado final, favorable a Inglaterra, no se obtendría hasta que los resortes tendidos en la península no funcionasen como estaba previsto.

No era todavía el momento, y Bolívar, en un manifiesto acto de traición capturó, acusado de traición, a su propio general, Francisco de Miranda, y lo entregó a los realistas, que lo remitieron a Cádiz.

Esta traición le valió a Bolívar un salvoconducto de los militares realistas que le permitiría huir a Curazao, ocupada por los ingleses, quienes, por cierto, también se quedaron con el botín de Miranda.

En cuanto a Francisco de Miranda, sus servicios fueron reconocidos por el gobierno francés, literalmente grabando su nombre en piedra en una urna vacía en el Arco del Triunfo de la Estrella que preside los Campos Elíseos de París, como Mariscal de Francia; Sucre luce en su sepulcro en Quito una placa de agradecimiento por parte del ejército británico… Saturnino Rodríguez Peña recibía una asignación del General Whitelocke y una pensión del Gobierno Británico… San Martín… etc.

Personalmente me llama la atención la placa de Sucre.


 


Desde el punto de vista de los separatistas… ¿qué tiene que agradecer el ejército del Imperio Británico a Sucre?... En todo caso será Sucre quién tenga que agradecer al Imperio Británico.

Pero evidentemente, la placa hace exacta mención a la realidad de los hechos. Fue Sucre, como fue Bolívar, como fue San Martín… el destinatario del agradecimiento y no el origen del mismo.

Todo estaba sembrado y custodiado en beneficio de Inglaterra, que no dudó en apropiarse de los tesoros acumulados en los virreinatos, con cuyos fondos financió tanto a los países emergentes como al territorio que permaneció con el nombre de España, sumiéndolos en una deuda que ha durado hasta el siglo XXI.

Y no se limitó el pago al expolio de los tesoros públicos, sino que, a un lado y otro del Océano, Inglaterra se apropió de los medios de producción al tiempo que destruía la industria que durante siglos había servido los intereses de la población y dividió los virreinatos con el único fin de separar intereses y beneficiar el comercio británico.

Eso en lo económico. En lo militar, el apoyo también fue decisivo.

Los banderines de enganche abiertos en Inglaterra para reclutar tropas se vieron reforzados con el aporte de militares de toda graduación que conformaron unidades enteras cuya acción nominalmente estaba encargada a los jefes separatistas y que, como en el caso de Pasto, llevaron a cabo auténticos genocidios.

Y la marina, comandada por Thomas A. Cochrane, tendría especial significación, por ejemplo en la toma de Perú. 

Así, la participación británica en la separación de la España americana abarcó todos los ámbitos; el primero consistió en el reclutamiento de los elementos que acabarían siendo identificados como “libertadores”.

Personajes de todo pelaje, desde contrabandistas que desde su actividad delictiva tenían consolidada relación con Inglaterra, hasta quienes tenían conflictos jurídicos en reclamación de títulos nobiliarios que no lograban alcanzar.

Serían los primeros en abrir la senda de la discordia, y quienes canalizarían toda la “ayuda” recibida para la consecución de sus objetivos. Ayuda militar, soporte financiero, suministro de armas, intervención naval… todo lo obtuvieron de Inglaterra; de la misma Inglaterra que no regala nada, que no da préstamos a título gratuito.

Como queda señalado, el término “ayuda” tenía un carácter especial. 

Cierto que España fue actor principal sin el cual nunca se hubiese producido la independencia de las Trece Colonias que dieron lugar a los Estados Unidos de Norteamérica. España dio toda esa ayuda a las Trece Colonias británicas en su lucha por la independencia, siendo que a principios de 1777 llegaron a Boston, Newbury, Marblehead y Salem varios buques cargados con  mantas, botas, fusiles, quinina, telas para uniformes y otros usos. Sería el principio de un tráfico que no cesaría. Su beneficiario: el ejército de las Trece Colonias.

El 7 de septiembre de 1779, Bernardo de Gálvez tomaba por asalto el fuerte Bute de Manchak. Su beneficiario: el ejército de las Trece Colonias. Tomó Pensacola, la Mobila y demás puestos que ocupaban sobre el río Mississippi. Tomó el fuerte Bute de Manchak, el fuerte New Richmond de Baton Rouge, y para redondear la campaña, tomó los puertos de Tompson y Smith. El 19 de octubre de 1781, era vencido en Yorktown el ejército británico, dando fin a la guerra, y todo gracias a que el 9 de agosto de 1780, Luis de Córdova deshacía una armada inglesa de 51 naves que portaba 294 cañones, 1692 hombres de equipajes, 1159 hombres de la tropa de transporte y 244 pasajeros, entre ellos algunos importantes. De las fragatas había algunas de 700 toneladas, muchas de 400, más de 10 de 200 y el resto de 300 toneladas. El beneficiario de la acción no fue otro que el ejército de las Trece Colonias.

Y lógicamente, en lugar de una placa de agradecimiento por parte del Ejército Español a Jorge Washington, fue Jorge Washington quién el 30 de abril de 1780, concedía honores de estado al cadáver de Juan Miralles Trayllón, principal responsable de la enorme ayuda económica prestada, que jamás ha sido devuelta.

En el caso de Hispanoamérica sería necesario determinar quién ayudó a quién.

Mejor expuesta queda la idea por Pedro Muñoz, contemporáneo de los hechos, quien afirma sobre Inglaterra:


Se han llevado cuantos intereses hubo en ambas Américas y han arrastrado cuantas riquezas de plata y oro se habían podido reservar y guardar en mucho tiempo.

Y esa “ayuda” estuvo presente mucho antes de la separación; así, el pirata Wellesley, que sería titulado Grande de España y duque de Ciudad Rodrigo, en cuyo escudo figura la bandera de la Gran Bretaña, tomaría las riendas de la dirección militar de España, haría nombrar generales a su gusto, y a su amparo desarrollarían su actividad los personajes que acabarían llevando a efecto los proyectos que, desde 1711, y bajo el nombre de “proyecto para la humillación de España” llevaba en marcha Inglaterra.

El más destacado de entre estos personajes, José de San Martín, colaborador personal de Wellesley, hijo de militar peninsular, nacido en América, vivió en España desde su más tierna infancia.

En 1811, en plena guerra peninsular, pidió la baja del ejército español con la excusa de que debía acudir a Lima para atender asuntos de familia, cuando la verdad es que había nacido en 1778 en el Virreinato de la Plata, y que regresaría a la Península en 1784 con toda su familia, y en América no le quedaba ningún lazo familiar.

El lunes 26 de agosto de 1811 fue retirado del ejército a petición propia y, sin medios conocidos de vida, regresó a América; pero lo hizo vía Londres, donde estuvo cuatro meses. ¿Quién corrió con esos gastos cuando no poseía hacienda y siempre vivió apremiado económicamente?

Por intermedio del noble escocés, lord Mac Duff, y por interposición de sir Charles Stuart, agente diplomático en España, pudo obtener un pasaporte para pasar subrepticiamente a Londres, donde le serían entregadas cartas de recomendación que le abriesen puertas en Buenos Aires y letras de cambio a su favor suministradas por el gobierno británico.

La excusa de San Martín que señalaba asuntos familiares en Lima no puede ser otra cosa que un mensaje críptico sobre la misión que llevaba encomendada y que cumplía al pie de la letra el Plan Pitt: atravesar los Andes con un ejército (curiosamente compuesto en parte importante por unidades inglesas) y tomar Lima.

Y todo, siendo militar en un ejército que en esos momentos se encontraba en encarnizada guerra contra un enemigo exterior que había invadido España… Cuando menos, extraño.

No se trata de un caso extraordinario, como no se trata de un caso extraordinario el «apoyo» militar inglés, que tuvo exponentes destacables en su campaña de conquista de la península, como el bombardeo ordenado por Wellesley sobre la industria textil bejarana, fuerte competidora de la industria inglesa, cuando no existían enemigos que combatir, o en la destrucción de la fábrica de porcelanas del Buen Retiro, cuando los franceses ya habían evacuado la ciudad.

Acciones similares seguirían ocurriendo muy concretamente a todo lo largo del siglo XIX, tanto en la parte de España que se quedó con tal nombre, como en la España americana, ahora dividida en dos docenas de republiquetas que resultan tan fáciles de manejar o más que la colonia británica europea controlada desde la base de Gibraltar. Y esas acciones abarcaban todos los ámbitos; así, José María Blanco, alias Blanco White, que en 1808 podemos verlo lamiendo a los franceses, en 1810 creó en Londres el periódico El Español, que se convertiría en el órgano de los separatistas americanos, mientras el 21 de Julio de 1810, y al amparo de la situación de España, comisionados de Venezuela en Londres hicieron unas proposiciones a los británicos en las que se sometían a la protección de Inglaterra e hipotecaban el comercio y las explotaciones mineras a favor de esta.

La España peninsular de esta época es digna de varios estudios, siendo que todos señalan la misma deriva. Los dirigentes, los gobernantes de España, y de las republiquetas americanas, no han dejado, desde estos momentos tratados, y hasta hoy mismo, de seguir las instrucciones emanadas desde Londres. Da igual el color político de cada uno de ellos, han seguido las instrucciones impuestas, sea en las escandalosas desamortizaciones llevadas a efecto a un lado y a otro del Atlántico, sea en el tratamiento de los medios de producción, o en el escándalo manifiesto que significó el rechazo del submarino, cuando era también manifiesta su extrema utilidad, máximo estando como estaba cantada la guerra contra los Estados Unidos… aunque quizá fuese precisamente ese el motivo por el que el gobierno español abortó el proyecto.

Estamos hablando de flagrante traición a la patria por parte de toda la clase política… y militar.

Traidor fue Espartero; traidor fue San Martín; traidor fue Mina; traidor fue Maroto; traidor fue Cánovas… y no seguimos con la lista porque agotaríamos el papel… Y todos tienen dedicadas calles en Madrid y otros lugares de España.

Siguiendo con la España americana, es necesario señalar que la revolución en América no fue de la plebe contra la oligarquía, sino que estuvo organizada por la aristocracia criolla, imbuida del espíritu anglófilo, contra la burocracia peninsular. Finalmente, en el enfrentamiento que, lógicamente, acabaría produciéndose, los indios pelearon mayoritariamente por el rey, mientras los criollos y los peninsulares se repartieron entre unos y otros.

Étnicamente la masa de las tropas reales estaba compuesta mayoritariamente por indios, y se componía de unidades permanentes de veteranos, y de milicias reclutadas según las necesidades, con ámbito local o provincial.

Indios combatieron en gran medida en el ejército español; en el Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, en los escuadrones de caballería aymara, en los Regimientos de Chumbivilcas, el Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco.

En Chile, los caciques araucanos se alinearon con el general Pareja en Talcahuano en 1812 para combatir a los «señoritos» de Santiago, arremetiendo la ferocidad inhumana de los separatistas.

En la Nueva España, donde el carácter de la Revolución se vistió de indigenista, el apoyo de los indios al ejército nacional se plasmó en la formación del Cuerpo Patriótico de Voluntarios de Fernando VII y resistiendo a los separatistas en los principales pueblos.

En la Puna los indígenas se mantuvieron neutrales, aunque mostrando cierta proximidad con los realistas…  

 En Venezuela y Nueva Granada, los negros apoyaron masivamente la causa de  España.

Con estos datos debemos coincidir con el juicio del colombiano Indalecio Liévano Aguirre quién señala  que la quiebra del sistema no fue resultado de la casualidad, sino de la voluntad; de donde podemos inferir que es el resultado de una intención que sin duda podemos calificar de criminal.

Y en el terreno económico, la quiebra, provocada deliberadamente, de la pequeña manufactura y de la artesanía, solo serviría para aumentar su dependencia colonial de los mercados mundiales. Los comerciantes importadores, que durante la etapa de dependencia de España fueron el instrumento operativo de una economía nacional, debían cumplir idéntica función al producirse la Independencia, con la sola variante de que ya no actuarían como servidores del mercado español, sino como vehículo, igualmente eficaz, del monopolio mercantil y financiero de las potencias anglosajonas. Su interés, con respecto al fomento de la economía nativa, se reducía a estimular la exportación de metales preciosos y materias primas tropicales, a fin de aumentar los medios de pago internacional requeridos para mantener el ritmo del comercio de importación.

Con una particularidad: las acciones de los separatistas se centraron en la destrucción del tejido productivo, especialmente de la industria, que hasta el momento era el primer suministrador del consumo local. El resultado era claro: la colonización. La inexistencia de producción autóctona abría las puertas para la creación del mercado de importación procedente de la metrópoli. Inglaterra no daba puntada sin hilo.

Pero para llegar a esa situación de dependencia ocurrieron una serie de movimientos. Así, en 1810, los venezolanos no seguían a Bolívar, sino al general Monteverde, caudillo de las tropas realistas. Y cuando éste quedó desacreditado, siguieron a Boves, que aplicaría las mismas prácticas inhumanas de guerra a muerte que previamente había decretado Bolívar. Serían las tropas británicas, en número superior a 5.000 unidades, las que serían acaudilladas por Bolívar.

Y es que los ejércitos “libertadores”, como la “marina libertadora” que acabaría tomando Lima, estaban compuestos principalmente por unidades británicas enroladas en las principales ciudades inglesas, con mandos militares suministrados por el ejército británico, y que nominalmente servirían bajo el mando de los “próceres”.

Inglaterra se libraba de la población sobrante como consecuencia de la revolución industrial enviando a Australia y a Nueva Zelanda, como presos en régimen de pura esclavitud, transportados en barcos esclavistas que por mor de la legislación abolicionista habían quedado sin servicio, a miles de ingleses convictos de delincuencia que alcanzaba hasta el que había robado una manzana, y los miles de soldados inactivos que en gran número deambulaban sin oficio por las ciudades inglesas tras haber acabado con el poder de Napoleón, serían reclutados con destino a América, para combatir a España. Éstos conformarían el núcleo principal de los ejércitos de los que eran nominales jefes los conocidos como “libertadores”.

No fue menor el aporte británico a los separatistas americanos, como no fue ni es menor el que hoy llevan a cabo con los separatistas mapuches o catalanistas, por ejemplo.

El agradecimiento de Bolívar a los británicos se manifiesta con mucha frecuencia en concesiones de todo tipo, y públicamente no se recataba en exceso a la hora de manifestar su sometimiento; así, en el mensaje a los habitantes de Nueva Granada de 30 de Junio de 1819 dice:


De los más remotos climas, una legión británica ha dejado la patria de la gloria por adquirirse el renombre de salvadores de la América. En vuestro seno, granadinos, tenéis ya este ejército de amigos y bienhechores, y el Dios que protege siempre la humanidad afligida, concederá el triunfo a sus armas redentoras. 


Armas redentoras que masacraron las poblaciones; armas redentoras que sometieron a la Hispanidad entera; armas redentoras que, literalmente, vaciaron las arcas de los virreinatos y transportaron los tesoros para mayor gloria de Inglaterra; armas redentoras que exterminaron pueblos indígenas; armas redentoras bajo cuyo auspicio se hundió el mercado de toda la Hispanidad en beneficio exclusivo del mercado británico; armas redentoras que, necesitando bases militares, no dudaron en quedarse gentilmente con las Islas Malvinas o con la Guayana. Lamentablemente en este caso no hablamos de historia negra inventada, sino de historia. Mejor tratada y con menos saña queda expuesta la idea por Pedro Muñoz, contemporáneo de los hechos, quien afirma:


Réstame hablar de los ingleses, que, llevados de su ambición e insaciable codicia, han animado, han mantenido y alimentado a los rebeldes vendiéndoles armas y municiones y mostrándoles un semblante de protectores para el caso de no poder conseguir cabalmente sus ideas. Se han llevado cuantos intereses hubo en ambas Américas y han arrastrado cuantas riquezas de plata y oro se habían podido reservar y guardar en mucho tiempo.


Pero el aporte de material de guerra y de contingentes militares británicos no se limitaría a los señalados. Más adelante llegarían a Venezuela más voluntarios en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson; y el Ejército del Sur, comandado por Sucre y conformado más por tropas inglesas que americanos, fue sin duda más vitoreado desde los balcones de Quito donde se concentraba la oligarquía criolla que en las comunidades andinas.

Y no es de extrañar que tal sucediera, cuando era en Londres, y muy en concreto en la  parroquia anglicana de St. Agnes, en el centro de la ciudad, donde el 4 de mayo de 1817, y autorizado por el gobierno británico al tiempo que auspiciado entusiastamente por el vicario de St. Agnes, Henry Francis Todd, el  agente personal del libertador, Luis López Méndez, organizó un reclutamiento masivo de desarrapados.

En diciembre de ese mismo año se embarcaron para la América cinco contingentes de voluntarios que desembarcarían en la isla de Margarita, el 21 de abril de 1818.

El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, más el mayor Plunket. El contingente contaba con un total de 127 oficiales, 3.840 soldados (entre lanceros, dragones, granaderos, cazadores, rifles, húsares y simples casacas rojas), y el apoyo naval de las cañoneras HMS Indian, HMS Prince, HMS Britannia, HMS Dawson y HMS Emerald.

Muchos eran los próceres británicos. Los nombres de Daniel Florence O’Leary, (cronista de Bolívar), Gregor MacGregor, John Devereux, los hermanos James y John Mackintosh, Richard Trevithick, Thomas C. Wright, Alexander Alexander, George L. Chesterton, William Davy, Thomas I. Ferrier, Thomas Foley, Peter A. Grant, James Hamilton, John Johnstone, Laurence McGuire, Thomas Manby, Richard Murphy, John Needham, Robert Piggot, William Rafter, James Robinson, Athur Sandes, Richard L. Vowell, etc. Extraños nombres los de los patriotas neogranadinos.

Se podrá argüir que esta intervención estaba meditada por la Gran Bretaña… algo de lo que no cabe la menor duda, pero la complicidad de los próceres separatistas es manifiesta; así, en Julio de 1818, Bolívar escribía a su agente en Londres:


Con respecto á los buques Príncipe de Gales, Two Friends, Gladuvin, y Morgan Battlen no puedo decir á Usted otra cosa sino que ninguno de ellos ha entrado á este Puerto.


El 15 de Agosto de 1818 hace una nueva declaración de sus principios:


Extranjeros generosos y aguerridos han venido a ponerse bajo los estandartes de Venezuela. ¿Y podrán los tiranos continuar la lucha, cuando nuestra resistencia ha disminuido su fuerza y ha aumentado la nuestra? La España, que aflige Fernando con su dominio exterminador, toca a su término. Enjambres de nuestros corsarios aniquilan su comercio; sus campos están desiertos, porque la muerte ha segado sus hijos; sus tesoros, agotados por veinte años de guerra; el espíritu nacional, anonadado por los impuestos, las levas, la inquisición y el despotismo. La catástrofe más espantosa corre rápidamente sobre la España. 


Ciertamente, los corsarios que operaban Cartagena eran normalmente usenses y  franceses, y lo hacían con la cobertura de la marina inglesa con base en las Antillas, laborando para que la catástrofe más espantosa se adueñase de toda España, siendo que donde más estragos acabarían haciendo sería en la España americana.

Por supuesto, a los libertadores no les quedaba más que echar flores a sus protectores británicos, quienes como hiciese España en el caso de las Trece Colonias, les suministraron toda la ayuda que necesitaron; primero ayuda económica y luego ayuda militar. Ayuda económica que tuvo varias vertientes; una de ellas, sin lugar a dudas la menos significativa, la de mantenimiento de los agentes antes de la separación; así, conforme señala el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco:


Francisco de Miranda recibía un sueldo de 700 libras esterlinas anuales de la «Colonial Office». Los «próceres» argentinos Saturnino Rodríguez de la Peña y Manuel Aniceto Padilla recibían igualmente sueldo anual de 400 y 300 libras esterlinas, respectivamente, de manos de lord Castlereagh desde Río de Janeiro; posteriormente recibirían una pensión vitalicia del gobierno británico por sus servicios prestados. También recibieron dinero inglés los «argentinos» José  y Juan Antonio de Moldes, así como Manuel Pinto.


En cuanto a Francisco de Miranda, sus servicios fueron reconocidos por el gobierno francés, literalmente grabando su nombre en piedra en una urna vacía en el Arco del Triunfo de la Estrella que preside los Campos Elíseos de París, como Mariscal de Francia, único americano a quien le fue otorgado ese honor; por su parte, Sucre luce en su sepulcro en Quito una placa de agradecimiento por parte del ejército británico… Saturnino Rodríguez Peña, el agente de Miranda en el Río de la Plata que liberó a Beresford después de la capitulación en las invasiones Británicas en 1807, recibía una asignación del General Whitelocke y una pensión del Gobierno Británico… San Martín… etc.

Y volvemos a preguntarnos, ¿quién ayudaba a quién?

Al hilo de todo lo relatado, es menester recordar las palabras pronunciadas el 25 de julio de 1819 por el coronel Manuel Manrique, Jefe del Estado Mayor de Bolívar, durante la batalla del Pantano de Vargas, donde muchos de entre la minoría de neogranadinos que componían el ejército, acabaron desertando, siendo los ingleses, comandados por el coronel James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, quien reconoció:


Merecen una mención particular las Compañías Británicas a las que Su Excelencia, el Presidente de la República, les ha concedido la «Estrella de los Libertadores» en premio de su constancia y de su valor.


Es conveniente destacar las acciones que merecieron ese reconocimiento: los mercenarios británicos cometieron toda clase de vejaciones, violaciones, robos y destrozos.

Y es que quien únicamente no daba puntada sin hilo era la Gran Bretaña, porque allí siempre han tenido muy claro que, aunque Inglaterra había destruido la España europea cubriendo sus actuaciones con la capa de una presunta ayuda para liberar la Península de las fuerzas de Napoleón, para la mayoría de los británicos España era y es el enemigo.

Inglaterra tenía muy claro, según se desprende de las sesiones de su parlamento, que no debía permitirse que España recuperase su antiguo esplendor, a pesar de los compromisos contraídos en el Congreso de Viena de 1815. Y esa máxima es algo que hoy es vigente en todos los campos: en 1976 se paralizó el desarrollo de la industria, se arrumbó el desarrollo de la bomba atómica,  siendo que en los años ochenta se procedió a la liquidación de la industria pesada española, y hoy, cuando estamos padeciendo una grave sequía, se están destruyendo los pantanos... Y en la industria militar, tiene vetado el desarrollo de misiles...

La propaganda de siglos había conseguido que en la población estuviese muy presente y cierta la leyenda negra, con lo que se conseguía que esa multitud de pobre gente que vivía y vive esclavizada bajo un régimen que no admite otro calificativo distinto al de británico reclamase la esclavización de España para adaptarla a su propia situación.

En una Inglaterra en plena revolución industrial, que Charles Dickens nos presenta con crudeza, con salarios de miseria y hacinamiento urbano, las historias de un continente extensísimo, rico y casi despoblado, iluminaban la imaginación de los más aventureros.

Y a todo ello se sumaba una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados, y a los que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli, objetivo que no acababa de conseguir a pesar de la gran actividad llevada a cabo por la enorme flota esclavista de que disponía que, paralizada en su función principal al haber decretado la supresión del tráfico de esclavos negros, estaba dedicada a trasladar a Australia y a Nueva Zelanda a su propia población, a la que esclavizaba y deportaba.

Para Inglaterra, lo que llevaba a Australia era basura, y basura era lo que enviaba a América; por ese motivo, al tiempo que denostaba a quienes se apuntaban como mercenarios, organizaba banderines de enganche y ponía a su servicio armamento y oficialidad que luego serían reincorporados, con los rangos alcanzados en América, en el Ejército o la Armada británicos, con lo que reconocían que habían estado cumpliendo servicios a Inglaterra durante su estancia en América.

Lo que a doscientos años de distancia y a la vista de los resultados parece evidente es que, el congreso de Viena para la Reconstrucción de Europa que tuvo lugar en 1815 tras las Guerras Napoleónicas, Inglaterra (EE.UU. es Inglaterra a todos los efectos) decide repartirse América: de Panamá al norte para EEUU; de Panamá hacia el Sur, Inglaterra. Europa sencillamente observa, minadas todas sus estructuras por los intereses británicos, y calla.

Inglaterra sí tenía y tiene muy claros sus objetivos, y se esmera con que, sutilmente, quede reflejada su impronta; así, el liberalismo y la dependencia europea, muy especialmente inglesa, quedaron plasmados en los símbolos nacionales y en las proclamas de los políticos separatistas.

Pero la cuestión no se limitaba a lo simbólico; pues, a cambio del apoyo de Inglaterra, Bolívar ofreció entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que le sirviese de centro comercial, de apertura hacia el Pacífico mediante la apertura de un canal en el istmo. Extremo que al final fue realizado por los Estados Unidos, por pacto que sellaba el acuerdo de reparto de América.

Y para no crear agravios comparativos que alterasen los ánimos de la oligarquía criolla, se procedió a la redacción de la Ley sobre la repartición de bienes nacionales entre los militares de todas clases de la República de Venezuela.

La riqueza quedaba repartida, como buen botín entre británicos y criollos… pero la mejor parte se la llevaron los británicos, que siempre buscaron más… Así, en 1826 se celebró en Panamá el congreso, denominado anfictiónico, convocado por Bolívar. En el mismo, rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. Planteó varios extremos que culminaban con que Inglaterra alcanzaría ventajas considerables por este arreglo; unas ventajas que se concretarían, en primer lugar, en la consolidación e incremento de su influencia en Europa; una circunstancia que se vería netamente apoyada por asentarse en América como árbitro económico y político, con lo que obtenía un lugar de privilegio para sus relaciones con Asia, y en esa dinámica, aseveraba Simón Bolívar, con los siglos llegaría a conformarse una nación cubriendo el universo.

Los indios adquirieron la igualdad prometida cuando se les arrebataron las tierras, y los gerifaltes liberales les obsequiaron con esa igualdad haciéndose propietarios de las inmensas haciendas que les habían sido reconocidas por la monarquía hispánica.

Pero el pago que recibió el éxito de los libertadores quedaría expresado de forma manifiesta por John Adams, segundo presidente de los EE.UU:  


Las gentes de Suramérica son las más ignorantes, las más intolerantes, las más supersticiosas de todos los católicos romanos de la Cristiandad […] Ningún católico en la Tierra mostró devoción tan abyecta para con sus sacerdotes, superstición tan ciega como ellos […] ¿Era acaso probable, era acaso posible que […] un gobierno libre […] fuese introducido y establecido entre tales gentes, sobre tan vasto continente, o en cualquier parte de él? Me parecía […] tan absurdo como […] [lo] sería establecer de¬mocracias entre las aves, las bestias y los peces.


Y en cuanto al desarrollo de las guerras separatistas, ¿qué decir de los libertadores? Si en Quito Sucre prendió fuego a una iglesia repleta de personas que huían del ejército que comandaba, en Pasto, Santander, siguiendo las órdenes de Bolívar y al frente de un ejército británico, cometió sobre el pueblo pastuso el peor de los genocidios, y en una fecha señera, el 24 de diciembre de 1822.

Pasto se había convertido en un bastión que no cedía el empuje separatista… Y Pasto era lugar estratégico para el desarrollo de los intereses comerciales británicos. El día 25, Antonio José de Sucre tomó Pasto imprimiendo una dura represión. Hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más escalofriantes abusos. No respetaron ni a los ancianos de 80 años ni a los niños de pecho.

Las acciones duraron tres días que debieron parecer eternos a los pastusos, y de su acción, como también había sucedido en la Península, no se salvaron los archivos públicos y los libros parroquiales.

Bolívar, a lo que resulta de las opiniones vertidas sobre Pasto, habría deseado que nunca hubiese existido… o habría deseado exterminarlo como posteriormente sería exterminado el pueblo selkman en la Patagonia.

Su odio hacia los pastusos parece alcanzar un grado de enfermedad, a juzgar por lo descrito por Luis Perú de Lacroix, masón y edecán de Bolívar, que escribió en sus memorias algunas sentencias del separatista, quién lanzó sobre los pastusos, públicamente, los peores epítetos que puedan imaginarse. E hizo más, sentenció que:


Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos.


El resquemor del pueblo pastuso perdura en nuestros días, pero también intentaron una réplica en el momento. Agustín Agualongo, quien creía haber encontrado el momento de la revancha, se lanzó sobre Quito con un ejército de unos ochocientos voluntarios. En el curso de esta campaña tomó Ibarra el 12 de Julio de 1823; pero el 17 tuvo un nuevo encuentro que resultó fatal. El ejército separatista, comandado por el agente británico Simón Bolívar, infligió una terrible derrota a los pastusos, de los que la práctica totalidad pagó con su vida la ilusión de la venganza.

Hecho prisionero Agualongo, fue ejecutado el trece de julio de 1824.

Ante el pelotón de fusilamiento exclamó que, si tuviese veinte vidas, estaba dispuesto a inmolarlas por su religión y por su Rey de España, suplicó que no le vendaran, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente, sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estirpe.

            Agualongo sí era indio… Y sólo la facción de Bolívar contó con entre 7000 y 8000 soldados británicos.

La acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un  ejemplo para el pueblo hispánico. Solo un genocida sin alma, o sencillamente un demente, pudo ordenar semejante actuación contra un pueblo.

Pero no fue sólo Pasto. Con relación a Coro, que tantas muestras había dado de mantenerse fiel a la Patria, manifestaba el genocida en carta a Rafael Urdaneta el 24 de diciembre de 1826:


Yo creo que, si los españoles se acercan a estas costas, levantarán 4 ó 5.000 indios en esta sola provincia.


En el cénit de Junio de 1825, como dándose cuenta del tipo de apoyos que contaba, reflexionaba Bolívar desde el Cuzco:


Es muy raro lo que sucede en el Alto Perú: él quiere ser independiente y todo el mundo lo quiere dejar con la independencia.


Pero no es eso todo. El 15 de junio de 1813 Bolívar decretaba la  guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros, dirigido por el mismo Bolívar.

En febrero de 1814, en Valencia, ordenaba la ejecución, por supuesto sin juicio, de 800 prisioneros. Acto que se repetiría en La Guaira y Caracas, donde el número de asesinados se elevó a unos mil.

La orden era contundente:


Señor comandante de La Guaira, ciudadano José Leandro Palacios.

• Por el oficio de  4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.

Para justificar esta actuación, el panegirista y controlador británico Daniel O’Leary no encuentra otro camino que el adentrarse en la leyenda negra creada por ellos mismos contra España, y acto seguido pone en manos de españoles aquello que sólo los británicos demostraron dominar a la perfección.

Pero la guerra a muerte, según los británicos, protectores de la buena fama de sus agentes, y en pluma de O’Leary, era repugnante para Bolívar, que se veía obligado a ejecutarla dada la terquedad de los patriotas.

A este respecto es necesario señalar la actuación llevada a cabo por los separatistas, al amparo de Inglaterra. Para ello, nada mejor que una cita de Luis Corsi:


En el curso de enero de 1813 el coronel republicano Antonio Nicolás Briceño, un verdadero delincuente, en asocio de algunos aventureros, principalmente extranjeros, lanzó el primer manifiesto de Guerra a Muerte en cuyo articulado se enuncia que para tener derecho a una recompensa o un grado bastará con presentar cierto número de cabezas en las siguientes proporciones: el soldado que presentase 20 cabezas sería hecho insignia en actividad, 30 le valdrían el grado de subteniente, 50 el de capitán, etc.; además, en la misma proporción se repartirían los bienes de las víctimas. Su texto fue enviado para ser refrendado a los generales Castillo y Bolívar, en sendas copias escritas con la sangre de dos ancianos peninsulares asesinados, cuyas cabezas adjuntó este «oficial de honor» como le denominó posteriormente Bolívar cuando a su vez supo de su fusilamiento por el «bárbaro y cobarde Tízcar».

Esa llamada a la guerra a muerte tenía ya sus antecedentes concretados el 13 de Agosto de 1811 cuando Miranda tomó Valencia por capitulación, tras lo cual procedió a ejecutar a sablazos a los cabecillas sublevados; una actuación que traería graves consecuencias también para Bolívar. La horma de su zapato la encontraría en el llanero José Tomás Boves, el cual llevó a cabo una feroz respuesta a la llamada de Bolívar.

Es en este momento convulso, cuando surgió José Tomás Boves, que llegaría a ser el demonio más temido por Bolívar: un personaje que, a juzgar por las críticas bolivarianas, que lo acusan de las mayores atrocidades contra los vencidos, de ser ciertas las acusaciones, se habría limitado sencillamente a reproducir las acciones del separatista.

Boves aportaría a la guerra el carácter de la lucha social. Su lema, al frente de un ejército de marginados sociales, era muerte a los blancos. Los blancos mantuanos eran identificados como los traidores a España, los señoritos cultos e ilustrados que habían apoyado las ideas liberales. Es cierto que sus tropas cometieron excesos; pero ni de lejos del calibre de los cometidos por Bolívar, y con el freno, si no firme, freno al fin, de Boves. El núcleo del ejército de Boves eran los guerreros del indio Vargas, más tarde integrados en el Batallón Numancia, y la infantería de marina de Monteverde, llegada de Cuba.

Pero, ¿quién era José Tomás Boves? Si Bolívar era un señorito, un terrateniente, un ilustrado, fiel servidor de sus benefactores británicos, Boves no era nada de eso; era un honesto trabajador que las circunstancias lo llevaron a dejar su oficio de pulpero en los Llanos de Guárico, y a convertirse en jefe de los llaneros, con la única idea de combatir al tirano.

Luego llegaría de la península en general Pablo Morillo, que acabaría con los excesos de Boves.

Excesos que, lamentablemente toman mayor virulencia en las guerras fratricidas. Las guerras separatistas de América son, en todo, una guerra civil; pero una guerra civil dirigida y prostituida por Inglaterra. Los ingleses combatieron en el bando separatista, no sólo con soldados y armada, sino, y sobre todo, dirigiendo y controlando.

Por cierto, cuando en 1812 fue vencido Francisco de Miranda,  comandaba un ejército de aristócratas anglófilos, siendo que su vencedor, Domingo Monteverde, capitaneaba un ejército de pardos, mulatos e indios comandados por el cacique Juan de los Reyes Vargas.

El terror al genocidio iniciado por las tropas separatistas precedía a su llegada. La fama de sus asesinatos corría de boca en boca. El despotismo, el ultraje y el saqueo tomaron cuerpo donde imperaban los separatistas, quienes, para mayor escarnio, hacían ostentación de su poder al amparo de los excesos que sobre la población indefensa ejecutaba un ejército de desarrapados que llevaba hasta el extremo el edicto bolivariano, que destruían todo a su paso: obrajes, pequeñas industrias…, todo aquello que perjudicaba a los intereses del mercantilismo británico, preparando el terreno para lo que vendría después.

En La Guaira, llena de prisioneros y pocas tropas, decide que el único camino es el fusilamiento, incluido el de los enfermos. El comandante Arismendi, aterrorizado por la magnitud de la masacre que se iba a perpetrar a instancias de Bolívar, amenaza con no cumplir la orden, pero el libertador insiste en que todos deben ser fusilados, sin perdón para nadie.

En este período la actividad militar del ejército patriota en el que, además de Boves, debemos reseñar la especial actuación de Francisco Morales y Francisco Rosete entre otros, acaba destruyendo la Segunda República separatista de Venezuela, cuyos generales, Santiago Mariño, José Félix Ribas, Rafael Urdaneta, y otros, con Simón Bolívar incluido, fueron sucumbiendo sin solución.

Ante esa situación, Antonio Nariño recibió autorización del Congreso Republicano para presentar la rendición, pero Bolívar se impuso ante el mismo congreso y, tras tomar Caracas, la sometió a saqueo, proliferando gran cantidad de asesinatos, lo que posteriormente daría pie a la réplica que después desarrollaría el también masón Pablo Morillo.

En 1813, La situación del momento la refleja el separatista Rafael Urdaneta, quién en un comunicado deja manifiesta la españolidad de los pueblos, y su oposición activa.

Muestra de esa actitud popular fue dada por el Cabildo de Pasto el 4 de abril del año 1814 cuando, en respuesta a una misiva del General Antonio Nariño conminando a los pastusos a deponer las armas y a sumarse a la revuelta, amenazando de lo contrario con una incursión militar, estos responden con su declaración de españolidad.

Pasto sería vencida y sometida a todo tipo de vejámenes: fusilamientos, asesinatos, expropiaciones y destierros.

La libertad de acción de la Gran Bretaña queda manifiesta en estos momentos. Las tropas nacionales estaban desgastadas y eso dio pie a que en 1819, en Angostura, se proclamase el Supremo Congreso de la República al tiempo que el ejército separatista se iba haciendo con el control del territorio, siempre con el apoyo británico, el cual se fortaleció el 21 de enero de ese mismo año con el aporte de un nuevo cuerpo de voluntarios británicos al mando de James Rooke, que arribaron a bordo de dos barcos: el Perseverante y el Tartare.

A pesar de todo, la guerra era manifiestamente favorable a los ejércitos patriotas, que en 1819 tenían el control de casi todo el territorio a pesar de carecer de refuerzos provenientes de la Península, que justo en ese momento se disponían para partir.

Pero en enero de 1820 la acción traidora de Rafael de Riego, cabeza de la expedición del Ejército Expedicionario, y servidor de los intereses británicos, impidió que esa misma expedición embarcase, iniciando en su lugar una nueva revuelta en la Península. Y ello comportó, además la desmoralización de las tropas y la exaltación de los separatistas, que consiguientemente pudieron acometer Perú por el norte y por el sur. Ello posibilitaría de forma determinante la ruptura de la España americana.

Medidas que estaban tomadas, sin lugar a dudas, desde las más altas instancias del gobierno de Madrid, que si por una parte había sido el encargado de la formación del ejército, todo señala que lo hizo para salvar las apariencias, mientras por otra se mostraba sumiso a las instrucciones recibidas de Londres.

Los refuerzos británicos, por contra, se producían a buen ritmo al tiempo que el gobierno del Trienio liberal suprimió todo tipo de auxilio a los realistas americanos; paralizó las operaciones militares de forma unilateral, y envió negociadores a los separatistas, convirtiéndose, de hecho, en un aliado de los movimientos secesionistas. Entre tanto, el 20 de noviembre de 1819, Simón Bolívar declaró la independencia de Venezuela; y el 17 de diciembre del mismo año se erigió la República de Bolivia.

La operación significó que Morillo abandonase el mando de las tropas, cuando tenían controlado el territorio, y que marchase a la Península sin tan siquiera despedirse de sus oficiales.

Y para redondear, casi dos meses después de la asonada de Riego,  se produjeron nuevos levantamientos en la Coruña; en Ocaña, en Zaragoza, Barcelona y Pamplona. La España de pandereta…

En 1820, los liberales, al tiempo que tenían conversaciones con los separatistas y organizaban la asonada de Riego, enviaban a O’Donojú a México en sustitución de Juan Ruiz de Apodaca, con el supuesto objetivo de frenar el grito de independencia que había declarado Iturbide, pero su única acción ante este fue la capitulación. Echó de Méjico los batallones europeos, disolvió las milicias leales que aún había, y ocupó el segundo lugar en la junta soberana establecida en Tacubaya.

Toda esta situación favorecía los intereses de la Gran Bretaña, que veía cómo España fraguaba su propia atomización.

Era la coreografía indispensable para llevar a cabo la tragedia de la desintegración nacional. La traición a la Patria llevada a cabo por Riego no pudo ser un hecho casual, sino una acción destinada a posibilitar lo que en breve sucedería de forma irremisible: la quiebra del Imperio y su fragmentación para uso y disfrute del imperio británico. 

Así, el 20 de agosto de 1821, el Congreso de Cúcuta sancionaba una constitución liberal. Bolívar era elegido presidente de la Gran Colombia, y Francisco de Paula Santander, su vicepresidente.

Pero Santander también quería ser cabeza de ratón, y esto no disgustaba a Inglaterra, que prefería tratar con colonias manejables; así, en Colombia, los partidarios de Bolívar se vieron obligados a ceder, constituyéndose en 1832 como República de la Nueva Granada, con lo que quedaba disuelta la Gran Colombia.

Mientras tanto, en la Nueva España, Agustín de Iturbide consiguió organizar el movimiento separatista, que contó con el apoyo de los realistas, contrarios a la política liberal del gobierno, y declaró la independencia. En Setiembre del mismo año Centroamérica se declaraba también independiente y Panamá se adhería a la Gran Colombia. Al año siguiente, 1822, se proclamaría Iturbide emperador de México. Le siguió en el ejemplo, de manera inmediata, Guatemala, que en principio de unió a México para abandonarlo después con la idea de formar parte de las Provincias Unidas de Centroamérica.

El 24 de Junio de este mismo año 1821, y tras la batalla de Carabobo, Venezuela se declaraba independiente. También este año se declara la independencia de México.

Bolívar invade el Ecuador y, tras la victoria de Pichincha de 24 de Mayo de 1822, declara la independencia.

En agosto de 1824, Lima caía nuevamente bajo la órbita de Bolívar; la actividad masónica continuaba. Unos oficiales sobornados por Simón Bolívar destituyeron al virrey Joaquín de Pezuela y pusieron en su lugar a José de la Serna, quien procedió de inmediato a licenciar a los batallones leales. Pronto, el 9 de diciembre, tuvo lugar la batalla pactada de Ayacucho, donde Sucre venció definitivamente a las tropas realistas; una farsa en la que tomaron parte, uno indirecta y otro directa, Espartero y Maroto, destinados a señalarse también en el futuro.

La batalla de Ayacucho será la que marque el punto final; la sentencia definitiva al desmembramiento de la Patria; sin embargo, no fue, como dice la historiografía oficial, la batalla de Ayacucho el fin de la presencia realista en América del Sur. Olañeta continuó manteniendo en Potosí la españolidad de América… y otros movimientos patriotas seguirían resistiendo durante décadas.

Tras conocerse en Londres el resultado de la batalla de Ayacucho, un jubiloso Canning dijo ante el Parlamento inglés: El clavo está remachado. La América española es libre, y si no gobernamos tristemente nuestros asuntos, será inglesa.

Conseguidos ya todos los objetivos militares británicos, tocaba consolidar otros aspectos; así, en Panamá, al amparo de la crisis nacida como consecuencia del enfrentamiento entre Bolívar y Santander, en un acta del 16 de septiembre de 1826, los mercaderes istmeños plasmaron su proyecto: no importa cómo se resuelva el problema político en Colombia, siempre que ambas partes coincidan en convertir al Istmo en un país hanseático.

Era el signo del destino a que está sometido el mundo hispánico en el proyecto británico: la absoluta disolución, hasta las últimas consecuencias, y siempre que conlleve el sometimiento a los intereses ingleses.

Un nuevo estatuto colonial bajo la forma de protectorado en el que los ingleses son los guardianes, en principio, de la economía; y de ahí, a todos y cada uno de los ámbitos de la vida… hasta la imposición de su música, de su comida basura, de sus vicios, y últimamente de su idioma.

Debemos tener presente que la 1ª Junta de las Provincias Unidas (Luego Argentina) alargó sin fecha de finalización el convenio de libertad de comercio de Inglaterra, siendo que la balanza de pagos era contraria a las Provincias Unidas, … en un 90 por ciento. Por cada 10 unidades monetarias que exportaba, importaba cien de Inglaterra.

Todas esas situaciones son objetivos conseguidos por los libertadores, y muy en concreto por Simón Bolívar.

Quedaban solos los patriotas defendiendo en América la integridad de la Patria.

Ya en plena derrota, esas fuerzas nacionales que nunca contaron con el apoyo desde la España europea, sencillamente porque la España europea se encontraba inmersa exactamente en el mismo proceso de descomposición que América, posibilitó el surgimiento de diversos movimientos autónomos decididos a morir en el empeño de defender la Patria. Así, en Chile, los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches y pehuenches, prosiguieron la lucha por la Patria, como en la Nueva Granada la prosiguió Agustín Agualongo, o en el Perú Antonio Huachaca. Y con ellos, José Dionisio Cisneros, Mateo García Pumacahua, Pedro Huachaca, Tadeo Choque, Pascual Arancibia, Francisco Lanchi, Bernardo Inga…

Ninguno de estos héroes tiene el menor reconocimiento por parte de la monarquía española, desde el momento que realizaron sus actos en defensa de la Patria y hasta hoy mismo. Nada extraño si asumimos el hecho que la misma España también es colonia británica.

Bolívar sí tiene monumentos; ellos no.

Pero Bolívar no pudo ver culminada su carrera. William Pitt y Francisco Miranda dicen que, al haberse declarado católico por motivos políticos, no se le pudo nombrar Oficial del Ejército Británico.

No obstante, hay que reconocer que Inglaterra sí sabe honrar a sus títeres; así, si Sucre luce en su tumba de Quito una inscripción en bronce donde el ejército británico agradece su colaboración, en la Belgrave Square, Londres existe una estatua en honor de Bolívar cuya inscripción reza: «Estoy convencido de que únicamente Inglaterra es capaz de proteger los preciados derechos del mundo, ya que es grande, gloriosa y sabia.»

 

También podría rezar una de sus mejores expresiones: «Yo no he podido hacer ni bien ni mal: fuerzas irresistibles (tal vez sería mejor decir ocultas) han dirigido la marcha de nuestros sucesos.» 

Pero esas fuerzas irresistibles ya estaban identificadas por algunos españoles condenados al ostracismo; así, el manifiesto de los realistas puros de 1 de Noviembre de 1826 señalaba esos enjuagues destacando al ministro Calomarde, que habría cobrado 20 millones de reales a cambio de asumir los empréstitos que Inglaterra había hecho a las Cortes de Cádiz.

Y es que ningún separatista ocultó su dependencia política y económica de Inglaterra; y, lógicamente, ésta se extendería como el aceite por toda la América. Todos los territorios “liberados” fueron firmando onerosos tratados de comercio que los encadenaban a Inglaterra.

            Hacia 1829, Colombia tenía una deuda acumulada de 6.688.949,20 libras esterlinas. Los tres estados en que se balcanizó se verían lastrados  por la que sería conocida como «Deuda Inglesa». Muestra de lo acaecido con todos los tratados de comercio que fueron firmados por todos los países “independientes” (incluido el que continuó llamándose España), surgidos tras la diáspora.

Una sucesión de actos de traición a la Patria que tuvieron lugar a uno y otro lado del Atlántico. Como ejemplo del rosario de actos que podemos calificar de traición a la Patria, vamos a señalar tres hechos: Simón Bolívar propone, el 6 de Julio de 1829, situar a Colombia como protectorado de la Gran Bretaña; José María Urvina, presidente que fue de Ecuador entre 1852 y 1856, solicitó formalmente a los EE. UU. convertir Ecuador en un protectorado; Eloy Alfaro ofreció Galápagos a EE.UU. como base militar permanente, y de hecho fue utilizada como tal durante el curso de la II Guerra Mundial… Pero podemos seguir con las Islas Malvinas, con Puerto Rico, con Filipinas, con el no uso del submarino en la guerra contra Estados Unidos… en un rosario sin fin.

Pero desgranemos alguna cuenta más del rosario en estos primeros momentos de la separación. Olmedo Beluche nos señala que el año 1830:


Un grupo de notables panameños, agrupados en el Gran Círculo Istmeño  gestionan ante el cónsul británico la secesión de Panamá, colocándolo como un protectorado inglés.

Tal vez animados por esta invitación, en 1836, los británicos reclamaron el derecho de administrar el territorio de Belice, quedando como colonia subordinada a Jamaica con el nombre de Honduras Británica.

Era la respuesta lógica de quienes tantas invitaciones habían recibido para efectuar su labor depredadora, ya que la sumisión a Inglaterra fue reiteradamente solicitada por Bolívar.

A mediados de marzo de 1825, encontrándose en Lima, lo escribió al Vicepresidente Santander y se lo dijo también al Capitán de navío inglés Thomas Mailing.

No era un brote puntual de agradecimiento del siervo a su señor, pues este mismo extremo volvió a repetírselo a Santander en el Cuzco en julio de 1825. Y el embajador en Londres volvería a hacerlo en diciembre del mismo año…

Quedaba claro que las nuevas formas de colonización llevadas a cabo por Inglaterra no pasaban por la ocupación militar, pero Bolívar no acababa de entenderlo y continuó insistiendo en su petición. Así, volvió a exponerlo al Cónsul General en el Perú en 1826… y lo único que consiguió fue que la metrópoli estuviese presente en el Congreso anfictiónico de Panamá de 1826. Y nuevamente volvió a la carga en 1827.

Y en medio de esta merienda de británicos, Gregor MacGregor, el compañero de Miranda y luego general de Bolívar, bajo cuyo mandato se proclamó durante dos meses Brigadier general de las provincias unidas de Nueva Granada y Venezuela, y general en jefe de los ejércitos de las dos Floridas, fue nombrado diputado en el congreso constituyente de Cúcuta. En 1820 se autoproclamaba cacique del Principado de Poyais y Costa Mosquito. Este aventurero moriría en Venezuela con el rango de general, y América entera se había convertido en mercadería en manos británicas.

            Inglaterra se apoderó de todos los recursos naturales a uno y otro lado del Atlántico…  Y todo a un moderado coste ajeno…. Medio millón de muertos que el separatismo americano (al alimón con el coro de agentes enquistados en los órganos de poder de España) inmoló en honor de sus amos.

Del enjuague no se libró Fernando VII, que a cambio del reconocimiento de la ruptura de la Patria, recibió quinientos millones de reales del maquiavélico gabinete británico, en un depósito en el Banco de Inglaterra.

Y todo, pagado con los fondos de los virreinatos, que previamente habían sido saqueados, con la connivencia de los «libertadores», por Inglaterra.

En lo económico, las consecuencias de la conquista británica de España se resumen en que entre 1820 y 2008 la brecha entre Hispanoamérica y el mundo capitalista pasó de 0,9 a 2,8 veces el PIB per cápita de Hispanoamérica o, lo que es equivalente, la región pasó de tener algo más de la mitad del PIB per cápita de Occidente a solo una cuarta parte. El propio barón de Humboldt manifestó que si la riqueza per cápita en Francia era de 14 pesos, la de México era de 10, mientras en la Península era de siete.

Qué se destruyó con la conquista británica de España es muy largo de explicar, en lo político, en lo social, en lo económico… Hoy ningún país surgido tras la gran asonada del siglo XIX tiene significación alguna en ningún campo. Desde España hasta Filipinas, todos estamos sometidos al dictado de quienes procuraron y consiguieron romper lo que el pueblo español no supo mantener. Por ejemplo, debemos señalar que en el siglo XVIII la estructura política más extensa del mundo era China, cierto, y la segunda, el Virreinato de la Nueva España, con un ámbito territorial que abarcaba el actual territorio de México, toda América Central, Florida, Texas, Alabama, California, Misisipi, Alaska, Canadá Occidental, América Central, Caribe y Filipinas.

La Hispanidad segmentada fue presa fácil del colonialismo anglonorteamericano, que fomentó, y sigue fomentando, disputas territoriales que inequívocamente van en perjuicio de todos, menos de los anglonorteamericanos.

A partir de esta fecha, España (y la Hispanidad, en conjunto o segmentada) no aparece en los libros de la historia mundial.













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