miércoles, septiembre 06, 2023

Las guerras separatistas en América



Las guerras separatistas de América tienen un largo recorrido que las hacen enlazar directamente con la Guerra de Sucesión.

En 1711, se procedería a la creación de la mejor arma al servicio de Inglaterra: la masonería, y a la redacción del  “proyecto para la destrucción de España.

A ese plan, actualizado por Maitland y por Pitt,  se ceñiría San Martín en su campaña de los Andes, conforme señalaba el cónsul Staples a su gobierno para pedirle autorización para llevarla a efecto.

Éste hecho, y otros destacables, muestran que la organización del separatismo tuvo lugar en Londres, donde recalaron la práctica totalidad de los próceres desde el último cuarto del siglo XVIII.

El 22 de Diciembre de 1797 se reunieron en París Antonio José del Pozo, Francisco Miranda y Pablo de Olavide, y redactaron un acta en la que entregaban a Inglaterra todo; luego llegarían los tratados comerciales, el expolio… pero nada de ello fue exceso británico, sino cumplimiento de un pacto. 

Con los informes de todo tipo que Miranda presentó en 1800, Inglaterra llevó a efecto dos invasiones de Buenos Aires… Y un año después de la segunda, en 1808, se aliaba con España en la lucha contra Napoleón… La verdad del cuento es que en 1808 comenzó la conquista de España, que culminó en 1824 en Ayacucho.

9.000 soldados comandados por Sir Arthur Wellesley, que había partido con el objetivo de atacar Buenos Aires, desviaron su rumbo en julio de 1808 para “ayudar a España”.  

Wellesley sería nombrado capitán general del ejército y duque de Ciudad Rodrigo. Su actividad se centraría, además de vencer a Napoleón, en destruir la industria española y en organizar el movimiento separatista americano, contactando con los que acabarían siendo denominados “libertadores”.

En 1811, con la sublevación en todo su furor, Carlos María Alvear, escribió una carta  al gobierno de Gran Bretaña en la que reclamaba el envío de «tropas y un jefe» porque, decía: «Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».

Pero no es sólo el exabrupto de un contrabandista. También Bolívar manifestaba su deseo de servir a Inglaterra.

E Inglaterra siguió aprovechando la ayuda ofrecida. Así, en febrero de 1817 iniciaba San Martín la campaña de Chile, tras la cual organizaba una armada al mando de Lord Cochrane, con la que atacaría Perú. Y los nombres como Mac Gregor, Soublette, Ardí, Dubouille, Rook, Foley, Mackintosh, Wilson, se hacen comunes entre los separatistas.

Desde 1808 se había extendido en América un clima social similar al de la Península. Una guerra civil entre tradicionales y liberales, pero las proclamas que se realizaron en todos los lugares destacaban su fidelidad a la Patria común.

La deriva quedaría palpable en 1811, cuando se sucedieron importantes hechos tendentes a la disgregación, y a lo largo del año 1813, se aceleraron los acontecimientos. 

España no tenía ejército en América. Sólo había pequeñas unidades… y  los peninsulares avecindados no alcanzaban a 300.000, lo que representaba el dos por ciento de la población total.  

Esa situación, a pesar de la debilidad del movimiento separatista, produjo un equilibrio que se prolongó hasta febrero de 1812, cuando llegó un contingente a México y el capitán de fragata Domingo Monteverde llevó a Coro una compañía de infantería de marina con 130 hombres con la que  pondría fin al experimento de la primera república venezolana.

 Pero acabó la guerra contra Napoleón en Europa, y en septiembre del 18 llegaba a Venezuela una nueva legión de mercenarios británicos. Sólo la facción de Bolívar contó con entre 7 y 8000 soldados británicos que cubrían todas las falencias, como la del 25 de julio de 1819 en la batalla del Pantano de Vargas, donde la mayoría de neogranadinos desertaron, siendo los ingleses, comandados por James Rooke quienes tomaron la iniciativa, que fue premiada por Manuel Manrique, concediendo a los ingleses la «Estrella de los Libertadores» 


Los reemplazos del ejército de Bolívar se componían en gran parte de refuerzos británicos y de alistamientos forzados que eran conducidos bajo fuerte custodia para evitar su deserción. Observadores extranjeros consignaron que los reclutas llevaban atadas las manos durante las marchas y sólo recibían armas al entrar en combate.


No sucedía lo mismo en el bando patriota, donde tanto el ejército (Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, escuadrones de caballería aymara, Regimientos de Chumbivilcas, Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco) como las unidades irregulares de Boves, Agualongo, Benavides, Pincheira, Huachaca… se nutrían de voluntarios, muy especialmente indios.


Y es que el 90 por cien de los realistas estaba compuesto por indios, mestizos, pardos, blancos y negros, siendo el 10 por ciento restante peninsulares cuya reposición fue atendida únicamente por reemplazo de americanos.


Dada la composición de los ejércitos podemos aseverar que las guerras separatistas no fueron sino un acto de conquista llevado a cabo por Inglaterra, al que no le faltó teatro, y no solo el de Ayacucho, ya que desde 1808 y hasta hoy mismo, la función no hubiese sido posible sin la actuación estelar de la monarquía y de la clase política españolas.

Hemos hablado del Sur, pero, ¿qué pasó en el norte?

Si en el sur hubo embrollo dentro del ejército realista, el embrollo del norte es difícilmente digerible; tan indigerible como lo acontecido en la península. 

Así, el caso de Agustín de Iturbide es paradigmático. 

De militar realista pasó nada menos que a emperador. 

Combatió a Miguel Hidalgo, que sería fusilado mientras Iturbide se ganó el ascenso a capitán. 

Pero José María Morelos, de la mano del agente usense Peter Ellis Bean, continuaría la guerra hasta 1815, cuando tomados presos, Morelos declaró la implicación de los Estados Unidos.  

Morelos fue fusilado, y Agustín Iturbide, que había sido su perseguidor, acabaría relevándolo en 1821.

El caso de México fue sensiblemente diferente al del resto de América. Aquí, el 55 por ciento de los ejércitos revolucionarios estaban compuestos por indígenas, y el cariz que insuflaron los próceres al mismo le dieron unas características similares a las que revistieron la Revolución Francesa. Tan es así que el asalto a la alhóndiga de Granaditas, por su crueldad, es un remedo de la toma de La Bastilla. 

El 16 de septiembre de 1810 tuvo lugar el levantamiento armado en Dolores dirigido por Miguel Hidalgo; Ignacio Allende, Juan Aldama y José Mariano Abasolo lo secundaban. El 18 de septiembre se convocaba a un Cabildo abierto en Santiago de Chile. El 20 de Octubre comenzaba en Quito la revolución autonomista. En noviembre, Miguel Hidalgo ordenaba degollar peninsulares en Valladolid (hoy Morelia). El 12 de diciembre, en la barranca de Oblatos, son asesinados 360 peninsulares.

Mientras tanto, la descoordinación y el enfrentamiento entre las tropas leales a España era manifiesta.

A la par que sucedía esto en México, los ingleses transportan a Bolívar a La Guaira el 5 de Diciembre de 1810; y a Francisco de Miranda, cinco días después. Miranda sería designado comandante en jefe de los separatistas. 

El 1 de agosto del 13 fondean en Zihuatanejo, México, seis barcos estadounidenses que llevaban armas.

Con la llegada del año 1814 y la reinstauración en Madrid del «deseado», y antes de ser reconocido como «el felón», sucederán nuevos y significativos acontecimientos. 

El precio pagado sería el recrudecimiento de los ataques contra la banda americana del reino, y ello porque la banda europea ya estaba bien controlada con una inestabilidad que imposibilitaba un mínimo de coordinación. 

Ese mismo año Felix Calleja, Virrey de la Nueva España, alertaba acerca del considerable crecimiento en el número de corsarios usenses, portadores de ayuda para los separatistas. 

Mientras, las conspiraciones palaciegas y las sublevaciones liberales mantenían un perfecto desorden en la península. 

En esa situación llegó el año 1820, cuando el alzamiento de Riego, organizado y sufragado por la inteligencia británica, tuvo gravísimas consecuencias en América. No fue la menor la desmoralización de las tropas, que habiendo logrado contener la sublevación, se encontraban sin recibir los refuerzos que tanto necesitaban. También la asonada fue en beneficio del separatismo, que con el apoyo de la armada británica de Thomas A. Cochrane posibilitó a San Martín la toma de Perú en 1821. 

Y José Antonio Zea afirmaba: 

El comercio inglés nos suministra con mano liberal todos los medios de conquistar nuestra independencia, y el comercio inglés obtendrá, sin necesidad de algún tratado, una preponderancia eterna en este continente. Es de toda justicia lleve el premio de los riesgos que ha corrido.

Mientras, la oligarquía absolutista de Nueva España, que veía peligrar sus privilegios, maquinó el establecimiento de una monarquía independiente. El virrey Juan Ruiz de Apodaca nombró a Agustín de Iturbide comandante general del Ejército del Sur y le encomendó la tarea de someter a Vicente Guerrero, con quién efectivamente se reunió… y, juntos, presentaron el llamado Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821.

Cinco meses después llegaba a México, como nuevo gobernador general, Juan O’Donoju, cuya primera gran misión fue dar impulso a la masonería.

Con este nuevo personaje en el teatro mexicano, se celebran los tratados de Córdoba entre él, reconocido liberal, jefe político superior y capitán general de la Nueva España, y Agustín de Iturbide. Inmediatamente O’Donojú disolvió las milicias leales y reconoció la Independencia de la Nueva España.  El 27 de septiembre, entró Iturbide en la Ciudad de México. Este hecho marca de manera simbólica la culminación del movimiento independentista mexicano, en el que el propio O’Donoju ocupó el cargo de segundo.

El 19 de mayo de 1822 Iturbide sería proclamado emperador con el nombre de Agustín I.

Lo curioso es que en estos momentos el movimiento independentista había desaparecido en la Nueva España. Y quien proclamaba la independencia era el mismo que había aplastado el movimiento de independencia.

El 9 de diciembre de 1824 tenía lugar el teatro de Ayacucho. América había dejado de ser libre y se había troceado en colonias que adoptaron las formas de la metrópoli… hasta llegaron a facilitar que sus señores llevasen a cabo algún genocidio, como el de los Selknam.

Los agentes más radicales como Morelos, Artigas, Bolívar o Sucre fueron útiles hasta Ayacucho, y se hacía necesario dedicarlos a otros menesteres. No era tarea fácil, y solo de San Martín consiguieron grandes resultados en los Países Bajos.

Con los otros tuvieron que lidiar de otra forma, y en concreto supieron reconducir el conflicto entre Bolívar y Santander, siempre en beneficio propio, desmontando la Gran Colombia.

Era la coreografía indispensable para llevar a cabo la tragedia de la desintegración nacional. La traición de Riego no pudo ser un hecho casual, sino una acción destinada a posibilitar la quiebra del Imperio y su fragmentación para uso y disfrute del imperio británico. 

El 2 de Febrero de 1825 se firmó el Tratado de amistad entre los gobiernos de las Provincias Unidas del Río de la Plata y S.M. el Rey del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda. Sería el primero de los tratados firmados por Inglaterra, base de los demás.

Los puntos II y III del tratado marcan las diferencias. En el segundo se afirma que habrá una recíproca libertad de comercio. Los habitantes de los dos países podrán llegar con sus buques a todos los parajes, puertos y ríos, entrar en los mismos y permanecer y residir en cualquier parte de territorios de las Provincias Unidas. Mientras en el tercero se marca que los habitantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata podrían acceder a los dominios de S.M.B. fuera de Europa (ojo al dato, no a Inglaterra) para realizar la misma libertad de comercio y navegación, siempre que lo hiciesen en barcos construidos en sus astilleros… dando la casualidad que los astilleros habían sido destruidos en la guerra.

El «tratado» permitía también a los ingleses la introducción de manufacturas sin derechos de aduana; todo súbdito británico tendría la misma libertad que los naturales; no se les podría obligar a emplear a naturales de las Provincias Unidas… Se concedía libertad para fijar precios; en caso de guerra, los ingleses tendrán el privilegio de permanecer y continuar el tráfico. Los ingleses podrían tener iglesias y capillas en las Provincias Unidas, mientras los argentinos, en los dominios británicos podrían gozar de «libertad limitada de conciencia».

¡Y a eso se le llama tratado! Pero hay más… a Inglaterra se la designa como Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, con claro carácter de estado organizado, y las Provincias Unidas del Río de la Plata son señaladas como «territorios».

No es tema baladí, pues tal designación corresponde a un territorio sin jurisdicción reconocida. Una tierra de nadie que queda sometida a Inglaterra. 

Jorge Canning, Primer Ministro Británico sentaba el nuevo principio de colonización británico: Comercio, no Territorios, con lo que hoy, la Hispanidad, es un conjunto de territorios tributarios gobernados por naturales manifiestamente vasallos de Inglaterra. 


Y tan es así que Julio Argentino Roca, el hijo de quién con el mismo nombre había realizado el genocidio indígena en la Patagonia y en la Pampa, no dudó en reconocer en 1933 sobre Argentina que «si bien es cierto que no figura en los mapas, es una parte decisiva del Imperio Británico».


Acuerdos similares fueron firmados por la Gran Colombia, por Perú, por México…


En 1835-1836 Texas se separa de la República mexicana. Y la Doctrina Monroe, anunciada en 1823, comenzaba a asentarse.

 Por el tratado Clayton-Bulwer de 19 de abril de 1850, Inglaterra y Estados Unidos se repartían la zona de influencia sin que ningún país resultante de la diáspora tomase parte en el mismo. Del mismo modo tuvo lugar el tratado Dallas-Clárendon que consolidaba la colonia inglesa en Belice…

Tras la secesión americana, la nación más implicada en la misma no solo se hizo con el dominio económico del continente, sino que procedió a la invasión militar de territorios como las Malvinas (1833), Guayana (1834) y Belice (1836), como asentamientos fijos para el control del continente, al tiempo que los Estados Unidos usurpaban a México la mitad de su territorio (1848).

En esa situación de anarquía, los nuevos países libres, toda la Hispanidad (incluida, por supuesto, España), se enzarzaron en un sinfín de enfrentamientos armados; en un totum revolutum que siguió beneficiando a los mismos. 

Como consecuencia, el anexionismo usense tomó cuerpo en 1836, cuando los colonos gringos, que habían sido bien recibidos con la excusa del centralismo que se pretendía instalar, declaran la guerra en Texas y se declaran independientes. 

Era el mal de toda la Hispanidad. Las guerras separatistas de América significaron la fragmentación de la Patria Hispánica y, consiguientemente, su sometimiento a la voluntad de la Gran Bretaña. El primer presidente del Ecuador desde mayo de 1830, general Juan José Flores, lo reconocería y aseveraría que

En toda Hispanoamérica, desde México a Buenos Aires, la parte más rica, la más prestigiosa, del comercio local quedará en manos extranjeras; luego de cincuenta años en Buenos Aires o Valparaíso, los apellidos ingleses abundarán en la aristocracia local. 

El colonialismo se hizo evidente; los comerciantes ingleses gozaban de todos los privilegios, y para 1840, los comercios más ricos habían pasado a manos de comerciantes ingleses. 

Y todo formaba parte de un mismo plan: la separación en pequeñas repúblicas; aislar poblaciones; hacer que el desarrollo de la minería fuese una quimera; y, para ello, nada mejor que la creación de «estados independientes» separados por fronteras que dificultasen el tráfico de los bienes de consumo precisados por los mineros y que eran producidos en otras partes. Y el objetivo fue plenamente conseguido.

México perdió más de la mitad de su territorio entre el 36 y el 48.

Todo tiene un costo, en ocasiones económico, en ocasiones de otro ámbito; en toda la Hispanidad los costos de la separación fueron muy altos. Costos económicos, sí, pero el mayor que pagamos fue la pérdida del orden político, y también el social.  

Ello reportaría, además de la separación política de territorios que dentro del Imperio Español estuvieron unidos, la pérdida de la economía, la pérdida de la paz, la pérdida de la independencia, la pérdida de la cultura; y todo, a cambio de la asunción del subdesarrollo, del desorden y el enfrentamiento en todos los ámbitos, lo que llevó a una desestabilidad que, con distintos grados de intensidad, se ha alargado durante dos siglos.

La hermandad entre sus tierras y entre sus gentes quedó quebrada, y ello reportó un grave perjuicio inmediato. En nada se pareció la independencia de los Estados Unidos a la dispersión del Imperio Español, porque la Constitución de Estados Unidos les reportó la unión, mientras que en el mundo hispánico se produjo la dispersión. 

Para los Estados Unidos el punto de partida fue la independencia; para nosotros el punto de partida es la familia hispánica. Una familia que está sumida en una separación forzada, pero que no debe olvidar nunca que México, cuando estábamos unidos, pagaba las minusvalías generadas por las islas del Caribe y por Centro América; que Perú pagaba la subsistencia de Montevideo… En fin, que cada provincia generadora de más recursos cubría las necesidades de las de menores recursos. 

América pasó de tener una boyante economía destinada a imperar durante los siglos siguientes, a estar sometida y aniquilada por economías opresivas. Sobre los que el sociólogo Raymond Aron comentó:

Los americanos del sur se deslizaron hacia el subdesarrollo durante el siglo XIX sin caer bajo el yugo de algún conquistador, por culpa de ellos mismos. (Corsi: 55)


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