Soy consciente que el título que encabeza estas que podemos llamar meditaciones, es pretencioso, sencillamente porque no soy capaz de determinar las circunstancias que envolvieron al reino visigodo. Digamos que lo correcto sería titularlo: “Algunas circunstancias del reino visigodo”, y no por ello me libraría de las merecidas críticas ácidas de cualquiera que conozca con mejor detalle esos pormenores.
No obstante, y dado que entiendo como más positivo intentar conocer algo que envanecerse en el desconocimiento de algo, me atrevo a la ridiculez de pretender dar algo de luz sobre un momento crucial de la Historia de España que tanto se parece al momento que actualmente vivimos.
Poco espero aportar con estos comentarios, pero me atrevo a hacerlo ante el nada generalizado. Sólo quiero hacer un viaje, muy por encima, de este momento apasionante de la Historia de España.
Echaremos en falta el comentario sobre suevos, vándalos y alanos, pero eso lo dejaremos para mejor ocasión.
Todos ellos eran conocidos en el imperio romano como germánicos, aunque la extracción de todos ellos era diversa, y todos eran conocidos como “bárbaros”, significando originariamente sencillamente “extranjero”. El tono peyorativo que hoy tiene la palabra, sin duda fue conseguido por la propia actuación de los bárbaros, que en no pocas ocasiones eran sencillamente la negación de la civilización.
Roma temía invasiones procedentes de la frontera septentrional del imperio; por ello, los grandes emperadores, en especial Julio Cesar, dedicaron grandes esfuerzos a consolidar la frontera, anexionándose las Galias e iniciando una campaña que, por el asesinato del emperador no pudo dar fin a la conquista total de Germania. Augusto abandonó la campaña, y ello, a la larga, posibilitaría las asonadas de los siglos posteriores.
La crisis sufrida por el Imperio era evidente en lo moral, en lo patriótico, y también en lo económico. Se produjo déficit en la balanza de pagos y el Imperio debía pagar sus importaciones con oro, del que carecía, por lo que ya en tiempos de Nerón se produjo una devaluación el año 64, que se iría repitiendo sucesivamente, llevando al denario de plata a un descenso de peso y de ley que en el segundo siglo de nuestra era llegó al 70%. La crisis afectó a todos los sectores económicos, pero se inició en el sector agrícola, que en el siglo III derivaría en economía autárquica .
En líneas generales, los productos que dominaron en la agricultura española posterior al siglo V fueron, al igual que en las épocas precedentes, los de la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo) y los de huerta. Y en cuanto a otros aspectos de la economía, San Isidoro habla de la explotación de placeres auríferos cerca de Toledo. Se sabe también que continuó la explotación de las minas de mercurio de Almadén, y de otras menos importantes de plomo, así como la de las salinas de varias localidades de las provincias tarraconense y cartaginense, siendo la sal un producto de exportación. No se tiene noticia de otro tipo de explotaciones mineras en la España visigoda, aunque es muy posible que hubieran minas de hierro, cobre, etc., para atender a las necesidades de la industria metalúrgica del país para la fabricación de armas y útiles agrícolas, sobre todo.
En cuanto a las costumbres, a los modos de los godos, en el transcurso de los años, con el contacto permanente con Roma, con el trato que tenían con los prisioneros romanos que tomaban, fueron suavizándose y civilizándose, llegando a influir en ellos la cultura greco-latina y el cristianismo. En este tiempo habían pasado de ser meros guerreros, a cultivar la tierra, a explotar la minería, y a comerciar con el Imperio. Esta actividad les llevaría a la búsqueda de territorio donde asentarse, que tomaría cuerpo con el emperador Aureliano, quien en 270 reconoce los asentamientos godos en Dacia como los de un pueblo amigo y aliado. Condición que verían mejorada en 332 con el emperador Constantino, que los convirtió en federados. Estas eran concesiones que Roma hacía por falta de capacidad para controlar la frontera, y este extremo no pasaba desapercibido a quienes al final acabarían invadiendo el Imperio, que si es cierto que se iban civilizando, no es menos cierto que continuaban profundamente sumidos en la barbarie y con ansias de invadir el cada día menos seguro imperio, al que veían como un foco de lujo y de bienestar que les atraía, siendo que ellos se mantenían en posiciones más cercanas de la miseria que del lujo.
Situaciones que me aparecen como alarmantemente cercanas en un mundo como el nuestro que ha caído en la peor de las concepciones del hedonismo, y cuya población, como la romana de los siglos del bajo Imperio carece de vigor y de virtudes, y se entrega a una vida muelle que debe ser alimentada por otros.
¿Mal la posición de Roma?... Pésima. ¿Mala la actuación de los invasores?... Lógica.
¿Y el resultado?... conforme a la posición de Roma, pésimo. Si luego existe la fortuna de que los invasores se civilicen, como pasó con los godos, el mal, con ser inmenso, es de carácter menor al acaecido cuando los invasores no se civilizan, como es el caso de los musulmanes.
En ese orden, el problema se agudizó cuando en 376, y como consecuencia del empuje de los Hunos, Valente permitió que los godos se asentasen en Tracia, dejando desguarnecida la frontera del Danubio, y dos años más tarde se hacían con los Balcanes. Finalmente Teodosio los vencería y los asentaría en Tracia y Mesia, hasta que murió Teodosio en 390, momento en que decidieron invadir Grecia. Lógico. Ese es el resultado de una actuación contraria a los intereses de la Patria, basada en filosofías que nada tienen que ver con la filosofía, sino que se encuadran directamente en el pensamiento de los sofistas, que muy hábilmente han sabido camuflarse en el concepto de “filosofía”, cuando justo eso es lo que más desprecian.
A partir del siglo IV sólo en Oriente existían grandes ciudades; y además es precisamente allí, en Siria y en Asia Menor, donde se concentraban las industrias de exportación, especialmente las textiles, de las que el mundo romano se constituye como mercado, pero el transporte no es efectuado por barcos romanos, sino por barcos sirios. Claro, los sofistas estaban en el poder de Roma, y parece que era más “moderno” proteger los intereses de los bárbaros que los intereses de Roma.
En esa vorágine de pérdida del norte por parte de Roma, el año 395 se divide el Imperio, y en Hispania perviven una serie de ciudades que se han desarrollado con Roma: Corduba, Tarraco, Cartago Nova, Emporion, Barcino, Carteia, Itálica, Caesar Augusta, Valentia o Emerita Augusta.
Rufino, el regente del Imperio de Oriente, ofreció un pacto a Alarico, por el que le nombraba “magister militum” de Iliria a cambio de que abandonase Grecia. ¿Muestra de magnanimidad?, ¿señal de aceptación o acogimiento? ¿O un acto de cobardía y de traición a la Patria? Porque, para colmo, Iliria pertenecía al Imperio de Occidente (digamos que la comunidad autónoma de al lado…), con lo que el problema lo derivó al nuevo emperador, Honorio, y abría a los godos la invasión del Imperio de Occidente, que acometerían en cuanto suevos, vándalos y alanos atacasen la frontera norte y el ejército romano acudiese a enfrentarse a ellos. Esto sucedía en 407; Alarico tomaba Milán y amenazaba la misma Roma.
La reacción de Honorio fue dar por concluido el asunto y dedicarse a refriegas palaciegas en medio de las cuales acabó asesinando a su mejor general, Estilicón, el año 408, ocasión que aprovechó Alarico para engrosar su ejército con las tropas del asesinado. Pero, ¿cómo es posible que las tropas romanas engrosasen el ejército invasor?... Porque las tropas romanas estaban compuestas, no por romanos, que se habían convertido en pacifistas y cultivadores de margaritas, sino por amigos godos, amigos hunos, amigos…equis que, gentilmente se habían ofrecido a engrosar las filas del ejército romano, pagados por Roma, que prefería tener a sus ciudadanos holgando y revolcándose en lo que unos llamarían vicio y otros llaman libertad. Y en el siglo XXI, ¿alguien ve que se produzca algo similar?
Con estas tropas, el 24 de Agosto del 410 Alarico (All-Reich, todo rico), saqueó Roma sin que los patricios romanos se preocupasen de otra cosa que de conservar intactas sus propiedades. La gente se quedaba en su casa o corría huyendo del asalto a que se veía sometido, seguramente alarmado por lo que pasaba, pero sin preguntarse por qué pasaba que las mismas tropas que supuestamente debían defender Roma, sencillamente la saqueaban. Con toda seguridad, no faltaría en aquel entonces, ni faltará hoy, por supuesto, pacifistas que afirmen que el culpable de todo es el ejército. En fin… sin comentarios.
Los pueblos bárbaros estaban llegando a España. Fue el año 409 cuando los vándalos irrumpieron en un territorio que ya un año antes había sido tomado por el usurpador Constantino III, que se había enfrentado a las fuerzas imperiales y había implantado en España una gran inseguridad, enfrentándose a las fuerzas el emperador Honorio. Fue Constantino quién facilitó la invasión de los Suevos, como fuerzas aliadas que, tras acabar con las fuerzas de Honorio acabaron también con las de Constantino III y ejercieron un dominio feroz. ¿Y la gente? La gente, a verlas venir.
Por su parte, tras el saqueo de Roma, los godos pretendían continuar su conquista del Imperio por el norte de África, pero su inexperiencia marinera les forzó a continuar por tierra sus conquistas. Comandados por Ataulfo continuaron hasta conquistar España. El reino visigodo, así, duró tres siglos.
En este tiempo se empezaron a propagar las epidemias que caracterizaron al Bajo Imperio. Estas, de forma esporádica y brutal, elevaban las tasas de mortalidad de una población que, en épocas normales, ya las tenía muy altas (hasta del orden del 20-30 por mil, y aun más). La población de España hacia el siglo V sería igual o ligeramente inferior a la que se había alcanzado en el siglo III. Esto también resulta cercano, sólo que ahora la epidemia se llama aborto.
Los visigodos llegaron a la Península, en un número aproximado de 200.000, procedentes de su zona de asentamiento, Galia, donde más o menos cumplían con las necesidades del Imperio, y lo hicieron con la única misión de expulsar a los intrusos vándalos que devastaban el Imperio. Realizada esta tarea, y cuando volvían a la Galia, se encontraron con que los francos les habían "cerrado el paso", por lo que el Imperio les permitió el nuevo asentamiento. Para los siete millones de hispano romanos, la situación variaba poco, ya que los derechos anteriormente detentados por las tropas romanas lo eran ahora por los visigodos. Sólo había una diferencia; los nuevos amos eran arrianos. Físicamente ocuparían Septimania, la parte sur occidental de la Galia Narbonense, si bien tendrían diversa presencia militar en la península ibérica.
Esto sucedía el año 413 con Ataulfo (Atta, padre; Hulfe, socorro), que en el saqueo de Roma, de donde parte el tesoro de los visigodos , y que en principio es la base de la corona, había secuestrado a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, con quién casó. No sería tema baladí. Honorio jugaría a la ambivalencia que por lo visto le resultaba propia, de despreciar a Ataulfo, y de celebrar sus victorias como victortias propias.
El pueblo, por su parte, y debido a la crisis viviría mayoritariamente en el medio rural, bien en vici (aldeas pequeñas), fundos señoriales, pequeñas agrupaciones urbanas fortificadas y emplazamientos castreños en las zonas de montaña. El hábitat sería de tipo disperso y con poca densidad. La población se concentraría preferentemente en las cercanías de las vías de comunicación y en las vegas fluviales de los ríos. Algo que hoy está todavía por desarrollarse en nuestra sociedad.
En cuanto a la propiedad de la tierra, desde comienzos del siglo II se asiste a un alarmante desarrollo del latifundismo en las regiones occidentales del Imperio; la causa es que los miembros de la nobleza senatorial o ecuestre, enriquecidos con el comercio con Oriente, empiezan a comprar las tierras pertenecientes al Estado romano (ager publicus) que, siglos antes (en los años 132-122 a. C), los Gracos habían intentado distribuir en lotes re¬ducidos a los campesinos pobres. Este proceso se veía agravado porque la competencia de los productos agrícolas orientales, más baratos, hacían poco rentables las pequeñas explotaciones y sus propietarios, cargados de deudas, se veían obligados a vender sus tierras a los acaudalados latifundistas que así aumentaban enormemente sus propiedades. También parece cercano este aspecto.
Algo similar pasa hoy en día. Poco a poco, solapadamente, quienes durante años han percibido ayudas sustanciosas por mantener unas tierras conforme les marcaban los cánones, en ocasiones yermas, en ocasiones realizando cultivos improductivos o testimoniales, y no han gastado las engrosadas subvenciones, hoy compran tierras en la misma proyección que se hacía en el siglo cuarto.
Anteriormente las grandes propiedades eran explotadas directamente por sus propietarios, mediante grupos de trabajadores esclavos (familiae); pero a partir del siglo II d. C. es frecuente que el propietario se desentienda del cultivo directo de sus tierras, que entrega en lotes a arrendatarios (que a veces eran sus antiguos esclavos manumitidos) o colonii. Estos carecían de dinero para perfeccionar sus explotaciones de forma que fuesen más rentables frente a la competencia oriental o para llevar adelante una re¬conversión de cultivos que no sufrieran los efectos de aquélla y fueron la causa del estancamiento técnico de la agricultura durante el Bajo Imperio.
Las ciudades mantuvieron por sí mismas, durante mucho tiempo, una importancia considerable. Sus instituciones municipales no desaparecieron bruscamente con la llegada de los germanos.
Las condiciones esenciales en que se desarrolló el comercio exterior de la España visigoda fueron las mismas que habían caracterizado su desa¬rrollo durante el Bajo Imperio. Las principales rutas comerciales fueron las que unían los puertos mediterráneos de la península con Cartago y otros puntos del África del Norte, así como las que ponían en comunicación con Italia, Grecia, Asia Menor y Septimania. También se mantuvieron activas las rutas que unían Cádiz con ciertos puertos atlánticos de las Islas Británicas (de donde se importaba, sobre todo, estaño) y de las Galias.
Las mismas condiciones comerciales que durante el imperio, pero con un evidente enrarecimiento del comercio interior y debilitamiento del exterior, derivados ambos de la falta de demanda y de la baja producción. También se produjo un descenso del nivel de consumo. La polarización social hizo que la mayoría de la población, que se movía en niveles cercanos a la miseria, redujese su demanda de productos, mientras que la minoría opulenta apenas presionase al mercado. También ahora se importa de todo; también ahora se constriñe el consumo.
La monarquía visigótica fomentó la ganadería lanar rememorando sus raíces seminómadas. La legislación goda se ocupó en varios pasajes de la protección a la crianza ovina. Como reconoce el libre tránsito del ganado por las vías pecuarias y la obligación de que éstas permaneciesen abiertas, sin que se pudiesen romper con cercados, plantíos y siembras, se advierte que el que quitara o mudara señal a cualquier animal que encontrase sería castigado con pena de hurto, y se ordena por ley de Eurico que en caso de mezcla el que tuviese ganado ajeno debía decirlo en Concejo; leyes que fueron dictadas cincuenta años después de la venida de Ataulfo.
En estas leyes se atienden aspectos a resaltar en el sentido de proteger al débil; así, atiende el derecho de asilo a los siervos en las iglesias. El siervo debía ser entregado al amo si éste juraba que lo trataría con benevolencia. Y si el asilado era hombre libre, se castigaba con la muerte a quién violase el asilo.
Otros aspectos a destacar en esta legislación era el derecho a la apelación, la creación de un registro de la propiedad, penas por incendio doloso, y cuestiones de herencia.
Una actividad, la legal, que hace de los visigodos seguidores de la civilización romana.
En otro orden cercano de cosas, la vida económica de la España visigoda fue una continuación de la vida económica de los siglos del Bajo Imperio. Lo que más la caracteriza es el continuar con la situación deprimida que arranca, en último término, de la crisis económica que se abatía sobre el mundo romano, especialmente el occidental, desde el siglo III. La baja de la natalidad, a la que ya nos hemos referido, provocó un descenso de la demanda de productos agrícolas e industriales y ello aceleró el comienzo de la crisis. No vamos a culpar a la baja natalidad de todos los males, pero sí vamos a darle la importancia que tiene como acelerante de esos mismos males. Pero tendremos que mirar otro aspecto: ¿Qué provoca la baja natalidad? Parece que tanto en los tiempos de la caída del Imperio Romano como en estos tiempos de recaída, el culpable es la falta de moral; la ausencia de integridad; la carencia de patriotismo y la inexistencia de cualquier aspecto asimilable con la virtud. Y en definitiva, la sustitución de la inteligencia por la ocurrencia; de la filosofía por la certeza de los sofistas; de la nivelación a la baja en todos los campos; del cambio de posición de las virtudes respecto a los vicios, creando el sentimiento de culpa en los virtuosos y presentando las virtudes como ofensas.
Había también entre los godos, como en tiempo de los romanos, nobles y plebeyos, siervos y señores, patronos y libertos. Si bien los godos no abolieron absolutamente la esclavitud romana que hallaron establecida, modificaron por lo menos y mejoraron su condición. La esclavitud pasó a ser servidumbre, que relativamente fue un adelanto social. Había cuatro clases de siervos: idóneos, viles, natos y mancipios. La diferencia en las dos primeras la constituía la mayor capacidad de los siervos, y el empleo ó ministerio más ó menos elevado a que el señor los destinaba… la ley cristiana de los godos hizo un bien inmenso con abolir el derecho que sobre la vida y el honor de los esclavos tenían los antiguos señores romanos .
Como en otras ocasiones en la Historia, fue el enemigo interior quién acabó con el Imperio Romano. Las ciudades eran abandonadas por los ejércitos romanos, y sistemáticamente ocupadas por los visigodos, que eran bien recibidos por el pueblo, harto de la corrupción que había acabado con el Imperio.
Pero por el contrario, algunos aspectos de Roma habían calado ya en los visigodos; así, Teodoredo (Teodorico I), dictó las conocidas “Leyes de Teodorico”, cuyo texto no se ha conservado, pero que los historiadores deducen que debía tratar cuestiones de reparto de tierras, así como el aposentamiento militar, según el cual, el huésped militar recibía una tercera parte de la finca en que se instalaba. Derecho de conquista, sí, pero más suave que el que tres siglos después sería aplicado por los nuevos invasores, que por cierto, empezaron siendo bastante más ventajosas para los invadidos que las aplicadas por los visigodos.
Entre tanto, el reino de Tolosa se consolidaba, con un núcleo de nobles coordinados con el rey. Mientras, en el este, Atila constituía un vasto imperio con unas tribus que conforme dice Jornandes , procedían de Tartaria… Iban vestidos de pieles y cueros, bebían la sangre y el orín de los caballos y comían carne cruda.
Los Hunos arremetieron contra occidente, en parte motivados por la influencia de Honoria, hermana de Valentiniano III quién en 450 llamó a Atila ofreciéndose a sí misma en matrimonio, ya que se negaba a casarse con Genserico, rey de los Vándalos, con quién pretendía casarla su hermano.
Atila amplió sus intereses, que se centraban en el oro (6000 libras) que el Imperio le iba pagando religiosamente en concepto de subsidios y reclamó el imperio que le brindaba Honoria.
¿Cuántos Atilas tenemos hoy?... ¿Cuántos subsidiados viven a costa de las reservas generadas por todos? ¿Cuánto durarán esas reservas? ¿Qué pasará cuando ya no existan?... Atila nos lo dirá.
El caso es que Teodoredo se unió a los ejércitos romanos compuestos por visigodos, francos, alanos, burgundios, algunos hunos fieles todavía a Aecio, y sorprendentemente, también por romanos. La principal fuerza de este ejército radicaba en la caballería visigoda y romana, lo que les llevó a vencer a Atila en los campos Cataláunicos, parando a un ejército compuesto por 500.000 hombres entre ostrogodos, gépidos, hérulos, rugianos, escitas, burgundios, francos y turingios. En esta batalla, que perdió Atila, murió Teodoredo. Era el 20 de Junio de 451. Y el triunfo no fue todavía más rotundo, como temía Atila, gracias a la actitud del general Aecio, que temía la ascendencia de los godos dentro del imperio y acució a Turismundo para que tomase la corona. Genial, en estos tiempos Aecio sería ascendido… Aunque en estos tiempos, después de ser ascendido, también podía pasarle lo que al final le pasó.
Vencido Atila, Valentiniano ordenó a Turismundo que marchara a la Tarraconense para limpiarla de bagaudas. Cosa que hizo.
Los visigodos ocuparon, en nombre del Imperio, varios puntos estratégicos. Se sabe que en Barcelona y Tarragona tuvieron guarniciones. También las hubo en otros puntos del valle del Ebro: Zaragoza y Calahorra, apoyos sin los cuales era imposible controlar a los bagaudas. No se sabe con absoluta certeza qué otros puntos controlaban los visigodos. Es fácil presumir que controlaban Cartagena y también Elche defendiéndolas a la vez de vándalos y suevos.
En 455 era asesinado el emperador Valentinano en medio del caldo de intrigas en que nadaba la corte imperial (en las que Valentiniano mandó asesinar a Aecio), y le siguió un periodo de nuevas intrigas para acceder al cargo donde los visigodos apoyaban a Avito frente a Petronio Máximo, y se produjo una guerra entre godos y vándalos en Italia, de la que salieron vencedores los godos. Como consecuencia, los suevos volvieron a la carga y tomaron parte de la cartaginense y de la tarraconense, lo que ocasionó una campaña de Teodorico II que le llevó al apresamiento de Rekiario, rey de los suevos, y al control del reino suevo. ¿Y nos extrañamos del guirigay en que estaba sumido el reino visigodo?, ¿y nos extrañamos del guirigay en que hoy está sumida España?
En este festín de la sinrazón, Avito fue despuesto en 457 por Mayoriano, cuya primera misión fue desplazarse a Arlés a rendir pleitesía a Teodorico II (¡dónde había caído Roma!). Avito sería asesinado en 461y sería sustituido por Libio Severo, quien entre 462 y 464 cedió el gobierno civil de las provincias de Hispania a los visigodos.
En 466 Teodorico II era asesinado por su hermano Eurico, que le sucedía en el reino y rompería el feudo con Roma al tiempo que ocupaba toda la Septimania. Los godos controlaban la Galia al Sur del Loira y desde los pasos alpinos a Burdeos gracias a la incompetencia de lo que quedaba del Imperio, donde Nepote, a título de emperador cedió su soberanía al godo. Además controlaban la mayor parte de las provincias Tarraconense, Cartaginense, Lusitania y Bética.
En 475 Eurico compilaba su código legal. Con este código el reino de Eurico disponía de ley escrita, lo que le situaba a la misma altura que el Imperio, que no debía ser mucha, ya que durante el reinado de Eurico caía, el año 476, el último emperador romano (que por cierto había sido impuesto por Orestes, secretario de Atila), Rómulo Augústulo, nombre que si le había sido puesto por su padre, fue recogido por el pueblo para un emperador que hacía gala del sobrenombre. Penoso.
Por esta época los visigodos ya tenían asentamientos en Mérida y en el valle del Guadalquivir, si bien la presencia en España sólo había tenido carácter militar, no de población. A lo que parece, no entraron con intención de poblar definitivamente hasta el 494-497, cuando ya se estaba gestando un enfrentamiento que tendría dramáticas consecuencias para el reino visigodo, que hasta entonces había sido de Tolosa.
El motivo del asentamiento en tierras de España fue el avance de los francos, cuyo rey, Clodoveo, convertido al catolicismo contaba con el apoyo de los católicos galos, acabó con la vida de Alarico II en la batalla de Vouille, en 507; tomó Burdeos y saqueó Tolosa.
A partir de esa fecha el pueblo visigodo se traslada masivamente de la Galia a Hispania, y al hacerlo lleva consigo su estructura de Estado. El resultado contrario de la batalla de Vouille sería, al fin, de vital importancia para la creación del estado visigodo.
Su asentamiento, dado el escaso número que eran fue dispar, dándose una mayor densidad en la Cartaginense, en concreto en la Meseta Norte, en un triángulo delimitado aproximadamente por las ciudades de Palencia, Sigüenza y Toledo. Le sigue en importancia la Tarraconense, desde la costa hasta la tierra fronteriza con los vascones y cántabros, Vardulia, ocupadas por los bagaudas. Según se remontaba el curso del Ebro la densidad de población visigoda disminuía. Y por supuesto, en la Septimania (o Galia Gótica), de la que los francos no llegaron a echarlos. La Bética, la Lusitania y la Cartaginense Sur eran romanas, mientras que los suevos se mantenían en Galicia, mezclados con la población hispano romana.
Se respetaron las instituciones; los visigodos se regían por sus leyes, y los hispano-romanos por las suyas. En el seno de la sociedad hispanogoda, la división que de forma más clara y trascendente dividía a las personas, es la que lo hacía en nobles, libres, semilibres y esclavos. En nobles, se integraba la antigua nobleza goda y la antigua nobleza hispanorromana. Los dos sectores de la nobleza no tardaron en mezclarse, aun antes de que ello fuese admisible desde el punto de vista legal, hasta convertirse en un solo cuerpo social que desempeñaba las funciones que, años atrás, habían desempeñado cada uno de sus componentes por separado.
En este periodo, en el que la ciudadanía romana había desaparecido, y auspiciado por Teudis (tutor delegado de Amalarico), se dictaron leyes que permitían el matrimonio entre godos y romanos , mientras el pueblo godo se instalaba principalmente en los asentamientos romanos (Mérida, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba y Toledo, la capital)
La actividad internacional era importante, y el reino visigodo debía hacer frente a ataques externos. Así, entre los años 532 y 544 el Imperio Bizantino conquistó el norte de África, Sicilia, sur de Italia y llegó a conquistar el sur de Hispania, desde Alicante hasta el sur de Portugal y mantuvo enfrentamientos de importancia con los francos, como en el año 541, cuando hasta cinco reyes francos, entre ellos Clotario y Childeberto, sitiaron Zaragoza durante 49 días, lo que provocó despoblación en la Tarraconense.
Durante el reinado de Atanagildo (555-567) se consolidó el catolicismo en Galicia. A su muerte fue sustituido por Liuva, que se instaló en Narbona para controlar a los francos, pero como esta decisión no era del agrado de los nobles, puso a su hermano Leovigildo al frente del reino en España. El año 572, finalmente, Leovigildo asumiría el control total del reino.
Recordemos: ya no existía Roma. Ya se había desecho en la nada, y los romanos, que siglos atrás representaron la máxima expresión de la cultura, de la libertad y de la grandeza, se habían disuelto en la nada… o en algo peor. Yo sigo encontrando grandes semejanzas con la actualidad de España, y en medio de nuestra sentina espero que surja un Leovigildo.
Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal que identificaba el Reino de los Godos («Regnum Gothorum») con Hispania, acotando nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental de Roma. En torno a ese nuevo ideal hispánico debería producirse la aproximación definitiva, la fusión entre godos e hispano-romanos, con lo que derogó la prohibición de matrimonios mixtos establecida por el Emperador Valentiniano. Sin embargo, el mantenimiento de Leovigildo en su fe arriana (religión nacional de los godos) y el intento de imponerla a sus súbditos hispano-romanos de religión católica, impedía la constitución de ese pueblo verdaderamente unificado. Sería su hijo, Recaredo (586-601), quien al convertirse al catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases de una comunidad político-religiosa nacional diferenciada, una nueva sociedad, en definitiva.
Leovigildo fue un gran rey que, además de ser el primero en usar corona y cetro, emitió moneda con su nombre y busto (hasta entonces llevaban el nombre del emperador bizantino), fundó dos ciudades (privilegio reservado al emperador), Vitoria y Recópolis (cerca de Zorita de los Canes, en Guadalajara), y tras su triunfo sobre los vascones, recuperó del poder de Bizancio importantes asentamientos como Córdoba, Baza o Asidonia (Medina Sidonia), y todo el norte peninsular que había estado en poder de los suevos, y sobre todo fue un renovador formal de la monarquía, según San Isidoro .
El año 586 subió al trono Recaredo, tras repeler personalmente con éxito a los francos, habiendo heredado un reino unificado, salvo una pequeña franja mediterránea que estaba en poder de Bizancio. Su idea era completar la unificación del pueblo hispano romano con el pueblo godo; para ello primero convocó un concilio conjunto de obispos arrianos y católicos en el que presumiblemente se trató de la unificación de ambas religiones; propició el III Concilio de Toledo, que tendría lugar el año 589, cuando él mismo se había bautizado católico el 8 de Mayo de 586. Con ese hecho abrió las puertas de la política al pueblo hispano-romano y dio vía libre a la cultura. Si bien los hispano romanos no tenían acceso al trono. La pregunta es si, tal vez, el paso idóneo hubiese sido agregarse totalmente a Bizancio. Pero eso no es historia.
El tercer concilio de Toledo significó que la Iglesia tenía papel preponderante en la constitución del estado visigodo, al que aportaba cultura y conocimiento. De esta época procede el derecho real a la designación de obispos, como contrapartida a la preponderancia de la Iglesia en la constitución del estado, que ha sido heredado hasta el mismo siglo XX. Hecho que ha sido tan duramente criticado por unos y por otros, y que de manera antihistórica ha sido presentado como una imposición, en concreto, del generalísimo Franco, que por cierto, en alguna ocasión manifestó que no entendía cómo él debía intervenir en el nombramiento de los obispos, del mismo modo que no entendería que fuese la Iglesia quien interviniese en el nombramiento de sus generales. Con una particularidad, años después los Emires musulmanes nombrarían obispos a su antojo.
El papel de los concilios de Toledo, que por algunos historiadores ha sido presentado como unas cortes generales mientras otros desechan por completo la idea, parece tener razón de ser, ya que si por una parte los visigodos (ya más clase social que etnia) mantenían el poder político, eran los concilios, conformados por hispanorromanos, quienes ejercían el control y la inspección de las actuaciones políticas.
El binomio Leovigildo-Recaredo se caracterizó por los esfuerzos del poder monárquico por mantener o crear un Estado centralizado, con una administración pública de tradición tardorromana –justinianea, no totalmente en manos de la potente nobleza terrateniente hispanovisigoda, para lo que era necesario lograr la máxima unidad jurídica e ideológica de la sociedad hispanovisigoda, realzando el vinculo personal de súbdito frente a los lazos de dependencia personal de tipo clientelar y protofeudal. El Código revisado de Leovigildo sería el cuerpo legal desarrollado en este sentido, tanto por él como por Recaredo.
Se hablada de España como patria en los ámbitos de los grandes pensadores hispánicos (San Isidoro, San Julián…), y se hablaba de “Spaniam”, de “Hispaniam”, en el resto de ámbitos. Así, el papa Leon II habla de “universi epsicopi per Spaniam constituti”.
En todos los ámbitos, nacional y social, Recaredo redondeó la revolución que inició su padre Leovigildo. Podemos hablar que durante 29 años vivió España un momento histórico del que nos podemos sentir orgullosos. No podemos decir lo mismo de lo que vino después.
Sisenando convocó el IV Concilio de Toledo, con la intención de que fuese reconocido como rey y de que se condenase a Suintila y su hijo, a quienes había asesinado, con lo que da a los concilios un carácter político añadido; digamos que serían algo parecido a las cortes, donde los hispano romanos accedían a puestos y decisiones que antes les eran vetados. En él San Isidoro de Sevilla mostró sus cualidades. Se determinó que no se podía asesinar al rey, y éste sería elegido por la nobleza y por la iglesia. También se señaló las reglas y principios con que habían de gobernar el Estado, imponiendo a los reyes la obligación de ser moderados y suaves con sus súbditos, y fulminando excomunión contra los que ejercieran potestad tiránica en los pueblos. Mandaron igualmente que a la muerte del rey se juntaran los prelados y los grandes del reino para elegir pacíficamente el sucesor. San Isidoro propició que el concilio derogase el decreto dado por Sisebuto contra los judíos , e impuso orden en la iglesia.
San Isidoro desarrolló la conformación cultural de España, desarrollando escuelas en los principales núcleos de población. Gran estudioso, dotó de reglas a los monasterios y abordó su obra magna: Las etimologías, recogiendo todos los conocimientos humanos. Su obra fue esencial en la Edad Media, habiendo implantado en España un nivel cultural que contrastaba con la barbarie europea.
El IV Concilio de Toledo impone una sentencia digna de ser hoy recordada: “En cuanto a los reyes de las edades futuras, promulgamos en toda verdad esta sentencia: Si alguno de ellos, con menosprecio de las leyes, con orgulloso despotismo, cegado por el fausto real, hace pesar sobre los pueblos una dominación cruel, para saciar su ambición, su avaricia o sus apetitos, sea anatemizado en nombre de Jesucristo, sea separado de Dios por su santo juicio”.
Tulga desarrolló el cuerpo legal de la monarquía, enmendando leyes antiguas (el código de Eurico) en concreto el relativo al castigo de la traición y la sedición , pero también otras como las “arras y dote”.
En cuanto a la sodomía, Chindasvinto estableció una ley que condenaba al reo del delito de sodomía a la pena de castración; ley que se recrudeció en tiempos de Egica.
Dice Juan Valera que, a pesar de los defectos de estilo y de forma naturales y casi indispensables en la época de su redacción, apenas se hallará ya quien dude haber sido el Fuero Juzgo el código legislativo más ordenado, más completo, más moral y más filosófico de cuantos en aquella edad se formaron, y muy superior a todos los códigos llamados bárbaros, como era superior la sociedad hispano-goda a todas las que nacieron de los pueblos septentrionales. Un hecho importante es la inexistencia de dependencia señorial, como existió en el feudalismo europeo. En España los siervos podían cambiar de señor, siempre que devolvieran al patrono lo que de él hubieran recibido. No obstante, quedó evidenciado que algo fallaba cuando para deponer a un rey tirano era necesario asesinarlo. Y eso me hace pensar, nuevamente, en el momento actual… No sé…
Queda de manifiesto la importancia de la Iglesia en la conformación del estado, y en el entendimiento de los concilios como prácticamente unas cortes generales, aunque dado el reducido número de nobles y su menor cultura con relación al de eclesiásticos haga defender justamente lo contrario a algún historiador , basándose en que lo principal que se trataba eran asuntos religiosos; como también queda manifiesto el desorden existente dentro de la iglesia, cuando el concilio señala que los obispos depongan a los sacerdotes y demás ministros que vivían torpemente con mujeres extrañas, y que a éstas se las encierre en monasterios, y que sean tratados como apóstatas los clérigos que con pretexto de haberse ordenado por temor volvían a casarse y a la vida seglar. Pero hay más en cuanto al desorden en la Iglesia... El XI Concilio de Toledo estableció las penas que deberían sufrir los obispos que sedujesen a las viudas, hijas o sobrinas de los grandes nobles; el hecho de que en un Concilio de Toledo se tuviese que tratar del asunto indica que eso, quizá, ocurrió más de una vez; si bien en esa ocasión no se trató del caso de la seducción, por parte de un miembro del clero, de alguna mujer que no fuese noble.
También Recesvinto reforzó la unidad del pueblo godo e hispano romano: “Establecemos por esta ley, que a de valer por siempre, que la mujer romana puede casar con omne godo, é la mugier goda puede casar con omne romano... E que el omne libre puede casar con la mugier libre cual que quier que sea convenible por conseio, é por otorgamiento de sus parientes” . Y dictó que dejase de existir dos derechos (romano y godo), para que todos se rigiesen por las mismas normas.
El desarrollo de las ciencias y las artes conoció especial resplandor en esta época, y de ésta época son nombres universales como San Leandro, San Isidoro, San Braulio, San Eugenio, San Ildefonso, San Julián, Félix de Toledo, Braulio y Tajón de Zaragoza, Mausona de Mérida, Toribio y Dictino de Astorga, Isidoro de Beja, Orosio, Idacio, Juan de Viciara y otros muchos… No obstante, la medicina estaba desprotegida y el médico se jugaba el físico si fallecía el enfermo que atendía.
El estado estaba cohesionado y el pueblo, en su base, unificado. A partir de este momento, y gracias al influjo de los pensadores señalados, y más especialmente por San Isidoro y por San Julián, acaba siendo definitivamente sustituido el término “regnum gothorum” por “Spania” y “gothi” por “hispani”.
Wamba puso disciplina en el ejército y dictó leyes por las que se imponía el servicio militar, que había entrado en desuso entre la población. Impidió la invasión musulmana, que ya estaba desarrollada en el norte de África y lanzaron un amago de invasión con 260 buques el año 675 según unos historiadores, y dos años más tarde según otros , que parece fue propiciada por Ervigio y que fue abortada gracias a la pericia de este gran rey que fue Wamba. Dictó leyes que obligaban militarmente a los nobles y a los eclesiásticos en el IX Concilio de Toledo, a consecuencia de lo cual sufrió un envenenamiento provocado por Ervigio que no lo mató, pero que le permitió tonsurarle. Acto seguido Wamba se retiró a un monasterio. Esto sucedía el año 680, cuando este acto significó un auténtico golpe de estado y la caída del reino visigodo en un gran desconcierto, signo absolutamente contrario al que reinó bajo los grandes reyes Recaredo, Recesvinto y Wamba.
Le sustituyó Ervigio, descendiente de Chindasvinto y autor de la conjura junto al obispo de Toledo, Julián, y sospechoso de haber posibilitado el intento de invasión musulmana. En el concilio que convocó (el XII de Toledo) se dedicó a devolver los privilegios que Wamba había recortado a los nobles, en concreto las obligaciones militares impuestas a los nobles. Fortaleció la ley anti judía.
En el XIII amnistió a Paulo y los cómplices de la sublevación de la Narbonense contra Wamba. Y también en este concilio se marcó que “ninguno…por estratagema urdida por el rey o por instigación de otra potestad…sea privado del honor…” En este Concilio se asimiló a los sacerdotes con los gardingos y con los primates de palacio.
Egica convocó el 17º y último concilio de Toledo; agudizó la persecución a los judíos, que fueron diseminados y condenados a servidumbre por múltiples motivos, entre ellos el de conspiración con los árabes del norte de África en una conjura que tuvo efecto entre los años 692 y 694, así como con la conspiración que en esos mismos años se llevó afecto para facilitar otra invasión por parte de Constantinopla. Se dictaba que los hijos de judío fuesen arrancados del seno de su familia a los siete años de edad, y que fuesen educados por familias cristianas.
En medio de esta desolación social y espiritual, el metropolitano de Toledo, Siseberto, fue cabecilla de una brutal conspiración destinada a matar a toda la familia real. Sisiberto fue excomulgado y exiliado en el concilio del siguiente año, cuando además se promulgó que en todas las iglesias se rogase por el rey.
Egica asoció al trono a su hijo Witiza, que sería rey en solitario del año 702 al 709. Rey disoluto, organizó al estilo de los invasores que estaban en puertas un harén, dando libertad para que todos hiciesen lo propio y promulgando que el clero también lo hiciese, así como negando obediencia al sumo Pontífice. Convocó el XVIII Concilio, que nada tiene que ver con la doctrina y si contra la doctrina, ya que se dictaron leyes a favor de la poligamia y el concubinato y del matrimonio de los clérigos.
Por otra parte, Witiza, persiguió a los descendientes de Chindasvinto, hizo derribar las murallas de defensa de casi todas las ciudades excepto las de Toledo, León y Astorga, y desmembró el ejército, hizo arzobispo de Toledo a su hermano Oppas y amenazó al Papa con invadir Roma porque éste le amenazó con la excomunión.
El pueblo se rebeló ante un nuevo asesinato, el de Teodofredo, tío de Pelayo y padre de Rodrigo, llegando a proclamar rey a éste, quién combatió y venció a Witiza, que había designado sucesor a su hijo Agila II.
El año 704 el poder árabe estaba consolidado en el norte de África, y a su cabeza Al Walid, califa de Damasco, puso a Musa Ibn Nusair, que acabaría controlando todo el Magreb, y pactando ayuda para los witizianos en la guerra civil que mantenían con los partidarios de Rodrigo.
En medio de ese vicio se había criado Rodrigo, que fue proclamado rey a mediados del año 710, y no tardó en desterrar a los hijos de Witiza, Olemundo, Aquila y Ardabasto, y en medio de ese vicio estaba la hija del gobernador de Ceuta que ha pasado a la historia como conde Julián, y que estaba en la corte de Rodrigo, que la forzó, según cuenta la leyenda.
Los “hijos de Witiza”, en concreto Aquila, se sublevaron en la provincia Narbonense con la idea de desviar las fuerzas militares de Rodrigo lejos del estrecho, y en el curso de este enfrentamiento, que compartía protagonismo con nuevo levantamiento de los vascones, sucedió la asonada árabe al mando de Tárik, que había sido atraído por los partidarios de Witiza para ayudarles en su lucha contra Rodrigo, con la idea de que ocupasen Toledo mientras ellos mantenían a las fuerzas leales a Rodrigo en el norte.
El conde Teodomiro tuvo varias escaramuzas y comunicó a Rodrigo la situación, lo que ocasionó que éste abandonase la campaña para acudir a enfrentarse en Guadalete con los invasores árabes a primeros de Julio del 711.
Y en puridad, aquí acaba la historia del reino visigodo. No se trata, por mi parte, de aportar ninguna novedad; nada he relatado que sea producto de mi investigación. Es, tan sólo, un repaso de la historia; un intento similar a los intentos que, por parte de personas honestas, y a caballo entre los siglos VI y VII, intentaron evitar lo que se les venía encima con la realidad que vivían bajo la tiranía de Ervigio-Egica-Witiza.
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