domingo, junio 10, 2018

Puerto Rico y el 98

Cesáreo Jarabo Jordán


En 1895 los separatistas Betances y Henna fundaban en Nueva York una liga separatista de Puerto Rico,  como “sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano”, y el 23 de julio de 1896, desde Nueva York, Julio Henna dirigió a los puertorriqueños, una carta encaminada a despertar en ellos el espíritu separatista, señalando que se encontraba "habituado a las libres instituciones de la Gran República de los Estados Unidos. 



Paralelamente se desarrollaba el movimiento autonomista. Así, el nueve de marzo de 1897, se constituyó el Partido Autonomista Puertorriqueño. El punto quinto de su programa rezaba: El Partido no rechaza la unidad política, antes bien proclama la identidad política y jurídica, según la cual, en Puerto Rico, lo mismo que en la Península, regirán la propia Constitución, la Ley electoral, la de reuniones, la propia representación en Cortes, la propia ley de asociación, la de imprenta, la de procedimientos civiles y criminales, la orgánica de tribunales, la de matrimonio civil, la de orden público, la misma ley provincial y municipal; es decir, que en punto a derechos civiles y políticos, el Partido pide que se iguale a las Antillas con la Península.
El 15 de enero de 1898 fue nombrado Gobernador General de Puerto Rico el Tte. Gral. Manuel Macías y Casado que llegó a Puerto Rico el 3 de febrero de 1898 con la consigna de implantar el régimen de amplia autonomía.
Sus actuaciones durante los cuatro meses aproximados que duró el conflicto, fueron muy discutidas y censuradas. Delegó todas sus funciones militares en el Jefe de Estado Mayor coronel Juan Camó, y no tomó ninguna medida para corregir las deficiencias defensivas que padecía la isla desde hacía al menos un siglo.
Se decía del general Macías que voluntariamente era prisionero de su jefe de Estado Mayor, y de éste nada bueno puede relatarse. No permitió, entre otras cosas, que el general Ricardo Ortega saliese a campaña, como solicitara repetidas veces, al frente de una división de tropas regulares de las tres Armas, para ofrecer batalla al enemigo en campo abierto.
Debido a todo ello, la creencia en una traición por parte del gobierno era generalizada, aunque no expuesta abiertamente.

Muchas personas en Puerto Rico y en el exterior han mantenido la creencia de que el general Macías recibió de Madrid instrucciones concretas, y que a ellas ajustó su conducta, tan extraña como pasiva. (Rivero 1922)

Pero el gobierno sabía guardar la ropa, disimular y dejar que la iniciativa de lo que todos entendían una venta, fuese llevada por los compradores.

Hasta el momento de la invasión cada cable de Madrid era una arenga de guerra; después del 25 de julio, los Ministros de Guerra y Ultramar y hasta el mismos Presidente del Gobierno español bajaron el tono, aconsejando economizar la vida de los soldados, pero dejando en todo caso a salvo el honor de las armas; si hemos de retirarnos de esa Isla, y eso sucederá, dejemos recuerdos honrosos de valor y nobleza que no empañen los timbres de Juan Ponce de León, de Pizarro y de Cortés. Podremos ser vencidos por el número o por la penuria de recursos, pero jamás por desidia o cobardía. Así dijo, telegrafiando en clave, el Ministro de la Guerra. (Rivero 1922)

Pero esas eran palabras que, de haber sido ciertas, hubiesen llevado otro tipo de actuaciones que habían sido eludidas desde hacía un siglo. No, no fueron responsables sólo los políticos del 98, sino todos los anteriores. Y ninguno de ellos puede remitirse a la desinformación de la realidad exacta. Sólo la traición reiterada puede ser el origen de tal situación.

Por muchos años San Juan y toda la Isla estuvieron desartillados. Desde el año 1797, fecha de la invasión inglesa, no se había disparado un tiro de guerra, y nadie pensaba, ante el temor de parecer ridículo, en bélicos alardes. (Rivero 1922)

Tampoco fueron reforzadas las guarniciones, que en estos momentos contaban con las siguientes unidades:

Infantería... ....... . ........ .......... 5.000
Artillería ....... .... .. .................. ..700
Otras Armas y Cuerpos ..........2 .300
TOTAL.. ............................... 8. 000

Dos cruceros, dos cañoneros, un destructor y un buque auxiliar componía la defensa marítima.
Desde el último día del mes de abril del año 1797, la plaza de San Juan no había disparado un solo tiro de guerra: ciento y un años de paz.
Por su parte, los separatistas no eran tan pasivos, y aprovechaban la menor circunstancia para hacerse oír, y el autoatentado del Maine no fue una circunstancia menor.

El día 10 de marzo de 1898, y cuando el pueblo norteamericano estaba en el más alto grado de exaltación por el desgraciado accidente ocurrido al Maine, el doctor Julio J. Henna, portorriqueño ilustre y sabio médico, que residió y reside en Nueva York, se encaminó a Washington, visitando allí al Senador por Massachusetts, Mr. Lodge, a quien habló de llevar la guerra a Puerto Rico si estallaba el conflicto hispanoamericano, como todo inducía a creerlo. (Rivero 1922)

Henna había ofrecido, desde marzo de 1898, sus servicios personales y los de 50 puertorriqueños para la invasión de la Isla. (Soto 1922:211)
También Henna pasó un  informe sobre las fuerzas españolas en Puerto Rico, su armamento, parques, caminos, puentes y ferrocarriles; añadiendo que, caso de una invasión, si a ella cooperaban él y sus amigos, el país en masa iría alzándose contra el Gobierno de España, a la vanguardia de las fuerzas usenses.
En ese orden, el catorce de marzo de 1898 escribió a Teodoro Roosovelt

Hon. Theodore Roosevelt.—Sub-Secretario de Marina, — Washington, D.C.—Muy Señor mío:—Tenido el gusto de incluir una breve descripción de Puerto Rico, que he escrito a la carrera, y que espero resultará de interés para las fuerzas invasoras de mar y tierra en el caso de que se rompan las hostilidades entre este país y España. También quiero reiterar la oferta que le hice personalmente de mis servicios, y los de cincuenta de mis compatriotas, para la invasión. Nuestro conocimiento de la topografía de la isla; la que ocupamos, y el deseo de romper para siempre con el bárbaro yugo de la despótica España que nos inspira y alienta para la lucha, pronto serán demostrados si somos aceptados entre las filas del Ejército o Marina de los Estados Unidos. A nuestra llegada a Puerto Rico, tenemos motivos para esperar que toda la población nativa se acogerá bajo los pliegues de la gloriosa bandera de la República Americana, evitando de este modo innecesaria efusión de sangre y prolongación de la lucha. Como le dije a usted en mi última entrevista, estoy listo, en cualquier momento, a obedecer sus órdenes y trasladarme a Washington a recibir instrucciones y mis credenciales de Comisionado. Hago la misma oferta al Secretario de la Guerra, si usted tiene a bien trasmitirla por el conducto apropiado y si lo considera necesario. Con sentimientos de la más alta consideración, quedo respetuosamente suyo,—J. J. Henna, M.D.—Presidente de la Sección Puerto Rico. (Soto 1922:212)

Pero ese espíritu más parecía estar en la mente de Henna que en la realidad, pues por su parte, el cónsul usense en la isla, Philip Hanna, con pocas fechas de diferencia sobre el agente ilegal diferían sensiblemente

El cónsul dice que la autonomía en Puerto Rico, últimamente concedida por el Gobierno español de S. M., ha sido proclamada y ha de ser un éxito. El pueblo de Puerto Rico es un pueblo leal y pacífico, y todos parecen contentos con la autonomía concedida por la madre patria." (Washington Daily Post, abril, 1898.)

Y es que, a pesar de la voluntad de Henna, muy pocos portorriqueños eran partidarios de la anexión a los Estados Unidos; los Lugo Viña, Fajardo, Palmer, Francisco Amy, Besosa y algunas docenas mas de médicos o ingenieros que habían cursado sus estudios en universidades usenses, eran realmente admiradores de la República Norteamericana.

Salvo algunos contados intelectuales, y los bullangueros de cada pueblo que gustan siempre de pescar en aguas turbias nadie, en Puerto Rico deseó la invasión del Ejército norteamericano. (Rivero 1922)

Pero las autoridades nacionales no actuaban conforme a lo que podía esperarse de ellas aún contando con el beneplácito manifiesto de la población. Tal vez por ello, William Freeman Halstead, espía británico en Puerto Rico, fue detenido, pero no fue ejecutado.
Finalmente, el 21 de abril de 1898, se rompían las hostilidades entre España y Estados Unidos, cuando ya había empezado a regir en Puerto Rico una carta constitucional autonómica.
Pero no era sólo la autonomía lo que el gobierno español conocía de Puerto Rico, sino las manifiestas intenciones de los Estados Unidos. Si no era suficiente la información acumulada durante las décadas anteriores, que dejaban meridianamente clara la intención usense de ocupar Puerto Rico.

A poco tiempo de proclamarse el estado de guerra, el servicio secreto que el Gobierno español mantenía y pagaba en Wáshington, Montreal (Canadá) y otros lugares, pudo, a través de ciertas indiscreciones, traslucir en su casi totalidad el plan de invasión a Puerto Rico, y así se lo comunicó al general Macías. (Rivero 1922)

Pero a pesar de toda la información acumulada; del conocimiento exacto de las fuerzas en la isla, nada hizo el gobierno salvo guardar las apariencias.
Con esa situación, el 25 de julio desembarcaron las tropas invasoras en Guánica. Los día  25 y 26 se produjo un combate entre la brigada Garretson, perteneciente a la expedición del general Nelson Miles, y las fuerzas españolas, que fueron derrotadas, y en días sucesivos ocuparon los invasores a Yauco, Peñuelas, Ponce, Sabana Grande, San Germán, Mayagüez, Arroyo, Guayama, Las Marías, Adjuntas, Utuado, Juana Díaz y Coamo.
Sólo a tener en cuenta un dato: Todas las fuerzas españolas que les presentaron resistencia se reducían a once guerrilleros comandados por el teniente Méndez.
Los traidores corrieron a rendir pleitesía a los invasores.

el primer día de la invasión, cinco ciudadanos españoles se acogieron a la nueva bandera, renunciando la de España y aceptando cargos retribuidos; fueron estos: Vicente Ferrer, cabo de Mar, nacido en Valencia; Agustín Barrenechea, alcalde del poblado, vizcaíno; Juan María Morciglio, práctico del Puerto y actualmente capitán del mismo; Robustiano Rivera, torrero, y Simón Mejil, tonelero, eran portorriqueños. (Rivero 1922)

Otros separatistas puertorriqueños, ligados a la masonería, jaleaban la invasión; unos desde los Estados Unidos; otros desde el mismo Puerto Rico: Julio Henna, Roberto Todd Wells, Mateo Fajardo, Antonio Mattei Lluveras, Eduardo Lugo Viña, Ricardo Nadal, Matos Bernier, Celedonio Carbonell, Rodulfo y Rafael del Valle, y otros, que alcanzarían puestos de importancia en el gobierno colonial tras haberse desplazado a Puerto Rico con las tropas invasoras.
No quedaron marginados los miembros del gobierno insular ejercientes al estallar el conflicto: Juan Hernández López, José Severo Quiñones, Manuel F. Rossy, Luis Muñoz Rivera, Francisco Mariano Quiñones y Manuel Fernández Juncos, que acabarían detentando puestos de importancia en la administración usense, llegando incluso Manuel Fernández Juncos a redactar un himno laudatorio para los Estados Unidos.
Pero más llamativo que la acción de los traidores declarados es la actuación de las autoridades, que no carecían de información, y sin embargo no tenían ningún destacamento en el lugar.

Dos meses antes de la invasión, el teniente coronel de Estado Mayor, Larrea, el capitán del mismo Cuerpo Emilio Barrera y el coronel Pino, de infantería, estaban en el poblado de Guánica una tarde en cierta inspección militar, cuando el segundo de dichos jefes, señalado hacia la entrada de aquel puerto, pronunció estas palabras proféticas: Si el Ejército americano nos invade, seguramente entrará por allí. (Rivero 1922)

Pero a lo que parece, sólo Emilio Barrera parecía estar preocupado por la situación. Exponía las necesidades y las posibilidades, pero de nada sirvieron sus indicaciones.

Barrera, propuso utilizar trenes blindados, en los que se montarían cañones de tiro rápido sacados de los buques surtos en la bahía; nadie atendió esta indicación. (Rivero 1922)

Pero ahora, con el enemigo ya asentado en el territorio, el día 26, el Capitán  General Manuel Macías, emitía una orden general que comenzaba:

SOLDADOS, MARINOS Y VOLUNTARIOS.- El enemigo que ha tiempo acechaba la ocasión de invadir esta isla, con el propósito de posesionarse de ella, desembarcó ayer un cuerpo de tropas en el puerto de Guánica. Para combatirlo con prontitud marcharon fuerzas del Ejército y de Voluntarios que, con gran decisión, han sostenido ya diferentes combates, demostrando así, los últimos, que las armas que espontáneamente tomaron lo son para la defensa de la nacionalidad de esta tierra española, y dando a la vez honra y ejemplo a los demás cuerpos de su Instituto. (Rivero 1922)

Llamada fuera de lugar si tenemos en cuenta que algo, además de las acciones guerreras estaba controlando la situación. Algo que en algún momento deberá ser explicado, porque si el submarino fue saboteado por el propio gobierno español, se hace también necesario averiguar qué sucedió con el destructor de Villaamil y con las minas navales de Bustamante, asuntos a los que hemos referencia sin haber entrado en el meollo del asunto.
No lo vamos a hacer a lo largo de este trabajo, si bien en el uso dado a las minas de Bustamante deja nuevas incógnitas que resolver. ¿Por qué no se hizo uso de las minas cuando su ubicación hubiese significado una magnífica defensa de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y para llevar a cabo esa labor eran suficientes las embarcaciones que se encontraban en servicio? ¿Por qué las pocas minas que se instalaron fueron inoperativas? ¿Por qué, siendo que podían ser explosionadas a voluntad desde la costa, no explotó ninguna, ni tan siquiera por contacto?
Lamentablemente, en el curso de este trabajo no se ha podido dar luz al respecto, pero la inoperatividad de ese armamento, producto e invención española completó la tramoya de la tragedia; a su amparo, y al mando del general Miles, el día 27 entraban los gringos en Yauco, sin combate; el 28 en Ponce; el 1 de agosto en Tallaboa; el 5 en Guayama y Fajardo; el día 9 en Coamo, tras una resistencia de una hora.

Triste impresión produjo en la península, no sólo el hecho material de la invasión en Puerto Rico, si no el saber que en aquella isla, nunca sublevada, y en cuyo amor á España se tenía tanta fe, allí mismo se recibía á los yankees como á buenos amigos. Los mismos comerciantes de Ponce rogaron á las tropas españolas que no hicieran resistencia, y á los yankaes que no cañonearan, entregándoles una bandera española en señal de sumisión. (Soldevilla 1899: 339)

En Aibonito, sin haber llevado a cabo obras de defensa, y no habíendo ningún tipo de servicio, cinco compañías de infantería, apoyados por dos piezas de artillería, en total 1.280 infantes, 70 caballos y dos cañones con 40 disparos por pieza, hicieron frente al enemigo, que acabó entrando; … El 11 entraron en  Mayagüez…

Todos los defensores, por más de quince días, vivaquearon en las trincheras, a la intemperie, sin abrigos, sin traveses, sin alambradas ni otras defensas que no fueran el fuego o las bayonetas de sus fusiles. Los ranchos, servidos con poca regularidad, eran deficientes; casi siempre de arroz, alubias y bacalao; carne, pocas veces y nunca muy abundante. (Rivero 1922)

El uso de las unidades de marina también fue deplorable, según señala Rivero.

Durante el período álgido de la guerra, los cruceros en puerto limitaron su acción a montar guardias nocturnas en el canal, fondeando, siempre, a la sombra del castillo del Morro y bien retirados hacia el interior. Esto fue excesivamente ridículo y además inútil. Más tarde se sacaron de a bordo dos piezas de tiro rápido que fueron montadas en la batería de San Fernando, dominando el canal y bajo el mando de oficiales de Marina. (Rivero 1922)

Y en cuanto al estado de las tropas, no era mucho mejor…

Respecto al estado de preparación de las tropas para entrar en campaña y a los recursos de que dispusieron, ha de advertirse que los soldados no tenían más zapatos que los puestos, los cuales estaban expuestos a perder desde los primeros pasos en los barrizales de los caminos, por lo que era imposible ordenar movimiento alguno que no fuera indispensable, si no se quería inutilizarlos por completo para moverse. Las acémilas eran también insuficientes y se hallaban en un estado lastimoso como consecuencia de las primeras marchas, lo cual impedía servirse de ellas fuera de los casos de absoluta necesidad; las secciones de montaña que sólo tenían el efectivo de paz, no disponían sino de dos cajas de municiones por pieza; y en cuanto a las carretas y demás recursos de transportes del país, eran ocultados por los propietarios en lo más recóndito de las montañas. (Rivero 1922)

Pero aún había más. Los mismos voluntarios y sus allegados merecieron la hostilidad del coronel Juan Camó, delegado del gobernador para la defensa. Todo lo cual creó un importante malestar que se hizo sentir como una pavesa.

Los desaciertos y falta de resolución del Estado Mayor fueron tan evidentes, que un gran descontento surgió y tomó cuerpo entre todos los jefes y oficiales del Ejército y Voluntarios, llegando hasta los soldados; hubo principios de conspiración; se habló de «embarcar a la fuerza al coronel Camó y hasta alguno más a bordo del vapor auxiliar Alfonso XIII, obligándole a salir Morro afuera, con rumbo a España.» (Rivero 1922)

Todo ello, inexorablemente, hizo mella en el espíritu de la gente. La desorganización y el derrotismo se hicieron del espíritu español, y se dio el caso que unidades usenses, la brigada Garretson, del general Henry, fue de Ponce a Utuado (50 kilómetros) en seis días y sin disparar un tiro.
Nuevamente la sombra de la traición se hizo manifiesta, y nuevamente la prudencia, la ceguera,… el miedo, hizo que nadie se atreviese a señalar esa evidencia, limitándose a acusar de torpes a los directores de la tragedia.

La conducción de la campaña fue un verdadero desastre; un cúmulo de errores, torpezas y equivocaciones, y en ningún momento se supo utilizar los valiosos medios de defensa con que contaba el estado militar del país. La frase «estamos abandonados» corría de boca en boca, y así, muchos, al arrinconar sus fusiles, decían: «¿A qué pelear si los de Madrid no quieren?» (Rivero 1922)

No obstante, con toda la prudencia que estaba a su alcance, señalaban la verdad de la cuestión… ¿A qué pelear si los de Madrid no quieren?
Ante esta situación no es de extrañar que la campaña usense se viese culminada con el éxito en breves días.
El 12 de mayo fue bombardeado San Juan, donde, como no podía ser menos, las defensas eran inexistentes.
El armamento utilizado por los usenses fue el siguiente:

Acorazado Iowa, 38 cañones; acorazado Indiana, 42; crucero acorazado New York, 30; monitor Amphitrite, 10; monitor Terror, 10; crucero Montgomery, 17; crucero Detroit, 7; total, 164 cañones, de los cuales la mayor parte eran de calibre superior a los de la plaza, desde 8 pulgadas hasta 13 (los del Indiana); además, eran numerosos los de tiro rápido, piezas de que carecíamos. La plaza durante el combate puso en acción solamente 28 piezas, de las cuales 20 eran cañones de 15 centímetros, y las restantes, obuses de 24 y 21 centímetros y de avancarga estos últimos. Cada cañón de tierra combatió contra seis en el mar. ../… El total de proyectiles disparados por la escuadra de Sampson, calculando en 150 los del Montgomery, fue de mil trescientos sesenta y dos, contra cuatrocientos cuarenta y uno de las baterías de la plaza.  (Rivero 1922)

A este armamento le presentaban resistencia las fuerzas españolas con un material propio de las guerras napoleónicas, y las respuestas a los requerimientos, dignas de especial mención…

Los obuses de 24 centímetros, las únicas piezas de regular calibre que poseíamos los artilleros, no tenían la pólvora reglamentaria; usamos la de los cañones de 15 centímetros, y de esta manera el tiro resultaba irregular y corto. Las espoletas y estopines estaban en mal estado, y al pedirlos por cable, ya rotas las hostilidades, contestaron del Ministerio de la Guerra al coronel de artillería: «Remitan fondos.» (Rivero 1922)

No es de extrañar que la toma de Puerto Rico por los usenses fuese un paseo militar que culminó con el bombardeo de San Juan por los buques Detroit, Wompatuck, Iowa, Indiana, New York, Amphitrite, Terror y Montgomery. Los gringos sufrieron un muerto y cuatro heridos.
El número total de bajas, como consecuencia del bombardeo, fue el siguiente (Rivero 1922):
Muertos de tropa.................................................................2
Heridos de tropa y auxiliares.............................................34
TOTAL DE BAJAS EN TODA LA GUARNICIÓN...... 36
Muertos de la población civil..............................................4
Heridos de igual procedencia............................................16
TOTAL DE BAJAS EN LA POBLACIÓN CIVIL..........20
Resumen general de muertos y heridos.............................56

Durante los diez y nueve días que duraron las operaciones por tierra, el ejército americano tuvo tres muertos y 40 heridos, de estos últimos tres fueron oficiales; añadiendo los dos muertos y siete heridos durante el ataque a San Juan, el día 12 de mayo, resulta un total de 52 bajas, de las cuales cinco fueron por muerte.

Las fuerzas españolas regulares y auxiliares que defendían la Isla, tuvieron 17
muertos y 88 heridos, que hacen un total de 105 bajas, y además les fueron hechos 324 prisioneros por las tropas americanas, siendo de estos últimos nueve oficiales. (Rivero 1922)

El 6 de agosto se rindió San Juan de Puerto Rico a las tropas usenses del general Miles, y diecinueve días bastaron para que Estados Unidos conquistase Puerto Rico. El día 12 de agosto fue firmado el armisticio.
Al cesar las hostilidades el día 13 de agosto, las fuerzas usenses estaban en posesión de las siguientes poblaciones: Ponce, Juana Díaz, Coamo, Arroyo, Guayama, Yauco, Peñuelas, Guayanilla, Sabana Grande, San Germán, Mayagüez, Cabo Rojo, Las Marías, Hormigueros, Adjuntas, Utuado, Maricao, Lajas, Santa Isabel, Salinas, Añasco, Aguada y Moca. Total, 23 poblaciones.
Y lo que debió desmoralizar a los patriotas… banderas de Inglaterra, Alemania, Francia e Italia, se veían por todas partes…
Ante esta tétrica visión, no es de extrañar que general Nelson Miles afirmase que

cuando menos cuatro quintas partes del pueblo ha saludado con gran alegría la llegada de las tropas de los Estados Unidos, y todas las poblaciones solicitan banderas nacionales para colocarlas sobre los edificios públicos. (Rivero 1922)

Al llegar el día 18 de octubre de 1898, Puerto Rico tenía un régimen autonómico y un Gobierno constituido, de una parte, por el gobernador general, representante de la
Metrópoli y de su autoridad suprema, con un Gabinete efectivo y responsable, formado por cuatro secretarios del despacho, en los diversos ramos de Gracia Justicia, Gobernación, Hacienda, Instrucción pública, Obras públicas y Comunicaciones y Agricultura, Industria y Comercio, actuando uno de ellos como presidente y, de otra parte, un Parlamento insular, dividido en dos Cámaras, llamadas Consejo de Administración y Cámara de Representantes, iguales en facultades.
Ese mismo día, 18 de octubre de 1898 fue arriada la bandera de España en San Juan de Puerto Rico. En su lugar fue izada la bandera usense.







BIBLIOGRAFÍA:

Rivero, Ángel. (1922) Crónica de guerra Hispanoamericana en Puerto Rico. En Internet http://edicionesdigitales.info/biblioteca/cronguerrahisp.pdf Visita 24-10-2016
Soldevilla, Fernando.(1899) El año político 1898. En Internet http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0001809367&search=&lang=en visita 16-10-2016

Soto, Juan B. (1922) Causas y Consecuencias. Antecedentes diplomáticos y efectos de la guerra hispanoamericana. En Internet https://archive.org/details/causasyconsec00sotorich Visita 20-10-2016

2 comentarios :

Adelante Reunificacionistas dijo...

Todo perfecto salvo que una mejor descirpción de Henna le nombraría anexionista.

Unknown dijo...

Evidentemente era anexionista. Lamento no haberlo dejado suficientemente claro.

 
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