viernes, febrero 23, 2018

Desarrollo histórico del separatismo en Filipinas

Cesáreo Jarabo Jordán
pensahispa@gmail.com

Los primeros conatos separatistas en Filipinas tuvieron lugar en 1823, coincidiendo con el triunfo de los agentes británicos en América, pero estos intentos, al igual que los suscitados por José Cuesta en 1854, fueron rápidamente sofocados.

Entre estos años, la actividad llevada a cabo por el mundo anglosajón no cesaba; así mientras en la península mantenían una creciente inestabilidad, en 1837, cuando se desarrollaba la Primera Guerra Carlista, en la que los británicos imponían su criterio y aupaban a Espartero, los Rothschild se plantean abrir en Cuba una agencia. Curiosamente, ese mismo año, una constitución quitó a la provincias ultramarinas su estatus, relegándolas a lo que nunca habían sido: colonias sin representación en los organismos nacionales.

El 18 de Abril, «las Cortes, usando de la facultad que se les concede por la Constitución, decretaron: No siendo posible aplicar la Constitución que se adopte para la Península ó islas adyacentes á las provincias ultramarinas de América y Asia, serán regidas éstas y administradas por leyes especiales análogas a su respectiva situación y circunstancias propias para hacer su felicidad; en su consecuencia, no tomarán asiento en las Cortes actuales, diputados por las expresadas provincias. (Pirala 1895: 786)

Esta mutilación de derechos no se efectuó sin protestas que acabarían siendo germen primeramente del movimiento autonomista y finalmente del movimiento separatista.

Las demandas por el cambio de situación a todos los niveles para las Filipinas constituyen un reclamo existente a lo largo de todo el siglo XIX, muy especialmente después de la cancelación de la representación en las cortes en 1837 y sobre todo desde la inauguración de la legislación especial y la consideración de aquellos lejanos territorios como colonia, no como provincia. (Blanco 2004: 585)

Pero las reclamaciones no servían de nada ante unos gobiernos que en todas sus actuaciones, tanto en las desarrolladas en la Península como en el resto de la Nación, no parece que estaban encaminados, precisamente, al bien de la Patria.
Al alimón de lo acontecido en la Península se sucedían acontecimientos centrífugos en la España ultramarina; así, la revolución “gloriosa”, la septembrina de 1868, fue el inicio de las sublevaciones en Filipinas:

Bien puede asegurarse que la revolución en Filipinas no ha venido de abajo arriba, como suele acontecer en otros países, sino de arriba abajo, de la metrópoli á la colonia, del gobernante al gobernado…/… El abogado separatista Felipe Buencamino hizo constar en el manifiesto que publicó al alzarse en armas contra España, que las islas Filipinas debieron a la revolución de Septiembre su despertar después de un sueño de trescientos años. (Isern 1899: 301)

En principio no se trataba de asuntos de envergadura, sino más bien circunscritos a ámbitos de influencia británica. En ese ámbito, el 21 de enero de 1872 se produjo una grave insurrección en Manila que ocasionó un  enfrentamiento entre una facción militar al mando del sargento Lamadrid y el ejército regular. La revuelta fue duramente sofocada, y en el curso de la misma, que había sido organizada por asociaciones masónicas, se produjo un importante número de muertos y de heridos.

La represalia produjo cerca de ochenta detenidos, entre los que se encontraban personajes como Pardo de Tavera, Regidor, Paraíso y otros. Cuarenta de ellos serían condenados a muerte, de los cuales cerca de una treintena, muchos de ellos masones, fueron indultados o enviados a las islas Marianas y el resto ejecutados, a garrote vil, por sediciosos, el 17 de febrero de 1872. Entre los ejecutados figuran tres clérigos filipinos: José Burgos, Mariano Gómez y Jacinto Zamora. Las peticiones de indulto del Obispo de Manila, D. Gregorio Melitón, de nada sirvieron para que el Gobernador, masón declarado del grado 33, D. Rafael Izquierdo, denegara la petición arrastrado por las exigencias de sus hermanos masones. (Gómez)

Estos acontecimientos, que tuvieron su origen en los astilleros de Cavite, serán la antesala de la formación masónica, revolucionaria y violenta del Katipunan.
Toda esta actividad estaba siendo auspiciada desde la colonia inglesa de Hong Kong.

La actividad de los filipinos en Hong Kong y en ciudades de Europa –especialmente Madrid-, sería trascendental para la preparación del primer movimiento revolucionario en el Archipiélago (1896), en el que no se hizo más que obedecer ciegamente, según la prensa conservadora de la época, las consignas dictadas desde esos centros de conspiración. (Vitar 2006)

Y se desarrollaba esta actividad en medio de una pasmosa indiferencia nacional. En el último cuarto del siglo XIX, la mayor parte de las islas Filipinas no conocía un efectivo control de España. La población era de unos diez millones de habitantes, algo más de la mitad de la española de entonces, distribuidos entre 1.300 islas y en ocho etnias distintas, que practicaban media docena de religiones y hablaban siete idiomas diferentes.
En 1888, Valeriano Weyler era nombrado capitán general de Filipinas el 15 de marzo, encontrándose con la lacra del bandolerismo, al que tenía considerablemente marcado y controlado a finales de junio. También la masonería estaba implantada y gestaba el movimiento separatista, fomentada desde Hong Kong  por los ingleses.
Con esta situación, a mediados de año, el  general Weiler escribiría:

hemos dominado en Luzón y en Bisayas por nuestra influencia moral, sostenida principalmente por el párroco, que, por el dominio que ejerce con sus feligreses, sabe lo que ellos piensan, les aconseja, les dirige, les hace españoles…/… Quitar, pues, la influencia de los párrocos, es quitarla al elemento español, no teniendo en cuenta seguramente que estamos entregados a un ejército indígena cuyo dialecto no entendemos, ni entienden ellos a sus jefes y oficiales (Retana 1896:106)

No obstante, el mismo general, y en el mismo año, decía en una extensa Memoria dirigida al Ministro de Ultramar, que

el Gobierno obraba mal dejando á los frailes la dirección de aquellas islas, porque éstos trataban á los indios como en los tiempos de la conquista; que los indios no han adquirido el desarrollo intelectual y civil de los pueblos de Europa, pero no están en la infancia de su raza; que del yugo teocrático, que ya no podía sujetarlos, producía el efecto de irritarlos; que los indios no tenían la propiedad territorial asegurada, y una gran parte de lo que ganaban con su industria, poco desarrollada, les era arrebatado en virtud de la ley y aun contra la ley»; que «los funcionarios trataban a los indios con altivez y con injusticia, y eran además grandemente venales», y que «si no se corregía todo esto, no seria extraño que los indios se levantasen un día en masa contra España. (Isern 1899: 300)

Pero ¿era acaso la influencia frailuna la causante de la situación? Debemos tener en cuenta que las Filipinas estuvieron, desde el principio, regidas principalmente por los frailes, y no fue sino a finales de los años ochenta cuando el conflicto se inició, se generalizó, incendió la guerra y dio el resultado conocido.
Es justamente en este periodo cuando la Compañía Mercantil e Industrial Hispano-Filipina, apoyo económico del periódico “El resumen”, desarrolló toda su actividad. Tenía su sede en el bazar e imprenta titulado «La Gran Bretaña» situado en la calle Real de Manila, esquina a la de S. Juan de Dios. La Compañía no era sino una tapadera de la Liga Filipina.

El 12 de julio de 1888 fue creada, la Asociación Hispano-Filipina. El masón Miguel Moraytaera era uno de sus principales inspiradores. Los objetivos de la nueva asociación eran conseguir reformas políticas y sociales para el Archipiélago, y para presionar a las autoridades se proponían llevar a cabo una campaña de propaganda, tanto en España como utilizando a los nativos desplazados en Hong-Kong. (Cal 1998: 33)

Y en ese mismo año Rizal fue a Japón, de allí a Madrid, y luego a París y a Londres . Consecuencia de su actuación antiespañola, en Manila fue acusado de asociación ilícita y de promover la rebelión.
Por su parte, en Barcelona los deportados filipinos crean la logia masónica Revolución. A ella se adscribirían José Bonifacio y José Rizal. (Sánchez 1997)
Evidentemente, la administración inglesa iba muy por delante de la administración española, ya manifiestamente sufragánea de aquella. No era sólo la traición del submarino… Tampoco en otros aspectos atendía el ejecutivo español los intereses de España; así, Filipinas, en estas fechas se nos presenta como

un país en el que existen zonas no del todo dominadas; con tribus más ó menos numerosas no sometidas, en estado salvaje, que reciben a flechazos a los seres civilizados; donde otras gentes, si bien sometidas, no tributan; país, en fin, cuyos pobladores, en su mayor parte, son a la manera de «niños grandes», con resabios de sus costumbres primitivas, tan difíciles de desarraigar... ¡Y a tal país le fue el Código civil de la Península sin limitación ninguna, con leves modificaciones!... pues el Gobierno metropolítico, en Real orden de 31 de Diciembre del mismo año de 1889, dispuso que quedara vigente el Código. (Retana 1896: 81)

¿Es criticable o es asumible la crítica de Retana relativa a la aplicación del Código Civil en esa situación social de Filipinas? Eso deberá aclararlo algún jurista… Por lo que respecta a este trabajo, baste con señalar el hecho, como baste señalar el hecho de que en estos momentos se estaba desarrollando la prensa escrita en Filipinas.

Vieron la luz en 1890: Calendario de la Oceanía española, El domingo, El caneco, El papelito, Patnubay nang Católico, El avisador filipino, El Eco de Filipinas El pájaro verde, Lo semana, El papeño mercantil, El liliputiense, La peña (número único), La lectura popular (bilingüe). Son notas a destacar del listado anterior la aparición del primer periódico escrito íntegramente en tagalo, así como la publicación de otra cabecera en edición bilingüe, junto con varios títulos de carácter satírico. (Cal 1998: 29)

Lo que sí es de señalar es que ni a quienes impusieron el Código Civil, ni a quienes promocionaron la divulgación de la prensa escrita parecía preocupar las revueltas ni la acción de algún periódico cuando, el 1 de noviembre de 1891, momento en que Weyler dejaba la capitanía general de Filipinas existían las siguientes fuerzas:

Artillería……………………………. 1.388
Ingenieros ..............................................448
Regimientos de línea.......................... 6.114
Guardia civil .......................................4.102
Veterana .................................................411
Caballería .................................................65
Carabineros ........................................... 427
Brigada sanitaria ................................... 148
Batallón disciplinario ............................ 672
Total  ...............................................13.775 (Retana 1896: 303)

En cuanto a la fuerza de marina, a finales de los ochenta,

El total de las dotaciones, incluidos Infantería de Marina, Guardas de Arsenales y demás, ascendía a poco más de tres mil hombres, en un escenario que sólo en Filipinas abarcaba más de siete mil islas. (Rodríguez 2013: 18)

De esta distribución de las fuerzas militares desplegadas en Filipinas podemos concluir que hablar de dominación sobre el archipiélago no puede ser considerado sino un exabrupto, máxime si tenemos en cuenta que, a excepción de los soldados de artillería, la soldadesca era toda nativa.
Tan escandalosamente minoritaria era la presencia militar en las islas, que nunca el número de peninsulares alcanzó el número de islas que forman aquel Archipiélago. La iglesia, «el convento», como se decía en Filipinas, era el centro de la vida y de la actividad de los poblados por ejercer desde ella el párroco sus inmensos poderes político-administrativos.
El 17 de noviembre de 1891 el general Weyler fue sustituido por el general Ignacio María Despujol, quién a los pocos día de dejar Weyler la Capitanía General neutralizó a unas células separatistas en Manila y se procedió a la quema de unos tapancos (que ni siquiera llegan a ser chozas) de construcción ilegal en terrenos propiedad de los dominicos en Calamba, lo que fue presentado por los activistas masónicos como quema de viviendas.
El activismo separatista que Rizal estaba llevando a cabo, y que culminó en estos momentos con la publicación de su novela Noli me tangere, cargada de sentimiento antirreligioso, ocasionó que fuese desterrado el siete de julio de 1892.
Pero en el fondo, el asunto era bastante prosaico… La familia de Rizal era inquilina de los Dominicos en Calamba, La Laguna. La orden de Predicadores era dueña de extensas tierras agrícolas por dación del Rey a las que habían dotado con sistemas de irrigaciones. A la familia Rizal le fueron otorgadas 500 hectáreas de tierras "limpias y desbrozadas" y otras 300 hectáreas más de tierras que los Rizal habían de limpiar y plantar con arroz y azúcar o caña dulce. De allí la fortuna de la familia. Lo que ocurrió es que Rizal, al hacerse masón y al escribir contra los frailes amen de aconsejar a su familia a dejar de pagar el 30% de alquiler contratado con los dominicos, se enfrentó a los frailes que presentaron un caso de desahucio. La familia de Rizal perdió el caso aunque lo apelaron hasta las cortes de Madrid. Por eso, el mismo gobernador general español les aconsejó que saliesen de Calamba, y Rizal, por despecho, dijo que prefería irse a Borneo bajo los ingleses a sabiendas que existía un conflicto territorial entre España e Inglaterra sobre el norte de Borneo.
Es el caso que, tras haber sido sentenciado a la pena de destierro,

pocos días después aquel ciudadano español, debidamente documentado, desembarcó con su hermana en Manila, y habiéndose presentado el mismo día a la Autoridad superior en momentos en que no era posible concederle audiencia, logró, sin embargo, en una entrevista de tres minutos, y en el acto de solicitarlo, el indulto de su anciano padre de la pena de deportación, cuya gracia se hizo extensiva a sus tres hermanas durante los días siguientes, en que libremente ha transitado por diferentes provincias, sin ser por agente alguno de la Autoridad molestado. (Retana 1896: 126)

Justamente el día del destierro de Rizal, el 7 de julio de 1892 Marcelo Hilario del Pilar crea en Filipinas una sociedad secreta antiespañola, «Soberana y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo», más conocida como el Katipunan, al que pertenecían los que más tarde fueron los principales cabecillas de la rebelión de 1896, Andrés Bonifacio y Emilio Aguinaldo, a quienes EE.UU. subvencionó las guerrillas.
El sentimiento separatista venía gestándose en Filipinas desde tiempos atrás, fundamentalmente, por la deficiente administración española, agudizada por la inestabilidad política de la España isabelina, y el apoyo norteamericano a dichos movimientos separatistas, encabezado por el rebelde Datto Utto. Estas rebeldías fueron resueltas en principio por el entonces Capitán General de Filipinas en 1886, el General Terrero Perinat, pero no pudo evitar que algunas sociedades masónicas se encargaran de canalizar el descontento hacia acciones revolucionarias.
La creación del Katipunan acabaría siendo decisiva en la sublevación tagala. La revolución da comienzo en la isla Luzón el 30 de agosto de 1896, y durante el transcurso del primer año, bajo el liderazgo de Canuto Villanueva y de Eusebio Roque, instauran la conocida como «República del Kakarong» en la provincia de Bulacán.
Habían pasado cuatro años desde la creación del Katipunan sin que ni Despujol, que acabó su mandato en 1893, ni Ramón Blanco y Ereas, que lo detentó hasta el trece de diciembre de 1896 hiciesen nada por atajarlo.
Ante la inoperatividad de las instituciones, el 28 de junio de 1896, el Gran Consejo del Katipunan ordenaba:

Cada hermano cumplirá con el deber que esta Gran Logia le ha impuesto, asesinando a todos los españoles, sus mujeres e hijos..."
En Manila, pese a los rumores de que algo se estaba fraguando, no se supo lo que ocurría hasta el 20 de agosto, cuando uno de los implicados confesó a su párroco que la Katipunán, a la que dijo pertenecían unos 25.000 tagalos, había ordenado asesinar a frailes y residentes españoles de la provincia de Cavite el domingo siguiente a la salida de misa. (Puell 2013:46)
Las amenazas de los terroristas y la pasividad del capitán general, Ramón Blanco, muy en concreto el 20 de agosto de 1896 cuando dieron comienzo las hostilidades armadas del Katipunan, contra España, no sin el necesario concurso del gobierno, que en Cortes manifestó que no concedía importancia a los sucesos de Filipinas, levantó duras críticas en la opinión pública manileña, que veía cómo se iniciaba una dura persecución contra las órdenes religiosas, sin que el Capitán General hiciese nada por evitarlo.
Mientras tanto, José Rizal es detenido en Barcelona a bordo del vapor que le lleva voluntariamente, tras haber obtenido permiso del gobierno español, como médico de campaña para el Ejército Español que opera en la isla de Cuba y devuelto a las islas Filipinas, donde es juzgado como instigador de la sublevación en el archipiélago y condenado a pena capital, siendo fusilado el 30 de diciembre de 1896.
Y en el curso de estos acontecimientos, las presiones populares forzaron la destitución de Ramón Blanco, que el 13 de diciembre fue sustituido por Camilo Polavieja, que se mantendría hasta el 15 de abril de 1897.
El 3 de noviembre de 1896 había llegado a Manila José Rizal, procedente de la península donde había sido enviado por el general Blanco.
El 3 de diciembre de 1896 llegó Polavieja a Filipinas como segundo del gobernador Ramón Blanco Ereas, siendo nombrado gobernador cinco días más tarde. La llegada de Polavieja fue celebrada con grandes manifestaciones de apoyo en Barcelona y en Zaragoza, impidiendo el gobierno que las mismas se celebrasen en Madrid, obligando a Polavieja a llegar antes de lo que estaba previsto. No obstante, la manifestación popular de apoyo a Polavieja (a la que se sumó la reina), y de rechazo al gobierno, fue muy importante.
Camilo Polavieja se encontraría con el problema del juicio de Rizal, quién acaba teniendo una importante colección de claroscuros que le significaron como culpable de la rebelión filipina, pero que, al fin, también lo señalan como víctima de las asociaciones masónicas que, si durante cinco años lo habían utilizado para la obtención de sus fines, se encontraban en estos momentos con una persona que había madurado y planteaba diferencias que lo alejaban de la obediencia masónica tanto como de la idea separatista que alimentaba el Katipunan.
No estaba de acuerdo Rizal con los planteamientos independentistas de los sediciosos katipuneros y así se lo manifestó al Dr. Pío Valenzuela, perteneciente a la masonería, durante su clandestina visita que realizó a Rizal en Dapitan. No obstante, Rizal fue acusado de encabezar la rebelión (El no informar a las autoridades españolas de su entrevista con el Dr. Valenzuela, le perjudicó mucho en su consejo de guerra) Realmente, fueron los masones filipinos Marcelo H. del Pilar, Apolinario, Ambrosio Flores, Faustino Villarroel, Arcadio del Rosario, Numeriano Adriano y otros, con sus trabajos y ponencias, los que más influyeron en la sociedad filipina para provocar la insurrección independentista. (Gómez)
Ante el Consejo de Guerra, Rizal ya no es el separatista de cinco años atrás, y como consecuencia es abandonado por sus antiguos hermanos masones, que pasan a ser los principales testigos contra su defensa. Las pruebas y los argumentos, realmente defendidos años atrás, pero rechazados a estas alturas, son el argumento de la acusación, y el día 26 de diciembre de 1896 es condenado a muerte por el tribunal y confirmada su sentencia por el Gobernador Polavieja.
Contra esos argumentos, y en su descargo, manifestó Rizal:

Soy inocente. Necesítase, sin duda, una víctima propiciatoria de los acontecimientos. En Cuba, esa víctima ha sido Maura, á cuyas reformas políticas se atribuye la sublevación. Aquí se pretende que lo sea yo. (Soldevilla 1897: 513)

Consciente que se encontraba ante los últimos momentos de su existencia, José Rizal pidió el matrimonio con Josefina, su novia. Y lo pidió por el rito católico al padre Balaguer, quién le otorgó un documento por el que Rizal renunciaba a la masonería.

Me declaro católico y en esta religión, en que nací y me eduqué, quiero vivir y morir. Me retracto con todo mi corazón de cuanto en mis palabras, escritos, publicaciones y conducta haya sido contrario a mi condición de hijo de la iglesia. Creo y profeso cuanto ella enseña y me someto a cuanto ordena. Abomino de la masonería como enemiga de la iglesia y como sociedad prohibida por la misma iglesia. Puede el prelado diocesano, como superior autoridad eclesiástica, hacer pública esta manifestación espontánea mía para reparar el escándalo que mis obras hayan podido causar y para que Dios y los hombres me perdonen. (Gómez)

En el portal de una muerte cierta, con el conocimiento de que tal confesión no iba a reportarle ningún beneficio material,  Rizal renunció a sus grados masones (el 4º grado en la masonería francesa y el 5º grado en la masonería alemana), el día antes de ser fusilado, veintinueve de diciembre de 1896, ante un sacerdote que ejerció como testigo.
Rizal confesó y comulgó y escribió de puño y letra:

Me declaro católico, y en esta Religión en que nací y me eduqué quiero vivir y morir.
Me retracto de todo corazón de cuanto en mis palabras, escritos, impresos y conducta ha habido contrario a mis cualidades de hijo de la Iglesia Católica. Creo y profeso cuanto ella enseña y me someto a cuanto ella manda. Abomino de la masonería, como enemiga que es de la Iglesia. Puede el prelado diocesano, como autoridad superior eclesiástica, hacer pública esta manifestación espontánea mía, para reparar el escándalo que mis actos hayan podido causar y para que Dios y los hombres me perdonen. Manila, 29 de diciembre de 1896.

El 30 de diciembre de 1896 fue fusilado José Rizal por un pelotón de indígenas. Todo hace pensar que como consecuencia de haberse distanciado de los principios masónicos a los que había servido. Su ejecutor, Camilo García de Polavieja, era capitán general de Filipinas.
Sin embargo, la prensa masónica (El Nuevo Régimen, 2-1-1897) trataba así el asunto:

Se cumplieron nuestras profecías, Rizal ha sido, entre los presos de importancia, la primera víctima sacrificada por Polavieja. Lograron su venganza los frailes, esos hombres que al romper el sagrado vínculo de la familia y hacer voto de castidad se despojan de todo humano sentimiento. ¿Son frailes por fanatismo? Están dispuestos como los Torquemadas y los Arbués a inmolar en los altares de su Dios la humanidad entera. ¿Lo son por conveniencia y cálculo? No anidan en sus pechos sino bajas pasiones: la de la lujuria, la de la dominación, la de la codicia.

Todo hace pensar que el fusilamiento de Rizal fue, en verdad, un error político, y no sólo eso, sino intrínsecamente una injusticia, pero como señala el profesor Guillermo Gómez Rivera, filipino,

su sentencia de muerte, mirándola imparcialmente como cosa de su tiempo, fue justa si tenemos en cuenta las leyes de aquel tiempo, particularmente la ley de la unión de la Iglesia Católica con el Estado español al que Filipinas, en aquel tiempo, pertenecía. Rizal se hizo masón por lo que se le acusó de "asociación ilícita" y por atacar a los representantes de la Iglesia Católica de entonces (los frailes misioneros) en sus escritos, se le acusó consecuentemente de "rebelión". Pero lo verdaderamente triste, cuando no trágico, del caso de José Rizal a quien todos admiramos por poeta, novelista e investigador es que el fruto triunfal de su obra y de sus esfuerzos, que fue la Primera República de Filipinas, fue despiadadamente destruida por los invasores norteamericanos, los WASP usenses, que luego nos quitaron la lengua española para forzar a los filipinos a hablar tan solamente en inglés y como consecuencia verdaderamente matarle a José Rizal y todo su trabajo pro-patria, mientras igualmente mataban, con la ignorancia del idioma de Rizal que es el castellano, el sentido exacto de la identidad y la nacionalidad de cada filipino de hogaño condenado a la terrible diglosia y a la distorsión de su pasado, incluyéndole al mismo José Rizal que, por dictamen WASP usense, se le recuerda, no por su labor heroica en idioma español, sino como vulgar símbolo de odio masónico a una España que incluía a Filipinas y toda la cultura y el desarrollo social que hizo de Filipinas un pueblo grande. .He allí lo verdaderamente trágico para todos los filipinos incautos de hoy día condenados al caos y a la pobreza por medio del terrible neocolonialismo WASP usense y por medio de un patriotismo falso cuando no de idiotas que rechaza la F por la P (en Filipinas y Filipino) dictaminado para ellos en inglés por los mismos WASP usenses a quienes admiran y aman por encima de su propio país. GGR

La causa separatista ya tenía un mártir y la situación no mejoraba, mientras los refuerzos del Ejército no eran atendidos. Las fuerzas desplegadas eran las siguientes:

En total 17.659 hombres de tropa combatiente de los cuales 3.054 eran europeos y 14.605 indígenas A los primeros pertenecían casi todo el personal de los Regimientos de Artillería contando sólo con 133 indígenas el de Plaza y 52 el de Montaña; en el resto de unidades el tipo medio de clase europea era de seis sargentos europeos por uno indígena y seis cabos europeos por cada ocho indígenas, mientras la tropa era indígena en su totalidad. (Dávila 1999: 319)

El 9 de marzo de 1897 dimitió el general Polavieja, aduciendo enfermedad, pero se rumoreó que la causa principal era la negativa a enviarle refuerzos.
El 22 de marzo de 1897 el general Polavieja sería sustituido por el general Fernando Primo de Rivera, que el 23 de abril llega a Manila y se hace cargo del mando del archipiélago.
La situación llevó a que se celebrasen Consejos de guerra en los que se puso de manifiesto que José Bonifacio se había ofrecido a Japón, extremo que aparece como cierto, ya que Japón comunicó a España lo tratado. Por otra parte, también parece cierto que, al margen de la comunicación al gobierno español, Japón estaba dispuesto a tomar Filipinas bajo la condición de que la sublevación fuese generalizada.
El conflicto creado por Bonifacio afectó también al propio movimiento separatista; así, el mismo día en que Polavieja presentaba su dimisión

se reúnen las facciones del Katipunan en una sesión tormentosa, donde se acuerda establecer una República de Filipinas, saliendo elegido presidente el general Aguinaldo y vicepresidente Mariano Trías, quedando Andrés Bonifacio como Director de Interior. Pero continúa desarrollándose la reunión que finaliza con las pistolas encima de la mesa. Bonifacio declara nula la asamblea y todos los acuerdos alcanzados. No obstante, los demás nominados juran sus cargos en la Iglesia del Convento de Tejeros. Bonifacio es detenido y herido por los seguidores de Aguinaldo, siendo juzgado por sedición contra la República y condenado a muerte, junto a su hermano Procopio. A pesar de la intervención de Aguinaldo para conmutarle la pena, Bonifacio y su hermano son fusilados por los militares, capitaneados por el comandante Makapagal. Aguinaldo se retira a Byak-na-Bató donde instala sus cuarteles generales y la capital de la revolución. En esta ciudad es redactada la primera Constitución filipina, en idioma español, por Isabelo Artacho y Félix Ferrer, donde se declara la “emancipación de la monarquía española”, siendo el Tagalo el idioma oficial y primer presidente de la República el general Emilio Aguinaldo, siendo vicepresidente Mariano Trías. (Gómez)

Pero el movimiento centrífugo ya llegaba también a la Península. Por estas fechas empezaba en Cataluña un movimiento separatista que reclamaba un régimen autonómico análogo al otorgado a Cuba. Los altercados de catalanistas y de carlistas se sentían con vigor, si bien no acababan de tomar cuerpo.
Primo de Rivera acabó negociando la paz con Aguinaldo en el conocido Pacto de Biacnabató, donde se convino que Aguinaldo y unas decenas de dirigentes de la insurgencia recibirían 400.000 pesos y se marcharían a Hong Kong.
En dicho pacto se estipulaba:
1º.- La expulsión, o por lo menos secularización de las órdenes religiosas, y la abstención por parte de éstas de toda intervención en la administración civil 2º.- Amnistía general para todos los rebeldes, y garantía de seguridad personal contra todo acto de venganza después de haber aquéllos regresado a sus  hogares.
3º.- La adopción de medidas que pusieran término a los abusos manifiestos que se cometían en la administración pública.
4º.- Libertad de la prensa para denunciar la corrupción oficial.
6º.- Abolición de los sistemas de deportación secreta de políticos sospechosos.

E1 15 de Noviembre de 1897 se firmó el Pacto de Biacnabató (ver anexo), convenio que firmaron en el palacio de Malacañang el general Primo de Rivera y Pedro A. Paterno, y ratificó por telégrafo el 14 de Diciembre Sagasta, Presidente del Consejo de Ministros.
Los principales términos del pacto eran los siguientes:

Los jefes filipinos depondrán sus armas y reconocerán la soberanía española en Filipinas.
Los jefes principales viajarán al extranjero y recibirán ayuda monetaria para su mantenimiento.
Aguinaldo recibirá una carta de crédito de 400.000 pesos.
Entrega al gobierno de 225 armas de fuego; 2.382 municiones, 20 cañones y dos sables de oficial, recogidos en Byak-na-Bató
-Después de la entrega de 700 armas modernas, Pedro Alejandro Paterno recibirá dos cheques por 200.000 pesos cada uno; uno de ellos en efectivo inmediato y otro después de proclamarse la amnistía general y entonarse el solemne Te Deum de acción de gracias. (Que, en efecto, se realizó en la Catedral de Manila).

Emilio Aguinaldo, jefe supremo de todos los filipinos en armas, junto a Mariano Llanera y Baldomero Aguinaldo, sus  lugartenientes, en su nombre y en nombre de aquellos que los habían elegido por jefes, renunciaban a su actitud hostil; deponían las armas que habían tomado contra su patria, y declaraban someterse a los poderes legítimos. Reivindicaban en cambio todos los derechos y ventajas de los ciudadanos españoles.

Una cláusula secreta, unida al tratado, estipulaba la (indemnización de guerra), ó sean las ventajas pecuniarias que habían de obtener Aguinaldo y sus compañeros de destierro. Estas debían graduarse por las sumisiones obtenidas y las armas entregadas; y así debían ser de 600.000, 400.000 ó 300.000 pesos, además de dos letras de 100.000 dollars cada una, pagaderas en Hong-Kong el 1 de Marzo y el 1 de Abril de 1898. (Isern 1899: 299)

La noticia del Pacto de Biak na Bató cayó como un bálsamo sobre España, que creía ver en el mismo la solución a un problema que ponía de manifiesto la debilidad de la Patria. En el Pacto residían todas las esperanzas.

era lógico suponer que al recibir la noticia en España, ésta demostrara de modo ostensible, la grata impresión que tan fausta nueva le producía, mucho más no pudiendo como no podía cerciorarse en el acto de la veracidad de un hecho que ocurría á más de tres mil leguas de distancia y que estaba abonado por los telegramas puestos á los diarios de gran circulación por sus corresponsales particulares en Manila, los cuales no podían telegrafiar nada á sus respectivos periódicos, sin la previa censura del Capitán general. (Ría 1899: 22)

En cumplimiento del Pacto, el 28 de diciembre salía Aguinaldo de Filipinas, quién en la despedida que tuvo efecto el día 26, dando grandes vivas a España declaró:
Elevo al trono, al gobierno de la nación y á España entera, la solemne protesta de mi incondicional adhesión y de mi ferviente é inalterable patriotismo. .Juro ante Dios -añadió- morir antes que hacer armas contra España. En cambio, puede que algún día se me ofrezca ocasión de probar que soy capaz de derramar mi sangre por la patria, por la gran patria española. (Soldevilla 1898: 438)

Pero, ¿eran sólo palabras emitidas para salvaguardar su seguridad? A esa conclusión podemos llegar si nos atenemos a lo acontecido inmediatamente después

cuando llegó a Hong Kong, y mientras los sublevados entregaban las armas y prorrumpían en vivas a España, Aguinaldo expresó que “no sabía lo que haría”. (Soldevilla 1899: 3)

Si bien muy pronto supo qué haría:

Aguinaldo en secreta entrevista con el cónsul americano en Singapur accedió a la propuesta de éste de reanudar la lucha armada y ayudar a los americanos, asegurando que podrá reunir a su pueblo para reemprender la lucha y conquistar Manila en el plazo de dos semanas si le proporcionan armamento. (Dávila 1999: 317)

Por su parte, el 7 de febrero de 1898 dimitía el general Primo de Rivera de su cargo de Capitán General de Filipinas, dejando el territorio en claro estado de insurrección, y sin poder material de ser controlado.
Lo que quedaba manifiesto a estas alturas era el estado de alta tensión existente en la zona, Al respecto, el 15 de febrero de 1898, “El Mundo naval ilustrado” decía:

Todas las naciones de Europa han acumulado en Oriente un núcleo de fuerzas navales, de los buques más modernos, lo mismo las que han procedido á vías de hecho, que los países que por ahora se hallan á la expectativa, y no estaría de más que allí donde tenemos tantos intereses se dejara ver nuestro pabellón en algún acorazado, pues los buques de la antigua Escuadra de Filipinas no son de condiciones para figurar al lado de los que este invierno se reunirán en las costas de China.

Dos semanas después de la dimisión de Primo de Rivera, el 25 de febrero de 1898 el general Basilio Augustí era destinado gobernador de Filipinas, en medio de una gran disconformidad por la medida. El 9 de abril de 1898 llegaba a Manila el vapor correo “Isla de Panay”, conduciendo al nuevo Capitán General de las Islas.
Carlos Ría, militar destacado en el territorio escribiría sobre el nombramiento:

Desde luego me atrevo á afirmar que el nombramiento del Sr. Augustí para el cargo de Capitán general de Filipinas y General en Jefe de aquel ejército, constituyó una verdadera desgracia nacional, una desgracia irreparable para la patria y para el honor militar, una hecatombe; en fin, la causa determinante del desastre y de la pérdida del Archipiélago. (Ría 1899: 64)

Este testigo de excepción, si bien exageraba un tanto al cargar ese peso sobre hombre de tan poca entidad, arremetía tanto contra el general Augustí, a quién no le reconocía dotes militares ni de mando político de ninguna clase, como contra el propio gobierno, al que no se atrevía a acusar de traición sino de graves faltas de incompetencia.
Y es que Augustí, al parecer de los expertos, debió reconcentrar las tropas buscando una defensa eficaz, siendo que, contra toda estrategia militar, las dejó  diseminadas.
Informa el propio Ría que en Manila

existían 10.000 hombres, de los cuales podía haberse formado una columna de 2 ó 3.000 con el objeto de que fueran al mando del mismo Capitán general ó de cualquiera de los Generales que había en Manila, á recoger los destacamentos comprometidos. (Ría 1899: 93)

Pero en vez de llevar a efecto esa medida, dejó abandonados numerosos destacamentos que si en época de paz podían tener utilidad para asegurar el mantenimiento del orden, en la situación existente en aquellos momentos, eran lesivo para la seguridad general.
Pero no fue esa la única medida llevada a cabo por el general Augustí. El general Blanco avisó al general Augustí que no repartiese armas a la milicia local, y mucho menos que nombrase jefe de las mismas a quienes poco antes eran cabecillas de la sublevación. Justo lo contrario hizo Augustí, algo que llevó a efecto como reflejo de su política de supuesta atracción. Como bien hubiese señalado el general Blanco, esas milicias tendrían gran importancia en el apoyo a Aguinaldo, quién desoyendo el pacto de Biacnabató por él firmado, se alió con quienes al poco serían sus enemigos.
En ese sentido, el 4 de mayo de 1898 (tres días después del desastre de Cavite) la prensa de Oriente se hacía eco de la siguiente noticia:

Inmediatamente antes del comienzo de las hostilidades entre España y los Estados Unidos, Singapore era la escena de un arreglo político secreto, mediante el cual el General Emilio Aguinaldo, la cabeza suprema del movimiento revolucionario en Filipinas, ha entrado en relaciones directas con el Almirante Dewey, comandante del escuadrón americano en las aguas de China..." (Soto 1922: 161)

¿Qué decía al respecto la prensa usense? "The Times'', de Nueva York, el 5 de mayo, decía que los Estados Unidos retendrían las Islas Filipinas hasta el fin de la guerra, y que entonces, si España no pagaba la indemnización que se exigiera, aquéllas serían vendidas a algún poder europeo, con preferencia a Inglaterra.
La realidad de la noticia no tardaría en tener sus primeras consecuencias, pues a los pocos días de haberse firmado ese acuerdo, el diecinueve de mayo

desembarcó en Cavite, Emilio Aguinaldo, conducido por los barcos americanos desde Hong Kong, donde vivía desde el ignominioso tratado de Biaknabató, con el objeto de que levantara el país contra España, á cambio de una porción de promesas de independencia y de protección, que entusiasmaron á Aguinaldo de tal modo, que publicó un manifiesto aconsejando á los filipinos el levantamiento general, para el día 31 de Mayo, puesto que protegidos por el bloqueo de Manila, no podrían llegar refuerzos a los españoles, y por consiguiente, el triunfo era seguro. (Ría 1899: 69)

Avisados en Madrid de esta ruptura del Pacto de Biaknabató, el ministro de Marina enviaba el 25 de mayo un telegrama al general Augustí que indicaba:

Tengo noticia de la llegada de Aguinaldo a Cavite y que se intenta un levantamiento general del país para el día 31 de Mayo. (Ría 1899: 71)

Pero ya estaba claro el papel que cada uno desarrollaría en el drama. El de Filipinas, como el del resto de España, de carnaza. Así, el 10 de junio de 1898, Emilio Aguinaldo envió al Presidente de los Estados Unidos un manifiesto, en que expresaba su gratitud al Gobierno Americano por la protección que le había dispensado éste a los filipinos… y protestaba por la noticia difundida por “The Times”.
La cuestión debió ser tenida como de importancia secundaria por Aguinaldo, pues el  27 de junio siguiente  firmó el convenio con el cónsul general de los Estados unidos en Singapur, Mr. Pratt, que decía así:

1.º Se proclamará la independencia de Filipinas.
2.º Se establecerá una República federal con un Gobierno designado por los insurrectos, nombrando interinamente sus miembros el general Aguinaldo.
3.º El Gobierno reconocerá una intervención temporal a las comisiones americanas y europeas que por el pronto designe el almirante Dewey, etc.

Como era de prever, nada de este convenio sería respetado por los usenses, que se sirvieron de los firmantes como de esclavos.

Por aquellos días, también obligaron á Emilio Aguinaldo, constituido en Presidente de la República Filipina, á abandonar el puerto de Cavite con toda su Corte, trasladándose al pueblo de Bacoor, y poco después á Malolos, donde quedó definitivamente establecida la residencia oficial del Presidente y la población, desde aquel momento, convertida en la capital de la República. (Ría 1899: 309)

Pero esa capitalidad, esa presidencia, ¿qué representaba?, ¿quién la reconocía? La pregunta viene motivada por la actuación llevada a cabo por la oligarquía filipina, que se había mantenido presumiblemente fiel a la Patria al tiempo que se movía en el contubernio anglo-usense. En esa actuación propia de felones, el 2 de agosto de 1898, el senador usense Marco Hanna recibió el siguiente telegrama: “La familia Cortés, representando a las familias ricas y educadas de Manila, imploran de Ud., por mediación del Cónsul General Wildman, en nombre del cristianismo y de la humanidad, que no la abandone, y que influya para que las Islas Filipinas sean anexadas a América. Sírvase ver al Presidente''; y el 4 del mismo mes, este cablegrama fue confirmado por el Cónsul Wildman a requerimiento del mismo senador Hanna.
¿Y la repercusión económica?... La bolsa subía… ¡También en la Península!
Manila capitularía ante las tropas usenses el trece de agosto.
Como resultaba evidente, y a pesar de las promesas estadounidenses de independencia de Filipinas, estas no se cumplieron y el Presidente Aguinaldo finalmente se dio cuenta de su posición en la tragedia y declaró la guerra a los Estados Unidos el 4 de febrero de 1899.

El 5 de febrero de 1899, proclama de Emilio Aguinaldo al pueblo filipino:
Por mi bando fecha de ayer, he publicado la ruptura de hostilidades entre las fuerzas filipinas y las americanas, de ocupación en Manila, promovida por estas últimas, de modo inesperado é injusto.
Mi manifiesto de 8 de Enero próximo pasado ha publicado los agravios inferidos al ejército filipino por el de ocupación: la proclama del General Ottis relata los agravios al pueblo filipino; los continuos atropellos y vejámenes acusan las desdichas del vecindario de Manila; y por último, las conferencias inútiles y el menosprecio al Gobierno filipino, acreditan la premeditada transgresión de la justicia y la libertad.
Sé que la guerra ha producido siempre inmensos estragos; sé que el pueblo filipino, no rehecho aún de las pérdidas pasadas, no se encuentra en las mejores disposiciones para arrostrarlos. Pero sé también por experiencia cuan amarga es la esclavitud, y por experiencia conozco que debemos sacrificarlo todo en aras de nuestro honor é integridad nacional, tan injustamente atacados.
He querido evitar hasta donde me ha sido posible el conflicto armado en mi afán de asegurar nuestra independencia por medios pacíficos y evitar los sacrificios más costosos. Pero todas mis gestiones han fracasado ante el desmedido orgullo del Gobierno americano, y de los representantes del misino en estas Islas, que se han empeñado en considerarme rebelde porque defiendo los sagrados intereses de mi patria, y no me hago solidario de bastardas intenciones.
Las pasadas campañas os habrán convencido ya que este pueblo es siempre fuerte cuando quiere serlo: sin armas hemos arrojado de nuestro amado suelo á los antiguos dominadores, y sin armas podremos rechazar la invasión extranjera, con sólo queramos. La Providencia tiene siempre medios reservados y auxilio pronto en beneficio de los débiles, para que no sean aniquilados por los fuertes, y puedan realizarse la justicia y el progreso de la humanidad.
No os desaniméis; tenemos regada nuestra independencia con la sangre generosa de nuestros mártires; la que se derrame en lo sucesivo, servirá para hacerla más frondosa y más fragante. La naturaleza no ha desperdiciado jamás los generosos sacrificios.
Pero tened en cuenta que para que nuestros esfuerzos no se malogren, nuestro afán sea cumplido, es indispensable que ajustemos nuestros actos todos, á las reglas del Derecho y del Bien, aprendiendo á triunfar de nuestros enemigos y á vencer nuestras malas pasiones.»
Malolos 5 de Febrero de 1899.—Emilio Aguinaldo, Presidente de la República filipina. (Ría 1899: 334-335)

Durante la guerra,  el ejército americano masacraría al pueblo filipino, y tras ella llevaría a cabo uno de los metódicos genocidios con los que los anglosajones han sembrado el mundo, y que en esta ocasión segó la vida de centenares de miles de indefensos filipinos, hombres, mujeres y niños.

Entre los años 1899 y 1913 Estados Unidos de América escribió las páginas más negras de su historia. La invasión de Filipinas provocó una feroz reacción del pueblo filipino. 126.000 soldados estadounidenses fueron llevados para sofocar la resistencia. Como resultado, 400.000 filipinos murieron por efectos de la guerra y un millón de civiles a causa de las dificultades, los asesinatos en masa y las tácticas de tierra quemada llevadas a cabo por los estadounidenses.

El Presidente Aguinaldo es acusado de promover el asesinato del General Luna por lo que es perseguido y capturado en Palánan, provincia de Isabela (Luzon). Finalizada la guerra contra USA, Emilio Aguinaldo vivió prácticamente arrestado en su residencia, durante toda su vida hasta que falleció en el año 1964 a los noventa y seis años de edad.
Sus hermanos masones, sobre todo estadounidenses, se encargaron de divulgar su directa participación en los asesinatos tanto del General Luna como de Andrés Bonifacio. Estos asesinatos fueron desmentidos siempre por él mismo, pero nunca se atrevió a publicarlo. (Gómez)

Durante la contienda hasta 1902 murieron 20.000 militares filipinos y 4.234  estadounidenses. El número de civiles filipinos que perecieron como consecuencia directa de los enfrentamientos sobrepasó el millón de personas (que para el año de 1899, la población del país rondaría aproximadamente los nueve millones), más del 10% de la población. Este evento se llama Genocidio filipino (Estados Unidos ordenó a su ejército no tomar prisioneros y matar a todos los mayores de diez años). La quema de aldeas, las torturas y las violaciones por parte del ejército estadounidense también fueron abundantes.
Estados Unidos practicó la tortura de las llamadas curas de agua, en las que obligaban al prisionero a ingerir cantidades ingentes del vital líquido, produciéndose muchas veces la muerte por colapso.
Tras la derrota, Filipinas se convirtió en una colonia de Estados Unidos, que impulsó su cultura e idioma en las islas. Finalmente, el 4 de julio de 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos concedió a Filipinas una independencia más nominal que real.
Hasta aquí el desarrollo del separatismo en Filipinas. Sólo nos queda hacer una reseña de la actuación adoptada por el gobierno español con los patriotas naturales de Filipinas.
En Cuba y Puerto Rico queda sobradamente demostrado que, ni mucho menos, se trató de la rebelión de un pueblo contra una metrópoli; cubanos eran muchos oficiales; cubanos eran varios generales; cubanos eran muchos soldados. ¿Qué sucedió en Filipinas? También queda señalado que la soldadesca era mayoritariamente filipina, como también queda señalado que hubo muchas deserciones, pero… ¿era todo así?
Iniciadas las revueltas, en 1897 se organizó una unidad de caballería compuesta por doce jinetes y comandada por Eugenio Blanco, natural de Luzón, de la etnia de los macabebes, y con la autorización del capitán general Ramón Blanco y Arenas, en tres días, sometió a los rebeldes de Magabun, provincia de Bulacan. Su servicio fue con carácter gratuito, por puro patriotismo de los macabebes.
Personalmente, la acción le reportó el grado de capitán del ejército, pero no sería la única que llevarían a cabo. Posteriormente organizó otra partida y acabó formando una Compañía de Voluntarios.
Los macabebes asistirían a los frentes a que fuesen destinados. Finalmente fueron enviados, ya como soldados del ejército español, a Las Marianas, donde acabarían sufriendo el mayor desprecio del gobierno español cuando fueron licenciados en diciembre de 1899.
Llegada esta fecha, con Filipinas en poder usense y vendidas las Marianas, los macabebes solicitaron, como españoles que eran, ser repatriados a la Península, a lo que ya a todos los efectos se había reducido España.
Pero no contaban con que en España, el gobierno no estaba compuesto por españoles sino por agentes británicos con pasaporte español, que como tales no atenderían a razones, ni de fidelidad, por supuesto, ni de deudas contraídas.
Se les adeudaban dos mensualidades por un monto de 13.000 pesos… pero esa era una cuestión menor. Se les debía alguna condecoración, algún reconocimiento a su valor y a su fidelidad… Pero ni eso fue atendido por el gobierno de Su Majestad. Sencillamente se les licenció, se les abandonó.

Blanco falleció el 4 de diciembre de 1925; año y medio más tarde, el 5 de agosto de 1927, un grupo de seis macabebes que habían tomado parte directa al mando del Coronel, Mariano García, Alberto Sawal, José Blanco, Januario Casio, Diego Magat, Hilario Sawal y Baltazar Sawal, solicitaron del Gobierno español, en carta dirigida al Rey, ayuda en forma de pensión o de otra índole ya que estaban al borde de la indigencia; no acudían en demanda de pago por sus servicios y confiaban en que el Gobierno español no abandonara en la indigencia a los que fielmente le habían servido.
El Rey desestimó dicha petición argumentando que carecían de derecho a lo que solicitaban. (Pozuelo 1998: 158)

Como toda compensación, el gobierno español les ofreció que continuasen al servicio de Alemania.
Tristes acontecimientos que fueron sufridos en primera persona por el pueblo hispano-filipino… y por quizás el principal protagonista de la tragedia, Emilio Aguinaldo, que en entrevista concedida a Guillermo Gómez Rivera el dieciséis de diciembre de 1958, decía:

Al llegar a Filipinas inmediatamente hice que se declare la independencia de Filipinas de España esperando que los Yanquis nos apoyen. Pero me traicionaron. ¡Nos traicionaron! En vez de apoyarnos como aliados nos provocaron la guerra muy adredemente porque su intención era robarnos la reserva en oro y plata que acumulamos en Malolos bajo la custodia del Gral. Antonio Luna y el Capitán Sevillano Sevilla. Esa reserva vale más de mil millones de dólares y nos lo robaron al caer Malolos en manos de Arthur MacArthur. Y me persiguieron hasta Palanan, La Isabela, para capturarme. No se atrevieron a ejecutarme porque no les convenía hacer eso. Me quieren vivo para echarme la culpa del asesinato de Andrés Bonifacio y el de Antonio Luna.

También en entrevista concedida a Luis María Ansón el 15 de febrero de 1964 diría Aguinaldo:
La Madre Patria— dijo, y yo sentí un nudo en la garganta—. La Madre España. Después de a Filipinas yo amo a la Madre España y querría ir algún día a ella... Los norteamericanos nos traicionaron, nos traicionaron, nos traicionaron...


































BIBLIOGRAFÍA

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