domingo, julio 01, 2018

Idilia, una historia del futuro





Cesáreo Jarabo Jordán

Capítulo Primero


Idilia era una ciudad perfecta, con una sociedad perfecta, donde todo, absolutamente todo, estaba medido y calculado por unas administraciones públicas volcadas en hacer feliz la vida de sus habitantes.



Desde la estructura de la ciudad, calculada para satisfacer todos los deseos de su pueblo, hasta el momento de la muerte, que en su caso era facilitada generosamente por esas mismas administraciones públicas mediante la aplicación de la eutanasia. Todo estaba ordenado para el disfrute.

Los servicios públicos; el transporte; el aborto; la eutanasia; el divorcio; la distracción al aire libre, en salas especializadas y en la televisión, sin dejar de lado los medios de comunicación, estaban hábilmente administradas hacia la libertad.

Si política y culturalmente se podía definir como avanzada, más, como puntera, urbanísticamente no era menos. Estaba concebida y estructurada en forma circular, en cuyo centro se encontraban los más variados centros de diversión; cines, teatros, salas de fiesta… Todo de lo más variado, donde, en plena libertad, se podía encontrar la mayor gama de diversiones que la mente humana pueda llegar a imaginar, y todo sin tabúes ni falsa moral.

En otro círculo concéntrico se acumulaba una gran diversidad de tiendas donde se podía encontrar todo tipo de enseres producidos en cualquier lugar del mundo, y todo interconectado con pasillos móviles y cubierto en toda su extensión para privar a sus visitantes de las inclemencias del tiempo.

En un tercer círculo se concentraba la población, en edificios inteligentes y habitáculos individuales, equipados con todos los adelantos técnicos; desde el más elemental al más sofisticado electrodoméstico; habitáculos desde los que se podían realizar todas las funciones humanas sin necesidad de salir a la calle; servicios automáticos de limpieza se encargaban de su labor sin incomodar a nadie, ya que por un sofisticado sistema, y de manera automática, se procedía a la limpieza de la mayor parte de las viviendas y lugares comunes, al tiempo que una legión de limpiadores acudía en cada momento donde eran requeridos, sin molestar en absoluto a nadie.

Hospitales especializados en todo tipo de enfermedades y accidentes se distribuían estratégicamente en un cuarto círculo, y en un quinto círculo, más alejado, se ubicaban las fábricas, todas bajo un estricto control ecológico.

Una estructura de ciudad de la que todos se sentían sumamente orgullosos, ya que los servicios estaban sobradamente garantizados, y lo que es más importante, todo gratuito, puesto que la administración pública era responsable de todo. Todo, así, estaba ordenado. Nada impedía ser feliz.

Las guarderías, ejemplares y asépticas, albergaban a un número reducido de niños, porque la gran estructura de Idilia ordenaba a la perfección el número que de los mismos serían necesarios en los próximos años, y a ese número se reducían. Con una peculiaridad: no existía ningún niño con minusvalía física ni psíquica, y todo gracias al servicio sanitario de Idilia, que cuando detectaba cualquier malformación en el feto, provocaba unos asépticos abortos, cuyos desechos eran aprovechados para fabricar unas estupendas cremas de belleza usadas por toda la población.

La administración de Idilia, exclusivamente compuesta por miembros de la asociación de homosexuales, ordenaba el número de nacimientos necesario para el mantenimiento de la sociedad, teniendo muy en cuenta el nivel de producción de cada uno, y dando libertad de tener un hijo a las parejas heterosexuales, quienes naturalmente no tenían ninguno, ya que preferían acceder a la esterilización gratuita y al divorcio, todo facilitado por el sistema y en busca del alto valor moral de mantener la cohesión social, y evitando un desproporcionado crecimiento que diese al traste con la estructura social que a todos beneficiaba por igual.

El mantenimiento del índice de natalidad, necesario para la existencia de la sociedad, era mantenido en una especie de residencias instaladas en el cuarto círculo de la ciudad, donde colectivos de mujeres eran inseminadas artificialmente, y producían de manera controlada el número y la calidad de los nuevos habitantes.

Desde la guardería, y hasta la Universidad, especial tratamiento recibía la educación sexual, donde quedaba manifiesto que la heterosexualidad era una opción de vida,  tan digna como la homosexualidad, pero con menos ventajas que ésta, ya que los puestos de control social les correspondían a ellos, y por otra parte, eran los heterosexuales quienes, en caso de necesidad, se verían obligados a facilitar la mano de obra necesaria para el funcionamiento de Idilia.

La medicina estaba sumamente desarrollada, llevándose a cabo, cuando la necesidad lo marcaba, fuese por enfermedad o por accidente inducido, los correspondientes transplantes de todo tipo de órganos, con un nivel de éxito cercano al 100%.

El clima social era, como puede colegirse, de pura paz y tranquilidad. Para desarrollar esa paz y esa tranquilidad, el colectivo dominante tenía organizada, además de la estructura educativa y de vivienda, el resto de las estructuras, ya fuese laboral, bancaria, prensa, televisión… Y un servicio de orden y policía que cumplía de manera diligente y sin molestar a los ciudadanos, las más diversas funciones de profilaxis social.

La libertad era total. La legislación protegía cualquier iniciativa, hasta el extremo que existía una veintena de emisoras de televisión, otras tantas de radio, y hasta periódicos electrónicos, que eran propiedad de dos importantes grupos, cuya posición preeminente les permitía formar parte del gobierno de Idilia, aunque no como responsables directos.

En el terreno laboral sucedía lo mismo, y el nivel de bienestar había llegado a tal límite, que los sindicatos, que habían conseguido estar financiados por la propia administración, habían conseguido para los trabajadores comedores en las propias empresas, y hasta dormitorios comunes, con lo que conseguían evitar desplazamientos inútiles, y mantener con extrema limpieza sus propias viviendas.

Y es que, con el sistema de guarderías evitaban la triste obligación de tener que atender a su familia. Así, las parejas, todas de hecho, por supuesto, tenían todo el tiempo del mundo para poder dedicarlo a ejercer sus derechos laborales.

En una palabra, la ciudad de Idilia había adoptado este nombre porque, en definitiva, vivía en un estado idílico de perfección.

































Capítulo Segundo


Andrés, hijo único de un matrimonio que a los tres años de su nacimiento se había divorciado, no había sufrido por ello, ni aún por el hecho de que un día su madre decidiese suicidarse, y su padre, tras esterilizarse, hubiese cambiado hasta cinco veces de pareja, una de ellas con una cabra macho.

El divorcio de sus padres, acto de su libérrima voluntad, no significó inconveniente, dado que el sistema se encargó de todas sus necesidades. En ningún  momento le faltó asistencia de todo tipo, tanto alimenticia como de diversión y de formación profesional.

Su felicidad era completa.

La muerte de sus abuelos tampoco le significó ningún trauma. Y es que un día fallecieron plácidamente, con la debida asistencia, en una de las estupendas residencias de ancianos que para su deleite había creado la ciudad de Idilia. La administración de Idilia estaba en todos los pormenores.

Por otra parte, sus abuelos habían sido sumamente felices en estas residencias, donde no precisaban tan siquiera la visita de sus hijos ni de sus nietos; donde la felicidad era total. Tanto, que hasta desconocían el nombre de su nieto, ya que sus padres, conscientes de la felicidad en que vivían los abuelos, nunca se preocuparon de que nieto y abuelos se encontrasen. Andrés nunca supo si tenía algún primo, aunque le sonaba que sus padres tenían algún hermano.

No tuvo que asistir a la defunción de sus abuelos y nunca supo cómo se produjo. Tampoco tuvo necesidad de participar en el funeral de su madre; sencillamente porque nunca se realizó. Los servicios funerarios de Idilia se encargaron de todo, haciendo desaparecer el cadáver, para evitar traumas innecesarios en los familiares. Era la práctica habitual.

Su padre era una persona muy ocupada que, lógicamente, no tenía tiempo para perder con la educación de su hijo, y esta, en definitiva, era otra cuestión también observada a la perfección en Idilia, ya que el perfecto servicio de guarderías se encargaba de la educación y atención a todos los niños.

Así, en este mundo que bordaba la perfección, Andrés se educó conforme a unos métodos pedagógicos casi perfectos donde el tratamiento educativo atendía el desarrollo de los más atrasados, y facilitaba que los más adelantados fuesen al ritmo de aquellos. Todo en aras de la más estricta igualdad, evitando crear clases y diferencias odiosas entre los alumnos, al objeto de dar igualdad de oportunidades.

En este sentido, Andrés no tuvo ningún problema y se desarrollaba de manera ejemplar. A la postre, el divorcio de sus padres facilitaba la labor de la guardería. Y cuando su madre se suicidó, la labor de la guardería se vio liberada de su rémora, que por otra parte era manifiesta en algún otro niño, cuya madre no optó por el suicidio.

Así, en varias ocasiones a lo largo de su vida educativa, observó los problemas que acarreaba tener padres, ya que alguno de sus compañeros tenía la desgracia de tenerlos.

Observaba cómo la guardería, que contaba con miembros internos, como Andrés, y con miembros externos, iba paulatinamente engrosando el número de internos al tiempo que en la misma proporción disminuía el de externos.

El motivo no era otro que  los externos iban convirtiéndose en internos con motivo de que sus padres desaparecían.

Él no llegó a enterarse hasta que fue avanzando en edad, pero no dejaba de extrañarle la actitud de esos compañeros, quienes ocasionalmente lamentaban la desaparición de su padre, de su madre, y en ocasiones de ambos.

El asunto no era tabú, porque en Idilia no existía ningún tabú, pero no se hablada de determinadas cosas, o siempre que se hacía, principalmente por parte de los políticos que se habían dado a sí mismos, las referencias se producían con merecido desprecio.

La administración de Idilia no prohibía tal tipo de lamentaciones, porque en Idilia no había nada prohibido, pero eran consideradas posturas poco acordes con la realidad, y el desprestigio social era manifiesto hacia quienes eran descubiertos quejándose de esos hechos, pero era una reacción popular, libre, generalizada, y como consecuencia, benéfica.

Andrés, y con él un importante número de los niños internos, sufrían de mala manera las quejas de sus compañeros, y procuraban, al tiempo que les recriminaban su triste actitud, evadirlos de esos pensamientos, que los separaban del grupo y que los hacían diferentes.

En una ocasión sucedió algo gravísimo. Teniendo siete años, un nuevo niño engrosó el número de internos. La primera noche se la pasó llorando y al siguiente día no quería atender en clase ni participar en las actividades comunes, insistiendo que quería ir con sus padres.

Los cuidadores demostraron una paciencia infinita durante tres días, como posteriormente manifestaron a todos los alumnos, y un cariño extraordinario. Le regalaban caramelos; le daban doble ración del postre que más le gustaba, jugaban con él más que con los demás, le permitían ver tres canales de televisión a la vez, pero no consiguieron nada.

Era tal su insociabilidad, que al cuarto día, durante la clase de educación sexual, mientras se explicaba la utilidad de las relaciones homosexuales, tuvo que venir el director y llevárselo con sus padres.

La verdad era que casos como ese se producían muy esporádicamente puesto que, en breve espacio de tiempo, todos los internos eran sumamente felices en su situación de libertad, sin padecer el control de unos padres que, según le habían dicho, hasta les impedían ver la televisión en alguna ocasión.

Las actividades escolares atendían otros aspectos, tanto físicos como intelectuales; así, se cuidaba especialmente el fortalecimiento del cuerpo, pero sin influencias negativas, sino como modo de potenciar la belleza. Quedaba claro que el antiguo dicho “mens sana in córpore sano”, mediante el cual pretendía supeditarse la belleza y la fuerza física a principios obsoletos no tenía cabida en el sistema educativo de Idilia.

En Idilia, el deporte y los juegos físicos tenían una clara misión: satisfacer la propia personalidad del individuo, de cara a ser más bello, ya que la belleza física, según los principios que marcaban el ser de Idilia era la llave del éxito en la vida.

Otros aspectos, como la ya citada educación sexual, completaban esa educación, que se veía reforzada con el uso de los métodos audiovisuales; otra asignatura clave para el desarrollo de la personalidad, era la dialéctica de la autojustificación, mediante la cual, todos los alumnos aprendían a comprenderse a sí mismos, a justificarse y a defender sus posturas de autoafirmación como seres individuales, capaces de agruparse, en parejas, en tríos, o incluso en grupos más grandes, pero siempre con la idea clara de que tales uniones tienen justificación en tanto en cuanto satisfagan la propia voluntad.

Las matemáticas y la lengua también tenían su importancia, pero evidentemente de carácter menor, ya que sólo los técnicos necesitaban algo de matemáticas, y la lengua y literatura estaban ampliamente cubierta por los medios audiovisuales. En definitiva, no resultaba muy necesario conocer un sinnúmero de palabras, cuando con unas cuantas se tenía suficiente para hacerse entender, y las obras literarias estaban obsoletas dadas las excelentes películas producidas.

Quedaban expresamente fuera de las técnicas educativas aspectos retrógrados como la filosofía, producto de mentes retorcidas cuyo único fin es la manipulación y el engaño; y muy especialmente la historia, y por supuesto la religión; y es que todas trataban temas sin ningún valor útil para el desarrollo de las actividades de Idilia.
Capítulo Tercero

En esta perfecta situación social, Andrés fue creciendo en edad y en conocimientos, y cuando optó por estudios superiores, entendió que los que más le cuadraban eran los de Publicidad.

Y es que era evidente la utilidad de los mismos en una ciudad como Idilia, donde el destinatario final de todas las actividades era el ciudadano. Si todo giraba en torno al ciudadano, lógicamente se hacían necesarias personas cualificadas en aconsejar con la debida prudencia y tacto todo lo que el ciudadano debía hacer, y es que su felicidad era tan grande que no podía perder el tiempo en pensar cosas ajenas a su actividad, que era, como consecuencia de la buena dirección social, de lo más variado.

En la Universidad, un nutrido grupo de jóvenes escogidos entre lo mejor de la sociedad, se formaba para dirigirla, y por supuesto, la gran mayoría de los estudiantes, así como la totalidad de los profesores, ya había avanzado considerablemente en sus relaciones con la élite gobernante y formaba parte del colectivo homosexual. Todos se sabían los cachorros de la sociedad en quienes estaban depositadas todas las esperanzas de la misma.

Pero tanta perfección, y aunque parezca mentira, tiene sus detractores. Cierto es que en la Universidad de Idilia nadie criticaba públicamente la idílica situación de su ciudad. Y es que no podía ser de otra manera, porque no es comprensible que nadie se rebele contra la perfección.

Andrés hizo amistad con varios compañeros de curso, que fueron avanzando juntos en sus estudios.

No obstante, intimó más con uno de ellos, Antonio; un muchacho simpático y dicharachero que se había afiliado a uno de los partidos existentes.

La relación, siempre observada por los estamentos universitarios, era bien vista ya que aseguraba el buen camino en la formación integral de Andrés, puesto que Antonio gozaba de todas las complacencias, ya que había demostrado una fidelidad absoluta a Idilia. Los demás también, pero constaba en los archivos del gobierno que Antonio era particularmente adicto.

Las conversaciones que se produjeron entre los dos muchachos fueron derivando paulatinamente de lo estrictamente académico a cuestiones que para Andrés resultaron totalmente novedosas. Le hablaba de Libertad, y en principio este extremo no causaba ninguna alteración en su alma, porque no en vano conocía desde niño que su ciudad era la máxima expresión de la libertad.

Ya en segundo curso, y cuando estaban relajándose de su trabajo, naturalmente viendo la televisión, Antonio dijo a Andrés:

- Quiero que veas una cosa

Y se levantó de su sillón, quitó la funda de su base y sacó una hoja de papel que tendió  a Andrés.

¿Esto qué es? – Preguntó extrañado Andrés.

Antonio le explicó que era papel, un producto que hacía tiempo había desaparecido del mundo de Idilia. Le dijo que si bien él sólo conocía las agendas, los libros y los periódicos electrónicos, antiguamente toda la información a la que en ese momento tenían acceso mediante información electrónica, se plasmaba en papel, y que el papel había sido de uso común por la humanidad durante siglos.

Extrañado, Andrés cogió aquello y lo leyó.

Demudó la cara y no dijo nada. Perplejo, inquiría con la mirada a su amigo para que le explicase qué era aquello. No sabía si continuar allí o marcharse.

Antonio, que se percató de la preocupación de su amigo, cogió el papel y volvió a depositarlo en el lugar del que lo había sacado.

Acto seguido lo tranquilizó diciéndole que ese papel era lo que vulgarmente (aunque no en Idilia, donde el concepto era desconocido) es conocido como panfleto, y que estaba siendo distribuido por gentes de más allá del desierto que tras las fábricas circundaba Idilia.

El desconcierto inundó la mente de Andrés. Y es que el muchacho desconocía que tal existiese.

Desde niño le habían enseñado que Idilia era el único bien al que podía aspirar. Él era Idilia; él era de Idilia, y por supuesto Idilia era suya. Más allá no había nada, y sin embargo su amigo le ponía ante los ojos algo tan extraño como un papel, con unas frases que le resultaban ininteligibles en su contenido. ¿Qué era eso?

Antonio le explicó que tras el desierto había gentes sin civilizar que tenían unos principios horrendos; que rezaban a algo a lo que llamaban Dios, que leían libros, que tenían familia, que una familia la componía un hombre y una mujer, unidos para toda la vida, y sus hijos, a los que educaban personalmente, con quienes jugaban, con quienes reían y a quienes en ocasiones hasta castigaban cuando hacían mal las cosas.

También, esa misma gente, siguió, convive con los abuelos, a quienes tienen un gran respeto y a quienes quieren de manera irracional. Es tan irracional su amor hacia sus viejos como irracional es el amor que tienen hacia sus hijos.

Andrés quedó horrorizado.

- ¿Cómo es posible que exista esa gente? –le dijo a su amigo-
- Se trata de gente cavernícola, que afirma que nosotros somos esclavos y ellos libres; gentes que se niegan a abortar a sus hijos; gentes que se niegan a aplicar la eutanasia a los ancianos y a los enfermos; gentes que no quieren tener guarderías para los niños ni residencias de ancianos como existen en Idilia. Gentes que afirman que tanto las guarderías como las residencias de ancianos son inhumanas; que la eutanasia y el aborto son crímenes contra la humanidad. Gentes que quieren vivir en familia, unidos, aunque tengan sufrimiento. Gentes, en fin, que hasta creen en algo que llaman Dios y yo no sé qué es exactamente.
- ¿Y por qué tienes tú ese papel? Continuó Andrés.
- Porque me dedico a recoger todos los que encuentro, para destruirlos. Éste me lo he quedado porque quería mostrártelo para que lo vieses, pero debo destruirlo inmediatamente. Es material subversivo y prohibido en Idilia.

Andrés no sabía qué era “subversivo”, y desconocía que en Idilia hubiese nada prohibido.

En Idilia, pensaba, todo el mundo tiene libertad para decir lo que piensa; tiene libertad para leer y mirar lo que le plazca; tienen libertad para ir al centro de la ciudad, a la zona de diversiones, donde sin ninguna restricción puede hacer todo lo que quiera; puede decir lo que quiera y cuando quiera de todo el mundo… ¿Cómo es posible que nadie diga que no hay libertad en Idilia?































Capítulo Cuarto

Andrés quedó preocupado por lo que le había mostrado su amigo, y sobre todo, por lo que le había contado de las gentes que habitaban más allá del desierto.

Marchó a su habitáculo, transportado por una impecable máquina que en el trayecto comprobó la idoneidad del espacio que en breve ocuparía; temperatura ideal, canal de televisión y programa preferido conectado, alimentos preparándose automáticamente en lo que podríamos denominar cocina; refresco en óptimas condiciones de ser bebido… Todo a pedir de boca.

Y es que Idilia tenía previsto, para bien de sus ciudadanos, los mejores servicios, dentro y fuera de su casa.

Pero esa noche Andrés no cenó. Tampoco quiso ver la televisión. Por primera vez en su vida había dejado de ver la televisión al llegar a casa. Alguna vez no había cenado, pero dejar de ver la televisión… eso eran palabras mayores.

Al día siguiente, en la Universidad, buscó a su amigo Antonio con cierto aire de desesperación que no escapó a los ojos siempre vigilantes de los guardianes secretos; de los miembros del servicio secreto de Idilia, cuyo cometido principal era el cumplimiento de las normas, y que su función pasase del todo desapercibida.

Quedaron conmovidos ante lo que consideraban la consecución de un nuevo acólito para la élite gobernante, y pasaron el correspondiente parte para el conocimiento de sus superiores, quienes anotaron un nuevo éxito en la hoja de servicios de Antonio.

Cuando ambos amigos se encontraron, Antonio, que ya era conocedor de la dinámica en estos casos, no dijo nada a Andrés, quién por su parte estaba interesado en seguir tratando sobre lo hablado la tarde anterior.

- ¡Antonio!, respecto a lo de ayer…
- Tranquilo. Ya seguiremos hablando esta tarde si quieres. Ahora vamos a clase, que ya es hora.

El día se hizo interminable para Andrés, que por primera vez en su vida sentía una sensación como aquella; una emoción inenarrable que le era provocada por una situación que desconocía, que le repugnaba porque la reconocía como hacha de todas sus convicciones, y que la buscaba porque intuía que algo nuevo y mejor (¿o peor?) tenía escondido en su conocimiento.

Antonio, por su parte, eludía la compañía de Andrés, lo que ponía frenético a éste y contentos a los agentes del gobierno, que no hacían sino corroborar lo que en su mente enfermiza habían identificado como realidad.

Al finalizar la jornada, ambos jóvenes marcharon juntos y se encaminaron al habitáculo de Antonio, que era permanentemente acosado por su amigo, quién no sabía cómo entrar en harina.

Una vez solos en el apartamento de Antonio, dijo Andrés:

- Respecto a lo de ayer…
- Ya no tengo la hoja. Como te dije, mi obligación era destruirla, y ya lo he hecho.
- ¿Tú crees que esa gente tiene algo de razón?

Andrés comenzó a exponer a su amigo todas las dudas que tenía en la cabeza.

Primero se extrañó por lo referente a que estaba dedicado a destruir hojas como la que le había mostrado.

Antonio le explicó que él era servidor de la administración de Idilia, y tenía el cometido de perseguir la subversión.

Le dijo que Idilia estaba amenazada por las actividades subversivas de los agentes de Humania, que era la colectividad de personas que vivía más allá del desierto.

Los agentes de Humania, le informó, estaban desarrollando una importante campaña dentro de Idilia, donde intentaban reclutar personas con el objetivo de destruir el modo de vida de la comunidad, procurando entre muchas otras cosas que las personas comprendiesen que el divorcio es un mal social, y que la homosexualidad es una enfermedad.

También pretenden inculcar en los habitantes de Idilia que la familia es la base de la sociedad, y que la educación debe estar basada principalmente en la propia familia. Pretenden que la escuela sea un instrumento al servicio de la persona y de la familia, y estiman como un crimen el aborto y la eutanasia. Pretenden, además, que los hijos nazcan y crezcan en el seno de una familia…

Tienen principios que en Idilia están totalmente superados.

En aquel momento sonó el timbre del apartamento.

Era Helena, una espléndida muchacha que mostró sentirse contrariada al encontrar a Andrés y pretendió despedirse sin dar más explicaciones.

Pero Antonio le dijo que pasase y se sintiese tranquila, que Andrés era un amigo, compañero de la Universidad, que estaba aprendiendo cosas nuevas para él.

Reiniciaron la conversación, a la que Helena asistía como convidado de piedra. Se sirvió un refresco, y como veía que los amigos continuaban inmersos en su conversación, donde Antonio sacaba a colación extremos totalmente desconocidos para Andrés, y con ánimo de no interrumpir, optó por sacar un librito de su bolso y ponerse a leer.

Andrés paró la conversación, extrañado ante el hecho, y preguntó a Helena qué era aquello.

La muchacha se ruborizó, y en el gesto de Antonio entendió que Andrés estaba todavía demasiado verde para comprender lo que ella estaba haciendo.

- Es un antiguo libro que por casualidad ha caído en mis manos, y lo estoy leyendo. Por mi parte podéis seguir charlando. Yo me distraigo con esto.

Andrés, que nunca antes había visto un libro, siguió mostrándose interesado, y es que, aunque la lectura de libros no estaba prohibida (en Idilia no había nada prohibido), estaba fuera de lugar, ya que todas las bibliotecas estaban cerradas, dada su manifiesta inutilidad.

Fue tal el interés mostrado por Andrés, que finalmente Helena se lo cedió para que lo leyese.

Se trataba de la edición de unos pensamientos de Miguel de Unamuno, un pensador español antiguo; una reducidísima colección de sentencias, editada en formato pequeño, como correspondía al número de las mismas, y que se titulaba “sarta de pensamientos”.

Andrés prometió devolvérselo al día siguiente, no sin preguntar antes el origen del mismo.

Helena se vio en un compromiso; era consciente de lo políticamente incorrecto de su afición. La lectura de libros no estaba prohibida, pero estaba olvidada; pertenecía a un obscuro pasado que nadie conocía y nadie quería conocer; un pasado donde la ignorancia y la maldad reinaban a sus anchas.

En el momento, lo políticamente correcto era ser televidente y recibir toda la información debidamente tratada por expertos, al objeto de facilitar su comprensión.

Sabía, además, que una de las preocupaciones máximas de los gobernantes de Idilia era precisamente esa, mantener debidamente informados a todos los habitantes mediante una constante información difundida por los medios de comunicación, fuese radio y televisión, fuese diarios electrónicos.

Una profusión de información que convertía en pasado lejano cualquiera de las noticias que hubiese sido emitida hacía una semana. Toda la información recibida por la población de Idilia era de suma importancia; toda era de última hora; toda convertía en obsoleto todo conocimiento anterior.

Ahora, Andrés tenía en las manos un librito que correspondía a la más cavernícola de las prehistorias. Pero la curiosidad le corroía interiormente, y no estaba dispuesto a perder la oportunidad de conocer lo que decía el tal Unamuno.

Antonio se mostraba preocupado, pero incapaz de salvar el momento de manera satisfactoria, animó a Andrés a su lectura.

- Bueno, no está mal que leas prehistoria –espetó, riéndose -. Ya me contarás lo que parece. Seguramente es una “sarta de mentiras” a las que tan acostumbrada estaba la sociedad antes de disfrutar de la libertad de Idilia.
- No será esto lo que tú persigues… –preguntó Andrés -.

Antonio soltó una sonora carcajada ante la duda.

- Es cierto que esa obra que tienes en las manos, y por lo que tengo entendido, es leído por las gentes de Humania. Eso y muchas otras obras que puedes encontrar en las librerías de Idilia, pero aquí no están prohibidas. Aquí no hay nada prohibido. No obstante, será mejor que no le digas a nadie que te dedicas a tan funesta práctica. No te conviene.
- No lo haré. Pero tú eres agente del gobierno y sabes que yo voy a hacer una cosa que no está bien vista…
- Nosotros somos amigos. Y ¡qué caramba!, tú tienes la libertad de conocer otras cosas, aunque no esté bien visto que las conozcas. Lo que debes hacer es ser prudente y no comentar con nadie que dejas de ver la televisión por leer cosas trasnochadas.











Capítulo Quinto



Cuando Andrés llegó a su habitáculo, apagó el televisor, que como cada día le recibía con su programa favorito, y se sentó en un sillón a leer ávidamente el texto que llevaba en el bolsillo y que le producía una ardiente inquietud. Se sentía como inmerso en algún acto prohibido, aunque era consciente que en Idilia no había nada prohibido. Esa consciencia le suministraba la tranquilidad que su mente se obstinaba en negarle.

“No conozco más miserable cobardía que la de tener miedo a sí mismo”. Se trataba de la primera frase del texto y su expresión parecía ocupar mucho más que las quince escasas páginas de que constaba el libro.

Miedo a sí mismo. ¿Tenía miedo a sí mismo? ¿Y por qué iba a tenerlo? Sin embargo era consciente que el miedo corroía su espíritu. Si no, ¿Por qué ese estado de inquietud? ¿Por qué la necesidad de ocultar la existencia de un libro?

Evidentemente tenía miedo por la falta de solidez en su condición de ciudadano de Idilia. Nunca había caído en esa consideración. Bien al contrario, hasta hacía tan sólo dos días se había sentido sumamente feliz por su condición de habitante de Idilia; habitante de una ciudad donde la libertad era la máxima en todos los campos.

¿Se estaría convirtiendo en un cavernícola como los habitantes de Humania? Este pensamiento le creaba un profundo estado de ansiedad desconocido hasta ese momento.

Él, que siempre había vivido feliz y sin preocupaciones en una ciudad libre, donde había satisfecho sin problemas cualquier deseo, se encontraba ahora vacío y preocupado, alejado de todo cuanto le rodeaba; ajeno a lo que había sido su mundo.

Ávido por descubrir lo que le sucedía, y deseoso de encontrar tranquilidad en algo que hasta la fecha no sabía de su existencia, su espíritu, continuó con la lectura del librito.

Pero no tardó en caer nuevamente en la meditación, porque a los pocos segundos, un nuevo aguijonazo hirió su alma, aunque desconocía que tenía alma:

“Jamás llegaremos a conocer aquello que tememos; para llegar a conocer algo es menester perderle el miedo; y si te tienes miedo a ti mismo, jamás llegarás a conocerte, ni poco ni mucho.”

Sí, había descubierto, sin conocer su nombre, que tenía alma; había descubierto que, efectivamente tenía temores superiores a los conocidos; estaba llegando a la conclusión que, sobre el temor a la indigencia física, de alimentos o de satisfacciones físicas, existían temores muy superiores que se enmarcaban en la indigencia intelectual, en la que empezaba a conocerse inmerso, y sobre todo, en la indigencia espiritual, a la que no llegaba a definir, pero sí a intuir.

Estaba llegando a la conclusión que en Idilia se estaba viviendo en un régimen de terror; un terror que eufemísticamente era conocido como un régimen de libertades; un régimen de terror llevado hasta los últimos extremos de la anulación de la libertad, asentados e interiorizados por cada uno de los esclavos de la colmena; un régimen de terror interior que se retroalimentaba automáticamente por cada uno de los habitantes de Idilia.

Y ese descubrimiento le incitó a seguir leyendo; a seguir conociendo. Nació en él la necesidad de devorar no sólo aquel librito, que le parecía de enorme extensión, sino las bibliotecas dormidas, llenas de polvo y telarañas de cuya existencia tenía conocimiento y que a partir del momento concibió como enclaustradas en forzadas prisiones.

Él debía conocerse a sí mismo. Debía conocer la verdad sobre su existencia. Debía saber qué y quién era; identificarse como persona, como ser social. Debía identificar el bien y el mal; algo que hasta el momento, por mor del sistema, desconocía.

Con estos pensamientos, y comenzando a dudar de cuanto le rodeaba, encendió el televisor, bajó el volumen y lo volvió contra la pared.

La confianza ciega que hasta el momento tenía en el sistema, sin saber por qué, se volvió desconfianza ciega hacia el mismo.

¿Estaría siendo controlado en todos y cada uno de sus actos hasta cuando estaba solo? No lo sabía, pero por si acaso tomaría medidas. El televisor volvería a estar encendido intemporalmente, como hasta la fecha, pero el telespectador sería la pared.

Y siguió leyendo y pensando hasta altas horas de la noche. La falta de costumbre en la lectura y la profundidad de los pensamientos que por primera vez llegaban a su mente le ocasionó un insomnio que en otros momentos hubiese tenido por enfermizo pero que en esta ocasión interpretaba como salutífero.

“Los brutos –los hombres brutos quiero decir- son humanidad o son naturaleza? Conozco muchos álamos y muchos riachuelos y muchos bueyes que son acaso más prójimos míos que muchos seres vivientes con figura humana y dotados de lenguaje articulado y de eso que llamamos razón”.

Álamos, riachuelos, bueyes… ¿qué son? Jamás había visto uno. En Idilia no existían esas cosas. La naturaleza, en Idilia, era la perfección de lo artificial. Lo único natural eran los hombres; pero…¿y los alimentos, variadísimos, a los que tenían acceso? ¿De dónde salían si en Idilia sólo existían centros de esparcimiento, de vivienda, de mercado, industrias…?

Le gustaba la carne de buey, pero ¿dónde estaban los bueyes? Figuras humanas sí conocía, pero los razonamientos que emitían, ¿eran razonamientos humanos? ¿Eran razonamientos naturales?

¿Qué es Humanidad?, ¿Qué es Naturaleza?

La mente de Andrés estaba tocando demasiados palillos a la vez. ¿No se habría puesto en una labor, la lectura, que le superaba?

Deseaba dejar la lectura y deseaba seguir con ella. Comenzaba a pensar que hasta el momento no había tenido ninguna capacidad de pensamiento; comenzaba a entender que las ideas que hasta la fecha había tenido como firmes convicciones de la verdad y de la existencia sucumbían estrepitosamente ante la lectura de quince limitados renglones de meditación.

Pero la necesidad espiritual, esa que hasta el momento le resultaba totalmente desconocida, le azuzaba a seguir leyendo.

“El pensamiento interior, pensamiento inarticulado, discurre a solas, sin que ningún prójimo nos le pueda contemplar, y esta soledad de nuestro pensamiento íntimo es a la vez su fuerza y su endeblez. Es un pensamiento el más libre de lógica. ¡Desgraciado el hombre a quien a solas no le ocurren absurdos, incongruencias y despropósitos! El que es sensato para consigo mismo, cuando consigo mismo habla, sin que otro le oiga, ese tal no tiene redención  alguna, porque es bruto por dentro y por fuera.”

Estaba observando que la lectura  le acarreaba sensaciones cada vez más nuevas y al propio tiempo antiguas, enraizadas en lo más profundo de su ser.

Estaba comenzando a pensar que, hasta la fecha, su pensamiento interior había sido sistemáticamente sustituido por la televisión y por todos los medios de difusión del pensamiento único, sibilinamente implantado en Idilia.

El pensamiento inarticulado al que hacía mención Unamuno, fruto de la soledad, no existía, si bien la soledad sí existía, pero no una soledad creativa y humana, sino una soledad manipulada y tecnificada, dependiente del cordón umbilical del control social a que estaba sometida la totalidad de los habitantes de Idilia.

Él siempre había sido sensato; él siempre había sido políticamente correcto. Él había participado “libremente” en todo cuanto le había sido “sugerido” por el sistema. Pero, ¿y aquel niño de siete años, compañero suyo de guardería que no dejaba de llorar y “desapareció”? Él, por sus circunstancias “familiares” había estado siempre inmerso en el sistema, pero ¿y aquellos niños que se iban integrando paulatinamente cuando sus padres “desaparecían”? Estos pensamientos de ahora mismo, ¿son incongruencias?, ¿son despropósitos?

“Cuando se me ha ocurrido esto me he dicho: es una locura, es algo que no tiene sentido. Porque lo cierto es que no tienen relación alguna con cuanto se me había ocurrido antes ni acierto a descubrir su liga con lo de antes ni con  lo de después. Ni veo de qué otras ideas mías pueda haber surgido ni a qué otras ideas pueda tender.”

Parecía como si el filósofo fuese entreviendo el pensamiento de Andrés. Y es que, justo esos pensamientos eran los que le iban torpedeando la mente.

¿Torpedeando la mente?… ¿O torpedeando su anquilosamiento a que de forma tan exitosa se había dedicado durante toda su vida el omnipotente gobierno de Idilia?

Estaba observando que el desarrollo de sus neuronas estaba alcanzando niveles que ni por mientes podía haber imaginado anteriormente. Recordaba los contenidos de los estudios que a lo largo de su vida le fueron ofrecidos. Las humanidades, lo que ahora tenía en sus manos, habían sido milimétricamente expurgadas de su conocimiento, y llegaba a entender que no era sino una situación buscada por quienes ya identificaba como perfectos opresores, que necesitaban esa anulación en las mentes ajenas, porque “los brutos no aciertan a pensar fuera del cauce en que vertieron sus espíritus los que los sacaron de cuna”.

Él había sido uno de esos brutos, y nadie podría confirmarle tal extremo, porque brutos eran todos sus conocidos, quienes como él mismo fueron sacados de la cuna, deformados y preparados para vivir como meros instrumentos del sistema. Un sistema cuya justificación estaba en sí mismo, y no, como le habían dicho, en la felicidad de sus habitantes, que bajo esta nueva visión no serían sino los más perfectos esclavos de un sistema inicuo, sin explicación, cuyo mejor destino sería ser destruido.

¿Qué pensamientos le estaba produciendo esa lectura? ¿No sería mejor acabar con ella?
¿No sería acertada la actitud de Idilia al mantener en el olvido la lectura y el conocimiento de filosofía e historia?

Andrés comenzaba a creer que la dinámica de Idilia creía que el pensamiento era contrario a la libertad. Y si el pensamiento es contrario a la libertad, ¿qué es la libertad? Sencillamente hacer y decir lo que el sistema, a través de sus medios, nos indique que debemos hacer y decir.

Pero si hacer y decir lo que nos dicen que hagamos y digamos es libertad, llegar a conclusiones propias es cualidad de los esclavos.

No lo entendía… Y en esa duda le venció el sueño.


























       Capítulo Sexto

La mañana siguiente, en clase, fue concebida por Andrés como una siembra de nada en el más árido de los desiertos.

Fue el día más largo en su vida. No se atrevía a acercarse a su amigo Antonio por dos motivos esenciales: Primero por la condición de agente de aquel, y segundo, por el conocimiento que de sí mismo tenía como enemigo del sistema .

Ya nada podría ser igual. Debía encontrar el camino para llegar a Humania. Su puesto ya no estaba en Idilia, sino contra Idilia. No sabía cómo hacerlo, y conocía que su pensamiento lo ponía en grave peligro… Y lo peor, la única persona en quién podía confiar era justo la única persona en quién no era posible hacerlo.

Terminadas las clases, se juntó con quién ya no consideraba amigo, y juntos, como cada día, dirigieron sus pasos al habitáculo de aquel.

La sorpresa fue mayúscula, cuando en el mismo encontraron a Helena, con el televisor encendido, y ella, con un libro en las manos.

- ¿Otro libro? –dijo Andrés a tipo de saludo, y extrañado ante tanta naturalidad-
- Es mi afición –respondió Helena -. Vengo leyendo sin parar desde hace aproximadamente un año. Me he aficionado, y ya que tú conoces mi afición, no tengo por qué ocultártela. Es lo que más satisface mi espíritu.
- Pues la “Sarta de Pensamientos” de Unamuno me ha provocado una sarta de dudas que no me atrevo a decir. Pero… ¿Andrés sabe lo que lees?

Andrés respondió por ella

- Yo también leo esas cosas. Pero ¡cuéntanos!, veo que has leído el libro que te dejó ayer  Helena. ¿Qué te ha parecido?
- ¿Seguro que eres agente de Idilia?
- Naturalmente, pero cuéntanos lo que te ha parecido lo que has leído.

Andrés cayó en un estado profundo de pánico que le quedó mostrado en la cara, y que por supuesto no escapó a la observante mirada de Antonio y de Helena, lo cual les llenó de satisfacción.

- No temas, dijo Helena. Yo también sucumbí al pánico cuando me encontré en tu misma situación. También yo leí un libro por primera vez. También me fue suministrado por otra persona que desconocía. También quedé impactada por su lectura. También me hice muchas preguntas que jamás había pensado. Aquí puedes hacerlas todas. Antonio es agente de Idilia, y yo soy agente de Humania.

Esta declaración dejó perplejo al joven. Tenía claro que a partir de ese momento desaparecería como habían desaparecido otras personas a lo largo de su vida. Pero… ¿Qué hacían juntos un agente de Idilia y otro de la etérea Humania?

La respuesta le vino a continuación por parte de Helena.

- Antonio es un agente de Humania infiltrado en Idilia. Como tú y como yo, fue criado en sus guarderías y educado en sus colegios, pero muy pronto su padre, que no había perdido el contacto con Humania, lo inició en el conocimiento de lo que aquí es conocido como esclavitud y cavernismo… y en la prudencia.
Cuando Antonio tenía dieciocho años, sus padres fueron descubiertos, y “desaparecidos”, fueron reciclados en la fábricas de Idilia, y suministrados en el mercado de Idilia, convertidos en fresas, yogur, carne de ternera…o ¡Dios sabe qué!
Antonio, ya instruido convenientemente, se integró en el sistema educativo social y político de Idilia, hasta el extremo de hacerse pasar por un colaborador incombustible del sistema.
Ha organizado elecciones generales apoyando alternativamente a uno u otro partido de los que el sistema se vale, según haya interesado al propio sistema; ha organizado escándalos de esos mismos partidos  y ha propiciado la alternancia de los mismos en el gobierno para que todo siga igual, para que las posibles disconformidades sociales queden deglutidas por el propio sistema imperante, y todo siga igual.
Por otra parte, y siguiendo con sus auténticas creencias, ha organizado grupos de resistencia que por el momento no tienen ningún éxito social, pero que, como tú mismo se han iniciado en la lectura, y que han dado pasos mucho más allá. Algunos ya rezan, y otros, los más pusilánimes, los que no se ven capaces de continuar su lucha aquí, han huido a Humania.

Andrés no salía de su asombro. Su amigo, agente de Humania… La amiga de su amigo, también… Y hay gente que reza…

- ¿Qué es eso de rezar?
- Muy verde está todo – exclamó Helena- Rezar es rogar a Dios. Pero tampoco sabrás quién es Dios.
- Alguna referencia hace Miguel de Unamuno en el libro que me he leído, pero no sé que es Dios ni sé qué es rezar.
- Pues sin Dios no hay Humanidad. Será preciso que empecemos por ahí.

Los dos insurrectos catequizaron a Andrés. Le explicaron el origen de la vida; le explicaron la existencia de seres inferiores, de plantas, de animales, de naturaleza virgen, de amor, de conocimiento, y le dejaron escrito, por supuesto en un papel, algo que era encabezado por una palabra: PADRENUESTRO

Había suficiente por aquella jornada, y Andrés se apartó.

Con el televisor encendido, y como la noche anterior, se disponía a afrontar nuevamente el insomnio:

Padre nuestro que estás en el cielo.

Él, que no había conocido a su padre; él que sí, sabía que había tenido un padre en Idilia, un padre genético del que no sabía nada; un padre que se divorció de su madre, de la que sólo sabía que se había suicidado; un padre y una madre que a su vez eran hijos de otros padres de los que jamás supo nada, sólo que habían sido muy felices en una institución pública; pública como su guardería, como su escuela o como su universidad; unos antepasados inmediatos que llegó un momento en que “desaparecieron”. Pero ¿cómo desaparecieron?… ¿Convertidos en hamburguesa?, ¿convertidos en fresas con nata?

- Padre nuestro que estás en el cielo –relató en voz alta-  ¿dónde están mis padres?, ¿dónde mis abuelos?, ¿quién soy yo?, ¿qué hago?, ¿qué debo hacer?

Y siguió con la lectura del papel.

Danos hoy nuestro pan de cada día.

¿Qué es nuestro pan de cada día? ¿Los alimentos que nos proporciona Idilia? No puede ser. Nuestro pan de cada día no puede ser suministrado por este sistema que nos oprime, que nos controla, que nos anula como personas, que nos inserta en una maquinaria inhumana. ¿Qué es nuestro pan de cada día?

La lectura – se dijo -. La lectura es el pan que necesito. El conocimiento de todo lo que me ha negado Idilia a lo largo de mi vida. La amistad, la Libertad, con mayúscula, lo que Idilia vende como esclavitud. Lo que me niega Idilia es el pan que me dará Dios.

Dios, Dios, ¿por qué no he sabido de Ti antes?

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Cruda petición. ¿Quién me ofende?… Idilia. ¿A quién ofendo?… A sus habitantes, porque no hago nada por defenderlos.

¿Quién me ofende? Los gobernantes de Idilia. ¿Qué me ofende y ofende a los habitantes de Idilia?… Idilia.

Mi enemigo es el sistema, quienes me ofenden sus gobernantes. Ellos me atacan, pero porque no son libres.

¿Qué debo hacer?… Luchar contra Idilia y por la libertad de sus habitantes; por la libertad de quienes me opondrán todas las armas que Idilia ponga en sus manos.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

¿Qué es caer en la tentación? Hacer lo que Idilia me dice que haga. Hacer lo que me plazca sin límites, que no es otra cosa que hacer lo que Idilia me dice que haga.

Demasiado estaba pensando Andrés. Era una práctica que desconocía, y un profundo dolor de cabeza lo dejó fuera del combate que había iniciado.

Sólo el sueño le sacó de la preocupación.
























Capítulo Séptimo

Siguiendo los consejos de sus amigos, aprendió de memoria la oración y destruyó el papel.

Cuando despertó por la mañana, también siguiendo los consejos de sus amigos, recitó de memoria la oración con la intención de no olvidarla. Sería una práctica que repetiría en adelante y en silencio en varias ocasiones a lo largo del día.

Sin saber por qué, ésta práctica le daba tranquilidad de lo que ya había reconocido como espíritu, y le permitía asistir a clase y realizar las otras actividades con cierta soltura que le facilitaba pasar desapercibida su profunda preocupación.

Pero había entrado en una espiral en la que la pasividad no tenía cabida.

Aprovechaba cualquier espacio de tiempo para seguir adentrándose en lo prohibido. Leía con avidez cuanto sus amigos le iban pasando subrepticiamente, y se iba formando, a marchas aceleradas, en todos los capítulos prohibidos, principalmente Historia y Filosofía, en los que sus amigos ya estaban formados de manera considerable.

Especialmente le impactó el Nuevo Testamento, donde se narraba la vida de un tal Jesús de Nazaret, pero también, tras largos meses de formación, que contra lo que podía imaginarse tuvieron consecuencias positivas en su expediente académico, los amigos pusieron en sus manos Don Quijote de la Mancha, obra de la que ya había tenido noticia en lecturas anteriores, principalmente de Unamuno.

Ya no causaba temor en el ánimo del joven la dimensión de la obra, como no causaba temor el porvenir, el conocimiento de su absoluta inadaptación a Idilia, o el peligro evidente de “desaparecer” en cualquier momento.

La prudencia, no obstante, había sido educada muy especialmente por sus amigos; la expresión de sus ideas, de sus conocimientos y de su voluntad de combatir con las armas que fuesen precisas el sistema opresor de Idilia la circunscribía al círculo estricto de sus amigos, cómplices en la lucha sorda.

Como ya se acercaba el final del curso, a los guardianes del sistema no les extrañó que no se hiciesen mutua compañía los dos muchachos, pero la realidad era que la afición lectora de Andrés le obligaba a encerrarse en su habitáculo a solas con Don Quijote de la Mancha, a quién se estaba aficionando de una manera extraordinaria.

Su lectura del Ingenioso Hidalgo no seguía las coordenadas que marca el autor en su obra.

Bien al contrario, conforme avanzaba en su lectura, iba identificándose más y más con el caballero noble.

Lo que decía sobre el amor le llegaba a lo más profundo, y no podía reprimir en su mente acordarse de Helena.

- ¡Bah!, -se decía, y seguía leyendo-

Por momentos quedaba maravillado de la filosofía del caballero, expresada en cada una de sus aventuras y en cada una de las explicaciones que daba al escudero.

Quedaba admirado del amor a la Humanidad, de su fe en las personas, de su honestidad, de su generosidad, de su valentía, de su entrega… Le admiró la aventura de los molinos de viento, que de inmediato los identificó con la serie de opresiones a que Idilia lo tenía acostumbrado; identificó como molinos de viento a la inmensa mentira en que estaba sumida Idilia; el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el divorcio, el canibalismo, la zoofilia… Todo lo que Idilia identificaba con libertad; todo lo que, si hubiese libertad para criticar sería presentado como molino de viento por Idilia, lo identificó en este pasaje. No eran molinos, sino gigantes… Parecía como si Don Quijote estuviese combatiendo a Idilia.

Comprendía, como Don Quijote comprendía, que la lectura, lejos de secar el cerebro, le daba el jugo necesario para comprender las situaciones.

Y también identificaba a los encantadores, que tanto mal hacían a Don Quijote. Esos mismos encantadores, en forma de televisión, en forma de manipulación en sus más variadas expresiones eran los que permitían la absoluta ceguera de un pueblo incapaz de sacudirse la pesada carga de la opresión.

Así mismo comprendía que con las ideas que tenía, y como a Don Quijote, podrían tirarle, en el mejor de los casos, los dientes; pero con la lectura de quién ya tenía como ejemplo de hombre a seguir, iba tomando conciencia de sus obligaciones para con la sociedad y para con él mismo, y esa minucia no le preocupaba más de lo debido.

Pasaron algunos días y los amigos no se habían visto. La excusa de los exámenes era manifiesta, pero la verdad es que ni uno ni otro se dedicaban a seguir los estudios reglados. Su formación llevaba caminos muy distantes de aquellos.

Un día coincidieron y decidieron pasar la tarde juntos. Así lo convinieron, pero ese día hubo una pregunta añadida por parte de Andrés:

- ¿Vendrá Helena?

Antonio no dio ninguna importancia a la pregunta y le dijo que él se encargaba de avisarla, pero Andrés, que preguntó mecánicamente, cayó de inmediato en la cuenta de lo curioso de su preocupación. Sencillamente deseaba que Helena estuviese junto a él. Le gustaba su presencia aunque estuviese callada, como el día que la conoció.

Se separaron los amigos, y Antonio siguió sumido en sus pensamientos sobre Helena. Sí, se decía, incluso el día que la conocí, que estuvo tan callada, me llamó la atención sin saberlo. Creo que me he dado cuenta justo ahora… Y rememorando la primera lectura, la de Unamuno, dejó volar su imaginación en el más grandioso de los absurdos.

¿Será mi Dulcinea? –pensaba -. Dulcinea, para Don Quijote, no era sino la máxima expresión de los valores humanos; el puente para alcanzar a Dios. Andrés seguía pensando, y se decía que para él, su Dulcinea sería Helena, a través de la cual también alcanzaría todos los valores, y que juntos llegarían a Dios.
Sin saber cómo, y en gran parte como consecuencia de la lectura de Don Quijote, había descubierto que estaba enamorado.

La lectura del Nuevo Testamento le había abierto unos inmensos caminos de amor al prójimo; él ya se consideraba seguidor de Cristo, cuya doctrina iba conociendo por el trato con sus amigos y con las lecturas que durante aquellos meses le habían facilitado. Ahora, con la lectura de Don Quijote estaba consolidando la aplicación del amor a Dios en lo cotidiano.

El perfecto cristiano –se decía- es el perfecto Quijote, y el pueblo esclavo de Idilia, como el muchacho apaleado, necesita quién lo libere de su opresor.

El ardor y la impaciencia, durante meses controlado por el trato prudente de sus amigos, estaba estallando por momentos en su cerebro.

Deseaba acometer las mayores locuras; salir en público y proclamar la situación de sus compatriotas; en un vuelo mental se veía acometiendo las mentiras que de continuo eran emanadas por todos los medios de comunicación; poniendo en ridículo a los políticos y a los sindicalistas, mostrándolos como lo que en realidad eran: lacayos del sistema opresivo; iba a demostrar en un momento el crimen que permanentemente estaba cometiendo el sistema con el aborto y la eutanasia; iba a poner al descubierto la verdad sobre las fábricas del extrarradio de la ciudad, e iba a provocar una sublevación popular que acabaría con el régimen opresor de Idilia.









Capítulo Octavo


Tuvo suerte Andrés.

En ese momento apareció Antonio y lo bajó de las nubes.

- Vamos, que Helena estará esperando.

Hacía seis meses que conocía a Helena y no sabía nada de ella. Aparecía en unos momentos, que ahora interpretaba como deliciosos, y luego desaparecía. Nunca se había preguntado de dónde salía ni dónde iba, ni dónde vivía, ni donde estudiaba… Cada día descubría nuevas cosas que hasta entonces estaban ocultas inexorablemente. Así, que de camino al habitáculo de Antonio, le preguntó:

- ¿Dónde vive Helena?
- Hace un montón de tiempo que la conoces y nunca has preguntado. ¿Por qué preguntas eso ahora?
- Porque antes no lo había pensado.
- Pues ahora debes dejar de pensarlo. Helena no existe; nuestras reuniones no existen. Nos reunimos tú y yo, y nadie más… Y nos reunimos para ver la tele y para lo que el sistema quiera suponer que nos reunimos.
- Mira, yo soy uno de los vuestros. Yo quiero hacer algo, y me parece que no hacemos nada…
- Hacemos mucho –le cortó Antonio -. Te estamos formando a ti.
- ¿Y cuando terminaré de formarme? Hasta en Idilia la gente deja de formarse en algún momento.
- Tú no terminarás de formarte nunca. Esa es otra de las diferencias que nos separan de Idilia. El día que te mueras dejarás de formarte.
- ¿Y hasta ese día no podré hacer nada?
- Te digo que ya estás haciendo, pero para no caer en un círculo vicioso, en un diálogo de besugos, te digo que ahora te faltan otros conocimientos. Has avanzado grandemente en la formación; ahora conoces aspectos que casi nadie de Idilia conoce; esos conocimientos te encienden la sangre con un sistema inicuo, pero todavía no estás preparado para luchar… Como por desgracia no lo estoy yo. ¿Acaso crees que si ahora sales por ahí diciendo lo que eres y lo que piensas vas a durar dos minutos vivo? Sé prudente. La lucha empezará; podrás demostrar tus habilidades, pero ¿qué garantía tienes de sobrevivir? Te lo repito, si te precipitas darás un bocado exquisito al enemigo. Porque es el enemigo, ¿o es que todavía no te has dado cuenta?

Andrés quedó mudo ante los argumentos de su amigo, que antes de llegar al habitáculo lo llevó a dar un paseo por el campus.

Cuando ya estaban más calmados los ánimos dirigieron los pasos al habitáculo, donde Helena les esperaba.

El rostro de Andrés se iluminó. Con la presencia de la muchacha se avivó en su alma el sentimiento que le había brotado con la lectura de Don Quijote. Sí, indudablemente se trataba de su Dulcinea particular, y olvidando la conversación que momentos antes había tenido con su amigo, le espetó:

- ¿Dónde vives?

La muchacha quedó sorprendida por la pregunta, y le respondió que no estaban allí para averiguar dónde vivía ella, pero Andrés insistió.

- ¿Soy de los vuestros? Si no lo soy no hace falta que me lo digas, pero si lo soy, necesito saberlo.

La situación era crítica; la voluntad de Andrés, firme, y en sus palabras se dejaba entrever una velada amenaza de dejarlo todo.

Sabían los tres que la situación no podía seguir manteniéndose con secretos, y optaron por descubrir la realidad, ya convencidos de la sinceridad y del ardor de Andrés.

Así, Helena le dijo que ella no vivía en Idilia, sino en Humania; que en Humania habían desarrollado pocos aspectos de la ciencia, pero sí uno en particular: la traslación de la materia. Que no estaba totalmente desarrollada, pero que se estaban efectuando pruebas, y que ella era una voluntaria en las mismas.

Le dijo que en algún lugar de Idilia, cuya ubicación no podía desvelar ni tan siquiera a él, se había construido una cámara para la recepción y emisión de la materia, cuyo destino y origen era Humania.

De momento tan sólo estaban trasladando octavillas como la que había visto hacía meses, que pasaban de mano en mano, subrepticiamente, entre la gente adepta, que no era mucha, pero que existía.

- Ni tan siquiera podemos hacer un envío masivo de correos electrónicos, bueno, ni masivo ni individualizado, porque Idilia nos descubriría de inmediato, y lo que es peor, suponemos las peores consecuencias para sus receptores. Tan sólo podemos repartir escritos entre aquellas personas que sabemos preocupadas por la Libertad. A nadie más, pues el hacerlo sería fatal. Nuestra labor, hoy por hoy, es el boca a oreja, y el panfleto distribuido en mano y a escondidas. Si quieres bregarte, creo que ya puedes empezar con la labor.
- Lo siento –respondió Andrés -, yo no repartiré panfletos. Todo lo más, si quieres, inundaré las calles y los comercios de Idilia con ellos, pero a escondidas y uno a uno, me niego.

En vano intentaron convencerle. Andrés estaba determinado a iniciar la lucha. No sabía cómo, pero estaba convencido que debía iniciarla.

No tenían ejército, mientras que Idilia sí lo poseía, con unos avances aplicados a los misiles, que les permitían colocar su carga letal en lugares predeterminados y con un mínimo margen de error; poseían un ejército equipado con mira nocturna y con armas letales, ligeras y pesadas, que hasta entonces siempre se había preguntado para qué las querrían, si no tenían enemigos, si Idilia era el lugar perfecto; tenían una policía que actuaba fulminantemente en cualquier situación, dando la sensación de que la tranquilidad reinaba en Idilia y que su función era meramente decorativa. La perfección represiva en Idilia hacía decir a sus habitantes que no sólo no había represión, sino que se encontraban en el más libre de los mundos posibles.

- ¡Pero nosotros tenemos un transbordador de materia!. Con él, y aún con una insignificante capacidad militar, podemos dar importantes golpes de mano en Idilia.
- ¿Y qué hacemos? –espetó Antonio- ¿Acaso pretendes realizar actos de terrorismo?

Andrés quedó petrificado. ¿Hasta dónde era posible llevar la lucha sin caer en el terrorismo?, ¿hasta donde, sin caer en la criminalidad que caracterizaba a Idilia?

Evidentemente, pensaba, y siguiendo a San Agustín, la rebelión contra el tirano es justa. La rebelión contra el tirano es necesaria. No se podía aguantar más la implantación de unos principios inhumanos como meta y señera de la libertad. El sabotaje se hacía necesario, sobre todo en las fábricas y en las clínicas abortistas, pero también se precisaba el ataque personal y físico contra los miembros del gobierno y de la oposición, auténticos responsables de tanto asesinato.

Y pensó en San Agustín, y pensó en las aclaraciones de la Iglesia sobre la Guerra Justa, y pensó en Don Quijote de la Mancha. ¿Qué hace Don Quijote en una situación como ésta?

Lo que acabó quedándole evidente era que no podían empezar una cadena de atentados, porque ello iba contra todos los principios morales que había aprendido, y sólo beneficiaría, a la postre, al sistema establecido, que aplicaría mayor rigor en la represión intelectual sobre sus habitantes. Cierto que poco más podría hacer dado que la opresión era total, pero podría acarrear una serie de males añadidos sobre la población, que redundarían en un empeoramiento de su propia esclavitud. Y lo que era peor, a ellos les quitaría argumentos, y quedarían ideológicamente desnudos.

Pero, entonces, ¿Qué hacer?






Capítulo Noveno

Esas ideas habían sido largamente debatidas por los dirigentes de Humania, y siempre habían sido rechazadas por inmorales.

Idilia sí podía hacerlo, porque Idilia era iniquidad, pero el que utiliza las armas del enemigo se pasa al enemigo.

Antonio y Helena explicaron a Andrés el plan de acción:

En primer lugar, proselitismo. Andrés se trasladaría a vivir a casa de Antonio, extremo que daría más tranquilidad a la Administración de Idilia, que vería en el hecho una normalización en la vida de ambos.

Por su parte, Helena instalaría su base de operaciones en casa de Andrés, y tras bloquear con un sistema electrónico los controles implantados por Idilia, instalaría suficiente infraestructura de ordenadores e impresoras para, en un primer momento, producir propaganda escrita que sería repartida a través de los sistemas de ventilación de los edificios y desde las terrazas de los mismos, según fuese conviniendo.

Antonio y Andrés continuarían asistiendo a la Universidad, y procurando atraer nuevos acólitos, al tiempo que, junto a los acólitos existentes, y todavía “dormidos”, irían extendiendo la idea, y los panfletos.

Helena también sería la encargada del suministro de libros.

En una segunda etapa sería necesario arriesgarse un poco más. Cuando la existencia del núcleo de resistencia fuese suficientemente conocida, sería necesario dar otro paso. Entonces, desde algún ordenador de algún responsable de la administración al que se tenga acceso será conveniente hacer un masivo envío de correos electrónicos a toda la población de Idilia, haciendo conocer la existencia de Humania y la situación de esclavitud que se vive en Idilia, al tiempo que se incita a los habitantes a tener más hijos.

- Me parece que soñáis demasiado –dijo Andrés - ¿Cuántas veces creéis que podremos utilizar un sistema de aire acondicionado para el reparto de octavillas? ¿Y cuántos mensajes podremos enviar desde el ordenador de un político del sistema?
- Es verdad lo que dices –dijo Helena -, y ya lo tenemos pensado. Por eso es necesario que la distribución de panfletos se realice una sola vez, al mismo tiempo, en el mayor número de edificios, y que el lanzamiento de los correos electrónicos también se produzca a los pocos días del lanzamiento de panfletos.
- Luego –Continuó Antonio – será conveniente que, de entre nosotros mismos, se levante la polémica mediante una generalizada queja por el “ataque efectuado por elementos incontrolados de algo que llaman Humania”, reclamando protección por parte de las administraciones públicas, y represión ejemplar sobre los cavernícolas.

Continuaron explicando que, de ese modo, se crearía un generalizado estado de opinión que les permitiría entrar en discusión, sobre todo a través de correos electrónicos, ya que los periódicos, con absoluta seguridad filtrarían los mismos, sin correr riesgos.

A partir de ese momento, la cuestión consistiría en calentar permanentemente la cuestión, desde diversos ordenadores y procurando que nadie en concreto destacase sobre los demás.

Una nueva pega planteó Andrés:

- Pero el número de direcciones de correo electrónico, en cualquier caso, es limitado.
- Cierto –dijo Helena -. Pero en ese momento, distribuiremos entre todos los acólitos la totalidad de correos electrónicos de Idilia, de forma y manera que el número de cada uno vaya quedando reducido conforme los receptores de los mismos se uniesen a la pirámide remitiendo el correo recibido a sus círculos personales.
- El problema –dijo Antonio- será el primer envío, pero a partir de él, la distribución quedará diluida con la incorporación de nuevos remitentes. Y como al principio del movimiento se realizará desde un ordenador de los opresores, la administración caerá en un momentáneo descontrol que será el que utilicemos para generalizar el movimiento.
- Y luego, ¿qué?
- Luego, y aunque no creamos en las instituciones de Idilia, crearemos un partido independiente que concurrirá a las próximas elecciones. Porque entonces la administración ya no podrá silenciarnos del modo que tiene por costumbre. Entonces, con todo el poder de sus medios, donde por supuesto no tendremos cabida, y si la tenemos será bajo sus condiciones, con lo que nos pondrán en el mayor de los ridículos, nos atacarán de manera constante, pero se cuidarán muy mucho de hacerlo tan solo dialécticamente. No tendremos ninguna posibilidad tan siquiera de sacar un diputado o un concejal. Para eso tienen el poder económico y el control sobre los medios de comunicación. No obstante, habremos plantado la semilla de la perdición de Idilia, porque aún callados y tergiversados por los medios, se habrá sembrado la rebelión, larvada, sí, pero ello provocará que haya gente que se cuestione todo el sistema imperante, haya quién se plantee establecer un hogar humano, quién cuestione la homosexualidad y la antieducación de los colegios, quién reclame el derecho a no abortar, a no vivir en un asilo o a no ser sometido al crimen de la eutanasia.
- Pero lo que sucederá entonces –dijo Andrés -, y en el mejor de los casos, es que los partidos del sistema digan que asumen todas esas reivindicaciones, que en un pasado mañana lejano las van a poner en práctica, y que todo se quede igual.
- Sí, es más que probable que suceda eso, y más que probable que el partido que nosotros creemos no llegue ni a existir un año. Entonces tendremos que procurar el segundo paso. Después de todo, en lo que a nosotros respecta, lo que debemos perseguir es una consolidación de la crítica al sistema, y mediante la difusión de constantes mensajes por correo electrónico debemos, en principio, perpetuar la misma. A partir de ahí se deben crear foros de discusión en internet que propicien conferencias y concentraciones en defensa de la vida, de la dignidad humana, en aras de facilitar a los homosexuales el necesario tratamiento médico para curar su enfermedad, en pos de una educación libre donde a nuestros hijos se les eduque en libertad y en conocimientos; donde la religión tenga su necesario ámbito y sea libre su práctica; foros donde se combata abiertamente la eutanasia… y se imponga que los no homosexuales puedan acceder a puestos de responsabilidad social.
- Muy bonito porvenir nos estás pintando –dijo Andrés -. Pero seguiremos en la esclavitud.
- Sí, cierto, seguiremos en la esclavitud –respondió Helena -, pero en camino hacia la libertad. No es lo mismo recorrer el camino que te proponemos que recorrer el inverso, como en algún momento de la Historia sucedió.

La conversación satisfizo muy someramente el espíritu de Andrés, y aún más someramente la última afirmación de Helena, aunque comprendía que, dada la situación, tenía parte de razón. Todo lo cual no impedía seguir pensando en medidas más drásticas. A la postre lo que debían alcanzar no era una Idilia más suave, sino la destrucción de Idilia, puesto que Idilia era el Mal en forma de sociedad.

Sin otra posibilidad inmediata, finalmente diseñaron la ejecución de las acciones. Los miembros dormidos de la resistencia pro Humania serían despertados con carácter urgente.

Andrés se ilusionó con lo que había oído de los miembros “dormidos”, pero cayó redondo en el sillón donde se encontraba cuando le comunicaron que el número de militantes alcanzaba la cifra de … seis.

- ¿Seis? – gritó- ¿En total somos nueve para hacer todo lo que hemos dicho? Estáis locos de atar.
- ¡Seis! –dijo Antonio -, y nosotros tres, ¡nueve!
- ¡Pues lo tenemos claro!. Hace nueve meses erais ocho, y ahora somos nueve. A este ritmo nos habrán convertido en salchichas y seremos diez…
- ¿Y qué quieres?, ¿que la gente salga por las calles a aclamarnos? Las revoluciones siempre han sido cuestión de pocos. Las cosas grandes son privativas de los grandes espíritus. El resto debe seguirnos. ¿No eras tan admirador de Don Quijote de la Mancha?, ¿no admiras tanto a San Agustín?, ¿no te dices cristiano? Pues mira esos tres ejemplos, y si no tienes suficiente, nosotros ocho nos sobramos.

Se habían caldeado los ánimos entre los dos amigos, pero Helena, que estaba al quite cogió a entrambos por las manos y les animó con voz cándida diciendo:

- Pero mira que sois tontos.

¿Qué sucedió en alma de los dos amigos? La calma se impuso en Antonio, pero un fuego abrasador corrió por todo el cuerpo de Andrés al sentir sobre su mano la suave mano de Helena.

Se turbó su espíritu, dijo que era tarde y que tenían que descansar, que al día siguiente debían empezar su mediana locura.























Capítulo Décimo

Mientras Antonio y Andrés permanecían en la Universidad, haciendo que ultimaban sus preparativos para los exámenes finales, Helena preparaba el habitáculo de Andrés para el desarrollo de su inminente función.

Experta ingeniera de telecomunicaciones, cuya formación le había acarreado un prolongado esfuerzo en sus cortos años de vida, la había facultado para encargarse de la peligrosa misión de dinamitar espiritualmente a la enferma Idilia.

Para el mundo exterior, el habitáculo de Andrés debía aparentar deshabitado, por lo que las paredes del mismo se vieron libres de las emisiones radiofónicas y televisivas de Idilia.

Los detectores de presencia humana sólo detectaban su ausencia gracias a las habilidades de Helena. La corriente eléctrica necesaria era suministrada por un generador silencioso que había transportado desde Humania, y los alimentos, también transportados desde allí eran consumidos en casa de Antonio, donde también efectuaba sus necesidades primarias, todo con el objeto de que el habitáculo de Andrés aparentase el más absoluto de los abandonos.

Mientras tanto, Antonio se puso en contacto con los seis compañeros “dormidos”, que fueron presentándose de manera espaciada en casa de éste para recibir las instrucciones oportunas.

Al décimo día estaba ultimada la operación.

El día de los exámenes fue el señalado para el lanzamiento de los panfletos.

Finalmente se decidió que habría una primera distribución en la Universidad. Así, desde las terrazas de los de la misma, y al unísono, a las doce del medio día, cuando más afluencia de alumnos había en el campus, nueve cañonazos sonaron en otros tantos puntos de las azoteas de los edificios. Nueve cañonazos que hicieron llover sobre los estudiantes centenares de papeletas subversivas.

Los guardianes del sistema, y entre ellos Antonio, se movían entre los estudiantes y demostraban su incompetencia para recoger todos aquellos papeles que de manera tan imprevista les habían llovido.

Los estudiantes, que en un primer momento se llevaron un gran susto por el estruendo, y sobre todo por la lluvia de algo que desconocían por completo, cogieron aquellos papeles y los leyeron.

“Conciudadanos:

Estamos viviendo en un mundo donde la libertad es ficción.

Se nos repite hasta la saciedad que somos libres, al tiempo que se nos aniquila intelectual y humanamente.

Este sistema nos ha quitado lo más intrínseco a la persona humana: La dignidad como personas, la familia, el criterio, la historia, la literatura, la cultura.

La gente “desaparece” cuando al sistema le interesa que eso ocurra, mientras toda la sociedad ve anulada su más mínima iniciativa por parte de los medios que el sistema utiliza a su antojo.

La televisión y los medios “informativos” entretienen nuestra mente con vacuidades que anulan nuestra razón.

Los partidos políticos se alternan en el poder para dar sensación de que las cosas se discuten y se cambian, con el único objetivo de que todo siga igual; de que todos sigamos siendo esclavos del sistema.

La homosexualidad, una enfermedad, se nos presenta como la panacea de la libertad y de la dignidad.

El aborto, un crimen, se nos impone al tiempo que se nos presenta como un derecho.

Todo en Idilia, en fin, es contrario al espíritu humano.

Os invitamos a que os rebeléis contra el sistema opresor:

- No miréis la televisión.
- No os traguéis las mentiras de los periódicos del sistema.
- No sucumbáis a la enfermedad de la homosexualidad.
- Formad una familia estable y exigid su reconocimiento social.
- Tened muchos hijos.
- No permitáis el asesinato del aborto ni el de la eutanasia.
- Leed. Abrid las bibliotecas y desempolvad los textos que ocultan.
- Luchad por erradicar la explotación en los centros de trabajo.
- Exigid alimentos naturales. ¿Os habéis preguntado cómo se produce lo que coméis?
- Averiguad qué es Humania.

Eso es Libertad.

Existen otras formas de vida… De vida humana, donde la persona y la familia es respetada, y donde existe la felicidad, pero el imperio de Idilia la tiene acogotada, perseguida, martirizada militarmente. Más allá del desierto existe Humania. Buscadla.

Movimiento por la Liberación de Idilia”

Antonio, en su papel de agente de Idilia cogió una de las octavillas y se presentó en el cuartel general de la policía para denunciar lo acontecido.

La noticia alarmó a los funcionarios que atendían el servicio, quienes de inmediato la transmitieron a sus superiores, al tiempo que ordenaban ocupar de inmediato todos los edificios del Campus esperando encontrar a los responsables.

Pero nada sacaron en claro, salvo que ese acto subversivo estaba provocado por algún agente de Humania.

Nadie recordaba un hecho como el acontecido aquel día, y los servicios secretos se vieron en la obligación de investigar, pero el resultado fue negativo. Nadie sabía nada. Nadie era sospechoso, porque todos eran minuciosamente controlados desde el momento de su nacimiento y el control era exquisito.

El gobierno de Idilia determinó poner en estado de máxima alerta a todas las fuerzas de información, reforzó muy especialmente las bases militares existentes en los confines del desierto que bordeaba la ciudad, y mandó comprobar los métodos electrónicos de vigilancia que rodeaban el contorno.

Todo estaba perfecto. No podían comprender cómo estando tan férreamente controlados todos los movimientos de la ciudad entera hubiese podido ocurrir esto.

Esa tarde resultó frenética para la seguridad de Idilia. Las reuniones de los responsables se sucedían en cadena, y las órdenes eran tajantes: No podía volver a repetirse un hecho como el de aquel día. No obstante, los medios de comunicación no harían ninguna referencia.






























Capítulo Decimoprimero


Antonio no pudo acudir a su habitáculo aquella noche. Todos los miembros de la seguridad de Idilia debieron permanecer acuartelados en las instalaciones de la administración a la espera de instrucciones y atentos por si volvía a producirse algún otro hecho similar.

Pero ya de mañana se les permitió salir para que cada uno acudiese a su lugar habitual.

Mientras, los otros ocho revolucionarios prepararon la operación prevista y dispusieron los paquetes de octavillas en los lugares convenidos, debidamente atados con una mecha lenta que al consumirse los dejó libres, y el sistema de aire acondicionado se encargó de esparcirlos por el interior de los concurridos centros comerciales.

Nuevamente una llamada de urgencia congregó a los vigilantes de Idilia. El nerviosismo de los mandos resultaba más que evidente. Las amenazas rompieron el tradicional lenguaje moderado de los superiores, quienes exigían a sus subordinados redoblar la vigilancia.

Las carreras en el cuartel general eran constantes; el control que siempre se había conocido, había desaparecido, y fue la oportunidad que aprovechó Antonio para, en un descuido del jefe de la milicia, transmitir desde su ordenador un correo electrónico a todos los habitantes de Idilia con el mismo mensaje de las octavillas.

La reacción fue inmediata.

Al cuarto de hora, quién hasta la fecha había sido jefe máximo del Departamento Central de Información desapareció.

Su puesto fue confiado a una persona que había demostrado una fidelidad inquebrantable al sistema, y que a los ojos de los máximos dirigentes prometía poder controlar la situación: Antonio.

La situación complicaba la labor de los libertadores, pues prácticamente lo dejaba fuera de combate, dado que, si bien su puesto le permitiría derivar las investigaciones hacia donde no afectasen la buena marcha de la rebelión, por otro lado lo dejaba maniatado, ya que entre los miembros de la guardia “idílica” no contaba con nadie de confianza, y para empeorar las cosas, estaría sometido a una estricta dedicación.

En sus manos estaba el control personal de todos los habitantes de Idilia. Por ahí podría hacer algo.

La primera medida adoptada fue desconectar los controles sobre los habitáculos de los seis correligionarios y de hasta un millar más de otros tantos habitantes, la mayoría con una trayectoria de demostrada fidelidad al régimen, y el resto, dentro de la homogeneidad existente, de lo más diverso en cuanto a su extracción.

Ya tenían el campo libre para instalar un sistema de comunicaciones entre todos los miembros del movimiento; todos menos el propio habitáculo de Andrés, ya aislado, y el suyo propio. Todo realizado de forma que no se levantasen sospechas si acaso terminaba siendo descubierto el sabotaje.

Andrés y Helena instalaron el sistema de comunicaciones libre de injerencias extrañas que les permitiría emitir mensajes a toda Idilia sin que existiese la posibilidad de ser descubiertos por el sistema.

No obstante, la prudencia les impediría hacer uso de este medio en un primer momento,  al objeto de evitar lo que podrían resultar incómodas investigaciones por parte del enemigo.

Quedó evidente lo innecesario de la instalación, dada la respuesta recibida a nivel de correo electrónico.

Simultáneo al envío de correo a una lista de entre veinte y veinticinco destinatarios distintos desde cada uno de los ordenadores tradicionales de los seis ex dormidos, se recibió en los mismos una buena cantidad de nuevos mensajes con lista de correo incluida, en los que se comentaba el texto subversivo que habían recibido.

Había comentarios de todo tipo y color; unos favorables a la Revolución y otros contrarios. Los textos contrarios eran utilizados conforme a las posibles utilidades en defensa de los insurgentes, pero las direcciones, en cualquier caso, se incorporaban a la nueva lista de correo.

El resultado era muy positivo. Así no tendrían que hacer uso del primer listado general, sino que irían unificando todas las listas a fin y efecto de dar sensación de naturalidad en la extensión de la rebelión.

No todos los mensajes mostraban preocupación por lo que habían leído. Otros, bien al contrario, redactados por miembros del colectivo homosexual, mostraban amenazas y reclamaban la intervención de los miembros de orden público, así como un  mayor control en las comunicaciones.

El Departamento Central de Información se veía colapsado por las presiones del gobierno. Los informativos de televisión, radio y prensa, que habían guardado silencio en la primera acción llevada en la Universidad, se hicieron amplio eco del hecho, en el conocimiento que todos los habitantes tenían en su ordenador un correo con el texto subversivo, y nada podía evitar su lectura.

Los comentaristas políticos, que hasta la fecha se habían limitado a expresar las bondades del sistema y en ocasiones hablaban de un pasado humano vilipendiándolo y diciendo una serie de falsedades para contentar en el espíritu de los habitantes, volcaron toda su verborrea en descalificar a quienes habían inundado el campus y los ordenadores con el mensaje subversivo que todos comentaban.

Para contrarrestar el manifiesto, pasaban una y otra vez reportajes en los que demostraban que la libertad era evidente en Idilia; parejas de todo tipo y color, además de las estrictamente humanas, pasaban por la pantalla: homosexuales de uno y otro tipo; mujeres con perros; hombres con cerdos… Todo era muestra de la libertad vivida en Idilia.
Psicólogos emitían constantes programas en los que demostraban lo atrasado y antinatural que era el concepto de familia; un lugar donde se priva de libertad a todas las personas que la componen; donde el niño se ve irremisiblemente ligado a su madre y a su padre, al tiempo que éstos ven coartada su libertad de movimientos.

Respecto a la historia, a la literatura y a la cultura, esos mismos psicólogos proclamaban que en Idilia nadie había prohibido el estudio de la historia y de la literatura; no obstante, se habían retirado como materias de estudio en los colegios y en las universidades porque eran materias propias del oscurantismo que anteriormente padeció la sociedad.

En definitiva, todos y cada uno de los puntos denunciados en el comunicado difundido fueron atacados por especialistas del sistema. Todos menos el de la desaparición de las personas.



































Capítulo Decimosegundo

La contestación crecía por momentos, y el sistema se veía incompetente para actuar como le resultaba natural.

Ciertamente, el control social seguía siendo mantenido férreamente, pero para su mantenimiento se les hacía indispensable condescender con la creciente oleada de protestas generada por los ocho activistas, a los que, y sólo a modo de preocupación “intelectual” seguía en la estela un grupito de personas que escasamente llegaba al centenar.

Eso, y el activismo de los correos electrónicos, incomodaba sobremanera al sistema, pero molestaba todavía más a los insurgentes, quienes comprobaban, día a día la nulidad de sus actuaciones, que inexorablemente chocaba con la letal pasividad de una población anulada intelectualmente por el sistema.

Una mínima parte de la población se sentía motivada por los insurgentes, pero cómodamente, desde sus habitáculos y con la garantía de que las comodidades existentes estaban presentes.

Estas gentes querían estar seguros en su habitáculo, con el plato lleno de comida, sin importar de dónde viniese la misma; con entretenimiento permanente sin importar las consecuencias del mismo…

El gran revuelo ocasionado con la octavillada, la emisión generalizada de mensajes, y el establecimiento de círculos de internautas preocupados por la situación denunciada, parecía condenado a diluirse en el tradicional devenir de Idilia, y a desaparecer del recuerdo se sus habitantes.

Sólo el mantenimiento de páginas web surgidas con ocasión de la inicial revuelta permitieron mantener latente la sensación de revolución… Pero ello significó un sobreesfuerzo por parte de los implicados, quienes consiguieron mantener, de manera ficticia, una preocupación social por el asunto.

Se crearon decenas de páginas web que se veían a diario renovadas con opiniones expresadas supuestamente por nuevos contertulios… La verdad era que los nueve implicados, acompañados de una excelente preparación de ordenadores, daban la sensación de que la red de preocupación social crecía día a día.

Nada más lejano a la realidad. Un mes después, tan sólo se habían consolidado quince nuevos contactos que sería necesario depurar antes de brindarles la confianza del grupo…

Mientras tanto, y no obstante el nulo reflejo social de las acciones, el sistema incrementaba paulatinamente su preocupación. Las emisoras de radio y televisión, así como los periódicos electrónicos, dedicaban secciones especiales, programas especiales para hablar de los tiempos pasados, cuando no existía Idilia, dejando claro la falta de libertad existente en aquellos momentos.

La gente veía y escuchaba esos argumentos, sin capacidad de raciocinio, y los asumía como verdaderos.

Por ese lado, el objetivo estaba cubierto… Pero también se cubría el objetivo marcado por los sublevados: que la gente fuese consciente de un hecho desconocido: que había existido una historia previa a Idilia; que esa historia previa a Idilia había sido protagonizada por personas, inexorablemente tachadas de los peores calificativos que Idilia pudiese imaginar. Ahí estaba la propia trampa de Idilia. En el momento que alguna mente hiciese una digresión y se atreviese a comparar, se vería en la obligación de estudiar lo criticado. El conocimiento cierto de lo criticado, sin lugar a dudas, propiciaría el nacimiento de un nuevo enemigo de Idilia.

Pero los frentes posibles en contra de Idilia eran tantos como conceptos pudieran ser tratados.

Si en cuanto al asunto histórico, la mentira de Idilia no aguantaba el menor de los análisis, en cuanto a otros asuntos, todavía menos.

¿Cómo explicaba Idilia al público la cuestión de las granjas para la crianza de fetos?

A las afueras de Idilia, en la línea de las fábricas donde se transformaba en alimento todo el material orgánico generado en el desecho de Idilia, existían unos establecimientos especiales donde residían, prisioneras, miles de mujeres; unas  secuestradas en Humania, pero también disidentes de Idilia en edad fértil, a las que se mantenía permanentemente embarazadas, al objeto de hacerlas abortar para extraer de los fetos diversos productos: desde material para las fábricas de cosméticos, hasta miembros destinados a ser transplantados en los hospitales de Idilia.

También los fetos eran utilizados, una vez extirpado el miembro necesario, como alimento que se servía en las carnicerías de Idilia. Un bocado exquisito, según el paladar de los más delicados del lugar.

La acción revolucionaria se encaminó primeramente contra estos establecimientos.

Se coordinó una acción con Humania destinada a liberar a las presas de uno de estos establecimientos: el que más fama tenía en las carnicerías.

Se organizaron dos comandos que asaltarían el establecimiento. Uno, procedente de Idilia, estaría encargado de anular un segmento del sistema de seguridad electrónico que circundaba el desierto de Idilia. Otro, procedente de Humania, traspasaría la frontera por ese lugar, llegando hasta el centro penitenciario, y liberando a las presas, las trasladaría a la libertad, en Humania.

La infraestructura se preparó con el máximo cuidado. Se trataba, además de liberar a cinco mil presas, dar un golpe de efecto en la estructura de Idilia.

Y es que había quedado claro que en Idilia, la gente era absolutamente consciente de la situación de éstas prisiones; tan evidente como que la comodidad les impedía tomar cartas en el asunto, que acababa siendo convertido, en el peor de los casos, en un “mal menor” necesario para la existencia de la super libertad gozada en Idilia.
Todo era conocido en Idilia, menos la existencia de Humania, que ahora se haría notar.

Convenía que el asunto tuviese la máxima difusión. Convenía que la población de Idilia fuese consciente de lo que estaba sucediendo; convenía que el núcleo dirigente se pusiese nervioso y efectuase alguna acción que facilitase la acción revolucionaria. Y se hacía preciso, para llevar a efecto esta acción, que el secreto mejor guardado de los insurrectos fuese conocido por alguien más.

Finalmente la situación casi llegó a superar a la prudencia, lo que hizo necesario que, finalmente, Andrés conociese el misterio de la traslación de la materia, porque él mismo sería objeto de transmisión. Necesitaba trasladarse a Humania para recibir la necesaria preparación militar que le capacitaría para acometer acciones arriesgadas en Idilia. Él y otro acólito serían los alumnos que acometerían el aprendizaje.

Una vez preparados, y en una de las visitas de inspección que Andrés efectuaba a  todo el sistema represivo de Idilia en su calidad de jefe del departamento central de información, trasladó e instaló el receptor de materia de última generación que había sido desarrollado en Humania.

El adminículo, recogido,  cabía en una maleta pequeña, ya que los materiales con los que estaba fabricado eran comprimibles.

Antes de revisar como responsable las instalaciones del criadero de fetos, los revolucionarios estudiaron pormenorizadamente el mismo, habiendo descubierto en los sótanos unos aseos para el uso del personal de vigilancia. Ese sería el lugar destinado para la instalación del traslador de materia.

En el ejercicio de sus funciones, le fueron mostradas a Andrés todas las instalaciones, que fue revisando con interés, al tiempo que daba claras muestras de malestar físico. Así, pidió por el servicio en varias ocasiones.

Cuando revisaban los sótanos, al director del establecimiento no le extrañó que su superior pidiera por los servicios.

Se encontraban en un olvidado lugar del sótano, cerca de donde se encontraban en aquel momento; ese era el lugar escogido por el comando.

Allí, abrió el maletín y montó el reducido receptor de materia, suficiente para recibir a una persona.

De inmediato le fue transmitido un ordenador y unos disquetes informáticos donde se incluían todos los pormenores de la prisión; tanto en lo relativo a la categoría de los presos como de los guardianes; así como en otros disquetes lo relativo a las otras prisiones y establecimientos de todo tipo: todo para justificar el maletín.

Una vez en el despacho del director del establecimiento, abrió el enigmático maletín para que todos los presentes pudiesen comprobar que se encontraba lleno de la información más variada sobre diversos aspectos, y anotó los pormenores que le parecieron oportunos.

Mientras tanto, a través del receptor de materia se colaron en la prisión Andrés y Eduardo, uno de los acólitos que habían estado largamente dormidos, con material explosivo y armas defensivas, así como un inhibidor electrónico, verdadero enemigo de las instalaciones del lugar.

La guarnición del lugar, dada la extrema seguridad de sus muros y sus puertas, estaba reducida a un pequeño número de guardianes, que con ocasión de la situación vivida en las últimas fechas en Idilia se había reducido a la mitad.

Hasta un máximo de diez guardias, destacados miembros del colectivo homosexual eran los encargados de la vigilancia de la prisión.

Su ubicación había sido controlada y confirmada por las informaciones de Antonio. La función de Andrés y Eduardo consistiría en liberar a aquellas mujeres, en el máximo orden posible, y en el menor tiempo posible.

Simultáneamente a esta acción, se estaba produciendo la incursión de una caravana de camiones que, a través de un sector de frontera desactivado electrónicamente por Helena desde el habitáculo de Andrés, atravesaba a toda velocidad el desierto, cargado con ametralladoras y espacio para recibir a las prisioneras.

Mientras tanto, Antonio daba por finalizada su visita y partía nuevamente para la ciudad, alejándose velozmente del lugar.

Hasta cien camiones, acompañados de varias ambulancias, atravesaron la frontera y cubrieron la distancia que les separaba de la prisión a buena velocidad, con la tranquilidad que les producía la sorpresa y la anulación de los medios de detección electrónica de Idilia.

A la hora convenida, y cuando la caravana se encontraba próxima a la prisión, hicieron explosión las cargas que el comando había depositado en las puertas del edificio.

El pánico se hizo evidente en todos los presentes. Los guardianes tomaron las armas para evitar la huida de las presas, que inmediatamente repuestas de la explosión se dirigían velozmente hacia las aberturas efectuadas.

Los camiones de rescate se dispusieron en línea, emprendiendo la marcha tan pronto habían sido ocupados por las prófugas.

Las armas resonaron, cayendo malheridas varias prófugas.

La respuesta de los asaltantes resultó inmediata. Comandos procedentes de Idilia reforzaron a los asaltantes primeros, produciéndose un enfrentamiento que permitió la total evacuación de las presas.

Dos de los guardianes cayeron mortalmente heridos, y los otros, en refriegas individuales, con los asaltantes primeros y con los comandos de refuerzo que llegaron en los camiones de Idilia, fueron acorralados y hechos prisioneros.

La caravana, más dispersa que en el viaje inicial, emprendía la huida a través del desierto, cargada con la preciosa carga que era esperada en Humania en medio de una gran fiesta.

Los ocho prisioneros también eran transportados. Serían conveniente tratados, no por tribunales, sino por instituciones médicas y educativas.


































Capítulo Decimotercero


La caravana fue recibida por una multitud de habitantes de Humania, en medio de una gran fiesta, con ondear de banderas.

Bandas de música y desfiles de lo más variado celebraban la liberación, y las ex presas fueron recibidas por las autoridades, quienes les ofrecieron todo el ser de Humania y la colaboración de todo el pueblo para desarrollar su libertad.

Eran libres de hacer lo que les pareciera, pero, conscientes de la situación, las autoridades de Humania dispusieron que, conforme llegasen, fuesen alojadas, de la mejor manera posible, en los establecimientos públicos de gran capacidad. Así, se habían habilitado varias canchas deportivas y tiendas de campaña en los campus universitarios para acogerlas y apartarlas del bullicio popular que las asediaba.

Aunque la tranquilidad no podía llegar de improviso, se procuró al máximo, al tiempo que un ejército de tocólogos estaban atentos a la evolución de las mujeres en más avanzado estado de gestación.

Aquella noche no pudieron dormir, ya que un alto número de mujeres reclamaron sus servicios, llegando a registrarse, además de un sinnúmero de falsas alarmas, el nacimiento prematuro de hasta dos decenas de niños, que contra lo previsto hasta el día anterior, tuvieron la suerte de ser acunados en los brazos de su madre.

Los llantos de alegría mantuvieron despiertas a todas aquellas mujeres durante gran parte de la noche. La alegría de sentirse libres, y la alegría de unas cuantas nuevas vidas de seres que hasta hacía sólo horas estaban condenadas al sacrificio para satisfacer los caprichos y las exquisiteces culinarias de la doblemente mórbida sociedad de Idilia.

Les resultaba punto menos que imposible requerir la asistencia médica. Tan acostumbradas estaban a que la misma fuese motivo de asesinado de sus propios hijos, que eludían la ayuda de quienes se veían obligados a permanecer en constante vigilia para atender las necesidades de aquellas mujeres que sabían necesitadas, y de las que sabían que en muchas ocasiones no sería requerida su ayuda.

Fue una noche, a pesar de todo, corta.

Ya de mañana se les ofreció la posibilidad de continuar en aquellos pabellones, de cobijarse con familias de Humania, o de ocupar viviendas que se habían preparado para ser ocupadas en grupos de varias dimensiones.

De todo hubo, no sin mostrar extrañeza ante la diferencia de trato recibida. También se produjo la inadaptación de unas mujeres que conocían en sus más tristes consecuencias la realidad de la esclavitud.

Las que mostraron menos inconvenientes eran las mujeres naturales de Humania que habían sido hecho prisioneras por el régimen de Idilia, y que se integraron con sus familias, pero eran las menos. La inmensa mayoría de las mujeres rescatadas sólo conocían el régimen opresor de Idilia, y en concreto el de la prisión, que habían conocido como consecuencia de alguna desavenencia con el régimen.

Allí había niñas que no habían sabido admitir la “desaparición” de sus padres; mujeres que se habían negado a abortar; mujeres que se habían obstinado en tener más de un hijo; mujeres que se habían negado de forma manifiesta a ser lesbianas… Todas las mujeres que cometían un delito en Idilia eran condenadas a la prisión de mujeres; eran condenadas a la fecundación in vitro; eran condenadas a abortar y a entregar a sus hijos para satisfacer los más bajos deseos de una sociedad podrida como la de Idilia.

La población de Humania estaba preparada para la incomprensión de sus liberadas, y se disponía a librar la lucha íntima de la convivencia. A la postre no sería larga, y en el peor de los casos terminaba con la alegría del parto.

La relación con personas normales, con familias normales, con hombres, con mujeres, con niños, con abuelos, con tíos, con primos, con cuñados… y con el parto de sus propios hijos, acabó por integrar de una manera absoluta a aquellas mujeres que en su vida sólo habían conocido esclavitud.

Con el tiempo no faltaría multitud de matrimonios con hombres de Humania… Y por supuesto, no faltó la labor de los sacerdotes, que se vieron en la necesidad de multiplicarse para atender tanta demanda de humanidad, y tanta demanda de Dios.

La mayoría aprendió a olvidarse de su triste pasado y se centró en cuidar su embarazo y en querer a sus hijos, pero no faltó quién preguntó por los guardianes que sabía prisioneros en la acción de rescate.

Como no podía ser menos, el tratamiento no fue el mismo que el recibido por las prisioneras.

El dilema que tuvieron las autoridades de Humania fue grande. Sabían que podían encontrarse con esta situación, y las órdenes del asalto eran bien claras: evitar todo derramamiento de sangre dentro de lo posible, así como el traslado el máximo de prisioneros a Humania.

Conseguido el objetivo, el problema era cómo desintoxicar de la enfermedad a los prisioneros; unos individuos manifiestamente viciados en la perversión de Idilia; no se trataba de personas sin criterio que sobrevivían en Idilia, sino miembros de la élite opresora; del colectivo homosexual dirigente de Idilia.

La primera medida fue determinar si su condición de homosexual era provocada por la enfermedad o por el vicio, y a ello se volcaron los científicos de Humania, como condición indispensable para determinar las acciones a seguir con ellos.

Tras varias pruebas genéticas, los científicos llegaron a la conclusión que, efectivamente, en aquel caso no se trataba de enfermos. Genéticamente se encontraban sanos. Sólo cabía la posibilidad del vicio, o lo que era lo mismo, de la costumbre social de Idilia a la que las mentes débiles no sabían sobreponerse.

Se trataba, así, (hubo quién interpretó que afortunadamente), de reeducar la mente de aquellas pobres personas que habían sido mediatizadas por la opresión de Idilia.

Bien alimentados con alimentos naturales de la tierra; con la obligación de asistir diariamente a clases de cultura general, científica, literaria, filosófica y religiosa, fueron dejados libres; se les facilitó una vivienda, y se les exigió castidad.

Una discreta vigilancia completó la “pena” de los prisioneros, que conocedores de su situación vigilada no intentaban acción alguna que pudiese poner en peligro su vida o su libertad, y se resignaban a completar el programa de formación a que eran sometidos.

Estaban acostumbrados a la vigilancia permanente, por lo que no se sintieron incómodos, y por otra parte, descubrían, admirados, las realidades de la cultura, de Dios y de la historia que les habían sido negadas en la que consideraban la más perfecta de las sociedades.

Con el tiempo surgirían entre ellos discusiones que contribuirían al conocimiento de la libertad. De momento permanecían expectantes y sumisos ante el programa intensivo de educación a que se encontraban sometidos, y que poco difería del que también recibían quienes hasta días antes habían sido sus esclavas personales.






























Capítulo Decimocuarto


Mientras todo esto comenzaba a plantearse, Antonio se dirigía en vehículo oficial a la ciudad, al tiempo que Andrés y Eduardo, apenas saboreado el éxito, y dejado a buen recaudo la cabina de transmisión de la materia usada en la cárcel de mujeres, debieron emprender la marcha a Idilia, para no levantar sospechas y seguir con su actividad revolucionaria.

Nada mas llegar, Helena les dio las instrucciones oportunas. Cada uno a su puesto; Andrés al habitáculo de Antonio, y Eduardo a su habitáculo. En breve saltarían las alarmas y no sabían las consecuencias de la acción.

Con toda seguridad se produciría una acción militar contra Humania, momento que sería aprovechado para generalizar las actividades revolucionarias dentro de Idilia; pero también cabía la posibilidad de que no ocurriese, porque las autoridades de Idilia pretenderían seguir negando la existencia de Humania, al objeto de no minar más la confianza en el sistema.

Ese era el parecer de la alta estructura de Idilia, pero en breve se hizo patente la falta de miembros para transplante, lo cual motivó cierto malestar en un sector de la población cercano a la jerarquía; pero lo que rompió todos los esquemas de la clase dirigente fue la falta de suministro que sufrieron las carnicerías especializadas el abastecimiento de fetos frescos.

Ciertamente, la acción liberadora del comando había ocasionado una mini crisis en la economía de Idilia, donde se resintieron todas las estructuras. La bolsa sufrió una importante caída en los sectores primarios de Idilia: La alimentación y la cosmética, y a pesar de los esfuerzos por ocultar la situación, el gobierno de Idilia se vio forzado a emitir un comunicado informando de lo sucedido, ya que, aunque la sociedad había vuelto a su inoperancia intelectual tras el golpe de efecto de las octavillas lanzadas meses atrás, los sectores dirigentes de segundo y tercer orden, faltos de elementos de primera necesidad, fueron los primeros en manifestar su malestar, que inmediatamente se transmitió al resto de la población.

Nuevamente las páginas informáticas libres cobraron vigor; nuevamente se potenciaron los mensajes de personas individuales que, poco a poco, iban como despertando de un letargo que se había dilatado durante toda su vida.

Las protestas iban tomando forma. La gente ya no se limitaba a tragar todo lo que los medios de comunicación del sistema tenían a bien transmitir. Ya, ocasionalmente, se abrían los micrófonos y las cámaras de televisión para organizar alguna encerrona a algún disidente.

Pero la situación era muy delicada. A pesar de la machacona propaganda del sistema sentando dogma sobre la bondad del mismo sin argüir ninguna evidencia, era evidente que la gente se decantaba cada vez más a los medios informáticos electrónicos libres que comenzaban a proliferar independientes del poder establecido.

El sistema, por su parte, no podía agudizar más su opresión: estaba permanentemente al máximo, pero ahora no podía practicar la desaparición de los disidentes porque ya eran públicamente conocidos y hasta se atrevían a hablar de Humania.

Llegó a ser tal la situación que el propio sistema se vio obligado a reconocer la existencia de ese estado de opresión que era Humania, donde la gente tenía los hijos que quería, el aborto estaba prohibido y la homosexualidad era tratada médicamente.

Llegaron a realizar programas sobre las actividades de Humania, destacando aspectos tan aberrantes como que en Humania toda la sociedad vivía en familia, padres, hijos, abuelos… Se destacaba lo ilógico de éstas situaciones con agudos comentarios realizados por expertos comunicadores de Idilia, que resultaban altamente convincentes, y que las razones de Idilia eran incontestables.

Otros aspectos que destacaban los programas culturales de Idilia dedicados a analizar la extraña realidad e Humania, eran los relacionados con la educación de los hijos, y con el tratamiento injusto y vejatorio recibido por los homosexuales, que eran tratados como enfermos o como viciosos.

Este era un  aspecto especialmente destacado por todas las cadenas televisivas, donde se producían constantes debates nutridos por diversos contertulios profundamente interesados en los diversos asuntos, y a los que, por supuesto, nunca acudía nadie desde Humania.

Pero la sorpresa de los organizadores fue máxima cuando descubrieron que a los citados debates sólo acudían interpelantes de Idilia.

No obstante, y como el espectáculo estaba servido, así como cubierto el sensacionalismo y dada la impresión de existencia de libertad, todas las cadenas continuaron por tiempo indefinido explotando el asunto de Humania: su existencia ya innegada, y lo absurdo de su existencia.

Evidentemente, Idilia seguía demostrando la inmensa superioridad de su ser y la razón de su existencia, así como la irracionalidad de la existencia de Humania. Usaba de los medios de comunicación de la forma ya acostumbrada. No era nada nuevo. Sólo debían cambiar las formas del mensaje, y en poco tiempo, el asunto quedaría deglutido y olvidado.

Y ese era el camino. La evidencia resultaba aplastante; en menos de un mes, aunque seguía hablándose del asunto, era cada vez con menos virulencia… La gente iba olvidando el asunto.

¿Olvidando?… Casi todos. Había dos núcleos, cada vez más duros que tenían el asunto más y más presente.

Por una parte, el núcleo de duro de Idilia hostigaba a los partidos políticos de uno y otro signo, a todos los cuales controlaba en todos sus órganos y extensiones, para que controlasen el creciente rescoldo de revolución social que poco a poco se iba instaurando en determinados sectores de la población.

Por otra parte, y partiendo de varias páginas web creadas por varias personas independientes que se habían sentido sensibilizadas por  las acciones desarrolladas por los miembros de Humania, se estaba creando un creciente partido revolucionario que ponía públicamente en entredicho las actividades del sistema imperante. Todo de forma políticamente correcta, ya que eran conscientes del peligro que corría su vida incluso en esa situación de ambigüedad.

Se estaba llevando una sorda batalla dentro de la propia Idilia, a la que los agentes de Humania no eran ajenos, pero en la que no se podían inmiscuir de una manera determinante para no significarse indebidamente y ver así coartada su libertad de maniobra.

Tenían éstos, además, una preocupación por las consecuencias de la última acción; consecuencias que consideraban serían duras e inminentes, pero que no acababan de llegar. Parecía como si todas las consecuencias se limitasen a que los partidos de Idilia, todos responsables directos de la situación de Idilia, pretendisen presentarse a la opinión pública como defensores de todo lo que habían atacado a lo largo de toda su vida.

De pronto, unos y otros lanzaban proclamas afirmando que debía protegerse la natalidad en las parejas que así lo deseasen. Había algún grupúsculo que defendía que las parejas pudiesen tener hijos sin inseminación artificial, y hasta se atrevían a señalar la inconveniencia de imponer el aborto en el caso de un segundo embarazo.

Habían convertido el asunto en arma arrojadiza. Así, el Partido Social de Idilia, acusaba al Partido del Pueblo de Idilia, gobernante en ese momento, de aberraciones ciertas, cometidas a diario y durante décadas sobre la triste población de Idilia. Por su parte, el Partido del Pueblo de Idilia acusaba al Partido Social de Idilia de haber procurado la peor de las situaciones sobre la población de Idilia.

Unos y otros tenían razón; unos y otros vivían del mismo huésped; unos y otros no eran sino pastores de un rebaño al servicio de unos señores superiores que les ordenaban la actuación de cada momento, y que les permitían comer del mismo rebaño que comían ellos.










Capítulo Decimoquinto

La acción militar de Idilia contra Humania no llegaba, pero sin embargo, y para mantener las apariencias, se convocaron elecciones generales en Idilia. El gobierno había resultado incompetente ante las actuaciones llevadas a cabo por los agentes de Humania, los servicios habían quedado mermados por esas mismas acciones, y sobre todo, y aunque a nivel general la situación estuviese controlada, el sistema se convenció de que un importante sustrato comenzaba a gestarse dentro de la sociedad de Idilia, y procedía un revulsivo social. Nada como unas elecciones… Libres, ¡por supuesto!, como todo en Idilia…

La nueva situación supuso un nuevo inconveniente para los agentes de Humania, y ese en definitiva, era el objetivo buscado por Idilia.

No obstante, entre los internautas surgió la idea de crear un nuevo partido político que, independiente de cualquier poder social, económico o político, saliese a la palestra defendiendo, no todo un nuevo sistema social, para lo que sentían capaces, sino unas cuantas parcelas, muy concretas, y que representaban en definitiva a todo el sistema opresor de Idilia.

Sus postulados se limitaban a :
Libertad de procreación
Libertad para no ver la televisión
Libertad para poder formar una familia
Libertad para la educación de sus hijos

Con el nombre de Partido de la Libertad, y acogiéndose a la libertad existente en Idilia para constituir partidos políticos, se presentó en sociedad el nuevo partido, viéndose acometido desde todos los frentes, y cerradas todas las puertas de los medios de comunicación.

Sólo los periódicos electrónicos controlados por personas afines se hicieron eco del nuevo partido. Tan era así, que casi nadie conocía su existencia. Se rumoreaba, se decía…, pero nada se sabía del nuevo partido.

Finalmente, a duras penas pudieron formar las listas electorales. El motivo no era otro que el miedo.

Un elevadísimo porcentaje de las personas con las que tomaban contacto para que formasen parte de las listas electorales manifestaba su acuerdo total con los postulados, pero finalmente se negaba a figurar en las listas electorales. Motivo declarado: miedo al sistema.

El miedo al sistema estuvo a punto de impedir la constitución de ninguna lista electoral. Pero finalmente lo lograron, y hasta les permitieron hacer propaganda electoral en los medios públicos de Idilia (a horas intempestivas, pero lo consiguieron).

Los alegatos de todos los partidos de Idilia se centraron en cómo combatir al Partido de la Libertad que inmediatamente fue por todos catalogado como cavernícola y agente de Humania.

No conocieron palabras de halago… Y sin embargo, los agentes de Humania eran radicalmente ajenos al proyecto. Lo aplaudían, rezaban por su éxito, pero no participaban. Los agentes de Humania no podían, no debían y no querían participar en el juego político de Idilia. Su objetivo era otro: Redimir a los habitantes de Idilia de la opresión de Idilia.

La lucha política comenzó a enconarse por momentos; el centro de atención parecía concretarse en los resultados de la confrontación electoral. Sólo los dirigentes de Idilia, los agentes de Humania y los responsables del partido de la Libertad sabían que eso no era así. Sólo ellos sabían que en las elecciones, saldría ganador por una amplísima mayoría uno de los partidos de Idilia, y como principal partido de la oposición, otro de los partidos de Idilia… y con mucha suerte, el partido de la Familia podría conseguir algún representante que se dedicase a “molestar” permanentemente al sistema.

La iniciativa no estaba mal, pero el esfuerzo debía hacerse por otras vertientes…

Así, con ánimos renovados al contemplar que la esperada reacción militar de Idilia como consecuencia de la liberación de las presas de la granja de fetos se dilataba, decidieron dar otro golpe similar a otro establecimiento también similar en el que existía un pabellón destinado a la investigación genética, y donde se elegían fetos que serían gestados hasta el nacimiento. Éstos no serían asesinados.

Bien al contrario, éstos eran la demostración de la superioridad de la ciencia de Idilia. En el pabellón de los escogidos, como era conocido, un millar de gestantes llevaban en su seno otros tantos experimentos de seres que presumiblemente nacerían sin ningún defecto y con una inteligencia superior. Los genes habían sido manipulados en ese sentido.

La táctica, casi idéntica, puso en movimiento a centenares de camiones y ambulancias que en un momento determinado cruzaron la frontera cuando se desconectó el sistema de seguridad; llegaron al centro del objetivo, y en una acción militar idéntica a la ocasión anterior, liberaron a cerca de cinco mil internas, y llevaron prisioneros a diez guardianes.

Una operación limpia donde no hubo derramamiento de sangre, y que se culminó horas después con un apoteósico recibimiento en Humania.

El asunto no pudo ocultarse en la campaña electoral de Idilia, donde los partidos del sistema pretendieron poner contra la pared al partido de la Libertad, acusándole de connivencia con el enemigo declarado y encarnado en Humania, contra el que exigían acciones militares de replesalia inmediatas.

Reclamaban la ilegalización del partido de la Libertad, la puesta en prisión de sus miembros, y respuesta militar por parte del ejército contra Humania.

Nadie, ni el partido de la Libertad, osaba levantar la voz en defensa de las acciones libertadoras. Nadie se atrevía a destacar el respeto por la vida, porque justamente la falta de respeto por la vida era la justificación de Idilia.

El nerviosismo y el malestar general era evidente. La hecatombe de la bolsa y de las empresas de cosméticos, así como la crisis de alimentos y en particular de las carnicerías, se hacía evidente con  esta nueva acción de los agentes de Humania.

Las presiones de todos los estamentos sociales, a la postre unificados todos bajo el poder homosexual, reclamaban una acción inmediata de castigo sobre Humania; una acción de castigo que propiciase la recuperación de las prisioneras, y a ser posible, su ampliación con nuevas habitantes de Humania.

El asunto era acaloradamente discutido por todas las cadenas de televisión y de radio, al unísono, en un programa donde se habían concentrado todos los partidos, y donde el partido por la Libertad hacía filigranas dialécticas para evitar caer en afirmaciones inconstitucionales, lo que irremisiblemente les acarrearía la persecución abierta por parte del sistema.

Pero el fragor de la discusión fue cortado de inmediato por una interferencia inopinada.

La osadía de los agentes de Humania les había llevado a transportar una emisora de televisión y a transmitir en horario de máxima audiencia, cuando toda Idilia estaba escuchando las discusiones de los políticos, un reportaje sobre la liberación de los dos establecimientos de fabricación de alimentos y sobre la vida y costumbres en Humania.

El asunto estaba caldeando el ánimo de la población de forma desorbitada, hasta el extremo que de manera espontánea, saltaron aquí y allí chispas revolucionarias que reclamaban la dimisión del gobierno y la inhabilitación de los políticos; la prohibición del aborto y la persecución policial de sus autores e inductores; la supresión del sistema educativo y su sustitución por un programa educativo en condiciones; la supresión de todos los centros de creación de alimentos de Idilia, y la importación de alimentos naturales procedentes de Humania; el reconocimiento del derecho a no ser homosexual y a no sufrir persecución por ello, y finalmente la libertad para conocer y adorar a Dios.

Las gentes salían a la calle, primero temerosas, pero poco a poco iban tomando valor y desprecio por la propia vida.

Sectores de guardias del estado se enfrentaron a los inicialmente pusilánimes manifestantes, que paulatinamente fueron tomando confianza en su fuerza y seguridad en sus objetivos.

Los guardias del estado secuestraban subrepticiamente, como venía siendo habitual, y condenando a muerte o a presidio, dependiendo del sexo del detenido. Pero la situación  llegó a tal punto,  que las fuerzas del estado no dudaron ya en reprimir duramente a los manifestantes contestatarios. Quedaba demostrado, de manera evidente, que la libertad disfrutada por los habitantes de Idilia, tan cacareada a todas horas por todos los medios de difusión, podía ser disfrutada en tanto en cuanto se mantuviese dentro de los márgenes del presidio intelectual y de la bajeza moral implantada por el sistema.

Todo el que se saliese de ese orden no sería sino un desestabilizador; un cavernícola contrario a la libertad; una libertad que Idilia se-había-dado-a-sí-misma, y de la que todos debían sentirse orgullosos; una libertad y unas condiciones de sometimiento irracional a unos principios irracionales y antihumanos, presentados como paradigma de la libertad y de la justicia, de los que nadie podía apearse si no quería ser condenado socialmente como cavernícola e involucionista.





Capítulo Decimosexto

La rebelión iba tomando tintes evidentes de sublevación generalizada, que desbordaba por completo las expectativas de Humania y de sus agentes en Idilia.

Llegada esta situación, y anticipándose a las acciones de Idilia, fueron introducidos comandos militares procedentes de Humania, que atacaron y conquistaron por retaguardia las baterías de misiles que más allá del desierto tenía instaladas Idilia.

Fue variado su ángulo de tiro, que derivó hacia los centros de poder de Idilia; su parlamento; la sede de los partidos políticos, la polícía, el ejército, y el todopoderoso club del orgullo homosexual.

La guerra había sido declarada por parte de Humania, al tiempo que la población de Idilia se apoderaba de los centros de control. Los agentes de Humania, Andrés, Antonio, Helena, Eduardo, se afanaban por tener protagonismo en los actos revolucionarios.

Antonio, desde su jefatura del departamento central de información daba las órdenes oportunas para procurar el colapso del sistema que dirigía, facilitando así el avance de los revolucionarios, que en sus constantes avances veían anuladas las barreras.

El ejército de Humania invadió el territorio de Idilia, y en breve englobó a los más combativos de Idilia en sus filas, desarticulando en breve plazo el ejército y la policía de Idilia, que fue sustituida por miembros revolucionarios, y al frente de la cual continuó Antonio.

El gobierno, los equipos directivos de los partidos y del todopoderoso club del orgullo homosexual, así como los directivos de los centros de procreación y granjas humanas, fueron detenidos y juzgados por delitos de genocidio.

Andrés y Helena descubrieron que la atracción que sentían entre sí se completaba con el amor, y decidieron constituir una familia, con la firme voluntad de tener muchos hijos.

Una nueva era empezaba para la recién liberada Idilia.

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