lunes, octubre 15, 2018

La esclavitud en España, generalidades

Cesáreo Jarabo Jordán

La esclavitud es un fenómeno que hinca sus raíces en el tiempo y absolutamente en todas partes, incluida España, donde curiosamente, nunca el tráfico tuvo un significado de envergadura.
Consiguientemente, la conquista de España por el Islam no inventó la esclavitud, sobre la que ya era conocida una minuciosa legislación en el mundo visigodo, pero si aportó novedades productivas en la que se aplicaba esa mano de obra forzada, en particular en las plantaciones agrícolas y en la industria,…  y la trata de esclavos, de los cuales la mayoría  eran cristianos.

Posteriormente, con las Cruzadas se dio empuje en todo el ámbito mediterráneo al surgimiento de mercados internacionales, particularmente activados por la acción de la Orden del Temple, que mantenía un sistema bancario de una enorme efectividad, que permitía efectuar transferencias de fondos con la garantía de la Orden. Y en el desarrollo de esos mercados, una actividad normal en la que tomaban parte todas las comunidades ribereñas de Mediterráneo era la compra-venta de esclavos. Puede suponerse, pues, que la existencia de comercio de esclavos estuvo presente en España prácticamente siempre.

Ciertamente, esclavos hubo en España desde tiempos remotos; la guerra de reconquista le permitió la adquisición de grupos numerosos; sin embargo, su existencia legal no implicó el establecimiento de un sistema de economía basado en la explotación de los cautivos, ni el desarrollo de un comercio regular de hombres. (Aguirre 1946: 15)

Por otra parte, la pregunta que permanentemente nos surge es: ¿De cuántos esclavos estamos hablando? Parece ser que durante los siglos VIII al X Al Andalus importó un número importante  de esclavos cristianos que seguiría en importancia al tráfico desarrollado en Egipto en los siglos XIII y XIV, donde llegaron a comerciarse hasta 10.000 esclavos al año.
Teniendo bien presente estos precedentes, nos centraremos en un periodo muy concreto de la Historia, los siglos XV a XIX, y en una zona también muy concreta: España, donde durante ese tiempo, y en relación a esta cuestión, perduró una legislación que tiene su origen en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, y procuraremos determinar hasta dónde es cierta también la segunda premisa.
En cuanto al color de la piel del esclavo, comenzó a cambiar en el siglo XVI  con el cambio de control en el Mediterráneo. Al respecto, la literatura española del Siglo de Oro refleja la naturalidad de la presencia de esclavos, y ya en esta ocasión, de esclavos negros. Sirva como ejemplo el pensamiento que tiene Sancho en el capítulo XXIX de la primera parte de la inmortal obra de Cervantes:

Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros, a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio y díjose a sí mismo: ¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida?

Lo extraño de la negritud, así, no era para los autores españoles, sino para los autores europeos,  para quienes el negro era un ser exótico, ajeno a su sociedad. Para los autores ibéricos el esclavo negro es conocido de antiguo merced a la relación existente con el mundo árabe, en el que estuvo presente durante siglos ya sea como soldado ya como servidor en distintas funciones.
En el siglo XV la esclavitud era tenida por una relación normal en  todas las sociedades, y aunque con estructura ciertamente débil en la Europa alejada de las fronteras con el Islam, tenía plena vigencia en España, Portugal, Venecia, Génova, el Mediterráneo oriental y África, donde la lucha entre el Islam y el Cristianismo estimulaba la llegada de un torrente de esclavos en ambos sentidos.

El número de esclavos no era sorprendente. La esclavitud en el Mediterráneo nunca desapareció desde los días de la antigüedad, y quizá fue incrementada por los siglos de guerra en España entre cristianos y musulmanes. Los cristianos acostumbraban a esclavizar a los musulmanes cautivos y los musulmanes hacían lo mismo con los prisioneros cristianos, a los que en ocasiones llevaban al norte de África para trabajar en empresas públicas, del mismo modo que los cristianos empleaban a sus esclavos musulmanes en la construcción. Muchos esclavos eran empleados como servidores domésticos, pero otros trabajaban en los molinos de azúcar en las islas del Atlántico (las Azores, Madeira o en las Islas Canarias). Algunos eran alquilados por sus dueños a cambio de dinero. La ley cristiana, como se aprecia en la obra medieval Las Siete Partidas del rey Alfonso, y la ley musulmana, como se conserva en el Corán, indicaban detalladamente el lugar que un esclavo debía ocupar en la sociedad. (Thomas, el imperio español)

Cuando uno de los bandos capturaba prisioneros, éstos eran inmediatamente esclavizados. Y justo en esos momentos es cuando surgió una visión distinta del asunto en España, donde la Corona comenzó a dar la consideración de súbditos a los indígenas de las nuevas tierras descubiertas, con la consiguiente admiración y extrañeza por parte de todos, que generalmente no entendían por qué no se les tomaba como esclavos.
A la luz de los siglos transcurridos, y analizando la legislación generada al respecto, lo que no deja de extrañar es por qué unos sí y otros no. No acabamos de entender por qué la legislación española reconoce a los indígenas americanos unos  derechos de ciudadanía, una libertad más que encomiable a la que en algunos aspectos no tenían acceso el resto de españoles, y sin embargo se mantiene la esclavitud de otros, como los moros, cuestión que, dado el permanente enfrentamiento y la mutua generación de población esclava podemos llegar a entender,… pero sobre todo la esclavitud de la raza negra, que estaba ahí, con una relación que pudo haber sido como la iniciada con los indígenas americanos, pero que no fue así, y que entre los siglos XVII-XIX acabó siendo el paradigma de la esclavitud merced al mercantilismo de las potencias noreuropeas, y a la pasividad cómplice de una España que dejaba de ser punta de lanza en la creación de una nueva sociedad y cedía el testigo a los principios de la Ilustración.
Hay autores que se hacen la misma pregunta: ¿Qué pudo justificar la exclusión de la raza negra de los principios antiesclavistas de la legislación española, especialmente en los siglos XV-XVI?
Al respecto, Danilo Arce señala un aspecto que parece acercarse a lo que pudo ocasionar excepción de semejante envergadura.

La falta de necesidad para justificar la esclavitud negra es atribuida también a la calidad de infieles (musulmanes) que tenían los negros del África, lo que se afirmaba también por dos bulas de mismo nombre otorgadas en el siglo XV a Portugal para emprender una cruzada contra ellos, Rex regum 1436 y 1443. (Arce 2013: 46)

Ese es un aspecto que quizás merezca una atención especial que podría resultar de sumo interés para este trabajo, pero se nos escapa por sus sutilezas, y entra más en el debate ideológico filosófico que en el puro asunto histórico.
Nos centraremos pues en lo que se nos presenta más evidente. Empezando por el principio, nos encontramos con que los esclavos negros, que ya eran conocidos de muy antiguo, y que en el mundo árabe tenían una presencia notable, eran introducidos por un explorador portugués, Antón Gonsalvez, cuando el año 1442 regresó a Lisboa con un pequeño grupo de esclavos africanos que habían sido comprados a los moros en Río de Oro.
Sería el principio de una actividad que movía muchos recursos y que venía a suplir las necesidades de mano de obra que se generaban como consecuencia del avance turco, que acabaría tomando Constantinopla en 1453, y que cortaba las rutas comerciales con Oriente.
Y al abandono del Mediterráneo oriental y de sus rutas comerciales, acabaría sumándose la toma del reino de Granada, con lo que quedaban suprimidas las dos principales fuentes de la esclavitud blanca, lo que posibilitó que el protagonismo esclavista recayera en la esclavitud negra.
En ese devenir y circunstancias, Enrique el Navegante llega a las costas de Senegal en 1446, y cuatro años más tarde llega a Portugal la primera expedición de esclavos compuesta por doscientos individuos. Se daba comienzo a la trata de esclavos africanos por parte de europeos; una labor que tenía ya una larga trayectoria de siglos de esclavitud llevada a cabo por árabes que transportaban sus esclavos a través del desierto a lugares bien distantes, y por los propios negros, que tenían su propio mercado de esclavos.

El primer Estado con el que los portugueses entran en contacto es el reino del Kongo, tambien el mas importante. (Ngou 2003: 11)

Pero es que la esclavitud no era ni debe ser sinónimo de negritud, porque en el mundo árabe existía un importantísimo número de esclavos europeos y españoles, y en Europa, y principalmente en España, había un buen número de esclavos musulmanes.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XV, Portugal lleva una actividad descubridora de envergadura en busca de la ruta marítima a las Indias, y en esa labor, en 1460 Diego Gomes descubre Sierra Leona, y en la década siguiente es descubierto el delta del Níger, Fernando Poo y Gabón, y en 1485 descubre el Congo trece años antes que Vasco de Gama alcanzase el Cabo de Buena Esperanza.
Y el desarrollo de la esclavitud seguía más o menos con el mismo ritmo que había llevado hasta el momento, con la diferencia de que ahora, el color del esclavo en Europa empezaba a dejar de ser uniforme al entrar con fuerza la negritud, que a todas luces prometía ser una buena fuente de recursos para cubrir este capítulo, máxime cuando la legislación española había excluido a los indígenas americanos.
En este punto, ante la debacle poblacional de La Española, en 1502 Nicolás de Ovando obtiene permiso para trasladar a la isla un primer contingente de negros no ligados estrictamente a la Conquista, y que, como aquellos, no procederán directamente de África, sino de España. Su función sería el servicio doméstico, pero pronto también lo sería el cultivo de la caña, cuando fue introducida tres años más tarde. Además se exigía que cumpliesen una serie de requisitos, esenciales para el buen desarrollo de la política de la Corona.

Cuando la Corona empezó a autorizar la importación de negros impuso entre otras condiciones que los negros fueran cristianos, nacidos en España o Portugal o al menos bautizados, para preservar de su idolatría y supersticiones a los ladinos recién convertidos, Por la misma razón fue prohibida la importación de esclavos musulmanes o moriscos. Por su propensión a la insubordinación y tendencias musulmanas en 1532 se prohibió la importación de negros «gelofes» (Wolol) de Guinea, exclusión que en la práctica no se llevó a efecto. En cambio durante todo el siglo XVII existió una preferencia por los llamados “negros de Guinea”, procedentes de la región situada entre los ríos Níger y Senegal, estimados por su laboriosidad, alegría y adaptabilidad. (Gutierrez Azopardo: 194)

No obstante, no se vería una importación considerable de mano de obra negra hasta 1518, cuando Carlos I, cediendo a las presiones de Fray Bartolomé de las Casas, autorizó un  primer contingente de cuatro mil africanos, para cuya labor encargó a Lorenzo de Garrevod, que pronto vendió las licencias para hacer dinero rápido, conforme a lo que hacían los valones de la corte de Carlos.
Parte de este contingente de esclavos no quedaría en La Española, ya que en 1526, Lucas Vázquez de Ayllón, que se dedicaba a encontrar un camino para alcanzar las Islas de las Especias, exploró los estados de Virginia y Carolina del Norte, donde trató de establecer una colonia con la ayuda de 100 esclavos negros. Fueron los primeros negros que entraban en lo que iba a ser Estados Unidos.
Pero pronto habría en América otros puntos de destino para la esclavitud procedente de África, ya que en 1531 Portugal daba comienzo a la colonización de Brasil.
¿Y quién hacía uso de esta mano de obra esclava? Sencillamente todo aquel que podía: europeos ricos y pobres, indígenas ricos y pobres… negros y mulatos libres… Todos deseaban mostrar su alcurnia poseyendo esclavos. La esclavitud no era tenida como algo inaceptable. Algo impropio sí, a la vista del volumen de las manumisiones y del manifiesto declive que marcaba el hecho esclavista hasta el momento de cambio de dinastía primero y de pérdida progresiva de todo norte en el proceso de desmontaje de la Monarquía Hispánica iniciado incluso antes de la Guerra de Sucesión, pero algo que daba cierto relumbrón y la posibilidad de tener la gloria de manumitir a alguien.

Juan Garrido, ex esclavo nacido en África oriental y convertido al cristianismo en Portugal, participó en las expediciones de conquista de Puerto Rico y la Florida y tal vez fue el primer africano que llegó con Hernán Cortés a estas tierras. Garrido fue pregonero, portero y guardián del acueducto de Chapultepec. Se le atribuye haber sido la primera persona que plantó trigo en el Nuevo Mundo y algunos historiadores sostienen que se le otorgó un terreno dentro de la nueva traza de la Ciudad de México, privilegio del que sólo gozaban los españoles. (Velázquez 2012: 59)

Pero el caso de Juan Garrido no es un caso aislado, pues fueron bastantes los conquistadores de  América que eran de raza negra y que, tras las empresas de colonización, ocuparon diversos oficios en los ayuntamientos e incluso llegaron a ser poseedores de encomiendas, las mismas que eran combatidas por Bartolomé de las Casas, quién proponía que el trabajo de los indios en las mismas fuese sustituido por el trabajo forzado de esclavos negros.
Era, sin lugar a dudas, los signos de los tiempos, y tener un esclavo no era pecado mortal siempre que el trato dispensado fuese humanitario.

Los miembros de la corte española, la nobleza y los comerciantes, los miembros del clero y los panaderos poseían, generalmente, uno o dos esclavos cada uno y, en el caso de los nobles, muchos más. El duque de Medina-Sidonia, por ejemplo, tenía noventa y cinco esclavos en 1492, muchos de los cuales eran musulmanes y casi cuarenta eran negros. En España, en el año 1490, debe de haber habido aproximadamente 100000 esclavos. Sevilla era la ciudad con mayor número. Algunos esclavos podrían haber sido los descendientes de los muchos esclavos de Europa del Este, que habían sido vendidos en Europa occidental durante la Edad Media, dándole así, seguramente, a la palabra slav el significado de servidumbre o servicio en lugar de la antigua palabra latina servus. (Thomas, el imperio español)

Mientras tanto, los europeos estaban expectantes. Tardarían aún dos décadas en tomar decididas cartas en el asunto, y no fue sino hasta 1553 hasta cuando se difirió esta decidida actuación, cuando los primeros comerciantes negreros de Londres embarcaron rumbo a África.
La piratería, base de la marina y del comercio internacional ingleses, sería la primera encargada de poner las bases del comercio de esclavos, siendo el famoso pirata John Hawkins quién en 1562 trasladó el primer cargamento de negros, dando comienzo así a una trayectoria que no cesaría de crecer de forma espectacular hasta finales del siglo XVIII.
Dos décadas después esa misma actividad sería iniciada por los holandeses, quienes en el asunto de la piratería y del esclavismo serían el complemento perfecto de Inglaterra, y en 1580, en sus merodeos por el mundo hispánico, tomaron tierra en la Guyana, donde acabarían asentándose.
A pesar de todo, hay que tener en cuenta que los traficantes en general, y por lo general, acudían a África, no a capturar y secuestrar esclavos, sino a comprarlos a quienes se los suministraban, que no eran sino esclavistas negros.
Estos esclavistas negros se encargaban de capturarlos para después venderlos conforme a las exigencias de los compradores, entre los que había de dos maneras bien distintas que hace mirar el tráfico posterior también de dos maneras: mal o peor.
Los traficantes ibéricos, en esencia portugueses, exigían que los esclavos lo fuesen por motivos de guerra, lo cual era al fin una situación piadosa, pues la esclavitud era la alternativa a la muerte.
Por otro lado estaban los traficantes europeos, para los que el asunto de conciencia ibérico siempre les ha parecido un  remilgo impropio, y que, actuando en esencia igual que los traficantes ibéricos, acudían a la costa y compraban a negros de alguna tribu los prisioneros de otras tribus de negros que previamente habían capturado.
El trato dispensado también era distinto en general entre los protestantes y los católicos. Se deduce de las instrucciones y de las formas que los ingleses y holandeses trataban peor a los esclavos, mientras que los católicos los trataban de forma más humanitaria y con gran sentimiento de culpa, ya que no en vano eran conocedores de la humanidad de la mercancía que trataban, y del contrasentido que existía entre la creencia religiosa, por otro lado presumiblemente firme y verdadera, y la actividad realizada, sin aceptar el principio liberal que admite la mentira como argumento que puede ser usado por cualquiera, cuando esa afirmación es literalmente mentira, ya que los principios católicos prohíben mentir y llegan a castigar la mentira más allá de la muerte, mientras los principios liberales animan a utilizar la mentira para la consecución de sus fines. Y quién tenga alguna duda al respecto, lo que no parece proceder atendiendo lo generalmente conocido del liberalismo, puede acudir a la consulta de sus ideólogos, como por ejemplo John Knox, donde encontrarán perfectamente plasmado ese principio.
En el sentido del tráfico, y en este periodo, había una actuación distinta de Portugal, que por el Tratado de Alcazobas de 1476 se había quedado con la exclusividad de la costa africana, con relación al resto de España. El traslado de esclavos africanos a la España americana era un goteo que si no cesaba, carecía de mayor importancia. La Corona controlaba exhaustivamente su introducción y cobraba un impuesto que venía determinado en los diversos asientos concedidos por lo general a traficantes europeos.
Fue en 1595, con la unión de las dos coronas ibéricas por Felipe II, y con el desarrollo de la minería en América cuando se llevó a cabo una operación de gran envergadura comparada con las anteriores: se concedió el asiento para transportar 38.000 “piezas de indias”  al judío converso portugués Pedro Gómez Reynel.
Por lo que respecta a Filipinas, que por lógica se regía por leyes similares, una Cédula de 1530 emitida por  Carlos I impedía la tenencia de esclavos, pero al fin, la costumbre es una cuestión con la que no siempre pueden las leyes, y esa costumbre contemplaba la posibilidad de convertirse en esclavo por deudas y por un tiempo convenido, motivo por el cual siguió existiendo una esclavitud de tipo voluntario mantenida por unos naturales que consideraban lesivo para sus intereses acceder a la libertad, por lo cual, amo y esclavo llegaban a acuerdos particulares al margen de la ley.
A la existencia de esta costumbre se sumaba el arribo de esclavos en barcos portugueses (los europeos no habían navegado todavía por el Pacífico), que eran vendidos con normalidad aún en medio de las protestas de los frailes. Y es que, al fin, la esclavitud estaba vigente en el resto de España. Era un problema siempre candente, sobre todo por la actitud decidida de los frailes, pero que al final se solventaba con autorizaciones concretas a los funcionarios, reales o religiosos que arribaban a las islas.

Así, por ejemplo, se concedió licencia a Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, Gobernador del Archipiélago, “para llevar a las Islas Filipinas quince esclavos negros, libres de derechos, para su servicio y el de la gente que lleva”. (Hernández)

Pero además en Filipinas existía el problema con los moros de Mindanao, lo cual acabaría afectando a las claras órdenes que Felipe II  había trasladado a Legazpi en lo tocante a que no estaba autorizado a esclavizar a los naturales que hubiesen abrazado el Islam, y bien al contrario estaba obligado a tratar “por medios buenos y legítimos” de atraerlos a la fe Católica.
Esta instrucción se vería truncada cuando los moros de Mindanao iniciaron una serie de acciones de claro cariz pirático en las que además esclavizaban a los naturales de las Bisayas. La consecuencia fue que éstos moros de Mindanao podían ser sometidos a esclavitud.
Retomando el hilo de la autorización dada por Felipe II como rey único de las Españas, Pedro Gómez Reynel no cumpliría con las condiciones del asiento asignado en 1595, lo que dio ocasión a que en 1610, la Casa de Contratación señalase una extraña correlación de circunstancias.

Desde que se había otorgado el asiento a Gómez Reynel, los navíos negreros permitían la llegada ilícita de gran número de portugueses que se quedaban en Indias: teniendo V.M. cerrada la puerta a los vasallos de la Corona de Castilla para pasar a Indias si no es con licencia expresa e información de limpieza y naturaleza y otros requisitos, esta gente [los portugueses] la tiene abierta siendo toda sospechosa de todas maneras. (Escobar)

Por otra parte, como la demanda tenía una intensidad que no era cubierta por el asiento, los piratas ingleses obtenían buenos rendimientos, y a su actividad se sumó, el mismo año de la firma del asiento con Gómez Reynel, la actividad de los piratas holandeses, que hicieron una incursión pirático esclavista en Guinea.
Esas actuaciones estaban amparadas por las leyes inglesas y holandesas. A su amparo, en 1600 se creó en Londres la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que perviviría como tal hasta 1858, cuando fue clausurada por el gobierno británico; Holanda hizo lo propio en 1602 con la Compañía Holandesas de las Indias Orientales (o VOC), mientras los franceses esperaron hasta 1664 para constituirla. En relación a la VOC, que llegó a contar con ochenta mil empleados entre marinos (25%), militares (12,5%) y civiles (Cuevas), señala Rafael Valladares que

La Compañía obtenía el monopolio del comercio con todas las tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza por un plazo de veintiún años. Se le conferían poderes comerciales, militares (autoridad para declarar la guerra) y políticos (potestad para concertar alianzas) aunque bajo la supervisión de los Estados Generales que, además, se reservaban el derecho de revisar (esto es, limitar o revocar) esta cláusula. (Valladares)

El poder de estas compañías era omnímodo y presumiblemente autónomo, teniendo facultad para crear factorías y nombrar gobernadores, su objetivo primordial era favorecer el comercio de los súbditos de las provincias holandesas y de Inglaterra, y en hacer la guerra a los españoles (incluidos los portugueses).
En el desarrollo de estas actividades de piratería y de tráfico de esclavos, los ingleses de establecen en las islas Bermudas el año 1612, y en 1616 los holandeses se instalan en Guyana.
Evidentemente ya habían encontrado la brecha que no llegarían a abandonar. En esa marcha, en 1618 los ingleses tomaron posiciones en el río Gambia y el año siguiente introdujeron los primeros esclavos en Virginia.
Francia no dejó escapar el tren, y en 1637 construyó el fuerte de San Luis del Senegal, operación que concluiría a plena satisfacción cuarenta años más tarde, en septiembre de 1678, con ocasión la firma de la paz de Nimega, que ponía fin a la rebelión de Mesina de 1674, y por la cual se hacía con  el dominio del Franco Condado así como una serie de ciudades en Flandes… y con la mitad de La Española, Haití, que acabaría convirtiéndose en un núcleo del esclavismo francés.
En el curso de ese periplo francés, en 1637 los holandeses reemplazan a los portugueses en Arguin, Gorea y Elmina; en 1640 inicia Suecia la trata y construye el fuerte de Christianborg en la Costa de Oro; en 1652 los holandeses toman el cabo de Buena Esperanza; en 1655 Inglaterra se apodera de Jamaica, que tras el Tratado de los Pirineos de 1659 conservó definitivamente en su poder.
La Paz de los Pirineos, consecuencia de la Guerra de los Segadores y de la ambición de políticos como Pau Claris, que se echó en los brazos de Richelieu, acabó costando a España Dunquerque, Jamaica, el Rosellón y la Cerdaña.
El presente de Jamaica y de Haití de 2018, así, se fraguó en el siglo XVII, entre los tratados de Nimega y de los Pirineos, quedando manifiesto por otra parte, que la consolidación del esclavismo llevó la misma derrota que los beneficiarios de ambos tratados de paz.
A partir de ese momento, los esclavistas ya tenían enclaves a ambos lados del Atlántico desde donde poder completar todo el ciclo y además poder servir esclavos a la España americana, con irregular éxito.
Paralelamente de enlazan una serie de asientos que empiezan en 1663 cuando el asiento recae en los italianos Domingo Grillo y Ambrosio Lomelin para transportar 24.000 esclavos a América, a razón de 3.600 por año.
A este asiento se le unió en 1664 el de Sebastián de Silíceo que había de durar cinco años en los que había de transportar 20.000 esclavos, y en 1682, también por cinco años el de Juan Barroso del Pozo y Nicolás Pordo, quienes por haber quebrado transfirieron la concesión al holandés Baltasar Coyman, y en 1692  fue Bernardo Martín de Guzmán quien tendría el contrato de asiento.
Aún participarían en el negocio los intereses franceses de la mano de Felipe V hasta que con el Tratado de Utrecht y la nueva mutilación sufrida por España, Inglaterra impuso a España una nueva humillación consistente en que el asiento de esclavos pasaba a ser cosa exclusivamente británica, con el menoscabo que ello comportaba en todos los órdenes, y que significó un desarrollo espectacular del trasiego de esclavos a través del Atlántico.
Los años veinte del siglo XVIII significaron una intensificación del tráfico hacia Brasil, como consecuencia del desarrollo de la minería, mientras el desarrollo de las plantaciones azucareras en Cuba, y consiguientemente el tráfico negrero, se vio favorecido de manera esencial con la toma de la Habana por parte de Inglaterra el año 1762, que si en 1763 abandonó militarmente la isla, la dejó sembrada de comerciantes que acabaron controlando su economía al amparo del despotismo ilustrado enquistado en España, lo que posibilitó que diez años después Jerónimo Enrile y Guerci , nombrado marqués por Carlos III en premio por su labor esclavista, obtuviese el privilegio de introducir en Cuba esclavos negros, aspecto que se vio favorecido en 1777  con la firma del Tratado de San Ildefonso entre las coronas de España y Portugal, y por el cual, entre otros asuntos, Portugal cedía Annobón y Fernando Poo.
Pero en 1786 Jerónimo Enrile es desplazado por la casa Baker y Dawson, que mantuvo el privilegio  hasta 1789, año en que se liberaliza la introducción  de esclavos en las provincias de la España americana.
Si el desarrollo del tráfico esclavista en los territorios hispánicos se vio fuertemente incrementado tras la Guerra de Sucesión y el consiguiente Tratado del Asiento a favor de Inglaterra,  son estos los momentos en que la trata comienza a tener auténtica envergadura, centrada principalmente en Cuba, donde  resultará creciente a lo largo de las siguientes décadas, en medio de discusiones que anunciaban la abolición de la esclavitud, y en medio de amenazas, justamente de Inglaterra, que era la que estaba controlando el mercado del azúcar, concretamente en Cuba; la misma Inglaterra que había desarrollado espectacularmente el tráfico de esclavos muy especialmente a lo largo del siglo XVIII.
A finales del siglo XVIII era evidente el cambio en el sentido de la esclavitud. Los esclavistas con visión de futuro, cuya pretensión era perpetuar la situación, estimaban que la trata de esclavos y su mantenimiento debía ser sustituida por una forma más sutil de esclavismo, que debía ser reclamado por los propios esclavos como ideal de libertad.
Ese extremo estaba siendo llevado a cabo en el centro neurálgico del esclavismo, de la Ilustración, del Liberalismo, Inglaterra, sin que por ello los intereses en el esclavismo tradicional dejasen de estar debidamente atendidos…
Y los dos aspectos estaban presentes, junto a los intereses británicos, en España.
En Cuba,  se apostaba por el esclavismo tradicional que manifiestamente era residual, y en otros lugares se daba paso al concepto moderno de esclavismo donde, a imagen y semejanza de lo desarrollado en Inglaterra, se prefería utilizar trabajadores libres que en la práctica quedaban sujetos mediante todo tipo de coacciones extraeconómicas.
En medio del maremagno que es en sí el siglo XIX, la trata se va suprimiendo paulatinamente; en 1838 cesa la esclavitud nominal en los dominios británicos; entre 1840 y 1845 cesa en Colombia, Venezuela y Ecuador; en 1847 son destruidas las factorías negreras de la costa de Sierra Leona y Liberia; en 1849 es abolida la esclavitud en Francia; en 1863 es Holanda quien la suprime.
España la suprimiría definitivamente  en 1886, y en 1888 sería abolida en Brasil.
A la Historia ha pasado que el último lugar donde se suprimió la esclavitud fue justamente en el Mundo Hispánico… Y lo peor es que sobre el papel es literalmente cierto.
Por ello se hace necesario recurrir a autores ajenos a la Hispanidad para darse cuenta de que la literalidad de los papeles no siempre obedece a la verdad absoluta, sino que en ocasiones, como es el caso, obedece a una verdad relativa que sirve para sustentar la gran mentira.
Un autor no precisamente pro hispánico, tengamos en cuenta que fue usado por Juan Antonio Llorente como base de sus argumentaciones contra la Inquisición, dice cosas como la que siguen:

Los españoles y los portugueses son las naciones que mejor han tratado a los negros. En ellos el cristianismo inspira un carácter de paternidad que coloca a los esclavos a muy poca distancia de los señores. Estos no han establecido la nobleza del color y no desdeñan unirse en matrimonio con los negros, facilitando a los esclavos los medios de conquistar la libertad. (Grégoire 1808: 82).




























BIBLIOGRAFÍA:

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