domingo, octubre 07, 2018

EL TRATO DEL ESCLAVO EN ESPAÑA

Cesáreo Jarabo Jordán

Ante la evidencia de que la esclavitud ha sido (y es) una realidad cotidiana en el cien por cien de las sociedades a lo largo de la historia y de la geografía, nos queda dilucidar, no ya si la esclavitud es más o menos justa, pues en ello creo que todos, y en todos los tiempos, estamos de acuerdo, sino desde esa realidad, cómo se trata al esclavo; qué consideración se tiene con él… o qué consideración tiene el esclavista con nosotros.

Ahora no toca analizar ese último apunte que tan cerca lo tenemos, sino el trato que la sociedad española ha dado al esclavo antes de ser una sociedad esclavista, cuando era una sociedad que tenía esclavos, y más concretamente nos centraremos en el asunto en las provincias españolas de América.
Los Reyes Católicos decretaron que los indios no podían ser esclavizados, lo que ocasionó un problema a la hora de poner en marcha los complejos productivos del Nuevo Mundo, pues la esclavitud era comúnmente la mano de obra utilizada desde siempre, por los productores de azúcar de todas las latitudes, y caña de azúcar, además de minería, eran los trabajos principales a desarrollar en La Española en los primeros años del siglo XVI.
El problema se agudizaba por el hecho de la debacle poblacional a que se vio abocada La Española como consecuencia de la transmisión de enfermedades aportadas por los españoles, todo lo cual coadyuvó a encontrar la solución en la importación de esclavos negros procedentes de África. Medida que absolutamente a nadie le pareció peregrina ni nociva. Tal vez extraña sí, ya que chirría esa medida si la comparamos con la legislación de protección del indio que desde el primer momento y a lo largo de siglos fue generada por la Monarquía Española, pero aparte la extrañeza por comparación, normal en todo lo demás.

El problema moral de conciencia por entonces –como en los tiempos de San Pablo– no se planteaba, en modo alguno, sobre el tener esclavos, sino sobre el trato bueno o malo que a los esclavos se daba. (Iraburu 2003: 174)

Procurando así, mantener un sentimiento neutro ante el hecho de la esclavitud, al intentar valorar las relaciones existentes entre la población esclava y sus amos, parece entreverse una diferencia entre lo acaecido hasta el siglo XIX y lo acaecido a partir de esta fecha, sin que podamos ni queramos entender un corte absoluto, con diferencias insalvables entre ambos periodos, entre otras razones porque en las actuaciones humanas es difícil que se lleguen a producir cambios tan inmediatos y definitivos.
 Las diferencias, no obstante, empiezan a notarse tras la Guerra de Sucesión, cuando los cambios políticos en España, reflejados en el cambio de dinastía reinante, conllevaron otros cambios en profundidad, cuyos efectos serían aplicados a largo plazo, si bien desde el principio queda constancia de los mismos.
No obstante, en el asunto que nos ocupa, la concesión del monopolio del asiento de negros a Inglaterra es un hecho de capital importancia, pues se producía un paso, sin lugar a dudas el de mayor peso, hacia un cambio en el concepto del hecho de la esclavitud, por el cual se iniciaba el camino parta convertir una sociedad libre que tenía esclavos a los que manumitía con normalidad, a una sociedad esclavista que veía en el esclavo un  bien fungible y amortizable. Tardaría un siglo o tal vez más en ser asumido ese cambio, pero sin llegar a la perfección a que había llegado en los territorios no hispánicos, esa concepción acabaría tomando cuerpo en las plantaciones de azúcar del Caribe Hispánico.
 No obstante, aún en los peores tiempos del siglo XIX, todo hace señalar que la esclavitud fue en el mundo hispano más suave que en otras zonas de América. Esa es la opinión tanto de José Antonio Saco o de Nicolás Sánchez Albornoz como la de otros autores que han estudiado el hecho esclavista, y que para evitar susceptibilidades vamos a limitar a su condición de extranjeros, no sin dejar de señalar que las mayores barbaridades han sido emitidas por autores españoles de nombre y bastante más que mediocres de apellido.
Baste para el caso de los autores extranjeros que anunciamos citar a Jane Landers, Hug Thomas, Leslie Bethell, Frederick P.Bowser, Damian Bayon, Charles Gibson, Jhon Hemming, Jacques Lafaye, D.C. James Lockart, o Robert Stevenson.
Y como cita que se sale tanto del ámbito de la Hispanidad como del ámbito de nuestro tiempo, podemos citar al abate Enri Grégoire, que no duda en afirmar que los españoles y los portugueses son las naciones que mejor han tratado a los negros, y no duda en afirmar que el cristianismo inspira un carácter de paternidad que coloca a los esclavos a muy poca distancia de los señores, que no desdeñan unirse en matrimonio con los negros, facilitando a los esclavos los medios de conquistar la libertad.
También, como muestra, saca a colación la ordenación sacerdotal de personas negras.

En 1765 los documentos ingleses citan como cosa extraordinaria la ordenación de un negro por el doctor Keppel, cuando entre los españoles, más aún que entre los portugueses es cosa muy común. (Grégoire 1808: 83).

Y aún sigue diciendo:

Aunque España y Portugal tuvieron grandes cantidades de esclavos, su suerte general no fue negativa. El espíritu religioso les proporciono recursos de instrucción y libertad...'' (Grégoire 1808: 82).

Al hablar de España, ineludiblemente, y aún en el caso de la esclavitud, debemos hablar del pensamiento humanista cristiano que hoy es negado por la mayoría del pueblo español, abducido por el imperio de la mediocridad y la mentira impuesto por el pensamiento liberal, europeo, protestante, materialista que, siguiendo instrucciones directas y concretas de sus ideólogos, directamente miente.
Quien no miente es el documento escrito, y a él nos tenemos que remitir, y cuando nos critiquen diciendo que eso lo puede decir cualquiera, recordar a los abducidos por el liberalismo que la mentira es su arma; la nuestra, la verdad.
En base a esa verdad nos remitiremos al Código de las Siete Partidas, sancionado por Alfonso X el Sabio y cuyo espíritu se mantuvo vigente, como poco hasta la Guerra de Sucesión. Por el mismo se entiende que la esclavitud no es un estado permanente, sino un infortunio, y su aceptación por parte de quienes poseían esclavos no estaba exenta de cierto sentimiento de culpa, y por qué no, de cierta cobardía y de mucha comodidad que en múltiples ocasiones impedía que el amo manumitiese a sus esclavos antes de acercarse la hora de su muerte (la del amo).
Pero parece que el número de manumisiones concedidas como últimas voluntades en el lecho de muerte es altamente significativo, lo que al fin demuestra la cicatería de los manumisores, que accedían a la misma cuanto ya el beneficio económico no tenía la menor importancia, pero al tiempo denota que el peso espiritual de culpa estaba bastante generalizado, y esto queda expuesto en beneficio de quienes tardaban en manumitir.

Datos basados en testamentos y cartas de manumisión en los archivos notariales indican que durante el período comprendido entre 1524 y 1650 el 33,8 por 100 de los esclavos africanos de Lima fueron liberados sin condiciones. Las cifras de Ciudad de México ofrecen un porcentaje de un 40,4 por 100 durante el mismo período y en la provincia mexicana de Michoacán el total entre los años de 1649 a 1800 alcanza el 64,4 por 100. (Bethell 1990: Bowser: 152)

Lógicamente, si los propietarios de esclavos mostraban signos de sentirse culpables de un acto que, aunque legal, estaba contra los principios morales y religiosos, esos signos debían mostrarse irremisiblemente en el trato brindado a quienes tenían sometidos a esclavitud.
Y así parece que era, a la vista de las informaciones que los diversos cronistas han relatado, y cuya mejor referencia la podemos encontrar en los informes facilitados por el geógrafo y con toda evidencia espía británico, Alexander Humboldt, de cuyos informes se deduce que el trato recibido por los esclavos era benévolo y hasta familiar, hasta el extremo de acabar siendo en muchos casos herederos legales no sólo de bienes propiedad de sus amos, sino incluso de apellidos.

Su suerte no difirió, en general, de la de los blancos pobres. La mayoría murió sin haber recibido un solo azote, no sabían de tormentos, se les cuidó durante la enfermedad, y como el alimento principal, la carne, era muy barata, y se les vestía con las telas que ellos mismos fabricaban, siendo muy raro el que trajera zapatos, se mantenían con facilidad. Hubo, sin duda, excepciones, pero si alguna vez fueron maltratados, intervenía la autoridad y el esclavo era vendido a un amo más humano. (Iraburu 2003: 177-178)

Ese extremo será puesto en entredicho por aquellos que se dejen influenciar por la propaganda liberal y que no recuerden que el liberalismo recomienda mentir en defensa de sus postulados, mientras los principios cristianos nos exigen veracidad y nos aseguran que la verdad nos hará libres. Pero la verdad exige esfuerzo para que sea conocida y difundida, por ello es conveniente divulgar lo que escriben quienes lo hacen con el fin de servirla. Ese es el caso de Frederick Bowser, que a su vez difunde las investigaciones de terceros, en una cadena que, además de dar solidez a la argumentación, reconcilia con el mundo anglosajón.

En 1947 el difunto Frank Tannenbaum sostenía en un libro que habría de ejercer enorme influencia, Slave and Citizen: the Negro in the Americas, que los negros de Latinoamérica fueron más afortunados que sus compañeros del sur de los Estados Unidos. (Bethell 1990: Bowser: 147)

El mismo autor dice lo que tras un análisis de la situación surge en la mente de cualquier estudioso del asunto, y en una exposición como esta, satisface tener la posibilidad de haraganear espiritualmente y no generar explicaciones propias ante hechos que por la legislación, por las consecuencias documentalmente constatables y por las relaciones humanas generadas es muestra la propia sociedad americana.

Los españoles (y los portugueses), a diferencia de los ingleses, se habían acostumbrado cada vez más a la esclavitud negra, sintiéndose casi cómodos ante ella, siglos antes de la colonización del hemisferio occidental, y el rango de los sometidos a esclavitud estaba definido con más o menos precisión. El Estado y la Iglesia reconocían la esclavitud como nada más que una desafortunada condición secular. El esclavo era un ser humano que poseía un alma, igual que cualquier persona libre ante los ojos de Dios. La Iglesia alababa la manumisión como un acto noble, y muchos amos, pensando en su salvación, la complacían en algún momento de sus vidas. Según Tannenbaum, esta indulgencia, esta tolerancia, también facilitaba la incorporación de los exesclavos en una sociedad más tolerante. Curiosamente, casi pasa por alto el crecimiento, durante el período colonial, del prejuicio racial, tan importante para la comprensión del desarrollo de la esclavitud. Pero señala otros temas dignos de destacar: en su opinión, Latinoamérica contrastaba violentamente con el viejo sur, donde las instituciones de la Iglesia y el Estado se mostraban inmaduras e indiferentes hacia los esclavos, y donde los ingleses convertidos en americanos no sabían qué hacer con respecto a la emancipación y el rango de los negros libres en una sociedad esclavista. (Bethell 1990: Bowser: 147)

Sin embargo, el espíritu hispánico entonces, y los abducidos por el liberalismo hoy, sabían que eso no era suficiente. Por eso otros benefactores actuaban de otra manera; San Martín de Porres, por ejemplo, llegó a comprar esclavos para el convento, y San Pedro Claver tenía esclavos negros que utilizaba como intérpretes con los indios bozales recién llegados a Cartagena, que en el siglo XVII era el principal puerto negrero del continente, en el que consiguientemente existía una notable población negra y mestiza, esclava y libre.
De este tipo de actuaciones puede deducirse que la posesión de esclavos  no estaba mal contemplada por la opinión pública, que veía como normal hecho como el marcado a fuego a que eran sometidos los esclavos.

La marcación con la «marquilla real» se hacía en Cartagena y debía realizarse en presencia de los oficiales reales, a fin de evitar el contrabando de esclavos. Sólo se libraban de esta operación los moribundos, pues parece que a los niños también se les marcaba por ser la marquilla un requisito indispensable para efectuar transacciones posteriores y demostrar la legalidad del esclavo. Generalmente, la «coronilla real» se colocaba en el pecho y la marca del Asiento en la espalda izquierda. Según Miramón, al ser adquirido el esclavo en el mercado de Cartagena se le imponía una nueva marca con la señal escogida por el dueño. Unas y otras marcas se hacían figurar en la escritura de venta para identificación del esclavo. (Gutierrez Azopardo: 199)

Hecha la salvedad de la barbaridad que en sí es la marcación, lo que marcaba la diferencia no era la posesión  de esclavos, sino el trato que se les daba, siendo que, conforme señala James Lockart, el nivel de vida del esclavo medio era equiparable al nivel de vida del hombre libre medio, siendo que algunas veces los negros, mientras continuaban siendo esclavos, llegaban a alcanzar funciones administrativas tan altas como por ejemplo las de supervisor general de algún negocio.

Dentro del conjunto de la sociedad hispanoamericana, el esclavo, al margen de algunas obvias desventajas, disfrutaba de un nivel más bien medio. (Bethell 1990: Lockart, 74 )

Por otra parte, un esclavo que fuese maltratado por un amo cruel tenía mecanismos legales para conseguir eludir esa crueldad. Particularmente podía llegar a cambiar de amo, y en casos incluso podía llegar a comprar su propia libertad.
En este punto parece conveniente señalar alguna cifra a caballo entre los siglos XVI y XVII que nos ponga en situación también de la iniciativa ajena para apoyar la manumisión

el 39,8 por 100 en Lima, el 31,3 por 100 en Ciudad de México y el 34 por 100 en Michoacán, o vieron comprada su libertad por terceras partes cuyos motivos rara vez se aclararon, o compraron su libertad a un precio pactado al permitírseles trabajar por su cuenta para acumular capital con este fin. (Bethell 1990: Bowser: 152)

Estamos hablando de los siglos XVI y XVII, pero podemos seguir haciéndolo, con salvedades, incluso del siglo XVIII. Sólo señalar que en 1774 el 40% de la población cubana, 70.000 personas, eran negros y mulatos, y de éstos, eran  esclavos entre 45.000 y 50.000. Los otros 20 o 25.000 eran libres.

Esto suponía un contraste absoluto con las islas de las Indias Occidentales inglesas y francesas, donde la población negra libre era insignificante. En Cuba, los negros libres se concentraban principalmente en las ciudades; había solamente unos pocos  propietarios agrícolas negros, aunque al menos un ingenio azucarero era propiedad de un mulato, en 1760. (Thomas 1971)

Debemos tener en cuenta que los principios del derecho son la ley, la costumbre y la jurisprudencia. Y la ley y las costumbres españolas garantizaban a los esclavos una personalidad moral y legal. Los esclavos no eran sujetos carentes de derechos, sino sujetos con unos derechos limitados… o limitadísimos si se quiere, pero también lo eran los del resto de la sociedad, y mucho más si salimos de las fronteras de España a esos países que criticaban por ejemplo la Inquisición, que tenía unos procesos rigoristas en extremo, y que por supuesto era intransigente con quienes se saltaban unos principios sociales que se tenían como bien común… Tan intransigentes como lo eran en otros lugares, pero en sentido contrario, y con una salvedad: la Inquisición reconocía que era intransigente, mientras la intransigencia de otros lugares se presentaba como carencia de la misma.
Y esa intransigencia reconocida, fue germen de justicia y de libertad para toda la sociedad, porque a la hora de perseguir a los heterodoxos, se hacía con absoluto rigor, con una investigación metódica; con una aportación de pruebas sin parangón, con una aceptación del arrepentimiento que tenía carácter de sanción exculpatoria…
Y en fin, para emitir juicio histórico sobre un hecho es preciso compararlo con las actuaciones seguidas en otros lugares ante hechos semejantes, y da la casualidad que quienes levantaron la leyenda negra contra España resulta que efectuaron unas persecuciones sin cuento que, contrariamente a lo que sucede, por ejemplo con la Inquisición,  no pueden ser evaluadas cuantitativamente, porque mientras que los procesos de la Inquisición son pormenorizados hasta el tedio, los procesos de esos lugares son sencillamente inexistentes, y al amparo de “la libertad” segaron la vida de decenas de miles de personas que, si hubiesen topado con un sistema como de la Inquisición española, por ejemplo, no habrían sucumbido a la persecución.
Esa deriva que acabamos de hacer no es gratuita, porque esos mismos principios son válidos para el tratamiento de un asunto que, como es la esclavitud, hoy nos parece sangrante e inaceptable, pero que en los momentos que tratamos era una actividad normalmente aceptada para cubrir determinados ámbitos de trabajo. Y sí, con todas las cortapisas que se quiera, los esclavos alcanzaban a tener, no digamos a disfrutar, de algunos derechos, como era comprar su propia libertad o la de sus familiares directos, derecho que los bozales  adquirían tras haber transcurrido entre cinco y diez años desde su arribo.

Esto podía hacerse por medio de la coartación, que era el derecho que poseían los esclavos de pagar una determinada suma de dinero a sus dueños, asegurándose así, primero, que no podrían ser vendidos sino a un precio fijo (normalmente el precio medio para los esclavos en el mercado), y, segundo, que el esclavo podría comprar su libertad después de haber pagado, a plazos, la  diferencia entre su primera entrega y el precio fijado. Estos derechos, naturalmente, presuponían otro, es decir, el de poseer o acumular dinero y posesiones, por medio, por ejemplo, del cultivo de hortalizas en trozos de tierra que les fueran cedidos, gracias al trabajo extra en las ciudades e incluso por medio del robo. (Thomas 1971)

Es digno de señalarse que socialmente siempre hubo reticencias al esclavismo; así el capítulo que peor fama tenía, no era tan siquiera el del amo que daba mal trato al esclavo, sino el del traficante, tal vez por eso, aunque hubo traficantes españoles, puede afirmarse que desde el siglo XV al XIX España no participó en el tráfico de esclavos, ya que desde el principio del tráfico negrero, lo dejó sujeto a un control rigurosísimo que sin lugar a dudas tuvo que desanimar a más de uno que tuviese la voluntad de involucrarse en el asunto.
¿Era este el motivo por el que existía el derecho a la auto compra? Puede ser… Lo cierto es que en ocasiones le era permitido al esclavo guardarse una parte de lo ganado en una operación o servicio, lo que posibilitaba que muchos pudiesen conseguir su manumisión.
Pero no era ese el único asunto que la Corona controlaba de manera especial. El  derecho de los esclavos, aun reconociendo que era de una condición precaria, guardaba ciertos formulismos; por ejemplo, el 21 de Septiembre de 1541 ordenaba Carlos I:

Mandamos que los Domingos y Fiestas de guardar no trabajen los Indios, ni los Negros, ni Mulatos; y que se dé orden que oygan todos Misa, y guarden las Fiestas, como los otros Christianos son obligados; y en ninguna Ciudad , Villa, o Lugar los ocupen en edificios, ni obras públicas , imponiendo los Prelados y Gobernadores las penas que les pareciere convenir á los Indios , Negros y Mulatos , y á las demas personas que se lo mandaren. (Recopilación: Libro I. Título I. Ley XVII)

Si la medida parece precaria no vamos a defender lo contrario, pero resultaría absolutamente injusto callarse la existencia de esta ley, como injusto sería callarse que en 1685 entró en vigor en las Antillas Francesas el Code Noir, primero que ponían en uso las potencias europeas, de cuyos sesenta artículos resulta interesante entresacar el artículo sexto:

Exhortamos a todos nuestros súbditos, cualquiera que sea su calidad o condición, para observar los domingos y festivos que son de guardar por nuestros súbditos de la religión C., A. y R. Les prohibimos trabajar y hacer trabajar a sus esclavos en los llamados días desde la medianoche hasta la otra medianoche en el cultivo de la tierra, en la fabricación de azúcar y en todos los demás trabajos, bajo pena de castigo arbitrario contra los maestros y con la confiscación tanto de los azúcares como de los esclavos que sean sorprendidos por nuestros oficiales en el trabajo.

Salvo error, ciento cuarenta y cuatro años separan un texto de otro, y sin embargo, cualquiera que se haya ocupado de dar un  repaso a la historia de la esclavitud, se habrá topado con que España aplicó el Reglamento de esclavos en Cuba el año 1842, ciento cincuenta y siete años después que Francia aplicase el Code Noir.
Por supuesto se puede seguir analizando la legislación francesa, inglesa,  holandesa… o musulmana, por ejemplo… y compararlas con la legislación española oportuna, pero ese es un ejercicio que aquí y ahora no vamos a realizar. Lo dejamos para un estudio detallado.
Sí vamos a sacar a colación un documento generado a finales del siglo XVIII, cuando la actuación de España ya se acercaba más a las formas ajenas que a las propias. Puede deducirse del propio texto que el asunto no es generado por la administración del tiempo que fue redactado, sino que viene a pulir instrucciones generadas con bastante anterioridad.

El dueño de esclavos o mayordomo de hacienda que no cumpla con lo prevenido en los capítulos de esta Instrucción sobre la educación de los esclavos, alimentos, vestuario, moderación de trabajos y tareas, asistencia a las diversiones honestas, señalamiento de habitaciones y enfermería, o que desampare a los menores, viejos o impedidos; por la primera vez incurrirá en la multa de cincuenta pesos, por la segunda de ciento, y por la tercera de doscientos, cuyas multas deberá satisfacer el dueño aún en el caso de que sólo sea culpado el mayordomo, si este no tuviese de qué pagar, distribuyéndose su importe por terceras partes, denunciador, juez y caja de multas, de que después se tratará. (Real Cédula 1789...)

Lo que sí parece cierto es que los esclavos en Las Españas podían ser liberados por una serie de circunstancias, fuese de forma unilateral por decisión del amo, por la intervención de un tercero que podía ser un amigo o un alma caritativa, o por la auto compra de la libertad como queda ya señalado… y no era extraño que eso llegase a suceder. No hablamos de excepciones cuando, por ejemplo en México, a mediados del siglo XVII había unos ochenta mil esclavos, y a finales del siglo XVIII el número no superaba los diez mil.
Y es que ya a finales del siglo XVII, un número significativo de esclavos que habían atravesado el Atlántico como bozales o sus inmediatos descendientes eran libres, y había llegado a la libertad por diversas causas que iban desde la manumisión voluntaria por parte del amo, hasta la compra de la libertad por parte del esclavo concreto, o la acción de terceros que de forma altruista compraban  esa libertad.
Pero las leyes también favorecían la manumisión. Hay que tener en cuenta que el esclavo que quería comprar la libertad no siempre tenía el efectivo requerido por el amo, quién, si accedía a cobrar a plazos, debía dejar en libertad al manumitido desde el momento del pago del primer plazo. No vamos a comentar la medida ni compararla con lo acaecido en otros lugares; mejor dejaremos que sea un historiador inglés quien lo haga.

Tan pronto como el primer plazo  era pagado por el coartado a su amo, un esclavo podía abandonar la casa y trabajar por su cuenta en condiciones casi iguales a las de los negros libres…/… No tenía equivalente en América del Norte, donde, si los plantadores a menudo ni siquiera reconocían a sus hijos ilegítimos, mucho menos los emancipaban. La coartación parece haber tenido su origen en Cuba hacia 1520, habiéndose introducido luego, con algunas variaciones, en las demás colonias españolas. Otros derechos poseídos por los esclavos en Cuba y en las colonias españolas incluían el de cambiar a su amo por otro, si era posible encontrarlo, y, además, los hijos tenidos por una persona esclava con otra persona del sexo opuesto, pero libre, se convertían automáticamente en seres libres. (Thomas 1971)

Como en todas las situaciones de la vida, unos tenían más posibilidades que otros en alcanzar la manumisión; así por ejemplo, aquellos esclavos que eran arrendados por un precio convenido, normalmente entregaban al amo una parte del salario, quedando ellos con otra parte que, acumulada en el tiempo, y máximo cuando podían realizar con su parte actividades económicas propias, les facilitaba poder comprar su libertad. Y es que los esclavos tenían propiedades que no eran del amo, y podían realizar labores, prestar servicios a terceros y obtener beneficios privativos que con el tiempo podían ser utilizados para comprar su libertad.
Es de señalar además que la legislación española procuraba atender siempre el derecho del más débil, por lo que la manumisión estaba a la orden del día. Pero no todos los esclavizados salían beneficiados de su manumisión; y no todos los esclavos deseaban la libertad, siendo que como esclavos, muchos de ellos gozaban de una posición económica mucho más cómoda que otros libres, negros o blancos.
Pero entre quienes no salían beneficiados de la manumisión, sino directamente perjudicados, eran los ancianos, los enfermos y los niños, aspecto que, curiosamente, es recogido en la Cédula Real de 1789 que liberaliza el comercio de negros, y que comentamos en otro lugar.
En la Real Cédula queda señalado:

Los esclavos que por su mucha edad o por enfermedad no se hallen en estado de trabajar, y lo mismo los niños y menores de cualquiera de los dos sexos, deberán ser alimentados por los dueños, sin que éstos puedan concederles las libertad por descargarse de ellos, a no ser proveyéndoles del peculio suficiente a satisfacción de la Justicia, con audiencia del Procurador Síndico, para que puedan mantenerse sin necesidad de otro auxilio. (Real Cédula 1789...)

Evidentemente no podía tratarse de un aspecto novedoso, precisamente a finales del siglo XVIII, cuando España llevaba un siglo con una deriva no del todo acorde a la llevada en siglos anteriores. Estos principios humanizadores de un asunto tan complicado como es la esclavitud, no podían tener principio en la Ilustración. Como mucho, en el mejor de los casos, la Ilustración no había encontrado todavía el modo de eludirlos.

Datos basados en testamentos y cartas de manumisión en los archivos notariales indican que durante el período comprendido entre 1524 y 1650 el 33,8 por 100 de los esclavos africanos de Lima fueron liberados sin condiciones. Las cifras de Ciudad de México ofrecen un porcentaje de un 40,4 por 100 durante el mismo período y en la provincia mexicana de Michoacán el total entre los años de 1649 a 1800 alcanza el 64,4 por 100. (Bethell 1990: Bowser: 152)

Una característica significativa es que el 92,2 por ciento eran mujeres y niños menores de quince años.

la frecuencia de la manumisión en los esclavos de la América española queda reflejada en los documentos notariales, en los testamentos…/…  Este es un dato de mucha importancia, pues puede establecerse como regla general, por razones obvias, que el trato peor de los esclavos se dio en América donde los negros esclavos eran muchos más que los libres, y el mejor donde los negros libres eran muchos más que los esclavos. (Iraburu)

Y si la manumisión no era un hecho tan extraño como en otros lugares, algo similar podemos decir del tiempo libre. Algo se puede deducir de la orden de Carlos I citada más arriba al respecto de guardar las fiestas. Puede inferirse de ello que el tiempo libre era un derecho reconocido por la legislación, y por lo mismo, se infiere que los esclavos no estaban encerrados como sucedía en otros lugares del Caribe no hispánico, en corrales y bajo candado. Y  por la posibilidad que tenían de trabajar sus propios huertos y mantener su propio ganado, bien que con el consentimiento expreso del amo, como con ese mismo consentimiento podían trabajar por cuenta ajena y pactar con  el amo la parte del salario que debía entregarle. Incluso se daba el caso de que antiguos esclavos que habían tenido cierto éxito en su vida, tenían a su vez a su cargo personas esclavas.
Consecuencia de la proliferación de las manumisiones es que esos manumisos acabasen formando familia con personas procedentes de otros grupos sociales y raciales, y conformando una sociedad en la que la raza no era elemento determinante para desarrollarse social y culturalmente, aspecto que era bien visto por una sociedad que se mostraba deseosa de asimilar a los nuevos miembros. Una sociedad que, contrariamente a lo acontecido en otras latitudes culturales, no produjo linchamientos ni apartamientos. Si, ciertamente, había prejuicios sociales, pero esos prejuicios no eran por la raza, sino por clasismo. Algo si se quiere tan deleznable como el racismo, pero que a la postre era también permeable y permitía cierta traslación entre las clases, merced en gran medida a la acción de la Iglesia.
La milicia, la agricultura, el arte, como en el resto de la sociedad serían campos abiertos para los manumitidos, y su relación con ellos ampliaría el mestizaje que ya era una realidad buscada desde el momento del descubrimiento de América.
La verdad es que no era requisito indispensable ser libre para cruzarse racialmente, y esa verdad deja manifiesto que en el mundo hispánico nunca fue infranqueable la frontera entre los hombres blancos y los de color. Mientras que, por ejemplo, en el mundo anglosajón la diferencia entre blanco y cualquier otra raza ha sido neta y abismal y ha dado lugar a terribles genocidios, en la América hispana, incluso en el campo terminológico, había una larga escala entre blancos, indios y negros: mulatos, tercerones, cuarterones, zambos, pardos, castizos, chinos, torna-atrás, lobos, chamisos, barcinos, coyotes, lobos, etc., que no era en absoluto inamovible y por la cual era posible desplazarse.
 Y el trato predominante, evidentemente no exclusivo, no dejaba de ser humano si atendemos a lo que sobre el mismo nos relata Frederick P.Bowser:

Para algunos esclavos, la relación con sus amos era semejante a la de un criado con su jefe, con todas las variantes y sutilezas; esto equivale a decir que no le afectaba demasiado el hecho de la esclavitud. Por ejemplo, un esclavo doméstico inteligente y fiel, disfrutaba de todas las prerrogativas de un mayordomo inglés, y aunque existían amargas cuestiones legales, fueron mitigadas por la seguridad económica, la perspectiva de manumisión, el respeto humano mutuo y (sobre todo en el caso de los hijos de los esclavos) incluso amor. (Bethell 1990: Bowser: 148)

Cierto que en algunos momentos, y contraviniendo las instrucciones que la Reina Isabel diera en el siglo XVI y que fueron respetadas hasta después de la Guerra de Sucesión, a partir del siglo XVIII, se promulgaron algunas normas emanadas por el despotismo ilustrado que recomendaban la separación racial, como por ejemplo la que en 1752 excluía de la universidad de Lima a distintos grados del mestizaje, pero se trata de instrucciones que nunca llegaron a calar en el entramado social, y es que la condición religiosa católica, común a blancos, negros e indios, fue sin duda un bálsamo al horror de la esclavitud, que fomentó el respeto a la dignidad personal del esclavo. El esclavo era un ser humano que poseía un alma, igual que cualquier persona libre ante los ojos de Dios.

La Iglesia no prohibió los matrimonios mixtos y la vida cotidiana en espacios laborales, recreativos y religiosos propició y permitió la convivencia y el intercambio cultural entre los diversos grupos. A la mitad del siglo XVII, la Nueva España se caracterizaba por ser una sociedad culturalmente diversa en la que convivían indígenas nahuas, otomíes, mixtecas o mayas con africanos de los grupos wolofs, mandingos o bantúes y con europeos de diversas regiones de España, Portugal o Italia. (Velázquez 2012: 65)

Pero es que la prohibición de 1752 nos da una información de primer orden: A partir de ese momento se pondrían  más o menos inconvenientes a la integración no sólo social, sino universitaria de las distintas castas, cierto, pero también nos da otra información en relación al tiempo anterior: que justamente estaba sucediendo lo contrario a lo que marcaba la nueva ley.
El retroceso del espíritu humanista aplicado al hecho de la esclavitud sufriría un nuevo recrudecimiento partir de la invasión británica de Cuba de 1763, cuando comenzaron a convivir en la isla las formas patriarcales del esclavismo español con las maneras británicas, severas, brutales, del esclavismo capitalista, lo que conllevó un cambio de tendencia del hecho esclavista que contrastaba con lo acaecido en otros lugares, ya expuesto líneas arriba y que comportó la manumisión de un alto porcentaje de esclavos.
En ese sentido es digno de reseña lo que acaecía en México en fechas cercanas  a la de la invasión de Cuba por parte de Inglaterra:

a las faenas salen poco antes de que salga el sol, y se mantienen en ellas una hora, que luego se retiran a almorzar hasta las ocho de la mañana en que se les reparten sus tareas tan cómodas que las acaban a las doce del medio día y cesan en el trabajo hasta el siguiente [día] [...] Que a las esclavas no se les da iguales tareas que a los hombres, pues si a éstos se les dan cincuenta surcos, a aquellas sólo se les reparten veinte y cinco. Que a las muchachas pequeñas só1o se les ocupa en desenllervar las canas, concluyendo todos su trabajo a una misma hora que es el de las doce, y cesan hasta el día siguiente, quedándoles siempre medio día de descanso [...] Que las esclavas preñadas trabajan con demasiada proporci6n, pues atendiendo a su robustes sólo se les dan diez o doce surcos pero en faltándoles tres meses para el parto, cesan de todo trabajo y se les suministran dos pesos de socorro [...] Que es falso les a los enfermos tan solo un día para que se curen, pues hay esclavos que se están quince y un mes conforme lo necesitan sus dolencias, en cuyo tiempo les da para que compren gallinas de alimento y también para las medicinas como consta de las quentas que anualmente tiene producidas (Motta 2003: 36-37)

El trato, en Cuba, sin embargo, siguió una marcha progresivamente contraria a la costumbre y a los intereses del esclavo, que comenzaba a dejar de ser propiedad de una familia, de la que acababa formando parte, para pasar a ser propiedad de un ente abstracto, una sociedad anónima que atenta exclusivamente al beneficio no tenía ningún escrúpulo para los bienes fungibles en que acabaron convirtiéndose los esclavos.
El perjuicio fue inmediato; el contagio de la peste liberal capitalista se propagó en Cuba con una rapidez inaudita durante la invasión británica de 1763. Inmediatamente la ley del precio fijo, por la cual un esclavo, si era revendido debía serlo por el mismo precio de compra, fue revocada, y con ella la garantía de permanencia en la misma familia, con el beneficio que ello comportaba.
Con la nueva situación, el perjuicio era manifiesto, pues se pasaba de la convivencia en familia al uso como material fungible

Un cortador de caña de una inmensa plantación durante el auge repentino del azúcar podía incluso no conocer a su amo. Era el capataz quien representaba a la sociedad blanca, y lo más probable era que la aversión y la crueldad, y no el afecto, dominaran la relación entre blancos y negros. (Bethell 1990: Bowser: 148)

Nos hemos estado refiriendo al esclavismo en América, por ser donde más negros fueron transportados y por el peso específico que ha tenido la raza negra en el esclavismo de los siglos XV a XIX, pero ni todos los esclavos negros fueron a América, ni todos los esclavos eran negros.
No debemos olvidar que también en la España peninsular estaba vigente el régimen esclavista, si bien el mismo estaba destinado casi en exclusiva al servicio doméstico y al servicio de galeras.
Era este destino el principal de la esclavitud peninsular, que compartía destino con los penados por la justicia.

La proporción entre forzados y esclavos debió aproximarse a lo contenido en el informe que sobre necesidades de chusma elaboró el intendente de Cartagena en 1740, y que daba unos valores aproximados de la esclavitud en las Galeras Españolas del siglo XVIII de entorno al 63,5 % de forzados y 36,5 % de esclavos. (Hernández)

La recluta de estos esclavos destinados a galeras se realizaba predominantemente en alta mar, en combate, y estaban compuestos por moros que generalmente desarrollaban acciones de piratería y sabotaje en las costas españolas. Eran los conocidos como “moros de presa”, que podían compartir bancada con los condenados por la justicia.






























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