Cura Merino
Merino Cob, Jerónimo,”el cura Merino”, nació en Villoviado (Burgos) el 30 de noviembre de 1769 y murió en Alençon (Francia), el 12 de noviembre de 1844. Patriota, guerrillero en la guerra contra los franceses y posteriormente contra los liberales, nunca fue vencido en el campo de batalla, y fue, según sus biógrafos, un sacerdote temeroso de Dios, de corazón muy bueno y gran defensor de la fe. Español en el amplio sentido de la palabra, la religión y la Patria fueron sus dos grandes amores. Un Quijote, encarnación de don Alonso Quijano, no dudó en abandonar la comodidad de su vida de párroco para dedicarse a “desfacer“ los entuertos que primero la invasión militar francesa y posteriormente el triunfo del liberalismo, sumieron a España, hasta hoy mismo, en la barbarie.
Hizo su gloriosa aparición el 10 agosto de 1808 cuando, habiendo formado una partida de seis hombres de su comunidad parroquial, atacó al ejército invasor. Incapacitado para controlar el territorio, se emboscaba en el terreno que tan bien conocía. Su fama corrió como la pólvora entre las poblaciones vecinas, de donde surgió un importante contingente de voluntarios que se unieron a la partida. La comarca de Lerma, Roa… La Ribera del Duero serían su campo de actuación.
Sus triunfos hicieron que los apoyos que le llegaban del pueblo llano se apoyasen con los de otras fuerzas guerrilleras que, como las de Juan Martín Díez, “El Empecinado”, le facilitaban armas y apoyo estratégico... Y la Junta Central lo nombró Comandante de la guerrilla, a la que nombraba Cruz de Capitán.
En actuaciones relámpago se hizo con correos varios y convoyes de munición franceses, destacando la acción de Quintana del Puente, donde tras vencer al contingente francés les rescató ciento dieciocho carros cargados de granadas, diez y seis mil libras de pólvora, cuatro morteros y dos obuses; atacó con éxito Lerma, donde venció al contingente francés. Era el inicio de una actuación que lo cubriría de gloria.
Siempre el primero en el combate y haciendo gala de una gran estrategia, trataba a sus mesnadas, compuestas tanto por campesinos como por intelectuales, con una inteligencia excepcional, lo que le hizo crecer sus fuerzas hasta capitanear más de seis mil hombres que lo seguían sin vacilar.
Ese volumen de combatientes le acarreó inconvenientes de intendencia, pero don Jerónimo tenía capacidad sobrada para superar las adversidades, por lo que en las montañas de Burgos y Soria organizó almacenes que le garantizaban los suministros, no sólo de armas, sino de personal de apoyo. Cada cual atendía sus cometidos: los soldados, en sus actuaciones, y los zapateros, sastres, médicos, zapateros… en su lugar de trabajo.
Y estamos hablando de soldados que realizaban labor de guerrilla, no de guerrilleros incontrolados. Eso comporta formación, por lo que llegó a crear una escuela militar para la formación de mandos y adiestramiento de los soldados, a la que se incorporaron mandos militares de carrera y otros intelectuales, corno Ramón Santillán González, que natural de Lerma, y estudiante de derecho, alcanzó el grado de capitán de la caballería de Merino. Cierto que este personaje acabaría a la sombra de Mendizábal y posteriormente sería Ministro de Hacienda y gobernador del Banco de España. Pero en el momento, sirvió a las órdenes de un gran caudillo patriota.
Es el caso que esa destacada actuación de nuestro buen párroco tenía consecuencias directas en el campo de batalla, lo que acabó reportándole una rápida escalada en el escalafón militar; así, el 16 de septiembre de 1809 le era reconocido el grado de Capitán; el 7 de enero de 1810 el de Teniente Coronel; el 8 de agosto de 1811 su partida fue titulada Regimiento de Húsares Voluntarios de Burgos, de la que él fue nombrado Coronel, y el 8 de agosto del mismo año, por Real Despacho firmado por el Duque del Infantado y Don José Maria de Carvajal, Brigadier de Caballería.
Ya con el grado de teniente coronel, y mandando, no ya una partida, sino un ejército de cuatrocientos jinetes y quinientos infantes, en 1810, amplió su radio de acción. El ejército francés, que tenía muy presente la sentencia de Napoleón en la que ponderaba más “la cabeza del cura” que la conquista de cinco ciudades, consiguió apresar a algunos soldados de Merino, que irremisiblemente fueron fusilados en Burgos. Las represalias no se hicieron esperar: el jefe guerrillero se apoderó de nuevos envíos de armas y de treinta soldados franceses a los que mandó fusilar y enviar sus cadáveres a Burgos.
Pero esta fue una actuación extraordinaria, porque no se ensañaba con los prisioneros, a los que con frecuencia daba libertad. Célebre es el caso del médico de Palenzuela, enemigo acérrimo de Merino que habiendo sido hecho prisionero por éste fue puesto en libertad, no sin afearle su pésima conducta.
El 13 de mayo de 1814 Fernando VII regresó a Madrid. Llamó a D. Jerónimo Merino y le concedió la Canonjía de la Catedral de Valencia, pero este destino no era para un espíritu como el de D. Jerónimo, que prefería la vida tranquila de cura de pueblo, y en 1819, finalmente fue destinado a Villoviado, su pueblo.
Pero la vida tranquila se vería nuevamente rota. Y es que en 1820 se inició el “trienio liberal”. Nuevamente se vio forzado a tomar las armas, pero en esta ocasión se enfrentaría a quién en 1809 fue su principal aliado, Juan Martín Díez “El Empecinado”, y en apoyo del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis actuó desde Burgos hasta Extremadura hasta el final de la guerra cuando, con sesenta y cuatro años de edad y un nuevo ascenso militar a mariscal de campo, volvió a retirarse en su pueblo.
La vida no le deparaba la tranquilidad que tanto deseaba. Estaba demasiado significado. Acosado por los liberales fue denunciado por estar conspirando. No era cierto, pero este hecho consiguió que nuevamente el ya anciano sacerdote volviese a plantearse la necesidad que tenía el mundo de sus servicios, y así, como imagen fiel de nuestro señor Don Quijote:
no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.
Corría el año 1820 y se levantó contra la revolución de Riego. Emitió una proclama en la que llamaba a las armas en defensa de los principios patrióticos y cristianos y contra los liberales que según él estaban sometiendo la monarquía del rey Felón.
No fueron pocos los que siguieron la muestra de hombría del buen cura. Muchos que ya habían combatido a sus órdenes se unieron a la nueva partida. Y con ellos empezó su nueva andadura midiendo las espaldas de los liberales en las mesetas castellanas. Pero el absolutismo de Fernando VII, al que fielmente había servido, ordenó la disolución de su ejército, lo que provocó que, si ya tenía dudas sobre la honorabilidad de Fernando VII, se hiciese decidido partidario de su hermano D. Carlos.
Llegado el mes de septiembre de 1833 el enfrentamiento entre el Liberalismo, abiertamente encarnado en la familia real, y el movimiento tradicional español, capitalizado por Carlos María Isidro, venía anunciando tiempo atrás una inexorable guerra civil.
En este contexto, el día 29 falleció Fernando VII, y los derechos sucesorios de Carlos María Isidro, amparando el descontento antiliberal, acabaría enfrentándose en guerra abierta a la nueva reina, Isabel II, y a la regente María Cristina, como personificación de la anti España.
Ahora sería la suprema Junta Carlista de Castilla la que, en nombre del auto titulado Carlos V le nombraría capitán general de Castilla la Vieja con mando sobre una fuerza de catorce batallones.
Con ese cargo, y con su cabeza puesta a precio por los liberales en bando público,tendría una brillante actuación en la Primera Guerra contra el Liberalismo, vulgarmente conocida como “Primera Guerra Carlista”, en concreto en los sitios de Bilbao y de Morella.
La causa carlista, por circunstancias que nada tuvieron que ver con la brillante actuación del ejército, que la tenía ganada, se perdió en la nada tras la firma del Tratado de Vergara entre Espartero y Maroto. España profundizó su entrada en la sentina de la Historia, y el héroe abandonó España.
Después de la traición de Maroto y de quienes estaban por encima de Maroto, al buen cura sólo le quedaba el exilio. Se desterró en Francia, contra quién tan ferozmente había combatido. Ahí fue capellán de unas monjas de clausura en Alençon… Y fue acogido y agasajado por sus antiguos enemigos, lo que inequívocamente nos habla de la humanidad y de la justicia de este gran hombre.
Murió el 12 de noviembre de 1844, a los 77 años y sobre su tumba labraron en latín un epitafio que rezaba:
Estuvo siempre dispuesto a morir antes que quebrantar las leyes de Dios y de la Patria
Hoy sus restos reposan en Lerma.
BIBLIOGRAFÍA:
El Cura Merino, sacerdote y cruzado de Espaiia. https://riubu.ubu.es/bitstream/handle/10259.4/1581/0211-8998_n171_p283-304.pdf?sequence=1&isAllowed=y
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