Luis Manuel Fernández Portocarrero y Guzmán nació el 8 de enero de 1635 en el palacio de los condes de Palma del Río en el seno de una poderosa familia aristocrática andaluza, y falleció en Toledo el 14 de noviembre de 1709.
Antepasados suyo fueron el gran cardenal Pedro González de Mendoza y Gaspar de Guzmán, condeduque de Olivares.
Estudió Teología y se doctoró en Derecho Canónico y Civil, y al fallecer el deán de la Catedral de Toledo, en 1651, y contando dieciséis años, asumió el cargo e inmediatamente tuvo acceso a palacio, donde fue nombrado sumiller, siendo el primer paso dentro de la corte; el segundo fue ser nombrado representante de Carlos IV en la ofrenda al Apóstol Santiago de 1655, y el tercero, a la vuelta de Santiago, ser nombrado canónigo de la Catedral de Toledo.
En 1663 recibía las órdenes mayores.
En 1668 se libraba un enfrentamiento entre Juan José de Austria, hermanastro de Felipe IV y el valido de la reina, el jesuita Everardo Nithard, en el curso del cual, triunfante don Juan, aupó a la púrpura al deán, que se sobrepuso al confesor de la reina, Everardo Nithard, siendo nombrado cardenal en 1669 por el Papa Clemente IX, lo que en 1670 lo llevó a Roma para participar en el cónclave que nombró Papa a Clemente X. Y en Roma seguirá la crisis que en 1676 llevó al poder a don Juan de Austria, y el último día del año, Portocarrero sería nombrado virrey de Sicilia, en medio de un conflicto surgido en Mesina y provocado por Francia.
Pacificó la isla y en 1678 era nombrado embajador extraordinario en Roma, a pesar de haber sido nombrado Arzobispo de Toledo el año anterior, tras haber superado nuevamente a Nithard, que en el interín también había sido nombrado cardenal.
Ya de regreso, en 1679 fue nombrado consejero de Estado, cargo con el que fue personaje fundamental en la crisis del reinado de Carlos II, sin abandonar su trabajo pastoral, que llevó a convocar el Sínodo toledano de 1682, cuyas constituciones estuvieron vigentes hasta finales del siglo XX.
Su responsabilidad de consejero de estado le llevó a apoyar el matrimonio del rey con Maria Luisa de Orleans en 1679, y a su fallecimiento en 1689 también tomaría parte en la elección de Mariana de Neoburgo.
Portocarrero, así, intervenía directamente en los asuntos de estado como apoyo de Juan José de Austria, que falleció en 1679, pero su salto definitivo a la política se produce en 1695 con la publicación de unos memoriales en los que expresa su pensamiento político, que pretende asemejarse a Cisneros.
En los mismos denunciaba la degeneración que España sufría en todos los ámbitos. Partidario de la meritocracia, se obstinó en apartar a los mediocres y se presentó a sí mismo como candidato a asumir las más altas responsabilidades del estado, marcándose como meta unificar las leyes de todo el reino.
La crisis era manifiesta, y se conformaron dos partidos que, ante el manifiesto deterioro de Carlos II, atendían el hecho sucesorio.
Esos debates hicieron que en 1696 fuese designado heredero José Fernando de Baviera, el sobrino-nieto de Carlos II, que contaba 4 años de edad, siendo rechazado el otro candidato, el archiduque Carlos de Austria, apoyado por el almirante de Castilla.
Pero la muerte del candidato, supuestamente envenenado en 1699 por orden de Luis XVI de Francia, truncó todas las expectativas, y Portocarrero optó por un gobierno fuerte, para lo cual veía imprescindible la alianza con Francia.
El heredero debía ser el duque de Anjou, nieto de Luis XIV, desligado de Francia, y su ascendencia con relación a Carlos II, consiguió el objetivo, bajo sus parámetros con vistas a evitar una diáspora de la monarquía si a la muerte de Carlos II no tenía rey España.
En principio, las condiciones se cumplieron; a la llegada de Felipe V, el Consejo de Despacho estuvo constituido sólo por españoles durante un corto período de tiempo, pero desde finales de 1701, los embajadores franceses empezaron a asistir a sus reuniones, y en enero de 1703 Portocarrero dimitió de su puesto en protesta por la deriva del Consejo, que iba nutriéndose de franceses enviados por Luis XIV, quién ejercía sobre su nieto Felipe V una influencia que no había sido calculada por Portocarrero, que acabó al margen de toda acción de gobierno.
El 25 de junio de 1706 el archiduque entró en Madrid y el pretendiente austríaco fue aceptado como Monarca en Toledo, donde el cardenal ofició el Te Deum de proclamación.
Tras la guerra, y tras haber satisfecho una multa, ofreció su lealtad a Felipe V y bautizó al hijo de éste, Luis.
Y el cardenal Portocarrero, que tanto deseaba parecerse a Cisneros, acabó siendo un remedo de Oppas.
¿Por qué se llegó a esa situación? ¿Por qué, conociendo como conocía al dedillo la política europea, conociendo como conocía las actuaciones de todas las potencias europeas tendentes a una inminente conquista y atomización de España no optó por una medida extraordinaria? ¿Por qué, en vez de meter en el gallinero al zorro trans, convertido nominalmente en gallina no se coronó a sí mismo como rey?
Esta última pregunta, desde el más encumbrado catedrático hasta el último patán, coincidirán en señalarla como un exabrupto, pero ¿acaso no es mayor exabrupto poner como rey de España a Felipe V? ¿Acaso no era conocedor el cardenal de las actuaciones antiespañolas de toda Europa y de sus principales urdidores?
Conocía perfectamente a Mª Anne de la Tremoille; conocía a Juan Orry, a Montellano, al cardenal Estreés, a Harcourt, a Marsin… Los conocía a todos… Y conocía a Felipe de Anjou; era consciente de su débil condición física, poco mejor que la de Carlos II, y también era conocedor de la dependencia que éste tenía con relación a su abuelo el rey de Francia…
¿Qué desconocía el cardenal Portocarrero? ¿Qué le impidió, ante esa situación coronarse él mismo rey? ¿Tal vez que eso hubiese conllevado una guerra civil?... ¿Y qué conllevó la coronación de Felipe V, correa de transmisión de las ambiciones de su abuelo Luis XIV, perpetuo enemigo de España?
Si en vida de Carlos II se propuso a sí mismo como solución a los problemas de España, con más razón debía haber hecho lo mismo a la muerte del monarca, máximo teniendo en cuenta que la enemistad de las potencias europeas era más que manifiesta.
Al fin, la extraordinaria labor realizada durante su vida la quemó por falta de valentía en el momento más decisivo de la Historia de España, lo que puso a España entonces, y hasta hoy mismo, en la misma posición alcanzada el año 711… Pero ahora, los invasores eran otros…
BIBLIOGRAFÍA:
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