viernes, diciembre 01, 2023

El fin del imperio de España en América. Sinopsis



La última armada con destino a atacar Buenos Aires estaba dispuesta a salir de Inglaterra en 1808 cuando el pueblo español se batía a navajazos contra el ejército francés, sin lugar a dudas el mejor ejército del mundo en esos momentos.


Y en esa situación se crearía en Londres una logia por la que inexorablemente pasarían todos los «libertadores». Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera, Juan Pío de Montúfar, Vicente Rocafuerte… etc. Etc. Etc. Y hoy mismo, en Bristol, calle Lodge Street 6, radica la sede del movimiento independentista mapuche.


En 1808, al mando de la armada en principio destinada a atacar Buenos Aires, llegaba Artur Wellesley a La Coruña... Acabaría siendo nombrado duque de Ciudad Rodrigo; tomaría las riendas de la dirección militar de España, haría nombrar generales a su gusto, y a su amparo desarrollarían su actividad los personajes que acabarían llevando a efecto los proyectos que, desde 1711, y bajo el nombre de “proyecto para la humillación de España” llevaba en marcha Inglaterra.


El más destacado de ellos, José de San Martín, colaborador personal de Wellesley, hijo de militar peninsular, nacido en América, vivió en España desde su más tierna infancia.


Por intermedio del noble escocés, lord Mac Duff, y por interposición de sir Charles Stuart, agente diplomático en España, pudo obtener un pasaporte para pasar subrepticiamente a Londres, recibiendo de sus amigos cartas de recomendación y letras de cambio a su favor.


No se trata de un caso extraordinario, como no se trata de un caso extraordinario el «apoyo» militar inglés, que tuvo exponentes destacables, como el bombardeo ordenado por Wellesley sobre la industria textil bejarana, fuerte competidora de la industria inglesa, cuando no existían enemigos que combatir, o en la destrucción de la fábrica de porcelanas del Buen Retiro, cuando los franceses ya habían evacuado la ciudad.


La España peninsular de esta época es digna de varios estudios, siendo que todos señalan la misma deriva. Los dirigentes, los gobernantes de España, y de las republiquetas americanas, no han dejado, desde estos momentos tratados, y hasta hoy mismo, de seguir las instrucciones emanadas desde Londres. Estamos hablando de flagrante traición a la patria por parte de toda la clase política… y militar.


Traidor fue Espartero; traidor fue San Martín; traidor fue Mina; traidor fue Maroto; traidor fue Cánovas… Y todos tienen dedicadas calles en Madrid y otros lugares de España.


La revolución en América no fue de la plebe contra la oligarquía, sino que estuvo organizada por la aristocracia criolla, imbuida del espíritu anglófilo, contra la burocracia peninsular. Finalmente, en el enfrentamiento que, lógicamente, acabaría produciéndose, los indios pelearon mayoritariamente por el rey, mientras los criollos y los peninsulares se repartieron entre unos y otros.


Indios combatieron en gran medida en el ejército español; en el Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, en los escuadrones de caballería aymara, en los Regimientos de Chumbivilcas, el Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco.


 En Venezuela y Nueva Granada, los negros apoyaron masivamente la causa de  España...


Y en el terreno económico, la quiebra, provocada deliberadamente, de la pequeña manufactura y de la artesanía, solo serviría para aumentar su dependencia colonial de los mercados mundiales. 


Pero para llegar a esa situación de dependencia ocurrieron una serie de movimientos. Así, en 1810, los venezolanos no seguían a Bolívar, sino al general Monteverde, caudillo de las tropas realistas. Y cuando éste quedó desacreditado, siguieron a Boves, que aplicaría las mismas prácticas inhumanas de guerra a muerte que previamente había decretado Bolívar. Serían las tropas británicas las que serían acaudilladas por Bolívar.


Y es que los ejércitos “libertadores”, como la “marina libertadora” que acabaría tomando Lima, estaban compuestos principalmente por unidades británicas enroladas en las principales ciudades inglesas, con mandos militares suministrados por el ejército británico, y que nominalmente servirían bajo el mando de los “próceres”


No fue menor el aporte británico a los separatistas americanos, como no fue ni es menor el que hoy llevan a cabo con los separatistas mapuches o catalanistas, por ejemplo.


Pero el aporte de material de guerra y de contingentes militares británicos se vería incrementado en expediciones comandadas por los coroneles del Ejército Británico: MacDonald, Campbell y Wilson; y el Ejército del Sur, comandado por Sucre y conformado más por tropas inglesas que americanos, fue sin duda más vitoreado desde los balcones de Quito donde se concentraba la oligarquía criolla que en las comunidades andinas.


El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, más el mayor Plunket. El contingente contaba con un total de 127 oficiales, 3.840 soldados y el apoyo naval de las cañoneras HMS Indian, HMS Prince, HMS Britannia, HMS Dawson y HMS Emerald.


Francisco de Miranda recibía un sueldo de 700 libras esterlinas anuales de la «Colonial Office». Los «próceres» argentinos Saturnino Rodríguez de la Peña y Manuel Aniceto Padilla recibían igualmente sueldo anual de 400 y 300 libras esterlinas, respectivamente, de manos de lord Castlereagh desde Río de Janeiro; posteriormente recibirían una pensión vitalicia del gobierno británico por sus servicios prestados. También recibieron dinero inglés los «argentinos» José  y Juan Antonio de Moldes, así como Manuel Pinto.


Y a todo ello se sumaba una enorme cantidad de veteranos de casi treinta años de guerra que estaban ahora peligrosamente desocupados, y a los que el gobierno británico quería sacar de la metrópoli, objetivo que no acababa de conseguir a pesar de la gran actividad llevada a cabo por la enorme flota esclavista de que disponía que, paralizada en su función principal al haber decretado la supresión del tráfico de esclavos negros, estaba dedicada a trasladar a Australia y a Nueva Zelanda a su propia población, a la que esclavizaba y deportaba.


El congreso de Viena para la Reconstrucción de Europa que tuvo lugar en 1817 tras las Guerras Napoleónicas, Inglaterra (EE.UU. es Inglaterra a todos los efectos) decide repartirse América: de Panamá al norte para EEUU; de Panamá hacia el Sur, Inglaterra. Europa sencillamente observa, exhausta por la guerra, y calla.


La riqueza quedaba repartida, como buen botín entre británicos y criollos… pero la mejor parte se la llevaron los británicos, que siempre buscaron más… Así, en 1826 se celebró en Panamá el congreso, denominado anfictiónico, convocado por Bolívar. En el mismo, rendía América en bandeja a la Gran Bretaña. 


Los indios adquirieron la igualdad prometida cuando se les arrebataron las tierras… y en cuanto al desarrollo de las guerras separatistas, ¿qué decir de los libertadores? Si en Quito Sucre prendió fuego a una iglesia repleta de personas que huían del ejército que comandaba, en Pasto, Santander, cometió sobre el pueblo pastuso el peor de los genocidios, y en una fecha señera, el 24 de diciembre.


En 1813 Bolívar decreta la  guerra a muerte contra los peninsulares y los venezolanos partidarios del Rey, dando inicio a espeluznantes asesinatos en masa de prisioneros.


Las guerras separatistas de América son, en todo, una guerra civil; y los ingleses COMBATIERON en el bando separatista, no sólo con soldados y armada, sino, y sobre todo, dirigiendo y controlando.


En enero de 1820 la acción traidora de Rafael de Riego, cabeza de la expedición del Ejército Expedicionario, y servidor de los intereses británicos, impidió que esa misma expedición embarcase, iniciando en su lugar una nueva revuelta en la Península. 


Los refuerzos británicos, por contra, se producían a buen ritmo al tiempo que el gobierno del Trienio liberal suprimió todo tipo de auxilio a los realistas americanos; paralizó las operaciones militares de forma unilateral, y envió negociadores a los separatistas, convirtiéndose, de hecho, en un aliado de los movimientos secesionistas.


En 1820, los liberales, al tiempo que tenían conversaciones con los separatistas y organizaban la asonada de Riego, envían a O’Donojú a México con el supuesto objetivo de frenar el grito de independencia que había declarado Iturbide, pero su única acción fue la capitulación. Echó de Méjico los batallones europeos, disolvió las milicias leales que aún había, y ocupó el segundo lugar en la junta soberana establecida en Tacubaya.

Era la coreografía indispensable para llevar a cabo la tragedia de la desintegración nacional. La traición a la Patria llevada a cabo por Riego no pudo ser un hecho casual, sino una acción destinada a posibilitar lo que en breve sucedería de forma irremisible: la quiebra del Imperio y su fragmentación para uso y disfrute del imperio británico. 


La batalla de Ayacucho será la que marque el punto final; la sentencia definitiva al desmembramiento de la Patria; sin embargo, no fue, como dice la historiografía oficial, la batalla de Ayacucho el fin de la presencia realista en América del Sur. Olañeta continuó manteniendo en Potosí la españolidad de América… y otros movimientos patriotas seguirían resistiendo durante décadas.


Quedaban solos los patriotas defendiendo en América la integridad de la Patria.


Ya en plena derrota, esas fuerzas nacionales que nunca contaron con el apoyo desde la España europea, sencillamente porque se encontraba inmersa exactamente en el mismo proceso de descomposición que América, posibilitó el surgimiento de diversos movimientos autónomos decididos a morir en el empeño de defender la Patria. Así, en Chile, los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches y pehuenches, prosiguieron la lucha por la Patria, como en la Nueva Granada la prosiguió Agustín Agualongo, o en el Perú Antonio Huachaca. Y con ellos, José Dionisio Cisneros, Mateo García Pumacahua, Pedro Huachaca, Tadeo Choque, Pascual Arancibia, Francisco Lanchi, Bernardo Inga…


Ninguno de estos héroes tiene el menor reconocimiento por parte de la monarquía española, desde el momento que realizaron sus actos en defensa de la Patria y hasta hoy mismo. Nada extraño si asumimos el hecho que la misma España también es colonia británica.


Bolívar sí tiene monumentos; ellos no.


Del enjuague no se libró Fernando VII, que a cambio del reconocimiento de la ruptura de la Patria, recibió quinientos millones de reales del maquiavélico gabinete británico, en un depósito en el Banco de Inglaterra.


Y todo, pagado con los fondos de los virreinatos, que previamente habían sido saqueados, con la connivencia de los «libertadores», por Inglaterra.


Qué se destruyó con la conquista británica de España es muy largo de explicar, en lo político, en lo social, en lo económico… Hoy ningún país surgido tras la gran asonada del siglo XIX tiene significación alguna en ningún campo. Desde España hasta Filipinas, todos estamos sometidos al dictado de quienes procuraron y consiguieron romper lo que el pueblo español no supo mantener. 


La Hispanidad segmentada fue presa fácil del colonialismo anglonorteamericano, que fomentó, y sigue fomentando, disputas territoriales que inequívocamente van en perjuicio de todos, menos de los anglonorteamericanos.


A partir de esta fecha, España (y la Hispanidad, en conjunto o segmentada) no aparece en los libros de la historia mundial.




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