Claudia Sheinbaum, flamante presidente de México, está demostrando ser un eslabón más en la cadena con la que nuestro enemigo histórico sigue, cumpliendo ya tres siglos, en su hasta la fecha victoriosa campaña de difamación y engaño.
Justamente en estos momentos, cuando de manera evidente están surgiendo por aquí y por allí numerosos brotes de reconocimiento de la verdad histórica, los agentes del enemigo, los mismos que dividieron nuestra patria pluricontinental en dos docenas de territorios que vienen manipulando a su antojo, se lanzan al ataque vomitando la sempiterna leyenda negra que sólo en sus ámbitos y en la de sus amos abandona su carácter de leyenda y adopta el carácter de hecho histórico.
Ni el señor López Obrador ni la señora Claudia Sheinbaum hacen referencia a lo que sus ancestros en la servidumbre llevaron a cabo, justamente en México hace ya ciento setenta y seis años: el tratado Guadalupe Hidalgo, por el que los agentes británicos del momento vendieron a los gringos del norte la mitad de su territorio; lo que hoy son los estados de California, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, Nuevo México y Wyoming, en un tiempo en el que ya se habían desecho de Texas.
Unos territorios que a partir de ese momento conocieron el metódico exterminio de los indios, con la colaboración de los gobiernos republicanos antecesores en la línea del señor López Obrador. Una participación en el genocidio que quedó reflejada en la colaboración del ejército mexicano con el enemigo, a la hora de perseguir la disidencia de los indios que se negaban al sometimiento y al genocidio llevado a cabo por los Estados Unidos.
Lo que hasta iniciado el siglo XIX era el territorio más próspero de España, y del mundo, fue triturado, sometido, empobrecido y regalado a los amos de los conocidos como “libertadores”, en cuya saga, de manera más que manifiesta, figuran los agentes López Obrador y Claudia Sheinbaum.
¿Hay que recordar a los agentes López Obrador y Claudia Sheinbaum lo que sus antecesores hicieron?... En enero de 1848, Francisco Suárez Iriarte y Miguel Lerdo de Tejada, manifestaron como benéfica la intervención usense en México y agasajaron a los jefes del ejército de ocupación en el que es conocido como «Brindis del Desierto», donde trataron de la sumisión de México a los Estados Unidos, y todo ello condujo a que el dos de febrero siguiente fuese firmado el tratado Guadalupe Hidalgo por el que, a cambio de 15 millones de pesos se enajenaba la mitad del territorio en el que casualmente poco después fueron descubiertos importantes yacimientos de oro.
Y Antonio López Santa Anna, antecesor en el cargo, modo y maneras de nuestros protagonistas del siglo XXI, tras exiliarse al amparo de Gran Bretaña, volvía en 1853 transportado por un barco inglés para ser nombrado presidente y poder recibir a James Gadsden, ministro plenipotenciario de Estados Unidos para ultimar el escarnio.
Nuevamente se procede a la venta de territorios, y en diciembre de 1853 “la Mesilla”, unos 76.845 kilómetros cuadrados repartidos entre los estados de Nuevo México y Arizona, pasa a poder de los Estados Unidos.
Y el 1 de diciembre de 1853 Santa Anna recibe el título de Alteza Serenísima, el grado de Capitán General y un sueldo de 60 000 pesos anuales… Un ejemplo a seguir por el señor López Obrador.
Y la señora Claudia Sheiman no es más que el siguiente eslabón en la misma cadena que conformada por Servando Teresa de Mier, Juan O’Donojú, Antonio Hidalgo y Costilla, Guadalupe Victoria, Antonio López Santa Anna o Benito Juárez,… tiene sometida a esclavitud México y la Hispanidad entera.
Eslabón de la misma cadena. No cabe duda. Pero de una cadena que ya da muestras de estar corroída por su mayor enemigo, la verdad histórica, algo que ni sus cantos de cisne moribundo ni los esfuerzos de la incultura representada en la persona del ministro de cultura español Ernesto Urtasun, puede poner freno al huracán que representa el conocimiento de nuestra historia, que pone al descubierto la legión de traidores que hasta la fecha han sido titulados héroes.
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