sábado, enero 25, 2025

VISIÓN GENERAL DE LA EDAD MEDIA EN ESPAÑA





Índice:


El Reino Visigodo: Tres siglos de la Historia de España……………………………….2


Desde la invasión en 711 hasta el 722 con la batalla de Covadonga…………………..28


Desde Covadonga en 722 hasta la llegada de Alfonso II en 791………………………37


El reinado de Alfonso II el Casto (años 791 a 842)…………………………………….49


Desde la muerte de Alfonso II el año 842 hasta el año 929, con la proclamación del

califato de Córdoba por parte de Abderramán III………………………………………56


Desde el año 929, con la proclamación del califato de Córdoba por parte de Abderramán III hasta la reconquista de Toledo por Alfonso VI el año 1085………………………..72


Desde 1085 con la toma de Toledo por Alfonso VI hasta 1212 en los momentos anteriores a la batalla de las Navas……………………………………………………..92


La Batalla de las Navas de Tolosa (16-7-1212)………………………………………113


Desde la Batalla de las Navas en 1212 hasta la muerte de Jaime I en 1276………….120


Desde 1276 a la muerte de Jaime I hasta 1327 a la muerte de Jaime II de Aragón…..136


Desde la muerte de Jaime II de Aragón en 1327 hasta el Compromiso de Caspe el año 1412…………………………………………………………………………………...149


Desde el Compromiso de Caspe el año 1412 hasta la muerte Enrique IV en 1474…..167


Desde la muerte de Enrique IV en 1474 hasta 1481, a la muerte de Alfonso V de Portugal………………………………………………………………………………..185


Desde 1481, a la muerte de Alfonso V de Portugal hasta la toma de Granada……….196



Cesáreo Jarabo Jordán







EL REINO VISIGODO: TRES SIGLOS DE LA HISTORIA DE ESPAÑA





Para analizar la invasión árabe comenzaremos el estudio de la realidad española que dio lugar a esa situación haciendo una introducción a la historia del pueblo español (hispano romano y visigodo), desde la formación del reino visigodo, obviando, por motivos del estudio, las etapas anteriores y los motivos que propiciaron la conquista por parte del pueblo godo, y marcando aún más por encima las invasiones protagonizadas por los suevos, vándalos y alanos.

Todos eran conocidos en el imperio romano como germánicos, aunque la extracción de todos ellos era diversa, y todos eran conocidos como “bárbaros”, significando originariamente sencillamente “extranjero”. El tono peyorativo que hoy tiene la palabra, sin suda fue conseguido por la propia actuación de los bárbaros, que en no pocas ocasiones eran sencillamente la negación de la civilización.

Roma temía invasiones procedentes de la frontera septentrional del imperio; por ello dedicó grandes esfuerzos a consolidar la frontera, anexionándose las Galias e iniciando una campaña que, por el asesinato de Julio César no pudo dar fin a la conquista total de Germania. Augusto abandonó la campaña, y ello, a la larga, posibilitaría las asonadas de los siglos posteriores. 

El año 409, tras haber atravesado el Rin, llegaron a los Pirineos y entraron en España tropas bárbaras, suevos, vándalos y alanos, encontrando franca la entrada gracias al apoyo de de Constantino III, emperador ful que se había adueñado de parte de la Galia y de Hispania.

Los vándalos procedían de las orillas del Báltico. Los suevos procedían del Danubio y del Elba, y los alanos procedían del mar Caspio. De entre todos, éstos eran los más bárbaros; adoraban un sable clavado en el suelo y llevaban cráneos humanos como adorno de sus monturas. Todos adoraban a Odín.

Los Vándalos se instalaron en la Bética romana, antigua Turdetania (que comprendía también el norte de África), y dieron nombre a la tierra que ocuparon: Vandalusía (Andalucía); los suevos se instalaron en la zona de Galicia.

De los Alanos se dice que no conocían la agricultura, y que su vivienda era un carro en el que recorrían grandes distancias aprovechando los pastos para alimentar a sus caballos.

El pueblo godo tiene su origen histórico en las tierras del Sur de lo que hoy es Suecia; posiblemente en Gotland, aunque historiadores del siglo XXI afirman que no eran una raza nórdica, sino un conglomerado de razas que se llevó a efecto en los Balcanes. Su lengua, hasta donde se sabe de ella, entronca con el germano antiguo y posiblemente tuviera la misma raíz. No se sabe con certeza en qué época los godos se diferenciaron de otros pueblos nórdicos vecinos de ellos, tales como gépidos, jutos, etc. Por ello no es posible trazar con total exactitud las raíces de los godos hasta su primer origen. 

Lo que sí es cierto es que los godos entran en la historia cuando autores romanos los mencionan como habitantes de las costas bálticas de los que hoy es Alemania y Polonia ya en el siglo I d.C. Su migración desde Escandinavia no puede ser datada con precisión aunque se suele aceptar la primera mitad de ese siglo como fecha aproximada. 

Durante el siglo I d.C. se instalan en las costas y territorios adyacentes del norte de las actuales Alemania y Polonia, se mueven hacia el Mar Negro durante el siglo II d.C, enfrentándose a los diferentes pueblos bárbaros del este de Europa, especialmente a los sármatas, para asentarse a principios del siglo III d.C. al norte y noroeste del Mar Negro, formando una coalición con los sármatas. Es probable que la diferencia entre visigodos y ostrogodos provenga de esta época.

A partir del año 270, el conjunto de los territorios visigodos y ostrogodos se denominará Gothia y el emperador Aureliano les reconoce la posesión de esos territorios al mismo tiempo que ordena la retirada del ejército y la administración romana de Dacia en el 271,por intereses propios y del Imperio Romano, cuyos ciudadanos habían perdido el espíritu militar que lo hizo posible y paulatinamente fueron conquistando puestos de preeminencia, hasta que finalmente pasaron a apoderarse del imperio de Occidente.

Hay grandes diferencias entre suevos-vándalos-alanos y los godos, ya que entre aquellos la mujer era la esclava y no la compañera del hombre; los romanos la consideraban “hija de familia”. Los godos se encontraban a medio camino de unos y otros.

La crisis sufrida por el Imperio era evidente en lo moral, en lo patriótico, y también en lo económico. Se produjo déficit en la balanza de pagos y el Imperio debía pagar sus importaciones con oro, del que carecía, por lo que ya en tiempos de Nerón se produjo una devaluación el año 64, que se iría repitiendo sucesivamente, llevando al denario de plata a un descenso de peso y de ley que en el segundo siglo de nuestra era llegó al 70%. La crisis afectó a todos los sectores económicos, pero se inició en el sector agrícola, que en el siglo III derivaría en economía autárquica. En líneas generales, los productos que dominaron en la agricultura española posterior al siglo V fueron, al igual que en las épocas precedentes, los de la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo) y los de huerta. Y en cuanto a otros aspectos de la economía, San Isidoro habla de la explotación de placeres auríferos cerca de Toledo. Se sabe también que continuó la explotación de las minas de mercurio de Almadén, y de otras menos importantes de plomo, así como la de las salinas de varias localidades de las provincias tarraconense y cartaginense, siendo la sal un producto de exportación. No se tiene noticia de otro tipo de explotaciones mineras en la España visigoda, aunque es muy posible que hubieran minas de hierro, cobre, etc., para atender a las necesidades de la industria metalúrgica del país (fabricación de armas y útiles agrícolas, sobre todo).

En cuanto a las costumbres, a los modos de los godos, en el transcurso de los años, con el contacto permanente con Roma, con el trato que tenían con los prisioneros romanos que tomaban, fueron suavizándose y civilizándose, llegando a influir en ellos la cultura greco-latina y el cristianismo.

En el transcurso de los años acabarían adoptaron el cristianismo, en tiempos de Constantino II, y en 370, empujados por la invasión de los Hunos, abandonaron sus tierras de los Balcanes y se dirigieron a Occidente. Fue entonces cuando el obispo godo Ulpilas convirtió a los godos al arrianismo, herejía que profesaba el emperador Valente.

Los godos, en este tiempo habían pasado de ser meros guerreros, a cultivar la tierra, a explotar la minería, y a comerciar con el Imperio. Esta actividad les llevaría a la búsqueda de territorio donde asentarse, que toma cuerpo con el emperador Aureliano, quien, como ya hemos señalado, en 270 reconoce los asentamientos godos en Dacia como los de un pueblo amigo y aliado. Condición que verían mejorada en 332 con el emperador Constantino, que los convirtió en federados. Estas eran concesiones que Roma hacía por falta de capacidad para controlar la frontera, y este extremo no pasaba desapercibido a quienes al final acabarían invadiendo el Imperio.

El problema se agudizó cuando en 376, y como consecuencia del empuje de los Hunos, Valente les permitió asentarse en Tracia, dejando desguarnecida la frontera del Danubio, y dos años más tarde se hacían con los Balcanes. Finalmente Teodosio los vencería y los asentaría en Tracia y Mesia, hasta que murió Teodosio en 390, momento en que invadieron Grecia.

A partir del siglo IV sólo en Oriente existían grandes ciudades; y además es precisamente allí, en Siria y en Asia Menor, donde se concentraban las industrias de exportación, especialmente las textiles, de las que el mundo romano se constituye como mercado y cuyo transporte es realizado por barcos sirios. El año 395 se divide el Imperio Romano, y en Hispania perviven una serie de ciudades que se han desarrollado con Roma: Corduba (Córdoba), Tarraco (Tarragona), Cartago Nova (Cartagena, Murcia), Emporion (Ampurias, Gerona), Barcino (Barcelona), Carteia (Cartaya, Huelva), Itálica (Sevilla), Caesar Augusta (Zaragoza), Valentia (Valencia) o Emerita Augusta (Mérida, Badajoz).

Rufino, el regente del Imperio de Oriente, ofreció un pacto a Alarico, por el que le nombraba “magister militum” de Iliria a cambio de que abandonase Grecia. Pero Iliria pertenecía al Imperio de Occidente, con lo que el problema lo derivó al nuevo emperador, Honorio, y abría a los godos la invasión del Imperio de Occidente, que acometerían en cuanto suevos, vándalos y alanos atacasen la frontera norte y el ejército romano acudiese a enfrentarse a ellos. Esto sucedía en 407; Alarico tomaba Milán y amenazaba la misma Roma.

La reacción de Honorio fue dar por concluido el asunto y dedicarse a refriegas palaciegas en medio de las cuales acabó asesinando a su mejor general, Estilicón, el año 408, ocasión que aprovechó Alarico para engrosar su ejército con las tropas del asesinado.

Con estas tropas, el 24 de Agosto del 410 Alarico (All-Reich, todo rico), saqueó Roma sin que los patricios romanos se preocupasen de otra cosa que de conservar intactas sus propiedades.

Los pueblos bárbaros estaban llegando a España. Fue el año 409 cuando los vándalos irrumpieron en un territorio que ya un año antes había sido tomado por el usurpador Constantino III, que se había enfrentado a las fuerzas imperiales y había implantado en España una gran inseguridad, enfrentándose a las fuerzas el emperador Honorio. Fue Constantino quién facilitó la invasión de los Suevos, como fuerzas aliadas que, tras acabar con las fuerzas de Honorio acabaron también con las de Constantino III y ejercieron un dominio feroz.

Por su parte, tras el saco de Roma, los godos pretendían continuar su conquista del Imperio por el norte de África, pero su inexperiencia marinera les forzó a continuar por tierra sus conquistas. Comandados por Ataulfo continuaron hasta conquistar España. El reino visigodo, así, duró tres siglos.

Pero los visigodos (godos del Oeste), como los ostrogodos (godos del este), ya venían relativamente cristianizados; eran arrianos. El arrianismo, desviación propagada por Arrio que negaba la Santísima Trinidad, fue condenado en el primer concilio de Nicea, celebrado el año 325, y mantendría una lucha más intensa que menos, con el catolicismo. De especial importancia es este concilio en la Iglesia; en el mismo se proclamó el “Credo” que hoy mismo rezamos. Los visigodos permanecieron en el arrianismo hasta la celebración del tercer Concilio de Toledo, celebrado el año 589.

Si es cierto que los godos invadieron el Imperio Romano, no es menos cierto que a su vez se vieron conquistados por una cultura, la romana, que era muy superior a la por ellos aportada. Respetaron las instituciones hasta el extremo que el mismo Braulio, obispo de Zaragoza, autor del siglo VI, en la vida de San Millán de la Cogolla, hace mención de senadores y curiales de España en aquel tiempo.

En este tiempo se empezaron a propagar las epidemias que caracterizaron al Bajo Imperio. Estas, de forma esporádica y brutal, elevaban las tasas de mortalidad de una población que, en épocas normales, ya las tenía muy altas (hasta del orden del 20-30 por mil, y aun más); así se conseguían eliminar los excesos de habitantes. La población de España hacia el siglo V sería igual o ligeramente inferior a la que se había alcanzado en el siglo III… y en el siglo V, la distinción entre población rural y urbana había perdido casi todo su contenido.

Los visigodos llegaron a la Península, en un número aproximado de 200.000, aunque autores del siglo XX rebajan su número hasta los 30.000, procedentes de su zona de asentamiento, Galia, donde más o menos cumplían con las necesidades del Imperio, y lo hicieron con la única misión de expulsar a los intrusos vándalos que devastaban el Imperio. Realizada esta tarea, y cuando volvían a la Galia, se vieron encerrados por los francos, que les habían cerrado el paso, por lo que el Imperio les permitió el nuevo asentamiento. Para los siete millones de hispano romanos, la situación variaba poco, ya que los derechos anteriormente detentados por las tropas romanas lo eran ahora por los visigodos. Sólo había una diferencia; los nuevos amos eran arrianos. Físicamente ocuparían Septimania, la parte sur occidental de la Galia Narbonense, si bien tendrían diversa presencia militar en la península ibérica.

Esto sucedía el año 413 (451 de la era Hispánica) con Ataulfo (Atta, padre; Hulfe, socorro), que en el saqueo de Roma, de donde parte el tesoro de los visigodos, y que en principio es la base de la corona, había secuestrado a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, con quién casó. Parece que Gala Placidia influyó decididamente en Ataulfo, quién combatió y venció a los vándalos y restableció el orden romano en sus dominios, pero su postura pro-romana, que le llevó a mantener todo el aparato del estado romano, ocasionó su asesinato y el de sus tres hijos, el año 415, por parte de Sigerico, con sentimientos anti-romanos, Pero Sigerico duró 7 días como rey, ya que fue asesinado. Había tomado forma el modo visigodo de cambiar de rey. Por su parte, Gala Placidia casaría con Constancio, general de Honorio, de quién engendraría a Valentiniano III y sería emperatriz regente durante su minoridad.

Aparte las ciudades ya creadas y habitadas por la ciudadanía romana, que contaba con poblaciones como Tarraco, Mérida, Sevilla, Córdoba, Lugo, Astorga, o Pamplona, por citar algunas, la mayor parte de la población viviría en el medio rural, bien en vici (aldeas pequeñas), fundos señoriales, pequeñas agrupaciones urbanas fortificadas y emplazamientos castreños en las zonas de montaña, estos especialmente ubicados en la cornisa cantábrica, en los territorios habitados por astures, cántabros, várdulos, caristios y autrigones, la zona menos romanizada, que ocupaba un territorio equivalente a las actuales provincias de Asturias, Cantabria, Guipúzcoa, Vizcaya y Álava, siendo que Asturias no conoció la organización municipal romana. El hábitat sería de tipo disperso y con poca densidad. La población se concentraría preferentemente en las cercanías de las vías de comunicación y en las vegas fluviales de los ríos.

En cuanto a la propiedad de la tierra, desde comienzos del siglo II se asiste a un alarmante desarrollo del latifundismo en las regiones occidentales del Imperio; la causa es que los miembros de la nobleza senatorial o ecuestre, enriquecidos con el comercio con Oriente, empiezan a comprar las tierras pertenecientes al Estado romano (ager publicus) que, siglos antes (en los años 132-122 a. C), los Gracos habían intentado distribuir en lotes reducidos a los campesinos pobres. Este proceso se veía agravado porque la competencia de los productos agrícolas orientales, más baratos, hacían poco rentables las pequeñas explotaciones y sus propietarios, cargados de deudas, se veían obligados a vender sus tierras a los latifundistas que así aumentaban enormemente sus propiedades.

Anteriormente las grandes propiedades eran explotadas directamente por sus propietarios, mediante tinos mayordomos (villici) que dirigían grupos de trabajadores esclavos (familiae); pero a partir del siglo II d. C. es frecuente que el propietario se desentienda del cultivo directo de sus tierras, que entrega en lotes a arrendatarios (que a veces eran sus antiguos esclavos manumitidos) o colonii. Estos carecían de dinero para perfeccionar sus explotaciones de forma que fuesen más rentables frente a la competencia oriental o para llevar adelante una reconversión de cultivos que no sufrieran los efectos de aquélla y fueron la causa del estancamiento técnico de la agricultura durante el Bajo Imperio. Los colonii se transformaron, como lo prueban ciertas disposiciones imperiales, en personas vinculadas a la tierra que cultivaban o, quizá —como ocurría con los bucellarii— al dueño de ésta. En el escalón más bajo de la sociedad hispano goda estaban los siervos o esclavos, caracterizados por carecer, al menos en principio, de personalidad jurídica, siendo considerados como cosas. No obstante, parece que, siguiendo la tendencia que generalizó en el Bajo Imperio, la ley les reconoció cierta capacidad jurídica. Las causas por las que una persona caía en la esclavitud fueron en la España visigoda las mismas que en el Bajo Imperio (cautiverio, deudas, nacimiento de padres esclavos).

Las ciudades mantuvieron por sí mismas, durante mucho tiempo, una importancia considerable. Sus instituciones municipales no desaparecieron bruscamente con la llegada de los germanos. Se puede señalar que no solamente en Italia, sino también en España e incluso en la Galia conservaron sus Decuriones, es decir, un cuerpo de magistrados provistos de una autoridad judicial y administrativa cuyos detalles se nos escapan, pero cuya existencia, y origen romano no podemos negar. Cada ciudad sigue siendo el mercado de los campos de su alrededor, el domicilio invernal de los grandes hacendados de su región y, por poco que esté favorablemente situada, el centro de un comercio cada vez más desarrollado a medida que se aproxime a las costas del Mediterráneo.

En ese sentido, las condiciones esenciales en que se desarrolló el comercio exterior de la España visigoda fueron las mismas que habían caracterizado su desarrollo durante el Bajo Imperio. Las principales rutas comerciales fueron las que unían los puertos mediterráneos de la península con Cartago y otros puntos del África del Norte, así como las que ponían en comunicación con Italia, Grecia, Asia Menor y Septimania. También se mantuvieron activas las rutas que unían Cádiz con ciertos puertos atlánticos de las Islas Británicas (de donde se importaba, sobre todo, estaño) y de las Galias.

Las mismas condiciones comerciales que durante el imperio, pero con un evidente enrarecimiento del comercio interior y debilitamiento del exterior, derivados ambos factores de la falta de demanda y de la baja producción. También se produjo un descenso del nivel de consumo. La polarización social hizo que la mayoría de la población, que se movía en niveles cercanos a la miseria, redujese su demanda de productos, mientras que la minoría opulenta apenas presionase al mercado.

La monarquía visigótica también fomentó la ganadería lanar rememorando sus raíces seminómadas. Al asentarse en Hispania dividieron el territorio en eriales y prados y campos para el cultivo. En esta actuación paisajística hallaron el origen de la entrada estival del ganado para aprovechar las rastrojeras y abonar las tierras, así como los derechos de leña y ramoneo, recogidos después por los fueros municipales.

La legislación goda se ocupó en varios pasajes de la protección a la crianza ovina. Como reconoce el libre tránsito del ganado por las vías pecuarias y la obligación de que éstas permaneciesen abiertas, sin que se pudiesen romper con cercados, plantíos y siembras, se condena las prohibiciones de pastar de paso en campos abiertos y se contempla la comunidad de hierbas, se advierte que el que quitara o mudara señal a cualquier animal que encontrase sería castigado con pena de hurto, y se ordena por ley de Eurico que en caso de mezcla el que tuviese ganado ajeno debía decirlo en Concejo; leyes que fueron dictadas cincuenta años después de la venida de Ataulfo; leyes con claro matiz romano que se apoyaban en un “consilium” que integraba miembros de la aristocracia godo-romana.

En estas leyes se atienden aspectos a resaltar en el sentido de proteger al débil; así, atiende el “derecho de asilo a los siervos” (en las iglesias). El siervo debía ser entregado al amo si éste juraba que lo trataría con benevolencia. Y si el asilado era hombre libre, se castigaba con la muerte a quién violase el asilo.

Otros aspectos a destacar en esta legislación era el derecho a la apelación, la creación de un registro de la propiedad, penas por incendio doloso, y cuestiones de herencia.

Una actividad, la legal, que hace de los visigodos seguidores de la civilización romana.

En otro orden cercano de cosas, la vida económica de la España visigoda fue una continuación de la vida económica de los siglos del Bajo Imperio. Lo que más la caracteriza es el continuar con la situación deprimida que arranca, en último término, de la crisis económica que se abatía sobre el mundo romano, especialmente el occidental, desde el siglo III. Una baja de la natalidad provocó un descenso de la demanda de productos agrícolas e industriales, porque provocó una disminución del mercado de consumo y ello acarreó el comienzo de la crisis. No obstante esta teoría deja por explicar la causa de aquella baja natalidad, lo que ha impulsado a algunos autores a interpretar el fenómeno al revés: fue una crisis agrícola que redujo los medios de subsistencia y provocó, a causa de la miseria, una serie de epidemias; su consecuencia última fue el descenso de la población y la consiguiente reducción del mercado que absorbía la producción industrial, que también entró en crisis.

Entre tanto, en el 415, año del asesinato de Ataulfo por Sigerico, los alanos expulsaron a los vándalos, que debieron salir de la bética para retirarse a Galicia, cerca de los suevos.

Walia sucedió a Sigerico cuando éste fue asesinado en el séptimo día de su reinado, y se esforzó en luchar contra suevos, vándalos y alanos, con gran éxito, y desestimando luchar más contra los romanos, porque “¿por qué perder un tiempo precioso combatiendo con semejantes hombres, cuando es más glorioso despreciarlos que vencerlos?”. El hecho es que Roma le concedió territorios en Aquitania como compensación por su lucha contra Suevos, Vándalos y Alanos, y su presencia en Hispania era de carácter menor, limitada a unidades militares. El pueblo visigodo se hallaba en la Provenza, y sin dominio sobre las grandes ciudades.

Por su parte, el emperador Honorio seguía teniendo como propios los éxitos de Walia, a quién perdonaba los constantes excesos que ejercía sobre la población galo-romana, motivado principalmente por el desorden reinante en su corte, que le hacía estar más pendiente de su propia supervivencia que de cualquier otra cuestión. El año 420 murió Walia, habiendo constituido un imperio que iba desde Tolosa al Atlántico, y es que el sentimiento de unidad, ya presente durante el Imperio Romano, no dejó de estar presente durante la Edad Media.

Le sucedió Teodoredo, durante cuyo reinado fueron expulsados los vándalos, que pasaron a piratear las costas de Mauritania, donde finalmente se asentaron, conquistando posesiones que anteriormente eran romanas. Fueron señores, entre otras ciudades, de Hipona, que fue conquistada el mismo año que moría, en esa misma ciudad, su obispo, San Agustín. Mauritania y parte de Numidia pasaba a su exclusivo poder, con el reconocimiento del Imperio, que se formalizaría en 435.

El año 423, a la muerte de Honorio era nombrado emperador Valentiniano III, hijo de Gala Placidia, y los visigodos veían cómo se les seguía perdonando excesos como la toma de Arlés y la práctica anexión de Septimania. Puede considerarse que este es el momento real de la total independencia del reino visigodo de Tolosa. Los visigodos son los encargados del nombramiento de jueces y gobernadores (comes).

Ya sólo quedaban en España hispano-romanos, suevos y visigodos. Los suevos conquistaron la Bética y la Lusitania, y perseguían ferozmente al cristianismo y a los hispano-romanos; mientras, la división del pueblo se mostraba en todos los lugares, y el nombre de “romano” comenzaba a ser despreciado, y comenzaba a florecer en vascongadas un grupo humano conocido como “bacaudos”, que renunciaba a todo y practicaba la delincuencia; los mismos que corriendo los años provocaría levantamientos contra el reino visigodo.

A este propósito escribe Salviano: ¿Por qué otra causa son bacaudos y desertores de su patria, sino por nuestras injusticias, por la iniquidad de los jueces, por la codicia de aquellos que han invertido en beneficio propio los caudales exigidos bajo pretexto del bien público…?... Por tales tropelías y por la violencia de los jueces, ha sucedido que los hombres agobiados y casi muertos, ya que no se les permitía vivir como romanos, han querido ser lo que eran… Perdida su libertad, han debido salvar su vida, y se han hecho bacaudos”.

En esta mitad del siglo V, el pueblo abandonaba Roma para unirse a los invasores visigodos, en los que encontraban más apego a las costumbres tradicionales hispano-romanas. Esto explica el definitivo arraigo de los visigodos, que no se vieron hostigados como los suevos, vándalos y alanos. El Imperio había muerto a sus propias manos, por sus propios vicios, y el orgullo de llamarse romano había desaparecido.

Por otra parte, mientras también la esclavitud había desaparecido, comenzaba a tomar cuerpo la servidumbre. También lo denuncia Salviano: “Despojados de sus bienes, quédales únicamente su propia persona, y no tardan en perder lo único que habían salvado; arriéndanse ellos y sus hijos para cultivar las tierras ajenas y venden su libertad por algunas medidas de trigo y un asilo”.

Había también entre los godos, como en tiempo de los romanos, nobles y plebeyos, siervos y señores, patronos y libertos. Si bien los godos no abolieron absolutamente la esclavitud romana que hallaron establecida, modificaron por lo menos y mejoraron su condición. La esclavitud pasó a ser servidumbre, que relativamente fue un adelanto social. Distinguíanse cuatro clases de siervos: idóneos, viles, natos y mancipios. La diferencia en las dos primeras la constituía la mayor capacidad de los siervos, y el empleo a que el señor los destinaba… la ley cristiana de los godos hizo un bien inmenso con abolir el derecho que sobre la vida y el honor de los esclavos tenían los antiguos señores romanos.

Como en otras ocasiones en la Historia, fue el enemigo interior quién acabó con el Imperio. Las ciudades eran abandonadas por los ejércitos romanos, y sistemáticamente ocupadas por los visigodos, que eran bien recibidos por el pueblo, harto de la corrupción que había acabado con el Imperio.

Pero por el contrario, algunos aspectos de Roma habían calado ya en los visigodos; así, Teodoredo (Teodorico I), dictó las conocidas “Leyes de Teodorico”, cuyo texto no se ha conservado, pero que los historiadores deducen que debía tratar cuestiones de reparto de tierras, así como el aposentamiento militar, según el cual, el huésped militar recibía una tercera parte de la finca en que se instalaba. Derecho de conquista, sí, pero más suave que el que tres siglos después sería aplicado por los nuevos invasores, que por cierto, empezaron siendo bastante más ventajosas para los invadidos que las aplicadas por los visigodos.

Entre tanto, el reino de Tolosa se consolidaba, con un núcleo de nobles coordinados con el rey. Mientras, en el este, Atila constituía un vasto imperio que al parecer procedía de Tartaria… Iban vestidos de pieles y cueros, bebían la sangre y el orín de los caballos y comían carne cruda.

Los Hunos arremetieron contra occidente, en parte motivados por la influencia de Honoria, hermana de Valentiniano III quién en 450 llamó a Atila ofreciéndose a sí misma en matrimonio, ya que se negaba a casarse con Genserico, rey de los Vándalos, con quién pretendía casarla su hermano.

Por su parte, Genserico había mutilado a la hija de Teodoredo, del que temía venganza, y animó las intenciones de Atila con el ofrecimiento de repartirse el territorio.

Atila amplió sus intereses, que se centraban en el oro (6000 libras) que el Imperio les iba pagando religiosamente en concepto de subsidios y reclamó el imperio que le brindaba Honoria.

Teodoredo se unió a los ejércitos romanos compuestos por visigodos, francos, alanos, burgundios, algunos hunos fieles todavía a Aecio, y sorprendentemente, también por romanos. La principal fuerza de este ejército radicaba en la caballería visigoda y romana y vencieron a Atila en los campos Cataláunicos, parando a un ejército compuesto por 500.000 hombres entre ostrogodos, gépidos, hérulos, rugianos, escitas, burgundios, francos y turingios. En esta batalla, que perdió Atila, murió Teodoredo, y según cuentan las historias, hasta doscientos mil soldados dejaron la vida. Era el 20 de Junio de 451. Y el triunfo no fue todavía más rotundo, como temía Atila, gracias a la actitud del general Aecio, que temía la ascendencia de los godos dentro del imperio y acució a Turismundo para que tomase la corona al tiempo que animaba a los galos a volver a su tierra.

Turismundo acabó venciendo a Atila. Era Turismundo de carácter despótico y altanero. Rompió el feudo con Roma. Finalmente fue asesinado por su hermano Teodorico II el año 454, que restableció el feudo con el Imperio.

Como consecuencia inmediata, Valentiniano ordenó a Teodorico que marchara a la Tarraconense para limpiarla de bagaudas. Cosa que hizo.

No se sabe exactamente quienes eran los bagaudas. Lo más probable es que fueran bandidos procedentes de varias clases sociales diferentes, incluidos esclavos y pequeños granjeros desposeídos, a los que los reveses políticos y económicos de la época impulsaron a unirse a las bandas en expansión continua de aquellos que ya no podían conseguir su sustento a partir de sus propios recursos.

Claudio Sánchez albornoz señala que eran rebeliones campesinas surgidas a la caída del Imperio, y que se produjeron especialmente en tierras vasconas. Estos bagaudas, perseguidos por las tropas visigodas al servicio de Roma, volvieron sus armas contra sus vecinos várdulos, caristios, autrigones y cántabros, a quienes les arrebataron su asiento.

Pero en este caso, una vez liquidado el trabajo, los visigodos se aseguraron de dejar guarniciones permanentes en la provincia. Además, y según un pacto con los suevos por el Imperio, éstos abandonarían las provincias Tarraconense y Cartaginense. Como garantía de este pacto los visigodos ocuparon, en nombre del Imperio, varios puntos estratégicos en estas provincias. Se sabe que en Barcelona y Tarragona tuvieron guarniciones. También las hubo en otros puntos del valle del Ebro: Zaragoza y Calahorra, apoyos sin los cuales era imposible controlar a los bagaudas. No se sabe con certeza qué otros puntos controlaban los visigodos. Es fácil presumir que controlaban Cartagena y también Elche defendiéndolas a la vez de vándalos y suevos.

En 455 era asesinado el emperador Valentinano en medio del caldo de intrigas en que nadaba la corte imperial (en las que Valentiniano mandó asesinar a Aecio), y le siguió un periodo de nuevas intrigas para acceder al cargo donde los visigodos apoyaban a Avito frente a Petronio Máximo, y se produjo una guerra entre godos y vándalos en Italia, de la que salieron vencedores los godos. Como consecuencia, los suevos volvieron a la carga, saquearon Roma durante catorce días y tomaron parte de la cartaginense y de la tarraconense, lo que ocasionó una campaña de Teodorico II que le llevó al apresamiento de Rekiario, rey de los suevos, y al control del reino suevo, que dejó de tener presencia destacable.

Pero en este festín de la sinrazón, Avito fue despuesto en 457 por Mayoriano, cuya primera misión fue desplazarse a Arlés a rendir pleitesía a Teodorico II (¡dónde había caído Roma!). Avito sería asesinado en 461 y sería sustituido por Libio Severo, quien entre 462 y 464 cedió el gobierno civil de las provincias de Hispania a los visigodos.

Las provincias y ciudades, que generalmente conservaron la misma división y los mismos nombres que habían tenido bajo la dominación romana, se gobernaban por duques y condes; aquéllos regían una provincia entera, éstos presidían el gobierno de una sola ciudad y estaban subordinados a los primeros. Sustituían, según algunos, a los duques en ausencias y enfermedades los gardingos. Las poblaciones de menor entidad eran gobernadas por los prepósitos.

En 466 Teodorico II era asesinado por su hermano Eurico, que le sucedía en el reino y rompería el feudo con Roma al tiempo que ocupaba toda la Septimania. Los godos controlaban la Galia al Sur del Loira y desde los pasos alpinos a Burdeos gracias a la incompetencia de lo que quedaba del Imperio, donde Nepote, a título de emperador cedió su soberanía al godo. Además controlaban la mayor parte de las provincias Tarraconense, Cartaginense, Lusitania y Bética, y todo en menos de tres años.

En 475 Eurico compilaba su código legal. Con este código el reino de Eurico disponía de ley escrita, lo que le situaba a la misma altura que el Imperio.

A los setenta años de haber sido invadida España habían cumplido los godos la primera parte de su misión, la de destruir o lanzar los otros bárbaros, y dan principio a la segunda, la de organizar un gobierno y un estado. En Eurico, en cuyo tiempo se pudo decir ya con verdad: «España tiene un rey godo,» se ve la civilización ir venciendo a la barbarie. Eurico subió al poder por un fratricidio: aquí se ven aún los instintos del godo bárbaro; pero después rige el imperio con justicia, y da leyes escritas a su pueblo: este es ya el godo civilizado.

Durante el reinado de Eurico caía, el año 476, el último emperador romano (que por cierto había sido impuesto por Orestes, secretario de Atila), Rómulo Augústulo, nombre que si le había sido puesto por su padre, fue recogido por el pueblo para un emperador que hacía gala del sobrenombre. Por esta época los visigodos ya tenían asentamientos en Mérida y en el valle del Guadalquivir.

Por su parte Clodoveo, rey de de los francos, conspiraba para cortar el creciente poder de los visigodos, si bien se veía frenado por Teodorico, rey de los ostrogodos de Italia.

Eurico moría en 484, sucediéndole su hijo Alarico II, que perfeccionó la tarea de gobierno de su padre, consolidando la estructura gubernativa del Reino de Tolosa, y poseyendo ciudades en Hispania, entre las que destaca Pamplona, desde donde se combatía, con tropas auxiliares vasconas, las rebeliones de los cántabros y los astures. En esta marcha, se asentaron a ambas orillas del Duero, desde Soria hasta más allá de Toro (¿Villa gothorum?) y desde la cordillera cantábrica hasta la central, llegando a controlar los territorios de Burgos, Palencia, Valladolid, Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara, Madrid y Toledo. El momento cumbre de tal proceso lo constituyó la promulgación de la Lex Romana Visigotorum, un nuevo texto legal compilado sobre la base del código de Eurico.

Hasta estas fechas, la presencia visigoda en España sólo había tenido carácter militar, no de población. A lo que parece, no entraron con intención de poblar definitivamente hasta el 494-497, cuando ya se estaba gestando un enfrentamiento que tendría dramáticas consecuencias para el reino visigodo, que hasta entonces había sido de Tolosa.

El motivo del asentamiento en tierras de España fue el avance de los francos, cuyo rey, Clodoveo, convertido al catolicismo contaba con el apoyo de los católicos galos, acabó con la vida de Alarico II en la batalla de Vouille, en 507; tomaron Burdeos y saquearon Tolosa. Tomaron Arlés y pusieron cerco a Narbona. El hundimiento del reino visigodo en la Galia pudo ser aún más catastrófico de no haber intervenido el ostrogodo Teodorico, que se convirtió en regente y protector del rey visigodo (que era su sobrino) y prestó apoyo militar a los visigodos para salvaguardar sus posesiones en Septimania, con lo que evitaba que los francos tuvieran salida al Mediterráneo.

A partir de esa fecha el pueblo visigodo se traslada masivamente de la Galia a Hispania, y al hacerlo lleva consigo su estructura de Estado. El resultado contrario de la batalla de Vouille sería, al fin, de vital importancia para la creación del estado visigodo.

Su asentamiento, dado el escaso número que eran no pudo ser hegemónico ni homogéneo, dándose una mayor densidad de asentamientos en la Cartaginense, en concreto en la Meseta Norte, en un triángulo delimitado aproximadamente por las ciudades de Palencia, Sigüenza y Toledo. Le sigue en importancia la Tarraconense, desde la costa hasta la tierra fronteriza con los vascones y cántabros, Vardulia, ocupadas por los bagaudas. Según se remontaba el curso del Ebro la densidad de población visigoda disminuía. Y por supuesto, en la Septimania (o Galia Gótica), de la que los francos no llegaron a echarlos. La Bética, la Lusitania y la Cartaginense Sur eran romanas, mientras que los suevos se mantenían en Galicia, mezclados con la población hispano romana.

Se respetaron las instituciones; los visigodos se regían por sus leyes, y los hispano-romanos por las suyas. En el seno de la sociedad hispano goda, la división que de forma más clara y trascendente dividía a las personas, es la que lo hacía en nobles, libres, semilibres y esclavos. En nobles, se integraba tanto la antigua nobleza goda, perteneciente a los linajes de más tradición, como aquellos que se habían ennoblecido por su vinculación, mediante un juramento de fidelidad, al rey o a algún noble muy importante, es decir, los fideles o gardingos (los miembros del comitatus) del rey o de los nobles más importantes; en general todos ellos recibían la denominación de seniores. A su lado, la antigua nobleza hispanorromana se había integrado perfectamente en el seno de la nobleza de la sociedad hispano goda. Estaba constituida, esencialmente, por grandes terratenientes que pertenecían a la clase de los senatores que, en ocasiones, descendían de antiguos comerciantes enriquecidos, transformados en propietarios agrícolas ante el cariz que empezó a tomar la vida comercial a partir de la crisis del siglo III. La mayor parte estaban vinculados —o lo habían estado— a las curias municipales y al gobierno provincial. Los dos sectores de la nobleza de la sociedad española de los siglos V y siguientes —la goda y la romana— no tardaron en mezclarse, aun antes de que ello fuese admisible desde el punto de vista legal, hasta convertirse en un solo cuerpo social que desempeñaba las funciones que, años atrás, habían desempeñado cada uno de sus componentes por separado.

A lo que se ve, y defienden historiadores como Valera, se perpetuó la distribución municipal romana, con senadores y curiales a los que hace mención San Braulio.

Teodorico el Grande (tutor de Amalarico) gobernó Hispania como provincia de su reino hasta el año 526 delegando en Teudis, y controló a los suevos, que continuaban sus saqueos que culminaron con asalto a Lugo, donde pasaron a cuchillo a toda la población. Teodorico dominaba todo el territorio de Hispania que, en gran parte era nominalmente romano, pero que, ante la debilidad y desidia del Imperio y la corrupción de sus instrumentos, convivían y colaboraban con los nuevos señores los visigodos, que respetaban las costumbres y las leyes preexistentes en los territorios conquistados. Las partes no romanizadas, Vardulia, y Caristia, fueron ocupadas por los vascones.

Teodorico procuró mantener la unidad del reino ostrogodo-visigodo, con lo que se posibilitó la venida de ostrogodos, que queda manifiesta en los reinados de Teudis y Teudiselo.

Pero fue el año 507, cuando Gesaleico, hermano de Amalarico, fue proclamado primer rey de la dinastía Visigótica tras la retirada de las Galias ante el empuje de los francos que ya hemos señalado. El año 510 huyó a África, acosado por Teodorico el grande, pero volvería con grandes cantidades de dinero que emplearía en organizar un ejército. Finalmente sería preso y muerto en la batalla de Barcelona, en 511. Le sustituye Amalarico, bajo la regencia de Teodorico el grande (510-526), su abuelo, rey de los Ostrogodos, que dio el poder militar a los ostrogodos y el civil a los hispano-romanos.

En este periodo, en el que la ciudadanía romana había desaparecido, auspiciado por Teudis (tutor delegado de Amalarico), se dictaron leyes que permitían el matrimonio entre godos y romanos, mientras el pueblo godo se instalaba principalmente en los asentamientos romanos (Mérida, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba y Toledo, la capital)

Amalarico, rey independiente (526-534). Era hijo de Alarico II. Tras asumir el poder, fue derrotado en Arles (526) y hubo de ceder Provenza a Atalarico, rey de los ostrogodos de Italia sucesor de su abuelo Teodorico el grande. El intento de Teudis por aproximarse a los hijos de Clodoveo, mediante la boda de Amalarico con una hija de aquel, Clotilde, no prosperó a causa de la intransigencia doctrinal de Amalarico, que provocó una guerra en la que los francos tomaron Narbona, y a consecuencia de la cual sería asesinado en Barcelona por el franco Bezón.

Su muerte aportó a la población española un respiro en el ámbito religioso, ya que el nuevo rey Teudis, ostrogodo que había sido primer consejero de Amalarico, fue rey desde el 531 al 548, favoreció el catolicismo y trasladó la corte de Tolosa a Barcelona. Reforzó la política de colaboración con las aristocracias hispanorromanas, reforzando también el papel de liderazgo del episcopado católico, movido por la campaña de reconquista iniciada por Justiniano, que en 533 destruyó el reino vándalo en el norte de África y tomó el control del Mediterráneo al conquistar las Baleares.

Destacó guarniciones en la Bética y en la cosa levantina; paró una invasión de los francos y conquistó por breve tiempo la ciudad de Ceuta, que de inmediato fue retomada por los bizantinos. A pesar de su permisividad con el catolicismo, el reinado de Teudis fue tiránico.

En 548 Teudis muere asesinado en Barcelona o en Sevilla, y le sustituye Teudiselo, que a los dieciocho meses de asumir el reinado fue asesinado por sus nobles, en Sevilla, hartos de los abusos que llegaba a ejercer sobre todos. Reinó desde el 548 al 549 y contrariamente a Teudis, era abierto enemigo de la religión católica.

La actividad internacional era importante, y el reino visigodo debía hacer frente a ataques externos. Así, entre los años 532 y 544 el Imperio Bizantino conquistó el norte de África, Sicilia, sur de Italia y llegó a conquistar el sur de Hispania, desde Alicante hasta el sur de Portugal y mantuvo enfrentamientos de importancia con los francos, como en el año 541, cuando hasta cinco reyes francos, entre ellos Clotario y Childeberto, sitiaron Zaragoza durante 49 días, lo que provocó despoblación en la Tarraconense.

A Teudiselo sucedió Agila (549-555), que fue nombrado arbitrariamente por los asesinos de aquel. Tuvo serios enfrentamientos en Córdoba, ocasionados por partidarios de Theudiselo, y allí profanó la tumba de San Acisclo, contra la tradición arriana de ser respetuosos en estas cuestiones, lo que comportó nuevas sublevaciones en todo el reino, principalmente en el norte, astures, cántabros y vascones. Se produjo una guerra civil en la que Atanagildo era el cabecilla de la sublevación. Agila sería asesinado por sus parciales, que aclamaron como rey a Atanagildo (555-567) que se había sublevado contando con el apoyo de Bizancio, cuyo emperador, Justiniano, ansiaba la reconstrucción del caído Imperio Romano de Occidente, y que obtuvo a cambio la cesión de una buena franja del litoral peninsular, desde Denia a Gibraltar, donde se establecería la provincia bizantina de España (555-625), Bizancio ya tenía las islas del Mediterráneo. Atanagildo trasladó la corte a Toledo, donde había mayor concentración de visigodos y se enfrentó a Bizancio sin consecuencias, al tiempo que casaba a sus dos hijas, Brunequilda y Galswinda con Sigiberto y Chilperico, príncipes galos que buscaban reforzar su posición. Por su parte, también Atanagildo reforzaba su posición frente a los galos y sobre todo frente a los bizantinos. A su muerte, curiosamente acaecida por causas naturales, en puridad, el reino hispano visigodo contaba con 60 años de vida.

Durante su reinado se consolidó el catolicismo en Galicia. A su muerte fue sustituido por Liuva, que se instaló en Narbona para controlar a los francos, pero como esta decisión no era del agrado de los nobles, puso a su hermano Leovigildo al frente del reino en España. El año 572, finalmente, Leovigildo asumiría el control total del reino y acabaría expulsando a los funcionarios imperiales. Con él se produce el fin del Imperio Romano en España.

En esta época aparecen las primeras referencias al Condado del Rosellón cuya jurisdicción correspondía, muy probablemente, al de la antigua ciudad ibero romana de Ruscino y con el obispado de Elna. Este primitivo condado, que comprendía las comarcas históricas de Plana del Rosellón, Conflent y Vallespir, lo creó el rey visigodo Liuva I en el año 571.

El rey Leovigildo (565-586) es el verdadero creador del Estado hispano-godo y, por ende, de la nacionalidad hispánica misma: Hispania, reino, entidad política independiente, sucedía a la antigua provincia sujeta al poder de Roma. Primeramente, desde su gobierno de Toledo, a salvo de la amenaza de francos y de bizantinos, intentó con éxito someter a la autoridad central la mayor parte del territorio peninsular en un momento crítico de fragmentación político-territorial, Así, tras consolidar el poder real, derrotó a los suevos del noroeste, que eran católicos, incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones, alzados contra su autoridad. Desde su coronación tuvo al menos una importante campaña militar anual, en cada una de las cuales sometió a cántabros, astures, suevos, sappos, bizantinos… hasta que en 570 tuvo unificado el reino salvo una franja mediterránea ocupada por Bizancio. No obstante, los conflictos con astures, cántabros y vascones serían un problema enquistado hasta la misma desaparición del reino.

Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal nacionalista que identificaba el Reino de los Godos («Regnum Gothorum») con Hispania, acotando nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental de Roma. En torno a ese nuevo ideal hispánico debería producirse la aproximación definitiva, la fusión entre godos e hispano-romanos, con lo que derogó la prohibición de matrimonios mixtos establecida por el Emperador Valentiniano. Sin embargo, el mantenimiento de Leovigildo en su fe arriana (religión nacional de los godos) y el intento de imponerla a sus súbditos hispano-romanos de religión católica, impedía la constitución de ese pueblo verdaderamente unificado. Sería su hijo, Recaredo, quien al convertirse al catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases de una comunidad político-religiosa nacional diferenciada, una nueva sociedad, en definitiva.

Los arrianos sobrevivían como religión étnica, pero soportando la rivalidad de las iglesias católicas de la mayoría de la población, como signo de identificación visigodo frente a los hispano-romanos, y Leovigildo, con la idea de unificar la nación, ejerció persecución contra el catolicismo, especialmente durante el enfrentamiento armado con su hijo San Hermenegildo, a quién había designado duque de la Bética, con vistas a que le sucediese en el trono. Este enfrentamiento se produjo entre los años 579 y 584, como consecuencia de la persecución realizada sobre la persona de Ingunda, esposa de Hermenegildo y católica. Juan de Biclaro lo recoge en su crónica: Mientras Leovigildo reina en tranquila paz con sus enemigos, una riña doméstica perturba la seguridad, pues en aquel año su hijo Hermenegildo, por conspiración de la reina Gosuinda, asume la tiranía, se encierra en la ciudad de Sevilla, después de haberse rebelado, y lleva consigo la rebelión contra el padre a otras ciudades y castillos. Esta causa produjo mayores daños en el reino de España, tanto para los godos como para los romanos, que la incursión de los enemigos.

Bajo la influencia de Ingunda y del Obispo Leandro de Sevilla, Hermenegildo se bautizó católico, se proclamó rey y emitió moneda, animado por la mayoría católica de España; religión que, al fin, practicaba desde niño, siendo como era hijo de Teodosia, naturalmente católica… y hermana de San Leandro y de San Isidoro.

A pesar de esta manifiesta sublevación, Leovigildo no marcho contra su hijo, sino que continuó sus campañas militares tendentes a la unificación del reino; organizó una campaña contra los vascones, y posteriormente llamó a Hermenegildo a Toledo, pero éste se negó a acudir y organizó un levantamiento en el que le siguieron Córdoba, Mérida y Ébora. Toledo estaba al alcance.

Leovigildo retomó Mérida en 582 y en 583 Sevilla y Córdoba. A principios de 584 acababa la guerra con clara victoria de Leovigildo, que continuó la guerra contra los suevos.

Y es que en aras de la religión, Hermenegildo pidió y consiguió ayuda del reino suevo, pero la ayuda llegó tarde, cuando ya estaba prisionero. En 584, tras un pacto entre Leovigildo y Bizancio, había sido vencido Hermenegildo, que tras negarse a abrazar el arrianismo fue degollado por el duque Sisberto en Tarragona el 13 de Abril de 585. En 1585 sería canonizado.

Aprovechando las circunstancias, los francos invadieron Septimania, pero posteriormente fueron rechazados por Recaredo.

Tiernas son las cartas que padre e hijo se remitieron. El padre, reprochando cariñosamente que el hijo abandonase el arrianismo, y el hijo aduciendo que es sumiso a su padre, pero que está presto a derramar hasta la última gota de su sangre por la única religión verdadera.

Muerto ya San Hermenegildo, se intentó la conversión forzada al arrianismo de todo el pueblo, asumiendo la divinidad de la segunda persona de la Santísima Trinidad, pero negándola al Espíritu Santo, pero esta sería cuestión resuelta en tiempo de su sucesor, Recaredo. No obstante, no hubo persecución religiosa, por lo que se deduce que el enfrentamiento no obedeció a otra cosa que a la voluntad de San Hermenegildo de erigirse como rey por encima de su padre, Leovigildo.

Leovigildo fue un gran rey que, además de ser el primero en usar corona y cetro, emitió moneda con su nombre y busto (hasta entonces llevaban el nombre del emperador bizantino), fundó dos ciudades (privilegio reservado al emperador), Vitoria y Recópolis (cerca de Zorita de los Canes, en Guadalajara), y tras su triunfo sobre los vascones, recuperó del poder de Bizancio importantes asentamientos como Córdoba, Baza o Asidonia (Medina Sidonia), ésta por la traición de un cierto Framidáneo, y todo el norte peninsular que había estado en poder de los suevos, y sobre todo fue un renovador formal de la monarquía, según San Isidoro. Instaló definitivamente en Toledo la capital del reino, que ya venía siendo usada en algunos aspectos como tal desde el reinado de Teudis, haciéndola centro de la actividad política y religiosa, y que en definitiva recogía la importancia que hasta el momento tenía el “tesoro regio”, base del poder real, fue respetada la organización administrativa y judicial romanas, con la misma división territorial, Tarraconense, Cartaginense, Bética, Lusitania y Gallecia, a la que se unía otra, Septimania o Galia Narbonense.

Las provincias estaban gobernadas por un “dux exercitus provinciae” y por una administración civil “rector provinciae”, regido por un “comes civitates”. A partir de este momento se emite moneda propia, rompiendo con la tradición de emitir moneda copia de la del Imperio de Oriente. Y lo que es más importante: Se puso como meta unificar definitivamente el reino, sin distingos entre visigodos e hispano-romanos, tendiendo puentes entre ambas comunidades, para lo cual llevó a efecto una interesante labor legislativa, recogida en el “Codex Revisus”, del que sólo hay noticias históricas por las referencias que de él hace San Isidoro.

Según tradiciones, murió católico.

Todos estos extremos fueron ensalzados por la cumbre de la sabiduría medieval, San Isidoro, en su relato de la historia de los godos, resaltando que con ellos los godos habían dejado de ser bárbaros. San Isidoro, verdadera alma de la patria española, dejo escrito: “De todas las tierras, cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra Hispania, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias… tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra, en que la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece…”. Es, como dice Menéndez Pidal, los cantos del desposorio de España con el pueblo godo.

El año 586 subió al trono Recaredo, tras repeler personalmente con éxito a los francos, habiendo heredado un reino unificado, salvo una pequeña franja mediterránea que estaba en poder de Bizancio. Su idea era completar la unificación del pueblo hispano romano con el pueblo godo; para ello primero convocó un concilio conjunto de obispos arrianos y católicos en el que presumiblemente se trató de la unificación de ambas religiones; propició el III Concilio de Toledo, que tendría lugar el año 589, cuando él mismo se había bautizado católico el 8 de Mayo de 586. Con ese hecho abrió las puertas de la política al pueblo hispano-romano y dio vía libre a la cultura. Si bien los hispano romanos no tenían acceso al trono. La pregunta es si, tal vez, el paso idóneo hubiese sido agregarse totalmente a Bizancio. Pero eso no es historia.

Los únicos que quedaban fuera eran los judíos; los mismos que ocasionaron graves daños a Alarico II, y quienes se mantuvieron fieles a la fe arriana, en concreto los obispos, entre los que destacaban Ataloco, Uldila y Sunna. Unos y otros ocasionarían sucesivos conflictos. En concreto Sunna huyó a África, y el obispo Uldila de Toledo, junto a la madrastra de Recaredo, conspiraron contra la nueva monarquía. Sabida por el rey esta conjura, el obispo salió desterrado de España, y la muerte que en aquella sazón sobrevino Gosuinda ahorró Recaredo el trabajo de discurrir el castigo que impondría la viuda de su padre.

El tercer Concilio de Toledo tuvo especial significado en la concepción de la unidad nacional de España, y a toda la catolicidad, siendo el complemento perfecto del concilio de Nicea. Fueron congregados hasta el número de sesenta y dos prelados y cinco metropolitanos bajo el magisterio del obispo hispalense Leandro. La fe era el vínculo esencial de los pueblos de España, y la historia nos ha demostrado que esa misma fe es la que posteriormente propició la Reconquista y la formación de la Hispanidad, y fue, en definitiva, un reconocimiento por parte de la minoría visigoda, de la fe defendida por la inmensa mayoría del pueblo español. La conversión al catolicismo de la clase dirigente visigoda significó la eliminación de las diferencias existentes entre la clase dirigente y el pueblo, y quienes perseveraron en el arrianismo fueron, al final, quienes vendieron España al dominio musulmán.

El Concilio puso orden en la Iglesia, prohibiendo usos poco acordes con el espíritu cristiano; regulaba la vida de matrimonio de los clérigos, a quienes les permitía infligir castigos a su esposa, y prohibía que quién después del bautismo accediese a la milicia fuese admitido al diaconado.

Llenos están los concilios de los primeros siglos de la Iglesia española de disposiciones acerca del matrimonio o de la continencia de los clérigos. Tres disposiciones dedicó a esta materia el concilio de Gerona de 517. Y los demás concilios provinciales dedican la misma atención al asunto. En concreto en el segundo de Toledo, en 527, se exigió expresamente a los jóvenes el celibato como condición precisa para recibir el subdiaconado.

El III Concilio de Toledo tiene particular importancia sobre los otros; significó, entre otras cosas, la unidad nacional de España; y marginar del poder a los judíos, que lo habían detentado bajo el poder arriano con graves perjuicios para el pueblo cristiano. Recaredo dictó tres leyes que merecen ser destacadas: la prohibición canónica de tener los judíos siervos cristianos, la moralidad de los funcionarios públicos y el impedimento matrimonial de profesión religiosa, y propició una mejor formación de los jueces para “que aprendan a tratar al pueblo piadosa y justamente”, igualando en derechos a todos los españoles. Y sucedió algo digno de ser remarcado: La Iglesia y la monarquía formaron una simbiosis mediante la cual ambas se beneficiaban; la monarquía gobernada, y los concilios legislaban. No en vano el conocimiento estaba circunscrito a la Iglesia.

El poder legislativo y el poder ejecutivo eran independientes; llegaría el VIII concilio que se inauguraría como sigue: En el nombre del Señor Flavio Recesvinto rey, a los reverendísimos padres residentes en este santo sínodo... Os encargo que juzguéis todas las quejas que se os presenten, con el rigor de la justicia, pero templado con la misericordia. En las leyes os doy mi consentimiento para que las ordenéis, corrigiendo las malas, omitiendo las superfinas y declarando los cánones oscuros o dudosos... Y a vosotros, varones ilustres, jefes del oficio palatino, distinguidos por vuestra nobleza, rectores de los pueblos por vuestra experiencia y equidad, mis fieles compañeros en el gobierno, por cuyas manos se administra la justicia... os encargo por la fe que he protestado la venerable congregación de estos santos padres, que no os separéis de lo que ellos determinen.

Si no abolió el Breviario de Alarico, hizo por lo menos muchas leyes que mandó fuesen obligatorias indistintamente para los pueblos, echando de este modo los cimientos de la unidad política sobre la base de la unidad religiosa, que eran los dos principios de que había de partir la civilización moderna.

Y finalmente, el tercer concilio de Toledo significó que la Iglesia tenía papel preponderante en la constitución del estado visigodo, al que aportaba cultura y conocimiento. De esta época procede el derecho real a la designación de obispos, como contrapartida a la preponderancia de la Iglesia en la constitución del estado, que ha sido heredado hasta el mismo siglo XX. Hecho que ha sido tan duramente criticado por unos y por otros, y que de manera anti histórica ha sido presentado como una imposición, en concreto, del generalísimo Franco, que por cierto, en alguna ocasión manifestó que no entendía cómo él debía intervenir en el nombramiento de los obispos, del mismo modo que no entendería que fuese la Iglesia quien interviniese en el nombramiento de sus generales.

El papel de los concilios de Toledo, que por algunos historiadores ha sido presentado como unas cortes generales mientras otros desechan por completo la idea, parece tener razón de ser, ya que si por una parte los visigodos (ya más clase social que etnia) mantenían el poder político, eran los concilios, conformados por hispanorromanos, quienes ejercían el control y la inspección de las actuaciones políticas.

Pero tal vez el influjo de la Iglesia fue diverso. Benéfico indudablemente para la vida civil, ya que a la postre podemos entender los concilios como unas cortes generales donde concurrían los principales representantes del pueblo, pero finalmente perjudicial para la vida de la nación y para la propia Iglesia si nos remitimos a los resultados del año 711 que, tal vez hubiese tenido otro resultado si las gentes de España hubiesen guardado algo más de espíritu combativo.

En este tercer Concilio no intervino sino la Iglesia, como sucedería hasta el séptimo, pero las decisiones de los concilios tenían manifiesto reflejo político, hasta el extremo que tanto este tercer concilio, como el cuarto, son tenidos como base de la nación española. Es de destacar que ya en el III Concilio se cita Spania en claro sentido sinónimo a todo el reino godo, incluyendo la Galia y Galicia. Del cuarto concilio es digna de destacar la prescripción LXXV que marca que “ninguna división de la patria surja por la violencia o la ambición”. A partir del octavo concilio, de 653, sí intervino la nobleza, lógicamente sin voz ni voto en asuntos eclesiásticos.

En lo militar Recaredo debió enfrentarse a los francos, que atacaron Septimania, que fue genialmente defendida por el general Claudio, quién asestó una terrible derrota a los francos en Carcasona. Dice san Isidoro que los combatientes españoles no pasaban de trescientos, y se enfrentaron a un ejército de 70.000 francos. Esta batalla fue cantada como en su momento fue la de los Campos Cataláunicos, y según el cronista Juan de Biclaro esto pudo ocurrir gracias a la misericordia de Dios y a la fe católica que Recaredo y los godos habían adoptado. Por su parte, Gregorio de Tours, historiador franco la relata indicando que los francos tuvieron 5000 muertos y mil cayeron prisioneros. La agresión franca estaba encaminada a desalojar a los godos de la Narbonense.

En el terreno de la unidad nacional, dictó muchas leyes que mandó fuesen obligatorias indistintamente para los pueblos, echando de este modo los cimientos de la unidad política sobre la base de la unidad religiosa.

Era Recaredo, dice San Isidoro, de un natural amable, pacífico y bondadoso, y tal el imperio de su dulzura sobre los corazones, que sus mismos enemigos no podían resistir al atractivo que los arrastraba hacia él, liberal hasta el extremo.

El binomio Leovigildo-Recaredo se caracterizó por los esfuerzos del poder monárquico por mantener o crear un Estado centralizado, con una administración pública de tradición tardo romana –justinianea, no totalmente en manos de la potente nobleza terrateniente hispano visigoda, para lo que era necesario lograr la máxima unidad jurídica e ideológica de la sociedad hispano visigoda, realzando el vinculo personal de súbdito frente a los lazos de dependencia personal de tipo clientelar y protofeudal. El Código revisado de Leovigildo sería el cuerpo legal desarrollado en este sentido, tanto por él como por Recaredo.

A la muerte de Recaredo quedaba una España unificada, poderosa y temida que seguía teniendo físicamente presente, en Cartagena, al imperio bizantino, que coincidiendo con la celebración del III Concilio de Toledo reforzaba las defensas y dejaba en entredicho la afirmación en que justificaba su presencia en España: La defensa de la fe católica… Y se hablaba de España como patria, lo que posteriormente posibilitó que, tras la asonada árabe, se hablase de Reconquista.

La nobleza, cuyo influjo disminuyó por favorecer el del clero, no perdonó nunca a Recaredo, y la veremos pronto tomar venganza en su descendencia.

Se hablada de España como patria en los ámbitos de los grandes pensadores hispánicos (San Isidoro, San Julián…), y se hablaba de “Spaniam”, de “Hispaniam”, en el resto de ámbitos. Así, el papa León II habla de “universi episcopi per Spaniam constituti”.

En todos los ámbitos, nacional y social, Recaredo redondeó la revolución que inició su padre Leovigildo.

A Recaredo le sucedió su hijo bastardo Liuva II, el año 601, que reinó con 18 años y fue muerto con veinte por Witerico, que dio un golpe de estado (año 603). Éste general ya se había opuesto a Recaredo y al III Concilio de Toledo y fue perdonado por Recaredo, a pesar de haber estado implicado en el intento de asesinato del obispo Mausona de Mérida. Era de la rama nacionalista, y aunque no volvió a instaurar el arrianismo, permitió que los nobles volviesen a la religión nacionalista. Witerico reinó hasta el año 610, cuando fue asesinado en medio de un banquete por la nobleza disconforme con sus actuaciones en el campo internacional, donde procuró la guerra entre burgundios y francos, sin obtener resultados positivos. El pueblo le dio, tras la muerte, el peor de los entierros: arrastrado por las calles de Toledo y sepultado fuera de los muros de la ciudad.

Le sucedió Gundemaro, cabecilla de la conjura, que aunque también nacionalista visigodo parece que fue más sincero en su conversión al catolicismo; reinó hasta el año 612 y pagó parias a los francos; era más proclive a las tesis de Recaredo, y tuvo que sofocar levantamientos de los vascones. Pero sin duda, lo que marca el reinado de Gundemaro es la consecución de la primacía de la sede apostólica de Toledo sobre la de Cartagena, donde pertenecía anteriormente. El motivo del cambio es que Cartagena estaba en poder de Bizancio.

Con Gundemaro los nobles “romanos” (culturalmente hablando) ya no estarán excluidos del trono, si bien debían tener sangre goda. Tomó Cartagena y acabó expulsando a los bizantinos.

A Gundemaro, que murió por causas naturales, sucedió Sisebuto, conocido como “rey letrado” (había sido educado como romano) y como “padre de los pobres”. Emprendió una victoriosa campaña contra los rebeldes vascones y astures. Redujo la zona ocupada por los bizantinos al Algarve y desencadenó una brutal persecución contra los judíos (616) inducido por Heraclio, emperador de Bizancio, que habiendo sido vencido su general Cesáreo por las tropas de Sisebuto, no accedía a firmar la paz si éste, Sisebuto, no expulsaba a los judíos, hecho que le valió la censura de san Isidoro y de toda la Iglesia, que se significó reiteradamente contra las persecuciones injustas. Se produjo una diáspora y una conversión masiva al cristianismo que más perjudicó a todos que benefició a nadie. No obstante, Sisebuto pasó a la historia como hombre sensible que liberaba prisioneros a costa de su propio tesoro, y documentos escritos han quedado, visigodos, francos y bizantinos en los que se refleja esa realidad.

Los judíos que optaron por el exilio se encontraron con que el rey franco Dagoberto también les imponía el bautismo o el exilio. Actitud ambivalente la de Sisebuto, difícil de comprender. Sólo San Isidoro clamaba contra la injusticia.

En 621 subió al trono su hijo Recaredo II, que a los dos meses de ser coronado fue asesinado y sustituido por Suintila (hijo de Recaredo I), que realizó una campaña contra los vascones. Fueron sometidos y obligados a construir la fortaleza de Olite para frenar sus incursiones por el valle del Ebro. También expulsó definitivamente el poder de Bizancio, y este hecho completa la total conformación de España, que según San Isidoro “fue el primero que obtuvo el poder monárquico sobre toda la España peninsular”. Persiguió a los nobles y a la iglesia.

Suintila poseía cualidades de sabio, pero es lo cierto que el hombre a quien antes San Isidoro había llamado el padre de los pobres, aparece en las historias como avaro, sensual, inicuo y tirano, y como tal aborrecido del clero, de la nobleza y del pueblo. Acabó siendo asesinado junto a su hijo, el año 631 como reacción popular a su voluntad de imponer en puestos de responsabilidad a sus familiares, lo que contravenía las leyes y las tradiciones.

El nuevo rey, Sisenando, alma de la conspiración, convocó de inmediato el IV Concilio de Toledo, con la intención de que fuese reconocido como rey y de que se condenase a Suintila y su hijo, con lo que da a los concilios un carácter político añadido; digamos que serían algo parecido a las cortes, donde los hispano romanos accedían a puestos y decisiones que antes les eran vetados. En él San Isidoro de Sevilla mostró sus cualidades. Se determinó que no se podía asesinar al rey, y éste sería elegido por la nobleza y por la iglesia. También se señaló las reglas y principios con que habían de gobernar el Estado, imponiendo a los reyes la obligación de ser moderados y suaves con sus súbditos, y fulminando excomunión contra los que ejercieran potestad tiránica en los pueblos. Así mismo se marcaba que el rey no podía por sí solo dar sentencia en las causas criminales sino con los jueces públicos. Mandaron igualmente que a la muerte del rey se juntaran los prelados y los grandes del reino para elegir pacíficamente el sucesor. San Isidoro propició que el concilio derogase el decreto dado por Sisebuto contra los judíos, e impuso orden en la iglesia.

San Leandro y San Isidoro eran hermanos y en ellos confluía la herencia visigoda de su madre y la hispano romana de su padre. San Leandro, que en Constantinopla se hizo amigo del que posteriormente sería San Gregorio Magno, tuvo parte en la conversión de San Hermenegildo. También tuvo que ver en la demanda de ayuda que San Hermenegildo hizo a Constantinopla. Este hecho estuvo a punto de costarle la cabeza, pero Leovigildo se limitó a desterrarlo de Sevilla, si bien al final le levantó la sanción y le encargó la atención de su hijo Recaredo. San Leandro murió en 596, y le sucedió en la sede apostólica su hermano San Isidoro, que volcó toda su sabiduría en conformar la unión hispano romana – visigoda dentro del concepto de romanidad. Moría en 634.

San Isidoro desarrolló la conformación cultural de España, desarrollando escuelas en los principales núcleos de población. Gran estudioso, dotó de reglas a los monasterios y abordó su obra magna: Las etimologías, recogiendo todos los conocimientos humanos. Su obra fue esencial en la Edad Media, habiendo implantado en España un nivel cultural que contrastaba con la barbarie europea.

El IV Concilio de Toledo impone una sentencia digna de ser hoy recordada: “En cuanto a los reyes de las edades futuras, promulgamos en toda verdad esta sentencia: Si alguno de ellos, con menosprecio de las leyes, con orgulloso despotismo, cegado por el fausto real, hace pesar sobre los pueblos una dominación cruel, para saciar su ambición, su avaricia o sus apetitos, sea anatemizado en nombre de Jesucristo, sea separado de Dios por su santo juicio”.

En la práctica, el concilio era una asamblea legislativa en la que el ejecutivo no tenía más voz que la presentación del Concilio, a cuyas resoluciones debía someterse.

En 636 subió al trono Chintila, en cuyo reinado, que duró tres años, se convocaron dos nuevos concilios en Toledo que siguieron conformando la estructura de la monarquía. En ellos se regulaba por primera vez la sucesión al trono, cuyo titular debía ser de la alta nobleza visigoda, y se marcaban nuevas normas contra los hebreos.

A su muerte, en 640, le sucedió su hijo Tulga, de carácter muy débil, del que dado su carácter y de su inexperiencia, los funcionarios de las provincias abusaban para oprimir los pueblos. Fue depuesto a los tres años de haber sido nombrado rey, obligándolo a tonsurarse, con lo que, de conformidad con los concilios V y VI, quedaba inhabilitado para corona, que fue asumida por Chindasvinto, que contaba ochenta años, el año 642, y que acabó ejecutando a 700 nobles que previamente le habían apoyado en la conjura que costó el cargo a Chintila, amén de los allegados de Tulga. La eliminación física y la sustitución de estos nobles por desterrados de Constantinopla (como Ardabasto) produjo un importante exilio que abonaba, en el norte de África, el ánimo de los futuros invasores, al tiempo que quedaba debilitado el sentimiento de unicidad del reino, lo que llevaría a efecto levantamientos secesionistas en tiempos de Wamba.

Hizo lo que ningún otro rey había hecho: ordenar obispos a su gusto, con lo que ocasionó no pequeños conflictos. Convocó el VII Concilio de Toledo en 646, en el que presionó a los concurrentes para que dictasen leyes conforme al parecer del rey, y que le permitían perseguir a sus enemigos.

Desarrolló el cuerpo legal de la monarquía, enmendando leyes antiguas (el código de Eurico) en concreto el relativo al castigo de la traición y la sedición, pero también otras como las “arras y dote”.

En cuanto a la sodomía, Chindasvinto estableció una ley que condenaba al reo del delito de sodomía a la pena de castración; ley que se recrudeció en tiempos de Egica.

Murió (se dijo que envenenado) en 652, pero en 649 había asociado al reino a su hijo Recesvinto, que tenía educación romana y que aportó un nuevo cuerpo de leyes. Recopiló leyes antiguas en el “Liber Iudiciorum”, que seguiría vigente tres siglos después como “Fuero Juzgo”, y realizó la definitiva fusión jurídica del pueblo godo e hispano-romano, que no obstante la buena voluntad de la monarquía no fue debidamente adoptada por los destinatarios, que seguían viendo en la aristocracia visigoda cierta tiranía que no podía ser asumida por el pueblo hispano romano que se consideraba superior intelectual y culturalmente a quienes ejercían el poder real.

A pesar de los defectos de estilo y de forma naturales y casi indispensables en la época de su redacción, apenas se hallará ya quien dude haber sido el Fuero Juzgo el código legislativo más ordenado, más completo, más moral y más filosófico de cuantos en aquella edad se formaron, y muy superior a todos los códigos llamados bárbaros, como era superior la sociedad hispano-goda a todas las que nacieron de los pueblos septentrionales. Un hecho importante es la inexistencia de dependencia señorial, como existió en el feudalismo europeo. En España los siervos podían cambiar de señor, siempre que devolvieran al patrono lo que de él hubieran recibido, y al siervo no se le podía matar ni mutilar, y se respetaban los derechos que habían sido aceptados. Determinaba la igualdad ante la ley; la intromisión de algún poderoso era causa para que el fallo favoreciese a la parte contraria; la protección de la familia, de la agricultura, el derecho de propiedad estaban fuertemente asentados en el Fuero Juzgo… No obstante, quedó evidenciado que algo fallaba cuando para deponer a un rey tirano era necesario asesinarlo.

Lo cierto es que Chindasvinto reordenó el estado en base a la distribución territorial romana, alcanzando unos niveles, si no similares a los de Roma, sí mucho más desarrollados que lo que hasta entonces habían sido en el reino visigodo.

Es el caso que convocó el VIII Concilio de Toledo en 653, en el cual amnistiaba a todos los perseguidos por su padre, pero no les devolvía lo que les había quitado, que quedaba bajo el poder real. También se convino que el rey sería elegido por la nobleza y la iglesia en el mismo sitio donde muriese el rey anterior.

En este concilio, al que por primera vez asistieron miembros de la nobleza, se abrió del siguiente modo: Recesvinto rey, a los reverendísimos padres residentes en este santo sínodo... Os encargo que juzguéis todas las quejas que se os presenten, con el rigor de la justicia, pero templado con la misericordia. En las leyes os doy mi consentimiento para que las ordenéis, corrigiendo las malas, omitiendo las superfluas y declarando los cánones oscuros dudosos... Y a vosotros, varones ilustres, jefes del oficio palatino, distinguidos por vuestra nobleza, rectores de los pueblos por vuestra experiencia y equidad, mis fieles compañeros en el gobierno, por cuyas manos se administra la justicia... os encargo por la fe que he protestado a la venerable congregación de estos santos padres, que no os separéis de lo que ellos determinen, sabiendo que si cumplís estos mis deseos saludables agradaréis a Dios, y aprobando yo vuestros decretos cumpliré también la voluntad divina. Y hablando ahora con todos en común, tanto con los ministros del altar, como con los asistentes elegidos del aula regia, os prometo que cuanto determinéis y ejecutéis con mi consentimiento lo ratificaré con el favor de Dios, y lo sostendré con toda mi soberana voluntad.

Queda de manifiesto lo señalado al hablar del III Concilio en lo relativo a la importancia de la Iglesia en la conformación del estado, y en el entendimiento de los concilios como prácticamente unas cortes generales, aunque dado el reducido número de nobles y su menor cultura con relación al de eclesiásticos haga defender justamente lo contrario a algún historiador , basándose en que lo principal que se trataba eran asuntos religiosos; como también queda manifiesto el desorden existente dentro de la Iglesia, cuando el concilio señala que los obispos depongan a los sacerdotes y demás ministros que vivían torpemente con mujeres extrañas, y que a éstas se las encierre en monasterios, y que sean tratados como apóstatas los clérigos que con pretexto de haberse ordenado por temor volvían a casarse y a la vida seglar. Pero hay más en cuanto al desorden en la Iglesia... El XI Concilio de Toledo estableció las penas que deberían sufrir los obispos que sedujesen a las viudas, hijas o sobrinas de los grandes nobles; el hecho de que en un Concilio de Toledo se tuviese que tratar del asunto indica que eso, quizá, ocurrió más de una vez.

También Recesvinto reforzó la unidad del pueblo godo e hispano romano: “Establecemos por esta ley, que a de valer por siempre, que la mujer romana puede casar con omne godo, é la mugier goda puede casar con omne romano... E que el omne libre puede casar con la mugier libre cual que quier que sea convenible por conseio, é por otorgamiento de sus parientes”. Y dictó que dejase de existir dos derechos (romano y godo), para que todos se rigiesen por las mismas normas.

El desarrollo de las ciencias y las artes conoció especial resplandor en esta época, y de ésta época son nombres universales cono San Leandro, San Isidoro, San Braulio, que fue sin duda el mejor conocedor y el que más apreció la cultura clásica como tal, San Eugenio, San Ildefonso, San Julián, Félix de Toledo, Braulio y Tajón de Zaragoza, Mausona de Mérida, Toribio y Dictino de Astorga, Isidoro de Beja, Orosio, Idacio, Juan de Viciara y otros muchos… No obstante, la medicina estaba desprotegida.

El estado estaba cohesionado y el pueblo, en su base, unificado. A partir de este momento, y gracias al influjo de los pensadores señalados, y más especialmente por San Isidoro y por San Julián, acaba siendo definitivamente sustituido el término “regnum gothorum” por “Spania” y “gothi” por “hispani”.

Debió sofocar un grave levantamiento de los vascones que fue encabezado por un noble levantisco, Froya, que fue detenido en su asalto a Zaragoza. No obstante, obtuvieron ventajas de tipo fiscal, que se vieron aprobadas en el octavo concilio de Toledo, donde volvió a quedar manifiesta la poca virtud del clero, que nuevamente es anatemizada. También se marcó que el rey sólo podía dejar en herencia aquello que poseía antes de acceder al trono.

En este estado de cosas, el uno de septiembre del año 672 fallecía Recesvinto dejando una España unida jurídica y religiosamente, y habiendo superado las diferencias que durante siglos habían separado a los godos de los hispano-romanos.

  A la muerte de Recesvinto, los electores nombraron rey a Wamba, que no deseaba la corona, pero el 20 de octubre de 672 fue ungido en la iglesia de Santa María de Toledo, y lo hizo en algo que ya era conocido como patria española, y lo hizo forzado, contra su propia voluntad, que se vio superada por las imprecaciones de los electores, que le amenazaron de muerte si no accedía, y a quienes respondió: “sobre vosotros pese el resultado, si no acierto a cumplir por más que quiera”.

Si Wamba no quería ser coronado podría ser por una amplia gama de motivos. Debemos tener en cuenta que en esos momentos las convulsiones políticas estaban a la orden del día; se producían movimientos tendentes a la feudalización, y la presión musulmana comenzaba a sentirse ya en España. Debemos tener en cuenta que, desde que Wamba fue coronado hasta que se produjo la asonada árabe pasaron tan sólo 39 años, y ya Wamba derrotó a una armada sarracena.

Fue elegido sin ceñirse a lo estipulado en el VIII Concilio de Toledo y sufrió un nuevo levantamiento de los vascones (algo tradicional con cada nombramiento de rey), y un levantamiento de Ilderico en la Narbonense, donde se proclamó rey independiente de la España del Nordeste. Wamba envió al duque Paulo a resolver el conflicto, al mando de un ejército compuesto por dos mil caballeros, pero en vez de combatir al rebelde, se alió con él. Comenzaba a perfilarse la honda separación que acabaría con el reino visigodo y que estaba perfilada en el clan de Chindasvinto, enfrentado a Wamba.

A partir de aquí se dan claras muestras de tratase de un movimiento separatista auspiciado por el obispo Gumildo de Maguelonne, al servicio de los francos, a lo que Paulo se adscribió al tiempo que se refería a Wamba como “rey del Medio Día” en alusión a una pretendida división del reino.

Llama profundamente la atención que Ilderico, principal iniciador de la secesión, queda relegado tras la llegada de Paulo. La historia no nos aclara el motivo. Lo que nos aclara la historia, callando, es que el movimiento separatista tuvo poco apoyo de la población, y la campaña militar de Wamba acabó siendo un paseo militar.

Wamba marchó con un ejército de 70.000 hombres, que dividió en tres; una tomó el camino de la Cerdaña, en concreto a Llivia; la segunda se dirigió a Vic y la tercera a Barcelona, que fue la primera en caer en su poder. Luego, ya en el Pirineo, tomó Colliure y por Belitres, en la calzada romana, entró en la Narbonense. En el anfiteatro romano de Nimes se rindió Paulo a los pies del rey de los godos.

Estamos hablando de un total de más de 1000 Km, a uña de caballo, con un ejército importante compuesto en un estado en disolución. La hazaña de Wamba estuvo a la altura de su espíritu. Tuvo que saber conjugar las necesidades de un gran ejército compuesto no sólo de caballería sino también de infantería, y todo en un tiempo tasado.

La actitud de Wamba fue ejemplar; venció a los vascones en quince días y a continuación se dirigió a Narbona; sofocó la sublevación y en el juicio subsiguiente fueron condenados a muerte 28 cabecillas, entre ellos el obispo Magalona. Acto seguido Wamba les conmutó la pena por la de tonsura y cárcel. Conmutación que sería validada en el siguiente concilio de Toledo.

Los concilios de Toledo tenían gran influencia de la nobleza y sobre todo del rey, habiendo derivado en actos que, en ocasiones, poco interesaban a la Iglesia y sí a algunos eclesiásticos, como el hecho de ubicar dos obispados en una misma ciudad, o poner obispos en lugares pequeños. Los concilios, con Wamba, no se ocuparon de asuntos civiles, y sí de poner orden en un clero que estaba preñado de actuaciones absolutamente impropias, cuando no contrarias, a su función y estado. Vemos en el primer canon del de Toledo prescribírselos obispos que guarden en él la debida modestia, así en sus acciones como en sus palabras, que se produzcan con moderación, sin usar chanzas ni injurias, y que no haya ni confusión ni tumulto, y en el de Braga, que en el sacrificio de la misa no se use de leche ni de racimos de uvas, sino sólo de pan y vino.

Puso disciplina en el ejército y dictó leyes por las que se imponía el servicio militar, que había entrado en desuso entre la población. Impidió la invasión musulmana, que ya estaba desarrollada en el norte de África y lanzaron un amago de invasión con 260 buques el año 675 según unos historiadores, y dos años más tarde según otros , que parece fue propiciada por Ervigio y que fue abortada gracias a la pericia de este gran rey que fue Wamba. Dictó leyes que obligaban militarmente a los nobles y a los eclesiásticos en el IX Concilio de Toledo, a consecuencia de lo cual sufrió un envenenamiento provocado por Ervigio que no lo mató, pero que le permitió tonsurarle. Acto seguido Wamba se retiró a un monasterio. Esto sucedía el año 680, cuando este acto significó un auténtico golpe de estado y la caída del reino visigodo en un gran desconcierto, signo absolutamente contrario al que reinó bajo los grandes reyes Recaredo, Recesvinto y Wamba.

Le sustituyó Ervigio, descendiente de Chindasvinto y autor de la conjura junto al obispo de Toledo, Julián, sospechoso de haber posibilitado el intento de invasión musulmana. En el concilio que convocó (el XII de Toledo) se dedicó a devolver los privilegios que Wamba había recortado a los nobles, en concreto las obligaciones militares impuestas a los nobles. Este concilio, dirigido por el obispo Julián, judío de raza, se fortaleció la ley antijudía, no sin antes conceder inusitados privilegios a los judíos realmente convertidos, a quienes da título nobiliario y los exime de capitación.

En el XIII, del año 683, amnistió a Paulo y los cómplices de la sublevación de la Narbonense contra Wamba. Y también en este concilio se marcó el miedo del rey a posibles represalias por su actuación, ya que se señalaba de forma muy especial en la redacción del mismo la voluntad de proteger a su familia, en concreto a su mujer, de la que para el caso se cita el nombre, y la protección de sus hijos, quedando señalado “que nadie podría abiertamente o en secreto intentar matarlos, enviarlos al exilio, tonsurarlos o privarlos de sus propiedades. Las reinas, sus hijas y sus nueras no podrían ser obligadas a entrar en la vida monástica tras la muerte del rey. Todas estas actuaciones o intenciones quedaron prohibidas por los obispos so pena de anatema eterno y condena imparcial en la otra vida”, así como que “ninguno…por estratagema urdida por el rey o por instigación de otra potestad…sea privado del honor…” En este Concilio se asimiló a los sacerdotes con los gardingos y con los primates de palacio. Marcaba, en fin, garantías para el rey y para su familia.

En 687 le sucedió en vida su yerno Egica, sobrino de Wamba, que procuró restablecer el derecho de Recesvinto y convocó el XV Concilio de Toledo el 11 de Mayo de 688, del que puede decirse que no tuvo más objeto que resolver una duda del rey. Era el caso que al desposarse con Cixilona, la hija de Ervigio, había jurado amparar en todo a la familia de su suegro, y cuando recibió la corona había jurado hacer justicia por igual a todos sus súbditos. El Concilio respondió «que el primer juramento, el de proteger a la familia de su predecesor, no obligaba sino en cuanto no fuese contrario a la justicia que debía a todos sus súbditos.», por lo que en el canon IX justificaron también que el nuevo monarca repudiara a la hija de su predecesor, con la había contraído matrimonio como parte de las medidas adoptadas para asegurar su propia sucesión. La reina Liuvigoto, tras ser repudiada, fue sometida a reclusión en un monasterio junto con sus hijas y a sus familiares les fueron embargadas las posesiones que habían adquirido injustamente.

Otro asunto que trató el XVI Concilio del año 693 fue el de la sodomía, siendo que se decretaba flagelación, decalvación, castración y destierro a todo clérigo o laico sodomita. También se anatematizaba el suicidio. Todo, clara muestra de la depravación en que estaba sumido el reino.

Egica convocó el 17º y último concilio de Toledo; agudizó la persecución a los judíos, que fueron diseminados y condenados a servidumbre por múltiples motivos, entre ellos el de conspiración con los árabes del norte de África en una conjura que tuvo efecto entre los años 692 y 694, así como con la conspiración que en esos mismos años se llevó afecto para facilitar otra invasión por parte de Constantinopla. Se dictaba que los hijos de judío fuesen arrancados del seno de su familia a los siete años de edad, y que fuesen educados por familias cristianas.

Pero por si fuera poco, existía una profunda separación de clases, ya que la nobleza visigótica, que se había apropiado de las dos terceras partes del suelo (historiadores recientes abogan porque esto no se produjo, ya que hubiese ocasionado una revuelta social, y abogan porque lo que recayó en los godos fueron las dos terceras partes de las rentas que correspondían al imperio) , disfrutaba de enormes prebendas y emulaba a la corte constantinopolitana en lo referente al lujo y a la laxitud de costumbres mientras la población llana vivía condenada a la pobreza. Y lo que era más grave, una parte nada desdeñable del clero, que tantos beneficios había prestado a la sociedad, especialmente desde el III Concilio de Toledo, también estaba inmersa en esa corrupción general.

En medio de esta desolación social y espiritual, el metropolitano de Toledo, Sisiberto, fue cabecilla de una brutal conspiración destinada a matar a toda la familia real. Sisiberto fue excomulgado, confiscados sus bienes y exiliado en el concilio del siguiente año, el XVI, cuando además se promulgó que en todas las iglesias se rogase por el rey. Entre los compañeros de conspiración estaba la viuda de Ervigio. Pero todo esto pudo ser simplemente la eliminación definitiva del la familia del predecesor de Egica.

Es este hecho, tan sólo, una muestra del grado de disolución social que estaba padeciendo España; las costumbres sociales, corrompidas, el clero, disoluto y atento a cuestiones ajenas a la religión, las gentes, desmoralizadas e inmersas en penurias y en la peste bubónica que se había generalizado en la narbonense y se había extendido por el reino durante la última década del siglo VII; las conspiraciones, a flor de piel, y la atención, alejada de la amenaza sarracena que ya ocupaba casi todo el África occidental, ponía en jaque las plazas fuertes españolas en el norte de África y había hecho incursiones tanto en la península como en las Baleares.

Pero hay más. Egica pudo haberse visto enfrentado a una amenaza mucho más grave durante aquel mismo período. Una única moneda que está relacionada en cuanto a su estilo con las del reinado de Egica indica que un rey llamado Sunifredo tomó el poder en Toledo en algún momento durante aquellos años y estuvo gobernando el tiempo suficiente para que la casa de la moneda comenzara a emitir en su nombre. Este nombre es también el de un comes que firmó las actas del XIII Concilio de Toledo en 683. Pudiera ser que las traiciones de Sisberto y Sunifredo fuesen una misma cosa.

Egica asoció al trono a su hijo Witiza, que sería rey en solitario del año 702 al 709.

En estas fechas, según la crónica de Juan de Víclaro, una flota de Constantinopla intentó reconquistar posiciones en España; no lo consiguió, pero sí importó la peste, que rápidamente se extendió por España, y con especial virulencia en Toledo, de donde partió la corte el año 701.

Witiza organizó al estilo de los invasores que estaban en puertas un harén, dando libertad para que todos hiciesen lo propio y promulgando que el clero también lo hiciese, así como negando obediencia al sumo Pontífice. Convocó el XVIII Concilio, que nada tiene que ver con la doctrina y si contra la doctrina, ya que se dictaron leyes a favor de la poligamia y el concubinato y del matrimonio de los clérigos. Pero de este concilio no se conservan las actas.

Por otra parte, Witiza, previendo conspiraciones, persiguió a los descendientes de Chindasvinto, que estaban al servicio de la corona, matando con su propia mano a Favila, padre de D. Pelayo, que huyó a sus estados, en Vizcaya, y de los que Witiza sospechaba alguna conjura.

No conforme con eso, Witiza hizo derribar las murallas de defensa de casi todas las ciudades excepto las de Toledo, León y Astorga, y desmembró el ejército, hizo arzobispo de Toledo a su hermano Oppas y amenazó al Papa con invadir Roma porque éste le amenazó con la excomunión.

El pueblo se rebeló ante un nuevo asesinato, el de Teodofredo, tío de Pelayo y padre de Rodrigo, llegando a proclamar rey a éste, quién combatió y venció a Witiza, que había designado sucesor a su hijo Agila II, que llegó a emitir moneda.

Existen historiadores actuales que señalan la posibilidad de que se produjese una guerra civil que enfrentó a los partidarios de Rodrigo con los partidarios de Witiza. No obstante, la crónica de Alfonso III dice que Witiza nació del matrimonio de Egica con Cixilo, hija de Ervigio. Dado que este matrimonio se planeó como parte de los acuerdos para que Egica sucediera a Ervigio, y si Witiza fue el fruto de esta unión, no pudo nacer mucho antes de 688. Si esto es así, entonces sólo tenía alrededor de veinticinco años en el momento de su muerte o cuando fue depuesto, por lo que no podía tener hijos con edad suficiente para traicionar a alguien o algo; como mucho, el mayor de ellos tendría todavía menos de diez años en 711 o 712.

Rodrigo mandó sacar los ojos a Witiza y lo encarceló, según los datos allegados de esas fuentes. No hay datos de dónde y cómo murió Witiza.

No obstante, faltan documentos que revaliden exactamente todas esas actuaciones grotescas de Witiza, aspectos que son señalados por historiadores españoles del siglo XVIII como Juan Francisco Masdeu o Gregorio Mayans, y basándose en eso, no sería de extrañar que hoy sea reivindicado el buen nombre de este esperpento histórico. Podemos inferir que las maldades de Witiza han sido magnificadas, pero existen crónicas cercanas a Witiza en el tiempo que, como la Moissiacense, si no confirman todos los datos que nos invitan a despreciar a Witiza, sí confirman algunos y dejan entrever la veracidad de otros.

La mayoría de los nobles apoyaba a Rodrigo, que llamó a su lado a Pelayo y persiguió a los hijos de Witiza, que pasaron a la África controlada por los godos, donde, en connivencia con Oppas, los judíos dolidos de las persecuciones y el clero acomodaticio entre el que se contaba el desterrado Siseberto, que tenían pervertida moralmente a la sociedad, comenzaron a urdir añagazas contra Rodrigo, que, como criado que había sido en una sociedad perversa, no andaba muy lejos de la misma perversión. El vicio se enseñoreaba de toda España.

El año 704 el poder árabe estaba consolidado en el norte de África, y a su cabeza Al Walid, califa de Damasco, puso a Musa Ibn Nusair, que acabaría controlando todo el Magreb, y pactando ayuda para los witizianos en la guerra civil que mantenían con los partidarios de Rodrigo.

El año 708 murió Witiza según la crónica Moissiacense (Sánchez Albornoz asevera que murió en 710), pero no se sabe ni cómo ni dónde murió, dado que hay un gran vacío de noticia histórica del momento. Lo que sí parece evidente es que España estaba enfrentada en dos bandos irreconciliables: los partidarios de Witiza y los partidarios de Rodrigo, ninguno de los cuales, a lo que parece, conservaba algo digno de ser conservado, en una sociedad viciada.

Lo que parece cierto es que en los últimos reinados las costumbres del pueblo hispano-godo se habían corrompido en extremo, tanto por parte de los eclesiásticos como por parte de los legos, como lo demuestran los cánones de los concilios.

En medio de ese vicio se había criado Rodrigo, que fue proclamado rey a mediados del año 710, y no tardó en desterrar a los hijos de Witiza, Olemundo, Aquila y Ardabasto, y en medio de ese vicio estaba la hija del gobernador de Ceuta que ha pasado a la historia como conde Julián, y que estaba en la corte de Rodrigo, que la forzó, según cuenta la leyenda.

Sigue contando la leyenda que, como consecuencia de este acto, Julián pactó con los árabes la invasión de España. Los árabes dan a Florinda, que era su nombre, el sobrenombre de “La Cava” (la mujer). Pero como queda señalado, eso lo cuenta la leyenda... El único Historiador del momento, Isidoro Pacense, no hace mención de los amores de la Cava, posiblemente porque es imposible el relato por no coincidir las fechas con las edades que pudieran tener Rodrigo y la Cava.

Lo que sí parece manifiesto son las añagazas, tanto de los deudos de Witiza como de los judíos, que habían sufrido persecuciones sin cuento por parte de la monarquía visigoda, y eso lo muestra el hecho que, tras la conquista, unos y otros ocuparon puestos de relevancia en muchos órdenes.

Unos y otros animaron la invasión, a la que ya venían decididos los musulmanes, como lo habían demostrado años atrás, y en vistas a la invasión que sería definitiva, desembarcó Tárik el año 710 con quinientos soldados que volvieron con un importante botín. El hecho confirmaba las informaciones que Julián había facilitado a Muza quién, considerando el éxito de esta primera incursión se determinó a una nueva tentativa para la primavera del 711.

Los “hijos de Witiza”, en concreto Aquila, se sublevaron en la provincia Narbonense con la idea de desviar las fuerzas militares de Rodrigo lejos del estrecho, y en el curso de este enfrentamiento, que compartía protagonismo con nuevo levantamiento de los vascones, sucedió la asonada árabe al mando de Tárik, que había sido atraído por los partidarios de Witiza para ayudarles en su lucha contra Rodrigo, con la idea de que ocupasen Toledo mientras ellos mantenían a las fuerzas leales a Rodrigo en el norte.

El conde Teodomiro tuvo varias escaramuzas y comunicó a Rodrigo la situación, lo que ocasionó que éste abandonase la campaña para acudir a enfrentarse en Guadalete con los invasores árabes a primeros de Julio del 711.

Y en puridad, aquí acaba la historia del reino visigodo. No se trata de aportar ninguna novedad; nada he relatado que sea producto de mi investigación. Es, tan sólo, un repaso de la historia; un intento similar a los intentos que, por parte de personas honestas, y a caballo entre los siglos VI y VII, intentaron evitar lo que se les venía encima con la realidad que vivían bajo la tiranía de Ervigio-Egica-Witiza.

Lo que resulta altamente extraño es que mientras Roma tardó dos siglos en conquistar España, los árabes lo hicieron fulminantemente. ¿Once años? ¿Ponemos como final el alzamiento en Asturias? No. Mucho menos. Y esa realidad ocasiona una pregunta que tras trece siglos sigue sin respuesta. Claudio Sánchez Albornoz señala que el arraigo en la tierra de los godos produjo sin duda un descenso de su entusiasmo bélico, pero no parece que eso tenga el suficiente peso para justificar el terrorífico derrumbe de España, máxime cuando como el mismo autor señala, esas circunstancias las sufrieron también los francos.








































Capítulo II


LA INVASIÓN MUSULMANA 

Desde la invasión en 711 hasta el 722 con la batalla de Covadonga


La situación que venía enquistada enfrentando a la nobleza visigoda en los dos clanes Wamba-Egica y Chindasvinto-Recesvinto tenía visiblemente debilitada la estructura nacional española; aspecto que no pasó desapercibido a los invasores musulmanes, quienes tiempo atrás venían haciendo incursiones informativas cargadas de regalos para comprar los intereses del clan que acabaría posibilitándoles la invasión, y todo sin olvidar la inestimable colaboración de los judíos, que si habían sufrido un endurecimiento de las leyes con Egica, con Witiza tuvieron libertad de movimiento. Resulta curioso, no obstante, que acabaron poniéndose del lado del sector que más había atacado sus intereses y quienes los habían sometido a servidumbre, salvedad hecha de Witiza, que los protegía. Esta colaboración fue de vital importancia, ya que estaban asentados en las principales ciudades del reino (Narbona, Tarragona, Sagunto, Elche, Lucena, Elvira, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Sevilla y en la capital, Toledo.)

La confianza que de ellos hicieron los sarracenos al tiempo de la conquista prueba que obraban ya de concierto los sectarios de Mahoma y los secuaces de la ley de Moisés. En manos de los judíos dejaron Toledo; en manos de los judíos dejaron Tarragona, y los hebreos volvieron a desarrollar su actividad en el tráfico de esclavos.

Otro asunto se aliaba contra España: El hambre había hecho presa en los últimos tres años y se había llevado a la mitad o más de la población. Y hay que añadir que la sociedad española estaba profundamente sumida en una desmoralización que multiplicaba el número de suicidios; las plagas de langosta eran reincidentes y se prolongaban durante lustros. Todo ello, sin duda, debió pesar a la hora de enfrentarse (o como es el caso, de no enfrentarse, al invasor).

Muza, que estaba al servicio del califa Aludid y había ocupado la práctica totalidad del territorio del norte de África, incluida Tánger y las plazas fuertes de los visigodos, con quienes habían pactado que éstos siguiesen al mando, y siguiendo las indicaciones de Julián, señor de Ceuta y de otra ciudad de España que cae sobre el estrecho y se llama Al-Hadrá [La Verde] , y de los hijos y hermanos de Witiza, mandó a Tárik con una fuerza de 500 hombres, que desembarcó en la antigua Tartesio, robando todo lo que tuvo a mano.

El historiador árabe coincide en reafirmar la traición de Julián por los mismos hechos relatados en el romancero, y que se circunscribe a la violación de su hija por parte de Rodrigo. El historiador árabe asegura que fue directamente Julián quién condujo los barcos invasores hasta Gibraltar, engañando las escasas vigías existentes en España, que confiaron dado que, a lo que se ve, Julián acostumbraba a navegar sus barcos entre Ceuta y Gibraltar con objetivos diversos, presumiblemente comerciales o de pesca.

Cuenta el historiador árabe que los invasores tomaron una isla pequeña donde había pocos pobladores, a los que hicieron prisioneros, y después mataron a uno de ellos, le despedazaron y le cocieron en presencia de los demás [cristianos].

En la primavera de 711 una expedición formada por unos 9.000 hombres y mandada por Tárik Ibn Ziyad, gobernador de Tánger, entró en la península sin el conocimiento de Muza ibn Nusair, el gobernador árabe en Ifriqiyya, Túnez, que conquistó las islas de Mallorca, Menorca e Ibiza. Esta expedición surcaría el estrecho el 27 de abril de 711 a instancias de los hijos de Witiza al objeto de ayudarles en la lucha que mantenían con Rodrigo para conseguir el trono para Aquila; conquistaría Algeciras (isla verde) y se atrincheraría en el monte Calpe (hoy Gibraltar), donde Tarik aumentó el número de hombres y desde donde se enfrentó al conde Teodomiro, que con una fuerza de algo más de 1000 soldados, fue derrotado.

Estas noticias fueron cursadas a Rodrigo, que se encontraba reprimiendo el enésimo levantamiento de los cántabros. Abandonando su misión por la más importante del sur, sería derrotado el 19 de julio de 711, en la batalla de Guadalete, llamada así porque tradicionalmente se localizó junto al río Guadalete, aunque no parece que fuese ese el lugar.

La lucha fue encarnizada y desigual. Los invasores eran fanatizadas gentes de armas que esperaban encontrar en el martirio una morada aparte, con setenta y dos mujeres y ochenta mil servidores, para los que la cimitarra y su muerte en batalla era la llave del paraíso y una noche de centinela era más provechosa que la oración de dos meses, mientras los españoles, que superaban en cuatro a uno a los invasores, pero que estaban desarmados por las argucias de Witiza, acudieron armados de instrumentos agrícolas, y acudían desarmados ideológicamente, perdida la moral, ayunos de fe y sin el ardor guerrero de los visigodos y de los romanos. No obstante, al tercer día, los sarracenos estaban casi vencidos y emprendían la huída, pero Tárik, que según algún historiador árabe no había comunicado su acción a Muza Ibn Nusair, había destruido los barcos. La lucha duró tres días más, según el historiador que lo relate, que los amplia hasta ocho o los reduce a tres, habiendo recibidos los invasores el refuerzo de cinco mil nuevos soldados. Dice el cantar popular: Las huestes de D. Rodrigo desmayan y huían cuando en la octava batalla el enemigo vencía…

Antes de iniciarse la batalla había dudas respecto a la postura que iban a tomar los hijos de Witiza, y así lo relatan ellos mismos. Rodrigo les había pedido ayuda y ellos se la dieron, pero inmediatamente fueron al encuentro de Tárik, y cuando ya estaban ambos ejércitos a punto de combatir, se pusieron de acuerdo Alamundo y sus hermanos para traicionar a Rodrigo. Al efecto, aquella misma noche mandaron emisarios a Tárik para hacerle saber que Rodrigo no era más que uno de los vasallos más viles que su padre había tenido y pedirle seguro a fin de poder a la mañana siguiente trasladarse a su campo, y que les confirmara y asegurara la posesión de las heredades o cortijos que su padre tenía en España.

Una vez avanzada la batalla, cuando tras tropas españolas vencían a los invasores sucedió algo inesperado: los hijos de Witiza, que comandaban los flancos del ejército español, se separaron del ejército visigodo pasando a engrosar el sarraceno y dejando a Rodrigo en inferioridad numérica y técnica contra los musulmanes.


E quando en lo mas fuerte de la pelea estaban e non se conocia por quien quedaba lo mejor ni quien era vencido e los christianos andaban fuertes, metiose en la batalla el conde Iulian e don Opas el Obispo con los que ellos trahian en fabor de los moros. E quando los christianos esto vieron desmayaron mucho e los moros obieron mas esfuerzo, e tanto ficieron con su ayuda, que vencieron la lid en todas partes. E por fuerza dejaron los christianos el campo, e los moros e los del conde Iulian e don Opas fueron en pos dellos, e mataron a quantos podieron. E ansi vencieron los moros la batalla. 


No se sabe el final que tuvo Rodrigo. Historiadores españoles e historiadores árabes lo dan por muerto en Guadalete; alguno dice que fue muerto y sus secuaces, una vez desalentados y dispersos, sufrieron una derrota general. Tras esto, Tárik tomó la cabeza de Rodrigo y se la envió a su jefe Muza, el cual mandó a uno de sus hijos que la llevara al califa Algualid, pero cabe la posibilidad de que no perdiese la vida en esta batalla, puesto que, parece, participó posteriormente en la defensa de Mérida, y se le presenta en posteriores enfrentamientos tenidos con los invasores más al norte. Sánchez Albornoz aboga porque el cadáver fue recogido por sus fieles y enterrado en Viseo.

Tras la batalla, Tárik hizo alarde de sus huestes; nombró caudillos, otorgó premios y arengó a sus soldados, recomendándoles, según costumbre de los musulmanes, que no ofendiesen los pueblos y vecinos pacíficos y desarmados, que respetaran los ritos y costumbres de los vencidos y que sólo hostilizasen a los enemigos armados, luego llegó a Toledo, que se rindió por pacto en el que se garantizaba la vida, religión y hacienda de quienes se quedaran, y la saqueó. Esto sucedía el 11 de Noviembre del año 711.

Dominado todo el terreno, escribió a su amo Muza pidiendo más tropas y comunicando la situación. Sólo en la Tarraconense, un tal Aquila se hizo fuerte, pero por breve tiempo. Muza le ordenó que no continuase la conquista hasta su llegada, pero Tárik desobedeció y tomó Écija, Jaén, Málaga, Elvira y otras plazas sin lucha, y tomó por traición Córdoba; a todas las dejó bajo el control de los judíos.

Esa era la política de dominación. Relata Ajbar Maymua que cuando ocupaban una ciudad reunían todos los judíos y dejaban con ellos un destacamento de musulmanes, continuando su marcha el grueso de las tropas. Y las noticias se repiten por todos los cronistas y compiladores musulmanes. Sin su colaboración y la de los witicianos la conquista musulmana habría sido mucho más difícil y mucho más lenta. Y siempre desidia. La pérdida de Córdoba, por ejemplo, no fue una excepción, y sí un ejemplo. 700 bereberes, al mando de Mugit, apodado, para mayor inri, al-Rumi (el romano), acamparon extramuros de Córdoba. No pasó nada. Un pastor facilitó la entrada en la ciudad, que fue tomada sin resistencia, y su gobernador se encerró en la iglesia de San Acisclo, donde fue asediado y posteriormente muerto. Mugit ocuparía el mismo palacio que anteriormente había ocupado Rodrigo cuando era gobernador de la Bética… Y todo siguió igual; o así… La basílica de San Vicente sería profanada y convertida en mezquita la mitad de la misma; los cristianos podrían seguir con sus cultos, pero no construir nuevos templos ni hacer alarde público de su fe; serían incautados los bienes de quienes habían muerto o huido,… Y todo lo demás seguía igual… de momento.

En otras ciudades, como Écija, una muchedumbre de judíos y de siervos se había unido a los invasores, jaleando su llegada y signando pactos que garantizaban sus derechos. Y es que muchos de los witicianos colaboraron con los musulmanes para conservar sus gobiernos, sus cargos, sus bienes, y ayudaron, a veces con añagazas, a veces a mano armada, a las empresas de los conquistadores.

Un año más tarde (712) Muza cruzaría el estrecho con 18000 soldados para controlar las conquistas bereberes y del Imperio Árabe, conquistando plazas de importancia como Carmona y Sevilla mediando la traición de Don Oppas, que a la sazón era metropolitano de la sede, y de las huestes de los hijos de Witiza. La guarnición sería confiada a los judíos. La población, en su mayor parte, permaneció en sus casas, en Sevilla y en todo el territorio nacional.

El avance careció de resistencia de envergadura, llevándose a efecto, en gran parte mediante pactos que permitieron la existencia de territorios autónomos como Tudmir, donde el conde Teodomiro, armado principalmente de astucia mantuvo a raya en las ciudades de Orihuela, Baltana, Alicante, Mula, Villena, Lorca y Ello, las ansias de razzia de los africanos. Carente de soldados, disfrazó a las mujeres con armaduras y pactó paces con Abdelaziz ben Muza, conservando el derecho de religión (documento firmado por Muza ben Nusair y el propio Teodomiro el 5 de Abril del 713), del que existen cuatro versiones en las que difiere la fecha, ya que el original se extravió. Dice así:


«Escritura que otorga (min) ´Abdelaziz b. Mûsà ibn Nusayr a Tudmîr (Teodomiro) b. ´Abdûs [en que le reconoce] que éste se ha rendido mediante capitulación (nazala ´alà s-sulh) y se acoge al Pacto instituido por Dios (la-hu ´ahd Allâh) y a la protección (5 dimma) de Su Profeta, que Él bendiga y salve, que le garantizan que no cambiará su status o posición ni el de ninguno de los suyos (as hâbi-hi) ni se le privará de su dominio, y que no serán matados, ni reducidos a esclavitud, ni separados de sus hijos o sus mujeres, ni forzados a abandonar su religión, ni se les quemarán sus iglesias. 

»No será despojado de su dominio mientras sea leal y respete las condiciones que le hemos impuesto. Él capitula en nombre de (wa-annahu sâlaha ´alà) siete ciudades, que son Uryûta (Orihuela), B.n.t î-la, [Laqant], Mûla (Mûla o Mola), Bn îra o B.nayra, [ly Ah] y Lûrqa (Lorca). No deberá dar cobijo a nadie que huya de nosotros, ni a ningún adversario nuestro; no atacará a nadie que tenga nuestro amán o salvaguardia; no nos ocultará ninguna noticia acerca del enemigo que llegare a su conocimiento. Quedan obligados, él y los suyos, a entregar cada año un dinar, cuatro almudes de trigo, cuatro de cebada, cuatro medidas de mosto, cuatro de vinagre, dos medidas de miel y dos de aceite; los siervos deberán pagar la mitad de las cantidades antedichas, »Fueron testigos del documento: ´Utmân b. Abî ´Abda al-Qurašî, Habb b. Ab§î ´Abda al-Qurašî, Abû l-Qâsim al-Hudalî y ´Abdallâh b. Maysara at-Tamîmî.» Fue redactado en el mes de ragab del año 94 de la Hégira». 

El historiador Simonet duda que la fecha de este documento sea real, dado que en esos momentos estaban sitiando Mérida, Sevilla y Salamanca.

Pero los partidarios de Rodrigo se concentraron en Mérida. Muza sitió la ciudad que resistió a los embates enemigos al mando de Abdelaziz y Abdala, hijos de Muza. Dieciséis meses necesitó para tomar la ciudad, que capituló el 30 de junio del 713. Le fue impuesto un duro tributo: desde la entrega de bienes y enseres hasta la entrega de Egilona, la viuda de Rodrigo. Posteriormente se dirigió a Toledo, donde acabaría encontrándose con su siervo Tárik, a quién puso preso por haberle desobedecido, sin tener en cuenta que todo lo que tenía se lo debía justamente a él.

Las plazas del norte de España se rindieron sin enfrentamiento, saliendo al encuentro de los invasores para presentarles la sumisión. Con estos actos, ciudades como Barcelona, (que fue tomada en 718) Pamplona, Gerona, Huesca o Tortosa consiguieron que se respetase el culto católico. Sólo se resistieron parte de Asturias, de Cantabria, Vizcaya y Álava, y la Septimania se mantuvo, de momento, independiente.

Ardón, que reinó entre el 713 y el 720 fue un rey elegido por los nobles para seguir manteniendo la resistencia frente a la invasión. Nombrado el 713-714, fijó su residencia en Narbona, antigua capital del imperio visigodo. Justamente fueron las mismas ciudades que apoyaron a Paulo en su sublevación contra Wamba las que ahora apoyaron a Ardón. Pero el 720 el valí Abd al-Malik logró apoderarse de la ciudad, sometiendo a los condes godos y deponiendo a Ardón.

En el valle del Ebro, Casio, comes gobernador de la zona, se convirtió al islam y se hizo vasallo de los Omeya, creando un reino muladí que jugaría importantes papeles en el devenir histórico; unas veces apoyando al invasor, otras veces apoyando a quienes reconquistaban, y que llevó a los Banu Qasi a titularse “terceros reyes de España”… Una posición ambivalente que unas veces hacía surgir el valor de lo hispánico, y otras recordaba más a los hijos de Witiza.

Vista esta situación, Muza determinó zanjar los acuerdos tenidos con los hijos de Witiza y convertir la ayuda en conquista de España. Los hijos de Witiza serían debidamente recompensados, máxime cuando su colaboración seguía siendo imprescindible tanto para mantener pasivo al pueblo español dominado, como para denunciar a quienes eran partidarios de Rodrigo, que eran subsiguientemente asesinados. Esto ocasionó ríos de sangre ocasionados por los invasores sobre los españoles, procediendo a quemar iglesias, y a asesinar sin piedad hasta a niños de pecho; estos hechos son recogidos por los cronistas árabes, en concreto por Al Maccari.

Pero eso sería a posteriori, La conquista, debemos reconocerlo, fue limpia y rápida, basada principalmente en pactos que en principio eran respetuosos con las costumbres e incluso más ventajosos que los aplicados en su momento por los godos, y desde luego, mucho más rápida que la conquista romana y que la conquista goda. Otra cosa es lo que más adelante pasaría, cuando los pactos no fueron respetados y la persecución por motivos religiosos y por motivos económicos acabaría con la vida y con la libertad de quienes habían cedido el control de sus vidas como consecuencia de su falta de fe en sí mismos y en su patria. No se puede entender la invasión árabe, sobre todo su rapidez, en un lugar como España, sino por la propia decadencia como pueblo.

Pero el éxito de Muza y de su liberto Tárik, que conquistó toda la península en nueve años y con un aporte de unos 200.000 invasores , y que junto a inmensas riquezas llevó a presencia del califa hasta 30000 prisioneros según unos cronistas árabes y hasta 100.000 según otros, tuvo una extraña recompensa del califa Sulayman, que tras acusar a Muza de haberse quedado con unos impuestos y con unos bienes entre los que se contaban 24 diademas de los reyes que habían sido de España y una mesa ricamente adornada donde figuraba el nombre de Salomón, lo condenó al pago de 4.030.000 dinares y le privó del dominio sobre Tárik, que le había traicionado, en concreto en el asunto de la mesa de Salomón.

La verdad es que hay bastantes semejanzas entre este hecho y el destino que siglos adelante encontraría Hernán Cortés. No obstante, no tiene parangón el trato poco digno que recibió Hernán Cortés con el trato humillante que recibió Muza.

Era Sulayman un taimado que, tras haber cobrado la sanción de Muza, se planteó asesinar al hijo de éste, Abdelaziz, que Muza había dejado como gobernador de España, y que había casado con Egilona, viuda del rey Rodrigo, que llevaba una actitud alejada de la voluntad del califa.

Encargado Abdelaziz del gobierno de España, y habiendo fijado su asiento en Sevilla, se dedicó a regularizar la administración de las ciudades sometidas; nombró perceptores recaudadores de los impuestos, que por regla general consistían en el quinto de las rentas, si bien le rebajó hasta el diezmo en algunas poblaciones y distritos; creó un consejo, con el que compartía la dirección de los negocios de España; estableció magistrados con el nombre de alcaides; dejó sus jueces a los españoles, así como sus obispos, sus sacerdotes, sus templos y sus ritos, de tal manera que los vencidos no eran tanto esclavos como tributarios de los vencedores. Indulgencia admirable, ni usada en las anteriores conquistas, ni esperada de tales conquistadores. Los que así quedaban y vivían fueron denominados Moatarabea (Mozárabes), nombre ya de antes usado en otros países por el pueblo vencedor.

Abdelaziz ben Muza buscaba apoyo en los españoles; incluso estaba tratando con Pelayo, que a la sazón se encontraba en Sevilla en estas fechas, tal vez, para firmar un tratado similar al de Teodomiro. También se cuenta que, por inspiración de Egilona, aspiraba a la reconstrucción del reino hispánico, abrazando el cristianismo y constituyendo una nueva monarquía hispánica. Es el caso que el pueblo mozárabe, con Abdelaziz gozaba de un respeto y libertad que luego no tuvo.

Pero todo quedó en nada, porque Abdelaziz murió asesinado en Septiembre del año 717 por mandato del califa Suleiman, que acabó conociendo la deriva de aquel y las expectativas que le presentaban como nuevo rey de España, y de Egilona no se sabe más. La cabeza alcanforada de Abdelaziz fue enviada al califa de Damasco, conducida por uno de sus asesinos y “buen amigo” de la víctima.

Es el caso que nuevamente se frustró la esperanza de España, y es el caso que España fue conquistada mayormente mediante pactos y no por fuerza, lo que dejó a los conquistadores sin la posibilidad de adueñarse de todas ellas, y a los españoles en posesión de las mismas. Pactos que, si en ocasiones eran motivados por una resistencia efectiva, pero no lo suficientemente fuerte, no debemos desdeñar el hecho de que los conocidos como “Hijos de Witiza”, la facción contraria a Don Rodrigo, contaba con una doble peculiaridad: la enemistad política y su adscripción religiosa al arrianismo, lo cual les hacía proclives a la asunción de los principios religiosos de los invasores.

Pactos que garantizaban el respeto de los templos y el pago de unos impuestos que, en principio, eran inferiores a los que debían pagar a la monarquía visigótica. Pactos que si tenían ese trato benevolente era, sin duda, por la primera intención musulmana de no permanecer en España. Estas medidas, indudablemente, facilitaron la permanencia de la mayoría de los españoles en sus lugares de residencia; sobre todo la opulenta y corrupta nobleza visigoda. Los impuestos, en breve, pasarían a ser del 20% de los productos (el jarach), a los que se añadía otro de carácter variable (la chizia), que comportaba, además del pago, una humillación: El “dimmi”, o cotizante, puesto en pie, presentaba su dinero al recaudador, que permanecía sentado; Tras coger el tributo, cogía por el cuello al “dimmi” y le decía: “Oh dimmi, enemigo de Alá, paga la chizia”. Los demás musulmanes presentes debían zarandear al dimmi.

Pactos que, como en Siria, Mesopotamia y Egipto, dejaron a salvo algunos monasterios, donde se preservó y cultivó la cultura en medio de la barbarie, algunos de los cuales subsistieron hasta que fueron expulsados los invasores, con la obligación de dar cobijo a los moros que transitasen.

En los primeros tiempos regiría quizás el estatuto del califa Umar I, según el cual los ricos debían pagar cuarenta y ocho dirhemes anuales; las gentes de mediana fortuna la mitad, y los trabajadores la cuarta parte.

La parte que fue incautada fue debidamente repartida entre posesiones del Emir (el 25% de lo conquistado) y los soldados conquistadores, no quedando tierras para distribuir entre los sucesivos refuerzos que fueron llegando, y es que, como queda dicho, la mayor parte de España fue conquistada por capitulación. A partir de ese momento, y cuando la decisión de quedarse ya estaba tomada, invitaban a los españoles al islam o a la chizia; es decir, a hacerse musulmanes o a pagar la capitación. Quienes se oponían perdían sus bienes y en no pocas ocasiones, la vida.

Pronto empezaron los abusos; pronto empezaron a no cumplirse los pactos; pronto comenzó la huida del pueblo español, francamente católico, al norte de la península, si bien quedaron relegados aquellos que continuaban firmes en su fe católica y que sufrieron desde un principio, y progresivamente, la opresión musulmana. El Arzobispo D. Rodrigo Ximenez, traducido por Alfonso X dice en la “Crónica General de España”: “E los moros por aqueste enganno prisieron todas las tierras, e pues que las ouieron en su poder, quebraron toda la postura é robaron las iglesias é los omnes”.

La legislación musulmana se desarrolló a lo largo de los años. Marcaba que los cristianos “dimmies” o mozárabes debían tratar a los musulmanes con honor y reverencia, como a superiores, levantándose cuando ellos se acercasen y cediéndoles el asiento cuando ellos quisieran sentarse; no debían ocupar jamás puestos de preferencia en las reuniones; nunca debían ser los primeros en saludarlos; cuando estornudase un dimmi no debía decírsele “Dios tenga piedad de ti”, sino “El te mejore”, y para distinguirse de los musulmanes debían vestir de modo distinto, conservando la forma de sus antiguos vestidos, afeitarse de distinto modo, llevar calzado similar al de los musulmanes, no podían poseer espada y sobre todo no podían llevar vestidos lujosos. 

No podían tener casa más elevada que las de los musulmanes; no podían tener criados musulmanes ni se les podían hacer préstamos; con ellos no se podía tener relaciones de amistad. Y finalmente, el culto debía ser privado; los enterramientos lejos de los enterramientos árabes, y aún dentro de los templos los cristianos no debían elevar el tono de voz. Y mientras, los templos debían estar permanente abiertos para dar albergue a los mahometanos, no pudiendo reconstruir ningún templo que amenazase ruina. Por el contrario, todo cristiano que abrazase el Islam se veía liberado de los impuestos. En justa reciprocidad, quien abandonase el Islam sería condenado a decapitación.

Muchos huyeron. En esa huída no fue de menor importancia el hecho de que los invasores, según el historiador árabe Al-Maccari, ni sabían ni querían ni podían cultivar las tierras, por lo que dejaron en las mismas a los antiguos propietarios, que debían pagar las 4 quintas partes de la producción, con lo que los colonos encargados del cultivo de las tierras del Emir salieron mejor pagados, ya que sólo debían pagar la tercera parte.

Otro factor fue la grave crisis demográfica del reino, que en los últimos veinticinco años había perdido más de un tercio de su población. Esto fue debido a las epidemias de peste y los años de sequía y hambre de finales del siglo VII, especialmente durante el reinado de Ervigio; y que se repitieron también con gran dureza bajo el de Witiza, el antecesor de Rodrigo.

¿Y cómo contrarrestaban esta debacle poblacional los invasores?... Los grupos tribales árabes yemeníes ocuparon dos grandes zonas. Andalucía suroccidental (desde Archidona y Málaga hasta Beja) y la Marca Superior, es decir, el valle del Ebro. La franja central de Al-Ándalus (desde Mérida a las zonas montañosas de Levante) nos ofrece un poblamiento árabe menos abundante, pero con predominio qaysí (árabes del norte. Andalucía oriental (de Málaga a Tudmir o región murciana) fue también una zona de masiva ocupación árabe, aunque sin neto predominio de ninguno de los dos grandes grupos étnicos. Frente a la teoría tradicional, la región valenciana nos presenta el caso de un territorio casi vacío de poblamiento árabe.

Los beréberes, es decir, el grupo más numeroso de los conquistadores, procedían del Magreb occidental, pero también los había de Ifriqiya. Los grupos más representados eran los Magila, Miknasa, Zanata, Nafza, Hawwara, Masmuda y SinhaYa. Su concentración en diversas zonas de Al-Ándalus es inversamente proporcional a la intensidad del poblamiento árabe: hubo pocos beréberes en el valle del Ebro, Andalucía Oriental, Sevilla, zona costera de Málaga, etcétera. En cambio, fueron zonas profundamente berberizadas la región levantina y el extremo occidental de la cordillera Bética y serranía de Ronda, así como ciertos islotes del valle del Guadalquivir (Carmona, Morón, Osuna, Ecija...). La tercera gran zona berberizada es la región central, excepto el paréntesis indígena de Toledo: abundan los beréberes en Guadalajara, Medinaceli, Ateca, Soria... e incluso más al norte, en Castilla, nombre probablemente impuesto por beréberes de Túnez en recuerdo de su Qastilya natal (J. Oliver Asín). Al sur de Toledo, era importante la población beréber (representada por el grupo tribal de los Nafza), así como en el Fahs al-Ballut (o «Campo de las encinas», en Los Pedroches), donde era más numerosa que la población árabe.

El año 714 habían llegado los invasores a todo el territorio español. Este año inundaban el Ampurdán; muchos eran los judíos y renegados que se distinguían en las filas del ejército invasor, a quienes se encomendaba generalmente la custodia de las ciudades de mayor importancia, sin encontrar resistencia de envergadura en ninguna parte, salvo en los Pirineos.

El año 717, el mismo en que era asesinado Abdelaziz ben Muza, huía de Córdoba Pelayo, antiguo espatario de Rodrigo y en 718, ya rey según unos (parece que sin base) y simple caudillo según otros, organizaba la resistencia en Asturias, en los territorios que, presumiblemente, gobernaba su padre. Los rebeldes comenzaron por no pagar los impuestos acostumbrados y por atacar a los berberiscos.

Por otra parte, la suerte de los mozárabes cambiada radicalmente con la ascensión del nuevo gobernador Alhor ben Abderramán, que fue cruel y benévolo a conveniencia, tanto con los españoles como con los mismos moros. Sería sustituido por Alsama ben Málic el año 719, que hizo un censo y catastro de todo el país, dando tierras a quienes le acompañaban, y afirmando la voluntad de permanecer visto el control ejercido por el Islam sobre toda España. A lo que parece, el califa Omán exigía que los tributos obtenidos lo fuesen conforme a ley, lo cual es cierta garantía. Pero esa exigencia acabó el año 720, cuando falleció.

El año 721 la invasión árabe llegó a dominar el condado del Rosellón, que no sería liberado hasta el año 760 por Pipino el Breve, después de haber liberado Narbona un año antes. Pipino el Breve restableció el antiguo condado visigodo, fijando la capital en Ruscino; los condes poseían un castillo, el "Castrum" o "Castellum Rossilio", por eso Ruscino pasó a llamarse Castellrosellón.

El año 722 (o 718 según otros autores, como Modesto Lafuente) iniciaba la reconquista con la batalla de Covadonga, venciendo al general Alsama, primero y a los pocos días a Munuza. Faltaban 10 años para que Carlos Martel parase los pies en Poitiers a los islamistas. Covadonga es, según Claudio Sánchez Albornoz, una batalla de trascendentes consecuencias en la historia del mundo. Una de las consecuencias que abonan ese aserto es que como consecuencia del resultado victorioso de las tropas españolas, es el retorno de las tropas que Alhor tenía desplazadas en la Septimania, renunciando a su expansión por la Galia. Este emir moriría en batalla contra los francos el año 725 y sería sustituido por un general sanguinario. Se sucederían en el gobierno varios emires que aportaban nuevas cargas a los españoles.

La batalla de Covadonga significó, sin duda, el fin del empuje árabe, que llevaba invicto nueve décadas… Y el principio de una España nueva.

El lugar de la batalla fue metódicamente escogido; las tropas españolas no podían hacer frente a los moros en ningún otro lugar. Ideal por ubicación para lucha de guerrillas, un lugar dedicado de antiguo al culto de la Virgen, brindaba sus rocas escarpadas como coraza y como atalaya para una batalla desigual. Es el caso que el general Alqama, con una hueste de algunos miles de hombres, desconocedor del país y sin guías de confianza se adentró por el valle que lleva a Covadonga, donde le esperaba Pelayo. Entonces el obispo Oppas, ya primado de Toledo, intentó comprar la voluntad de Pelayo, pero no resultó la artimaña. Era el 28 de Mayo del año 722.

Las flechas de los invasores rebotaban y caían sobre ellos mientras los españoles atacaban los flancos de un ejército que por exigencias del terreno se encontraba alargado en un largo trecho, sin posibilidad de maniobrar. Se dividió el ejército, y la retirada, sin orden, significó un acicate para los españoles, que masacraron a los invasores. Los que huyeron, por medio de los maravillosos paisajes de los Picos de Europa, acabarían sus días al llegar a la Liébana.

Oppas fue apresado por las tropas españolas, y Munuza, que residía en Gijón, alarmado por el resultado de la jornada decidió abandonar aquella tierra, pero en su retirada fueron nuevamente atacados y aniquilados.

Fue Pelayo, según el despensero mayor de la reina doña Leonor, esposa de Juan I de Castilla “muy buen rey, é muy amado de los suyos, é mostró Dios por él muchos milagros en las lides que él con los moros fizo, en guisa que siempre fue vencedor”. Sin embargo, el título de rey no era ostentado por Pelayo, que era conocido como “princeps”. El título de rey no se consolidaría hasta Alfonso II, y es que en realidad, el reino de Asturias no se consolidó hasta que éste ascendió al trono.

A Don Pelayo, que no protagonizó nuevos enfrentamientos con los invasores, y parece que dedicó su existencia a organizar su pequeño reino, le sucedió en el trono su hijo Favila, que fue elegido por los nobles, al estilo de la monarquía visigótica, según se deduce del sumario del despensero. Esto sucedió el año 737.









































CAPÍTULO III

Desde Covadonga en 722 hasta la llegada de Alfonso II en 791



A la muerte de Pelayo, Favila tomó las riendas de los sublevados, al frente de los cuales no consiguió ningún logro frente a los árabes.

Favila se limitó a construir una iglesia sobre una representación pagana. Un dólmen ubicado en Cangas de Onís en el que existían enterramientos de caudillos ancestrales sería cristianizado y en él se ubicó la “Cruz de la Victoria”. Sería finalmente el lugar de enterramiento del propio Favila.

Según la lápida encontrada en la tumba, la iglesia fue consagrada en el año 738 por un personaje llamado Asterio, al que se califica de vate, palabra latina aplicada a los adivinos. Esta iglesia fue objeto de sacrilegio llevado a cabo por las fuerzas democráticas en 1936. Sin embargo, se conserva la lápida de su fundación, con una inscripción que consagra la misma a la Cruz.

En la España dominada, los hijos de Witiza fueron tratados de manera extraordinaria. Si bien no conservaron el reino, a pesar de lo que se les había prometido, conservaron grandes posesiones. Sara, la nieta de Witiza, poseía 1000 aldeas, y su hermano Artobás o Ardabasto otras 1000, y Rómulo otras 1000. Andando los pocos años, Abderramán incautó las posesiones de Artobás, que acabó viviendo a cuenta de sus sobrinos.

Mientras, la sociedad hispana quedó notablemente alterada por los fueros y estatutos recibidos de los conquistadores.

Los mozárabes quedaban amparados en sus derechos personales por el estado musulmán, recibiendo consideración desigual atendiendo el hecho de haber sido sometidos por capitulación o por la fuerza, si bien con el tiempo, los pactos fueron violados y todos quedaron sometidos a un mismo estatuto. 

Todos eran dimnies y rayas, estaban sujetos al imperio muslim, y formaban parte del Dar-al-Islam o territorio musulmán, siendo así ciudadanos de segunda categoría que conservaban algunas leyes propias que no fuesen contrarias al derecho musulmán, siendo autónomos en el gobierno local, siendo que las ciudades importantes estaban regidas por un comes que era nombrado por la autoridad musulmana. También contaban con un juez, llamado en árabe alcadi, de donde procede “alcalde” y “alguacil”.

Ardabasto, hijo de Witiza, fue nombrado Comes de Andalucía, y era tratado como “el sumo de todos los católicos”, po lo que recibió el nombre de Serenísimo. 

También algunos mozárabes conservaron parte de su riqueza y hasta de su poder, lo que contrastaba con la gran masa de mozárabes, que caían permanentemente en la miseria mientras los invasores, que llegaban pobres acababan opulentos. De entre los mozárabes que conservaron su riqueza destaca un tal Servando, que pasó de clase servil a Comes de Córdoba y fue un azote para la cristiandad cordobesa.

Y todo esto era posible porque según el Corán, los musulmanes deben alejarse de los cristianos y de los judíos, con los que se debe evitar cualquier trato y conversación.

Como muestra de este criterio, los pactos firmados en 718, marcaban que los cristianos habitasen en los pueblos y aldeas. Tal sucedió en lugares como Córdoba, Valencia, Segovia o Tarazona.

Donde el control social era más complicado, como sucedía en Toledo, fueron los moros quienes se instalaron en los arrabales. Esa situación comportó que llegasen a cambiarse de sitio capitales civiles, evitando los lugares donde el núcleo poblacional español era mayoritario.

Dice Fco. J. Simonet que 


ni en nuestra península, ni en las regiones sojuzgadas por los sarracenos, hubo fusión entre invasores e invadidos, no hubo formación de nuevos pueblos, como en los países de América, dominados y civilizados por la nación española; lo que hubo fue conquista y ocupación militar; lo que nos muestra la historia es el miserable espectáculo de un pueblo que vive a costa de otro; por parte de los dominadores un progreso intolerable de tiranía y de codicia, y por parte de los dominados un continuo aumento de odio y de aversión a sus opresores.


Algo que no se solventó con la apostasía, ya que los mismos muladíes sufrirían la misma persecución que sus hermanos mozárabes.

Pero el mayor daño fue provocado sobre la Iglesia; sus prelados, perseguidos, mayormente sucumbieron o huyeron al norte. No obstante, quedaron pastores con el rebaño, principalmente al sur, ya que las diócesis del norte eran especial objetivo del invasor dado que desde ellas se propiciaba la colaboración con la Reconquista. Tan es así que a Oviedo se la conocía como “ciudad de los obispos”, por la cantidad de ellos que allí se habían refugiado.

También quedaron varias diócesis en territorio musulmán: Emérita, Hispali, Acci (Guadix), Ercávica, Asidonia, Astigi (Écija), Barcinona, Basti (Baza), Reacia (Baeza), Bigastro, Calahorra, Coria, Caesar Augusta, Compluto, Coimbra, Córdoba, Cabra, Niebla, Eliberri, Gerunda, Ilici, Málaga, Urgel, Osma, Ejea, Sigüenza, Martos y Urci, y el culto era libre, a pesar de lo que manda el Corán, y hasta dejaban tocar las campanas y permitían la vida monástica.

Estamos en una primera época de la conquista, que lo fue, como hemos dicho, en gran parte gracias a pactos. Lo único que quería de momento el poder árabe era la servidumbre. Por eso, el orden eclesiástico, como el civil quedó bajo la soberanía del estado, que era quien nombraba obispos.

En cualquier caso, todas estas prebendas quedarían aniquiladas por el despotismo en el plazo de un siglo. Esta situación posibilitó el hecho real de la Reconquista, ya que los mozárabes anhelaban salir de la tiranía muslímica, y bien facilitaban las acciones guerreras de los reinos cristianos, bien huían a las tierras del norte, para repoblar y engrosar las tropas de reconquista.

La tiranía a la que estaba sometido el pueblo español se vio acrecida en 732 con ocasión de la batalla de Poitiers, cuando Carlos Martel frenó el avance de los invasores, que desde ese momento se vieron privados del botín, con lo que volvieron sus ansias de rapiña sobre quienes ya tenían dominados.

En cuanto a lo tocante a las caractericticas económicas, la sociedad islámica era esencialmente urbana y su economía tenía como centro el desarrollo de las ciudades y de las profesiones que el crecimiento urbano lleva consigo, es decir, en la industria y en el comercio, siendo que la agricultura tenía por lo general un cierto carácter secundario, y ello contrasta fuertemente con los reinos cristianos del norte, cuya característica era justamente la rural.

Al-Ándalus ofrecía en tiempos del califato la imagen de un mundo fuertemente urbanizado en el que tanto los talleres como las tiendas eran bienes del estado o bienes de manos muertas, por lo que su gestión dependía del Tesoro público.

Y si las circunstancias económicas señalaban importantes diferencias entre un mundo y otro, la vida cotidiana llevaba su propio curso.

Así, Favila muere el año 739. Lo mata un oso en una de las pruebas de valor normalmente exigidas a la nobleza de la época y es sustituido por Alfonso I el Católico, a la sazón yerno de Don Pelayo, que siguiendo la tradición visigoda es elegido entre la nobleza asturiana. 

Este rey unió dos territorios que se encontraban sublevados contra el invasor: Asturias y Cantabria, y comenzó la expansión del reino, hasta entonces circunscrito a los Picos de Europa. Se apoderó de Galicia aprovechando la débil presencia mora, enzarzada en discordias internas; hizo importantes incursiones en Tierra de Campos y llevó al norte a multitud de españoles que vivían en tierra mora, dejando tras de sí lo que los historiadores conocen como “desierto estratégico del Duero”, que iba desde este río hasta la cordillera Cantábrica. Su repoblación se iniciaría un siglo después, con gentes llegadas del sur.

Consecuencia de estos movimientos es la despoblación de las grandes ciudades y la quiebra definitiva del sistema de producción esclavista existente desde tiempos del Bajo Imperio, la propagación continuada de grandes epidemias en la zona, y por último el abandono de Al Ándalus por parte de las guarniciones bereberes tras la revuelta de los años 740 y 741. Todo ello posibilitó el surgimiento de un espacio poco poblado y sin organizar que aisló al reino asturiano de las acometidas musulmanas y le permitió afianzarse.

El historiador francés Barrau-Dihigo, basándose en crónicas árabes, ha realizado una cronología de los hechos que tiene muchas posibilidades de ser acertada: Hasta 745, Alfonso I hostigaría las fortalezas gallegas y leonesas, principalmente Astorga. A partir de ahí, tras la retirada hacia el sur bereber y las nuevas revueltas cristianas en la región de la que hablan las crónicas permitiría a Alfonso I hacerse con el control de la zona y desde 750-751 empezaría a realizar expediciones de saqueo por toda la submeseta norte.

Y aquí es donde llega la revolucionaria hipótesis de Claudio Sánchez-Albornoz. Sabiendo imposible la ocupación de las fortalezas saqueadas, Alfonso I mataría a los musulmanes y se llevaría consigo a los cristianos, repoblando el norte y creando un desierto estratégico difícil de atravesar por las fuerzas islámicas. Esa dificultad queda manifiesta si tenemos en cuenta que los ejércitos de la época vivían sobre el terreno; vivían con lo que producía el terreno, fuesen sembrados, fuese huerta o fuesen animales domésticos. La lógica es que, si no hay habitantes, no hay nadie a quien saquear, y no hay comida.

Desierto estratégico, y desierto estratégico creado por el reino de Asturias, pero… ¿Y los visigodos?, ¿desaparecieron? Porque desde el 711 no volvemos a saber de ellos. Lo que quedaba de ellos se habían instalado en los “Campos Góticos”, Tierra de Campos, entre Burgos, León, Palencia, Valladolid y Zamora. 

Alfonso I los utilizaría para repoblar terrenos recién conquistados que podían defenderse mejor, ciudades como Lugo, Tuy, Braga o Coimbra, dejando abierto el camino a la población de Galicia y a la defensa del reino; en la frontera con el desierto estratégico. El caso es que los godos, finalmente, se incorporarían totalmente a la población española. Toledo seguiría teniendo importancia, ya que el Metropolitano seguía residiendo en la ciudad, y era el encargado de coordinar a toda la cristiandad peninsular, incluida la residente en dominio musulmán.

Por otra parte, los nombres propios que nos han llegado, indican la procedencia de la población: Alonso procede del visigodo Athalfuns. Además, en un documento de 745, Aloitos y su mujer Icka fundan la iglesia de Santa Columba, en Lugo, y en otros documentos aparecen nombres como Eita, Froila, Gemeno, Dulcido, Teodulfus o Fruela.

No se vuelve a hablar de los visigodos, pero no es de extrañar su “desaparición”, ya que eran vistos, no sin razón, como responsables de la pérdida de España.

No obstante, la culpa no podía ser de ellos solos, sino de toda la población, que a lo largo de los años se había demostrado incapaz de corregir los yerros de la minoría gobernante. Pero evidentemente, la invasión musulmana significó su desaparición como pueblo diferenciado.

Por estas fechas los españoles de Septimania intentaron sublevarse contra los francos, sin obtener nada positivo, y en 766, el obispo de Narbona ya se encontraba en el séquito del rey galo.

Hablamos de Reconquista, hablamos de Pelayo y de su gran actuación, que quedó justamente en eso y nada más, y hablamos de Favila, cuya misión se concretó en afianzar al pueblo sobre el terreno que dominaba.

Con Alfonso I la cosa cambia. Con él toma cuerpo la idea de Reconquista y repoblación. Se fundan nuevas ciudades que necesariamente debían ser nutridas con la población mozárabe que emigraba, irremisiblemente en dirección sur-norte. 

Alfonso Murió el año 757, y dominó desde Galicia hasta la Vasconia, en gran parte gracias a los enfrentamientos existentes entre los invasores. El dominio al sur de la cordillera cantábrica no sería efectivo hasta el reinado de Alfonso III, el último cuarto del siglo IX.

Y en esa evolución tuvo un papel principal la emigración sur-norte a la que nos referimos; emigración que tuvo su origen en los enfrentamientos acaecidos entre los invasores al año siguiente de ser coronado Alfonso I. 

Fue el Año 740-741 (año 123 de la Hégira), y muy significativamente en los territorios fronteros con el reino de Asturias, cuando se produjo una sublevación de los primeros invasores o “baladíes”, que fue ahogada por Abd al-Malik aportando 12000 sirios a quienes dio los tributos que pagaban los cristianos. 

Si lo sirios ahogaron la revuelta de los baladíes, seguidamente acabaron también con Abd al-Malik y pusieron como jefe a Ocba ben Alachach, lo que motivó una encendida guerra civil entre las facciones invasoras. Ocba murió asesinado mientras  siguieron los enfrentamientos entre los invasores… que, como venía siendo habitual, tuvieron repercusión negativa sobre los mozárabes, que en gran número huyó en estas fechas a Asturias.

El año 743 Abuljatar, virrey de África que contaba con el auxilio de Ardabasto, acabó con estos enfrentamientos combinando la mano dura con la entrega de tierras, lejos de Córdoba, a los sirios, a quienes también asignaba la tercera parte de los bienes producidos por los cristianos. También el beneficio de los invasores fue a costa de romper el tratado con el condado de Teodomiro, donde ya reinaba su hijo Atanagildo.

Pero esa falta de respeto por los pactos no sería una excepción. Así, en Córdoba, y  según recoge el cronista árabe Al-Maccari, fueron retirados los templos cristianos y los españoles fueron confinados a los arrabales. Y no solo sufrieron el mal trato los españoles que fueron sometidos por las armas, sino que incluso los traidores sufrieron la insaciable rapiña del invasor. Por ejemplo, el propio Ardabasto fue privado de su patrimonio porque Abderramán estimaba que era demasiado considerable para un cristiano y un súbdito. 

Pero si el reparto de tierras se hizo con la idea de contentar a los sirios, acabaron ocasionando nuevas guerras civiles en las que se enfrentaron árabes, sirios, egipcios y mauritanos, y guerrearon entre sí los emires y walies de Córdoba, Zaragoza y Toledo.

Esa dinámica, no obstante, no era exclusiva del Occidente. Así, el año 32 de la Hégira (20-8-749 a 9-8-750 d.C.) se produjo la matanza de los Omeyas en Bagdad, asunto que muestra la calidad humana de los invasores.

En aquellos momentos, el califa abbasida Abul Abbas amnistió a los omeyas que habían sobrevivido a la salvaje persecución de la que previamente habían sido objeto, y en medio de un banquete dado para celebrar la amnistía, todos los miembros de la familia omeya fueron asesinados mientras las carcajadas y los instrumentos musicales sonaban sobre los moribundos. 

De esta matanza supo huir un joven de 16 años: Abderramán, que en una rocambolesca y eterna huída llegaría a Al Ándalus ocho años después, donde con el apoyo de sus patronos, que eran muchos, y de los yemeníes, se hizo con el poder, aprovechando las luchas intestinas existentes.

Llegaba a Al Andalus en 756 introducido por el clan de los Banu Unayya. Al Sumail, que había llegado a Al Andalus en 741, se había convertido en jefe de una de las banderías sirias que se enfrentaban entre si en Damasco, y que alargaron sus enfrentamientos a lo ancho de todos su dominios, y el emir dependiente de Damasco, Yusuf al-Fihri, que regresaba victorioso de su campaña sobre el rebelde Amrú, muladí de la marca norte, se sublevó y arrastró a Al-Sumail a combatir a Abderraman.

En el enfrentamiento subsiguiente Yusuf fue derrotado por Abderramán, pero repuesto de la derrota volvió a enfrentarse el año 758, si bien en esta ocasión no consiguió el apoyo de Al Sumail, que sin embargo fue encarcelado por Abderraman como castigo por no haber avisado del levantamiento.

Yusuf organizó un ejército de 20.000 hombres que dirigió contra Sevilla en un amago que ocasionó un enfrentamiento que acabaría ocasionando la derrota de Yusuf, que sería asesinado en Toledo, cuando huía de Abderramán.

En poco espacio de tiempo había eliminado a Yusuf y a Al-Sumail, siempre contando con el apoyo de los “maulas”, que eran quienes lo habían llamado cuando conocieron la persecución de que era objeto.

A las guerras intestinas entre los invasores, que por cierto siempre se cobraran una magra cuota de víctimas españolas, se añadía la terrible sequía que asoló España aquellos años. 

Una sequía que traía un sabor agridulce, pues la crudeza de la misma reportó que una parte de los invasores volviese a África huyendo de la sequía y de las derrotas que les infligían sus rivales. 

Toda esa situación propició la debilidad de los invasores; sin embargo esa situación no fue aprovecha por España porque esa misma sequía estaba siendo padecida por ella misma.

El enfrentamiento entre los moros, la retirada de las avanzadas bereberes en Galicia como consecuencia del hambre y de las guerras intestinas, si bien no fueron lo suficiente para acabar con la invasión, sí posibilitaron que alguna parte del pueblo español se sacudiese la opresión. Así, en el año 751 se produjo en el norte un levantamiento en armas contra los pocos bereberes y árabes que habían quedado, al tiempo que llamaban en su auxilio a Alfonso el Católico, rey de Asturias, a quién reconocían como soberano. Quién posteriormente sería Rey de Asturias, Fruela, hijo de Alfonso, fue el encargado de liberar aquellas plazas que habían sufrido la opresión sarracena durante más de cuarenta años.

Las tareas de Reconquista de estas fechas se centraron en Lugo, Orense, Tuy, Oporto, Braga, Astorga, León, Arganda y Saldaña en Galicia; Viseo, Ágata, Ledesma Salamanca, Zamora, Simancas y Ávila en la Lusitania; Segovia, Sepúlveda, Palencia y Osma en la Cartaginense, y las de Auca, Velegia, Amaya, Miranda de Ebro, Clunia, Carbonera, Cenicero y Alesanco en Cantabria y Celtiberia, según relata en su Cronicón Alfonso III el Magno. A estas plazas hay que añadir Pamplona, primeramente reconquistada por los vascones en 735 fue incorporada al reino de Asturias en 754. 

En estos momentos, la España liberada se extendía desde el Cantábrico hasta los ríos Duero y Ebro, siendo repelido Al Andalus hasta el Tajo; y todo gracias al empuje de Asturias y a la voluntad de libertad que cobijaban en su pecho los españoles sometidos al islam, mozárabes y muladíes, sin distinción. 

Para proteger las fronteras del reino, ya hemos señalado que Alfonso dejó desértica una porción importante de terreno hasta el Duero, talando árboles y dejando el terreno estéril, destruyendo calzadas y abandonando ciudades, al objeto de dejar espacio suficiente sin producción para evitar el suministro a las futuras razzias lanzadas por el invasor.

Y la población de Asturias iba creciendo a muy buen ritmo, lo que acabó posibilitando que se accediese a la repoblación de nuevos territorios como la Vardulia, que posteriormente daría lugar a Castilla.

Por este tiempo se liberó también parte de Vasconia, y por el éste, Septimania cayó en manos de Carlos Martel, que respetó el Fuero Juzgo de los naturales. Lo mismo ocurriría con Narbona, que tras vencer a los sarracenos se pusieron bajo la protección de Pipino el Breve.

En el terreno económico, el reino de Asturias tenía una economía de subsistencia puramente agrícola y ganadera, eminentemente rural, con Oviedo como único núcleo urbano. Sin embargo, había una serie de ciudades importantes en las demás partes del reino, tales como Braga, Lugo, Astorga, León o Zamora. 

La sociedad, de tipo igualitario en un primer momento, se fue feudalizando progresivamente, sobre todo con la llegada de población mozárabe de cultura visigoda. 

Sin embargo, la feudalización acabaría retrocediendo merced a la dinámica de la Reconquista, que sería animada justamente por esa nueva población proveniente del sur que, paradójicamente, será la que vaya despaganizando y cristianizando el reino, que inicialmente se conformaba por muchos elementos culturales paganos, como queda clara muestra en la propia tumba de Favila.

El 15 de Mayo de 756 moría Alfonso I. Este mismo año se instauró el poder de Abderramán, constituyéndose el emirato independiente de Córdoba, que llevó a cabo una ofensiva en la que acabó rodeando al pequeño reino.

Pero si en el norte estaba alterada la tranquilidad, es necesario señalar que la tranquilidad no era una característica ni de los tiempos ni mucho menos del emirato. Si Abderramán llegó en medio de la guerra, si su dominio lo impuso con la guerra, los levantamientos contra él le acompañarían durante 20 años; los alzamientos fueron constantes… y constantemente fueron ahogados en sangre, y en impiedad. Así, en la sublevación de Al-Ala, en Carmona, decapitó a 7000 hombres. Y castigo similar recibió Toledo.

Era implacable: en Sevilla se rebeló Abu Sabbah por haber sido nombrado y posteriormente destituido valí de la ciudad. Lo mandó llamar a Córdoba en son de paz,  y cuando lo tuvo presente lo mató.  Y en 773, nuevas sublevaciones en Sevilla significaron nuevas matanzas.

Intentonas para derribar a Abderramán se sucedieron, aportando nuevos contingentes de africanos que se refugiaban en distintos lugares para combatirlo. Sierra Elvira, la Alpujarra, la Serranía de Ronda, se llenaron de ellos, y las invasiones de los valíes de África le acosaban. Intentos de desembarco llevaron a poner en grave situación las costas de Tortosa, donde finalmente el valí de la misma logró vencer a los atacantes. Entre tanto Toledo se encontraba sublevado y sitiado por las tropas de Abderramán.

¿Y con qué moral se mantenía el poder de Abderramán? Muestra de la moral que arrastraban los invasores nos la da Marsilio, general de las tropas del emir, quién, al huir su hijo de un combate, no dudó en atravesarlo con su propia lanza.

Y Abderramán no dudó en exterminar a los yemeníes, siendo que eran quienes le habían puesto en el trono… Y quienes siempre pagaban por uno u otro motivo eran los mozárabes, que o bien tomaban las armas por alguno de los partidos contendientes, o sin tomarlas eran masacrados por la ferocidad y codicia de los invasores. Tan es así que según consta en una crónica de la época, el emir Yusuf al-Fihri, el mismo que fue derrocado por Abdxerraman, había mandado hacer un nuevo censo de la cristiandad tributaria, haciendo borrar de la misma a un número importante de españoles que habían sido asesinados o habían huido al norte, siendo que la confección del censo fue requerida por el resto de mozárabes, que veían cómo acrecentaban sobre sí las obligaciones que no podían ser cumplidas por sus hermanos ausentes.

¿El trato a los españoles? … en 758, a los habitantes de Castella, capital del cantón de Elvira (en Granada), se les impuso que pagasen anualmente 10.000 onzas de oro, diez mil libras de plata, 10.000 cabezas de los mejores caballos y otros tantos mulos, con más de 1000 armaduras, mil cascos de hierro y otras tantas lanzas (dado en Córdoba a tres de Safar del año 142). Era un impuesto por ser español del que no se libraban los renegados, los muladís, lo que acabó provocando levantamientos que indefectiblemente eran ahogados en sangre.

La justicia musulmana actuaba contundentemente, y en ocasiones hasta con justicia. Nos han llegado sentencias ejemplares, como aquella en la que el juez, desoyendo la recomendación de Abderramán, no permitió que un noble árabe arrebatase una finca a un español. Finalmente le obligaron a vender… pero hay que reconocer que al menos cobró.

Existen más ejemplos similares, como el de aquel cortijo que fue usurpado y asesinado el propietario. Transcurridos los años, ya en el reinado de Al Hakam I, los hijos reclamaron su derecho, y el juez, contra las indicaciones de Al Hakam, dictó sentencia correcta, y Al Hakam la aceptó.

Dos casos que ponen al descubierto la terrible situación que padeció el pueblo español; dos casos; dos excepciones que podrán multiplicarse por la cifra que se quiera, pero que, en cualquier caso demuestran no sólo la existencia de jueces justos, sino también permite tener en cuenta otras cosas; primera: que no todos los antiguos propietarios sobrevivieron; segunda: que no todos los supervivientes ni sus herederos se atrevieron a reclamar, y tercera: que no todos los jueces se atreverían a ser tan honestos y a perseverar en la sentencia tras las presiones.

Dos casos que no soportan otros dos casos; el de Ardabasto, del clan de Witiza, que a pesar de haber prestado grandes servicios al Emir, fue despojado de sus propiedades por la envidia que causaba en Abderramán las ofrendas que hacían los colonos a su señor, lo mismo que su sobrino. Pero la guinda de la tiranía se llevaba a efecto en la catedral de Córdoba, que obligatoriamente debía ser compartida con el culto musulmán, a pesar de existir en Córdoba 430 mezquitas. Pero en 784 cesó de existir esa obligación porque fue convertida en mezquita y los cristianos fueron expulsados.

No paró ahí la acción anticristiana y antiespañola de Abderramán, que recorrió todo el reino destruyendo centros de culto y persiguiendo a los cristianos, entre los cuales, quienes más libres de opresión se encontraban, huían al norte, donde aportaron, además de nuevas gentes y nuevo espíritu de reconquista, tesoros y reliquias religiosas; aquellas que podían transportar.

Y no fue sólo en ese ámbito. También la invasión procuró la disgregación del pueblo español, tarea para la cual fue designado el obispo de Toledo, Elipando, que acabó propagando una herejía, el adopcionismo, que también era defendida por Félix, Obispo de Urgel.

Pero España estaba resurgiendo, y la herejía fue rebatida por el Beato de Liébana, que encontró apoyo en el alto clero español y europeo. En relación al adopcionismo, Carlomagno acabó convocando un concilio en Ratisbona el año 792 en el que se proclamó como herejía la doctrina de Elipando. Este hecho sirvió para desvincular de la obediencia de Toledo a la iglesia de Septimania y del norte de la Tarraconense, que parece es lo que, al fin, pretendía Carlomagno, pero también se desligó de Toledo la iglesia asturiana.

El adopcionismo pretendía que Jesús era un simple ser humano elevado a una dignidad similar a la de Dios después de su muerte; principio que, a la postre no hacía sino abonar la doctrina musulmana. Finalmente, y dentro del mismo siglo VIII, el adopcionismo fue definitivamente confirmado y condenado como herejía en los sínodos de Fráncfurt y de Roma.

Si beato de Liébana fue responsable principal de la condena del adopcionismo, también lo fue de la “invención” del sepulcro de Santiago, descubierto el año 813.

Dice Claudio Sánchez Albornoz que suele imaginarse una España musulmana habitada por árabes y moros que cambiaron la faz cultural y económica de la Península, y cuyo vencimiento y expulsión costó a los españoles una caída vertical a simas profundas de incultura y de pobreza. Pero es el caso que la aportación sanguínea oriental o africana fue mínima y no alteró las facies étnica de España. Los miles de hombres que vinieron desde oriente o desde África se disolvieron pronto entre los millones de habitantes de la península. Los más de los califas fueron rubios y de tez clara, como sus madres, la mayoría esclavas españolas. Además, entre los primeros aportes llegados con las primeras oleadas de la invasión, es presumible que se encontrasen personas procedentes de la Hispania Tingitana, invadida con anterioridad al 711.

Del análisis de los invasores podemos deducir que eran muy prolíficos, destacando entre todos ellos Abderramán II, que tuvo 87 hijos; el segundo en esta escala fue Mohammad, que tuvo 54 hijos; el tercero Al Hakam I, que tuvo 40 hijos, y el cuarto Abd Allah, que tuvo 24 hijos; Abderramán I, veinte. El resto ya entra dentro de lo que podemos entender como normalidad. Y también eran dados a la poesía, en concreto Abderramán I, Al Hakam I, Abderramán II, Abd Allah y Abderramán III.

Pero la parte negativa de la poesía la sufría, naturalmente, el pueblo español. Abderramán temía la sublevación del pueblo español, en esos momentos mayoritario, y buscaba su colaboración, en la que ponderaba el hábito al orden, a la disciplina y a la obediencia, por lo que prometió guardar los pactos, tantas veces quebrantados.

Ante la situación de absoluta pérdida de España, la apostasía creció en el pueblo falto de fe y de patriotismo, que esperaba conseguir tierras y prebendas; algo que, si alguno consiguió no fue lo normal, siendo que los muladíes en su conjunto sufrieron una situación muy parecida a la padecida por los mozárabes.

La población surgida de estas artes, así como la que surgió producto de los matrimonios mixtos serían conocidos como “muladíes”, y conformaría el principal núcleo poblacional de Al-Ándalus; núcleo que lo sería también de conflictos, pues al fin, el sentimiento patriótico y cristiano acabaría surgiendo en ellos. Se reproduciría, así, la misma situación que siglos atrás se vivió con el poder visigodo. En ambos casos, el pueblo español quedaba relegado a ciudadanía de segunda; pero en este caso, no existió ningún Leovigildo ni ningún Recaredo que condujese las aguas a sus justos cauces, dependiendo exclusivamente del avance de la Reconquista.

Los muladíes serían los médicos y los maestros; los filósofos y los artistas de los que el poder invasor haría gala, y que sin lugar a dudas procedían de las escuelas españolas de Sevilla, Toledo y Córdoba.

Mientras tanto, el norte español seguía fortaleciéndose… o así. A la muerte de Alfonso I, en 757 fue alzado al trono su hijo Fruela, a quién se tiene por fundador de la ciudad de Oviedo, donde erigió una basílica. Casó con la alavesa Munia con la que tuvo a quién sería Alfonso II. Su condición áspera y dura, su genio irritable, acarrearía problemas que posibilitarían el estancamiento del reino hasta que reinó su hijo Alfonso II, pero entre ambos reinados pasaron veintiún años.

Fruela llevó adelante una importante labor de repoblación, marcando una frontera segura en el río Miño, y tuvo serios enfrentamientos con el ejército invasor y con sus propios vasallos; tuvo que sofocar una rebelión de los vascones, cuya victoria reforzó tomando en matrimonio a la alavesa Munia; puso orden en el clero prohibiendo el matrimonio a los clérigos, algo que venía siendo habitual desde el reinado de Witiza, y en 759 debió sofocar un levantamiento de la nobleza gallega, que se sublevó justamente contra la pragmática dictada sobre el matrimonio de los clérigos.

Murió el año 768, ajusticiado por los suyos como castigo por haber matado a su hermano Vimara que se había aliado con el clero aristocrático. Su sepultura, en la iglesia de San Salvador de Oviedo sería saqueada por las hordas árabes el año 794, y los relatos de su muerte censuran la de su hermano, lo que contrasta, como señala Sánchez Albornoz, con la historiografía hispano-musulmana, que incluso alaba a veces las violencias crueles de sus emires o califas. Al fin, un hecho que recuerda la actuación de los visigodos; algo que no había sucedido desde la asonada árabe.

A Fruela le sucedió su primo Aurelio, cuyo recuerdo se centra en la concesión de parias a los moros consistente en la entrega anual de un número indeterminado de doncellas, que parece no obedecer exactamente a eso, sino que equivale a que permitía la unión en matrimonio de doncellas nobles con musulmanes, y en el sometimiento de una rebelión popular, probablemente ocasionada por la población servil que había emigrado del sur. 

Lo peor que se dice de Fruela es que no hizo cosa de paz ni de guerra que sea digna de memoria. Fue coetáneo de Carlomagno y de Abderramán I.

Sila, descendiente de Pelayo y casado con Adosina, hija de Alfonso I y tía del futuro Alfonso II, sustituyó a Fruela el año 774. Durante su reinado hubo de someter una sublevación en Galicia.

Durante el reinado de Silo, el gobierno del palacio fue atendido por Alfonso “el casto”, hijo de Fruela y nieto de Alfonso el mayor. Gobernó el palacio hasta el año 783, cuando falleció Silo de muerte natural, siendo ascendido al trono Mauregato, que era hijo bastardo de Alfonso I y de una cautiva árabe según unos relatos, y concubina astur según otros. Tomó el trono contra la voluntad de Adosina, que colocó a Alfonso en el trono hasta que se vio forzado a huir y refugiarse en Álava entre los parientes de su madre. 

Mauregato retuvo por seis años el reino y tuvo paz con el invasor, que tras quince años de atender otras prioridades volvía la vista al norte con ánimo de reconducir el asunto a la conveniencia de Abderramán.

La falta de ímpetu de Mauregato lo llevó a mantener estrechas relaciones con los invasores, a quienes pagó vasallaje ominoso como el reflejado en la “leyenda de las 100 doncellas” por la que se comprometía a entregar 50 doncellas hidalgas y 50 villanas al año. 

Leyenda que, sin dejar de serlo, parece certificar la sumisión a que se vio sometido el reino en concreto en los reinados de Silo y Mauregato. Lo que parece cierto es que los musulmanes lanzaron una aceifa que no tuvo consecuencias… ¿Tal vez no las tuvo al haber aceptado el tributo de las doncellas? Todas las opiniones están en los relatos de los historiadores, pero Sánchez Albornoz condena el tributo de las 100 doncellas al calificativo de leyenda.

Es en tiempos del rey Mauregato cuando fue compuesto el himno O Dei Verbum, en el que se califica al apóstol Santiago de «áurea cabeza de España, nuestro protector y patrono nacional», basándose en el Breviario de los Apóstoles, que señala a Santiago predicando en España. Este hecho dará lugar a la creación del Camino de Santiago, que se verificaría en el reinado de Alfonso II, cuando un ermitaño llamado Pelayo había observado durante varias noches sucesivas resplandores misteriosos sobre el bosque de Libredón.

El acontecimiento más relevante de su reinado es la querella del adopcionismo, ya relatada líneas más arriba, que serviría para poner en la historia a personajes como Elipando de Toledo y Félix de Urgell, y sobre todo a sus principales oponentes, el Beato de Liébana y su discípulo Eterio obispo de Osma. A esta herejía, o mejor, a quienes la combatían, debemos la creación del himno de Santiago, en el que se cita al apóstol como patrono de Hispania, y la carta del beato a Elipando en 785, donde le dice que la herejía se discute no sólo en Asturias, “sino en toda España”. Dice Claudio Sánchez Albornoz que por primera vez se habló entre nosotros de la evangelización de España por Santiago en los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana del 786 y por primera vez se le invocó como patrono y protector de Hispania en un himno litúrgico en el que se evoca en un acróstico la bendición del Rey de los Reyes para el rey Mauregato.

La existencia del beato de Liébana y su labor cultural nos indican que el ambiente cultural estaba renaciendo y el espíritu cristiano se imponía sobre las creencias paganas. La obra de mayor trascendencia creada por Beato fueron sus Comentarios al Apocalipsis, que fueron copiados en manuscritos en los siglos posteriores. Beato expone en ellos una interpretación personal del relato apocalíptico, a la que añade citas procedentes del Antiguo Testamento y de los Padres de la Iglesia, y todo ello acompañado por magistrales ilustraciones.

En los Comentarios se da una nueva interpretación a los símbolos del Apocalipsis: Babilonia ya no representa a la ciudad de Roma, sino a Córdoba, sede de los emires de Al Ándalus; la Bestia, antiguo símbolo del Imperio Romano, encarna ahora al invasor islámico que amenazaba con destruir la cristiandad occidental y que en esa época atribulaba con sus frecuentes razzias a los territorios del Reino de Asturias. Beato estaba convencido de la llegada inminente del Fin de los Tiempos, que vendrían precedidos por el reinado del Anticristo, cuyo imperio duraría 1290 años.

En 773, Córdoba se independiza de la nueva capital Abasí, Bagdad. Esta independencia es política y administrativa pero se mantiene la unidad espiritual y moral al continuar el vínculo religioso con el Califato Abasí.

Por el extremo oriental, la colaboración de los mozárabes permitió a Carlomagno la fundación del condado de Barcelona, pactando, el año 777 con varios caudillos musulmanes, y entre ellos el wali de Barcelona Alarabi, que se habían sublevado contra el emirato en beneficio de los abbasidas de Oriente. Los mozárabes de Tarragona aprovecharon la coyuntura para emigrar a las tierras recientemente liberadas. 

Urgel quedó liberada del poder musulmán, y los mismos ejércitos de Carlomagno, al mando de su hijo Ludovico Pío, liberarían, el año 785, con la participación directa de los mozárabes, Ampurias y Gerona, que había permanecido desde el 717 en poder del islam. Es de suponer que con ello quedó liberado el Ampurdán.

El año 788 fallecía Abderramán I, habiendo superado conspiraciones por parte de familiares muy cercanos (sobrinos) que pagaron su osadía con la vida. Le sucedía su hijo Hixam I.

En la España liberada, el año 789 fue rey Bermudo I el Diácono, que era hermano de Aurelio y sobrino de Alfonso I, y conforme a la legislación de Witiza, siendo diácono estaba casado y tenía dos hijos. Fue elegido por los nobles para cortar las aspiraciones de Alfonso, hijo de Fruela y nieto de Alfonso el católico, que quería cortar las relaciones con el invasor. Por estos motivos, o porque se pretendía evitar la costumbre visigoda de que el nuevo rey tomase represalias sobre quienes habían actuado en su contra, o por ambas a la vez, Alfonso quedó de momento sin ser rey.

Mientras tanto, a la muerte de Abderramán I en 788 surgieron graves disensiones que pudieron ser contenidas no sin esfuerzo por Hixam I, que había sido designado heredero por Abderramán. Accedió al trono por haber llegado antes que su hermano Suleiman a Córdoba, ya que ambos se encontraban lejos de la ciudad.

Suleiman se garantizó la fidelidad de los toledanos y se enfrentó a su hermano; Said ben Al Husain se sublevó en Sagunto y conquistó Zaragoza; ben Fortún se batió acto seguido, y Matruh ben Sulaiman avanzó desde Barcelona y conquistó Huesca y Zaragoza.

Por su parte, el otro hijo en discordia, Abd Allah, que fue el transmisor del poder de su padre a su hermano Hixam I, se arrepintió de lo hecho y marchó a engrosar las filas de su otro hermano, Suleiman, a Toledo, donde fueron sitiados por Al Hakam. Suleiman fue derrotado en una incursión que hizo en Mérida, y Abd Allah se entregó a Hixam, que lo recibió bien.

Esto sucedía el año 790.

Mientras tanto en Asturias, y contra todo lo previsto por los nobles que lo coronaron, Bermudo el diácono llamó a su lado a Alfonso y lo puso al mando del ejército.

Este mismo año, Hixam envió una expedición contra Tudmir (ocupaba lo que actualmente es Alicante y Murcia y tenía la capital en Orihuela), desatendiendo los pactos que el año 711 permitieron que los árabes ocupasen todo el territorio nacional. Teodomiro ya había fallecido, y estaba en el trono su hijo Atanagildo, que mantenía a duras penas el reino que su padre consiguió mantener independiente mediante el tratado que en 713 firmó con Abdelaziz ben Musa.

Parece ser que Atanagildo había pactado con Carlomagno por una parte y con Abderramán ben Abib por otra, para procurar el derrocamiento de Abderramán I, que era conocido como “el advenedizo”, pero la traición posibilitó que Abderramán I abortase esta intentona el año 779. En esta misma época serían expulsados los mozárabes de Valencia.

Hixam I Ocupó Tudmir y de paso aprovechó para expulsar de la península a su hermano Suleiman, que según los escritos árabes “se encontraba en las fronteras de tal provincia”.

Una traición le posibilitó también la toma de Zaragoza el 10 de mayo del año 791 en el curso de la guerra santa que ese mismo año convocó Hixem en respuesta a los avances cristianos, para la cual organizó tres ejércitos, uno dirigido contra Galicia, otro contra las montañas Albasquenses (montañas vascas), y el tercero, contra la Narbonense. 

Un ejército a las órdenes de Abdelkrim, conquistó Gerona, llegó a Narbona y obtuvo tal botín que con el quinto del mismo se construyó la mezquita y el puente de Córdoba, en cuya construcción empleó en régimen de esclavitud a los prisioneros traídos de Narbona. Gerona fue tomada y sus habitantes fueron degollados. 

En la expedición a Galicia ocasionó grandes perjuicios, tomó una ingente cantidad de cautivos, de ganado y de otras rapiñas, pero en el Bierzo topó con las fuerzas de Bermudo, con las que mantuvo un enfrentamiento cuyo resultado no conocemos, ya que el Albeldense da la victoria a los españoles y Al-Makari la da a los invasores. El ejército asturiano era comandado por quién todavía no era rey: Alfonso II.

Una vez tuvo reunificado el reino, Hixam se dedicó a una vida más pacífica. Daba limosnas para que fuesen repartidas en las mezquitas, y a lo que parece no le faltaba cierto punto de justiciero.

En cualquiera de los casos, en los textos musulmanes se repite algo que en Hixam es referido como muestra de su bondad: Impuso una multa que luego levantó, “por haber soltado un perro en lugar en que se producían molestias a los musulmanes”.

Aquí hay varios asuntos a tener en cuenta; primero, el perro es un animal inmundo en el Islam, que sólo puede tenerse como animal de custodia, y segundo y más importante de destacar: “producían molestia a los musulmanes”.

En cuanto a la persecución de lo español, hay autores que afirman que Hixam puso en Córdoba y en otras ciudades españolas enseñanza de la lengua arábiga, y obligaba a los cristianos a que no hablasen ni escribiesen en lengua latina, si bien al parecer de otros historiadores esta afirmación no es cierta. Lo que sí es cierto es que en el siglo VIII, y en el seno de la España dominada, floreció un número importante de pensadores, gramáticos, poetas, literatos, médicos, astrónomos… y mártires, todos españoles.

Sea como fuere, la emigración al norte continuaba a buen ritmo, y Asturias se había convertido en un foco peligroso para los invasores, que absorbidos por necesidades internas habían dejado para segundo término la represión de los levantiscos españoles. En el último decenio del siglo intentaron estrangular el foco rebelde. Los españoles fueron vencidos en diversas batallas y combates, vieron arrasados sus campos y destruidos sus poblados, fue saqueada su nueva capital, su rey estuvo a punto de caer cautivo y hubo de acogerse a las asperezas de los Picos de Europa. Pero los musulmanes nunca más se atrevieron a entrar en Asturias.

Hixam I, victorioso en las luchas sucesorias de Córdoba, se embarcaba en la misión de acabar con el reino de Asturias, al que hasta la fecha no se le había hecho mucho caso. No dudaba de la insignificancia de la resistencia por lo menudo del terreno contra el que podía permitirse el lujo de enviar aceifas sin mucho esfuerzo por parte de los atacantes y con gran desgaste por parte de los resistentes. Sería una misión molesta, pero no demasiado larga.

Con esa idea, en 791 envió un ejército mandado por Ubayd Allah ben Uthman, que alcanzó la Bureba, por el Ebro, y otro, dirigido a la parte occidental del reino, mandado por Yusuf ben Bujt. El primero invadió Álava y Bardulia, y el otro marchó hacia Galicia y retrocedió hasta Astorga. Bermudo le hizo frente y fue vencido en Villafranca del Bierzo, lo que provocó su abdicación y la ascensión al trono de Alfonso II “el casto”.

Con la abdicación de Bermudo acababa una mácula en la Reconquista. Era el último de los cuatro reyes que desde 768 conformaba una etapa oscura y de regresión del reino de Asturias, cuyos reyes (Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo) son conocidos por algunos historiadores como “reyes holgazanes”.

Alfonso II el Casto llegaba con ganas de cumplir su cometido y sería la antítesis de sus cuatro predecesores.




























CAPÍTULO IV

El reinado de Alfonso II el Casto (años 791 a 842)


El 14 de septiembre de 791 accedía al trono de Asturias Alfonso II. Un personaje merecedor de especial atención, engendrado en una vasca por el violento y feroz Fruela, educado en la corte por sus tíos Adosina y Silo, desplazado del trono por su tío Mauregato, refugiado durante años entre sus parientes vascones, que a los veinticinco años accedió al trono como consecuencia de la derrota sufrida por Bermudo el diácono. Un personaje que logra escabullirse del intento de rapto llevado a cabo en la aceifa que Hixam I lanzó contra el pequeño reino el mismo año que Alfonso fue coronado; alguien que tras estas circunstancias sería depuesto por un oscuro levantamiento, tras lo cual repuso el orden gótico y puso orden en lo que ya podrá llamarse corte real, manteniéndose en el trono más de cincuenta años, siempre en lucha contra los poderosos ejércitos de Córdoba, que de forma recurrente lanzaba sus huestes contra cualquier punto de su alargado reino que iba del Pirineo al Atlántico, y siempre llevando una vida casta, pura, inmaculada. Insisto, se trata de un personaje merecedor de atención especial. En su reinado se descubrió el sepulcro de Santiago, que tanto bien haría en la Reconquista de España.

Con él volvía la energía al trono asturiano después de 34 años de componendas y ominosos tributos pagados al enemigo musulmán, y con él se puede decir que se consolidó el reino de Asturias.

Un reino que si se constituyó aglutinando los diversos pueblos hispánicos en los que se incluía tanto a los hispano romanos como a los visigodos, en un tiempo tan tardío como a principios del siglo IX, y en el testamento de Alfonso II, se renegaba de los visigodos culpándoles de la pérdida de Hispania.

Alfonso II es el rey que puede ser considerado como forjador de la Reconquista; el rey que ensanchó las fronteras del reino acercándose al río Duero, llevando sus peleas hasta Lisboa y enfrentándose con dos monarcas árabes: Al Hakam y Abderramán II. Alfonso II fue el nexo necesario de unión de los pueblos hispánicos liberados. Junto a Alfonso el Casto pelearon muchas veces incluso los paganos que habitaban en las lejanías de las tierras otrora de várdulos y caristios, vasconizadas a la caída del Imperio Romano. 

Pero la actividad de Alfonso II va más allá: Además de ser un excelente caudillo guerrero organizó política, religiosa y administrativamente el reino; activó la implantación del derecho y también lo organizó socialmente. A ello colaboró el concilio de Frankfurt del año 794 en que se condenaba el adopcionismo de Elipando. Con motivo de este concilio, el Papa Adriano dirigió una carta a los "dilectísimos hermanos y con sacerdotes nuestros que presiden las Iglesias de España y de Galicia", es decir, de la España árabe y del Reino de Asturias, al que por primera vez se le reconocía una organización eclesial propia. 

Apenas asentado en el trono tuvo que hacer frente a las aceifas árabes: una por Álava y otra por Galicia. Aceifas que se repetirían anualmente, y que en 794 llegaron hasta Oviedo al mando de Abdelmalik, saqueándola, pero la de Abdelmalik sería la última incursión en el corazón del reino. El ejército agareno fue exterminado en Lutos, excelente lugar por su angostura para llevar a efecto la matanza, cuando regresaba victorioso a Córdoba. 

Hixam, contrariado ante el desastre, organizó nuevas aceifas para el siguiente año, 795, al mando de Abdelkrim. Diez mil soldados partieron contra Asturias, que los recibió, no en las montañas, sino en campo abierto. Craso error, el 18 de Septiembre vencieron los sarracenos, que se lanzaron en persecución de las tropas de Alfonso, que sufrieron una nueva derrota tras la cual se dio lugar a una persecución que cubrió gran parte del pequeño reino. La acción no culminó en exterminio gracias al arribo del invierno, que forzó la retirada de los agarenos por temor a las inclemencias del tiempo. El otro ejército que había atacado por Galicia volvió habiendo dejado gran número de bajas en el intento. 

Alfonso II fue el fundador de Santiago de Compostela, donde mandó construir un templo en el “Campo del Apóstol” y le asignó para su sostenimiento el territorio de tres millas en circunferencia. Y fue quien puso su corte en Oviedo, después de infligir dos importantes derrotas a los invasores en Lutos y Naharón, y reconquistó Lisboa, llevando sus fronteras hasta el Tajo. En 794 ocasionó una terrible derrota a los invasores, en la batalla de Lodos (o Lutos), donde pereció todo el ejército musulmán, compuesto por 70.000 hombres según refieren las crónicas.

Barcelona sería reconquistada el año 801, tras 84 años de dominación árabe por Luis el Piadoso, pero se encontraría con dos partidos entre los españoles: uno favorable a los francos porque los liberaba del poder musulmán y otro contrario, ya que no veían con buenos ojos pasar de la dominación árabe a la dominación franca. Posteriormente sería nombrado conde de Barcelona el godo Bera, que también era conde de Gerona, Besalú, Rasés y Conflent y lo sería hasta el 820, cuando fue depuesto por infidelidad a Carlomagno. Le sustituyó Rampón, conde franco impuesto por Carlomagno que ejercería hasta el año 825, cuando una vez muerto fue sustituido por Bernardo de Septimania, godo del partido pro franco, quién sufrió un levantamiento de los contrarios al poder franco en la comarca de Vic, al mando de Aizón, lugarteniente que fuera de Bera, que vio engrosar su partido con muchos españoles descontentos con el poder franco. Aizón acabaría huido a Córdoba, donde finalmente fue asesinado por orden del emir.

Rebelado Bernardo contra Ludovico Pio, y apoyando a Pipino de Aquitania, fue vencido y destituido de todos sus cargos, que los recuperaría en 835, tras la muerte de su sucesor, Berenguer de Tolosa. Bernardo seguiría jugando con dos barajas, y finalmente, en 844 fue decapitado por orden de Carlos el calvo.

Las luchas contra el invasor no cesaban; los moros fueron expulsados de Ausona (Vic), de donde quedó como gobernador el conde Borrell; fueron aventados de Osca (Huesca), de Cardona, de Manresa, de Egara… Y ya en 809 Tarragona y Tortosa serían liberadas por Ludovico Pío.

Pero el celo hispánico del partido contrario a los francos no jugó en esta ocasión al servicio de la Patria, sino al servicio del invasor, cuando con el alzamiento anti franco del año 826, Aizón posibilitó que los moros volviesen a invadir todo el condado de Vic, y las comarcas de Lérida, Tarragona y Tortosa.

La participación franca en la reconquista, así, significó no pocos problemas añadidos. Los francos acabaron tomando la mayor parte de lo que con el tiempo sería Cataluña, hasta el Ebro, en lo que se conoce como Marca Hispánica, denominación utilizada esporádicamente del 821 al 850, que fue resucitada por Pierre de Marca en 1688 para justificar la incorporación de Cataluña a Francia. Según Marcelo Capdeferro, la Marca Hispánica, que estuvo compuesta de los condados de Rosellón, Gerona, Ampurias, Besalú, Ausona, Urgel, Cerdaña, Barcelona, Pallars, Ribagorza, Sobrarbe, Aragón y Pamplona, no existió en esencia como tal “marca” o territorio dominado por los francos. Aquí, sin embargo, puede señalarse el punto de inflexión en la pérdida de control hispánico sobre la Narbonense, si bien en la misma continuaron manteniendo el Fuero Juzgo.

Ludovico Pío, en 816, les reconoció sus derechos, que fueron posteriormente reafirmados por Carlos el Calvo en 844, todo lo cual se vio reafirmado con la asunción de Wifredo el Velloso en 878, quién se vio con los títulos de conde Barcelona, Gerona y Ausona… y del condado de Urgel, que cedió a su hermano Miró.

Y los infantes que tomaban las plazas, en concreto Barcelona, eran gentes de los Pirineos comandadas por un musulmán, Balhul, que hasta llegó a tomar espuriamente Tarragona. 

En este tiempo estaba surgiendo otro reino hispánico en los Pirineos: Navarra, sin que haya llegado a nuestro conocimiento el lugar exacto donde se fundó. 

No obstante, para esa época Pamplona estaba en poder los moros, y Carlomagno, que después de Barcelona sitió Zaragoza, debió retirarse por la sublevación de los sajones en el norte de sus dominios. Pasó por Pamplona, destruyó las murallas y sufrió la emboscada de Roncesvalles, llevada a cabo por los vascones. Era el 15 de Agosto de 778. Carlomagno se percataba que era imposible actuar en España sin la aquiescencia de los españoles, que no querían estar sometidos ni a musulmanes ni a francos.

Roncesvalles marca un hito en la conformación de este reino hispánico, con la victoria sobre el reino franco de Carlomagno en la persona de Roldán, que si en la literatura francesa dio lugar al “Cantar de Roldán”, en la española dio lugar al “altabiskarko cantua”.

Entre tanto, los mozárabes empezaron a rebelarse contra el invasor, con la esperanza de encontrar el apoyo de los muladís, que como aquellos se encontraban oprimidos por los moros.

El año 795 Hixam enviaba una aceifa contra Asturias al mando de Abdelkrim, arrasando todos los lugares por los que pasaba. 

El año 796 moría Hixam, y era sustituido por Al Hakam I. Con el nuevo emir se producirían levantamientos de sus tíos Suleiman y Abdala, que pretendían el trono mientras Abdala se aliaba con el cadí de Toledo, de cuya circunscripción sólo se declaró fiel a Al Hakam Amru, de Talavera. Suleiman reclutaba tropas en África y buscaba alianzas con Carlomagno, quién le envió a Ludovico Pío, que recobraba Narbona y Gerona y se le entregaban Huesca, Lérida y Pamplona, mientras Barcelona se ponía a su disposición, aunque a la hora de la verdad, se retiró la oferta, lo que conllevó un duro sitio de la ciudad. Finalmente conquistada, quedó como conde un noble godo llamado Bera. 

Zaragoza había caído en manos del rebelde Balul ibn Marzuk; los pamploneses habían matado al gobernador Mutarrif, de los Banu Qasi, y Alfonso el Casto, aprovechando las discordias del enemigo, arrasó Lisboa en 798, de donde entregó a Carlomagno, como presente siete mil prisioneros. Esta osadía turbó a los invasores, que no supieron reaccionar, paralizados por las discordias noroccidentales con los tíos del emir, cuando el año 800 Abdala, tomaba Huesca. A la zona noroccidental dirigió Al Hakam las aceifas del año 801, que sufrieron una terrible derrota por parte de las tropas españolas en el desfiladero del Arganzón, lo que les impidió llegar a combatir con su objetivo, y Abdala, en 803 sufrió una nueva derrota por parte de Alfonso el Casto en el valle del Pisuerga.

Puesto finalmente en marcha Al Hakam, recuperó Gerona, Huesca, Lérida, Gerona, Barcelona, y Narbona, donde degolló a la población.

Mientras, sus tíos se habían hecho con Valencia y con Murcia, donde se retiraron; su general Amrú tomó Toledo y ejecutó al cadí; atacaron Córdoba por sorpresa, pero Al Hakam los venció en batalla, matando a su tío Suleiman. Tras esta derrota, su otro tío, Abdala, pidió el “amam”, la paz.

Era el año 801.

El año 800, la España liberada conoció un nuevo caudillo: Iñigo Arista, fundador de la primera dinastía navarra, tras haberse liberado del sometimiento franco. Era Iñigo familia de los islamizados Banu Qasi, y participó en las reyertas que éstos mantuvieron con el poder de Córdoba. Murió el año 850, un año después de haber claudicado los Banu Qasi ante Córdoba.

Pero el buen sol que brillaba para España se vio turbado el 802 por el alzamiento de un personaje cuyo nombre nos es negado por la historia, y que a punto estuvo de dar al traste con Alfonso, objetivo que no consiguió gracias a que un grupo de fieles venció al rebelde y restituyó en su trono a Alfonso, que había permanecido recluido en el monasterio de Ablaña durante un año.

El presente de Alfonso a Carlomagno tras el ataque a Lisboa de 798 parece ser que puede entenderse como agradecimiento de aquel por la posible parte que pudo tener Carlomagno en la favorable deriva de las discordias internas que a punto estuvieron de acabar con su reinado. Lo cierto es que no volvieron a efectuarse semejantes presentes.

Durante los siguientes años de su reinado, dedicaría Alfonso grandes esfuerzos a embellecer su reino con hermosas construcciones, e instalando nuevos monasterios desde Vardulia hasta Galicia y repoblando castros y ciudades con la población mozárabe que huía del dominio musulmán. Y es que en estos momentos se había consolidado el frente del noreste, lo que la historiografía francesa de finales del siglo XVII denominaría la Marca Hispánica, donde emigraban muchos españoles huyendo del poder sarraceno absorbía la atención de Córdoba, y el príncipe Abderramán se enfrentaba y hacía huir de Tarragona a Ludovico Pio el año 809. Algo que volvería a repetir el año 811, cuando retomó Gerona y llegó a Narbona.

La cultura reverdeció en el reinado de Alfonso II, habiéndose llegado a escribir la conocida como “crónica asturiana perdida” cuya existencia fue demostrada por Claudio Sánchez Albornoz. También Alfonso II restableció el gobierno de palacio, que podemos entender como la estructuración del gobierno. Así mismo creó el obispado de Oviedo.

Mientras, en Córdoba se producían graves altercados con los mozárabes, que fueron salvajemente reprimidos por el emir.

El primero de ellos ocurriría durante los años 805, 806 y 814, y sus autores, los muladís, que no buscaron la complicidad de sus hermanos mozárabes, fueron duramente reprimidos. Expulsados, marcharon unas ocho mil familias a Fez, donde fueron ubicados separados de la población árabe. 

El tributo en sangre no fue pequeño. Setenta y dos de los conjurados fueron crucificados, y en 806, una manifestación callejera de protesta hizo poblar de cruces las márgenes del Guadalquivir. 

Otros levantamientos se produjeron en Mérida y en Toledo, de cuyos habitantes diría el cronista árabe Ibn Alcutia que tenían en alto grado el espíritu de rebeldía. La falta de coincidencia religiosa impidió los triunfos que resultaban necesarios a los españoles; mozárabes y muladíes no acababan de colaborar con total confianza, a pesar del ardor patriótico mostrado por su cabecilla, el poeta muladí Guerbib. 

Sólo a la muerte de éste, y cuando fue nombrado gobernador en 807 el renegado Amrús ben Yusuf, se acabó con la revuelta, urdiendo el asesinato del nuevo cabecilla, Obvaida ben Hamid, cuya cabeza fue remitida, en sal, a Al Hakam. 

El nuevo gobernador se granjeó la confianza de los españoles y les tendió una celada.

El príncipe heredero, Abderramán, al mando de una aceifa, se presentó en Toledo y se hospedó en la alcazaba que los mismos toledanos habían elevado, donde recibió a los españoles más principales y les ofreció un magnífico banquete.

Los españoles fueron recibidos de uno en uno, siendo conducidos al centro de la fortaleza donde se había excavado un gran foso, donde fueron arrojados, previamente degollados, todos los invitados. Cuentan los historiadores árabes Ben Alcutia, Annouairi e Ibn Adari que fueron asesinados entre 700 y 5000 toledanos ante la vista de Abderramán, que contaba catorce años. El trágico día ha pasado a la historia como “el día de la hoya”. Y es que los invasores seguían al pie de la letra lo que les manda el califa Omar: “Nosotros debemos comernos a los cristianos, y nuestros descendientes se deben comer a los suyos mientras que dure el islamismo”. 

Cuenta el historiador Ben Alcutia: “Los toledanos eran gente tan revoltosa e insubordinada que no hacían caso de los gobernadores, hasta un extremo a que jamás llegaron vasallos de ningún país respecto a sus autoridades”… y sigue relatando que “ascendió el número de los muertos a cinco mil trescientos y pico. La visión de la espada se le fijó a Abderramán en los ojos; nunca pudo borrarla mientras vivió”.

Pero no era sólo Toledo; el 31 de Agosto del 813 tuvo lugar en Córdoba la revuelta llamada del arrabal; lo cuenta Ben Alathir. El desorden llegó a tal punto que, cuando se convocaba a la plegaria, el populacho gritaba, dirigiéndose a Al- Hakam: “¡Ven a rezar, borracho, ven a rezar!” Por su parte, Al Hakam hizo crucificar a diez españoles significados cristianos, lo que motivó un levantamiento y la ruina del arrabal. 

Acto seguido sacó de todas las viviendas a quienes las habitaban y se les hizo prisioneros, luego se detuvo a treinta de los más notables de entre ellos, se les ejecutó y se les crucificó cabeza abajo. Y, durante tres días, los arrabales de Córdoba sufrieron muertes, incendios, pillajes y destrucciones. Parte de los emigrantes del Arrabal se refugiaron en Fez y otros en la isla de Creta, donde formarían un gobierno autónomo hasta el año 961. Al Hakam, después hizo arrasar el arrabal y sembrarlo para que no quedara recuerdo de él. Posteriormente lo convertiría en cementerio. 

En más de veinte mil hombres útiles disminuyó la población de Córdoba. Y el arrabal quedó arrasado y convertido en campo de siembra. 

Pero este asunto del arrabal de Secunda no es un hecho aislado, porque los muros del alcázar no existían sólo para prevenir ataques de los enemigos exteriores: como la Alambra, el alcázar de Córdoba era una recelosa fortificación construida para defender al rey de los motines de sus súbditos, y por eso tenía puertas que permitían salir de la ciudad sin pasar por sus calles. 

En medio de estos acontecimientos, el año 809 moría Aureolo, tradicionalmente considerado como el jefe de los francos en Aragón desde el 802, aunque su dominio resulta más que dudoso para los historiadores, que lo ponen en relación con el señor de Zaragoza. Le sucedió Aznar I Galíndez, que fue conde hasta 820, cuando pasó a ser conde de Cerdaña y de Urgel, como consecuencia de sus relaciones con los Banu Qasi. Fue depuesto por García I Galíndez, a quién Iñigo Arista le proporcionó un pequeño ejército con el que depuso a Aznar I Galíndez, tomó el gobierno del condado de Aragón, y con la ayuda de los Banu Qasi de Zaragoza se enfrentó a los francos. En 833 cedió el puesto a su hijo Galindo Garcés, que sería conde de Urgell y de Cerdaña y usurpó los condados de Pallars y Ribagorza de los dominios de Berenguer.

Mientras, entre los años 812 y 832 fue conde de Rosellón Gaucelmo, hijo del conde Guillermo I de Tolosa, hermano de Bernardo de Septimania y hermanastro del conde Bera. Ese mismo año 812, Ludovico Pio se estableció en Pamplona, y en 816 Al Hakan envió un poderoso ejército contra él y contra Alfonso II que habiendo alcanzado una victoria en el rio Orón, acabó en retirada. 

Ese mismo 816 Gaucelmo se convirtió en conde de Ampurias y, a partir del año 829 utilizó el título de marqués de Gothia. Luego pasaría a poder del conde Súñer I de Ampurias.

En estas fechas, los españoles que habían vivido casi un siglo sojuzgados por los conquistadores, conversos al Islam o fieles a Cristo, habían adquirido conciencia de su fuerza frente a la oligarquía oriental que les dominaba y explotaba; habían empezado a sufrir con trabajo su situación y habían comenzado a alzarse en los tradicionales núcleos urbanos otrora catalizadores de la vida política hispana: Mérida, Toledo, Zaragoza... y hasta en la misma Córdoba.

El siglo IX fue, sin lugar a dudas el siglo en que el invasor rompió todos los pactos que habían allanado la invasión. Los españoles acabaron siendo despojados de todo derecho y a cambio se les puso graves cargas, entre las que no eran las menores la circuncisión obligatoria y la regalía, llegando el emir a nombrar prelados y a convocar concilios que eran nutridos por representantes del mismo emir. Y todo con la anuencia de algunos prelados, como el de triste recuerdo Saulo, Obispo de Córdoba en 850, que aprobaba los irrefrenables aumentos de impuestos con los que el emir cargaba a los cristianos conduciendo irremisiblemente a la pobreza absoluta de la población española. No obstante, este obispo acabaría rehabilitado por su actuación ante la persecución iniciada el siguiente año 851.

El año 822 moría Al Hakam y subía al trono Abderramán II, que además de poseer una sensualidad extrema que le llevaba a abandonar una aceifa porque había tenido un sueño erótico, se significaría, como su padre, en la sañuda persecución ejercida sobre el pueblo español, y en la feroz represión ejercida entre su propia gente, que sufrió fuertes discordias civiles surgidas entre árabes y bereberes.

Aprovechando esas discordias civiles, Toledo volvió a sublevarse, azuzado por el muladí Haxim Addarrab, quien mantuvo en pie de guerra a la población hasta que fue muerto en combate, en el año 831.

Estas luchas permitían que Toledo permaneciese libre de la efectiva dominación musulmana, que fue rechazada repetidamente hasta el 834, cuando tras vencer la última aceifa, atacaron el castillo de Calatrava, donde fueron deshechos y levantada una montaña con las cabezas de los atacantes, como era costumbre musulmana, y sobre la cual eran entonadas alabanzas a Alá por un ayatola.

Finalmente, el año 836, y mediante la traición de un muladí, sufrieron asedio por hambre, al que sucumbieron el 16 de Junio de 837.

Por su parte, también Mérida se sublevó, y en 827 los sublevados mataron al gobernador y se mantuvieron independientes hasta 833, cuando tras sangrienta lucha fue nuevamente ocupada. La ciudad pidió ayuda a Ludovico Pío, quién les animó a que emigrasen a sus posesiones; algo que no hicieron los emeritenses, que nuevamente se rebelaron en 836.

Esto no impidió a Abderramán, no obstante, seguir con las incursiones en Asturias. En 823, y mientras gozaba de su harén, envió una nueva aceifa al mando del general Abdelkrim, que ya resabiado de sus experiencias anteriores, prefirió atacar la parte del reino más alejada de Oviedo: Álava. Arrasó el territorio y volvió sin mayores consecuencias. Clara muestra de la debilidad de los invasores frente al reino de Asturias. Nuevas aceifas se repetirían el año 825, con tres ejércitos, dos dirigidos a Galicia y uno dirigido a Álava. La idea era conquistar Galicia.

La aceifa alavesa fue un éxito para los árabes. Los ejércitos que acometían Galicia fueron exterminados respectivamente en Narón y en Anceo. Esto ocasionó que Abderramán organizase una nueva aceifa para el mismo año, en una época poco favorable para llevarla a cabo, diciembre, que no tuvo consecuencias. La siguiente aceifa no sería hasta 838, ¡trece años más tarde!, y es que Córdoba debió atender los levantamientos de los muladíes, de las que algo hemos tratado y trataremos en más profundidad.

Uno de ellos, Muhaud, de Mérida, fue derrotado en 833 por Abderramán, tras lo cual se acogió al reino de Asturias con sus tropas, siendo asentado en Sarria, pero en la aceifa del 838 volvió con los suyos, no sin antes haber intentado segregar posesiones asturianas para entregarlas a Abderramán. El casto lo derrotó cerca de Viso y exterminó a sus tropas.

Mientras tanto, en el naciente Aragón, Galindo Garcés se mantuvo guerreando desde el 833 al 844, cuando lo sucedió Galindo I Aznárez, también conde de Urgel (830-833), Cerdaña (830-833), Pallars (833-834) y Ribagorza (833-834).

A partir del año 838, ahogadas en sangre las revueltas de los muladís y de los mozárabes, Abderramán lanzó dos campañas anuales: una contra Galicia y otra contra Vardulia, siendo que el propio Abderramán encabezó la del año 839, pero sólo durante un corto tiempo, ya que la abandonó al llegar a Guadalajara motivado por algo que le caracterizaba: tuvo un sueño erótico que le animó a volverse con su harén. Evidentemente no tenía demasiadas afinidades con Alfonso “el casto”.

Los poetas árabes cantaron tanto la deriva de Abderramán como las barbaridades que su ejército cometió en tierra vasca. Cantaban los poetas árabes que “las cabezas solas de los muertos formaron montones altos como colinas”. Como represalia, el rey casto realizó una acción de castigo sobre Medinaceli.

El rey casto moriría el año 842, y de él diría posteriormente Alfonso III: “Permultis spatiis temporum gloriosam, castam, pudicam, sobriam atque inmaculatam uitam duxit. Atque in senectute bona post quinquaginta duos annos regni sui santissimum spiritum permisit ad coelum. Et qui in hoc seculo sanctissimam vital egit, Oueto ipse in tumulo pace quieuit, aera DCCCLXXXI.


Capítulo V

Desde la muerte de Alfonso II el año 842 hasta el año 929, con la proclamación del califato de Córdoba por parte de Abderramán III



En Asturias, a la muerte de Alfonso II en 842, subió al trono Ramiro I, hijo de Bermudo I, nieto de Fruela, que inmediatamente tuvo que hacer frente a las pretensiones de su cuñado, Nepociano, que aprovechó su ausencia para despojarlo del trono, a pesar de haber sido reconocido por el “palatium”. Como consecuencia de esa usurpación se originaría una guerra civil que con el apoyo de astures, cántabros y vascones enfrentó a Nepociano con Ramiro.

Finalmente no hubo enfrentamiento militar, Nepociano fue hecho prisionero, tras lo cual fue cegado y confinado a un monasterio. 

Este problema que devino ser menor se vio sucedido por otro que superaba en importancia al de la propia Reconquista. De inmediato debió enfrentarse a invasiones normandas, que comenzando por el norte acabarían asolando toda la costa peninsular y asaltando Sevilla. Pero se trataba de unas primeras incursiones que no tuvieron la repercusión que posteriormente alcanzarían.

Ramiro I los desbarató en La Coruña y posteriormente fue protagonista de la batalla de Clavijo contra los moros, que tantas veces ha sido puesta en entredicho por historiadores de primerísimo orden, como Claudio Sánchez Albornoz, quién señala el hecho de que Clavijo no se encuentra en la ruta habitual de las aceifas de Córdoba contra el reino de Asturias, sino contra los Banu Qasi de Zaragoza.

Esa sentencia de Sánchez Albornoz ha sido muchas veces censurada y otras tantas afirmada por historiadores de renombre. 

Con la duda de la historicidad de la batalla de Clavijo, y a la par en el tiempo, Musa ben Musa, gobernador árabe de la Marca superior, que con centro en Zaragoza controlaba los territorios de Huesca, mantuvo enfrentamientos con las tropas del emir, quién le lanzó aceifas anuales desde 842 hasta 845 y también en 847 y en 850. Y en los límites de los territorios de Musa ben Musa se encuentra Clavijo.

Era Musa ben Musa nieto del conde godo Fortún, que apostasió para mantener sus dominios, y posteriormente dominaba desde Zaragoza hasta la Rioja, con un poder que no consideraba inferior al de Córdoba ni al de Asturias. Por ese motivo se hacía llamar “el tercer rey de España”. Sus hijos, los Banu Qasi, continuaron su rebeldía aliados con Alfonso III, y estaban emparentados con los reinos cristianos. Musa ibn Musa era hermano de madre de Íñigo Íñiguez, conocido posteriormente como Íñigo Arista, primer rey de Pamplona.

En 841 una fuerza expedicionaria de Al-Ándalus invadió el Condado de Barcelona y atravesó la Cerdaña, donde fueron detenidos por las fuerzas de Sunifredo. Este éxito de Sunifredo debió influir para que el rey franco Carlos II el Calvo lo nombrara en 844 Conde de Barcelona, Osona, Besalú, Gerona, Narbona, Agde, Beziers, Lodève y Nimes, pero alrededor de 848 perdió el poder y seguramente también la vida al enfrentarse a Guillermo de Septimania, hijo de Bernardo de Septimania, sublevado desde 844 contra Carlos II el Calvo. 

Uno de sus hijos, Wifredo (o Sunifredo), sería en 878 Conde de Barcelona como Wifredo el Velloso.

Por estas fechas los normandos invadieron toda España, tanto la liberada como la sometida al poder musulmán, causando grandes estragos sin distingos entre cristianos e invasores. El 25 de septiembre de 844 remontaron el Guadalquivir y llegaron a Sevilla, que fue saqueada. Finalmente serían derrotados por tropas de Abderramán II, que incendiaron treinta naves y pasaron a cuchillo a cuatrocientos de ellos que habían tomado prisioneros. 

Aprovechando esta coyuntura, Ramiro ocupó Legio VII Gemina (León) y la repobló en un primer intento de repoblar el desierto estratégico impuesto por Alfonso I, pero en 846, el príncipe Mohamed volvió a despoblarla. No sería repoblada nuevamente hasta pasada una década.

Por su parte, Abderramán llevaba a efecto un profundo cambio administrativo: Ponía a punto los servicios de cancillería y administración cordobeses, creaba la ceca de Córdoba y daba comienzo a las manufacturas textiles palatinas, o tiraz; reformaba y ampliaba el ejército y daba un evidente impulso en el proceso de urbanización de Al-Ándalus, marcado tanto por el crecimiento de las ciudades antiguas como por la fundación de nuevas como Madrid, Murcia o Úbeda, y por otro lado, las fuentes hablan de una auténtica fiebre de construcciones tanto en Córdoba con la ampliación de la mezquita aljama como en otras ciudades. 

Pero el mundo islámico no se caracterizó por la fundación de ciudades, siendo que gran parte de las ciudades musulmanas fueron fundadas sobre poblados anteriores. Solían emplazarse en lugares estratégicos por su carácter defensivo (Loja, Antequera, Lorca, Niebla, Toledo) o al lado de ríos y barrancos, que podían servir de defensa natural, aunque otras ciudades se situaron en lugares llanos, caso de Valencia, Sevilla, Córdoba o Écija. 

El paisaje de la ciudad islámica se caracterizaba por un conjunto apretado de edificios rodeados y protegidos por una muralla que la separaba radicalmente del exterior. Lo más representativo de la ciudad islámica son sus calles angostas y de trazado sinuoso que enlazaban con las entradas o puertas de la ciudad; también eran frecuentes los callejones sin salida, llamados adarves. 

Por su parte, la población de la ciudad cristiana vivía de la ganadería y de la agricultura de secano, y la actividad industrial y mercantil era muy escasa. Las ciudades desempeñaban una función militar y estratégica, de ahí que el paisaje urbano se caracterizara por pequeños recintos amurallados cuyas calles solían ser estrechas y estar bordeadas con pórticos y soportales. En el centro se situaba la plaza y en ella se levantaba la iglesia, utilizada también como lugar para el mercado. Las ciudades se componían de parroquias cuya advocación daba nombre a los barrios.

Galindo I Aznarez fue conde de Aragón del 844 al 867, sucediendo a Galindo Garcés, y a éste le sucedió Aznar II Galíndez, que moriría en 893.

Mientras tanto, Carlos el Calvo mató al conde Bernardo de Barcelona, cabecilla, al parecer, de una bandería que quería sacudirse del yugo franco. Su hijo Guillermo, para vengarlo, se alió a Córdoba en una lucha que perduró hasta el año 847, cuando Carlos el Calvo se alió con Abderramán II, que retiró el apoyo al rebelde, quién a pesar de todo tomó Barcelona y Ampurias, muriendo en combate al año siguiente. 

Por el este, en 848 Abderramán volvió a invadir Baleares, que se había liberado del yugo sarraceno con la ayuda franca. La dominación árabe duró diez años, cuando los invasores normandos saquearon sin distinción a moros y a cristianos. Por su parte, en 885 Ibiza fue tomada por primera vez por los moros, mientras Bizancio mandaba embajadores solicitando alianza con Córdoba en su lucha contra Bagdad; alianza que fue rechazada.

El año 849 Carlos el calvo se presentó en Narbona para nombrar a Alerán como conde de Barcelona, Ampurias y Rosellón, y marqués de Gothia en contra de la costumbre establecida de otorgar tal cargo a un noble de origen godo; asimismo concedió a Wifredo los condados de Gerona y Besalú, y a Salomón los condados de Cerdaña, Urgel y Conflent. 

Los árabes atacaron y conquistaron Barcelona el 851-852 saqueando y diezmaron la población, aunque se retiraron después. Posiblemente Alerán muriera en estos combates. Fue sustituido por Odalrico, que protagonizó enfrentamientos con Musa ben Musa, y murió en 857, siendo sustituido por Hunifredo de Gotia, que acabó enfrentado con Carlos el Calvo, y vencido, huyó de sus posesiones en 864.

El 1 de febrero del año 850, muere Ramiro I, que en 8 años conoció más sublevaciones además de la que cortó en el mismo momento de su coronación, y el florecimiento de los “magos”, a los que acabó exterminando. ¿Y qué eran los “magos”? Un movimiento seudo religioso del que Claudio Sánchez Albornoz señala que, tal vez, fuese un coletazo del priscilianismo. 

A la muerte de Ramiro I fue elevado al trono de Asturias Ordoño I, su hijo, con cuyo acto queda instaurada la monarquía hereditaria. Ordoño obtuvo una sonora victoria sobre los invasores y otra sobre una nueva invasión normanda y llevó sus dominios sobre los territorios vascones. En 856 repobló León, que iría creciendo en actividad social y económica, lo que la llevó a ser la capital del reino el año 910, en tiempos de García I; Ordoño creó los obispados de León y Astorga, e hizo revivir las relaciones iglesia-estado que tanto habían influido en la monarquía visigoda. 

A los dos años de iniciado el reinado de Ordoño moría Abderramán II y Ordoño tomaba con brío la colonización del valle del Duero, mientras los vascones retomaban su costumbre ancestral de sublevarse cuando se producía cambio de rey. El asunto se solventó con un encuentro victorioso frente a las tropas de Al-Mundir, tras lo cual se pacificó el territorio.

Tal vez el levantamiento tuviera relación con el asunto de Navarra, donde el año 851 ascendió al trono García Iñiguez, hijo de Iñigo Arista, que fue educado en Córdoba. Las relaciones entre los reinos eran en ocasiones muy raras; así, el 859 los normandos tomaron preso a García Iñíguez, que fue rescatado mediante una gruesa suma pagada por el reino de Asturias. El asunto podría no tener más cuestión, pero es que García Iñíguez nunca tuvo buenas relaciones con Ordoño de Asturias… Hasta ese momento, porque a partir de entonces, García Iñiguez hizo de lado a su primo Muza y volcó su atención y esfuerzos en pro de sus benefactores asturianos. 

Ordoño I murió en 866, y fue sustituido por su hijo Alfonso III el Magno, que gracias a su predecesor reinaba sobre nuevos territorios como Salamanca, Tuy, León, Astorga y Amaya; Navarra llegaba hasta los límites marcados por los Banu Qasi, y éstos tenían una gran influencia que llegaba hasta Toledo y frenaban los avances de los africanos y de la Marca Hispánica, que en principio comprendía los territorios comprendidos entre Pamplona y Barcelona, si bien se había concentrado en los condados de Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosellón, Vic, Besalú y Urgel-Cerdeña, y llegaban hasta Tortosa y se encontraban envueltos en movimientos tendentes a reivindicar su carácter hispánico frente al imperio carolingio.

El caso de Toledo es digno de destacar, porque nunca tuvo un sometimiento permanente al invasor; sólo estuvo sometida en dos periodos de tiempo de 11 y 15 años respectivamente; el comprendido entre 785 y 796 y el comprendido entre 837 y 852, habiendo permanecido el resto del tiempo en plena independencia de vida administrativa y realidad social frente a los emires de Córdoba. 

Alfonso III lucha en 878 y vence en Polvoraria y Valdemoro, pasa el Miño y el Duero y repuebla Oporto y Coimbra. Por todos estos hechos merece el sobrenombre de Grande. No obstante, habrá quien piense de otra manera cuando compruebe su actuación con la rebelión de Omar ben Hafsun y observe que perdió una oportunidad histórica para acabar con la invasión islámica.

Con Alfonso III se dejó yermo el territorio hasta Mérida, donde el rey asturiano apoyó a Ben Marwan; con ese apoyo se repobló Braga, Oporto, Coimbra, Viseo, Lameo y Oca con gentes procedentes del norte el valle del Duero mediante un sistema llamado presura y que se basa en el derecho romano: el que llega y pone en cultivo una tierra yerma, se convierte en su dueño. Y Toledo mantenía su estatus de mediana independencia con el apoyo de Asturias y Zaragoza, donde reinaba la familia Banu Qasi que siempre mantuvo una posición ambivalente, aunque abiertamente más cercana al ideal hispánico, emparentados como estaban con la casa de Navarra.

En lo económico, Asturias se basaba en la agricultura y la ganadería, mientras en lo social estamos hablando de una sociedad de hombres libres. El feudalismo, triunfante en Europa, tendría, sí, reflejo en España, pero extraordinariamente limitado por el poder real en Castilla, León, Aragón, Portugal y Navarra, y con especial incidencia en los condados de la Marca Hispánica, de influencia franca. No obstante, es de señalar que el mismo nacimiento de Castilla o de Portugal es debido a ese hecho feudal, que por otra parte tuvo la virtud de saber eliminar el desarrollo del feudalismo en su territorio.

En medio de estas convulsiones en los condados de la Marca Hispánica y de la relativa tranquilidad de los reinos noroccidentales, la codicia y el despotismo de los invasores encontraba vías de aplicación por traidores que, como el conde Servando o el obispo Saulo, sometían a presiones económicas sin nombre al ya exhausto pueblo español. Tal era el asedio sufrido por el pueblo español, que incluso en los funerales eran agredidos por los musulmanes.

El verdadero organizador del Emirato Independiente fue Abderramán II, quien delegó los poderes en manos de los visires y logró una islamización muy rápida de la península, reduciendo considerablemente el número de cristianos en territorio musulmán.

Abderramán II embelleció Córdoba con soberbios monumentos, haciéndola centro de todas las delicias, llena de voluptuosidad, mientras los cristianos eran confinados a la miseria más absoluta, lo que posibilitó el nacimiento de un bando mozárabe pro musulmán, que fue cantera para el ejército sarraceno y para los servicios del entramado administrativo del emir, teniendo como consecuencia, entre otras cosas, que las prohibiciones en cuanto al vestido eran soslayadas para estos colaboracionistas.

Las quejas emitidas por los pensadores españoles al respecto muestran la triste situación de la población española, desnortada y actuando conforme la voluntad del invasor, que apoyaba abiertamente ésta situación propiciando la herejía y el cisma “casianista” y el “jovinianista”, que permitían la bigamia y el incesto, al tiempo que cargaba de impuestos a los españoles.

Espiraindeo y sus discípulos Eulogio y Álvaro Paulo, combatieron ferozmente estas herejías tras haber obtenido una formación superior; San Eulogio llevó a Córdoba el texto de “La Ciudad de Dios”, de San Agustín, la Eneida, de Virgilio, poesías de Juvenal y de Honorio, los opúsculos de Porfirio y otras obras que había recogido en su viaje a los reinos cristianos del norte. 

Dice Marcelino Menéndez Pelayo que en esta época los cristianos, en Córdoba, hasta podían tocar las campanas de las iglesias, que eran seis, pero el sensualismo musulmán, y la total pérdida de principios hacía que quienes habían padecido todo tipo de persecuciones y cortapisas, viesen en el momento que vivían, en el que todo estaba bien, un ejemplo de convivencia que les hacía volverse favorables al Islam… O algo peor, cual era, vivir diciéndose cristianos y con un harén...o practicando el vicio abominable por excelencia, que si bien es castigado por el Islam, parece que es de uso generalizado.

Alertados por esta situación tomaron cartas en el asunto Espiraindeo, Eulogio y Álvaro, reclamando en los fieles cristianos una vuelta a la fe, lo que les obligó a poner al descubierto la falsedad y la perfidia del Islam en general y en concreto de Mahoma, según queda reflejado en el mismo Corán. Usando el Corán resaltaron las manifiestas contradicciones que no resisten el menor de los análisis y destacaban los pecados de Mahoma, llegando Espiraindeo a calificarlo de dogmatizador impuro, cabeza vacía, lazo de perdición y sentina de todos los vicios. Estas expresiones que en un mundo relativista como era el de Córdoba, eran asumibles en el terreno privado, eran inaceptables si se decían en público, y justo eso fue lo que hicieron los discípulos cristianos de Espiraindeo, hablando de Jesús en los zocos y en las mezquitas de Córdoba, a tiempo y a destiempo, como San Pablo dice que debe hacerse.

Como consecuencia, el 18 de Abril de 850 se iniciaba una feroz persecución. Primero asesinaron al sacerdote Perfecto, a quién habían forzado a decir lo que es Mahoma para un cristiano mínimamente formado, y en 851 castigaron a la injuria y a más de 400 azotes, a los que sobrevivió, a Juan, comerciante de Córdoba. 

Estos suplicios instigaron a los cristianos a seguir su ejemplo; así, Isaac, en 851, se presentó al Cadí a quién le instó a que le instruyese, pero en mitad de su discurso rebatió los argumentos y fue condenado a muerte, siendo ejecutado el 3 de Junio de 851, su cadáver fue expuesto colgado cabeza abajo.

El ejemplo de Isaac tuvo un importante número de seguidores; a los dos días, un guardia del sultán se manifestó ante el Cadí como cristiano y enemigo de Mahoma. El día 5 de Junio sufrió el mismo martirio que Isaac. Y el domingo siguiente, día 7, seis nuevos mártires se entregaron al verdugo.

Un mes tardó en llegar el siguiente, Sisenando, y Pablo. El 16 de Julio fue asesinado el primero, y el 20 el segundo... Y el 25, Teodomiro.

Los moros se alteraron mucho con esta situación, y los mozárabes traidores también. El exceptor Gómez y el Metropolitano de la Bética, Recafredo, de quienes San Eulogio dice que de cristianos sólo tenían el nombre, se mostraron particularmente molestos con los mártires, dando la razón al poder musulmán y argumentando que el sometimiento era más beneficioso al pueblo cristiano que la proclamación de la fe.

Los tibios defendían que nada beneficiaba al pueblo cristiano proclamar la fe, y lo políticamente correcto era asumido por la mayor parte del clero y la mayor parte del pueblo español, que permanecía sumiso cobardemente, aduciendo que las leyes vigentes permitían la religión, y diciendo que los mártires no debían ser contados en el número de los santos. 

Pero a pesar de todo el crisol de lo hispano seguiría mostrando el ardor patriótico, y la Iglesia acabaría reconociendo los méritos de los mártires, para vergüenza de los acomodaticios.

San Eulogio defendía la causa de los santos, recordando el evangelio de San Mateo y de San Marcos: “No temáis a los que matan el cuerpo, porque ya nada más tienen que hacer; temed antes al que puede echar alma y cuerpo en el infierno”. Y Álvaro denunciaba: 


¿Y habrá todavía alguno tan envuelto por las nubes del error, tan manchado por el cieno de la iniquidad, que niegue el que estamos en tiempo de persecución?”, y más: “si el error no se ha de combatir públicamente, ¿para qué vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo?” 


Recafredo encarceló a San Eulogio y a quienes apoyaban sus tesis, proclamadoras de la opresión padecida por el pueblo español, y la persecución siguió segando vidas: Nunilo y Alodia serían decapitadas el 22 de Octubre de 851; Flora y María serían degolladas el 24 de Noviembre; el 13 de Enero de 852, Gumersindo, y el monje Servís Dei; el 27 de Julio Aurelio, Félix, Sabigotona, Jorge y Liliosa, que eran cristianos ocultos, siendo sus cuerpos echados a los perros; el 20 de Agosto, Cristóbal, descendiente de árabes, y Leovigildo; el 15 de Septiembre, Emilia y Jeremías; el 16 del mismo mes, Rogelio y Servio Deo, que entraron en una mezquita y denunciaron a viva voz la falsedad del Islam; la persecución arreciaba y muchos católicos abrazaron el islam para salvar la vida, mientras otros muchos huían a la España liberada.

El 22 de septiembre del año 852 moría Abderramán II y subía al trono su hijo Mohamed I, con cuya ascensión se agravaría la persecución. Demolió templos y apartó de todos los cargos públicos a los cristianos. El traidor Gómez, entonces, apostasió y fue repuesto en el cargo. Lo mismo hizo una legión de paniaguados del sistema.

Pronto se reanudó la ejecución de inocentes; Fandila el día 13 de Junio del 843; al día siguiente, Anastasio, Félix (de raza árabe) y Digna; el día 15, Venidle; Columba el 17 de Septiembre y Pomposa el día 19.

Diez meses transcurrieron sin que se produjesen nuevos martirios; Abundio fue conducido injustamente ante el Cadí, pero una vez allí decidió confesar su fe. Fue degollado el 11 de Julio de 854. Mientras tanto, en Toledo hubo un movimiento de apoyo a los hermanos perseguidos en Córdoba. Se sublevaron en 852 y destruyeron el presidio de Calatrava; en 854, en Andújar, vencerían al príncipe Alhakam, que acudía a combatirlos.

La ayuda de Toledo no pudo llegar a Córdoba, porque finalmente el sultán infligió a los toledanos, que estaban apoyados por Asturias, una terrible derrota en el Guadalecete, donde acumuló ocho mil cabezas que fueron enviadas a Córdoba. Fueron a añadirse a los mártires, cuyo goteo continuaba. Amador, Pedro y Ludovico fueron ejecutados el 30 de Abril de 855; Witisendo, no se conoce la fecha exacta; Helías, Pablo e Isidoro el 17 de Abril de 856; el 28 de Junio, Argimiro; Áurea el 19 de Julio; Rodrigo y Salomón, acusados de haber abandonado el islam, el 13 de Marzo de 857; Leocricia, hija de árabes, el 15 de Marzo, y San Eulogio, su protector, que cuando estaba delante del tribunal fue tentado y alagado: “Yo no extraño que los simples e idiotas se arrojen sin necesidad a una muerte miserable; pero tú que eres sabio y discreto… pronuncia una palabra retractando lo que has dicho ante el Cadí, y luego profesarás lo que quieras”. San Eulogio sonrió, predicó… y fue degollado el 11 de Marzo de 859.

El martirologio siguió, pero muertos los relatores no nos ha llegado los nombres de los mártires. Y no era esto lo peor. Obispos como Samuel de Iliberri, apóstata y perseguidor de los cristianos, o su sobrino Hostegesis, formaron en nómina con los Oppas, Elipando o Recafredo. La nómina es demasiado larga.

Esta situación de levantamiento nacional en el territorio ocupado por los invasores mitigó las campañas del ejército agareno que se centró en atacar al insumiso Toledo. Mohamed reconoció su impotencia ante Toledo cuando en 859 le concedió la amnistía, no sin reforzar contra la ciudad las fortalezas de Calatrava y de Talavera. 

Por su parte, los Banu Qasi se habían levantado nuevamente contra Córdoba, lo que, si bien beneficiaba a la Reconquista, no dejaba del todo tranquilo a Ordoño, dada la voluptuosidad y fortaleza de la familia Qasi, que se hacían llamar “Terceros Reyes de España”. Atacó Ordoño la fortaleza de Albelda, mandada construir por aquel, y la tomó. Ésta es la que Claudio Sánchez Albornoz identifica como la auténtica batalla de Clavijo, ocurrida en 860. Muza moriría dos años más tarde como consecuencia de las heridas recibidas en la batalla contra su yerno, gobernador de Toledo. 

En esta época Ordoño repobló León. Asturias empezaba a estar superpoblada y los recién llegados debían ocupar su propio espacio, y nada mejor que una ciudad que sería una punta de lanza sobre el territorio objeto de reconquista. También, con la ayuda de la nueva inmigración recibida del sur repobló Astorga, Tuy y Amaya, donde en 860 se pondría al frente de la fortaleza el conde Rodrigo de Castilla, cuyo hijo, Diego Rodríguez, fundaría la ciudad de Burgos el año 884. Pero ésta no sería sino la culminación de un proceso poblacional que había empezado el año 824 con la concesión del fuero de Brasoñera y que asentaba las bases para la reconquista, que alcanzaría un objetivo medio el año 912 con el establecimiento de la frontera del Duero.

Al cabo, el condado de Castilla representaría el espíritu levantisco de los vascones, y lo demuestra el hecho de que, hasta Fernán González, habían rechazado el Fuero Juzgo y se mantuvieron independientes de Asturias y de León. Y servían de refugio a las disidencias de aquellos. Así, el organizador del complot contra Alfonso III, su hermano Froilán o Fruela, se refugiará en Castilla en 890.

En 865, el condado de Barcelona estaba vacante por la huída de Hunifredo. Ocupó su puesto Bernardo de Gothia, que acabó enfrentándose a su mentor, Carlos el calvo, y a su hijo Luis el tartamudo, quién acabó desposeyendo a Bernardo en 878.

Por otra parte, los Banu Qasi de Zaragoza tenían gran preponderancia en toda la zona norte de España, y ello ocasionó enfrentamientos con Ordoño I, que venció en combate a Muza y mató a su aliado García de Navarra. Muza moriría el año 870, en Zaragoza, mientras era asediado por Almondir. 

El saqueo y la persecución era el instrumento usado por el invasor contra el pueblo español, que sólo tenía dos salidas si quería sobrevivir: huir al norte o aguantar estoicamente la tiranía. Otras salidas, como el martirio y la rebelión, también fueron usadas, si bien no debidamente utilizadas por los reinos hispánicos.

Muchos muladíes, junto a sus hermanos cristianos, se rebelaron violentamente, y ello dio ocasión a que volviesen a la fe cristiana y española. Aspectos que hicieron temer muy seriamente a los invasores su permanencia en la España sometida. Sólo la falta de visión por parte de los reinos españoles impidió que se llevase a término en estos tiempos la expulsión de los invasores. Los españoles sometidos sí supieron cumplir con su parcela de responsabilidad. Los reinos cristianos tristemente se limitaron a avanzar unos kilómetros sus fronteras.

Lupo, el hijo de Muza que gobernaba Toledo, huyó a Asturias, acogiéndose al amparo de Ordoño, que obtuvo grandes éxitos militares llegando a Lisboa, donde causó daños a los invasores.

Consecuencia de estos actos bélicos, fue la aceifa que ese mismo año partió al mando del príncipe Almondir, que llegó a Pamplona y apresó a Fortún Garcés.

Mohamed quedó contento con la destrucción de Muza, pero otro problema más serio le estaba creciendo dentro de sus propios dominios: Omar ben Hafsun.

En 852 había sido nombrado gobernador de Mérida el muladí Marwan Al-Yilliqi. En 868 se sublevó su hijo, Ben Marwan, contra Mohamed I al frente de un grupo de mozárabes y de muladíes descontentos con la situación social y las presiones fiscales. 

Desde su feudo de Mérida se enfrentaría en repetidas ocasiones con los emires cordobeses, siendo derrotado varias veces, pero nunca de forma definitiva. Tras una grave derrota, Marwan se negó a reducirse, de nuevo, y se atrincheró en la fortaleza de Alange. 

En 868 fue vencido por las tropas del Emir, y enviado a Córdoba en calidad de rehén, en cuya situación llegó a capitán de la escolta real, acaparando la envidia de los invasores, hasta el extremo que el general Haxim, hombre de extraordinaria importancia, lo abofeteó en público, lo que motivó que Ben Marwan se reuniese con sus antiguos camaradas y se fortificase en un castillo cercano a Mérida, donde acabó rindiéndose por asedio y por pacto que le permitió vivir libremente en el antiguo poblado de Badajoz, desde donde, con el apoyo de Sadún el Xurumbaqui, que se había rebelado en Coimbra, y con el de Alfonso III, nuevamente se enfrentó al poder árabe en 877, aglutinando a mozárabes y muladíes, entre los que quiso predicar una nueva religión, mezcla de cristianismo e islam.

Refundó Badajoz en 875, que por aquel entonces constaba de unas pocas casas construidas encima de un asentamiento de origen romano, y desde donde controlaba el área circundante. Desde esa posición incluso llegó a tomar prisionero al general Haxim, que fue rescatado con una gran suma, según relata Ben Al Qutiya.

Al final, los emires omeyas terminaron reconociéndole como señor de Badajoz y del Algarbe. Posteriormente se unió a los Banu Jaldun de Sevilla, y juntos lucharon contra el emir Abdala. El resultado de estas luchas fue la pérdida temporal de Badajoz, que fue ocupado por un grupo de bereberes.

Morirá en su reducto, aún independiente en el 889. Le sucedería su hijo Abd Allah Ibn Muhammad, quien conseguiría recuperar Badajoz. Finalmente, el hijo de éste, Abderramán, entregaría la ciudad a Abderramán III en el 929, tan sólo un año después de que, al otro lado del nuevo Califato, cayera Bobastro.

Castilla, por su parte, comenzaba a gestar lo que en 929 llevaría a efecto Fernán González, y el emir envió una aceifa contra Álava el año 865, donde el conde Rodrigo, a las órdenes de Ordoño I tenía sus reales, provocando las tradicionales destrucciones de las aceifas, que son cantadas por Ben Idhari: “Alá les golpeó en el rostro y nos entregó sus espaldas de modo que se hizo de ellos una horrible matanza”.

Los Banu Qasi, por su parte, llevaban su guerra aparte. En 870 se aliaron con García Iñiguez de Navarra y se apoderaron de Zaragoza, donde llevaron a cabo una matanza de árabes, y se apoderaron de Tudela y otras plazas. Zaragoza cambió varias veces de mano, y acabaría siendo vendida en 884 al conde Raimundo de Pallars, que nuevamente acabó perdiéndola. Los príncipes muladís (los Banu Qasi de Zaragoza, y los de Tudela) se enfrentaron abiertamente al poder de Córdoba, y su actitud estaba apoyada por Alfonso III.

En 873 muere el conde Rodrigo de Castilla y sucede algo inaudito: es sustituido por su hijo Diego; es la primera ocasión que, en el reino de Asturias, un conde es sucedido por su hijo. Castilla defiende sus peculiaridades con un brío que acabaría llevándola a la independencia como condado del reino de León… para acabar uniéndose como reino al mismo reino de León.

En 874, y tras una sublevación contra la dominación gala que acabó con el asesinato del conde galo Salomón fue nombrado conde Wifredo I el Velloso, quien hasta 878, con sólo tropas españolas expulsó a los moros de Vic, de Montserrat y de gran parte de Tarragona. Murió en 898 y fue sustituido por su hijo Wifredo II (Borrell I), habiendo repoblado la llanura de Vic.

Con la muerte de Luis el Tartamudo el año 879 se inicia la descomposición del Imperio Carolingio. Durante el último cuarto del siglo IX, los reyes francos perdieron el poder y en todas las regiones del reino los nobles locales, y a la muerte de Miró el Viejo en 895, el condado del Rosellón pasó a su primo hermano Súñer II de Ampurias, sin que en ello interviniera para nada el poder real. De esta forma, en todo el imperio carolingio, los condes dejaron de ser funcionarios nombrados y destituidos por el rey, para convertirse en pequeños soberanos. Empezaba el feudalismo.

Y si esto sucedía en el norte, en el sur se sublevaba Omar ben Hafsun en 880, con unas actuaciones que en un principio propiciaron que fuese considerado el primer "bandolero" de Andalucía... un bandolero que casi llegó a ser rey de toda la región.

Omar era un muladí cuya familia, noble visigoda, se había convertido al Islam. Parece que nació en Parauta, junto al castillo de Auta, al pie de la sierra de la Torrecilla, si bien, muerta su madre al nacer él, su padre se trasladó a Córdoba, donde era cristiano oculto.

De carácter ardoroso, tuvo problemas con los árabes desde muy niño, habiendo tenido serios enfrentamientos que le llevaron a matar a un árabe. Su padre se retiró con él a Bobastro, donde, al amparo de su tío Modáhir Ben Cháfar recibió formación militar que en principio la usó para el bandolerismo. Perseguido por las tropas del Emir, huyó a África, donde terminó su formación militar y humana, volviendo ya con ideas de organizar un movimiento contra el poder musulmán. Se instaló en Bobastro, supuestamente una antigua fortaleza posesión de sus antepasados y reclutó a cuantos disconformes había en la zona, mozárabes y muladíes, organizando un ejército que llegó a controlar un amplio espacio, hasta Elvira y hasta la misma Córdoba.

Tenía dominio sobre los caminos de la comarca. Primero atacó Archidona, cuyo gobernador pidió a Mohamed I dirigir la operación de castigo. Tres meses después, cuando Ben Hafsun estaba atacando la fortaleza de Colmenar, Ben Amir inició el asedio de Bobastro, que fue un rotundo fracaso gracias al contraataque llevado a cabo desde la fortaleza.

Una nueva expedición al mando de Abdelaziz ben Alabbas, que estaba preparado para una aceifa contra los reinos cristianos del norte varió el objetivo de su acción, mientras Omar sembraba el territorio de fortalezas, que culminó con la conquista de Colmenar. Era el año 875. La expedición de Córdoba terminó en un tratado de paz en el que reconocía el poder de Bobastro en toda la comarca. Pero Mohamed I no asumió el tratado y envió al general Haxim a someter a los rebeldes. Ya en 876 inició la campaña con algunos éxitos sobre asentamientos de menor importancia. En 877 Haxim pidió paces y ofreció a Omar un puesto de responsabilidad en Córdoba, quién por su parte dejó Bobastro bajo las órdenes de un general árabe, el Tachubí.

Árabes y bereberes, acérrimos enemigos, encontraron en el levantamiento de los españoles el motivo de su unión. Juntos volvieron a ejercer de matarifes, no ya con los soldados españoles en armas, sino con la población pacífica, en concreto en los centros cristianos más importantes… y acomodaticios: Elvira y Sevilla, que previendo la persecución, se habían manifestado sumisos al emir y habían pactado con los árabes maaditas y con los bereberes, acérrimos enemigos de los yemenitas.

Comenzó la guerra civil entre los invasores, y naturalmente las consecuencias recayeron sobre los españoles; ben Gálib, que había ofrecido sus servicios al emir con el objetivo de defender a los españoles, fue traicionado y asesinado para satisfacer a sus opositores yemeníes, lo que ocasionó un levantamiento en Sevilla, donde los sublevados, el 9 de Septiembre de 889, asaltaron el alcázar del gobernador y acometieron el palacio del príncipe Mohamed, donde fueron masacrados. 

La persecución fue terrorífica, y el poeta árabe Ibn Hayyan cantaba: “Con espada en mano hemos exterminado a esos hijos de siervos: veinte mil de sus cadáveres cubrían el suelo, y las hinchadas ondas del río arrebataban a los restantes”.

En Córdoba Omar había ascendido en la corte y en medio de estas revueltas fue enviado a pacificar Elvira, que se encontraba sumida en una revuelta ocasionada por las matanzas llevadas sobre ellos por el general Sauar. Durante el año 881, la situación en Elvira se hizo de todo punto insostenible, pues los cristianos y los muladíes, exhaustos por los abusos cometidos sobre ellos, imposibilitados ya para aguantar los desplantes y la prepotencia de las tribus beréberes, se habían sublevado contra el gobernador, que efectuaba una feroz represión sobre la población española, martirizando a cristianos y muladíes bajo la acusación de traición y rebelión, y se estaba produciendo una persecución como la que anteriormente se había producido en Córdoba. Los españoles tomaron el Albaicín, pero fueron puestos en fuga. 

Finalmente no se dio paso a una masacre; el motivo de no llevarse a efecto fue porque en esos momentos llegaba Omar, que frenó de manera violenta a los árabes, y dejó pacificada la ciudad bajo el mando de un subordinado de Mohamed I, Said ben Chudi, que si por una parte era amigo de Sauar, por otra era comedido en sus actuaciones. Finalmente, los iliberritanos darían muerte a su carnicero Sauar en una emboscada.

Omar, de vuelta de Elvira desatendió el servicio al que se había comprometido con Mohamed I, se encaminó a Bobastro y la tomó. Los árabes huyeron, pero quedó una mujer; la Tachubía, la mujer del gobernador, que acabaría casada con Omar.

En medio de esta situación que mermaba la capacidad de Córdoba, y que había propiciado la victoria de Alfonso III en Polvoraria y Val de Mora el año 877, y rechazaba los envites de Almundir y de Haxim, las fronteras españolas del noroeste avanzaron hasta el Montego en Portugal y hasta el Duero en León, repoblando con refugiados mozárabes Zamora y Toro el año 893. Tras la razzia enviada al mando de Almondir para paliar estos avances, se pactaron paces por tres años, que fueron aprovechadas por Alfonso III para reducir a su hermano (o familiar cercano) Bermudo, que pasó a servir a los moros, y por Mohamed I para combatir a Omar.

Alfonso aprovecha la tregua para conseguir lo que ni Roma ni el reino visigodo pudieron conseguir: controlar a los levantiscos cántabros. Por estas fechas consigue dividirlos dando condado a Castilla, a Burgos, a Castrojériz, a Lantarón, a Amaya… Lo que dio lugar a la creación de una línea de defensa frente al islam, conocida como línea del Arlanzón, que contaba con un importante número de instalaciones militares: Castrillo de Riopisuerga, Castrogeriz, Torres de Villasandino, Castrillo de Matajudíos, Castrillo de Murcia, Torres de Hornillos del Camino, Castrillo de Tardajos, Castrillo de Muñó, Burgos, Celada de la Torre, Castrillo de Arlanzón, Castrillo de la Vega, Castrillo del Val, Castrillo de Verrocue, Torrepadre, Pampliega y Torre de Doña Imblo.

El año 882 moría García Iñiguez de Navarra, que había sufrido constantes razzias. Al parecer murió en la batalla de Aibar contra los invasores árabes, y era sustituido por su hijo Fortún Garcés, que en 860 había sido hecho prisionero por las tropas musulmanas. 

Por parte de Omar ben Hafsún, las primeras señales, según el historiador Antonio de Cárcer, no las dio en el sur, sino en el norte, en las márgenes del Ebro, donde se enfrentó, aliado con los navarros, a los valíes de Mohamed, que sufrieron una tremenda derrota. Contra él mandó Mohamed y sus hijos Almondir y Abu Zeid un terrible ejército, supuestamente motivado porque Omar había matado a Zeid ben Casim, hijo de Almondir, y probablemente la víctima a que hacen referencia otros historiadores de Omar, que ocasionó su marcha de Córdoba, supuestamente a Bobastro.

Pero bien pudiera tratarse de algo apócrifo, ya que relata que Omar fue muerto en la batalla de Aibar, en 883, cuando no parecen existir documentos que lo sitúen en la misma; lo trata de extranjero enzarzado en luchas tribales, cuando estudios posteriores y anteriores nos lo muestran en etapa bien posterior al frente de un levantamiento mucho más serio. 

Al respecto de esa línea historiográfica es de señalar que el historiador que da esa reseña sigue la estela que encumbra a Alfonso III el Magno, que si bien es cierto que es merecedor de tal título por las hazañas que llevó a efecto, no es menos cierto que, desde la humildísima posición de apasionado por la historia por parte de quién escribe este relato, da la sensación de haber cedido Alfonso III en su magnanimidad al no haber dado el apoyo necesario a Omar ben Hafsun.

Abona lo dicho que las aceifas de los árabes se suprimieron casi en su totalidad mientras Omar estuvo activo. La estela historiográfica que encumbra a Alfonso III hace referencia a las acciones de Omar en Bobastro, trasladándolas de improviso desde el Pirineo a Toledo y llevadas a cabo por un tal Caleb ben Hafsun; y de pronto, en el territorio tradicional de Omar. 

Por los relatos existentes, entre los que destacan por luz propia los de Claudio Sánchez Albornoz y Fco Javier Simonet, parece tratarse de un error que, sin embargo, debe ser destacado. 

Error que, como señala Simonet, tuvo en el S. XIX demasiada trascendencia entre los medievalistas, y procede de haber dado tratamiento de nombre propio al calificativo “caleb” o “quelb” (perro), con el que los historiadores árabes adornan a Omar. 

Es el caso que la memoria de Omar ben Hafsun ha estado oculta en no pocas ocasiones y hasta tiempos muy cercanos, en la leyenda, habiendo dado ello ocasión a no pocos historiadores, a la confusión de personajes. Así, esta referencia de Antonio de Cárcer la encontramos en la Historia de España escrita por Carlos Romey y publicada en 1839, y Juan Valera y Modesto de la Fuente hacen referencias similares en 1857. No obstante, el historiador Simonet, contemporáneo de Valera, centró sus estudios en estos aspectos y facilita los datos que aquí quedan remarcados, y Claudio Sánchez Albornoz transcribe documentos firmados y fechados, que fueron publicados en su obra “La España Musulmana”, y que también corroboran la historia del caudillo hispánico. Hoy no parece existir duda entre los historiadores sobre la verdadera figura histórica de Omar ben Hafsun.

Un dato a tener en cuenta sobre este asunto es que la partícula “ben” significa “hijo de”; así, Omar ben Hafsun es hijo de Hafs el bueno. Siendo esto así, los hijos de Omar serán “ben Omar”, y en todo caso “ben Omar ben Hafsun”, pero nunca “ben Hafsun”.

El caso es que en esta razzia las tropas de Mohamed sufrieron no pocas desdichas, siendo vencidos en Álava, en Castilla, en Pontecorvo y en León. Diego Rodríguez, fundaría la ciudad de Burgos el año 884. 

Siguiendo con la historia de Omar ben Hafsun, lugares como Comares, Anta, Elvira, Iznalloz, Guadix , Dúrcal, Estepa, Osuna, Écija, Archidona, Belda, Mijas, Cámara, Santi Petri, Torox, Anta, Dos Amantes, Ardales, Priego, La Culebra, Cañete, Bohares, Yamares, Ojén, Lucena, Iznájar, Loja, Alhama de Granada…, estaban en manos de Bobastro. Corría el año 886 (no podía haber muerto Omar en 883) cuando autores árabes señalan que sólo en la comarca de Rayya (Málaga) Omar poseía más de treinta castillos. Y Córdoba suspendió las aceifas contra los reinos cristianos del norte para atender el problema de Bobastro, lo que permitió a aquellos ensanchar sus posesiones.

Ese 4 de Agosto de 886 moría Mohamed I, que dejó recuerdo de avaro, débil y cobarde, y un reino impotente ante el avance de España. 

Subía al trono Almundir, quién, por los relatos históricos era un punto cruel; tras asesinar al general Haxim se tuvo que enfrentar a las pretensiones de su hermano, el sangriento Abdala, que acabó asesinándole mientras estaba centrado en el asedio de Bobastro el año 888. 

Subía al trono Abdala, quien acosado por todas partes, perdiendo terreno en el norte, incapacitado para ahogar las sublevaciones de sus estados, tanto los del Oeste de ben Marwan como principalmente la de Omar ben Hafsún, se vio absolutamente desbordado cuando en la provincia de Todmir un nuevo caudillo, Daisam ben Ishac, se sublevaba contra su poder y reconocía como rey a Omar.

El poder de Omar se extendía por los territorios de Málaga, Sevilla, Jaén y Granada, y llegó a estar tan consolidado que fue entendido como una seria amenaza para el mismo califato cordobés. Ya el poder real sobre lo que nominalmente se llamaba Al-Ándalus se limitaba casi exclusivamente a las murallas de Córdoba, pues casi ninguna otra ciudad de importancia reconocía su señorío, y la práctica totalidad de las mismas se hallaba libre de tropas que le obedeciesen.

Y era Omar, según Ibn Aradi, amante de sus compañeros, llano y modesto con sus amigos, celoso en amparar a los suyos, y acontecía bajo su señorío que una mujer podía caminar sola de una a otra comarca con sus alhajas y bienes sin que nadie le saliese al encuentro para despojarla u ofenderla. 

En esta situación, el año 880, y según cuenta Ibn Hayyan, Alfonso III, aliado con Abderramán ben Marwan, atacó las inmediaciones de Badajoz dejando en poder del muladí el castillo de Los Adobales. Pobre la actuación de un rey llamado “Magno”. Y se produjo un hecho que pudo ser más importante: una flota al mando del que sería conde Suñer II de Ampurias y Rosellón recaló en las costas de Almería, al parecer atendiendo las llamadas que Omar estaba enviando a los reinos y condados españoles.

Pobre la actuación de Alfonso III… o tal vez no pudo hacer otra cosa, porque en 885 sufrió una sublevación de sus hermanos Fruela, Odoario y Bermudo, que fue apoyada por el conde de Castilla Diego Rodríguez; levantamiento que debió ocupar tiempo y esfuerzo que, lógicamente no pudo dedicar a otros asuntos, por lo que acabó teniendo una tregua con Córdoba, que estaba más necesitada que él, para poder hacer frente a la sublevación de Omar ben Hafsun.

Una ocasión de oro perdida en discordias internas; Los Banu Qasi, Alfonso de Asturias, Fortún Garcés de Navarra, entretenidos en luchas intestinas y dejando pasar, como si no fuera con ellos, la lucha de Omar ben Hafsun. Quién únicamente le atendió es merecedor de un mejor recuerdo: El conde Súñer de Ampurias.

En 893, a la muerte de Aznar II Galíndez de Aragón, le sucedería su hijo Galindo II Aznárez, que en 905 patrocinaría en Navarra un cambio de dinastía favorable a Aragón. En 922 lo sustituiría su hija Andregoto Galíndez, que sería condesa hasta 943. 

El año 898, en el norte, y a la muerte de Wifredo I, le sustituyó su hijo Wifredo II o Borrell I, que murió el año 912 y le sustituyó su tío Sunyer, conde de Besalú, el que se había presentado con una flota frente a las costas de Almería.

En 889, dice Ibn Aljatib que Omar era señor de todo lo comprendido entre Algeciras y Murcia, y ciudades como Écija le abrían espontáneamente las puertas. Todo ello le animó a acabar con el poderío árabe atacando la propia Córdoba, único reducto de importancia en poder de los moros, lo cual le pareció cercano cuando Servando, un mozárabe de Córdoba conquistó por su cuenta el castillo de Poley, a poca distancia de la capital emiral, desde donde efectuaban incursiones en las calles de la capital.

Pero el 5 de abril de 891, viernes santo, cometió Omar un error fatal al enfrentarse en campo abierto, sin el apoyo que había requerido a los reinos hispánicos del norte, y en batalla campal, al conjunto de las tropas emirales en la conocida como batalla de Poley, enfrentamiento que concluirá en una estrepitosa derrota de los españoles, que se continuó con la masacre de quienes no quisieron abrazar el islam. 

Como consecuencia, el ejército español del sur se vio prácticamente disuelto, si bien desde el año siguiente hasta el año 904 continuaba Omar sus correrías y sus victorias, pero su estrella había decaído, y viendo ya que para nada le servía seguir aparentando ser musulmán, se bautizó cristiano como Samuel, y su mujer como Columba el año 898. 

Desde el 904 la estrella de Omar iba en claro ocaso y fue acumulando derrotas de importancia junto a victorias de menor entidad, perdiendo a sus capitanes, que irremisiblemente eran crucificados. Sólo resistía firmemente Bobastro.

Omar se mantendría irreductible en su Bobastro hasta su muerte, en el 917. Sus hijos continuarían la resistencia once años más, hasta 928, cuando el primer califa, Abderramán III, tomó la plaza y profanó la tumba del héroe, crucificando su cadáver entre un perro y un cerdo. Omar había hecho profesión pública de fe cristiana el 12 de Enero de 899. 

Las aceifas contra el norte se vieron casi extintas durante el reinado de Omar ben Hafsun, que las sufrió el año 900 (2); el año 903, el 904 (2), el 907, el 908, el 909, el 910 (2), el 912, el 913, el 914, cometiéndose feroces asesinatos masivos según relata Ben Idhari, y ello sirvió sólo para ensanchar el territorio de los reinos españoles. Pudo servir de mucho más, pero se quedó en eso. No obstante, alguna aceifa se produjo, como la lanzada el año 882 por Almundir, príncipe heredero, acompañado de 80.000 soldados, que sitió la Zaragoza de Ismail ben Muza, sin doblegarla. Marchó contra Tudela, en poder de Fortún ben Muza, con el mismo éxito, y aliados con el traidor Mohamed ben Lope sufrieron nueva derrota en Cellorigo, sin más éxitos que contar, según relata la Crónica Albeldense.

Pero si ciertamente la sublevación de Omar ben Hafsun fue la más importante, no fue la única. Ciertamente Ben Marwan fue también un importante héroe hispánico, como fueron los Muza de Zaragoza, pero hubo más. Sawwar ben Handum, en la zona de Elvira combatía al emir y combatía a Ben Hafsun, quien finalmente lo vencería, siendo muerto en Elvira. 

Ben Chudi actuó del mismo modo, pero en esta ocasión fue el emir quién acabó con su vida. Ibrahim ben Hachach, en Sevilla, se alió con Omar ben Hafsun, a quién luego traicionó. Otros sublevados: Daysan ben Isaac en Lorca; Ubaidala ben Umaya, en Jaén; Abd al Malik en Beja; Ben al Salim en Sidonia; Jayr ben Xakir en Jódar; Said ben Huhayl en Monteleón; ben Mastana en Priego; Banu Habil en Jaén; Isaac ben Ibrahim en el castillo de Montesa; Said Ben Sulayman en Granada; Mohamed Ben Adda, Bakú ben Yayha, los ben Muhalab; Ben Galib, los hijos de Jorge en el castillo de Bacor y el de Mairena … Una rebelión generalizada que casi en su totalidad coincidía con el espíritu de Omar y era fomentada por españoles, y en parte caía en el ámbito de los invasores. Hasta un hijo del emir, Mutarrif, se sublevó y apoyó con un pequeño ejército la sublevación de Omar, aunque luego volvió con su padre Abdala, por quién sería muerto tras haber matado también a Muhammad, otro de sus hijos y padre del futuro Abderramán III. Y es que las intrigas no tenían número; los asesinatos entre la familia del emir no eran circunstancias aisladas.

Pero en el bando de España no andaban alejadas tampoco esas formas; así, el año 910 moría Alfonso III tras haber sufrido una terrible conspiración de sus hijos, dos de los cuales se repartieron el reino. Fruela II quedaba en Asturias, García I quedaba en León hasta que murió en 914 y el reino pasó a manos de Ordoño II, que reinaba en Galicia y que sería el primer rey enterrado en León, y que políticamente difería de García I, más proclive a las demandas de Castilla. Viendo ese panorama se comprende que la Reconquista se alargase durante ocho siglos.

En esta fecha, España estaba compuesta por el reino de León, el condado de Castilla, el reino de Navarra y los condados de lo que, andando el tiempo, más exactamente con Carlos I, creador de la Generalidad, sería Cataluña.

Es también en este tiempo cuando se estructura la sociedad civil, labor llevada a cabo especialmente por el mundo eclesiástico, parroquias, monasterios y obispados, lo que llevó a la construcción de los grandes monumentos eclesiásticos, que culminaría con la construcción de las grandes catedrales.

El año 912 moría Abdala y subía al trono Abderramán III, que el año 929 se convertiría en califa, o lo que es lo mismo: jefe político y religioso de los musulmanes y sucesor de Mahoma.

La madre de Abderramán fue una cautiva cristiana, franca o vasca, llamada Murna y su abuela una princesa navarra: Íñiga, hija de Fortún y biznieta de Iñigo Arista. Con el nuevo emir cambiaría mucho la actitud defensiva de Al Ándalus, que acometía directamente el poder de Omar. Sojuzgó las comarcas de Jaén y de Elvira; conquistó Sevilla, y se concentró, finalmente, en Bobastro, ayudado por el desánimo de los españoles, que nuevamente habían perdido el espíritu patriótico y se dejaban seducir por el sensualismo y los obsequios del nuevo emir.

A un año de su ascensión, en 913, Abderramán III inició la campaña de Monteleón, logrando recuperar numerosos castillos y sofocar la rebelión en Andalucía Oriental. Durante los años siguientes recuperó Sevilla y llevó a cabo las primeras aceifas contra los reinos cristianos del norte.

El año 917 moría en su cama el gran héroe hispánico Omar ben Hafsun, y con él, toda esperanza para el pueblo español, que debería seguir sometido al yugo africano la friolera de 575 años más.

Nunca será suficientemente reivindicada la memoria de este insigne héroe hispánico, merecedor de todas las glorias de la Patria. Se acababa un periodo que si bien había mejorado la situación de la Reconquista (Alfonso III había mudado su corte a León y extendido sus conquistas por Lusitania; había nacido el condado de Castilla y había crecido el reino de Navarra), no obtuvo todos los frutos merced a que los reinos del norte no supieron aprovechar las oportunidades que les fueron brindadas por los caudillos hispánicos Ben Marwan y Ben Hafsún.

El año 914 moría García I de Asturias tras un reinado de cuatro años y con una única hazaña llevada a cabo sobre Talavera. Con su muerte volvió a unificarse el reino en la persona de Ordoño II, que pasó a ser el primer rey de León. Tuvo dos importantes enfrentamientos con Abderramán III; el primero favorable a los españoles y el segundo contrario. 

El año 919 se reducían considerablemente las posesiones del reino cristiano de Bobastro, gobernado por Cháfar, hijo mayor de Omar, que pasó a ser feudatario de Abderramán III y acabaría siendo asesinado cuando abrazó el islamismo, en 920. Le sucedió su hermano Suleiman, que mantuvo independiente Bobastro siete años, entre disensiones internas de los españoles. Él no vería la pérdida de Bobastro porque murió un año antes en una refriega con los bárbaros. Le sucedió su hermano Hafs, que sucumbió a los pocos meses, el día 21 de Enero de 928.

Tomada que fue Bobastro, Abderramán desenterró los cuerpos de Omar y de su hijo Chafar, y en Córdoba los crucificó entre un cerdo y un perro. Allí aquellos restos sirvieron de escarmiento saludable para los rebeldes y de recreo para los ojos de los buenos muslimes, según relata un cronista árabe. 

Abderramán había derrotado en 920, en la batalla de Valdejunquera, a un ejército de León y de Navarra en el que Castilla se negó a tomar parte. En esta batalla, Abderramán tomó preso a un niño que finalmente sería asesinado por negarse a complacer sexualmente al emir; se trata de San Pelayo.

Pero Abderramán III destacaría por otros hechos; así, en 923 perpetró un nuevo martirologio en Córdoba; saqueó Pamplona en 924 y sometió a los Banu Qasi. 

Este mismo año 924 moría en León Ordoño II, y el trono era usurpado por su hermano Fruela II, que moriría un año más tarde. También murió Sancho Garcés I de Navarra. A aquel lo sustituía Alfonso Froilaz, el Jorobado, que reinó escasamente un año, ya que fue despojado del trono por los hijos de Ordoño. 

Alfonso Froilaz, tras ser derrocado en 926, se refugió en Galicia, donde ejerció como rey, pero al poco tiempo, fue expulsado del trono por Sancho Ordóñez, que tomó para sí el título de rey de Galicia. Tras ello, Alfonso Froilaz terminó por refugiarse en Asturias, donde siguió manteniendo sus pretensiones al trono. 

En agosto de 929 moría Sancho Ordóñez y el reino de Galicia se reincorporaba a los dominios del rey de León, Alfonso IV, que finalmente se vio privado del reino tras la muerte de su esposa Anega Sánchez, hija de Sancho Garcés de Pamplona, por una depresión que permitió tomar las riendas a su hermano Ramiro II “El Grande” (Ramiro Ordóñez), quién recluyó a Alfonso IV y a todos los parientes en edad de gobernar. Ésta fue la chispa que hizo saltar la estrella del conde castellano Fernán González, que abrazó la causa de Alfonso IV y acabó rebelándose contra Ramiro II.

También en 924 había fallecido Sancho Garcés I de Navarra, que fue sucedido por García Sánchez I, que contaba seis años de edad y en 943 sería también conde de Aragón.

Al morir su tutor, su tío Jimeno Garcés, surgió una crisis que fue controlada por la mediación de su madre, la reina Toda, y por la de Abderramán III. Durante su reinado se potenciaron las uniones con el reino de León; casó con Andregoto, hija del conde de Aragón Galindo González, lo que dio lugar a la posterior unión de estos dos reinos, y posibilitó a los reinos cristianos enfrentarse con éxito a las tropas de Abderramán III en la batalla de Simancas. García Sánchez I posibilitaría importantes relaciones tendentes a la unión de los reinos y condados hispánicos.

La reina Toda, madre García Sánchez I, jugaría un importante papel en este reinado, si bien la crisis que devino con relación a la tutoría fue controlada merced a la colaboración de su primo carnal, Abderramán III. 

En año 926 ascendía al trono de León Alfonso IV, que, hijo de Ordoño II, sucedía en el trono a Alfonso Froilaz de León y a Sancho Ordóñez de Galicia, y que en 930 renunciaba al trono y era sucedido por su hermano Ramiro II, tercer hijo de Ordoño II y Elvira Menéndez. 

Las alianzas entre los reinos hispánicos eran cuestión de estado, y las tres hermanas de García Sánchez I estuvieron casadas con tres reyes de León (Ramiro II, Ordoño II y Alfonso IV), y las necesidades de la guerra hicieron que la reina Toda mediase en unas ocasiones para que su nieto Sancho ocupase el trono de León y en otras para combatir a su otro nieto Ordoño IV el Malo de León, que fue rey entre 958 y 960. En base a esas mismas alianzas, García Sánchez casaría con Andregoto Galíndez, hija del conde de Aragón Galindo Aznárez II. Las relaciones entre reinos y condados cristianos y entre éstos y los moros variaban. Así nos encontramos con un Abderramán III que en 925 ayuda a su primo García Sánchez, y poco después, en 939, en la batalla de Simancas esa vencido por la alianza de Ramiro II de León, Fernán González de Castilla, García Sánchez de Navarra y tropas asturianas y gallegas, y posteriormente, en 961, García Sánchez toma preso a Fernán González, que le es reclamado por Abderramán, pero aquel se niega a entregarlo.

En 932 Ramiro II organizó un gran ejército para socorrer a la ciudad de Toledo, que le había pedido ayuda para defenderse de Abderramán III, pero la operación acabó siendo neutralizada al haberse sublevado Alfonso IV, arrepentido de haber renunciado dos años antes al trono.

La situación fue aprovechada por Alfonso Froilaz y sus hermanos, los hijos de Fruela II para intentar acceder al poder. Sin embargo, el enérgico e inflexible Ramiro II contaba con el valioso auxilio del conde de Castilla, Fernán González, así como con el del rey navarro Sancho I Garcés. En pocos días dominó la situación, y persiguió a sus enemigos hasta Oviedo, derrotándolos. Tras capturarlos, ordenó que les sacaran los ojos a todos, incluido a su hermano, y los confinaran en el monasterio de Ruiforco de Torío. Como consecuencia de este levantamiento Ramiro no pudo tomar Toledo… ni tan siquiera Magerit, donde sólo pudo destruir las fortalezas.

En esta época, en el condado de Barcelona figuraba el conde Súñer que, rompiendo la tradicional política defensiva mantenida hasta el momento, luchó contra el invasor en Lérida y en Tarragona, siendo que en 912, el gobernador sarraceno de Lérida dirigió un ataque contra el condado de Barcelona en el que derrotó a los ejércitos hispánicos en el valle de Tárrega. Pero en el 914, Suñer organizó una expedición de respuesta en la que dio muerte al sarraceno, con lo que inició una decidida campaña de reconquista que culminó los años 936 y 937 con la toma y abandono de Tarragona, que quedó en tierra de nadie e impuso parias a Tortosa. En el curso de estas campañas de reconquista murió el cadi de Valencia. Tras estas exitosas campañas, en 947 el conde Súñer se retiró a un monasterio, dejando el poder a sus hijos Borrell II y Miró I.

En 929 Abderramán III había proclamado el califato de Córdoba, independiente de Damasco, institución que existiría oficialmente hasta el año 1031, cuando fue abolido dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como Taifas. 

El califato significaría la máxima expresión de la cultura de todo el mundo árabe en todos los tiempos. Es de señalar que, sin pretender quitar la condición de moro de Abderramán, era español en más de un 50%. Su madre era hermana de la reina Toda de Navarra, y la influencia española, aunque en ningún caso fue determinante, permitió aflorar en Córdoba la cultura hispánica, encarnada en pensadores y científicos principalmente mozárabes y muladíes.




























Capítulo VI

Desde el año 929, con la proclamación del califato de Córdoba por parte de Abderramán III hasta la reconquista de Toledo por Alfonso VI el año 1085.


Abderramán III tomó el título de califa con el sobrenombre al Nasir li-din Allah, aquel que hace triunfar la religión de Dios. Previamente, en 927 había tomado Melilla y contaba además con las plazas fuertes de Tánger y Ceuta, desde donde controlaba la evolución de sus enemigos fatimíes.

El califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y militares denominadas Coras, y la opulencia del califato durante estos años queda reflejada en las palabras del geógrafo Ibn Hawqal: 


... La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos...


Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó su propia ciudad palatina, Medina Azahara; dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe e hizo ampliar la Mezquita de Córdoba.

Esta etapa de la invasión es sin dudas la de mayor esplendor, y en ella relumbraron grandes intelectuales, la mayoría españoles, aunque fue de corta duración pues en la práctica terminó el año 1009 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro Almanzor. 

Cuenta algún historiador que el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio Romano, siendo que a la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250.000 habitantes en 935 y rebasó los 500.000 en el año 1000. 

Los estudios filosóficos y astronómicos debieron su principal cultivo a los mozárabes.... En cuanto a la astronomía, ciencia aborrecida por los musulmanes fanáticos, cuyos libros fueron quemados... Ciertas obras de Aristóteles...las trajo de oriente cierto Abu Omar ben Martín. Español era Ben Hazam, y en medicina Abdala Yayha, mozárabe médico de Abderramán III. Ejemplos que si se muestran en ciencias despreciadas por los musulmanes, también se muestran en las que les son afines. Historiadores que cultivaban la ciencia en los monasterios y que luego destacaron en la vida cultural de la Córdoba de Abderramán III y de Alakam, tales como Mohamed Alagostin, Ben Sad, Ibn Alcutia (descendiente de Sara, nieta de Witiza); Suleiman ben Biter (Pedro), Ibn Hayyan... Y en la poesía, Servando de Toledo, Ibn Gundisalbo, Ibn Martín... En la jurisprudencia, teología, tradiciones árabes.... Nombres que nos han llegado con referencia de su raíz española, que sin lugar a dudas son una pequeña muestra de la realidad, dado que lo normal era que los españoles ocultasen su condición y se inventasen genealogías árabes con raigambre para evitar el desprecio y el insulto. 

A partir de su ascensión al emirato en 912, Abderramán combatió con éxito todas las rebeliones que trufaban el emirato y que para mal de España tuvo tan poca atención por parte de la España cristiana.

Abderramán III consideró adecuada su autoproclamación como califa, es decir, como jefe político y religioso de los musulmanes y sucesor de Mahoma, basándose en cuatro hechos: ser miembro de la tribu de Quraysh a la que pertenecía Mahoma, haber liquidado las revueltas internas, frenar las ambiciones de los núcleos cristianos del norte peninsular y la creación del califato fatimí en África del Norte opuesto a los califas Abbasíes de Bagdad. La proclamación tenía un doble propósito: Por un lado, en el interior, los Omeyas querían reforzar su posición. Por otro, en el exterior, al objeto de consolidar las rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo, garantizando las relaciones económicas con Bizancio y asegurar el suministro de oro.

La herencia sanguínea y cultural española llevó a Abderramán a organizar una aristocracia ajena al mundo árabe, y la herencia árabe le llevó a que éstos fuesen fatals (esclavos y libertos de origen europeo) que fueron progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe, mientras el ejército continuaba engrosando la presencia bereber. Pero esa ascendencia española no tenía reflejo en otras cuestiones que caracterizaron a Abderramán III. En 950 acabaría ordenando la ejecución de su propio hijo Abdala, y en general su crueldad fue notoria. Se cuenta que mandaba ejecutar a sus esclavos por cuestiones nimias, y que hasta mandó quemar la cara de una esclava que se la giró cuando, borracho, empezó a acariciarla. También se cuenta que siempre había con él un verdugo de guardia y que no confiaba en nadie.

Por su parte, la economía de los reinos cristianos, y debido a la inseguridad ocasionada por las razzias sobre los bienes inmuebles, estaba basada en la ganadería trashumante más que en la agricultura, lo que acabaría consolidando el fenómeno de la mesta conforme avanzaba la Reconquista. Una actividad que alcanzaría importancia primordial en la economía española, y contaba con tribunales que al estilo del “de las aguas” de Valencia, terciaba en los conflictos, siendo que al respecto se recogían dictados presentes en el Fuero Juzgo.

Hasta el siglo XI los reinos cristianos estuvieron constituidos por elementos diversos (señoríos, aldeas, ciudades) dotados cada uno de ellos de jurisdicciones distintas. Sólo los señoríos de realengo se encontraban bajo la autoridad directa del monarca. El rey administraba justicia, acuñaba moneda, dirigía la guerra y aceptaba el derecho consuetudinario. Y desde mediados del siglo XI, los reyes iniciaron una política de fortalecimiento y centralización de los poderes ejecutivo, legislativo, judicial.

En 930 Abderramán III puso cerco a Toledo, manteniéndolo durante dos años, cuando los toledanos se sometieron, debiendo admitir, además, la construcción del Alcázar. Toledo recibió ayuda de Ramiro II, pero debió cejar en la misma merced a las discordias civiles que se vivían en León, fomentadas por su hermano Alfonso IV que, sucesor de Fruela II, había abdicado precisamente en Ramiro II cinco años después de haber accedido al trono.

Con el cerco de Toledo finalizan las noticias relativas a las rebeliones propiciadas por los muladíes. Ya sólo quedó la Reconquista a cargo de los cristianos, si bien también reconocen los historiadores que, a partir de este momento, y en el reinado de Abderramán III, los mozárabes se vieron eficazmente protegidos contra la persecución de las otras razas, y vieron respetados sus fueros y libertad religiosa hasta principios del siglo XI, y no participaron en nuevos altercados.

Hemos visto que en 930 Ramiro II accedió al trono de León, y lo hizo con tanto empuje como el que dieciocho antes tuvo Abderramán III. Tan es así que los españoles lo llamaban “el grande” mientras los moros lo llamaban “el diablo”. No pudo tomar Toledo, pero paró los pies a Abderramán en San Esteban de Gormaz el año 933. Pero en 934 una aceifa sarracena llegó a Pamplona y Abderramán obtuvo la sumisión de su tía, la reina Toda, pero Ramiro II, con el apoyo de Fernán González, obtendría una importante victoria en Osma sobre las tropas musulmanas, consecuencia de la cual, el rey moro de Zaragoza, Aboyada, se sometió a Ramiro. También tomó la fortaleza de Magerit.

También Ramiro II desmanteló las murallas de Talavera, lo que ocasionó una aceifa de Abderramán que fue frenada en Osma con la ayuda del conde Fernán González de Castilla , que había sido proclamado conde independiente el año 929, el mismo año en que Córdoba rompió con Damasco.

Fernán González, sin lugar a dudas, fue un elemento de primera importancia en esta época. Ayudó a la reina Toda para entronizar en León a su nieto Ordoño III con el objetivo de fundar su condado, aspiración de vascos y cántabros; aliado de Ramiro II significó un revulsivo dentro del propio reino cristiano.

Fernán González nació, con toda probabilidad, en la primera década del siglo X, y desde su infancia pudo conocer los enfrentamientos existentes entre las gentes de su condado y los nobles leoneses. En 929 fue proclamado conde de Castilla, y en 931 de Álava, Lantarón, Cerezo y Asturias de Santillana; en 932 fue esencial en la toma de Magerit por Ramiro II; en 934 éste lo salvó de un asedio de Abderramán en San Esteban de Gormaz y en 950 ayudaba a la reina Toda de Navarra, a la sazón tía carnal de Abderramán III, contra Ordoño III y a favor de su nieto, que en 955 sería rey de León con el nombre de Sancho I “El Gordo”.

Fernán González, muy querido por su pueblo, cántabro y vasco fue llorado cuando quedó preso del reino de Navarra. El romance de la liberación de Fernán González da muestra de ello, cuyos versos finales cantan: ¿Do venís, mis castellanos? – Digádesmelo, por Dios; - ¿cómo dejáis mis castillos – a peligro de Almanzor? – Allí habló Nuño Laínez: - Íbamos, señor, por vos, - a quedar presos o muertos, - o sacaros de prisión.

El condado castellano tenía por frontera norte el mar Cantábrico; por el sur llegaba hasta Roa, Aranda de Duero y Osma, por el este hasta Rioja y Navarra, y por el Oeste hasta el Pisuerga. Eran el producto de los reductos hispánicos de Cantabria y Vascongadas. León controlaba desde el Pisuerga por el este hasta el Atlántico por el Oeste, y desde el Cantábrico por el norte hasta el Duero; Navarra controlaba hasta Urgel, y el Condado de Barcelona, desde aquí hasta el mediterráneo, y hasta el Llobregat.

Durante los primeros años del califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas de agosto de 939, que tuvo importantes consecuencias, ya que el ejército musulmán acudía a la llamada de yihad con contingentes de más de 100.000 soldados y claras expectativas de victoria.

Sin duda, la batalla de Simancas fue un preludio de la batalla de las Navas de Tolosa, tres siglos más tarde. Abderramán salió de ella “semi vivo”, abandonando en batalla un precioso ejemplar del Corán… y hasta su inestimable cota de malla. Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte Sepúlveda y Guadramiro.

Además de obtener tan señeras victorias y extender las fronteras del reino desde el Duero hasta las cercanías del Tajo, Ramiro II estabilizó y fortaleció el entramado administrativo, completando la tarea de asentamientos mozárabes y su organización, que en algunas comarcas, como la cuenca del Cea, fue dirigida personalmente por el Rey.

Ramiro II engrandeció la Corte con la creación del nuevo palacio real, la restauración del monasterio de San Claudio y la nueva implantación de los de San Marcelo y de San Salvador, contiguo al palacio real, todo ello bajo su propio patrocinio. Asimismo, se erigieron y dotaron convenientemente otros muchos monasterios en toda el área del reino.

Normalizó el desarrollo de las funciones administrativa y jurisdiccional, planificando los cuadros personales de la curia regia y de otras instituciones subordinadas. 

Toda su actuación se vio influenciada por su profunda religiosidad, que en documento de 21 de febrero de 934, con ocasión de confirmar a la sede compostelana los privilegios otorgados por sus predecesores, se expresaba así: 


De qué modo el amor de Dios y de su santo Apóstol me abrasa el pecho, es preciso pregonarlo a plena voz ante todo el pueblo católico.


Pero en los últimos tiempos de su reinado tuvo que sufrir las aspiraciones independentistas de la Castilla de Fernán González, su mano derecha, que junto con su yerno, el conde Diego Muñoz de Saldaña, se declararon en abierta rebeldía en 943.

Estas disensiones internas debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias razzias de castigo con destino al reino leonés, lo que hace sospechar que Fernán González pactó con los musulmanes. La atención a estas invasiones posibilitó el fortalecimiento de Fernán González, que recuperó todas sus posesiones y hasta la restitución del título de conde de la que fue privado cuando cayó prisionero.

En 950, el reino de León fue asumido por Ordoño III, que casó con Urraca, hija de Fernán González. Más tarde Urraca sería repudiada por Ordoño III respondiendo al apoyo que prestó Fernán González a Sancho el Craso. Después de la muerte de Ordoño III, Urraca se casó con Ordoño IV que por entonces era aliado de Fernán González, y tras la muerte de Ordoño IV se casó con Sancho Garcés II de Navarra. Otra de sus hijas Muniadona (o Nuña) fue dada en matrimonio a Gómez Díaz, hijo del conde de Saldaña, Diego Muñoz.

Ordoño acabaría huido a Córdoba, donde consiguió ayuda de Alakam II, que le asigno a su general Galib, pero los acuerdos no sirvieron de nada, porque Sancho el Craso acordó paces con Alakam… y casualmente Ordoño “el malo” murió en la misma Córdoba.

Muerto Ramiro II en el 951, el reino de León quedó sumido en una crisis dinástica que Fernán González supo aprovechar en su favor. Inicialmente apoyó las reclamaciones de Sancho el Craso contra su hermano Ordoño III, pero, al no prosperar su causa, se vio obligado a reconocer a Ordoño como rey. Paralelamente, en el año 955 Fernán González derrotó a las tropas musulmanas en San Esteban de Gormaz.

A la muerte de Ramiro II, acaecida pocos meses después de haber abdicado en Ordoño III, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llego a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León, Navarra y Castilla y el Condado de Barcelona le rendían tributo.

Ordoño III fue rey de León desde 951 hasta su muerte. Hijo y sucesor de Ramiro

II, se enfrentó a navarros y castellanos, que apoyaban a su hermanastro Sancho en su disputa por el trono.

Éste estaba apoyado por el reino de Navarra y el conde castellano Fernán González. Sancho finalmente perdió en su disputa por el poder en 953, teniendo como segunda consecuencia el sometimiento del conde castellano a Ordoño.

Éste no fue el único problema que Ordoño III tuvo durante su reinado, pues además soportó numerosas rebeldías internas, ataques de al-Ándalus y una sublevación en Galicia. En respuesta a los musulmanes, Ordoño envió gran número de tropas, que consiguieron llegar hasta Lisboa en 955. Ante semejante demostración de fuerza, se firmó un tratado de paz entre el rey y el califa Abderramán III.

También Ordoño III llevó a cabo una exhaustiva reorganización de sus territorios y continuó con el proceso de fortalecimiento de las instituciones reales que inició su padre, sin desatender el acogimiento de mozárabes que, aunque había bajado la intensidad de emigración, seguían existiendo. Esta realidad le llevó a restaurar el monasterio de San Martín de Castañeda, bajo la orden del Císter, en Sanabria.

Hacia 950 el Sacro Imperio Romano-Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba, y Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que ostentaba Córdoba. También tenía relaciones con Bizancio. 

Sunyer, conde de Besalú asoció en 947 a su hijo Borrell y se retiró a un monasterio, muriendo en 953. Borrell II, conde de Barcelona, Gerona y Osona, también titulado dux “gotiae“ acrecentaría sus posesiones con el condado de Urgel, heredado de su primo, también llamado Borrell. Es este conde quien no firma sumisión al imperio carolingio, al no poder prestar juramento al nuevo rey franco, y el hecho es interpretado por algunos historiadores como el punto de partida de la independencia de los francos. La verdad es que no prestó juramento porque al ir a hacerlo, el rey franco había partido al norte a sofocar una rebelión de los normandos. No obstante, al desaparecer la dinastía y mostrarse incapaces los Capetos, herederos de aquella, de ejercer ningún control sobre la Marca Hispánica, de lo que dieron muestra al no atender las llamadas de ayuda efectuadas con motivo de los ataques llevados a cabo por Almanzor, el distanciamiento fue evidente. 

Si con Suñer los condados de Barcelona emprenden una acción más decidida de reconquista, con Borrell II vuelven a tener relaciones cordiales con Córdoba, si bien, gracias al legado de su padre tuvo la ocasión de reorganizar el arzobispado de Tarragona. En este tiempo se atiende la repoblación hasta los ríos Llobregat y Cardener, proceso que se incrementa hasta 1020 en los condados de Barcelona, Manresa, Urgel, Pallars y Berga.

El 954, por ejemplo, «Witardo» (Guitart) dona tierras en Freixa (Piera, Barcelona), para su cultivo y reedificación. Entre los pobladores están «Elías», «Arifredo», «Cesario», «Ferriolus», «Mascarone»… Nótese que no se consigna aún apellido alguno. Parece que en la Marca Hispánica seguía bastando el nombre. 

El año 956, a la muerte de Ordoño III, accede al trono de León Sancho I el Gordo, que según cita Juan Luis Puente en su libro “Reyes y reinas del reino de León”, pesaba 220 kilos y comía 7 veces al día con 17 platos distintos, principalmente de caza. 

Pero dos años después, rechazado por su extrema gordura, fue destronado por los nobles leoneses y castellanos, encabezados por el conde Fernán González, nombrando rey a Ordoño IV “el malo”, su yerno, y primo de Sancho el Gordo, cuyas reseñas históricas son mínimas; lo que parece ser cierto es que era perverso y se ganó el desafecto de su abuela, la reina Toda, del pueblo y de su mujer. Moría exiliado en Córdoba en 960.

Las relaciones que mantenían los reinos cristianos con los invasores permitieron que, gracias a la intervención de su tía, la reina Toda de Navarra, Sancho se desplazase a Córdoba para recibir un tratamiento a su obesidad; tratamiento que duró tres años, y pudo llevarse a cabo cediendo el reino de León unas plazas en la ribera del Duero.

Tras el tratamiento, con el apoyo de Abderramán, Sancho recuperó el trono de León en 956, y se libró de las aceifas musulmanas hasta que accedió al trono cordobés Alakam II. Pero las aceifas fueron suplidas por las conjuras, y Sancho el gordo murió envenenado en Coimbra el año 967, seis años después de morir su tío y protector Abderramán III.

En los últimos años de su reinado se sucedieron las rebeliones nobiliarias y se afianzó la independencia de los condes castellanos y gallegos. Le sucedió su hijo Ramiro III.

De los mozárabes no hay noticias, lo que es una tranquilidad, pero parece que lo era principalmente para los invasores que, parece, eliminaron a los suficientes como para imponen el terror en el resto, ya que, por otra parte, perseveraban las antiguas diócesis y poblaciones cristianas con sus obispos y clero, pues conservamos los nombres de algunos prelados, condes, jueces y magistrados mozárabes en todo este tiempo. Pero parece significativo que el metropolitano de Toledo del año 956 se llamase Obaidala ben Cásim.

Pero nos podemos hacer a la idea de lo que pasaba con los mozárabes si consideramos que al frente de una embajada enviada por Abderramán III ante el emperador de Alemania, Otón I, iba un obispo mozárabe cuyo nombre no ha trascendido y que trasmitía un mensaje que resultaba injurioso para la religión cristiana. La respuesta, viril, era aportada por el obispo Juan de Gorce, que acusaba a aquel de haberse sometido hasta el extremo de haber aceptado la circuncisión y de haber aceptado la existencia de alimentos inmundos. Esta postura ocasionó una amenaza de Abderramán III que ponía en entredicho la vida de los mozárabes, y también significó la promoción a obispo de Iliberris (Granada) de un lego que se plegó a los deseos del emir y que volvió a poner en evidencia la situación de los mozárabes, que veían cómo sus obispos eran nombrados por el emir, sin tener en cuenta los cánones de la Iglesia.

Por otra parte, sí, en estas fechas la Iglesia de Cristo estaba presente bajo el invasor andalusí, y no solo con templos, sino también con monasterios.

En 966 subía al trono de León, con cinco años de edad, Ramiro III, bajo la regencia de su tía Elvira Ramírez y su madre Teresa Ansúrez.

Más de un siglo hacía que los normandos habían saqueado Sevilla cuando, durante el reinado de Ramiro III se sufrió la invasión de los Vikingos, que asolaron las costas gallegas. Además, Ramiro sufrió una severa derrota ante los sarracenos en San Esteban de Gormaz así como devastaciones que llevó a cabo Almanzor. Todas estas desgracias, unidas a su carácter absolutista provocaron el levantamiento de los nobles, que en 982 proclamaron monarca a Bermudo II, hijo bastardo de Ordoño III, que reinaría en Galicia y Portugal.

Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde Borrell de Barcelona, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamientos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Galib, suegro de Almanzor, quién había llevado una fulgurante carrera política.

Almanzor, además de militar, era un estudioso del derecho y de las letras, y destacó como escribano, lo que le llevó a la corte del califa. Abd Ala, último rey zirí de Granada escribiría de él: En sus días el Islam alcanzo el apogeo de su gloria en al-Ándalus, mientras los cristianos llegaban al colmo de la humillación.

Un estudioso del derecho y de las letras que con sus propias manos echaba al fuego los volúmenes de la biblioteca que había formado Al Hakam y que se encontraba entre las principales del mundo.

El año 967 Almanzor había acumulado muchos cargos; demasiado dinero pasaba por sus manos. Muhammad Ibn Abi Amir al-Ma’afiri, Almanzor, es acusado de malversación de fondos públicos. Se salva gracias a la aportación de un amigo que le cede su propio dinero. Y es que, siendo muy joven se trasladó a Córdoba para seguir estudios de literatura y poesía llegando en poco tiempo a tener fama de persona cultivada. Con su talento y capacidad para la intriga, se granjeó la confianza del califa Al-Hakan II que le nombró administrador de la princesa Subh, una de sus esposas. En febrero del año 967 fue nombrado intendente y administrador de los bienes del príncipe heredero Hixam. Ocupó más tarde el cargo de inspector de la moneda y en octubre de 969 fue designado juez del distrito de Sevilla y Niebla.

El año 970 moría García Sánchez I de Navarra y Fernán González, y es nombrado Rey de Pamplona y conde de Aragón Sancho Garcés II apodado «Abarca», que era hijo del rey García Sánchez I y Andregoto Galíndez, hija del conde de Aragón Galindo Aznárez II, mientras en Castilla toma el relevo García Fernández, que recibía un señorío hereditario que se extendía desde el mar Cantábrico hasta más al sur del río Duero.

García Fernández fue un buen legislador arropado por el pueblo. Ambos aspectos tuvieron reflejo en la legislación por él promulgada, en concreto en el fuero de Castrojériz, en la que se equiparaba a los caballeros villanos con los nobles de sangre, y a los peones con los caballeros. Aquellos campesinos que dispusieran de un caballo para la guerra serían equiparados automáticamente con los nobles de segunda clase.

En su política familiar, casó con Doña Ava, hija del conde Ramón II de Ribagorza, cuyo bisabuelo se había independizado del conde de Tolosa. El interés estratégico era importante, porque el condado limitaba con el reino de Navarra, cuyos reyes poseían Aragón y Sobrarbe. Parece que en el enlace tuvo algo que ver la reina Toda de Navarra.

Eran años de paz con el invasor; León mantenía tregua con Alakam, que mantenía supremacía cultural de Al Ándalus sobre todos los reinos peninsulares, pero García Fernández quebrantó la paz en 974 saqueando las tierras de Soria y Guadalajara, formó coalición con los reyes de Pamplona y de León y con los Banu Gómez de Saldaña, e intentó tomar la fortaleza de Gormaz, que era como una flecha clavada en el flaco de Castilla, fracasando en el primer intento. 

Desgraciadamente para ellos, el mejor general cordobés Teman Ghalib, que acababa de volver victorioso de África, dirigía la hueste musulmana, pero no fue sólo eso, sino el ímpetu de reconquista que llevó a las tropas españolas hasta las mismas puertas de Córdoba, con la colaboración de los mozárabes.

Los reinos de León y Navarra, y el condado de Castilla estaban unidos por lazos familiares, y juntos sufrieron la nueva asonada árabe capitaneada por Almanzor, que infligió una cadena de derrotas humillantes, que pasaron de cincuenta, a todos los asentamientos españoles.

En 973, Almanzor, a la edad de 38 años, se desplazó a África, a la Hispania Tingitana, para inspeccionar las tropas allí estacionadas. Estableció contactos y se hizo con el control efectivo de esos guerreros. A su regreso fue nombrado jefe de las tropas mercenarias acantonadas en Córdoba.

Tres años después, el año 976 moría Alakam II y se producían refriegas palaciegas por la sucesión en las que Almanzor ocupó puesto directivo; asesinó al hermano del califa muerto. Asumió el trono Hixam II, que contaba diez años de edad y reinaría en dos periodos; el primero hasta el año 1000, y el segundo del año 1010 al 1013. 

En el reinado de Hixam II Almanzor sería el caudillo incuestionable de los invasores; el feroz guerrero que no dudaba en hacer castigos ejemplares; así, cuando en 997 una expedición de pamploneses a tierras de Calatayud dio muerte al hermano del gobernador, Almanzor vengó esta muerte cortando la cabeza de 50 cristianos.

En 976 las tropas de Almanzor vencieron a los españoles en Torrevicente, al sur de Soria, y después también en Taracueña, cerca de Osma, y en 981 en Rueda. Entre tanto, los descendientes de Witiza seguían teniendo relevancia en el mundo de los invasores. Ibn Alcutia, él mismo descendiente de Witiza, da razón de otros primos suyos que curiosamente perseveraban en la religión cristiana y, por supuesto, conservaban el lustre de su familia.

Hixam II, nombraría visir a Almanzor en 977. Este encumbramiento fue secundado con la ayuda del general Galib, su suegro, y el resultado fue que el joven califa fue privado de su libertad en un misterioso encierro en los palacios de Medina Azahara mientras Almanzor se convertía en dictador.

El nombre verdadero de Almanzor era Abu ‘Amir Muhammad ibn Abi Amir al-Ma’afiri. Nació el año 940 en Torrox (Almería) en el seno de una familia cercana al Califa y murió en Medinaceli el año 1002.

En 981 Abu Amir tomó el sobrenombre de al-Mansur Bi-Llah (el victorioso por Allah), que se suele abreviar como Al-Mansur y en los dialectos románicos como Almanzor, arrogándose así definitivamente todos los atributos de la realeza. 

Este mismo año hubo una disputa entre Galib y Almanzor, pero el primero resultó vencido y muerto a pesar de contar con cierto apoyo de los cristianos del norte. La toma de poder fue total cuando se trasladó toda la administración califal al nuevo palacio mandado construir por Almanzor llamado Medina Azahira, tras lo cual llevó a cabo importantes purgas entre la nobleza árabe.

El acelerado encumbramiento de Almanzor provocó serias disensiones en Al Ándalus, donde ciertos sectores se oponían a esta rápida escalada. Para contrarrestar esa oposición se dotó de un amplio ejército que era constantemente renovado por la contratación de nuevos mercenarios bereberes, y con el que consiguió sucesivas victorias sobre los cristianos en las campañas bélicas que emprendió, aportando dinero a las arcas del tesoro público.

Pero eran al fin campañas muy costosas. Costosas en lo económico, y de ello se favorecieron los habitantes de Al Ándalus, entre ellos, sin lugar a dudas los mismos mozárabes, que eran reclutados como soldados, pero costosas también en lo social, ya que el ejército profesional no bastaba para cubrir las aceifas, por lo que debía hacer constantes aportes de tropas bereberes que eran odiadas por la población andalusí; odio que se incrementaba como consecuencia de las soldadas y concesiones territoriales que les eran concedidas.

Pero costosas también en lo nacional. Grandes sectores de la población libre acabó convirtiéndose, de hecho y derecho en mozárabes, pagando la chizia y sirviendo de buen grado a Almanzor que, hay que reconocerlo, fue un gran guerrero que llevó a cabo 52 aceifas (expediciones de verano) en 26 años. ¡Dos expediciones anuales! De las que las principales fueron las siguientes: en 982 tomó Zaragoza llevándose más de 9.000 prisioneros; en 984 penetró en León y arrasó Astorga y Gormaz; en 985 llegó hasta Barcelona y la tomó, saqueó e incendió; en 986 penetró hasta Sepúlveda; en 987 destruyó Coimbra, ciudad que reedificó él mismo siete años después; en 989 tomó Atienza, Osma y Montemayor.

El año 980 Simancas cayó en poder de Almanzor, que tomó rehenes y los llevó a Córdoba. Entre ellos destacó quién sería Santo Domingo Sarracino, que obligado a renegar del cristianismo murió mártir y arrastró al martirio a otros.

Ese mismo año Ramiro III de León y Sancho Garcés II de Navarra se declararon vasallos de Córdoba y pagaron parias. Sancho Garcés, además, entregó a su hija en matrimonio a Almanzor, mientras García Fernández de Castilla no se doblegó y siguió la guerra. En 985 viendo Almanzor que Borrell II le consideraba un aliado y se alejaba paulatinamente de la corte carolingia, lanzó un devastador ataque que terminó con Barcelona pasto de las llamas, y sus habitantes masacrados o convertidos en esclavos. Borrell II consiguió huir. También fueron saqueados los Monasterios de San Cugat del Valles y San Pedro de Puellas.

Amante del arte hizo construir un puente sobre el Guadalquivir, amplió la mezquita de Córdoba en el año 987; protegió la literatura, la medicina y las ciencias; su palacio se convirtió en una verdadera academia y llegó a escribir un Corán que le acompañó en todos sus viajes y expediciones guerreras.

En 985 ciñó la corona de todo el reino de León Bermudo II “el gotoso”, hijo de Ordoño III, y primo de Ramiro III, que vio su reino preñado de enfrentamientos internos y de la constante amenaza de Almanzor, que le obligó a retirarse a Oviedo y a ver cómo las tropas de sus enemigos se enseñoreaban de su territorio, donde ejercían una ocupación real del reino, de la que no fueron despojados hasta el año 987, cuando

Almanzor asoló León obligando a Bermudo II a refugiarse en Zamora, que deja la ciudad al mando del Conde Gonzalo González, que acaba muriendo heroicamente.

Son arrasados los Monasterios de Sahagún y Eslonza. En 989 también es arrasada Zamora. Luego se vuelve contra Castilla, en cuyas filas combate su propio hijo Abdala, quién consigue que su hermano Abdalmalik también cambie de bando. En 990 vuelve a Córdoba acuciado por problemas internos.

Bermudo II huye hasta Galicia y Almanzor campa por sus respetos por tierras leonesas destruyendo cuanto encuentra a su paso, y se encamina entonces a Castilla. Una vez derrotadas las huestes castellanas, llega hasta León donde exige a Bermudo II el pago de un impuesto en concepto de vasallaje.

Sitia San Esteban de Gormaz, pero la ciudad resiste. Entre los asaltantes se encuentra su propio hijo Abdala que, descontento con la decisión de su padre de nombrar heredero a su otro hijo menor Abdalmalik, abandona sus filas y se pasa al bando castellano. 

En 990 tras un nuevo sitio de San Esteban de Gormaz, pacta la entrega de su hijo por parte de Garcia Fernández a cambio de no arrasar la comarca. Contra lo acordado, Almazor manda decapitar a su hijo Abh Allah, si bien respeta la tregua, que es aprovechada por Bermudo II para retomar su reino y para casar con Elvira García, hija del Conde de Castilla. 

Ese mismo año 988, Borrell II marca la independencia de los condados de Barcelona, Besalú, Urgel, Gerona y Osona con relación al imperio carolingio, al no acudir éste en defensa de los territorios, que estaban siendo atacados por Almanzor. Fruto de estos continuados ataques -978, 982, 984 y 985-, fue preciso el abandono de la ciudad de Tarragona, que no volvió a ser ocupada de forma definitiva hasta 1118, por parte del conde Ramón Berenguer III.

A partir de 988 Borrell II compartió el gobierno con sus hijos. Ramón Borrell, recibió el grupo de condados de Barcelona, Gerona y Osona, y Armengol el condado de Urgel. Ambos comenzaron a gobernar en solitario en 992, año en que se supone que falleció Borrell II.

En 992, ante los intentos del Rey de Navarra por sacudirse el dominio y vasallaje musulmán, Almanzor lanzó dos ataques consecutivos contra Pamplona, obligando a Sancho Garcés a desplazarse hasta Córdoba para solicitar una tregua, y en 994 saqueó Ávila y fomentó una rebelión contra Garci Fernández liderada por su propio hijo, Sancho García, mientras aprovechaba las discordias entre españoles para tomar otras plazas, como San Esteban de Gormaz y Coruña del Conde. 

Garcia Fernández respondió con un ataque que le llevó hasta las mismas puertas de Medinaceli, muy cerca de la frontera musulmana.

Este mismo año 992, Ramón Borrell III ensanchó sus fronteras hacia el Ebro y el Segre. Moriría en 1018. Este mismo año 992 fuerza una tregua con Sancho Garcés de Navarra.

El año 994 muere Sancho Garcés de Navarra, y es coronado García Sánchez II, que de inmediato se enfrentó a Almanzor, viéndose obligado a pedir nuevas paces el año 996.

En 995 se produjo un nuevo ataque musulmán por tierras castellanas. Garcia Fernández presentó batalla el 25 de mayo en el paraje denominado Piedrasillada, muy cerca de Alcózar, en cuyo desarrollo quedó malherido y como consecuencia murió en la ciudad de Medinaceli.

Le sustituía su hijo Sancho García. A él se debe la instauración del “Fuero Viejo” y fue suegro de los reyes de León y de Navarra. Murió en 1017.

En 997 Almanzor hizo una expedición a Galicia, penetrando hasta Santiago de Compostela, que fue destruida el 11 de Agosto, pero respetando la tumba del Apóstol. Las campanas y las puertas de la Iglesia fueron transportadas a Córdoba a hombros de los 4.000 cristianos que hizo prisioneros. 

El año 999 moría Bermudo II de León “el gotoso”, y era coronado su hijo de cinco años Alfonso V el Noble, que tuvo como tutores al conde de Galicia y al conde de Castilla.

En el año 1000 Almanzor atacaba Castilla, Sancho García salió a su encuentro y fue derrotado en la Batalla de Cervera no sin antes causar un gran número de bajas en las filas de Almanzor. 

En 1002 se produjo la batalla de Calatañazor, en Soria, donde las tropas leonesas, castellanas y navarras pararon los pies a Almanzor en la que fue su última expedición militar dirigida contra la España cristiana. Lo único cierto que de ella se sabe es que llegó hasta Canales, cerca de Nájera; camino de Burgos destruyó el monasterio de San Millán de la Cogolla, y poco después murió en Medinaceli, donde fue enterrado.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la muerte de Almanzor y algunos incluso niegan la existencia de la batalla de Calatañazor.

A Almanzor le sucedió su hijo Abdalmalik, que gobernó seis años y cuya muerte dio paso a la descomposición de Al-Ándalus que culminaría con la implantación de los reinos de taifa.

Abdalmalik había de recurrir a una constante actividad militar al objeto de mantener su preponderancia, por lo que forzó la máquina de guerra. En el año 1007 y gracias a una victoria recibió el título de "al-Muzaffar". No pudo disfrutar mucho de su título ya que al año siguiente fallecía en extrañas circunstancias, especulándose sobre un posible envenenamiento a manos de su hermano Sanchuelo, hijo de Almanzor y nieto de Sancho Garcés II de Navarra.

Éste había fallecido en 1004 y fue coronado su hijo Sancho Garcés III el Grande, que había participado en Calatañazor. Era bisnieto de Fernán González, su madre era leonesa y su mujer castellana. Bajo su mandato el reino cristiano de Nájera-Pamplona alcanzó su mayor extensión territorial, abarcando casi todo el tercio norte peninsular, desde Astorga hasta Ribagorza.

Y las disensiones entre los reinos cristianos estaban a la orden del día. Pero los invasores no estaban en mejor situación. Hixam II, hijo de Subh, la vascona, nombró heredero a Abderramán Sanchuelo, lo que llenó de odio a los Omeya y provocó el enfrentamiento entre diversos sectores étnico-tribales y fue la causa que ocasionó el nacimiento de los reinos de taifas.

El Califato acabó sucumbiendo en el 1031, pro la fitna (división, guerra civil) comenzó en 1009 con un golpe de Estado que supuso el asesinato de Abderramán Sanchuelo y de su aliado el conde de Carrión; la deposición de Hisham II y el ascenso al poder de Muhammad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III, Mohamed II.

En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.

A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos cristianos. Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus monumentos, entre ellos el Alcázar y Medina Azahara, destruidos.

La capital llegó a trasladarse temporalmente a Málaga. En poco más de veinte años se sucedieron 10 califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado), pertenecientes tres de ellos a una dinastía distinta de la Omeya, la hammudí.

El nuevo califa empezó su reinado licenciando al ejército, tanto a los bereberes como a los saqaliba (eslavos), con lo que dejaba, literalmente, un ejército de descontentos sin sueldo que pronto buscarían otro califa entre los muchos descendientes de Abderramán III.

En medio de un desorden total se independizaron paulatinamente las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. 

Un caldo de cultivo que posibilitó el avance de España; pero ¿y los mozárabes? Los mozárabes no tomaron partido alguno. Eran súbditos de una tiranía que se creían libres porque su condición de cristianos no les comportaba ser asesinados. El espíritu de los hijos de Witiza se había adueñado de todos ellos, y ya no eran sino una comparsa en el devenir de sus amos. Dice Fco. Javier Simonet que habían perdido la mayor parte de su antiguo espíritu nacional.

Mohamed II tuvo una primera etapa como califa entre el 15 de febrero de 1009 y el 1 de Noviembre del mismo año. Este cese se vio forzado tras la batalla de Alcolea, ganada por Sancho García, que apoyaba a Sulaiman Al-Mustain y que significó la recuperación de posiciones perdidas ante Almarzor. Mohamed II se refugió en Toledo; refugio que abandonó el 10 de Mayo de 1010, cuando fue repuesto por el general Wadih, eslavo que fue general con Almanzor, apoyado por el conde Ramón Borrell. Mohamed II acabaría siendo asesinado por el propio Wadih, que repondría en el trono a Hisham II el 23 de Julio de 1010, que reinó hasta 1013, cuando las tropas bereberes lo depusieron y posiblemente asesinaron, para imponer nuevamente a Sulaiman Al-Mustain, hijo de Alhakem y nieto de Abderramán III, que finalmente fue también asesinado el 1 de Julio de 1016.

A partir de este guirigay surgió la primera taifa, la de Tortosa, regida por el eslavo Labib, que el mismo año de su constitución, 1010, tuvo enfrentamientos con la taifa de Zaragoza. Y le siguió la taifa de Valencia, gobernada por Muyahid, que el mismo 1010 ocupó Tortosa, y que acabaría siendo gobernada por un nieto de Almanzor, Abdelaziz Almanzor. 

Finalmente Muyahid tuvo que abandonar estos territorios y marchó a Denia, desde donde abordaría el dominio de las Baleares sin emplear para ello más esfuerzo que una pequeña flota con la que tomó posesión de las mismas y se convirtió en el árbitro del Mediterráneo, siendo que para redondear la faena se planteó seriamente la conquista de Cerdeña, donde finalmente sería destrozada su armada a manos de la flota genovesa-pisana.

Por su parte, el territorio musulmán se fragmentó en más taifas, de diversa obediencia, árabe, muladí, bereber o saqáliba (esclavos de origen europeo), en la que se repartieron, conforme a su seguridad personal, las diversas clases sociales, siendo alguna taifa refugio de cultura. Saqalibas eran los gobernantes de las taifas de Denia, Valencia, Almería y Baleares. 

En este año 1010, Ramón Borrell III, aprovechándose de que el Califato de Córdoba había entrado en semejante descomposición, organizó una expedición a Córdoba junto con Armengol I de Urgell y Bernat de Besalú, aliados del general Wadih, caudillo musulmán partidario de Muhammad al-Mahdi, quienes derrotaron a Sulayman cerca de Córdoba, lo que puso fin de forma definitiva al dominio musulmán sobre los condados de la Marca Hispánica.

Pero no quedó ahí la cosa, porque al-Mahdi se vio impulsado a seguir combatiendo a los bereberes, que habían huido rumbo a África, con tan mala fortuna para él que los bereberes salieron vencedores en el enfrentamiento, lo que les hizo desistir de su primera intención, y desistieron de su idea de marcharse. Quienes sí volvieron a su tierra fueron los soldados de los condados de la Marca Hispánica, quienes habían reforzado su independencia respecto a los francos gracias a la relación directa con el Papa Silvestre II.

En los años 1015 y 1016 realizó Armengol nuevas expediciones al Ebro y al Segre y repobló la Conca de Barberá y el Campo de Tarragona. Editó moneda y comenzó la construcción de la catedral de Barcelona.

El 1 de Julio de 1016 fue proclamado califa Alí ben Hamud al-Nasir, que sería asesinado el 22 de Marzo de 1018 por los eslavos y bereberes. Como sucesor de Alí se considera a Abderramán IV quien, aunque fue proclamado califa el 29 de abril de 1018, nunca llegó a penetrar en Córdoba para hacer valer sus pretensiones, por lo que su califato fue exclusivamente nominal.

Le sucedió su hermano Al-Qasim al-Mamum, mientras los omeyas proclamaban califa a un miembro de su familia, Abderramán IV, quien al frente de un poderoso ejército se puso en marcha hacia la capital califal, pero fue asesinado el califa y Al-Qasim pudo seguir en el poder hasta 1021, cuando fue parcialmente depuesto por su sobrino Yahya al Muhtal, que reinó hasta 1023, mientras él reinaba desde Sevilla.

En el citado 1023 Al Qasim recuperó la parte del califato que estaba regida por Yahya al Muhtal, pero fue por poco tiempo, ya que fue ascendido al trono Abderramán V en 1023 y Mohamed III en 1024. En 1025 volvió Yahya al Muhtal al califato cuando Mohamed III huyó, pero en 1026 también huyó Yahya al Muhtal, y su puesto lo ocupó Hisham III, que acabaría depuesto en 1031, y se proclamó en Córdoba la república.

Para entonces, todas las coras (provincias) de Al-Ándalus que aún no se habían independizado se proclamaron independientes, bajo la regencia de clanes árabes, bereberes o eslavos (saqalibas). Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza fueron las primeras taifas, pero seguirían hasta conformar un auténtico puzzle:


Albarracín: 1011-1104 (sucumbió a manos de los almorávides)

Algeciras: 1035-1058 (fagotizada por Al Mutadid de Sevilla)

Almería: 1011-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Alpuente: 1009-1106 (sucumbió a manos de los almorávides)

Arcos: 1011-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Badajoz: 1009-1094 (sucumbió a manos de los almorávides)

Islas Baleares o Mallorca: 1076-1116 (sucumbió a manos de los almorávides)

Ceuta: 1061-1084 (sucumbió a manos de los almorávides)

Taifa de Calatayud: 1046-1055 (sucumbió a manos de Al Muqtadir de Zaragoza)

Carmona: 1013-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Córdoba (repúblicas): 1031-1091 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Denia: 1010/12-1076 (sucumbió a manos de al Muqtadir de Zaragoza)

Granada (Garnata): 1013-1090 (sucumbió a manos de los almorávides)

Lisboa: 1022-? (antes de 1045) (sucumbió a manos de la taifa de Badajoz)

Lorca: 1051-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Málaga: 1026-57/1058 (Granada); 1073-1090 (sucumbió a manos de los almorávides) 

Mértola: 1033-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Molina de Aragón: 1075 (sucumbió a manos de Valencia)

Morón: 1013-1066 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Murcia: 1011/12-1065 (sucumbió a manos de Abdelaziz ben Almanzor de Valencia)

Murviedro y Sagunto: 1086-92 (sucumbió a manos de los almorávides)

Niebla: 1023/24-1091 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Ronda: 1039/40-1065 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Isla de Saltés y Huelva: 1012/13-51/1053 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Santa María del Algarve: 1018-1051 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Segorbe (1065-1075)

Sevilla: 1023-1091 (sucumbió a manos de los almorávides)

Silves: 1040-1063 (sucumbió a manos de Al Mutadid de Sevilla)

Toledo: 1010/31-1085 (sucumbió a manos de los Alfonso VI)

Tortosa: 1039-1060 (Fagotizada por Zaragoza); 1081/82-1092 (Fagotizada por Denia)

Valencia: 1010/11-94 (fagotizada por Al Mamun de Toledo)

Zaragoza: 1017/1118 (sucumbió a manos de los almorávides)


La caída del califato supuso para Córdoba la pérdida definitiva de la hegemonía de Al-Ándalus y su ruina como metrópoli. Y algo más: La descomposición significaría también la ruina para el pueblo andalusí, y es que ya no había nada de qué expoliar a mozárabes y muladíes. Ahora les tocaba el turno a los propios árabes. Dice Aben Hazam: “Al Ándalus jamás reservó el quinto ni dividió el botín… antes bien, la norma que en esta materia se practicó fue la de apropiarse cada cual aquello que con sus manos tomó… entraron después los sirios… y expulsaron de las tierras que ocupaban a la mayoría de los árabes y berberiscos… tal y como ahora veis que lo hacen los berberiscos… que se apoderan de todo”.

Aben Hazam se queja de la situación de Al Ándalus y de los tributos que cargan a los árabes: “hoy esos tributos son los siguientes: uno de capitación, impuesto sobre las cabezas de los musulmanes; otro, dariba, impuesto sobre los bienes, es decir, sobre el ganado lanar y vacuno, las bestias de carga y las abejas… y además ciertas alcabalas… Todo esto es lo que hoy recaudan los tiranos… piden ayuda a los cristianos…y a veces hasta les entregan de buen grado las ciudades y fortalezas…”

Denunció Aben Hazam muchas cosas interesantes que acabaron enfrentándole con el poder musulmán. Era muladí y musulmán convencido, pero sin embargo sus escritos hacen pensar. Hasta el extremo que Claudio Sánchez Albornoz no duda en citarlo entre un ramillete de pensadores humanistas: Séneca, Aben Hazam, Quevedo y Unamuno… resaltando de él su hispanismo, su orgullo, su pasión, su vehemencia, su lealtad y su hipercriticismo contra su propia patria, su quijotismo contra toda injusticia aún a trueque de enfrentarse con el mundo entero, su menosprecio de las riquezas, su culto de la amistad, su prodigalidad hasta el despilfarro, su ira fácil, su elocuencia…

Las obras de Aben Hazam fueron públicamente quemadas y prohibidas, y él se refugió en la taifa de Denia. Acabaría escribiendo “El collar de la Paloma” en Játiva. Todo dentro de una diáspora que se produjo entre los años 1010-1013, en el curso de la guerra civil andalusí, y que significó, además, la destrucción de los palacios de Medina Azahara y Medina Azahíra.

Los mozárabes, en la taifa de Denia tenían privilegios especiales, y el obispado de Baleares, el de Denia y el de Orihuela estaban subordinados al obispado de Barcelona en el año 1058. Subordinación debida a las buenas artes de Ramón Berenguer I que se aprovechó del abuso tradicionalmente ejercido por el poder musulmán y por el que, contra todo derecho, ejercían control sobre las decisiones y nombramientos de la iglesia mozárabe.

De esta época parte el reino de Granada. El bereber Zawi ben Zirí fundó la ciudad donde había existido la ciudad mártir Iliberri. De ahí nacería el reino Zirí (1013-1090). Nada tardaron los enfrentamientos en llegar, tras su victoria sobre Abderramán IV. Zawi desapareció en 1019 rumbo a su codicia en África, donde acabaría envenenado, y una retahíla de intrigas acabaron consolidando un tirano: Badis Al-Muzzafar. Granada se convirtió en un centro de bereberes donde se perseguía a muerte a los árabes y judíos que acabaría con más de cuatro mil vidas en 1066. Esta dinastía nazarí sería de vital importancia para la invasión almorávide, con la que colaboró abiertamente. Los almorávides pertenecían a la misma tribu que los ziríes: los sinhacha.

Las meditaciones de Zawi ben Ziri hacen pensar sobre la realidad racial de la población de Al Ándalus quien dice: “Les favorece, además, la simpatía de los habitantes del país, que pertenecen a su raza” ¿Qué raza era? ¿árabes?... ¿españoles?... Ambas estaban enfrentadas a los bereberes, y estaban enfrentadas entre sí. No era lo mismo un árabe que un bereber, y no era lo mismo un bereber o un árabe que un español. En el juego siempre salía perdiendo el español, ya fuese mozárabe o muladí.

En esta época, en muchas zonas de Castilla y León aumenta la gran propiedad rural, sobre todo en favor de algunos monasterios, como los de Celanova (Orense), Sahagún (León), Oña (Burgos) y San Millán de la Cogolla (La Rioja). El crecimiento demográfico sostenido hizo que la presura fuese sustituida por una colonización organizada (pueblas y repartimientos), y aumentaron los campesinos que trabajaban para señores (solariegos, hombres de behetría). Paralelamente, desde mediados del siglo se producirá un renacimiento del mundo urbano (Burgos, León, Lugo, Oviedo), y el Camino de Santiago entre Navarra y Galicia se convirtió en vía de penetración de muchos inmigrantes francos entre 1075 y 1180 aproximadamente. 

En 1017 había muerto Ramón Borrell III y le sucedió su hijo Berenguer Ramón I el Curvo, que casaría con Sancha, hija del conde de Castilla Sancho García. Mantuvo la paz con el resto de condados de la Marca Hispánica., y legisló favorablemente para los propietarios agrícolas, si bien su política de condescendencia con los invasores concitó problemas con la nobleza, lo cual se agudizó cuando, poco antes de morir, el año 1035, repartió sus dominios entre sus hijos: Ramón Berenguer recibió Gerona y Barcelona hasta el Llobregat; Sancho el territorio fronterizo que iba desde el Llobregat hasta la tierra de los musulmanes, constituyendo el condado del Penedés con capital en Olérdola; y a Guillermo le dejó Osona. Los tres herederos, al ser menores de edad, quedaron bajo la tutela de su abuela Ermessenda, única representante efectiva del poder condal en Barcelona, Gerona, Osona y el Penedés entre 1035 y 1041.

Debido al descrédito del poder condal durante el cogobierno de Berenguer Ramón I y Emersenda en Barcelona, Gerona, Osona y especialmente en la zona del Penedés, área fronteriza con los musulmanes, los nobles, prescindiendo totalmente de la “potestas” del conde, tomaron ellos mismos el control de las fortalezas de las que dispusieron para cederlas como feudo como si fuesen de su propiedad.

En 1017 García Sánchez, con siete años, sucedió en el condado de Castilla, a Sancho García, su padre, quedando como tutora su madre, Urraca. Murió asesinado en 1029 por los condes de Álava cuando se dirigía a conocer a su prometida, Sancha, hija de Alfonso V, y un cataclismo se concentró en Castilla, que pasó a ser un protectorado de Navarra, y el río Pisuerga se convirtió en frontera natural entre los reinos de Navarra y León. Muniadona hermana del difunto, condesa de Ribagorza, casada con Sancho el Mayor de Pamplona heredó el condado Mayor de Castilla. Al morir en 1028 es sucedida por Fernando (hijo de Sancho de Pamplona y Muniadona) como conde de Castilla, que en 1037 al ser rey de León, uniría los territorios. Navarra, en estos momentos se convirtió en el árbitro de los reinos hispánicos, y merced a éste hecho nacería el reino de Castilla.

Este mismo año 1017 era aprobado el fuero de León, bajo el reinado de Alfonso V “el noble”, año en que alcanzaba la mayoría de edad el rey. La proclamación de este fuero perseguía asentar el poder real, gravemente deteriorado durante la regencia en su minoría de edad.

En Córdoba, Al-Casim, había conseguido en 1021 que todos los reyezuelos de taifas lo reconociesen como califa… Todos menos su sobrino Yayha, que lo expulsó de Córdoba ese mismo año, y se instaló él hasta que en 1023 volvió a echarlo su tío, que fue nuevamente expulsado y sustituido por Al Mustiar, que fue destronado en 1024 y sustituido por otro que fue asesinado y sustituido en 1026, gracias a la colaboración de las taifas de Denia y Almería por otro llamado Hisham, que sería derrocado en 1031. Superaron el morbus gothorum, increíble.

El año 1028 Bermudo III sucede en León a su padre Alfonso V. Durante su reinado se produjeron enfrentamientos con el condado de Castilla. Sancho Garcés III la invadió. 

Cuando Bermudo III alcanzó la mayoría de edad en 1032 trató de recuperar los territorios del Reino de León conquistados por el rey de Navarra, pero no tuvo éxito. Lo intentó de nuevo mediante el matrimonio de su hermana Sancha con Fernando I, pero tampoco lo logró. Más bien al contrario, ya que Sancho Garcés III invadió su territorio y conquistó Astorga y León, quedándole apenas el territorio del Reino de Galicia; ni Astorga ni León serían recuperados hasta la muerte del rey navarro.

Posteriormente, y tras una dura lucha, reconquistó las tierras situadas entre el Pisuerga y el Cea, pero encontró la muerte en la Batalla de Tamarón cuando intentaba ocupar la Tierra de Campos. El trono pasó a manos de su hermana Sancha, que cedió sus derechos a su marido, el cual sube al trono como Fernando I de León.

El año 1035 muere Sancho Garcés III de Navarra, que fue rey de Pamplona desde el año 1004 hasta su muerte, y conde de Sobrarbe y Ribagorza desde 1018. Dominó por matrimonio en Castilla, Álava y Monzón (1028–1035), que aumentó con el Condado de Cea (1030–1035) y que en 1034, tras la toma de León, se hizo proclamar Imperator totius Hispaniae. A partir de su muerte nacen los reinos de Castilla y de Aragón. Sancho Garcés dividió su reino entre sus hijos; a García le dejó Navarra; a Fernando, Castilla; a Gonzalo el señorío de Sobrarbe y Ribagorza; y a Ramiro, el condado de Aragón.

El primer caudillo de Aragón parece que fue un tal Aznar, a quién sucedió su hijo Galindo Aznarez, suegro de García Sánchez I de Navarra, casado con Andregoto Galíndez, pero es en 1035, con el regimiento condal de Ramiro, cuando aparece con nombre propio lo que será el reino de Aragón.

García Sánchez III heredaba una Navarra que llegaba por el oeste hasta la bahía de Santander. Conquistó Calahorra en 1045 y murió en la batalla de Atapuerca, en 1054.

En 1035, a los doce años de edad, accede al condado de Barcelona y Gerona Ramón Berenguer I el Viejo, primogénito de Berenguer Ramón I. Tuvo gran renombre y su sobrenombre le fue puesto como consecuencia de la prudencia con que gobernó, sabiendo eludir las artimañas de su abuela Ermesenda. Guerreó contra los enemigos naturales y fue un buen legislador. En el concilio de Gerona, celebrado bajo su auspicio, se condenaron los matrimonios incestuosos y se prohibió el matrimonio de los clérigos. Reformó la legislación y compiló el código de los “Usatges de Barcelona”. En 1054 sería también conde de Osona. Murió en 1076.

Hacia el año 1030, Mir Geribert poseía el castillo de Subirats y de la Vit, heredados de sus padres; la fortaleza de Ribes, concedida por su primo Guislabert el obispo de Barcelona, y el feudo de Sant Martí Sarroca adquirido por enlace matrimonial.

Siendo el más poderoso de los señores del Penedés, hacia el 1035, y para señalar su autoridad, se da a sí mismo el título de príncipe de Olérdola, apoyado por los nobles partidarios de la guerra contra el invasor, que veían paralizada su acción por el conde de Barcelona, y mermados sus derechos feudales. Se rebelan contra Ermesenda, y Berenguer Ramón, pero sobre todo se rebelan contra la legislación que priva sus derechos feudales: el Liber Iudiciorum. Es pues, este Mir Geribert quién se autoimpone el título de “príncipe“, título que muere con él.

Pero el hecho curioso es que Ramón Berenguer I se alía en 1041 con Mir Geribert a quien reconoce su posición de dominio en el Penedés y en perjuicio de su hermano, el conde Sancho.

Consecuencia de todas estas situaciones fueron las revueltas de los otros nobles, que se salvaron gracias a la acción popular, movilizada para salvaguardar los usos concedidos por Berenguer Ramón I en 1025.

La vida de Ramón Berenguer I fue convulsa en todos los campos; su hijo asesinó a su madrastra Almodis, madre de Ramón Berenguer II y de Berenguer Ramon II, tercera esposa de Ramón Berenguer I, siendo que a la segunda esposa la había repudiado.

A la muerte de Bermudo III de León en 1037, accede Fernando I el Magno (su cuñado y conde Castilla desde 1028) al trono de León y con ese acto convierte el condado de Castilla en reino, si bien el condado había perdido a favor de su hermano García III de Navarra las tierras de Bureba, Álava y gran parte de Vizcaya, lo que lleva al enfrentamiento de los dos reinos hasta la batalla de Atapuerca, en 1054, mediante la que recuperó Bureba, volviéndose a partir de entonces contra el enemigo natural.

En Al Ándalus el guirigay continuaba a plena marcha. En 1038 moría el eunuco Zuayr, señor de la taifa de Almería, y por entresijos de la legalidad musulmana, resultó que su heredero era Abdelaziz de Valencia, el nieto de Almanzor, quién vista la herencia, pidió ayuda a Muyahid de Denia para atacar Granada, con resultado final de enfrentamiento mutuo dada la negativa de éste a enfrentarse con los bereberes. El reino de Sevilla conquistaría el Algarbe, pero sería frenado por el reino de Córdoba y los enfrentamientos entre éste, Sevilla, Granada y Toledo serían la orden del día, todo lo cual le llevo a emparentar con Muyahid de Denia, casando con una de sus hijas. Es curioso que un homosexual como Al Mutamid tuviese un harén de setecientas concubinas, y para colmo, casase con la hija de un esclavo, a quién convirtió en reina de Sevilla.

Ramiro I de Aragón también guerreó con su hermano García Sánchez III de Navarra y perdió parte de sus posesiones, pero a la muerte de Gonzalo, en 1037, se hizo con sus territorios, Sobrarbe y Ribagorza, y tras la batalla de Atapuerca recuperó los territorios perdidos. Volvió contra el enemigo natural y murió en la batalla de Graus contra Al Muqtadir, rey de Zaragoza, el 8 de mayo de 1063.

Le sucedería su hijo Sancho Ramírez I con dieciocho años, que también sería rey de Pamplona como Sancho V al ser asesinado Sancho Garcés IV y no querer los navarros ser regidos por el fratricida. Sería el padre de Pedro I. Amplió sus dominios en colaboración con su suegro el conde Armengol de Urgel, tomó Barbastro gracias a la actuación de los mozárabes de Alquézar, lo que ocasionó una llamada a la yihad, y en 1068 viajó a Roma para consolidar el joven Reino de Aragón ofreciéndose en vasallaje al Papa. Posiblemente la insignia de este vasallaje, cintas amarillas sobre escudo rojo sea el origen de la enseña de Aragón. 

Esta relación especial con Roma lo situó como impulsor del rito romano en España y como abanderado de someter los monasterios a la obediencia directa de Roma. Relación que le llevó a construir la catedral de Jaca, en la que dejó de obispo a su hermano García, con la idea de apartarlo de aspiraciones políticas. 

Fomentó asimismo la conventualidad femenina, poniendo al frente a su hermana Sancha. Esta actividad, sin lugar a dudas posibilitó el auge del arte. La catedral, que comenzó a construirse al tiempo que la de Santiago, acabaría su primera fase en 1082, no llegando a terminarse hasta 1131, cuando el centro de poder se había desplazado a Huesca.

Las discordias con su hermano lo llevarían a destituir a éste y a instaurar como obispa de Pamplona durante 1082 y 1083 a su hermana Sancha.

Sancho Ramirez I Fue un activo luchador contra el invasor y tuvo estrechas relaciones con los otros reinos hispánicos y con el Cid, muriendo en batalla el año 1094. Desarrolló el derecho, habiendo concedido el fuero de Jaca el año 1077, que concedía derechos a sus habitantes.

En 1054, con catorce años, accede al trono de Navarra Sancho IV, sucediendo a su padre García Sánchez III, que murió en Atapuerca. Hasta los 18 estuvo bajo la tutela de su madre. Y el hecho más importante de su reinado es “La Guerra de los tres Sanchos” (de Navarra, y Aragón contra Castilla) con motivo del expansionismo de Castilla a costa de los reinos cristianos. Fue asesinado por su hermano Ramón el 4 de Junio de 1076, tras lo cual Alfonso VI ocupó la Rioja y Sancho Ramírez de Aragón fue proclamado rey de Navarra.

En 1058 Rodrigo Díaz de Vivar entra al servicio del príncipe Sancho, con quién se forma en el terreno militar y en el del derecho, y acabaría participando en los enfrentamientos que Sancho tendría con sus hermanos en vistas a la reunificación del reino.

En 1059 moría Hisham III, que había sido depuesto en 1031, y con tan fausto motivo, Al-Mutadid de Sevilla hacía público que en el testamento del difunto se le atribuía a él la soberanía sobre toda la península. Hombre pintoresco, duro, cruel, inteligente y homosexual, hizo adornar sus jardines con cabezas de príncipes y jefes, incluida la de su propio hijo, en lugar de arbustos. También acabaría personalmente con la vida de su amante, Ben Ammar, a quién antes le había hecho gobernador de Silves. Hubo sin embargo, un mozárabe que ganó su confianza hasta llegar a ser el predilecto del tirano. Se trataba de Sisenando, mozárabe que había realizado unas cuantas campañas victoriosas sobre cristianos y que finalmente se pasó a la corte de Fernando I y posibilitó la reconquista de parte de Lusitania habitada por mozárabes, en concreto, y de forma muy significativa, Coimbra, de donde fue nombrado conde.

En 1061 caía la taifa de Valencia a manos de Al-Mamún, de Toledo. Fue la primera en caer. La siguiente sería Denia, en 1076, a manos de Al Muqtadir de Zaragoza, lo que ocasionaría una taifa independiente en Baleares, al frente de la cual estuvo Al Murtada hasta su muerte, y luego su liberto Mubashshir. La taifa de Baleares sería la última en sucumbir. 

Y con la descomposición de lo musulmán se estaba sembrando el resurgir de lo español.

En el curso de estos acontecimientos Ramiro I de Aragón moría el año 1063 en el asedio de Graus, frente a Al Muqtadir, que contaba con el apoyo de Castilla.


En 1065 murió Fernando I el Magno y repartió el reino, conforme la tradición navarra, entre sus hijos; a Sancho le dejó Castilla; a Alfonso, León; Galicia la dejó a García; Zamora a Urraca y Toro a Elvira. Pronto empezaron las discordias. 

Sancho nombró alférez a Rodrigo Díaz de Vivar al tiempo que iniciaba las campañas tendentes a la reunificación del reino dividido por su padre, y que fueron frenadas mientras vivió su madre, Sancha.

Juntos Sancho de Castilla y Alfonso de León despojaron del reino de Galicia a su hermano García en 1071, y firmaron un pacto que fue roto por Sancho II en 1072, cuando en la batalla de Golpejar despojó del reino de León a Alfonso VI, que se exilió a Toledo bajo los auspicios de su vasallo Al-Mamun, y gracias a las artes de Urraca. 

El rey de Toledo obsequiaría a Alfonso con el señorío de algunos pueblos y del castillo de Brihuega, pero ese obsequio sirvió para que Alfonso tomase conciencia de la realidad existente en Toledo, que no era otra de la madurez que había alcanzado para ser reconquistada y que se mostraba en la existencia de ocho parroquias. 

Las circunstancias de los reinos de Castilla y de León sufrirían un sensible cambio ese mismo año cuando en la toma de Zamora, puesta en armas contra Sancho II y a favor de Alfonso VI, Sancho II muere asesinado por Bellido Dolfos, en circunstancias grotescas y Alfonso VI pasa a heredarla corona.

El alto clero castellano recibió al nuevo rey con disgusto, lo que propició la toma de juramento a que se vio sometido Alfonso VI en Santa Gadea de Burgos. Ésts hecho ha sido presentado como el que a su vez ocasionaría, al cabo de nueve años en los que sus servicios a Alfonso VI fueron manifiestos, la expulsión del Cid de los territorios de Alfonso.

Pero la verdad es que Alfonso VI procuró el matrimonio de Rodrigo con la bisnieta de Alfonso V de León, Jimena, con la que tuvo tres hijos. Con el casamiento de sus dos hijas emparentó con Ramón Berenguer III y con Ramiro Sánchez de Pamplona.

En 1076, a la muerte de Sancho IV de Navarra, Alfonso pretendió agregar el reino, pero tuvo que dejar la empresa para enfrentarse al ataque de los almorávides, que infligieron una tremenda derrota en Badajoz. 

Este mismo año 1076 moría Ramón Berenguer I, y accedía al condado de Barcelona Ramón Berenguer II “Cap d’estopes”, que en 1082 moriría asesinado por los parciales de su hermano, al parecer gemelo, Berenguer Ramón II “el fratricida”.

Mientras tanto, en 1078 se había iniciado la reconstrucción de la Catedral de Santiago.

En 1079 Alfonso VI envió a Rodrigo al frente de una embajada a cobrar las parias de los reyes de Sevilla y Córdoba, pues ambos reyes retrasaban el pago. En el curso de esta embajada tuvo un enfrentamiento con García Ordoñez, que se encontraba presente apoyando a Al-Mudafar, rey de Granada, frente a Mutadid, rey de Sevilla, explica al Cid que Al Mudafar marcha contra él con la connivencia de García Ordóñez.

El Cid les conminó a deponer su actitud, pero finalmente acabaron en batalla en la que, vencidos, el Cid tomó preso a García Ordóñez. Parece que este hecho entorpeció la política de Alfonso VI, que sin conocimiento del Cid procuraba el enfrentamiento entre las taifas.

Algo similar volvería a acontecer en Toledo dos años más tarde, cuando una de las facciones que dividían el poder árabe invadió Gormaz, a lo que respondió el Cid arrasando parte del reino de Toledo. Estas acciones fueron aprovechadas por los enemigos del Cid para enemistarlo con Alfonso VI.

Pero las acciones tenían más largo recorrido, ya que significaron quejas de las taifas sometidas que se preguntaban de qué servía pagar las parias si ello no les evitaba la guerra. Debían rodar cabezas, y ninguna más oportuna que la de Rodrigo Díaz, que desterrado marchó a Barcelona, donde fueron rechazados sus servicios. A continuación se dirigió a Zaragoza, donde fue recibido con los brazos abiertos por Al Muqtadir, que reunía bajo su dominio las taifas de Tortosa, Denia y Valencia. 

Al-Muqtadir y su hijo Al-Mutamín, fueron reyes de la taifa de Zaragoza, mientras que Al Mundir, rey de Lérida, se apoyaba en los navarros primero y en los condes de Barcelona después. Se enfrentaros los dos reyes moros y esto enfrentó a Berenguer Ramón con el Cid en la batalla de Almenar en el verano de 1082. Berenguer fue derrotado y hecho prisionero siendo liberado poco tiempo después, a cambio, seguramente, de un importante rescate.

Eran los últimos tiempos de Ramón Berenguer II, que el 5 de diciembre de 1082 se dirigía a Barcelona atravesando el bosque de Perxa del Astor en el Montnegre. Unos desconocidos, tal vez sus propios acompañantes, le asesinaron. Su cadáver fue trasladado a Gerona donde recibió sepultura. Su hermano, Berenguer Ramón II, fue acusado de este asesinato, por lo que recibió como apodo «el Fratricida» y en expiación debió ir como cruzado a Jerusalén en 1099.

Con el sarcófago de este conde surgió polémica en relación a las 4 barras de Aragón. La tumba de Ramón Berenguer II fue hallada en 1982 en la catedral de Gerona, un sarcófago liso y rectangular cuya única decoración exterior, en buen estado de conservación, consistía en una sucesión de 17 tiras verticales de unos 5 cm, alternativamente rojas y doradas.

Según algunos autores nacionalistas, este primitivo sarcófago de Gerona vendría a apoyar la tesis del origen catalán del escudo de armas, afirmando que el linaje condal de Barcelona tenía como emblema palos rojos sobre un fondo dorado con anterioridad a la unión del Condado de Barcelona con el Reino de Aragón y por tanto, antes incluso del nacimiento documentado de la heráldica en Europa Occidental.

La existencia del emblema de palos de oro y gules en la tumba original de Ramón Berenguer II es cuestionada por especialistas en heráldica y académicos como Alberto Montaner Frutos y Faustino Menéndez Pidal de Navascués, para quienes la decoración heráldica de la tumba es un añadido con motivo del traslado de que fue objeto el año 1385 al interior de la Catedral de Gerona por iniciativa de Pedro IV de Aragón, por lo que la pintura aludida sería 300 años posterior, puesto que, según estos autores, es imposible que conservara la pintura a la intemperie en su emplazamiento original durante tres siglos. Por su parte, Francesca Español Bertrán, que estudió en profundidad el sepulcro, afirma que las pinturas «en ningún caso pueden ser contemporáneas al momento de su inhumación inicial».

Hecha la salvedad sobre aspectos tan candentes en el pensamiento separatista, la actividad que destacó en Castilla durante la ausencia de Rodrigo Díaz fue de una importancia extraordinaria.

Alfonso VI sometió a parias la mayor parte del territorio moro, y en 1082 atacó Sevilla, pero en 1083 sufrió una emboscada en el castillo de Rueda, cuando supuestamente iba a ser rendida a Alfonso. Aquí salvó la vida gracias a la intervención del Cid, que con este acto se ganó el agradecimiento de Alfonso VI, que le invitó a volver a Castilla, invitación que fue rechazada.

En 1084, Sancho Ramirez I de Aragón (y V de Pamplona) y Alfagit de Lérida se unieron contra Al Mutamín, que se enfrentó con el apoyo del Cid, que obtuvo sobre ellos una gran victoria en Morella, no sin antes haber intentado evitar el enfrentamiento en respeto al rey de Aragón.

Y en esta situación, Alfonso VI continuó la campaña contra el invasor, llegando a instalar la corte en Toledo el 25 de Mayo de 1085. También ocupó Talavera y Materit. El control hasta el Tajo le permitiría iniciar la ofensiva hacia Córdoba, Sevilla, Badajoz y Granada. 

La toma de Toledo fue facilitada por Alcadir en 1084, que había sustituido a su padre Almamun en 1075, cuando lo llamó para sofocar un levantamiento, precisamente de los mozárabes. Alfonso VI se proclamó emperador de las dos religiones, pero el arzobispo de Toledo Bernardo Sedirac revocó lo acordado. 

Pero no fue ese aspecto el único que contravenía lo acordado. También los mozárabes vieron cómo se sustituía el rito mozárabe conforme a lo acordado en el concilio de Burgos, y veían cómo además situaba a clérigos francos en lugares preeminentes, lo que los escandalizó a tal punto que reaccionaron convenientemente y consiguieron mantener el rito.

Fue en los aspectos del derecho donde tuvo influencia determinante la toma de Toledo, cuyo fuero tendría posterior reflejo en otras poblaciones, como Escalona, Santa Olalla o Guadalajara, atendiendo en concreto el derecho de los mozárabes, que se verían posteriormente confirmados en su conjunto por Alfonso VIII en 1176, por Fernando III en 1222, y por Alfonso X en 1259, como los confirmarían posteriormente los sucesivos reyes, con la circunstancia añadida de que era transmitido a los herederos tanto por los varones como por las mujeres.

El hecho de la toma de Toledo puso en alarma al poder invasor, lo cual le llevó a pedir ayuda de a los fanáticos almorávides, facción de monjes soldado nómadas que procedentes del desierto del Sahara predicaban el cumplimiento ortodoxo del islam, y que contaban con un caudillo fanatizado por las doctrinas de Abdala ben Yasin, Yusuf ibn Tasufin. Acabarían constituyendo un imperio que abarcaba media España, y los actuales Marruecos, Mauritania y el Sahara Ocidental. 

Ahora se preparaban para invadir España atendiendo el mensaje del rey de la taifa de Sevilla, Al-Mutadid, que les pidió ayuda en estos términos:


Él (Alfonso VI) ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes [...] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor [...] y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso.











Capítulo VII

Desde 1085 con la toma de Toledo por Alfonso VI hasta 1212 en los momentos anteriores a la batalla de las Navas


La toma de la taifa de Toledo por el reino de Castilla significó una gran conmoción en el mundo árabe, si bien era un hecho natural dada la composición social de la ciudad, principalmente mozárabe, que hasta el momento se había mantenido independiente del poder árabe salvo en dos periodos: el primero entre los años 785 y 796, y el segundo entre los años 837 y 852.

Como puede deducirse de lo que vamos relatando, eran estos finales del siglo XI momentos fuertes de la historia de España que preocupaban en exceso el ánimo de los invasores, lo que hizo que las taifas de Sevilla, Badajoz, Granada y Almería pidiesen ayuda desesperada a los almorávides, fanáticos monjes guerreros que estaban extendiendo la guerra por el Magreb, a cuyo puritanismo temían los propios andalusís. 

Fue reclamada la presencia de los almorávides ante el manifiesto avance de España, que se anunciaba como una ofensiva sobre el Guadiana así como sobre las taifas de Zaragoza y Badajoz, como asuntos más inminentes.

La invasión almorávide, que finalmente acabarían asolando España, se produjo a comienzos del mes de agosto de 1086, siendo que en esas fechas Sancho Ramirez de Pamplona conquistó Monzón, y la cedió, con título de rey a su hijo Don Pedro, que ya lo era de Sobrarbe y Ribagorza.

Es en esas fechas también cuando Alfonso VI estaba asediando Zaragoza. La batalla comenzó con la victoria de los cristianos, que diezmaron e hicieron huir a las tropas andalusíes, pero acto seguido, Yusuf ibn Tasufin, en una maniobra militar sorprendente, rodeó a las tropas españolas y las aniquiló. Alfonso pudo huir del campo de batalla, no sin acarrear una grave herida, pero esa sería la menor de las consecuencias, ya que las tropas castellanas que se vieron obligadas a abandonar el sitio de Zaragoza para atender este enfrentamiento de Sagrajas, perdieron también sus posiciones en Valencia. Los musulmanes, por el contrario, vieron reforzada su posición ya que las taifas lucharon juntas contra Castilla.

Cuentan las crónicas que, como por otra parte era costumbre en los invasores, con las cabezas de los cristianos muertos en batalla se hizo un montón sobre el que un imam llamó a los moros a la oración.

A uña de caballo había acudido Alfonso VI reforzado con tropas aragonesas y francesas al mando del infante Pedro, hijo de Sancho Ramírez I de Aragón, y de la mesnada castellana desplazada a Valencia al mando de Alvar Fáñez, encontrándose ambos ejércitos el 23 de Octubre, a unos ocho kilómetros al noroeste de Badajoz, en el sitio denominado Sagrajas por los españoles y al-Zallaka por los musulmanes. 

El por qué no estuvo presente el Cid en esta decisiva batalla es algo que no se sabe, pero parece que aquella derrota propició la reconciliación entre Alfonso y Rodrigo, al que le fueron concedidos honores y amplios señoríos en Castilla. En aquel ambiente de colaboración y leal vasallaje por parte del Cid, éste volvió al Levante consiguiendo el control de Albarracín y Alpuente.

El Cid, acompañado de al-Mustain II de Zaragoza expulsó de Valencia a Almundir de Lérida, que se había aliado con Berenguer Ramón II para conquistar el protectorado castellano de Valencia. 

Al Mundir acabaría tomando Murviedro (Sagunto) el año 1087, lo que a su vez posibilitó que, a la larga, el Cid tomase la ciudad del Turia, de la que había comenzado a cobrar parias.

Alfonso VI y el Cid mantenían buenas relaciones, pero en 1088 se produciría un nuevo desencuentro. Alfonso VI, que había conquistado el castillo de Aledo en Murcia, ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, circunstancia que provocó de nuevo la intervención del almorávide Yusuf, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro para sumar sus fuerzas, pero el Campeador, que se dirigió hacia Murcia, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro aplicándole además una medida que solo se ejecutaba en casos de traición, que conllevaba la expropiación de sus bienes; extremo al que no había llegado en el primer destierro. Es a partir de este momento que el Cid comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente y planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey.

A partir de este momento se convirtió en árbitro de las taifas circundantes; cobraba parias de Denia, Lérida, Valencia, Tortosa, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara;  se instaló en Burriana desde donde acosaba a Al Mundir, quién, aliado con Berenguer Ramón II, conde de Barcelona, le atacó en 1090. Nuevamente Berenguer Ramón cayó prisionero del Cid.

Este mismo año se producía la tercera oleada en la invasión de Al Ándalus por parte de los almorávides, que tomaron Granada y Sevilla y enviaron al exilio al mismo que les había llamado: Al Mutadid.

Y el general Ibn Aisha se apoderaba de Murcia, Denia, Játiva y Alcira, lo que comportaría nuevas desazones para los mozárabes que habitaban en las taifas donde, dada la dependencia que tenían de los reinos cristianos, vivían en libertad. Los almorávides significaron la vuelta a las persecuciones de quienes ya estaban mermados por las persecuciones de siglos. Los fieros almorávides no pensaron sino en destruirlos del todo. 

Era evidente el desencuentro entre las taifas y los almorávides, pero por el lado español no era menor el desencuentro. El Cid se vio acometido por mar y por tierra, y no por los almorávides, sino por Alfonso VI, Ramón Berenguer III y Sancho Ramirez, con el apoyo naval de Pisa y de Génova.

Sólo la falta de puntualidad de la flota pisana impidió males mayores al Cid, que tomó represalias de saqueo en la Rioja, para combatir a su enemigo García Ordóñez. 

Rodrigo Díaz de Vivar se había convertido en el mayor poder español, lo que le había ocasionado un enfrentamiento militar con los reyes españoles que lo abocaron a una situación que sólo su caballerosidad le impidió coronarse a sí mismo rey.

Debía ser consciente del mal que hubiese ocasionado con esa medida a la causa de la Reconquista, y dada la situación también era consciente de lo necesario que le resultaba poseer una plaza fuerte de entidad. Para ello puso sus ojos en Valencia, que fue socorrida por un ejército almorávide al mando de al Latmuni… Valencia se vio obligada a capitular el 17 de Junio de 1094. El Cid tomó posesión de la misma titulándose «Príncipe Rodrigo el Campeador», estipulándose que la guarnición se compondría de cristianos mozárabes, porque los musulmanes se fiaban más de ellos que de los soldados del Cid.

La posesión de tan importante plaza le permitió rechazar varias incursiones de los almorávides y le posibilitó tratar de igual a igual a quienes antes había combatido; así, se alió con Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III, al tiempo que casaba a su hija Cristina con Ramiro Sánchez de Pamplona y a María con Ramón Berenguer III.

Las batallas del Campeador se contaban por victorias, y la obtenida sobre los almorávides en la batalla de Cuarte el 21 de octubre de 1094 fue una de las más importantes de su vida, siendo que a partir de entonces impuso parias de forma generalizada desde Lérida y Tortosa hasta la misma Valencia, configurando así un principado islámico bajo soberanía de un príncipe cristiano, en el que seguía vigente la legalidad coránica.

El avance cristiano estaba tomando cuerpo en el este peninsular. Había sido reconquistada Monzón, Albalate de Cinca, Zaidín, Almenar y Graus. Finalmente, en 1096 Huesca y Barbastro fueron conquistada por Pedro I de Aragón y de Pamplona, que había sido nombrado rey en 1094, a la muerte de su padre Sancho Ramírez, ocurrida por un flechazo mientras asediaba Huesca.

El reinado de Pedro I significó la expansión del territorio aragonés en sus tramos central y oriental, llegando hasta la Sierra de Alcubierre y los Monegros. En 1095 terminó la conquista de Huesca, siendo derrotado Al Mustain II de Zaragoza, que era protegido del Cid, con quién en 1097 combatió contra los almorávides de ben Tasufin.

El Cid mantuvo sus dominios hasta que le encontró la muerte en defensa de Valencia frente la presión de los invasores, entre mayo y julio de 1099. Su mujer, Jimena, logró defender la ciudad hasta mayo de 1122, cuando con la ayuda de Alfonso VI abandonó la ciudad.

En medio de toda esta actividad bélica que marcó este periodo de la historia es conveniente destacar las políticas pactistas que siempre marcaron los reinos hispánicos; así, hemos visto casar a las hijas del Cid con reyes que le habían combatido, y es que la política de pactos sellados con matrimonios era la fórmula más habitual. Y al compás de esos pactos, se sellaban otros pactos que conformaban la vida social de los reinos.

Así, nos encontramos que en 1109 Alfonso VI casó a su hija Urraca con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, al tiempo que se iban ensanchando los reinos. Se repoblaron las tierras de Sepúlveda, a la que se dio el fuero que lleva su nombre; y también fueron repobladas Iscar, Cuellar, Coca, Olmedo, Medina del Campo… y el noreste de Tarragona, donde se ocupó el castillo de San Vicente de Calders. 

Navarra quedaba en la órbita de Aragón, continuando unidos los dos reinos hasta 1134, cuando murió Alfonso I el Batallador.

Aunque de forma lenta, los reinos cristianos habían modificado su estructura política; así, hasta el siglo XI los reinos estuvieron constituidos por elementos diversos como señoríos, aldeas, o ciudades, dotados cada uno de ellos de jurisdicciones distintas. Solo los señoríos de realengo se encontraban bajo la autoridad directa del monarca. El rey administraba justicia, acuñaba moneda, dirigía la guerra y aceptaba el derecho consuetudinario.

  Desde mediados del siglo XI, los reyes iniciaron una política de fortalecimiento y centralización del poder real sobre el poder ejecutivo, legislativo y judicial, y los territorios fuerron divididos administrativamente con diversas variantes; así, Castilla, León y Navarra lo hicieron en merindades; Cataluña en veguerías; Aragón en municipios; y Valencia en gobernaciones.

Al fin, todo marcadamente influido por el Derecho Romano que define jurídicamente la vida política, la idea de majestad real y la potestad pública. La estructura queda diseñada en el siglo XII, y en el siglo XIII se consolida la unidad jurídica, cuando Alfonso X consigue aglutinarla en el Código de las Partidas.

No cabe duda que el Código de la Siete Partidas es el monumento jurídico más importante de la época que servirá a lo largo de los siglos, pero como hemos apuntado no fue el único monumento jurídico; así, Pedro I de Aragón reglamentó el fuero de los infanzones a la par que consolidó la supremacía militar de las tropas españolas sobre las musulmanas.

La acción jurídica y la acción militar marcharían parejas en la lucha por la Reconquista. 

La lucha militar abría el espacio para la acción jurídica, y la estabilidad jurídica animaba la Reconquista; así en 1101 Armengol V, conde de Urgel tomó Balaguer, que junto a la toma de Zaragoza en 1118 abría el camino al sur del Ebro.

La consolidación del territorio quedaba manifiesta con la creación de ciudades; así, desde comienzos del siglo XII se promovieron en Cataluña centros urbanos como Barcelona, Perpiñán o la Seu d'Urgell, al tiempo que se crearon nuevos asentamientos humanos en villas como San Juan de las Abadesas, San Pol de Mar, San Feliu de Guíxols, Besalú, Vilafranca del Penedès, o Torroella de Montgrí.

Y en 1102 Valencia caía en manos de los invasores merced a que Alfonso VI de Castilla no se vio con capacidad suficiente para apoyar el gobierno que desde 1099 estaba siendo ejercido por la viuda del Cid, Jimena. Llegó a librar una batalla en Cullera que acabó en tablas, pero Alfonso VI dejó que Valencia cayese en manos almorávides, aduciendo que su defensa era muy costosa.

Grave decisión, pero lo peor estaba por llegar: En 1108 las tropas del almorávide Tamim, gobernador de Córdoba e hijo de Yusuf ibn Tasufin se dirigieron nuevamente contra los territorios cristianos, pero la ciudad elegida no fue Toledo sino Uclés. Alfonso se encontraba en Sahagún, recién casado, mayor y con una vieja herida que le impedía montar a caballo. El mando del ejército lo asumió Álvar Fáñez, y le acompañaba el infante heredero Sancho Alfónsez con siete condes y las tropas concejiles de Alcalá y Catalañazor. 

En Uclés los ejércitos se enfrentaron con un resultado claramente favorable a los islamistas que comportó la muerte del infante Sancho, lo que tendrá como consecuencia un parón de 30 años en la reconquista, así como la independencia del condado Portucalense.

Mientras tanto, el condado de Barcelona mantenía una importante influencia en Provenza que perduraría hasta mediado el siglo XIII al tiempo que tomaba clara postura por la Reconquista, lo que aportó enfrentamientos con los reinos que tradicionalmente llevaban la iniciativa. Así, se vio enfrentado al Batallador por la toma de Lérida, que afortunadamente quedó en nada gracias la intervención de los prelados.

En 1104, a la muerte de Pedro I le sucedió su hermano, Alfonso I “El batallador” como rey de Aragón y de Navarra. Llegaba al trono un gran rey destinado a ser clave en el devenir de la historia de España, que doblaría el territorio de Aragón, y que las circunstancias impidieron que bajo su mano se llegase a la unidad nacional. Tomó Ejea, que pasó a ser “de los caballeros” gracias al fuero con que la dotó, que hacía caballeros a sus habitantes; también conquistó Tamarite, los Monegros, y sitió Zaragoza. 

Casó con Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla el mismo año que moría Alfonso VI: 1109. Entre 1109 y 1114 fue llamado “Rey y Emperador de Castilla, Toledo, Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza», lo que duró hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio, celosa de la actuación del rey, que primaba los hechos de armas sobre la nobleza de sangre. 

En 1110 aplastó la sublevación de los nobles en la batalla del castillo de Monterroso (Lugo). Esta situación quisieron aprovecharla los invasores, pero el batallador supo contenerlos debidamente; el mismo 1110 batió a Al-Mustain de Zaragoza.

Los ecos de sus victorias traspasaron fronteras; en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, podemos leer: 


clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna non ovo tan buen caballero que veynte nueve batallas venció. 


Sus campañas lo llevaron hasta la mismísima Córdoba, y a Granada y Valencia, e infligió a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Cullera y otros sitios. 

Pero quienes miraban más por su bien propio que por el de la Patria supieron conspirar procurando la separación de Alfonso y Urraca, llegando a producirse una guerra civil entre las dos facciones. La facción enfrentada a Alfonso estaba compuesta a su vez por dos facciones: Una que defendía la separación de Galicia como reino independiente, y otra compuesta por el clero francés que había venido con el primer marido de Urraca.

Alfonso se alió con Enrique I de Portugal y juntos vencieron a las tropas del conde Gomo González, adalid de Urraca el año 1111. Posteriormente depuso al arzobispo de Toledo en medio de una declarada guerra civil que acabó resolviendo favorablemente Alfonso. No obstante, Urraca permitió el nombramiento de su hijo Alfonso como rey de Galicia, en una coronación que se llevó a cabo el 17 de Septiembre de 1111 en Santiago de Compostela, lo que ocasionó un nuevo enfrentamiento militar con el Batallador.

Vista la situación, y siendo que el Papa les forzó a la nulidad matrimonial en 1112, Alfonso volvió la vista a su propio reino, conquistando la anhelada Zaragoza con el apoyo de Gastón IV de Bearne el 18 de diciembre de 1118, y que en esos tiempos estaba dominada por el caudillo almorávide Muhammad ibn al-Hayy, quién había retomado Valencia. 

En 1114 una coalición formada por los pisanos con el conde de Barcelona, y que respondía a una cruzada lanzada por el Papa Calixto II culminó con la toma de Mallorca. La taifa, independiente de la taifa de Denia, había sobrevivido 40 años, desde 1076, con una actividad principal: la piratería. Pero la toma de Baleares por Ramón Berenguer III no significó el fin del dominio musulmán sobre las islas, ya que el conde de Barcelona se retiró para luchar en la península contra los almorávides, que acto seguido tomaron posesión de las islas. El de Baleares fue el último reino de taifas en sucumbir.

Pero si la conquista de Mallorca no representó sino un hecho efímero, sí quedó demostrado que el condado de Barcelona tenía capacidad para operar en el mar; una capacidad que, como no puede ser de otro modo, venía aquilatada por el uso. Hay documentos, el primero fechado en 1111, que sitúan a navegantes barceloneses en Trípoli, y a finales del mismo siglo, en Tiro. Un aspecto del comercio que es tratado por los navieros barceloneses del siglo XII es la liberación de cautivos. Y desde luego, continuó desarrollándose hasta dar pie a la nueva conquista de Mallorca por Jaime I, lo que acarreó para los barrios costeros de Barcelona una gran riqueza.

En 1118 se escribieron en Pisa las crónicas de la conquista del reino musulmán de Mayúrqa, "GESTA TRIUNPHALIA PER PISANOS FACTA DE CAPTIONE HIERUSALEM ET CIVITATIS MAIORICARUM ET ALIARUM CIVITATUM " en la que aparece por primera vez en un escrito, la palabra ”Catalani“ al nombrar a Ramón Berenguer III conde de Barcelona y el de CATALANIS a los ciudadanos de Barcelona y condado.

Pero, ¿de dónde surge llamar “catalanis” a los ciudadanos de Barcelona? Sucede que, a partir de esta época hay una gran emigración de cátaros al sur del Pirineo. Se instalaron en Andorra, la Tor de Querol, Berga, Josá, Gósol y Castellbó, así como en Barcelona, Lérida, sur de Tarragona –Montsant, Prades y la ribera del Ebro– aprovechando las franquicias que se otorgaban a los cristianos que repoblaban los territorios recién conquistados. ¿Catalani es una derivación de “catarani”? ¿Viene tal vez a fomentar este asunto el hecho de que en 1167, un representante de los cátaros de Carcasona era conocido como Bernardo “Catalani”?

Un asunto que mil años después lleva de cabeza a algunos, debió pasar desapercibido para el conde Ramón Berenguer III, que tenía otras preocupaciones, entre las que destacaba la Reconquista. 

Una cuestión que había estado diluida y poco presente en las anteriores etapas de los condados, que se significaban más por su postura de vasallaje ante los francos que por su postura de Reconquista, sólo debidamente considerada por Ramón Berenguer I, ya avanzado el siglo XI.

Castilla, por su parte, seguía enrocada en conflictos internos. Diego Gelmírez, obispo de Santiago, pretendía más autonomía para el reciente reino de Galicia. Urraca acometía contra Santiago, pero era burlada y violentada. La guerra civil no cejó hasta la muerte de Urraca, en 1126, cuando le sucedió en el trono su hijo Alfonso VII, hasta entonces rey de Galicia.

El Batallador vio reanimado el conflicto con Castilla este mismo año, a consecuencia de lo cual renunció al título de emperador y devolvió Soria a cambio de la restitución a Navarra de zonas de La Rioja y Vascongadas que estaban en disputa con los castellano-leoneses. Pero esto, nuevamente, tuvo consecuencias negativas para la Reconquista, que sufrió un nuevo parón. 

La exitosa labor de Diego Gelmírez se había visto favorecida en 1118 al ser nombrado papa (antipapa) Mauricio Burdino, arzobispo de Braga, que fungió como Gregorio VIII.

Esta circunstancia, amén de significar un terremoto en el seno de la Iglesia, posibilitó el reforzamiento de la sede apostólica de Santiago, en detrimento de la de Braga, ocupada por Burdino, a la sazón partidario del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique V, que fue el responsable de su coronación.

El papa Calixto II, en 1120, investiría como arzobispo de Compostela a Diego Gelmírez, quién encargó la composición del conocido como Códice Calixtino en honor del papa. El Códice atendía distintos aspectos tales como proveer de textos litúrgicos a la catedral, la promoción del sepulcro del Apóstol, y el manual del peregrino, una especie de guía para peregrinos donde se detallaban las distintas rutas y los peligros que podían acontecer en cada una de ellas.

Mientras tanto, Alfonso I el Batallador retomó Calatayud, Ágreda, Epila, Soria, Calamocha, Daroca… y un nutrido florero de poblaciones pasó a engrosar el creciente reino de Aragón, que se fortaleció con la fundación en Monreal de la orden militar conocida como “Militia Christi”, que acabaría integrada en la orden templaria.

La repoblación de los nuevos territorios la llevaría a cabo con mozárabes que seguían emigrando de Al Ándalus, y cuyo número se vio incrementado el año 1125 con el aporte de 10.000 nuevos mozárabes que le acompañaron tras su incursión en Granada.

La eliminación del mozarabismo se llevó a efecto, como vemos, por la emigración de un gran número a tierras cristianas, pero por otra parte, por un importante número de defecciones que acabaron abrazando el islam ante el temor que les podía ocasionar permanecer en territorio musulmán conservando su credo, ya que se radicalizaba el acoso por parte de almorávides y almohades. Acoso que en esta ocasión no se limitaba a los españoles cristianos, sino también a los judíos, que vieron arrasadas sus sinagogas y se vieron forzados a refugiarse en los reinos hispánicos, llevando consigo a Toledo las academias de Sevilla, Córdoba y Lucena bajo la protección del emperador Alfonso VII.

Finalmente, en 1134 moriría el Batallador, a los 61 años de edad, sitiando Fraga. Testó a favor de las órdenes militares Templaria, Hospitalaria y del Santo Sepulcro, pero la nobleza no aceptó el testamento y procedió a dividir el reino, quedando Navarra a cargo de García Ramirez, y Aragón a cargo de Ramiro II el Monje.

Este mismo 1134 conoció en las cortes de Aragón la participación de procuradores de las villas y ciudades.

García Ramirez era hijo del infante Ramiro Sánchez, señor de Monzón y de Logroño; y de Cristina Rodríguez Díaz, hija del Cid Campeador.

El año 1131 había ascendido al trono del condado de Barcelona (y al de Gerona, Ausona, Besalú, Cerdaña y Coflent) Ramón Berenguer IV, que seguía teniendo fuera de su órbita los condados de Rosellón, Ampurias, Urgel y Pallars, y la situación administrativa de lo que acabaría siendo Cataluña estaba compuesta por 


Condado de Ampurias (816-1325) comprendía la franja litoral de la Sierra de La Albera hasta más al sur del Ter y limitaba con los condados de Rosellón, Besalú y Gerona. Desde 848 a 862 el núcleo central, con Ampurias-Rosellón fue encargado por los monarcas francos a condes extranjeros: Alerán, Odalrico, Hunfrido y el condado llegó a adquirir una gran solvencia que le permitió llevar a cabo expediciones comerciales hasta Almería. 


Condado de Osona (798-1054) se organizó en 798, cuando el rey de Aquitania Luis el Piadoso encargó el gobierno de aquellas tierras al conde Borrell. Pocos años más tarde la mayor parte del condado quedó desierta y convertida en tierra de nadie, hasta que a finales del siglo IX el conde de Barcelona Wifredo el Velloso reunió en sus manos el gobierno de casi todos los condados de la antigua Marca (878). 


Condado de Barcelona (801-1162) Constituido a raíz de la reconquista de Barcelona por tropas francas de Luis el Piadoso, sus condes dependieron inicialmente del Rey de Aquitania. 


Condados de Berga y Ripoll (994-1050) El condado de Ripoll fue un territorio que comprendía, aproximadamente, la comarca actual del Ripollés, y el territorio del condado de Berga comprendía, aproximadamente, la comarca actual del Berguedá. Estos condados estuvieron siembre unidos a la casa condal de Cerdaña. A partir de la muerte de de Oliba Cabreta, su hijo Oliba actuaría como conde de Berga y Ripoll supeditado a Cerdaña y desde 994 como conde independiente.


Condado de Besalú (785-1111) Comprendía desde Montgrony y Setcases hasta Agullana y Figueres, y del Alto Ampurdán y Bañolas hasta el Gironés. Constituyó un apéndice del condado de Gerona y no adquirió individualidad política hasta que en 878 fue encomendado a Wifredo el Velloso. 


Condado de Cerdaña (789-1117) El condado de Cerdaña era un territorio formado por el Alto Valle del Segre y originariamente comprendía la depresión de la Cerdaña. Alrededor de 785 los habitantes de Cerdaña se sometieron a Carlomagno, quien concedió el gobierno a Borrell. Durante 785-897 los condes de Urgel fueron también condes de Cerdaña. El testamento de Wifredo el Velloso (897) separó Cerdaña para su segundo hijo Miró II el Joven. 


Condado de Conflent. Algunas veces recibió el título de condado, y el único conde que la dirigió de una manera autónoma fue Miró I el Viejo, hermano de Wifredo I el Velloso, como conde asociado de Cerdaña.


Condado de Gerona (785-897) Territorio incluido en la Marca Hispánica, creada por Luis "El Piadoso", y que comprendía las actuales comarcas del Bajo Ampurdán, el Gironés, La Selva y el sector NE del Maresme. En el 817 el condado fue unido a la Septimania y conforme al Concilio de Troyes de 878, pasó a Wifredo El Velloso y quedó definitivamente incorporado a la casa condal de Barcelona, si bien mantuvo vizcondes propios, hasta el siglo XIII.


Condado de Manresa. Fue un condado nominal que comprendía el Moyanés y el Bages, y merced a la Reconquista se extendió hacia la Segarra y Urgel, desapareciendo en el siglo XII.


Condado de Pallars-Ribagorza (833-1010). Se erigió en condado independiente bajo la autoridad del conde Ramón II, del que proceden las dos dinastías de Pallars y Ribagorza.


Condado de Pallars-Jussá (1006-1192). Se ubicó en el valle del Flamicell, la ribera izquierda del Noguera Ribagorzana y el sector de la Pobla del Segur. 


Condado de Pallars-Sobirá (1010-1481). Comprendía la cuenca alta del Noguera Pallaresa. 


Condado del Penedés (1035 a 1049). La denominación aparece en el siglo XI con un carácter puramente geográfico, superpuesto al de Marca o frontera de Penedés, adquiriendo entidad en 1035 cuando el conde Berenguer Ramón I de Barcelona lo legó a su hijo Sancho. 


Condado de Perelada. Estuvo unido al condado de Ampurias desde el inicio del dominio carolingio y sus condes fueron los de Ampurias.


Condado de Ribagorza (833-1035). Conformado por las cuencas de los ríos Noguera Ribagorzana, Ésera e Isábena. Después de estar un tiempo sometido a los musulmanes junto con las tierras del Alto Pallars, pasó a los condes de Tolosa. Tras la muerte de Ramón II de Pallars-Ribagorza, Unifredo y Miró le sucedieron en Ribagorza mientras que Isarno y Lope le sucedían en Pallars. Pasó a depender de Sobrarbe.


Condado de Rosellón (801-1172). Reconquistado por los francos entre 752 y 759, la administración fue detentada en su mayoría por condes de origen franco. El Rosellón fue incluido, por razones estratégicas, en la Marca Hispánica. Alfonso "El Casto" obtuvo el dominio de la región en 1172 tras la muerte del conde Gerardo II.


Condado de Tarragona (1129-1157). En 1129 Ramón Berenguer III de Barcelona cedió el condado de Tarragona al normando Roberto Bordet con el título de príncipe de Tarragona. En 1157 pasó a depender de Barcelona.


Condado de Urgel (789-1314). Fue una división territorial y administrativa creada por los reyes francos y estuvo comprendido dentro de la Marca de Tolosa después de la incorporación de la comarca del Alto Urgel al Imperio Carolingio (785-790). Estuvo regentado por francos hasta 870, cuando Vifredo el Velloso recibió la investidura del condado. En 1314 pasó a depender de Aragón.


Vizcondado del Alto Urgel (929-1548). En 989, el conde Borrell II de Barcelona nombró vizconde a Guillermo I, y hacia 1094 el conde de Urgel creó otro vizcondado denominado del Bajo Urgel, quedando renombrado el primero como del Alto Urgel. 


Vizcondado de Ampurias (Desde 862). No han trascendido muchos datos de este vizcondado, siendo que los vizcondes asignados quizás fuesen de Gerona o de Perelada. 


Vizcondado de Osona (Desde 879 hasta nuestros días en el Condado de Cardona)

Vizcondado del Bajo Urgel (1092-1328) Unido al condado de Urgel

Vizcondado de Barcelona (858-1180)

Vizcondado de Berga (905-1199)

Vizcondado de Besalú (Desde 850 hasta nuestros días como condado de Ampurias)

Vizcondado de Cerdaña (862-1141) Vizcondado de Castellbo- Fernando I

Vizcondado de Conflent (865-1025) Al condado de Cerdaña

Vizcondado de Fenollet (992-1259) 

Vizcondado de Gerona (Desde 840 hasta nuestros días como vizcondado de Cabrera)

Vizcondado de Pallars (Desde 1011 hasta nuestros días como vizcondado de Ampurias)

Vizcondado de Parapertusa (Anexionado por Francia en tratado de Corbeil de 1258)

Vizcondado de Perelada (Desde 842 hasta nuestros días)

Vizcondado de Rosellón (832-1165)

Vizcondado de Tarragona (Desde 1055 hasta la actualidad como condado de Cardona)

Vizcondado de Vallespir (1017-1336) a Mallorca


Como puede deducirse de lo tratado, estamos hablando de una estructura claramente feudal; un duque es vasallo del rey y tiene como vasallo a un conde, este conde es señor de un vizconde, y así sucesivamente, de esta manera de arriba a abajo se ordena la sociedad. Y por otra parte, tanto los abades como los obispos ejercen también en grandes señores feudales. 

Desde 1133 Andorra fue una posesión feudal de la sede episcopal de Urgel, consecuencia de intercambios y donaciones efectuados por el conde Armengol IV. El territorio estaba infeudado al señor de Cabote, cuyos descendientes abrazaron la herejía cátara, y uno de ellos, Roger Bernard III de Foix, capitaneó una sublevación contra Pedro II de Aragón, lo que acarreó un enfrentamiento que en el caso de Andorra expresó una igualdad de fuerzas entre el Obispo de la Seo y Roger Bernad, que comportó un acuerdo firmado el 8 de Septiembre de 1278 en el que se estipulaba la soberanía compartida de Andorra.  

En 1134 Alfonso I el Batallador era sucedido por Ramiro II, que se vio forzado a casarse con Inés de Poitou, de cuyo matrimonio nacería Petronila, quién a la edad de un año desposaría con Ramón Berenguer IV, en 1137. La boda se celebraría en 1150, y en 1162 fallecía Ramón Berenguer, heredando su hijo Alfonso II, los condados de Barcelona, Osona y Gerona.

En 1137 Ramón Berenguer IV se hizo cargo de la regencia del reino de Aragón, pero no con el título de rey, sino con el de príncipe. Ramón era conde de Barcelona, Gerona, Ausona, Besalú y Cerdaña-Coflent, pero no tenía control sobre Urgel, Ampurias, Rosellón, y Pallars, dedicando los esfuerzos de su reinado a recuperar la supremacía de Aragón sobre esos territorios; esfuerzos que fueron seguidos por Alfonso II, por Pedro II y finalmente culminados por Jaime I, hijo de aquel y de María de Montpelier.

Pedro II de Aragón estuvo más volcado a sus intereses ultra pirenaicos que a la Reconquista, si bien participó activamente junto a Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII de Navarra en la campaña que culminó en la batalla de Las Navas de Tolosa de 1212, un triunfo cristiano, según muchos decisivo, y de gran resonancia ya en aquellos momentos.

Coronado por el papa Inocencio III, se declaró feudatario de la Santa Sede en 1204, lo que disgustó a la nobleza y al pueblo, siendo que su política fiscal agotó los recursos del reino a causa de los cuantiosos gastos militares y cortesanos. Como protector de las órdenes militares, creó la de San Jorge de Alfama en 1201, y en 1208 venció a Guerau de Cabrera, conde de Urgel, que se negaba a prestarle homenaje. 

En su toma de posesión como rey, que tuvo ocasión en las cortes de Daroca, Pedro II, atajó la preponderancia de los ricos-hombres, aumentando el poder real, y a los jurados de Zaragoza concedió unos derechos que quedaron plasmados de esta manera: 


Yo, Pedro, por la gracia de Dios rey de Aragón y conde de Barcelona, con buen ánimo os doy y concedo a todos los jurados de Zaragoza que de todas las cosas que hicieseis en nuestra ciudad de Zaragoza para utilidad mía y honra vuestra, y de todo el pueblo de la misma ciudad, así en exigir como en demandar nuestros derechos y los vuestros y de todo el pueblo de Zaragoza, ya hagáis homicidio o cualquiera otras cosas, no seáis tenidos de responder ni a mí, ni a mi merino, ni al cazalmedina, ni a otro cualquiera por mí, sino que con seguridad y sin temor de nadie hagáis, como dicho es, todo lo que quisiereis hacer en utilidad mía y en honor, y en el de todo el pueblo y el vuestro. (Cortes de Borja de 1134)


La figura del Justicia creció de manera considerable, llegando a ser un ejemplo de equidad que la encumbró como la más célebre de la legislación aragonesa, siendo que se daba voz y voto a las ciudades a la hora de ser convocados a guerra.

Mientras tanto Portugal había nacido de la dote que Alfonso VI concedió a su hija Teresa, con motivo de su boda con Enrique de Lorena en 1093 y que consistía en los territorios del Reino de Galicia situados entre el Tajo y el Miño; esto es, la zona fronteriza con el norte de la Lusitania. Teresa gobernó el condado durante la minoría del futuro Alfonso I de Portugal que sólo contaba tres años.

Enfrentada a la reina Urraca I de León, sus tropas fueron derrotadas y Teresa se refugió en el Castillo de Lanhoso, donde sufrió el cerco y consiguió negociar el Tratado de Lanhoso, por el cual consiguió salvar su gobierno del Condado Portucalense.

Su alianza y relación con el magnate gallego Fernando Pérez, conde de Traba, puso contra ella a los nobles portucalenses y a su propio hijo, con quién acabó entrando en guerra abierta, siendo las fuerzas de Teresa derrotadas en la Batalla de San Mamede en 1128.

A estos enfrentamientos no estuvo ajena la iglesia compostelana, siendo actor principal su arzobispo Diego Gelmírez, que además de ser el responsable de la construcción de la catedral y del palacio episcopal, participó unas veces defendiendo a Urraca y otras combatiéndola y sufriendo motines que llevaron incluso al incendio de la catedral compostelana.

No es extraña esta intromisión del arzobispo Gelmírez, ya que la iglesia jugaba un papel de primer orden en la estructuración social y tanto los obispos como los abades poseían grandes extensiones de territorio, que administraban como poder civil.

A la muerte de Urraca de León, acaecida el año 1126, le sucedió su hijo Alfonso VII, rey de Galicia, hijo de Raimundo de Borgoña, que al ser coronado reclamó el reino de Castilla. Esto provocó un enfrentamiento con Alfonso el Batallador, con quién al final llegó a un acuerdo, el de las “Paces de Támara” en las que se establecieron las fronteras entre el reino castellano y el aragonés, volviendo a los límites fijados por Sancho III el Mayor de Pamplona, y se zanjaron las diputas entre ellos renunciando el monarca aragonés al título de emperador, título que había utilizado el Batallador entre 1109 y 1114 tras su matrimonio con la fallecida Urraca I de Castilla.

En 1128  Alfonso VII se casa con Berenguela, hija de Ramón Berenguer III, y en 1134, a la muerte del Batallador reclama su herencia, que no le es concedida. Ocupa la Rioja, ocupa Zaragoza, y hacia el norte, ocupa los territorios hasta el Ródano.

El 26 de mayo de 1135 Alfonso VII sería coronado Imperator totius Hispaniae en la Catedral de León, recibiendo homenaje de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, del rey García Ramírez de Navarra, de Armengol de Urgel; del conde Alfonso Jordán de Tolosa y otros señores y embajadores del Sur de Francia, así como de varios de los principales linajes musulmanes, pero no asiste su primo Alfonso Enríquez, que acabaríá independizando Portugal. Tampoco asiste el rey de Aragón, Ramiro II con quién se encuentra enemistado por la ocupación de Zaragoza.

Nuevamente los reinos hispánicos se habían tirado décadas compitiendo entre ellos y olvidando su tarea principal. No obstante, los resultados acabarían siendo positivos salvedad hecha del distanciamiento del condado de Portugal, que acabaría yendo desligado del resto de España. Y de nuevo volvían a centrarse en lo que de verdad importaba: echar al invasor.

Corría el año 1139 y Alfonso I Enríquez conseguía emancipar el condado de Portugal tras una gran victoria en la batalla de Ourique contra un potente contingente del Imperio Almorávide, tras lo cual se proclamó rey de Portugal en medio de constantes enfrentamientos con León y con Castilla. En 1143 se firma la paz de Zamora entre Alfonso VII de León y Alfonso I Enríquez, en la que el rey castellano reconoce la independencia de Portugal, y Alfonso Enríquez su vasallaje a Alfonso VII. 

Alfonso I Enríquez Conquistará Lisboa y Santarém en 1147, ciudades que contaban con una población predominantemente mozárabe y que reforzaría con el aporte de portugueses y de francos. 

Fue un luchador contra el invasor, a costa del cual dobló la extensión del territorio heredado, siendo que en la década de 1160 reconquistó el Alentejo. Su decisiva actividad le reportó el título de “el conquistador”, “el grande” y “el fundador”.

Pero lamentablemente, con el surgimiento del nuevo reino se produjeron enfrentamientos con Fernando II de León, que alcanzaron especial importancia en Cáceres y en Badajoz, donde fue hecho prisionero por el leonés, que era su yerno, casado con su hija Urraca, madre de Alfonso IX de León, que le hizo devolver las plazas que contra los acuerdos había tomado el portugués.

Paralelamente a la independencia de Portugal, en 1139 Alfonso VII de León reconquistaba Oreja, y Coria era reconquistada en 1143, y Calatrava en 1146, con lo que quedó consolidada la repoblación del valle del Tajo.

Paralelamente, al norte del Sistema Central la repoblación de las zonas rurales continuó hasta la segunda mitad del siglo XII, y durante la misma se fundaron algunos núcleos importantes, como Alba de Tormes, Ledesma, Ciudad Rodrigo, Béjar y Miranda del Castañar, en Salamanca, que serían repoblados con colonos proceden de Galicia, León, Castilla y Navarra.

Los tratados de los reinos los acercaban irremisiblemente y todos parecían estar por la labor. Así, Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón, firmó con Alfonso VII de León, su primo, dos acuerdos de envergadura: uno, en 1140, por el que se repartían el reino de Pamplona y se garantizaban ayuda mutua, el tratado de Carrión, por el cual Alfonso VII retiraba las tropas del Ebro, y otro firmado en 1141, el tratado de Tudillén, por el que se repartían Al Ándalus, de modo que para la Corona de Aragón se reservaban las tierras de Valencia, Denia y Murcia, por las cuales Ramón Berenguer habría de rendir homenaje a Alfonso VII.

Para asegurar las plazas recién conquistadas, Ramón Berenguer IV las cedía a las órdenes militares del Hospital y del Temple. Algo similar a lo llevado a cabo por Alfonso VII de Castilla y León y por Alfonso Enríquez de Portugal. Acciones que se verían ampliadas con Alfonso VIII y Alfonso IX cuando a las órdenes del Temple y del Hospital se sumaron la de Calatrava, la de Santiago, y la de San Julián de Pereiro, que acabaría denominándose de Alcántara.

Monjes y guerreros que no estaban sometidos al imperio de los reyes, sino sólo al imperio del Papa, que gozaban de privilegios y gobierno de grandes extensiones de territorio expuesto al enemigo, estaban siempre prestos a la batalla y ocupaban los puestos de mayor peligro.

Con ese respaldo, Ramón Berenguer IV desarrolló una campaña de reconquista como no se había conocido hasta la fecha en los condados catalanes: Alcolea de Cinca, Chalamera y Sariñena en 1141; Daroca en 1142; Jaén y Córdoba en 1144 y Ontiñena en 1147, y con la ayuda del conde Armengol VI de Urgel conquista la taifa de Tortosa en 1148 y la de Lérida en 1149. Siurana, en las Montañas de Prades, gobernada por el walí Almira Almemoniz, resiste hasta 1153 cuando es conquistada por Beltrán de Castellet. Otras campañas fueron atendidas por las tropas aragonesas y barcelonesas: Murcia, Valencia y Almería serían las avanzadillas. Con la toma de Almería demostró Aragón su poderío marítimo, que extendería por todo el Mediterráneo.

Hacia 1144, el Imperio Almorávide comenzaba a disgregarse en pequeños reinos autónomos, dominados por los gobernadores locales y señores de cada región. Estos estados son denominados segundos reinos de taifas. 

En 1146, Ibd Ganiya proclamó la independencia de Baleares, que se prolongaría durante cincuenta años, con una trayectoria de crímenes que hacían poco deseable detentar la autoridad. En una de esas revueltas, Muhamad reconoció a Yusuf II como califa, pero al ir a tomar posesión, Muhammad se había aliado con Alfonso II, y Yusuf tuvo que retirarse. Pero sirvió de poco, porque fue derrocado por su hermano Tasufin, que a su vez fue derrocado por su hermano Alí. En 1203 Baleares estaba en poder Almohade.

El imperio almorávide acaba descomponiéndose en el segundo periodo de taifas, que no tuvo tantas como el primero, donde llegaron a constituirse 32. En esta ocasión acabarían constituyéndose tantas como comunidades autónomas se constituirían en el siglo XX. Fueron veinte los entes autónomos constituidos: 


• Taifa de Almería, de 1145 a 1147, conquistado por Castilla en 1147, y por los Almohades en 1157.

• Taifa de Arcos, de 1143 a 1145, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Badajoz, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Mallorca, de 1146 a 1203, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Beja y Évora, de 1140 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Carmona de 1143 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Córdoba, de 1144 a 1148, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Granada, en 1145, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Guadix y de Baza, de 1145 a 1151, conquistado por la Taifa de Murcia y después por los Almohades

• Taifa de Jaén, en 1145, reconquistado por los Almorávides, después por los Almohades en 1145.

• Taifa de Málaga, de 1145 a 1153, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Mértola, de 1144 a 1145, conquistada por la Taifa de Badajoz de 1145 a 1146, independiente de 1146 a 1151, y conquistado por los Almohades.

• Taifa de Murcia, de 1145 a 1172, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Niebla, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Jerez y de Ronda, en 1145, después conquistado por los Almorávides

• Taifa de Santarém, en torno a 1147. Conquistado por Alfonso I de Portugal

• Taifa de Segura, en torno a 1147. conquistado por los almohades. 

• Taifa de Silves, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Tejada, de 1145 a 1150, conquistado por los Almohades.

• Taifa de Valencia, 1145 a 1147, conquistado después por la Taifa de Murcia.


Para poner fin a tal guirigay, en 1147 sufrió Al Ándalus una nueva invasión, en esta ocasión de almohades que conquistó Cádiz, Málaga y Sevilla, en el curso de una yihad lanzada no sólo contra los españoles, sino contra los mismos musulmanes, lo que les ocasionó importantes resistencias, entre las que no fue menor la del rey Lobo de Murcia, de una antigua familia muladí. Las tropas del Rey Lobo, Ibn Mardanish, expandieron las fronteras del reino de Murcia, que se había convertido en un protectorado de la Corona de Castilla.

En 1150 muere García Ramirez de Pamplona y es sucedido por Sancho VI de Navarra, primero en titularse rey de Navarra, y en 1151 las coronas de Castilla y Aragón se reparten las zonas de expansión, en el tratado de Tudillén. Este tratado se modificará en 1179 en Cazorla para suprimir el homenaje de los reyes aragoneses a los castellanos. Con este tratado Navarra pierde sus oportunidades de expansión hacia el sur y pondrá sus esfuerzos en el norte, hasta conseguir regir el reino de Francia. 

En 1157, los almohades recuperaron el control de la ciudad de Almería y Alfonso VII intentó reconquistarla fracasando en el intento y falleciendo cuando regresaba a León, el 21 de agosto, en las cercanías del pueblo de El Viso del Puerto (Ciudad Real). Su muerte significaría una nueva división del reino en la que Sancho III regiría Castilla y Fernando II regiría León.

Castilla va a recibir toda La Rioja, desde Alfaro hasta Haro; la frontera con Navarra será el río Ebro. En el sur se establecía sobre el río Tajo y mantenía control sobre la plaza fuerte de Calatrava. El nuevo reino de Castilla recibía 100.000 kilómetros cuadrados y el reino de León se reducía hasta unos 80.000.

Ambos reyes acuerdan, en el tratado de Sahagún, ampliar sus reinos a costa de Al Ándalus y de Portugal, pero la prematura muerte de Sancho en 1158, habiendo llegado a reinar un años, truncó los planes, por lo que Fernando intentó hacerse con la tutoría de su sobrino, el futuro Alfonso VIII, que nació el 11 de noviembre de 1155 en Soria y era tataranieto del Cid Ruy Díaz de Vivar por su hija Cristina, que se había desposado con el rey Ramiro Sánchez de Pamplona. Su custodia fue la excusa del enfrentamiento entre la familia Castro y la familia Lara.

En el año que reinó Sancho (de agosto de 1157 a agosto de 1158) dio lugar a una intervención interesante. En 1158 contribuyó a la creación de la Orden de Calatrava cuando los templarios rehusaron mantener la defensa de esa ciudad fronteriza, que les había sido concedida por Alfonso VII en 1147. Sancho entregó entonces la tenencia y el señorío de Calatrava al abad Raimundo de Fitero y al caballero Diego Velázquez, que fundarían la citada Orden militar.

Los años de minoría de edad de Alfonso VIII fueron de luchas frenéticas intestinas entre las dos familias más poderosas del reino: los Castro, encargados de la custodia del niño rey, y por tanto los regentes del reino, y los Lara, que pretendían ser ellos los encargados de la custodia por ser titulares del control de una extensión mayor del territorio. El conflicto se agudizó cuando los Castro aceptaron la propuesta de los Lara para desdecirse posteriormente. 

Y mientras en Castilla y en León afrontaban esos conflictos, el año 1159, un ejército al mando del rey Lobo, formado mayoritariamente por caballeros y peones cristianos, sitió y sometió la ciudad de Jaén, apoderándose también de Úbeda, Baeza, Écija y Carmona, e iniciando un asedio de Sevilla, lo que provocó la venida del califa Al-Mumin con 18000 soldados, que derrotan a los ejércitos españoles en Portillo de la Higuera el año 1160 y retomaron Carmona.

Pero en 1161 el rey Lobo tomó Granada para perderla nuevamente pierde al año siguiente ante un inmenso ejército almohade. Nuevas avalanchas bárbaras en los años 1165 y 1166 acabaron encerrando al rey Lobo en Murcia.

En 1162 muere Ramón Berenguer IV, y su esposa Petronila de Aragón delega el reino de Aragón y el condado de Barcelona en su hijo Alfonso II, que en esos momentos contaba cinco años de edad, y que acabaría acumulando el condado de Pallars Jussa, el señorío de Bearne, de Carcasona, el condado del Rosellón y el marquesado de Provenza, y tras tomar Teruel recibió el vasallaje del emir de Valencia.

Sancho VI de Navarra se encontraba con que los dos reinos que se lo querían repartir habían recaído en dos niños de muy corta edad, sin capacidad para decidir. Inmediatamente pactó paces con Aragón e inició una campaña contra Castilla. Ese mismo año 1162 se anexionó parte de la Rioja, pero en 1163 envió un ejército para ayudar al Rey Lobo, que luchaba contra los almohades; un frente que convenía para la estabilidad de Castilla. Los asuntos para Navarra iban mejor, llegando a firmar un acuerdo con Aragón para repartirse las tierras reconquistadas a los invasores.

Mientras, el conflicto interno en Castilla continuaba abierto a cuenta del niño rey Alfonso VIII. Los Castro y los Lara comenzaron una guerra que se vio azuzada por Fernando II de León, que apoyaba a los Castro. Pero el asunto va a tener una solución un tanto peculiar, y es que el encargado de cuidar al rey, García García de Aza, en un alarde de cicatería se quejó de los gastos que conllevaba la crianza del rey, lo que fue aprovechado por los Lara para abrogarse la custodia, ocasionando que alguno de los Castro se exiliase. 

Los conflictos internos se generalizaron; se sublevaron las poblaciones, y Fernando II, acompañado de Fernando y Álvaro Rodríguez de Castro invadió Castilla, ocupando hasta Huete, en la actual provincia de Cuenca. 

Alarmado por la situación, Pérez de Lara se retiró con el rey niño a tierras de Soria, donde estaba más seguro. Posteriormente Fernando II pretendía recibir vasallaje de Alfonso VIII, pero el rey niño fue raptado y conducido a San Esteban de Gormaz y alejado de las intenciones de Fernando II, quedando bajo custodia de la familia Lara. Luego viviría tres años en Ávila. Alfonso VIII siempre consideraría su familia a los Lara.

Y mientras todo esto sucedía, Geraldo Sempavor, aprovechaba el vacío de poder para ocupar una tras de otra Trujillo en abril de 1165, Évora a principios de mayo, Cáceres el 11 de noviembre y Montánchez y Serpa en el mes de febrero de 1166. Esta actividad de conquista, que interfería a los reinos de León y de Castilla motivó un enfrentamiento entre Fernando II de León y los invasores por una parte, y Geraldo y el rey de Portugal, Alfonso Enríquez, por otro. Fernando II devolvió Badajoz a los almohades.

Fueron años de intensa lucha que no afectaron grandemente a los reinos españoles, lo cual fue beneficioso, en concreto para Castilla, dada la minoría de edad de su rey, Alfonso VIII, que no sería declarado mayor de edad, y por tanto no asumiría el gobierno del reino de Castilla hasta el 11 de noviembre de 1169, y que se vio envuelto en una trama de intrigas y luchas intestinas que enfrentaron a los reinos de Castilla, León y Portugal.

Dice la Crónica General que “siempre fue guerreado de su tío don Fernando, rey de León. 


Et empos esto, este noble rey don Alfonsso de Castiella nasçiéndole sobre lo suyo contiendas de todas partes, ouo a pesar de si a contender con su tío don Sancho, rey de Navarra, tanto que ouieron a lidiar et lidiaron; et vençio el rey don Alfonso, et leuo dessa veç del rey don Sancho de Navarra a Logroño et a Nauarret et a Antilena et a Granmon et a Cesarea et a Veriuescaet fincas todo quanto fallo fasta Burgos.


En 1170 el Rey de Castilla y el Rey de Aragón, con la mediación de Enrique II de Inglaterra, acordaron en Sahagún ayudarse mutuamente contra cualquier enemigo, ratificaron el Tratado de Tudilén y, para sellar su alianza, se concertaron dos matrimonios: Alfonso VIII de Castilla se casaría con Leonor de Plantagenet, hija del Rey de Inglaterra, y Alfonso II de Aragón se casaría con Sancha, tía del Rey de Castilla, con lo que se cumplía con lo acordado en el Tratado de Lérida de 1157. Por otra parte, este mismo año Fernando II creó la orden de Santiago, con el fin de proteger a los peregrinos, y la invasión almohade se recrudeció también en este mismo año, al mando de Abú Yaqub Yusuf I, lo que no llega a detener el progreso de la Reconquista, porque bastante detenida estaba con los conflictos internos. 

Pero en medio de todos estos enfrentamientos, la legislación de la España cristiana avanzaba y consolidaba formas de vida que escapaban a la idiosincrasia de los invasores. Alfonso VII hizo extensivo el fuero municipal otorgado por su abuelo Alfonso VI a los toledanos a los lugares de la jurisdicción de Toledo y otros partidos y merindades de Castilla la Nueva, añadiendo nuevos privilegios y convirtiendo el fuero particular de una ciudad en regla casi general del reino, el Fuero Viejo de Castilla.

Por otra parte, a pesar del ambiente, también existía cierta fluidez de relaciones entre los reinos hispánicos, lo que el año 1177 llevó a Alfonso II a apoyar a Alfonso VIII en la conquista de Cuenca, y a éste a obligar al rey moro de Murcia a pagar las parias que debía al de Aragón. En 1174 Alfonso II casaría con Sancha de Castilla y Polonia, tía de Alfonso VIII de Castilla.

Navarra estaba totalmente bloqueada, porque, además de que Castilla recuperó la Rioja, Leonor de Plantagenet, esposa de Alfonso VIII aportaba como dote el señorío de Aquitania, que cortaba por el norte las expectativas de expansión de Navarra.

En 1172, el hijo de Al Mumin, Abu Yaqub Yusuf, completó la conquista con la toma de la taifa de Murcia, una vez fallecido el rey Lobo. Se puede tener esta fecha como la victoria final de los almohades y el inicio de su imperio con la instalación de su capitalidad en Sevilla.

Aún quedaba la taifa de Mallorca, que finalmente caería en 1203. 

Los avances se compaginaban con los retrocesos; así, en 1177 Alfonso VIII, con la ayuda de Alfonso II de Aragón, tomaba Cuenca, pero las conquistas cristianas eran escasas, y aún tuvieron que sufrir el asedio de Huete, que a punto estuvo de ser tomada por los almohades. El reino de Castilla partiría, militarmente, desde Cuenca para poder conquistar Cañete, Moya, Utiel y Requena.

Y las luchas intestinas de los reinos cristianos que hemos visto proliferar hasta el momento, nuevamente se manifestaron en 1178. En vista de una invasión de Fernando II a Castilla, Alfonso I de Portugal apoyó a Alfonso VIII, enviando en su auxilio a un ejército comandado por el heredero don Sancho. La paz de 1180 entre Fernando II y Alfonso VIII evitó una nueva guerra.

Pero la paz y la guerra nos presenta actuaciones curiosas, como por ejemplo que esta misma paz sería escenificada nuevamente en 1183, en el tratado de Fresno-Lavandera, donde se reunieron los dos reyes, en la frontera de los reinos, cada uno en su reino, uno en Fresno y otro en Lavandera, para rubricarla.

En estos años de presión almohade, Castilla luchaba; como hemos visto, había conquistado Cuenca en 1177; había mantenido un serio enfrentamiento en Huete; había reconquistado Plasencia, antes conocida como Gloria, en 1186; conquistaba el Campo de Calatrava; había creado el monasterio de las Huelgas; Aragón había dado a la orden de Calatrava la ciudad de Alcañiz en 1179, y León se había mantenido un tanto al margen, si bien había conseguido un estatus especial para el camino de Santiago, con el cual llegó a celebrarse el primer año Santo Jacobeo el 1182, con todo lo que significó para la cristiandad.

Ese mismo 1182 Alfonso VIII sitiaba Córdoba y realizaba razias en todas direcciones hacia Granada, Málaga, Ronda y Algeciras; los almohades sólo se defendían encerrándose en las ciudades y concentrando sus fuerzas para la defensa de Sevilla. 

El 22 de junio Alfonso VIII conquistó la fortaleza de Setefilla, cerca de Lora del Río; la plaza fue abundantemente abastecida con víveres y pertrechos militares y fue dotada de una guarnición de 500 caballeros y mil peones, y tras 45 días de depredación continua, Alfonso VIII abandonó el cerco de Córdoba, cargado con un enorme botín, innumerables cabezas de ganado y varios miles de cautivos, con todo lo cual abandonó el lugar el 17 de julio de 1182. Setefilla sería reconquistada pocas fechas más tarde, y los ismaelitas realizarían razzias contra los territorios españoles. 

Como contrapartida, en 1182 se consolidaba el poder español en Cuenca, donde Alfonso VIII había instalado su corte, y se fundaba el obispado. Juan Yáñez, su obispo, iniciaba la construcción de la catedral, lo cual devino en un importante incremento de la población.

En su permanente campaña también conquistó en 1184 la fortaleza de Alarcón. Entretanto los almohades habían concentrado a unos 78.000 soldados, que iniciaron su marcha por el reino de Badajoz, acampando en Alange el 15 de junio de ese mismo año y avanzando por tierras portuguesas hasta Santarém, que era el equivalente portugués de Toledo para los castellanos.

Tras un mes de asedio, el rey Fernando II de León decidió acudir con sus tropas a ayudar al rey Alfonso I Enríquez, quién por su parte, en un primer momento interpretó que la venida de aquel no era como amigo sino como enemigo, pero al saber la verdad


enuio luego sus cavalleros al rey don Fernando a rogarle se non fuesse tan ayna et fincase algunos dias et tomasse del conducho et todas las otras cosas quel menester fuesen


La derrota sarracena se transformó en una desbandada, resultando herido de gravedad en el vientre el propio califa Al Mumin, a resultas de lo cual acabaría falleciendo el 29 de julio de 1184 y abortada la ofensiva ismaelita que al frente de Abu Yusuf, sucesor de Yakub Al-Mumin, se vio obligado a partir para África.

En 1185 moría Alfonso I de Portugal y le sucedía Sancho I, conocido como el Poblador por el estímulo con el que apadrinó la repoblación de los territorios del país. Con este propósito, y después que en 1186 conquistase Salves y Alvor, al tiempo que Alfonso VIII conquistaba Iniesta y Medellín, Sancho I de Portugal dejó de hostigar a León y se centró en la reconquista, conquistando Silves en 1191, fundando la ciudad de Guarda en 1199 y dedicando sus esfuerzos a la organización política, administrativa y económica del reino. Incentivó la creación de industrias, creó nuevas ciudades y concedió diversos fueros y además pobló zonas áridas, en particular con emigrantes procedentes de Flandes y del ducado de Borgoña. Casó con Dulce de Barcelona, hija de Ramón Berenguer IV y Petronila de Aragón.

Son de destacar sus esfuerzos por dotar al reino de un cuerpo legislativo que principalmente se centra en temas como la propiedad privada, el derecho civil y la acuñación de moneda; se enviaron embajadas a diversos países europeos con el objetivo de establecer tratados comerciales, y como consecuencia de los recortes que aplicó a los derechos de la Iglesia acabó siendo excomulgado.

En 1188 moría Fernando II de León, siendo sucedido por Alfonso IX, no sin dificultades dadas las pretensiones de su madrastra Urraca López de Haro. 

A lo largo de su reinado tuvo numerosos conflictos y tensiones con su primo Alfonso VIII de Castilla, a quien había rendido vasallaje con vistas a asegurar su reino. Cuenta la Crónica general que en Carrión, Alfonso VIII de Castilla 


armol alli et fizol cavallero, onde esse rey Alfonsso de León besó la mano a don Alfonsso rey de Castiella ante todos, la corte llena.


Finalmente este hecho fue tomado por afrenta por Alfonso IX de León, a consecuencia de lo cual no estuvo presente en la Batalla de las Navas de Tolosa, pese a lo cual realizó una gran actividad de reconquista, recuperando para la Cristiandad las ciudades de Cáceres, Montánchez, Mérida y Badajoz, y dando comienzo a una de las instituciones de más influencia a través de los siglos: la Universidad de Salamanca. 

Pero no era todo resquemor en Alfonso IX. También es el responsable de la convocatoria de las famosas Cortes de León en 1188, primeras conocidas como tales, que se reunieron en el claustro de San Isidoro bajo la presidencia del Rey leonés. Un magno acontecimiento que marcó un hito en la historia de la Humanidad en el que estaban presentes todos los obispos del reino, incluyendo al arzobispo de Santiago de Compostela, que era la máxima autoridad religiosa del Reino, además de los nobles y los representantes de León, Oviedo, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Zamora, Astorga, Toro, Benavente, Ledesma y algunas más. Es de destacar que todos eran convocados por primera vez a un acto de estas características. El motivo: recabar recursos económicos.

La base de la economía del Reino era la agricultura y la ganadería, y conocedor de esto, Alfonso IX promulgó varias leyes para favorecer la actividad vitivinícola y la maderera, así como el vacuno y otros animales de labor, con el fin de impulsar las actividades existentes y diversificar en cierto modo la economía del Reino, lo que reportó manifiestas mejorías que tuvieron especial incidencia en la zonas húmedas del Reino, como Asturias y Galicia, donde floreció la ganadería, mientras que en la zona del Duero floreció la agricultura.

La producción de cereal, bastante abundante en la zona del Duero, era insignificante en Asturias y Galicia, donde las carencias llegaban hasta el extremo de no tener suficiente capacidad para abastecer del trigo que necesitaban las iglesias para la consagración religiosa. 

Comer pan, así, era considerado un gran lujo en esos territorios, especialmente en las ciudades. Las Cortes de León acabaron significando el revulsivo necesario para dar un vuelco positivo a esa situación, y tras ellas se celebraron también Cortes en Aragón ese mismo año 1188, en la que entre otras cosas quedó señalado el nombre de Principado de Cataluña que responde a un término jurídico que será utilizado a partir del siglo XIV para nombrar al territorio bajo jurisdicción de las Cortes Catalanas, cuyo soberano (en latín, princeps) era el soberano de la Corona de Aragón, sin ser formalmente un reino. Tampoco era un condado, ya que el condado de Barcelona no abarcaba toda Cataluña, puesto que, como hemos visto el territorio hoy conocido como tal estaba dividido en condados y vizcondados cuyo número llegó a alcanzar las tres decenas. Los Usatges hacen coincidir el título de Princeps con el de Conde de Barcelona. 

Las relaciones de León con Castilla no mejoraron con relación a las que mantuvo Fernando II. El rey de Castilla seguía siendo Alfonso VIII, el mismo que había sufrido los enfrentamientos desde que era niño. Ahora, adulto y ejemplar en conducta pública y privada, sabía actuar con entereza allí donde estaba involucrado.

En breve Alfonso IX de León sería acometido por Alfonso VIII de Castilla, mientras por parte de Portugal era acometido por Sancho I, con quién acabaría tratando casarse con su hija Teresa (Santa Teresa de Portugal), aunque ambos eran nietos de Alfonso Enríquez, primer rey de Portugal, lo que significó la excomunión de ambos y el entredicho de los dos reinos.

Por otra parte también en 1191 propició una liga entre Portugal, León, Navarra y Aragón, la llamada “liga de Huesca”, por la cual se comprometían a no acometer guerra alguna sin mutuo consentimiento, y se preparaban para enfrentarse conjuntamente contra Castilla.

Aficionado ya a los pactos, Alfonso IX también pactó con los almohades, lo que ocasionó una nueva excomunión, además el Papa no se quedó corto, porque procedió a conceder las mismas gracias a aquellos que lucharan contra León que las que recibían los que participaban en las Cruzadas, dejando así relevados de obediencia al Rey a los súbditos leoneses, lo que fue aprovecha por Sancho I, que olvidaba sus alianzas y atacaba Galicia, mientras Alfonso VIII atacaba las ciudades leonesas.

Los invasores almohades, atentos a la jugada, y escaldados con las campañas de Alfonso VIII, prestaron apoyo al de León, que contraatacó a Castilla, lo que motivó que Alfonso VIII también pidiese ayuda a los almohades, sin que en esta ocasión recibiera excomunión alguna. En 1190 se pactaron treguas entre Castilla y el Al Ándalus de Yusuf. La tregua interesaba a ambas partes. 

Yusuf envió un poderoso ejército que sitió Silves, pero que gracias a la acción de los templarios se vio libre del asedio, y Yusuf, enfermo de disentería tuvo que evacuar el sitio. Volverían a la carga contra Portugal el año 1191, saqueando varias poblaciones y con el objetivo de Silves, que nuevamente cayó en manos de los invasores, lo que forzó a Sancho de Portugal a firmar paces por cinco años, como antes había hecho Castilla y León. Las paces eran aprovechadas, por los castellanos para fortalecer Alarcos, y por Yusuf para organizar la fortaleza de Aznalfarache.

El Papa Celestino III intervino buscando la paz entre castellanos y leoneses, lo que se logró el 20 de Abril de 1194, con el tratado de Tordehumos, cuando se pactó la boda de Alfonso IX con Berenguela, hija de Alfonso VIII. El 27 de Junio fallecía Sancho VI de Navarra, que era sucedido por Sancho VII “el Fuerte”, cuya hermana Berenguela era la esposa de Ricardo Corazón de León, que a su vez era cuñado de Alfonso VIII de Castilla.

Parecía que, por fin, podían dedicarse a lo que de verdad importaba, pero no habían desaparecido las desconfianzas… y con ellas no habían desaparecido las derrotas. Muestra de ello, la batalla de Alarcos, donde Alfonso VIII pidió ayuda a Alfonso IX. En 1194 se rompieron las paces y Alfonso VIII devastó las tierras musulmanas hasta las mismas puertas de Sevilla, pero el 19 de Julio de 1195, cuando Yusuf había convocado una yihad, el de Castilla buscando la gloria para él solo, no quiso esperar a las tropas del de León y del de Navarra, y sufrió una catastrófica derrota. La crónica de Alfonso X trata el asunto como una batalla de especial importancia a la que acudieron 


turcos, alaraves, affricanos, et eziopianos de amas las Eziopia.


Las tropas españolas, el día 18, aguardaron al sol el enfrentamiento, pero debieron retirarse al no acudir el enemigo, que sin embargo atacó por sorpresa el día 19, provocando una gran matanza y tomando Torre de Guadalerza, Malagón, Benavente, Calatrava, Alarcos y Caracuel. 

Alfonso VIII se vio en la imperiosa necesidad de huir ayudado por los suyos, y para complicar la situación, Alfonso IX de León, que no fue esperado para el enfrentamiento con los árabes, acabó aliándose con ellos y devastando el reino de Castilla, mientras Sancho de Navarra también lo combatía por Logroño. Los moros controlarían a partir de este momento hasta los Montes de Toledo, poniendo en grave riesgo la ciudad imperial. Esta derrota sería el punto de arranque para convocar la cruzada que culminaría en la batalla de las Navas.

Consecuencia del resultado de Alarcos fue que en 1195 Alfonso IX de León se vio en la necesidad de pactar la paz con los almohades, en cuyas conversaciones actuó como mediador Pedro Fernández de Castro, quién había estado al lado de los ismaelitas en Alarcos, por lo que tanto él como el rey de León fueron excomulgados por el Papa Celestino III. Alfonso IX aceptó la bula y despachó a los agarenos, pero a poco trató con el califa almohade la invasión a Castilla del año 1197. Las disensiones se muestran candentes por las fronteras, y Castilla se enfrenta a Aragón y a Navarra.

Alfonso II de Aragón murió en 1196 y fue heredado por su hijo Pedro II, que a los títulos de Rey de Aragón, Conde de Barcelona, Conde de Gerona, Osona y Cerdaña, Besalú, Pallars Jussà y Ribagorza, unirá el de señor de Montpelier, y se volcará en sus intereses en el norte de sus posesiones, especialmente ocupado por el problema cátaro. 

Mientras tanto, la preocupación de Roma se encontraba diversificada; por un lado, la cruzada contra los albigenses que acabaría siendo proclamada en 1209 ya estaba tomando forma ideológica en estas fechas, y por otra las relaciones poco deseables de los reinos hispánicos entre sí, que no acababa de solucionarse.

En 1196 la Santa Sede propició una entrevista conjunta de los tres reinos en conflicto, Castilla, Aragón y Navarra, en un punto entre Ágreda y Tarazona, para intentar llegar a un acuerdo, pero el resultado se demoraba, y mientras tanto, los dos Alfonsos, VIII de Castilla y IX de León, guerreaban.

A pesar de esta situación, Alfonso VIII hizo las paces con su primo Alfonso IX, a quién casó con su hija Berenguela el año 1197, sin esperar la dispensa papal, que resultaba imprescindible dado el grado de consanguinidad; pero la dispensa nunca llegó, sino que por el contrario fue prohibida la unión, lo que significó que nuevamente Alfonso IX fuese excomulgado, al negarse a deshacer el matrimonio. 

El enfrentamiento abierto entre los dos alfonsos siguió su curso; Alfonso VIII invadió Álava, llevando a cabo un largo asedio a Vitoria, Guipúzcoa y el Duranguesado en 1199, y Sancho VII de Navarra, privado de su reino, acudió a negociar con los almohades para que atacaran Castilla y con un segundo frente tuvieran que levantar el asedio, pero quedaron en el intento.

El eterno conflicto de Castilla y León estaba enquistado. En 1204 fue disuelto por imperativo papal el matrimonio de Alfonso IX de León con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, pero quedaba fruto del mismo: cinco hijos, entre ellos quién con el tiempo sería Fernando III.

La separación matrimonial impuesta por el Vaticano comportó la conocida como paz de Cabreros, en la que Alfonso IX de León tuvo que constituir un señorío para Berenguela y para Fernando, y reconocer a éste como heredero al trono de León. 

Por su parte, Alfonso IX prosiguió su labor que si es manifiesta en el ámbito de las campañas militares también tuvo reflejo en la fundación de ciudades, entre ellas La Coruña, siendo parte principal en un hecho de gran importancia cual es la consagración de la catedral de Santiago, el año 1211.

Es necesario señalar qué entendemos por “ciudad” en el siglo XII. El término, en el territorio de los cristianos, se aplica a aquellas poblaciones que eran sedes episcopales, siendo que cuando se referían a “villa” en el Alto Medioevo podemos asemejar la misma al concepto de aldea, y en Galicia se refiere a un caserío o una aldea conformada por varios caseríos. 

Por su parte, Alfonso VIII entraba triunfante en la Gascuña, aportada en dote por su esposa Leonor de Plantagenet; dote a la que nunca había atendido, y que acabaría no teniendo incidencia en el devenir del reino. Su reivindicación no representó algaradas, oponiéndose, no obstante, Burdeos, Reole y Bayona, ciudades que, tras cerco, rindieron pleitesía, pero Alfonso VIII acabó desistiendo de sus derechos de soberanía en 1208.

En Aragón, Pedro II estaba afrontando un conflicto creado por los cátaros. Esta herejía había tomado gran fuerza en Occitania, donde se estructuró una Iglesia cátara con varios obispados y cuyo epicentro era la zona de la ciudad de Albi, por lo que también se le denomina movimiento albigense. 

A este problema se unía que la dinastía gala de los Capetos estaba interesada en extenderse en la región, que no acababa de estar controlada, y a favor de su pretensión, y contra los intereses de Aragón, el Papa Inocencio III les apoyaba.

La situación se supo crítica y fue convocada una cruzada contra los albigenses cuando el enviado papal fue asesinado en Tolosa. Actuación sumamente extraña la de convocar una cruzada dentro de los territorios cristianos, pero la situación era de tal gravedad que justificaba la convocatoria.

Pedro II se encontró en una difícil tesitura, pues si por una parte él mismo combatía la herejía, por otra no podía permitir que con esa excusa los Capetos ampliasen su influencia en detrimento de los derechos de Aragón.

En esa situación, en medio de la anarquía cátara, y al objeto de acabar con la misma, en 1209 los cruzados tomaron Beziers, masacrando a toda la población, sin respetar absolutamente nada y sin distinguir albigenses de cristianos, y dando comienzo a una terrible persecución de cátaros. 

En este ambiente fue creada en 1184 la Inquisición. Fue creada expresamente por Roma con el objetivo de erradicar la herejía cátara, y se esforzó en la salvaguarda de los inocentes al tiempo que perseguía en su ámbito a los herejes. Fue éste el escenario que dio lugar a la creación del sambenito con el ánimo de diferenciar entre la población albigense a aquellos que no lo eran.

El malestar se generalizó, y las actuaciones indiscriminadas de las fuerzas comandadas por Simón de Monfort dieron lugar a gravísimas situaciones de abuso que provocaron la intervención de Pedro II, evitando una matanza de cátaros.

Por su parte, en 1211, y cuando acababan las paces pactadas con Castilla, Al Nasir tomaba el castillo de Salvatierra, de gran importancia estratégica. 

Los almohades estaban marcando los tiempos, y tan sólo Alfonso VIII y las órdenes militares parecían dar la réplica de forma convincente. Ante tamaña inseguridad, el papa Inocencio III, con fecha 16 de febrero, envió una bula al Rey de Castilla para informarle de la conveniencia de iniciar una guerra contra los almohades.

Alfonso VIII tomó la invitación con entusiasmo y cursó emisarios a los reinos hispánicos para que se uniesen a la jornada.

La cruzada era un evento de esencial importancia, pero en medio de este fragor, la legislación y la atención social estaba a la orden del día. Este mismo año 1212 se fundaba el hospital de Burgos; se llevaba a cabo una actividad legislativa que posibilitó la recopilación de los fueros y confirmó los otorgados anteriormente, en vistas a una revisión y uniformidad y con el objeto de recortar los derechos de los nobles, que en aquel momento podían legalmente romper sus relaciones con el reino y hasta combatirlo.

En estos momentos iniciales del siglo XIII ya se puede hablar de un código de derecho civil, que tuvo fiel reflejo en 1190 plasmado en el Fuero de Cuenca, y que serviría de modelo para sucesivos fueros, donde cristianos, moros y judíos gozaban de un mismo derecho, se dictaban normas agrarias y ganaderas y se establecían penas contra el robo y contra las injurias, aunque permanecía la ordalía del hierro candente. Estos fueros convivían con el Fuero Juzgo. Las libertades de los municipios fueron ampliándose y la representación de los mismos en las Cortes llegó a ser tan numerosa que pocos años después, Fernando III se vio en la necesidad de regularla.

Pero no se limitó a estos aspectos Alfonso VIII, ya que sobre el año 1200 creó en la catedral de Palencia lo que algunos no se atreven a calificar como la primera universidad medieval española, pero que es comprensible que otros lo tengan como tal. Se trata del “estudio general”.

Urbano IV escribió en 1263 elogiosas palabras al obispo de Palencia, en respuesta a una misiva en la que éste le había informado de los logros y problemas del studium generale: 


Había, pues, en esta ciudad, como me habéis expuesto personalmente, un estudio general de ciencias que instruía a los incultos, volvía virtuosos a los débiles y producía varones ricos en una variedad de virtudes, y su generosa riqueza instruía a muchos en los principios de la cultura.

 

A imitación de su primo Alfonso VIII, Alfonso IX de León creó la universidad de Salamanca, donde Fernando III trasladaría los estudios de Palencia. En esta época surge también la poesía castellana, a través de poemas épicos como el Cantar de Mio Cid o el de Bernardo del Carpio.

Estamos hablando de una sociedad guerrera, ganadera y agrícola… y libre, en la que sólo los sarracenos cautivados no eran libres. En ella destacaban diversas familias por su prevalencia militar, como los Lara, los Haro, los Castro, los Girón y los Meneses, todos ligados a la figura del rey, para quién desarrollaban los principales cargos. 





Capítulo VIII

La Batalla de las Navas de Tolosa (16-7-1212)



La batalla de las Navas de Tolosa es de especial importancia para la Reconquista, y un hito en la Historia de la Humanidad.

Para llegar a la misma debieron concurrir una serie de hechos: la caída del imperio almorávide propiciada por los almohades; el avance de los reinos hispánicos a costa de las segundas taifas; la proclamación de la yihad en el mundo islámico para combatir a los reinos hispánicos, y finalmente el espíritu de cruzada existente en Roma y en el mundo europeo, que más centrado en el pillaje y en el Medio Oriente, se daba cuenta que en España existía una cruzada secular que no había sido atendida más que por los españoles… Al fin, a pesar de la predicación de cruzada por toda Europa, la batalla decisiva, la de las Navas de Tolosa, sería un acontecimiento estrictamente español. España, en 1212, como en el 721, salvaba a Europa de la barbarie musulmana.

La cuenca del río Tajo había sido reconquistada por Alfonso VII; Lisboa, Santarém y Setúbal quedaban para 1147 en el orden de la civilización, y el año 1149, Ramón Berenguer IV recuperaba para las Españas el Valle del Ebro.

Estos avances de España frente al Islam provocaron en el seno del mundo musulmán, el surgimiento de los conocidos como “almohades”, fanáticos que se sublevaron contra lo que consideraban relajación religiosa de los almorávides, que se mostraban incapaces de frenar el avance de España.

Acabaron invadiendo Al Ándalus en 1145, donde intentaron unificar las taifas con la llamada a la guerra santa, siendo que en tres décadas consiguieron crear un formidable imperio que se extendía desde Santarém en el actual Portugal hasta Trípoli en la actual Libia, y que comprendía la mitad sur de la Península Ibérica.

Conquistada toda Al Ándalus por los almohades, empezada a urdirse el verdadero destino de éstos: la acometida al mundo hispánico. Su empuje quedó más que manifiesto en la derrota que infligieron a las tropas de Alfonso VIII en Alarcos (Guadalajara) el 19 de Julio de 1195, cuando al mando de Yusuf I destruyeron las expectativas del rey castellano, a quién con la derrota se le impidió terminar lo que estaba organizando: una ciudad amurallada como avanzada de la Reconquista. Una gran batalla contraria a los intereses del rey castellano, que a punto estuvo de costarle la vida, y en la que se enfrentó a un enorme ejército almohade apoyado por los rivales leoneses de Alfonso VIII, entre los que destacaba la casa de Castro, y cuyo general era Pedro Fernández de Castro.

El empuje almohade parecía imparable, siendo que a principios del siglo XIII se había convertido en un poderoso enemigo que dominaba todo el sur peninsular, Baleares, y desde la Hispania Tingitana hasta el actual Túnez, siendo que a partir de ese momento iniciaron unas importantes campañas destinadas a saquear el reino de Toledo.

La derrota de Alarcos significó así un grave varapalo para las expectativas de Castilla, lo que no impidió que Alfonso VIII plantease una revancha meditada que fue combinando con los enfrentamientos con los enemigos internos.

Pero las paces pactadas sirvieron también para reforzar el ejército invasor…

Y llegó el año 1211, momento en que Al Nasir, conocido en España como “el Miramamolin”, tenía preparado un impresionante ejército dispuesto a invadir la España liberada. No menos de 125.000 soldados convenientemente pertrechados y fanatizados se disponían a recuperar el territorio perdido desde la invasión del 711, y su primer golpe de mano fue la toma de la fortaleza de Salvatierra, sede que era de la Orden de Calatrava desde 1198. 

El temor a la barbarie musulmana aterró a toda Europa, preparando el terreno para la predicación de una Cruzada contra los invasores africanos, que efectivamente fue proclamada por el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada.

Pero Al Nasir estaba convencido de su victoria, por lo que no dudaba en aplicar los métodos más contrarios al espíritu de lo que estaba combatiendo, y daba rienda suelta al maltrato de sus propias tropas. 

Cuenta un narrador musulmán anónimo que Al Nasir “procedía con lentitud en sus marchas, y el común de los soldados llegó a sufrir tal escasez, que aquello equivalía a una derrota completa. Al Nasir no hacía caso de las fatigas de que se le daba cuenta, hasta que llegaron a un punto en que se acabó el amor y nació el aborrecimiento; se agotaron las provisiones estables y las pasadas, y la amistad se secó con la prolongación del odio.” 

Las formas aplicadas sobre los soldados eran tiránicas, lo cual contrastaba con las formas aplicadas por los reyes hispánicos; así, el 3 de Junio de 1212, en un acto tiránico, mandó ejecutar a los gobernadores de Ceuta y de Fez.

En esta situación, y como hemos señalado, en 1212 el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada logró del papa Inocencio III la proclamación de Cruzada para la lucha contra los almohades. La bula fue cursada a Alfonso VIII de Castilla, y se complementaba con otra en la que amenazaba de excomunión a quién atacase un reino cristiano que se encontrase involucrado en la Cruzada, en claro aviso al rey de León para que evitase atacar Castilla para recuperar las plazas anteriormente tomadas por Alfonso VIII.

Jiménez de Rada, predicó la cruzada por Francia y en las iglesias de toda Europa animó a los creyentes a alistarse. En Europa existía auténtico pavor ante la posibilidad de una asonada árabe sobre su territorio, por lo que la llamada tuvo eco en la población, siendo que se alistaron personajes como el Arzobispo de Burdeos, el Obispo de Nantes, el Arzobispo de Narbona, y otros príncipes de la Iglesia, así como diversos nobles.

Por su parte, Alfonso IX de León quería acudir a la batalla, pero puso como condición que le fuesen devueltas las plazas que tenía tomadas Castilla, por lo que no asistió en persona, pero sí lo hicieron caballeros leoneses.

Reunidas en Toledo las tropas castellanas, se vieron incrementadas con el aporte de las de Aragón y Navarra, los señores de León, Portugal, Asturias y Galicia, y de Europa llegaron contingentes del ejército de Simón de Monfort, habituados a la lucha en la cruzada contra los albigenses, que en ese momento estaba en marcha.

Importando los métodos allí aplicados asaltaron la judería de Toledo, y cuando fueron expulsados de la ciudad, devastaron allí por donde pasaban, haciéndose sentir especialmente en Alcardete. 

El cronista musulmán relata el hecho de otra manera: “los infieles entretanto se reunían en Toledo, como langostas, por su número y por los daños que habían de hacer; el señor de Castilla los trataba con afecto y paciencia, permitiéndoles devastar sus tierras y comprándolos con los bienes de sus súbditos y soldados.” 

Finalmente, Alfonso VIII se presentaría a la contienda con 50.000 hombres comandados por Diego López de Haro, V señor de Vizcaya. Sancho VII de Navarra, Pedro II de Aragón y Alfonso II de Portugal aportarían 20.000 hombres; 30.000 ultramontanos acudieron a la batalla con espíritu poco batallador, y las órdenes militares acudieron como combatientes que no volvían la espalda y no obedecían sino al Papa. Ahí estaban los Maestres de las Órdenes del Temple y de San Juan de Jerusalén, así como numerosos caballeros de las Órdenes de Calatrava y Santiago. Por su parte, el rey de León y Galicia, Alfonso IX, lejos de unirse a la campaña, aprovechó la concentración de tropas en Toledo para atacar la región de Tierra de Campos; no obstante, sí acudieron a la cita importantes contingentes de caballeros leoneses. Los musulmanes presentaban un ejército cuyo número los historiadores hacen oscilar entre 120.000 y 400.000 hombres.

El rey de Navarra, debido al enfrentamiento que tenía con Alfonso VIII, no se decidió a participar en la contienda hasta que Arnaldo Amalarico, obispo de Narbona, lo convenció. 

Por su parte, los cronistas árabes dicen: 


Llegaron los siervos de la Cruz de todo desfiladero profundo y de todo país lejano, acudiendo día y noche de las cumbres de las montañas y de las playas de los mares; fueron los primeros en acudir los francos, que se extienden por las regiones del este y del norte; siguiólos el barcelonés con lo que disponía de hombres y socorros; el rey de Navarra estaba sometido a la protección de los almohades y recibía socorros pecuniarios de ellos con gran largueza; pero maldíjolo el señor de Roma, si no guerreaba al lado de su gente y se unia a los príncipes de su religión.


La batalla de Las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe Batalla de Al-Uqab, finalmente enfrentó el 16 de Julio de 1212 en las inmediaciones de la población jiennense de Santa Elena al ejército aliado en una actuación que puede entenderse como la primera iniciada por quienes, juntos, constituían España, contra el ejército numéricamente superior del califa almohade Mohamed Al Nasir (Miramamolin). Saldada con una importantísima victoria del bando cristiano, esta batalla fue el punto álgido de la Reconquista y el principio del fin de la presencia musulmana en España.

La financiación de la empresa, en un 66 % estuvo a cargo del tesoro castellano y el resto corrió por parte de la Iglesia. De todo el reino llegaron a Toledo armas, caballos y provisiones.

Malagón, Calatrava y Alarcos… Tres plazas que había perdido la orden de Calatrava tras el desastre de Alarcos ocurrido en 1195, exactamente el 19 de Julio, eran recuperadas 17 años más tarde. La cruzada partió de Toledo el 19 de Junio, y llegó a Malagón el día 24, que en menos de una hora fue tomada por los ultramontanos. Fue sometida a un brutal saqueo mientras seguían en el ataque contra el castillo, que continuaba resistiendo.

Convenientemente minado, fue finalmente tomado por capitulación con la única condición de que fuese respetada la vida del alcaide y la de sus hijos. La vida del resto de la población no fue respetada.

Esta actuación no estaba en orden a lo previsto por Alfonso VIII, que ya había sufrido actuación similar en Toledo. Las protestas airadas del rey fueron el inicio de constantes roces con los ultramontanos.

Y tras Malagón, Calatrava. Tres días de asedio bastaron para acabar con la mitad de los defensores y la rendición del resto. Pero antes, las tropas se encontraron con un regalo de los musulmanes: unos 


estrumentos de fierro que sembrauan por la tierra a danno de los cristianos, et eran fechos a manera de obroios, et llamales la estoria ‘cardos de fierro’ et sembráronlos et echároslos por todas las passadas del rio de Guadiana.

Mucho daño hicieron en la caballería estas estrellas hierro que siempre dejaban una punta señalando el cielo; multitud de caballerías quedaron fuera de combate al clavárselos en las patas.

Y a poco, la fortaleza de Calatrava, que era de tal categoría que los cristianos discutieron sobre la conveniencia de atacarla. Finalmente lo hicieron y fue entregada a los monjes calatravos, que anteriormente la habían perdido ante las tropas de Miramamolín. Todo lo hallado en ella fue entregado a los ultramontanos para evitar nuevos saqueos.

Treinta y cinco caballeros árabes escaparon con vida del sitio, perdonados por Alfonso VIII, y marcharon con Miramamolín en medio del disgusto de los ultramontanos, que partidarios de pasarlos a cuchillo, acabaron abandonando la expedición. El grueso del contingente ultramontano abandonó la campaña y volvió a sus lugares de origen, poniendo como excusa la magnificencia otorgada a los vencidos, que sería anulada por la acción de Miramamolín, que no perdonó la rendición y mandó degollar a los vencidos.

Poco perdía el ejército cruzado al ver marchar un contingente compuesto por soldados, mujeres, niños y enfermos. La cuestión sería lo que debía ser: un asunto estrictamente español.

Casi 30.000 ultramontanos abandonaron la campaña, quedando sólo 150 caballeros del Languedoc con el obispo de Narbona a la cabeza. Tal merma de tropa significaba mutilar el ejército en un treinta por ciento, lo que no le impedía seguir siendo uno de los más formidables ejércitos jamás conocidos. 

Pedro II de Aragón, quiso castigar la defección, pero Alfonso VIII estimó la misma como más conveniente para la campaña, que el día 6 de Julio avanzaba tomando Alarcos, y el día siete llegaban las fuerzas a Salvatierra, que se había perdido el año 1211. 

Mientras, Al Nasir se ocultaba en la sierra, por lo que los reyes hispánicos plantearon una estratagema: hacer creer al enemigo que se volvían para castigar a Alfonso IX de León; una posibilidad que podía ser entendida más que factible si tenemos en cuenta las dificultades intrínsecas a una campaña como la que estaba teniendo efecto.

Es conveniente hacerse a la idea de lo que estamos hablando, que no es otra cosa que de un ejército compuesto por unas 100.000 personas que debían comer cada día. 

En las estribaciones de Sierra Morena estaba el ejército enemigo, esperando justamente que la desmoralización y la falta de avituallamiento cundiese entre los españoles. Y no había para menos. Tan sólo un caballo de guerra necesita comer más de una arroba diaria de heno más otra media de avena o cebada; para beber, en campaña, y en concreto en ésta, llevada a cabo en pleno estío, necesita entre 50 y 75 litros de agua diarios. Pero es que, además de las monturas de guerra, en un ejército como el preparado para aquella expedición también son necesarias otras bestias para carga y transporte. Un caballero de la caballería pesada se servía de cuatro monturas: además del destrier de combate, el caballero montaba un palafrén durante el viaje y su escudero montaba otro caballo, y a ellos se sumaba otra acémila que cargaba con las armas y bagajes de los dos hombres. En total, el ejército debía trasladar no menos de sesenta mil bestias, para las cuales debía tener un suministro de agua que no bajaba de los 4500 metros cúbicos diarios. Si a todo ello añadimos la comida para los soldados, a razón de un kilo y medio diario por persona, para una expedición que durase un mes, debíamos llevar con nosotros casi seiscientas toneladas de comida, aunque mucho de ese peso fuese andante por tratarse de animales que se irían sacrificando.

Parece, así, que la deserción de los ultramontanos resultó beneficiosa para la expedición, ya que las provisiones previstas para ellos quedaron con los que siguieron en la campaña.

Pero la situación geográfica era muy contraria al ejército español, que se vio ligeramente mejorada con la toma del castillo de Ferral, una hazaña menor que significó una mejoría más ilusoria que real. 

Tal era la situación que realmente llegaron a plantearse abandonar la campaña, hasta que un pastor de la zona les indicó una zona por donde podría avanzar el ejército. Abandonaron el castillo de Ferral, que nuevamente fue ocupado por los africanos, que interpretaron que conforme era previsible, las tropas cristianas daban media vuelta… Craso error, los ejércitos libertadores avanzaron por un paso que actualmente recibe el nombre de 'Paso del Rey', y desembocaron en una gran explanada, entre las poblaciones de Miranda del Rey y Santa Elena, tomando posiciones frente al campamento almohade. 

Al Nasir volvió a errar en su juicio; entendió que con estos movimientos tenía cercados a los españoles, y llegó a enviar cartas a Baeza y a Jaén diciendo


que çercara III reyes et tenielos çercados, et auiensele a dar terçer dia.”


Hemos visto cómo el ejército cristiano se veía reducido de 100.000 unidades a 70.000. El hecho no era precisamente idéntico en el ejército musulmán, que se había visto incrementado con unidades africanas de reciente incorporación, que acababan componiendo un ejército que superaba en 50.000 soldados al ejército español, y que se desplegaba con la infantería del Alto Atlas al frente, tras los cuales se acumulaba un enorme ejército de voluntarios andalusíes cuya idea principal consistía en morir en el envite.

Tras esta masa de carne sin formación militar se situaba el ejército almohade con una potente caballería encargada de cubrir los flancos que estaba conformada por caballeros procedentes de todos los lugares del Islam, que habían acudido a la llamada de la Yihad.

Tras ellos, los temidos arqueros turcos a caballo, que ya eran conocidos por las fuerzas españolas; unidades de élite que atacaban sorpresivamente y salían huyendo, atrayendo a los españoles a nuevas emboscadas. Este tipo de lucha ya había sido aplicado en Alarcos.

Y finalmente, la guardia negra, compuesta por esclavos senegaleses que permanecían encadenados y dispuestos a morir en torno al sultán, que dirigía la operación desde el Castillo de Ferral, frente al desfiladero de la Losa.

El ejército almohade se preparó para la batalla en la calurosa jornada del día 14 de Julio intentando aprovechar el cansancio de las tropas españolas…e hizo lo mismo el día 15, al frente de la cual estaba el propio Al Nasir. Los españoles, observaban cómo se gastaban las fuerzas del enemigo, que lanzaba escaramuzas con la intención de provocar la batalla en el momento que más les interesaba.

El plan de combate cristiano se inspiraría en el de los cruzados de Siria contra los turcos en 1097, donde Bohemundo, ideó proteger los flancos del ejército con obstáculos naturales, conservar la formación cerrada para evitar el desmoronamiento de las líneas y mantener un cuerpo de reserva.

En esta ocasión sería Alfonso VIII quién comandaría las fuerzas de reserva, que debía ser estrictamente escrupulosa en su actuación. El lugar le resultaba favorable, contrariamente a lo que le sucedía a la caballería ligera árabe. 

El día 16 era el gran día. Don Diego López de Haro, cuya fama tan en entredicho había quedado en su momento por culpa de lo sucedido en Alarcos, pidió estar al frente de las primeras filas con su hijo, López Díaz, y su sobrino, Sancho Fernández, a quienes se sumarían las huestes del arzobispo de Narbona y las de varios nobles de la diócesis de Vienne y de tierras de Poitou, como Teobaldo de Blasón, más las milicias de Madrid.

El centro sería ocupado por Gonzalo Núñez de Lara con sus hombres y con los freires de las Órdenes Militares: los calatravos con su maestre Rodrigo Díaz de Yanguas; los templarios y hospitalarios, a la orden de Gómez Ramírez y Gutiérrez Ramírez, respectivamente; y los de Santiago con el maestre Pedro Arias. 

La retaguardia del cuerpo central estaría atendida por las milicias concejiles de Medina del Campo, Arévalo, Plasencia, Toledo, Valladolid, Olmedo, Cuéllar, Coca y Béjar.

El lateral derecho estaría atendido por Sancho VII el Fuerte de Navarra; el izquierdo por Pedro II de Aragón, que se encontraba reforzado por tres escuadrones de las milicias castellanas. 

Entró en combate la caballería pesada haciendo estragos entre la infantería yihadista andalusí, tras lo cual, la caballería pesada almohade retrocedió sin entrar en batalla.

Seguidamente un ataque de la caballería del vizcaíno López de Haro debilitó la vanguardia mora, que se vio forzada a retirarse, aunque no tardaron los infantes musulmanes en contrarrestar el ataque de la caballería española.

El ejército español había caído en la táctica prevista por los invasores.

Fue entonces cuando cargaron con fuerza las infanterías aragonesa y castellana, aunque no consiguieron desbaratar las posiciones musulmanas y ocasionaron un frenético combate cuerpo a cuerpo sin solución clara, que dio lugar a que entrasen en concurso las tropas de élite de los almohades tratando de envolver a los cristianos, que daban claras muestras de flaqueza.

Pero este signo de debilidad fue al fin beneficioso para el campo cristiano, pues al detectar esa debilidad, los musulmanes rompieron su formación cerrada para perseguirles, lo que acabó debilitando el centro del ejército almohade.

¿Fue un error táctico?, ¿o respondió a la maniobra habitual de los arqueros, que tantas veces, como en Alarcos les había resultado favorable? Error o maniobra fue justo este momento el que aprovechó Alfonso VIII para acudir a la batalla. 

Alfonso VIII dijo al arzobispo de Toledo: 


arçobispo, yo et uos aquí morremos. Et respondiol essa ora el arçobispo: “señor, fiemos en Dios, et mejor será; ca nos podremos más que nuestros enemigos, et uos los uençeredes oy”. El noble rey don Alfonso, nunca uençudo de coraçon, dixo: “uayamos apriessa a acorrer a los primeros que están en peligro”.

 

Alfonso fue seguido por los reyes de Aragón y de Navarra al grito de ¡Santiago y cierra España!, ante cuya acometida se produjo la gran desbandada agarena, dejando en solitario a Miramamolín con su escolta suicida.

Las tropas españolas saltaron sobre las hileras de esclavos y Miramamolín, impelido por su hermano Zeyt Abozecri, salió huyendo a uña de caballo hasta Jaén. Sancho fue el primero en acometer la tienda del tirano. A partir de ese momento comenzó la persecución de los desventurados moros, que emprendieron una huída como la de su tirano. 

Hasta mil muertos padecieron las tropas españolas, entre ellos el maestre del Temple, Gomez Ramirez, y el de la Orden de Santiago, Pedro Arias, quedando gravemente herido el de la orden de Calatrava, Rodrigo Díaz de Yanguas, y hasta Pedro II de Aragón recibió una lanzada sin consecuencias. Otros autores aumentan la cifra de españoles muertos a 5.000. 

Cuentan que los árabes sufrieron 90.000 muertos, y la Estoria de España de Alfonso X habla de “dozientas uezes mill moros”, y las tropas españolas retiraron grandes reservas de flechas y venablos, que según cálculos del arzobispo de Narbona necesitarían más de dos mil acémilas para ser transportadas. 

Un Te Deum Laudamus, Te Dominum confitemur selló la gloriosa jornada.

El cronista árabe trata el asunto de otro modo: 


apretó el combate y no tuvieron valor las vidas, pero quiso Dios purificar a los creyentes y afligir a los infieles; así que la amargura de aquel día fue sobre todo para los seguidores de la Cruz y el buen resultado sólo para la gente del Islam… los flancos de los musulmanes quedaron bien guardados por el poder de Dios. Os hemos hecho saber esto para que conozcáis la batalla tal como ha sido y los hechos en su realidad para que veáis que no han tenido muertos los almohades y que no han sido alcanzados ni muchos ni pocos. 


Tres días después era tomada sin lucha Baeza, y el día 23 los defensores de Úbeda se encerraron en la alcazaba, donde acabaron rindiéndose y siendo hechos esclavos. 

El héroe del momento era el rey Pedro II de Aragón, cuya genial jefatura del ala izquierda del ejército resultó decisiva para el triunfo final. Pedro había llevado a miles de vasallos aragoneses al combate, incluidos oriundos del Languedoc, y quién sería su rival, Simón de Montfort había enviado cincuenta caballeros. También Arnaud Amaury, arzobispo de Narbona, había acudido al combate, como buen vasallo de Aragón. 

La Batalla de las Navas de Tolosa fue la hecatombe para el imperio Almohade en España, el enfrentamiento más señalado en siete siglos de reconquista que significó un punto de inflexión en la misma cuando ya se habían cumplido cinco siglos y un año de su arribada.

Al-Nasir abdicó en su hijo y se retiró a su palacio de Marraquech, donde murió a los dos años escasos de su derrota. Pedro II de Aragón pereció en la batalla de Muret, en 1213; Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivió veintidós años a la batalla. 

La derrota musulmana fue terminante, y abrió las puertas de la Andalucía bética a los cristianos. Cuarenta años después, solo el Reino de Granada se mantenía en manos musulmanas. En cuanto a los Almohades, las crisis internas llevan a la disolución de éstos en 1224.

La jornada de Las Navas representó una etapa decisiva para la Reconquista cristiana de los territorios musulmanes. Los almohades mantuvieron durante dos decenios más un poder cada vez más precario sobre las partes de la Península que dependían del Islam. Una crisis de sucesión en Castilla y dificultades internas en Aragón aplazaron hasta 1225 la continuación de la Reconquista.

Tras el fin del período almohade, hubo un corto período denominado terceros reinos de Taifas, que terminó en la primera mitad del siglo XIII con las conquistas cristianas de Valencia por Jaime I de Aragón en 1236 y de Córdoba y Sevilla por Fernando III el Santo en 1236 y 1248 respectivamente. En Granada pervivió la presencia árabe con la fundación del reino nazarí, que no capituló hasta el 2 de enero de 1492, fecha que puso fin a la Reconquista.







Capítulo IX

Desde la Batalla de las Navas en 1212 hasta la muerte de Jaime I en 1276




Tras la batalla de las Navas, la descomposición de Al Ándalus se hizo evidente; los jeques que gobernaban las provincias se sublevaron contra los califas, llegando a asesinar a dos de ellos, y se apoyaban en los reinos hispánicos, que les cobraban sus servicios con fortalezas. El mismo Al Nasir fue envenenado en Marraquex la Nochebuena de 1214. 

A partir de este momento se produjo el hundimiento y la fragmentación del poder almohade en Al-Ándalus, que propició en las décadas siguientes el avance de las fronteras de los reinos cristianos hacia el sur, y así, mientras Portugal llegaba al Algarbe en 1249, Fernando III de Castilla conquistaba Sevilla en 1248 y Jaime I tomaba el castillo y villa de Biar en 1245, dando por finalizada la conquista de las tierras valencianas, y tomaría Mallorca e Ibiza

En el invierno de 1212 Alfonso VIII recuperó Cuevas y Alcalá; el 22 de mayo de 1213 tomó Alcaraz, pero el 1 de julio las milicias concejiles talaveranas sufrieron una grave derrota cerca de Sevilla. 

El año siguiente a las Navas moriría Pedro II de Aragón defendiendo sus intereses, los occitanos y los de Tolosa en la batalla de Muret, en medio de la cruzada contra la herejía albigense, y luchando contra los cruzados. 

Aragón tenía un conflicto larvado en el Languedoc en relación a la herejía albigense, y Pedro II, habiendo obtenido el vasallaje del conde de Toulouse, Raimundo VI, y de otros poderes de la zona, desplegó una política de pacificación concertando el matrimonio de su hijo, el futuro Jaime I, que en ese momento contaba cinco años, con la hija de Simón de Monfort, entregándole a éste, como garantía, la tutela del joven príncipe y único heredero del linaje, que permaneció en Carcasona. Asimismo negoció con Arnaud Amaury, ahora obispo de Narbona y también presente en la campaña de las Navas, la convocatoria de un sínodo para intentar la reconciliación.

Pero las buenas artes fracasaron y Pedro II se declaró protector de los señoríos occitanos y de Tolosa. Reunió finalmente un ejército con el que pasó los Pirineos y junto a los aliados occitanos puso cerco a la ciudad de Muret, donde acudió Simón de Montfort. 

La precipitación de Pedro II arrastraría gravísimas consecuencias. Partiendo de una situación ventajosa en cuanto a fuerzas y avituallamientos, sus huestes actuaron sin esperar la llegada de todos los contingentes, y en medio de la refriega resultaría muerto cuando fue aislado por los caballeros franceses en un combate en el que el rey ocupaba una posición de peligro en la segunda escuadra, en lugar, según era lo habitual, de situarse en la retaguardia. 

La muerte del rey trajo el desorden y la desbandada entre las fuerzas aragonesas y la consiguiente derrota y abandono de las pretensiones de la Corona de Aragón sobre los territorios ultra pirenaicos. 

Excomulgado Pedro II por el mismo el Papa que lo coronó, permaneció enterrado en los Hospitalarios de Toulouse, hasta que en 1217 el Papa Honorio III autorizó el traslado de sus restos al panteón real de Santa María de Sigena en Huesca, donde fue enterrado fuera del recinto sagrado. 

Y si Pedro II de Aragón moría en combate en 1213, Sancho I de Portugal había muerto en 1211 siendo sucedido por Alfonso II.

Por el apoyo que prestó a sus súbditos contra los excesos de los cruzados, fue excomulgado por el Papa Honorio III, mientras el fututo Jaime I permanecía como rehén en manos de Simón de Monfort, hasta que fue entregado a los templarios un año más tarde, en 1214, a instancias del papa Inocencio III.

Jaime I, contando seis años de edad, recibió la fidelidad del reino en las cortes de Monzón el 2 de Febrero de 1208, y hasta su mayoría de edad, el reino fue un hervidero de guerras privadas.

Una de las primeras dificultades que tuvo que afrontar el reino fue la amenaza del nuevo Papa Honorio III, sucesor de Inocencio y defensor de Simón de Monfort, pero quizá no era este el principal problema que acuciaba al reino, porque creció en la misma corte un enfrentamiento entre el regente don Sancho y el abad de Montearagón, tío del Jaime. 

Una época convulsa en la que finalmente el arzobispo de Tarragona, al frente de un consejo real creado en 1219, convino la boda de Jaime I con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII.

Ese año se celebraron Cortes en Daroca, y en las mismas prestaron homenaje al rey el conde de Urgell y el vizconde de Cabrera, pero con ello no quedó saldada la pugna de la nobleza con la monarquía. Bien al contrario el enfrentamiento se recrudeció durante los primeros años del reinado, que se vio obstaculizado además por la bancarrota, el enfrentamiento con los Montcada y los Cabrera, y la revuelta nobiliaria devenida como consecuencia del crimen de estado llevado a cabo sobre Pedro de Ahones en 1226.

En el otro extremo peninsular, en Portugal, los primeros años del reinado de Alfonso II estuvieron marcados por los violentos enfrentamientos internos con sus hermanos, que acabaron exiliándose a Castilla

Contrario a la tendencia belicista de los reyes precedentes. Alfonso II no protestó por las fronteras con León ni intentó la expansión hacia el sur, pero sí consolidó la estructura económica y social del país. El primer conjunto de leyes portuguesas es obra de este rey y conciernen principalmente a temas como la propiedad privada, el derecho civil y la acuñación de moneda; al propio tiempo se enviaron embajadas a diversos países europeos con el objetivo de establecer tratados comerciales.

Otras reformas de Alfonso II fueron la relación de la corona portuguesa con el Papa. Con el objetivo de obtener el reconocimiento de la independencia de Portugal, su abuelo, Alfonso Enríquez, fue obligado a legislar diversos privilegios para la iglesia, y andando el tiempo estas medidas se convirtieron en duras cargas para el país, que veía como la iglesia se desarrollaba como un estado dentro del estado. Una vez establecida firmemente la existencia de Portugal, Alfonso II intentó minar el poder clerical en el país y aplicar parte de las rentas en proyectos de utilidad nacional. Esta actitud provocó un conflicto diplomático entre el papado y Portugal. Tras haber sido excomulgado por el Papa Honorio III, Alfonso II prometió rectificar sus errores contra la iglesia pero murió en 1223 sin haber hecho ningún esfuerzo para cambiar su política.

Entretanto, en la campaña del año 1214 se produjo una ofensiva en el frente leonés y Alfonso IX se adueñó de Alcántara, aunque no pudo conquistar Mérida. 

Tendrá entonces lugar un gran esfuerzo por repoblar La Mancha, principalmente con castellanos, por parte de las órdenes militares de Calatrava, San Juan y Santiago, que recibieron grandes señoríos para poblar un territorio casi desierto. También se les cedieron enclaves estratégicos al sur del Tajo, como los de Zorita y Calatrava, el Campo de Montiel, Consuegra y el Campo de Criptana. A principios del siglo XIII, se repuebla también Sanabria y la zona de Alcañices (Zamora), en el Reino de León. 

También en 1214, un nuevo sitio de Baeza, que había caído nuevamente en manos sarracenas, acabó con el abandono de la campaña como consecuencia de la hambruna que hizo mella en los sitiadores, pero que estaba extendida por todo el reino de Castilla.

El 6 Octubre de este año moría Alfonso VIII, de fiebres. Leonor de Plantagenet, su esposa, fallecía el 31 del mismo mes y subía al trono su hijo Enrique, con once años cumplidos, y como consecuencia del anterior fallecimiento de seis hermanos mayores. Sería regente su hermana Berenguela, madre del futuro Fernando III, pero las intrigas de la casa de Lara la hicieron dimitir, y empezó un periodo de intrigas que acabó con la muerte accidental de Enrique el 6 de Junio de 1217.

Las intrigas palaciegas ponían en cuestión el reinado del futuro Fernando III, pero la decisión de Berenguela, que contaba con el apoyo del poderoso obispo de Burgos, Mauricio, gestionó el matrimonio del rey santo con la hija del emperador alemán, Beatriz de Suabia, que se llevaría a efecto en 1219.

En África los asuntos no iban mejor. Tras las Navas, Al Nasir, dedicado a la bebida, abdicó en su hijo Yusuf Abu Yaqub, menor de edad, quien cayó en los manejos de sus tíos y de sus funcionarios. Cuando fue mayor, apartó a unos y a otros, enviándolos de gobernadores a las provincias, pero no pudo desarrollar mucho su gobierno, ya que murió, empitonado por una vaca, el 6 de enero de 1224.

En estos momentos se estaba formando una nueva asonada, la de los benimerines (Banu Marín), nómadas del valle del Zab, 600 kilómetros al sur de Argel, y fanáticos sunnies, que ya habían participado en Alarcos y en las Navas. Durante 1216 y 1217, los benimerines se enfrentaron a los almohades en Fez, y ocuparon territorios que habían sido abandonados por los almohades, a quienes finalmente derrotaron en el Rif. No hubo más batallas. Tomarían Marrakech en 1268.

En 1217 los almohades sufrieron una nueva derrota en Alcázar do Sal, que los historiadores árabes igualan a la de las Navas.

En Castilla, Berenguela sucedía en el trono a Enrique I, pero renunció a favor de su hijo Fernando III, heredero del trono de León, que contaba 13 años. Entonces, la nobleza levantisca encabezada por la casa de Lara dio comienzo a un periodo de enfrentamientos que estaban auspiciados por Alfonso IX, molesto con Berenguela porque, anulado el matrimonio de entrambos, ella se había llevado a su hijo común. Al ver a éste coronado rey de Castilla, Alfonso lo apartó del trono de León. 

Se iniciaba un periodo en el que quedaría mostrada la decidida actuación de Berenguela, defendiendo los derechos de su hijo en medio de un mar de intrigas que no se limitaban a aspectos de habladurías o intrigas políticas.

Bien al contrario, los Lara en 1218 llevaron a cabo una importante conspiración que debía haber concluido con la invasión de Castilla por parte de Alfonso IX al objeto de destronar a su hijo Fernando III.

La muerte del conde de Lara, y la excelente actuación diplomática de Berenguela logró la firma del Pacto de Toro el 26 de agosto de 1218, con el que se ponía fin al enfrentamiento entre los reinos de Castilla y de León, tras lo cual Alfonso IX reinició la reconquista.

Pero no quedaban zanjados todos los problemas en la España reconquistadora. Portugal acabaría combatiendo contra Alfonso por haber atacado éste territorios que estimaba estaban en el proyecto de Reconquista portugués. Firmadas las paces en 1219, Alfonso seguiría sus ataques, que lo llevarían hasta Sevilla en 1221.

El buen curso de los asuntos militares de la retaguardia propició que el 20 de Julio de 1221 se colocase la primera piedra de la catedral de Burgos, que venía a suplir la construida con Alfonso VI y contaba con una extensión que doblaba la del antiguo templo, cuyas piedras acabarían formando parte de la nueva construcción, que se vería terminada en 1260, con el obispo Martín González. 

Por su parte, en 1219, Jaime I era reconocido señor de Montpelier, y en 1221 desposaría con Leonor de Castilla, tía de Fernando III, matrimonio que sería anulado por razón de parentesco, lo que en 1235 lo llevaría a contraer matrimonio con Violante (Yolanda) de Hungría.

El reinado del Conquistador no se vio exento de conflictos, ya que en 1224 sería hecho prisionero por la nobleza aragonesa, y en 1227 debió afrontar otro alzamiento nobiliario que, superado, dio paso a una estabilidad del reino que posibilitó la Reconquista.

A la muerte de Alfonso II de Portugal, en 1223, le sucedió Sancho II, hijo de Urraca de Castilla. Su prioridad fue la Reconquista de la parte sur de la Península. 

A la muerte del califa Abu Yaqub en 1223, los jeques pusieron en su lugar a Al Wahid, que no fue reconocido por el gobernador de Murcia. Éste inició una revuelta que hizo reconocer como emir a Mohamed Al Adal, tío de Abu Yaqub, tanto al gobernador de Sevilla como a los jeques de Marraquex, quienes, además de obtener la abdicación de Al Walid, lo asesinaron. Corría el año 1224, y el cambio no fue aceptado por el gobernador de Valencia ni por los gobernadores de África, y a ellos se unió el de Baeza, quién acabó proclamándose emir, y enfrentándose a Al Adal entregó a Fernando III las plazas de Baeza y Quesada. Al Adal huyó a África y allí fue asesinado en 1227 por orden de su hermano Al Mamun, que se entronizó como nuevo emir.

La reconquista tomaba fuerza, y al año siguiente, 1225, la taifa de Baeza entregó a Fernando III los castillos de Jaén, Andujar y Martos; en 1226 el rey de Baeza era asesinado por los almohades, y acto seguido era tomada la plaza por Fernando III, quién dejó la ciudad a cargo de Lope Díaz de Haro, que repobló la comarca con gentes del norte.

Por su parte, Aragón, además de las tareas de reconquista, llevaba a efecto la expansión marítima. Esta actividad, irremediablemente acompañada de la acción comercial, repercutió en la expansión del barrio marítimo de Barcelona y en la influencia de sus prohombres, que consiguieron de Jaime I importantes privilegios, como el de 1227 que aseguró a las naves barcelonesas la prioridad en el tránsito de mercaderías destinadas a Alejandría y a Ceuta, o las de retorno con preferencia a cualquier barco extranjero. Privilegios que fueron ampliando, especialmente como consecuencia de la conquista de Mallorca. 

En ese orden, y de cara a reforzar la acción comercial, fue creado el consulado del Mar, hito legislativo en el que se regulaba la seguridad de las naves, las relaciones laborales entre el patrón y los marineros, el mercado marítimo, y la creación del cónsul itinerante, que viajaría en las naves con autoridad delegada. El consulado del mar se estructuraría definitivamente en 1348, siendo que ya se habían extendido los mismos privilegios a Valencia y a Mallorca, que los recibieron respectivamente en 1283 y en 1326. La idea de extendió posteriormente también a otros puertos, e incluso Burgos adoptó la idea en 1494. 

En este orden de cosas, se creó la Taula de Canvis, que venía a sustituir la legislación romana y goda que regían este negocio.

Estos son algunos de los artículos de esta legislación bancaria, desarrollados pocos años después: 


- El 13 de febrero de 1300 se estableció que cualquier banquero que se declarara en bancarrota sería humillado por todo el pueblo, por un voceador público y forzado a vivir en una estricta dieta de pan y agua hasta que devolviese a sus acreedores la cantidad completa de sus depósitos. 


- El 16 de mayo de 1301 se decidió que los banqueros estarían obligados a obtener fianzas y garantías de terceras partes para poder operar, y a aquellos que no lo hicieran no se les permitiría extender un mantel sobre sus cuentas de trabajo. El propósito de ello era señalar a todo el mundo que estos banqueros no eran tan solventes como aquellos que usaban manteles, es decir, que estaban respaldados por fianzas. 


Cualquier banquero que rompiera esta regla (por ejemplo, que operase con un mantel, pero sin fianza) sería declarado culpable de fraude. Sin embargo, a pesar de todo, los banqueros pronto empezaron a engañar a sus clientes. 

Debido a esos engaños, el 14 de Agosto de 1321 se estableció que aquellos banqueros que no cumpliesen inmediatamente sus compromisos, se les declararía en bancarrota, y si no pagaban sus deudas en el plazo de un año, caerían en desgracia pública, lo que sería pregonado por voceros por toda el pueblo. Inmediatamente después, el banquero sería decapitado directamente enfrente de su mostrador, y sus propiedades vendidas localmente para pagar a sus acreedores. 

Existen evidencias documentales de que esto se cumplía. Por ejemplo, el banquero Francesc Castelló, fue decapitado directamente frente a su mostrador en 1360, en estricto cumplimiento de la ley.

Volviendo al momento que nos ocupa, en 1227, Cáceres fue tomada por Alfonso IX de León gracias a la decidida participación de la Orden de Calatrava. En 1229, Alfonso IX concedería a Cáceres sus fueros, tras lo cual continuó la reconquista del resto de Extremadura, ocupando primero Montánchez y después de cercarla, Mérida era recuperada en 1230, momento en que los musulmanes huyeron, con lo que posibilitaron la toma de Badajoz en abril de 1230, plaza a la que siguió Baldala, hoy conocida como Talavera la Real.

Después de esta gloriosa campaña, Alfonso IX se dirigió a Santiago de Compostela a visitar al Apóstol, pero enfermó gravemente y murió el 24 de septiembre de 1230 sin haber podido completar la peregrinación, siendo enterrado junto a su padre en la catedral de Santiago.

Por su parte, y en León, Alfonso IX llevó a término importantes campañas de repoblación. Concedió así fueros a Tuy, Lobera y Puentecaldelas y repobló Melide, Monforte de Lemos y Villanueva de Sarria en Galicia. En Asturias concedió fueros a Llanes después de repoblarla, y eximió del pago del portazgo desde Oviedo a León, además repobló Tineo. Por último, en León concedió fueros a Carracedelo y a Puebla de Sanabria y repobló Villalpando. También fundó La Coruña en 1208, a la que otorgó una Carta de Población basada en la que en 1167 había concedido su padre Fernando II a Benavente.

Abriendo un paréntesis en la historia, es de remarcar un hecho que posiblemente haya pasado desapercibido al lector, y es el siguiente: Hablamos de Fernando II de León… pero no de Fernando II Castilla; hablamos de Alfonso IX de León… Pero no de Alfonso IX de Castilla… Hablamos de Alfonso VIII de Castilla, pero no de Alfonso VIII de León… Y es que un pacto dinástico permitía que el ordinal utilizado fuese de aplicación en los dos reinos.

Cerramos el paréntesis y seguimos con el relato.

La base de la economía del Reino estaba en la agricultura y la ganadería, y conocedor de esto, Alfonso IX promulgó varias leyes en el principio de su reinado para favorecer la actividad vitivinícola y la maderera, así como las vacas y otros animales de labor, con el fin de impulsar las actividades existentes y diversificar en cierto modo la economía del Reino. Durante su reinado, en las zonas húmedas del Reino, como Asturias y Galicia, floreció la ganadería, mientras que en la zona del Duero el desarrollo económico se centró en la agricultura.

Mientras, en Al Ándalus esta época estuvo ocupada por las terceras taifas. Se constituyeron nueve taifas, originadas por la astucia de sus respectivos reyezuelos, que se impusieron oportunamente: 


• Taifa de Arjona, que se convertiría en el Reino de Granada.

• Taifa de Baeza, de 1224 a 1226, conquistada por Castilla.

• Taifa de Alcira, Denia y Játiva, de 1224 a 1227, reconquistada por los Almohades.

• Taifa de Lorca, de 1240 a 1265, conquistada por Castilla.

• Taifa de Menorca, de 1228 a 1287, conquistada por Aragón.

• Taifa de Murcia, de 1228 a 1266, conquistada por Castilla.

• Taifa de Niebla, de 1234 a 1262, conquistada por Castilla.

• Taifa de Orihuela, de 1239 a 1250, repartida entre la Taifa de Murcia y Castilla.

• Taifa de Valencia, de 1228 a 1238, conquistada por Aragón.


La más sólida fue la de Murcia, cuyo reyezuelo Ben Hud descendía de antiguos gobernadores de Zaragoza del siglo XI, y en menos de un año extendió su dominio 

Por Almería, Granada, Málaga, Jaén, Córdoba, Sevilla, Mérida, Algeciras Gibraltar y Ceuta. 

Y en su ascenso tuvo especial incidencia la sequía del año 1227, que propició una serie de sublevaciones en la zona fronteriza, especialmente en Murcia y en Valencia, situación que fue aprovechada por los abasíes, que capitaneados por Ben Hub, tomaron Murcia en 1228, procediendo a la expulsión de los almohades del poder en el reino, dando inicio a una campaña militar para la reunificación de Al-Ándalus. 

El ejército murciano de Ben Hud consiguió su propósito, temporalmente, mediante la conquista de las ciudades de Almería, Granada, Jaén y Málaga, y el Califato de Bagdad premió a Ben Hud con el nombramiento de gobernante de Al-Ándalus, y el reino de Murcia se constituyó en la Taifa islámica más importante de la primera mitad del siglo XIII. 

Evidentemente, la sequía jugó en esta ocasión en beneficio de España y en perjuicio, en primer lugar de las taifas más débiles; así, en ese 1228 los almorávides acababan con las Taifas de Alcira, Denia y Játiva, que habían existido desde 1224.

Pero finalmente la Taifa de Granada subsistió al empuje en principio victorioso de Ben Hud, como subsistió en Guadix, Baza, Jaén, Málaga y Almería, que reconocieron como sultán a Ben Nasir, que a su vez se proclamó vasallo de Córdoba.

El avance de España significaba movimiento en Al Ándalus. Ben Nasir se enfrentó en Marraquech con el sultán Al Mamun, de quién era sobrino, lo que ocasionó nuevos levantamientos, persecuciones y ejecuciones… y finalmente la huída de Ben Nasir en mayo de 1230. 

Pero la aventura de ben Nasir se alargaría siete años más, al frente de partidas que se enfrentaron a Al Mamun, que había sido reconocido por todas las provincias de Al Ándalus, por Tánger y por Ceuta, mientras Marraquex reconocía como emir a Yayha ben Nasir.

Al Mamun acabaría con la vida de su sobrino en 1237. 

Entre tanto, y ante los ataques de la piratería mallorquina, los mercaderes de Barcelona, Tarragona y Tortosa, ofrecieron sus navíos al rey D. Jaime para la conquista de Mallorca, que la acometió con caballeros del condado de Barcelona y una pequeña aportación de caballeros aragoneses, quienes se mostraban más interesados en la toma de Valencia.

Así, el 13 de Septiembre de 1229 se produjo la victoria de la batalla de Portopí, y la posterior represalia de los moros sobre cristianos indefensos en Palma. La represalia de las tropas españolas llevó a unos núcleos de resistencia en sierra Tramontana, que duraron hasta 1232, y al exilio o a la esclavitud a los moros supervivientes. Jaime I añadía a sus títulos el de rey de Mallorca. En Mallorca, sólo unos 50.000 moros consiguen quedarse inicialmente en régimen de capitulación. Se produjo una colonización masiva de la isla con catalanes –al menos la mitad de los repobladores (sobre todo del Ampurdán y del Rosellón)–, languedocianos (1/4 del total), italianos (más o menos el 13%) y grupos menores de aragoneses y navarros. 

La gloria no culminó con la toma de Menorca, si bien por el tratado de Capdepera, firmado en 1231, los menorquines aceptaron el vasallaje. El territorio balear, junto a los condados de Rosellón y Cerdaña, la ciudad de Montpellier y los señoríos de Omeladés y Carladés, sería entregado en herencia su segundo hijo, Jaime, y formarían el reino de Mallorca, iniciándose así un periodo de tensión interna que concluiría con su anexión a la Corona de Aragón en 1343, por parte de Pedro IV el Ceremonioso.

Con Jaime I en Baleares, el 24 de Septiembre de 1230 moría Alfonso IX de León, y le sucedía en el trono su hijo Fernando III, que tuvo que hacer valer sus derechos sucesorios ante sus hermanastras, con quienes firmó la “Concordia de Benavente”, que le dejaba expedita la corona. La artífice de este acuerdo fue, sin duda, Berenguela, la madre de Fernando III, que siempre actuó como protagonista cuando su hijo se encontraba en campaña.

Y aquí, como en otras ocasiones, se juntan las acciones de España a las acciones musulmanas. 

Líneas arriba hemos dejado en 1230 a Al Mamun combatiendo con su sobrino Ben Nasir. Al Mamun pidió ayuda a Fernando III, quién se la dio a cambio de diez plazas fuertes y de que construyese una iglesia en Marraquex donde los cristianos pudiesen ser llamados a toque de campana. 

Este fue el fin del poder almohade en España. Por su parte, Ben Hud era derrotado por las tropas españolas en 1230 en Jerez y en 1231 en Mérida, y los almohades habían sido expulsados de la península y controlados en las islas; así, en 1231 la taifa de Menorca quedaba convertida en reino mudéjar de Jaime I. 

La estrella de Ben Hub comenzó a apagarse; en 1228 Zayan ben Mandanish, descendiente del legendario rey Lobo, se proclamó emir de Valencia, lo que provocó un enfrentamiento con Ben Hub, momento que fue aprovechado por el rey Jaime I, que acabó tomando Valencia el 28 de Septiembre de 1238.

León había llegado en la Reconquista hasta más allá del Guadiana, y Castilla había iniciado la ocupación de Andalucía. Este mismo año 1230 subía Fernando III al trono del reino de León, unificando así los dos reinos, que ya no volverían a separarse.

Y al compás del crecimiento de España se producía el declive musulmán. Arjona se encontraba bajo el poder de Ben Hub, pero el 16 de Julio de 1232 Muhammad I de Granada, conocido como al-Ahmar se proclamaba emir en Arjona, y a su amparo, cuando en 1233 fue reconquistaba Úbeda, se le entregó Jaén, y luego Guadix y Baza, y posteriormente Sevilla, y todo en detrimento del poder de Ben Hub, que era abandonado sin que pudiese hacer gran cosa por retener las plazas bajo su órbita. Pero la situación de los caudillos musulmanes mostraba un equilibrio inestable, al punto que en esa situación de presunto crecimiento, Al-Ahmar acabó sometiéndose a Ben Hud, que por su parte reconocía a aquel el señorío de Arjona, Jaén y Porcuna. Un sometimiento que en 1238 acabaría cuando Al-Ahmar, con el apoyo de Guadix, Baza, Jaén, Málaga y Almería fue reconocido como emir en Granada con el título de Mohamed I. 

A la par del avance por el sur, en el norte se estaba librando otra guerra. Sancho VII de Navarra no tenía descendencia y temía el ataque de Castilla, por lo que buscaba alianzas cerca de Aragón; alianzas que acabaron conformándose en Tudela en 1231 cuando Jaime I y Sancho VII firmaron un tratado de prohijamiento por el que acordaban que aquel de los dos que sobreviviese al otro, ocuparía su reino sin obstáculos. Sin embargo, a la muerte de Sancho, acaecida por enfermedad el 7 de Abril de 1234, Jaime I no ejercitaría su derecho, subiendo al trono su sobrino Teobaldo de Champaña, hijo de su hermana Blanca, con lo que comenzó a reinar en Navarra la dinastía de Champaña.

Teobaldo se significó como legislador, estableció sus leyes por escrito, elaboró un Cartulario Magno con todas ellas e inició la compilación de las tradiciones jurídicas de la monarquía navarra conocida como "Fuero General", y en el desarrollo de esas leyes implantó cuatro grandes distritos territoriales que serían gobernados por merinos a quienes dotó de funciones fiscales y de orden público. 

La cruzada contra la herejía albigense había finalizado en 1229. Tres años más tarde, en 1232, la Inquisición en Francia seguía aplicando drásticos métodos en la persecución de la misma, por lo que un importante número de cátaros se había refugiado en Aragón, muchos de ellos en Barcelona, y en su persecución, el papa Gregorio IX introdujo la Inquisición, que ya venía funcionando en Languedoc. 

El asunto de los cátaros fue un problema que ocupó a Pedro II y a su hijo, Jaime I, pero un problema que no impidió a la Corona de Aragón su marcha imparable en la Reconquista. En 1231, Jaime I se reunió con el noble Blasco de Alagón y el maestre de la Orden Militar del Hospital en Alcañiz para fijar un plan de conquista de las tierras valencianas. Lo primero que se tomó fueron dos enclaves montañosos: Morella, en 1232, aprovechando Blasco la debilidad de su gobierno musulmán, y Ares. En 1233 sigue Burriana y Peñíscola. En 1234 es tomado Castellón.

En esas fechas, 1234, se constituyó la taifa de Niebla, al mando de Mohamed ben Mahfuz, emir del Algarbe, que ocupaba las actuales Huelva, Serpa, Moura, el Algarbe, Faro, Tavira y Loulé, y alargaría su existencia durante veintiocho años, hasta que desapareció en 1262, conquistada por Alfonso X.

Por su parte, tras la toma de Castellón, Jaime I de Aragón completó en 1235 la toma de las Baleares con la conquista de Ibiza y Formentera, y prestó su alianza con los otros reinos hispánicos posibilitando la toma de Córdoba por parte de Fernando III el Santo, posición que serviría de atalaya para la toma de Sevilla en 1248. Por otra parte, los condados de Urgell y Ampurias eran comprados por el rey Jaime I de Aragón, a sus titulares Pedro de Portugal conde de Urgell, y al de Ampurias entre los años 1230 a 1235.

Pero ¿qué hacían los más decididos? En este maremagno de actuaciones también tenía cabida la hazaña individual… o la de un número reducido de personas, como es el caso de la toma de Córdoba, que fue un hecho de audacia llevado a cabo por un puñado de soldados en 1236 cuando, por su cuenta, una negra noche de enero lograron colarse en el arrabal de la Axarquía, matar a la guardia, y controlar los puestos de vigilancia. Acto seguido mandaron pedir ayuda al rey, que se encontraba en Benavente (distante 601 km por vías rápidas el año 2012, y en enero de 1236, plagado de heladas, aguaceros, ríos…)

El rey partió de inmediato con cien caballeros que vieron cómo se les unían las órdenes militares, y juntos llegaban a Córdoba el siete de febrero, donde le fueron entregadas las llaves mientras los musulmanes abandonaron la ciudad. Acto seguido, las campanas de Santiago que Almanzor hizo llevar a hombros de españoles hasta Córdoba, donde cumplían la función de lámparas, fueron transportadas a hombros de musulmanes hasta Santiago, para ser reubicadas en su lugar.

Hay que reconocer que la reconquista de Córdoba fue un acontecimiento en que quedaba manifiesta la audacia de un reducido grupo de soldados; un grupo muy reducido de amigos que en una noche de juerga apostaron por algo imposible: tomar Córdoba ellos solos… Y consiguieron su alocado objetivo porque Ben Hud, cuyas fuerzas eran muy superiores, no ya al grupito de soldados que tomó Córdoba, sino al ejército de Fernando III, se desplazó a Valencia, que estaba sufriendo el ataque de Jaime I de Aragón.

Córdoba no cayó hasta que llegó Fernando III, pero las fuerzas de Córdoba no pudieron neutralizar la alocada acción de los castellanos, que por otra parte veían cómo a diario se incrementaban las fuerzas españolas frente a Córdoba, mientras su población, 


veyendo commo la gente del rey don Fernando creçíe cada día et su fecho yua adelante, mouierónle pleytesía… et en la fiesta de los apóstoles sant Pedro et sant Pablo, la çipdad de Córdoua, a la que la estoria llama patriçia de los otras çipdades… fue dada al rey don Fernando.


La expedición a Valencia sería el último viaje de Ben Hud (o Ben Hub), que sería asesinado en Almería por los participantes en el levantamiento de Al-Ahmar Ben Nasr (Mohamed I) cuando iba a embarcar contra Jaime I. Este levantamiento provocó el nacimiento del reino de Granada y el declive imparable del reino musulmán de Murcia que, aislado del resto de Al Ándalus, conoció distintos gobiernos hasta que fue conquistada en 1266, tras 23 años de rendimiento de parias.

Pero la repoblación de Córdoba, y contra los deseos de la Corona, fue lenta dada la ya exigua afluencia de inmigrantes, el 60% de los cuales procedía del reino de Castilla; el 30% del reino de León y el otro 10% del resto de reinos españoles. 

La reconquista de Córdoba comportó el vasallaje de Al-Ahmar.

A partir de 1236, Sancho II de Portugal conquistó diversas ciudades en el Algarbe y en Alentejo, asegurando la posición portuguesa en la zona, pero los conflictos con la nobleza y con el clero ocasionaron su excomunión, lo que en 1246 comportaría una guerra con su hermano Alfonso.

Así mismo, entre 1237 y 1238 se realiza el avance hacia Sevilla: los leoneses ocupan Santaella, Hornachuelos (Córdoba), Mirabel (Cáceres) y Zafra (Badajoz), y los castellanos Aguilar, Cabra (Córdoba), Osuna, Cazalla de la Sierra y Morón (Sevilla). También los portugueses progresan hacia el sur, y pasan a su dominio Ayamonte, Mértola, Tavira y Cancela.

En 1238 Muhammad I, Alhamar Ben Nasr tomó Granada, conformando así lo que sería su reino, que comprendía parte de las provincias actuales de Córdoba, Sevilla, Jaén y Cádiz, y la totalidad de Almería, Málaga y Granada, pero fue reduciéndose hasta que en el siglo XV abarcaba aproximadamente las provincias actuales de Granada, Almería y Málaga. Este mismo año atacaría Martos, que estaba en poder de Alvar Pérez de Castro.

Granada se convertiría de inmediato en la capital, y en un centro comercial y cultural de primer orden que llegó a contar con unos 165.000 habitantes y del que se conservan importantísimos edificios como la Alhambra y el Generalife, que, aprovechando construcciones anteriores, fueron comenzados a construir en 1240. En el Albaicín vivían los artesanos y el resto de la población, que se vio incrementada como consecuencia de las conquistas españolas, ocupó la parte llana hacia el sur.

La monarquía se mantuvo gracias a las concesiones a los castellanos, a la necesidad de éstos de consolidar sus conquistas y a los pactos con los benimerines del Magreb. Tampoco es de desdeñar las purgas llevadas a efecto en la administración, que llevaron a la muerte a un significativo número de personas, algunas de las cuales, como el cadí de Almería, habían facilitado el ascenso de Alhamar.

Navarra hacía tiempo que había quedado encajonada, sin frontera con el Islam, por lo que, falta de campañas propias que desarrollar en España, se embarcó en una expedición a Tierra Santa. En 1238 Teobaldo dirigió un ejército cruzado que, a pesar de ser derrotado, pudo obtener para los cristianos Jerusalén, Belén y Ascalón gracias a que supo aprovechar las rencillas existentes entre musulmanes. Regresó de la cruzada a finales de 1240, pasando gran parte de su reinado viajando continuamente de Navarra a Champaña. Murió en 1253.

En su obra de reconquista, Jaime I había fundado Castellón en 1234 y en 1235 completó la reconquista de las Baleares. Quedaba pendiente Valencia, que caería como fruta madura el 9 de octubre de 1238.

La Corona de Aragón conquistaba grandes extensiones de tierra pobladas por musulmanes que eran integrados dentro de sus estructuras, en las que seguían manteniendo sus propiedades, mientras para estas fechas, el poderío musulmán representaba la cuarta parte de lo que era treinta años atrás, y Al-Ahmar (Mohamed I), como ya hemos dejado señalado, constituía el que sería el último baluarte de los invasores: el reino nazarí de Granada, que contaba con una población que rondaba las 165.000 personas divididas administrativamente en las denominadas tahas, que vivían un clima de tensión social y política, mientras las fuerzas de España avanzaban en el territorio colindante, que era repoblado con poblaciones procedentes del norte peninsular cuya seguridad estaba encomendada, bien al rey, como es el caso de las ciudades y aldeas, (tal es el caso de Cáceres, Trujillo o Badajoz), bien a las órdenes militares que, como la de Santiago, Alcántara o el Templo, controlaban grandes extensiones conocidas como “maestrazgos”.

Jaime I, Conde de Barcelona y Rey de Aragón desde 1213 y de Mallorca desde 1229, fue también rey de Valencia en 1239, contraviniendo los deseos de la nobleza aragonesa, que al ser titulado reino las tierras reconquistadas, veía de ese modo cortada la prolongación de sus señoríos.

No era casual la actuación de Jaime I. Todos los reinos hispánicos tuvieron que controlar la acción de la nobleza en uno o en otro momento, y siempre, la nobleza, cuando no estaba dedicada a tareas de Reconquista era fuente de conflictos, y en el reinado de Jaime I aún en época de reconquista. Así, el condado de Urgel se veía envuelto en guerra civil cuando Álvaro I de Urgel iba a casarse. Los enfrentamientos continuaron durante el reinado de su hijo Armengol X, hasta que fue vencido por Pedro III, a quién cedió el condado a cambio de 100.000 sueldos y de que su hija Teresa de Entenza casase con el infante Alfonso.

El 30 de Diciembre de 1242 era tomada Alcira, hito de gran importancia dada la situación geoestratégica de la población, que contaba con el único puente sobre el Júcar. Su control posibilitó la total reconquista de Valencia. 

No fueron sólo los conflictos existentes con los nobles. También Violante (o Yolanda), esposa de Jaime I, pretendía matrimonios ilustres para sus hijos, lo que llegó a ocasionar una crisis que amenazaba con romper en reino. Pretendía que sus hijos fuesen reyes y condes independientes en perjuicio del heredero, Alfonso, fruto del primer matrimonio con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII.

Estos conflictos tuvieron reflejo en el testamento que Jaime I otorgó en 1247. En el mismo legaba a Alfonso el reino de Aragón; para Pedro, fruto de su unión con Violante de Hungría, quedaba el condado de Barcelona, el reino de Mallorca y el condado de Ribagorza; y a Jaime y Fernando, hermanos de éste, respectivamente les correspondían el reino de Valencia y el condado de Rosellón. El descontento de Alfonso provocó una revuelta nobiliaria, solventada por las cortes de Alcañiz de 1250, en las que se estableció que a Alfonso le corresponderán Aragón y Valencia; a Pedro, Cataluña y a Jaime el reino de Mallorca y el señorío de Montpellier, pero el conflicto quedaría resuelto en 1260 con la muerte de Alfonso.

Un nuevo testamento firmado en 1261 dispondría que los condados del Rosellón y la Cerdaña formarían parte del reino de Mallorca, que correspondería a su hijo Jaime, mientras Aragón, Cataluña y Valencia serían para Pedro III de Aragón. 

Los conflictos de los nobles no se circunscriben ni a esta época ni a Aragón. También Fernando III tuvo enfrentamientos con Diego López de Haro, señor de Vizcaya, en 1242, y como hemos visto, la conflictividad nobiliaria alcanzó grados de delirio en el reinado de Alfonso VIII de Castilla…

Fernando III de Castilla y León vería paralizada su labor de Reconquista ante una embajada de la taifa murciana que se presentó para rendir vasallaje. El 2 de abril de 1243 firmaron el “Pacto de Alcaraz”, por el que los moros entregaban el alcázar de Murcia y todo el señorío menos las plazas de Lorca, Cartagena y Mula.

Pero por otra parte, Al-Hamar tomaba Andujar y Martos, lo que ocasionó una expedición de castigo en 1243, en la cual Fernando III tomó la importante plaza de Arjona y atacó Granada , embestida que se vio obligado a abandonar para acudir en defensa de Martos, que estaba siendo atacada por los moros.

Por su parte, Aragón continúa con la reconquista en una nueva etapa, que abarca desde 1243 a 1245, llegándose a los límites estipulados en el tratado de Almizra (Actual Campo de Mirra, entre Beneixana y Biar, Alicante) firmado en 1244 entre Jaime I y el infante Alfonso (futuro Alfonso X de Castilla) para delimitar las áreas de expansión sobre territorio musulmán entre Castilla y la Corona de Aragón. 

Las tierras al sur de la línea Biar-Villajoyosa quedaron reservadas para Castilla, si bien las sentencias arbitrales de Torrellas y de Elche, respectivamente de los años 1304 y 1305, ya en el reinado de Jaime II de Aragón, modificaron el acuerdo conforme a los límites existentes entre las provincias de Alicante y Murcia. En el ámbito jurídico, Jaime I actualizó las tradiciones forales, cuya expresión completa puede ser encontrada en el Fuero de Jaca, por los Fueros de Aragón, que fueron estructurados por el obispo de Jaca, Vidal de Cañellas, y cuyo texto acabaría siendo promulgado en las Cortes de Huesca de 1247, mientras en el Condado de Barcelona, la protección de la monarquía permitió el triunfo de los Usatges de Barcelona y su difusión a los otros condados a mediados del siglo XIII.

También en 1240 Jaime I había otorgado a Valencia una ordenación político-administrativa conocida como la Costum; una legislación de carácter municipal que sería revisada en 1251, y que veinte años después se complementaría con los Foris et consuetudines Valentiae, que se proclamaron contra el parecer de la nobleza aragonesa. Es de destacar en Jaime I el impulso dado al comercio y a la política africana, la redacción del Llibre del Consolat de mar, primer código de costumbres marítimas; su protección a los judíos; la creación de monedas propias en Valencia y Mallorca; su apuesta por la juridicidad, dando apoyo a figuras como Raimundo de Peñafort o Vidal de Cañellas, y la potenciación de las cortes o el progreso de las letras, significándose en todos los aspectos señalados, incluso en el literario, donde destaca como responsable de el Llibre dels Feits, primera gran crónica aragonesa medieval.

Entretanto, la hambruna se había cebado sobre la población de Jaén en 1245. Mientras, las huestes del rey santo que estaban nuevamente al asalto asolaron el territorio entre Jaén y Granada sin que los moros osasen hacer frente. Finalmente cercó Jaén. Era la tercera vez que lo intentaban los ejércitos españoles en veinte años (1225 y 1230 fueron las ocasiones anteriores), y ésta sería la definitiva. Cesó la lucha en 1246. 

Fernando III y Mohamed I firmaron un tratado de paz en Jaén que es tenido como el acta de nacimiento del emirato nazarí de Granada, por el cual Jaén y con él todo el valle del Guadalquivir, cayó en manos españolas, y con ello, la sumisión del naciente reino nazarí que comportaba, además del pago de parias que se concretaban en 150.000 maravedíes anuales, el vasallaje del reino y el compromiso de ayudar militarmente a Fernando III cuando fuesen requeridos. El pacto se firmó por veinte años, y las órdenes de Calatrava y de Santiago responderían de su cumplimiento.

El vasallaje lo mostraría Mohamed I en noviembre de 1246 cuando se produjo la toma de Alcalá de Guadaira y de Carmona, ambas de la taifa de Niebla.

¿Por qué accedió Fernando III a la creación del reino de Granada en lugar de continuar una Reconquista que se mostraba abierta al triunfo? Por la falta de población dispuesta a ocupar los territorios, sin duda, que ya se había manifestado en la reconquista de Córdoba, y es que ya habían pasado los tiempos de superpoblación en el reino de Asturias, donde debían ser cultivadas hasta las cumbres de las montañas. Ahora la extensión de terreno liberado facilitaba la molicie de los menos decididos. Eso explica que el rey santo optase por la creación de un reino feudatario que prolongaría la presencia musulmana dos siglos y medio.

Y cuando Fernando III daba por concluida la campaña por Granada en 1246, Alfonso de Portugal comenzaba la guerra contra su hermano Sancho II, que acabó huyendo hacía el exilio en Toledo, ciudad en la que murió el cuatro de Enero de 1248, momento en el que fue coronado Alfonso III, que abordaría aspectos jurídicos del reino, siendo que en 1254 convocó las primeras cortes del reino de Portugal, constituidas por la nobleza, la clase media y los representantes de todos los municipios, y que dieron lugar a una legislación beneficiosa para la población más desfavorecida.

Recordado como un gran administrador, Alfonso III fundó diversas ciudades y reorganizó la administración pública. También continuó la Reconquista, que culminaría en 1249 con la conquista de Faro, lo que ocasionó conflictos con Castilla, zanjados en el tratado de Badajoz de 1267.

En 1248 era reconquistado el valle del Guadalquivir por Fernando III el Santo; Lora, Gerena, Alcalá del Río, y Sevilla, que se había convertido en la primera ciudad de Al Ándalus, y contaba con una población de medio millón de personas, revertían en la órbita del rey santo con el apoyo de Mohamed I de Granada.

La toma de Sevilla se realizó por tierra y por mar, con la fuerza naval del Cantábrico. Se inició en Agosto de 1247, ocasionando dramática escasez de víveres, lo cual llegó a extremo en enero de 1248. Finalmente, el 23 de noviembre, capituló la ciudad, que fue abandonada por sus moradores y fue repoblada por población gallega, castellana y leonesa. 

Fernando III saldría muy enfermo de la toma, pero no moriría inmediatamente, sino casi cuatro años después, el día 30 de Mayo de 1252. 

Su tumba llevaría inscripciones en castellano, árabe, latín y hebreo, que rezaban: 


AQUI YACE EL MUY ONRADO HERNANDO SEÑOR DE CASTIELLA, E DE TOLEDO, E DE LEON, E DE GALICIA, DE SEVILLA, DE CORDOVA, DE MURCIA, DE JAHEN, EL QUE CONQUISSO TODA ESPAÑA, EL MAS LEAL, EL MAS VERDADERO, EL MAS FRANCO, EL MAS ESFORZADO, EL MAS APUESTO, EL MAS GRANADO, EL MAS SOFRIDO, EL MAS HOMILDOSO, EL QUE MAS TEMIE A DIOS, EL QUE MAS LE FAZIE SERVICIO, EL QUE QUEBRANTO E DESTRUYO A TODOS SUS ENEMIGOS, EL QUE ALZO E ONRO TODOS SUS AMIGOS, E CONQUISSO LA CIUDAD DE SEVILLA, QUE ES CABEZA DE TODA ESPANYA, E PASSO EN EL POSTRIMERO DIA DE MAYO, EN LA ERA DE MIL E CC E NOVENTA


Su fama de santidad haría que fuese canonizado en 1671 por parte del Papa Clemente X, siendo el segundo rey español, considerando a San Hermenegildo como tal, que ha sido elevado a la santidad.

Pero es que, a nivel administrativo también destacó con luz propia. Trató de unificar y centralizar la administración de los reinos castellano y leonés; promovió la traducción del Fuero juzgo e impuso el castellano como idioma oficial de sus reinos en sustitución del latín;… Repartió las nuevas tierras conquistadas entre las órdenes militares, la Iglesia y los nobles, lo que dio lugar a la formación de grandes latifundios. Aspectos que pudieron ser más o menos afortunados, pero que en cualquier caso significaron un paso valiente en aras de una organización de los reinos.

En el ámbito cultural y religioso, mandó levantar las catedrales de Burgos y de León. Se esmeró por que en su Corte se le diera importancia a la música y al buen hablar literario. Algo que resulta relevante en este aspecto es que en el reino de Granada se imitaban las costumbres españolas; así, cuenta Ben Al Jatib 


Los sultanes y las tropas suelen adoptar los trajes de los cristianos sus vecinos: sus armas son iguales, y lo mismo sus capas, tanto las de escarlata como las otras. Asimismo son idénticas sus banderas, sus sillas de montar y su manera de hacer la guerra con escudos y lanzas largas para alancear. No conocen las mazas ni los arcos de los árabes; antes, emplean los arcos cristianos para los asedios de las ciudades, y los infantes los utilizan en los lances de guerra.


El 1 de Junio de 1252, día del entierro del rey santo, era elevado al trono el rey sabio, Alfonso X. El nuevo rey renovó los pactos con Mohamed I, si bien las relaciones no serían tan extraordinarias como con Fernando III, en parte motivado por las dificultades económicas que a partir de ese momento sufriría el reino de Castilla (no así el reino de León, que contaba con moneda distinta), y que debía ser cubierto por las parias pagadas por Granada, que ahora serían el doble de las pagadas en tiempo de Fernando III, y que se concretaban en 250.0000 maravedíes anuales. También debía asistir a la prevista conquista de Ceuta, para la que Castilla y León preparaban una flota especial.

En el asunto de Ceuta no llegaron a un acuerdo, por lo que Mohamed I preparó por su cuenta el asalto, que acabaría en una estruendosa derrota, y reportaría malas consecuencias en su trato con Castilla-León.

En 1253 moría Teobaldo de Navarra, y bajo la tutela de Jaime I le sucedía Teobaldo II, que en su reinado hizo el primer censo, que dio una población de 150.000 almas. 

Jaime I había alcanzado un gran prestigio bajo el que tuvo lugar en 1258 el tratado de Corbeil, por el que los ocho condados feudales de lo que hoy es Cataluña, entidad que no tiene ninguna referencia en el mentado tratado, dejaban de pagar vasallaje a los reyes francos; a partir de ahora lo harían al reino de Aragón. 

El Tratado se inicia con estas palabras: 


Es universalmente conocido que existen desavenencias entre el señor rey de Francia y el señor rey de Aragón, de las Mallorcas, y de Valencia, conde de Barcelona y Urgel, señor de Montpellier; por lo que el señor rey de Francia dice que los condados de Barcelona, Besalú, Urgel, etc. son feudos suyos.


Los condados pagarían vasallaje al reino de Aragón…La única excepción fue el Condado de Barcelona que, por el matrimonio del conde Ramón Berenguer IV en 1137 con Dª Petronila de Aragón, quedó incorporado a la Corona de Aragón pero sin variar su condición de condado. Los 7 restantes condados (Besalú, Vallespir, Peralada, Ausona, Ampurias, Urgel y Cerdanya) mantuvieron su independencia hasta 1521, cuando el Rey de España Carlos I nombró Virrey de Cataluña al Arzobispo de Tarragona, Pedro Folch de Cardona.

Y el Reino de Aragón estaba integrado por los territorios que hoy lo forman, más todo lo que es la actual provincia de Lérida, así como una franja hasta el mar que incluía Tortosa como ciudad importante del reino junto a Jaca, Huesca, Lérida, Zaragoza, y Teruel. 

Tras el Tratado, Jaime comenzó su labor legislativa; así el 1 de agosto de 1258 acercó políticamente los condados ya oficialmente feudatarios suyos al tiempo que eran divididos en veguerías los condados del Rosellón y Cerdaña, siendo que la veguería del Rosellón, con capital en Perpiñán se unió a la de Vallespir con el territorio de Illa que, hasta 1309 había formado parte de la del Conflent, y la veguería de Conflent, con la capital en Vilafranca de Conflent, correspondía, aproximadamente, al actual Conflent; la veguería de Cerdaña tenía su capital en Puigcerdà, y el Valle de Ribes de Freser tenía su centro administrativo en la población del mismo nombre.

Pero la marcha ascendente del reinado de Jaime I se vería truncada inmediatamente después del Tratado de Corbeill, cuando se agudizaron los conflictos sociales, que tuvieron especial significación en 1259 con la revuelta de la nobleza catalana, encabezada por el vizconde Ramón de Cardona y por Fernando Sánchez de Castro, bastardo de Jaime I.

Lejos de controlar la situación, en los años setenta se llegaría a una auténtica guerra civil, cuando el infante Pedro y su hermanastro Fernando Sánchez de Castro, se enfrentaron abiertamente a su padre.

La nobleza levantisca era así un problema común a Aragón y a Castilla. Un problema que acabaría siendo controlado con la mano dura de los Reyes Católicos y de Carlos I… Pero todavía faltaban dos siglos para que la cirugía necesaria tomase cuerpo; mientras tanto, los nobles se amparaban en unos fueros que les permitían dejar el servicio a la monarquía y prestárselo abiertamente a sus enemigos.

Aún con ese ambiente, Jerez y la comarca del Guadalete caía en 1261 bajo la órbita de Alfonso, y con apoyo nazarí al año siguiente, Niebla se convertía en taifa vasalla de Castilla. Pero al año siguiente, Mohamed I propició la revuelta de los mudéjares. Estaba preparándose para una acción militar contra Alfonso X; acción que daría comienzo cuando finalizase la tregua firmada por veinte años con Fernando III en 1246.

A tres años vista de ese vencimiento, Mohamed I pidió ayuda a los benimerines, que al mando de Abdala ben Idris desembarcaron en Tarifa tres mil jinetes el año 1263.

Los mudéjares se rebelaron en Jerez; se rebelaron en Murcia, y en la revuelta iniciaron la creación de un corredor que les permitiese unir ambos focos. Por su parte, ben Idris apostado en Málaga, apoyaba el estallido, mientras en Murcia, el hijo de Ben Hud tomó el control de la situación y encabezó la revuelta, llegando a reconocer la autoridad de Mohamed I.

La falta de previsión por parte de Alfonso X posibilitó que los rebeldes llevasen a cabo importantes acciones militares en Osuna, Baena, Baeza, Úbeda, Quesada y Jerez, plaza esta última donde llegaron a tomar el alcázar.

La ocasión representó un momento de verdadero peligro, siendo que las noticias musulmanas dicen que volvieron al poder musulmán treinta y dos localidades, y que Alfonso X desenterró el cuerpo de su padre de su sepultura en Sevilla y lo llevó a Toledo. También en el Llibre del Fets se señala que se perdieron trescientos lugares, entre ciudades, villas grandes y castillos. Y las matanzas, según relatan las fuentes árabes, fueron descomunales.

Las noticias castellanas dicen lo siguiente: 


Los que habían fincado en el reyno de Murcia alzáronse contra el rey don Alfonso e cobraron algunos de los castillos que tenían los cristianos. E otrosí los moros que avían fincado en Xerez e en Arcos, e en Lebrija e en Utrera, alzáronse contra el rey don Alfonso, e el rey de Granada comenzó a facer la guerra mucho afincada… E eso mesmo hicieron los moros de cada uno de los otros lugares a los alcaldes que estaban por el rey don Alfonso en los castillos, señaladamente en el regno de Murcia.


Castilla-León se repuso y reinició la reconquista de lo perdido. El 9 de Octubre de 1264, tras cinco meses de sitio, se recuperaba Jerez, y tras ella fueron cayendo Vejer, Medina Sidonia, Rota, Sanlúcar, Arcos,.. 

Violante, esposa de Fernando, había pedido ayuda a su padre, Jaime I, que envió un ejército al mando del futuro Pedro III el Grande, que venció a Ben Hud y dejó 10.000 aragoneses para repoblar.

Además, la sedición en el bando moro estaba sembrada; los benimerines exigían la posesión de las plazas tomadas, el mando exclusivo de las tropas así como remuneraciones en dinero, lo que propició el incomodo de las tropas andalusíes, asunto que unido a los problemas sucesorios ponía palos en las ruedas de los intereses musulmanes. 

La situación llegó a un punto que en 1265 Alfonso X dice en su Crónica: 


Vinieron mandaderos de los arrayanes de Málaga e Guadix, que eran en el reyno de Granada muy poderosos, e dijeron al Rey que fuese la su merced de ayudar e amparar aquellos arrayanes, e que ellos avían villas e castillos e muchos caballeros con que farían servicio al rey don Alfonso contra el rey de Granada.


Con estos repuestos inesperados, sitiaron Granada y Mohamed I se vio obligado a solicitar tregua, mientras en Murcia seguía ardiendo la rebelión, que no cesaría hasta 1266, cuando Jaime I de Aragón, que tomó de los castillos que la defendían, posibilitó la entrada de Alfonso X el día 1 de Febrero de 1266.

Pero con la toma de Murcia no terminaban los problemas para Alfonso X, que veía cómo los nobles, molestos por la legislación que les privaba de sus privilegios, se aliaban con Mohamed I. Felipe, hermano del rey, y Nuño González de Lara eran los cabecillas de la rebelión, a la que se sumaron los nobles de las casas de Lara, Castro, Haro y Camero, que a finales de 1272 recibieron el apoyo de Mohamed I, que no fue dilatado en el tiempo ya que moría el 21 de Enero de 1273.

Esta circunstancia favoreció a Alfonso X, pues los conflictos no eran exclusivos de los reinos cristianos, y Mohamed II, heredero del reino nazarí, tenía sus propios conflictos, de los que fue defendido por los renegados españoles mientras él negociaba con Alfonso X su apoyo a aquellos, y su vasallaje a Castilla. 

Málaga, Comares, Guadix y Ronda acabaron pidiendo ayuda a Castilla en estas fechas… y acabó el levantamiento, que en conjunto había durado tres años. 

Y en mitad del fragor de la lucha contra la nueva intentona africana, en 1265 vio la luz el Código de las Siete Partidas, que abarcan todo el saber jurídico de la época, tratando aspectos de derecho constitucional, mercantil y procesal, en sus versiones civil y penal, y en Aragón, el suegro de de Alfonso X, el rey Jaime I, creaba ese mismo año el Consejo de Ciento para la ciudad de Barcelona, con lo que la liberaba de sujeción feudal y sustituía los “usatges”, código feudal dado por Ramón Berenguer I y la dotaba de derechos civiles.

El Fuero Juzgo consta de unas 500 leyes, divididas en doce libros y cada uno de ellos subdividido en varios títulos. Destacan, entre otras disposiciones, los supuestos en que se autorizaba el divorcio, el deber cívico de acudir "a la hueste", los diferentes tipos de contratos y el procedimiento en los juicios.

En estos años, los reinos hispánicos venían conociendo un recrudecimiento de los conflictos con el pueblo judío, si bien las políticas de asimilación habían tenido un moderado éxito, que en Aragón era afrontado con un incremento del proselitismo, aspecto que en Castilla y León se completaba con una legislación que prohibía a los judíos yacer con cristianas y tener siervos bautizados. 

El malestar social en torno a los judíos era manifiesto en la séptima década del siglo XIII. La voz popular acusaba a los judíos de crímenes y profanaciones inauditas. «Oyemos decir, escribe el legislador, que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el dia de Viernes Sancto remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesu Christo, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, e faciendo imágenes de cera, et crucificándolas, quando los niños non pueden aver.» Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, y el mismo D. Alonso, en las Cantigas, habían consignado una tradición toledana muy semejante. 

Una sublevación de los mudéjares valencianos en 1275 marcaría el final de Jaime I. El Conquistador, que en el momento contaba 71 años de edad, sufriría una derrota en junio de 1276, falleciendo el 27 de Julio siguiente, tras sesenta y tres de reinado. Enterrado en el monasterio de Poblet, dejó un reino que abarcaba un territorio que triplicaba el que había recibido, si bien lo dejaba con latentes confrontaciones armadas y con una población musulmana en el Reino de Valencia que alcanzaba las 200.000 almas y que triplicaba el número de cristianos. 

Los enfrentamientos en la corona de Aragón se materializaron ya en 1273 cuando el rey Jaime hubo de sufrir la rebelión de buena parte de la nobleza feudataria de los condados que acabó siendo apoyada por Ferrán Sánchez, bastardo de Jaime I que había entrado en alianza con Carlos de Anjou y aspiraba a relegar a su hermano Pedro, el futuro Pedro III.

El conflicto acabaría desembocando en un enfrentamiento frontal tras morir el Conquistador, cuando al subir al trono Pedro III los nobles consiguieron en 1283 el Privilegio General, que ampliarían en 1287 cuando Alfonso III acabó concediéndoles el Privilegio de la Unión.

Los conflictos no se circunscribían al reino de Aragón; así, en Navarra, Enrique I prestaba homenaje feudal a Felipe III “el atrevido” de Francia en 1279, relación que reforzaría en 1274 cuando su hija Juana I, que contaba 18 meses de edad, fue casada con Felipe IV “el hermoso” de Francia, quedando ligado el reino a los destinos de los ultramontanos, que acentuaron el anti judaísmo.

Por otra parte, en cuanto a movimientos sociales, es de destacar que la Reconquista de Andalucía, excepto Granada, provocó migración hacía las tierras recién conquistadas, que aunque sensiblemente inferior a las repoblaciones anteriores, provocó una crisis en el campo castellano que comportó una bajada de producción y una subida de precios, mientras que otro tanto sucedía en el reino de Aragón con la repoblación de Valencia. 

Al propio tiempo, la ganadería conoció un gran desarrollo gracias a la demanda de lana para la confección. En 1273 todos los ganaderos de León y Castilla se unificaron y constituyeron una sola junta de la mesta llamada el Concejo de las Mestas al que Alfonso X concedió una serie de privilegios.

El comercio de la lana se convertía, tras el cereal, en la principal actividad económica de Castilla, y ello conformó un sistema, conocido como la Mesta, en el que se conjuntaba la participación de la nobleza y de las órdenes militares, grandes poseedores de terrenos aptos para el desarrollo de la actividad ganadera, que conformó un gigantesco movimiento de ganado lanar que recorría la Península de norte a sur y de sur a norte; era la trashumancia, actividad que en no pocas ocasiones provocaba graves destrozos en las cosechas, lo que comportó que ya en el reinado de Alfonso X fuese redactado un reglamento de vías pecuarias, denominadas Cañadas reales, y se crease el Honrado Concejo de la Mesta de Pastores en el año 1273. El rey concedió numerosos privilegios a los nobles ganaderos en detrimento de los agricultores del pueblo llano. Sin embargo, no debe restarse importancia a la ganadería estante, propiedad de pequeños y medianos campesinos, además de los concejos, que pervivían todos fuera de la Mesta. De hecho, se estima que de los 5.000.000 de cabezas de ganado ovino que tenía la Corona de Castilla a finales del siglo XV, la ganadería trashumante y la ganadería estante se repartían equitativamente. 





























Capítulo X

Desde 1276 a la muerte de Jaime I hasta 1327 a la muerte de Jaime II de Aragón




A la muerte de Jaime I en 1276 le sucedía en los títulos de rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona su hijo Pedro III, llamado el Grande, y como rey de Mallorca, Rosellón, Vallespir, Conflent, Carlades, Omelades y la Ciudad y Baronía de Montpellier, en el sur de Francia, quedaba Jaime II.

Dos años antes, en 1274, accedía al trono de Navarra Juana I, con 18 meses de edad. Castellanos, aragoneses y franceses presionaron por casarse con la heredera e incorporar así el reino a sus dominios, pero Isabel, la madre de Juana, era francesa, hija del fallecido rey Luis IX y hermana de Felipe III de Francia, que decidió casarla con su hijo Felipe, boda que tendría lugar en 1284, cuando ella tenía 11 años y él 16.

El futuro Felipe IV el Hermoso de Francia se convirtió así en el rey Felipe I de Navarra, conde de Champaña y de Brie. La historia del reino de Navarra queda, desde este momento, unida a la historia del reino de Francia. 

En 1275, Mohamed II, rey de Granada, indicaba a los benimerines que tenían posibilidades de éxito en su lucha contra España, y les cedía los puestos de Algeciras y de Tarifa. El 31 de Marzo se producía el desembarco de Abu Zayan al mando de las tropas bárbaras en Tarifa. 

En 1279 moría Alfonso III de Portugal y subía al trono su hijo Dionisio I, fruto del matrimonio de aquel con Beatriz de Castilla, hija natural de Alfonso X el sabio, que no teniendo tierras que seguir conquistando a los moros, se dedicó a la administración de su reino.

La prioridad principal del gobierno de Dionisio fue la organización del país. Siguió las políticas de su padre en los temas de legislación y centralización del poder. Promulgó el núcleo de la legislación civil y criminal portuguesa, protegiendo a las clases bajas de los abusos y de la extorsión. Viajó por todo el país, arreglando las situaciones injustas y resolviendo los problemas. Ordenó la construcción de numerosos castillos, creó nuevas ciudades y garantizó los privilegios de numerosas villas. Junto a su esposa, la princesa Isabel de Aragón, Dionisio trabajo para mejorar la vida de los más desfavorecidos y fundó diversas instituciones sociales, impulsó la minería, la exportación y la marina. Su principal preocupación fue el desarrollo y promoción de las infraestructuras rurales, de ahí su apodo de El Labrador. Redistribuyó las tierras, promocionó la agricultura, organizó comités de agricultores y tuvo especial interés en el desarrollo de las exportaciones. Instituyó mercados fijos en numerosas ciudades y reguló sus actividades, así como desarrolló la cultura, en la que destacó como poeta y comofundador de la universidad de Coimbra. 

A la par que Aragón perdía frontera con los musulmanes la abría en el Mediterráneo. Este mismo año 1279 una flota de la corona aragonesa, al mando de Conrado Lanza, recorría las costas africanas para restablecer la soberanía feudal de Aragón sobre Túnez, que la muerte del emir Muhammad I al-Mustansir había debilitado.

Posteriormente, en 1281, Pedro III armó una flota para invadir Túnez y solicitó al recién elegido papa Martín IV una bula que declarara la operación militar como cruzada; pero el papa, de origen francés y partidario de Carlos de Anjou, se la negó. Cuando la flota se disponía a zarpar, tuvieron lugar en Sicilia los acontecimientos conocidos como las Vísperas sicilianas.

Sicilia llevaba años de rebelión y estaba sujeta a una dura represión francesa que se alargaba a través de los años, mientras los notables sicilianos, entre ellos Roger de Lauria, se exiliaron en la corte de Jaime I de Aragón. En 1282 el expolio a que venía siendo sometida la isla, se vio agravado con la confiscación de cosechas, lo que ocasionó una conjura que, encabezada por Juan de Prócida tenía el objetivo de exterminar a los extranjeros opresores. El día marcado sería el segundo de Pascua del año 1282, al toque de vísperas.

El día en cuestión, y cuando se encontraban reunidos los palermitanos, bastó un pequeño conflicto iniciado por soldados franceses para que diese comienzo una reyerta que acabó masacrándolos y dando lugar a una caza del francés que al grito de “¡Muerte a los franceses!” acabó con más de dos mil soldados muertos y con la declaración de Palermo como comuna independiente, siendo seguido su ejemplo por todas las ciudades. Durante un mes los sicilianos persiguieron a los franceses, que sólo encontraban la salvación en la huída. La flota francesa fue quemada, tras lo cual Carlos de Anjou preparó el asalto mientras los sicilianos pedían protección a Roma, que respondió con la excomunión, dejando como única salida la participación de Pedro III de Aragón, a quién, contando con derechos sucesorios procedentes de su esposa Constanza de Hohenstaufen, hija de Manfredo y nieta, por tanto, del emperador Federico II, le fue ofrecida la corona.

El rey aragonés puso entonces su flota rumbo a Sicilia, donde arribó el 30 de agosto de 1282 y donde fue coronado rey en la ciudad de Palermo.

Estos hechos, siendo que son singulares, en ningún caso representaron un exabrupto popular, sino que fueron el resultado, la culminación de un proceso histórico iniciado dos siglos atrás, cuando los normandos conquistaron Sicilia a los musulmanes en 1091. 

Pedro III entraba sin enfrentamiento en Mesina el 2 de octubre, y el 14 siguiente, la flota de Carlos de Anjou se enfrentaba a la de Pedro III, que al mando de Pedro de Queralt infligió una dura derrota a los angevinos. Sicilia quedaba ligada a la Corona de Aragón y escindida de Nápoles, que continuaba bajo poder angevino.

Pero no era Francia el único enemigo. El papa Martín IV excomulgó a Pedro III y levantó contra él una cruzada encabezada por Felipe III, rey de Francia, al tiempo que investía como rey a Carlos de Valois, hijo del rey de Francia, quién llegó a tomar Gerona. Una victoria naval llevada a cabo por Roger de Lauria sobre la flota francesa hizo que los franceses tuviesen que retirarse dejando expedito el camino para que las tropas aragonesas, con los almogávares a la cabeza, llevasen a cabo acciones que posibilitasen el alzamiento generalizado contra Carlos de Anjou. Capitaneados por Guillem Galcerán de Cartellà vencieron en las batallas de Catona, Solano y Seminara, y tomaron Catanzaro, en territorio peninsular. 

Tras su gran victoria, Pedro III se dispuso a enfrentarse a su hermano Jaime II y a su sobrino el rey Sancho IV de Castilla, que no le habían prestado apoyo durante su conflicto con los franceses, pero su prematura muerte, el 11 de noviembre de 1285, lo impidió. Fue el primer rey de Aragón enterrado en Santes Creus. La fidelidad de Sicilia quedó pronto en entredicho, y ya en 1283 se produjo un levantamiento anti aragonés, que se reproduciría en 1285. Le sustituiría en el trono de Aragón su hijo Alfonso III, y en el de Sicilia su hijo Jaime II de Mallorca, que no supo o no pudo manejarse en el torbellino de acontecimientos que se desataron en los años inmediatos; la desesperación le condujo a aliarse con los Capetos cuando programaron la invasión de Aragón.0

Mientras tanto, en Castilla tampoco estaba tranquilo el clima. En 1282 Sancho, hijo de Alfonso X, el mismo que como acabamos de ver no prestaría el apoyo debido a Pedro III de Aragón, y junto a buena parte de la nobleza del reino se rebeló al ser desposeído aquel de su calidad de heredero, en virtud de lo estipulado en las Siete Partidas, llegando a desposeer a Alfonso X de sus poderes, aunque no del título de rey. Sólo Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles al viejo monarca. Alfonso maldijo a su hijo, a quien desheredó en su testamento, y ayudado por sus antiguos enemigos los benimerines, empezó a recuperar su posición.

En 1284 Sancho seguía revuelto, si bien los nobles y las ciudades que le seguían eran cada vez menos, pero el 4 de abril moría el Rey Sabio en Sevilla, que dejaba en herencia, además de la puerta abierta a los benimerines, el conflicto con la nobleza. Entre ellos Felipe, hijo de Fernando III, Lope Díaz de Haro, Álvar Díaz de Asturias, Lope de Mendoza, Gil Gómez de Roa, y otros que se ofrecieron al rey de Granada 


que vos ayudemos con nuestros cuerpos e con nuestros omes e con nuestro poder en la guerra que oviéredes con él. 


Esta posición de la nobleza tendría graves consecuencias, especialmente durante el reinado de Sancho IV y de Fernando IV, marcado por una profunda inestabilidad política, y por la invasión de los benimerines, puesta en bandeja por el propio Alfonso X.

El 12 de Mayo del mismo año 1284, a pesar de la maldición de su padre, ascendía al trono de Castilla y León Sancho IV, segundogénito de Alfonso X y nieto de Jaime I de Aragón, reconocido por la mayoría de los pueblos y de los nobles, pero al mismo tiempo enfrentado por un grupo bastante numeroso de partidarios de Alfonso de la Cerda, su sobrino, hijo de Fernando, el primogénito de Alfonso X, que había fallecido en combate en 1275, y por lo tanto era heredero de la corona conforme a las Siete Partidas. 

Estos enfrentamientos se prolongarían durante todo el reinado de Sancho IV, alimentadas principalmente por el infante Juan, hermano de Alfonso X, y por tanto, su tío carnal.

Las extrañas alianzas facilitaron que para 1284 los benimerines campasen a sus anchas por las tierras de España; Abu Yusuf continuó su marcha, asesinando, pillando y destruyendo castillos y aldeas, incendiando las cosechas, talando los árboles y trastornándolo todo. El empuje fue de tal calibre que acabaron venciendo y matando al adelantado, don Nuño, en Écija.

Ante semejante empuje, el infante don Sancho de Aragón, hijo de Jaime I y arzobispo de Toledo desde 1266, salió al encuentro de los moros, que acabarían asesinándolo una vez fue vencido en batalla. Los benimerines habían entrado con empuje, desolando el valle del Guadalquivir y llegando a atacar incluso Madrid, pero los efectos de la invasión no revistieron la importancia de las anteriores invasiones.

En esta ocasión no encontraron los nuevos invasores las facilidades encontradas en el 711, ni las que se encontraron almorávides y almohades. En esta ocasión, la alianza que encontraron en el reino de Granada fue circunstancial, y la unión de los reinos hispánicos impidió el éxito tenido por los anteriores invasores.

Por su parte en Aragón, donde la reconquista peninsular había llegado a su fin, los movimientos territoriales se centraban en la concentración de los territorios, y en concreto en el dominio de Urgel, que permanecía independiente. Esta situación provocó dos revueltas nobiliarias durante el reinado de Pedro el Grande que el rey consiguió dominar.

Y el 15 de Abril de 1285, una nueva asonada llego por Tarifa. Al frente de la misma, nuevamente, Abu Yusuf, según el historiador ben Abi Zara 


Cuando el país entero fue destrozado, y se apoderaron de todas las cosechas y fueron cortados los árboles y saqueadas las casas y nada útil quedó a los cristianos –Alá los confunda- habían armado una flota para impedirle el paso del estrecho… (pero) Cuando los cristianos… se aseguraron del número de la fuerza de los navíos de los creyentes, temieron ser aplastados y huyeron sin esperar la llegada de la flota musulmana… Sin embargo, Sancho, rey de los cristianos, viendo a su país arruinado, muertos sus guerreros y sus mujeres cautivas, al saber que las naves enviadas para interceptar el paso del estrecho habían huido derrotadas, envió su sumisión y entró en el camino de la paz y la humildad.


Abu Yusuf impuso para la paz que 


no se opondrá ningún obstáculo a los negocios de los musulmanes en el país cristiano, ni a su navegación en todos sus puertos. Ningún musulmán será inquietado por tierra o por mar… El rey Sancho estará bajo mi soberanía y sometido a mis órdenes sin restricción. Los musulmanes viajarán y comerciarán libremente de día y de noche, por todas partes, sin ser molestados, detenidos ni sometidos a ningún impuesto ni gabela, ni al pago de un solo dinar ni de un solo dirham. El rey Sancho no se mezclará, ni de palabra, en los asuntos de los musulmanes y no hará guerra a ninguno de ellos.


Además le señalaba que no se aliase con Ben Alahmar de Granada.

En la guerra civil que padecía Castilla, Sancho IV venció a su tío y lo perdonó, pero al poco tiempo volvió a sublevarse, ocasionando el conflicto de Tarifa (Cádiz). Don Juan llamó en su ayuda a los benimerines de Marruecos y sitiaron la plaza que estaba defendida por su gobernador Guzmán el Bueno, señor de León. Allí ocurrió el famoso acto heroico y la muerte inocente del hijo de Guzmán. La plaza de Tarifa fue fielmente defendida y los benimerines regresaron a su lugar de origen. Se desbarataron de esta manera los planes del infante don Juan y los del sultán de Marruecos, que pretendía una invasión. Cuando finalizando el siglo XIII subió al trono de Aragón Jaime II hubo un acercamiento con Sancho IV y los dos reyes, unidos, dieron un nuevo impulso a la Reconquista. 

Aragón vivía una época de esplendor que se extendió a caballo entre los siglos XIII y XIV, época en la que se experimentó un notable crecimiento de la población a la par que una notable expansión marítima por el Mediterráneo. Esta época coincide con los reinados de Pedro III el Grande y de Jaime II de Mallorca, cuando el poderío aragonés alcanzó su máxima expansión.

En Noviembre de 1285 Roger de Lauria, junto al infante Alfonso, toma Mallorca para Aragón. Durante esa campaña fallece Pedro III el 11 de noviembre de 1285 y Alfonso III es coronado rey de Mallorca y conde del Rosellón y Cerdeña el 2 de febrero de 1286, desalojando del trono a Jaime II como represalia por el apoyo que había dado a Felipe III de Francia en su invasión a la Corona de Aragón ese mismo año 1285, y su hermano Jaime heredaba la corona de Sicilia.

Nápoles y Sicilia, así, quedaron separados hasta que en 1442 Alfonso V “El Magnánimo” conquistó el reino de Nápoles, uniéndolo al de Sicilia, viéndose separados nuevamente a su muerte, cuando la corona de Nápoles pasó a Fernando I, y Aragón y Sicilia a Juan II.

Los conflictos que señalarían el reinado de Alfonso III empezaban desde el primer momento como consecuencia de haber iniciado su coronación en Valencia, cuando fue jurado como monarca de aquel reino antes de haberlo hecho en Aragón, que ostentaba la primacía en el juramento real y en la coronación.

Tras ser coronado rey en Valencia, fue jurado como conde en Barcelona, con lo que acabó enardeciendo los ánimos en los nobles aragoneses, que ya estaban fortaleciendo la Unión con la que acabarían hostigando la monarquía, al tiempo que se enfrentaba a Sancho IV de Castilla y persistía su enfrentamiento con el papado y con Francia.

El 17 de enero de 1287 tomaba Menorca con la participación de la armada siciliana, destronando al gobernador vasallo Abu Umar, que había convertido la isla en un nido de piratas, y reduciendo a la población a la esclavitud. La toma de la isla, que fue repoblada con colonos catalanes, reavivó el conflicto con Jaime II de Mallorca, que continuaba con el título, aunque reinando sólo en Rosellón y Coflent. 

En 1287 Sicilia y Aragón compartían feudo sobre Túnez, mientras los genoveses procuraban entorpecer las relaciones existentes entre Aragón y Sicilia. Por su parte, las tropas del papa Honorio IV intentaban la invasión de Sicilia, que fue rechazada por las tropas de Jaime I. Jaime por tierra y Roger de Lauria por mar derrotaron a las tropas papales. 

La tensión que debía soportar el reino de Aragón era grande. Una alianza de Jaime II de Mallorca (tío de Alfonso III) con Francia, con el Papa y con potentados del Rosellón, invadieron el Ampurdán mientras Castilla se aliaba con Francia contra Aragón mientras en el interior del reino se reproducían conflictos motivados por el hecho de que Alfonso III hubiese sido coronado sin pasar antes por las cortes.

Para controlar la situación, en 1288 acabó concediendo el Privilegio General de la Unión, por el cual prometía convocar anualmente y en Zaragoza, Cortes que estarían responsabilizadas de elegir el Consejo del rey y de proteger los privilegios de la Unión y obligaban al rey a someterse a los acuerdos, siendo que si el rey obraba en contra de lo estipulado en este documento, los nobles podían negar la obediencia y elegir otro soberano.

El Privilegio General de la Unión, según el historiador Modesto Lafuente y Juan Valera, “venía a ser ya una especie de república aristocrática con un presidente hereditario, que a tal equivalía entonces el rey”. Y no podemos pensar menos, cuando los de la Unión exigían


que revoquéis las donaciones contra fuero de vuestros antecesores; que satisfagáis todas nuestras demandas y reparéis todos nuestros agravios; y si así no lo hiciereis, embargaremos todos los derechos y rentas reales, estrecharemos nuestra confederación y hermandad contra vos, os resistiremos con todas nuestras fuerzas, castigaremos a muerte como traidor al que falte a esta unión y la quebrare, dejaréis de ser nuestro rey y buscaremos a otro a quién servir para haceros guerra.


Y no quedaba el asunto ahí, sino que la Unión tenía facultad para convocar cortes, y en su poder quedaban una serie de castillos, amén de ser las encargadas de nombrar el personal de la corte.

Finalmente los nobles se declararon en franca rebelión llegando a reconocer como rey a Carlos de Valois y a invadir el reino de Valencia para que sus habitantes renunciasen a su Fuero y se rigiesen por el Fuero de Aragón.

El aislamiento en que se vio sumido lo abocó a contratar mercenarios musulmanes, con cuyo concurso y con el apoyo de los estamentos valencianos y catalanes, en 1289 consiguió anular la preponderancia de los nobles sobre el poder real, tras lo cual, una sentencia del Justicia dictada en 1291 propició la revocación del Privilegio de la Unión, lo que derivó finalmente en el destierro de los autores de la misma.

El desarrollo de estos conflictos ocasionó que Alfonso III, continuando la política de su padre Pedro III, desarrollase una política anti castellana debido a la pasividad que mantuvo Sancho IV de Castilla frente al ataque francés de 1285, siendo que participó a favor de los infantes de la Cerda en sus pretensiones al trono castellano, llegando a coronar al mayor de éstos, Alfonso, como rey de Castilla y de León en Jaca en septiembre de 1288. Esta proclamación tuvo la conformidad de los reyes de Inglaterra y de Sicilia, lo que a mediados de 1289 acabó ocasionando una guerra abierta entre Castilla y Aragón, en el curso de la cual las tropas aragonesas llegaron hasta Almazán. La entrada en acción de Jaime I de Mallorca en el Rosellón, obligó a Alfonso a abandonar la campaña contra Sancho IV.

En 1289 el papado y Francia proponían la paz a Aragón si el rey de Aragón renunciaba a Mallorca, Jaime I renunciaba a Sicilia, Aragón era infeudado a la Santa Sede y la diplomacia aragonesa se subordinaba a Francia. Alfonso III respondió magistralmente. Demostró la excelente salud de la confederación dinástica sículo-aragonesa, solicitando a Jaime I y sus colaboradores apoyo para detener a los enemigos «vuestros y nuestros». Aún más, demostró al Papa que podía boicotear su ansiada Cruzada: Bizancio otorgó privilegios comerciales a los aragoneses; propició acuerdos con Egipto que culminaron con la instalación de un fonduk (establecimiento compuesto de posada, establo y almacén) en Alejandría y se aliaba con el reino nazarí de Granada. 

Finalmente, en 1291 y tras reconocerse vasallo de Roma, era firmado el Tratado de Tarascón-Brignoles por el que Alfonso III veía reconocida su legitimidad a cambio de acudir a la Cruzada en junio de 1292.

La intensa vida de Alfonso III se cortó abruptamente el 18 de junio de 1291 a los 27 años de edad en la ciudad de Barcelona sin dejar descendencia. Legó los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y los condados catalanes a su hermano Jaime, rey de Sicilia, bajo la condición de que éste renunciara a este reino y lo cediera a su otro hermano Fadrique, situación que no fue del agrado del pueblo siciliano.

Por su parte, los conflictos en Castilla eran permanentes. No obstante, en 1292 fue tomada Tarifa, aprovechando los conflictos internos de los musulmanes. Sancho IV moría el 25 de Abril de 1295 y le sucedía su hijo Fernando IV “el emplazado”, que contaba diez años de edad, bajo la regencia de su madre, María de Molina. 

Era nieto de Alfonso X y de Jaime I, pero no era hijo legítimo, por lo que tres banderías se disputaban el reino: su tío Juan; Enrique, hijo de Fernando III, y su abuela Violante de Hungría. 

Aragón, Portugal y Francia aprovecharon la ocasión en su propio beneficio. Al mismo tiempo, Diego López V de Haro, señor de Vizcaya, Nuño González de Lara, y Juan Núñez de Lara el Menor, entre otros muchos, sembraban la confusión y la anarquía en el reino de Castilla y León.

Lo que más confundió a la regente, María de Molina, fue la actuación de los Lara, a quienes el rey Sancho, en lecho de muerte, había encomendado que no abandonasen nunca a su hijo.

Las actuaciones de los nobles en general mostraban un reino con profundas discrepancias; así, Enrique, el tío del rey, provocaba que la familia real no fuese recibida en Valladolid, donde habían sido convocadas cortes al haber extendido el bulo de que la reina quería imponer unos impuestos nuevos a la población. Finalmente dejaron entrar a la reina, sin comitiva, y fueron aprobadas cortes, siendo reconocido rey Fernando.

Las cortes, como en el reinado de Alfonso X, seguían votando servicios extraordinarios en los casos de apuro a petición del monarca, y Fernando IV, en años sucesivos, incurrió en los mismos errores de administración que su padre, mandando acuñar moneda de baja ley, produciendo los mismos efectos de esconderse los caudales, de escasear y encarecer los artículos y de disminuir los valores de las rentas públicas. 

En el verano de 1295, el rey Dionisio de Portugal, aliado del infante Juan cuando éste fue rechazado por los musulmanes, obtuvo por parte de la regente María de Molina varias plazas así como el compromiso matrimonial de Fernando con Constanza, hija de Dionisio, mientras Jaime II de Aragón declaraba la guerra a Castilla, López de Haro reforzaba su posición como señor de Vizcaya, y el pretendiente Juan aceptaba en secreto a su sobrino.

El enfrentamiento de la corona castellana con los nobles era evidente, y la corona contraatacaba dando pie a la concesión de mayorazgos a los ricos hombres, en quienes descansaba un punto de apoyo. 

La inestabilidad era manifiesta, y las gentes, para defenderse de los abusos de los nobles, que en gran medida se habían dado al bandidaje, constituyeron las Hermandades, pero a fin, las Hermandades eran amalgamas complejas de intereses diversos y a menudo enfrentados, en las que la componente anti nobiliar parece haber funcionado como elemento de cohesión.

Y la inestabilidad estaba establecida también en el reino de Aragón, donde Jaime II de Mallorca continuaba defendiendo sus derechos, obteniendo un éxito en el tratado de Anagni, de 1295, por el que se revertía el reino de Mallorca a Jaime II de Mallorca. Pero Jaime II de Aragón aceptó con la condición de que Jaime II de Mallorca reconociese el vasallaje que existía antes de la conquista. Como réplica, Jaime II de Mallorca castigó a la población con una multa que debía ser pagada en 10 años por la flojedad con que actuaron los isleños frente a la ocupación de Pedro el Grande, amén de impuestos especiales a los comerciantes catalanes.

El dominio aragonés sobre Sicilia había sido contestado por el Papado y los Anjou, por lo que Jaime II se avino finalmente a ceder la isla al papa a cambio de los derechos sobre Córcega y Cerdeña y la cesión de la isla de Menorca a Jaime II de Mallorca, por el Tratado de Anagni (1295). Sin embargo, su hermano Fadrique, al que había nombrado gobernador de Sicilia, se negó a abandonar el dominio de la isla y resistió eficazmente la campaña militar de Jaime II para arrebatársela aunque finalmente fue derrotado en 1299.

Para conseguir el éxito de sus proyectos, Jaime II puso en marcha la subordinación de todas las instituciones insulares, comenzando por los Jurados de la capital de Mallorca, que pasan a ser designados directamente por la Corona o sus lugartenientes. La mayor parte de jurisdicciones nobiliarias laicas fueron absorbidas por compra.

Por otra parte, en contra de lo pactado por Jaime I, en 1296 inicia una contienda con Castilla para conquistar el Reino de Murcia, donde efectivamente, en una campaña que dura cuatro años, toma Alicante, Elche, Orihuela, Guardamar del Segura, Murcia, Alhama de Murcia, Cartagena y Lorca. Finalmente sería la diplomacia la que mediante la Sentencia Arbitral de Torrellas de 1304 y el Tratado de Elche de 1305 determinaría que Alicante, Orihuela y Elche quedasen para el Reino de Valencia quedando el resto para en Reino de Castilla.

Mientras, el conflicto dinástico ardía en Castilla, donde el infante Juan reforzaba su posición con el apoyo del rey de Portugal para someter Valladolid, donde estaba la reina María de Molina y Fernando IV.

Pero el 25 de agosto de 1296, falleció el infante Pedro de Aragón y Sicilia, víctima de la peste, mientras se encontraba al mando del ejército aragonés que sitiaba la ciudad de Mayorga (Valladolid). La situación de peste obligó a los sitiadores a dejar el sitio y concluir el asedio de María de Molina.

Dionisio de Portugal, Núñez de Lara, el infante Juan y Alfonso de la Cerda se retiraban a sus posesiones, lo que motivó que el infante Enrique de Castilla, corregente junto a María de Molina, que se hallaba conferenciando con el rey de Granada, volviese a Castilla, temiendo que le privasen de la Regencia. Sin embargo, antes de regresar atacó a los granadinos, que en esos momentos habían vuelto a atacar a los castellanos. Derrotado en la batalla, salvó la vida gracias a la ayuda que recibió por parte de Alonso Pérez de Guzmán.

Los conflictos seguían; así, y con el fin de pacificar los existentes entre la Corona de Aragón y la Casa de Anjou, el Papa Bonifacio VIII creó el 4 de abril de 1297 el Reino de Cerdeña y de Córcega, que pasarían a formar parte de la Corona de Aragón a cambio de que Aragón renunciara a Sicilia. 

También Portugal y Castilla firmaban el 13 de septiembre de 1297 el tratado de Alcañices, por el que se confirmaba el matrimonio de Fernando IV con Constanza, al tiempo que Castilla entregaba a Portugal una serie de plazas. Portugal apoyaría a Fernando IV en su lucha contra el infante Juan, que mantenía posiciones en León, y que pasó a ser combatido por Alonso Pérez de Guzmán.

Por su parte, los pretendientes iniciaron otra campaña contra Fernando IV emitiendo moneda falsa, y María de Molina reclamó ayuda al rey de Portugal para combatirlos. No sacó nada en claro, por lo que debió mover los hilos políticos para confundir a sus enemigos, que pretendían desgajar el reino. 1299 sería un año de triunfos militares y políticos de María de Molina, en todos los frentes, lo que llevó a que en las cortes del año 1300 el infante Juan de Castilla renunciase al trono de León y prestase juramento a Fernando IV. Este juramento acarrearía conflictos con Diego López de Haro, que en este momento quedaría como titular del señorío de Vizcaya.

La casa de Anjou y la Corona de Aragón firmarían finalmente las paces en Cantabellotta el 19 de agosto de 1302, y las acciones militares por el control de Cerdeña se prolongarían hasta el 20 de julio de 1324 con la toma del castillo de Cáller por las tropas de Jaime II. Pero Aragón no renunció al reino de Sicilia, y Córcega sería organizada políticamente con Cortes propias con representación de los poderes eclesiástico, militar y real, pero el dominio total no llegaría hasta el reinado de Alfonso V, quién logró la unificación en 1420, siendo que en 1421 fue introducida la figura del Virrey.

La Iglesia no tenía menos problemas que los reinos. En 1292 murió el papa Nicolás IV, y la sede estuvo vacante durante dos años hasta que en Agosto de 1294 fue elegido Celestino V, que renunció en diciembre del mismo año, siendo sustituido por el hábil en política Bonifacio VIII, que puso en prisión a su antecesor. Este interregno, si fue importante en la política internacional, fue de especial importancia en el asunto de Sicilia, y la determinación del nuevo papa disolvía el matrimonio de Jaime II con Isabel de Castilla, debiendo casarse con Blanca, hija de Carlos II de Nápoles, restituyendo Sicilia al papado.

El penúltimo año del siglo XIII no iba a ser mejor que los anteriores; así, en el enfrentamiento por el control de Sicilia, se produjo una batalla naval el 4 de Julio de 1299, en la que Fadrique fue salvado de la muerte por Hugo de Ampurias, y se retiró a Mesina, quedando la mayor parte de la escuadra siciliana en poder de Jaime II de Mallorca. Finalizaba la guerra iniciada en 1298, en la que podemos denominar guerra civil de Aragón, ya que aragoneses como Juan de Lauria, pariente de Roger, Blasco de Alagón y Conrado Lanza participaron junto a Fadrique, mientras Roger de Lauria, que acabo siendo hecho prisionero, luchaba de parte de Jaime II. 

Ese mismo año1299 se reforzó el pacto mediante la boda de Jaime II con Blanca de Anjou, hija de Carlos de Anjou. Continuó la lucha con victorias alternativas, y finalmente Fadrique fue reconocido como rey de Sicilia por la paz de Caltabellota, firmada en 1302, por la que Sicilia quedaba dentro del entorno de la Corona de Aragón.

A partir de este momento la presencia de los almogávares se convertía en un problema, y sería entonces cuando el emperador de Constantinopla, Andrónico II Paleólogo, hizo una llamada que resultará la chispa de la gloria de esta unidad militar.

Un año antes los turcos habían infligido una gran derrota en Anatolia, de cuyo resultado Miguel Paleólogo, hijo del emperador y general del ejército imperial, se mostraba incapaz de rehacerse y temeroso de perder en poco tiempo las fortalezas del Asia Menor. Previendo inminentes acciones turcas, veía en los almogávares la tabla de salvación.

Pero Roger de Flor atendió la llamada de Andrónico con condiciones: Tendría que ser nombrado megaduque del Imperio y admitido en la familia imperial mediante su matrimonio con una princesa imperial, María. Todo fue aceptado con una nueva condición: la compañía tenía que estar conformada exclusivamente por aragoneses, cosa que se cumplió… al principio.

A los días de llegar, Roger de Flor enarboló la señal de Aragón, y al grito de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” atacó por sorpresa un campamento turco sin avisar a las tropas bizantinas, lo que acarrearía los problemas que más adelante le costarían la vida.

Luego, la actuación con la población no fue ejemplar en Anatolia. Hubo capitanes de la compañía que, como Ferrán d’Arenós, protestaron ante Roger de Flor y abandonaron la expedición.

Al año siguiente, 1304, la compañía contaban unos 6.000 aragoneses y catalanes, 1.000 alanos que habían decidido quedarse en busca de fortuna y otros 1.000 soldados bizantinos. Había roto el compromiso de no introducir tropas no aragonesas, y el trato dado a la población rozaba el exceso, en parte motivado por la demora en el pago de las soldadas. 

Entonces llegó Berenguer de Entença con tropas de refuerzo y con el propósito de apropiarse del trono imperial de Constantinopla, ante cuyo hecho, el emperador Andrónico nombró a Roger de Flor César del Imperio.

Pero Miguel Paleólogo, declarado enemigo de Roger, planeó su asesinato, para lo que ofreció un banquete a éste y sus capitanes en Adrianápolis.

Contra todo pronóstico, Roger de Flor admitió la invitación, y el 4 de abril de 1305 acudió a su patíbulo con los suyos. Todos fueron asesinados.

Luego quisieron seguir la misma actuación con sus tropas, que se encontraban en Galípoli. Pero ahí comenzaron a saborear la venganza aragonesa. Las fuerzas imperiales fueron vencidas, y la compañía se dedicó a arrasar durante dos años la región de Tracia, llegando incluso a Constantinopla.

Pero la muerte del jefe trajo también las luchas internas. Berenguer de Entença y Bernat de Rocafort protagonizaron un enfrentamiento que acabó con la muerte de Entença. 

Después, el duque de Atenas, Gualterio V de Brienne, los contrató para luchar contra los griegos, pero al negarles la paga volvieron sus armas contra él y lo derrotaron en 1311 en la batalla de Cefiso, tomando posesión del ducado de Atenas en nombre del rey de Aragón.

Ocuparon Tebas y Atenas, y en 1318 acabaron conformando dos estados, los ducados de Atenas y Neopatria, que en 1379 fueron integrados en los dominios de la Corona de Aragón en tiempos de Pedro IV, quien los mantuvo casi hasta final del siglo. En 1388 se perdió Atenas y en 1390 Neopatria frente a, curiosamente, otra compañía de mercenarios, esta vez navarros, al servicio de la República de Florencia. 

En 1331, un fuerte ejército armado en Francia con el beneplácito del Papa intentaba recuperar Atenas, pero era derrotado. El dominio de los reyes de Aragón sobre estos ducados se mantuvo hasta 1391.

Aragón y Castilla debían llegar a muchos acuerdos, pero aún faltaban casi dos siglos para que la fruta cayese por su peso, así que era necesario llegar a acordar la política de expansión en el Mediterráneo. Atendiendo esa necesidad, comenzaron a llevarse a efecto unas efectivas alianzas que ya en 1291 había firmado por Castilla Sancho IV, y por Aragón Jaime II, que se veía apoyado por Castilla en Túnez, Bugía y Tremecén mientras Castilla era apoyada por Aragón contra los franceses.

En cuanto a política interior, Jaime II determinó la unión indisoluble de las coronas de Aragón y de Valencia y el condado de Barcelona; obtuvo el vasallaje de los reyes de Mallorca; creó la orden de Montesa en 1317; fundó la universidad de Lérida en 1300; desterró a los templarios, asedió Almería y potenció las relaciones con Castilla.

Entre tanto, las cosas parecían reconducirse en Castilla. En 1301 se hizo pública la bula por la que el papa Bonifacio VIII legitimaba el matrimonio de María de Molina con el difunto rey Sancho IV el Bravo, siendo por tanto reconocidos sus hijos como legítimos. Al mismo tiempo, se declaró la mayoría de edad de Fernando IV. Con ello, el infante Juan y los infantes de la Cerda perdieron uno de sus principales argumentos a la hora de reclamar el trono, no pudiendo esgrimir en adelante la ilegitimidad del monarca. También se recibió la dispensa pontificia que permitía el matrimonio de Fernando IV con Constanza de Portugal. Pero los pretendientes no cejaron en sus intentos, en esta ocasión tendentes a enfrentar a Fernando con su madre. 

Pero María de Molina había ganado la voluntad del pueblo, lo que le servía como baluarte frente a todos los ataques que recibía por parte de la nobleza, y que reportaría un hecho en que quedaba proclamada la fidelidad de las ciudades a la reina cuando convocadas cortes en Medina del Campo, los procuradores de las villas rehusaron asistir a ellas sin orden de la reina, y el concejo de Medina ofreció a doña María que cerraría las puertas al rey y a los infantes… La reina no accedió, asistió a cortes y eso le valió a Fernando IV para salir airoso de la situación. 

A pesar de que María de Molina había conseguido enderezar el problema sucesorio, en 1303 continuaban las intrigas por parte de los conspiradores encabezados por el infante Enrique, cuya pretensión era coronar a Alfonso de la Cerda como rey de León y al infante Pedro, hermano de Fernando IV, que desposaría con una hija de Jaime II de Aragón, como rey de Castilla.

El plan fue rechazado por la reina María de Molina, y al poco, el infante Enrique enfermó, y María de Molina envió órdenes a todas las fortalezas del infante moribundo, en las que se disponía que si llegaba a fallecer pasasen los castillos que gobernaba a manos del rey.

Como es de suponer, en medio de estas tensiones la actuación del reino de Granada era ambivalente, intentando aprovecharse del río revuelto. Así, el 1 de Enero de 1302, Granada se había aliado con Aragón cuando éste estaba reclamando sus derechos sobre Murcia, en un tratado que, amén de cuestiones comerciales garantizando el tráfico de bienes, rezaba: “vuestros amigos lo serán nuestros, y vuestros enemigos, las gentes de Castilla, enemigos para nosotros”. 

Pero el siete de abril de ese mismo año murió Mohamed II, que era sucedido por Mohamed III, quién consolido las relaciones con los Benimerines, se sometió a vasallaje al rey castellano Fernando IV y anexionó la plaza de Ceuta. Pero en 1309 fue asesinado. Dando comienzo en Granada a la tradición del asesinato político.

En Europa también se sucedían los conflictos. El papado y Francia habían iniciado el acoso contra la Orden del Temple, pero en 1303 Felipe el Hermoso se enfrentaba al papado, llegando a asaltar el palacio del papa Bonifacio, que fallecido el 7 de julio de 1304, dejó la sede vacante hasta el 5 de junio de 1305, cuando fue nombrado Clemente V, obispo de Burdeos, fiel servidor de Felipe el Hermoso, que residiría en Aviñón, y que sería junto a su rey brazo ejecutor de los templarios.

Retomando los asuntos puramente hispánicos, Fernando IV hizo un pacto con el rey Mohamed III de Granada, en el que se estipulaba que el soberano granadino, que se declaraba vasallo de Fernando IV, mantendría bajo su poder Alcaudete, Quesada y Bedmar, mientras que Fernando IV conservaría la plaza de Tarifa. 

En un juego de ir tapando conflictos, cuando acababa uno aparecía al menos otro; así a lo largo de todo el año 1304, Fernando IV tuvo nuevos enfrentamientos con los Lara, los López de Haro y Rodríguez de Castro, que acabaron con la victoria de las tropas reales, muriendo en batalla Rodríguez de Castro y siendo posteriormente confiscados los bienes de los de Haro.

A Alfonso de la Cerda, apoyado por Jaime II de Aragón, le fueron concedidos como compensación por su renuncia al trono de Castilla y León una serie de señoríos y posesiones. Por su parte, Alfonso de la Cerda renunció a sus derechos al trono castellano-leonés, a utilizar el título de rey de Castilla y León, así como a usar el sello real.

Ese mismo 1304 fallecía Juana I de Navarra y era sustituida por su hijo Luis I, que no gobernaría sino como Luis X de Francia y fallecería en 1316 cuando le sustituyó Juan I, que falleció a los cinco días de su coronación, recayendo la corona en Felipe V de Francia, hijo de Juana I y de Felipe IV el hermoso de Francia, en perjuicio de Juana de Navarra.

En 1305 los nazaríes conquistaron Ceuta aunque en 1309 el Reino de Fez la reconquistó gracias a la ayuda aragonesa. 

Por su parte, Juan Núñez de Lara y Diego López de Haro iniciaron en 1306 una guerra cada uno en su territorio. Las buenas artes de María de Molina posibilitaron el acuerdo, que no satisfizo al infante Juan, que volvió a reclamar el señorío de Vizcaya, derecho que le fue negado por el Papa Clemente V, que reconocía la legalidad del juramento dado el año 1300. El conflicto se resolvió en las cortes de Valladolid de 1307, donde las partes interesadas llegaron a un acuerdo, gracias a la diplomacia de María de Molina.

Los acuerdos diplomáticos continuaron en 1308 con la firma del tratado de Alcalá de Henares, donde Castilla y Aragón impulsaron la Reconquista al tiempo que se pactaba el matrimonio de la hija de Fernando con el primogénito de Jaime II, aunque este matrimonio no se llevó a efecto al profesar el infante Jaime como religioso.

Pero las luchas nobiliarias continuaron acosando Castilla. Don Juan Manuel y el infante Juan se aliaron con Sancho de Castilla y Juan Alfonso de Haro. Viendo una guerra civil en ciernes, María de Molina intervino consiguiendo apaciguar el asunto, pero en 1311 conspiraron nuevamente para colocar en el trono a Pedro, hermano del rey. La conjura se hallaba protagonizada por el infante Juan de Castilla, por Juan Núñez de Lara y por Lope Díaz de Haro, hijo del fallecido Diego López V de Haro. Sin embargo la conspiración fracasó gracias a la determinación de la reina María de Molina, que condujo a la conocida como Concordia de Palencia, en la que la corona cedía una serie de derechos a los ricoshombres, y beneficios y cargos al infante Juan, a Don Juan Manuel y a Juan el Tuerto, hijo del infante Juan. Los conflictos continuaban, muy especialmente por parte de Alfonso de la Cerda, a quién le arrebató Béjar y Alba de Tormes.

Por lo que respecta al reino nazarí, a la muerte de Mohamed III el año 1309, ascendió Nasr, que reinó hasta 1314. El emirato granadino estaba amenazado como nunca lo había estado porque se tenía que defender de cristianos en la península y en el norte de África de musulmanes. En estos enfrentamientos el reino de Granada perdió las plazas de Ceuta y de Gibraltar pero recuperó Algeciras y Ronda. Finalmente Nasr fue destronado.

A duras penas se continuaba la labor de Reconquista, inmersa en un juego de poder que propició una lucha encarnizada con victorias parciales de uno u otro bando.

En 1311 moría Jaime II de Mallorca, siendo reconocido rey el segundogénito, Sancho I, que acto seguido se dirigió a Gerona para jurar fidelidad al rey de Aragón. En 1312 otorgó a la Jurados de la Universidad de la ciudad y reino de Mallorca una bandera: sobre dorado, tres palos rojos —y no cuatro—; en la parte superior sobre azul —y no morado— un castillo blanco. En 1315 fijó las bases del Gran i General Consell, que se convertiría en el máximo órgano representativo del Reino, formado por consellers de la ciudad y por consellers de cada una de las parroquias de la Part Forana. También impulsó la creación del Sindicat Forà, en un momento que empezaban las tensiones entre la ciudad y los pueblos de Mallorca. 

El 5 de Septiembre de 1312, con veintisiete años, fallecía en Jaén Fernando IV, de enfermedad (o de extraña enfermedad), quedando el reino con las disputas que estuvieron presentes durante todo su reinado. Dejaba como heredero a su hijo, Alfonso XI el Justiciero, que contaba un año de edad, siguiendo como regente María de Molina, con Doña Constanza, la madre del rey y los infantes don Juan y don Pedro. Se multiplicaron las disputas en el reino, finalmente resueltas en el acuerdo de Palazuelos de 1313.

En Aragón, Castilla y Portugal, donde los templarios se habían refugiado de la persecución, se decretó en 1312 que éstos quedaban liberados de las acusaciones de que eran objeto por parte del papa Clemente V y de Felipe el Hermoso de Francia. No obstante, tras la bula papal, los templarios recalaron en la Orden de Montesa en el reino de Aragón, y en la Orden de Cristo, fundada por Dionisio I de Portugal.

Los actos de debilidad que adolecía la Cristiandad redundaban en un fortalecimiento de los invasores. En ese orden, Al Nasr fue derrocado por su sobrino Ismail I en 1314, quién reinó hasta 1325, tiempo que dedicó al fortalecimiento del reino tras haber superado los primeros momentos en los que se vio involucrado en los tratados de paz con los reinos hispánicos. Acabaría siendo asesinado.

En 1316, el reino de Mallorca puso en marcha una flota que tenía como objetivo hacer frente a la piratería sarracena, pero lo que marcó el reinado de Sancho I es que, no teniendo hijos, en 1319 nombró heredero a su sobrino Jaime, lo que provocó enfrentamientos con Jaime II de Aragón, cuya conclusión no fue la guerra gracias a la intermediación del Papa.

Y en Castilla, la figura de María de Molina siguió destacando con luz propia cuando en 1319 nuevamente quedaba como única regente, al haber fallecido los corregentes. Nuevamente se multiplicaron los problemas cuando los infantes don Juan Manuel y don Felipe, juntamente con María, fueron nombrados tutores del nuevo rey, y la situación se agravó el 1 de julio de 1321 cuando falleció doña María de Molina. Con su muerte, la anarquía, los asesinatos y los ajustes de cuentas se extendieron por Castilla hasta que en 1327 Alfonso XI fue declarado mayor de edad y tomó las riendas del reino, el mismo año que en Granada accedía al trono Mohamed IV tras haber asesinado a su padre Ismail I.

Alfonso XI contaba catorce años de edad y comenzaba su reinado con el supuesto sometimiento de los tutores a la autoridad real, que recién salidos de las Cortes volvieron a confabularse.

Pero el niño Alfonso XI supo jugar la baza. Invitó en son de paz al infante Juan el Tuerto y cuando lo tuvo en palacio mandó asesinarlo, lo que ocasionó que su suegro, don Juan Manuel, otro levantisco, abandonase su adelantamiento en la guerra de Granada. Esta misma técnica la aplicó en otras ocasiones, ganándose el sobrenombre de “el Justiciero”.

De esta forma, con mano dura consiguió tranquilar el reino, y durante su reinado llevó los límites cristianos hasta el Estrecho de Gibraltar tras la importante victoria en la batalla del Salado en 1340 y la conquista de Reino de Algeciras en 1344. 

Le tocó una dura labor a Alfonso XI, ya que 


Todos los ricos-omes et los cavalleros vivían de robos et de tomas que facían en la tierra, et los tutores consentíangelo por los aver cada unos de ellos en su ayuda. Et quando algunos de los ricos-omes et caballeros se partían de la amistad de alguno de los tutores, aquel de quién se partían destroíale todos los logares et vasallos que avía, deciendo que lo facía a voz de justicia por el mal que meciera en quanto con él estovo… Otrosí todos los de las villas cada unos en sus logares eran partidos en vandos, tan bien los que avian tutores, como los que los non avían tomado… Et algunas villas que non tomaron tutores, los que avían el poder tomaron las rentas del rey, et apremiaban a los que poco podían, et echaban pechos desaforados… Et en ninguna parte del regno non se facía justicia con derecho; et llegaron la tierra a tal estado, que non osaban andar los omes por los caminos sinon armados, et muchos en una compaña, porque se podiesen defender de los robadores. Et en los logares que non eran cercados non moraba ninguno.


Por otra parte, el pueblo estaba resabiado con los judíos, a quienes, entre otras cosas acusaban de la peste que se estaba padeciendo. Amparados en esa creencia, llevaron a cabo una terrible persecución que dio comienzo en Aragón y en Navarra. 

Los pastores del Pirineo, que según señala Marcelino Menéndez y Pelayo componían una población de treinta mil personas, hicieron una razzia espantosa en el Mediodía de Francia y en las comarcas españolas fronterizas. Fueron excomulgados por Clemente V, pero las hordas penetraron en Navarra en 1321 donde llegaron a quemar las aljamas de Tudela y Pamplona, pasando a cuchillo a cuantos judíos topaban. 

Esta situación hubo ser atajada militarmente por D. Alfonso, infante de Aragón, que acabó exterminando la banda de pastores; en Navarra continuaron la persecución, llegando a incendiar en 1328 las juderías de Tudela, Viana, Estella… y otras poblaciones, donde dieron muerte a centenares de israelitas.

Como una epidemia de la realeza, en 1322 muere Felipe II de Navarra (V de Francia) y le sucede Carlos I (IV de Francia); en 1324 muere Sancho I de Mallorca que es sucedido por su sobrino Jaime; en 1325 muere Dionisio I de Portugal, sustituido por su hijo Alfonso IV el Bravo y en 1327 muere Jaime II de Aragón que es sucedido por su segundogénito, Alfonso IV el Benigno, al haber tomado los hábitos el heredero, Jaime, no por tener espíritu religioso sino por poseer una condición un tanto particular, y a lo que parece poco ejemplar. Durante su reinado se produjo un gran auge del reino de Valencia, mientras la crisis demográfica se cernía sobre el condado de Barcelona como consecuencia de la peste negra. Amplió su corona con el condado de Urgel al casar con Teresa de Entenza.






Capítulo XI

Desde la muerte de Jaime II de Aragón en 1327 hasta el Compromiso de Caspe el año 1412

El contencioso del reino de Mallorca crecía. Jaime II renunció a sus derechos sobre la corona de Mallorca a cambio de la condonación de la deuda adquirida por ésta con motivo de la toma de Cerdeña, lo que llevó al reino de Mallorca a la bancarrota. Por su parte, en Portugal Alfonso IV libraba una guerra contra su hermanastro Alfonso Sanches, que acabó siendo desterrado.

En 1327 muere Jaime II de Aragón, y asciende al trono su hijo Alfonso IV el Benigno, durante cuyo reinado aparecen ya indicios de la profunda crisis que tanto afectará a la Corona de Aragón y a Europa entera: crisis económica, social y política.

A los dos años de su coronación iniciará una campaña sobre Génova, campaña para la que pedirá ayuda a Jaime III de Mallorca, que se la prestará en medio de una gran oposición popular.

El mismo año 1327 fallecía Teresa de Entenza, la esposa de Alfonso IV, que dos años después casará con Leonor de Castilla.

En 1328 muere Carlos I de Navarra (IV de Francia), finalizando con él la dinastía de los Capetos, ya que murió sin descendencia masculina; algo que tuvo repercusión directa sobre Navarra, ya que desde ese momento el rey de Francia dejó de ser rey de Navarra, donde fue proclamada reina Juana II, hija del rey de Francia Luis I de Navarra (X de Francia). 

Durante su reinado se produjo el Amejoramiento del Fuero General Navarro, con el que se pretendía consolidar el poder real frente a la nobleza. Se dio entrada en Cortes a la burguesía urbana, se abordó una reforma administrativa y fueron creados órganos del gobierno y el consejo real.

Ese mismo año tuvo lugar una persecución de judíos, que huyeron a Aragón, mientras en Navarra se creaba un tribunal para descubrir a los autores de la persecución.

Mientras, en Valencia se conoció un florecimiento con la promulgación de la Jurisdicción Alfonsina, que no es sino un intento de unificar el derecho teniendo como base el derecho valenciano por parte de Alfonso II de Valencia y IV de Aragón.

Alfonso reforzaba las relaciones con Castilla al haber casado en segundas nupcias con la princesa Leonor, mientras iniciaba una cruzada contra el reino nazarí el año 1329, que le costó la pérdida de Orihuela y Elche. 

Pero esta virtuosa actuación se vio manchada por las donaciones que estaba haciendo a los hijos tenidos con Leonor de Castilla, lo que unido al alejamiento de los hijos del primer matrimonio provocó una gran indignación popular que fue denunciada por Guillermo de Vinatea y agrió las relaciones con el primogénito, futuro Pedro IV.

No tuvo Alfonso grandes éxitos en el terreno militar, siendo que los conflictos proliferaban; así Cerdeña se sublevó contra los administradores aragoneses con el apoyo de Génova y de Pisa. Otro tanto sucedió en Córcega. La armada de Génova llegó incluso a Barcelona donde quemó cinco galeras, y luego pasó a depredar Mallorca y Menorca. 

En Castilla, Alfonso de la Cerda, en 1331, y para dejar zanjada sus pretensiones al trono castellano y leonés rindió homenaje a Alfonso XI. Se apagaba un incendio importante de la monarquía, pero quedaban pendientes otros incendios que se manifestaron en la revuelta iniciada por don Juan Manuel y Alfonso VI de Portugal, circunstancias que le hicieron descuidar la Reconquista, lo que ocasionó la pérdida de Gibraltar y de Algeciras a manos de Mohamed IV en 1333. 

Y ese mismo año Cataluña sufría una terrible hambruna ocasionada por las malas cosechas. Barcelona perdió diez mil habitantes este año, y muchos labradores murieron, siendo conocido el año 1333 como "lo mal any primer".

Ese mismo año Mohamed IV fue asesinado en Granada, siendo sucedido por su hermano menor Yusuf I, que firmó treguas con Castilla y con los Benimerines. También Yusuf sería asesinado veinte años más tarde.

El 27 de enero de 1336 moría en Barcelona Alfonso IV el Benigno, y ante el ascenso al trono de Pero IV, la reina Leonor se marchó a Castilla con sus hijos, viendo cómo se hacía público un decreto de confiscación de los bienes de todos ellos, que finalmente sería revocado. 

Era evidente el rencor guardado por Pedro IV hacia su madrastra y hermanastros, probablemente cargado de razón a juzgar por la respuesta obtenida del pueblo ante las exageradas concesiones otorgadas a sus hermanastros. No obstante, el sobrenombre de “el del puñalet” con que acabará pasando a la historia, da también razón de la peculiar idiosincrasia del personaje, que alcanzó fama de cruel y astuto al tiempo que de hábil diplomático.

El reinado de Pedro IV el Ceremonioso se alargaría cincuenta y un años y estaría jalonado de graves tensiones bélicas, entre las que se cuentan la anexión del reino de Mallorca, el sofocamiento de una rebelión sarda, la rebelión de los unionistas aragoneses y valencianos y, sobre todo, la guerra con Castilla. 

Estas circunstancias tuvieron graves consecuencias especialmente en el campo de la demografía y de la economía, pero también en el campo legislativo e institucional, siendo que en 1365 era creada la Diputación General de Cataluña.

En 1337 daba comienzo la Guerra de los Cien años, conflicto que acabaría influyendo en España, dado que Alfonso XI se había aliado con Francia, para lo que firmó una tregua con los musulmanes de Granada. 

Conflicto internacional que venía a sumarse a un conflicto interno que en 1340 mantenía a Castilla sumida en guerra civil, en esta ocasión motivada porque Alfonso XI había nombrado maestre de la orden de Santiago a su hijo adulterino de siete años, Fadrique, hermano gemelo del futuro Enrique II, y tras el primer escándalo, fue nombrado Alfonso Meléndez de Guzmán, hermano de la concubina, y tío de Fadrique, a lo que se opuso el Maestre de la orden de Alcántara, Gonzalo Martínez de Oviedo, lo que ocasionó una guerra en la que fue vencido y degollado por traidor el Maestre. Lo peor es que el Maestre era un baluarte en la guerra de Granada, que amenazaba endurecerse tras la muerte del príncipe Abdelmelic, acaecida poco antes.

Una vez terminada la tregua firmada con los musulmanes, la flota de Castilla, Portugal y Aragón infligió serias derrotas a los africanos, y Alfonso puso sitio a Gibraltar, donde se congregaron los reinos hispánicos así como refuerzos europeos que acudían a la cruzada, en gran medida atacados por la peste, algo que acabó siendo letal para Alfonso XI, que fallecería en 1350 durante el asedio, víctima de la peste.

La Guerra de los Cien Años ralentizó y, a veces, interrumpió la exportación de lana inglesa en el resto de Europa, lo que obligó a los grandes magnates del tejido europeo a recurrir a la lana castellana: Flamencos, franceses e italianos ofrecían por la lana merina de calidad mucho más que los pañeros locales, lo que potenció extraordinariamente la exportación de productos agrícolas y ganaderos que había conocido un importante empuje con la aparición y el enorme progreso de las ferias de Medina del Campo o Burgos, y otros centros comerciales de la Meseta como Segovia, Toledo o Cuenca.

El éxito acabó aportando miseria, ya que como consecuencia decayó la actividad artesanal que en gran medida cayó en manos de extranjeros. 

En Castilla seguían los enfrentamientos del rey con la nobleza. Don Juan Manuel, don Juan Núñez de Lara y don Alfonso de Haro encabezaban las principales banderías. Logró Alfonso XI apresar y ejecutar a Alfonso de Haro, y ponerse en situación dominante sobre Juan Núñez, que acabó sometiéndose. Quién no se avenía era Don Juan Manuel, que se encontraba en extraordinarias relaciones con Portugal y con Aragón. Don Juan Manuel casó a su hija Constanza con Pedro, hijo de Alfonso IV de Portugal, cuyo matrimonio con Blanca de Castilla fue anulado.

Mientras, Alfonso IV de Portugal inició guerra con Castilla, molesto por el trato que Alfonso XI daba a su esposa María, hija de Alfonso IV. La guerra terminaría por intervención del Papa Benito XII y por el peligro que representaba una nueva acometida de los benimerines. Se llegó a un tratado de paz en 1339, tras el cual las tropas portuguesas desempeñaron un importante papel en la batalla del río Salado contra los benimerines. También don Juan Manuel se reconcilió.

Fue en este momento cuando fueron descubiertas las Islas Canarias, que comenzaron a ser menudeadas por esclavistas y por comerciantes de tintes.

Al año siguiente, 1340, la escuadra castellana al mando de Alonso Jofre Tenorio sufrió una gran derrota y se perdió Gibraltar. Esta campaña estaba promovida por Castilla y por Aragón, y había sido solicitado el apoyo de Mallorca, pero Jaime III firmó la paz con Marruecos de forma unilateral. Grave error que acabaría costándole el reino, ya que Pedro el Ceremonioso decidió que debía ser incorporada definitivamente al reino de Aragón e inició un proceso legal que acabó sentenciando la confiscación de los bienes de Jaime III.

Al fin, la derrota de la escuadra acabó en balance positivo con la decisión del Ceremonioso, con el resultado de la Batalla del Salado acaecida ese mismo año, la conquista de Alcalá la Real en 1341, la batalla del río Pulmones y finalmente la toma de Algeciras en 1344 tras un largo sitio, y gracias a que en estos momentos dejaron las discordias internas y Portugal, Castilla y Aragón actuaron en unión. 

En la batalla del río Salado, los moros ocupaban toda la margen del río, por lo que Alfonso dirigió sus huestes a la orilla del mar, 


et mandó que los pendones et los vasallos de don Fadrique et de don Fernando sus hijos, et Gracilazo de la Vega, et Gonzalo Ruiz su hermano, que eran sus mayordomos, fuesen delante dél… et el rey de Portogal tomó su camino a parte ezquierda cerca de la sierra…Comenzaron las refiegas, pasó el río Gracilazo y luego Álvar Pérez de Guzmán, que encontró herido a Gracilazo, siendo vencidos finalmente los moros… Pasó el río Don Juan, hijo del infante Don Manuel, los moros de aquel lugar salieron huyendo… et fueron ferir en una grand compaña de moros que guardaban el real… et dellos comenzaron a fuir contra Algecira, et dellos descendieron fuyendo al valle do estaba el rey Alobasen… 


Los españoles atacaron el real, resguardado por multitud de caballeros y de infantes; vencidos, salieron huyendo a Algeciras. Alfonso XI quedó aislado entre gran número de moros, a lo que el rey respondió: 


Feridlos, que yo so el rey don Alfonso de Castiella et de León; ca el día de hoy veré yo quales son mis vasallos, et verán ellos quién soy… 


Se acercaron al rey nuevas fuerzas españolas que habían acabado con su sector moro, y los que lo acosaban salieron huyendo hacia Algeciras. Mientras, Alfonso IV de Portugal atacó al rey de Granada, cuyas tropas, tras el primer encuentro, comenzaron a huir... 


Et el rey de Castiella iba en pos el rey Alobasen, et en pos los sus moros que iban vencidos. Et el rey de Portugal con las gentes de Castiella, que estaban con él, iban en pos del rey de Granada, Yusuf I.


El 30 de octubre de 1340 la batalla del Salado significó el fin de las intervenciones militares de los africanos. Granada quedaba definitivamente sola ante el empuje de España. Y en parte gracias a esta situación, los árabes se vieron volcados a la necesidad del desarrollo máximo de las técnicas de regadío.

Como consecuencia de la deslealtad del reino de Mallorca en 1340, Pedro el Ceremonioso se anexionó el reino en 1344, y constituyó los condados del Rosellón y Cerdaña gobernándose ambos desde Perpiñán, pero Montpelier, Omelades y Carlades quedaban en manos del destronado rey de Mallorca, quien acabaría vendiendo Montpelier al rey de Francia el año 1349.

El derrocado rey de Mallorca, Jaime III, sería finalmente muerto en la batalla de Lluchmajor de 25 de octubre del mismo año. Sus hijos estaban presos en el castillo de Bellver, Eran Jaime IV de Mallorca e Isabel. Jaime permanecería en prisión durante doce años y fallecería en Castilla defendiendo los derechos de Pedro I, e Isabel acabaría enfrentada a Juan I de Aragón.

En su largo reinado, el rey Pedro IV tuvo que enfrentarse abiertamente con la Unión aragonesa y con la valenciana. En las Cortes de Zaragoza de 1347, y ante la presión de los unionistas capitaneados por sus hermanastros —los infantes don Fernando y don Juan, sus hermanastros, hijos del segundo matrimonio de Alfonso IV con Leonor de Castilla—, el rey tuvo que ceder en la confirmación del privilegio de la Unión.

La situación derivó en guerra civil en Aragón y Valencia que duró, en Aragón, hasta el 25 de Julio de 1348 en que los unionistas fueron vencidos en Epila y los unionistas valencianos en Mislata el 8 de Diciembre del mismo año.

Tras la batalla de Epila se ahorcaron en Zaragoza a catorce partidarios de la Unión y fue suprimido el Privilegio de la Unión. Pero ese no fue el único de los males; si el año 1333 fue bautizado como “lo mal any primer”, dada la hambruna padecida en 1343, los valencianos calificarían este año como “de la gran fam”, que sirvió de preparación para la llegada de la peste negra, declarada en la primavera de 1348, estando el rey en Valencia, circunstancia que venía a unirse a una nueva no menos desagradable cual era la noticia de que en Palermo se había originado una rebelión con gran matanza de aragoneses.

Eran los inicios de la terrible Peste Negra que azotó el siglo XIV y que unida a las sucesivas epidemias que se repetían cada ocho o diez años y las malas cosechas produjo una notable merma de la población que, a finales del siglo XV se vio reducida en porcentajes cercanos al 50% de la existente a mediados del siglo XIV.

Como consecuencia de la peste muchas tierras quedaron abandonadas, y por lo que se refiere a Portugal, existen testimonios documentales de numerosos lugares que se despoblaron tras el impacto de la pestilencia (Ponte de Lima, Santar, Vale de Lobo, Ferreira, etc.), y en el cabildo catedralicio de Burgos del año 1352, constan como vacías diversas heredades, presumiblemente a consecuencia de la Peste Negra. El Becerro de las Behetrías, confeccionado hacia 1352, registra numerosos núcleos de población de la cuenca del Duero abandonados; no indica el motivo, pero seguramente es consecuencia de la gran mortandad. 

En algunos casos se menciona explícitamente la peste, como en Estepar, del que se dice: 


Desde la mortandad acá non pagan martiniega que se hyermó el dicho lugar.


El obispado de Palencia, contrastando una estadística de la diócesis del año 1345 con el mencionado Becerro de las Behetrías, ha llegado a la conclusión de que sobre un total de 420 lugares que figuran en el primer testimonio documental, 88 habían desaparecido en el segundo, es decir, el 20,9 por 100. La causa de dicho abandono no podía ser otra sino la difusión de la Peste Negra en el territorio aludido. 

Más datos al respecto señalan que entre 1348 y 1385 la población de Teruel disminuyó en un 37 por 100. En la plana de Vic, la población experimentó un retroceso espectacular pasando de unos 16.500 habitantes a sólo unos 5.500, lo que representaría la pérdida de unos dos tercios de sus efectivos demográficos. En Mallorca perecieron el 4,4 por 100 de los habitantes de la ciudad de Palma y el 23,5 por 100 de los residentes en los núcleos rurales. 

Si de la Corona de Aragón pasamos al reino de Navarra, encontraremos un panorama semejante. Así, en la merindad de Estella, hubo un brusco descenso poblacional entre 1330 y 1350, siendo lógico pensar que la causa principal del mismo fuera la gran mortandad. 

  La peste, procedente de Oriente, había entrado en marzo por Baleares y se extendió rápidamente por Tarragona, Barcelona, Valencia Almería, Huesca y Zaragoza, llegando en Octubre a Asturias y Portugal, y en 1350 se cobró la vida de Alfonso XI, en Gibraltar, a la que estaba asediando. 

Según algunos autores, la gran beneficiaria de la peste negra fue la ganadería lanar, cuya expansión, a lo que parece, tuvo mucho que ver con la propagación de la gran mortandad. 

Y el gran perjudicado el pueblo judío, que para 1350, cuando en Aragón comenzó a contarse el tiempo por la era de Nuestro Señor Jesucristo, sufrió una gran animadversión popular como consecuencia de la función que desarrollaban como recaudadores de tributos, oficio despreciado por todos, que era bien recibido por los reyes, y muy especialmente por Pedro el Cruel.

La peste, que acabaría repercutiendo en el odio a los judíos, a los que se señalaría como responsables de la misma, produjo a la par un incremento de los precios, siendo que en la plana de Vic el precio de la cuartera de trigo pasó de cinco a quince sueldos en el período comprendido entre julio de 1348 y julio de 1349, mientras en las Cortes de Valladolid de 1351 se dijo que los jornaleros del campo 


Demandan desaguisados... en manera que los duennos de las heredades non lo pueden cumplir, en tanto que los menesteriales… vendlan las cosas de sus offiçios a voluntad et por muchos mayores presçios que vallan.


Como consecuencia de esta situación se produjo una gran carestía alimenticia, lo que obligo a la toma de medidas que conllevaron la intervención real en los ordenamientos de precios y de salarios, que fueron atendidos en las Cortes de Zaragoza de 1350, para Aragón, en las Cortes de Valladolid de 1351 para Castilla, y lo mismo ocurrió en el Reino de Portugal, y los otros reinos hispánicos, obteniendo dispares resultados. 

La difusión de la peste, en el terreno social, tuvo una incidencia inmediata. La acusación lanzada contra los judíos, a quienes se achacaba el origen de la epidemia, aunque no se apoyaba en ninguna prueba concluyente, prendió rápidamente en la sensibilidad popular, propicia a las iras antisemitas. De ahí que en el mes de mayo de 1348, apenas unos días más tarde de la aparición de la peste en la ciudad, el call o aljama judaica de Barcelona fuera asaltado. La ola antisemita se extendió al resto de Cataluña, afectando a los calls de Cervera y Tárrega y, en menor medida, a los de Lérida y. Gerona. En tierras de la Corona de Castilla, por el contrario, no hay noticias de furores antisemitas. No obstante, en 1354 se registró un ataque a la judería de Sevilla, pudiendo sospecharse que fuera consecuencia lejana del clima creado a raíz de la difusión de la Peste Negra. La furia antisemita se había extendido por toda Europa, de donde habían sido expulsados de la mayoría de sus reinos, y en España se produjeron muchas conversiones.

Estas crisis frenaron la actividad económica, y la presión excesiva de los señores impulsó la emigración de los agricultores a las ciudades, donde los manufactureros demandaron medidas protectoras de sus productos. Al mismo tiempo, se produjo una gran crisis bancaria y devaluación de la moneda. 

En medio de esta situación, en 1349 había fallecido Juana II de Navarra, y le sucedía Carlos II el Malo, con 17 años de edad, que acabaría aliándose a Inglaterra en el conflicto de la Guerra de los 100 años. Vivió en Francia hasta 1361, defendiendo los derechos de Etienne Marcel al trono de Francia. Dentro de España, apoyó alternativamente a Pedro el Cruel y a Enrique de Trastámara, interviniendo también entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla, siendo que acabó enemistado con todos. En 1350 fallecía Alfonso XI de Castilla. Lo sucedería Pedro I, conocido en la historia como “el cruel” por unos, y como “el justiciero” por otros. Contaba 16 años de edad, y debió enfrentarse a las distintas facciones que se disputaban el poder, teniendo como privado a Alfonso de Alburquerque, que urdió no pocas actuaciones de Pedro.

Inducido por su ayo, Pedro apresó a su hermanastro Enrique de Trastámara y al maestre de la Orden de Santiago, lo que motivó su rebelión, que acabó en perdón, pero el rescoldo se unió a los enfrentamientos que el rey tenía con Nuño de Lara, señor de Vizcaya. Enfrentamientos que llevaron a Pedro I a realizar una sucesión de asesinatos, cuyos deudos recalaron cerca de Enrique de Trastámara, cuya madre, Leonor Núñez de Guzmán también resultó asesinada.

Pedro I atendió de forma decidida la reforma de la legislación; así, en 1351, las cortes de Valladolid marcaron un hito en el derecho: Se condenaba la vagancia y se prohibía la mendicidad, y se ordenaba con minuciosidad admirable todo lo relativo al precio y modo de ajustarse los jornales, a la duración de las horas de trabajo en cada estación, al valor de cada artefacto… y se creó el somatén como organización para la persecución de los malhechores… se impidió la tala de los montes; se condenó el monopolio y el sistema gremial y se reguló la propiedad de la tierra. Fue un principio de reinado que parecía pronosticar algo distinto a lo que posteriormente acaeció.

Pero así como la legislación atendió aspectos encomiables, políticamente llevaba a cabo importantes purgas. En 1353 se rebelaba su hermanastro Enrique en Asturias, y su otro hermanastro, Tello, hacía lo propio. Ambos fueron vencidos. En Andalucía se sublevaba Alfonso Fernández Coronel, que fue ejecutado con los caballeros que le habían apoyado, así como fue destruida la villa de Aguilar, que les había dado cobijo. El 3 de Junio del mismo año se casaba con Blanca de Borbón, que fue encarcelada dos días después, ocasionando una rebelión en Toledo y una ruptura de relaciones con Francia., así como el abandono de nobles que le habían apoyado hasta el momento; el principal, Alfonso de Alburquerque, se exilió en Portugal para ser posteriormente aliado de Enrique de Trastámara.

El enfrentamiento civil estaba siendo manifiesto, pero es que todo señala que la degradación de las actuaciones de Pedro I era de tal calibre que su propia madre le abandonó, llegando a impedirle la entrada en Toro.

Pedro continuó con las purgas, los obispos de dos diócesis hispanas, el de Salamanca, Juan Lucero, y el de Ávila, Sancho Blázquez Dávila, declararon nulo su matrimonio con Blanca de Borbón, y en abril de 1354 se casó con Juana de Castro. De nada sirvió la condena del Papa al rey y a los obispos. Por si eso era poco, animaba la sedición en Aragón apoyando las intenciones de Fernando al trono… mientras Pedro IV animaba las intenciones de Enrique de Trastámara en Castilla.

Entre tanto, en el Bósforo, la armada aragonesa, aliada a la veneciana libraba contra la armada genovesa una de las batallas navales de mayor magnitud de la Edad Media; fue un desastre para ambos bandos. Y ese mismo año se produjo en el Alguer, Cerdeña, un levantamiento que tuvo que ser reprimido por la misma flota aliada que se había batido con la flota genovesa. 

Y ese mismo año 1354 fallecía Mohamed V, que era sucedido por Yusuf I, que inició el más esplendoroso reinado de toda la dinastía nazarí, y todo gracias a la manifiesta debilidad de los reinos cristianos y por la capacidad política de Mohamed V que para asegurar la paz había establecido acuerdos con Castilla y con los benimerines. Pero una revuelta palaciega acabaría expulsándolo del trono en 1359.

En ese periodo dio Pedro I de Castilla muestras de una tiranía que levantaba oposición cada día en más sectores sociales. En 1355, después de haber pactado paces con sus habitantes, hizo decapitar en Toledo a dos caballeros y a veintidós vecinos como escarmiento por la resistencia que hacía a favor de Blanca de Borbón, la reina que desde el 5 de junio de 1353 había sido encarcelada.

Y la misma acción acabó llevándola a cabo también en Toro cuando en 1354 la tomó al asalto, tras lo cual llevó a cabo una serie de asesinatos que forzó a presenciar a su propia madre, a la que finalmente desterró a Portugal. 

Tras esta matanza, muchos nobles huyeron a Aragón y a Francia. Otros muchos huyeron a Portugal, donde formaron una facción que acabaría desestabilizando el reino. Pero la desestabilización más importante de Portugal en esos momentos no estuvo motivada por Pedro I de Castilla, sino por Pedro I de Portugal que, enamorado de Inés de Castro, hija de un importante noble, Pedro Fernández de Castro y de su esposa, Aldonza Soares de Valladares, se negó a casarse con otra que no fuese Inés.

El padre de Pedro de Portugal, Alfonso IV, no lo aceptaba, perdió el control de la corte y el año 1355 ordenó el asesinato de Inés, tras lo cual, su hijo Pedro levantó un ejército que devastó el reino hasta que se reconciliaron en 1357, poco antes de fallecer su padre, a quién sucedió en el trono el veintiocho de Mayo de 1357 con el nombre de Pedro I, que como su homónimo castellano también pasaría a la historia cono “el cruel”. Recién coronado Pedro I de Portugal dio orden de arrestar a todos los victimarios de Inés, siendo que de entre ellos sólo pudo escapar Diego Pacheco. 

Pero Coello y Álvaro Gonzalves, dos de los asesinos, fueron salvajemente torturados, y aún vivos, Pedro les hizo arrancar el corazón, que devoró ante el espanto del pueblo que contemplaba la escena. Desenterró el cadáver de Inés todavía mal oliente, la sentó en el trono vestida como una reina y obligó a toda la realeza a realizar un besamanos. Fallecía el 18 de enero de 1367.

En medio de esta situación, se produjo la “Guerra de los Pedros”, o guerra castellano-aragonesa que estuvo vigente trece años, desde 1356 hasta 1369, cuando falleció Pedro I de Castilla a manos de Enrique de Trastámara. 

La guerra venía anunciándose desde el acceso al trono de Pedro I de Castilla, cuando daba acogida a los infantes aragoneses enemistados con Pedro IV, situación que se vio inmediatamente agravada por la protección que Pedro IV prestaba al conde Enrique de Trastámara

La intenciones eran manifiestas por ambas partes, y finalmente, en 1356 Castilla amenazaba la invasión del territorio aragonés fronterizo en el reino de Murcia para dirigirse a Valencia, lo que unido al apoyo que Pedro I de Castilla estaba brindando a la república de Génova en la guerra que mantenía con Aragón, desembocó en un conflicto bélico de graves consecuencias.

El inicio de la guerra con Aragón tuvo lugar en 1357 cuando nueve galeras aragonesas armadas por mosén Francisco de Perellós con licencia de Pedro IV el Ceremonioso para ir en auxilio de Francia contra Inglaterra, arribaron a Sanlúcar de Barrameda en busca de víveres y apresaron a dos barcos de la República de Génova. 

Manifiesto casus belli, Pedro I requirió a Perellós para que abandonase su presa; el aragonés no lo hizo… Pero todo quedó en un acuerdo de tregua que seguidamente sería rota cuando Pedro I tomó Alicante, cedida por el pretendiente aragonés Fernando, hermano del rey Pedro IV.

Pedro IV retomó en breve plazo Alicante, y Fernando cambió de bando, y en represalia, Pedro I asesinó al infante don Juan de Aragón, hijo de Alfonso IV y a su madre, Leonor; a la mujer de su hermano Tello; a sus hermanastros Juan y Pedro, de diecinueve y catorce años, a su hermanastro Fadrique, maestre de Santiago, y a la madre de éste, Leonor de Guzmán. 

Enrique de Trastámara entra entonces a combatir junto a Pedro IV el Ceremonioso en la guerra que ya de manera abierta y declarada estaban manteniendo entre sí los reinos de Aragón y de Castilla.

En medio de esta situación, el rey de Aragón crea en 1359 el "Gran y General Consell", órgano recaudador de los impuestos de la Corona de Aragón en los 8 condados de Septimania Sur (Barcelona, Gerona, Ausona, Besalú, Urgell, Ampurias, Pallars Subirá y Pallars Jussá).

Durante el reinado de Pedro IV se inició la denominación de Principado dada a Cataluña. La primera referencia documental se halla en la convocatoria de las Cortes de Perpiñán de 1350. Se desconocen los motivos de tal denominación.

Este mismo año es coronado Ismail II en Granada tras haber destronado a su hermano Mohamed V, aliado de Pedro I de Castilla, que detentará la corona hasta que sea derrocado por Mohamed VI, el rey bermejo, ante el que se crearon núcleos de rebeldía en un buen número de plazas del reino, siendo que Málaga acabó rebelándose y reconociendo a Mohamed V como sultán legítimo.

Ante esa situación, Mohamed VI huyó con intención de acogerse a la protección Pedro I de Castilla, pero Pedro I lo mandó ejecutar, alanceado brutalmente por él mismo en los campos de Tablada (Burgos), procediendo a enviar su cabeza a Mohamed V en señal de paz y amistad entre ambos reinos. 

La crónica del rey don Pedro del Canciller Ayala relata el fin que tuvo el rey bermejo: 


El rey sopo luego cómo el rey Bermejo traía muchas joyas ricas…e después que ovieron cenado…entró Martín López de Córdoba…e con el omes de armas, e llegó do estaba el rey Bermejo… e tomóle preso…e todos los moros que cenaban con el dicho rey… e fueron falladas doblas e joyas, e todas las ovo el rey. E el rey Bermejo…fue montado en un asno…e con el de sus moros treinta e siete, e fízolos todos matar. E el rey Don Pedro le firió primero de una lanza, e díxole así: “toma esto, por cuanto me fecistes facer mala pleitesía con el Rey de Aragón, e perder el castillo de Ariza”. 


Lo más curioso es que Pedro el Cruel, que había sido parte principal en el derrocamiento de Ismail II, a la muerte de Mohamed VI mandó dar un pregón en el que decía: “Esta justicia manda facer nuestro señor el rey a los traydores, que fueron en la muerte del rey Ismail su rey y su señor”.

A pesar de todo esto, y aprovechando las discordias en Castilla, Mohamed V retomó Úbeda y Algeciras, y realizó importantes obras en la Alambra, entre ellas el Patio de los Leones. Y cuando Pedro el Cruel le envió la cabeza de Mohamed VI y de sus compañeros, en agradecimiento, liberó a unos cautivos.

Mientras, Enrique de Trastámara perseveraba en su alianza con Pedro IV de Aragón y aumentaba su prestigio en Castilla. Así, en 1360 vio que se presentaba la mejor oportunidad para dar el golpe de gracia a su hermanastro; entró en Castilla y al poco tiempo se apoderó de Nájera, donde permitió una sangrienta persecución de judíos, pero finalmente fue vencido por Pedro, que se marchó a Sevilla donde mató a los tripulantes de cuatro galeras aragonesas, por tratarse de aliados de su hermanastro.

Como consecuencia de semejante acción se reanudaron las hostilidades entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón, que terminaron en paz pactada, al tiempo que entre un largo rosario de crímenes, asesinaba a Blanca de Borbón mientras su amante, María de Padilla, moría de muerte natural. Ambas contaban 25 años de edad. Corría el año 1361.

En 1362 la invasión del Somontano del Moncayo y de las tierras valencianas por parte de Pedro I de Castilla encendió de nuevo la guerra. Los ejércitos castellanos ocuparon Borja, Magallón y Calatayud, y Pedro IV, que se encontraba en Perpiñán y sin tropas, tuvo que reunir Cortes generales en Monzón para evitar que los catalanes se inhibiesen, como acostumbraban, de cuanto no atañía directamente al principado.

Al siguiente año Pedro I siguió con la invasión, para lo que contaba con el apoyo de Navarra y de Portugal. Conquistó muchas plazas, en las que castigaba cruelmente a los vencidos, y en 1364 tomó Alicante, Elda y Gandía, siendo la nómina de ciudades importantes tomadas, muy larga. Llegó hasta Valencia, mientras, Pedro IV de Aragón pactaba con Enrique de Trastámara tomar el reino de Castilla para éste.

Pero en la Corona de Aragón no era Pedro I de Castilla el único problema. La peste se difundió nuevamente en torno a los años 1362-1363, siendo sus víctimas principales, al menos por lo que se refiere a Cataluña, los niños. 

Por las mismas fechas se registró en Navarra otro brote epidémico. El médico converso Juan de Aviñón, residente en Sevilla, afirmaba que entre 1363 y 1364 hubo una gran mortandad “de landres en las ingles y en los sobacos en aquella ciudad”. 

Pero quizá esta epidemia afectó también a todo el reino de Castilla, pues cuando el monarca castellano Pedro I solicitó al concejo de Sahagún, en 1364, que le enviara 30 ballesteros, le respondieron que la villa estaba


Muy pobre e menguada, non aviendo y gentes segund que de antes de las mortandades avía, porque los más dellos eran muertos.

 

Y la peste llegó a Aragón… y con ella la defección de Bernat de Cabrera, el principal consejero de Pedro IV, que inició conversaciones de paz con Castilla que concluyeron el 2 de Julio de 1363 en Sagunto. Pedro IV y Enrique de Trastámara no aceptaron la paz y Bernat de Cabrera fue ejecutado mientras gran parte de Aragón y de Valencia estaba en poder de Pedro I el Cruel.

En 1366 la guerra castellano-aragonesa sufriría un vuelco decisivo con la llegada de fuerzas al mando de Beltrán Duguesclín. Pedro IV recibió con todo honor a los franceses en Barcelona, entregando a Duguesclín la villa de Borja y otros señoríos en prueba de confianza y agradecimiento.

Sin embargo, la presencia de tanto soldado produjo algunos abusos por parte de los recién llegados, que cometieron todo tipo de atropellos, si bien inclinó definitivamente la balanza del conflicto armado en beneficio de los aragoneses. Se recuperaron las villas y castillos perdidos anteriormente en Aragón y Valencia, y la situación permitió la celebración de Cortes en 1366 en Zaragoza y en 1367 en Tamarite-Zaragoza.

Prácticamente Pedro IV cedía el mando de la guerra a Enrique de Trastámara, que en 1366 entró en Castilla con las tropas de Beltrán Duguesclin, las conocidas como Compañías Blancas, con cuyo apoyo fue proclamado rey de Castilla y León en Calahorra.

A la coronación respondió Pedro con el asesinato del hermano del gobernador de Calahorra, pero la suerte estaba echada y en 25 días, todo el reino menos Galicia, Sevilla y algunas villas de León estaban con Enrique. Pedro se encontraba en Galicia y ordenó asesinar al arzobispo de Santiago, tras lo cual pasó a Francia para entrevistarse con el príncipe de Gales. 

En este tiempo Sevilla se rindió a Enrique, que catalizó en torno a sí a las multitudes quejosas de la actuación de Pedro, a quién acusaban de todo tipo de abusos que finalmente eran llevados a cabo por sus colaboradores judíos, que finalmente sentirían las iras de quienes se consideraban perseguidos; así, en 1367 las tropas de Enrique asaltaron las juderías de Briviesca, Aguilar de Campoo y Villadiego; y saquearon las de Segovia, Ávila y Valladolid. Toledo se llevó la peor parte. 

Al terminar la guerra, el rey quiso enmendar su política a este respecto, pero el odio a los judíos había arraigado muy hondo y desembocó en los pogromos de Sevilla en 1391, cuando la muchedumbre sevillana asaltó la judería y provocó una matanza. La revuelta se extendió primero a toda Andalucía, y desde allí los disturbios pasaron a Castilla, con especial incidencia en Toledo, Madrid, Burgos y Logroño, y luego a Aragón, donde fueron saqueadas las juderías de Barcelona, Palma y Valencia, entre otras. Sólo la elocuencia de San Vicente Ferrer contuvo la revuelta y consiguió algunas conversiones reales, pero mayoritariamente se trataba de conversiones por conveniencia, aceptadas con la única idea de salvar las propiedades o la propia vida. Se estaba creando un peligroso sustrato social conocido como “cripto judaísmo”.

A la par se estaba creando un ambiente social cada día más encontrado. Así, en 1367, cuando las tropas de Enrique de Trastámara ganaban posiciones, Pedro catalizó el apoyo militar del Príncipe Negro, Eduardo, hijo del rey de Inglaterra, Eduardo III y uno de los mejores militares de la época medieval.

Inglaterra, que ya apuntaba maneras en esta época, tendría como recompensa la cesión de Vizcaya, pero finalmente se marchó ya que Pedro no cumplía en los pagos, y la situación fue aprovechada por Enrique para retomar la mitad del reino, siendo que en estos momentos Pedro se defendía en Andalucía con el apoyo del reino de Granada, desde donde partió para defender Toledo en 1369, que estaba sitiado por Enrique.

Pero en Montiel fue derrotado por Enrique el 14 de Marzo, que lo sitió en el castillo, desde donde entró en tratos con Beltrán Duguesclin para intentar la huída, pero Duguesclín lo apresó y lo puso frente a Enrique, quién acabó matándolo. 

Al hecho lo envuelve una leyenda que adorna una triste realidad: la guerra civil había costado buena parte de las conquistas realizadas a costa del reino de Granada desde los días de Alfonso X el Sabio.

Tras la muerte de Pedro I subió al trono su matador y hermanastro, Enrique II, primer rey de la casa de Trastámara, titular del condado que había sido fundado por su padre Alfonso XI, que pasó a la historia como “el de las mercedes”, en referencia a todas las que tuvo que conceder a quienes le prestaron ayuda. Entre ellas, el envío de la armada castellana para defender los intereses de Francia en la guerra de los Cien Años, que acabó con la armada inglesa en La Rochelle y saqueó numerosos puertos ingleses el año 1372.

Alguna tradición popular ha visto en Pedro I un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. La verdad es que el pueblo recelaba de la nobleza, por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia.

El caso es que, finalizada la guerra con la muerte de Pedro I, Andalucía entera, a excepción de Carmona, apoyaba abiertamente a Enrique II, mientras Zamora y Ciudad Rodrigo no reconocían al nuevo rey mientras que Toledo se declaraba de Enrique. La situación económica se agravó con la inexistencia de medios de pago, lo que conllevó la emisión de moneda de baja calidad, y con ello se disparó la inflación.

En 1367 había fallecido Pedro I de Portugal, que fue sucedido por Fernando I el hermoso, fruto de la unión de aquel con Constanza de Castilla. El nuevo rey de Portugal abanderó los derechos de los pretendientes a la corona de Castilla, dando pie a tres guerras que fueron desastrosas para Portugal.

Pero tuvo otras ocupaciones más laudables; así, promulgó la “ley das Sesmarias” para estimular el desarrollo de la agricultura; por ella se obligaba a poner en cultivo las tierras incultas y se incentivaba el trabajo en el campo. También durante su reinado se favorecieron las relaciones comerciales, constando la presencia de comerciantes internacionales en Lisboa. La navegación vivió también una época dorada, permitiéndose la tala de bosques reales para la construcción de navíos, y concediendo importantes exenciones fiscales en actividades navieras.

La preeminencia geopolítica había dado un giro de envergadura, y es que, si en el año 1340, los castellanos tuvieron que pedir ayuda a los genoveses, los catalanes y los portugueses para detener la amenaza de los Benimerines en el estrecho; en treinta años la situación había dado un vuelco, siendo que en 1372 los franceses pidieron ayuda a los castellanos para derrotar a los ingleses en La Rochelle; y a finales de siglo eran los aragoneses los que alquilaban barcos cantábricos para su comercio.

La muerte de Pedro I de Castilla precipitaría los acontecimientos, que desembocaron en la paz de Almazán de 1375; firmándose un tratado entre Pedro IV de Aragón y Enrique II de Castilla, que no fue totalmente respetado por éste en cuanto se refiere a las reivindicaciones aragonesas de algunos lugares fronterizos. También se acordó el matrimonio del futuro Juan I con la hija del Ceremonioso, doña Leonor.

También la paz de Almazán tuvo consecuencias para el reino de Mallorca, y es que en el curso de la contienda hizo aparición Jaime IV de Mallorca luchando a favor de Pedro I el cruel, aprovechando la circunstancia para iniciar la invasión del reino de Aragón, que acometió por la Seo de Urgel llegando las tropas hasta las puertas de Barcelona en Enero de 1375, donde fue derrotado y se vio obligado a huir a Castilla. Jaime I acabaría siendo envenenado, quizá por orden de Pedro IV, no sin que antes nombrase heredera a su hermana Isabel, que pactó con el duque de Anjou la reclamación de sus derechos, pacto que nunca tuvo efecto.

El más que manifiesto embrollo peninsular de esta época tiene no obstante un punto favorable, ya que en medio de todo el maremagno de conflictos que alcanzaban todos los sectores sociales, se dio lugar a algo que resultaría beneficioso para toda la sociedad; se trata de la especialización agrícola, especialmente la vitivinícola que se desarrolló en el valle del Duero, la Rioja y Andalucía, dando comienzo al crecimiento del cultivo del olivo, que se desarrollaría especialmente a partir del siglo XV, tanto en Andalucía como en Urgel, Tarragona, Ampurdán o Zaragoza. Asimismo se produjo un crecimiento de la horticultura intensiva en la franja costera que va de Barcelona a Murcia, y que se desarrolló especialmente después de la peste negra.

La peste negra fue un punto de inflexión; provocó una importante mortandad que llevó a una revalorización de la mano de obra. Los señores se esforzaron por mantener el control de sus vasallos, tratando de evitar por diversas vías que éstos emigrasen a otros lugares, al tiempo que intentaban atraer a nuevos pobladores a sus dominios, lo que ocasionó conflictos entre territorios vecinos, y en concreto en Cataluña se produjo una profusión de movimientos sociales.

También el reino de Valencia conoció estos movimientos, si bien no fueron de la envergadura que alcanzaron en Cataluña y en Aragón. En conjunto, el resultado económico de la crisis del siglo XIV puede considerarse como favorable para la población rural, ya que, aunque diezmada, vio cómo mejoraban sus condiciones de vida al verse suprimidos determinados derechos señoriales.

Paralelamente a este movimiento social, se desarrolla en la costa mediterránea el manso o alquería, en el que se atiende el cultivo de cereal, vid, olivo, arroz y azafrán. En las zonas de Valencia se cultiva la huerta con las mismas técnicas de los musulmanes, el regadío se difunde y la naciente burguesía invierte capitales en el campo, se racionalizan los cultivos, se aumenta la superficie cultivada y la burguesía alcanza privilegios que la acercan a la nobleza.

Es justamente ahora cuando se configura el tradicional paisaje agrario peninsular. En la Meseta la principal actividad económica seguirá estando representada por el cultivo del cereal al tiempo que crece la cría de ganado, mientras en la Corona de Aragón se desarrolla el cultivo de plantas tintóreas, moreras para la seda, azafrán, caña de azúcar y arroz, éste último con especial incidencia en los marjales de Murcia, Castellón y Valencia.

La actividad económica y el desarrollo de mundo agrario vino a enmarañar más la situación política y militar que venimos señalando, y al amparo de ese embrollo, Mohamed V continuó la guerra de conquista abiertamente; se apoderó de los castillos de Rute y Cambil y, tras un prolongado asedio, de la importantísima plaza de Algeciras, pero las correría llegaron a su fin una vez Enrique II tomó posesión del reino. Se pactaron paces entre tensiones y recelos, pero ya no serían rotas en vida de Mohamed V, que el 16 de Enero de 1391, a su muerte, sería sucedido por Yusuf II.

Entonces salieron a la luz otras cuestiones; la situación social arreció la persecución contra los judíos; persecución que podemos llamar sectorial, porque por otra parte llegaron a producirse muchas conversiones, y no todas por presión o conveniencia. Entre ellas destaca la del rabino Salomón Ha-Levi, que con el nombre de Pablo García de Santa María acabaría siendo obispo primero de Cartagena y posteriormente, en 1415, de Burgos, amén de canciller mayor del reino, albacea y ayo del príncipe Juan, que ejerció una muy activa labor de conversión de los judíos y fue sustituido en el obispado por su hijo Alfonso.

El nuevo rey de Castilla, Enrique II, se volcó en organizar la administración. Convocó las cortes de Toro de 1371, que fueron de suma importancia para la organización política y civil del reino, decretándose, además de derechos y jueces independientes y entendidos en derecho, la prohibición de erigir nuevos castillos sin expreso mandamiento del rey, y la disminución de los privilegios nobiliarios. 

En un nuevo intento por el acercamiento de los reinos hispánicos, se acordaron varios matrimonios, entre ellos el de Sancho, hermano del rey de Castilla, con Beatriz, hermana del rey de Portugal. En cuanto a Navarra, que devolvería a Castilla Logroño y Vitoria, Carlos “el noble”, heredero al trono de Navarra, casaba con Leonor, hija de Enrique, y en 1375 se pactaba el matrimonio de la infanta Leonor de Aragón con el infante Juan de Castilla.

Todo parecía conducirse por los caminos deseados, pero Carlos II el Malo de Navarra urdía extrañas alianzas, lo que provocó el enfrentamiento con Enrique, que lo llevó a tomar militarmente Pamplona. 

Esta situación se vio complicada con el conflicto religioso que ha pasado a la historia con el nombre de Cisma de Occidente, ocurrido el año 1378, tras la muerte del papa Gregorio XI, durante cuyo espacio de tiempo los papas habían residido en Aviñón debido al desorden político. 

El alboroto era extraordinario. Se reclamaba la elección de un papa romano, y cuando resultó elegido un papa francés, la multitud tomó el palacio al asalto. Finalmente Bartolomé Prignano, italiano, fue elevado al solio con el apoyo de 16 cardenales y con el título de Papa Urbano VI.

Pero los cardenales franceses, que formaban la mayoría del Sacro Colegio, no estaban satisfechos con la ciudad y deseaban regresar a Aviñón, donde contrariamente a la realidad de Roma, no había basílicas ni palacios en ruinas. Pero Urbano VI se negó a salir de Roma al tiempo que manifestaba su voluntad de cambiar la estructura de la corte papal, lo que determinó que la curia declarase inválida la elección, que se habría visto sometida a la coacción de la multitud, lo que motivó que el 20 de Septiembre eligiesen como Papa enfrentado a Urbano VI a Julio de Médici, titulado Clemente VII, que se estableció su corte papal en Aviñón con el reconocimiento de Francia, Flandes y Escocia, mientras el resto del mundo cristiano se adhirió a Urbano VI. El cisma estaba servido y duraría cuarenta años.

En España, las adscripciones fueron variadas. Dos años tardaría Castilla en decantar su postura hasta que un sínodo reunido en Medica del Campo en 1380 lo hizo a favor de Clemente. En Aragón, Pedro IV optó por declararse neutral, y la misma postura sería adoptada por Carlos II de Navarra, mientras Fernando I de Portugal, que en 1379 se señaló por Clemente, reconoció a Urbano en 1381 y volvió a la obediencia a Aviñón el año siguiente, cambiando nuevamente en 1385 cuando, tras la batalla de Aljubarrota se pasó definitivamente a la obediencia de Urbano VI.

En este tiempo no faltaron los enfrentamientos ni las conjuras, siendo que en 1379 llegó a sospecharse que la muerte de Enrique II “el de las mercedes”, hubiese sido consecuencia de envenenamiento provocado por un regalo recibido del emir Mohamed de Granada.

Es el caso que el reinado de Enrique II estuvo marcado por amagos de conspiración nacidos del enfrentamiento que mantuvo durante diez años con Fernando I de Portugal y con Juan de Gante, ambos aspirantes al trono de Castilla. 

Enrique II encontró apoyo en la comunidad judía, a la que tras haber perseguido durante el tiempo que fungió como pretendiente, acabó protegiendo.

Sería sucedido por su hijo Juan I, que había casado con Leonor de Aragón, hija de Pedro IV el Ceremonioso. Con ella tuvo dos hijos: Enrique, que reinaría en Castilla con el sobrenombre de “el doliente”, y Fernando de Antequera, que acabaría siendo rey de Aragón. También casó a su hija Leonor con Carlos III “el noble” de Navarra. Como su hermanastro, Enrique II tuvo muchos hijos bastardos que acabarían levantándose contra la corona.

En 1383, treinta y tres años después que el reino de Aragón, y cuatro tras la muerte de Enrique II, comenzó Castilla a contar el tiempo en la Era de Nuestro Señor Jesucristo.

El año 1384 fallecía Fernando I de Portugal, y Juan I de Castilla, que estaba casado con Beatriz de Portugal, hija de Fernando, optó a la corona de Portugal, debiendo enfrentarse a Juan de Avis, hijo bastardo del rey Pedro I de Portugal y, por tanto, hermanastro del recién fallecido Fernando I y de Beatriz, reina de Castilla. 

La situación ocasionó una guerra que se produjo en medio de la proliferación de la peste, con la intervención de Inglaterra apoyando a Juan de Avis, y que acabó en la desastrosa derrota de Aljubarrota, acaecida el 14 de agosto de 1385, donde tras la desbandada de las tropas castellanas, Juan I de Castilla consiguió salvar la vida gracias a su ayo, que falleció. 

Estas luchas intestinas perpetuaban la existencia del enemigo. Así, en 1384 los nazaríes conquistaron Ceuta otra vez, siendo que serían definitivamente desalojados en 1387, cuando a partir de esta fecha el reino nazarí quedó bajo el gobierno de distintos soberanos que fueron incapaces de mantener el control del territorio.

Hemos visto cómo en agosto de 1385 era derrotado en Aljubarrota Juan I de Castilla. Para esa fecha, la situación del reino de Portugal ya se había decantado a favor de Juan de Avis, siendo que el 6 de abril de ese mismo año, cuatro años antes de la victoria final, había sido coronado rey. Portugal contaba con el apoyo de Inglaterra, habiendo firmado un pacto, el “tratado de Windsor”, inextinto en 2024, que permite a Inglaterra hacer lo que le plazca; así, al amparo del mismo intervino en 1640 propiciando la separación de éste reino hispánico de la unidad nacional.

No sería la única intervención; así, en 1890 Inglaterra exigió su incumplimiento y envió un ultimátum obligando a Portugal a retirarse del territorio existente entre Angola y Mozambique, y en base al mismo tratado, Inglaterra obligó a Portugal a luchar en la Primera Guerra Mundial.

Tampoco la demostración de dominio por parte de Inglaterra terminó en 1940, cuando volvió a invocar el tratado para impedir que Portugal se aliase con el Eje y le obligó a ceder una base aérea en las Azores, y por supuesto no se cumplió cuando en 1961 fue atacada la India Portuguesa por el ejército de la Unión India.

Es el caso que la derrota castellana en Aljubarrota fue de tal entidad que Juan I ordenó luto de un año en toda la corte, pero además tuvo otras consecuencias: Animado por Juan de Avis, y en el marco de la Guerra de los Cien años, Ricardo II de Inglaterra inició una invasión al mando de Juan de Gante, duque de Lancáster, que atacó Galicia el 25 de julio de 1386 habiéndose titulado “Juan, rey de Castilla y de León”, título que le había sido concedido por el antipapa Urbano VI, con el que tomó Santiago y a punto estuvo de tomar La Coruña, pero el hostigamiento de la población gallega hizo desistir al invasor.

Los derechos aducidos por Juan de Gante procedían de su matrimonio con Constanza, hija de Pedro I el cruel, y se veía apoyado por el duque de York, casado con la otra hija de Pedro I, Isabel. El conflicto sería finalmente resuelto por Juan I de Castilla en 1388 casando a su hijo Enrique con Catalina, hija de Constanza, y otorgándoles el título de Príncipes de Asturias. Serían los primeros en ostentar este título.

Resuelto el problema con el de Lancaster, Juan I convocó las cortes en Briviesca, de las que hay que destacar algunos aspectos: Se aplicó un impuesto proporcional a la fortuna de cada uno, sin distinción de condición; se depreció el valor de la moneda “blanca”; se creó un consejo de letrados del que estaban excluidos los nobles, se decretó el descanso dominical, la nulidad de las órdenes reales que fuesen contra fuero, se abrieron las Cortes de 1390 a todos los estamentos sociales y se reforzó el consejo real, que debería atender la práctica totalidad de los asuntos.

De lo que se legisló en estas cortes nos podemos hacer a la idea de cómo estaba la sociedad, que no podía ser muy diferente a como estaba la nobleza. Se legisló que 


“ningunt casado non tenga manceba públicamente, e cualquier que la toviese de cualquier estado o condicion que sea, que pierda el quinto de sus bienes fasta en quantia de dies mil maravedís cada ves que le fallaren”. Y más: “Muchas veces acaece que algunos que son casados desposados por palabras de presente, siendo sus mujeres esposas bivas, non temiendo a Dios nin a la nuestra justicia, se casan desposan otra ves, é porque esta es cosa de grant pecado e de mal enjemplo, ordenamos é mandamos que cualquier que fuese casado o desposado por palabras de presente, si se casare otra ves o desposare, que demas de las penas en el derecho contenidas, que lo fierren en la frente con un fierro caliente que sea fecho señal de crus.


Además, durante el reinado de Juan I se mejoró notablemente la calidad del ganado lanar y se abrieron importantes empresas manufactureras de paños.

Mientras esto pasaba en Catilla, el 1 de Enero de 1387 fallecía Carlos II de Navarra de forma un tanto curiosa. Parece que padecía cierta enfermedad cuyo remedio, recetado por el doctor, consistía en vendarle el cuerpo entero con gasas impregnadas en coñac. La doncella encargada de la operación, al terminar, en vez de coser las vendas pretendió fijarlas con cera de una vela, pero lo que hizo fue prender las vendas, que quemaron vivo al rey. Le sucedió su hijo, Carlos III, casado con Leonor de Trastámara, que tuvo influencia en el resto de España al participar en las guerras de Granada y al vincular matrimonialmente a su hija con Aragón. Instituyó el título de Príncipe de Viana para los herederos al trono. Murió en 1425.

Cuatro días después de la curiosa muerte de Carlos II de Navarra falleció Pedro IV de Aragón en Barcelona, dejando una triste situación ya que su hijo, Juan I ordenó encarcelar a su madrastra, Sibila, que previendo la situación había huido poco antes de fallecer Pedro IV. Sibilia sería torturada, veintinueve de sus partidarios serían ejecutados, y ella acabaría cediendo los castillos y las villas que había recibido de Pedro IV.

Juan I heredaba los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña y Córcega, los condados de Barcelona, Rosellón y Cerdaña, los ducados de Atenas y Neopatria, el ducado de Gerona y condado de Cervera. Dos años después, en 1389 protagonizaba un enfrentamiento con su suegro, el conde de Armañac, que había invadido el Ampurdán y había llegado en su incursión hasta Gerona en demanda de los derechos de Isabel de Mallorca, hermana de Jaime IV de Mallorca, que había muerto luchando a favor de Pedro I el cruel de Castilla.

También en 1389 moría el papa Urbano VI, que fue sucedido por Bonifacio IX, inmediatamente excomulgado por Clemente VII, que a su vez fue excomulgado por Bonifacio IX, que vio cómo Sicilia y Génova se apartaban de él.

El cisma era un problema de primer orden, y Juan I de Aragón se puso de parte de Clemente VII, al tiempo que se dedicaba al apoyo de la cultura, al espectáculo y a los festines, por lo que pasó a la historia como Juan I “el Cazador”, y “el indolente”. Por tal motivo, en las Cortes de Monzón de 1388 varios ricos-hombres pidieron en alta voz la reforma de la casa real, llegando a amenazar con las armas. Juan I, falto de apoyos, se vio obligado a aceptar las imposiciones, mientras en el curso de la revuelta antijudía que recorrió toda España el año 1391, en Barcelona y otras ciudades se saqueó la judería, siendo degollados muchos judíos, y en Aragón, Juan I mandó restituir lo que les había sido quitado.

El 9 de Octubre de 1390 había muerto Juan I de Castilla como consecuencia de un accidente hípico. Lo sucedió su hijo Enrique III como Rey de Castilla, León, Portugal, Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, el Algarve y como Señor de Vizcaya. Su madre era Leonor de Aragón, y asumió el poder efectivo el 2 de Agosto de 1393, contando 13 años de edad.

Apoyado por una corte de nobles de segunda fila emprendió una política pacificadora, saneó económicamente el reino e impulsó la figura de los corregidores, mientras su tío, Juan I de Aragón afrontaba una serie de conflictos que acabaron significando la pérdida de los condados de Atenas y Neopatria en medio de un clamor que acusaba a la corte aragonesa de frivolidad, corrupción, indolencia y desgobierno.

En estos momentos, los reinos hispánicos podían mantenerse distraídos en las funciones que venimos señalando en parte gracias a que el emir de Granada Yusuf II, resultó ser un hombre pacífico, favorecedor de las artes y las ciencias y además, en el mismo momento de subir al trono tuvo que hacer frente a una insurrección capitaneada por su hijo menor, el futuro Mohamed VII que fue sofocada gracias a la intervención del embajador de los benimerines.

Este conflicto interno comportaría una acción militar contra los cristianos, ya que los benimerines le forzaron a quebrantar las treguas con el reino castellano, único reino hispánico frontero con el invasor, que acabaría sufriendo una incursión en el reino de Murcia que resultó favorable a España, lo que acabaría comportando el asesinato de Yufuf. Corría el año 1392.

Le sucedió en el trono su hijo Mohamed VII, instigador del asesinato, que reemprendió la ofensiva contra Castilla, siendo finalmente asesinado el 13 de mayo de 1408.

Por su parte, el cisma de la Iglesia llevaba su propia marcha. El antipapa Clemente VII moría en 1394, y los cardenales juraron trabajar por la eliminación del cisma al tiempo que elegían a Pedro de Luna como papa Benedicto XIII, que contaba con el apoyo de San Vicente Ferrer, y que se había mostrado proclive a abdicar cuando las circunstancias lo requiriesen.

La nobleza, que era problemática en todos los reinos hispánicos, se mostró especialmente levantisca el año 1396 en Sicilia, donde se concentraba la nobleza levantisca del reino de Aragón, debiendo ser reprimida por Bernardo de Cabrera, que actuó por su cuenta dada la manifiesta incompetencia de la que hacía gala el rey Juan.

Finalmente fallecía el 19 de Mayo de 1396, en extrañas circunstancias Juan I de Aragón, que era sucedido por su hermano Martín I el Humano, quién desde 1380 era rey regente de Sicilia, cargo que debía desempeñar al haberse acordado el matrimonio de su hijo con María de Sicilia, ambos menores de edad.

Pero la transición no iba a ser cómoda, pues como se esperaba, Violante de Bar, viuda de Juan I pretendió el trono; pretensión que fue frenada por María de Luna, hija de Álvaro de Luna y esposa de Martín el Humano, que también cortaría las pretensiones de Mateo de Foix, casado con Juana, hija mayor de Juan I, que franqueó el Pirineo con 5000 hombres, llegando hasta Barbastro, donde fueron frenados.

Cuando para hacerse cargo del trono regresaba Martín el Humano de Sicilia en 1397, y con la intención de llegar a solucionar el cisma, pasó por Aviñón al objeto de entrevistarse con el papa Benedicto XIII, pariente de la reina. También, en 1403, rescataría al papa del asedio que sufrió en Aviñón, de donde se trasladó a Peñíscola el año 1403, donde contaba con un clero que le apoyaba, entre quién destacaba como predicador San Vicente Ferrer.

Cuando el 13 de Abril de 1399 fue finalmente coronado Martín el Humano, renovó los acuerdos con Castilla y con Navarra, y envió una armada a Sicilia para reforzar el poder de su hijo, así como una cruzada al norte de África.

Paralelamente, en Valencia se desataron enfrentamientos entre los Gurreas y los Lunas que acabaron contagiando Cataluña y Aragón, donde también se produjeron enfrentamientos entre los Centellas y los Solares, los Lanuzas y los Cerdán, y los Vilaragut.

La situación llegó a ser de tal calibre que el Justicia criminal, Jaume Escrivá, señalaba que en las calles de Valencia. "Les ajustades d'ómens de cavall e d'armes" son continuas, casi diarias.

Enfrentamientos que se veían reforzados con el aporte decidido de varios linajes que se repartían por bandos. En ellos se vieron implicadas familias como Centelles, Pérez d'Arenós, Maça, Romaní, Vilaraguts o Boïl, cuyos enfrentamientos llegaban a actos sanguinarios por desacuerdos sobre derechos o propiedades.

En el aspecto internacional, el año 1400, la flota castellana destruía la base de piratería inglesa existente en Tetuán y obtenía otras victorias sobre los ingleses.

Y en 1402, con la toma de Lanzarote, iniciaba Castilla la conquista de las Islas Canarias, que contaba con los derechos históricos, al tratarse del ámbito de influencia del antiguo reino visigótico, derecho reconocido por todos los reinos del momento. La exploración de las islas fue encomendada a Jean de Betencourt y Gadifier de la Salle, que con cierta facilidad, y en nombre de Enrique III, tomaron Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro. Fernán Peraza hizo lo propio en La Gomera.

Pero si el archipiélago entra con fuerza en la Historia con el siglo XV, hay referencia al mismo hacia el año 600 A.C., cuando fue circunnavegada África por un grupo de fenicios enviado por el faraón Nekó II, si bien los primeros testimonios científicos de su existencia se dan con el Imperio Romano, siendo que Plinio El Viejo, en su obra Historia Natural, da una descripción de las islas que para la época de la conquista estaban habitadas por una población posiblemente de origen norteafricano, sumida en el Paleolítico. Los antiguos pobladores vestían toscamente con pieles y tenían un gusto especial por los adornos. Trabajaban el barro, y sus lanzas, añepas, acababan en afiladas puntas naturales de piedra volcánica. En el aspecto religioso, enterraban cuidadosamente a sus muertos, momificándolos. Y todo apunta a que ignoraban completamente el arte de la navegación.

Cuando en 1402 se conquistó Tenerife, la isla estaba repartida en nueve pequeños reinos o menceyatos, al mando cada uno de un monarca o mencey, a quién asesoraba una asamblea de ancianos.

En el conflicto papal, Bonifacio IX, sucesor de Urbano VI, falleció el año 1404 y fue nombrado como sucesor Cósimo de Migliorati, que fue coronado como Inocencio VII y murió en 1406 sin haber cumplido la promesa de reunirse con Benedicto XIII para acabar con el cisma.

Para proceder a la nueva elección, los cardenales convinieron que el nuevo papa no podía nombrar cardenales y abdicaría si abdicaba Benedicto XIII.

Con esa premisa resultó elegido Gregorio XII, pero el nuevo papa nombró cuatro cardenales, por lo que los catorce que le apoyaban lo abandonaron y se unieron a diez cardenales que habían abandonado a Benedicto XIII, convocaron un concilio en Pisa el año 1409, donde eligieron como papa a Alejandro V.

El conflicto se complicaba, y mientras, recién inaugurada la campaña de Granada, moría Enrique III de Castilla el año 1406. Le sucedió en el trono su hijo, Juan II, que contaba un año de edad, bajo la regencia de su madre y de su tío Fernando, que a partir de 1410 sería conocido como Fernando de Antequera, como consecuencia de haber tomado esa plaza el 24 de septiembre de ese año.

Mientras, el conflicto hebreo crecía en intensidad, lo que provocó que en 1408 fuese decretada la reclusión de los mismos en la juderías, extremo que se agravaría en 1412, cuando la regenta de Castilla, Catalina de Lancaster en Castilla y Fernando I en Aragón prohibieron la convivencia entre cristianos y judíos.

Esa situación se producía en medio de una gran crisis económica que había dado comienzo en los últimos años del siglo XIV y que hundió la economía catalana y activó las diferencias entre la oligarquía y los artesanos, organizados en partidos que, conocidos como la Biga y la Busca, englobaban respectivamente la oligarquía de Barcelona y los artesanos, ambos grupos excluidos de la administración.

El ambiente social se caldeaba al compás de los vaivenes de la decadente nobleza propietaria de la tierra, de la quiebra de los bancos y de la inflación, no quedando exentos de las consecuencias derivadas de la guerra contra los genoveses y venecianos, y la ruptura de relaciones comerciales con Egipto, Flandes, Túnez, Francia, y la merma del mercado de tejidos por la competencia inglesa e italiana. A todo ello hay que añadir los gastos de la guerra imperial que mantuvo durante todo su reinado Alfonso V.

En la España sometida al Islam fallecía Mohamed VII el 13 de mayo de 1408 y era sucedido por su hermano Yusuf III, el mismo al que había despojado de su trono, que acabaría recuperando Gibraltar y perdiendo Antequera a manos del infante Fernando antes de su fallecimiento en 1417.

En la España mediterránea, Martín de Sicilia marchó en 1409 a pacificar Cerdeña, donde obtuvo un clamoroso triunfo sobre los sardos y los genoveses, al tiempo que se difundía la voz de que Martín el Humano tenía previsto instalar en Roma a Benedicto XIII. Pero pronto se torció todo: Martín de Sicilia, heredero al trono de Aragón, fallecía en Cagliari de forma inesperada y por enfermedad el 25 de julio de 1409.

Su padre, Martín el humano, fallecería diez meses después en Barcelona, habiendo llevado a término acciones como la supresión del call de Barcelona, la incorporación del condado de Ampurias al reino, la fundación del Estudio General de Barcelona, y la pacificación de la nobleza valenciana.

La muerte de Martín el Humano el 31 de Mayo de 1410, sin descendencia y sin el nombramiento de sucesor sería un punto de inflexión en el infante Fernando de Antequera, inmerso en el proceso de elección de sucesor al trono de Aragón. Un periodo de interregno, durante el cual la situación progresivamente iría evolucionando a su favor hasta que, tras el Compromiso de Caspe de 1412, fue nombrado monarca de la Corona de Aragón.

Pero en esos momentos, 1410, Fernando de Antequera ejercía la regencia de Castilla durante el reinado de Juan II de Castilla, momento en que se reanudó la guerra de Granada en medio de los enfrentamientos surgidos con los otros regentes reales, ante cuya situación fueron apartados los tutores Juan de Velasco y Diego López de Zúñiga, quedando su madre, Catalina, y Fernando de Antequera. El desorden llegaba hasta el punto que lo que marcaba Catalina, la madre del rey, era revocado por Leonor López, dama de su corte a la que se encontraba supeditada. Mientras, llegaban noticias de la frontera con Granada, donde se informaba que los soldados estaban dispuestos a desertar por falta de pagas. Cuando Fernando marchó a Aragón, dejó en su lugar a sus hijos, los Infantes de Aragón.











Capítulo XII

Desde el Compromiso de Caspe el año 1412 hasta la muerte Enrique IV en 1474



A finales de Junio de 1412 se resolvió en Caspe el vacío sucesorio ocasionado en la Corona de Aragón a la muerte de Martín el Humano. Tres personas tienen especial significación en el mismo: Berenguer de Bardaxí, Pedro de Luna (Benedicto XIII, el papa Luna) y San Vicente Ferrer.

Martín el Humano había fallecido en 1410 sin sucesión directa legítima, siendo varios los aspirantes al trono en distinto grado de parentesco. Por primera vez en la historia de la Corona -y por segunda en el reino de Aragón- se planteaba un problema de vacío de poder después de que, durante siglos, la sucesión se había resuelto tradicionalmente por primogenitura y masculinidad.

La legislación de la Corona de Aragón, contrariamente a lo que sucedía en Castilla, Portugal o Navarra, no existía legislación que regulase explícitamente la sucesión real, existiendo tan sólo disposiciones legales que daban por supuesta la legítima designación del sucesor y sólo trataban de los actos referentes a la coronación y juramento.

El testamento de Martín el Humano se limitaba a dejar como heredero universal a su hijo Martín de Sicilia, pero éste había fallecido antes que su padre, y no tenía herederos legítimos. Martín de Sicilia únicamente tenía un hijo bastardo, condición que le excluía automáticamente del trono, que pasaba a ser disputado por seis candidatos, aunque en la práctica sólo dos tenían posibilidades: Fernando de Trastámara, sobrino de Martín el Humano y Jaime, conde de Urgel, sobrino nieto. Los otros cuatro: Alfonso de Gandía, pariente en quinto grado; Luis de Anjou, hijo de su sobrina Violante; Federico de Luna, hijo ilegítimo; Juan, conde de Prades, eran pretendientes sin posibilidades de éxito.

Los jueces encargados de determinar los derechos sucesorios representaban a los reinos de Aragón y Valencia y al condado de Barcelona, siendo que las decisiones siempre debían estar apoyadas, al menos por un representante de cada territorio. La única nota discordante eran los conjurados del Parlamento de Mequinenza, que intentaban imponer al conde de Urgel. Curiosamente ningún representante pertenecía a la nobleza, sino al clero y a gentes de leyes.

Tras casi dos años del fallecimiento de Martín el Humano todo parecía indicar que la única solución al problema sucesorio debía pasar inexorablemente por las armas… Cada facción rival tenía su parlamento simultáneo, y como solución al problema, en 1412´y desde Peñíscola, el papa Benedicto XIII propuso la elección de compromisarios en número igual por los parlamentos de Aragón, Valencia y Condado de Barcelona, siendo excluidos el reino de Mallorca y el de Sicialia. A ellos les correspondería decidir el sucesor.

Finalmente, el 28 de Junio de 1412, San Vicente Ferrer leía públicamente el acta de elección, que sólo fue respondida por el conde de Urgel y sus seguidores, encabezados por Antón de Luna. Por seis votos resultó elegido Fernando de Antequera; dos votaron al Conde de Urgel y uno se abstuvo.

Concluido el Compromiso de Caspe, Fernando de Antequera se vio forzado a dejar la regencia de Castilla que estaba desempeñando en ese momento para ocupar el trono de Aragón, cuyo cargo juraría el 5 de Agosto en Zaragoza y el 28 de Noviembre en Barcelona, siendo coronado por Benedicto XIII en Tortosa.

Cuentan las crónicas que este año fue “muy seco é menguado de aguas, é de mucha fambre”.

Y en esos momentos, la población conjunta de Cataluña, Rosellón y Cerdaña era de unos 375.000 habitantes, de los cuales la décima parte aproximadamente (unos 35.000) vivían en Barcelona. Aproximadamente las tres cuartas partes de dicha población era campesina, y la cuarta parte de la población total catalana (de 70 a 100.000 personas) eran remensas. El remensa, como el siervo de la gleba, tenía la obligación de quedar sujeto a una explotación agrícola llamada “mas”… pero también se llamaban así cuantos campesinos dependían de su señor… eran una reminiscencia feudal que sólo existía en la Cataluña vieja.

Seis meses después de haber sido coronado rey de Aragón, en junio de 1413, hubo Fernando de hacer frente a la sublevación encabezada por Jaime de Urgel, cuestión que concentró su dedicación hasta el punto que, siendo que la Corona de Aragón se consolidaba como la mayor potencia del Mediterráneo, se vio forzado a ceder a las cortes de Barcelona parte de la autoridad real, harto de meses de discusiones.

En 1415, una vez vencido, desposeído de sus títulos y desterrado Jaime de Urgel, Fernando nombró a su hijo Juan virrey de Sicilia, pacificó Cerdeña y firmó tratados de amistad con Egipto y con Fez.

Entre tanto, el conflicto hebreo seguía pudriendo las entrañas del pueblo español, y al objeto de acelerar la deseada conversión de los hebreos, el papa Benedicto XIII promovió el Congreso teológico de Tortosa, donde el converso Jerónimo de Santa Fe (Jehosuah–Ha–Lorquí) sostuvo contra catorce rabinos aragoneses, el cumplimiento de las profecías mesiánicas. Todos los doctores hebreos, menos Rabí–Joseph–Albo y Rabí– Ferrer, se dieron por convencidos y abjuraron de su error. Esta ruidosísima conversión fue seguida de otras muchas en toda la corona aragonesa.

La sociedad española acogía con los brazos abiertos a los neófitos, creyendo siempre en la firmeza de su conversión. Así llegaron a muy altas dignidades de la Iglesia y del Estado, como en Castilla hicieron los Santa María, y en Aragón los Santa Fe, los Santángel o los La Caballería. Ricos e influyentes conversos, mezclaron su sangre con la de nobilísimas familias de los reinos hispánicos, significándose, en no pocas ocasiones como las más celosos defensores y guardianes de la fe cristiana.

Mientras tanto, Portugal, ya libre de tareas de reconquista comenzó su hazaña ultramarina. En 1415, durante el reinado de Juan I de Portugal, fue conquistada Ceuta, y los grandes descubrimientos marítimos fueron inaugurados por el infante Enrique el Navegante, que con 20 años se vio con el mando de la flota.

La campaña de Ceuta, organizada por Juan I, concluyó con éxito. Allí vivía una colectividad musulmana grande y próspera, y la ubicación estratégica como puerto de entrada al Mediterráneo la significó como objetivo prioritario que permitía establecer una base para avanzar hacia Marruecos o para el ataque a Gibraltar, otro enclave moro en el Mediterráneo occidental, y en cualquier caso, despejar el estrecho se mostraba como objetivo necesario para iniciar la exploración y el comercio con África.

Tras la toma de Ceuta Enrique el Navegante tomó multitud de datos geográficos del continente y regresó a Portugal en 1416, cuando fundó en el Algarbe uno de los primeros observatorios astronómicos, así como la Academia Náutica de Cartografía y Técnicas de Navegación y Construcción Naval. Ahí se diseñaría un nuevo tipo de embarcación: la carabela.

Era Juan I un emprendedor de primer orden, siendo que en el terreno cultural, fue el primer rey en redactar en lengua vulgar las leyes del reino. También llevó a efecto grandes obras públicas.

1416, en el cisma, fue un año decisivo. Vicente Ferrer, que hasta el momento había sido confesor de Benedicto XIII, y a su sombra tomó parte decidida para entronar a Fernando I de Aragón, tomó una decisión de envergadura: abandonar la causa de Benedicto XIII, arrastrando con él la decisiva participación del rey Fernando.

El motivo no fue otro que facilitar las labores del Concilio de Constanza, que apuntaba claramente la destitución de los tres papas en liza.

Poco después, en Igualada, y de enfermedad, fallecería Fernando a los 37 años de edad, consiguiendo pasar a la historia, además como “de Antequera”, como “el honesto” y “el justo”. Su hijo Alfonso V sería su sucesor y se ganaría el sobrenombre de “el magnánimo”. Contrariamente a su padre, no transigió con la nobleza aragonesa, con la que tuvo enfrentamientos al haber destituido al Justicia Mayor y haber introducido elementos castellanos en la administración. Volcado en la cohesión del Reino, dividió la vida entre sus estados, siendo que de los 42 años de su reinado, pasó en Italia 29, atendiendo los asuntos de Nápoles, Sicilia, Córcega y Cerdeña, encargando de los asuntos internos de Aragón a su esposa la reina doña María y a su hermano Juan de Navarra, el futuro Juan II.

En su pulso contra la nobleza apoyó abiertamente a los remensas en sus reclamaciones contra la aristocracia rural y la Biga, que mantenían privilegios cuasi feudales, y en el conflicto papal, siguió la senda marcada por su padre Fernando y por San Vicente Ferrer, siendo que en 1417 apoyó los acuerdos sinodiales cuando el concilio de Constanza depuso a Juan XXIII, a Benedicto XIII y a Gregorio XII y eligió Papa a Martín V con lo que se ponía fin al cisma de Occidente.

En Aviñón se sucederían dos antipapas más, pero ya sin importancia, se extinguieron sin mayor ruido, y Alfonso V sería el encargado de transmitir la noticia a Benedicto XIII, el papa Luna, que seguiría en Peñíscola hasta su muerte en 1423.

El año 1417 conoció también el fallecimiento de Yusuf III de Granada, que era sucedido por Mohamed VIII, con ocho años de edad y que en 1419 sería derrocado por los abencerrajes, que pusieron en su lugar a Mohamed IX, nieto de Mohamed V.

En 1418, cuando murió Catalina, la que había sido reina regente de Castilla en la minoridad de Juan II, los navegantes portugueses Joao Gonçalves Zarco y Tristâo Vaz Teixeira alcanzaron la isla de Porto Santo, desde donde vieron el Pico Ruivo de Madeira, tras sufrir una tormenta que les llevó a la deriva durante días. Madeira sería conquistada al siguiente año, 1419, por Bartolomé Perestrello.

Ese mismo año 1419, en las cortes de Madrid, era declarado mayor de edad Juan II de Castilla, que casaría con María de Aragón el año siguiente. Los infantes de Aragón Enrique y Juan, rivalizaban por el control de la corte castellana de Juan II. Cuando en 1420 el infante Juan marchó para casarse con Blanca de Navarra, Enrique dio el conocido como “golpe de Tordesillas”, casó al rey con su hermana, él se casó con la hermana del rey, y todos fueron a refugiarse en los dominios del infante Enrique.

La situación de enfrentamiento y secuestro real marcaría todo el reinado de Juan II. El privado que llevaría los asuntos del reino era Álvaro de Luna, sobrino de Benedicto XIII, lo que ocasionó un grave enfrentamiento con los Infantes de Aragón, que conspiran junto con el Rey de Navarra para lograr más tierras de las que ya poseían en Castilla.

Los enfrentamientos nobiliarios en Castilla, así, no desmerecían los que se estaban produciendo en la corona de Aragón. El Infante D. Enrique llegó a secuestrar a Juan II, que fue liberado por Álvaro de Luna. A partir de ese momento Enrique se mantuvo alzado hasta que fue puesto en prisión en 1422, y en 1423 era nombrado condestable Álvaro de Luna, quién acabó conspirando y produciendo la caída del Mayordomo Mayor del reino, Juan Hurtado de Mendoza, siendo que la acumulación de enfrentamientos con los Hurtado de Mendoza y con los Zúñiga sería letal para el Condestable.

Los enfrentamientos se alargarían a través de las décadas, siendo que los ejércitos acabaron enfrentándose en Olmedo (Valladolid) el 19 de Mayo de 1445, con un resultado dudoso tras el que se retiraron los ejércitos navarro y aragonés. Álvaro de Luna volvía a su apogeo, y repartía cargos y mercedes a sus nuevos aliados, Pedro Girón, Juan Pacheco, Iñigo López de Mendoza… Llegando incluso a pactar el matrimonio del rey, recientemente viudo, con Isabel, hija del infante Juan de Portugal, quién al fin sería responsable de su ruina.

Las convulsiones en el reino de Aragón no eran menores. Alfonso V partió en 1420 para atender los asuntos del Mediterráneo tras haber llevado a cabo ajustes administrativos que le llevaron a sustituir al anterior Justicia, Juan Jiménez Cerdán, por Berenguer de Bardají, lo que ocasionó un importante conflicto con los derechos del reino que fueron calmados por las buenas artes de la reina María mientras Alfonso se dedicaba a consolidar su poder en sus reinos, para lo cual debió pacificar Mallorca, Cerdeña y Córcega, y atendiendo la petición de la reina Juana I de Nápoles, que le había ofrecido el reino, tomó parte en la guerra civil en que estaba inmerso el territorio.

Pero finalmente Juana I acabó cambiando de opinión y se coaligó con los nobles descontentos, lo que llevó a Alfonso el Magnánimo a intentar apresarla. Se produjo el enfrentamiento y los españoles debieron retirarse a dos castillos, hasta que llegó una armada aragonesa, con cuyo apoyo se hicieron con Nápoles, pero la reina Juana y su valedor, Sforza, pudieron huir, revocando la sucesión concedida a Alfonso y dándosela a Luis de Anjou. Alfonso acabó volviendo a Barcelona en 1423, no sin antes haber pasado Marsella a saco.

Las fuerzas aragonesas en Nápoles no quedaron en la mejor de las situaciones, siendo que el papa Martín V, el mismo que había surgido del concilio de Constanza, se había unido a los partidarios de Luis de Anjou. Afortunadamente, a los aragoneses se unieron los descontentos genoveses y una flota siciliana que finalmente les sacó del apuro en 1425.

Ese mismo año, 1425, el 8 de septiembre moría Carlos III de Navarra y ascendía al trono Blanca I, siendo consorte Juan, que sucedería a su hermano Alfonso el Magnánimo como Juan II de Aragón. Del enlace de Blanca I y Juan nacería Carlos, Príncipe de Viana.

Juan se ocupó más de los asuntos de Castilla que de los de Navarra; tanto que no sería jurado como rey hasta 1428, cuando las Cortes le negaron los apoyos para proseguir la guerra, por lo que se vio obligado a embargar sus bienes y los de Blanca de Navarra.

Siendo ya rey de Navarra, consiguió Juan la libertad de su hermano Enrique, que se encontraba preso en Castilla, y que una vez liberado organizó una liga de nobles que se conjuró contra Álvaro de Luna, del que consiguió un decreto de destierro por parte de Juan II de Castilla. Álvaro de Luna tuvo un destierro de oro desde el que mantenía una fluida correspondencia con el rey. La anarquía se generalizó en el reino, por lo que fue llamado a la corte. Él se negó, y finalmente el rey le obligó a reasumir el cargo.

¿Y qué nobles eran los que tenían tanto poder en Castilla? Los mismos que mantendrían las discordias sociales durante el reinado de Enrique IV y durante parte del reinado de los Reyes Católicos: Juan Pacheco (Marqués de Villena); arzobispo Carrillo; Juan Alfonso Pimentel, el conde de Benavente, Pedro Girón (Maestre de Calatrava); Beatriz Pacheco (Condesa de Medellín), y la familias Pimentel, Portocarrero y Acuña, todos dedicados a enriquecer su patrimonio acaparando bienes y títulos nobiliarios; formaron alianzas, provocaron desequilibrios y posibilitaron enfrentamientos dentro del reino de Castilla y entre Castilla y Portugal.

En 1427 era derrocado Mohamed IX, sustituido por Mohamed VIII, hasta que en 1429, un nuevo golpe elevó a Mohamed IX, que acabó asesinando a Mohamed VIII dos años después. El reinado de Mohamed IX se parece al Guadiana, ya que volvió a ser derrocado en 1431; volvió en 1432 y volvió a ser derrocado en 1445 para volver a reinar a partir de 1447 hasta 1454.

Mientras, Portugal se dedicaba a la exploración ultramarina, en la que Diego de Silves llegó a las Azores en 1427 y Gonçalo Belho Cabral alcanzó las islas más orientales del archipiélago en 1431. Las islas no tenían población humana. Serían pobladas principalmente por genoveses, judíos, moriscos y franceses.

En 1429, el futuro Juan II de Aragón invadió Castilla en defensa de sus hermanos los Infantes de Aragón, pero la expedición fue abortada por la intervención de María de Aragón, esposa de Juan II de Castilla e hija de Fernando I de Aragón, si bien, el apoyo de Alfonso V el Magnánimo a sus hermanos Enrique y Pedro acarrearía la guerra entre Castilla y Aragón entre los años 1429-1430. Juan II de Castilla embargó los bienes de los infantes de Aragón y encarceló a Leonor, madre de los infantes.

La paz llegó por el encono de las reinas de Castilla y de Aragón, pero la situación seguía siendo sumamente tensa, tanto entre los reinos como entre los nobles y Juan II de Castilla. Tan es así que, habiendo convocado cortes en Madrid el año 1433, no encontró donde alojarse.

En 1430, el empuje cultural de Barcelona creaba la Universidad literaria, dotada con treinta y dos cátedras: seis de teología, seis de jurisprudencia, cinco de medicina, seis de filosofía, cuatro de gramática, una de retórica, una de anatomía, una de hebreo y otra de griego.

Mientras, en 1431, y con la ayuda de Castilla, la descomposición del Islam llevaba su particular curso. Yusuf IV destronó a Mohamed IX, que nuevamente fue destronado por éste el año 1432, tras lo cual ejecutó a Yusuf.

Y como consecuencia, desde el verano de 1432 los castellanos llevaron a cabo ataques a la frontera granadina, aunque no comenzó una guerra abierta entre ambos reinos porque lo impedían los problemas internos de Castilla, enquistándose a lo largo de tres años una alternancia de victorias musulmanas y cristianas, si bien las victorias castellanas fueron de mayor relevancia. Los ejércitos de Mohamed IX sucumbieron en Guadix ante las tropas del maestre de Calatrava, al tiempo que Diego Gómez de Ribera, adelantado de Castilla, atacaba la vega de Málaga. Las hostilidades se detuvieron en invierno y fueron reanudadas en la primavera de 1433; en esta ocasión, el capitán Perálvez Osorio, infligió una dura derrota a los nazaríes en Guadix mientras Diego Gómez de Ribera era derrotado en Coín, pero finalmente fue liberada Xiquena, y le siguió Turón, Iznájar, Ardales, El Castellar y Alicún de Ortega. También fue tomada Gibraltar, pero estas dos últimas plazas volvieron a caer en manos bárbaras dos años después en el curso de una guerra en la que se recuperó Huéscar en noviembre de 1434.

También en 1432, la flota aragonesa irrumpió en Túnez, donde consiguió una importante victoria, tras lo cual recibió una embajada del nuevo papa Eugenio IV y otra de la reina Juana de Nápoles, que volvió a prohijar a Alfonso V poco antes de fallecer. Pero la voluptuosidad del papa le llevó a crear una nueva liga con Milán, Venecia y Florencia para enfrentarse al Magnánimo. Finalmente se produjo un enfrentamiento entre los confederados, lo que ocasionó la huída del papa que para no ser detenido se acogió al resguardo de los españoles, que no obstante vieron frustrado su intento de tomar el reino de Nápoles, que no obstante, acabaría reconociendo como rey al Magnánimo once años más tarde, el 26 de febrero de 1443.

Medio año más tarde, el 14 de agosto de 1433 murió, presa de la peste, Juan I de Portugal, “Juan el grandioso”, que fue sucedido por su hijo Eduardo I, fiel continuador de la obra de su padre, que continuaría con las expediciones y llevaría a cabo una campaña para la toma de Marruecos, teniendo como base la plaza de Ceuta, que había sido tomada en 1415 por su padre.

Las campañas de ultramar comenzaron a mover la legislación en lo tocante a la esclavitud, actividad que en la época era universalmente admitida. Pero en ese orden, en 1434 fue emitida una bula papal en la que se prohibía la esclavitud en Canarias, y el mismo año la expedición de Gil Eones logró doblar el cabo Bojador, objetivo largamente acariciado por los navegantes portugueses, que sería superado en 1441 por Nunho Tristao cuando dobló el cabo Blanco, dando al proceso una aceleración que posibilitó que tres años más tarde, el propio Nunho llegase a Senegal y que el año siguiente, 1445 Dionis Dias descubriese el cabo Verde y Álvaro Fernández de Madeira llegase al cabo Rojo. Otros navegantes llegaron a la desembocadura del río Gambia alrededor del año 1446. En 1460 Antoniotto da Noli y Diego Gomes iniciaron la colonización de las islas de Cabo Verde. Sin embargo, la ruta a la India no se completó hasta la expedición que Vasco de Gama realizó entre 1497 y 1499.

En esa época de aceleración de los descubrimientos por parte de Portugal, en el Mediterráneo se sucedían también acontecimientos de importancia. En Nápoles fallecía la reina Juana el dos de febrero de 1435, dejando mal sabor de boca en el mundo hispánico al haber vuelto a prohijar a Luis de Anjou, y tras fallecer éste, a su hermano Renato, siempre en detrimento de Alfonso V.

Conflicto de intereses que acababa conformando una maraña al darse la circunstancia de que el papa Eugenio aspiraba al reino de Nápoles como feudo de la Santa Sede y Francisco Sforza aspiraba a lo mismo.

Ante esta situación, Alfonso V de Aragón inició la conquista, y en el sitio de Gaeta comenzó a forjarse el sobrenombre de Magnánimo al acorrer a quienes huían de la plaza. En batalla naval posterior, la flota aragonesa sufrió una gran derrota a manos de la flota genovesa, que tomó preso al mismísimo Alfonso V, y el duque de Milán, Filipo María Visconti dio a los prisioneros un excelente trato, llegando a firmar finalmente un tratado frente a franceses y alemanes, lo que a su vez recrudecería la ya profunda enemistad del papa Eugenio.

Al siguiente año, 1436, se celebraron las cortes generales de Aragón, donde además de recaudar fondos para la campaña de Nápoles, acordaron el lugar en que a partir del momento deberían celebrarse las Cortes, y que sería Tortosa para las de Cataluña, Morella para las de Valencia, y Alcañiz para las de Aragón.

A lo largo de este mismo año de 1436, al comprobar la ineficaz protección que ofrecían las tropas nazaríes, muchas ciudades musulmanas comenzaron a colocarse bajo la tutela castellana. Entre ellas se encontraban Vélez Blanco y Vélez Rubio, Galera, Benamaurel y Castilléjar, que entregaron sus fortalezas y se declararon vasallos de Castilla, pagando a Juan II los tributos que anteriormente correspondían a Mohamed IX.

A la vez que ocurría esto, la frontera con Murcia seguía bajo ataques castellanos. La situación para el reino nazarí era tan crítica que incluso los disidentes que se habían pasado al bando cristiano comenzaron a emigrar a Túnez. El peor golpe para Granada llegó con la conquista de Huelma, principal baluarte de la frontera norte, por el capitán de la frontera, Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, en abril de 1438.

El vigor del empuje castellano estaba abonado en parte como consecuencia de haberse firmado las paces entre Aragón y Castilla, lo cual también vivificó el empuje aragonés, dando pie a que Alfonso V reanudase su campaña en Nápoles, donde se enfrentó militarmente a las fuerzas del papa en medio de una sucesión de tratados en los que los señores hacían alianzas y las rompían con una gran alegría; y los retos caballerescos se sucedían, aunque no siempre se llevaban a efecto. Así, se dio el caso que el pretendiente Renato de Anjou retó en batalla a Alfonso el Magnánimo en 1438, pero Renato no apareció en el campo del honor, lo que significó que las ciudades abriesen sus puertas al Magnánimo. Pero en el sitio de Nápoles el resultado fue contrario para las fuerzas aragonesas.

Desde la muerte de Juan “el grandioso” de Portugal, su sucesor, Eduardo I, permaneció cinco años en el trono, ya que falleció el 9 de Septiembre de 1438, siendo sucedido por su hijo, Alfonso V, que contaba 6 años de edad, y que reinó bajo la regencia primero de su madre y de su tío Pedro, duque de Coimbra, que se centró en controlar a los nobles levantiscos.

Y mientras los nobles se enfrentaban por sus privilegios nos encontramos con una sociedad sumida en la pobreza. El lujo que manifestaba la corte castellana contrastaba con la miseria en las gentes. Los hidalgos, que habían gozado de la opulencia, a duras penas sabían ahora acomodarse a la penuria, mientras la nobleza despilfarraba a manos llenas.

En el reino de Aragón se manifestaba una clara recesión económica, y con ella brillaban las convulsiones sociales. La oligarquía urbana, donde existía, se aproximó a los intereses de la nobleza y se puso contra la plebe, a lo que se obtuvo una respuesta popular que tomó cuerpo en la revuelta urbana, que tomó cuerpo en banderías de las facciones ricas y pobres de Barcelona, conocidas con los nombres respectivos de la Biga y la Busca , y que tuvieron especial relevancia durante más de veinte años, los comprendidos entre 1436 y 1458, y cuya composición estaba meridianamente clara; así, la Biga era el grupo de clase alta burguesa, importadores de tejidos de lujo, que se llamaban a sí mismos «ciutadans honrats» y dominaban los organismos de gobierno de Barcelona; éstos deseaban liberalizar el comercio y monopolizar el gobierno urbano.

Frente a ellos se constituyó la que era conocida como la Busca, y que estaba conformada por artesanos acomodados partidarios del proteccionismo comercial y deseosos de compartir el poder municipal.

Y entre ambos partidos surgió el enfrentamiento, que llegó a ser bastante violento, siendo que en el conflicto, el rey Alfonso V el Magnánimo, si bien de forma tibia, apoyó a la Busca y aceptó sus demandas de reforma social, aunque el éxito fue muy transitorio, ya que la Biga no tardó en recobrar el control de la ciudad.

Por su parte, Castilla continuaba inmersa en un conflicto que ya se antojaba eterno. Álvaro de Luna controlaba todo el poder, y los nobles, encabezados en esta ocasión por el adelantado Pedro Manrique y secundado por sus parientes, se levantó en armas reclamando la destitución de Álvaro de Luna, extremo que fue rechazado por el rey Juan II de Castilla, ocasionando con la medida un notable incremento del partido rebelde, que el año 1439, se vio incrementado con el apoyo de los Infantes de Aragón, refuerzo con el que finalmente consiguieron el objetivo perseguido y Álvaro de Luna fue desterrado.

Los nobles triunfantes levantaron cargos contra el Condestable: que tenía usurpado el poder real, que había procurado destruir a los grandes del reino, que había creado impuestos injustos, que había acumulado para sí bienes públicos, que había dado cargos por su cuenta, que había causado la muerte a nobles inocentes, y finalmente, decían a Juan II que


El Condestable tiene ligadas e atadas todas vuestras potencias corporales é intelectuales por mágicas e diabólicas encantaciones, para que no pueda ál hacer salvo lo que él quisiere.


Y hasta Enrique, el príncipe heredero que posteriormente sería coronado como Enrique IV, se marchó diciendo que volvería con su padre cuando éste hubiese alejado de su consejo al Condestable, por lo que Juan II urgió las bodas de su hijo con Blanca de Navarra, de las que la princesa quedaría doncella y “tal cual nasció”. Acto seguido, el recién casado, impotente en el tálamo, se unió abiertamente a los Infantes de Aragón, y le siguió su madre, la reina. Enrique iba cayendo en las redes de Juan Pacheco y Pedro Girón (hermanos) a quienes había introducido en la corte Álvaro de Luna, suegro de Juan Pacheco.

En el guirigay que sería el reinado de Enrique IV, estos dos protegidos se enfrentarían con su protector en defensa de lo que más les interesaba: sus bienes, siendo destinatarios de grandes concesiones que les fueron hechas, a ellos y a los demás nobles por Enrique IV el Impotente.

Mientras esta situación se desarrollaba en Castilla, Antao Gonçalves, en compañía de Nunho Tristao navegaron hasta el Río de Oro en 1440, lugar descubierto por Alfonso Gonçalves Badayal cuatro años atrás. Los navegantes regresaron con un rico cargamento de pieles de animales y con algunos esclavos, nativos de la zona.

De inmediato, Enrique el Navegante ordenó que los hombres fuesen devueltos al lugar de donde los habían capturado, pero los exploradores portugueses, viendo la posibilidad de negocio, no hicieron caso a la orden del infante y vendieron los esclavos. De esta manera, posiblemente, se inició la trata de esclavos africanos en Portugal. Gonçalves prosiguió con la trata de hombres durante más de diez años en los cuales logró una importante fortuna.

Llegado el año 1441 fallecía Blanca de Navarra, surgiendo en ese momento un conflicto sucesorio entre el Príncipe de Viana y su padre, que era rey consorte, lo que provocó una guerra civil que se prolongó hasta el año 1451 cuando el príncipe Carlos fue vencido en la batalla de Aibar, a consecuencia de lo cual fue desheredado y desterrado.

En 1442, Alfonso V de Aragón, el tío del Príncipe de Viana, conquistó finalmente Nápoles, frente a la alianza del papa Eugenio IV con Venecia, Florencia y Génova, y se mantenía alejado de los graves problemas que acuciaban Aragón por entender que el enfrentamiento existente entre su hermano y su sobrino no eran sino consecuencia de las maniobras del duque de Anjou para hacerle desistir de su conquista.

Había tardado veinte años en lograr su objetivo y no estaba dispuesto a asumir un fracaso, por lo que nuevamente mostró su magnanimidad al perdonar a quien tantas veces le había traicionado, muy en concreto el duque de Bari, que había roto relaciones con el duque de Anjou, de quién había sido aliado.

Con el duque de Bari a su servicio, Alfonso nombró a su hijo bastardo, Fernando, duque de Calabria y sucesor del reino de Nápoles.

Esta situación de la Corona de Aragón, triunfante en Italia y muy turbia en Navarra no era extraordinaria si la comparamos con lo que acontecía en los otros reinos hispánicos.

Así, el conflicto de Castilla ya llevaba décadas desarrollándose bajo el reinado de Juan II, las intromisiones de los Infantes de Aragón y el valimiento de Álvaro de Luna. Los resultados militares de la batalla de Olmedo de 19 de Mayo de 1445 dieron lugar a la retirada de los ejércitos navarro y aragonés y confirmaron a Álvaro de Luna como valido, en cuya situación repartió cargos a allegados y casó en segundas nupcias al rey con la hija del infante Juan de Portugal.

Por otra parte, el nunca extinto conflicto judío había llevado en este tiempo una serie de vaivenes; por una parte se había acosado al pueblo judío prohibiéndole ejercer como médicos, cirujanos, tenderos, etc. Juan II, para protegerlos de excesos, dio en Arévalo una pragmática por la que ponía bajo su custodia a los hijos de Israel, pero el sacrilegio llevado a cabo por un judío en Segovia significó un importante levantamiento popular que comportó el ahorcamiento de algunos rabinos, con detalle a resaltar: los ilustres conversos Pablo de Santa María, Alfonso De Cartagena, Fray Alonso de Espina, y otros judíos que habían abrazado el cristianismo eran los que más concitaban los ánimos contra sus antiguos correligionarios.

Fray Alonso de Espina se quejaba en el “Fortalitium fidei” de la muchedumbre de judaizantes y apóstatas, y proponía que se hiciera una inquisición en los reinos de Castilla, a cuyo efecto, y con el fin de destruir el judaísmo oculto, se dedicó con tesón el resto de su vida, convencido como estaba de que el peligro que representaban los judaizantes era de gran envergadura, y en defensa de esos principios era apoyado por otros teólogos.

No era asunto menor el conocido como “problema judío”. El pueblo judío había sido expulsado de todos los reinos de Europa, y se había refugiado en el único sitio que se les dio cobijo: los reinos hispánicos, donde en estos momentos estaba surgiendo un sentimiento antijudío que venía siendo provocado, según las pesquisas realizadas en el momento por el arzobispo Carrillo, por la actitud temeraria de los cristianos viejos y por la inconstancia en la fe y la malicia de los cristianos nuevos.

Y todo en una sociedad donde la fe religiosa era la base de la sociedad, aspecto que debe ser tenido en cuenta a la hora de juzgar cualquier tipo de actuación.

Si bien es cierto que la imbricación de los reinos hispánicos era manifiestamente creciente a través de los tiempos, en estos momentos era más que manifiesta la influencia aragonesa en la corte castellana; una influencia que impuso una convocatoria de las Cortes de Aragón que comenzó en Zaragoza el año 1446 y se prolongó hasta 1450.

Al año siguiente Juan II de Navarra, que posteriormente ostentaría el mismo título en Aragón, el padre del príncipe de Viana y de Fernando el Católico, volvió a inaugurar Cortes en Zaragoza, cuya duración se dilató hasta principios de 1454 con varias pausas; los asuntos tratados fueron de nuevo la situación con Castilla, firmándose una pequeña tregua, y el deseado retorno del rey, Alfonso V, al que se concedió un subsidio de 60.000 libras que sólo sería pagado si volvía a Aragón antes de junio de 1453. Sin embargo el rey no regresó jamás.

Y es que en Italia estaba muy ocupado en saber quiénes eran sus aliados y quienes sus enemigos, porque los que hoy eran aliados, mañana eran enemigos, y viceversa. El papa, los Sforza, los Ursino, los Cotrón… Pero al cabo terminó siendo árbitro de las contiendas en territorio italiano.

Posición, la de árbitro, que no fue muy bien asimilada por las Cortes. Tampoco el Magnánimo atendía los reclamos de las cortes de Aragón; se negó a volver de su expedición a Italia, delegando las tareas de gobierno a su esposa, María de Castilla, que fue quién tuvo que lidiar con los conflictos nobiliarios, con las rebeliones populares y con los enfrentamientos con Castilla, azuzados por Juan II de Navarra, hermano del Magnánimo que en su enfrentamiento con Álvaro de Luna y en apoyo a los Infantes de Aragón había invadido Castilla, donde tomó Atienza y Torija, creando un clima de inestabilidad que no paró hasta 1445 cuando fue derrotado en la batalla de Olmedo.

En esta actividad bélica se encuentra el origen del conflicto que pudrió el reinado de Juan II: el que le enfrentó a su propio hijo, Carlos, Príncipe de Viana, agudizados por el hecho de que, tras enviudar de Blanca de Navarra, madre del príncipe de Viana, contrajo matrimonio con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla.

Las relaciones familiares se agriaron hasta el punto de que padre e hijo acabarían enfrentándose en 1451 en una guerra en la que los partidos navarros, agramonteses y beamonteses, cuyos enfrentamientos venían sucediéndose desde hacía un siglo, no se significaron por ninguna facción, siendo que unos y otros tomaron partido en ambos bandos; guerra que acabó con la victoria de Juan sobre su hijo.

Para ese año, y siguiendo el discurso, habían sucedido otras cosas; así, en 1443 Portugal estableció la primera factoría en África; en concreto en cabo Blanco. Sería la primera base esclavista que hiciese competencia a la extracción de esclavos que vía terrestre llevaba siendo usada por los musulmanes desde hacía siglos.

En 1444 Tristao consiguió llegar más al sur, a la desembocadura del Senegal, a la que llamó Terra dos Negros, y en la península, el año 1445 Mohamed X fue derrocado por los abencerrajes que, con la colaboración de Juan II de Castilla proclamaron rey a Aben Ismael III, primo hermano de Mohamed X, que se mantuvo en el trono durante siete años.

Portugal seguía expandiéndose en África; así, en 1446 Álvaro Fernández alcanzó Sierra Leona.

En 1447 Alfonso V era el indudable árbitro de Italia; sólo Venecia y Florencia se mantenían en sus posiciones. A todos se impuso el Magnánimo, y todos solicitaron su amistad. El duque de Génova, Demetrio de Rumanía, Jorge Castrioto, de Albania… Hasta que el nuevo duque Sforza de Milán se sometió y nombró a Alfonso heredero del Milanesado, lo que ocasionó un levantamiento en armas contra los catalanes, como conocían en Italia a los soldados de Aragón.

También en 1447 Castilla está en guerra con la nobleza enfrentada por sus intereses particulares, pero Álvaro de Luna demostraba controlar él los resortes del poder haciendo que huyesen los elementos más díscolos, cuales eran el príncipe Enrique y Juan Pacheco. 

Y en 1448, cuando contaba 16 años de edad, era proclamado mayor de edad Alfonso V de Portugal, quién inmediatamente demostró el desacuerdo existente entre él y los regentes, su madre y su tío Pedro procediendo a la anulación de todas las leyes y edictos que se habían aprobado durante la regencia.

La situación alcanzó tal grado de inestabilidad que Alfonso acabó declarando la guerra a su tío Pedro, a quién derrotó y dio muerte en la batalla de Alfarrobeira. Arreglado el conflicto familiar se dio a la conquista de África, dando apoyo a su tío Enrique el Navegante, cuyas conquistas significaron un gran empuje de población, pues repoblaba y dedicaba al cultivo de la caña de azúcar islas como Azores o Madeira, algo que resultaba de una importancia económica de primer orden, pues las vías de importación de la misma estaban cortadas por el empuje turco, que acabaría cerrándolas definitivamente con la toma de Constantinopla el 29 de mayo de 1453.

El cultivo de la caña de azúcar era uno de los cultivos económicamente más fructíferos de la época, y Enrique supo sacar beneficio de las explotaciones que puso en marcha. Ese beneficio lo aplicaría en el fomento de la cultura, siendo que para el fomento de la misma regaló su palacio de Lisboa para destinarlo a ser sede de la universidad, a la que además concedió una renta destinada a aumentar el número de sus profesores.

El interés de Enrique “el navegante” por las islas del Atlántico llegó a crear un conflicto con Castilla el año 1448 cuando compró la tenencia de la isla de Lanzarote a quién era tenedor de la misma, Maciot de Bethencourt, descendiente de Jean de Bethencourt. Un conflicto que acabó disipándose cuando tras una revuelta “el navegante” decidió abandonar la isla.

La situación creada primero por el asedio turco, creciente a lo largo del siglo XV, provocó en Europa el crecimiento de necesidades, tanto económicas como de recursos, lo que impulsó a los pueblos hispánicos a buscar una ruta que les pusiera en contacto directo con el Extremo Oriente para tener acceso a las mercancías que hasta la fecha llegaban a Europa a través del camino de la Seda, y cuyo comercio se había cortado con el ascenso del imperio otomano. 

Especias, azúcar, incienso, seda y piedras preciosas tenían una demanda que exigía la necesidad de encontrar una nueva ruta de comercio que eludiese el control del mundo musulmán.

Y a esa labor se estaba dedicando Portugal, mientras Castilla continuaba la labor secular de liberal el territorio nacional del invasor musulmán y Aragón mantenía el orden en el Mediterráneo.

La crisis política de Castilla impedía la culminación de la obra de Reconquista, y esa crisis acreció en 1447 con la muerte de María de Aragón y el nuevo matrimonio de Juan II con Isabel de Portugal.

La inestabilidad de Castilla nos presenta a Álvaro de Luna enfrentado a Juan II y al reino sumido en una revuelta que en 1449 fue iniciada por Enrique, príncipe de Asturias, aliado con los marqueses de Villena y Santillana, con los condes de Haro y de Plasencia y con otros nobles, que propiciaron una sublevación popular a causa de un empréstito solicitado por el Condestable. Finalmente Pedro de Stúñiga se alió con los condes de Haro y de Benavente, y juntos fueron encargados por Juan II para apresar a Álvaro de Luna, que sería ejecutado en Valladolid el 1 de Junio de 1453.

Las lealtades eran efímeras, porque los enemigos de hoy eran amigos mañana, con lo que combatían todos contra todos. En medio de esta situación había nacido, el 22 de Abril de 1451, Isabel, la que sería Isabel I.

No parece que Álvaro de Luna fuese tirano, sino un buen servidor de su rey, a quién siempre protegió y liberó de sus enemigos hasta en dos ocasiones, y no faltó quién defendiese su memoria hasta ser rehabilitado en1658, cuando fue declarado inocente y libre de toda culpa.

Por otra parte, en el balance final del reinado de Juan II de Castilla los resultados no son muy favorables. El pueblo se empobreció, y el poder fue acaparado por la nobleza, que acabó reduciendo la presencia popular en las cortes, y hasta llegó a emitir ordenanzas generales sin convocar cortes. Los derechos populares, que desde hacía siglos venían siendo punteras en el derecho, retrocedieron a favor de los nobles, de entre los cuales destaca como gran beneficiado a quién controlaba la voluntad real: Juan Pacheco, siempre en connivencia con los Estúñiga, Mendoza, Velasco y Pimentel.

El 10 de marzo de 1452 nacía en Sos el hijo de Juan II de Aragón, Fernando. Pocos meses después era asediado en Estella por las tropas castellanas. Acudió Juan y tomó preso a su hijo primogénito Carlos, el príncipe de Viana, partícipe del asedio, pero finalmente las cortes de Aragón, que se mostraron benévolas con el príncipe rebelde, y Pamplona, partidaria de los piamonteses, envió embajadores favorables a Carlos, que fue puesto en libertad.

Esas mismas cortes nos señalan la situación social que se estaba padeciendo en Aragón. La guerra había despoblado el territorio y había agotado las arcas al haber gastado en rescate de prisioneros cuatrocientos mil florines; señalaban también que la industria y el comercio se paralizaron, y todo siendo que ya en 1422 se dictó un reglamento general para la perfección de las fábricas de paños de Cataluña y se prohibió la importación de prendas de lana y de seda, así como todo tejido de oro y plata.

Con esa situación, los hombres de la Busca, se hicieron con el poder municipal de Barcelona en 1453 mientras se aliaba con la nobleza para defender sus derechos frente a la amenaza de subversión.

Esa situación fue aprovechada por el virrey, Galcerán de Requeséns, para proclamar la libertad de los remensas en 1455, lo que ocasionó el incremento de la enemistad con las oligarquías que se veían privadas de privilegios quasi feudales. Como consecuencia, las "Corts" se establecieron en sesión permanente desde 1454 a 1458 y reaccionaron violentamente, por lo que el rey suspendió el decreto de Galcerán, que finalmente fue confirmado en 1457.

Pero para alcanzar esa condición de mejora fue necesaria la guerra de los remensas, que discurrió entre 1462 y 1468 y significó que la sentencia arbitral de Guadalupe, dictada el año 1486 diese lugar a la liberación de un número de payeses que no bajaba de los 50.000, y que hasta la fecha se encontraban sometidos a un régimen semi feudal.

En medio de esa situación de enfrentamiento en las Coronas hispánicas, el 29 de Mayo de 1453 entraron los turcos en Constantinopla, matando al emperador Constantino Paleólogo y a toda la nobleza cristiana, ante la desidia de toda la cristiandad, y con la sola preocupación de Alfonso el Magnánimo, que procuró el socorro de una coalición que no llegó a formarse hasta el año siguiente, muriendo el papa Nicolás V dos meses después, cuando fue sucedido por Alfonso de Borja como Calixto III.

En 1453 murió Mohamed IX, que fue sucedido en el trono por su sobrino Mohamed XI, conocido como el Chiquito. Los Abencerrajes apoyaron a Abu Nasr Sad, pariente de Yusuf IV, que había vivido en la corte de Juan II de Castilla y que fue proclamado rey en Archidona en agosto de 1454, mientras que El Chiquito mandaba en Granada, Málaga, Guadix, Almería y Gibraltar. Mohamed XI fue expulsado de la ciudad y huyó a las Alpujarras, al tiempo que entró en Granada Abu Nasr Sad. Mohamed XI intentó recuperar el trono, pero sin éxito; murió estrangulado.

Ese mismo año 1454, el 20 de julio, moría Juan II de Castilla diciendo en el momento de su muerte: “Naciera yo hijo de un labrador e fuera fraile del Abrojo, que no rey de Castilla”. Sería sucedido en el trono por su hijo Enrique IV, cuyo reinado estaría trufado de enfrentamientos, si bien lo inició con una amnistía general.

Al día siguiente de ser coronado, el 22 de Julio de 1454, Enrique IV nombró nuevos consejeros, Miguel Lucas de Iranzo, Beltrán de la Cueva, Diego Arias Dávila, Gómez de Cáceres, Alonso de Fonseca, y aseguraba las fronteras con tratados de paz con Aragón y con Francia al tiempo que convocaba Cortes para lanzar una ofensiva contra el Reino de Granada.

Todo parecía conducirse correctamente, pero Juan Pacheco y su hermano Pedro Girón fueron desplazados por Beltrán de la Cueva, lo que les sirvió de excusa perfecta para recuperar el poder, apoyándose en Alfonso, hermano de Enrique IV.

Finalmente Juan Pacheco recuperó el poder en detrimento de Beltrán de la Cueva, tras lo cual inició una campaña militar contra el reino de Granada, para lo que se constituyó el que es tenido como el primer ejército permanente, que estaba constituido por tres mil seiscientas lanzas, pagadas por el rey. En la expedición iba el arzobispo de Sevilla Alfonso de Fonseca, el almirante Fadrique Enríquez, Juan de Guzmán duque de Medina Sidonia, el marqués de Santillana, Juan Pacheco marqués de Villena, Pedro Girón maestre de Calatrava, los condes de Plasencia, Benavente, Arcos, etc.

La campaña tuvo lugar entre 1454 y 1456 y sirvió para reconquistar Archidona y Álora. Todo hacía indicar la decisión de la conquista definitiva de Granada, pero Enrique IV ordenó evitar el encuentro con el enemigo, por lo que suspendió la campaña y todos volvieron a Castilla, yendo en aumento las desavenencias dada la actuación general de Enrique IV, más dado a fiestas en la que prodigaba regalos suntuosos.

Estas actuaciones señalaban que la vida de Enrique IV el Impotente no sería menos triste que la de su padre. Aficionado a los usos musulmanes, se servía de una guardia mora y él mismo comía y vestía conforme a los gustos musulmanes.

En 1440, cuando cumplió quince años casó con Blanca de Navarra, matrimonio que sería anulado por no haberse consumado, en 1453, cuando él contaba 28 años de edad.

Esa realidad, combinada con la actuación de los nobles, estaba creando un ambiente directamente contrario al rey que acabó conformando un partido en torno a sus hermanos, Isabel y Alfonso, lo que acabó alertando a la nobleza cercana a Enrique, que acabó aconsejándole el matrimonio al objeto de procurar un heredero. Dos años después, en 1455 y cuando ya era rey, casó con Juana de Portugal, una hermosa doncella que pasados los días seguía gozando de esa condición.

Sin embargo, en 1462, siete años después de su matrimonio, dio a luz una hija, que bautizada Juana pronto sería conocida como la Beltraneja, al atribuirse su paternidad a un paje llamado Beltrán de la Cueva.

El descontrol era la norma del reino. Las fortalezas estaban todas en manos de los nobles, el reino se encontraba sin rentas, por lo que inició un importante endeudamiento. Multiplicó el número de cecas, pasando de cinco que existían en 1454, año de su coronación, a ciento cincuenta en 1457, creciendo asimismo la falsificación de moneda, siendo que “el marco de plata que valía mil e quinientos maravedís llegó a valer doce mil”, lo que llevó a muchos a reactivar el uso del trueque.


E muchos caballeros é escuderos con la gran desorden hicieron infinitas fortalezas por todas partes solo con el pensamiento de robar dellas; y después las tiranias vinieron tanto en costumbre, que a las mismas ciudades é villas venían públicamente los robos sin aver menester de acogerselas fortalezas roqueras.


Los nobles empezaron a conspirar. Juan Pacheco se había convertido en privado, y destituía a quién le molestaba en sus intereses. La situación en Castilla era de total anarquía; grandes y prelados vilipendiaban el trono mientras oprimían al pueblo, al tiempo que el pueblo aborrecía a la nobleza. Discordias, insultos, guerras de uno contra todos; desorden moral, robos, asesinatos, anarquía.

Tal era el estado del reino de Enrique IV, que en 1450 apoyó al príncipe de Viana en su sublevación, llegando a anular el acuerdo matrimonial existente entre Isabel y Fernando, para comprometerla con Carlos, príncipe de Viana. Isabel era moneda de cambio, pues más adelante la comprometería con Alfonso V de Portugal, con Pedro Girón, y con el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia.

Mientras tanto, Alfonso V el Magnánimo seguía deseando en solitario participar en la reconquista de Constantinopla, con tanto vigor como clamaba por su defensa antes de caer en manos de los otomanos, pero el papa Calixto III le recriminó el no haber iniciado la reconquista. El Magnánimo protestaba: 


Yo hablé con vosotros los días pasados sobre lo de la empresa de los turcos, y por ser cosa tan grande he esperado cómo se moverían otros, y he diferido el determinarme en ello. Ya veis que los reyes y príncipes cristianos, mirándonos unos a otros, dormimos; y así el ánimo y osadía del enemigo siempre se aumenta y crece.


Y ahí quedó Constantinopla, perdida hasta hoy para la civilización. Alfonso el Magnánimo intentó evitarlo, y su afán sólo le sirvió para enfrentarse con el papa Calixto III.

Entre tanto, un príncipe de Viana derrotado se presentó en la corte de Aragón el año 1456, pidiendo a su tío la intermediación en el conflicto que él mantenía con su padre, y mientras los biamonteses lo proclamaban rey, Juan lo desheredaba junto a su hermana Blanca, nombrando heredera a la hermana menor, Leonor y a Gastón de Foix, e instituyendo gobernadora general del reino a Leonor, que se estableció en Sangüesa.

En 1456, el papa Calixto III (Alfonso de Borja), otorgó a la Orden de Cristo, de la que Enrique el Navegante era su gran maestre, la jurisdicción espiritual de todos los descubrimientos habidos desde el cabo Bojador hasta Guinea, y más allá de sus playas meridionales hasta la India. 

Enrique el Navegante no llegó a realizar su sueño de navegar alrededor de África, pero sus exploraciones llevaron al descubrimiento de especias originarias de África con las que los mercaderes portugueses hicieron considerables fortunas y con las que se financiaron los posteriores viajes, entre ellos el de Vasco de Gama que en 1498 llegó a la India, hecho que contrarió sobre manera a Cristóbal Colón, convencido como estaba de haber sido él quién había llegado a sus costas. 

Al morir Alfonso V el Magnánimo en 1458 sin descendencia, Aragón, Sicilia y Cerdeña fueron heredadas por su hermano Juan II, a la sazón rey consorte de Navarra, y el reino de Nápoles por su hijo natural Ferrante I. Finalmente en 1504 Fernando el Católico - rey de Sicilia desde 1468 - reunió los reinos de Nápoles y de Sicilia, siendo que Nápoles cayó en poder de Francia el año 1501 hasta las decisivas batallas de Ceriñola y Garellano, de 1503 y 1504, tras lo cual Luis XII de Francia renunció a sus derechos en el Tratado de Blois de 1505.

A pesar de esa situación, Carlos de Viana, apoyado por la oligarquía catalana, acabaría siendo pretendiente de la Corona de Aragón cuando en 1458 ascendió al trono su padre Juan II.

Enrique IV de Castilla le ofreció en matrimonio a Isabel de Castilla, pero en 1460 fue tomado preso por su padre al haber sido detectados unos supuestos documentos en los que Enrique IV de Castilla, además de la boda con Isabel, le ofrecía ayuda total contra su padre, a cambio de lo cual le cedía Soria, Calahorra y Ágreda. 

Pero las cortes de Aragón, reunidas en Lérida ese mismo año 1460 pidieron a Juan II que liberara a su hijo al tiempo que le obligaban a acatar la Capitulación de Villafranca del Penedés, donde se le limitaba el poder real y se le prohibía entrar en Cataluña sin permiso. Esta situación obligó a Juan II, el 25 de febrero de 1461, a liberar al príncipe, que fue proclamado lugarteniente general de Cataluña en junio de 1461, cargo que ocuparía hasta el 24 de septiembre del mismo año, cuando fallecía.

Por su parte, en Portugal, a la muerte de Enrique el Navegante en 1460, las exploraciones portuguesas sufrieron un duro revés, ya que el infante portugués había sido el mayor apoyo de los marinos y hombres de ciencia embarcados en dicho proyecto. 

En 1461, en Castilla, Juan Pacheco, su hermano Pedro Girón, su tío el arzobispo Carrillo, el almirante, el marqués de Santillana, Pedro de Haro, Rodrigo e Iñigo Manrique, y Pedro González Mendoza, obispo de Calahorra, constituyeron una liga nobiliaria a la que Enrique IV prácticamente cedió el poder, y en base al mismo iban adquiriendo propiedades territoriales.

En 1462, Pedro de Sintra llegó hasta el cabo Mesurado, en la actual costa de Liberia, y este mismo año empezó la colonización de Cabo Verde, que había sido tomada formalmente dos años antes. El archipiélago, situado frente a las costas de los actuales Senegal y Mauritania, estaba deshabitado. Las islas serían pobladas con esclavos que cultivarían algodón, pero su uso principal sería el de escala para la conquista de América, y por supuesto para el suministro de esclavos destinados al Nuevo Mundo.

Los colonos que habitaron el archipiélago como propietarios eran principalmente judíos españoles que huían de la Inquisición. Posteriormente esta población sería reforzada con presidiarios desterrados.

Y en el guirigay andalusí, Ismail III, coronado con el apoyo de Castilla, reinó con el nombre de Yusuf V entre 1462 y 1463, tras haber derrocado a Sad, que a su vez lo derrocó a él.

En 1462 nacía Juana, la hija de la reina Juana de Castilla, supuestamente engendrada por Beltrán de la Cueva, que comenzó a conocerse como “la Beltraneja”. Su supuesto padre alcanzaba títulos que escandalizaban a todos, y una nueva conjura siguió desestabilizando el reino.

El primado de Toledo, el marqués de Villena, el almirante don Fadrique, los condes de Plasencia, Alva, Paredes, el obispo de Coria, el maestre de Calatrava, se conjuraron contra el rey y una noche entraron en palacio con la intención de prenderlo a él y a Beltrán de la Cueva, extremo que no llegaron a cumplir por tratarse, tal vez, tan sólo de mostrar su poder. Enrique IV no se dio por enterado y nombró maestre de Santiago a Beltrán de la Cueva, privando del título a quien por ley le correspondía: a Alfonso, su hermanastro y hermano de Isabel.

Era lo que faltaba para colmar a muchos, y en concreto al marqués de Villena, que se propuso matar a Beltrán. Fue descubierta la conspiración, pero el de Villena supo salir airoso y listo para seguir conspirando. Luego los conspiradores hicieron llegar una misiva en la que exponían todas sus quejas, incluida la manifestación de bastardía de Juana, y Enrique convino con ellos que Alfonso recibiría el maestrazgo de Santiago, casaría con Juana y sería proclamado heredero. Toda la nobleza iba abandonando y engañando a Enrique IV.

Paralelamente, se agravó la crisis social en Cataluña, tanto por los conflictos rurales como urbanos. El desenlace de estos conflictos fue, en 1462, la rebelión de los remensas, protagonizada por los campesinos frente a las presiones señoriales y la guerra civil catalana, que se extendería por un periodo de diez años, tras los cuales la región quedó exhausta y los conflictos remensas no quedaron resueltos.

Carlos había sido proclamado heredero del reino de Aragón en Barcelona el 24 de Junio de 1461, sin consentimiento de Juan II, momento en que aquel aprovechó para reclamar el reino de Navarra y para renunciar a la paternidad de Juan II, reclamando la filiación de Enrique IV de Castilla, y en nombre del principado de Cataluña envió embajada a éste para concretar el fin de la guerra así como su matrimonio con Isabel. 

Carlos de Viana fallecería el 23 de Septiembre siguiente, por lo que, de acuerdo con la Capitulación de Villafranca del Penedés, le sucedía su hermanastro Fernando, de diez años de edad, pero la situación se complicó gravemente al haberse corrido la voz de que Carlos había sido asesinado, lo que provocó la guerra civil en Cataluña, y en el dietario de la Diputación General se inscribió: Sant Karles primogenit Darago é de Sicilia. 

Se originó un conflicto que, de facto, significó que se consideraba desposeído de la corona a Juan II, pero en realidad el asunto escondía una maniobra de la Biga, que aglutinaba a capitalistas, banqueros, propietarios de tierras, grandes importadores y exportadores, para exterminar a la Busca, compuesta por mercaderes, artesanos, menestrales, gremios y cofradías.

La guerra se inició cuando la oligarquía triunfante en Villafranca inició la persecución de los menestrales y campesinos; los señores feudales lanzaron sobre el país una bandada de recaudadores para exigir a los campesinos “remensas” los pagos interrumpidos desde 1455. Esto provocó la insurrección remensa en la montaña, iniciada en Santa Pau en febrero de 1462. La biga y sus adláteres (la Diputación, el Consejo de Cataluña y el de Ciento) hablaron enseguida de conjuración; se achacó a agentes reales la rebelión remensa gerundense, lo que ha quedado demostrado ser falso, y se dispusieron acabar con sus adversarios.

Por su parte, el reino de Portugal proseguía su expansión ultramarina, durante la cual, en 1470 y viajando hacia el este, Soeiro da Costa alcanzó la Costa de Marfil.

Ese mismo año llegaba a Lisboa, centro de atracción de navegantes, un desconocido de unos treinta y cuatro años: Cristóbal Colón, que casó con la hija de un antiguo navegante portugués cuyos mapas estudió con todo interés. Un año después, Joâo de Santarém y Pedro Escobar descubrieron la Costa de Oro, actual Ghana. Pero a partir de este momento se paralizó la obra descubridora de Portugal, que sólo se reiniciaría tras el tratado de Alcaçovas de 1479.

Cristóbal Colón seguía con sus estudios; si era desconocida la ley de gravitación universal, eran conocidos los escritos de la Grecia antigua donde se relata la esfericidad de la tierra, y hasta las dimensiones de la misma relatados por Plinio el Viejo con errores que en la distancia parecen ridículos y que finalmente permitieron que entre el imaginario y la realidad se colase todo un continente desconocido.

Y mientras en Portugal Cristóbal Colón estudiaba, en Aragón reclutaban un ejército para acabar con el movimiento remensa. La guerra se alargaría hasta 1472, y la Diputación, dice Vicens Vives, es en buena parte responsable de la desviación posterior de la reforma agraria moderada, y la monarquía se decantó hacia los trabajadores agrícolas. 

Se libraba una guerra que tuvo su desarrollo intelectual, no en la segunda mitad del siglo XV, que es cuando tiene efecto, sino en el final del siglo anterior con el problema de los remensas, cuando la monarquía se significó por su simpatía hacia los mismos, ocasionando que la aristocracia rural y la Biga, que compraban fincas rústicas, se mostrasen partidarios de una nueva dinastía que pudiese ser manejada por ellos.

Pero Juan II, que a pesar de estar ciego por las cataratas, de las que fue operado con éxito, tenía gran visión política y poco dinero, en 1462 hizo jurar como heredero a su hijo Fernando, que contaba nueve años de edad. 

La oligarquía de Barcelona llevó su rebelión al máximo y la guerra se generalizó. En 1462 las tropas reales sitiaron Barcelona mientras la diputación declaraba enemigos de la república a Juan II y a Fernando, cuyos partidarios fueron considerados traidores, puesto precio a su cabeza y cazados sin contemplaciones al tiempo que proclamaban conde de Barcelona a Enrique IV de Castilla.

Pero Enrique IV, instado por Juan Pacheco, perseguía intereses particulares, por lo que fue ofrecido el condado a don Pedro, Condestable de Portugal, que el 21 de Enero de 1464 fue coronado en Barcelona rey de Aragón y de Sicilia.

La acción de Pachecho y el abandono de Enrique IV comportaron un terremoto en la corte castellana. Beltrán de la Cueva sustituyó a todos los efectos al marqués de Villena como nuevo privado de Enrique IV. Movido por esta cuestión, Pacheco, junto a su hermano, el maestre, y su tío, el arzobispo Carrillo, agrupó a los descontentos con el ascenso de Beltrán de la Cueva para urdir un plan novedoso: forzar a Enrique IV a nombrar heredero a su hermano Alfonso, en detrimento de su hija Juana. Muchos de los grandes del reino, como el almirante de Castilla, se unieron a la trama. En octubre de 1464, el marqués de Villena ya se había convertido en tutor del joven príncipe, lo que, unido al apoyo nobiliario, hizo posible que Enrique IV aceptase jurar a su hermano Alfonso como heredero, invistiéndole con el título de Príncipe de Asturias el 4 de diciembre de 1464.

Y si en Castilla se produjo esa situación, en Aragón se estaba librando una guerra en la que el ejército de la Generalidad sitió a la reina Juana y a su hijo Fernando en Gerona, ciudad que estaba defendida por los remensas comandados por Francisco de Verntallat, y que fue liberada cuatro meses después. El resultado fue la pérdida de Cerdaña y Rosellón, que pasaron a poder del rey de Francia.

En febrero de 1465, las tropas de Juan II vencieron en Prados del rey a Pedro de Portugal. Multitud de nobles, entre ellos el conde de Pallars, jefe del ejército de la Diputación, fueron hechos prisioneros. Fue el principio de la victoria final, favorecida por el fallecimiento de Pedro por enfermedad, y por la sagacidad de la reina Juana, en lo político y en lo militar, que contrarrestaban las deficiencias que por motivo de las cataratas tenía Juan II.

Mientras tanto en Castilla, y en el curso de estas actuaciones, en 1465 la Liga adoptó unas medidas administrativas que no fueron admitidas por Enrique IV, por lo que proclamó rey a Alfonso, su hermano de once años. El escenario del acto tuvo lugar en Plasencia, donde los nobles degradaron a Enrique, que estaba representado por un muñeco, y Pedro Girón se titulaba virrey de Andalucía. 

El arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, al que el pueblo llamaba “don Oppas”, y el Almirante de Castilla, los principales aliados de Enrique, se pasaron al bando de Alfonso, dando comienzo una guerra de desgaste en la que los nobles y las ciudades se enfrentaban entre sí.

Con Enrique se aliaron nobles de raigambre como el conde de Haro, el marqués de Santillana o el conde de Medinaceli, así como gran parte del pueblo que estaba descontento con la nobleza, y el bando era más poderoso que el de Alfonso, pero el duque de Villena ofreció disolver el bando de Alfonso, con lo que consiguió que Enrique disolviera el ejército, que se desperdigó formando bandas de malhechores que sembraron Castilla de inseguridad, a consecuerncia de lo cual los concejos debieron proceder a organizar Hermandades para su defensa.

Al tiempo, Enrique, instado por Juan Pacheco, pactaba la boda de Isabel con Pedro Girón, Maestre de Calatrava, al objeto de garantizarse un ejército organizado. Pero el novio falleció antes de tiempo.

Las intrigas en la corte no menguaban... y en los otros reinos tampoco. En esa situación, viendo la situación, Blanca de Navarra cedería sus derechos a Enrique IV, al mismo que la había repudiado años atrás, pero Blanca acabaría envenenada por su hermana Leonor.

La anarquía se enseñoreaba de Castilla, y los dos ejércitos enemigos que defendían a Enrique IV y a su hermano Alfonso respectivamente, acabaron enfrentándose el año 1467 en Olmedo en una batalla sin vencedor. Isabel se quedó con su hermano Alfonso mientras Juan Pachecho era nombrado Maestre de Santiago sin dar parte al Papa ni al Rey.

Por lo que respecta a Aragón, hemos visto cómo Juan II vencía a Pedro II de Portugal, por lo que la Biga se quedaba sin adalid. 

En esta situación, su hijo Fernando ofreció la paz a la Diputación de Barcelona, que la rechazó y ofreció la corona a Renato de Anjou, el antiguo rival del Magnánimo. Pero las defecciones en la Biga engrosaban el partido de Juan II, y el ejército finalmente puso sitio a Barcelona, que acabaría capitulando el 16 de Octubre de 1472, sin vencedores ni vencidos. Hubo amnistía general de la que sólo fue excluido el Conde de Pallars, que volvió a sublevarse. 

Con esta situación en Cataluña, el asunto en Castilla continuaba candente. Alfonso moría en 1468, y su sucesora no era otra que su hermana Isabel, pero ella rechazó la corona y reconoció la legitimidad de Enrique. Finalmente el 19 de Septiembre sería firmado el tratado de los Toros de Guisando, por el que Isabel quedaba reconocida princesa de Asturias, a condición de que no contrajese matrimonio sin el consentimiento de Enrique. 

El Tratado de los Toros de Guisando significó una gran humillación para Enrique IV, que al suscribir el acuerdo certificaba la bastardía de Juana la Beltraneja.

Pero los conflictos de Castilla eran algo más complejos; así en medio de esta situación hubo un grave conflicto social en el que las comunidades se sublevaban contra la nobleza, siendo que el conflicto alcanzó su mayor en Galicia con el desarrollo del movimiento Irmandiña. 

En medio de esta situación, Enrique IV tramitaba el matrimonio de Isabel con Alfonso de Portugal mientras ella trataba su matrimonio con Fernando II de Aragón, quién para llegar a Valladolid sin ser detectada su presencia acabó haciéndolo disfrazado de sirviente. 

Fernando tenía dieciocho años, e Isabel diecinueve. Enrique IV no deseaba esa unión y procuraba evitarla a toda costa. Pero el 19 de octubre de 1469 tendría lugar el más trascendente matrimonio de la Historia de España: el de Fernando II de Aragón con Isabel de Castilla. Ninguno de los dos eran todavía reyes, sino príncipes herederos.

Pero este matrimonio reportaría otros problemas; el primero con Enrique IV, que procedió a declarar legítima a Juana la Beltraneja, declarándola asimismo heredera, lo que comportó la guerra a la muerte de Enrique IV, acaecida el 11 de Diciembre de 1474.

Dos meses antes había muerto el ambicioso y torticero Juan Pacheco, siendo sustituido en el puesto por su hijo Diego López Pacheco, que siguió acumulando títulos en los últimos días de vida de Enrique IV y fue el adalid en la lucha contra los imparables Reyes Católicos cuya unión condujo a la unión de las coronas de Aragón y de Castilla; una unión que sería efectiva a la muerte de ambos, ya en 1516, pero una unión en la que ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y la moneda propias. 

Fernando heredaría el trono de Aragón al fallecimiento de su padre, Juan II, acaecida el 20 de enero de 1479, y sería él quién acabase poniendo fin en 1486, con la sentencia arbitral de Guadalupe, al conflicto remensa. Así mismo reformó en profundidad las instituciones catalanas, recuperó pacíficamente los condados catalanes del norte y amplió la actuación de la corona sobre Italia.

En medio de esta situación la población llevaba una lucha no precisamente sorda contra los judíos, que con razón o sin ella eran acusados de todo tipo de maldades. Había llegado un punto en el que no se salvaban ni los conversos, a quienes se les acusaba, con razón o sin ella, de no serlo de forma sincera. Había levantamientos en armas contra los judíos en Sevilla, Toledo, Burgos, Valencia, Tudela, Barcelona… Y la Inquisición, que estaba establecida en Aragón, no estaba establecida en Castilla.

Se produjeron nuevos alborotos; los de Toledo en julio y agosto de 1467; los de Córdoba, en 1473, en que sólo salvó a los conversos de su total destrucción el valor y presencia de ánimo de D. Alonso de Aguilar; los de Jaén, donde fue asesinado sacrílegamente el condestable Miguel Lucas de Iranzo; los de Segovia, 1474, especie de zalagarda movida por el maestre don Juan Pacheco con otros intentos. La avenencia entre cristianos viejos y nuevos se hacía imposible. Quién matará a quién, era el problema. 

Y en el reino de Granada, Muley Hacén, había sudido al trono en agosto de 1464, y desde el principio tuvo que hacer frente a sublevaciones. En 1474 Granada sufrió un desastre añadido, la inundación de la ciudad, y los conflictos internos del reino eran fomentados por la propia actuación de Muley Hacen, que encerró en una torre a su esposa legítima, provocando división política. Le defendían los zegríes y lo combatían los abencerrajes.

Capítulo XIII

Desde la muerte de Enrique IV en 1474 hasta 1481, a la muerte de Alfonso V de Portugal 





A la muerte de Enrique IV, en diciembre de 1474, Castilla presentaba un lamentable panorama: El trono, degradado; los privados, corruptos; los grandes, insolentes; el clero, relajado; la moral pública, inexistente; los bandos, enfrentados; los caminos, inseguros; la justicia, escarnecida; el pueblo, en la miseria; los magnates, en la opulencia, y los conflictos crecientes con los judíos. Sucio panorama el que aguardaba a los jóvenes Reyes Católicos, que mientras ellos habían tenido unas bodas en las que habían mesurado los gastos, Juan Pacheco señalaba que era 


Tanta la pompa y vanidad en todos los labradores y gente baja y que tienen poco, en los traeres suyos y de sus mujeres e hijos, que quieren ser iguales de los caballeros y dueñas y personas de honra y estado: por lo cual sostener gastan sus patrimonios y pierden sus haciendas, y viene grand pobreza y grand menester.


La situación en muchos lugares, sobre todo en las ciudades más importantes, era dramática. Las relaciones de poder de los oligarcas y las luchas de bandos habían sembrado la desconfianza en las instituciones de gobierno y en la justicia. El trabajo a realizar para establecer una paz interna en Castilla en general, y en sus ciudades en concreto, se presentaba inabarcable. De hecho, tras la muerte de Enrique IV pocos tenían esperanzas.

A fines del reinado de Enrique IV y a inicios del de los Reyes Católicos los alcaides se convirtieron en auténticos malhechores; había gobernador, como el alcaide de Castronuño, que desde sus fuertes hacía tales devastaciones en la comarca, que casi todas las ciudades de Castilla se vieron obligadas a pagarle un tributo… Otros nobles acogían en sus fortalezas a salteadores y bandidos. 

A fines de 1474 toda Castilla, y en especial ciudades como Toledo, vivían una situación caótica. Muchas zonas de la comarca toledana estaban arrasadas; algunos castillos eran auténticas cuevas de ladrones, y las áreas despobladas eran prácticamente intransitables; siempre había algún ladrón al acecho… y los crímenes no se denunciaban al no existir confianza en jueces ni gobernantes.

Los usurpadores, con frecuencia desde sus posesiones señoriales, ocupaban las tierras de alrededor desplazando los mojones que señalaban sus límites; realizaban siembras no autorizadas y hasta construían casas fuertes desde las que usurpaban el espacio circundante. 

Este tipo de actuaciones, que venía siendo habitual desde el reinado de Juan II se extendió hasta la misma ciudad de Toledo, a la que le fue usurpado su señorío. 

Era tal la decrepitud social, que Enrique de Villena, en su obra “El triunfo de las donas”, se ríe de los generalizados deseos afeminados de los varones y de los afeites de las mujeres. Pero es que los torneos de juego sustituían la guerra de La Reconquista, y los caballeros se dedicaban a retar por las cuestiones más nimias. 

Los nobles se entretenían en intrigas y en cambios de bando; así, en medio de ese juego, un importante elenco de nobles, Diego López Pacheco, Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, el maestre de Calatrava, el conde de Ureña, el marqués de Cádiz y otros tomaron partido por la Beltraneja; prácticamente los que antes apoyaban a Enrique IV pasaron a apoyar a Isabel, y los que apoyaban a Isabel pasaron a apoyar a la Beltraneja.

Pero la situación no era exclusiva de Castilla. En Valencia se puede hablar de una cuasi-legitimidad de la violencia nobiliaria. Su impunidad así lo demuestra, y es que si los atropellos estaban debidamente castigados por la ley, en la práctica no fue aplicada la legislación para domesticar a la nobleza como consecuencia de la impotencia municipal a la hora de aplicarla.

Así, en el contencioso que tenía con el condado de Barcelona, Juan II continuó luchando con el apoyo de Fernando. Una buena operación de cataratas le permitió reponerse, por lo que pudo atender el frente de Navarra, que se encontraba en peligro por la actuación de su yerno el conde de Foix, que se estaba apoderando del reino. La fortuna de Juan II le deparó la muerte de su competidor en Cataluña, que murió en 1469, y en 1472 entró en Barcelona, concediendo un perdón general. Acto seguido recuperó el territorio tomado por Francia, que fue nuevamente tomado por Luis XI en 1475. 

La vida cultural, a pesar de la guerra, no había fenecido. Si la Gaya Ciencia conocía sus peores momentos en Cataluña, en Valencia, en 1474, se celebraba un certamen público en el que participaron hasta cuarenta poetas, entre ellos Jaime Roig. La circunstancia de haber entre estas poesías algunas en castellano prueba que se marchaba ya hacia la fusión literaria como hacia la fusión nacional. La Divina Comedia de Dante era traducida al catalán por Andrés Febrer y apareció “Tirant lo Blach”, escrito en idioma valenciano.

El movimiento literario que florecía abarcaba aspectos de religión, moral, historia, política, y jurisprudencia. Y en Castilla no andaban alejados de este quehacer cultural. Enrique de Villena tradujo la Retórica de Cicerón, la Divina Comedia de Dante y la Eneida de Virgilio. En la nómina de autores hay que añadir a Juan de Mena, al marqués de Santillana y a Jorge Manrique.

Y como contrapartida, la actitud egoísta de la nobleza. El noble se había convertido en un bandolero que peleaba contra los sarracenos, contra los reinos cristianos enemigos e incluso contra las comunidades campesinas con el único objetivo de obtener botín, y ejercía esa actividad incluso en las épocas de paz.

A los diez días de morir Enrique IV, el 21 de Diciembre de 1474 era elevada Isabel, en Segovia, al trono de Castilla. La alegría inmensa del pueblo proclamaba: ¡Castilla por el rey don Fernando y la reina doña Isabel! El saber colectivo pronosticaba la grandeza del reinado; la cumbre de la Hispanidad. Hasta cuatro de los seis magnates que estaban con Juana la Beltraneja hicieron defección y pasaron a servir a quienes son desde entonces el quicio de España y de la Hispanidad.

En un principio Fernando, acostumbrado a la ley sálica, no vio con buenos ojos que Isabel fuese la reina y que se aplicase el “tanto monta”, pero no tardó en avenirse; algo que resultaba más que apremiante por las actividades de los partidarios de Juana la Beltraneja, que se preparaban para la guerra.

El marqués de Villena, el duque de Arévalo, el marqués de Cádiz, el maestre de Calatrava Rodrigo Téllez Girón, el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo, que de aliado esencial de Isabel había pasado a ser su enemigo como respuesta al apoyo que recibía de los reyes el cardenal Pedro González de Mendoza, se aproximaron a Alfonso V de Portugal animándole a tomar en matrimonio a Juana la Beltraneja, con la idea de mantener las discordias de las que ellos y sus padres habían sido principales protagonistas a lo largo de todo el siglo XV.

Animado por estos nobles levantiscos, por el desaire que recibió al ser rechazado en su momento como marido por parte de Isabel, y por las aspiraciones de su hijo Juan, Alfonso V de Portugal casó con Juana la Beltraneja, su sobrina, en 1475, y reclamó el trono de Castilla. Por su parte, en 1475 Isabel firmaba con Fernando la Concordia de Segovia, pacto por el cual se convenía que la reina y el rey reinarían conjuntamente. 

La Concordia de Segovia estipulaba los principios de la unión personal de ambas Coronas: en los documentos reales Castilla precedería a Aragón, y Fernando a Isabel; cada reino mantendría la administración de sus propias rentas y la concesión de mercedes y oficios se reservaba a cada monarca en sus reinos. La unión personal tuvo plenos efectos a partir de 1479, cuando tras la muerte de Juan II Fernando accedió al trono aragonés.

Y esa situación se desarrollaba en medio del conflicto con Juana la Beltraneja, que con un ejército de catorce mil infantes y cerca de seis mil caballeros avanzó hacia Plasencia donde se incorporó al ejército el duque de Arévalo y el marqués de Villena, señores de gran influencia en Castilla, y juntos proclamaron reyes de Castilla a Alfonso y Juana el 12 de Mayo de 1475. 

Lo mismo había hecho el duque de Arévalo, con gran influencia en Extremadura, y la misma causa fue apoyada por el marqués de Cádiz, el Gran Maestre de Calatrava y por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo.

Castilla tenía en ese momento dos casas reales reinantes, y consiguientemente estaba garantizada la guerra, que se mostraba favorable a los intereses de la Beltraneja, siendo que las fuerzas de Isabel se limitaban a quinientos caballeros y a un embarazo que acabó malogrado. Pero el tiempo de los Reyes Católicos, el tiempo de España, había llegado, y en pocos días Fernando logró organizar un ejército voluntario compuesto por cuatro mil hombres de armas más ocho mil jinetes y treinta mil peones; gente sin preparación militar, pero ansiosa de libertad. La reina, como señal de lo que había de venir obtuvo la primera victoria personal en Toledo, donde arrastró la voluntad popular en contra del arzobispo Carrillo.

Pero no todo era Toledo… Un foco de especial atención era Galicia, preocupados como estaban los reyes por la posición que podían tomar los nobles en relación con el conflicto de la Beltraneja, siendo que el Obispo de Santiago se declaró por los Reyes Católicos. 

Pero la Beltraneja contaba también con un importante partido cuyo adalid gallego sería Pedro Álvarez de Sotomayor y los adalides castellanos, el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña y Juan Pacheco, marqués de Villena.

El descontrol de la nobleza era generalizado, y en Galicia el bandolerismo estaba encabezado por la Casa de los Ulloa, titulares del Condado de Monterrey, que incrementaron sus posesiones usurpando de forma violenta a sus propietarios. 

La guerra con los partidarios de la Beltraneja estaba señalada por la fortaleza de los bandos. La Beltraneja, además del apoyo de Portugal, contaba con el apoyo de Diego López Pacheco, cuyo marquesado de Villena contaba con importantes ciudades a las que se sumaban las fortalezas controladas por la orden de Santiago y las que estaban en manos de la orden de Calatrava cuyo maestre era Rodrigo Téllez Girón, primo de López Pacheco.

La guerra se había extendido a Galicia, por el marquesado de Villena, por Calatrava, por Extremadura y por Andalucía, siendo que los partidarios de la Beltraneja no habían logrado alzar lanzas y pueblos adictos como habían presumido antes de 1475. Isabel convocó cortes en Medina del Campo y pidió dinero a la Iglesia, no al pueblo. Iglesia y pueblo respondieron a una apoyando a su reina, y la ciudad de Zamora le abría sus puertas al tiempo que Palencia hacía lo propio. Burgos cayó en manos de Fernando, y Alfonso V urgió a su hijo para que acudiese en su defensa. 


Juan apareció en Toro en febrero de 1476 con ocho mil infantes y dos mil caballeros que se unieron a los 3.500 jinetes y 20.000 infantes que ya estaban con Alfonso V.

Con estas huestes salió Alfonso para sitiar Zamora, que albergaba a Fernando al frente de 20.000 infantes y unos 2.500 caballeros sobre monturas que a duras penas respondían al nombre de caballos, y que a su vez asediaban el castillo, en poder de las tropas de la Beltraneja.

Alfonso recibió un nuevo apoyo, en esta ocasión del arzobispo Carrillo que se unió con 500 lanzas, pero la situación resultó comprometida para Alfonso, que el 1 de marzo suspendió el asedio a Zamora, momento en que Fernando salió a su encuentro y forzó la batalla en las cercanías de Toro con un ejército manifiestamente inferior. 

La destreza de Fernando acabó imponiéndose a Alfonso, que se retiró vencido el 20 de octubre; los caudillos de Isabel ganaron las villas y castillos de los magnates valedores de Juana, y el arzobispo de Toledo, el marqués de Villena y los demás acabaron por implorar el perdón y prestar a Isabel juramento de fidelidad. 

Alfonso V renunciaba a sus pretensiones a la corona a cambio de Galicia, Zamora y Toro así como una considerable suma de dinero, pero Isabel se negó a ceder un solo palmo de terreno.

Lo curioso es que, quizá como reflejo de lo que hacían los ingleses, aliados de la corona portuguesa, Alfonso V escribió a Lisboa diciendo que había ganado la batalla.

Al propio tiempo, Luis XI de Francia, aliado de Alfonso, había atacado Fuenterrabía; allí acudió Fernando a pacificar, pero la guerra continuó con una actividad menor, limitándose a mantener a raya las incursiones de los partidarios de la Beltraneja y derruyendo fortalezas para garantizar la seguridad de los caminos. Para mayor mortificación de Alfonso V, el papa Sixto IV revocó la dispensa matrimonial de aquel con la Beltraneja.

Alfonso V de Portugal intentó aliarse con Francia contra Fernando e Isabel, pero acabó desistiendo de sus pretensiones sobre Castilla y en 1477 renunció al gobierno a favor de su hijo Juan II. 

Y en general, los jefes de la insurrección beltraneja veían retroceder sus posiciones; sus castillos caían en poder de los Reyes Católicos, y ellos mismos acabaron implorando el perdón, no sin verse privados definitivamente de muchas plazas fuertes. En Mayo de 1476 los Girón, los Pacheco y los Carrillo se reconciliaron con la Corona.

Pero la pretensión de la Beltraneja no era el único frente que debían abordar los reyes. La anarquía y la delincuencia estaba generalizada y encabezada por nobles, y para cortarla, los Reyes Católicos fundaron ese mismo año 1476 un cuerpo militar destinado al mantenimiento del orden que sería denominado como la Santa Hermandad. Comandado por Alonso de Quintanilla tenía su base en las milicias municipales o “Hermandades” que desde el siglo XI venían ejerciendo para la defensa contra los moros y los bandoleros.

Y todo con una directa participación del pueblo. Cada localidad designaba a dos magistrados, uno elegido entre los caballeros y otro entre los villanos, que ejercerían su autoridad durante seis meses. 

Cada localidad debía reclutar a sus expensas una cuadrilla que, convocada a toque de campana, estaba encargada de perseguir a los malhechores en un radio de cinco leguas. 

Las competencias de la Hermandad alcanzaban la seguridad de los caminos, las agresiones en carreteras y caminos y los delitos que pudieran cometerse en localidades de menos de cincuenta vecinos, y los delincuentes capturados era sometidos a un juicio sumarísimo que podía comportar la mutilación por robo o la ejecución por asesinato.

Las ordenanzas señalaban “que el malhechor reciba los sacramentos que pudiere recibir como católico cristiano, e que muera lo más prestamente que pueda, para que pase más seguramente su ánima”.

El resultado de medidas tan drásticas fue un bálsamo para la sociedad que sirvió como nexo de unión entre el pueblo y la Monarquía, mientras los nobles presentaban quejas por su creación.

El protagonismo de los concejos representó un arma esencial contra los nobles levantiscos, siendo que aquellos fueron investidos de autoridad para combatir la delincuencia. Los Ayuntamientos, independientemente de que éstos fuesen de la jurisdicción de la Iglesia o de otro señor, podían levantar horcas, en no pocas ocasiones en contra de los intereses de los nobles. Las horcas se situaban en lugares visibles, en montículos a las afueras o en las plazas principales, en donde todos las podían ver. 

En definitiva, esas actuaciones no eran sino la continuación exacta de lo que se venía actuando siglos atrás, con una salvedad: que el ejercicio de estos medios era ejecutado por los poderes municipales, siendo que éstos quedaban sujetos a la jurisdicción real, y no al libre albedrío del señor de turno. 

La actitud de la corona para con los delincuentes llevó al cadalso a quienes tras sus desmanes pretendían comprar al tribunal con grandes donativos para grandes causas. Había cambiado el sistema hasta el extremo de condenar a pena de destierro a Fadrique Enríquez de Velasco, hijo del Almirante de Castilla, primo hermano de Fernando, como castigo por sus afrentas a gentes inocentes. 

Con mano firme, los Reyes Católicos lograron controlar la gravísima situación social y política en que estaban sumidos sus reinos, en lo que la violencia, la crisis institucional, el descontrol más absoluto de los nobles y la inoperatividad de la justicia eran sus señas de identidad. 

Se hacía imprescindible cambiar la situación social y política si no se quería derivar a una situación de servidumbre que sólo había sido conocida en los peores momentos de dominación árabe, y los Reyes Católicos consiguieron enderezar lo que parecía inexorablemente torcido: mejoraron el funcionamiento de las instituciones públicas, regularon la política y la justicia urbanas, y se ganaron el corazón de su pueblo haciendo un sistema judicial garantista con el amparo personal de los propios monarcas, hasta el extremo que Isabel y Fernando dedicaban un día a la semana para estar presente en los juicios, y ser ellos mismos quienes oían las causas, lo que ocasionó que muchos nobles maleantes se redujesen a la ley, tras lo cual en no pocas ocasiones se concedieron indultos que, previa la restitución de los bienes robados, tuvieron importantes consecuencias políticas favorables.

Esa actuación de mano de hierro con guante de seda comportó una razonable rapidez en la implantación del orden público no sólo en el campo, sino en las ciudades, donde el sistema policial urbano era determinante para ello.

Dice Gonzalo Fernández de Oviedo que, consecuencia de esta actuación fue que cesaron los hurtos, sacrilegios, opresiones, acometimientos, injurias, blasfemias, robos públicos y muchas muertes de hombres y todos otros géneros de maleficios que sin rienda ni temor de justicia habían discurrido por España mucho tiempo… y asimismo era causa que todos los hombres de cualquier condición que fuesen, ahora nobles y caballeros, ahora plebeyos y labradores, y ricos y pobres, y flacos fuertes, señores o siervos, en lo que a justicia tocaba todos fuesen iguales. 

El cambio que conoció la sociedad española con el reinado de los Reyes Católicos puede considerarse de trascendental. 

Lo que anunciaba el nuevo reinado era novedad tras una sucesión de reinados inicuos donde el poder real había estado sometido al capricho de los nobles levantiscos. Los Reyes Católicos supieron cortar radicalmente los abusos. Las cortes de Toledo de 1480 darían impulso a la jurisprudencia y sentenciarían los atropellos llevados a cabo por los nobles hasta ese momento. 

Los Reyes Católicos hicieron disminuir la cantidad de mercedes otorgadas a la nobleza desde el reinado de Enrique IV, lo que ha sido interpretado como el inicio del sometimiento de la nobleza y muestra del fortalecimiento del poder real. 

La Santa Hermandad aportó rápidamente la paz que Castilla estaba necesitando, y la pacificación de los nobles levantiscos reportó una mayor fuerza militar que fue canalizada para la participación en la guerra de Granada.

Otro tanto hicieron con el conflicto presentado con los judíos. Fray Alonso de Hojeda, prior de los dominicos, presentó la necesidad de instaurar el tribunal de la Inquisición en Castilla, para cortar los excesos de los falsos conversos, lo que a duras penas fue finalmente concedido por la reina Isabel, tras lo cual sería sancionada en 1478 por bula de Sixto IV.

Es necesario considerar que el empleo de la fuerza contra los disidentes religiosos ha sido algo corriente en todas las culturas y confesiones hasta bien entrada la Edad Contemporánea, y que la intransigencia de la Iglesia Católica, canalizada a través de la Santa Inquisición, fue moderada y benéfica, sin parangón con la sangrienta represión llevada a cabo durante más de cuatro siglos en Europa contra todo lo que contraviniese los principios del protestantismo.

Basta pensar en la intolerancia de Lutero contra los campesinos alemanes, lo que produjo decenas de miles de víctimas; o en las leyes inglesas contra los católicos, cuyo número era aún muy elevado al comienzo de la Iglesia Anglicana; o en la suerte de Miguel Servet y sus compañeros quemados en la hoguera por los calvinistas en Ginebra. Hay que decir, para ser justos, que ése era el trato normal que se daba en aquella época a casi todos los delitos, y el de herejía era considerado como el más grave, sobre todo por la alteración social que provocaba. En esto coincidían tanto Lutero como Calvino, Enrique VIII y Carlos V o Felipe II. Y fuera de Occidente ocurría algo muy parecido. 

Pero no era sólo el problema de la herejía lo que preocupaba a la monarquía, sino el de la pureza de la misma expresado en sus órganos. Preocupación que merece la atención del franciscano Montesinos en su proemio a la traducción de la Vida de Cristo cuando recuerda el agradecimiento que le debe la Iglesia 


Por haber reformado la mayor parte de las religiones de España, que apenas resplandecía en ellas alguna pisada de sus bienaventurados fundadores, reduciéndolas no sin dificultosa contradicción a comunidad de verdadera observancia.

 

Y es que la relajación de la Iglesia alcanzaba límites insospechados hasta aquellos momentos. Señalemos a título de ejemplo que Rodrigo Borja fue nombrado Obispo de Sevilla por un decreto papal, y aquel envió por delante a su hijo para que se hiciese con un maestrazgo… Pero hay más… El mismo Arzobispo Carrillo, mal avenido con los rigores monacales, había lanzado un edicto prohibiendo a los clérigos de su diócesis jugar a los dados y vestir trajes de colores vivos. En la parte positiva ordenaba que los sacerdotes celebrasen la Santa Misa al menos cuatro veces al año y los obispos tres… Y podemos seguir contando.

La situación económica, política, social, militar… era más que preocupante, y el Altísimo supo proveer del talento político de Isabel y del talento militar de Fernando, y si estaba todo por hacer, la causa de Isabel y Fernando avanzaba convenientemente, redoblaron los esfuerzos y generaron una cascada de medidas administrativas que eran recibidas con esperanza por parte del pueblo; así, y en principio ciñéndose a la corona de Castilla, los Reyes Católicos decretaron una amnistía general para todos los delitos excepto para los asesinatos con alevosía, las traiciones y las sacas ilegales de oro, plata o moneda fuera de los territorios castellanos. Como contrapartida, el amnistiado debía acudir a su costa al frente durante tres meses y otros tres meses a costa del erario público.

Y militarmente, el talento de Fernando acabaría dando un vuelco al sentido de las fuerzas militares, que ya no dependerían de los señores, sino de la Monarquía. El rey Fernando acabaría creando un ejército moderno capacitado para operaciones que hasta la fecha eran inalcanzables. Con él afrontaría la guerra de Granada secundado por última vez por las milicias urbanas y por las huestes señoriales y de órdenes militares. 

El concepto del ejército cambiaba radicalmente. Los soldados lucharían ahora por una soldada y sólo obedecían a las órdenes del rey, cuyo capitán general, Gonzalo Fernández de Córdoba, daría lugar a la creación de las nuevas unidades, los tercios, compuestos cada uno de ellos por dos coronelías de 6000 infantes, 800 arcabuceros, 800 caballos ligeros y 22 cañones. 

Gonzalo Fernández de Córdoba, que pronto sería conocido como el Gran Capitán, imprimió una nueva visión de las tácticas militares, infundiendo en el ejército el sentido del honor nacional y el interés religioso.

El objetivo militar inmediato de Isabel y Fernando era mantener bajo control tanto las fortificaciones de realengo como las pertenecientes a los nobles, desplegando una labor política que estuvo marcada por el control de las defensas, llegando a destruir las construcciones militares desde las que se pudiesen lanzar ofensivas en contra de los intereses de la monarquía. Los nobles se vieron privados de sus castillos, y es que el control de las fortalezas suponía el control militar de la zona donde se ubicaban, por encima del poder real.

Y la experiencia acumulada, especialmente a lo largo del siglo XV, forzaba que los Reyes Católicos propiciasen una legislación que impidiese toda acción violenta procedente de los castillos, por lo que el alcaide debía obedecer sólo a los monarcas, ya que ello comportaba el delito de traición toda acción punitiva que se llevase a cabo desde las fortalezas, y consiguientemente el castigo era de extremo rigor.

Y todo ello cuadraba con la política real, tendente a acabar con los señoríos territoriales. Así, en 1477 desposeyeron de la tenencia de las fortalezas de Sevilla al duque de Medina Sidonia, para dársela a Francisco Ramírez de Madrid, y otras para entregarlas a otros responsables. El duque obedeció, y otro tanto haría el marqués de Cádiz. 

El control sobre la nobleza estaba avanzando. Y quien se oponía, como hizo Fernando Arias de Saavedra, alcaide de Utrera, que ocupaba además Tarifa, era sitiado y bombardeado por la artillería española, de la que el rey Fernando hizo magistral uso, pasando a posteriori la debida factura a quién había provocado el asedio y el bombardeo, además de pagar la osadía con la vida. Firmeza, clemencia y artillería fueron las mejores armas contra la nobleza levantisca.

Todas estas medidas eran llevadas a cabo en medio de la guerra que seguía en vigor entre Portugal y Castilla, y que tendría su fin el año 1479 con el tratado de Alcaçovas, por el que Portugal, además, renunciaba a la conquista de Canarias. Ya los Reyes Católicos eran reyes de Castilla y de Aragón. Nunca se titularon Reyes de España, porque España no estaba completa: Faltaba, y sigue faltando, Portugal. Por su parte, la Beltraneja hubo de renunciar por tratado a todos sus títulos y señoríos, incluso a su calidad de infanta castellana y de Alteza, quedando llamada oficialmente, por real decreto portugués, "a Excelente Senhora".

En 1478, Juan Rejón continúa la conquista de Canarias, paralizada setenta años desde que fuese iniciada por Bethencourt. Quedaban por conquistar las tres islas mayores, cuya conclusión sería en 1496 con la definitiva sumisión de Tenerife. Pero ya dos años antes, en 1476, hubo levantamientos en Lanzarote reclamando la liberación del yugo señorial mediante la sumisión directa al trono castellano. 

Murió Juan II de Aragón a los 82 años de edad el día 19 de enero de 1479, en la más radical pobreza, y cuando estaba desarrollando las acciones más virtuosas de su vida. Pudo ver cómo se ponía la primera piedra del puerto de Barcelona, inexistente hasta la fecha, cuando las naves debían fondear en la playa. Fue sucedido como rey de Aragón por su hijo Fernando II, rey de Castilla, y como reina de Navarra quedó su hija Leonor de Foix, que moriría 9 días más tarde, no sin haber reivindicado todos los títulos de su hermano Carlos I. 

Designó heredero a Francisco I Febo, su nieto, a quién ponía bajo la protección del rey de Francia, mientras los beamonteses buscaron la protección de Fernando el Católico para evitar la intervención francesa.

En Aragón se potenciaba al rey Fernando mientras crecía la vida cultural en torno a la Gaya Ciencia, institución creada a finales del siglo XIV por Juan I y apoyada por Martín el Humano que había languidecido durante el reinado de Juan II. Con el rey Fernando se promocionó la vida cultural, dando frutos con nombre propio como Ausias March, Arnau March, Bernat Miquel, Pedro de Rocaberti, Jaime March, Jordi de Sant Jordi, Mosén Luis de Requesens, etc. 

Pero algo parecía escapar al buen juicio de los reyes hispánicos. El 28 de Julio de 1480 los turcos tomaron Otranto, a cuya población degollaron o empalaron, excepción hecha de los jóvenes, que cautivaron. 


É metieron espada la mayor parte de los christianos que en ella habia; é despues de apoderado en la Ciudad é fortaleza mató todos los clérigos que halló, é fizo aserrar por medio al Obispo de Otranto, é fizo matar mil y cuatrocientos hombres atados con sogas, é robaron la Ciudad, é enviaron la presa á Constantinopla donde del gran Turco habian sido enviados; é aquel Bajá, é los otros ordenaron de dejar gente para defender la Ciudad, é dejaron en ella cinco mil turcos y hombres de pelea con todas las cosas que eran menester, é con mucha artillería é fuéronse en Constantinopla, y ansí Otranto quedó con los turcos por suya. 


Y todo con la mirada complacida de los príncipes italianos, que se gozaban de ver en aprietos a Ferrando, rey de Nápoles. Sólo los Reyes Católicos aprestaron una flota de veinticinco naves más el apoyo de Sicilia. A la vista de este apoyo, Florencia y Alemania aportaron su apoyo. La plaza sería recuperada a finales de Septiembre de 1481. 

En cuanto a la administración interior, las cortes de Toledo de 1480 echaron los cimientos de un nuevo sistema judicial. Se apercibía a los jueces de su responsabilidad y de su obligación de visitar las cárceles; se daba medios de defensa a los acusados; se pagaba con fondos públicos la defensa de quien carecía de medios; se penaba al juez injusto y a quien iniciaba procesos fraudulentos y se creaba la chancillería, a cubierto de la intervención de la corona, como elemento de control de los juzgados inferiores de todo el reino. Y la nobleza era atada en corto por una monarquía hispánica llamada para grandes empresas.

Se encargó a Alfonso Díaz de Montalvo la ordenación legislativa de los reinos, empeño al que dedicó cuatro años de estudio.

Finalmente para administrar todo este complejo de gobierno se decidió la creación de consejos. En las Cortes de Toledo se reformo el Consejo Real de Castilla, que había sido creado en 1385. A partir de la reforma los miembros del consejo serían en su mayoría letrados nombrados y pagados por la corona, y su poder fue aumentando hasta que acabó por ocuparse de todos los asuntos concernientes a la corona de Castilla. Posteriormente, y a su imagen y semejanza sería creado el Consejo de Aragón en 1494.

Y todas las medidas legales tenían parte en la limitación de poder que crecientemente se iba imponiendo a la nobleza. Se redujo su poder político; los juristas y letrados ocuparon los cargos que hasta la fecha habían detentado los nobles, que pasaban a tener algún puesto en la corte… o eran sometidos militarmente. 

Con los Reyes Católicos se acababan los privilegios de los holgazanes y de los violentos, y consiguientemente eran reverenciados por el pueblo al tiempo que temidos por los nobles. Los Medina Sidonia, los Guzmán, los Ponce de León, los Aguilar, los Portocarrero, quedaban atónitos cuando la reina era recibida en Sevilla entre aclamaciones. Muchos nobles se rindieron a la evidencia, y hasta Beatriz Pacheco, hija de Juan Pacheco, abandonó su postura contraria y abrazó la causa de los Reyes Católicos en 1479. Y hasta un Portocarrero dirigió las operaciones militares de los Reyes Católicos en Extremadura.

Y si en el sur los reyes mostraban justicia y benevolencia cuando eran atendidos con respeto y comedimiento, en Galicia, donde los levantiscos seguían siéndolo, mostraban todo su rigor y arrasaban hasta cincuenta fortalezas de delincuentes, entre los que destacaba Pedro Pardo de Cela, que había escalado puestos en el reinado de Enrique IV el impotente y había defendido los derechos de la Beltraneja aún después de que ésta renunciase a los mismos.

Pardo de Cela se mantuvo alzado durante tres años, asaltando y oprimiendo, hasta que finalmente fue hecho prisionero y condenado a garrote vil, sentencia que se llevó a cabo públicamente en la plaza de Mondoñedo, como escarmiento para los levantiscos.

Hemos dejado ya señalado que los cargos públicos eran encomendados a personas doctas, por lo general no pertenecientes a la nobleza, pero en las cortes de Toledo de 1480 se cercenó aún más los privilegios de la nobleza; se les prohibió levantar nuevos castillos, así como el uso de las insignias reales, de las que habían venido haciendo uso indebido, y finalmente se revocaron todas las mercedes recibidas en el reinado de Enrique IV, lo que perjudicaba directamente los intereses de Isabel, del Almirante de Castilla, del cardenal Mendoza, y de otros grandes señores. La labor fue encargada a Fray Fernando de Talavera.

Se atendieron las necesidades de los más necesitados; las cortes de Toledo fijaron el valor legal de la moneda, que tanto sufrió en el reinado de Enrique IV; se redujo a cinco el número de cecas al tiempo que se fomentaba la industria y el comercio, y se franqueaba el paso de mercaderías entre los reinos de Castilla y Aragón, suprimiéndose impuestos sobre la trashumancia; se fomentó el cultivo de la tierra, y todo en medio de la penuria económica del reino.

Pero los Reyes Católicos se sobrepondrían a todo. Cierto que la Guerra de Granada reportaría muchos gastos, y su obtención reportaría también concesiones, pero siempre estarían limitadas. Aunque alguno, especialmente el papa Sixto IV aprovechaba la situación para barrer en su beneficio. Los Reyes Católicos precisaban una bula, con la aportación de dinero que ello representaba, para acometer la campaña de Granada. Y el papa Sixto IV se reservó la tercera parte de los importes recaudados, pero la situación era de tal tenor que los Reyes Católicos se vieron obligados a aceptarlo.

Pero a Sixto IV se le escapaba otro asunto: el turco.

Poco podían hacer al respecto los Reyes Católicos, ocupados en asuntos internos de envergadura entre los que no era de menor entidad el odio entre la población llana y los judíos, que crecía al compás de actuaciones insultantes por una y otra parte, lo que definitivamente doblegó la voluntad de Isabel, que accedió a las propuestas de Alonso de Ojeda, de Pedro Solís y de Pedro Martínez Camaño, que urgían la conveniencia de llevar a cabo la bula que instaba la instauración de la Inquisición en Castilla. El 17 de Septiembre de 1480 eran nombrados los dos primeros inquisidores de Castilla: Fray Miguel Morillo y Fray Juan de San Martín, destinados a Sevilla.

El 6 de febrero de 1481 fueron entregados a las llamas seis judaizantes, y se publicó el edicto de gracia; más de 20.000 se acogieron al indulto en toda Castilla, entre ellos canónigos, frailes, monjes y personajes conspicuos en el estado.

Pero el verdugo no fue la Inquisición, sino la peste que se declaró en Sevilla en esas fechas, causando grandes estragos en la población.

Este año de 1481 murieron en Sevilla más de quince mil personas; en Córdoba, Jerez y Écija no bajaron de nueve mil las víctimas, y de ese tenor fue la incidencia de la peste en toda Andalucía, de la que se enseñoreó durante ocho años, siendo que el año 1488 volvió a tener especial incidencia en Córdoba.

Pasado el episodio de la peste, volvió la Inquisición. Las cifras acostumbran a ser exageradas en estos tiempos, tanto en lo referente a los participantes en una batalla como a los muertos, sea en exceso o en defecto, a fin y efecto de causar pavor en el contrario, y la misma lógica fue aplicada a la actuación de la Santa Inquisición, aunque cualquier estudio sobre la institución la exculpa de los excesos que le han sido aplicados, resultando que sale airosa de cualquier juicio serio a que pueda ser sometida.

Efectivamente, la actuación de la Inquisición en Sevilla comportó que fuesen relajados al brazo secular 


Tres clérigos de missa, é tres o cuatro Frailes todos de este linaje de los confesos, é quemaron un Dotor fraile de la Trinidad que llamaban Savariego, que era un gran predicador, y gran falsario, hereje engañador que le conteció venir el Viérnes Santo predicar la Pasion y hartarse de carne.- Quemaron infinitos güesos de los Corrales de la Trinidad y San Agustin é San Bernardo, de los confesos que allí se habian enterrado cada uno sobre sí al uso judáico, é apregonaron é quemaron en estátua muchos que hallaron dañados de los judíos huidos.


Nótese qué fue principalmente quemado: güesos y estatuas.

A lo largo de los siglos se había manifestado una animadversión manifiesta hacia los judíos. En otras épocas se les había acusado de promover la peste bubónica; en estos momentos se les acusaba de falsa conversión al cristianismo… Las fricciones entre los judíos y el pueblo español no eran de carácter racista, ya que el pueblo español jamás ha sido racista sino en todo caso compuesto por multitud de razas que se han fundido en el solar llamado España. El problema parece ser muy otro, más relacionado con las actividades llevadas por cada uno y las repercusiones que esas actividades tenían en el otro.

Debemos tener en cuenta que la Iglesia difundía la idea de que la usura, e incluso el préstamo con interés no es propio de un cristiano. Esta circunstancia, unida a la necesidad real de la existencia de gente que preste dinero, hacía que éste, el que presta dinero fuese visto como una mala persona…como un enemigo… Y los judíos, entre otras actividades, desarrollaban justamente esa, y la de recaudador de impuestos, lo que unido al hecho de que parte del pueblo estaba endeudada con ellos, acabaría poniéndolos en la picota, nunca mejor traída a cuento la expresión, cuando llegaban los momentos de graves crisis económicas como fueron los de la peste.

Un empleo casi monopolizado por los judíos era el de médico. En la Edad Media la medicina se relacionaba con el oscurantismo porque la mayoría de la gente desconocía esa ciencia, con lo que aumentaba la imagen misteriosa del semita, y todo, unido a la desconfianza suscitada cuando se cometían errores médicos graves, podía llevar fácilmente a la sospecha de malas artes.

La imagen del enemigo sería, para la mayor parte del pueblo la siguiente: Una persona ociosa (ocioso sería todo aquel que no se relacionase con el trabajo manual, principalmente campesino), habitante de una urbe, y con buena posición económica. Características que confluían en la mayor parte de los judíos españoles. Ser agricultor era, per se, una garantía de pureza de sangre. Así, la Inquisición, podemos afirmar que era vista por el pueblo español como una herramienta justiciera, defensora de los pobres frente a la opresión de los poderosos.

En este tiempo, en Portugal, tras su ascenso oficial al trono en 1481, a la muerte de su padre Alfonso V, Juan II tomó una serie de medidas para frenar el aumento del poder de la aristocracia y concentrar el poder en su persona. Los nobles empezaron inmediatamente a conspirar, y dos años después era ejecutado el duque de Braganza. 

El duque Diego de Viseu, el obispo de Évora, y otros nobles se vieron obligados a exiliarse. La inestabilidad política sería la consecuencia de esta situación, mientras Juan II llevaba a cabo una purga que costó la vida a sus allegados, de quienes no se fiaba. 


Ésto fecho fuyeron con temor muchos caballeros de Portugal é vinieron en Castilla, especialmente el Conde de Faro, é Fernando de Silbeyra; é D. Alvaro hermano del Duque de Braganza ya estaba en Castilla ca dis que como oyó, entre oyó que hacian los caballeros monipodios contra el Rey, él por no entender en ello luego se vino a Castilla antes de la muerte del Duque su hermano; y el Rey tomó todas sus haciendas los ausentados, é las fiscó para sí. E después prendió é degolló D. Fernando de Meneses hermano del Obispo de Ilora, dos fijos del susodicho, y descuartizaron él uno; é fizo degollar Pedro de Alburquerque, é otros. É ésto diz que fizo al Rey porque falló que los dichos caballeros le ordenaban traicion, é tensan concertado de matar él, é su fijo, é alzar por Rey de Portugal al dicho D. Diego Duque de Viseo, hermano de la Reina, fijo del Infante D. Fernando hermano del Rey D. Alfonso. 


Durante su reinado se continuó con las exploraciones atlánticas, descubriendo la desembocadura del río Congo, se rodeó el cabo de Buena Esperanza y se inició la colonización de Santo Tomé y Príncipe. Más expediciones debieron producirse, pero el incendio acaecido en Lisboa en 1755 consumió los documentos que relatan los hechos y carecemos de noticias de los mismos. 














Capítulo XIV

Desde 1481, a la muerte de Alfonso V de Portugal hasta la toma de Granada el año 1492



La población total de España era en estos momentos algo más de seis millones de personas: Aragón contaba con 850.000 habitantes; Portugal 1.000.000; Navarra 120.000; el reino de Granada 300.000, y Castilla casi el doble que todos ellos juntos: 4.200.000. 

Leonor de Navarra designó como heredero a su nieto Francisco I, de diez años de edad, bajo la regencia de su madre Magdalena de Francia, que contaba con el apoyo de los agramonteses. Los beamonteses se pusieron en la órbita de Fernando el Católico, que implantó un protectorado sobre el reino. Finalmente, beamonteses y agramonteses solicitaron a los Reyes Católicos que tomasen Tudela con una guarnición militar castellana para mantener el orden, tras lo cual pudo el rey Fernando dedicarse de lleno a culminar la obra ocho veces secular de librarse de la invasión sarracena.

Los nobles levantiscos tenían soliviantada Galicia, y a resolver los asuntos acudió Fernando de Acuña, con 400 caballeros, mientras Fernando e Isabel acudían a Barcelona a resolver las quejas por los pactos tenidos con el rey Juan II al final del conflicto de los remensas. Los payeses de remensa eran campesinos adscritos a la tierra de forma hereditaria, que podían romper dicha adscripción mediante el pago de una cantidad de dinero, la remensa. Además de la remensa, los campesinos soportaban los denominados malos usos (seis, contando la remensa). Se trataba de seis obligaciones o condiciones abusivas impuestas para mantener la relación del campesino con la tierra de trabajo. El levantamiento de los payeses contra la nobleza en 1484 determinó el apoyo de la monarquía a los nobles y, tras la derrota de los insurrectos, fueron ajusticiados sus principales dirigentes.

Por otra parte, las discordias nobiliarias se iban encauzando conforme a los deseos de los Reyes Católicos. No obstante, seguían produciéndose refriegas como la acometida por Diego de Merlo, asistente de los Reyes Católicos, contra el Duque de Medina Sidonia, cuya resolución pasó por el juicio de los Reyes, y ello fue buena muestra del cauce que estaban dando a la nobleza, que pocos años antes hubiese significado una guerra civil particular entre el de Medina Sidonia y el de Merlo.

Y en cuanto a las relaciones con el reino nazarí, empezaban a acelerarse. En 1481, Muley Hacén replicó con la toma de Zahara cuando los Reyes Católicos reclamaron el pago del tributo concertado, lo que significó el inicio del fin del reino nazarí. 

Daba comienzo la guerra de Granada, un conflicto sumamente difícil para el ejército cristiano, a pesar de las discordias que dividían a la familia nazarí. 

La primera respuesta fue la toma de la ciudad fortificada de Alhama, tras cuya toma los Reyes Católicos tuvieron que aglutinar las fuerzas de los nobles. Es destacable la participación de Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, padre supuesto de Juana la Beltraneja, que luchó codo con codo con el duque de Medina Sidonia, Enrique de Guzmán que tenía contenciosos con los sitiados, y con el marqués de Cádiz, Rodrigo Ponce de León, hasta hacía bien poco enemigos irreconciliables entre sí, y ahora, gracias a las formas de los Reyes Católicos, amigos íntimos. 

La reina, nuevamente en situación de buena esperanza, estaba al pie de Alhama. Y fue la reina, y sólo la reina, quién impidió que esta conquista quedase en nada, al negarse a abandonar la plaza, extremo que era requerido por los expertos que alegaban su costosa defensa. Alhama significó la demostración del poder real, del poder nacional, frente al poder de la nobleza, que ya se mostraba sumisa de manera manifiesta.

Sorprenden actuaciones como la señalada de la toma de Zahara, pero era pacto no escrito entre los reinos españoles y moros que cualquiera de ellos, en tiempo de tregua, podía hacerse con una plaza o un castillo del otro si éste no estaba debidamente guarnecido. Había más leyes no escritas, como el derecho a tomar represalias de cualquier violencia siempre que los adalides no ostentasen insignias bélicas, que la hueste no fuese convocada a son de trompeta y que no se montasen tiendas. Además, en tiempos de los Reyes Católicos se permitía a los moros del reino de Granada la navegación a África desde las costas de Málaga. 

Duro resultó el castigo recibido por de Muley Hacén por parte de los Reyes Católicos, y duro el castigo que le espera en sus propios dominios cuando volvía de su desastrosa campaña. 

Era el año 1482 cuando Boabdil, que junto a su madre se había librado de ser asesinado por su padre, se sublevó en Guadix y fue reconocido en Granada gracias al apoyo de los abencerrajes, soliviantados con los errores cometidos por Muley Hacén, que alcanzaba al incremento de impuestos y la supresión de reconocimiento a los soldados más entregados. 

Este mismo año 1482 era nombrado Inquisidor General Tomás de Torquemada, que en 1483 sería también inquisidor de Aragón; la Inquisición era la primera institución común a los reinos hispánicos, con la particularidad de que la sistematización aplicada en los procedimientos y penas representó una mejoría en el sentido jurídico con respecto a los usos de los tribunales medievales. Basándose en la única experiencia conocida en los reinos, la de Aragón, se moderaron algunos abusos anteriores y se tomaron medidas para evitar las posibles extralimitaciones de los inquisidores, y al tiempo se dio a la institución un carácter más centralizado que el que era propio de la Inquisición aragonesa, de lo que resultó una potenciación de su eficacia. 

Pero la Inquisición resulta un punto de escándalo, sobre todo en cuanto se habla de la Inquisición española, llegándose a entender que la única Inquisición fue la española. 

Dejando de lado el interés que se mostró en 1478 porque la Inquisición española tuviese su propio marchamo, señalemos que había sido instaurada en Aragón en 1242; luego siguió Navarra y Portugal; no así Castilla, que no tuvo Inquisición hasta 1478. Su actuación más intensa se registra entre 1478 y 1700, durante el gobierno de los Reyes Católicos y los Austrias. En cuanto al número de ajusticiados, los estudios realizados por Heningsen y Contreras sobre las 44.674 causas abiertas entre los años 1540 y 1700, concluyeron que fueron quemadas en la hoguera 1346 personas, algo menos de 9 personas al año en todo el imperio.

El británico Henry Kamen, conocido estudioso no católico de la Inquisición española, ha calculado un total de unas 3.000 víctimas a lo largo de sus seis siglos de existencia. Kamen añade que "resulta interesante comparar las estadísticas sobre condenas a muerte de los tribunales civiles e inquisitoriales entre los siglos XV y XVIII en Europa: por cada cien penas de muerte dictadas por tribunales ordinarios, la Inquisición emitió una". 

Basándose en la Historia de la Iglesia, investigadores judíos nos indican que en el proceso, al final se realizaba un acto de fe público, siendo que un siglo después se mostró más rigor con los protestantes que con los judeoconversos.

Son numerosos los expertos anglosajones, franceses, centroeuropeos, escandinavos, judíos y españoles, pertenecientes a escuelas y tendencias diversas, que han realizado análisis sin el sesgo anti hispánico o anticatólico de otras épocas. Puede afirmarse que entre muchos especialistas en la Inquisición española su leyenda negra está superada. 

Por otra parte, hispanistas tan manifiestamente británicos (o tan manifiestamente antiespañoles), como Henri Kamen, confirman con estadísticas que en épocas "duras" en concreto hasta 1530, en tribunales muy activos se utilizó el tormento en el uno o dos por ciento de los casos, lo que contrasta con las actuaciones llevadas a cabo por los tribunares europeos contemporáneos.

Los Reyes Católicos, entre tanto, ordenaban el asalto final a Granada convocando a todos los caballeros del reino para proseguir la guerra de Granada; armaron una escuadra que impidiese la comunicación de los nazaríes con África, al tiempo que comenzaban el asedio de Loja, defendida por el famoso Aliatar, donde el rey Fernando cometió un error que le costó la vida del Maestre de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón, y puso en grave riesgo a todo el ejército español, que a punto estuvo de perder Alhama. Se aprestó a una batalla extremadamente desigual en número y en ubicación de los campos, desoyendo los consejos del marqués de Cádiz, y sufrió una estruendosa derrota que a punto estuvo de costarle la vida.

A este desastre se sumó el arrostrado por la flota barcelonesa contra los genoveses, que habían asaltado Barcelona y en el enfrentamiento posterior hicieron prisionero a la flor y nata de la nobleza barcelonesa. 

Los Reyes Católicos estaban ordenando el estado en todas las órbitas. Nada escapaba a su profunda reforma… Ni el ámbito de la Iglesia, de la que siempre se mostraron hijos tan perfectos. Del mismo modo que para los asuntos sociales y políticos demostraban a un tiempo generosidad y firmeza, también en el ámbito religioso hicieron lo propio, lo que les llevó a retirar de la corte vaticana de Sixto IV todo tipo de representación al observar por parte de Roma un trato impropio de buena madre, siendo España la más obediente a la silla apostólica. Se avino Roma a suavizar sus modos con lo que la religión ganó el concurso de personas de gran valía que se vieron impelidas a ocupar los puestos que les correspondían en el gobierno de la Iglesia.

La Corona llegó a tener serios enfrentamientos con las más altas instancias de la Iglesia. Diócesis como la de Valencia llegó a estar sin obispo durante treinta años, extremo del que se quejaban los canónigos. También estaban vacantes las sedes episcopales de otras diócesis importantes como Barcelona o Salamanca. Situaciones que se sumaban al desorden existente en no pocas órdenes religiosas, todo lo cual movió a los Reyes Católicos a propiciar la reforma religiosa que esas situaciones anómalas demandaban. 

Si la situación a reformar estaba detectada, no faltaban las personalidades cualificadas para ejercer de reformadores. Tres personajes extraordinarios se encargarían de ejercer como tales: Hernando de Talavera, Diego Deza y Francisco Jiménez de Cisneros.

Para apoyar a Fray Francisco Jiménez de Cisneros en la renovación clerical que le había encomendado la Reina, obtuvo todas las asistencias canónicas y con ellas pudo sacar a la iglesia española del abismo de la incultura y prepararla de este modo para la decisiva batalla moral que el norte europeo iba a reñir poco después con el mediodía. 

Isabel volcó en la reforma toda su energía como persona y todo su poder como reina, interviniendo también en primera persona en los conventos de religiosas.

Pero no limitó ahí su actividad; contando con la actuación del irremplazable cardenal Cisneros, preparó el terreno para el Concilio de Trento, llevando a cabo las reformas que quedaban a su alcance, y forzando la actuación de los príncipes de la Iglesia, que como el Arzobispo Carrillo, más acostumbrado a la vida mundana que al rigor monacal, acabó lanzado un edicto prohibiendo a los clérigos jugar a los dados y ordenando que los sacerdotes celebrasen la Santa Misa al menos cuatro veces al año. Quedaba de manifiesto la profunda relajación moral del clero, que era denunciada por muchos, entre ellos por el dominico Fray Pablo de León, que denunciaba la necedad, la lujuria, la malicia y la soberbia de muchos clérigos, y aseguraba que no tenía la Iglesia “mayores lobos ni enemigos, ni tiranos, ni robadores, que los que son sus pastores de ánimas y tienen mayores rentas" 

El Arzobispo Carrillo daba muestra de lo que era el orden episcopal, y Fray Francisco de Osuna aseguraba en su “Abecedario Espiritual” que el demonio daría cuenta de ellos el día de la muerte; otros autores, como Juan Padilla, el Cartujano, denunciaba la simonía, y otros predicaban contra la glotonería y las inmoralidades. 

Muchos frentes atendía la Corona, pero las arcas, que de antiguo estaban exhaustas en Aragón, también se habían agotado en Castilla, por lo que la Corona requirió en Cortes un empréstito que fue cubierto por las órdenes militares aragonesas y castellanas, al objeto de emprender la reconquista del último trozo de la Patria que permanecía en poder extranjero. 

Mientras, algunos nobles, si bien habían reconducido sus formas en cuanto al respeto a los nuevos tiempos marcados por los Reyes Católicos, seguían actuando por su cuenta, como el adelantado Pedro Enríquez, el Maestre de Santiago y otros nobles de la frontera, que en marzo de 1483 iniciaron una particular campaña en la Axarquía, repleta de iniciativas individuales y encontradas, que acabó en un desastre en toda regla, con victoria de las tropas del Zagal.

También en este tiempo, los nobles levantiscos gallegos, encabezados por Pedro Pardo de Cela, yerno del conde de Lemos, se aliaban con la Beltraneja aún años después de haber sido firmada la paz con Portugal. Sería el 7 diciembre 1483, en castillo de Frouxeira, cuando el ejército de Luis de Mudarra apresó al levantisco, a su hijo y a Don Pero de Miranda, "con moitos fidalgos onrados que con el estaban", llevándolos a Mondoñedo para ejecución pública ejemplar. El mariscal Pardo de Cela es hoy, más que un señor feudal levantisco, un héroe de leyenda para los nacionalismos liliputienses. 


Se hai un feito histórico onde o mito e a realidade coñecida se distancien tanto, este é o caso do mariscal Pedro Pardo de Cela: a súa morte violenta creou as condicións para a invención dunha biografía que o converteu no mártir por excelencia da literatura galeguista tradicional, no máximo representante desa nobreza galega que tiña que ter sido e non foi.


Eduardo Pardo de Guevara considera que los datos que se han ido comprobando acerca de la vida de Pardo de Cela, "alejan su figura cada vez más de la leyenda". En este sentido, ha recordado que está comprobado que no fue "hermanado de la Revolución Irmandiña" y que fue partidario de Isabel la Católica y no de Juana la Beltraneja, a pesar de que la primera, con posterioridad a su acceso al trono español, ordenó su ejecución. 

Asimismo, las investigaciones también han confirmado que los hechos no se desarrollaron con la rapidez con la que establece el "mito" de Pardo de Cela, dado que el asedio a la fortaleza de A Frouxeira se había producido "un año antes", el Mariscal fue detenido "en el verano" y pasó por "un proceso judicial" antes de su ejecución. 

Todo, a la postre, parece concluir en que Pardo de Cela no fue sino un noble levantisco más, ávido de poder feudal, que sucumbió en su lucha contra la España, que estaba encarnada en los Reyes Católicos.

El imaginario romántico, separatista, se agarra a Pardo de Cela imaginando una historia que pudo ser conveniente para sus aspiraciones ideológicas, pero 


non ten fundamentos documentais que xustifiquen a súa versión imaxinaria de Pedro Pardo de Cela.


¿En qué se centró pues el problema Pardo de Cela?... 


Polas fontes orais sabemos que foron as rendas do bispado de Mondoñedo as que desencadearon o conflicto que o levará cadalso. E das fontes xudiciais tiramos que o cobro das rendas reais xustificou a confiscación pos-mortem dos seus bens. 


Resumiendo: Parece que se trataba de un señor con aspiraciones feudales, pero sin medios que respaldasen sus aspiraciones, y a lo que parece, los vasallos se rebelaron y fueron los protagonistas de su derrocamiento con el asedio de la fortaleza de Frouseira y el posterior prendimiento del mariscal. 

Esta situación se dio en marzo de 1483; Fernando se encontraba en Galicia dirigiendo las operaciones militares, pero el desastre de la Axarquía le forzó a posponer a un segundo término el asunto Pardo de Cela. 

Pero esta victoria resultó perjudicial para Boabdil, quién para ganar prestigio inició el mismo año 1483 una campaña militar con el apoyo del famoso Aliatar, su suegro, que acabó en desastre cuando ponía sitio a Lucena. 

Aliatar murió y Boabdil cayó prisionero de los Reyes Católicos, que lo trataron de manera inmejorable y en 1486 lo dejaron en libertad bajo humillantes condiciones con la idea de que continuase la guerra civil, ya que Muley Hacen, cuando fue vencido Boabdil en Lucena había recuperado su trono en la alambra, y el Zagal se había convertido en su adalid.