Cesáreo Jarabo Jordán
La unidad nacional era una voluntad manifestada a lo largo de toda la Reconquista. Todos los reinos hispánicos tenían presente la idea de la reconstrucción del reino visigodo, y por tal laboraron, y en diversas ocasiones dejaron manifiesta esa voluntad.
Con los Reyes Católicos se expulsó definitivamente al invasor musulmán y quedaron reunidos Castilla y Aragón bajo un mismo rey. No tardó mucho en incorporarse Navarra a la unidad nacional. Quedaba Portugal, que al haber quedado distante del último reducto musulmán de Granada, había dedicado sus esfuerzos a la expansión ultramarina. Este hecho, de por sí positivo, acabaría siendo una rémora para la unificación nacional, todavía hoy pendiente.
Pero la voluntad siempre ha estado y está presente; así, en el siglo XVI, “desde la década de 1540 se iban instalando, paulatinamente, en el gobierno y en la
administración portuguesa los partidarios de la Unión dinástica. Manuel I (1495-1521) ya había alimentado el sueño de una unión peninsular que el monarca lusitano perseguía por medio de sus matrimonios, con eminentes tintes políticos…/… varios grupos sociales en Portugal deseaban la unión ibérica. Si se concretaba, ésta permitiría a la nobleza lusitana superar la crisis económica que la había afectado tras el desastre de la batalla de Alcazarquivir… /… El alto clero estaba también muy abierto a la idea de una unión ibérica, pues muchos miembros de este grupo tenían la costumbre de ir a estudiar en universidades españolas y consideraban, por motivos ideológicos, que Felipe II, sería el rey católico por excelencia, que salvaría la cristiandad de los “herejes”1
La ocasión se presentó de forma inesperada cuando a los 24 años de edad desapareció D. Sebastián, en empresa militar que había iniciado contra los turcos, si bien con la ayuda material de Felipe II, contra su consejo. Sucedió lo que tenía que suceder: una triste jornada en la que junto a D. Sebastián sucumbió la flor y nata del ejército portugués un malhadado 4 de Agosto de 1578.
La muerte de D. Sebastián planteó un problema sucesorio de importancia, porque moría sin descendencia. La corona la ceñiría su tío abuelo, que también falleció sin descendencia en 1580.
“La muerte de D. Sebastião, o más bien su desaparición, plantea durante el final de este periodo una oportunidad para que su tío, Felipe II, intente optar a la corona de Portugal y consolidar de esta forma la Unión Ibérica. El lento proceso de resolución de los derechos a la corona se resuelve con la presencia del Duque de Alba y del marqués de Santa Cruz en Lisboa en 1580.”2
La integración de los dos reinos se venía realizando con normalidad, si bien manteniendo las leyes portuguesas que Felipe II había jurado, las injerencias en los asuntos del reino y de su Imperio quedaban al control y a las costumbres aplicadas por Portugal. “A comienzos del siglo XVI se había repoblado con portugueses el recién reconquista reino de Granada. Pero fue durante la unión de ambos reinos (1580-1640) cuando la emigración portuguesa hacia la parte española de la Península Ibérica adquirió un volumen ciertamente notable…/… En la villa y corte la presencia lusitana estuvo desde antiguo articulada alrededor de la poderosa Hermandad de San Antonio de los Portugueses.”3
En cumplimiento de los derechos del reino, las cortes de Portugal, reunidas en Tomar el año 1581, Felipe II garantizó la supremacía de las leyes de Portugal para éste reino y su imperio, respetando incluso la legislación sobre trata de esclavos. El Consejo de Portugal se encargaría de los asuntos propios del reino. Todo, respetando la carta de privilegios concedida en el año 1498 por D. Manuel I de Portugal, “el afortunado”, abuelo materno de Felipe II.
“La finalidad de la institución (del Consejo de Portugal) consistía en garantizar que sólo ministros portugueses podrían presentar consultas sobre temas y súbditos portugueses en una Corte madrileña y vallisoletana repleta de ministros que no eran naturales del Reino. El Consejo pone los tribunales de la Corona en presencia de su rey.”4
“Se reafirmó entonces que, cuando el rey necesitase ausentarse, debería ser acompañado por portugueses que conformarían el Consejo de Portugal, colaborando éstos en la administración del reino por medio de informes. La creación de este órgano colegial se integraba en la estructura político-administrativa compuesta de la Monarquía hispánica, que tenía sus orígenes en los reyes católicos; sin embargo, el pequeño reino dejaba de tener una política exterior autónoma y los enemigos de España pasaban a ser también los de Portugal.”5
Este hecho comportó ventajas e inconvenientes a Portugal, porque el enfrentamiento que tenía la corona hispánica comportaba que Portugal debía anular los negocios que estaba manteniendo con los enemigos en liza. Así, el comercio tenido con los Países Bajos se resintió muy sensiblemente. Por otra parte, los noreuropeos atacaron los establecimientos de extremo oriente.
Pero por el contrario, la defensa que la monarquía hispánica hizo de las posesiones de Portugal así como las facilidades que tenían los portugueses de comerciar en la totalidad del imperio, incluso saltándose los pormenores del acuerdo de Tomar, junto con el trasiego de personas que se produjo entre los dos reinos, especialmente las que desde Portugal se trasladaron a vivir a las Alpujarras, significaron un entendimiento laxo de los acuerdos de Tomar, en beneficio, no ya del reino hermano, sino la unión nacional a la que se aspiraba.
Don Antonio Prior de Crato, un candidato al trono que había llegado a ser proclamado rey en Santarem en 1580 y que había capitaneado la oposición armada a los Felipes, dentro y fuera de Portugal durante décadas había firmado con Inglaterra unas cláusulas de ayuda que transformaban a Portugal en un protectorado virtual de Inglaterra. Con la escuadra inglesa y con Antonio Pérez, el secretario traidor que fue perseguido por Felipe II, participó en la organización de la Armada Invencible Inglesa que, al mando del pirata Drake, en 1589 atacó Santander, la Coruña y Lisboa, siendo derrotada y perseguida.
“Crato fue editado en francés en 1582 y su texto ‘Appologie ou defense du Monsieur Anthoine Roy de Portugal contra Philippes Roy d’Espagne, usurpateur du dict Royaume de Portugal’ tiene evidentes influencias de la obra de Guillermo de Orange.”6
Crato había firmado con Isabel I de Inglaterra unas cláusulas por las que le ofrecía cinco millones de ducados de oro además de un tributo anual de 300.000 ducados. También le ofrecía entregar a Inglaterra los principales castillos portugueses, y mantener a la guarnición inglesa a costa de Portugal, quince pagas a la infantería y dejar que Lisboa fuera saqueada durante doce días. Además se le prometía vía libre para la penetración inglesa en Brasil y el resto de posesiones portuguesas. Estas cláusulas, convertían a Portugal en un satélite de Inglaterra y le brindaban a Isabel I la posibilidad de tener su propio imperio.
La invasión fue frenada en esta ocasión con gran desdoro de los ingleses, que habían puesto en la empresa toda su confianza al haber sufrido España, el año anterior, el desastre de la armada enviada contra Inglaterra. La armada de los piratas ingleses era la mayor que jamás había surcado los mares, tan sólo superada por la que con el mismo resultado acometería el pirata Vernon en su intento de asalto a Cartagena de Indias llevado a término el año 1741.
Por el tratado de Pomar, “Portugal era totalmente autónoma en materia fiscal y no hacía contribución alguna a los gastos de la monarquía. Las provincias vascas, aunque formaban parte de Castilla, también quedaban inmunes a las exigencias de Castilla. No pagaban ni la alcabala, ni los millones ni otros impuestos habituales en Castilla y se quejaban incluso de que los artículos importados de Castilla ya estaban gravados con esos impuestos.”7
Pero como hemos visto, con el tratado de Pomar no se conjuraron los problemas sucesorios de los rivales de Felipe II, que se aliaban con los enemigos de España, quién, ajena a esos ardides seguía su camino en la consolidación nacional. “Los años situados entre 1580 y 1640 supusieron una consolidación de la expansión territorial que estuvo acompañada por una instauración de instituciones jurídicas, como las Ordenaciones Filipinas, sustituyendo a las Ordenaciones Manuelinas y también el establecimiento de formas de gobierno y administración de tipo castellano. Este hecho pasaría a engrosar las causas por las que se produciría la restauración portuguesa de 1640.”8
Los conflictos se habrían de ir sucediendo; motines varios, levantamientos antifiscales, y nuevamente como en el alzamiento de las comunidades de Castilla, un “servicio” de 370.000 cruzados que debía efectuarse para proceder a la jura como heredero del hijo de Felipe III, el año 1605, exasperaba los ánimos de los portugueses. Por otra parte, las acusaciones de corrupción menudeaban, y finalmente el nombramiento de virreyes que no eran de sangre real, alteraban el espíritu de la nobleza que veía como, del mismo modo que había sucedió en Castilla, le eran retirados sus privilegios en beneficio general de la corona. Recordemos por otra parte, que la corona no era el rey, sino más bien lo que hoy conocemos como el pueblo.
Si durante el reinado de Felipe II ese proceso se daba con sutileza y el mismo rey había permanecido en Portugal, “bajo Felipe III (1598-1621) se daba inicio a una política de reducir la autonomía de Portugal para progresivamente integrarlo en el mundo hispánico. Se siguieron nombramientos de virreyes con pocos vínculos familiares con la familia real. Todo esto conllevó a un descontento, pues este procedimiento no respetaba el compromiso jurado por Felipe II.”9
Pero los problemas antifiscales dados en Portugal no se limitaron a este reino; “los principales problemas antifiscales se produjeron en las zonas que, irónicamente, menos aportaban al tesoro real: Vizcaya, Portugal, Cataluña. Al igual que Carlos I en Escocia e Irlanda y que Luis XIII en los pays d'états, Felipe IV habría hecho mejor dejando tranquilas a las provincias periféricas. Eran tan pobres y estaban tan protegidas por privilegios y tradiciones que siempre producían más problemas que ingresos.”10
Este juicio, que si es cierto en lo tocante al poder económico de Cataluña, es un poco exagerado en lo tocante a Portugal, que tenía un extenso imperio que aportaba importante numerario al reino y cuya defensa, a pesar de lo estipulado en el tratado de Tomar, recibía un importante apoyo de la marina del Imperio.
Los levantamientos fiscales, así, pudieron tener un significado de rebeldía del pueblo ante lo que consideraban una exagerada presión impositiva. Que la misma fuese inferior a la sufrida por Castilla es cuestión aparte. Algo que en ningún caso anunciaba un hecho como el acaecido en 1640. Y es que el movimiento separatista no tenía que ver con el pueblo, sino con un sector de la nobleza no dispuesto a ceder en sus privilegios, por los que no dudaba en vender su libertad a los intereses de los enemigos comunes: Inglaterra y Francia. Así, en 1640 “en Portugal nos encontramos con un movimiento político de la nación, pero no un movimiento popular, excepto en la medida en que las masas demostraron respaldar firmemente la actuación de su clase gobernante.”11
La crisis económica y la ambición de la nobleza conformaron el caldo de cultivo que los europeos esperaban para poder desarrollar sus actividades, tendentes a debilitar el poderío hispánico; los holandeses atacaban los establecimientos portugueses extendidos a lo largo del índico, llegando a desalojarlos y a establecerse ellos en su lugar, pero estos establecimientos, para la organización del Imperio, sin quitarles importancia, eran de una importancia menor a la que estaban adquiriendo los establecidos en Brasil, por lo que se dio importancia capital al mantenimiento de éstos, que por otra parte eran objeto de los ataques corsarios de los europeos. Pero al fin, éstos acontecimientos sólo fueron excusas planteadas por el nacionalismo portugués; excusas que no obedecían a la verdad.
“La opinión portuguesa, desilusionada de la unión de las coronas, comenzó a atribuir las pérdidas portuguesas en el Lejano Oriente a la despreocupación de los españoles. La acusación era totalmente injusta. Por los términos de la unión, los imperios de las dos potencias conservaron su independencia, principio que también regía respecto a sus cargas y sus beneficios. Así lo había querido Portugal.”12 Por otra parte, “los españoles estaban tomando conciencia que mientras que ellos carecían de estatus jurídico y, desde luego, de privilegio alguno en el imperio portugués, los portugueses campaban a sus anchas en el imperio de España. Una vez más, esto suscitaba la cuestión, al menos en el caso de los castellanos, de si quienes obtenían beneficios no debían asumir obligaciones.”13
En ese sentido, los portugueses hacían incursiones hacia el occidente de Brasil, llegando a monopolizar el comercio entre Perú y el Atlántico, y todo con la connivencia de la corona, haciendo un manifiesto incumplimiento del tratado de Tomar, en beneficio de Portugal.
Pero ese era el menor de los problemas, ya que la acción de contrabandistas y esclavistas de Brasil quedaba fuera del paraguas del derecho español; así, “en la década de 1630, el Conde de Chinchón, desde su puesto de Virrey del Perú, desesperado ante los ataques de los bandeirantes paulistas a los indígenas del Paraguay, llegó incluso a proponer a Madrid que el Consejo de Portugal comprase Sáo Paulo para la Corona, único medio que él consideraba viable para sujetar “a esas gentes de San Pablo que no obedecen a Dios ni al Rey”, pues, a la luz de los hechos, resultaba evidente que aquella población estaba en manos de señores particulares.”14
Y es que el Virrey del Perú venía sufriendo las actividades de los bandeiristas desde hacía una década. “Desde los años 1620, varios exploradores lusos comenzaron a remontar la corriente del Amazonas cada vez mas hacia el interior, contando, como en las expediciones de los años 1626 y 1633, con la autorización expresa de Madrid. A pesar de la preocupación desatada entre los colonos españoles ——quienes veían a su propio rey echar a un lado las célebres capitulaciones de Tordesillas que en 1494 habían establecido los límites que correspondían a portugueses y castellanos en América, Felipe decidió seguir adelante con esta política. Sólo en 1637, cuando el Gobernador de Maranhño decidió fundar un asentamiento luso 1.500 millas al oeste de la línea de demarcación, Madrid reaccionó ordenando de inmediato su detención y envío a Lisboa, donde un tribunal acabó por absolverlo.”15 Evidentemente, bajo el reinado de Felipe II no se respetó el tratado de Tordesillas… ni en el tratado de Tobar, pero nunca en detrimento de los intereses de Portugal, sino en beneficio de la unidad nacional.
Pero además, el nacionalismo portugués acusaba a la corona hispánica de desatender la defensa de las costas de Brasil, que sufrían constantes ataques de las armadas europeas, y de los piratas al servicio de las mismas. Desde el tratado de los Doce Años con los rebeldes holandeses, éstos desarrollaron fuertemente su armada, lanzándola a hostigar las posesiones españolas (en muy especial grado las portuguesas) en Asia y en América, y esta situación de riesgo evidente, con los holandeses instalados en Curaçao y con la toma que hicieron de Bahía, fue presentada por los nacionalistas portugueses como desidia de la monarquía hispánica.
Pero, “contra la interpretación tradicional dada por la historiografía nacionalista portuguesa, no parece que la amenaza holandesa en Brasil contribuyera a distanciar a los moradores de la colonia respecto a la Casa de Austria, sino más bien al contrario. Al menos, visto desde las tierras brasileñas, el esfuerzo que Felipe IV estaba realizando para impedir el menor triunfo de los bátavos (los holandeses) en las Indias resultaba indiscutible.”16
Parece, eso si, que la actividad de los nacionalistas portugueses se aliaba con los enemigos tradicionales, apoyando los argumentos que más cuadraban con sus intereses, sin atender que los mismos se atuviesen a la verdad. Lo que interesaba era enfrentar al pueblo español entre sí al objeto de sacar beneficio a su costa. Un ensayo de lo que en el siglo XIX realizarían con la independencia de América donde crearon veinte naciones, enfrentadas entre sí, con el apoyo de militares ingleses en aquellos puntos que les interesaba consolidar, y procurando privar a unos de las materias primas que producían otros, y que serían servidas, a conveniencia, por empresas dependientes del Imperio Británico. Y esto, hasta hoy mismo.
En lo tocante a Brasil, debemos considerar que “Durante la primera época de la presencia portuguesa en Brasil, situada entre 1500-1532, Portugal prestó poca importancia al aspecto colonizador y no se contaba con disposiciones jurídicas que regulasen las relaciones entre los portugueses y los indígenas ni entre los mismos portugueses. Las principales actividades estaban centradas en el comercio, más bien trueque, del pau brasil, y Portugal dirigía sus actividades principalmente hacia Oriente.” 17
En 1625, fue nombrado duque de Sanlúcar el conde de Olivares, Gaspar de Guzmán, que ya poseía rentas que superaban el millón de maravedís. La crisis económica se hacía plausible cuando ese mismo año “la corona firmó un asiento con un grupo de banqueros, que adelantaron 1.210.000 ducados al tesoro”18, que se hallaba exhausto tras los esfuerzos llevados a cabo en Breda y en Brasil, donde la armada española sufrió pérdidas importantísimas, lo que lastraba el comercio atlántico y dificultaba los intercambios entre ambas costas, tan vitales para la economía nacional. La armada española rozaba los límites de operatividad.
“Difícil era con tales condiciones y circunstancias, aniquilado el comercio, acabada la construcción, entorpecida la carrera de las Indias, reemplazar más de 120 naves que casi al mismo tiempo se perdieron en las funciones adversas de Pasajes, Guetaria, Santoña, Brasil, Dunas, Antillas, y que reducían las armadas en proporción extraordinaria, bastante para quitar del todo el miedo á los berberiscos, instándoles
á venir, como vinieron, á la bahía de Cádiz, á Gualda, á Valencia, en las correrías de barcos menores ', así como para alentar en semejante intento á los cristianos de allende los Pirineos, bien que no llegara la penuria al extremo que imaginaban.”19
En ese momento, Gaspar de Guzmán remitió a Felipe IV una instrucción sobre el gobierno de España, en la que, entre otras cosas decía en lo relativo a los asuntos de Portugal: “Los ánimos de aquella gente, sin duda, son grandes; pero también es cierto que fueron mayores. La razón de haber decaecido atribuyen ellos a la falta de los ojos de sus Reyes naturales, y a esta misma causa todos los daños que padece su gobierno. No hay duda de que en lo primero deben de tener razón, siendo imposible que no desaliente infinito la falta de asistencia real, y así tuviera por convenientísimo para muchas cosas el asistir V. M. en aquellos reinos por algún tiempo, no sólo para el remedio de los daños, sino para la conveniencia mayor que pueden tener los negocios públicos, que miran a la conservación y aumento de lo general de la Monarquía. El segundo daño del gobierno, que ellos consideran también por este mismo accidente, es cierto que no se lo negaré yo, pues sabe V. M. que he reconocido y representándole inconvenientes para el gobierno de la Corte misma donde V. M. asiste, de la falta de su atención personal, con lo cual no me parece posible dejar de ser la ocasión mayor del mal gobierno de que hoy se muestran lastimados, y así me parece muy del servicio de V. M. que estos vasallos vivan con esperanza que V. M. les dé de que asistirá con su Corte en Lisboa por algún tiempo continuado y de asiento, y también juzgo por de obligación de V. M. ocupar a los de aquel reino en algunos ministerios de éste y muy particularmente en Embajadas y Virreinatos, Presidencias de la Corte y en alguna parte de los oficios de su Real Casa, y esto mismo tengo por conveniente hacer con los aragoneses, flamencos e italianos.”20
Las culpas de todos los males, en algunas ocasiones con toda la razón, y en otras con intenciones usadas de forma aviesa por los separatistas portugueses, eran del gobierno de Felipe IV y de los supuestos intereses de Portugal respecto a la monarquía universal española. Como consecuencia, en 1628 y en 1630 se produjeron importantes algaradas en Portugal como respuesta a la política fiscal del conde-duque, pero en la década de 1630 la violencia no sería privativa de Portugal, sino que estaría presente en toda España; no sólo se añadió Cataluña a la discordia, sino que esta se generalizó y el rumbo de la protesta, en principio por cuestiones estrictamente fiscales, varió de sentido animada por los intereses de los oligarcas locales; así, el duque de Medina Sidonia, al amparo del río revuelto, organiza una conspiración en 1641 tendente a la creación de un reino andaluz independiente que estuvo a punto de costarle la cabeza. Le suceden revueltas en diversas ciudades andaluzas; y por su parte, en 1648, el duque de Híjar se levantó para crear un reino independiente en Aragón.
“Algunos aristócratas pasaron de la oposición pasiva a la activa, y el duque de Medina Sidonia respondió a la solicitud del rey de formar un ejército con vistas a la campaña de Cataluña conspirando para convertirse en gobernante independiente de Andalucía con su ayuda (a imitación de su cuñado Braganza).”21
El duque de Medina Sidonia, capitán general de Andalucía, hermano de Luisa Francisca de Guzmán, esposa del duque de Braganza, organizaba por su cuenta la rebelión en Andalucía con los mismos objetivos que el de Braganza.
Pero como hemos visto, no era el único problema secesionista que estaba surgiendo. En esa sintonía, el marqués de Ayamonte, a instancias de Luisa de Guzmán también intentó la rebelión, pero fue descubierto y ejecutado.
La ejecución del marqués de Ayamonte acabó amedrentando al duque, que en una maniobra comprometedora fue reclamado a la corte por el conde duque. No había actuado con suficiente ligereza preparando sus huestes, y se vio obligado, para no caer en la misma desgracia que el de Ayamonte, a atender la llamada del valido. “Vino el de Medinasidonia, aunque de mala gana; el orgulloso magnate que había soñado ser rey se echó humildemente a los pies de Felipe IV, confesó su culpa y pidió perdón. Otorgósele el soberano, ya predispuesto a ello por el ministro, bien que por vía de castigo se le confiscó una parte de sus bienes y se le sujetó a vivir en la corte. Pero el conde-duque le obligó a más: con achaque de que necesitaba justificar en público su inocencia, le comprometió a desafiar al duque de Braganza, por medio de carteles que extendió por toda España, y aún por toda Europa. Señalóse para lugar del combate un llano cerca de Valencia de Alcántara que sirve de límite a ambos reinos, donde se ofrecía el duque a esperar ochenta días, que se empezarían a contar desde 1.° de octubre. Y en efecto allá se fue el de Medinasidonia, acompañado del maestre de campo don Juan de Garay, y allí esperó el tiempo prefijado, hasta que viendo que nadie parecía se retiró a Madrid, satisfechos él y el conde-duque de lo bien que habían representado aquella farsa pueril.”22
Tanto frente abierto desbordó la capacidad del conde duque, cuya ansia de poder le había hecho centralizar todas las cuestiones en su propia persona. Los consejeros se limitaban a seguir las ideas, en muchas ocasiones peregrinas, nacidas del caletre del valido, lo que llevó a que, aunque el “agraciado” hubiese podido ser cualquier otro de los asuntos que se manejaban en el momento, que “Desde un principio y ante la multitud de frentes abiertos en la política exterior de Felipe IV, Portugal resultó el más sacrificado por considerar las altas esferas políticas que era menos peligroso su levantamiento, que la intromisión francesa en Cataluña, cuyo avance podía poner en serio aprieto a Aragón e incluso a Madrid. Por ello, la campaña portuguesa durante varios años se limitó a escaramuzas fronterizas de escasas consecuencias, una especie de «guerra menor» por ambas partes; los robos, correrías y desolaciones eran continuas.”23
Esa falta de actuación, no sólo militar sino también política, tan sólo significó el reforzamiento de las oligarquías separatistas portuguesas y de sus aliados franceses e ingleses, con los que unía desde hacía siglos una relación vejatoria para Portugal. El tratado entre los ingleses y la oligarquía portuguesa arranca de una fecha tan lejana como el 6 de abril de 1385, cuando fue coronado Juan de Avis, que acabaría venciendo en la batalla de Aljubarrota a un ejército castellano notablemente superior en efectivos. Portugal contaba con el apoyo de Inglaterra, habiendo firmado un pacto, el “tratado de Windsor”, inextinto hoy, que permite a Inglaterra hacer lo que le plazca; así, por el mismo intervino en 1640 propiciando la separación de éste reino hispánico de la unidad nacional; en 1890 Inglaterra exigió su incumplimiento y envió un ultimátum obligando a Portugal a retirarse del territorio existente entre Angola y Mozambique; en base al mismo tratado, Inglaterra obligó a Portugal a luchar en la Primera Guerra Mundial, y volvió a invocar el tratado para impedir que Portugal se aliase con el Eje y obligarle a ceder una base aérea en las Azores, y por supuesto no se cumplió cuando en 1961 fue atacada la India Portuguesa por el ejército de la Unión India.
El tratado de Windsor de 1635, así, fue esgrimido por la oligarquía separatista portuguesa. Los ingleses, en esta ocasión, fueron llamados para proceder a lo que mejor sabían hacer: el expolio de lo ajeno. Se les brindaba una ocasión de oro para combatir en su propio terreno al único enemigo que les ponía trabas en su labor de parasitismo universal.
No parece muy lógico, en un trabajo que pretende ser histórico, expresarse de este modo con el reino de la Gran Bretaña, pero la realidad es obstinada, y si el asunto merece ser tratado en un trabajo aparte, y de forma muy extensa, baste esta descalificación general como sencillo apunte de la trayectoria histórica de la Gran Bretaña con relación a la Humanidad y con relación a España. Son dos conceptos de la vida absolutamente irreconciliables, y nos encontramos en un momento histórico en el que la Gran Bretaña tiene el poder que tenía España en el siglo XVI, y España el poder que tenían ellos en esas mismas fechas; con una diferencia: los españoles, hoy, no nos damos cuenta de lo que representa, para la Humanidad y para España, esa realidad, y nos mostramos inermes física y espiritualmente, lo que irremediablemente está comportando en el mundo una relación infinita de actuaciones contrarias al espíritu humanista.
Con enemigos de esas características y con gobernantes de las características de Olivares, “la misma dinámica que había impulsado la unión peninsular se desarrollaba ahora al revés. En Portugal están documentadas, desde 1629, las revuelas anti-fiscales contra las autoridades castellanas. Pasaban a escucharse con frecuencia las voces que criticaban a Felipe IV por la “forma insufrible” como el rey trataba a sus súbditos lusitanos. En consecuencia, se impulsaba a las gentes del reino a que “se levanten los pueblos y busquen otro rey.”24
En esos momentos todavía actuaba el gobierno y actuaba la virreina manteniendo el orden y poco más. “La oposición no fue vencida hasta mayo de 1634. Después, en 1637, estallaron de nuevo disturbios en Portugal, en Evora, y circularon rumores de que podrían extenderse a otras ciudades. La causa era una vez más fiscal: los esfuerzos del gobierno de Madrid por crear nuevos impuestos para financiar la recuperación de Brasil de manos holandesas.”25
Los holandeses habían tomado Salvador de Bahía el año 1624 y fue puesta al servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, cuya principal función era la obtención d azúcar y el tráfico de esclavos africanos para que trabajasen en los ingenios. Fue el triunfo de una serie de acciones que venían llevando a efecto flotas holandesas desde 1598. Serían expulsados en 1625.
En 1628 los holandeses montaron un fuerte en la Isla de Fernando de Noroña, de donde serían expulsados el año 1630. Pero ese mismo año se harían con una plaza más importante: Pernambuco, de la que no serían desalojados hasta el año 1654 gracias a la colaboración de marranos instalados en el lugar y que eran titulares de importantes ingenios azucareros.
Estos acontecimientos preocupaban al gobierno de Olivares, como ocuparon en su momento a Felipe II. “Durante la época de la “Unión Ibérica”, España tuvo una gran preocupación en materia defensiva en todo el territorio brasileño, siendo años en los que se construyeron numerosas fortalezas a lo largo de la costa de Brasil, en un momento en que la presencia de ingleses, franceses y holandeses era constante como también los diferentes confrontamientos con los indios de la región y por esta razón existió una preocupación por la presencia de una Armada que defendiera esta costa.”26
Mientras tanto, “en 1637 estalla la ola de motines populares en más de un centenar de lugares, villas y ciudades, lo que se dio a conocer como motines de Evora.”27 Ello comportaría una serie de medidas por parte del conde duque.
En 1638 se ordenó “la supresión del «Consejo de Portugal que assiste en esta Corte» y el establecimiento de dos juntas, una en Madrid y otra en Lisboa «para que en ellas se traten las materias universales y, en particular, lo que mira a la reformación y authoridad de la justicia»…/… Con la supresión del Consejo, los fidalgos portugueses vieron cómo se perdía uno de los principales garantes del particularismo de Tomar, porque, abriendo a castellanos el organismo que se dedicaba a tramitar las exclusivas mercedes portuguesas ante el rey, se empezaba la reforma que debería haber terminado con la separación jurada de Portugal.”28
“El Consejo de Portugal se institucionalizó por el Reglamento del 27 de abril de
1586 y fue suprimido en 1665. Era un Consejo que debería estar formado exclusivamente por portugueses que se encontraban siempre junto al rey, especialmente cuando éste se encontraba fuera del reino. En un primer momento fue constituido para perpetuar la “memoria del reino”, según Fernández Albadalejo, es decir, para recordar al rey la singularidad de las leyes portuguesas por haberse comprometido Felipe II a defender los fueros y libertades de Portugal.” 29
“Hombres de la época, como Pellicer, Novoa o el portugués Severim de Faria, especialmente los dos últimos, quisieron ver en los planes de Madrid a partir del sofoco de las alteraciones de Évora, un intento de reducir el vecino reino a provincia acabando con sus leyes e instituciones particulares. De este modo, la supresión del Consejo de Portugal, o su disminución de rango, significaría una ruptura frontal de la carta de Tomar en la que este aparecía como instrumento garantizador de un Portugal autónomo. La reducción del consejo en Junta de Portugal coincidió en el tiempo con la convocatoria por parte de D. Gaspar en la capital de la monarquía, de un importante número de personalidades portuguesas, cuyos nombres habrían sido sugeridos por el secretario Miguel de Vasconcelos.”30
Como vemos, el nacionalismo utiliza un lenguaje subliminal al tratar el asunto; el Consejo no fue suprimido, sino suspendido, y sus funciones fueron llevadas a término por personas portuguesas de una confianza superior a las que componían en citado Consejo.
“En marzo de 1639, la situación creada por los "herejes holandeses" atacando y conquistando el Brasil como instrumentos del castigo divino, junto con los problemas del reino, entre los que se enumeraban como principales la defectuosa administración de justicia y la mala situación de la Hacienda, llevaron a Felipe IV a suprimir el Consejo de Portugal, reemplazándolo por una Junta. Este nuevo organismo, en aras de una mayor eficacia, se correspondería con otra junta que a los efectos se formaría en Lisboa.”31
¿Era el nombramiento de portugueses para llevar adelante los asuntos de Portugal una medida tendente a limitar su autonomía?... Tal vez… Tengamos en cuenta que el ideal del conde duque era uniformar la legalidad de todos los reinos, según él, conforme a las leyes de Castilla. Esa idea de someter a las leyes de Castilla hoy podemos verlo como un error. Tal vez lo interesante hubiese sido redactar unas leyes comunes para todos, pero lo que se trasluce, aun cuando fuese cierta esa idea, es que estaba teniendo muy en cuenta que los responsables fuesen portugueses, no vascos, gallegos, aragoneses o castellanos.
En estos momentos, y en aplicación de la Ley de Armas, el valido procedió al reclutamiento de soldados y de dinero también en Portugal estando desatado el conflicto de los segadores en Cataluña, nuevamente estrujó los bolsillos de los contribuyentes de todos los reinos. Pero en esta ocasión “Olivares no sólo pretendía conseguir dinero en Portugal, sino también tropas. Se reclutaron unos 6.000 soldados para servir en Italia, pero la rebelión de Cataluña determinó que se integraran en el ejército reclutado para el frente catalán. Olivares pretendía, sobre todo, movilizar a la nobleza portuguesa, con el duque de Braganza a la cabeza, de manera que contribuyera a vencer la revolución de Cataluña en lugar de fomentarla en su país. Pero la nobleza portuguesa, considerando que había llegado el momento de pasar a la acción, se negó a alejarse del país y en el otoño de 1640 algunos nobles comenzaron a planear la revolución.”32
Esas tropas, que serían requeridas por los sublevados portugueses para que se sublevaran y depusieran las armas en el conflicto de los Segadores, declinaron la invitación y pusieron en conocimiento de sus superiores la oferta que habían recibido. Duro golpe para el de Braganza, que veía su trono cogido con alfileres.
Por su parte, en el transcurso del año 1640, el conde duque había enviado dinero al de Braganza al objeto de que alistase un ejército para acudir a la campaña de Cataluña, pero “Entretanto el de Braganza, grandemente ayudado de Pinto Riveyro, hacía a mansalva su negocio, preparando a los nobles, al clero, a los comerciantes, labradores y artesanos, hablando a cada cual en su lenguaje, y ponderandoles los males que les hacía sufrir el gobierno opresor de Castilla y las ventajas que reportarían de recobrar su libertad.”33
Los nobles portugueses habían acudido a Cataluña a sosegar la rebelión, pero el duque de Braganza excusó su participación enviando algunos vasallos, con lo que contentó a Olivares, que desoía las advertencias de la virreina de Portugal, Margarita de Saboya.
En el fragor de la conflictividad fiscal, y aprovechando que el ejército imperial se encontraba distraído en varios frentes y muy concretamente en Cataluña con la Guerra de los segadores, “en diciembre de 1640 una conspiración, encabezada por la nobleza, proclamó rey de Portugal al duque de Braganza con el nombre de Juan IV de Portugal quién firmó la paz con los holandeses (pero no sin antes expulsarlos de Angola y de Brasil, en 1656) y obtuvo el apoyo de ingleses y franceses.”34
“La rebelión en Cataluña propició la sublevación en Portugal, cuya victoria resultó fácil por la ausencia de tropas castellanas. Nobleza y clero se unieron al pueblo para destronar a la virreina, la duquesa Margarita de Saboya, asesinando a toda su guardia y a su secretario de Estado, Miguel de Vasconcellos.”35
El 1 de Diciembre de 1640, y de forma que los interesados pretendieron presentar como espontánea, se produjeron los hechos que condujeron al desbaratamiento del sueño hispánico, presente en la mente de todos los españoles desde aquel fatídico año 711 hasta el glorioso 15 de Abril de 1581 en que el feliz Felipe II consiguió completar la unificación geográfica de España.
“El 1 de diciembre de 1640 se produjo el asalto al palacio real de Lisboa, con el secuestro de la virreina, la infanta Margarita de Saboya, y el asesinato de su secretario Miguel de Vasconcelos, para aclamar al nuevo rey João IV de Portugal. La noticia de la apertura de este nuevo frente conmocionó a la Corte de Madrid, pero pocas fueron las medidas efectivas que pudieron tomarse debido a la grave carencia de recursos económicos y a tener a la mayoría de las tropas ocupadas en los conflictos ya iniciados.”36
Los Tres Estados del Reino se reunieron en Lisboa el 28 de enero de 1641, y determinaron que los hechos del 1 de diciembre de 1640 no eran sino una restitución de la monarquía portuguesa a su verdadero titular, que había sido desposeído de sus derechos al trono por Felipe II “porque não guradava ao Reyno seus foros e liberdades, antes se lhe quebrarão per actos multiplicados.”37 En ese momento se coronaba como Juan IV a quién hasta el momento era VIII duque de Braganza.
Ana de Mendoza, la princesa de Éboli, que ya había fallecido, no pudo disfrutar cuando en 1640 su bisnieta “se casó con el Duque de Braganza en el momento de la independencia.”38¿Había sido éste el trasfondo real que llevó al asesinato de Escobedo el año 1578?
Es el caso que en un golpe rápido fue hecha prisionera la virreina y proclamado rey el duque de Braganza. “Grande admiración y sensación profunda causó la noticia de estos sucesos en la corte de España, que se hallaba, como de costumbre, entretenida con unas fiestas de toros, celebradas estas para agasajar a un embajador de Dinamarca, y en cuyo espectáculo habían hecho de actores los principales de la nobleza.”39
Los revoltosos asaltaron el palacio de la virreina y asesinaron al secretario Vasconcelos, tras lo cual se coronó rey, como Juan IV de Portugal, el duque de Braganza, que inmediatamente mandó ejecutar a los nobles partidarios de la unión nacional.
Vasconcelos fue el noble portugués que actuó eficazmente para que se consolidara el poder español en Portugal a través del mantenimiento de la dinastía Habsburgo en toda la Península Ibérica, encabezando a la nobleza portuguesa que defendía la opción de mantener unidas España y Portugal.
“Varios relatos narran como el secretario fue encontrado escondido en su armario entre sus malditos papeles, acuchillado o disparado, según las versiones, y arrojado por la ventana de su despacho hacia la explanada del Palacio. A ras del suelo la vana chusma pudo ensañarse contra el cadáver de la víctima.”40
“Aunque no fue unánimemente apoyado, la publicística portuguesa presentó el golpe como una Restauración de Portugal a la condición completa de reino,”41de tal modo procedieron que dieron lugar al lenguaje más rancio del nacionalismo, que no tomaría carta de naturaleza hasta la Revolución Francesa: “Con criterios lingüísticos, geográficos, históricos, institucionales e, incluso, religiosos, se afirmaba la existencia y particularidad de un pueblo lusitano que, desde los remotos tiempos de la Antigüedad clásica, se habría asentado en el suelo de Portugal. Después de hecho esto, el siguiente paso era mostrar cómo un pueblo particular debía extenderse también en una comunidad política propia; si la nación lusitana era peculiar en todo, y no sólo en su estatuto jurisdiccional, debería ser la única rectora de sus destinos, ateniéndose solamente a sus intereses y deseos, sin tener que depender de instancias no nacionales como eran las de la Monarquía Hispánica.”42
Argumentos que pasaban por alto, por ejemplo, la unificación nacional llevada a cabo por Roma, de la que Lusitania formaba parte esencial, y que parte de Lusitania era lo que en estas fechas era Portugal, entidad que, en esos momentos, sencillamente no existía, como tampoco existía Castilla, Navarra, o Aragón. Sin embargo callaban que sí existía Hispania, que primero como provincia romana y luego como reino visigodo, sí constituyó una unidad política que cubría territorialmente toda la península ibérica más la Narbonense, y la Hispania Tingitana. También negaban que la acción guerrera de todos los reinos hispánicos estaba dirigida a la Reconquista de España, de la unidad visigoda rota por la acción de la asonada árabe un fatídico año de 711.
Presentaban la monarquía hispánica, además, como tiranía, acusándola de haber intentado reducir a Portugal a una provincia sin identidad propia, obligada a pagar impuestos injustos, a intervenir en guerras extrañas, etc.
La sublevación no fue generalizada, aunque los sublevados controlaron de forma rápida los sitios estratégicos. Contra la sublevación “hubo un levantamiento del arzobispo de Braga y de algunos nobles que solicitaban que el nuevo rey renunciara y devolviera la corona al rey de España. Estos nobles y eclesiásticos fueron sometidos a tormento y juzgados sin ningún tipo de piedad por el nuevo monarca.”
1640 eran otros tiempos, y por supuesto, Felipe IV no era Felipe II. El nieto del rey prudente quedó sorprendido ante los acontecimientos. “Fue tal el sucesso de Portugal que, experimentado, apenas es creído. No se pudo temer, ni discurrir y assí no admira se dificulte la credulidad. Lo preuenido de los sediciosos para la execución, la presteza en el obrar y, finalmente, el modo con que todo se assentó no pudo ser inteligencia de hombres y, assí, sólo fue disposición de los Cielos”43. Vamos a intentar desentrañar lo que de verdad tiene esa extrañeza que todos mostraron en el momento, desde el Conde-duque de Olivares hasta el último implicado.
¿Y cómo reaccionó el Conde-Duque? “Es fama que hallándose un día entretenido con el juego el indolente monarca, se llegó a él el de Olivares con alegre rostro y le dijo: «Señor, traigo una buena noticia que dar a V. M. En un momento ha ganado V. M. un ducado con muchas y muy buenas tierras.— ¿Cómo es eso? le preguntó el buen Felipe.—Porque el duque de Braganza ha perdido el juicio: acaba de hacerse proclamar rey de Portugal, y esta locura da a V. M. de sus haciendas doce millones.»44
Un asunto que prometía ser resuelto en breves fechas se alargó de forma inesperada y dio pie a un contra sentido histórico: la separación de los dos reinos hispánicos. “Las dificultades por las que atravesaba la monarquía hispánica con los frentes abiertos en Cataluña y las Provincias Unidas, le llevó a retrasar la invasión de Portugal hasta casi 1660. Durantes esos años, Portugal se preparó diplomática –pactos de 1654 y 1661 con Inglaterra– y militarmente.”45
El apoyo de las potencias europeas lo obtuvieron el año 1641, cuando la oligarquía portuguesa y las Provincias Unidas firmaron el Tratado de la Haya; una tregua de diez años que en la práctica no se llevaría a efecto fuera de Europa. Quedaba claro el objetivo perseguido; así, tras el “tratado de paz”, los holandeses tomarían Sao Luis y Maranhao el mismo año 1641, manteniendo su posesión durante tres años. La expulsión definitiva de los holandeses de Brasil costaría 63 toneladas de oro.
“Nada más ser proclamado rey Juan IV, comenzaron las negociaciones con la República. Se acordó una tregua de diez años el 12 de junio de 1641 (que no fue aplicada en Brasil hasta 1642 ni en el Lejano Oriente hasta 1644), y los holandeses enviaron una escuadra para defender a Lisboa de la amenaza de un contraataque español. El comercio empezó a revivir y, con sus beneficios, Portugal fue capaz de financiar una resistencia efectiva contra España y de importar grano para la población de Lisboa.”46 Así, en 1658 el ejército portugués puso sitio a Badajoz, centro neurálgico que posibilitaba el paso tanto para conquistar Lisboa como para conquistar Madrid. También este año se perdía Dunquerque.
La sublevación de Portugal entraba dentro de los objetivos buscados por Francia, quien desde 1634 está llevando acciones tendentes a provocar el conflicto. De hecho, “conseguida la independencia, una de las primeras preocupaciones del Duque de Braganza es despachar embajadores que le consigan ayuda de las cortes europeas, singularmente de Francia y Holanda”. Así, en el verano de 1641, “una armada de los tres países citados trató de atacar la flota española frente a Cádiz.”47
“Los enemigos de España se apresuraron a prestar su ayuda al levantamiento portugués. Francia empezó a enviarle socorros en 1641 mientras que en 1642 se concertaba una alianza entre Inglaterra y Portugal. Luis XIV no dejaría de enviar auxilios a los portugueses, ni siquiera tras la firma de la Paz de los Pirineos. Por su parte, el monarca inglés Carlos II, que había vivido largos años en el exilio al amparo de la hospitalidad española acabó concertando su matrimonio con una infanta portuguesa que aportaba una importante dote. Ni a Francia ni a Inglaterra les interesaba que la península volviera a formar un solo bloque, y frente a esta razón, de nada servían amistades ni parentescos regios.”48
Puede decirse, por otra parte, que, aparte la oligarquía portuguesa, pocos más apostaban por lo que acabó ocurriendo; pocos más se encontraban interesados en que ocurriese, salvo, naturalmente, las potencias europeas, enemigas de España. Tan pocos eran los partidarios que hasta el mismo duque de Braganza dudaba. Sí se mantenía distante de la corte, con la que procuraba pocas relaciones; sí daba excusas inenarrables a las peticiones del conde duque, pero ante las revueltas, permanecía enclaustrado en sus posesiones, y hasta cuando fue nombrado rey tomó con precaución el nombramiento, y no acudió a Lisboa sino en secreto, donde se destapó cuando los sublevados habían tomado el poder real de la capital.
“La corte de Inglaterra también se prestó fácilmente a renovar la amistad antigua entre los dos pueblos, y a franquear el mutuo comercio entre los súbditos de ambas naciones. Dinamarca y Suecia se alegraron de contar con un soberano y un reino más, que hiciera frente al poder de la casa de Austria. La república holandesa esquivó hacer un tratado de paz con el nuevo reino, para no verse obligada a restituirle los dominios y establecimientos portugueses de la India que había conquistado durante la unión de Portugal con la corona de Castilla, y que los portugueses pretendían pertenecerles otra vez de derecho. Los diputados de la república, no desconociendo la razón que les
asistía, quisieron diferir la solución de este negocio hasta la reunión de los Estados generales; pero se ajustó una tregua de diez años, y aún envió la Holanda una escuadra a Portugal para que en unión con la francesa persiguiera la de los españoles”49
El duque de Braganza no era muy proclive a novedades, pero estaba casado con la que era biznieta de Ana de Mendoza, la princesa de Éboli, que tanto protagonismo tuvo en los tiempos de Felipe II, conspiradora con Antonio Pérez. El espíritu conspirador de la Éboli estaba reencarnado en Luisa de Guzmán, “hermana del duque de Medinasidonia, la cual no dejó de instigar a su marido e inducirle a salir de su indiferencia, y a no desaprovechar la ocasión de recobrar la antigua grandeza y poderío de su casa. Ayudóla a ello, y fue el alma de la conspiración un cierto Pinto Riveyro, mayordomo de la casa, hombre muy para el caso, por su osadía, su astucia y su disimulo. Como el duque se hallaba retirado en su hacienda de Villaviciosa, dedicado al parecer solamente al ejercicio de la caza y a otros pasatiempos, la conjuración se hubiera llevado adelante sin que se apercibiese ni sospechase la menor cosa la corte de Madrid, a no ser por la sagacidad de Vasconcellos y Suárez, los cuales dieron conocimiento al ministro de los síntomas que advertían y del peligro que bajo aquellas apariencias se ocultaba.”50
A todos los efectos, Luisa de Guzmán era la reencarnación de su bisabuela, pues como hemos señalado más arriba, embarcó en su proyecto de sublevación también a su hermano, el duque de Medinasidonia, que si no consiguió llevar a cabo su particular levantamiento separatista fue como resultado de una extraña actuación prudente de Gaspar de Guzmán, que probablemente le hubiese costado la vida si no hubiese entrado en campaña militar contra su hermana y el rebelde duque de Braganza, Juan IV de Portugal.
El resultado final del levantamiento de la oligarquía portuguesa tenía pocas probabilidades de éxito, ya que, además de la numerosa población portuguesa que había pasado a colonizar las Alpujarras y otros lugares donde se habían producido matrimonios mixtos, “en el momento de producirse el levantamiento en Portugal, muchos lusitanos ejercían cargos importantes en la monarquía hispánica, en el ejército y en la administración del Imperio español.”51
Y es que la situación de encontrarse reunificado el reino visigodo, algo que fue buscado durante ocho siglos de enfrentamiento con el invasor africano, hizo que “El triunfo del levantamiento separatista luso desató odios y fidelidades casi a la par, en Portugal y en CastilIa, y, en no pocos espíritus, dudas hasta el final de la guerra, allá por 1668. Y en esta nebulosa, producto de la prolongada incertidumbre y de la oposición de intereses, las distancias entre las metrópolis peninsulares y sus respectivas colonias se midieron en función de lo que unas y otras habían calculado arrebatarse mutuamente.”52
Inevitablemente se produjo una guerra, pero una guerra de muy baja intensidad. Durante 1641, los enfrentamientos en Portugal eran raros, limitándose a campañas de captación. El año 1642 conllevó una mayor presión bélica, que se incrementó en los años siguientes, en incursiones especialmente de saqueo. “…Verdaderamente es compasión hacerse esta guerra con gente del país, pues sólo tienen la mira en el pillaje. Así fue en Salvatierra; saquearon el lugar, que le toparon muy rico, y luego cada uno huyó a su lugar con lo que había cogido, y no fue posible volverlos a juntar…”53 Sin embargo, la monarquía hispánica estaba imposibilitada para afrontar la situación; el conde duque posponía una y otra vez la intervención decidida que hubiese dado el traste con la revuelta en momento en los que aún existía viva la voluntad del pueblo portugués por perpetuar lo que nunca debíó haberse roto.
Lo único que se mostraba eran los ardides de quienes encontraban en la situación una forma de supervivencia; “la propia soldada, mal pagada, acomodada y alimentada por los motivos anteriores, en cuanto tenía ocasión huía del servicio militar, dedicándose entonces al pillaje, que se convertía así en un nuevo mal a sofocar.” 54
La situación se encontraba en un punto que no llevaba a ninguna parte; si la monarquía hispánica estaba inhabilitada para actuar militarmente, los dirigentes separatistas no contaban con el apoyo del pueblo y su capacidad para aprovechar la ventaja que les significaba la existencia del conflicto de la guerra de los Segadores, en el otro extremo de la península, no sabían ni podían aprovecharla para la consecución de sus objetivos. No les bastaba el apoyo prestado por Francia Inglaterra y las Provincias Unidas. Necesitaban de la actuación directa, en territorio portugués, de las fuerzas militares de esas potencias. “Para obtener la independencia definitiva, Portugal necesitaba la segura y permanente cooperación de (al menos) una de las potencias emergentes de Europa. Sin embargo, no había ninguna posibilidad de lograrla si su independencia no era percibida por sus potenciales aliados como una realidad de hecho. El problema era que España no mostrará la menor intención de reconocerla de jure hasta el final de la guerra. A pesar del éxito puntual que tuvo el golpe de estado de diciembre de 1640, tan sólo fue el inicio del surrealista relato en que se convertiría el proceso de independencia portugués.”55
Con el conflicto de Portugal recién inaugurado, “En enero de 1641 la Diputació y sus restantes seguidores pusieron a Cataluña bajo la autoridad del rey de Francia y, en su nombre, un ejército conjunto franco-catalán infligió una importante derrota a las tropas reales, rechazándolas en Montjuich el 26 de enero de 1641.”56
Surrealismo que se enquistaría en España, en los cinco continentes, y se extenderá en el tiempo hasta el siglo XXI.
La ayuda la recibirían, sin lugar a dudas, pero Francia estaba demasiado ocupada en la invasión de Cataluña, y los otros aliados no veían excesiva claridad en el asunto. Apoyaban sí, pero siempre que la posibilidad de éxito fuese plausible. La prudencia propia de los británicos…
“Richelieu ya había prometido a los portugueses la ayuda de Francia si estallaba una rebelión y, al mismo tiempo, esperaban que los holandeses reducirían la presión que ejercían sobre sus territorios coloniales si declaraban su independencia de España…/… En tanto en cuanto el frente catalán absorbiera las energías de España en la península no había posibilidad alguna de recuperar Portugal. Por tanto, España tuvo que situarse, por el momento, a la defensiva contra los portugueses hasta que consiguiera tener las manos libres para reducirlos.”57
Y es que la oligarquía portuguesa, a pesar de estar los ejércitos del Imperio excesivamente ocupados; a pesar de estar España entera incapacitada para dar respuesta al conflicto, no podía culminar su objetivo porque el pueblo portugués no estaba por la labor. “El patriarca Braganza no podía confiar aún en sus propias elites nobiliarias o eclesiásticas. Varios miembros de las primeras desertaron a España en los años 40, abandonando sus estados, sus rentas e incluso, en ciertos casos, sus familias; y muchos de quienes formaban las segundas obedecieron la moratoria ordenada por el papa relativa al culto y al pago de los impuestos.”58
Como consecuencia de esta situación de indefinición, la guerra de secesión de Portugal se alargaría desde 1640 hasta 1668, pero en la misma se sucedieron pocos actos de armas, entre los que destaca los efectuados sobre Badajoz, punta de lanza contra la secesión, que sufrió asedios varios por parte de los “restauradores” portugueses.
La situación era sumamente extraña. Los sublevados controlaban la práctica totalidad del territorio, pero se mostraban incapaces de manifestarlo y hasta de creerlo. El pueblo se limitaba a sobrevivir y a callar, mientras esperaba una acción del ejército español que acabase con semejante situación, pero el ejército español estaba sencillamente ausente. Y por su parte, la nobleza portuguesa llevaba largo tiempo entroncada en el resto de España; entre ellos los Villena, Osuna, Sarria, Benavente, Gelves, Pastrana y tantos otros. Algunos acabarían pagando con el desarraigo de su tierra natal las consecuencias derivadas de estos hechos.
El desgajamiento de Portugal del tronco nacional acabaría siendo llevado a cabo en el último periodo de la Guerra de los Treinta años, en general contraria a los intereses hispánicos en Europa, aunque “no fue posible conseguir que la independencia lusitana se ratificara en los tratados de Westfalia o en la Paz de los Pirineos.”59
“La única batalla del periodo fue la de Montijo, el 26 de mayo de 1644, de la que ambos bandos se atribuyeron la victoria, algo que permanece aún tanto en la historiografía hispana como lusa. Junto a esta batalla, solamente podemos encontrar otras dos operaciones de sitio dignas de mención. Por un lado el intento de cerco español sobre Elvas de 1644 -que duró menos de un mes, renunciando el comandante español, el Marqués de Torrecuso, a realizar un asalto sobre la ciudad al estar muy bien defendida-, y el cerco español de Olivenza de 1645, del que el Marqués de Leganés tuvo que desistir por la llegada de invierno.”60
En 1650, “la recuperación del rebelde reino de Portugal cada vez quedaba más lejos, pues la milicia encargada de lograr tal objetivo se iba desgastando poco a poco, al tiempo que sus lideres mostraban una nula eficacia para remontar la situación, dedicándole más tiempo a su beneficio personal que a las tareas de gobierno militar.”61
La balanza estaba por decantarse, pero parece que debía hacerlo por sí misma, ya que los nulos resultados de los separatistas portugueses, a pesar de la baja intensidad que el ejército imperial aplicaba al asunto presentaba un panorama que cuando menos podemos calificar de “raro”; en ese periodo, que cubre la nada desdeñable cifra de veintiocho años, desde “la proclamación de D. Juan IV de Portugal y la ratificación de las Paces de 1668, en el organigrama administrativo de la monarquía católica, siguió teniendo sitio una institución consagrada a los asuntos de Portugal. De este modo se mantuvo la ficción de que Felipe IV seguía siendo el soberano del ya desgajado reino.”62 Una ficción que sólo podía producir gastos administrativos en una monarquía que se encontraba en quiebra.
En noviembre de 1656 murió Juan IV de Portugal, primer rey de la dinastía Braganza. Su sucesor era su hijo Alfonso VI, de tan sólo 13 años y con síntomas de desequilibrio físico, por lo que hasta 1662 la regencia estaría en manos de su madre, la bisnieta de la princesa de Éboli, Luisa de Guzmán, belicosa y de carácter como su bisabuela. Por su parte, los ejércitos españoles adolecían de deserciones masivas que no pudieron ser subsanadas hasta la firma del Tratado de los Pirineos con Francia. A partir de este momento llegaron tropas procedentes de Milán y de Flandes, lombardos, borgoñones, alemanes, franceses, irlandeses…que se unieron a los catalanes, portugueses y castellanos que luchaban por la unidad nacional, comandados por don Juan de Austria.
La revuelta de la Fronda en Francia había terminado en 1653, y la guerra de los Segadores había terminado en 1659 con el Tratado de los Pirineos. Acto seguido se formarían tres ejércitos para la reconquista de Portugal, en Badajoz, en Galicia y en Ciudad Rodrigo. En Galicia se produjeron levantamientos contra las levas.
A estas alturas, el ejército francés se había rehecho y podría cumplir con los compromisos contraídos con Portugal. No había nada que desease más el rey Sol. “El mariscal de Schomberg, extranjero y hugonote, entró en Portugal con cuatro mil soldados franceses pagados con dinero de Luis XIV, que pasaban por estar a sueldo del rey de Portugal. (17 de junio de 1665) Esos cuatro mil soldados franceses unidos a las tropas portuguesas obtuvieron en Villaviciosa una victoria completa, que afianzó en el trono a la casa de Braganza.”63 Una victoria que había precedido otra sonada derrota del hermanastro bastardo de Felipe IV, Don Juan José de Austria en Extremoz. Estas derrotas conllevaron la caída de don Juan José, que era mirado por el pueblo como la tabla de salvación ante tanta desgracia. La regeneración nacional que se preveía en su actuación quedó en nada.
Inglaterra, que colaboraba abiertamente con los separatistas portugueses se instituye en este momento como mediador necesario en el conflicto, desarrollando desde ese momento todavía más, su actividad tendente a separar al pueblo español, creando una incomunicación entre españoles-españoles y españoles-portugueses que no obedece a ninguna razón histórica sino tan sólo a una sinrazón que sólo la acción decidida por parte de todos los españoles puede aparcar.
“El divorcio cultural entre españoles y portugueses se produjo después de varios siglos de convergencia, a raíz de la violenta ruptura vivida con la guerra de 1640-1668. A partir de ese tiempo, las autoridades portuguesas se esforzaron por reafirmar en la cultura portuguesa todos aquellos elementos que pudieran resaltar las diferencias con Castilla. Elementos culturales ... que trataban de reforzar las diferencias identitarias de la sociedad portuguesa frente a la española. Se invirtió entonces la tendencia, y lo que había sido desde tiempo atrás una progresiva aproximación, a partir de entonces iba a permutarse por un esfuerzo de distanciamiento en todo lo posible.”64
Es hora de reiniciar la cruzada por la unidad nacional. “¡Ay de los pueblos que no creen en las Cruzadas o en alguna locura semejante! De este escepticismo, mezclado de vanidad sin razón, murió aquella sociedad.”65
0 comentarios :
Publicar un comentario