ES CAPITÁ EN TONI
Antonio Barceló y Pont de la Terra fue un marino y
militar español, Almirante de la Real Armada Española, nacido en Palma de
Mallorca el 1 de enero de 1717.
Sus hazañas se hicieron legendarias, siendo que, con el tiempo, en Andalucía se hizo famoso un dicho que perduró hasta nuestros días que pondera su valentía.
Siendo niño se embarcó como grumete en la nave (un
jabeque: embarcación costanera de tres palos, con velas latinas, que también
solía navegar a remo) con patente de corso que transportaba el correo de Palma
a la península, de la que, fallecido su padre, que era el armador, pasó él a
ser el titular. Contando diecinueve años se vio enfrascado en combate contra los piratas berberiscos que
infestaban las costas, con resultado exitoso, lo que le reportó ser nombrado
alférez de fragata.
Habiendo adquirido fama de marino aguerrido, y
existiendo en 1748 una grave carestía de grano en Mallorca, Barceló fue el
único patrón que se arriesgó a transportar el cereal, circunstancia que le
reportó su segundo ascenso, honorario como el anterior, a teniente de fragata.
Ese mismo año, los piratas berberiscos apresaron una
embarcación que transportaba 200 pasajeros, ante cuyo hecho Fernando VI mandó
armar una pequeña escuadra corsaria (no confundir con pirata, ya que son dos
cuestiones bien distintas) que fue puesta al mando de Antonio Barceló y con la
que obtuvo una aplastante victoria.
Reincorporado a sus labores habituales y
encontrándose en la cala de Figueras, en 1753 observó la presencia de una flotilla
berberisca, lo que le indujo a embarcar un destacamento militar sito en la
plaza con el que se hizo a la mar en persecución del enemigo, que contaba con
una galeota de 30 remos armada con cuatro cañones, un jabeque como el que él
mismo pilotaba, y un tercero que habían apresado. Les dio caza, abordó la
galeota y capturó la flotilla. Por esta acción fue ascendido a teniente de
navío graduado.
En 1756, y mientras hacía la ruta de Palma a
Barcelona, avistó a dos galeotas argelinas frente a la desembocadura del
Llobregat. Abordó la primera y la otra se dio a la fuga. Esta acción le
acarreó su incorporación en el Cuerpo
General de la Armada y el reconocimiento del grado a todos los efectos.
En 1761, y
como capitán de fragata, asumió el mando de una división de tres jabeques con
los que ese mismo año apresó a siete naves berberiscas, y poco después, el 30
de agosto, apresó otro tomando 30 prisioneros.
La osadía de este gran marino, con la escasez de
medios de que disponía sólo podía ser llevada a efecto por la total afección de
sus dotaciones, que si en principio eran voluntarias, acabaron contando con
forzados que acabaron teniendo por el comandante la misma simpatía que los
voluntarios, demostrando su arrojo en momentos de peligro, lo que les reportó el
indulto real en 1766.
La actividad constante de este marino ejemplar le
llevó, en 1767 y con su jabeque, a plantear combate a tres embarcaciones
turcas, en cuya acción recibió un disparo de mosquete que le dejó desfigurada
la cara; tomó prisionero al pirata Selim.
En julio de 1768
apresó un jabeque argelino de 24 cañones.
Su fama se extendía como la espuma, haciendo que el
secretario de Marina realizase un listado de sus éxitos. Del mismo se deduce
que en la década de los sesenta echó a pique 19 buques piratas; tomó más
de 1600 prisioneros y liberó a más de un
millar de prisioneros cristianos. Como recompensa fue ascendido a capitán de
navío, por Real patente de 16 de marzo de 1769, teniendo como destino la guarda
de la costa mediterránea, con base en Cartagena. Anejo al cargo se le concedían
atribuciones para la organización de la defensa contra la piratería.
Conocedor del uso que podían dar las pequeñas
embarcaciones que tan bien conocía, ordenó la clasificación de los jabeques:
• Grandes,
de 680 toneladas, y armamento de 38 cañones.
• Medianos,
de 420 toneladas, y un armamento similar, para operaciones especiales. De este
tipo se construyeron cuatro (San Fulgencio, Murciano, San Raimundo y San
Leandro).
• Pequeños,
de unas 275 toneladas y 20 cañones, destinados a guardacostas y vigilancia
costera.
El 22 de enero de 1775 fue ascendido a un grado
inexistente hasta entonces en la Armada: brigadier.
En la fallida expedición a Argel de julio de 1775 se
significó rescatando los soldados de la derrota.
El 24 de abril de 1779 fue nombrado jefe de
escuadra, y en julio, comandante de las fuerzas navales destinadas al bloqueo
de Gibraltar que se había iniciado el dieciséis de junio. En esta ocasión
comandaba una escuadra compuesta por un navío de línea, una fragata, tres
jabeques, cinco jabequillos, doce galeotas y veinte embarcaciones menores.
Con esta situación obtuvo permiso para la
construcción de lanchas cañoneras de su invención, con un parapeto plegable
forrado por dentro y fuera de una capa de corcho. Tenían 56 pies de quilla, 18
de manga y 6 de puntal, con 14 remos por banda, y estaban armadas con una pieza
de 24, una de las de mayor calibre de la época.
Con ellas atacaba de noche, con lo que resultaba
difícil que las defensas de costa pudieran hacer blanco.
Y su fama, que ya era popular, se generalizó y se
plasmó en coplillas, una de las cuales cantaba:
Si el rey de España tuviera
cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España
que de los ingleses no.
Tras la segunda expedición a Argel, que
contrariamente a la primera fue exitosa, en 1783 fue ascendido a teniente
general… Pero los argelinos incrementaron sus acciones de piratería, por lo que
hubo una nueva expedición en 1784, tras la cual se firmó un tratado por el que
se ponía fin a la piratería.
El protagonista del tratado fue sin duda Antonio
Barceló y Pont de la Terra, que sin embargo era despreciado por sus compañeros,
que le echaban en cara su falta de formación académica.
Pero él demostró que la formación académica es
necesaria para aquellas personas que no tienen dotes naturales, “es capitá en
Toni”, como era conocido en una familiaridad admirable, demostró tenerlas… Y
cosa rara, le fueron reconocidas por todos.
Y es que la envidia es muy mala. Así, el conde de
Fernán-Núñez, antiguo capitán general de las galeras de España, a las que los
jabeques de Barceló vinieron a sustituir, se atrevió a decir:
“Barceló,
aunque excelente corsario, no tiene, ni puede tener por su educación, las
calidades de un general”.
Pero la hoja de servicios canta… Y sin embargo, el
conde de Fernán-Núñez, cuyo único “pero” es este dardo contra Antonio Barceló,
fue nombrado Grande de España, cuando sin lugar a dudas más grande es Antonio
Barceló.
Para el pueblo fue un auténtico ídolo, quedando para
la posteridad el apotegma de “ser más valiente que Barceló por la mar”.
Valiente, sacrificado y audaz, resultó el hombre ideal para las misiones que se
le encomendaron donde otros con más estudios fracasaron y que justificaron la
confianza que en él puso el secretario de Marina Arriaga. En sus tiempos, se
imprimió anónimamente una coplilla en la que inevitablemente se hacían veladas
comparaciones: “Barceló no es escritor, / ni finge ser santulario, / ni traza
de perdulario, / ni lleva pompa exterior: / persuade y no es orador, / su aseo
no es presumido; / va como debe ir vestido, / fía poco en el hablar, / mas si
llega a pelear, / siempre será lo que ha sido”.
Falleció en Palma el 25 de enero de 1797. Para el
pueblo siempre fue el capitán Toni, y si hubiese sido inglés, hoy nos
atronarían con sus hazañas en decenas de películas.
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