Cesáreo Jarabo Jordán
Aunque ni en el Caribe ni en Filipinas se sufrió la espiral separatista que en el primer cuarto de siglo llevó a la ruptura de España en dos decenas de territorios fácilmente controlados por Inglaterra, no por ello dejó de sentirse, especialmente en Cuba, la acción de los agentes británicos.
Las acciones, debemos convenir, fueron de menor importancia, pero marcaban la ruta que inexorablemente seguirían.
Una de ellas, quizás la más importante antes de la de 1868, fue la acaecida en 1843, coincidente con la oferta de compra de la isla que ese mismo año efectuase el embajador usense en Madrid, Saunders, por 50 millones de dólares, que no fue respondida por el entonces presidente Espartero.
Del entramado no andaba alejado Narciso López, que había llegado a Cuba en 1838, siendo mariscal de campo del ejército español.
Pero las conspiraciones venían de tiempo atrás. A partir de este momento vamos a tratar del mando político en Cuba.
El dos de mayo de 1823, Francisco Dionisio Vives tomaba el mando de Cuba de manos de Sebastián Kindelán Oregón.
Las conspiraciones nacidas a raíz de las guerras separatistas en el resto de América se hacían sentir también en Cuba, donde tuvo que hacer frente a las organizadas por las sociedades secretas “Soles y Rayos de Bolívar” y la “Gran Legión del Águila negra”. No obstante, en vez de enfrentarse a ellas, las toleraba, en un raro equilibrio propio del reinado de Fernando VII, experimentándose durante su mandato un gran desarrollo de la corrupción, protegiendo subrepticiamente la trata de esclavos. Su actuación significó un gran desarrollo económico de la isla.
El 12 de mayo de 1832 sería sustituido por Mariano Ricafort Palacín, que asumiría el reingreso de los exiliados liberales amparados al decreto de amnistía de 1833 y afrontaría las demandas arancelarias presentadas por los productores cubanos.
El 1 de junio de 1834 sería sustituido por Miguel Tacón Rosique, que recibió la isla sumida en un gran desorden.
Cuando en 1836 fue reimpuesta la constitución de 1812, fue impuesta también en Cuba, como así sucedió en 1837, cuando la nueva constitución establecía que Cuba, como Puerto Rico y Filipinas, dejaban de tener los derechos que habían tenido hasta el momento y pasaban a regirse por leyes especiales, sin derecho a representación en Cortes.
Durante su mandato se inauguró la línea de ferrocarril que unía La Habana con Güimes.
El 16 de abril de 1838 fue sustituido por Joaquín de Ezpeleta Enrile, durante cuyo mandato se hicieron importantes obras, como la ampliación de la línea férrea o la organización del cuerpo de bomberos.
El fin de su mandato llegó el 10 de enero de 1840, con el nombramiento de Pedro Téllez Girón , que desarrolló una importante labor cultural, que acabaría su mandato el 10 de mayo de 1841, cuando asumió el mando Jerónimo Valdés Sierra, que se significaría por su posición antiesclavista.
El 19 de noviembre de 1843 Leopoldo O’Donnell tomó el mando en Cuba. El general Valdés, su antecesor, había dejado un memorando explicando la deriva separatista, auspiciada por agentes británicos.
Culpóse de esta insurrección (de 1843) a los maquinistas ingleses de los ingenios; y ya fueran aquellos, u otras causas, no escaseaban las víctimas que a sus resultas inmolaban los Consocios de guerra. (Pirala 1895: 55)
La intentona fue sofocada por la misma población. Pero O’Donnell tuvo que hacer frente a conspiraciones, entre la que destaca la “Conspiración de la Escalera” de 1844, a consecuencia de la cual fueron expulsados de la isla todos los libres de color.
La intromisión británica resultaba evidente, siendo su cabeza en la isla el cónsul británico David Turnbull, que curiosamente, habiendo sido Inglaterra el centro neurálgico de todo esclavismo, actuaba ahora como adalid del abolicionismo, mientras España se había convertido en esclavista en virtud de la dominación a que estaba sometida desde 1808.
El 20 de marzo de 1848 O’Donnell era sustituido por Federico Roncali, que el año siguiente acabó expulsando a algunos agentes extranjeros que promovían la sedición.
publicóse entonces en los periódicos franceses que, para vengarse Inglaterra de España por la expulsión de Mr. Bulwer, enviaba a Cuba y a Filipinas agentes secretos a insurreccionar aquellas Posesiones. (Pirala 1895: 68)
Algo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que ya en 1827, y por boca nada menos que del duque de Wellington, como queda expresado en otro capítulo, había sido anunciada la conspiración al gobierno español, sin que éste tomase medida alguna, salvo comunicar el hecho a los Estados Unidos, y éste a su vez a Inglaterra.
No sería el único problema separatista al que haría frente Roncali, ya que el 19 de mayo de 1850, un intento de invasión filibustera, conformada por usenses y comandada por Narciso López, se hizo presente en Cárdenas, al amparo de la desidia del gobierno de Roncali, quién finalmente, el día 21, dos días después del desembarco, los obligó a reembarcar, no sin hacer prisioneros a varios filibusteros usenses que finalmente serían puestos en libertad.
Esta actuación de debilidad exasperó los ánimos de los patriotas y posibilitó que, tras tres años de mandato, el 18 de Septiembre de 1850, fuese nombrado Capitán general de Cuba José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen en sustitución de Roncali.
Pero los prisioneros hechos por Roncali no fueron liberados por él, sino por de la Concha. Los argumentos que dio para llevar a cabo semejante medida son, cuando menos, peregrinos. Afirmaba que debía evitar, y en su caso reprimir inmediatamente, cualquier sedición por insignificante que fuese, compaginando la medida con la suavidad necesaria para evitar cualquier situación indeseada, y señalaba:
En la situación en que se hallaba la Isla, con los elementos de orden que, como he dicho, encierra, y con las tropas de que disponía, hubiera podido tal vez, por medio de aquellos bandos derramando sangre, llegar al mismo resultado de exterminar la expedición; pero preferí llegar a él de manera que pareciese el país adicto al gobierno, y no sujeto por la fuerza de las bayonetas y el rigor de los bandos militares. Por eso no hice declaración de estado de sitio ni di más bandos que una orden general poniendo fuera de la ley a los invasores, como piratas que eran de hecho y por el derecho de las naciones» (Pirala 1895: 177)
Pero… ¿en qué situación se hallaba la isla? El mismo de la Concha lo relata:
el país se hallaba al lado del gobierno: ni un solo hombre se había unido a la expedición; el gobierno tenia únicamente que premiar, ni un sólo castigo que hacer por crimen de rebeldía con motivo de la expedición de López. La derrota y destrucción de los invasores no era una victoria militar; era un gran triunfo moral, pero triunfo que daba también al gobierno toda la gran fuerza material de la Isla. Así lo comprendieron los enemigos, así lo comprendieron los extranjeros moderados e imparciales, así lo sintieron en su júbilo y alborozado contento todos los españoles, en quienes dominaba puro y libre el noble sentimiento del patriotismo; y en Méjico, en Centro América, como en la América del Sur, fue celebrada la derrota de los invasores de Cuba como un triunfo para nuestra raza. (Pirala 1895: 182)
A lo que parece, con las propias palabras del capitán general, la situación de la isla animaba al cumplimiento del derecho internacional vigente; a saber: los piratas debían haber sido ejecutados. ¿Qué motivó una acción tan contraria a los usos y al derecho cuando según el mismo informaba, la isla se encontraba agitada por los proyectos de anexión, amenazada de nuevas invasiones y de conflictos interiores?
La respuesta quedó por resolver, como por resolver quedaron las propuestas de reformas que planteó al gobierno, que no merecen mayor atención, no por el contenido de las mismas, sino por la repuesta que obtuvieron del gobierno… ninguna.
Las muy importantes reformas propuestas por Concha al gobierno, las miró éste, por lo general, con esa lamentable indiferencia con que se suele mirar lo que no se entiende o lo que se quiere entender, lo que necesita atención y estudio para comprenderlo y talento para que la resolución que origine no produzca más daños que los que se trataba de remediar. (Pirala 1895: 186)
Concha, víctima de las reformas de Bravo Murillo, fue relevado el 11 de Marzo de 1852 por Valentín Cañedo, que, contrariamente a lo actuado por su predecesor, no dudó en ejecutar y desterrar a los conspiradores.
Si pudo gozar la Isla de algún momento de tranquilidad, cesó ésta cuando en Febrero de 1853 se vio la causa de la última conspiración descubierta, por la que fueron condenados a pena capital diez de los más comprometidos, de los cuales se hallaban presentes los señores Valdés, del Cristo, Hernández Perdomo y Álvarez; a extrañamiento perpetuo de Cuba el conde de Pozos Dulces y otros, y deportados a la Península los Arangos, Armas, Agüero, Castillo, Cisneros, Bombalier y hasta más de veinte, incluso don Francisco Quesada y Guerra. (Pirala 1895: 107)
Pero, ¿se equivocó Cañedo en su actuación?, ¿cumplía debidamente las órdenes del gobierno?... A lo que parece, no, pues los conspiradores que escaparon de la ejecución y fueron condenados a otras penas, no sufrieron mucho, ya que fueron rápidamente indultados, y volvieron a conspirar de inmediato, y Cañedo fue sustituido del mando a los dieciocho meses de haberlo tomado.
Era el 23 de septiembre de 1853 cuando a Cañedo lo sucedió en el mando Juan de la Pezuela, que de inmediato catalizó las enemistades de los esclavistas y de los Estados Unidos, donde los anexionistas proponían el bloqueo de la isla.
La inoperatividad del gobierno al respecto fue la ya conocida, por lo que actuación resultó la ya conocida: ninguna. Ante semejante situación fue Pezuela quién tomó la iniciativa de una forma singular, y a todas luces acorde con lo que de él esperaba el gobierno: El 22 de marzo de 1854, amnistió a todo el que hubiese tomado parte en conspiraciones, rebeliones o invasiones, lo que le concitó la enemistad del pueblo, ocasionando con ello un forzado relevo en el mando, que se llevaría a efecto cuatro meses más tarde.
Pero el relevo no comportaría el nombramiento de un general que satisficiese las aspiraciones del pueblo. El 1 de Agosto de 1854, curiosamente, sería sustituido por el mismo que había ostentado el mando hasta marzo de 1852. Nuevamente la comandancia superior de la Isla, fue otorgada a José de la Concha, que fue recibido con general alborozo por los esclavistas, principales promotores del anexionismo usense.
Y es que la experiencia señalaba que la actuación de De la Concha no sería contraria a la política de Pezuela, cuya amnistía
había permitido volver a los antiguos conspiradores, que lejos de retraerse en sus maquinaciones, eran un elemento más de simpatía y aun seguridad para un próximo porvenir en el que con la más profunda convicción confiaban, considerando importantes factores el poco lisonjero estado político de España por sus pronunciamientos y el apoyo de los Estados-Unidos. (Pirala 1895: 114)
En la península los gobiernos se estaban sucediendo velozmente. No era nada nuevo; tras la muerte del rey felón, se habían sucedido varios periodos marcados por distintas tendencias del mismo monstruo que desde 1808 venía señoreándose de España. El periodo liberal había copado el gobierno desde 1833 hasta 1836; la regencia de Espartero, desde 1840 hasta 1843; la transición, desde 1843 hasta 1844; la década moderada desde 1844 hasta 1854, y el bienio progresista ocuparía del año 1854 hasta 1856.
Convulsiones de todo tipo y color estaban marcando la vida en la península. Ninguna actuación podía alcanzar el título de encomiable, y con el bienio progresista, con Espartero nuevamente a la cabeza, la cuestión sólo podía empeorar. Llevaron a cabo una nueva desamortización, la de Madoz, y sacaron adelante la ley de ferrocarriles, todo en medio de convulsiones que acarrearían la dimisión de Espartero.
En estos momentos, el desprestigio de la corona alcanzaba sus mayores cotas; la milicia nacional amedrentaba a quienes no se declaraban adictos al sistema, y conspiraciones perpetuas adornaban la situación.
Todas estas circunstancias no sucedían sin que tuviesen reflejo en todas las partes de la Patria; así,
La situación política por que atravesaba la Península, alentó a los que consideraban necesario para la pacífica conservación de la Isla conceder, si no todas las reformas que los emancipadores pedían, las que juzgaban indispensables al menos; y estas aspiraciones que podían presentarse sin peligro, fueron causa de la creación de un partido de reformistas, en el que no todos procedían con la mejor buena fe: en él cabían hasta los mayores enemigos de la integridad española, y creían muchos que había medio de ir obteniendo poco a poco lo que otros de una vez deseaban. Insulares y peninsulares dirigiendo juntos sendas exposiciones a la reina y a las Cortes para reorganizar la administración civil y económica, la municipal y los aranceles, y que hiciera el gobierno, si no todo, parte de lo que los emancipadores pretendían. (Pirala 1895: 123)
Para mejor comprensión de la situación, debe tenerse muy en cuenta que el juicio precedente está emitido por un siervo del sistema liberal, buen analista, pero siervo del sistema, lo que si cabe, da mas verosimilitud a lo que refleja.
Estaba meridianamente claro a qué obedecían aquellas actuaciones; tanto que De la Concha escribía:
Preciso es tener en cuenta que se trata de enemigos activos favorecidos por las simpatías del país, poco a poco alejados de la causa de la metrópoli hacia otro porvenir distinto por los errores de su gobierno. Cierto es que carecen de elementos bastante poderosos para el logro de sus deseos, pero no lo es menos que sin necesidad de escribir en su bandera el lema de anexión a los Estados-Unidos pueden contar con el apoyo y las simpatías de éstos en el momento que consiguieran sostener por más tiempo la guerra civil en la isla. (Pirala 1895: 127)
En el conocimiento exacto de las cosas, el 20 Abril 1856, Concha solicitó y logró el regreso de todos los sujetos sospechosos que había relegado a la Península, a quienes facilitó empleos públicos, al tiempo que no facilitaba el apoyo solicitado por Costa Rica para expulsar al filibustero Walter, todo lo cual significó alabanzas por parte de la prensa usense. Paralelamente, crecía desorbitadamente el bandolerismo.
Teniendo en cuenta todos esos condicionantes cabe preguntarse a quién servía De la Concha, y a quién servía el gobierno y la corona.
El bienio progresista acabó en 1856 y empezó el periodo “moderado” Narváez-O’donnell-Narváez, que aguantaría hasta 1868 con “La Gloriosa”, y que se significaría, como los otros, por una gran represión.
El 22 de octubre de 1859, cuando el prestigio del gobierno y de la corona estaban en mínimos, se inició una guerra en Marruecos que sólo serviría para fortalecer los intereses británicos, que posibilitaron el enfrentamiento al objeto de fortalecer el apoyo popular a Isabel II, que estaba bajo mínimos. A la semana escasa del inicio de la farsa que sólo serviría para favorecer la figura de quienes nueve años más tarde protagonizarían “la gloriosa”, Concha fue sustituido por Francisco Serrano Domínguez, quién, en la misma línea de su predecesor, apoyó a los sectores menos patriotas, llegando incluso en 1862 a hacer un homenaje póstumo al ideólogo separatista José de la Luz Caballero, fallecido el 22 de junio.
El general “bonito”, el mismo que prestó sus mejores servicios a la monarquía decrépita en la alcoba de la reina; el mismo que es considerado autor intelectual (y probablemente físico) del asesinato de Prim; el mismo que hoy tiene dedicada la principal calle comercial de Madrid, fue sustituido de su mando en Cuba el diez de diciembre de 1862 por el general Domingo Dulce, que contrariando los intereses españoles, mantuvo la neutralidad en la Guerra de Secesión usense y dio apoyo a los reformistas.
Por su parte, la prensa cumplía con su misión en el negocio pidiendo el abandono de Cuba que, en 1865, tenía 62.801 habitantes, de los cuales un 60% era negra esclava, un 5% de origen cubano, otro 5% negra o mulata pero libre y un 30% blancos.
Domingo Dulce dispuso de tres años y medio para reforzar su economía personal. Tiempo suficiente… de momento.
El 31 de mayo de 1866 sería sustituido por Francisco Lersundi, cuya actuación no parecía desentonar con la llevada por sus antecesores y sólo sirvió para enardecer a los separatistas.
Pudo tener excepcionales excusas para su actuación, pues las circunstancias nacionales sirvieron para proporcionarle una gran excusa.
Apenas pudo contar Lersundi con 7.000 hombres disponibles cuando en los presupuestos generales de 1867 á 1868 figuraban 20.809. ¿«Qué se hicieron, dice un coronel de aquel ejército, el señor Camps, los 13.809 soldados que al toque de generala no acudieron en defensa de la patria amenazada? Lo sé y no debo decirlo.» En efecto, tendría que hablar de abusos vergonzosos, de irregularidades etc., etc.; esto sin tener en cuenta que, aun de los 7.000 hombres, había que rebajar «los muchos enfermos los numerosos empleados en las oficinas y fiscalías, y la multitud de individuos á quienes en las ciudades da pacífica ocupación nuestra defectuosísima organización militar. (Pirala 1895: 395)
Su mandato sería provisional. Cinco meses después, el 31 de octubre de 1866, Lersundi sería sustituido por Joaquín de Manzano, que no varió la política anterior.
decía Manzano al gobierno en Enero del 67, «que en la opinión se notaba gran desvío por la indiferencia y tibieza o falta de previsión y de resolución que respecto a Cuba se suponía en los ministros de la reina, que oían en tanto benévolos a los más exagerados reformistas de la junta informativa. (Pirala 1895: 156)
Pero el mandato de Manzano no sería mucho más largo que el primer mandato de Lersundi. Sólo duró once meses, pues el 23 de septiembre, por enfermedad que lo condujo a la muerte, sería sustituido, con carácter interino, por Blas Villate de la Hera, conde de Balmaceda.
El nuevo titular de la Capitanía General sería nuevamente Francisco Lersundi, quién tomó posesión el 21 de diciembre de 1867. Volvía con la misión de mejorar la maltrecha hacienda y controlar el orden público. Se le acusó de favorecer la trata de esclavos.
Una de sus líneas de actuación consistió en lograr que los productos peninsulares pudieran colocarse libres de impuestos en Cuba, y lograron que se implantaran los aranceles de 1882, en contra del librecambio que preferían los productores cubanos. (Arrozarena 2012: 21)
La actuación general de Lersundi parecía dar alas a la insurrección, al tiempo que sabía controlar la acción de los voluntarios. Mientras el Obispo Jacinto María Martínez, enfrentado a Lersundi y a éstos, arremetía abiertamente en sus cartas pastorales la insurrección:
Estáis sufriendo, muy amados hijos, los males de una guerra injusta, promovida por hombres extraños a nuestra nacionalidad, a nuestra lengua, a nuestras tradiciones, y quizás a nuestra fe, quienes han alucinado a algunos de nuestros hermanos, arrojándolos a un combate, en el cual, faltos de justicia y de derecho, no podrán encontrar sino su propia ruina y la destrucción de sus familias. (Arrozarena 2012: 31)
¿Era el obispo Martínez el único en defender de verdad e inteligentemente la integridad de la Patria?
Sea como fuere, finalmente, y con la “gloriosa” triunfante, el cuatro de enero de 1869 Lersundi sería sustituido en la Capitanía General de La Habana por el general Domingo Dulce, que, haciendo honor a su apellido, pretendió parar la revuelta con métodos pacíficos (libertad de prensa, libertad de reunión, amnistía para todos los rebeldes que se rindieran en un plazo de cuarenta días y envió de delegados de paz a hablar con Céspedes), lo que ocasionó que los voluntarios, finalmente, actuasen al margen de las instrucciones emanadas de la Capitanía General.
Y es que Dulce, al embarcar en Cádiz, recibía las últimas instrucciones a través de la prensa peninsular, que decía cosas como esta:
¿Quiere el general Dulce que los cubanos le presten atención? Propóngales el reconocimiento de su independencia; otra cosa es estrellarse en una Roca. (Pirala 1895: 384)
En orden a esa instrucción, amnistió a cuantos separatistas se hallaban presos y dio plena libertad para que la campaña propagandista tomase suficiente fuerza. Los agentes anglo usenses invirtieron su potencial económico en esta labor, siendo que, durante el gobierno de Dulce,
se publicaron 77 periódicos, ocho publicaciones volantes, y 15 que se llamaban décimas, consagrado todo a la política y a personalidades poco edificantes…/… Se aumentaron los denuestos contra España, se desataron los lazos de la obediencia, se removieron recuerdos irritantes, y efectuóse un desbordamiento que evidenciaba la saña y la ingratitud de los que, tan enemigos se declaraban de los hermanos de sus padres, ya que nada quisieran deber a la patria común. La supresión de las comisiones militares permanentes sólo aprovechó a los reos de homicidio, robo e incendio…/… todo se iba perturbando para que nada fuera comprendido. (Pirala 1895: 399)
Pero el general Dulce atendería no sólo esa cuestión, sino aquellos intereses de estricto carácter personal que lo llevaron a Cuba ya en 1862. De hecho, antes de salir para su destino dio que hablar a la opinión pública, que veía con recelo la demora de su partida.
Mucho se comentó la tardanza de la ida de Dulce, aunque no se dudó de ella, por el interés que tenia el general en devolver á su mujer los cinco millones de reales que había prestado para la revolución de España, y se proponía hacerlo con sus ahorros en el mando de la Isla. (Pirala 1895: 384)
Y es que, la “gloriosa” debía pagar a sus financiadores. Cierto que la revolución marginó a uno de los principales conspiradores, el duque de Montpensier, que finalmente acabaría siendo suegro del futuro Alfonso XII… pero es que las intenciones de éste conspirador superaban ampliamente lo que estaban dispuestos a conceder Topete, Prim y Serrano. Las aspiraciones de Dulce no eran tan grandes que no pudiesen cubrirse con un poco de prevaricación en Cuba. Además, ya había demostrado en su anterior mandato que, además, posibilitaría el crecimiento de la insurgencia, tan del gusto de los anglo usenses.
Tan del gusto de los anglo usenses era la actuación de Dulce que el jefe separatista Arango veía en las medidas aplicadas el desbroce del camino a sus aspiraciones.
Estas actividades soliviantaron a los patriotas, que acusaron a Dulce de estar en connivencia con los separatistas.
En ese orden los pocos medios patriotas, como el periódico El Cronista decían:
El general Dulce no es el hombre que puede ya dominar la insurrección de la isla de Cuba; y su relevo es tan urgente, que de no decretarlo acto continuo el gobierno de Madrid, se hará responsable de la pérdida de las Antillas españolas en brevísimo plazo, por desdicha. (Pirala 1895: 434)
Finalmente, el 28 de mayo de 1869 Dulce fue expulsado por los patriotas, que crearon su propio ejército, al frente del cual pusieron al general Genovés.
El 25 de mayo de 1869 los Voluntarios invadieron el palacio del gobernador y expulsaron a Dulce de Cuba, que tuvo que abandonar la isla en el vapor “Guipúzcoa”. Escribiría el depuesto Capitán General sobre estos incidentes: Aquella noche vi con pena y amargura que tenia el deber y la necesidad de combatir dos insurrecciones; una armada en el campo, contra la integridad del territorio, y otra dentro de la ciudad, guarecida en la impunidad de los .fusiles, contra la marcha política del Gobierno. (Togores 2010)
Permanecería preso hasta el dos de junio, cuando forzado por la situación dimitió, no sin lanzar antes la última sentencia:
Está bien, voy a renunciar, pero registrad esta data. Hoy empieza España a perder la isla de Cuba.
¿Era premonición?... ¿o tal vez era aviso de quién conocía los planes urdidos?
Ante los hechos consumados, el 28 de junio de 1869 ocupaba la capitanía general Antonio Fernández Caballero de Rodas, que vio incrementado el ejército con 34.000 reclutas procedentes de la Península.
Las órdenes que portaba eran concernientes a la necesidad de reconducir a los Voluntarios para que volviesen a ser instrumento en poder indiscutible del Capitán General, lo cual era problemático dada la actuación llevada largo tiempo por esta institución gubernamental.
La necesidad de someterlos y la imposibilidad de conseguirlo, unido a las exigencias provenientes de los Estados Unidos, forzó a Prim a que el 9 de Septiembre de 1869 ordenase a Caballero de Rodas desarmarlos.
Prim estaba presionado por el delegado usense en Madrid, Sickles, que en la actuación de aquel veía con complacencia la sumisión del gobierno español a sus disposiciones.
El entonces Capitán general de Cuba, D. Antonio Caballero de Rodas, afirmó después en Madrid en los salones del "Centro Hispano Ultra-Marino," que él poseía una carta del general Prim, que le dirigió al entablarse las negociaciones de Sickles, relativa a la venta o cesión de la Isla a los Estados Unidos y en la cual le pedía su ayuda para preparar allí las cosas de un modo conveniente, Caballero rechazó la propuesta con indignación. (Mendoza 1902: 37)
El nuevo capitán general de Cuba demostró orgullo nacional y a la orden recibida respondió diciendo:
Mi estimado general y amigo: Cuando los gobiernos no amparan a las individualidades ni a las colectividades, no les queda a estas más recurso que tomarse la justicia por su mano con la pluma, con un garrote o con un fusil. Estaba reservado a España el espectáculo de mantener una guerra a 1.600 leguas de distancia y que en su misma capital, al lado del gobierno y a su ciencia y paciencia existiera el foco principal de esa insurrección; y de que no sólo existiera sino que se lo dejara manifestarse en las Cortes, en la prensa, y en todas partes. Afortunadamente, los españoles de aquí no hemos degenerado, como por lo visto sucede a los de esa; y mientras haya uno solo que pueda mantener enhiesta la bandera de Castilla, Cuba será española por encima de ese gobierno y de todo el mundo. (Pirala 1895: 807)
Sería su sentencia de muerte administrativa. El 12 de diciembre de 1870 Blas Villate, conde de Valmaseda, que hasta la fecha mandaba las tropas de Oriente y en 1867 detentó provisionalmente la Capitanía General, sería nombrado capitán general de Cuba en sustitución de Caballero de Rodas. Con él se intensificarán las operaciones militares.
Pero entre sus medidas adoptó una ciertamente controvertida relacionada con la Universidad…El 10 de octubre de 1871 dictó un decreto por el que suprimía los doctorados en Derecho, Medicina y Farmacia, que habrían de cursarse en España. En adelante, en la Universidad de La Habana solo se otorgarían títulos de Doctor en Teología.
Ciertamente, hacía mucho tiempo que la Universidad se había convertido en un nido de separatistas donde se formaban los nuevos agentes británicos, pero no era sólo la Universidad, ya que la educación en las escuelas se había abandonado en manos de enemigos de la Patria. Así lo denunciaba en Diario de Barcelona una persona que había regresado:
Lejos de enseñársele que es español (al alumno cubano), se le pinta a los españoles como advenedizos que vienen a oprimirle, suplantarle y desheredarle. El niño crece oyendo motes groseros contra sus compatriotas europeos y canarios, y recibiendo pérfidos consejos y más pérfida instrucción de historia patria y americana. El odio, la antipatía y, cuando menos, el recelo, se arraigan en su corazón de niño, y cuando es adulto, hombre, si su carrera, su trato, sus viajes, sus negocios y su clara razón no destruyen aquella noción errada de su ciudadanía, vive, envejece y muere creyendo no tener más patria que su provincia, y por lo tanto, sin amor á sus parientes peninsulares, sus padres inclusive.
Siendo así, no parece que cerrando la Universidad consiguiese grandes logros para España.
Así los veían los propios agentes anglo usenses. Muestra de ello es que, en 1892, Máximo Gómez valoró de esta manera el papel del Conde de Valmaseda en su relato El viejo Eduá:
Valmaseda, a mi juicio, no nos hizo daño en cierto sentido. Ayudó al afianzamiento de la idea. A lo verdaderamente definitivo de la Revolución, el diente por diente de las revoluciones que son buenas porque son implacables con sus enemigos; de otro modo, es decir, cuando demasiado sensibles y generosos, los pueblos no les cantan himnos como la Marsellesa ni les levantan altares como la guillotina. Entonces tal parece que los pueblos no tienen plena conciencia de sus derechos y anda escasa en ellos la dignidad. (Arrozarena 2012: 35)
El 11 de julio de 1872 fue cesado Valmaseda como capitán general de Cuba, tras dieciocho meses de una política que, probablemente, era honesta. Honesta y falta de formación y visión política, cuya actuación fue tan contraria a los intereses de España como la de sus antecesores.
Fue sustituido de forma interina durante nueve meses por el general Francisco Ceballos. Ese cese, y vista la actuación llevada hasta el momento, fue quizá la única acción beneficiosa para España llevada a cabo por el gobierno.
Ceballos tuvo la virtud de ser anodino. Estuvo al frente de la Capítanía General hasta el 18 de abril de 1873 cuando sería sustituido por Cándido Pieltaín y Jové-Huervo, que llegaba con la consigna de implantar las ideas del nuevo régimen republicano, en cuya misión aguantó hasta el 30 de octubre, cuando fue sustituido por Aniano Cebollín, que aguantaría cinco días en la Capitanía General, cuando le sustituyó en el mando Joaquín Jovellar y Soler, quién dos años más tarde sería presidente del gobierno.
El corto periodo del mandato de Aniano Cebollín tuvo sin embargo gran relevancia, ya que el 31 de octubre era apresado el barco filibustero “Virginius”.
La gestión del asunto sería llevada, no obstante, por Joaquín Jovellar, que lo trató con la energía necesaria. 53 componentes de la expedición, entre los que se encontraban británicos y usenses, fueron condenados a muerte en consejo de guerra, y las ejecuciones se llevaron a cabo entre el 4 y el 9 de noviembre. Pero la energía del capitán general, acorde al derecho internacional, no era compartida por el gobierno, que se plegó ante las amenazas usenses y devolvía el barco al tiempo que se comprometía a pagar una fuerte indemnización.
El hecho ocasionó un gran malestar en la población, quejosa de la falta de energía para combatir la piratería y el sometimiento a los intereses foráneos.
En la lucha en tierra, los éxitos de Jovellar también fueron sonados. Los principales jefes separatistas fueron siendo ejecutados a medida que caían en manos de sus perseguidores: Goicouria, Céspedes, Agramonte, Donato Mármol, Covadas, Castillo Mola, Betancourt, Agüeros, Salomé Hernández, Marcano, Rosas y otros.
Pero el gobierno, tal vez temeroso del éxito de Jovellar, y fiel a su servilismo anglo usense sustituyó al exitoso capitán general el seis de abril de 1874 por un personaje ya sobradamente conocido en la isla: el general José Gutiérrez de la Concha, con el que se conoció un fuerte desarrollo de la guerrilla mambí.
Poco se puede hablar de la inoperatividad del anciano De la Concha, cuando siendo joven ya demostró sobradamente aquello de lo que era capaz.
Con las deficiencias incrementadas con la edad, De la Concha ostentó el cargo hasta el 1 de marzo de 1875, siendo sustituido provisionalmente por Cayetano Figueroa Garahondo, que prolongaría su mandato durante siete días, cuando el día 8 de marzo volvió el también sobradamente conocido Blas Villate, conde de Valmaseda, que incrementó las unidades militares, llegando a comandar un ejército de 72.000 hombres con el que logró acosar a los mambises.
Cuando dejo el mando el 29 de julio de 1872 solo quedaban 1.500 mambís, ahora recibía el mando de la Isla con mas de 8.000, bien pertrechados y de los que 2.000 habían cruzado la trocha. Contaba con 32.000 soldados para vencerlos. Pocos días después, el 29 de marzo, el segundo presidente de la Republica de Cuba, Cisneros, es sustituido por Spotorno. En estas mismas fechas empiezan a llegar reemplazos desde la metrópoli lo que permite al nuevo Capitán General estabilizar la situación, de forma paralela a las victorias que los ejércitos alfonsinos están cosechando sobre los partidarios de Carlos VII. (Togores 2010: 349)
¿Había relación entre la clausura de las instituciones educativas y el incremento de insurrectos? La duda nos las puede resolver otra pregunta: ¿Se habían corregido aquellos gravísimos errores? Manifiestamente no. Entonces, ¿por qué motivo se enviaba nuevamente como capitán general de la isla a un hombre del que si es difícil desconfiar de su honestidad es también difícil confiar en el acierto de sus actuaciones?
El 18 de enero de 1876, diez meses después, dimitió, haciéndose cargo nuevamente de la dirección de la guerra el general Jovellar, un hombre de toda confianza de Alfonso XII y de Canovas, y que presumiblemente iba a dar un giro definitivo a la guerra. Pero la realidad sería otra, cuando los mambís se reagruparon y consiguieron nuevas victorias.
Convencida de que con la estrategia militar llevada hasta el momento no era posible derrotar la insurrección de Cuba, la Corona concibió separar en la isla el gobierno civil del militar, y nombró para este último al general Arsenio Martínez Campos, cuya función no sólo era presionar por las armas, sino explotar tanto las rivalidades del mando separatista como el inmenso deseo de muchos jefes separatistas de recuperar sus riquezas.
Alfonso XII decide, en noviembre de 1876 separar el mando de la Isla de la dirección de las operaciones militares: Jovellar se hará cargo de la capitanía general y el veterano Martínez Campos de la dirección de la guerra. (Togores 2010: 349)
El tres de noviembre de 1876, cuando más auge parecía tener la revolución, el General Martínez Campos, que ya tenía experiencia en Cuba desde 1869, desembarcó en La Habana como General en Jefe; llevaba consigo importantes refuerzos y el respaldo del Tesoro de la Corona, así como licencia para todo tipo de maniobras en Cuba; con tal de que lograra pacificar la isla.
Dio comienzo a una política de perdón para los guerrilleros que se presentaran, lo que acabó por desmoralizar al enemigo. Las deserciones en las partidas eran tan numerosas, que llegó a desaparecer la caballería.
Las medidas cambiaban de forma manifiesta el decurso de la campaña. ¿Se estaba equivocando el gobierno? La verdad es que Martínez Campos adoptó medidas que conducían a una total victoria sobre los separatistas.
Prohíbe la ejecución de prisioneros, promete dinero y tierras a aquellos que deserten del bando mambí, incluyendo las pagas que pudiesen corresponder atrasadas a los oficiales por los años que hubiesen combatido en las fuerzas rebeldes y el reconocimiento de sus grados dentro del Ejercito Español. Saca de las prisiones a muchos condenados y facilita la salida hacia el exilio a aquellos que así lo soliciten, e incluso devuelve a aquellos que han depuesto las armas los bienes que les fueron incautados. Ratifica la libertad de los esclavos, suprime los destierros y ofrece el indulto a los desertores. Todas estas medidas llevaron a decir a Máximo Gómez: Desde que no matan la gente se esta dejando coger. (Togores 2010: 350)
La mano dura con guante blanco estaba facilitando los éxitos que ni la complicidad con los traficantes de esclavos, ni la ambición personal, ni la prevaricación, ni la incompetencia, ni la complicidad con el enemigo, ni el manifiesto servilismo a los poderes extranjeros habían conseguido hasta el momento. Y eso lo notaban los separatistas, que no habiendo dudado nunca en recurrir al asesinato y al expolio, aplicaban las medidas a sus propios jefes.
El gobierno del cuarto presidente de la República Cubana, Estrada Palma, apoyándose en las fuerzas de Máximo Gómez, intentaba con escaso éxito resistir. Los jefes mambís Varona y Castellanos, que se habían manifestado en favor de la paz, fueron acusados de traición, juzgados y ejecutados el 7 de octubre en Bayamo. Pocos días después, el 19 de octubre, Estrada Palma era apresado por las tropas de Martínez Campos. (Togores 2010: 351)
Todo hacía indicar que la intentona de los agentes británicos en Cuba estaba liquidada. El 10 de febrero de 1878 se firmó la paz de Zanjón entre Arsenio Martínez Campos y los representantes manbises Emilio Luaces y Ramón Roa, que debía haber significado el fin del problema, pero que acabó siendo sólo una tregua, pues el problema de fondo causante del conflicto no se resolvió debido en gran medida a la actitud de los posteriores gobiernos españoles de la Restauración que, sometidos a las mismas servidumbres que desde 1808 conferían de facto a España la condición de colonia británica, incumplieron sistemáticamente todos y cada uno de los acuerdos.
Por parte de los separatistas tampoco llegaron finalmente a un acuerdo, pues Antonio Maceo declaró su oposición al pacto de Zanjón en la conocida como Protesta de Baraguá.
El siete de junio abandonaban Cuba los últimos mambises combatientes, y el 18 de junio de 1878 Jovellar, con el deber cumplido, cesaba en el mando con la satisfacción de ser el único mando de Cuba que durante lo que iba de siglo supo cumplir con su deber al servicio de la Patria. Su cargo era recogido por Arsenio Martínez Campos.
El cinco de febrero de 1879 Cayetano Figueroa Garahondo sucedía a Arsenio Martínez Campos como capitán general de la isla, que en 1879 ocuparía el cargo de presidente del Consejo de Ministros, ejerciendo además como Ministro de Guerra.
Figueroa, cuyo primer mandato había durado apenas siete días, tendría en esta ocasión tres meses como gobernador, en cuyo periodo, a pesar de la paz alcanzada por Martínez Campos, tendría algún conflicto merced a la Protesta de Baraguá.
El 17 de abril de 1879 Ramón Blanco Erenas pasaba a asumir la gobernación de Cuba en sustitución de Cayetano Figueroa Garahondo. Con Blanco, los capitanes generales de Cuba ostentarían su cargo, no como capitanes generales, sino como gobernadores generales.
El 28 de noviembre de 1881 asumía el cargo de gobernador de Cuba, en sustitución de Ramón Blanco, Luis de Prendergast Gordon. Durante su mandato, las acciones separatistas eran prácticamente inexistentes, reduciéndose la conflictividad a la creada por los autonomistas.
El cinco de agosto de 1883, Luis de Prendergast Gordon cesó como gobernador de Cuba, siendo sustituido provisionalmente por Tomás Reyna Reyna hasta el 28 de septiembre, cuando se incorporó Ignacio María del Castillo.
El siete de noviembre de 1884 renunciaba al cargo de gobernador de Cuba Ignacio María del Castillo y Gil de la Torre, que era sustituido por Ramón Fajardo Izquierdo.
Durante el gobierno de Fajardo se produjeron nuevos desembarcos filibusteros que fueron neutralizados.
El 5 de marzo de 1886 cesaba como capitán general de Cuba Ramón Fajardo Izquierdo, que era sustituido con carácter provisional por Sabas Marín González, que ostentó el cargo hasta el día 30 del mismo mes, cuando fue nombrado Emilio Callejas Isasi que había tomado parte en la guerra de los diez años.
Su principal cometido fue sanear la economía, dejando el mando el 16 de julio de 1887 en manos de quién se lo diera a él, Sabas Marín González, que continuó la labor de saneamiento administrativo hasta el cinco de marzo de 1889, cuando fue sustituido, con carácter provisional, por Manuel Sánchez Mera, que el día trece entregaría el mando a Manuel de Salamanca Negrete, que se encontró con una situación de bandolerismo generalizado.
Con Salamanca se acababan los años de tranquilidad cuando el 30 de enero de 1890 desembarcaba en Cuba Antonio Maceo, autorizado por el capitán general.
Pocos días después, el seis de febrero, fallecía el general Salamanca, que era sustituido con carácter provisional por Felipe Fernández Cabada Espadero, quién entregaría el gobierno de Cuba el 15 de febrero a José Sánchez Gomez, que a su vez lo entregaría a José Chinchilla Díez de Oñate el cuatro de abril siguiente.
El mandato de Chinchilla se prolongaría hasta el 20 de agosto de 1891, habiendo tolerado durante su periodo la actividad separatista.
En este periodo,
La Diputación de La Habana está formada por 17 conservadores y 3 autonomistas. De los primeros, 2 son cubanos y 15 peninsulares (...) En la Diputación de Matanzas, no hay sino 1 autonomista, cuya acta hay empeño en anular: es un intruso a juicio de los integristas. La inmensa mayoría se compone igualmente de peninsulares. Lo mismo acontece respecto de las Diputaciones de Santa Clara, Santiago de Cuba y Pinar del Río. En el Ayuntamiento de La Habana, los 30 concejales son conservadores y entre ellos no pasa de 2 el número de cubanos, y así en la mayor parte de los Ayuntamientos de la Isla. (Bizcarrondo 1999: 76)
Los años de relativa tranquilidad que se habían conocido desde el final de la Guerra de los diez años, habían dado lugar, tanto en Cuba como en la península, a la continuidad del guirigay político al que ya llevada acostumbrada España durante todo el siglo XIX. Durante un corto periodo, la actividad anglo usense se había calmado, pero ya se había acabado la tregua…
En los momentos en que más excitada estaba la opinión en Cuba por los asuntos económicos, fue a La Habana, con el pretexto de hacer un viaje de recreo, Mr. Forster, antiguo representante del Gobierno de Washington en Madrid, y autor con el Sr. Albacete de otro Tratado que fracasó por haberse opuesto a su ratificación las Cámaras americanas.
Además del Sr. Forster estuvieron en La Habana el Senador por la Florida Sr. Call, agente de los clubs filibusteros de la Cámara y autor de las célebres proposiciones para la compra de la Isla. (Gallego 1897: 151)
Todo indicaba que el periodo de tranquilidad estaba próximo a terminar, y parecía el momento de que los primeros espadas entrasen en acción; se acababa el periodo anodino, por lo que José Sánchez Gómez sustituyó provisionalmente a Chinchilla cuatro días hasta que el veinticuatro de agosto se incorporó Camilo Polavieja del Castillo.
El general Polavieja, que era partidario de vender la isla los EE.UU, nada más desembarcar ordenó el exilio de Maceo, Crombert, Castillo y otros, al tiempo que redobló la lucha contra el bandolerismo.
Desde que fue conocida la designación de Polavieja hasta que llegó a La Habana, algunos periódicos hicieron una campaña violenta para concitar en contra suya el odio de los insulares. Sacaron a plaza actos de justicia por él realizados en Oriente, presentándolos como testimonio de crueldades; pero llegó a Cuba, y su sola presencia bastó para que cesara aquel estado de cosas. (Gallego 1897: 134)
La legislación servia para perseguir a los periódicos no ya patrióticos, sino incluso también aquellos constitucionales que ponían al descubierto las contradicciones del sistema, pero era insignificante para impedir la propaganda separatista.
Y no sólo eran perseguidos los periódicos, sino todo sentimiento nacional. Como ejemplo, la sentencia del Tribunal Supremo en un recurso presentado por el separatista Juan Gualberto Gómez, en la que
se hizo constar que la defensa de las ideas separatistas no tenia sanción penal en nuestro derecho positivo, quedó francamente abierta la puerta a una propaganda perniciosa y de resultados fatales, que fueron bien previstos por el General Polavieja, quien al tener noticia del fallo referido, antes de que se hiciese público, puso un despacho al Gobierno diciéndole al final: «Si esto es cierto, imposible gobernar e impedir conspiración y rebelión, con pérdida de Cuba para España. (Gallego 1897: 240)
El separatismo cubano vio legalizada su propaganda en la persona titular de esta sentencia. Este asunto tuvo reflejo parlamentario, donde Rafael Mª de Labra, Salmerón y Pedregal sostuvieron la legalidad de la propaganda separatista, tomando como base la doctrina sentada por el Tribunal Supremo, mientras Maura actuaba con una indefinición que también daba alas al separatismo.
Apoyándose en esa cancha que daba Maura, Eliseo Giberga (separatista cubano) no dudaba en señalar que:
Los pueblos no tienen más que dos medios de alcanzar sus libertades y derechos: por la fuerza de las armas, o por la fuerza de las ideas; y el partido autonomista ha adoptado el segundo. No hay más que dos términos hábiles para la libertad de las colonias: o la independencia completa de la Metrópoli, o el régimen autonómico. (Gallego 1897: 160)
Con esta situación, el 20 de enero de 1892 abandonó Polavieja la gobernación de Cuba, siendo sustituido provisionalmente por José Sánchez Gómez, quién el 11 de julio de 1892 transfirió el mando a Alejandro Rodríguez Arias, que falleció el 15 de julio de 1893.
El Gobierno Cánovas nombró a Alejandro Rodríguez Arias para sustituir en el mando al General Polavieja. Rodríguez Arias procuró mantener la activa persecución del bandolerismo que el General Polavieja dejara organizada, siguiendo también en los demás aspectos de acercamiento a la voluntad anglo-usense.
La negativa del gobierno de A. Cánovas del Castillo a mandar a las islas unos veinte batallones que le hubieran permitido acabar la contienda explica sin duda su dimisión y su acogida popular en Barcelona, Zaragoza, Madrid donde 70 000 madrileños aclaman a este fervoroso católico con el grito de “¡Viva el general cristiano! (Rabaté 2005)
En los últimos momentos del mandato de Polavieja, el 27 de abril de 1893, se dio el grito separatista en Sancti Spíritus, en Cuba.
Con este conflicto, naciente y definitivo, Rodríguez Arias falleció el 15 de julio de 1893 siendo suplido por José Arderíus García, que el 4 de septiembre de 1893 traspasaría el mando a Emilio Calleja e Isasi.
El 4 de Septiembre de 1893 el General Calleja se hace cargo de la comandancia de Cuba, que se encontró con el resultado de la política llevada a cabo por sus antecesores.
En La Habana se conspiraba al aire libre. No tenían necesidad de reuniones secretas, ni sintieron preocupación por el descubrimiento. La Junta y sus delegaciones se hacían sentir en todas partes. Los cafés más céntricos eran los sitios elegidos para ir atando los cabos de la conspiración, mientras Gobierno, autoridades y prensa se despedazaban. (Gallego 1897: 219)
Respecto de la prensa no hay nada que decir: la reformista sosteniendo que se vivía en el mejor de los mundos, que el país era más que nunca español, que la tranquilidad era completa: la autonomista dando calor a la anterior, con quien vivía en un pacto inquebrantable; la separatista instruyendo hábilmente desde sus columnas a los conjurados y haciendo su labor perturbadora; la constitucional luchando desesperadamente porque se atribuían a enemiga las advertencias patrióticas que hacía a toda hora. (Gallego 1897: 220)
Los preparativos de la sublevación eran conocidos por todos, mientras las autoridades no hacían nada por cortarla. El ejército español, que no contaba con grandes refuerzos, se dedicó a vigilar las carreteras y las ciudades por miedo a que sufrieran daños, mientras que el campo cayó rápidamente en un estado de anarquía.
En 1895, la alarma social ocasionó que, el 24 de febrero, Calleja fuese relevado del cargo.
El cese se hizo efectivo un mes después, el 28 de marzo de 1895, cuando cesó Calleja, siendo nombrado Martínez Campos gobernador general y capitán general de Cuba, llegando a la Isla el 17 de abril. El mismo día 28, Cánovas anunciaba el envío de una nueva expedición de 10.000 hombres, además de los 7.000 acordados anteriormente, que saldrían en los primeros días de abril (en realidad serían unos 8.500).
Y es que, si la actividad secesionista venía siendo crónica desde los años veinte, en estos momentos se mostraba de la forma más descarnada; el odio a España se impartía en las escuelas desde hacía décadas; nada parecía poder ser superado, pero la situación alcanzó el mayor descaro; tanto que, asegura Valeriano Weyler, que durante el mandato del general Calleja se conspiró descaradamente.
Esas conspiraciones posibilitaron que en febrero de 1895 se hubiese iniciado la guerra al tiempo que caía Sagasta y su gobierno liberal, consecuencia, en este caso de un motín militar en Madrid contra dos periódicos que criticaron la falta de voluntarios entre los oficiales para servir en ultramar.
El General Azcárraga, Ministro de la Guerra del Gobierno de Cánovas del Castillo, envía a Cuba un ejército de unos 100.000 hombres en poco más de un año. Se nombra Capitán General de Cuba al General Martínez Campos que es sustituido en 1896 por el General Valeriano Weyler, quien con mano dura, está a punto de hacer abortar la sublevación.
El mandato de Martínez Campos sería breve y triste: Sería sustituido el 17 de enero de 1896, no sin haber sufrido la invasión de Occidente por parte de los separatistas mambises.
Martínez Campos,
Convencido de su fracaso, telegrafió el general al Gobierno, con fecha 13 de Junio, que habiendo invadido los insurrectos el Camagüey, cosa que creía imposible, y que no había podido evitar, había fracasado su misión, y por consiguiente dimitía. La verdad es que había fracasado su misi6n como general en jefe, porque de la otra no hay para qué hablar ahora, pues había encontrado la insurrección sin fuerzas, y en el telegrama en que daba cuenta de la acción de Peralejo decía que «el enemigo, tres veces superior en fuerzas a las suyas, «estaba bien municionado y era inteligente. (Isern 1899: 290)
Sobre su mandato en Cuba, El 25 de julio de 1895 Martínez Campos escribía a Cánovas:
Cuando llegué aquí había gran desaliento en los partidos verdaderamente españoles, desaliento causado por la división y encarnizamiento con que se tratan; creí que podría atraerlos a buen camino; me equivoqué; no son las ideas las que los dividen, son las rencillas particulares. (Weyler 1910: 29)
Los pocos españoles que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse tales en las ciudades: el resto de los habitantes odia a España; la masa, efecto de las predicaciones en la prensa y los Casinos, de la conjuración constante y del abandono en que ha estado la Isla desde que se fue Polavieja, han tomado la contemplación y licencia, no por lo que era, error y debilidad, sino por miedo, y se han ensoberbecido; hasta los tímidos están prontos a seguir las órdenes de los caciques insurrectos. (Weyler 1910: 30)
Pero, a pesar del convencimiento que ya entonces tenía el general Martínez Campos de la inmensa gravedad de la insurrección por todas las razones expuestas, era tal su benevolencia, que no entraba en su ánimo, no sólo desplegar rigor alguno contra los que atentaban contra la unidad de la Patria, imponiéndose con actos enérgicos a los peninsulares y a los que no seguían nuestra causa, sino que ponía a prueba la resignación de nuestros soldados, escasos de alimentación y recursos para la persecución del enemigo, dictando órdenes para que se respetasen las reses que se encontraban en los potreros, si no era posible adquirirlas por compra, pagándolas, y para que no se sacrificasen los caballos que nuestras tropas abandonaban por estar cansados, los que después se utilizaban por el enemigo. (Weyler 1910: 33)
El ocho de octubre de 1895, Cánovas manifestaba que la situación permitía asegurar el fin de la guerra antes de finalizar el invierno. Las medidas fueron duramente criticadas por Sagasta.
El 22 de octubre de 1895, Martínez Campos declaraba al corresponsal del Word de Nueva York:
Yo no considero a los insurrectos como bandidos, ni me propongo tratarlos como si lo fueran. He dado órdenes para que los prisioneros sean tratados con benignidad y se cuide bien a los heridos insurrectos que caigan en poder de las tropas. Yo no mato a los prisioneros. (Soldevilla 1896: 407)
Martínez Campos declaraba a “El Imparcial” el 26 de octubre de 1895:
Si los Estados Unidos llegasen a más, y no contentos con reconocer la beligerancia ayudasen a las claras la causa de la independencia de Cuba enviando aquí un ejército para auxiliar a los rebeldes, tendríamos, en vez de una guerra deslucida con partidas desorganizadas y de gente ajena a todo espíritu militar, una guerra con tropas regulares. Habría batallas verdaderas en vez de estos combates de emboscadas con enemigos que se desvanecen cuando se les va a dar el golpe de gracia; y como en estos grandes momentos de la Historia más que el éxito importa el honor, si la suerte nos fuese adversa, si fuésemos derrotados, si perdiésemos la isla de Cuba, la habríamos perdido con honor. (Soldevilla 1896: 410-11)
El 6 de enero de 1896, cuando se reconocía el fracaso de Martínez Campos.…
Siguen llegando a La Habana muchísimas familias que vienen de los pueblos y caseríos de la provincia atacados por los insurrectos. (Soldevilla 1897:11)
Martínez Campos era criticado agriamente por la prensa, mientras los separatistas llegaban a trece kilómetros de La Habana.
Consecuencia de su fracaso ante los rebeldes mambises, el 17 de enero de 1896, Martínez Campos era relevado del mando en Cuba y nombrado presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, cargo que no aceptó. Cedía el paso nuevamente a Sabas Marín González, que volvía al mando siete años después de su segundo gobierno.
Pero en esta ocasión, su protagonismo sería más breve que en las dos ocasiones anteriores. El 10 de febrero sería sustituido por Valeriano Weyler, que inmediatamente dio nuevas formas a la guerra, completamente contraria a la anterior. Parecía que, con Weyler, otra vez, y después de demasiado tiempo, España volvía a ser España.
El día 25 de enero de 1896, el general Weyler salió de Barcelona hacia Cuba, para sustituir a Martínez Campos, quien embarcó para España el 20 del mismo mes.
Weyler ideó la reconcentración de toda la población rural en los centros urbanos, fuera del dominio de los rebeldes. Para ello, el 16 de febrero de 1896, ordenó un bando que decía:
Primero.
Todos los habitantes de las jurisdicciones de Sancti-Spíritus, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba deberán reconcentrarse en lugares donde haya cabeceras de división, brigada de tropas, provistos de documentos que garanticen su personalidad.
Quinto.
Todos los dueños de fincas de campo no exceptuados por la correspondiente instrucción, deberán desalojar sus haciendas y casas (Soldevilla 1897:84)
En base a esta medida, la prensa usense lanzó todo su poder mediático contra España… y el gobierno usense envió una nota diplomática injuriosa, lo que motivó que Weyler pidiese al gobierno español que exigiese explicaciones a Washington.
De nada sirvió la petición de Weyler, que continuaba ejerciendo su política. Así, el 12 de marzo de 1896
dictó una circular por la que concedía la libertad a todos los presos que lo han sido en La Habana y en Pinar del Río por haberse rebelado contra la patria. (Soldevilla 1897: 122)
No fue la única medida. Siguiendo la experiencia de 1875, ordenó la apertura de una nueva trocha, la de Marién, pero la iniciativa y el patriotismo de Weyler topaba inexorablemente con la política del gobierno, fiel servidor de intereses extranjeros, que se limitaba a enviar a Cuba soldados sin preparación y sin adaptación previa. Weyler se convertía así, de forma involuntaria, en colaborador necesario de los intereses extranjeros: daba curso… y sepultura, a aquellos soldados sin preparación, sin equipamiento y sin manutención que le eran enviados por el gobierno al objeto de librarse de una previsible sublevación en la península.
De los 42.000 hombres empleados en los trabajos, 30.000 contrajeron paludismo y fue necesario evacuarlos a La Habana. La avalancha de enfermos desbordó los hospitales y hubo que habilitar unos destartalados e insalubres almacenes de azúcar situados en una zona de marismas al fondo de la bahía, cuya insalubridad acrecentó el número de muertes. (Puell 2013: 42)
Mientras tanto, la situación militar en la isla no mejoraba lo suficiente bajo el enérgico mando de Weyler, y la prensa se hacia eco del rumor -luego confirmado- de que el Gobierno había comprado a toda prisa tres cruceros de la casa Ansaldo de Génova que, habiendo siendo inicialmente proyectados en virtud de un contrato firmado con el Gobierno argentino, iban a ser pagados ahora por el Gobierno español a un precio muy elevado, por encima de los costes reales de construcción.
Pero el gobierno seguía impertérrito. Ya, por supuesto, ni se pensaba en el submarino. Desechado ese escollo, era Weyler el único escollo que la política de sumisión debía salvar. En 1897 se produjo una crisis de gobierno por la situación existente en Cuba; Weyler sería cuestionado, mientras los periodistas denunciaban abusos en Cuba, y el Casino Español mostraba su incondicional apoyo al general.
Pero poco importaba el sentimiento de los cubanos; como consecuencia, Weyler sería sustituido el 31 de octubre de 1897 por el gobierno de Sagasta, tras el asesinato de Cánovas, en una maniobra tendente a favorecer el plan preestablecido. Evidentemente, Weyler era un obstáculo para los objetivos del gobierno; Ramón Blanco Erenas sería el hombre capaz de llevarlas a efecto.
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Aunque ni en el Caribe ni en Filipinas se sufrió la espiral separatista que en el primer cuarto de siglo llevó a la ruptura de España en dos decenas de territorios fácilmente controlados por Inglaterra, no por ello dejó de sentirse, especialmente en Cuba, la acción de los agentes británicos.
Las acciones, debemos convenir, fueron de menor importancia, pero marcaban la ruta que inexorablemente seguirían.
Una de ellas, quizás la más importante antes de la de 1868, fue la acaecida en 1843, coincidente con la oferta de compra de la isla que ese mismo año efectuase el embajador usense en Madrid, Saunders, por 50 millones de dólares, que no fue respondida por el entonces presidente Espartero.
Del entramado no andaba alejado Narciso López, que había llegado a Cuba en 1838, siendo mariscal de campo del ejército español.
Pero las conspiraciones venían de tiempo atrás. A partir de este momento vamos a tratar del mando político en Cuba.
El dos de mayo de 1823, Francisco Dionisio Vives tomaba el mando de Cuba de manos de Sebastián Kindelán Oregón.
Las conspiraciones nacidas a raíz de las guerras separatistas en el resto de América se hacían sentir también en Cuba, donde tuvo que hacer frente a las organizadas por las sociedades secretas “Soles y Rayos de Bolívar” y la “Gran Legión del Águila negra”. No obstante, en vez de enfrentarse a ellas, las toleraba, en un raro equilibrio propio del reinado de Fernando VII, experimentándose durante su mandato un gran desarrollo de la corrupción, protegiendo subrepticiamente la trata de esclavos. Su actuación significó un gran desarrollo económico de la isla.
El 12 de mayo de 1832 sería sustituido por Mariano Ricafort Palacín, que asumiría el reingreso de los exiliados liberales amparados al decreto de amnistía de 1833 y afrontaría las demandas arancelarias presentadas por los productores cubanos.
El 1 de junio de 1834 sería sustituido por Miguel Tacón Rosique, que recibió la isla sumida en un gran desorden.
Cuando en 1836 fue reimpuesta la constitución de 1812, fue impuesta también en Cuba, como así sucedió en 1837, cuando la nueva constitución establecía que Cuba, como Puerto Rico y Filipinas, dejaban de tener los derechos que habían tenido hasta el momento y pasaban a regirse por leyes especiales, sin derecho a representación en Cortes.
Durante su mandato se inauguró la línea de ferrocarril que unía La Habana con Güimes.
El 16 de abril de 1838 fue sustituido por Joaquín de Ezpeleta Enrile, durante cuyo mandato se hicieron importantes obras, como la ampliación de la línea férrea o la organización del cuerpo de bomberos.
El fin de su mandato llegó el 10 de enero de 1840, con el nombramiento de Pedro Téllez Girón , que desarrolló una importante labor cultural, que acabaría su mandato el 10 de mayo de 1841, cuando asumió el mando Jerónimo Valdés Sierra, que se significaría por su posición antiesclavista.
El 19 de noviembre de 1843 Leopoldo O’Donnell tomó el mando en Cuba. El general Valdés, su antecesor, había dejado un memorando explicando la deriva separatista, auspiciada por agentes británicos.
Culpóse de esta insurrección (de 1843) a los maquinistas ingleses de los ingenios; y ya fueran aquellos, u otras causas, no escaseaban las víctimas que a sus resultas inmolaban los Consocios de guerra. (Pirala 1895: 55)
La intentona fue sofocada por la misma población. Pero O’Donnell tuvo que hacer frente a conspiraciones, entre la que destaca la “Conspiración de la Escalera” de 1844, a consecuencia de la cual fueron expulsados de la isla todos los libres de color.
La intromisión británica resultaba evidente, siendo su cabeza en la isla el cónsul británico David Turnbull, que curiosamente, habiendo sido Inglaterra el centro neurálgico de todo esclavismo, actuaba ahora como adalid del abolicionismo, mientras España se había convertido en esclavista en virtud de la dominación a que estaba sometida desde 1808.
El 20 de marzo de 1848 O’Donnell era sustituido por Federico Roncali, que el año siguiente acabó expulsando a algunos agentes extranjeros que promovían la sedición.
publicóse entonces en los periódicos franceses que, para vengarse Inglaterra de España por la expulsión de Mr. Bulwer, enviaba a Cuba y a Filipinas agentes secretos a insurreccionar aquellas Posesiones. (Pirala 1895: 68)
Algo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que ya en 1827, y por boca nada menos que del duque de Wellington, como queda expresado en otro capítulo, había sido anunciada la conspiración al gobierno español, sin que éste tomase medida alguna, salvo comunicar el hecho a los Estados Unidos, y éste a su vez a Inglaterra.
No sería el único problema separatista al que haría frente Roncali, ya que el 19 de mayo de 1850, un intento de invasión filibustera, conformada por usenses y comandada por Narciso López, se hizo presente en Cárdenas, al amparo de la desidia del gobierno de Roncali, quién finalmente, el día 21, dos días después del desembarco, los obligó a reembarcar, no sin hacer prisioneros a varios filibusteros usenses que finalmente serían puestos en libertad.
Esta actuación de debilidad exasperó los ánimos de los patriotas y posibilitó que, tras tres años de mandato, el 18 de Septiembre de 1850, fuese nombrado Capitán general de Cuba José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen en sustitución de Roncali.
Pero los prisioneros hechos por Roncali no fueron liberados por él, sino por de la Concha. Los argumentos que dio para llevar a cabo semejante medida son, cuando menos, peregrinos. Afirmaba que debía evitar, y en su caso reprimir inmediatamente, cualquier sedición por insignificante que fuese, compaginando la medida con la suavidad necesaria para evitar cualquier situación indeseada, y señalaba:
En la situación en que se hallaba la Isla, con los elementos de orden que, como he dicho, encierra, y con las tropas de que disponía, hubiera podido tal vez, por medio de aquellos bandos derramando sangre, llegar al mismo resultado de exterminar la expedición; pero preferí llegar a él de manera que pareciese el país adicto al gobierno, y no sujeto por la fuerza de las bayonetas y el rigor de los bandos militares. Por eso no hice declaración de estado de sitio ni di más bandos que una orden general poniendo fuera de la ley a los invasores, como piratas que eran de hecho y por el derecho de las naciones» (Pirala 1895: 177)
Pero… ¿en qué situación se hallaba la isla? El mismo de la Concha lo relata:
el país se hallaba al lado del gobierno: ni un solo hombre se había unido a la expedición; el gobierno tenia únicamente que premiar, ni un sólo castigo que hacer por crimen de rebeldía con motivo de la expedición de López. La derrota y destrucción de los invasores no era una victoria militar; era un gran triunfo moral, pero triunfo que daba también al gobierno toda la gran fuerza material de la Isla. Así lo comprendieron los enemigos, así lo comprendieron los extranjeros moderados e imparciales, así lo sintieron en su júbilo y alborozado contento todos los españoles, en quienes dominaba puro y libre el noble sentimiento del patriotismo; y en Méjico, en Centro América, como en la América del Sur, fue celebrada la derrota de los invasores de Cuba como un triunfo para nuestra raza. (Pirala 1895: 182)
A lo que parece, con las propias palabras del capitán general, la situación de la isla animaba al cumplimiento del derecho internacional vigente; a saber: los piratas debían haber sido ejecutados. ¿Qué motivó una acción tan contraria a los usos y al derecho cuando según el mismo informaba, la isla se encontraba agitada por los proyectos de anexión, amenazada de nuevas invasiones y de conflictos interiores?
La respuesta quedó por resolver, como por resolver quedaron las propuestas de reformas que planteó al gobierno, que no merecen mayor atención, no por el contenido de las mismas, sino por la repuesta que obtuvieron del gobierno… ninguna.
Las muy importantes reformas propuestas por Concha al gobierno, las miró éste, por lo general, con esa lamentable indiferencia con que se suele mirar lo que no se entiende o lo que se quiere entender, lo que necesita atención y estudio para comprenderlo y talento para que la resolución que origine no produzca más daños que los que se trataba de remediar. (Pirala 1895: 186)
Concha, víctima de las reformas de Bravo Murillo, fue relevado el 11 de Marzo de 1852 por Valentín Cañedo, que, contrariamente a lo actuado por su predecesor, no dudó en ejecutar y desterrar a los conspiradores.
Si pudo gozar la Isla de algún momento de tranquilidad, cesó ésta cuando en Febrero de 1853 se vio la causa de la última conspiración descubierta, por la que fueron condenados a pena capital diez de los más comprometidos, de los cuales se hallaban presentes los señores Valdés, del Cristo, Hernández Perdomo y Álvarez; a extrañamiento perpetuo de Cuba el conde de Pozos Dulces y otros, y deportados a la Península los Arangos, Armas, Agüero, Castillo, Cisneros, Bombalier y hasta más de veinte, incluso don Francisco Quesada y Guerra. (Pirala 1895: 107)
Pero, ¿se equivocó Cañedo en su actuación?, ¿cumplía debidamente las órdenes del gobierno?... A lo que parece, no, pues los conspiradores que escaparon de la ejecución y fueron condenados a otras penas, no sufrieron mucho, ya que fueron rápidamente indultados, y volvieron a conspirar de inmediato, y Cañedo fue sustituido del mando a los dieciocho meses de haberlo tomado.
Era el 23 de septiembre de 1853 cuando a Cañedo lo sucedió en el mando Juan de la Pezuela, que de inmediato catalizó las enemistades de los esclavistas y de los Estados Unidos, donde los anexionistas proponían el bloqueo de la isla.
La inoperatividad del gobierno al respecto fue la ya conocida, por lo que actuación resultó la ya conocida: ninguna. Ante semejante situación fue Pezuela quién tomó la iniciativa de una forma singular, y a todas luces acorde con lo que de él esperaba el gobierno: El 22 de marzo de 1854, amnistió a todo el que hubiese tomado parte en conspiraciones, rebeliones o invasiones, lo que le concitó la enemistad del pueblo, ocasionando con ello un forzado relevo en el mando, que se llevaría a efecto cuatro meses más tarde.
Pero el relevo no comportaría el nombramiento de un general que satisficiese las aspiraciones del pueblo. El 1 de Agosto de 1854, curiosamente, sería sustituido por el mismo que había ostentado el mando hasta marzo de 1852. Nuevamente la comandancia superior de la Isla, fue otorgada a José de la Concha, que fue recibido con general alborozo por los esclavistas, principales promotores del anexionismo usense.
Y es que la experiencia señalaba que la actuación de De la Concha no sería contraria a la política de Pezuela, cuya amnistía
había permitido volver a los antiguos conspiradores, que lejos de retraerse en sus maquinaciones, eran un elemento más de simpatía y aun seguridad para un próximo porvenir en el que con la más profunda convicción confiaban, considerando importantes factores el poco lisonjero estado político de España por sus pronunciamientos y el apoyo de los Estados-Unidos. (Pirala 1895: 114)
En la península los gobiernos se estaban sucediendo velozmente. No era nada nuevo; tras la muerte del rey felón, se habían sucedido varios periodos marcados por distintas tendencias del mismo monstruo que desde 1808 venía señoreándose de España. El periodo liberal había copado el gobierno desde 1833 hasta 1836; la regencia de Espartero, desde 1840 hasta 1843; la transición, desde 1843 hasta 1844; la década moderada desde 1844 hasta 1854, y el bienio progresista ocuparía del año 1854 hasta 1856.
Convulsiones de todo tipo y color estaban marcando la vida en la península. Ninguna actuación podía alcanzar el título de encomiable, y con el bienio progresista, con Espartero nuevamente a la cabeza, la cuestión sólo podía empeorar. Llevaron a cabo una nueva desamortización, la de Madoz, y sacaron adelante la ley de ferrocarriles, todo en medio de convulsiones que acarrearían la dimisión de Espartero.
En estos momentos, el desprestigio de la corona alcanzaba sus mayores cotas; la milicia nacional amedrentaba a quienes no se declaraban adictos al sistema, y conspiraciones perpetuas adornaban la situación.
Todas estas circunstancias no sucedían sin que tuviesen reflejo en todas las partes de la Patria; así,
La situación política por que atravesaba la Península, alentó a los que consideraban necesario para la pacífica conservación de la Isla conceder, si no todas las reformas que los emancipadores pedían, las que juzgaban indispensables al menos; y estas aspiraciones que podían presentarse sin peligro, fueron causa de la creación de un partido de reformistas, en el que no todos procedían con la mejor buena fe: en él cabían hasta los mayores enemigos de la integridad española, y creían muchos que había medio de ir obteniendo poco a poco lo que otros de una vez deseaban. Insulares y peninsulares dirigiendo juntos sendas exposiciones a la reina y a las Cortes para reorganizar la administración civil y económica, la municipal y los aranceles, y que hiciera el gobierno, si no todo, parte de lo que los emancipadores pretendían. (Pirala 1895: 123)
Para mejor comprensión de la situación, debe tenerse muy en cuenta que el juicio precedente está emitido por un siervo del sistema liberal, buen analista, pero siervo del sistema, lo que si cabe, da mas verosimilitud a lo que refleja.
Estaba meridianamente claro a qué obedecían aquellas actuaciones; tanto que De la Concha escribía:
Preciso es tener en cuenta que se trata de enemigos activos favorecidos por las simpatías del país, poco a poco alejados de la causa de la metrópoli hacia otro porvenir distinto por los errores de su gobierno. Cierto es que carecen de elementos bastante poderosos para el logro de sus deseos, pero no lo es menos que sin necesidad de escribir en su bandera el lema de anexión a los Estados-Unidos pueden contar con el apoyo y las simpatías de éstos en el momento que consiguieran sostener por más tiempo la guerra civil en la isla. (Pirala 1895: 127)
En el conocimiento exacto de las cosas, el 20 Abril 1856, Concha solicitó y logró el regreso de todos los sujetos sospechosos que había relegado a la Península, a quienes facilitó empleos públicos, al tiempo que no facilitaba el apoyo solicitado por Costa Rica para expulsar al filibustero Walter, todo lo cual significó alabanzas por parte de la prensa usense. Paralelamente, crecía desorbitadamente el bandolerismo.
Teniendo en cuenta todos esos condicionantes cabe preguntarse a quién servía De la Concha, y a quién servía el gobierno y la corona.
El bienio progresista acabó en 1856 y empezó el periodo “moderado” Narváez-O’donnell-Narváez, que aguantaría hasta 1868 con “La Gloriosa”, y que se significaría, como los otros, por una gran represión.
El 22 de octubre de 1859, cuando el prestigio del gobierno y de la corona estaban en mínimos, se inició una guerra en Marruecos que sólo serviría para fortalecer los intereses británicos, que posibilitaron el enfrentamiento al objeto de fortalecer el apoyo popular a Isabel II, que estaba bajo mínimos. A la semana escasa del inicio de la farsa que sólo serviría para favorecer la figura de quienes nueve años más tarde protagonizarían “la gloriosa”, Concha fue sustituido por Francisco Serrano Domínguez, quién, en la misma línea de su predecesor, apoyó a los sectores menos patriotas, llegando incluso en 1862 a hacer un homenaje póstumo al ideólogo separatista José de la Luz Caballero, fallecido el 22 de junio.
El general “bonito”, el mismo que prestó sus mejores servicios a la monarquía decrépita en la alcoba de la reina; el mismo que es considerado autor intelectual (y probablemente físico) del asesinato de Prim; el mismo que hoy tiene dedicada la principal calle comercial de Madrid, fue sustituido de su mando en Cuba el diez de diciembre de 1862 por el general Domingo Dulce, que contrariando los intereses españoles, mantuvo la neutralidad en la Guerra de Secesión usense y dio apoyo a los reformistas.
Por su parte, la prensa cumplía con su misión en el negocio pidiendo el abandono de Cuba que, en 1865, tenía 62.801 habitantes, de los cuales un 60% era negra esclava, un 5% de origen cubano, otro 5% negra o mulata pero libre y un 30% blancos.
Domingo Dulce dispuso de tres años y medio para reforzar su economía personal. Tiempo suficiente… de momento.
El 31 de mayo de 1866 sería sustituido por Francisco Lersundi, cuya actuación no parecía desentonar con la llevada por sus antecesores y sólo sirvió para enardecer a los separatistas.
Pudo tener excepcionales excusas para su actuación, pues las circunstancias nacionales sirvieron para proporcionarle una gran excusa.
Apenas pudo contar Lersundi con 7.000 hombres disponibles cuando en los presupuestos generales de 1867 á 1868 figuraban 20.809. ¿«Qué se hicieron, dice un coronel de aquel ejército, el señor Camps, los 13.809 soldados que al toque de generala no acudieron en defensa de la patria amenazada? Lo sé y no debo decirlo.» En efecto, tendría que hablar de abusos vergonzosos, de irregularidades etc., etc.; esto sin tener en cuenta que, aun de los 7.000 hombres, había que rebajar «los muchos enfermos los numerosos empleados en las oficinas y fiscalías, y la multitud de individuos á quienes en las ciudades da pacífica ocupación nuestra defectuosísima organización militar. (Pirala 1895: 395)
Su mandato sería provisional. Cinco meses después, el 31 de octubre de 1866, Lersundi sería sustituido por Joaquín de Manzano, que no varió la política anterior.
decía Manzano al gobierno en Enero del 67, «que en la opinión se notaba gran desvío por la indiferencia y tibieza o falta de previsión y de resolución que respecto a Cuba se suponía en los ministros de la reina, que oían en tanto benévolos a los más exagerados reformistas de la junta informativa. (Pirala 1895: 156)
Pero el mandato de Manzano no sería mucho más largo que el primer mandato de Lersundi. Sólo duró once meses, pues el 23 de septiembre, por enfermedad que lo condujo a la muerte, sería sustituido, con carácter interino, por Blas Villate de la Hera, conde de Balmaceda.
El nuevo titular de la Capitanía General sería nuevamente Francisco Lersundi, quién tomó posesión el 21 de diciembre de 1867. Volvía con la misión de mejorar la maltrecha hacienda y controlar el orden público. Se le acusó de favorecer la trata de esclavos.
Una de sus líneas de actuación consistió en lograr que los productos peninsulares pudieran colocarse libres de impuestos en Cuba, y lograron que se implantaran los aranceles de 1882, en contra del librecambio que preferían los productores cubanos. (Arrozarena 2012: 21)
La actuación general de Lersundi parecía dar alas a la insurrección, al tiempo que sabía controlar la acción de los voluntarios. Mientras el Obispo Jacinto María Martínez, enfrentado a Lersundi y a éstos, arremetía abiertamente en sus cartas pastorales la insurrección:
Estáis sufriendo, muy amados hijos, los males de una guerra injusta, promovida por hombres extraños a nuestra nacionalidad, a nuestra lengua, a nuestras tradiciones, y quizás a nuestra fe, quienes han alucinado a algunos de nuestros hermanos, arrojándolos a un combate, en el cual, faltos de justicia y de derecho, no podrán encontrar sino su propia ruina y la destrucción de sus familias. (Arrozarena 2012: 31)
¿Era el obispo Martínez el único en defender de verdad e inteligentemente la integridad de la Patria?
Sea como fuere, finalmente, y con la “gloriosa” triunfante, el cuatro de enero de 1869 Lersundi sería sustituido en la Capitanía General de La Habana por el general Domingo Dulce, que, haciendo honor a su apellido, pretendió parar la revuelta con métodos pacíficos (libertad de prensa, libertad de reunión, amnistía para todos los rebeldes que se rindieran en un plazo de cuarenta días y envió de delegados de paz a hablar con Céspedes), lo que ocasionó que los voluntarios, finalmente, actuasen al margen de las instrucciones emanadas de la Capitanía General.
Y es que Dulce, al embarcar en Cádiz, recibía las últimas instrucciones a través de la prensa peninsular, que decía cosas como esta:
¿Quiere el general Dulce que los cubanos le presten atención? Propóngales el reconocimiento de su independencia; otra cosa es estrellarse en una Roca. (Pirala 1895: 384)
En orden a esa instrucción, amnistió a cuantos separatistas se hallaban presos y dio plena libertad para que la campaña propagandista tomase suficiente fuerza. Los agentes anglo usenses invirtieron su potencial económico en esta labor, siendo que, durante el gobierno de Dulce,
se publicaron 77 periódicos, ocho publicaciones volantes, y 15 que se llamaban décimas, consagrado todo a la política y a personalidades poco edificantes…/… Se aumentaron los denuestos contra España, se desataron los lazos de la obediencia, se removieron recuerdos irritantes, y efectuóse un desbordamiento que evidenciaba la saña y la ingratitud de los que, tan enemigos se declaraban de los hermanos de sus padres, ya que nada quisieran deber a la patria común. La supresión de las comisiones militares permanentes sólo aprovechó a los reos de homicidio, robo e incendio…/… todo se iba perturbando para que nada fuera comprendido. (Pirala 1895: 399)
Pero el general Dulce atendería no sólo esa cuestión, sino aquellos intereses de estricto carácter personal que lo llevaron a Cuba ya en 1862. De hecho, antes de salir para su destino dio que hablar a la opinión pública, que veía con recelo la demora de su partida.
Mucho se comentó la tardanza de la ida de Dulce, aunque no se dudó de ella, por el interés que tenia el general en devolver á su mujer los cinco millones de reales que había prestado para la revolución de España, y se proponía hacerlo con sus ahorros en el mando de la Isla. (Pirala 1895: 384)
Y es que, la “gloriosa” debía pagar a sus financiadores. Cierto que la revolución marginó a uno de los principales conspiradores, el duque de Montpensier, que finalmente acabaría siendo suegro del futuro Alfonso XII… pero es que las intenciones de éste conspirador superaban ampliamente lo que estaban dispuestos a conceder Topete, Prim y Serrano. Las aspiraciones de Dulce no eran tan grandes que no pudiesen cubrirse con un poco de prevaricación en Cuba. Además, ya había demostrado en su anterior mandato que, además, posibilitaría el crecimiento de la insurgencia, tan del gusto de los anglo usenses.
Tan del gusto de los anglo usenses era la actuación de Dulce que el jefe separatista Arango veía en las medidas aplicadas el desbroce del camino a sus aspiraciones.
Estas actividades soliviantaron a los patriotas, que acusaron a Dulce de estar en connivencia con los separatistas.
En ese orden los pocos medios patriotas, como el periódico El Cronista decían:
El general Dulce no es el hombre que puede ya dominar la insurrección de la isla de Cuba; y su relevo es tan urgente, que de no decretarlo acto continuo el gobierno de Madrid, se hará responsable de la pérdida de las Antillas españolas en brevísimo plazo, por desdicha. (Pirala 1895: 434)
Finalmente, el 28 de mayo de 1869 Dulce fue expulsado por los patriotas, que crearon su propio ejército, al frente del cual pusieron al general Genovés.
El 25 de mayo de 1869 los Voluntarios invadieron el palacio del gobernador y expulsaron a Dulce de Cuba, que tuvo que abandonar la isla en el vapor “Guipúzcoa”. Escribiría el depuesto Capitán General sobre estos incidentes: Aquella noche vi con pena y amargura que tenia el deber y la necesidad de combatir dos insurrecciones; una armada en el campo, contra la integridad del territorio, y otra dentro de la ciudad, guarecida en la impunidad de los .fusiles, contra la marcha política del Gobierno. (Togores 2010)
Permanecería preso hasta el dos de junio, cuando forzado por la situación dimitió, no sin lanzar antes la última sentencia:
Está bien, voy a renunciar, pero registrad esta data. Hoy empieza España a perder la isla de Cuba.
¿Era premonición?... ¿o tal vez era aviso de quién conocía los planes urdidos?
Ante los hechos consumados, el 28 de junio de 1869 ocupaba la capitanía general Antonio Fernández Caballero de Rodas, que vio incrementado el ejército con 34.000 reclutas procedentes de la Península.
Las órdenes que portaba eran concernientes a la necesidad de reconducir a los Voluntarios para que volviesen a ser instrumento en poder indiscutible del Capitán General, lo cual era problemático dada la actuación llevada largo tiempo por esta institución gubernamental.
La necesidad de someterlos y la imposibilidad de conseguirlo, unido a las exigencias provenientes de los Estados Unidos, forzó a Prim a que el 9 de Septiembre de 1869 ordenase a Caballero de Rodas desarmarlos.
Prim estaba presionado por el delegado usense en Madrid, Sickles, que en la actuación de aquel veía con complacencia la sumisión del gobierno español a sus disposiciones.
El entonces Capitán general de Cuba, D. Antonio Caballero de Rodas, afirmó después en Madrid en los salones del "Centro Hispano Ultra-Marino," que él poseía una carta del general Prim, que le dirigió al entablarse las negociaciones de Sickles, relativa a la venta o cesión de la Isla a los Estados Unidos y en la cual le pedía su ayuda para preparar allí las cosas de un modo conveniente, Caballero rechazó la propuesta con indignación. (Mendoza 1902: 37)
El nuevo capitán general de Cuba demostró orgullo nacional y a la orden recibida respondió diciendo:
Mi estimado general y amigo: Cuando los gobiernos no amparan a las individualidades ni a las colectividades, no les queda a estas más recurso que tomarse la justicia por su mano con la pluma, con un garrote o con un fusil. Estaba reservado a España el espectáculo de mantener una guerra a 1.600 leguas de distancia y que en su misma capital, al lado del gobierno y a su ciencia y paciencia existiera el foco principal de esa insurrección; y de que no sólo existiera sino que se lo dejara manifestarse en las Cortes, en la prensa, y en todas partes. Afortunadamente, los españoles de aquí no hemos degenerado, como por lo visto sucede a los de esa; y mientras haya uno solo que pueda mantener enhiesta la bandera de Castilla, Cuba será española por encima de ese gobierno y de todo el mundo. (Pirala 1895: 807)
Sería su sentencia de muerte administrativa. El 12 de diciembre de 1870 Blas Villate, conde de Valmaseda, que hasta la fecha mandaba las tropas de Oriente y en 1867 detentó provisionalmente la Capitanía General, sería nombrado capitán general de Cuba en sustitución de Caballero de Rodas. Con él se intensificarán las operaciones militares.
Pero entre sus medidas adoptó una ciertamente controvertida relacionada con la Universidad…El 10 de octubre de 1871 dictó un decreto por el que suprimía los doctorados en Derecho, Medicina y Farmacia, que habrían de cursarse en España. En adelante, en la Universidad de La Habana solo se otorgarían títulos de Doctor en Teología.
Ciertamente, hacía mucho tiempo que la Universidad se había convertido en un nido de separatistas donde se formaban los nuevos agentes británicos, pero no era sólo la Universidad, ya que la educación en las escuelas se había abandonado en manos de enemigos de la Patria. Así lo denunciaba en Diario de Barcelona una persona que había regresado:
Lejos de enseñársele que es español (al alumno cubano), se le pinta a los españoles como advenedizos que vienen a oprimirle, suplantarle y desheredarle. El niño crece oyendo motes groseros contra sus compatriotas europeos y canarios, y recibiendo pérfidos consejos y más pérfida instrucción de historia patria y americana. El odio, la antipatía y, cuando menos, el recelo, se arraigan en su corazón de niño, y cuando es adulto, hombre, si su carrera, su trato, sus viajes, sus negocios y su clara razón no destruyen aquella noción errada de su ciudadanía, vive, envejece y muere creyendo no tener más patria que su provincia, y por lo tanto, sin amor á sus parientes peninsulares, sus padres inclusive.
Siendo así, no parece que cerrando la Universidad consiguiese grandes logros para España.
Así los veían los propios agentes anglo usenses. Muestra de ello es que, en 1892, Máximo Gómez valoró de esta manera el papel del Conde de Valmaseda en su relato El viejo Eduá:
Valmaseda, a mi juicio, no nos hizo daño en cierto sentido. Ayudó al afianzamiento de la idea. A lo verdaderamente definitivo de la Revolución, el diente por diente de las revoluciones que son buenas porque son implacables con sus enemigos; de otro modo, es decir, cuando demasiado sensibles y generosos, los pueblos no les cantan himnos como la Marsellesa ni les levantan altares como la guillotina. Entonces tal parece que los pueblos no tienen plena conciencia de sus derechos y anda escasa en ellos la dignidad. (Arrozarena 2012: 35)
El 11 de julio de 1872 fue cesado Valmaseda como capitán general de Cuba, tras dieciocho meses de una política que, probablemente, era honesta. Honesta y falta de formación y visión política, cuya actuación fue tan contraria a los intereses de España como la de sus antecesores.
Fue sustituido de forma interina durante nueve meses por el general Francisco Ceballos. Ese cese, y vista la actuación llevada hasta el momento, fue quizá la única acción beneficiosa para España llevada a cabo por el gobierno.
Ceballos tuvo la virtud de ser anodino. Estuvo al frente de la Capítanía General hasta el 18 de abril de 1873 cuando sería sustituido por Cándido Pieltaín y Jové-Huervo, que llegaba con la consigna de implantar las ideas del nuevo régimen republicano, en cuya misión aguantó hasta el 30 de octubre, cuando fue sustituido por Aniano Cebollín, que aguantaría cinco días en la Capitanía General, cuando le sustituyó en el mando Joaquín Jovellar y Soler, quién dos años más tarde sería presidente del gobierno.
El corto periodo del mandato de Aniano Cebollín tuvo sin embargo gran relevancia, ya que el 31 de octubre era apresado el barco filibustero “Virginius”.
La gestión del asunto sería llevada, no obstante, por Joaquín Jovellar, que lo trató con la energía necesaria. 53 componentes de la expedición, entre los que se encontraban británicos y usenses, fueron condenados a muerte en consejo de guerra, y las ejecuciones se llevaron a cabo entre el 4 y el 9 de noviembre. Pero la energía del capitán general, acorde al derecho internacional, no era compartida por el gobierno, que se plegó ante las amenazas usenses y devolvía el barco al tiempo que se comprometía a pagar una fuerte indemnización.
El hecho ocasionó un gran malestar en la población, quejosa de la falta de energía para combatir la piratería y el sometimiento a los intereses foráneos.
En la lucha en tierra, los éxitos de Jovellar también fueron sonados. Los principales jefes separatistas fueron siendo ejecutados a medida que caían en manos de sus perseguidores: Goicouria, Céspedes, Agramonte, Donato Mármol, Covadas, Castillo Mola, Betancourt, Agüeros, Salomé Hernández, Marcano, Rosas y otros.
Pero el gobierno, tal vez temeroso del éxito de Jovellar, y fiel a su servilismo anglo usense sustituyó al exitoso capitán general el seis de abril de 1874 por un personaje ya sobradamente conocido en la isla: el general José Gutiérrez de la Concha, con el que se conoció un fuerte desarrollo de la guerrilla mambí.
Poco se puede hablar de la inoperatividad del anciano De la Concha, cuando siendo joven ya demostró sobradamente aquello de lo que era capaz.
Con las deficiencias incrementadas con la edad, De la Concha ostentó el cargo hasta el 1 de marzo de 1875, siendo sustituido provisionalmente por Cayetano Figueroa Garahondo, que prolongaría su mandato durante siete días, cuando el día 8 de marzo volvió el también sobradamente conocido Blas Villate, conde de Valmaseda, que incrementó las unidades militares, llegando a comandar un ejército de 72.000 hombres con el que logró acosar a los mambises.
Cuando dejo el mando el 29 de julio de 1872 solo quedaban 1.500 mambís, ahora recibía el mando de la Isla con mas de 8.000, bien pertrechados y de los que 2.000 habían cruzado la trocha. Contaba con 32.000 soldados para vencerlos. Pocos días después, el 29 de marzo, el segundo presidente de la Republica de Cuba, Cisneros, es sustituido por Spotorno. En estas mismas fechas empiezan a llegar reemplazos desde la metrópoli lo que permite al nuevo Capitán General estabilizar la situación, de forma paralela a las victorias que los ejércitos alfonsinos están cosechando sobre los partidarios de Carlos VII. (Togores 2010: 349)
¿Había relación entre la clausura de las instituciones educativas y el incremento de insurrectos? La duda nos las puede resolver otra pregunta: ¿Se habían corregido aquellos gravísimos errores? Manifiestamente no. Entonces, ¿por qué motivo se enviaba nuevamente como capitán general de la isla a un hombre del que si es difícil desconfiar de su honestidad es también difícil confiar en el acierto de sus actuaciones?
El 18 de enero de 1876, diez meses después, dimitió, haciéndose cargo nuevamente de la dirección de la guerra el general Jovellar, un hombre de toda confianza de Alfonso XII y de Canovas, y que presumiblemente iba a dar un giro definitivo a la guerra. Pero la realidad sería otra, cuando los mambís se reagruparon y consiguieron nuevas victorias.
Convencida de que con la estrategia militar llevada hasta el momento no era posible derrotar la insurrección de Cuba, la Corona concibió separar en la isla el gobierno civil del militar, y nombró para este último al general Arsenio Martínez Campos, cuya función no sólo era presionar por las armas, sino explotar tanto las rivalidades del mando separatista como el inmenso deseo de muchos jefes separatistas de recuperar sus riquezas.
Alfonso XII decide, en noviembre de 1876 separar el mando de la Isla de la dirección de las operaciones militares: Jovellar se hará cargo de la capitanía general y el veterano Martínez Campos de la dirección de la guerra. (Togores 2010: 349)
El tres de noviembre de 1876, cuando más auge parecía tener la revolución, el General Martínez Campos, que ya tenía experiencia en Cuba desde 1869, desembarcó en La Habana como General en Jefe; llevaba consigo importantes refuerzos y el respaldo del Tesoro de la Corona, así como licencia para todo tipo de maniobras en Cuba; con tal de que lograra pacificar la isla.
Dio comienzo a una política de perdón para los guerrilleros que se presentaran, lo que acabó por desmoralizar al enemigo. Las deserciones en las partidas eran tan numerosas, que llegó a desaparecer la caballería.
Las medidas cambiaban de forma manifiesta el decurso de la campaña. ¿Se estaba equivocando el gobierno? La verdad es que Martínez Campos adoptó medidas que conducían a una total victoria sobre los separatistas.
Prohíbe la ejecución de prisioneros, promete dinero y tierras a aquellos que deserten del bando mambí, incluyendo las pagas que pudiesen corresponder atrasadas a los oficiales por los años que hubiesen combatido en las fuerzas rebeldes y el reconocimiento de sus grados dentro del Ejercito Español. Saca de las prisiones a muchos condenados y facilita la salida hacia el exilio a aquellos que así lo soliciten, e incluso devuelve a aquellos que han depuesto las armas los bienes que les fueron incautados. Ratifica la libertad de los esclavos, suprime los destierros y ofrece el indulto a los desertores. Todas estas medidas llevaron a decir a Máximo Gómez: Desde que no matan la gente se esta dejando coger. (Togores 2010: 350)
La mano dura con guante blanco estaba facilitando los éxitos que ni la complicidad con los traficantes de esclavos, ni la ambición personal, ni la prevaricación, ni la incompetencia, ni la complicidad con el enemigo, ni el manifiesto servilismo a los poderes extranjeros habían conseguido hasta el momento. Y eso lo notaban los separatistas, que no habiendo dudado nunca en recurrir al asesinato y al expolio, aplicaban las medidas a sus propios jefes.
El gobierno del cuarto presidente de la República Cubana, Estrada Palma, apoyándose en las fuerzas de Máximo Gómez, intentaba con escaso éxito resistir. Los jefes mambís Varona y Castellanos, que se habían manifestado en favor de la paz, fueron acusados de traición, juzgados y ejecutados el 7 de octubre en Bayamo. Pocos días después, el 19 de octubre, Estrada Palma era apresado por las tropas de Martínez Campos. (Togores 2010: 351)
Todo hacía indicar que la intentona de los agentes británicos en Cuba estaba liquidada. El 10 de febrero de 1878 se firmó la paz de Zanjón entre Arsenio Martínez Campos y los representantes manbises Emilio Luaces y Ramón Roa, que debía haber significado el fin del problema, pero que acabó siendo sólo una tregua, pues el problema de fondo causante del conflicto no se resolvió debido en gran medida a la actitud de los posteriores gobiernos españoles de la Restauración que, sometidos a las mismas servidumbres que desde 1808 conferían de facto a España la condición de colonia británica, incumplieron sistemáticamente todos y cada uno de los acuerdos.
Por parte de los separatistas tampoco llegaron finalmente a un acuerdo, pues Antonio Maceo declaró su oposición al pacto de Zanjón en la conocida como Protesta de Baraguá.
El siete de junio abandonaban Cuba los últimos mambises combatientes, y el 18 de junio de 1878 Jovellar, con el deber cumplido, cesaba en el mando con la satisfacción de ser el único mando de Cuba que durante lo que iba de siglo supo cumplir con su deber al servicio de la Patria. Su cargo era recogido por Arsenio Martínez Campos.
El cinco de febrero de 1879 Cayetano Figueroa Garahondo sucedía a Arsenio Martínez Campos como capitán general de la isla, que en 1879 ocuparía el cargo de presidente del Consejo de Ministros, ejerciendo además como Ministro de Guerra.
Figueroa, cuyo primer mandato había durado apenas siete días, tendría en esta ocasión tres meses como gobernador, en cuyo periodo, a pesar de la paz alcanzada por Martínez Campos, tendría algún conflicto merced a la Protesta de Baraguá.
El 17 de abril de 1879 Ramón Blanco Erenas pasaba a asumir la gobernación de Cuba en sustitución de Cayetano Figueroa Garahondo. Con Blanco, los capitanes generales de Cuba ostentarían su cargo, no como capitanes generales, sino como gobernadores generales.
El 28 de noviembre de 1881 asumía el cargo de gobernador de Cuba, en sustitución de Ramón Blanco, Luis de Prendergast Gordon. Durante su mandato, las acciones separatistas eran prácticamente inexistentes, reduciéndose la conflictividad a la creada por los autonomistas.
El cinco de agosto de 1883, Luis de Prendergast Gordon cesó como gobernador de Cuba, siendo sustituido provisionalmente por Tomás Reyna Reyna hasta el 28 de septiembre, cuando se incorporó Ignacio María del Castillo.
El siete de noviembre de 1884 renunciaba al cargo de gobernador de Cuba Ignacio María del Castillo y Gil de la Torre, que era sustituido por Ramón Fajardo Izquierdo.
Durante el gobierno de Fajardo se produjeron nuevos desembarcos filibusteros que fueron neutralizados.
El 5 de marzo de 1886 cesaba como capitán general de Cuba Ramón Fajardo Izquierdo, que era sustituido con carácter provisional por Sabas Marín González, que ostentó el cargo hasta el día 30 del mismo mes, cuando fue nombrado Emilio Callejas Isasi que había tomado parte en la guerra de los diez años.
Su principal cometido fue sanear la economía, dejando el mando el 16 de julio de 1887 en manos de quién se lo diera a él, Sabas Marín González, que continuó la labor de saneamiento administrativo hasta el cinco de marzo de 1889, cuando fue sustituido, con carácter provisional, por Manuel Sánchez Mera, que el día trece entregaría el mando a Manuel de Salamanca Negrete, que se encontró con una situación de bandolerismo generalizado.
Con Salamanca se acababan los años de tranquilidad cuando el 30 de enero de 1890 desembarcaba en Cuba Antonio Maceo, autorizado por el capitán general.
Pocos días después, el seis de febrero, fallecía el general Salamanca, que era sustituido con carácter provisional por Felipe Fernández Cabada Espadero, quién entregaría el gobierno de Cuba el 15 de febrero a José Sánchez Gomez, que a su vez lo entregaría a José Chinchilla Díez de Oñate el cuatro de abril siguiente.
El mandato de Chinchilla se prolongaría hasta el 20 de agosto de 1891, habiendo tolerado durante su periodo la actividad separatista.
En este periodo,
La Diputación de La Habana está formada por 17 conservadores y 3 autonomistas. De los primeros, 2 son cubanos y 15 peninsulares (...) En la Diputación de Matanzas, no hay sino 1 autonomista, cuya acta hay empeño en anular: es un intruso a juicio de los integristas. La inmensa mayoría se compone igualmente de peninsulares. Lo mismo acontece respecto de las Diputaciones de Santa Clara, Santiago de Cuba y Pinar del Río. En el Ayuntamiento de La Habana, los 30 concejales son conservadores y entre ellos no pasa de 2 el número de cubanos, y así en la mayor parte de los Ayuntamientos de la Isla. (Bizcarrondo 1999: 76)
Los años de relativa tranquilidad que se habían conocido desde el final de la Guerra de los diez años, habían dado lugar, tanto en Cuba como en la península, a la continuidad del guirigay político al que ya llevada acostumbrada España durante todo el siglo XIX. Durante un corto periodo, la actividad anglo usense se había calmado, pero ya se había acabado la tregua…
En los momentos en que más excitada estaba la opinión en Cuba por los asuntos económicos, fue a La Habana, con el pretexto de hacer un viaje de recreo, Mr. Forster, antiguo representante del Gobierno de Washington en Madrid, y autor con el Sr. Albacete de otro Tratado que fracasó por haberse opuesto a su ratificación las Cámaras americanas.
Además del Sr. Forster estuvieron en La Habana el Senador por la Florida Sr. Call, agente de los clubs filibusteros de la Cámara y autor de las célebres proposiciones para la compra de la Isla. (Gallego 1897: 151)
Todo indicaba que el periodo de tranquilidad estaba próximo a terminar, y parecía el momento de que los primeros espadas entrasen en acción; se acababa el periodo anodino, por lo que José Sánchez Gómez sustituyó provisionalmente a Chinchilla cuatro días hasta que el veinticuatro de agosto se incorporó Camilo Polavieja del Castillo.
El general Polavieja, que era partidario de vender la isla los EE.UU, nada más desembarcar ordenó el exilio de Maceo, Crombert, Castillo y otros, al tiempo que redobló la lucha contra el bandolerismo.
Desde que fue conocida la designación de Polavieja hasta que llegó a La Habana, algunos periódicos hicieron una campaña violenta para concitar en contra suya el odio de los insulares. Sacaron a plaza actos de justicia por él realizados en Oriente, presentándolos como testimonio de crueldades; pero llegó a Cuba, y su sola presencia bastó para que cesara aquel estado de cosas. (Gallego 1897: 134)
La legislación servia para perseguir a los periódicos no ya patrióticos, sino incluso también aquellos constitucionales que ponían al descubierto las contradicciones del sistema, pero era insignificante para impedir la propaganda separatista.
Y no sólo eran perseguidos los periódicos, sino todo sentimiento nacional. Como ejemplo, la sentencia del Tribunal Supremo en un recurso presentado por el separatista Juan Gualberto Gómez, en la que
se hizo constar que la defensa de las ideas separatistas no tenia sanción penal en nuestro derecho positivo, quedó francamente abierta la puerta a una propaganda perniciosa y de resultados fatales, que fueron bien previstos por el General Polavieja, quien al tener noticia del fallo referido, antes de que se hiciese público, puso un despacho al Gobierno diciéndole al final: «Si esto es cierto, imposible gobernar e impedir conspiración y rebelión, con pérdida de Cuba para España. (Gallego 1897: 240)
El separatismo cubano vio legalizada su propaganda en la persona titular de esta sentencia. Este asunto tuvo reflejo parlamentario, donde Rafael Mª de Labra, Salmerón y Pedregal sostuvieron la legalidad de la propaganda separatista, tomando como base la doctrina sentada por el Tribunal Supremo, mientras Maura actuaba con una indefinición que también daba alas al separatismo.
Apoyándose en esa cancha que daba Maura, Eliseo Giberga (separatista cubano) no dudaba en señalar que:
Los pueblos no tienen más que dos medios de alcanzar sus libertades y derechos: por la fuerza de las armas, o por la fuerza de las ideas; y el partido autonomista ha adoptado el segundo. No hay más que dos términos hábiles para la libertad de las colonias: o la independencia completa de la Metrópoli, o el régimen autonómico. (Gallego 1897: 160)
Con esta situación, el 20 de enero de 1892 abandonó Polavieja la gobernación de Cuba, siendo sustituido provisionalmente por José Sánchez Gómez, quién el 11 de julio de 1892 transfirió el mando a Alejandro Rodríguez Arias, que falleció el 15 de julio de 1893.
El Gobierno Cánovas nombró a Alejandro Rodríguez Arias para sustituir en el mando al General Polavieja. Rodríguez Arias procuró mantener la activa persecución del bandolerismo que el General Polavieja dejara organizada, siguiendo también en los demás aspectos de acercamiento a la voluntad anglo-usense.
La negativa del gobierno de A. Cánovas del Castillo a mandar a las islas unos veinte batallones que le hubieran permitido acabar la contienda explica sin duda su dimisión y su acogida popular en Barcelona, Zaragoza, Madrid donde 70 000 madrileños aclaman a este fervoroso católico con el grito de “¡Viva el general cristiano! (Rabaté 2005)
En los últimos momentos del mandato de Polavieja, el 27 de abril de 1893, se dio el grito separatista en Sancti Spíritus, en Cuba.
Con este conflicto, naciente y definitivo, Rodríguez Arias falleció el 15 de julio de 1893 siendo suplido por José Arderíus García, que el 4 de septiembre de 1893 traspasaría el mando a Emilio Calleja e Isasi.
El 4 de Septiembre de 1893 el General Calleja se hace cargo de la comandancia de Cuba, que se encontró con el resultado de la política llevada a cabo por sus antecesores.
En La Habana se conspiraba al aire libre. No tenían necesidad de reuniones secretas, ni sintieron preocupación por el descubrimiento. La Junta y sus delegaciones se hacían sentir en todas partes. Los cafés más céntricos eran los sitios elegidos para ir atando los cabos de la conspiración, mientras Gobierno, autoridades y prensa se despedazaban. (Gallego 1897: 219)
Respecto de la prensa no hay nada que decir: la reformista sosteniendo que se vivía en el mejor de los mundos, que el país era más que nunca español, que la tranquilidad era completa: la autonomista dando calor a la anterior, con quien vivía en un pacto inquebrantable; la separatista instruyendo hábilmente desde sus columnas a los conjurados y haciendo su labor perturbadora; la constitucional luchando desesperadamente porque se atribuían a enemiga las advertencias patrióticas que hacía a toda hora. (Gallego 1897: 220)
Los preparativos de la sublevación eran conocidos por todos, mientras las autoridades no hacían nada por cortarla. El ejército español, que no contaba con grandes refuerzos, se dedicó a vigilar las carreteras y las ciudades por miedo a que sufrieran daños, mientras que el campo cayó rápidamente en un estado de anarquía.
En 1895, la alarma social ocasionó que, el 24 de febrero, Calleja fuese relevado del cargo.
El cese se hizo efectivo un mes después, el 28 de marzo de 1895, cuando cesó Calleja, siendo nombrado Martínez Campos gobernador general y capitán general de Cuba, llegando a la Isla el 17 de abril. El mismo día 28, Cánovas anunciaba el envío de una nueva expedición de 10.000 hombres, además de los 7.000 acordados anteriormente, que saldrían en los primeros días de abril (en realidad serían unos 8.500).
Y es que, si la actividad secesionista venía siendo crónica desde los años veinte, en estos momentos se mostraba de la forma más descarnada; el odio a España se impartía en las escuelas desde hacía décadas; nada parecía poder ser superado, pero la situación alcanzó el mayor descaro; tanto que, asegura Valeriano Weyler, que durante el mandato del general Calleja se conspiró descaradamente.
Esas conspiraciones posibilitaron que en febrero de 1895 se hubiese iniciado la guerra al tiempo que caía Sagasta y su gobierno liberal, consecuencia, en este caso de un motín militar en Madrid contra dos periódicos que criticaron la falta de voluntarios entre los oficiales para servir en ultramar.
El General Azcárraga, Ministro de la Guerra del Gobierno de Cánovas del Castillo, envía a Cuba un ejército de unos 100.000 hombres en poco más de un año. Se nombra Capitán General de Cuba al General Martínez Campos que es sustituido en 1896 por el General Valeriano Weyler, quien con mano dura, está a punto de hacer abortar la sublevación.
El mandato de Martínez Campos sería breve y triste: Sería sustituido el 17 de enero de 1896, no sin haber sufrido la invasión de Occidente por parte de los separatistas mambises.
Martínez Campos,
Convencido de su fracaso, telegrafió el general al Gobierno, con fecha 13 de Junio, que habiendo invadido los insurrectos el Camagüey, cosa que creía imposible, y que no había podido evitar, había fracasado su misión, y por consiguiente dimitía. La verdad es que había fracasado su misi6n como general en jefe, porque de la otra no hay para qué hablar ahora, pues había encontrado la insurrección sin fuerzas, y en el telegrama en que daba cuenta de la acción de Peralejo decía que «el enemigo, tres veces superior en fuerzas a las suyas, «estaba bien municionado y era inteligente. (Isern 1899: 290)
Sobre su mandato en Cuba, El 25 de julio de 1895 Martínez Campos escribía a Cánovas:
Cuando llegué aquí había gran desaliento en los partidos verdaderamente españoles, desaliento causado por la división y encarnizamiento con que se tratan; creí que podría atraerlos a buen camino; me equivoqué; no son las ideas las que los dividen, son las rencillas particulares. (Weyler 1910: 29)
Los pocos españoles que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse tales en las ciudades: el resto de los habitantes odia a España; la masa, efecto de las predicaciones en la prensa y los Casinos, de la conjuración constante y del abandono en que ha estado la Isla desde que se fue Polavieja, han tomado la contemplación y licencia, no por lo que era, error y debilidad, sino por miedo, y se han ensoberbecido; hasta los tímidos están prontos a seguir las órdenes de los caciques insurrectos. (Weyler 1910: 30)
Pero, a pesar del convencimiento que ya entonces tenía el general Martínez Campos de la inmensa gravedad de la insurrección por todas las razones expuestas, era tal su benevolencia, que no entraba en su ánimo, no sólo desplegar rigor alguno contra los que atentaban contra la unidad de la Patria, imponiéndose con actos enérgicos a los peninsulares y a los que no seguían nuestra causa, sino que ponía a prueba la resignación de nuestros soldados, escasos de alimentación y recursos para la persecución del enemigo, dictando órdenes para que se respetasen las reses que se encontraban en los potreros, si no era posible adquirirlas por compra, pagándolas, y para que no se sacrificasen los caballos que nuestras tropas abandonaban por estar cansados, los que después se utilizaban por el enemigo. (Weyler 1910: 33)
El ocho de octubre de 1895, Cánovas manifestaba que la situación permitía asegurar el fin de la guerra antes de finalizar el invierno. Las medidas fueron duramente criticadas por Sagasta.
El 22 de octubre de 1895, Martínez Campos declaraba al corresponsal del Word de Nueva York:
Yo no considero a los insurrectos como bandidos, ni me propongo tratarlos como si lo fueran. He dado órdenes para que los prisioneros sean tratados con benignidad y se cuide bien a los heridos insurrectos que caigan en poder de las tropas. Yo no mato a los prisioneros. (Soldevilla 1896: 407)
Martínez Campos declaraba a “El Imparcial” el 26 de octubre de 1895:
Si los Estados Unidos llegasen a más, y no contentos con reconocer la beligerancia ayudasen a las claras la causa de la independencia de Cuba enviando aquí un ejército para auxiliar a los rebeldes, tendríamos, en vez de una guerra deslucida con partidas desorganizadas y de gente ajena a todo espíritu militar, una guerra con tropas regulares. Habría batallas verdaderas en vez de estos combates de emboscadas con enemigos que se desvanecen cuando se les va a dar el golpe de gracia; y como en estos grandes momentos de la Historia más que el éxito importa el honor, si la suerte nos fuese adversa, si fuésemos derrotados, si perdiésemos la isla de Cuba, la habríamos perdido con honor. (Soldevilla 1896: 410-11)
El 6 de enero de 1896, cuando se reconocía el fracaso de Martínez Campos.…
Siguen llegando a La Habana muchísimas familias que vienen de los pueblos y caseríos de la provincia atacados por los insurrectos. (Soldevilla 1897:11)
Martínez Campos era criticado agriamente por la prensa, mientras los separatistas llegaban a trece kilómetros de La Habana.
Consecuencia de su fracaso ante los rebeldes mambises, el 17 de enero de 1896, Martínez Campos era relevado del mando en Cuba y nombrado presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, cargo que no aceptó. Cedía el paso nuevamente a Sabas Marín González, que volvía al mando siete años después de su segundo gobierno.
Pero en esta ocasión, su protagonismo sería más breve que en las dos ocasiones anteriores. El 10 de febrero sería sustituido por Valeriano Weyler, que inmediatamente dio nuevas formas a la guerra, completamente contraria a la anterior. Parecía que, con Weyler, otra vez, y después de demasiado tiempo, España volvía a ser España.
El día 25 de enero de 1896, el general Weyler salió de Barcelona hacia Cuba, para sustituir a Martínez Campos, quien embarcó para España el 20 del mismo mes.
Weyler ideó la reconcentración de toda la población rural en los centros urbanos, fuera del dominio de los rebeldes. Para ello, el 16 de febrero de 1896, ordenó un bando que decía:
Primero.
Todos los habitantes de las jurisdicciones de Sancti-Spíritus, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba deberán reconcentrarse en lugares donde haya cabeceras de división, brigada de tropas, provistos de documentos que garanticen su personalidad.
Quinto.
Todos los dueños de fincas de campo no exceptuados por la correspondiente instrucción, deberán desalojar sus haciendas y casas (Soldevilla 1897:84)
En base a esta medida, la prensa usense lanzó todo su poder mediático contra España… y el gobierno usense envió una nota diplomática injuriosa, lo que motivó que Weyler pidiese al gobierno español que exigiese explicaciones a Washington.
De nada sirvió la petición de Weyler, que continuaba ejerciendo su política. Así, el 12 de marzo de 1896
dictó una circular por la que concedía la libertad a todos los presos que lo han sido en La Habana y en Pinar del Río por haberse rebelado contra la patria. (Soldevilla 1897: 122)
No fue la única medida. Siguiendo la experiencia de 1875, ordenó la apertura de una nueva trocha, la de Marién, pero la iniciativa y el patriotismo de Weyler topaba inexorablemente con la política del gobierno, fiel servidor de intereses extranjeros, que se limitaba a enviar a Cuba soldados sin preparación y sin adaptación previa. Weyler se convertía así, de forma involuntaria, en colaborador necesario de los intereses extranjeros: daba curso… y sepultura, a aquellos soldados sin preparación, sin equipamiento y sin manutención que le eran enviados por el gobierno al objeto de librarse de una previsible sublevación en la península.
De los 42.000 hombres empleados en los trabajos, 30.000 contrajeron paludismo y fue necesario evacuarlos a La Habana. La avalancha de enfermos desbordó los hospitales y hubo que habilitar unos destartalados e insalubres almacenes de azúcar situados en una zona de marismas al fondo de la bahía, cuya insalubridad acrecentó el número de muertes. (Puell 2013: 42)
Mientras tanto, la situación militar en la isla no mejoraba lo suficiente bajo el enérgico mando de Weyler, y la prensa se hacia eco del rumor -luego confirmado- de que el Gobierno había comprado a toda prisa tres cruceros de la casa Ansaldo de Génova que, habiendo siendo inicialmente proyectados en virtud de un contrato firmado con el Gobierno argentino, iban a ser pagados ahora por el Gobierno español a un precio muy elevado, por encima de los costes reales de construcción.
Pero el gobierno seguía impertérrito. Ya, por supuesto, ni se pensaba en el submarino. Desechado ese escollo, era Weyler el único escollo que la política de sumisión debía salvar. En 1897 se produjo una crisis de gobierno por la situación existente en Cuba; Weyler sería cuestionado, mientras los periodistas denunciaban abusos en Cuba, y el Casino Español mostraba su incondicional apoyo al general.
Pero poco importaba el sentimiento de los cubanos; como consecuencia, Weyler sería sustituido el 31 de octubre de 1897 por el gobierno de Sagasta, tras el asesinato de Cánovas, en una maniobra tendente a favorecer el plan preestablecido. Evidentemente, Weyler era un obstáculo para los objetivos del gobierno; Ramón Blanco Erenas sería el hombre capaz de llevarlas a efecto.
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