jueves, mayo 10, 2018

ENEMIGOS DE ESPAÑA GOBERNANDO ESPAÑA. EL CASO DEL SUBMARINO

Cesáreo Jarabo Jordán

El pueblo español esta convencido, tras dos siglos de pertinaces esfuerzos por parte de quienes estaban interesados en generalizar determinadas creencias, que nuestra raza está incapacitada para la generación de ideas; así, en el campo de la filosofía, por ejemplo, nos encontramos que Europa tiene diversas escuelas catalogadas como tales, mientras el mundo hispánico carece de ellas. Lo mismo sucede en el campo de la industria y en el de la invención en general. Y lo curioso de ese chauvinismo europeo es que acusa de chauvinista a quienes opinan lo contrario.



Sin embargo, en el campo de la filosofía y en el campo del derecho hay una nómina de autores de la que sólo voy a destacar a dos pesos pesados: Francisco de Vitoria en el derecho y Miguel de Unamuno en la filosofía. ¡Va! ¡Dos casos! Bien, quien tal diga, que se preocupe un poco más…
Y en cuanto a los inventos e investigaciones en otros campos, sólo nos queda pensar en  autores como Gómez Pereira, el primero que, en 1554 propuso un modelo mecanicista para entender la conducta de los animales; Jerónimo de Ayanz y Beaumont, quién en 1606, ideó la primera máquina a vapor y los primeros trajes de bucear; Narciso Monturiol que en 1868 llevó a término el primer submarino moderno, si bien con los inconvenientes de no manejar la electricidad; Leonardo Torres Quevedo, las primeras máquinas aeronáuticas y las primeras computadoras… y en el campo de la botánica y la medicina, en el siglo XVI nos encontramos con personajes como Andrés Laguna o Simón de Tovar… José Luis Díez, destacado internacionalmente como investigador en el ámbito de la electricidad;  Federico Ardois, creador de un nuevo sistema de señales; Antonio Llopis, utilización de medios aéreos para la Armada; Fernando Villaamil, creador de un nuevo modelo de destructor, que debió construirse en Inglaterra, donde copiaron su invento; Joaquín Bustamante, creador de un nuevo tipo de mina;  José González Hontoria, inventor del cañón que lleva su nombre; Cajal, Ferrán, Esquerdo, Rubio y Galí, Echegaray, González de Linares … y aún en el pérfido siglo XIX se produjo lo que alguien ha denominado siglo de plata de la cultura española.
Pero si algo destaca en la España del siglo XIX (del actual y corriente siglo XIX que ya dura más de doscientos años) no es la existencia de genios capaces de descubrir y desarrollar aspectos de la ciencia, sino la existencia de genios que han triunfado destruyendo la obra de los primeros.
Uno de los genios creativos españoles del siglo XIX es, sin duda, Isaac Peral y Caballero, y su réplica, el artífice material de la destrucción de su obra, José María Beránger Ruiz de Apodaca, ministro de marina.
Pero no era sólo Beránger el interesado en destruir la obra de Peral. La clase política en su conjunto, sus dirigentes, el gobierno y la corona no escapan a la culpa. Todos debían cumplir su función y no podían permitir que un oficial de la Armada diese al traste con la misión que les había sido encomendada y que tan certeramente estaban llevando a cabo: la destrucción de España.
Una destrucción que venía siendo efectiva en todos los campos, de forma inmaculada, al menos desde la guerra franco-británica para la dominación de España, conocida vulgarmente como “Guerra de la Independencia”.
Esos aspectos ya han sido tratados en mis otros trabajos “Las Guerras Carlistas” y “El Cantonalismo”; a ellos me remito.
En los momentos que Peral desarrolló el submarino, vivía España una situación que claramente puede ser calificada de pre-guerra con los Estados Unidos. La guerra debía producirse en uno u otro momento, y los gobiernos, a pesar de las millonarias donaciones populares para modernizar la armada, parecían preocuparse porque ésta fuese cada día más obsoleta.
Todas esas actuaciones, desde las desamortizaciones hasta la venta del subsuelo a los intereses extranjeros, principalmente británicos, pasando por las acciones tendentes a forzar la dependencia exterior de España parecen tener una única motivación: la traición a la Patria.
El sabotaje llevado a cabo sobre el submarino de Peral es la constatación de ese hecho, siendo que, aparte los sabotajes menores que sufrió el proyecto durante su desarrollo, que no fueron determinantes gracias a la pericia de Isaac Peral, la acción del gobierno fue determinante: sencillamente arrumbó el desarrollo de la nave cuando ya no era proyecto sino realidad. Cuando había demostrado, no sólo matemáticamente, sino en la práctica, la efectividad del submarino.
Vista esa realidad, nadie, en su momento, se atrevió a pronunciar la palabra “traición”, si bien algunos la dejaban entrever en sus análisis. Hoy, a la vista de los documentos, y a más de un siglo de esa traición concreta, me parece dudosa cuando menos la honorabilidad de quienes la nieguen.
Pero vayamos a los hechos concretos.
No fue Isaac Peral el único que se había preocupado por investigar la posibilidad de la navegación submarina.
Los primeros experimentos en ese campo se deben a Cosme García, que hizo un prototipo exitoso que finalmente fue abandonado en el olvido, y a él le siguió Narciso Monturiol, con el Ictíneo I.
No fue pequeña la importancia del Ictíneo, si bien el posterior desarrollo llevado a efecto por Isaac Peral, que añadió a su nave el uso de la electricidad
En cualquiera de los casos, el proyecto de Monturiol no mereció el trato recibido y podía haber significado un paso importante en la modernización de la flota. Se trataba de una nave que  tenía casco de madera de roble y olivo, con refuerzos de cobre, de 7 metros de eslora por 2,5 de manga y 3,5 de altura desde el fondo al tope de la torreta. Fue  botado el 28 de mayo de 1859, en La Barceloneta.
La embarcación tenía el inconveniente, no pequeño, de no tener resuelto el problema de la renovación del aire interior, aspecto que pensaba ser resuelto con la incorporación de bombonas de oxígeno, operación que resultaba muy peligrosa en la época.
No obstante, las pruebas realizadas el 7 de mayo de 1861 en Alicante resultaron un éxito, si bien alcanzaba un escaso desplazamiento y no lograba mantener la estabilidad. Aspectos que limitaban su aplicación, pero que debieron comportar nuevas mejoras y pruebas que no se dieron… ¿Cuál fue el motivo?....
A pesar de todo se le planteó un contrato de la Armada que finalmente se deshizo. Las mejoras para el segundo prototipo incluían la propulsión mediante una peligrosa combinación química. Finalmente, a pesar de lo novedoso (o tal vez por ello), fue desechado. Al parecer, presiones extranjeras motivaron el abandono del experimento, que había sido ofrecido por el inventor a los EE.UU, quienes sin embargo no lo adquirieron.
En esos momentos, tanto en Europa como en EE.UU se llevaban experiencias por el estilo, resultando todas ellas abrumadores fracasos.
El principal problema hasta el momento, tanto para Monturiol como para García, fue que la técnica de la época no daba solución posible a la navegación submarina por ausencia de otras máquinas que las de vapor, completamente inadecuadas para un submarino. Sin embargo parece que el proyecto no era para ser desechado, como fue desechado por el gobierno.

Resulta de las aportaciones de Cosme García y de Narciso Monturiol, que la contribución española a la historia de los intentos de conseguir la navegación submarina es equivalente o incluso superior a la de países supuestamente mejor dotados desde lo académico o lo industrial para lograr tal fin, y basten los ejemplos aludidos del alemán Bauer, del Plongeur francés o del Hunley americano, tan celebrados y recordados desde entonces, pese a que supusieron auténticos desastres, naufragando en pruebas varias veces en todos los casos, mientras que los prototipos de los dos españoles apenas padecieron más que leves incidentes, hecho decisivo que convendría tener muy presente a la hora de juzgar estos primeros intentos. (Rodríguez 2015: 28)

Como consecuencia del abandono institucional, la sociedad de Monturiol quebró en 1868, y su maquinaria fue destinada para usos civiles. La administración pública, conocedora del invento, desestimó el desarrollo del mismo, tras haber llevado a cabo más de cincuenta inmersiones. . ¿Daremos un voto de confianza al gobierno español?, ¿no veremos aquí un acto de alta traición?... Seremos condescendientes y no lo veremos.
Por los resultados obtenidos, parece que el proyecto de Monturiol era merecedor de una mayor atención, pero el complejo de inferioridad nacional inducido por los propios gobiernos españoles no la permitía.
La verdad es que

Poco se han valorado en España las realizaciones de Monturiol y menos aún las de Cosme García, pero si hubieran tenido en sus pruebas los resultados desastrosos del inventor alemán, del americano o del francés, no nos cabe la menor duda de que la única conclusión hubiera sido la universal rechifla y la inevitable conclusión de que los nacidos en esta piel de toro no servimos para ciertos menesteres. (Rodríguez 2015: 28)

Ya se habían olvidado las obras pioneras de García y de Monturiol, cuando en 1884, con el conflicto de las Islas Marianas sobre la mesa, Isaac Peral presentó el primer prototipo del submarino con propulsión eléctrica. ¿Hubiese resuelto Monturiol el problema?... Tal vez, pero el vacío institucional, si así era, se lo impidió.
Quién sí lo resolvió, sin ayuda de nadie, fue Isaac Peral, un hombre de ciencia que había estudiado Astronomía y tenía grandes conocimientos de las ciencias, destacando en la geografía, las matemáticas, la mecánica o la electricidad, habiendo sido titular de la cátedra de física-matemática en el Observatorio de Marina, y contando en su haber ser el primero que montó las primeras centrales de alumbrado público.
En 1884 expuso su proyecto en la Academia de Ampliación de Estudios de la Armada y Observatorio de Marina., de cuya exposición, sus superiores D. Cecilio Pujazón y D. Juan Viñegras, salió un informe para el ministro de Marina, Pezuela, que en su momento había apoyado a Villaamil en su proyecto de destructor.
El apoyo inicial, aunque pareciese mentira, lo tenía. Ahora le tocaba el turno a  la confidencialidad, a la que el propio Peral hacía mención en el segundo párrafo de su informe:

Creo conveniente advertir a V.E. que, como el invento es relativamente fácil para los hombres de ciencia, sería conveniente guardar sobre ello la más absoluta reserva, pues el solo anuncio de la noticia podría ocasionar que otra nación, con más elementos que la nuestra, se nos adelantase, y por esto me tomo la libertad, que espero me dispensara V.E., de comunicarle esta noticia particular y directamente.

Pero desde ese mismo momento de presentar el proyecto comenzó Peral a encontrar escollos en su labor. Cánovas llegaría a decir al ministro Pezuela:

Ese cacharro náutico no podra servirnos para ahora. Para más adelante ya se habra vuelto cuerdo el inventor. (Pérez 193-: 49-56)

¿A qué se debía esta postura despectiva? Con toda seguridad a la función que Cánovas debía desarollar como fiel servidor de intereses ajenos a España. Necesariamente debía ahondar en la leyenda negra y en la generalización de una creencia absurda: la inferioridad del pueblo español.

La política de aislamiento de Cánovas había sugerido en todo el país la idea de renunciación a todo empeño, a toda empresa, a toda aventura, a todo ensueño de engrandecimiento, y algo más grave aún: había ahincado en todos los ánimos una idea vaga y confusa de incapacidad nacional. (Pérez 193-: 43)

En esos momentos, en 1885, se produjo un enfrentamiento con Alemania por la posesión de Las Carolinas; El 9 de septiembre de 1885 la idea del submarino fue presentada y bien acogida por el Ministro de Marina, Manuel de la Pezuela, quién declaró al proyecto como alto secreto militar. Se abría la posibilidad de realizar un torpedero sumergible. Para su desarrollo, se concedió un crédito inicial de 25.000 pesetas.
El proyecto (y más teniendo en cuenta la situación geopolítica del momento), exigía la máxima discreción. Esa obviedad, no obstante, no era obviada por el propio Peral ni por el ministro Pezuela, pero la muerte de Alfonso XII significaría un  nuevo gobierno en diciembre de 1885, cuando fue cesado Pezuela como ministro, siendo sustituido por el vicealmirante José María Beránger Ruiz de Apodaca. A partir de ese momento, el secreto sería roto por el poder político, que dio al asunto la publicidad propia de un circo.
Otros, sin embargo, habían actuado como el caso merecía…

En San Fernando se habían celebrado las conferencias y comprobaciones del Observatorio Astronómico en el más grande sigilo, y se habían dado cuenta quienes conocieron los proyectos de Peral, de que importaba, no ya al inventor, sino a España, mantener la más grande reserva. En cambio, en el Ministerio de Marina y, desbordándose de sus oficinas, en el Madrid político y social, que tan intensa vida tenía entonces, la noticia fue acogida, entre curiosidad, entusiasmo y descreimiento, como un suceso raro y sorprendente, del cual podía hablarse sin reparo y del que era lícito informar a todos y en el que todos podían opinar. (Pérez 193-: 38-39)

En marzo de 1886 Peral dejó en el Ministerio de Marina  los planos y la memoria del submarino, y el 12 de octubre le fueron devueltos con instrucciones para proceder a su construcción.
Pero no eran sólo instrucciones… Desde el primer momento encontró Isaac Peral inconvenientes procedentes de las más altas estructuras del estado. ¿Qué argumentaban?

que el submarino Peral iba a soliviantar la opinión pública; que iba a hacer concebir al pueblo la alucinación de un renacimiento del poderío de España; que iba a despertar de nuevo en las gentes la indignación, amodorrada ya, por el suceso de las Carolinas y hacerle pensar en reconquistas ilusorias, y, finalmente, que iba a ponerse en manos de los revolucionarios un arma peligrosísima. (Pérez 193-: 35)

Mediado este tiempo, comenzó a circular la noticia de que en Inglaterra se había comenzado apresuradamente a construir un submarino.
Para contestar la pregunta que surge al comparar los hechos y las fechas es necesario tener en cuenta que

Beránger, y muchos altos dirigentes políticos del  momento, fueron activos miembros de la masonería,  lo que les permitía mantener estrechas relaciones con tres políticos muy poderosos: Cánovas, Sagasta y Romero Robledo. (Orte 2015: 48)

No en vano, el 15 de agosto de 1884 se produjo elección a Gran Maestre de la masonería española, cuyo resultado fue el siguiente:
Manuel Becerra, 2.237 votos
Emilio Castelar, 605
Manuel Ruiz Zorilla, 478
Manuel del Llano Persi, 296
José María Beranger, 118
Juan Téllez Vicent, 23
Praxedes Mateo Sagasta, 12
Victor Balaguer, 5
Sergio Martín del Bosch, 4
José Carvajal, 2
Juan Utor Fernández, Sebastian Salvador, Francisco Pí y Margall, Buenaventura Roignet y José María Panzano un voto cada uno.

Los buenos servicios de Beránger a su majestad británica no se vieron recompensados con el ambicionado cargo; no obstante, si hicieron que Basil Zaharoff, traficante de armas y grado 33 de la masonería tuviese su residencia prácticamente en España. Basil Zaharoff estuvo al servicio de Inglaterra, justamente, desde 1886.
Las intentonas del “mercader de la muerte” Zaharoff por hacerse con el submarino no se limitaron ni al tiempo ni a los medios;  viajó a España en varias ocasiones entre 1886 y 1889, y estos méritos lo llevaron a ser nombrado “sir” por su majestad británica. Lo movían tres objetivos: boicotear el submarino de Peral, vender armas al Ejército español y comprar una fábrica de armas. Le interesaba, sobre todo, el 'torpedero submarino' de Isaac Peral. Había inspeccionado los planos confidenciales que este había entregado al Ministerio de Marina español e incluso trató de comprar las patentes al mismo Peral durante un encuentro “fortuito” en Londres.
Zaharoff no pudo con un patriota de la talla de Peral, pero tenía otros argumentos:

Zaharoff tuvo una relación amorosa con María Pilar de Muguiro y Beruete  casada con el duque de Marchena lo que le facilitó negocios al ser hija de Fermín Muguiro, banquero y amigo personal del partido conservador. También era sobrina de Segismundo Moret, hacendista y varias veces ministro, amigo de Cánovas.  Se vio a Zarahoff husmear por los astilleros donde se construía el submarino pero las autoridades taparon el asunto. La fábrica de armas antes referida, The Placencia de las Armas Co. Ltd estafó al Gobierno español, vendiendo armas inservibles durante la guerra del 98, proporcionando además a Maxim información sensible que pasaría a su gobierno durante el conflicto. Se denunció al propio Gobierno ante presuntos delitos de prevaricación, actuando el Gobierno de forma expeditiva contra los oficiales hostiles al decreto. (Santos 2016)

Y tuvo actuaciones muy concretas en lo tocante al submarino. Cuando fue Peral a presentar el barco al Ministerio, en la puerta del despacho fue abordado por dos ingleses, constructores navales, uno de los cuales William Thomson, que en esos momentos  estaba construyendo para España el gran crucero de primera clase Reina Regente  y el cazatorpedero Destructor, le requirió para que entregase a Inglaterra los planos de su invento, a cambio de lo cual le serían entregados seis millones de francos y él sería nombrado director perpetuo de los Astilleros Woord. (Peral 1934: 28)
Peral se negó en redondo a las proposiciones británicas, quienes, viendo fracasar el intento sobornaron a quienes debían dar el visto bueno para incorporar la nueva arma a la Armada. Por su parte, el ministro Beránger, puso todo su saber hacer al servicio de impedir el proyecto.
Era evidente que Inglaterra ya era conocedora del proyecto; ¿quién había informado sobre el mismo? El asunto no es en absoluto anecdótico si consideramos que el submarino era esencial para España, ya que se trataba de un arma totalmente novedosa.

Un instrumento de guerra con el que se pudiera destruir todas las escuadras del mundo y agredir todos los puertos del orbe, provocaría contra España la ira de todas las naciones, que declararían ilícito el invento español.
Así, pues, lo prudente y lo cuerdo era dar largas al tiempo y dejar que Peral siguiera estudiando y perfeccionando su proyecto en los planos. (Pérez 193-: 71)

Repare el lector que la mitad, por lo menos, de la historia de la España contemporánea se ha escrito con esas tres formulas del buen gobernar que compendiaban todo el arte político de Sagasta, Moret, Romanones, Alhucemas y casi todo el de Cánovas del Castillo, Romero Robledo y demás jefes de la que a sí misma se llamaba «escuela» conservadora: «dar largas», «confiar al tiempos y «ver venir»... Lo único que no vieron venir aquellos gobernantes fue la total e irredimible decadencia de España, que continuamos forjando en los días presentes. (Pérez 193-: 36)

¿O sí lo veían venir?... ¿O tal vez fueron artífices directos y conscientes de la misma?
La pregunta no lleva veneno; la pregunta viene motivada porque la información sobre el secreto había salido del mismo despacho del ministro Beránger, que se veía forzado a jugar una doble baraja; por una parte no podía paralizar la construcción del submarino, y por otra, no podía dejar de pasar información sobre el mismo a Inglaterra, que sí supo aplicar de inmediato las aportaciones de Peral, en principio no al submarino, sino al torpedero Nordenfelt. (Peral 1934: 35)
Y lo que en principio había nacido como secreto,

la prensa y el telégrafo se encargaron de difundir por el orbe la noticia y esto, que se trataba de una nueva arma de guerra y que en cualquier otro país se hubiese llevado con el mayor secreto, ocultando sus componentes, se hizo a la luz pública y se dieron elementos de juicio más que suficientes a los demás países para que conocieran cómo se resolvía el problema y lo pudieran plagiar a sus anchas, llegándose incluso a publicar en la Gaceta de Madrid, como puede verse en el Arsenal y autorizar la visita y la permanencia en el submarino de cuantas personas ajenas al servicio quisieron entrar. (Peral 1934: 28)

El secreto ya no era tal, con todos sus inconvenientes y con la única ventaja de no poder paralizado sin una alarma social… de momento. Y es que la noticia de la invención del submarino corrió como la pólvora y enardeció el espíritu nacional.

El submarino, presentado por Peral en este ambiente, era para la  Marina y para el Ejército una emoción, una sacudida, un despertar a posibilidades patrióticas; una exaltación ante el juicio del país, sobre los políticos, sobre los bufetes de los abogados, que al amparo de Cánovas y Sagasta, que no ejercían ninguna profesión sino la de políticos, que entonces no tenía más ingreso legal que la cesantía (7.500 pesetas anuales, con 10 por 100 de descuento) o el sueldo de ministro, se habían adueñado de la gobernación del Estado. (Pérez 193-: 49-50)

En octubre de 1886 Beránger dimitió como ministro, pero dejó blindado el Programa Naval para que nadie pudiera cambiarlo. Sin embargo, forzado por las circunstancias, dejó desbloqueado el proyecto del submarino, con lo que finalmente se cumplió lo estipulado por Real Decreto de 16 de diciembre del año anterior relativo a que el asunto debía pasar al Centro Técnico de la Armada, que a la vista de las pruebas preliminares emitió informe favorable dejando expedito el camino para la construcción de la nave.
Pero ya no había secreto en tema tan delicado. Ya se veía la traición. Sin embargo, la opinión del momento, se cuidaba muy mucho de llamar a las cosas por su nombre. Incluso, medio siglo después se decía:

No hay que hablar de traición deliberada, de soborno o corrupción infame. Acaso esto fuera lo más triste. Se concibe en la maldad humana que haya en un país unos cuantos traidores y unos cuantos hombres venales para los que no sea sino cuestión de cuantía de precio entregar los secretos militares que constituyen la defensa de su país. (Pérez 193-: 40)

Con la sustitución de Beránger, y la asunción de Rafael Rodríguez Arias, si bien la Armada en su conjunto continuaba “desarmada”, el proyecto del submarino iba a conocer un nuevo impulso mediante una Real Orden de 4 de octubre de 1886. El nuevo ministro, contralmirante Rodríguez Arias, conocía bien los trabajos de Peral. No obstante, por encima del ministro estaba el presidente del gobierno, Sagasta, de la misma escuela de Beránger, que sería quién marcase el contrapunto a las buenas intenciones del nuevo ministro.
Finalmente, el cuatro de febrero de 1887  el nuevo Ministro de Marina autorizaba la construcción del navío, cuyo costo era de 295.500 pesetas, y el 18 de marzo fueron presentados los proyectos.
En ese momento comienza una frenética actividad de Peral, que  recoge componentes para su construcción en Francia, Alemania, Inglaterra y Bélgica, donde compra las baterías. Estando en la Comisión de Marina en Londres, fue informado que “el mercader de la muerte”, Zaharoff, agente de Nordenfelt, deseaba entrevistarlo y enseñarle su torpedero. Peral comentó que si viese dicho torpedero se sentiría él obligado a comentar desarrollos hechos por él a lo que le comentaron que no pasaba nada ya que en el Ministerio de Marina ya le habían enseñado los planos y memoria que él entrego para su examen. El supuesto de alta traición que venimos señalando quedaba manifiesto ante los ojos del primer traicionado.
Comenzaba la pasión particular de Isaac Peral que, no obstante, llevaba una actividad que si es comprensible para un invento de las características del submarino, se veía forzosamente incrementada por la dependencia industrial en que se encontraba España.

El problema pues, es que si ya era dudoso que los astilleros españoles pudieran realizar esa enorme construcción ensamblando componentes importados, era aún menos esperable que las demás potencias, y entre ellas especialmente Gran Bretaña, suministraran por sí mismas esos materiales, o permitiesen a terceros el que lo hiciesen. (Rodríguez 2007: 205)

No obstante, si el necesario secreto hubiese sido mantenido, si España hubiese estado gobernada por españoles, esos inconvenientes, forzosamente hubiesen sido solventados, en principio, con la adquisición de esos materiales, para finalizar con un desarrollo industrial acorde que hubiese puesto a España, otra vez, en situación de hacer escuchar su voz en el mundo.
Pero lo que los políticos deseaban (y expresaban), es que el proyecto fuese un fracaso. Tal vez por ello las pruebas del submarino se realizaron sin presencia gubernamental, a pesar de que las mismas pruebas, fuesen seguidas ávidamente por multitudes que estaban trufadas de espías.
Los argumentos que aducían los espías que ostentaban los más altos cargos públicos de España eran que

Si el submarino resultaba otra experiencia más de resultados más bien decepcionantes, nada importante ocurriría. Pero si Peral obtenía un éxito completo eran de esperar serias complicaciones: en primer lugar, una competición desesperada por obtener el nuevo arma, ya mediante el espionaje, el pacto o la propia experimentación; prohibición de la exportación de dichos materiales y presiones a terceros países para que se abstuvieran de hacerlo, y, por último, una guerra preventiva antes de que el futuro enemigo pusiera a punto la nueva y decisiva arma. (Rodríguez 2007: 206)

¡Deseaban el fracaso! Tal vez por eso, al mismo tiempo que empezaba la materialización del proyecto comenzaron los sabotajes; así el 1 de enero de 1888, cuando iba a probarse, Peral detectó que habían saboteado las pilas, a las que  habían sacado el bicromato de potasa y lo habían sustituido (una mano criminal) por tinta roja, con la seria idea de que la prueba fuese un fracaso. (Peral 1934: 28)
El 7 de marzo de 1888, el señor Zaharoff, agente de Nordenfelt, sin el conocimiento del equipo de Peral, realizó una visita al Arsenal de La Carraca, inspeccionando al parecer el submarino en construcción. El escándalo surgió inmediatamente, pero el gobierno echó tierra sobre el asunto. No sucedió lo mismo cuando Carlos Casado del Alisal, tras haber entregado 20.000 libras para el desarrollo de la nave fue invitado por Peral a visitarlo. En esta ocasión, Peral recibió una reprimenda.
Esa reprimenda servía para indicar que el gobierno se preocupaba por el asunto… Sin embargo, en la presentación que en abril se hizo del submarino ante la reina, Sagasta no tuvo curiosidad de ver cómo se resolvía un problema en el que España tenía ya el precedente glorioso del intento de Monturiol. Ese desprecio volvería a manifestarlo en las pruebas del submarino, cuando, como consecuencia de las malas artes del gobierno, se trataba de un secreto conocido por los más legos. Al realizarse las mismas, contaron con una gran expectación popular y de espionaje; sin embargo, ninguna autoridad española, ni civil ni militar, estuvo presente en este acontecimiento.
Sagasta, con su actuación, dejaba evidente que el asunto protagonizado por Zaharoff pocos días antes quedaría sin aclarar. Al fin, no sería ese el último inconveniente puesto por el gobierno democrático y la Regencia. La dotación del submarino no acababa de configurarse porque permanentemente se les asignaba todo tipo de comisiones extraordinarias. (Peral 1934: 61)
Sin embargo, y a pesar de los políticos, Peral culminaría sus experimentos el 8 de septiembre de 1888 cuando botó la nave en San Fernando (Cádiz), siendo evaluado por una comisión de marinos presidida por el capitán general Florencio Montojo Trillo, que dio el visto bueno, tras haber demostrado su manifiesta viabilidad, dando una autonomía de 66 horas y un radio de acción de alrededor de 500 kilómetros.
Los inconvenientes, no obstante, estuvieron presentes en este mismo acto. Un nuevo sabotaje intentó hundir el barco antes de echarlo a flote: Una pala de las hélices, misteriosamente, había sido rota.
Los sabotajes se alternaban con los desprecios de los políticos. Pero es que esos mismos desprecios estaban presentes en la misma comisión supervisora.

Julio Álvarez Cerón, miembro de la comisión técnica se burló antes de la botadura diciendo que la nave tendría menos estabilidad que una canoa y que al lanzarlo al agua, éste daría vueltas como una pelota. Peral con una tiza le marcó la línea de flotación del barco. Este marino recibió el encargo tras la guerra colonial de dirigir la construcción del crucero Príncipe de Asturias, siendo imposible moverlo de las gradas durante su botadura, tras acudir a técnicos que solucionasen el contratiempo el navío se botó solo. (Santos 2016)

El éxito ya no se podía ocultar, y como consecuencia, recibió una felicitación del ministro de marina, Rafael Rodríguez Arias.

El 10 recibió el inventor una comunicación del capitán general del Departamento, en la que decía: «El Excmo. Sr. Ministro de Marina, a quien di cuenta del completo éxito con que fue llevada a cabo la operación de botar al agua el torpedero de su invención, en telegrama de ayer me dice: Felicito a V E y al teniente de navío Peral, por la botadura del submarino, en las condiciones que me expresan su telegrama de ayer. Sírvase hacer extensiva felicitación a cuantos han cooperado construcción. Lo que me complazco en transcribir a usted para su personal satisfacción y la de aquellos todos a quienes alcancen los merecidos plácemes del Sr. Ministro, que por mi parte reitero a usted personalmente. Dios, etc.—Montojo (Peral 1934: 61)

No era prueba única, sino el principio de una serie que, en todos los casos se vio coronada con el éxito.
Las pruebas oficiales se desarrollaron desde diciembre de 1888 y a lo largo de 1889 y 1890.  Demostró en las pruebas que se verificaron que podía navegar en inmersión a la voluntad de su comandante, con el destino, rumbo y cota predefinidas y en mar abierto. Además, demostró que el submarino podía atacar, sin ser visto, a cualquier buque de superficie.
El 17 de diciembre de 1888 se ordena la realización de pruebas de guerra del submarino, siendo la octava la más novedosa:

La experiencia final consistirá, en que el submarino de que se trata salga de Cádiz y, navegando por la superficie, se dirija al Estrecho de Gibraltar, en cuyas aguas se sumergirá, antes de que pueda ser visto desde el Peñón de su nombre, para no reaparecer sino cuando se encuentre en las aguas del puerto de Ceuta. Terminado que sea este último ensayo, regresara el Peral a ese Departamento y, si el éxito coronase tan fundadas esperanzas del autor, de la Marina en general, y del ministro que suscribe en particular, podra asegurarse que la guerra marítima entrará en una nueva era, en la que es de creer que estará reservado a nuestro pabellón la renovación de antiguas glorias, que rodeen al Trono de nuestro joven soberano de brillantes esplendores y a la patria de respeto y consideración; todo debido al espíritu investigador y al sublime patriotismo de su esclarecido autor. (Peral 1934: 68)

La prensa jaleaba los éxitos del submarino, y al calor de este aplauso general, recibió Peral un apoyo inesperado. Se trataba de un patriota acaudalado, Carlos Casado del Alisal, que desde Argentina escribía al inventor en abril de 1889:

Sr. D. Isaac Peral.—San Femando.—Distinguido señor: Amante de mi patria y anheloso de que recobre su antiguo prestigio y poderío, cuyo renacimíento entreveo en el admirable invento debido a vuestro genio, os ruego me permitáis asociarme con toda mi alma al perfeccionamiento de vuestra grande obra y aceptéis para ello la adjunta orden de 20.000 libras esterlinas , de la cual hara usted el uso que estime más oportuno en la prosecución de tan patriótica empresa, de cuya inversión no debéis dar cuenta a nadie, y menos a vuestro admirador, que espera tener pronto el honor de ofreceros sus respetos personalmente. De usted afectísimo y seguro servidor. Firmado: Casado del Alisal. (Peral 1934: 76)

El donativo, que no llevaba condiciones, y era con carácter personal, fue rechazado por Isaac Peral, que se limitó a seguir con su labor.
El 17 de julio de 1889 se llevaron a efecto nuevas pruebas del submarino, obteniendo excelentes resultados, pero desde el ministerio se ponían constantes cortapisas a Peral, mientras se daba cuenta a la prensa de todos los pasos. Llegando el día 31 de julio

recibió una Real orden comunicada por el capitán general, en la que se decía que no se efectuasen más experiencias ni pruebas con el submarino, hasta que fuesen aprobadas por el Gobierno, y previa la correspondiente consulta, de modo que se suspendieron éstas hasta que se recibiese la correspondiente autorización. (Peral 1934: 94)

Con las debidas autorizaciones siguieron las pruebas, satisfactoriamente, hasta final de año.
El 27 de diciembre de 1889, la prensa se hacía eco de los éxitos del submarino. El diario “La República” decía:

El brillantísimo éxito que acaban de tener las pruebas de inmersión del submarino Peral, sirve en estos momentos de asunto a todas las conversaciones y justo es que así suceda, que alguna vez hemos de dar tregua los españoles a las luchas y a las preocupaciones del momento para coincidir en el elogio de lo que es verdaderamente grande y verdaderamente digno de aplauso.

Pero no toda la prensa, precisamente, apoyaba a Peral. La Época, El Correo y El Globo; que representaban el pensamiento de Cánovas, Sagasta y Castelar, respectivamente, le acosaban directamente desde los primeros momentos del submarino.
Ajeno a la cochambre, el éxito se reprodujo el 16 de enero de 1890, con la prueba de torpedos.
Llegados a este punto, donde el barco había superado todos los obstáculos, y con el nuevo ministro de Marina Juan Romero Moreno, que desempeñó el cargo desde el 21 de enero de 1890 a 5 de julio del mismo año, se le exigieron pruebas que excedían las cualidades de la nave, siendo que en el proyecto ya habían quedado expresadas, y que conforme señalaba en su respuesta a la orden, le faltaban setenta amperios hora para completar el ejercicio demandado, asegurando además

que en tal prueba se iba a destruir inútilmente un material de valor grande que estando prudentemente manejado podría prestar aún muchos años muy importantísimos servicios. (Peral 1934: 129)

y añadía:

Ante todo, decía, no hay buque alguno al que se le compruebe su radio de acción haciéndole recorrer toda la distancia que es capaz de salvar, sino que ésta se deduce de su capacidad de carboneras, que aquí equivale a la de acumuladores, que se puede medir de mil modos y de su velocidad experimentada sobre una milla medida; pero si a cualquier buque moderno de vapor, teniendo sus calderas dos años de vida se le pidiese que consumiese la  mayor parte de su carbón al régimen de su mayor velocidad dado el caso de que pudiese sostenerla, quedaría a consecuencia de aquella prueba con sus calderas inservibles, si no tenían durante la prueba serias averías. (Peral 1934: 129)

De nada sirvieron las advertencias. El ambiente de las pruebas del submarino empezó a enrarecerse todavía más, influido por el cambio en el ministerio del almirante Rodríguez Arias, por Romero Moreno.
Las maquinaciones de lo que se conocía como gobierno acabaron creando un organismo hecho a medida para cumplir sus objetivos. Para observar el desarrollo del submarino se nombró una Junta que quedó constituida el 12 de marzo de 1890, bajo la presidencia del capitán general, Florencio Montojo, al que acompañaban 11 miembros más, con algunos cambios en su composición durante el tiempo en que este órgano colegiado ejerció sus funciones.

la Junta se había formado con los más acreditados miembros científicos de la Armada, pero poco antes de reunirse por primera vez, se sustituyó a Joaquín Bustamante, hombre muy solvente en la materia, por Francisco Chacón Pery muy alejado del nivel del resto de los miembros y que además se había pronunciado públicamente en contra del submarino de Peral. Tampoco se puede pasar por alto que su hermano estaba trabajando para una empresa que había tratado de “sobornar” al inventor…/… Contra el informe colegiado de la Junta, emitió voto particular Francisco Chacón. (Crespo 2014: 15)

Bajo la supervisión de la Junta se desarrollaron nuevas pruebas culminadas con nuevos éxitos. Ante los mismos, la euforia nacional hacía que se soñase con algo que resultaba plausible. Entonces se escribían cosas como estas:

Lo más curioso de la prueba nocturna, que hasta la reticente junta tuvo que admitir había constituido un rotundo éxito para el submarino, es que este operó en superficie, con la torreta fuera del agua y un oficial en ella dirigiendo la maniobra y el ataque, táctica que durante la segunda guerra mundial, utilizada por los submarinos alemanes contra los convoyes aliados, mostró su letal eficacia. Peral no era, pues, tan solo un gran técnico capaz de diseñar y construir un submarino, sino un táctico visionario que anticipó alguna de las potencialidades que cincuenta años más tarde convertirían al submarino en un peligrosísimo enemigo para cualquier buque de superficie. (Rodríguez 2013. 43)

En nada beneficiaba el futuro del submarino esta euforia. El problema del gobierno era encontrar los medios de neutralizarla y arrumbar el invento. Máxime cuando habiendo efectuado las pruebas de combate, tanto de noche como de día, y en condiciones adversas y hasta forzadamente comprometidas, había quedado demostrada la perfecta operatividad de la nave. Fue tal el éxito que todos los sectores de la sociedad reclamaron el público reconocimiento de su inventor.
Quedaba demostrado, desde el punto de vista militar, que se trataba de un arma sin parangón, sumamente útil para la defensa de las costas y con un costo irrisorio en comparación con otras unidades; arma que, además de la seguridad militar posibilitaba el desarrollo industrial que tan necesario resultaba tras todo un siglo en el que las actividades en ese sentido habían sido manifiestamente contrarias, primero por la destrucción llevada a cabo por los socios extranjeros de los poderosos españoles, y posteriormente por la dependencia generada a favor de esos mismos socios. Un arma, además, imprescindible para defender las costas de la España Ultramarina, que si siempre había estado acosada, padecía en esos momentos un cerco letal.
Un arma que podía ser decisiva en un combate, también en alta mar, y que hubiese permitido la recuperación de Gibraltar, al posibilitar un cerco que difícilmente podría ser roto por el enemigo, y que permitiría ser acometida la plaza por tierra.
En definitiva, podía decirse que

Peral ha dotado a su patria de un poderosísimo elemento de combate que la hará respetada y temida en el exterior y contribuirá poderosamente a su engrandecimiento, y no sólo ha sacrificado su inteligencia y arriesgado su vida por ella, sino que ha rechazado en aras del amor patrio las tentadoras ofertas de una nación tan fuerte como astuta y falta de valor, que ve escaparse de sus manos como humo el poderío incontrastable que le da la supremacía de los mares. (Bárcena 1891: 44)

Eran evidentes esas aseveraciones, como evidente era la obsolescencia a que la actividad de los distintos gobiernos del siglo XIX habían abocado a la Armada. Al respecto, señalaba Gregorio Bárcena:

con el material de guerra que hoy tenemos no podemos ir con probabilidad de éxito a ninguna parte, y que con nuestros buques sólo podremos, por ejemplo, infundir pavor a los moros o a los filipinos, pero que allí donde una potencia europea hostilice nuestra bandera sólo podremos oponerles como firme baluarte los pechos de nuestros marinos, y por este medio no se obtienen victorias. (Bárcena 1891: 49)

Pero pocos eran los que descubrían que el enemigo de España estaba enquistado en las propias administraciones de España. Se reconocía, sí, algo que hoy ha sido borrado de las mentes de los españoles, que el enemigo es Inglaterra, pero no se reconocía que ese enemigo ya no actuaba con barcos ni con artillería, sino que sólo lo hacía con infantería, pero con una infantería que no utilizaba armas de fuego, sino armas mucho más letales: la propaganda, la desinformación, la dominación económica, el gobierno de España…
España llevaba ya ochenta años bajo la dominación directa de los británicos: sus banqueros, sus capitalistas, su industria, su prensa… Todo está desde entonces en manos británicas. Y su dominación es de tal magnitud que hasta la historia “conocida” por la mayoría del pueblo español ha pasado por el tamiz británico. Así, los piratas son señores románticos; la Gran Armada es conocida irrisoriamente como la “Armada Invencible”; la Armada Invencible británica que fue destrozada en La Coruña o la armada de Vernon que atacó Cartagena de Indias, nunca existieron; los conquistadores, los científicos, los literatos, los políticos… son ingleses. España no es, ni ha sido, nunca nada.
En algo tienen razón los británicos: el mundo es hoy británico; suciamente británico, inhumanamente británico, satánicamente británico. Y para que eso sea así fue necesario que la administración de España, que no española, tuviese la actuación que tuvo, en concreto, con el desarrollo y arrumbamiento del submarino Peral. Buena actuación la de los siervos de su majestad británica.
Sin embargo, no faltaban voces que señalasen qué debía hacer España con el submarino

España debera imponer la ley en todos los mares, sí, pero en nombre de la humanidad y protegiendo al más débil contra el más fuerte. (Bárcena 1891: 54)

España, como consecuencia de la posesión de esta poderosa arma de guerra, será, según el proceso lógico del tiempo y de los sucesos, la única dueña de los mares y su poder como potencia marítima incontrastable. (Bárcena 1891: 54)

Afirmaciones ciertas; afirmaciones que no escapaban a la atención de los enemigos de la Humanidad, que tenían muy claro qué debían hacer para evitar que eso fuese así.
El peligro de que se malbaratase todo ese sueño era manifiesto, y la deriva que llevaban los acontecimientos hacía que los patriotas del momento se temiesen lo peor, por lo que hubo quién señaló:

Sin embargo, este poderío, que constituye el bello ideal de todos los patriotas, podría verse en peligro y aun escapar de nuestras manos muy sencillamente: un capitán de uno de estos buques que hiciese traición a su patria, aunque afortunadamente en nuestra marina no se conocen los Opas, un oficial de taller que mediante el soborno revelara secretos de construcción o un funcionario infiel que pusiera documentos importantes en manos interesadas, podría hacer fracasar o entorpecer al menos nuestro engrandecimiento naval; por eso serán buenas cuantas precauciones se tomen en el sentido de guardar el secreto en todo y las penas más severas para los traidores si desgraciadamente los hubiera. (Bárcena 1891: 61-62)

Y es que todo señalaba ese fin. El objetivo era que España no desarrollase el submarino, y además, Peral debía pagar por no haberse doblegado a los intereses británicos. Así, en 1890, Peral fue arrestado por orden del ministro de Marina  Juan Romero Moreno.
El motivo aducido fue que en 1889 había efectuado un viaje a París sin haber avisado al ministro de Marina. En principio, el motivo es justificado, pero ¿qué había sucedido en realidad?: Se había celebrado en París la exposición internacional; Peral manifestó su deseo de asistir, y fue autorizado verbalmente por su Capitán General. A su vuelta fue recibido por el ministro, que le dijo no haber tenido noticia del viaje. Este fue el motivo del arresto de mes y medio a que fue condenado, aunque finalmente fue absuelto por falta de pruebas.
Venimos hablando de traición, y Gregorio Bárcena apunta como posible la llevada a cabo por un oficial, pero desde el principio hasta el final, no fue el traidor un oficial, sino el gobierno y la Regencia. Y el castigo que reclamaba para los traidores… inexistente.
El 7 de junio de 1890, en una nueva inmersión se produjo un nuevo sabotaje en la válvula atmosférica, que fue magistralmente salvado por la pericia de Peral, pero contra lo que no podía era contra las intrigas del gobierno, que encontraron motivo para rechazar el arma que a todas luces necesitaba España en la pericia del vigía de un supuesto objetivo del submarino en simulacro de combate.

La Junta técnica pedía mejores resultados. A su juicio, el submarino había fallado en las pruebas de simulacro de ataque diurno con torpedos al crucero Cristóbal Colón, iniciadas el 21 de junio, tenía que haberse aproximado para atacar a unos 400 metros sin ser avistado, pero el Peral fue detectado con antelación, al ser avistada su «torre óptica» o periscopio a una distancia mayor de la máxima especificada para las pruebas. Aquello se debió a que las pruebas tuvieron lugar en un día claro, de mar algo tendida que obligaba al submarino a llevar la torreta fuera algo más de lo normal para efectuar la aproximación al crucero, cuya dotación estaba atenta a los movimientos del Peral en lugar de estar enfrascada en la simulación del bombardeo a Cádiz, y como el crucero también estaba lleno de autoridades e invitados conocedores del programa, que escudriñaban el horizonte todos a la vez, vieron la torreta a distancia, anularon el factor sorpresa y localizaron al submarino antes de que pudiera alcanzar la posición de ataque. En cambio el Peral realizó ataques nocturnos a menos de 200 m del blanco, sin ser detectado a pesar del empleo de proyectores. (Rodríguez 2015: 40)

Para nada tuvieron en cuenta aspectos como la claridad del día y el hecho de que el vigía sabía que de forma inminente debía aparecer el submarino por alguna parte, con lo que el factor sorpresa estaba totalmente desechado. De nada sirvieron los otros éxitos; el ser visto por un especialista que esperaba su aparición, fue determinante para declarar inútil el invento.
Pronto empezaron los detractores a explotar el hecho. Entre ellos, alguien que destacaría en el desastre del 98: el almirante Montojo Trillo.
En medio de todos los plácemes populares y de expertos, cayó el gobierno liberal y subieron los conservadores, en cuyo equipo estaría el ministro que daría la puntilla a Peral. El cinco de julio de 1890, dos semanas después de la exitosa prueba llevada a cabo en Cádiz, la regente forzó un cambio de gobierno. Sagasta fue relevado en el poder por el conservador Cánovas, que también era opuesto al proyecto, y se hizo cargo del ministerio de marina José María Beránger, que creó un Plan de Escuadra con presupuesto de 225 millones de pesetas en el que se eliminan los acorazados.

El Ministro José María Beránger designó un Consejo Superior de la Marina con hombres de confianza, nombrando entre ellos al capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, sospechoso según algunas fuentes de ser espía al servicio de EEUU y que había sido Agregado Naval en Washington durante 5 años. Estando destinado en Cuba y poco antes de los combates el entonces capitán de navío deserta de su puesto como jefe de la estación de Matanzas huyendo a EEUU. La prensa norteamericana de hizo eco de la presencia de un mando español que había estado destinado en Washington años atrás aunque dando un nombre falso "Remigio Zapatero" que portaba una carta cifrada. (Santos 2016)

También causó baja en la Junta Joaquín Bustamante, sustituido por Francisco Chacón Pery que se había publicado abiertamente en contra del submarino y cuyo hermano trabajaba para una empresa que había tratado de sobornar a Peral.
¿Forzó la regente el cambio de gobierno forzada a su vez por Inglaterra?, ¿estaba el submarino en el fondo de la cuestión? Lo único cierto es que a partir de este momento la situación de acoso al submarino y a la persona de su inventor llegó a tal extremo, que Isaac Peral acabó escribiendo una carta a la Regente en la que entre otras cosas decía:

Sería tan largo exponer aquí a V . M. todos los antecedentes extrañísimos que han precedido a estas pruebas, que tendré que limitarme forzosamente a exponer el conflicto actual, aunque por otra parte, son tan evidentes las razones que me abonan, que bastan sin más antecedentes, para que se pueda formar juicio. (Peral 1934: 109)

Sí, la regente Maria Cristina le envió un observador personal, Antonio Armero, que puntualmente informaba de los avances observados. ¿Qué uso hizo la regente de estos informes? Desconozco la respuesta.
Lo que sí conozco es que las alabanzas se tornaron en críticas y en solo unos meses se pasó de la euforia al boicot y al desencanto…y, finalmente, al abandono del proyecto de submarino. Y lo que también es conocido es que, justo en esos momentos, en mayo de 1890, Alfred Mahan, almirante de la armada usense, publicaba un famoso trabajo titulado “La influencia del poder naval en la Historia”, que tuvo una gran influencia en todos los países, y cuyas ideas habían significado un importante rearme de la fuerza naval usense.

El pensamiento político-estratégico de Mahan se hizo manifiesto en la política de los Estados Unidos durante la presidencia de William Mac Kinley, 1897-1901, cuando Teodro Roosevelt fue nombrado subsecretario de Marina. Y tuvo influencia decisiva en la guerra hispano-americana por medio de sus consejos a Roosevelt y por la vía oficial y participativa cuando se le designó miembro del Gabinete de Guerra Naval, el órgano asesor del secretario de Marina, John Long, para conducir las operaciones navales durante el conflicto bélico. (Cerezo: 178)

Sin embargo, el gobierno español no lo tomó en consideración. La Junta, para salvar su prestigio, naturalmente debía encontrar alguna deficiencia en el submarino, por lo que, y además de los sucesivos sabotajes, pondría un observador cercano dispuesto a llevar a cabo lo que le mandasen.

El Capitán de Fragata Víctor Concas, que llegaría también a ministro de Marina, se encargó de tergiversar las pruebas de mar del submarino, acusando a Peral de poner en riesgo a sus tripulantes, todos entusiastas voluntarios, y de ideas políticas republicanas. (Crespo 2014: 13)

Concas, que había estado destinado en la Comisión de Marina en Londres, amigo personal de Cánovas y que había tratado de que Peral aceptara, sin éxito, entrevistarse con Zaharoff, se contaba entre los enemigos más acérrimos de Peral.
Pero en la comisión había otros “amigos” de Peral: el capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, que había sido Agregado Naval en Washington, o el teniente de navío Francisco Chacón Pery. Todos los que se opusieron al proyecto de Peral dentro del Ministerio de Marina, tuvieron relación en algún momento de su carrera con comisiones en el extranjero: Víctor Concas, en Londres; Bermejo, en Berlín; Ruiz del árbol, estaba en Cuba y desapareció en EE. UU. al estallar la guerra…
Los fallos que inexcusablemente tenía la nave, no pasaban de ser menores, y para nada achacables a la navegabilidad. Debían ser corregidos, sí, pero no sólo no fueron corregidos, sino que sirvieron como argumento peregrino para arrumbar el clavo ardiendo que necesitaba España para salir del marasmo y el coloniaje que sigue padeciendo hasta hoy mismo.
La Junta le pidió que el submarino cumpliese tres condiciones:

1º.- Mayor estabilidad en superficie;
2°.- Una velocidad de seis a siete millas por hora para la marcha normal durante veinticuatro horas y de diez a doce durante seis horas;
3°.- Perfecta regulación para poder sumergirse con facilidad, seguridad y confianza.

La estabilidad en superficie con mala mar de costado estaba ya prevista en la memoria inicial y con solución matemática ya calculada.
En lo relativo a la velocidad, Peral marcaba como velocidad punta 8 nudos; la Junta exigía 12 nudos… con propulsión estrictamente eléctrica mediante baterías ideadas por el propio Peral, cuando en la II Guerra Mundial, ya desarrollado el submarino, no alcanzaban los ocho nudos.
En cuanto a la regulación, Peral ya señalaba en su memoria que se debía únicamente a la defectuosa construcción en el arsenal de los tanques de lastre, con lo que en un posterior prototipo la cosa estaba resuelta.
Tres cuestiones previstas; tres fallos importantes a todas luces subsanables; tres errores imperdonables… Dos cuestiones de fácil solución y una de fácil comprensión. Sin embargo, la Junta aprovechó para cargar contra el invento y contra el inventor, exigiendo una máquina perfecta y un dios como inventor. Se cargaron las tintas, se obviaron resultados, tratando de casualidad operaciones realizadas con maestría, como el hecho de haber emergido exactamente en lugar prefijado, se ninguneó el invento porque no podía verse a través del casco, y se acusó de excesivo gasto… ¡a una nave que costaba menos que una cañonera!
Peral resolvió no sólo el problema de la inmersión sino también el de la visión una vez sumergido y el de aireación, entre otras novedades.

Cuatro depósitos y un purificador de aire permitían que una tripulación de 12 hombres pudieran respirar con autonomía más de 50 horas. Disponía de otros equipos imprescindibles como su torre de visión indirecta que, asomándola a superficie y por medio de un prisma, proyectaba lo que ocurría en el exterior sobre una mesa que se regulaba en altura para enfocar la imagen. Con este aparato se calculaba la distancia a la que se encontraba el objetivo con el fin de realizar el disparo de torpedos. (Chacón: 2013)

La construcción del prototipo costó 300.000 pesetas siendo escaso comparándolo con un acorazado de la época, cuyo coste era de unos 40-50 millones de pesetas y el de un crucero acorazado de unos 30 millones.
La verdad es que la investigación de Peral fue determinante para alcanzar un éxito con aplicaciones directas e inmediatas, que tomaron forma en el diseño de dos motores de 30 caballos de vapor, cuando el motor eléctrico más potente del momento alcanzaba a desarrollar siete caballos, y era usado para mover tranvías. Peral consiguió algo que en el momento parecía ciencia ficción: creó elementos movidos a 500 voltios y 50 amperios, para lo que utilizó 613 baterías que había adquirido en Bélgica, a las que sustituyó las cajas de madera por otras de ebonita, aumentó el grosor de las placas, sustituyó los ácidos y añadió limitadores que evitaban la sobrecarga y la generación de gases nocivos. Creó una nueva batería que con los años acabaría siendo importada por España como “baterías Tudor”.
Los personajes que en primera instancia fueron responsables de la destrucción del proyecto, que no los únicos, fueron: El Presidente del Consejo de Ministros Cánovas del Castillo, el ministro de Marina José María Beránger, Víctor María Concas, Emilio Ruiz del Árbol, Julio Álvarez Cerón (miembro de la comisión técnica) y Basil Zaharov.

Y es el caso que, pese al fallo en los tanques de inmersión, corregido sobre la marcha por Peral y que hubiera podido ser decisivo, el primer prototipo navegó más de 300 millas tanto en la bahía de Cádiz como en mar abierta, a lo largo de una serie de pruebas tan completa como dura cuya superación demostró la eficacia del arma y su razonable grado de seguridad, habida cuenta que no tuvo un solo accidente o percance serio en el curso de ellas. (Rodríguez 2013: 48)

Sin embargo, no se le permitió hacer una prueba, tal vez la más significativa… o al menos de tanta importancia como las otras: atravesar, sumergido, el estrecho de Gibraltar. ¿Cual fue el motivo de esa prohibición?... ¿Tal vez un veto inglés? Dadas las circunstancias es dudoso que fuese necesario ese veto. Las instrucciones ya las llevaba, en vena, el ejecutivo.

Lo acontecido fue que a España se le pidió o se le prohibió que tuviera submarinos, y que con ellos despertara las inclinaciones dominadoras de la raza. Se le prohibió, en suma, que se preocupara de cosas militares, sobre todo para alcanzar una supremacía de armamento sobre otras naciones. Cuando Cánovas del Castillo presentó al Parlamento su ley de Escuadra, haciendo gastar mil millones de pesetas al país, incluyó en ella lo que se le permitía tener a España: acorazados y cruceros que no aumentaban en un ápice la potencia militar. Santiago de Cuba, que sucedió a poco, pareció un castigo providencial. (Pérez 193-: 155)

Como en tantas ocasiones, el optimismo popular se quedó en bien poco. Las gentes iban tragando las bolas emanadas desde los gobiernos títere, y sólo algunos salieron a la calle para dar cuatro gritos.

El 24 de agosto de 1890, una manifestación recorrió las calles de Madrid, desde el Paseo del Prado donde comenzó hasta el Ministerio de Marina. Los gritos y consignas eran: ¡Viva Peral y su invento!, ¡Háganse submarinos. España quiere submarinos! Vidas y haciendas por la Patria. El pueblo de Madrid pide protección para el sabio marino y sus compañeros. Construcción de una escuadra de submarinos. Y los más airados: «¡Basta de Comisiones! ¡Fuera la Comisión Técnica! ¡Abajo los envidiosos!». (Rodríguez 2007: 354)

Todo había terminado. Poco han significado siempre las manifestaciones populares, y poco significaron en este momento. En septiembre se reunió el Consejo de la Marina, que acabó suspendiendo la construcción del submarino, procediendo a desguazarlo.
El único obstáculo, el ingeniero Isaac Peral, tras la pasión, sólo le quedaba el Calvario. Ahora le tocaba recibir los últimos insultos de los agentes británicos. A ello se habían estado preparando. El momento para soltar sus escupitajos se produjo el  6 de octubre de 1890, cuando se comunicaba a Peral que

El Consejo se hallaba de acuerdo en considerar, que el torpedero eléctrico sumergible ideado y construido por él no llenaba las condiciones que su autor se había prometido, siendo la causa, la falta de práctica, sin duda, en la ciencia de las construcciones navales. (Peral 1934: 177)

Mentira que el mismo Consejo desvelaba líneas adelante cuando en el mismo comunicado le proponían

construir otro nuevo submarino, con arreglo a planos que él presentara y al proyecto que propusiera, para seguir un estadio que tanto apasionaba a los pueblos cultos; aprovechando de este modo los conocimientos, patriotismo, laboriosidad, celo y buen deseo que adornaban al inventor del submarino; así como la experiencia por él adquirida. (Peral 1934: 177)

Evidentemente, la propuesta no pasaba de ser más que una trampa del gabinete de Cánovas, que hacía la propuesta a sabiendas que iba a ser rechazada por Peral dadas las condiciones impuestas, entre las que incluía la Junta que tanto había hecho por arrumbar el proyecto, y utilizar los materiales del primer prototipo, lo que significaba su desguace a pesar de haber demostrado su viabilidad, y utilizar los aparatos incorporados al primero en la construcción de un buque de tamaño reducido que probablemente lo incapacitaba para el objeto a que era destinado.
Peral accedió, pero como evidentemente sólo se trataba de una artimaña, surgieron nuevas pegas que acabaron por decidirle a pedir la baja en la Marina. Eso sucedería el 5 de noviembre de 1891.
Oscuros intereses nunca aclarados, pero a la vista de lo expuesto, evidentes, motivaron que las autoridades del momento desecharan el invento y alentaran una campaña de desprestigio y vilipendio contra la persona del inventor, al cual no le quedó más remedio que solicitar la baja en la Marina e intentar aclarar a la opinión pública la verdad de lo sucedido.

Para algunos autores Peral contestó de forma arrogante e indisciplinada a una orden, que al fin y al cabo, disponía que se construyera otro submarino bajo su dirección. Pero para el hastiado inventor, aquello no era más que una trampa, dirigida a salvar al ministro y al gobierno de la responsabilidad de abandonar la investigación, y no una oferta real. (Rodríguez 2007: 350)

Lo que sí queda meridianamente claro es que el ministro de Marina, Beránger, y el gobierno Cánovas, impidieron que España se dotase de un arma sin parangón en ese momento, y que ocho años después, en la guerra contra EE UU (que ya se dejaba entrever) pudo haber significado la diferencia entre derrota y victoria.
Entonces, el gobierno democrático mancilló la gloria legítima que alcanzó Peral; la ensució, la pateó, la envileció, como si hubiera sido un traidor a su patria, cuando los únicos traidores eran ellos.

El invento de Peral fue una verdadera máquina de guerra, armada con torpedos de gran eficacia y resuelto felizmente el sistema de navegación, estabilidad y propulsión submarina. Sin quitarle mérito a nadie, los otros ingenios submarinos de la época eran elementos para estudiar la fauna marina, pero nunca resolvieron los problemas que tenían para dedicarlos a ser una eficaz arma de guerra. (Brufao 1998: 63)

Pero la mentira del gobierno de asalariados británicos no era más que un eslabón más en la cadena de traición a la Patria urdida por el sistema. Traición a España y prevaricación, porque el gobierno democrático afirmó por activa y por pasiva que en el submarino no existía ningún tipo de invento, siendo que en marzo de 1890, y posiblemente movido por la marcha de los acontecimientos, el inventor varió su forma de actuar, que era entregar a la Patria, de forma altruista sus descubrimientos, patentó una batería que entraba como componente del submarino. Aunque por una parte muy menor del invento, y al menos para la Historia, también en los aspectos administrativos puede Peral restregar a los traidores a la Patria que son prevaricadores.
Por cierto, que finalmente se vería obligado, económicamente, a vender la patente a una empresa extranjera que luego nos ha suministrado las baterías Peral con el nombre “Tudor”.
Por todo lo visto parece evidente que

existían otras poderosas razones para enterrar el proyecto que no se podían ni mencionar, ante lo cual, los argumentos peregrinos ocuparon su lugar. (Rodríguez 2007: 348)

Pero hundido el submarino, lo importante para los agentes británicos era hundir definitivamente también al inventor. Así, una Real Orden dispuso: “Por acuerdo del Consejo de Ministros y de conformidad con lo informado por la Superioridad de Marina, no solo se rechazan sus proposiciones para construir un nuevo submarino, sino que el ministro de marina Beránger, ordenó el 11 de noviembre de 1890 a Peral entregar el torpedero submarino y todos sus cargos en el arsenal de La Carraca. También tuvo que entregar toda la documentación, memorias y planos. Peral era expropiado de aquello que con su sólo intelecto había producido.
No contentos con esas humillaciones, lo calificaron de ignorante y de plagiario alegando que en 1776 Bushnell había lanzado su "Tortuga", y que en 1844 el francés Páyeme pretendía con un invento suyo romper las rocas de las profundidades del mar; que en el 1851 (precisamente el año de su nacimiento) se destrozaba en Kiel por falta de resistencia en el casco, el invento sacado a luz por Bauer.
Se le acusó de comprometer el nombre de España con sus experimentos, los recursos del erario público y las vidas de los héroes que le acompañaban en sus pruebas submarinas.
Todos los enemigos de España tenían plena libertad para atacar al genio, y los más conspicuos, los miembros de la Junta, obtuvieron posteriormente importantes cargos públicos. La conspiración había triunfado y era el momento de repartir los merecidos premios.
Así, Montojo fue elegido senador por la provincia de Cáceres y ministro de Marina, año que también ascendió a Vicealmirante. Estupenda carrera para el artífice de la batalla de Cavite ocho años después. ¿Echaría en falta el submarino en esta ocasión?... ¿o tal vez esa batalla fue la culminación de su carrera?
El submarino fue varado poco después a escasos metros del lugar donde solo un par de años antes había sido botado. Comenzó así un periodo de abandono que condujo paulatinamente al más absoluto e incomprensible de los olvidos, siendo remitidas algunas de sus piezas a los Estados Unidos.
Peral se vio abocado en pocos meses a pedir su baja en la Armada y el proyecto del submarino quedó abandonado por completo.
De poco sirvió a Peral su más que lógico enfado. La prensa, manifiesta aliada del gobierno, se negó a publicar el manifiesto que Isaac Peral redactase en su descargo. En el mismo afirmaba:

el Consejo Superior de la Marina, el ministro de Marina y los asesores extraordinarios con que el ministro quiso robustecer ese Consejo, han cometido todos errores muy graves, arrastrando al Gobierno a sancionar .una determinación injusta y arbitraria, y como al adoptar estas determinaciones que toda España conoce, se han causado, en mi opinión, graves perjuicios morales y materiales al país, se han desconocido con fundamentos especiosos, derechos míos personales que están amparados por las leyes vigentes, se han cometido verdaderas inconveniencias lamentables y ya irremediables y se me han inferido, pública y oficialmente, agravios, que no creo haber merecido como premio a mis modestos, pero leales servicios. (Peral 1934: 191)

En Francia, en Alemania, en Rusia, en cualquier país en que las defensas militares están bien organizadas, es considerado como delito de alta traición el revelar las disposiciones militares de una fortaleza, y el nacional o extranjero que es sorprendido en estas maniobras, es considerado como espía, a quien los gobiernos interesados aplican las más severas penas de la ley marcial. En España, en el caso actual, ha sido un miembro del Gobierno el que ha mandado estampar en la Gaceta el secreto de una importante defensa militar de la Nación. (Peral 1934:)

La prensa,  fiel servidora del régimen, sin embargo, sí publicaba y se manifestaba con la elegancia que le es propia. Así,  “La Época” de 10 de enero de 1891 arremetía contra Peral:

Sentimos decirlo; pero en estos momentos resulta perfectamente claro que el señor Peral, hombre científico, es a la vez más impresionable y más personal de lo que debía esperarse de un hombre dedicado al cálculo; como también que carecía en absoluto de la experiencia do lo que son en España la política, los políticos y el vulgo…/…

Los hechos así lo han probado, en el caso actual, del modo más palmario. Se ha gastado en el submarino un millón de pesetas, y el resultado ha sido que no sirve para navegar bien a flote ni bajo del agua; que no so puede reformar, por ser los planos defectuosos, y que no sirve ni aun para la defensa de puertos, puesto que es visible de día a larga distancia…./…

el Estado ha empleado la suma relativamente considerable, de un millón de pesetas en investigaciones de carácter científico, sin conseguir que ese sacrificio sirva siquiera de estímulo para un objeto poco atendido hasta aquí en nuestro país; antes al contrario, ha servido para estimular la falsa popularidad, la declamación sedicente patriótica y el triunfo del vulgo, que todavía en estos momentos repite «que el pueblo juzga de los descubrimientos científicos con el corazón y no con la cabeza…/…

La causa única de ese triste resultado consiste, en nuestro concepto, en la inexperiencia del señor Peral, que se ha dejado extraviar por la falsa popularidad y que no ha meditado bien acerca de la posición y de las responsabilidades del Gobierno en el asunto del submarino.

Así escribe la historia el sistema…
Ya el asunto estaba sentenciado, no hacía falta remover más el estiércol, pero sin embargo parece necesario, para terminar, los juicios que el eminente ingeniero José Echegaray vertiera sobre el asunto en su obra “Examen de varios submarinos comparados con el Peral”:

Los adversarios del insigne marino, o por lo menos de su célebre buque, afirman que la supuesta invención ni es invención, ni novedad, ni descubrimiento, ni otra cosa que una especie de recopilación, a bordo de un casco de acero, de aparatos, invenciones y sistemas tan conocidos como vulgares, y hartos de correr por libros, folletos y monografías. (Echegaray 1891: 1)

El aparato de profundidades inventado (esta es la palabra: inventado) por el insigne marino; funciona no sólo en el movimiento, sino cuando el submarino esta parado. (Echegaray 1891: 23)

Sube y baja, y ha subido y ha bajado hasta la profundidad apetecida, unas veces desde la parada, otras en marcha, hasta tal punto, que los timones movidos a mano que como sistema auxiliar estableció el Sr. Peral, han resultado completamente inútiles. Esto se consigna en todos los informes (Echegaray 1891: 23)

El Peral recorre todo el espacio del mar, en todas las profundidades y en todos los rumbos, (Echegaray 1891: 24)

Yo creo, en suma, que el submarino Peral merece el nombre de invención; que el señor Peral ha sido un inventor; que en cualquier país hubiera podido tomar privilegio por su buque, y que no sólo en el terreno de la ley escrita, sino en el terreno más amplío de la razón científica, puede demostrarse con buenos argumentos la verdad de estas afirmaciones. (Echegaray 1891: 27)

El constructor de buques, por ejemplo, no descubre las leyes de la hidrostática y de la hidro-dinámica, las aplica a la flotación y al movimiento de las embarcaciones. (Echegaray 1891: 30)

y no se diga que el aparato de profundidades y el péndulo eléctrico son tan absolutamente sencillos que no logran constituir un invento. La objeción es  absolutamente inaceptable. (Echegaray 1891: 36)

el submarino Peral me parece lo más perfecto, o de lo más perfecto que se ha inventado; y pongo este dilema, porque ni soy infalible ni conozco todo lo inventado en esta materia. (Echegaray 1891: 100)

me parece que la célebre prueba en mar libre, a diez metros de profundidad, con rumbo constante y durante una hora, es un resultado importantísimo, y del cual debiéramos estar orgullosos todos los españoles; no lo estamos, según parece, pues sera que somos grandemente modestos: Dios nos lo premie. (Echegaray 1891: 100)

¿A qué cansarme en escribir lo que nadie, ni aun por curiosidad, ha de leer? (Echegaray 1891: 23)

Parece que sobra todo comentario.
Peral fue candidato al Congreso de los Diputados por el Distrito del Puerto de Santa María en tres ocasiones: 1890, 1891 y 1893. En julio de 1890 ganó a un hijo de Beránger pero no llegó a ocupar el puesto. En noviembre de 1891 se produjo un pucherazo, y en 1893 no salió elegido.
Y el 23 de mayo de 1895, la prensa nacional se hacía eco de la siguiente noticia:

Según noticias particulares recibidas en Madrid, en esta fecha falleció en Alemania, a donde fue para curarse un cáncer, después de una terrible operación, el exoficial de nuestra Armada y notable electricista D. Isaac Peral.
La inmensa popularidad que tuvo cuando acometió la empresa de resolver el problema de la navegación submarina le hace digno de recuerdo, pues aunque el éxito no coronó sus esfuerzos, siempre tendra a su favor en el juicio de la posteridad sus deseos por el engrandecimiento de su patria. (Soldevilla 1896: 269)

¿Cometió fallos Isaac Peral?... Tal vez no estuvo acertado al presentar su candidatura a diputado a Cortes por Puerto de Santa María contra un hijo del Ministro de Marina, Beranger; el ministro, ya predispuesto contra él, no le había de perdonar la derrota de su hijo.
En otros aspectos… De la importancia que tuvo el permanente y exitoso sabotaje llevado a cabo contra Peral y su submarino nos da cuenta quien, si en España hubiese existido un gobierno español, hubiese sufrido sus consecuencias

“El almirante norteamericano Dewey reconoció ante el Congreso de su país que, en 1898, nunca hubieran atacado de la misma manera de haber tenido España submarinos.” (Orte 2015: 48)





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