viernes, junio 01, 2018

LA MARINA ESPAÑOLA ANTE EL DESASTRE DE 1898


Cesáreo Jarabo Jordán

La decadencia de la marina española se venía gestando al compás de la decadencia nacional, pero el golpe definitivo tuvo lugar el 21 de octubre de 1805 con la batalla de Trafalgar, cuyo análisis no es objeto del presente trabajo, y llegó a la mínima expresión en la primera mitad del siglo XIX.
No obstante, Trafalgar no significó la puntilla decisiva a una armada que aún hubiese podido ser operativa si se hubiesen llevado a cabo las oportunas reparaciones y no se hubiese paralizado la construcción de nuevos buques.



Al iniciarse la guerra de la Independencia todavía se conservaban los restos de la gran flota de Trafalgar (42 navíos, 30 fragatas, 30 corbetas, etc.), pero la absoluta paralización de las construcciones redujo en tales términos los efectivos de la escuadra que, al morir Fernando VII, las embarcaciones mayores y menores no sobrepasaban el número de 35, con una dotación de algo más de medio millar de hombres. Los primeros planes de restauración de la escuadra se ejecutan reinando Isabel II, actuando de promotores los ministros de Marina marqués de Molins y MacCroho.  (Rumeo 1999: 24)

Algo inaudito para una nación como España, presente en los cinco continentes, siendo considerada su fuerza naval la décima del mundo en esos momentos. En el concierto europeo el Ejército español estaba valorado entre el sexto y el octavo.
Esta valoración sería progresivamente inferior en el transcurso del siglo como consecuencia del abandono que sufrió no sólo la Armada sino la nación entera. Y es que, desde el desastre de Trafalgar en 1805, la Marina fue olvidada, como si de ella no dependiese nada, y para la cual, el ejecutivo, que rebosaba mezquindad para todo lo que representase España, nunca tenía presupuestos, por lo que ni se podían construir nuevas unidades ni se podían reparar las existentes.
Presupuestos mezquinos. Pero presupuestos mezquinos para la renovación y mantenimiento de la flota, no para otros menesteres, llamando poderosamente la atención la diferencia existente entre la Marina en tiempos de Fernando VI, que contó con un presupuesto anual de ochenta y cinco millones de pesetas, y la de Isabel II, con un presupuesto ocho veces mayor… o con la Marina de 1898, con un presupuesto diez veces mayor que el de tiempos de Fernando VI y una vez y media el presupuesto de Isabel II.

Carlos II gastaba anualmente 39.973.000 pesetas; Felipe V, 84.819.325; Fernando VI, que puso en pie de guerra un ejército de más de 100.000 hombres, creó una marina de 85 buques y dotó con magnificencia todas las clases, consumió cada año 84.947.849; Carlos III elevó los gastos a 116.056.014; Carlos IV, a 177.000.000; Fernando VII gastó 154.743.400 en tiempos de Garay, 166.203.331 en épocas liberales y 113.500.000 durante el ministerio de L6pez Ballesteros; Doña Isabel II vio pasar sus presupuestos de gastos de 296.094.293 a 664.047.900, Y después han llegado a 906.274.687 (Isern 1899: 204)

Con una particularidad, por señalar alguna… Para la renovación y puesta al día…

En 1799, disponía la Armada de un presupuesto casi doble del más elevado desde la Restauraci6n hasta 1888, puesto que en aquel presupuesto se le asignaban 75.036.514 pesetas y en el de 1887•88 sólo 44.572.322. (Isern 1899: 333)

Este descontrol no fue debido a la acción de una persona, de un grupo o de un partido, sino de todo un sistema; sin lugar a dudas se trata de la acción metódica, dirigida, para conseguir la postración de España. Debemos tener en cuenta que desde 1805, en que la flota española queda deshecha en Trafalgar, a 1898, pasan por la cartera de Marina nada menos que 140 Ministros, lo que corresponde a una media de un Ministro cada poco más de siete meses.
Durante ese periodo, la ciencia aplicada a la marina, había sido adoptada por todos los enemigos tradicionales de España. Inglaterra, Francia, Alemania… habían aplicado esos avances, que no eran desconocidos por los gobernantes españoles puesto que algunos de ellos eran invento directo de españoles.
Y si los países europeos habían desarrollado esos avances, los Estados Unidos no habían quedado atrás; así,

En 1889, ocho años antes de la declaración de guerra a España, el secretario de Marina presentó un plan de Escuadra basado en la construcción de buques acorazados de gran desplazamiento con cañones de grueso calibre capaces de proporcionar una gran masa de fuego; se les denominó sea going coast-line battleship y al año siguiente se ordenó poner las quillas de tres buques acorazados de esta clase: Indiana, Oregon y Massachussets de 10.000 toneladas, con coraza de 18 pulgadas, armados con 4 cañones de 15 pulgadas —33 cm- y 17 nudos de andar. En el mimo año se dio la orden de fabricar el crucero protegido Columbio y al año siguiente el Minneapolis ambos de 8.100 toneladas. (Cerezo: 183-184)

En el curso de catorce años se echaron al agua 5 acorazados, 3 cruceros acorazados, 15 cruceros protegidos, 16 cañoneros y otros muchas unidades menores cuyo potencial de combate era muy superior al de las unida des aptas para la guerra en España cuya Escuadra de combate disponía de un acorazado anticuado, de poco andar y escasa autonomía, el Pelayo, 4 cruceros acorazados, el más poderoso de ellos, el Colón, falto de su artillería principal, un crucero protegido y 16 unidades del tipo cañonero, torpedero y destructor, inferiores a la 550 toneladas de desplazamiento. (Cerezo: 187)

Pero esos gobernantes españoles, que conocían lo que pasaba fuera de nuestras fronteras porque pasaron periodos de estancia justamente en Inglaterra, donde acudían no se sabe exactamente para qué, no adoptaban para España esos avances.
¿Qué se traían de Inglaterra?... La desamortización, la venta de las minas a compradores extranjeros, principalmente ingleses, negocios como el ferrocarril, especialmente beneficioso para Inglaterra, el control de las industrias españolas por parte de Inglaterra…
Y la desindustrialización, la venta fraudulenta de las propiedades de la Iglesia y de los municipios, la proletarización de importantísimo número de trabajadores para España, y la miseria.
Con esas medidas, España se quedaba radicalmente rezagada, con la añadida sinrazón que tanto en el campo civil como en el militar había sobrado personal que se encontraba al día de los avances tecnológicos. Científicos civiles y militares como Echegaray, González-Hontoria, Bustamante, Villaamil o Isaac Peral eran referentes mundiales  en la vanguardia de la investigación e inventaban un cañón, un torpedo, una mina, un destructor, y el primer submarino en 1888.
¿Para qué había de servir esa inventiva y ese esfuerzo en una nación cuyo gobierno se vanagloriaba de sentirse protegido por Inglaterra?
Y en cuanto a la aplicación de los recursos ¿Dónde se iban los presupuestos archimillonarios de la Marina a que hemos referencia líneas más arriba?...
El 10 de noviembre de 1897, el ministro de Marina, Segismundo Bermejo, expuso la penosa situación de la Armada, indicando que el personal contratado llegaba a las 6000 personas, a lo que hay que añadir el personal militar. Esas 6000 personas consumían el presupuesto de la Armada, cuyos responsables habían boicoteado el desarrollo del submarino, que tenía un costo de 300.000 pesetas por unidad.
Esa malversación de fondos tenía su consecuencia lógica en el desarrollo de la fuerza naval. La situación de la misma era exactamente conocida por los responsables, que efectivamente botaban barcos, pero, ¿en qué condiciones?

Aproximadamente desde el año 1883 hasta 1896, España y Estados Unidos lanzan al agua el mismo número de barcos pero el del segundo más que quintuplica en tonelaje al de España. (Giner 1999: 76)

Y en lo relativo a la potencia del armamento, la progresión sería similar, muy a pesar de los avances aportados por inventores españoles al respecto, siendo que a la hora de producirse la guerra hispano usense,

en piezas de artillería, de calibre superior a 200 mm. la proporción era de 7,7 a 1 para Estados Unidos. (Giner 1999: 77)

En el periodo que nos ocupa, 1898, el gobierno español era consciente de la necesidad que comportaba la defensa de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y el Pacífico, dadas las insistentes señales de alarma que sobre esos territorios se producían, muy especialmente desde los Estados Unidos, donde la gran influencia de las teorías de Mahan hacían que los planes militares usenses contemplasen atacar la península, Cuba y Filipinas. Con esos conocimientos, no sólo fueron desatendidas las necesidades de la Armada, sino que ni tan siquiera se reforzaron las defensas terrestres.
Durante varios años, la actividad armamentista de los Estados Unidos era manifiesta, y ocho años antes del gran desastre, en 1890, Alfred Mahan había hecho públicas las intenciones que marcarían la actuación de los Estados Unidos.

Como la distancia que los separa del istmo, aunque relativamente pequeña, es aún considerable, los Estados Unidos deberían obtener en el Mar Caribe bases adecuadas para servir de centros de operaciones accidentales o secundarias, las cuales, por sus ventajas naturales, susceptibilidad de defensa y proximidad al paso estratégico central ya referido, facilitarían a que sus escuadras permaneciesen tan cerca del teatro de la guerra como cualquier otro enemigo. Protegiendo suficientemente la entrada y salida por el Missisipi, con esos puertos avanzados en sus manos y manteniendo aseguradas las comunicaciones mutuas entre ellos y el continente; o en una palabra, con una preparación militar adecuada, para lo cual se tienen todos los medios necesarios, obtendrían los Estados Unidos en este lugar, con matemática certeza, la preponderancia que le confieren su situación geográfica y su poderío. (Mahan: 11)

En la consecución de sos objetivos, y como pasos previos, las incursiones filibusteras comenzaron a menudear especialmente a partir de 1868 en Cuba, cuyo litoral es de unos 3.575 km de longitud.
Las contramedidas tomadas distaban mucho de las necesidades reales.

Como primer cordón protector de las costas se precisaban buques de notable autonomía tamaño y poder artillero, capaces de detener incluso en aguas internacionales los mercantes expedicionarios, impidiéndoles el acceso, persiguiéndolos y alcanzándolos.../…La experiencia de las sublevaciones anteriores apoyadas desde el exterior y por vía marítima había puesto sobre el tapete la necesidad de contar también con una numerosa flotilla de buques de poco calado, capaces de introducirse lo más subrepticia y rápidamente posible por entre los numerosos canales, sorprendiendo las actividades de desembarco de voluntarios y material. (O’Donnell 1999: 106)

Ese fue, a la postre, el único capítulo que mereció cierto grado de atención por parte del gobierno, siendo que la mera existencia de esta cobertura guardacosta tuvo un enorme efecto disuasorio para muchos aventureros y buques.
No obstante, en este servicio figuraban tan sólo cinco cruceros y seis cañoneros, todo lo cual era manifiestamente insuficiente, siendo reforzado en 1897 con el aporte de 33 unidades más de poco tonelaje y poca fuerza artillera.
Estas unidades reforzaron las unidades operativas que llevaban en servicio diez años y que para el inicio de la guerra en 1898 estaban inoperativos:

El Alfonso XII y el Reina Mercedes desplazaban respectivamente 3.900 y 3.090 toneladas, con 84 m de eslora, 13 de manga y 9,5 de puntal, con un calado de 6,7 m. Alcanzaban una velocidad de entre 13 y 15 nudos, con una autonomía de 4.000 millas. Carecían de cubierta protectriz y su artillería principal constaba de seis piezas hontoria de 16 cm; 3 de 57 mm; tres ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. Tenían una tripulación de 380 hombres. (O’Donnell 1999: 116)

Con esta situación, en los momentos previos al acto final del drama, decía “El Mundo naval ilustrado” de 15-2-1898:

acabábase la guerra iniciada en Yara y nos cogió el grito de Baire sin barcos, sin ferrocarriles estratégicos y sorprendiendo a nuestros grandes políticos lo que los comerciantes sabían hace tiempo y lo sabía todo el mundo, menos los que no quisieron saberlo.

Esa penosa situación fue discutida calurosamente por muchos, pero nadie tomaba cartas en el asunto, y por supuesto nadie se atrevió a pronunciar la palabra “traición” para identificar, no ya al gobierno de Sagasta en 1898, sino a todos los gobiernos anteriores. En 1898 se hacía alguna alusión lejana a esa traición, pero en los demás casos, ni eso. Entonces, como ahora, parece España sujeta a un destino fatal en el que los españoles somos meros espectadores.
Muestras de que había conocimiento de la verdadera situación eran reflejadas por la prensa; así, en 1893, el periódico “El Imparcial” daba una advertencia:

Si un conflicto internacional sobreviene con una potencia cuyo material flotante sea superior al nuestro, la bizarra oficialidad de nuestra Armada sabra en sus barcos escasos y deficientes consagrarse a la muerte para salvar la honra del pabellón; pero no es eso lo que sus dignos individuos tienen derecho a demandar y la nación a exigir de sus Gobiernos. Gastando el 80 por 100 del presupuesto en personal y el 20 por 100 en material flotante no hay marina posible; porque llegado el caso ese numeroso personal, por heroico que sea, no ha de combatir a nado o en armadías. (Sánchez 1996: 204)

Las potencias extranjeras, como ahora mismo, también eran conocedoras entonces de esa situación, por lo que, con la tranquilidad que brinda semejante actitud, el 6 de agosto de 1885, el gobierno alemán anunciaba al gobierno español su intención de ocupar las Carolinas, a las que consideraba res nullius, territorio sin dueño.
Entonces sí (ahora ya no sucedería lo mismo), se convocaron manifestaciones patrióticas en las principales ciudades de España, mientras dos buques españoles: el San Quintín y el Manila ponían rumbo al archipiélago para su defensa, pero el cañonero alemán Iltis izó la bandera alemana y las tropas españolas se retiraron sin más el 25 de agosto de 1885, lo que ocasionó en Madrid un alboroto que acabó atacando la embajada alemana, dando lugar a una situación de preguerra que finalmente fue solventada con el arbitraje de la Santa Sede.
En la península, la escuadra sólo disponía de dos fragatas acorazadas de casco de hierro, la Numancia y la Vitoria, más otras dos, de casco de madera, la Sagunto, y Zaragoza, ambas en reparación. Otras viejas fragatas inútiles componían toda la fuerza naval española. En Cuba y Filipinas la situación no era mejor.
No era igual la situación de la fuerza alemana.

La escuadra del Kaiser contaba con un total de 13 fragatas acorazadas, por lo general más modernas, potentes y grandes que las españolas, 12 corbetas de hierro, muy superiores a las fragatas y corbetas de madera española, 6 de madera, 10 cañoneros (incluido el Iltis), 14 monitores para la defensa de costas y unos 57 torpederos. Todos aquellos buques estaban en mucho mejor estado de eficiencia y preparación que los españoles. (Rodríguez 2007: 102)

Pero finalmente no se produjo la guerra dado que ambos contendientes se sometieron al laudo papal, en cuyo protocolo fue firmado el 17-12-1885, España conservaría su soberanía en Carolinas al tiempo que concedía ventajas a los súbditos alemanes que decidieran asentarse en las islas, así como una estación naval alemana.
Los políticos manifestaron entonces la necesidad de modernizar la Armada. Era una discusión que venía de largo y que inexorablemente era postergada en beneficio de no se sabe exactamente qué y demostrando un desinterés sin límite por las necesidades nacionales. Los conservadores proponían su compra al extranjero; los liberales, su construcción en España. Unos y otros hicieron algún amago en apoyo a lo que defendían, pero siempre fue tarde y de poca entidad. La pregunta es si esas propuestas no eran planteadas sino para cubrir el expediente.
Los argumentos, sin lugar a dudas, hacían especial hincapié en el desarrollo de la tecnología. Ya no se podía pensar en buques de vela; en pocos años, las necesidades variaban de manera vertiginosa, exigiendo la aplicación de unos fondos que, existiendo, acababan en lugares indeterminados mientras la armada seguía deteriorándose al mismo ritmo que los nuevos inventos se materializaban y eran aplicados por otras naciones.

Hacía 1850 los buques de hélice superaron decisivamente a los de vela y a los vapores de ruedas, apenas nueve años después las fragatas blindadas a los anteriores. En la década de los setenta los buques armados con cañones pesados montados en torres y barbetas a los antiguos blindados, a éstos, al menos teóricamente, los torpederos, y así sucesivamente. Lo mismo sucedía con los blindajes y la artillería, aproximadamente cada decenio quedaban decisivamente superados. (Rodríguez 2007: 111)

Esas circunstancias eran la excusa perfecta para que unos presupuestos como los señalados más arriba, con los que indudablemente se hubiese podido formar una formidable escuadra no se formase.

En España todos estos dilemas habían diferido hasta entonces la concepción de un plan de escuadra. El proyecto de Durán había fracasado por su insistencia en la importación de los buques, el de Pavía por problemas de financiación de la proyectada flota, y de la forma más significativa, el más completo y serio de Antequera, por la postura decididamente partidaria de la «Jeune Ecole», encabezada por el almirante Beránger; aparte de otras cuestiones. (Rodríguez 2007: 112)

Pero es que, cuando el desarrollo del destructor fue diseñado por un español, y los costos eran mucho menores, no se aplicó… y cuando el submarino demostró su perfecta operatividad y su económica construcción, fue saboteado por el propio Beránger.
Todo tiene una difícil explicación, máxime si tenemos en cuenta que la Armada había suspendido en 1884 los exámenes de ingreso en la Escuela Naval, ante la escasez de buques.
En enero de 1887, Beránger fue cesado como ministro de Marina ocupando su puesto Rafael Rodríguez Arias, que consiguió aprobar el Programa Naval. De entre los negocios que implicaban dicho plan se destacan los siguientes:

Astilleros del Nervión, empresa que fundó José María Martínez de las Rivas, estrechamente relacionado con Cánovas del Castillo. Se le adjudicaron los tres cruceros principales del programa aún cuando ni si quiera tenían comenzadas las obras de los astilleros donde debían construirse. Martínez de las Rivas se asoció con Charles M. Palmer, el mayor fabricante privado de buques de guerra para la Royal Navy. Como era de prever Palmer consiguió “estrangular” a su socio español, que en 1892 tuvo que presentar suspensión de pagos. El Gobierno se vio obligado a intervenir la sociedad y negociar directamente con Palmer y con él, como único interlocutor, se finalizaron las obras de los tres cruceros más importantes del Programa: Infanta María Teresa, Oquendo y Vizcaya.
Astilleros Vea-Murguía, de la familia del mismo nombre, a diferencia de los anteriores, no llegó a tener astilleros propios y se sirvió de los de la Marina en La Carraca. Se le adjudicaron varios barcos pero sólo pudo llevar a buen puerto el crucero protegido Carlos V que no estaba finalizado en 1898, por lo que no pudo incorporarse a la Escuadra de Cervera. También tuvo dificultades financieras análogas a los astilleros vascos.
The Placencia de las Armas, Co. Ltd., fábrica de armamento adquirida por Maxim & Nordenfelt en 1888, radicada en la localidad guipuzcoana del mismo nombre. Las negociaciones de la compraventa las llevó directamente Zaharoff, que sería nombrado Director de la empresa con sede en Londres. La factoría, hasta entonces llamada Euscalduna, fabricaba bajo licencia fusiles Remington que vendía a varios ejércitos europeos…/… A nadie pareció preocuparle que se vendiera una de las mejores fábricas de armamento españolas a una sociedad extranjera, ni que uno de sus propietarios fuera competidor directo de Isaac Peral, ni que el otro, Maxim, fuera ciudadano norteamericano, estando ambos países en plena situación de beligerancia. Como Director de la factoría se nombró a un joven oficial de la Marina española: el teniente de navío José María Chacón Pery. (Crespo 2014: 17-18)

En estas circunstancias, Rodríguez Arias daba el visto bueno para el desarrollo del submarino Peral con el objetivo de, si resultaba favorable, aplicar una actualización de primer orden a la Armada, ampliando sus unidades de acuerdo a las necesidades de una nación con importante presencia en los cinco continentes.

En el momento de su aprobación (1887) disponíamos de 2 acorazados, 6 cruceros (mal llamados de primera), 16 de segunda y 37 embarcaciones menores, en total 61 unidades. (Llorca 2016: 116)

Este programa naval, que como queda señalado más arriba implicaba unos presupuestos de Marina cercanos a los mil millones de pesetas, exigió un aporte especial de 225 millones.

Al contribuyente español se le había exigido en 1887 un esfuerzo extraordinario de 225 millones de pesetas, equivalente a la cuarta parte del presupuesto del Estado de entonces, para modernizar la Armada y dotarla del material necesario para hacer frente a sus retos del momento. El resultado, once años después, no podía ser más desolador: el material a disposición de la Armada no tenía capacidad ni para garantizar la integridad del territorio peninsular. No se puede decir lo mismo de algunas fortunas personales; que por el contrario, se habían lucrado de forma exorbitante con los contratos militares. (Crespo 2014: 29)

¿Era culpa de Rodríguez Arias?... La «ley de reconstrucción de la escuadra» había sido aprobada unánimemente en 1887, y en la misma se concedía el crédito extraordinario señalado para la construcción de tres cruceros de guerra en astilleros españoles.
Conforme se desarrollaba el proyecto, la prensa criticaba la inoperancia del gobierno y de los astilleros, así como la corrupción que envolvía la operación, que debía ser llevada a cabo por “Astilleros del Nervión”, propiedad de los hermanos Francisco y José María Martínez de las Rivas, relacionados con Cánovas.
Pocos inocentes encontramos en los gobiernos, y en el desarrollo de este “proyecto” de 1887 especialmente, cuando consideramos qué unidades se encargaron… y cómo acabó el proyecto… y cual era el coste de las unidades.

Cada tonelada incorporada a un acorazado costaba menos de la mitad de una incorporada a un torpedero, y casi un 60% menos de la mitad de una incorporada a un destructor o un submarino. De tal manera que, a igualdad de presupuesto, se podía tener más del doble de toneladas invirtiendo en acorazados que haciéndolo en buques pequeños. (Crespo 2014: 30)

Pero a pesar de todo parecía abrir una puerta a la esperanza… Dio el visto bueno para el desarrollo del submarino, cicateramente, pero posibilitando el desarrollo de un arma que, si no hubiese sido saboteada por el propio gobierno, hubiese sido decisiva no sólo para garantizar la unidad de la Patria, sino también para posibilitar un importante desarrollo industrial, no sólo militar, sino también civil.
Pero el desarrollo del submarino fue saboteado; la Armada no se modernizó, y en 1894 seguía el asunto “resolviéndose” en el parlamento.
La situación era la señalada; la armada, desarmada, pero el gobierno, según decreto de 16 de enero de 1891 había publicado una larga lista de buques que se encontraban en servicio.

tenemos tres divisiones navales, la primera, o sea la de Cádiz, se compone de un buque de 9.000 toneladas, de dos de 7.000, de uno de 5.000, de dos cruceros de tercera clase, de dos cañoneros-torpederos y de tres torpederos; la segunda, o sea la del Ferrol, se compone de un buque de 9.000 toneladas, de dos de 7.000, de uno de 5.000, de dos cruceros de tercera clase, de dos cañoneros-torpederos, de un cazatorpederos y de dos torpederos, y la tercera, o sea la de Cartagena, se compone de un buque de 9.000 toneladas, de dos de 7.000, de uno de 5.000, de dos cruceros de tercera clase, de dos cañoneros-torpederos y de cinco torpederos. (Isern 1899:346)

La triste realidad era que alguno de estos buques estaba en proyecto, que otros estaban en una construcción inacabable y que, por lo tanto, no había por entonces mas buques, dispuestos a entrar en fuego, que dos de los cuatro de 7.000 toneladas, y éstos antiguos, en constantes reparaciones y sin actualizar el armamento ni las defensas.
Al respecto, en 1894,

Un oficial de la Armada, y diputado a Cortes, Díaz Moreu, sería el encargado de iniciar el debate sobre el estado de las fuerzas navales, afirmando ante el Congreso que, examinados uno a uno todos los barcos de la marina de guerra española, labor realizada por él mismo, podía asegurar sin reservas que sólo se disponía de tres barcos en condiciones de combate, y que éstos eran de escaso rendimiento. (Sánchez 1996: 205)

En una situación de preguerra con los Estados Unidos, los 225 millones de pesetas presupuestados se habían gastado totalmente y sólo disponíamos, como había indicado el oficial Diaz Moreu, de tres barcos en condiciones de combatir. Para aclarar el asunto, Manuel Pasquín, ministro de marina se nombró una comisión…
La comisión Pasquín resultó un éxito… y por Real Decreto de 18-8-95 se estipuló que todo buque mayor de 7.000 toneladas sería considerado acorazado; todo crucero de más de 2.000 como de 1ª clase, aunque en otras marinas lo eran los de doble o triple tamaño, y un cañonero de más de 500 toneladas, tendría la consideración  de crucero de 3ª clase.
Y todo mucho más económico que el proyecto de 1887.
Sin lugar a dudas, un éxito que dejaba tranquilo el gobierno el año siguiente, 1896, cuando el agregado naval de España en Washington emitió un mensaje en el que, entre otras cosas decía:

Esta república de los Estados Unidos tiene hoy buques de guerra en Hawai, Samoa, Japón, China y Korea, y los tiene para favorecer sus intereses, y si éstos pugnan con los nuestros de Filipinas, contra éstos irán, como han ido contra Cuba…/… De los tres nuevos acorazados de 11.000 toneladas sacados
nuevamente a concurso, uno sera construído por la casa Union Iron Work de San Francisco, y quedara cuando esté terminado para prestar servicios en esta costa, en unión del Oregón, que esta completamente terminado…/…Se activan los trabajos para tener listos a fin de este año los buques Adams, Albatros, Alert, Bennington, Boston, Detroit, Machias, Marión, Modnadnock, Monocaci, Monterey, Olimpia, Oregon, Philadelphia, Pinta, Yorkteron; algunos de estos buques están en el arsenal de Mare-Island.
Todo este material naval que tienen los Estados Unidos en las aguas del Pacífico lo dedicarán en caso de guerra contra España para defender sus costas de cualquier agresión por parte de nuestra Escuadra de Filipinas, salvo el caso que traten de utilizarlo para molestarnos en nuestro oriental archipiélago…/… Debe tenerse presente que, aunque las islas Hawai son independientes, están dominadas moralmente por los Estados Unidos, y en caso de guerra las utilizarán como punto de apoyo de los buques que envíen a Manila, si quieren atacarnos por ese lado...  (El Mundo Naval Ilustrado nº 27 Junio de 1898)

Pero, ¿Cuál era el problema que impedía al gobierno dotar a España de la Armada que su estructura y extensión le reclamaban? ¿El dinero?, manifiestamente no, según lo señalado hasta el momento. ¿El dinero? Si no hubiesen existido los casi mil millones de presupuesto, había otros recursos manifestados en 1896, cuando

Los individuos de las juntas patrióticas españolas establecidas en varias capitales de Méjico, especialmente en Mérida y San Luis de Potosí, concibieron la idea de regalar a España, por medio de una suscripción, una gran escuadra. Para conseguir los fondos se supone que en toda América, desde el Canada hasta Tierra del Fuego, se encuentran dos millones de españoles que, contribuyendo con 75 centavos mensuales de cuota, producirían en seis años la suma de 108 millones de pesos.
Deducidos los gastos generales en América y la conversión en oro y gastos de situación, en España de aquellos fondos, quedarían íntegros 53.750.000 pesos, o sea 1.750.000 más de lo calculado. Este sobrante se aplicaría a la reducción de la deuda interior de España.
El producto de la recaudación se enviaría a Madrid, al Banco de España. En esta corte funcionaría un comité encargado de realizar el proyecto, y formado, según el deseo de sus autores, por el marqués de Comillas, D. José Echegaray,
D. Emilio Castelar, D. Segismundo Moret y D. Benito Pérez Galdós.
Por último, los nombres de los nuevos barcos serían estos: El primer acorazado que se construya, España, y el segundo, América. Los veinte cruceros, África, Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Canarias, Carolinas, Cataluña, Cuba, Extremadura, Filipinas, Galicia, León, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Vascongadas. (Soldevilla 1897:4-5)

No se trataba de una ensoñación, como lo demuestran otras aportaciones y como lo demostró ocho años antes Carlos Casado del Alisal, tras haber entregado 20.000 libras para el desarrollo del submarino.
Pero si el dinero ofrecido no era una ensoñación, la traición tampoco lo es. ¿Qué hacía el gobierno además de entorpecer allí donde podía?, ¿qué hacía en ningún ámbito de los que le eran señaladas las deficiencias?
Evidentemente no existía un pensamiento estratégico naval, pero es que para que éste exista son necesarios otros condicionantes.

«el pensamiento estratégico naval» necesita de «un pensamiento estratégico nacional», una estrategia nacional, un pensamiento marítimo y uno militar; fundamento de las estrategias marítimas y militares, estrategias particulares que, cuando unen en algún punto sus líneas de acción, generan «el pensamiento estratégico naval. (Giner 1999: 63)

Pero esos pensamientos no podían entrar en el caletre de los gobernantes españoles, que durante todo el siglo habían degenerado la vida nacional en beneficio de intereses extranjeros. ¿Qué se podía esperar de unos gabinetes que tenían esos condicionantes?

España, con un proyecto debilitado, falta de un pensamiento estratégico no pudo elaborar en la cadena subsiguiente su «pensamiento estratégico naval»; un pensamiento que le permitiera hacer frente, ocupando un lugar privilegiado, al cambio que se avecinaba. (Giner 1999: 74)

Y no era que faltasen avisos. En fecha tan caliente como el 30 de enero de 1898, el general Pascual Cervera escribía:

Lo que siempre he dicho de nuestra industria naval tiene su amarga confirmación en cualquier cosa a que se mira. Ahí esta el Cataluña con más de ocho años de empezado y aún no tiene ni la obra viva ..•.. Si esto sucede en este arsenal, en los demás sucede lo mismo. Por lo que hace a la industria privada, la Maquinista Terrestre y Marítima nos ha dado la máquina del Alfonso XlIl, que no esta en disposición de navegar nunca; Cádiz nos ha dado el Filipinas que es un desastre, y el Carlos V, que, si no es un desastre, tampoco resulta lo que debe, porque sacrificado todo al andar, le falta fuerza. ¡Y esto que sólo es española la ejecución! La Graña no termina sus buques… (Isern 1899: 330-331)

¿Y el gobierno?... A pagar con dinero ajeno unos servicios que nunca se prestan.
¿Hechos aislados? Hechos continuados; un eslabón más en el rosario de  traiciones, que se unían, por ejemplo, a lo acontecido con las embarcaciones de gran calado  Hernán Cortés, Pizarro, Vasco Núñez de Balboa, Diego Velázquez, Ponce de León, Sandoval y Alvarado, que no estuvieron listos para 1898, cuando tres años antes estaban en construcción, curiosamente en Inglaterra.
Pero entre los servidores de los intereses británicos los hay que saben atenerse más a las normas y los que no saben interpretarlas… Tal le sucedió a Cánovas, que si en el asunto del submarino supo estar a la altura de las circunstancias, en 1897 no sabía cuando cambiar el registro y estaba dispuesto a reunir en Cádiz dieciocho buques de combate antes de que comenzara el año 1898. Algo que no podía permitirse. Su asesinato paralizó la operación y su sucesor, Sagasta, el 30 de noviembre, manifestó que no eran necesarios.

El Sr. Sagasta no sólo no adquirió nuevos barcos para la guerra, sino que suspendió los trabajos de los arsenales, y así llegó el mes de Abril, y estaban los barcos en construcción y reparaciones, como en el mes de Octubre. (Isern 1899: 338)

Sin embargo, adquirió tres cruceros auxiliares que habían sido rechazados por otros países por tratarse de buques inservibles, y un yate lujosísimo, el Giralda.

Por el Ministerio de Ultramar se compraron también, sin intervención de la marina, los siguientes efectos que llegaron al arsenal de la Carraca el 16 de Julio del año pasado (1898) en el vapor Yokanna Ochesser, según se dice en el texto:
Once cañones de 15 centímetros, de zunchos largos, construidos en 1878; once más, de 15 centímetros, de zunchos cortos, construidos en 1870. Estas veintidós piezas anticuadas estaban desechadas ya por el Gobierno alemán.
Veintidós montajes de corredera, para plaza, anticuados como los cañones que tampoco pudieron utilizarse.
Seis mil seiscientas granadas ordinarias y seis mil seiscientas cargas únicas, que como los cañones y los montajes, no pudieron tampoco ser utilizadas.
Ocho cañones de 10,5 centímetros, de tiro rápido, construidos en 1891, con sus respectivos montajes de giro central y dos mil doscientos cartuchos de granada ordinaria.
Este material, único bueno adquirido entonces, no pudo utilizarse por haber llegado demasiado tarde a poder de España.
Seis cañones de 10,5 centímetros, para plaza, construidos en 1887, con seis montajes de corredera, mil doscientas granadas ordinarias y mil ciento treinta y cuatro cargas únicas. Material todo él anticuado, propio, cuando más, en sus tiempos, para artillería de plaza e inadecuado para servir a bordo. (Isern 1899:340-341)

Recordemos que el presupuesto de la Marina para este año era, prácticamente, mil millones de pesetas…
Lo que no le faltaba al gobierno era dialéctica para confundir. En ese sentido, el 8 de abril, una nota del Ministerio de Marina indicaba:

En cuanto lleguen a La Habana los barcos que constituyen la primera y segunda escuadrilla de torpederos, más los cuatro acorazados Carlos. V, Pelayo, Cristóbal Colón, e Infanta María Teresa, con los otros buques que están anclados en el puerto de la capital de Cuba, se formarán dos grandes divisiones, navales.
La primera estara formada por el Pelayo, buque almirante; los acorazados Vizcaya y Oquendo; los cruceros Marqués de la Ensenada, Alfonso XIII  y Conde de Venadito, los destroyers Terror, Furor y Plutón, y los torpederos Ariete, Rayo, Azor y Alcóri.
La segunda división la formarán el Carlos V, buque insignia; los acorazados Colón e Infanta María Teresa; los cruceros Alfonso XIII, Reina Mercedes e Isabel II; los destroyers Proserpina, Audaz y Osado; el cazatorpederos Destructor y los torpederos Orion, Retamoso, Barceló y Habana. (Soldevilla 1899: 123-124)

Hablaban de la primera y de la segunda escuadrilla, y justo eso es lo que esperaban los patriotas en Cuba. Pero sólo se trataba de palabras…
Y en cuanto a las fuerzas de Marina con base en Cuba, no era mejor el escenario.

La escuadra del Apostadero de La Habana, bajo mando del contraalmirante Don Ventura Manterola, contaba con 61 unidades, de las cuales 32 eran lanchas cañoneras de menos de 50 ton. Todas eran unidades relativamente nuevas, todas de hélice y ninguna de ruedas, y la mayoría eran de casco metálico. Otra cosa es el estado operativo en que se encontraban dichas unidades, el cual francamente dejaba mucho que desear, por el desgaste de 3 años de lucha y de la falta de presupuesto para su mantenimiento (por ejemplo en Cuba no se habían construido facilidades para la reparación de estas unidades y había que ir a Jamaica a realizarlas y pagarlas a precio de oro). (Apatrida 2012)

Y en cuanto a la marina mercante, España poseía una gran flota de rápidos trasatlánticos de gran tonelaje y buena velocidad, en excelentes condiciones mecánicas y de navegación, propiedad de la Compañía Trasatlántica y de otras muchas, que usó con más desacierto que fortuna.

España poseía una gran flota mercante de rápidos trasatlánticos, que pudo usar
como carboneros, escuchas y auxiliares. La Compañía Trasatlántica contaba con 22 vapores de elevado tonelaje y andar superior a doce millas; Pinillos, con cinco; Prats, Anzotegui, Hijos de J. Jover y Serra, Jover y Costa, Marítima de Barcelona y otras Compañías podían ofrecer 127 vapores, que hacían un total de 154 buques, los cuales, contrastando con los de la escuadra, estaban en excelentes condiciones de vida y eficiencia, siendo sus capitanes y marinos hombres avezados a largos viajes, valientes y tan osados, que aun recuerdan los profesionales americanos las bizarrías del Montserrat y otros trasatlánticos que rompieron el bloqueo de las costas de Cuba. Esa flota, una de las primeras del mundo, quiza la primera en aquella época, fue usada con punible torpeza. Cervera y su escuadra anduvieron errantes de Martinica a Curaçao y de Curaçao a Santiago de Cuba, sin encontrar un solo buque carbonero, y por eso, en vez de refugiarse en el puerto de La Habana o en el de Cienfuegos, lo que indudablemente hubiera evitado la destrucción de su escuadra, el almirante tuvo que entrar en Santiago de Cuba porque alguno de sus cruceros estaba quemando las últimas toneladas de carbón. (Rivero 1922)

El gobierno y la prensa titulados “españoles” mentían de conformidad con los principios doctrinales del liberalismo, y decían al pueblo español que el poder militar de los Estados Unidos era muy escaso; que su ejército sólo contaba con 30.000 hombres, que la marinería de sus buques era incapaz, y que sus bases navales no estaban en condiciones de hacer frente a los buques de la Armada española. Una información falsa que tan sólo beneficiaba a los enemigos de España.
El panorama era desolador. La Armada española al estallar la guerra de Cuba y la insurrección filipina estaba muy por debajo de lo que era necesario para hacer frente al problema.

En 1898, además de las dos fragatas blindadas "Numancia" y "Victoria" a las cuales se les había modernizado su armamento montándoles cuatro cañones de 160 milímetros y ocho de 140 milímetros, la Armada Española contaba con un acorazado, el “Pelayo" (que estaba en obras en Tolón), con los tres cruceros acorazados "Infanta María Teresa" (El "Princesa de Asturias" no estaba aun terminado), con el "Emperador Carlos V" y el "Cristóbal Colón" (al que le faltaba aun su artillería principal), con dos cruceros protegidos: el "Alfonso XIII" y el "Lepanto", con 16 cañoneros (algunos aun de madera), siete destructores, y 16 viejos torpederos. Esto era todo lo que disponía la Armada para hacer frente, en caso de guerra, a la Flota de los Estados Unidos en dos regiones tan separadas entre sí y lejos de la metrópoli, como Cuba y Filipinas, donde tampoco había bases navales dignas de tal nombre ni por sus defensas, ni por sus instalaciones (no había diques para los buques mayores), ni por sus abastecimientos, en especial de carbón de buena calidad, tan importante para lograr de los buques sus velocidades de proyecto. (Oubiña)

Pero ciertamente, la guerra del 98 lo fue muy especialmente de carácter periodístico. Cierto que los Estados Unidos iban en vanguardia en ese sentido, atizando el odio contra España, pero ¿qué hacía la prensa española?

Los periódicos de Madrid llenaban sus páginas con relaciones de los buques de guerra nacionales, más de un centenar, desde el Pelayo al Ponce de León, sin olvidar a la gloriosa Numancia. La mayor parte de estas naves carecían de armamento adecuado; sus máquinas estaban casi inútiles y sus cascos corroídos por la navegación en mares tropicales. (Rivero 1922)

Y para redondear el asunto, entre 1895 y 1898 los EE.UU. formaron la armada, mientras España, conocedor el gobierno de esa actividad, no prestaba la menor atención a la defensa nacional; abandonaba el proyecto del submarino, que sin lugar a dudas hubiese sido la solución a los problemas de España; engañaba a la población diciendo que la Armada española era potente y que se haría más potente con los proyectos de renovación que nunca se llevaron a efecto… y encargaba a los astilleros ingleses y usenses la construcción de naves para la defensa de las costas…

Sería imposible para nosotros señalar punto por punto, todos y cada uno de los desmanes y errores cometidos por nuestros gobernantes, pues necesitaríamos ocupar muchas páginas, y se haría interminable este libro. Básteme decir, por última vez, que ellos exclusivamente son los responsables de todas nuestras desgracias y calamidades. Tenemos además la convicción de que no esta lejano el día en que la luz de la verdad se abra paso, y entonces nuestra desventurada España conocera a sus pérfidos servidores. (Mendoza 1902: 229)

A estas alturas, me permito dudar que se tratase de errores… Más bien parece deberse su actuación a su condición de agentes británicos. España ya estaba vencida muchos años antes de 1898, y los gestores de esa derrota serían los encargados de maquillar la misma con actuaciones que no sólo no interfiriesen el plan tratado, sino que posibilitasen el exterminio de quienes pudiesen representar algún peligro para la obtención de los fines buscados. De ahí el crecimiento exponencial de mandos militares, y con ello, de gastos militares que no se aplicarían ni a la formación ni la actualización del armamento. De ahí el envío al matadero de multitud de soldados, carentes de la más elemental formación militar.






















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