lunes, enero 11, 2021

EL EJÉRCITO EN LAS ANTILLAS Y FILIPINAS DURANTE EL SIGLO XIX

Cesáreo Jarabo Jordán





Desde la Guerra Franco Británica para la dominación de España (vulgo Guerra de la Independencia), y durante todo el siglo XIX, las clases del ejército se vieron nutridas por importante número de personas que, unas por méritos de guerra y otras por méritos políticos, ostentaban rangos militares de mucha relevancia, para los que, a pesar de las grandes dimensiones del ejército, no existía puesto en el que pudiesen desempeñar su función de mando, por lo que en no pocas ocasiones unidades normalmente comandadas por un capitán llevaban al frente un mando de mayor rango. 

Pero si la estructura de mando estaba abigarrada de estrellas, la contrapartida se encontraba en la formación, o mejor, en la falta de formación. Así, por ejemplo, en las academias militares españolas, y a pesar de la importancia militar que tenían las Antillas, no se enseñaba la técnica de lucha de la manigua, a pesar que desde la Capitanía general de Cuba se insistía en la necesidad de atenderla.

Esa falta de formación no era exclusiva de los mandos, quienes, no estando preparados, mal podían preparar a la tropa, que acudía a los llamamientos a filas, mayoritariamente procedentes del campo, y sin solución de continuidad abandonaban el arado para tomar el fusil sin haber adquirido por lo general una mayor preparación al efecto.

Tan es así que, iniciada ya la tercera guerra en Cuba, llegaron a darse casos como el señalado por un capitán de infantería encargado de la recluta.


En Diciembre del 96, dice, se organizó en Zaragoza el batallón de Cazadores, núm. 14, expedicionario para Filipinas.» «En el Castillo de Aljafería, añade, se reunieron contingentes de muchos Cuerpos, y oficiales que los esperaban y oficiales que los conducían.» «Me nombraron, prosigue, para formar la séptima compañía, y al ponerme al frente del grupo, mandé ¡firmes!, y sólo las clases me obedecieron, pues los que yo creía soldados me miraron con extrañeza; y como pidiese explicación del caso al oficial conductor, éste me dijo que aquella gente había sido recogida por los pueblos en pocos días y sólo había estado en el cuartel veinticuatro horas. (Isern 1899: 259)


Penosa muestra de un ejército que no era ni sombra del que había sembrado la paz en la Europa de los siglos XVI y XVII. Muestra de la realidad de una España que, si con el advenimiento de la dinastía borbónica había comenzado a dejar de ser independiente, con su desarrollo durante dos siglos había alcanzado importantes cotas en la pérdida de sus principios; con el advenimiento de la Ilustración se había sumido en la incultura, y con el triunfo de Inglaterra en la guerra franco británica para la dominación de España había perdido su potencial creador, su potencial económico, y sobre todo había perdido su dignidad.

Esas pérdidas se expresaban en la inexistente política internacional, pero sobre todo se expresaban en la inexistente política nacional. En toda la política nacional, y en concreto en la conformación del ejército, que a finales del siglo XIX adolecía de todas las deficiencias imaginables.


Las principales deficiencias que se advertían en el ejército antes de la guerra internacional se reducían a dos: el interés, mejor dicho, el egoísmo individual sobreponiéndose al interés de la patria y a las disposiciones de una acción ordenada, y la insuficiencia de los elementos directores, incapaces de organizar y de emplear adecuadamente la fuerza armada que tenían a sus órdenes. (Isern 1899: 262)


Inexistente política nacional, o mejor dicho, inexistente política de interés nacional, que en diciembre de 1853 posibilitó el nombramiento del marqués de la Pezuela como capitán general de Cuba; personaje cuya única virtud era ser contrario al esclavismo, lo que concitó el odio de los esclavistas, partidarios de la anexión de la isla a los EE.UU.

Inexistente política nacional que era evidente a lo largo de todo el periodo de dominación británica, cuyos hitos, además del lacerante capítulo del submarino, al que dedicamos atención en el presente trabajo, tiene otros aspectos que por lo llamativo, no por lo exclusivo (pensemos por ejemplo en las desamotizaciones), podemos concretar en el lastimoso hecho de Santo Domingo, muestra inequívoca de la dependencia británica de la que adolecía (y adolece) la clase política y la realeza españolas.

Santo Domingo se había reincorporado a España en 1861, pero esa iniciativa sería rechazada por la propia España… siguiendo las instrucciones emanadas de Inglaterra, que, bajo ningún concepto podía admitir que se rehiciese lo que con tanto esfuerzo había deshecho. 

Ya desde el primer momento, Serrano, a la sazón capitán general de Cuba, se manifestó contrario a la reincorporación, al tiempo que O’Donnell pedía un aplazamiento a la misma, al alimón con Inglaterra, que movía sus hilos para que sus dictados no sufriesen menoscabo. Así, en  julio de 1862, agentes usenses turbaban la tranquilidad en Santo Domingo, igual que habían actuado antes en Texas, y del mismo modo, el cónsul usense Woldemeyer promovía una revuelta en 1864.

En medio de esta brevísima reseña, cabe recordar al respecto que en  1843, el secretario del Consejo de Ministros “español”, Vicente Sancho, reconoció públicamente y con satisfacción, que Inglaterra consideraba a España su protectorado.

También conviene señalar que en 1863, los generales Dulce y Gándara, y con  ellos toda la prensa democrática, aconsejaban el abandono de Santo Domingo.

El 28 de octubre de 1864, O’Donnell, durante cuyo mandato se llevó a efecto la reincorporación, pero que en estos momentos estaba en la oposición, felicitaba a Gándara por haber llegado a un acuerdo, que no se había alcanzado, y que significaba la separación de Santo Domingo de la Patria común. 

Finalmente, y de forma inequívocamente democrática, el 10 de enero de 1865 las cortes “españolas” redactaban el proyecto de abandono de Santo Domingo. No obstante, España debería pagar un castigo por haber accedido a la reincorporación en 1861… Una guerra que aportó 10.000 bajas al ejército, y una paz unilateralmente declarada por el gobierno, de cuyo acuerdo se enteraron antes los enemigos que las fuerzas españolas…

El asunto de Santo Domingo sólo había sido un anticipo de lo que irremisiblemente debía ocurrir treinta y cuatro años más tarde con lo que quedaba de la España Ultramarina.

El descontrol, que no tanto la improvisación, sería la norma aplicada  que serviría como justificación para el abandono. Un descontrol que estaba marcando el triste destino. ¿Tuvo justificación el abandono de Santo Domingo?... Para los políticos, como para los militares de ellos dependientes, evidentemente sí.

Por eso no es de extrañar que tres años después del abandono de Santo Domingo, y al rebufo de la “Revolución Gloriosa”, se diese en Yara el grito de independencia el 10 de octubre de 1868. Algo previsible también por los responsables de la asonada, que diecisiete días antes habían conocido en Puerto Rico la revuelta iniciada con el “grito de Lares”. Todo estaba bien orquestado… La “Gloriosa” se había iniciado tan sólo seis días antes.

El grito de Yara daría comienzo a la guerra larga, un conflicto que era enfrentado por un ejército de pequeñas dimensiones


Al comenzar la guerra, las tropas de Lersundi eran sólo de 8.350 hombres del ejército regular, 1.675 de milicias y unos 35.000 voluntarios recién alistados. (Miguel 2011: 52)


Ya en 1869, y atendiendo las demandas del general Lersundi, comenzó el gobierno a enviar grandes contingentes de tropas peninsulares, pero acordes con las formas que les caracterizaba, los contingentes estaban compuestos por soldados sin preparación y sin aclimatación.


Los soldados peninsulares se adaptaban con dificultad al clima, estaban mal instruidos para el combate, diezmados por las enfermedades, pésimamente alimentados, mal pagados y con equipos muy deficientes, lo que le convertía en presas especialmente vulnerables en este tipo de guerra. Además, los generales españoles dudaban si debían controlar las ciudades y pueblos, dejando el campo a los mambís, o lanzar columnas a la manigua a perseguir las partidas independentistas, con escasos resultados y enorme sufrimiento de la tropa. (Togores 2010)


Esa falta alimentos, de equipo, de aclimatación y de preparación militar hacía que el ejército fuese inoperativo y representase una carga adicional a la población cubana. ¿Era justamente ese el objetivo perseguido por el gobierno?


Para el Ejercito Regular Español era casi imposible luchar en la manigua con eficacia. Las tropas peninsulares eran incapaces de operar mas de cuatro días seguidos. Solo unidades como los Cazadores de Valmaseda eran capaces de igualar a los mambís operando sobre el terreno. (Togores 2010: 543)


Todo hace indicar que el objetivo del gobierno era crear el sentimiento generalizado de incompetencia; el sentimiento de que España era inviable, y que los españoles eran incapaces de cualquier menester. Cualquiera que no fuese español sabría arreglárselas con lo que el gobierno español daba a sus soldados... Cualquiera, menos sus soldados, sabría arreglárselas con lo que sus soldados recibían…


La comida de la tropa consistía en 200 gramos de arroz, 100 de tocino y 400 de galletas, más algo de café, vino o aguardiente. El soldado cargaba en la marcha con un saco que contenía de cuatro a seis raciones. En campaña comía sopa de arroz con grasa de tocino, algunas galletas, tanto en la comida como en la cena. La lluvia, la ruptura de saco, etc. disminuía muchas veces esta ración, ya de por si escasa y poco nutritiva, en ocasiones hasta en un cincuenta por ciento. Con esta alimentación insuficiente la salud de los soldados peninsulares se volvía frágil y quebradiza, siempre al borde de la anemia, y, dado los grandes esfuerzos físicos que se les pedía en ocasiones, no resulta extraño que fuesen un vivero de enfermedades. Una rozadura o una llaga se convertía en una herida que tardaba meses en curar. Las fiebres y calenturas aumentaban todos estos problemas, siendo las entradas en hospital de 3.000 diarias. Los lazaretos, abandonados y mal atendidos, en vez de curar terminaban por matar a la tropa. Todo esto contribuía a la desmoralización de las unidades. (Togores 2010: 341)


Para rematar la jugada, las estrategias militares resultaban un fracaso… Y los culpables… los soldados, el pueblo español.

Gobernaba desde el 18 de Abril de 1873 en Cuba el General Cándido Pieltaín, con la consigna de  implantar las ideas del nuevo régimen republicano. Ya no contaba con los exiguos 8350 soldados alistados en 1868.


A su llegada, el Ejercito Español en Cuba contaba con 54.000 hombres, estando un tercio de los mismos enfermos y siendo muchos de los disponibles inoperativos por los vicios de la organización. Contaba también con más de 57.000 Voluntarios y algunos milicianos. Muchos de los soldados habían cumplido ya su tiempo en filas sin haber sido devueltos a España cuando les correspondía, lo que acentuaba el cansancio y la desmoralización entre la tropa. Pieltain pidió, nada más llegar, refuerzos a Madrid para devolver a España 8.000 hombres que habían cumplido, licenció en la misma Cuba a 2.000 que tenían que haberse licenciado entre 1869 y 1870, hacia más de tres años. (Togores 2010: 340)


Todo coadyuvaba la desmoralización general mientras por estas fechas, destacaba en sus acciones separatistas Henry Reeves “El Inglesito”, que moriría en combate el 4 de agosto de 1874.

Para el aporte de soldados a Cuba, la Constitución Española de 30 de junio de 1876, establecería en su artículo 3º que el servicio militar era obligatorio para todos los españoles con una duración de tres años tras los cuales se pasaba a la situación de reserva activa.

El desmontaje de España pasaba evidentemente por Cuba y por la desmoralización, y para ello, el propio gobierno español sembraba la idea de que el pueblo español era incapaz de crear, de inventar… pero en 1884, Isaac Peral casi desbarata la acción de desmantelamiento que con tanto éxito estaban llevando a efecto los agentes británicos. De evitarlo se encargó con maestría el gobierno.

Pero para el ejército de tierra no había surgido un acontecimiento tan llamativo, y el gobierno se limitaba a enviar enormes contingentes de personal sin atender previamente su preparación, reinando en su organización un desbarajuste de difícil justificación. Así, en Cuba,


en las operaciones realizadas en Las Villas, por ejemplo, durante la tercera decena de Diciembre de 1897, se dieron las siguientes irregularidades que se advertirán muy a menudo, cuando se publique la historia de aquella lucha: se concertaron con tan poco sigilo los planes de operaciones, que tres o cuatro días antes de que se ejecutaran, eran conocidos del enemigo; se dejó a éste libre de toda acción militar, una extensión de más de cinco leguas, sin duda para que pudiera retirarse, en el caso de que fuese hallado y batido; se libró un pequeño combate entre las fuerzas que rodeaban al general y veinticinco hombres que acompañaban al coronel jefe de la columna de Burgos, todos al servicio de España, y, por último, se volvieron las tropas a Cumanayagua dando por terminadas las operaciones, que no dieron otro resultado positivo que originar molestias a aquella parte del ejército, puesto que no se encontró ninguna fuerza separatista. (Isern 1899: 269-270)


Se repetían, así, las acciones llevadas en Santo Domingo en los años sesenta. Como entonces, en aquella ocasión el enemigo conocía las órdenes dadas al ejército español antes de que fuesen conocidas por éste, y en su conjunto,


todo atestigua que en las operaciones de Cuba y de Filipinas en las guerras separatistas faltó todo, buena administración militar, verdadero plan de operaciones y disciplina en los ejércitos, con la sola excepción de las operaciones realizadas por la división que mandaba en Filipinas el general Lachambre, operaciones que tuvieron por primer resultado la toma de Santa Cruz, de San Francisco de Malabón, de Imus, de Pérez Dasmariñas y de Suang, y del pensamiento del general Weyler de quitar a los insurrectos de Cuba los medios de vivir y sostener la guerra con los recursos del país. (Isern 1899: 270)


Como ya ha quedado señalado, uno de los principales problemas padecido por el ejército español era el importantísimo número de mandos que, con criterio y sin él, hacían prevalecer su opinión dependiendo del cargo que ostentaban, y siendo que no necesariamente ocupaban los principales puestos aquellos que resultaban más cualificados.

En ese orden, para el gobierno parecía que lo único digno de tenerse en consideración era el número de tropa, tal vez para justificar el desmesurado número de jefes; así, el año económico 1888-1889 el ejército estaba formado como sigue: 


Articulo 1.

La fuerza del Ejército permanente de la Península para el año económico de mil ochocientos ochenta y  ocho a mil ochocientos ochenta y nueve, se fija en noventa y cinco mil doscientos sesenta y  seis hombres.

Art. 2.

Durante dos meses del año, se aumenta esta fuerza en veintiséis mil setecientos diez y ocho hombres.

Art.3.

La de los de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, será respectivamente de diez y nueve mil quinientos setenta y un hombres, tres mil ciento cincuenta y cinco, y ocho mil setecientos cincuenta y tres.

Madrid doce de Junio de mil ochocientos ochenta y ocho (D.O.M.G. 13-6-1888)


Notables diferencias de número con relación a 1873, pero ello estaba justificado ya que la guerra iniciada en 1868 había finalizado en 1878.

Para el año 1891, un proyecto de Ley encaminado a imponer el Servicio Militar Obligatorio había sido presentado por el partido conservador en el gobierno, pero el cambio del mismo, que daba paso a Sagasta y apartaba a Cánovas, dejó archivada la propuesta y mantuvo la política de redenciones a metálico, sin llegar a ser aceptado el incremento de la cuota a 10.000 reales, que conllevaba un importante perjuicio para las familias de clase media y un sacrificio imposible para los pobres.

El resultado numérico de esas decisiones, al menos, se cumplió; así, en Cuba en 1892, hay una guarnición de cerca de 20.000 hombres entre el Ejército y la Guardia Civil (Caballero 2012)


Unidades        Hombres

7 Regimientos de Infantería con dos batallones cada

uno de cuatro compañías (1241 hombres por regimiento) 8.701

12 Compañía de guerrillas 1.865

Escuadras de Santa Catalina del Guaso   118

Cuerpos del Orden y Brigada disciplinaria   306

2 Regimientos de Caballería de 4 Escuadrones 1.692

Escuadrón de voluntarios de Camajuaní   126

1 Batallón de Artillería con 6 Compañías   708

Compañía de reparaciones    67

1 Batallón Mixto de Ingenieros con 4 Compañías 432

1 Brigada de Sanidad 109

Otros servicios, oficinas, etc 439

Total          14.563

3 Tercios de la Guardia Civil            4.722

Total          19.285


Pero parece que el cumplimiento del número de tropa asignado era la excepción en el orden de las deficiencias. Esas deficiencias, esas faltas de criterio, esa indecisión, ese caciquismo, como es lógico, tenían trágicas consecuencias cuando se trataba de aplicarlos al terreno de operaciones, siendo decisivamente negativas cuando el mando recaía en manos de jefes cuya honestidad y patriotismo eran más que dudosos. 

Y esas deficiencias tenían reflejo directo en el campo de operaciones. Así sería denunciado por observadores del momento, quienes, como Damián Isern señalaban lo acontecido:


En las guerras separatistas de Cuba y Filipinas ha habido por parte de España tantos criterios como generales en jefe, y estos criterios resultaron por otra parte en muchos puntos contradictorios. En la Siguanea, por ejemplo, se vio al general Blanco ordenar el abandono del campamento que tanta sangre había costado conquistar y retener en la época de mando del general Weyler. Por otra parte, como no existía un verdadero plan de campaña, los generales de división, los de brigada, y aun los coroneles, se creían autorizados para operar en su zona como mejor les parecía, y en algunos casos desoyendo las prescripciones de sus superiores jerárquicos.» (Isern 1899: 272)


Pero no fue sólo el general Ramón Blanco quién llevó a cabo actuaciones más que dudosas.


Hubo generales, como Serrano Domínguez y Dulce, que hicieron constantemente la causa de los insulares contra los españoles, lastimando enormemente a éstos, y ahora ha de añadirse que otros, como Caballero de Rodas y Valmaseda, inspiraron sus actos en el criterio del elemento director del Casino de La Habana; que hubo generales, como Calleja, que llegaron al extremo de perseguir a los españoles para dar gusto a los cubanos, y generales, como Weyler, que hicieron todo lo contrario. En Madrid se dieron partidos radicales que inspiraron su conducta en los asuntos de Cuba en las logias, y sabido es que éstas decretaron en La·Habana el grito de Yara, y 80 Filipinos organizaron las postreras rebeliones contra la madre patria. Y hasta dentro de un mismo partido, hubo ministros demócratas, como Becerra, sea dicho en su elogio, que procuraron, desde el Ministerio de Ultramar, el robustecimiento y la unión de los peninsulares en Cuba, y ministros de tonos conservadores, dentro del partido liberal, que, al parecer, fueron al Ministerio para mejor dividir a aquellos peninsulares única fuerza social y política de la isla, incondicionalmente unida a España. (Isern 1899: 277-278)


¿Era esta cuestión exclusiva de los mandos de Cuba? En medio de esta situación, el gobierno planteaba un “presupuesto de paz”, mientras en 1893 se producirá la primera guerra del Rif. Pero no era el Rif la única cuestión que cuestionaba el presupuesto de paz, y no faltaban los avisos que anunciaban un más que probable conflicto militar con los Estados Unidos.


En 1893, en pleno presupuesto de paz admitido por el general López Domínguez, dos conferencias militares avisaron de la indefensión ante en probable ataque de Norte América, y no se escuchó el eco de la general aflicción de la milicia…, que la pasión política ahogó con la indiferencia y con el silencio al patriótico quejido…/… Su influencia condicionó no sólo la organización, también la mentalidad y la eficacia castrense. El Gobierno decidido a no perdonar esfuerzo a fin de hacer un presupuesto de verdad, encaminado a extinguir el déficit, cargó contra el Ejército y además de la pérdida de autonomía militar y el fracaso de la enseñanza común de sus mandos, afectó a las armas generales y cuerpos facultativos con reducción de personal, supresión de grados y ascensos, envejecimiento del material, disminución de ejercicios tácticos y revistas militares, abandono generalizado de la milicia y desidia ante la precaria situación económica en que vivían los militares, cuestiones manifiestas en la prensa y en los centros de reunión o en círculos sociales. (Adán: 18)


Pero es que con el presupuesto de paz, que mantenía unos contratos multimillonarios para la adquisición de unas naves que nunca llegaron a botarse, al tiempo que se desechaba la construcción de una flota de submarinos, mucho más económica y efectiva,


se potenció la situación de “reserva activa” en la que a la plantilla de mandos se les concedía un sueldo de los cuatro quintos de su empleo para realizar periódicamente ejercicios militares con el personal de reserva o licenciado. (Adán: 18)


Con estos debates supuestamente economicistas y manifiestamente alejados de la realidad,


llegó el año 1894, en el que se introdujeron considerables economías en el presupuesto de Cuba, reduciendo mucho su ejército; sin contar con que el Gobierno liberal, siendo Ministro de la Guerra el general López Domínguez, en el presupuesto para 1893, que se llamó de la Paz, con optimismo tan fuera de la realidad, que inmediatamente surgieron los acontecimientos de Melilla, donde sin combatir ni castigar a los moros terminaron con el convenio de Marrakesh, sobre el cual omito consideraciones, que hizo la prensa extranjera comentando el tiempo que se tardó en movilizar aquellas tropas, suponiéndolas escasas de elementos para combatir; lo cual, en el concepto casi general y en el mío propio, precipitó la insurrección de Cuba. (Weyler 1910: 20)


De toda esa actuación se puede inferir una descoordinación sin límites, y sobre todo una absoluta falta de política al servicio de los intereses nacionales. ¿Eran los conservadores los principales enemigos de los intereses nacionales? Puede inferirse que sí, pero a renglón seguido podemos inferir que los principales enemigos eran los liberales. Unos y otros, por acción y por omisión, de forma alternativa, fueron los causantes de la situación. 

El único error en las apreciaciones de Damián Isern parece estribar en identificar el movimiento separatista con “la causa de los insulares”, porque insulares eran los patriotas que luchaban contra los separatistas. Insulares eran gran parte de los mandos y aún más de la tropa.

Sin lugar a dudas, el mando adolecía de honestidad y de patriotismo, y ello no es una deducción alegre, sino la constatación de multiplicidad de hechos llevados a cabo por elementos que, debiendo servir a España, hacían lo contrario; a título de ejemplo podemos señalar la actuación del general Calleja, que no contento con colaborar con los enemigos de la Patria, perseguía a quienes denunciaban la actividad de los separatistas. Y esa actividad la llevaba a cabo de forma pública y notoria, hasta el extremo que era jaleado por los mismos separatistas, que gozaban de la mayor protección y libertad, siendo que  


el general Calleja, cuyo retrato publicó un periódico separatista, y escribió de él una semblanza llena de los mayores elogios. (Soldevilla 1897: 291)


Sin embargo, esa falta de dirección honesta y patriótica es la que propició actos indeseados por parte de quienes luchaban de forma honesta y patriótica. Las logias serían las encargadas de organizar las acciones injustas que se achacaron a los miembros del Casino de La Habana, y que fueron motivadas por la acción reiteradamente injusta y antipatriótica llevada a cabo por el alto mando en Cuba que, como en el caso de Dulce, favorecían el crecimiento del activismo antiespañol.

Un activismo antiespañol que los agentes anglo-usenses estaban llevando a cabo en todos los órdenes de la vida, empezando por el sistema educativo, que controlaban sin que las autoridades hiciesen nada por evitarlo, y acabando, no ya por un reforzamiento, sino tan sólo por el mantenimiento operativo de los medios de defensa, que permanecían obsoletos a pesar de las múltiples señales de enemistad emanadas desde los Estados Unidos, a lo que se añadía las noticias fidedignas en relación a su modernización armamentística.

¿Cuál era el origen de esa despreocupación y abandono de las necesarias prevenciones para la autodefensa?


¿Se pensó por alguien en la posibilidad, tan cierta por desgracia, de que en la guerra con los Estados Unidos, anunciada por multitud de señales evidentes, según se hizo constar a su hora, el Ejército de Cuba no pudiera recibir auxilios de la metrópoli, y hubiese de bastarse a si mismo para la defensa del honor y de la integridad de la patria? No se pensó en nada de esto, ni nadie puede extrañarlo, puesto que, como se ha indicado ya, en Cuba la imprevisión de los elementos directores del Ejército llegó al extremo de que la Administración militar inutilizara millares de raciones por inservibles en los instantes mismos en que millares de soldados perecían de anemia o morían rápidamente de hambre…/… por todo esto no se han exigido responsabilidades a nadie, como si nadie fuera autor de los hechos y de las omisiones que todo esto produjeron, y que tantas vidas segaron en flor. (Isern 1899: 279)


Contrariamente a esta afirmación de Damián Isern, todo señala que tanto los mandos políticos como los mandos militares eran conscientes de la situación. Es inconcebible que alguien pudiese estar tan ciego que no viese esa realidad, y todo ello, unido a la recurrente cuestión del submarino y al inconcebible bloqueo del proyecto, nos lleva a la conclusión de que se estaba urdiendo la gran traición a la Patria. Nada nuevo a estas alturas del siglo XIX.

¿Cómo puede entenderse, si no es mediando la meditada traición que a la hora de iniciarse la guerra con los Estados Unidos no hubiese tan siquiera fusiles ni munición para armar a los voluntarios?, ¿cómo se entiende que, no ya en circunstancias normales, sino encarando una más que evidente guerra, el gobierno ejerciese acciones proactivas para dejar mínimamente armados a los defensores? Es difícil explicar cómo es posible que en pleno año 1898


Sólo había en la capital de la isla 20 cartuchos remington por voluntario y 2.000 fusiles para 40.000 hombres, y por órdenes del Ministerio de la Guerra, no se entraron en Cuba 50.000 fusiles y muchísimas toneladas de pólvora, adquiridas en el extranjero por el citado general y por los jefes de Estado Mayor señores González Gelpi y Serrano. (Isern 1899: 284)


Si este hecho resulta incomprensible, lo son todavía más las estadísticas que al respecto se formularon una vez derrotada España:


Desde que principió la campaña de Cuba se han remitido 172.000 fusiles, 10.000 carabinas y 72 millones de cartuchos sistema Mauser español. Por este armamento y municiones se ha satisfecho a dichas casas extranjeras la enorme suma de 36.200.000 pesetas, calculando los cambios en 30 por 100 como promedio.

En estos 30.200.000 pesetas no está incluido lo gastado en armas y municiones para Filipinas y Puerto Rico. (Soldevilla 1898: 441)


Habría que buscar explicación para localizar el armamento que relata Fernando Soldevilla… o los 66,4 millones de pesetas… Pero no era sólo la falta de armamento; no era sólo la obsolescencia de las defensas de costa; no era sólo la obsolescencia de la Armada, sino hasta en la alimentación era inexistente la previsión.


Consecuencias de la imprevisión que se tuvo en materia de suyo tan grave, como la alimentación de la masa del Ejército, fueron en gran parte el desastre terrestre, que se hizo inevitable, y más tarde el espectáculo aterrador del desembarco de repatriados, en el que abundaban más los anémicos por hambre que los robustos por bien mantenidos. (Isern 1899: 287)


El 23 de febrero de 1895 dio comienzo la guerra en Cuba con el Grito de Baire, extendiéndose la insurrección por 35 localidades. Ante esta situación no varió la actitud del general Calleja, que desde septiembre de 1893 cuando inició su mandato dio plena libertad a los conspiradores. En sintonía con esa actuación,


a raíz del grito de Baire, la autoridad superior de aquella isla telegrafiaba casi a diario al Gobierno, quitando toda importancia a la insurrección, y diciéndole que no necesitaba ni una peseta ni un hombre más, porque nada significaba lo ocurrido. Triste era que telegrafiase en tales términos el general Calleja, pero era peor que obrase en consecuencia. En efecto, dice un testigo presencial: «El general no hacía nada por reprimir lo que en un principio pudo ahogarse con poco esfuerzo. En esta época puede decirse que no había enemigos de España en los Estados Unidos, ni había prensa filibustera en aquel país, pero no los había porque todos se habían instalado en La Habana y otras poblaciones de la isla. (Isern 1899: 289)


La alarma social creció en la península, motivo por el que, el 28 de marzo de 1895 fue cesado Calleja, siendo nombrado Arsenio Martínez Campos gobernador general y capitán general de Cuba. Pero poco cambiarían las cosas con la nueva administración, que se mantenía acorde con la trayectoria llevada hasta el momento. 


La gestión del general Martínez Campos fue obra de perpetua imprevisión. Enviado dicho general a combatir una insurrección naciente, con escasas fuerzas todavía, en vez de exterminarla le dio alientos con negociaciones que, a juicio de los separatistas, eran muestra evidente de la impotencia de España para la lucha. (Soldevilla 1896:)


¿Y qué acciones llevaba a cabo el ejecutivo para paliar la situación?... Cerrar los ojos, no atajar los problemas de la educación ni de la economía, ni solventar las dificultades militares, ni actualizar las defensas, ni actualizar la Armada… Se limitaba a tratar el asunto a la británica… Cuba ya no era una provincia española, como lo había sido siempre, sino una colonia, y los problemas de las colonias se solucionan militarmente… Pero tampoco estaban por la labor.

La única solución era el envío de tropas, pero de tropas sin formación. La recluta se realizaba mediante el sistema de quintas, es decir por sorteo de los mozos en edad militar, y por voluntarios. 

Desde 1885 se llamaba a filas a los varones de 19 años. Las tropas de Ultramar se formaban mediante el reenganche de los que habían finalizado su servicio militar, con voluntarios y con sorteos especiales que se realizaban en las diversas unidades peninsulares.

Pero existían tres maneras de eludir el servicio:

Excedentes de cupo, que pasaban a integrar una segunda reserva de ocho años, pero sin instrucción militar.

Sustitución, por la que un mozo destinado a Ultramar era sustituido por otro a cambio de cierta cantidad de dinero. 

Redención en metálico —que permitía eludir el servicio militar mediante la entrega de 2.000 pesetas.


Todo lo cual ocasionaba una gran corrupción por la cual los más desfavorecidos eran quienes nutrían las tropas destinadas a sufrir todas las miserias que quedan relatadas.

Mientras tanto, el problema de Cuba, como no podía ser de otro modo, iba haciéndose cada vez mayor, y el gobierno sólo encontraba una solución: enviar disfrazados de soldados y condenados a la miseria, más y más mozos. Así, 


Entre el 8 de marzo de 1895 y el 1 de enero de 1897, se envían doce expediciones de soldados a Cuba; un total de 180.546 hombres, siendo que el total de la campaña absorbió un total de 206.074 hombres. (Navarro 2014: 131)


Estos movimientos de tropas son especialmente significativos entre los años 1896 y 1898.  A principios de 1895, en Cuba, toda la fuerza militar se reducía 


a menos de 15.000 hombres; siete regimientos de infantería, dos escuadrones de caballería, un batallón de cazadores y una batería de artillería, mas un batallón mixto de ingenieros y tres tercios de la Guardia Civil y 60.000 Voluntarios. (Togores 2006: 563)


La distribución de los efectivos a esa fecha  la facilita Pedro Pascual Martínez:


A esos 13.842 hombres como fuerza del ejército permanente en Cuba para 1894-95, se añadieron 4.560 de la Guardia Civil, 976 de Orden Público y 943 de los voluntarios pagados por la sección de Guerra del presupuesto de la isla. La fuerza estaba distribuida en 7 regimientos de Infantería de Línea, 1 batallón de Cazadores, 12 Compañías de guerrilleros, las escuadras de Santa Catalina de Guaso, una sección de Ordenanzas, 1 brigada disciplinaria, 2 regimientos de Caballería, el escuadrón Voluntario de Camajuaní, 1 batallón de Artillería de plaza con 1 batería de montaña, 1 Compañía de obreros, 1 batallón mixto de Ingenieros y 1 brigada sanitaria, 3 tercios de la Guardia Civil, 1 regimiento de Orden Público con 1 sección montada y 84 marineros, dotación de las embarcaciones menores afectas al servicio militar. (Pascual)


Por su parte, quienes tenían posibles, eludían la miseria pagando en metálico. Durante el periodo de 1896 a 1898 la cifra de redimidos fue de unos 62.000 mozos (21.000 en 1896, 17.000 en 1897 y 23.000 en 1898), porcentaje bastante elevado (alrededor de un 30%) si se tiene en cuenta el total de los soldados enviados a Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Semejante movimiento de tropas, que resultaba inoperativo y sólo servía para transmitir a la opinión pública una aparente preocupación gubernamental por atajar el “problema cubano”, parece que en realidad sólo servía para debilitar a la sociedad peninsular, dar argumentos a los separatistas y condenar a la muerte por inanición a quienes no tenían medios económicos y debían acudir a luchas en las “colonias”, al tiempo que generaba un enorme gasto improductivo a la nación. Algo que no se hubiese producido, si el liberalismo no hubiese privado a las provincias de Ultramar de su condición de  provincias, con los mismos derechos y privilegios que los de la Península, y si no hubiese abandonado la política de Patria común, empezando por el sistema educativo y alcanzando a todos los órdenes de la vida social.

En 1895 quedaba claro que la desastrosa situación que venía sufriendo España desde el Tratado de Utrecht, que se había visto incrementada a lo largo de todo el siglo XIX de una forma espectacular, había posibilitado la absoluta indefensión, que se vio incrementada por la política de dejación, todo lo cual hacía que, añadidos los presupuestos auspiciados por el ministro de la guerra, general López Domínguez, España contase con un ejército de todo punto inoperativo.

No se trata de una cuestión de deficiente actuación momentánea… ni de desconcierto durante una década, que ya sería extraordinario. Se trata de algo de mucho más calado. Si acaso el sistema liberal, desde Fernando VII, hubiese actuado como marca la historia de España, la situación no se hubiese producido. 

Pero el sistema liberal no actúa como marca la historia de España, sino como marca Inglaterra. Tal vez por ello, ocultando la realidad, y probablemente con el objetivo de mantener al pueblo en la inopia, se presentaba la guerra de Cuba como una revuelta de bandoleros, por lo que el ministro de Ultramar, señor Abarzuza


no sólo afirmó que se trataba exclusivamente de la represión del bandolerismo, sino que además atribuyó poca importancia a lo que ocurría en Cuba. (Soldevilla 1886: 71)


La verdad era bien distinta. El conflicto social y separatista era de envergadura, y el tratamiento dado por el gobierno, de manifiesta complicidad, siendo que, para estas fechas, llegaban incluso a producirse deserciones en masa.

De ello daba cuentas la prensa el 19 de junio de 1895:


De un suceso grave hay noticias—dijo El Ejército Español—que el Gobierno no ha dado todavía: el hecho de haberse pasado al enemigo con armas y monturas 40 voluntarios del regimiento caballería de Camajuany. Además, cartas de La Habana hablan de otras deserciones y del abandono de Morón por todos los hombres útiles.»

El Gobierno lo negó, pero era cierto, y se confirmó más tarde. (Soldevilla 1896: 309)


Pero el gobierno actuaba por otros intereses y en contra de quién tenía la osadía de denunciar algo de lo que venimos relatando. Así, el 23 de junio de 1895


El Sr. Coronado, director de La Discusión, abogado, hacendado y consejero del gobierno de la región central de la isla de Cuba, ha sido preso por la jurisdicción militar, por haberse publicado en su periódico una correspondencia de Bayamo, en la que se relataba que el ejército de allí no tenía más ropa que la que se le dio al salir a campaña; que no se le entregaba más que un rancho al día, en muchas ocasiones servido a las ocho de la noche, y que todavía no se le había abonado ninguna paga. (Soldevilla 1896: 314)


Los intereses eran bien distintos al problema de Cuba, para el que, en junio de 1895, el gobierno reconocía que para la campaña de Cuba tenía recursos para dos años. Por otra parte,


Cabía la posibilidad de que, si se enviaban a Cuba todas las tropas españolas disponibles, se produjera un pronunciamiento en España —tal vez republicano— y se derrumbara la complicada estructura de la monarquía constitucional que Cánovas había tratado de construir durante toda su vida. (Thomas 1971)


Este apunte señalado por Hugh Thomas nos hace recapitular nuevamente sobre la política militar de los gobiernos “españoles”, y nos haga vislumbrar el motivo por el que se procedió a enviar fuera de la península a tal cantidad de soldados. ¿Era, acaso, una válvula de escape para controlar de paso una revuelta en la península?

Lo que es cierto es que los envíos de soldados, como ya hemos señalado, se llevaban a efecto sin haberlos preparado, sin tener un plan de actuación determinado. Parece que, efectivamente, querían quitar de en medio personas que hubiesen podido conformar un ejército encaminado a provocar un cambio en la península.

Por otra parte, el general Valeriano Weyler señala que, al incorporarse en Cuba como Capitán General en enero de 1896, en las unidades del ejército…


Era tal la anarquía, que los jefes de ellas, al pasar por un destacamento, dejaban los individuos que les parecía y se llevaban otros; las tropas cubrían multitud de destacamentos para cuidado de poblados y fincas, sin elementos bastantes de defensa ni protección; y como esto disminuía considerablemente la fuerza de los cuerpos, no había bastantes columnas para protegerlos, de donde resultaba que, atacados por el enemigo, carecían del oportuno auxilio, y se quemaban a su vista los cañaverales de los ingenios. (Weyler 1910: 131)


Anarquía que estaba controlada por cuarenta y dos (42) generales destacados en la isla.


En esta fecha había en Cuba los generales siguientes: (Soldevilla 1897: 4)


Gapitán general, general en jefe.— D.  Arsenio Martínez de Campos y Antón.


Tenientes generales.— D. Sabas Marín González, D. Luis Pando y Sánchez y D. José Valera y Alvarez (de la reserva).


Generales de división.— D. José Arderías y García (segundo cabo), D. José Lachambre y Domínguez (S. I. artillería), D. Pedro Mella y Montenegro, D. Pedro Pin y Fernández, D. Alvaro Suárez Valdés, D. Andrés González Muñoz, D. José Jiménez Moreno y D. Adolfo Jiménez Castellanos y Tapia.


Generales de brigada.— D. Arsenio Linares y Pombo, don José Aizpurua y Montagut, D. José Toral y Vázquez, D. Federico Alonso Gaseo y Lavedán, D. Juan Godoy y Alvarez, D. Rafael Suero y Marcoleta, D. Carlos Barraquer y Rovira (S. I. ingenieros), D. Ramón Echagüe y Méndez Vigo, D. Luis Prats y Bandragón, D. Nicolás del Rey y González, D. Emiliano Loño Pérez (S. L Guardia civil), Ü. Jorge Garrich y Ayo, D, Agustín Luque y Coca, D. Julio Domingo y Bazán, D. Emilio Serrano Altamira, D. Francisco Obregón de los Ríos, D José Garcia Navarro, D. Braulio Ordóñez del Moral, D. José García Aldeve, D. Juan Madán y Uriondo, D. Francisco de B. Canella, D. José Oliver, D. Rafael Ibáñez de Aldecoay Lara, D. Pedro Cornely Cornel, y D. Joaquín Albacete.


De Marina. - Contralmirante, D. José Navarro y Fernández Navarro (comandante general del apostadero).


Capitán de navío de primera clase, D. José Gómez Imaz.


Asimilados a generales. -Intendente militar, D. Victoriano Araujo y Paraleda.

Inspector de Sanidad, D. Cesáreo Fernández y Fernández Losada.

Auditor de Guerra, D. Juan Romero y Maldonado.


Y en cuanto a la tropa,


Por Ley (DOMG 1 -VIII-1896), la fuerza del ejército permanente en España para el año económico 1896- 1897 se fijó en 100.000 hombres de tropa. Para Cuba, la que exigieran las necesidades de la campaña. (Pascual)


Necesidades de la campaña cuyo número nos es facilitado por la Compañía Transatlántica, la encargada de llevar a efecto el transporte de tropas. De un cuadro gráfico realizado por la misma, resulta que desde el 23 de febrero de 1895, cuando dio comienzo la guerra hasta 1898, había transportado los siguientes efectivos:


A Cuba . . . 185.277 hombres. 

Filipinas. .    28.774

Puerto Rico ..5.048 

Total.         219.099 


En el mismo cuadro se establecía de una manera muy ingeniosa la comparación en “mecapolímetros” del valor en esfuerzo y coste, con relación al presupuesto de ingresos, de los trabajos de organización de las tropas expedicionarias hechos por España, en comparación de los realizados más recientemente por otras naciones que han hecho expediciones marítimo-militares.

Y de esta comparación resulta representado el esfuerzo de España por 66 mecapolímetros, mientras que el de Francia en Madagascar es de 1,67, el de Italia en Abisinia de 2'38 y el del Japón en China de 4,58. (Soldevilla 1898: 440)


Queda demostrada la “efectividad” del sistema. ¿Un error más del gobierno?... ¿un acierto?...


Otro aspecto que llama la atención en lo relativo a la aplicación de recursos son los Presupuestos de Cuba para el ejercicio 1896, que son los siguientes: (Soldevilla 1896: 327)


LOS GASTOS       Pesos

Obligaciones generales 12.578.335

Gracia y Justicia      995.693

Guerra   5.896.740

Hacienda      762.125

Marina   1.055.136

Gobernación   4.036.088

Fomento      771.125

Total 26.095.244


5,896.740 pesos era el presupuesto de guerra. 42 generales, mas los coroneles, más los capitanes, más los tenientes, los alféreces, los sargentos, los cabos… y 100.000 soldados. … Utilizando el mismo sistema de medida aplicado por la Compañía Transatlántica, y asignando los mismos emolumentos a un general que a un soldado, obtenemos que cada uno de ellos tenía una asignación de 50 pesos anuales. A todo ello hay que añadir el material de guerra, la alimentación…

Tal vez la estimación es errónea, y los fondos para pagar a la tropa salían de las obligaciones generales… En ese caso, corresponderían 125 pesos anuales…

Para completar la distribución y tener una referencia para calcular lo que podía costar el mantenimiento de un ejército a finales del siglo XIX, podemos señalar que en esas mismas fechas, Estados Unidos levantó un ejército de 125.000 hombres (similar al existente en Cuba) para lo que gastó mucho más de cien millones de pesos. (Mendoza 1902: 10)

De los Presupuestos Generales de Cuba parece deducirse que los recursos aplicados a la contienda no obedecían a las necesidades reales, pero llama todavía más la atención si consideramos que los recursos arbitrados desde el comienzo de la campaña, o sea 4 de Marzo de 1895 hasta 30 de Junio de 1898 fueron de ….1874 millones de pesetas. (Soldevilla 1899: 346)

La estricta economía, al menos para este curioso, resulta extremadamente farragosa. De difícil comprensión.

¿Y de la economía humana?, ¿qué podemos decir del costo humano de esa deplorable guerra separatista?


Las pérdidas de la guerra, propiamente dichas, son relativamente mínimas: un general, 60 oficiales y 1.314 soldados han sido muertos en los diversos encuentros con el enemigo; un general, 81 oficiales y 704 soldados han sucumbido a consecuencia de sus heridas; 463 oficiales y 8.164 soldados, heridos, se han salvado; de suerte, que las pérdidas ocasionadas por los insurrectos no se elevará a más de un 6 por 100 del efectivo total del ejército español.

El paludismo, la fiebre amarilla y otras enfermedades epidémicas han causado verdadero estrago. De fiebre amarilla han muerto 313 oficiales y 13.000 soldados; 127 oficiales y 40.000 soldados han sucumbido de otras enfermedades. (Soldevilla 1899: 346)


En los listados de soldados del Ejército Español fallecidos en Cuba entre 1895 y 1898 figuran 444 oriundos de La Habana; 247 de Matanzas, 245 de Pinar del Río, 25 de Puerto Príncipe, 325 de Santa Clara y 114 de Santiago de Cuba… Uno de ellos, el coronel Jiménez de Sandoval, era el jefe de la columna con la que se encontró José Martí en Dos Ríos.

2.160 muertos por efectos de la guerra, de los cuales 1400 naturales de Cuba, y 53.440 muertos por efectos de la desatención, del abandono, a los que hay que añadir los que fallecieron en el viaje de vuelta y ya en la península. Volviendo a lo señalado páginas arriba… ¿Sirvió la guerra de Cuba para evitar un levantamiento en la Península?

El castigo a España no finalizaba con la pérdida de las Antillas, de las Filipinas y de los otros asentamientos en el Pacífico. El castigo a España se alargaba hasta los repatriados…


Eran espectros más que personas vivientes, y su cuerpo flácido y escueto cubierto con andrajos, les daba un aspecto a la vez repugnante hasta el horror y tristísimo hasta hacer derramar lágrimas. Después de llegados, se morían por docenas; algunos se cayeron desmayados en las calles, y era un espectáculo verdaderamente desconsolador que partía el corazón contemplar aquellos infelices. (Soldevilla 1899: 373)


Pero el gobierno y la monarquía se salvaron…



























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