viernes, septiembre 06, 2019

El movimiento abolicionista

Cesáreo Jarabo Jordán

Hablar de esclavismo ahora, curiosamente cuando se encuentra más generalizado, suena como un anacronismo, siendo que en el imaginario colectivo, y ante la cita de la cuestión, aparecen las plantaciones de algodón del sur de los Estados Unidos, donde legiones de negros trabajaban bajo el látigo.
Sin embargo debemos tener en cuenta que lo único que diferencia el momento actual de lo acaecido antes es que los esclavos, hoy, tienen la obligación de mantenerse a sí mismos, habiéndose liberado los esclavistas de esa carga.

Es el caso que la esclavitud, conforme es popularmente conocida en cuanto a formas, era tenida como normal hasta el siglo XVIII, con las salvedades impuestas por la legislación española, que desde el inicio de la Conquista de América, y muy especialmente con el inicio del siglo XVI dio lugar a un intenso debate acerca de legitimidad de esclavizar a los indios; algo que era de todo punto novedoso en una sociedad en la que la esclavitud era tenida como una actividad normal, y que contra ese sentimiento acabó determinando que los indios eran súbditos libres de la Corona.
Esa condición conoció una serie de altibajos que se venían produciendo al compás de los distintos acontecimientos que sobrevenían en la Conquista de América. Así, se había autorizado la esclavización de los indios acaecida en guerra justa, pero ese extremo fue directamente prohibido en 1530, aunque nuevamente en esa misma década volvió a reproducirse la esclavización de indios rebeldes, esmerándose sin embargo en el resguardo de los intereses del resto de la población india.
Esa medida tuvo especial presencia en la conquista del Perú, producida precisamente en esos momentos. Hasta la década de los años sesenta, la legislación permitía que los caciques continuasen teniendo esclavos, lo que evidentemente no dejaba de ser una cuestión política que garantizaba el apoyo de las élites incas.
Pero las referencias pueden seguir surgiendo al compás de la Conquista, pues si los Reyes Católicos cortaron la esclavización de los indios, las acciones se fueron repitiendo en el mismo sentido en otros lugares, como por ejemplo en Filipinas, donde en 1569 se denunciaban los malos usos por el agustino Juan de Alva, lo que acabó reflejándose en las leyes el siete de noviembre de 1574, cuando una cédula real prohibía la esclavitud en las islas.
El devenir de los acontecimientos históricos hizo que ese debate se paralizase, dando lugar a un desaforado desarrollo del tráfico esclavista en el que Inglaterra ocupó sin lugar a dudas el primer puesto muy especialmente a lo largo del siglo XVIII.
De hecho, hasta mediado el siglo XIX la esclavitud fue legal y estaba regulada jurídicamente en cuanto a la trata en el Atlántico.
Al compás de esta actividad, el tráfico negrero transatlántico alcanzó cotas de “excelencia comercial”, lo que no significaba precisamente “excelencia humanista”, a la que Inglaterra dedicaba una flota capaz de transportar anualmente más de cincuenta mil esclavos, y que aseguraba la prosperidad comercial de puertos como Londres, Liverpul, Bristol, Glasgow o Lancaster, sin que ello significase que otros puertos menores quedasen excluidos del negocio.
Pero desde finales del siglo XVIII, Inglaterra, justamente el país que más se había beneficiado de la trata y que como consecuencia del resultado de la Guerra de Sucesión española se había convertido en el monopolista de semejante negocio, se manifestó contraria a la esclavitud, y en 1807 abolió el tráfico, que no la esclavitud en sus colonias, que sería finalmente prohibida en 1833.
En apoyo de la medida, los sofistas del siglo XVIII, Locke, Voltaire, Diderot, Rosseau, Wilberforce … y tantos otros materialistas, se manifestaron contra la institución esclavista, aunque dejando también manifiesto su desprecio por quienes estaban sometidos a ella, a quienes con dificultad les reconocían su condición de persona.

Son los tales esclavos negros de los pies á la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerlos.
No puede comprenderse cómo Dios, que es un ser sapientísimo, haya colocado un alma, sobre todo un alma buena, en un cuerpo completamente negro. (Montesquieu: 355)

La prueba de que los negros no tienen sentido común es que hacen más caso de un collar de vidrio que del oro, el cual es tan estimado en las naciones civilizadas.
Es imposible suponer que esas gentes sean hombres, porque si lo supusiésemos, empezaríamos por creer que nosotros no somos cristianos.
Espíritus mezquinos exageran demasiado la injusticia que se comete con los africanos, porque si fuese como dicen, ¿cómo no se habría ocurrido á los príncipes de Europa, que ajustan tantos tratados, celebrar uno general en favor de la misericordia y la piedad?  (Montesquieu: 356)

Al calor de esa doctrina, y no precisamente al calor de la doctrina que se desarrolló en España durante los siglos XV a XVIII, en 1727 los cuáqueros, cuyo fundador Jorge Fox era propietario de esclavos en Pensilvania, condenaban la esclavitud, dando lugar en 1765 a la creación de la Sociedad Antiesclavista en Inglaterra, lo que llevó a que diez años después, mientras en las Trece Colonias quedaba nominalmente prohibida la trata, una comisión parlamentaria británica calentase los ánimos en pro de la abolición.

Parece que la última venta pública de un negro en Inglaterra se llevó a cabo en Liverpool en 1779. En 1777, una declaración real prohibió la entrada de negros en Francia, porque «se casan con europeos, infectan los burdeles, y se mezclan colores (Thomas 1997: 478)

Cecil Wray, William Paley, William Wilberforce, Thomas Clarkson, fueron los nombres más destacados en la campaña abolicionista preparada por los cuáqueros en Inglaterra, dedicándose a demostrar lo poco beneficiosa que resultaba la trata desde el punto de vista económico, al tiempo que animando a la apertura de nuevos mercados donde obtener las materias primas y donde poder abrir mercados para los productos ingleses. Adam Smith, contemporáneo y comprometido intelectualmente en los mismos objetivos no dudaba en dejar señalado que el relativismo era el principio que marcaba la actuación del movimiento abolicionista británico.

Siempre que la ley lo autorice y la naturaleza del trabajo lo permita, entonces, preferirá generalmente el servicio de esclavos que el de hombres libres. La plantación de azúcar o tabaco puede soportar el coste del cultivo con esclavos. Pero no parece que el cereal lo permita actualmente. En las colonias inglesas, cuya producción principal son los cereales, la mayor parte del trabajo es realizada por hombres libres. La reciente decisión de los cuáqueros de Pensilvania de liberar a todos sus esclavos negros induce a pensar que no pueden ser muchos: en caso contrario jamás habrían acordado esa medida. En nuestras colonias azucareras, por el contrario, todo el trabajo es hecho por esclavos, y en las tabaqueras la mayor parte. Los beneficios de una plantación de azúcar en cualquiera de nuestras colonias de las Indias Occidentales son normalmente muy superiores a los de cualquier otro cultivo en Europa o América. Y los beneficios de una plantación de tabaco, aunque menores que los del azúcar, son mayores que los del cereal, como ya ha sido apuntado. (Smith)

Las circunstancias económicas habían variado ostensiblemente, e Inglaterra mostraba su capacidad de adaptación, pues en ello radicaba la posibilidad de transformar tanto el sentido de la esclavitud como el del dominio territorial. A partir del momento los dos conceptos encontrarían sensibles variaciones y demostrarían que las nuevas formas garantizarían los mismos beneficios y posibilitarían su incremento al hacer recaer los costos que hasta la fecha reportaba el esclavismo sobre los mismos que, convertidos en “libres” se verían igualmente sometidos merced a los leoninos tratados de amistad y libre comercio que garantizaban a Inglaterra el control absoluto sobre aquellas sociedades que accedían a la “libertad” a la sombra de Inglaterra.
Con ese objetivo, Inglaterra acabaría aboliendo el tráfico en sus colonias, como ya queda señalado, en 1807, y a partir de ese momento iniciaría una actividad internacional tendente a la abolición en todo el orbe al compás del sometimiento de los mercados a los intereses y a las quincallas procedentes de Inglaterra. La revolución industrial permitía suplantar la mano de obra esclava por las máquinas.

La esclavitud aceleró la llegada de la Revolución Industrial. Las nuevas industrias –las textiles, fundiciones, minería, las industrias químicas, etc.- no tenían lugar en un sistema de bajos rendimientos. Ahora todo giraba en torno a las máquinas para las cuales se necesitaban asalariados, menos brazos y menos esclavos, y en cambio mayores tasas de productividad; se necesitaban amplios mercados y elevado número de consumidores. No había pues otra solución que proceder a desmontar el sistema esclavista; abolir la esclavitud. (García Fuentes 1976: 52)

Inglaterra era la primera potencia en iniciar la revolución industrial, en aras de la cual relegó la agricultura, se encontró con un exceso de mano de obra y precisaba ampliar los mercados en los que colocar sus productos industriales, motivo por el cual los negros ya no interesaban como mano de obra sino como consumidores universales, motivo por el cual resultaba imprescindible que los esclavos se convertirían en “libres”. Podrían morirse de hambre libremente si elegían no seguir las instrucciones recibidas, o convertirse en asalariados de miseria que deberían atender su alimentación, su sanidad, si querían su educación.... Y debían producir y consumir los bienes que les fuesen señalados.
Y eso en todo el trazado de la red esclavista. Ahora, con el desarrollo de la industria, era menor la necesidad de mano de obra en los destinos finales del mercado. Por ello, Inglaterra no sólo cortaba el tráfico de esclavos africanos, sino que convertía la propia Inglaterra en la fuente de esclavos con la que nutrirían los nuevos territorios de Australia y de Nueva Zelanda, línea marítima a la que dedicaría sus esfuerzos la enorme flota esclavista que hasta la fecha había cubierto la ruta transatlántica en tráfico negrero.
En busca de ese objetivo, el 22 de mayo de 1787 se creó en Inglaterra el comité para la abolición del comercio de esclavos, compuesto por 12 miembros, de los cuales nueve (John Barton; William Dillwyn; George Harrison; Samuel Hoare Jr; Joseph Hooper; John Lloyd; Joseph Woods Sr; James Phillips; y Richard Phillips) lo eran también del comité cuáquero para la abolición del comercio de esclavos, y tres personajes anglicanos que como tales podían presentarse al parlamento y que se habían hecho famosos por sus actuaciones antiesclavistas: 
Granville Sharp, que se había hecho famoso por haber defendido a un esclavo de los abusos de su amo y haber conseguido que los tribunales declarasen libre a todo esclavo que pusiese pie en Inglaterra, por lo que ya no serían llevados allí desde las colonias, y que por 60 libras esterlinas  compró en África un territorio de 250 km2  e instaló en él una empresa colonizadora británica. La explotación de la minería (hierro, bauxita, rutilo, cromita, platino y oro y posteriormente la de los diamantes) posibilitó que en los siguientes 50 años, la marina británica desembarcase 70 mil esclavos en Freetown.
Thomas Clarkson, que centró su actividad anti esclavista en la propaganda contra el tráfico y en lograr el apoyo que resultaría esencial por parte de políticos como William Wilberforce, que en 1791 presentó en el parlamento el primer proyecto de ley para abolir la trata de esclavos.
 Philip Sansom, opulento comerciante.

Pero la actividad, como es de suponer, no se limitaba a este grupo de activistas, sino que se trataba de una evolución orquestada desde otros ámbitos no necesariamente altruistas como hubiese sido deseable. Así, Adam Smith, sofista del liberalismo entraba en el juego y demostraba que el sistema esclavista era económicamente lesivo para la economía. Señalaba que era necesario conseguir que el productor fuese parte implicada en el crecimiento de la economía, extremo que  se lograría cuando se viese forzado a buscar su propia manutención. Señala en “la riqueza de las naciones”:

Creo que la experiencia de todos los tiempos y naciones demuestra que el trabajo de los esclavos, aunque parece costar sólo su manutención, es en última instancia el más caro de todos. Una persona que no puede adquirir propiedad alguna no puede tener otro interés que comer el máximo posible y trabajar el mínimo. Es sólo mediante la violencia, y nunca por su propio interés, que se puede extraer de esa persona un esfuerzo superior al suficiente para comprar su propia manutención. (Smith)

Y redondea el aserto:

Ocurre a mi juicio a partir de la experiencia de todos los tiempos y naciones que el trabajo de las personas libres llega al final a ser más barato que el realizado por esclavos. (Smith)

Asumido ese principio como directriz principal, entraba en cuestión cual debía ser el destino que debía aplicarse a la mano de obra residente en Inglaterra, y que por el desarrollo de la actividad económica conforme a los principios del liberalismo, era un lastre del que el gobierno debía dar buena cuenta.
En principio había que distinguir dos grupos: en primer lugar los esclavos negros, y en segundo lugar las masas de mano de obra local sin especializar que no podía ser reconducida en su totalidad como carne de cañón ya que el incremento de desocupados era a finales del siglo XVIII muy superior a la capacidad de absorción del ejército, aspecto que se mantendría incluso durante las guerras napoleónicas.
Los “benefactores” que propiciaron el movimiento antiesclavista señalaron las tierras de Sierra Leona (donde Granville Sharp había efectuado la compra de terrenos antes señalada) como lugar idóneo para llevar a cabo el exilio forzoso tanto de los negros residentes en Inglaterra como de los propios ingleses que conformaban las clases más necesitadas de la sociedad. Se trataba de una purga social que acabaría extirpando aquellos sectores sociales que si bien en otro tiempo habían resultado útiles, en los tiempos de la Revolución Industrial resultaban una lacra.
Pero finalmente, los antiesclavistas acabaron señalando que Sierra Leona era un lugar insalubre.
Henry Smeathman, el mismo naturalista que determinó la insalubridad de Sierra Leona para los británicos y señaló la derrota que deberían llevar los barcos que sacaban a la fuerza ingleses de Inglaterra, acabaría determinando que los mismos territorios señalados como insalubres para los esclavos ingleses eran los ideales para dar libertad a los esclavos negros residentes en Inglaterra.

En 1787, cuando Clarkson iniciaba su campaña, se comenzó la propaganda para el «plan de Sierra Leona»; el gobierno ofreció doce libras por cada africano para los gastos de transporte, se fletó un buque y se encargó a la corbeta de guerra Nautilus que escoltara la expedición; el 8 de abril los primeros doscientos noventa negros y cuarenta y una negras, con setenta mujeres blancas, entre ellas sesenta prostitutas de Londres (mujeres «de las más bajas y de mala salud y mal carácter ») se hicieron a la vela hacia Sierra Leona.../... el paludismo, la bebida, la vagancia, la guerra con los africanos locales y, sobre todo, la lluvia destruyeron esta empresa de tan altas ambiciones. Durante el primer año murieron la mitad de los colonos. Pese al compromiso de la palabra dada, muchos desertaron y, cosa aún peor, algunos trabajaron para los tratantes de la región. (Thomas 1997: 491-492)

Los detractores de esta medida la verán como un manifiesto acto de exilio forzoso destinado a alejar de Inglaterra una creciente población que resultaba molesta; típica actuación de la hipocresía británica tendente a presentar como propia magnanimidad los actos de mayor desprecio.
Paralelamente, en África forzaba Inglaterra a abandonar el esclavismo a aquellas tribus que desde dos siglos atrás y hasta el momento habían involucrado en el tráfico.
Ahora estaban interesados en el nuevo método esclavista, que si en Inglaterra significaba la deportación de parte de su población, en África significaba el cultivo de los productos que les fuesen demandados, en concreto algodón, cacao, caucho, maderas, oro, aceite de palma…
Por su parte, los desgraciados ingleses blancos que eran capturados por las autoridades inglesas acusados de los delitos más inverosímiles tras haber sido abocados a vivir la miseria de la naciente sociedad industrial, serían embarcados en los mismos barcos esclavistas que tan buenos servicios venían prestando a su graciosa majestad, rumbo a los presidios australes.
Pero la abolición del sistema tradicional de esclavitud, ahora prioridad de Inglaterra, encontraba fuerte oposición entre aquellos pueblos y gobiernos africanos a quienes justamente Inglaterra había involucrado en el tráfico durante los dos siglos anteriores.
Por otra parte, al tiempo que era puesta en práctica esa política abolicionista del esclavismo conocido hasta el momento, los buques esclavistas  británicos se encargaban de completar más del 50 por ciento del tráfico negrero mundial, negocio que no se limitaba a la actividad marinera, sino en que se encontraba involucrado un elevado porcentaje del tejido comercial británico.
Era la continuidad de lo que en Inglaterra siempre fue normal; de hecho, entre 1790 y 1806, en los mismos momentos que Inglaterra llevaba a cabo la campaña contra el tráfico de esclavos,  ese mismo tráfico hacía que la población esclava en las colonias inglesas se viese incrementada en una cuarta parte merced al incremento del tráfico llevado a cabo por los tratantes británicos, entre los que destacaba la firma Baker y Dawson, que ya había iniciado actividad también en Cuba, hecho del que el gobierno y parlamento británico estaba necesariamente al corriente, ya que en esas fechas era informado por la misma compañía del volumen de su negocio en la isla, que ascendía a dieciocho buques con una inversión estimada en medio millón de libras esterlinas.
De hecho, para esas fechas Cuba era a todos los efectos colonia británica como a partir de 1808 lo sería la misma Península.
Desde la toma militar de 1762, los intereses británicos no dejaron de crecer nunca en Cuba al compás del hecho esclavista, que si hasta el momento había sido una situación anormal de significación menor donde lo más destacable eran las manumisiones, ahora comenzaba a tener una importancia sólo equiparable a la existente en los otros dominios británicos, si bien, a pesar de todo, mitigado el hecho por el peso del humanismo que la Ilustración, enquistada ya en las estructuras de España, se esforzaba en erradicar.
Si bien en Cuba existieron esclavos negros desde el mismo momento del descubrimiento, las estructuras esclavistas eran sencillamente inexistentes. Fue justamente con la invasión inglesa de 1762 cuando cambiaron radicalmente las formas, que recibieron calor de la legislación generada al amparo de la Ilustración, conforme señalamos en los capítulos relativos a la esclavitud en España.
Entre los tratantes que se beneficiaron de las nuevas medidas legislativas, tan contrarias a las existentes previamente, junto a nombres como Cuesta y Manzanal encontramos no pocos de marcado origen británico, como Drake, Poey o Storey, siendo que la parte del león, como no podía ser de otro modo, se la llevaban quienes desde siempre habían llevado el control de la trata.
Siete años después de la experiencia de Sierra Leona señalada más arriba, era Francia quién desde el “templo de la razón”, ubicado físicamente en la Catedral de Nuestra Señora y bajo los designios de Robespiere, se sumaba al teatro declarando la emancipación universal de los esclavos el cuatro de marzo de 1794.

La Convención declara la esclavitud de los negros abolida en todas sus colonias; en consecuencia, decreta que todos los hombres sin distinción de color, domiciliados en las colonias, son ciudadanos franceses y gozaran de todos los derechos asegurados por la Constitución.

Justamente hacían esa declaración los mismos que en esas mismas fechas llevaron a cabo el genocidio de los vandeanos, que se cobró la vida de un significativo número de personas que alguien cifra en 300.000, y que nosotros, por falta de respeto a los números redondos, vamos a poner en entredicho limitándonos a señalar el genocidio por sí mismo, y el hecho de que sean justamente los genocidas quienes, siguiendo las instrucciones que su propia ideología les marca, se presenten nada menos que como benefactores de la humanidad.
Tras la caída y ejecución de Robespiere, Napoleón restableció la esclavitud el 10 de mayo de 1802, lo que ocasionó revueltas y suicidios masivos de ex-esclavos.
El espíritu abolicionista hacía mella en el espíritu de todas las sociedades en las que el esclavismo había sido el modus vivendi de los últimos dos siglos; así, Dinamarca, abolió la trata, que no la esclavitud, en 1792. Pero curiosamente, desde ese momento y hasta diez años después sería cuando más pujante sería el comercio negrero realizado por daneses.
Si en Francia se hacían esas declaraciones y si Dinamarca tomaba esas decisiones, Inglaterra no se quedaba atrás, y entre las cartas de su baraja abolicionista introducía comodines que facilitaban el juego. Así, la Cámara de los Comunes aprobaba en 1799 las nuevas medidas que debían aplicarse para el acomodo de los esclavos en los buques dedicados al tráfico (Recordemos que la experiencia de Sierra Leona era de 1787). El espacio del que debía disponer el esclavo en el viaje se incrementaba por ley en un 33,3% del que disponía hasta el momento… No cabe duda que esa medida iba dirigida a los nuevos inquilinos de los barcos esclavistas, que no eran otros que los mismos ingleses confinados a Australia… Sólo señalar que, en números absolutos, ese incremento de espacio en un 33,3% facilitaba un espacio total para el esclavo de… ocho pies cuadrados, lo que traducido en centímetros equivale, aproximadamente a 7200 centímetros cuadrados, lo que viene a ser un rectángulo de 180 cm por 40 cm… y otros 40 cm de alto.
Como en el caso de los vandeanos, seamos un poco escépticos y aumentemos esas medidas en diez centímetros… para alejarnos del concepto de ataúd.
Poco a poco los diversos países europeos fueron aboliendo primero el tráfico y posteriormente la esclavitud conforme era entendida hasta el momento, mientras en otros lugares, como en África, en Asia o en Oriente Medio, la actividad británica impuso la misma medida a los pueblos que tenía sometidos… y a los que no, les amenazaba con la guerra.
Difícilmente podían entender la actuación “humanitaria” adoptada últimamente por quien sin lugar a dudas había sido hasta el momento el campeón mundial del tráfico de esclavos, y sin lugar a dudas jamás hubiesen entendido que el motivo que justificaba la nueva actitud de Inglaterra era el desarrollo del capitalismo, con las variantes que el mismo aplica al concepto de esclavitud.
Y es que nadie entendía muy bien la novedosa medida, cuya aplicación nada tenía que ver con los argumentos que, caso de haber sido adoptada por España, hubiesen podido presentarse como aplicación de las Leyes de Indias. En el imperio otomano afirmaban que el esclavismo era una institución crucial para la vida y los hábitos de todos sus habitantes. En Zanzíbar, su gobernante se negó a prohibir el esclavismo por miedo a perder la lealtad de sus súbditos.
La verdad es que, así como en el siglo XV España prohibió la esclavización de los indios, a quienes se les reconocieron los mismos derechos que a los peninsulares, la legislación no siguió la misma norma con los esclavos negros que desde el primer momento de la Conquista llegaron a América.
Cierto que la manumisión de los mismos era muy común; cierto que el trato humano recibido por los esclavos negros en el mundo hispánico no tiene absolutamente nada que ver con el trato que se les daba en el mundo anglosajón; cierto que el mestizaje existente en España es impensable en el mundo británico, pero también cierto que no se amplió en beneficio de la población negra la legislación de la que si se beneficiaron los indios.
Fue en el siglo XIX cuando los intereses económicos de Inglaterra llevaron a ésta, aunque sólo fuese por un interés bastardo, a combatir la que había sido su modus vivendi durante dos siglos: la esclavitud convencional. Pero el paso de la esclavitud convencional a la esclavitud moderna había de ser largo.
Y no cabe duda que a intereses bastardos se debió la supresión de la esclavitud por parte de Inglaterra, que reiteradamente condena la esclavitud por ser contraria a la libertad al tiempo que reconoce, en palabras de los ideólogos de la Ilustración y, por ejemplo de Tomás Jefferson, su inevitabilidad como consecuencia de la inferioridad biológica e intelectual del negro.

En los primeros años del siglo XIX, parecía que la economía británica dependía más de la esclavitud, o de mercancías producidas por esclavos, que cuando comenzó el movimiento abolicionista. En 1803, por ejemplo, menos del ocho por ciento del algodón usado en Gran Bretaña procedía de «zonas libres», como Turquía, y el resto venía de plantaciones coloniales en que trabajaban esclavos, como Luisiana, Brasil o Demerara-Surinam (Thomas 1997: 536)

Tampoco los Estados Unidos tenían muy clara la cuestión. Vermont prohibió la esclavitud en 1777; Massachusetts en 1783; en 1784 Rhode Island decide la liberación progresiva. Pero llegó 1787 y se redactó la Constitución, que no marcaba una línea clara a seguir y se limitaba a señalar que debía abrirse un debate al respecto, con un paréntesis: los negros no eran ciudadanos.
Y cuando en 1807 el Congreso determinó ponerse manos a la obra, tampoco estaba muy claro qué iba a suceder cuando el cuarenta por ciento de la Cámara de representantes lo era en nombre de los estados esclavistas, y por otra parte Inglaterra, inmersa en la primera crisis industrial, estaba asumiendo la experiencia de Sierra Leona, con lo que el espíritu abolicionista estaba disminuido.

El congreso estadounidense prohibió las importaciones de esclavos a Estados Unidos en 1807, y antes de esa fecha la mayoría de los estados de la Unión ya habían dictado leyes contra la trata de esclavos, pero aun así, en la misma época de la prohibición del congreso, seguían enviándose esclavos a los estados del sur profundo, sobre todo a Charleston. (Morgan 2017: 51)

Esa cuestión se alargaría en el tiempo. No en vano, Tomas Jefferson, fallecido en 1826 y tercer presidente de los Estados Unidos, llegó a calificar la esclavitud como crimen abominable… y llegó a poseer hasta 600 esclavos... En su favor hay que decir que tuvo hasta seis hijos con una esclava.
Como ya hiciese en 1799 Jorge Washington, llegado el momento de su muerte también Jefferson dio libertad a sus esclavos.
Entre tanto,  más de un millón de esclavos fueron transportados entre 1790 y 1860 del norte al sur de los Estados Unidos, mientras en 1808 era declarada ilegal la importación de esclavos negros, cuya actividad pasaba a ser considerada piratería.
Pero era evidente que estas proclamas eran papel mojado, y a mediados de siglo el tráfico llegaba a su apogeo.
Para estas fechas, las colonias británicas del Caribe contaban más de 800.000 esclavos negros, frente a los menos de 175.000 de los españoles y los franceses.
En ese periodo Inglaterra fue adaptando un trato menos inhumano del que venía aplicando a los esclavos. Así, en 1823 aplicaban en la Guayana británica y en Trinidad una serie de reformas por las que se abolía el uso del látigo y concedía un día libre, así como la manumisión de las niñas nacidas a partir de la publicación de la norma, la jornada de nueve horas y el nombramiento de un protector de esclavos.
Pero la metrópoli llevaría otro ritmo con los esclavos residentes, cuyo destino estaría más relacionado con los esclavos que eran liberados por la marina británica de manos de los traficantes que actuaban al margen de los dictados de Inglaterra.
Inglaterra había habilitado en África el territorio de Sierra Leona como destino en el  que debían vivir todos los beneficiarios de la nueva actuación desarrollada por Inglaterra en torno al esclavismo.
Sierra Leona era el obligado destino para todos los miembros de raza negra que Inglaterra controlaba fuera de sus colonias, pero la idea simplista de que África era el lugar propio de toda persona de raza negra parece que sólo cabía en la mentalidad británica y no en los habitantes de Sierra Leona, que no recibieron de muy buena los aportes de nuevos habitantes forzados.
Esa circunstancia obligó a convertir en colonia el territorio que en principio debía estar bajo el exclusivo control administrativo y empresarial de quienes habían adquirido el territorio.
Sólo bajo esas condiciones lograron asentar en el territorio las poblaciones negras que Inglaterra expulsaba de allí donde les resultaban molestas, y solo bajo esas condiciones  consiguieron asentar entre 1808 y 1860, en un estrecho perímetro alrededor de Freetown, alrededor de 70.000 esclavos liberados.
La iniciativa de Inglaterra sería continuada por los Estados Unidos de Norteamérica, también con la intermediación de una sociedad privada, la American Colonization Society, que en 1821, mediante una pequeña inversión económica apoyada con la amenaza de las armas acabó adquiriendo un trozo de territorio en el que fundó un asentamiento al que daría el nombre de Monrovia en honor al presidente usense  James Monroe.
Monrovia sería finalmente la capital del territorio, que con el nombre de Liberia crearían los intereses usenses en África, que como venía sucediendo con Sierra Leona, sería el destino de importantes contingentes de esclavos procedentes de los Estados Unidos que sufrieron los mismos condicionantes que los recién llegados a Sierra Leona, pudiendo ser ubicados gracias a la protección de las cañoneras que defendían el asentamiento de las incursiones de los naturales.
Pero la medida no tuvo muy largo recorrido, pues si encontraba oposición en la población africana, no encontraba apoyo en la población condenada a asentarse en el lugar, que prefería quedarse en América, de donde eran naturales. No obstante, con el apoyo usense, los antiguos esclavos conservaron para sí el control del nuevo país satélite y aplicaron a la población nativa los mismos métodos que ellos habían sufrido.
No se verían solos los anglosajones en esta actividad de exilio forzado y de creación de colonias sin ese estatus legal. También Francia, en 1849, fundaría Libreville en el Gabón con el cargamento capturado al Elizia, si bien la actitud francesa no fue tan hipócrita como la de los anglosajones, dando a Libreville la sede de la administración colonial.
En medio de esta actividad, que tenía lugar como consecuencia de la Revolución Industrial, Inglaterra llevaba dos campañas más que resultaban necesarias para el triunfo de la misma: Por un lado el transporte del sobrante de su propia población a Australia y a Nueva Zelanda, en las mismas condiciones y en los mismos barcos que hasta el momento había destinado para el tráfico negrero de África a América, y por otro lado, con el control de los mares, procuraba difundir por todos los medios a su alcance el abolicionismo en todo el orbe.
El fin perseguido era, así, no la eliminación de la esclavitud, sino sencillamente su transformación, lo que posibilitaba que fuese el propio esclavo quien finalmente corriese con los gastos de manutención que hasta el momento corrían por cuenta del esclavista.
La medida, que de por sí es encomiable, no estaba motivada por los principios que tres siglos atrás propiciaron que España desestimase la esclavización de los indios en América, sino por principios pura y estrictamente economicistas que al fin significan, no la abolición de la esclavitud, sino del término, ya que la esclavitud perduraría, con otro nombre, a partir de ese mismo momento.
No es comprensible cómo en el siglo XVI, España, mientras dejaba meridianamente clara la libertad de los indios, abría la posibilidad de esclavizar a otras razas, pero al fin, el resultado del esclavismo llevado a cabo por España, como poco hasta el siglo XVIII, salvo por el hecho concreto de no existir una ley como la aplicada a los nativos americanos, era más humano que el abolicionismo británico del siglo XIX.
Es con la llegada de los Borbones a España primero y con el desarrollo de las ideas de la Ilustración después cuando el hecho del esclavismo, ya necesariamente centrado en personas de raza negra, comienza a tener importancia y alcanza uno de los momentos más importantes en 1787 cuando mediante cédula real se abren las puertas a los negreros. A ese hecho se le conoce como liberalización del comercio cubano, logro privativo del despotismo ilustrado que conocería una especial incidencia en febrero de 1789, cuando se da la libertad de comercio negrero mediante la Real Cédula dictada al efecto por la cual, además se aplicaban otras medidas liberadoras que permitieron a Inglaterra introducir en la isla maquinaria y bienes de consumo.
Cierto que desde el Tratado de Utrecht ya habían sido abiertas y era Inglaterra la que ejercía su monopolio, pero para el último cuarto de siglo era también Inglaterra la que estaba provocando un movimiento en aras de implicar a otros en el tráfico que irremisiblemente seguía controlando.
Es en este momento cuando el gobierno de España, ya sometido a los principios de la Ilustración y alejado de los principios que habían caracterizado a la Corona durante los siglos anteriores, señala que es necesario aportar importante número de esclavos africanos para atender las haciendas de Cuba… que desde la invasión inglesa de 1762 contaba con intereses británicos que no se fueron con las tropas en 1763, sino que quedaron enquistados en la sociedad cubana.
Esa realidad posibilitó que, mientras Inglaterra llevaba a cabo lo señalado, los agentes británicos estuviesen convirtiendo Cuba en el nuevo destino de los esclavos, siendo que podían presentar la actuación como alternativa a la supresión de la esclavitud, ya que en nada se asemejaba el trato y el destino de los esclavos que arribaban a la España americana, donde las manumisiones eran un hecho corriente, con el recibido en el mundo anglosajón, donde el esclavo tenía condición de “cosa”.

En Cuba se daban casos de amos que liberaban a negros por considerarlo una acción virtuosa, cosa que parece que los norteamericanos no hicieron. (Thomas 1971)

Al amparo de esa actividad y hasta la Guerra Franco Británica para la dominación de España (vulgo guerra de la Independencia), fueron introducidos en el Caribe español unos 300.000 africanos.
Es el caso que Inglaterra, en los comienzos del siglo XIX estaba obcecada en la transformación de la esclavitud, a la que no podía renunciar salvo en el nombre, y como consecuencia, en 1811 establecía en Sierra Leona los tribunales contra la trata, tres años más tarde, el 28 de agosto de 1814, firmaba un protocolo al respecto con el gobierno absolutista de Fernando VII.
Y es que el 22 de Marzo del mismo año, tras el tratado de Valençay, había quedado restaurada la monarquía de Fernando VII, que si bien el 4 de mayo declaraba nula la Constitución de Cádiz, posibilitó que una cadena de arbitrariedades, ineptitudes, robos y atropellos siguiesen enseñoreándose de España y abriesen el camino primero a la revolución de Riego de 1820, y como consecuencia directa, a la conquista británica de América.
Es en medio de estar circunstancias donde se desarrolla la actividad de Simón Bolívar, de tradición esclavista, en relación con el movimiento separatista en América.
El seis de julio de 1816, el tirano Bolívar, que había sufrido las consecuencias de haber proclamado en 1813 la guerra a muerte y el exterminio de todos los peninsulares y canarios que pudiesen caer bajo la venganza revolucionaria, realizaba una proclama señalando:

La naturaleza, la justicia y la política reclaman la emancipación de los esclavos; no habrá, pues, en lo futuro en Venezuela más que una clase de hombres: todos serán ciudadanos.

Y esa medida sería puesta en marcha… aunque no de inmediato. El 24 de junio de 1821 se produjo la batalla de Carabobo, en la que las tropas inglesas que dirigían las guerras separatistas resultaron vencedoras, tras la cual fue declarada la independencia de Venezuela.
Consecuencia de esta batalla, y producto de la euforia, fue el cumplimiento de lo prometido cinco años antes, que se circunscribió a la manumisión de seis esclavos:

María Jacinta Bolívar Hacienda de San Mateo
José de la Luz Bolívar Hacienda de San Mateo
María Bartola Bolívar Hacienda de San Mateo
Francisca Bárbara Bolívar Hacienda de San Mateo
Juan de la Rosa Bolívar Hacienda de San Mateo
Nicolaza Bolívar Hacienda de San Mateo

El grueso de la medida prometida por Bolívar no surtiría efecto sino hasta tres décadas después, siendo que esta actuación emancipadora seguiría ampliándose en Sur América hasta 1869.
 Por su parte, Inglaterra pondría fin a la esclavitud en sus colonias americanas el año 1838, y esta actuación sería seguida en 1863 por Holanda, que la suprimiría en Surinam y en las Antillas Holandesas, y dos años después, en 1865 Estados Unidos proclamaría también la abolición.
Las medidas de Bolívar y los acuerdos de España con Inglaterra llevan un extraño paralelismo; por ejemplo, si la batalla de Carabobo es consecuencia directa de la sublevación de Riego, es en este momento cuando se firma el tratado Hispano-Británico por el que España se comprometía a acabar con la trata en 1820.
Pero ese compromiso no podía tener gran importancia siendo que esclavistas ingleses estaban incrementando su negocio muy especialmente en Cuba.
El primero de enero de 1820 Fernando VII observaba el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan.
No era cualquier cosa, sino una nueva maniobra de Inglaterra para reconducir al incalificable Fernando VII en el cumplimiento de lo que de él se esperaba. Una maniobra que, además de resultar decisiva para el triunfo de Inglaterra en su campaña para romper España separando políticamente América de la Península, marcaba una realidad de la que admirablemente nadie mostraba ser consciente: la total y absoluta dependencia de España respecto de su enemigo tradicional.
Y ese enemigo tradicional, que curiosamente enarbolaba la bandera del abolicionismo al tiempo que desarrollaba las acciones que estaba llevando a cabo, hacía que sus siervos españoles fuesen quienes suministrasen ahora mano de obra esclava para las plantaciones esclavistas que bajo control británico se desarrollaban en Cuba.
No es de extrañar la toma de control británico en todos los ámbitos de la vida española. Si durante el siglo XVIII fue el liberalismo la punta de lanza de esa infiltración, no podemos dejar al margen la toma del control de la nobleza de título.
Como muestra dos botones:
En 1802, nada menos que el ducado de Alba pasaba a las manos del duque de Berwick Carlos Miguel Fitz-James Stuart, cuyo antepasado James Fitz-James I, había tomado parte en la guerra de sucesión en favor de Felipe V, protagonizando el asedio de Barcelona de 1714, si bien cinco años después, en 1719, no dudó en combatir contra Felipe V para obligarle a aceptar los dictados de la Cuádruple Alianza. Estaba emparentado con el duque de Marlborough, cuyo descendiente tendría acción destacada en la Guerra Franco británica para la dominación de España al servicio de Inglaterra.
El 30 de enero de 1812 Fernando VII crea el Ducado de Ciudad Rodrigo a favor de Arthur Wellesley, duque de Wellington en recompensa por sus victorias en la guerra Franco británica para la dominación de España. El duque de Wellington, que entre sus títulos cuenta con la “grandeza de España”, está considerado como uno de los héroes más aclamados de la historia de Inglaterra.

Con esos antecedentes, que manifiestamente señalan la sumisión de España  a los intereses de Inglaterra, el tráfico esclavista continuó activo, con intereses económicos directos de la reina Isabel II hasta la década de los 80 del siglo XIX.
Otra circunstancia a destacar es que la abolición del tráfico a que nos estamos refiriendo, se limitaba a la llevada a cabo en el hemisferio norte, y no en el hemisferio sur, donde los intereses británicos en Brasil exigían el mantenimiento del tráfico.
Fue también en estos momentos, sobre 1820, cuando los países surgidos de la diáspora hispánica comenzaron a proclamar la abolición sin que ello comportase problema alguno dada la poca significación histórica del fenómeno esclavista y la dilatada costumbre de la manumisión.
No obstante, la medida se dilataría; así, Chile abolió la esclavitud el año 1823, Uruguay en 1830, Bolivia en 1831, mientras Perú y Venezuela lo hicieron en 1854; permaneció vigente en el Estado de Buenos Aires hasta 1860, y en Paraguay hasta 1870 cuando completaba la Ley de abolición gradual de la esclavitud de 1842. Puerto Rico lo haría en 1873, y Cuba en 1880. Portugal decretaría la abolición de la esclavitud en la India, Mozambique y Guinea el año 1856,  y en las colonias francesas del Caribe la esclavitud sería abolida en 1848. Y es el año 1838 cuando en los dominios británicos se pone fin al modelo de esclavitud tradicional.
Es de destacar, además del retraso de Inglaterra a la hora de aplicar las leyes de abolición en sus propios territorios, la diferencia abismal existente entre la esclavitud que albergaban y la que albergaban, por ejemplo, Chile cuya cifra era del orden de cuatro mil, y México que contaba con menos de tres mil.
Teniendo en cuenta esa cifra de esclavizados en el mundo hispánico, llama profundamente la atención que justo en ese momento, en los inicios del siglo XIX, con los condicionantes señalados, fuese cuando se produjo en Cuba el espectacular incremento de la mano de obra esclava, siendo que, además, conforme a ley, los esclavos podían acceder automáticamente a la libertad.

En teoría, todos los nuevos esclavos podían hacerse libres si eran capaces de denunciar al tribunal internacional permanente de La Habana el barco negrero que los había transportado. Pero esto era difícil, pues a los esclavos recién importados (que generalmente no hablaban español) se los mantenía virtualmente presos desde el momento en que llegaban a La Habana. (Thomas 1971)

Como consecuencia del crecimiento contra natura de la esclavitud se reavivó el movimiento abolicionista con el influjo del padre Félix Varela, que ya en 1800 había conseguido la libertad de los esclavos en el poblado de El Cobre. Este sacerdote, diputado en Cortes en 1822, presentó una proposición en ese sentido.
En 1833 era creada la Sociedad Antiesclavista Americana, que con principios similares a los británicos, abogaba por la expulsión de los negros, que serían trasladados a África, donde en 1822 se creó un estado al estilo de Sierra Leona y frontero con la misma, que serviría para recibir los esclavos que fuesen liberados en los Estados Unidos.
En ese año, y en nombre de la sociedad, el agente Robert Stockon compraba a punta de pistola y por un puñado de baratijas un territorio frontero a Sierra Leona, territorio que en 1847 se declararía independiente con el nombre de Liberia, cuya capital, Monrovia, lo es en honor del presidente de los Estados Unidos, James Monroe.
Este estado se convertiría en una sociedad esclavista que no reconocería ningún derecho a los habitantes de la zona y marcaría diferencias sociales entre ellos del mismo carácter que las sociedades anglosajonas les aplicaban a ellos mismos.
El movimiento abolicionista, mientras tanto, iba añadiendo adeptos. Portugal abolió la esclavitud en la Península en 1773; Dinamarca lo haría en 1792; Francia en 1794, aunque en 1802 sería reinstaurada; en 1804 los Estados Unidos de América prohibía sobre el papel la importación de esclavos; España lo hacía en 1812, aunque no en las provincias del Caribe; Suecia en 1813, los Países Bajos en 1814; Portugal aceptaba en 1815 no practicar la trata al norte de Ecuador; en 1846 se clausuraba el mercado de esclavos de Estambul, y Rusia hacía lo propio en 1861.
Por su parte, Inglaterra decretaba el uno de mayo de 1808 que ningún barco inglés podría transportar esclavos hacia o desde cualquier puerto británico, pero no abolió la esclavitud,  y en 1833 abolió la esclavitud en todos los territorios británicos del Caribe.
En cualquier caso, la esclavitud estaba sentenciada, y si el motivo principal era sin duda la Revolución Industrial, otras circunstancias apoyaban la medida, y es que los beneficios generados por la trata se habían reducido de manera escandalosa, llegando a producir pérdidas directas y beneficios que como mucho llegaban al nueve por ciento. Tan es así que, conforme señala Hugh Thomas, de cien viajes de los barcos holandeses en la segunda mitad del siglo, parece que cuarenta y uno tuvieron pérdidas.
En el decurso de las guerras napoleónicas, los aliados llevaron a efecto una serie de contactos que culminaron en el conocido como Congreso de Viena, convocada por los mismos que firmaron el Tratado de  París de 30 de mayo de 1814.
El Congreso de Viena (Ver anexo) abarcó aspectos como la victoria sobre Napoleón en Waterloo, que tendría lugar el 19 de junio de 1815, diez días después de la firma del Acta Final del Congreso. También surgiría de este congreso la Santa Alianza, que en 1823 intervendría en España en defensa de Fernando VII con el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis.
Fue en este congreso, manifiestamente volcado en el reparto de Europa, donde en febrero de 1815, y forzados por la acción de Inglaterra, se llegó a una declaración sobre el tráfico de negros que fue tachada de oportunista por las otras potencias que señalaron había sido presentada por Inglaterra después de un último esfuerzo que había cubierto ampliamente las necesidades de esclavos en las colonias británicas.
En ese ámbito, y presentando el hecho como un acto humanitario británico, como una peculiar cruzada por suprimir el tráfico negrero, y tal vez como cortina de humo que tapase el tráfico que estaba llevando a cabo con sus propios súbditos para la colonización de Australia y Nueva Zelanda, comenzó a ejercer presión sobre las otras naciones, en concreto sobre las que ejercía coloniaje, como era el caso de España, donde en julio de 1815, y paralelo pero ajeno al Congreso de Viena, firmó un tratado por el que España se comprometía a abolir la trata en un plazo de ocho años.
En ese ámbito, en 1817 Inglaterra hacía firmar a España un tratado que entraría en vigor tres años más tarde por el cual se abolía el tráfico en el hemisferio norte.
Pero ese compromiso no tendría efecto sino hasta los años ochenta, periodo en el que la producción azucarera absorbió ingente mano de obra esclava y semiesclava.
Es justo en este periodo el momento en que el movimiento que quería la anexión de Cuba a los Estados Unidos irrumpe con mayor fuerza, merced a la acción de los productores azucareros, grandes comerciantes directamente relacionados con Londres y Nueva York.
En ese orden, Francia declaró ilegal el tráfico ese mismo año 1815, si bien continuó llevando a cabo el mismo durante quince años más, y aún más duró el tráfico ilegal.
En 1823 Chile liberó a todos sus esclavos, que eran unos cuatro mil.
En 1830 México liberó a sus esclavos, que eran unos tres mil.
Mientras tanto, los estados antiesclavistas del norte de los Estados Unidos tenían unos treinta mil esclavos en estas fechas…. Y Jamaica contaba 319.351 esclavos.
El total de esclavos de los Estados Unidos (Saco 1879 Vol II: 113) habían pasado de los 697.897 contabilizados en 1790 a los 2.847.355 del año 1840.

En 1840 todavía había mil esclavos en el norte. En la parte superior del Sur, había más negros libres que antes, lo que llevó a una legislación para controlar la situación. En la parte inferior del Sur, la esclavitud se disparó con la expansión de las plantaciones de arroz y algodón. (Zinn 2005)

Inglaterra decretó la abolición de la esclavitud en sus colonias de las Antillas en 1833, y España, que ya era de hecho colonia británica, promulgó en 1835 la Ley de represión del tráfico negrero y el Reglamento de los Tribunales mixtos de control, uno de los cuales estaba en La Habana y otro en Sierra Leona, y ambos bajo control británico.
En ese orden, y triunfante la revolución de La Granja, el 27 de febrero de 1837 se presentó un proyecto de abolición de la esclavitud en la península.
Pero los intereses esclavistas no estaban en la Península, sino en Cuba, cuya evolución poblacional es la siguiente:
    Libres Total Total
Años    Blancos      Esclavos     de color de color            general
——    ———    ————      ————     ————       ————
1775   96.440        44.333            30.847          75.180 171.620
1791 133.559        84.590      54.152        138.742 272.301
1817 239.830      199.145          114.058        313.203 553.033
1827 311.051      286.942          106.494        393.436 704.487
1841 418.291      436.495          152.838        589.333           1.007.624 
(Saco 1879 Vol II: 118)

En 1864, el Senado de los Estados Unidos adoptó la Decimotercera Enmienda, que declaraba el fin de la esclavitud. Una medida que ennoblece, pero hay que tener en cuenta todas las circunstancias para determinar la órbita en la que nos movemos; por ello es necesario conocer el pensamiento de los abolicionistas.

Lincoln respondió a Greeley: Querido Señor... No ha sido mi intención dejar a nadie perplejo... Mi objetivo primordial en esta lucha es la salvación de la Unión, y no el salvar ni destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría; y si pudiera conseguirlo con la liberación de todos los esclavos, también... Aquí he expuesto mis intenciones según mi visión del deber oficial, y no cambiaré ni un ápice mi deseo personal -tantas veces expresado- de que todos los hombres, en todas partes, puedan ser libres. (Zinn 2005)

En 1836 cuando tras el Motín de la Granja que conllevó el restablecimiento de la Constitución de 1812 seguía discutiéndose lo mismo. El 28 de junio de ese mismo año acordaron las cortes la total extinción de la esclavitud, pero que sólo tendría efecto en la península, quedando excluidas las provincias de ultramar, donde la medida no sería llevada a efecto, ya que tanto el partido moderado como el progresista, con Espartero, Leopoldo O’Donnell y Narváez, que serán referentes hasta 1843, tenían intereses que impedían su cumplimiento.
En Europa seguían una marcha similar; así, el 1 de agosto de 1833 Inglaterra, por la acción  del Canciller Henry Peter Brougham, aprobaba una ley por la que a partir de 1834 y mediante el pago de una indemnización a los propietarios, los esclavos se transformaban en aprendices, que mantendrían esa condición hasta febrero de 1838, cuando se suprimió el aprendizaje.
Pero dos días después, el mismo parlamento rechazaba la abolición de la esclavitud en la India1, donde en 1840 había no menos de ocho millones de esclavos. Y por supuesto no hablaba del tráfico de ingleses transportados a Australia y Nueva Zelanda en régimen de esclavitud camuflada, cuyo número no fue inferior a los doscientos mil en un periodo de ochenta años, con especial incidencia tras las guerras separatistas en la América española, tras las cuales aumentó el número de manos improductivas.
En 1841 se creaba en Francia la Sociedad para la Abolición de la Esclavitud, que logrará la supresión en 1848, doce años después de que, en 1836, el Papa Gregorio XVI emitiese una bula condenando la esclavitud y la trata.
Esas leyes se complementaban con otras actuaciones que no deben ser echadas en el olvido. Así, como ya queda señalado, en 1787 Inglaterra habilitó Sierra Leona como destino forzado para la liberación de sus esclavos.
Al fin, Sierra Leona acabaría siendo el manantial de donde Inglaterra sacaría mano de obra forzada para atender sus propias necesidades, nuevamente en las Antillas, cuando en 1841 dictó tales medidas que forzaron la emigración voluntaria de importantes núcleos de población que, de otro modo se vería privada de las ayudas que hasta el momento estaban recibiendo.
Esta actuación se complementaba con lo actuado en la India, que a partir de ese momento sería la principal fuente de mano de obra.

La India acabó por reemplazar a África; entre 1833 y 1917, Trinidad importó 145.000 indios de Oriente y la Guayana Británica 238.000. La estructura era la misma para las otras colonias del Caribe. Entre 1854 y 1883, 39.000 indios fueron introducidos en Guadalupe; entre 1853 y 1924, más de 22.000 trabajadores de las Indias Orientales Holandesas y 34.000 de la India Británica fueron transportados a la Guayana Holandesa. (Williams 2011: 60)

Ya hemos señalado que Inglaterra, mientras combatía el tráfico negrero en el Atlántico, llevaba a cabo actos de esclavismo sobre su propia población, que era trasladada a Nueva Zelanda y a Australia en condiciones infra humanas similares a las padecidas por la población negra trasladada a América. Pero además, tenía perfectamente engrasado el engranaje esclavista en la India.
La defensa de la producción azucarera de la India era al fin, junto al desarrollismo de la Revolución Industrial, el motivo que la indujo a combatir de manera tan eficiente el tráfico negrero, que estaba apoyado justamente por los productores de azúcar de la India.
Manifiestamente el asunto no era sino una cuestión puramente mercantilista. Tan es así que años después de la ley Brougham, cuando la esclavitud estaba nominalmente abolida en las colonias inglesas del Caribe, el azúcar procedente de las mismas era estigmatizado en Inglaterra con el apoyo de los ingleses propietarios de esclavos indios.

Los abolicionistas, con posterioridad a 1833, continuaron oponiéndose a los colonos de las Antillas que ahora empleaban mano de obra libre. (Williams 2011: 271)

Pero lógicamente, el movimiento antiesclavista acabó interesándose también por el esclavismo de la India, a lo que en 1842 se alegaba que en periodos de escasez se había prohibido la venta de niños.
Ante esas actividades contradictorias, es de suponer que los propios traficantes no acabasen de creer lo que su gobierno estaba implantando, por lo que no veían obstáculo para que la actividad esclavista tradicional continuase en plena vigencia compaginando los nuevos métodos con los tradicionales.

En 1845, Las firmas bancarias británicas en Brasil financiaban a los tratantes de esclavos y les aseguraban sus cargamentos, ganando así su buena voluntad. Las compañías mineras británicas poseían y compraban esclavos cuya mano de obra empleaban en sus empresas. (Williams 2011:249)

Y en ese mismo año, y a instancias de Inglaterra, era firmado por las potencias europeas, incluida España, un tratado conocido como "ley de persecución del tráfico negrero" para acabar con los contrabandistas de esclavos pero dicho tratado no tuvo mucha efectividad.
Y es que debía resultar bastante irónico que fuesen los antiguos propietarios negreros de las Antillas quienes ahora sostuviesen la antorcha humanitaria, a cuya luz se organizaría la Sociedad Abolicionista Española por iniciativa del puertorriqueño Julio Vizcarrondo. El movimiento abolicionista encabezado por Inglaterra se caracterizó, no por un espíritu humanista como el que impidió la esclavización de los indios en la España ultra marina y que, a pesar de no haberse aplicado a los esclavos de raza negra permitían que éstos accediesen a la manumisión de una forma casi absoluta, sino como expresión de la subordinación del capital comercial al industrial.
Pero al fin es la idiosincrasia británica la que, conforme nos señala Erik Williams, el que fue promotor de la independencia y primer ministro de Trinidad Tobago, y en virtud del beneficio económico que pueda obtener en cada momento, es capaz de encarnar alternativamente el más feroz esclavista y el más feroz abolicionista, manteniendo siempre, e inequívocamente, una actitud despreciable.
Como consecuencia de la actividad señalada por Williams, a partir de 1849 se desarrolló en Jamaica un importante movimiento anti esclavista que anunciaba actividades que podían alcanzar carácter bélico. Inglaterra, declaraban categóricamente, había ido a la guerra por causas menos justificables.
Y no les faltaba razón en el aserto. Incluso podían defender que Inglaterra había iniciado guerras por causas manifiestamente innobles, y para ello no les hubiesen faltado ejemplos anteriores… y futuros. Tan innobles como la por aquel entonces aún caliente Guerra del Opio, que tuvo lugar entre 1839 y 1842, y cuyo  desencadenante fue la exigencia británica de que la compañía británica de las Indias Orientales, administradora de la India pudiese introducir opio en China.
El movimiento abolicionista iba extendiéndose, y en 1863 era Holanda la que lo aplicaba. Ese mismo año Estados Unidos también liberó a los esclavos, siendo que la ley no tuvo efecto hasta el final de la Guerra de Secesión, en 1865, afectando a cuatro millones de personas que pasaron de la esclavitud formal a un régimen de segregación.
A partir de este momento sólo en Cuba y en Brasil seguía vigente el régimen esclavista tradicional, y este año es cuando el puertorriqueño Julio Vizcarrondo creó la "Sociedad Abolicionista Española" de la que fueron parte importantes personajes de la vida nacional, entre los que destacan Emilio Castelar, Práxedes Mateo Sagasta o Segismundo Moret, de cuya actividad fue consecuencia que el año 1866 se firmase en España la ley sobre la represión del tráfico negrero, siendo que la reina Isabel II tenía fuertes intereses económicos en ese sector, lo que garantizaba una laxa aplicación de la medida que en la práctica significó la continuación del tráfico.
La situación política existente en España en esos momentos, con la revolución gloriosa de 1868 no permitía dar una salida a la situación, nuevamente abordada en la Ley Moret de 4 de julio de 1870,  que beneficiaría a una parte de los esclavos de Cuba y Puerto Rico y que venía a ampliar la de 17 de septiembre de 1868 que declaraba libres a los esclavos mayores de sesenta años y a todos los nacidos de esclavas a partir de esa fecha, y que abría las puertas a un tipo de esclavismo intermedio entre el conocido como tal y el de asalariado: el patronato2, por el cual, los niños tendrían que ser mantenidos y formados por sus antiguos amos hasta los dieciocho años.3 Finalmente, el siete de octubre de 1886, dos años antes de lo previsto, sería  suprimido el patronato.
Mientras tanto, el 22 de mayo de 1873, se proclamaba en Puerto Rico la abolición de la esclavitud, que marcaba que los esclavos permanecieran como tales por un mínimo de tres años más.
Faltaban todavía dos años para que el gobierno de Cánovas aprobase una ley de abolición de la esclavitud en 1880. En el interín, el general Martínez Campos la había abolido el año 1879, iniciando un proceso de la misma que tendría fin el año 1888.
No fue hasta sino el 23 de julio de 1886 cuando se abolió definitivamente la esclavitud en España mediante la Ley del Ministro de Ultramar Germán Gamazo de Supresión del Patronato en Cuba. En 1888 sería abolida en Brasil. Y no será hasta 1963 cuando se pueda hablar de la definitiva abolición en Arabia Saudí.
En estos momentos, los intereses británicos, volcados en las nuevas formas de esclavitud, exigían la aplicación de sus principios, de los que no podían abstraerse sus satélites. Pero se da el caso que en España los mismos que estaban desmontando el poder político nacional en beneficio de Inglaterra eran los beneficiarios de las prebendas provenientes de la esclavitud, a las que justamente habían accedido al amparo de sus amos, por lo que necesariamente se mostraban remisos a cumplir las instrucciones recibidas en lo tocante a aquellas cuestiones que en décadas anteriores y al amparo de sus mentores habían desarrollado.
Para los maestros del liberalismo, la esclavitud era una institución económica de primera importancia, y para mantenerla sería imprescindible la adecuación de la misma a los nuevos tiempos.

La naciente clase capitalista «comenzaba a calcular la prosperidad en términos de libras esterlinas y [...] se iba acostumbrando a la idea de sacrificar la vida humana a la deidad de la producción ampliada. (Williams 2011:31)

Y para consolidar esos intereses británicos, Inglaterra jugaría un papel hegemónico en el desarrollo del capitalismo, para lo cual no dudaría en significarse como abanderada del abolicionismo, aunque con ello defendiese un principio que le resultaba absolutamente ajeno. El motivo no podía ser otro que con la medida lo único que abolía era el nombre, santificando sin embargo el concepto.
Y esa actuación quedaría perfectamente reflejada después del periodo abolicionista, cuando se plasmó la ingeniería social que convertía en asalariados a todos los habitantes, quienes como los colees indios, se veían forzados a firmar, con su huella digital, unos contratos de trabajo que eran incapaces de entender, y por los cuales se comprometían, en primer lugar, a cubrir ellos mismos sus necesidades. Evidentemente, el capitalismo salía ganando con la abolición de la esclavitud. Pero no fue siempre así.

En un principio, los capitalistas alentaron la esclavitud de las Antillas, y luego ayudaron a destruirla. Cuando el capitalismo británico dependía de las Antillas, ignoraron la esclavitud o la defendieron. Cuando el capitalismo británico se dio cuenta que el monopolio de las Antillas era un estorbo, destruyeron la esclavitud de las Antillas como primer paso en la destrucción del monopolio de las mismas. Que la esclavitud para ellos era relativa, no absoluta, y dependía de la latitud y la longitud, lo prueba la actitud hacia la esclavitud que asumieron, después de 1833, con respecto a Cuba, Brasil y Estados Unidos. Reprochaban a sus oponentes ver sólo esclavitud donde ellos veían azúcar y limitar su observación a la circunferencia de un tonel.1 Rehusaron adaptar sus tarifas sobre la base de la moralidad, erigir un púlpito en cada Aduana y hacer que sus estibadores apoyaran las doctrinas anti-esclavistas. (Williams 2011:245)

Para adecuar la intemporal posición británica a los nuevos tiempos surgiría toda una escuela de sofistas entre los que Adam Smith haría gala de su reciente descubrimiento capaz de hacer ver libertad donde sólo existe esclavitud  y que había apercibido que para el amo, el trabajo libre sería más provechoso que el trabajo esclavo, argumentando que el trabajo hecho por esclavos, aunque parezca que sólo cuesta su manutención es, a fin de cuentas, el más caro de todos. Una persona que no puede adquirir propiedad alguna, no puede tener otro interés que el de comer lo más posible y trabajar lo menos posible.
Pero en cualquier caso, además debemos considerar que el tráfico oriental no entraba en la actividad nominalmente antiesclavista de Inglaterra.
En este periodo, Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania, se repartían África, donde los métodos, del mismo modo que sucedía en la India, permitían el aquilatamiento del tráfico.  En los convenios Conferencia de Bruselas de 1889-1890 se pusieron de acuerdo para acabar con el mercado de esclavos en África.
Luego tendría lugar la Convención de Saint Germain en Laye de 1919 para la revisión del Acta General de Berlín de 1885 y del Acta General de la declaración de Bruselas de 1890, para alcanzar la total supresión de la esclavitud y del tráfico de esclavos.
Y más adelante la Convención de Ginebra de 25 de septiembre de 1926, en la que según su artículo segundo, los contratantes se comprometieron a impedir y reprimir la trata de esclavos y a llevar a cabo la supresión total de la esclavitud en cualquiera de sus formas, de modo progresivo y tan pronto como sea posible. (Convención de Ginebra)
Aún así, Mozambique estuvo suministrando esclavos hasta 1902. En ese periodo, efectivamente se llegó al límite del esclavismo nominal en el ámbito del Índico.

Si hablamos del verdadero motivo que tuvo Inglaterra para proceder a la abolición de la trata oriental en 1897, éste fue el de acabar con la Compañía Alemana del África Oriental de Kart Peters y, en suma, evitar que les tomaran la delantera en esa carrera hacia el nuevo reparto colonial de finales de siglo. Evidentemente, los motivos no fueron filantrópicos puesto que habían dejado hacer a los árabes con la excusa de que podía ser legal la trata interna, entre otras cosas, porque según la interpretación de los occidentales ésta era inherente al Islam. (Dolores García: 63)

Por otra parte, aparte de por la metódica destrucción de España, si por algo se significa el siglo XIX en el ámbito internacional es por el reparto que lo países europeos hicieron de África.
Ingleses en primer lugar, pero también de forma muy destacada franceses, alemanes, holandeses y belgas se volcaron en la ocupación del territorio africano, de cuya actuación es buena muestra la actual distribución del continente. El comercio y la explotación del territorio primó sobre todos los principios.
Al servicio del mismo se abrió al canal de Suez en 1869, lo que facilitaría el tráfico con Oriente.

Después de las guerras napoleónicas, la era de paz que iniciaron los británicos dio inusitado impulso a este comercio, y a la par que dejaba a centenares de miles de soldados sin empleo (muchos de ellos, marginados y sin sitio, después de los muchos años de guerra, se dedicarían al tráfico de esclavos), se abandonó una cantidad considerable de armas de desecho que, recicladas por los occidentales, se destinaron a la trata y, en general, al mercado africano. La ciudad de Lieja (Bélgica) se convirtió en uno de los centros internacionales de la industria siderúrgica de recuperación de donde se proveían tratantes tan importantes como Tippu Tip, árabe mestizado que traficaba con esclavos entre Zanzíbar y el Alto Congo que es donde le encontró Stanley, convenciéndole para que trabajase para Leopoldo II, propietario personal del paradójicamente llamado “Estado Libre del Congo”, y nombrándole gobernador de la provincia de Stanley Falls. (Dolores García: 63)

Todo apunta a que el movimiento abolicionista no pasa de ser una farsa más a la que tan acostumbrado tiene Inglaterra al mundo a la que se puede dedicar el discurso que el antiguo esclavo de Mariland, Frederick Douglass dedicó a la población úsense el 4 de julio de 1852, día de Independencia,:

Ciudadanos, amigos ¿Qué representa para el esclavo americano el Cuatro de Julio? Respondo, un día que le revela más que ningún otro del año la gran injusticia y la crueldad de que es víctima constante. Para él vuestra celebración es falsa, vuestra tan cacareada libertad una licencia inmunda, vuestra grandeza nacional, una vanidad sin igual, vuestros cantos de alegría están vacíos, desprovistos de corazón, vuestra denuncia de los tiranos, una desfachatez impúdica, vuestros gritos de libertad e igualdad, un hueco sarcasmo, para él vuestros rezos e himnos, vuestros sermones y acciones de gracias, con toda su pompa religiosa y solemnidad son mera ampulosidad, fraude, decepción, impiedad e hipocresía, una delgada cortina para cubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes. Actualmente no hay nación en la tierra que peque de practicas más chocantes y sangrientas que el pueblo de los Estados Unidos. (Zinn 2005)

Al fin, y salvo en contadas ocasiones como la actuación de la Corona española con relación a los habitantes de las nuevas tierras descubiertas a partir de 1492, la cuestión de la esclavitud no era de carácter moral, sino económica, y ello no en el caso específico de Inglaterra como campeón universal e intemporal del esclavismo, sino de todos y cada uno de los lugares de la Tierra… y en todos los tiempos.
No todos los pueblos tuvieron la suerte de ser regidos por personas como la Reina Isabel… Tampoco todos los tiempos premiaron a España con personas como ella.
Tal vez por ello, la era de la abolición británica dejó paso a una reesclavización de los africanos sin tener que cargar con el gasto de su exportación, ya que las nuevas formas de esclavitud serían desde entonces aplicadas, con sus necesarias variables, en todo el orbe y a todas las razas.


















ANEXO:

DECLARACIÓN SOBRE EL TRÁFICO NEGRERO
Habiéndose reunido en conferencia los plenipotenciarios de las potencias que firmaron el tratado de París de 30 de mayo de 1814, y considerando: ' "Que los hombres justos e ilustrados de todos los siglos han pensado que el ¡comercio conocido con el nombre de, Tráfico de Negros de África es contrario a los principios de la humanidad y de la moral universal; "Que las circunstancias particulares que le originaron, y la dificultad de interrumpir repentinamente su curso, han podido cohonestar hasta cierto punto la odiosidad de conservarle, pero que al fin la opinión pública en todos los países cultos pide que se suprima lo más pronto posible; "Que después que se ha conocido mejor la naturaleza y las particularidades de este comercio y se han hecho patentes todos los males de que es causa, varios gobiernos de Europa han resuelto abandonarlo, y que sucesivamente todas las potencias que tienen colonias en las diferentes partes' del mundo, han reconocido por leyes, por tratados o por otros empeños formales la obligación y la necesidad de extinguirlo; "Que por un artículo separado del último tratado de París han estipulado la Gran Bretaña y la Francia que unirían sus esfuerzos en el Congreso de Viena para decidir a todas las potencias de la cristiandad a decretar la prohibición universal y definitiva del comercio de negros; "Que. los plenipotenciarios reunidos en este Congreso no pueden honrar más bien su comisión, desempeñarla y manifestar las máximas de sus augustos soberanos, que esforzándose para conseguirlo, y proclamando en nombre de ellos la resolución de poner término a una calamidad que ha desolado por tanto tiempo el África, ha envilecido la Europa y afligido la humanidad. "Dichos plenipotenciarios han convenido en empezar sus deliberaciones sobre los medios de conseguir objeto tan provechoso, declarando solemnemente los principios que les guían en este examen. "En consecuencia y debidamente autorizados para este acto por la adhesión unánime de sus cortes respectivas, al principio enunciado en el dicho artículo separado del tratado de París, declaran a la faz de Europa, que siendo a sus ojos la extinción universal del comercio de negros una disposición digna de su particular atención, conforme al espíritu del siglo y a la magnanimidad de sus augustos soberanos, desean sinceramente concurrir a la pronta y eficaz ejecución de ella con cuantos medios estén a su alcance y empleándolos con el celo y perseverancia que exige una causa tan grande y justa. "Sin embargo, conociendo la manera de pensar de sus augustos soberanos, no pueden menos de prever que aunque sea muy honroso el fin que se proponen, no procederán sin los justos miramientos que requieren los intereses, las costumbres y aun las preocupaciones de sus súbditos, y por lo tanto los dichos plenipotenciarios reconocen al' mismo tiempo que esta declaración general no debe influir en el término que cada potencia en particular juzgue conveniente fijar para la extinción definitiva del comercio de negros. Por consiguiente, el determinar la época en que este comercio debe quedar prohibido universalmente será objeto de negociación entre las potencias; bien entendido que se hará todo lo posible para acelerar y asegurar el curso del asunto, y que no se considerará cumplido el empeño recíproco que los soberanos contraen entre sí en virtud de la presente declaración, hasta que se haya conseguido completamente el fin que se han propuesto en su empresa. "Comunicando esta declaración a la Europa y a todas las naciones cultas de la tierra, los dichos plenipotenciarios esperan que estimularán a los demás gobiernos, y particularmente a los que prohibiendo el comercio de negros han manifestado las mismas máximas, a sostenerlos con su dictamen en un asunto cuyo logro será uno de los más dignos monumentos del siglo que lo ha promovido y le habrá dado fin gloriosamente.
Viena, 8 de febrero de 1815.
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Texto completo de "La esclavitud en Europa": https://www.cesareojarabo.es/2019/09/la-esclavitud-en-europa-texto-completo.html

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